el librero de varsovia

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Author: libreria-ictis

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Primeras páginas de esta fascinante novela de Michael O'Brien.

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  • EL LIBRERO DE VARSOVIA

  • MICHAEL D. OBRIEN

    EL LIBRERO DE VARSOVIA

    Traduccin de Carlos Lagarriga

  • Ttulo original: Sophia House (Children of the Last Days)

    Santa Engracia, 18, 1. Izda.28010 Madrid (Espaa)

    Tlf.: 34-91 594 09 22Fax: 34-91 594 36 44

    [email protected]

    2005, Ignatius Press, San Francisco 2008, De la traduccin, Carlos Lagarriga

    Ilustracin y diseo de cubierta: OPALWORKS

    Primera edicin: abril de 2008

    Depsito Legal:ISBN: 978-84-96088-79-5

    Composicin: Francisco J. ArellanoCoord. editorial: Miguel MorenoImpresin: CofsImpreso en Espaa - Printed in Spain

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorpora-cin a un sistema informtico, ni su transmisin en cualquier forma o porcualquier medio, sea ste electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacinu otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares delcopyright.

  • 7Llevo, llevo,pobre madre, el cuerpo de mi padre, cargaque hace mi dolor pesado y ligerobulto que todo lo mo encierra.Ya a los suyosperdieron y yo ser infeliz hurfanoque estar en su casa desierta aorandolos brazos de quien le dio la vida.Se fue, ya nada existe; todo, padre,se acab.

    Eurpides, Las Suplicantes.

  • 9Para todos aquellos cuyo sacrificio se escondeen el corazn de Dios, los mismos cuyas pe-queas decisiones cambian el equilibrio delmundo.

  • 11

    PREMBULO

    Son muchas las personas a las que debo agradecer su contri-bucin a este libro, algunas vivas, otras ya muertas. Estoy endeuda con el realizador ruso Andri Tarkovsky, cuya pelculaAndri Rubliev est en el origen de la obra imaginaria escritapor Pawel Tarnowski. Tampoco puedo dejar de mencionar alpintor Georges Rouault: su fe, su creatividad y su amor a sufamilia me han servido siempre de inspiracin. Su pequeaaparicin en este cuento es, por supuesto, ficticia, pero est enperfecta consonancia con su personalidad y sus escritos. Labreve aparicin de Pablo Picasso es igualmente ficticia, aun-que en este caso sus palabras (tan opuestas al espritu deRouault) se han extrado de sus manifiestos sobre el arte. Hayotros aspectos de la historia que proceden de la vida real deotras personas. Con los fragmentos de sus experiencias he in-tentado hacer un retrato, igual que en la elaboracin de unmosaico, bizantino, complejo, algo ms que la suma de las par-tes. Si uno se acerca demasiado, la imagen se desdibuja. Siconcentramos la mirada en un solo fragmento, la parte se con-vertir en el todo, llevndonos al equvoco. Si por el contrariolo contemplamos a cierta distancia, buscando la proporcin ycentrando el campo de visin, entonces veremos perfectamenteel retrato. Tengo la esperanza de que a travs de las vidas queaqu se describen se haga visible el rostro de Cristo.

  • 13

    PRLOGO

    NUEVA YORK, OCTUBRE DE 1963

    La mujer gorda yaca en el suelo del vestidor, sudando y reso-plando. La rodeaban cinco hombres: uno era el poltico israel aquien haba ido a buscar, los otros eran su secretario y tresguardaespaldas. Dos de ellos la tenan bien sujeta contra elsuelo, mientras el tercero extraa con mucho cuidado la docu-mentacin del bolso.

    Ewa Poselski anunci. Miami, Florida.Algo ms? pregunt el poltico. A qu se dedica?

    Poltica? Religin?Carn de conducir..., tarjeta de acreditacin de una em-

    presa...; aqu dice que es cajera en un lugar llamado Funworld.Va desarmada, seor dijo otro guardaespaldas. No

    lleva explosivos ni agentes qumicos.Ayudaron a la mujer, ya mayor, a incorporarse. Sobre el

    vestido de color verde lima llevaba prendido un reluciente co-razn de cristal, y toda ella ola demasiado a perfume dulzn.

    Cmo ha conseguido entrar? le exigi Lev, el secreta-rio, mientras le sacuda bruscamente del brazo.

    Entrando contest ella. Tena un acento muy cerrado,europeo. Nadie me lo ha impedido.

    Pero qu dice! Cmo que nadie se lo ha impedido! Perosi esto est lleno de guardias!

    El ngel me ha guiado.Ya, el ngel le ha guiado dijo Lev, imitando el tono con

    irnico desprecio. La mujer asinti con la cabeza mirando alpoltico.

  • 14

    Despus de la conferencia he subido al escenario por losescalones de atrs y luego he llegado hasta este camerino, s.

    Poylish? pregunt el poltico.Tak dijo ella con una leve inclinacin.Y por qu quiere verme?El ngel me ha pedido que le hable.Lev y los tres guardaespaldas soltaron una carcajada. El

    poltico sonrea.Seor, nos la llevamos de aqu?S, pero con suavidad. Que nadie le haga dao, y decidle

    al director del Coliseum que quiero tener unas palabras con l.Con ngel o sin ngel, habr que echarle una buena bron-

    ca dijo Lev. Ella est chiflada pero, y si algn enemigo deverdad ha podido entrar tambin?

    El poltico dud un momento, mirando fijamente a la mujer.Y qu es lo que ha venido a decirme?S quin es usted contest ella.Hay cinco mil personas ah fuera esta noche que saben

    quin soy.Lev le dirigi una sonrisa de lo ms forzada.Seora, este hombre es una de las personas ms impor-

    tantes de Israel. Se llama...S, s, ya conozco el nombre que aparece en las noticias de

    la televisin contest ella casi en voz baja y sin apartar losojos del poltico; no haba odio en su mirada, solo lgrimas.Es usted el hombre que juzga para su Gobierno a los crimina-les de guerra.

    La mujer empez a decirle lo que todo el mundo ya saba: sunombre oficial, su cargo en el ministerio y el hecho de que encualquier momento podan ascenderle a viceprimer ministro.

    Entonces, por qu dice usted lo que dice? pregunt elpoltico con prudencia.

    Que yo s cmo se llama de verdad?S, eso.Porque es verdad. Lo s.

  • 15

    Los guardaespaldas pidieron permiso para acompaarlahasta la salida.

    l los call con una mirada.El poltico le dijo a la mujer cmo se llamaba. Ella negaba

    con la cabeza sin dejar de mirarle.Dejadnos solos un momento orden a sus hombres. A

    pesar de la perplejidad, todos salieron de la habitacin. El l-timo en hacerlo fue Lev, que lanz una mirada indignada porencima del hombro.

    Cuando la puerta ya se haba cerrado, el poltico se dirigi ala mujer.

    Bien, y por qu cree conocerme?Usted viva en Varsovia durante la guerra. Su familia es-

    t muerta.Es un asunto del dominio pblico que soy un judo polaco.

    Resulta muy fcil averiguar que toda mi familia muri en laShoah. Eso no la convierte en profeta. En cuanto al otro nom-bre..., ah, seora, crame si le digo que est usted bastanteequivocada.

    Solo soy una mujer ya mayor, pero un ngel me ha habla-do y ha guiado mis pasos. Le conozco a usted como si fuera mipropio hijo. Llevo veinte aos pensando en usted. Quin es usted?

    No soy nadie.Entonces, qu es lo que la ha trado hasta m? Yo no creo

    en los ngeles.Pues debera.Conteste la pregunta.Le traigo una carta y un regalo de alguien que le quera

    mucho.En un momento la cara del hombre se convirti en un muro

    impenetrable.A m?S, a usted.El hombre contrajo sus facciones con gesto de amargura.

  • 16

    El amor es una ilusin sentenci en tono de indiferen-cia. La mujer neg con la cabeza sin dejar de mirarle y sin pes-taear. l cerr los ojos como queriendo borrar de su menteaquella mirada estpida y llorosa.

    He visto el interior de las almas de ms hombres de losque hay en su Florida..., en su Funworld, y le digo que el amorjams podr vencer a la muerte.

    Pobre nio empez a decir ella entre sollozos, pobre,pobre nio.

    La mujer rompi a llorar y l la odi por ello.Pero dgame, aunque solo sea por curiosidad, cul cree

    que es mi verdadero nombre.Usted es David Schfer.Por un momento pareci que el poltico se quedaba de pie-

    dra, pero enseguida recuper la inexpresividad de su rostro.Cmo es que sabe mi nombre? le exigi l.Ah, entonces es verdad. Le he encontrado.El hombre se la qued mirando fijamente. En todo el mundo

    solo haba un puado de personas que saban su verdaderonombre, y casi con toda seguridad estaban ya todas muertas.Era imposible que aquella mujer supiera quin era realmente,y sin embargo lo saba. Pero cmo? Y lo ms importante: porqu?

    El poltico se dirigi a la puerta y la abri de un tirn. Lostres guardaespaldas se precipitaron por ella.

    T les orden. Traednos t.Y volvindose hacia la mujer, como si estuviera hablando

    con un ser fabuloso en el que an no acababa de creer, le dijo:Una taza de t?

  • 17

    SANTUARIO

  • 19

    1

    VARSOVIA, SEPTIEMBRE DE 1942

    Con el corazn latindole como si fuera un conejo en unatrampa, busc un hueco entre el alambre de espino de la en-trada e inmediatamente estuvo fuera. Los soldados enseguidale vieron, claro, pero ya contaba con eso, de modo que se zam-bull entre la multitud que iba y vena por las aceras con laesperanza de que dudaran un instante antes de empezar adisparar. A pesar de que no poda correr demasiado deprisapor el hambre que tena, consigui abrirse paso entre la gente,luego se meti debajo de un carro tirado por un caballo y porfin dobl la esquina. Y entonces empez a orse el impacto delos primeros disparos contra los edificios de la calle.

    La multitud empez a dispersarse. Se oan gritos, un caba-llo que relinchaba enloquecido, ruido de botas que corran, msdisparos. Los gentiles se lo quedaban mirando con cara de per-plejidad, apartndose de l a derecha e izquierda mientras seintroduca en una de las calles principales. Se arranc el bra-zalete de la manga y lo arroj con todas sus fuerzas entre lagente, de modo que la estrella fue flotando por el aire hastacaer al suelo. Algunas manos trataban de agarrarlo al pasar,pero l era como Moiss huyendo hacia la Tierra Prometida.Dos muros de figuras humanas colisionaron con fuerza a suespalda, sepultando los carros del Faran.

    El corazn le palpitaba desbocado en el pecho y le dola elcostado; le faltaba el aire y respiraba como en estertores deagona. De su parte estaban su juventud y la adrenalina: sabaperfectamente que aquella era la carrera de su vida. Adems,

  • 20

    sus perseguidores no eran los impecables soldados de las SS,sino centinelas de la Wehrmacht, algo mayores y ms gordos.Caan fras gotas de lluvia, lo que converta las aceras en te-rreno resbaladizo. Una bala rebot sobre el cemento pisndolelos talones. Los soldados se abalanzaban entre la multitud gri-tando en su spero alemn:

    Halt! Halt!Otro proyectil hizo que unos trozos de piedra rebotaran con-

    tra su abrigo mientras doblaba una esquina que daba a unaavenida. Estaba yendo en direccin este, hacia Stare Miasto, elcentro medieval de la ciudad, a orillas del Vstula. Casa trascasa, sigui corriendo a ciegas, sin poder distinguir los edificiosbombardeados de los que an se mantenan en pie, ni las man-chas borrosas de gente en las aceras, los tenderetes de hojala-teros y traperos. Primero en una direccin, luego en otra, haciael este, despus al norte, luego al este otra vez. Por fin, cuandoya estaba completamente exhausto, se introdujo en un callejnlateral con viejos edificios de tres pisos en diferentes estadosde ruina. Al llegar al final del mismo, lo encontr cerrado porun muro muy alto. Desesperado y ya sin aire en los pulmones,empez a decir en voz alta y temblorosa:

    Sh'ma Yisrael, Adonai Elohein, Adonai Echad...Haba una tienda en el callejn que estaba ms metida que

    las dems y aprovech aquel hueco para esconderse entre lassombras. Asom un poco la cabeza y vio a los soldados en laentrada del callejn sacudiendo a una anciana. Les estaba se-alando en la direccin por la que l haba huido.

    Escucha, Israel, el Seor es nuestro Dios, el Seor es ni-co exclam entre balbuceos, esperando que llegaran los sol-dados.

    De repente, una puerta se abri detrs de l. Perdi elequilibrio y se precipit hacia dentro, hasta caer en el suelo.Vio una campanilla que tintineaba por encima de la cabeza deun hombre que le miraba fijamente desde la penumbra del in-terior de la tienda. En un segundo, el hombre comprendi la

  • 21

    situacin, oy a los soldados corriendo en la calle y tir de lapresa hacia la trastienda.

    Las escaleras! Sube, rpido! exclam el hombre. Elchico ech a correr entre un laberinto de estanteras que ibandel techo hasta el suelo, todas atiborradas de libros, encontrlas escaleras y empez a subirlas desesperadamente, dejandoun rastro de pisadas por el agua de la lluvia. El hombre de latienda ech un vistazo desde el cristal polvoriento del escapa-rate y vio a los soldados emplendose a fondo en la calle, lla-mando con violencia a todas las puertas, forzando las que en-contraban cerradas y entrando en todas partes. Faltaban pocosminutos para que llegaran a la suya. Sin peder ms tiempo,limpi el suelo con un trapo y, una vez borradas las manchasde las pisadas, se sent en la mesa que haba junto a la entra-da. Cuando los soldados abrieron la puerta de golpe, el hombreapart la vista del libro que lea, les mir por encima de las ga-fas cadas y, amablemente, les pregunt en alemn:

    Ja, meine Herren?Librero! ladr uno, has visto pasar por aqu a un chi-

    co judo?Nein, mein Herr.Aqu no hay nadie! dijo el otro soldado.Hemos mirado todo.Venga, vaymonos!Cuando se marcharon deprisa para continuar la caza en

    otra parte, el librero not en las manos un ligero temblor yexhal un profundo suspiro. Ech un vistazo a la tienda y con-tinu la oracin de gracias que haba tenido que interrumpircon la llegada inesperada del chico. Pero qu he hecho!, ex-clam. Por qu habr tomado esta decisin, sin pensar concuidado en todos los factores?

    Permaneca de pie, mirando fijamente el suelo sin ver nada.Durante unos minutos se desliz hacia ese estado de ausenciao distraccin que su familia siempre calificaba de encanta-miento y que no era otra cosa que el lugar donde se refugiaba

  • 22

    siempre que la vida se volva demasiado absurda. Solo cuandodistingui a travs de los cristales la sombra de los soldadosvolviendo sobre sus pasos hacia la entrada del callejn empeza enfocar bien los ojos.

    Lo que faltaba!, pens amargamente. Ahora ya tienesun papel en el festival wagneriano!

    Pawel Tarnowski no era viejo, aunque tena los hombros li-geramente encorvados por haber estado tantos aos inclinadosobre libros de letra diminuta. Era un hombre corpulento y conpoco ms de treinta aos; tena los ojos oscuros y el cabello muypoco eslavo, muy, muy negro, algo que su padre calific una vezcomo un pequeo incidente con los trtaros. Era alto y anchode espaldas, pero sus ademanes no eran los que uno esperarade un hombre tan bien proporcionado. Empez a caminar arras-trando los pies, como si tuviera veinte o treinta aos ms.

    Problemas dijo entre dientes. Problemas y ms pro-blemas.

    Se dirigi al escritorio que tena en la trastienda y se sent.A su lado haba otra mesa con montones de libros desencuader-nados que estaba arreglando, y tambin tiras de cuero, botes decola, lminas de pan de oro, revistas literarias de antes de laguerra, manuscritos inditos y un autntico cementerio de tazasde t abandonadas. En el mismo escritorio, y frente a l, habaun cesto de mimbre para la correspondencia con cartas que lle-vaban matasellos de Pars, Berln, Cracovia, Nueva York y Flo-rencia. No es que el librero sintiera un especial entusiasmo porel contenido de aquellas cartas; lo que realmente le apasionabaeran los sobres, como testimonio de un mundo ms grande y ci-vilizado, con sellos de todos los colores, el violeta claro, el cremay el azul del papel, y las cenefas de los bordes. Casi todas ellaseran cartas de escritores mediocres pidiendo informacin sobresu editorial, Zofia Press. Haba conseguido publicar tres ttulosantes de la llegada de los alemanes.

    Se qued mirando fijamente la puerta de entrada y pens:Algn da se irn. Algn da el papel y la verdad ya no sern

  • 23

    un problema. S; entonces sera posible volver a hacer libroshermosos, pasear junto al Vstula bajo los rboles en flor, pen-sar en Chjov, sentarse en la terraza de un caf, tomarse uncaf turco, fumar esos espantosos cigarrillos franceses y char-lar sobre Kafka o Dante con gente amable. Ese mismo da con-testara las cartas. Y recibira tambin las respuestas de losque hubiesen sobrevivido. Por el momento, era suficiente espe-rar y guardar los sobres, como una promesa de futuro.

    Estaba retocando una carta para Kahlia cuando el chico seprecipit en la tienda con la cara aterrorizada y la boca desen-cajada, incapaz de ofrecer explicacin alguna. Un judo. Ahoralos problemas de aquel adolescente iban a derramarse sobre suvida, como si no tuviera bastante con los suyos.

    Qu voy a hacer ahora? murmur.Tiempo, pens. El tiempo suaviza el ritmo del corazn,

    seca el sudor y elimina la toxina del miedo. Para distraerseun poco, se qued mirando la hoja de papel vitela que tena so-bre el escritorio. Intent concentrarse al mximo, cogi unapluma, una alargada y de color verde, su favorita, y moj lapunta en un recipiente de tinta prpura. Sus ojos quedaroncautivados por aquel gesto, casi prisioneros. Sac la plumilladel tintero y vio cmo una gota se deslizaba lentamente haciael extremo. Todo acto humano procede del pensamiento, sedijo pensativo, y esta gota de tinta es el acto secundario quedesempean las fuerzas que he puesto en accin.

    La gota adquiri una forma ovalada mientras se detena enla plumilla, y luego qued suspendida por un microinstante,antes de caer. En contacto con el papel dej una mancha conpequeas salpicaduras. Una estrella, una nova de color viole-ta, como los mensajes que los ngeles dejan caer sobre la tierradesde lo ms alto.

    Parpade y sinti un estremecimiento. Escribe!, se orde-n a s mismo. Escribe! Expulsa la muerte con el rostro deaquella a quien amas!

  • 24

    12 de septiembre de 1942. Varsovia

    Kahlia ma,

    No s dnde te encuentras en estos momentos. Tampoco ssi algn da, cuando esta guerra acabe, volvers con la ma-ravillosa noticia de que no te has casado con algn noble ocon un profesor. Claro que nada sabes de mi corazn, por-que nunca hemos hablado. Pese a todo, creo que nos dijimostantas cosas cuando, el da en que nos conocimos, lanzasteuna mirada por el saln de la Facultad de Msica y me vis-te... Tus ojos se detuvieron en m por un momento, lo s.Luego volviste a mirar la partitura de la obra que estabastocando como si no hubieses visto nada. Pero yo s que tequedaste con mi imagen dentro de ti.

    Hoy he ido a la universidad y he colgado otra nota en lapuerta de lo que antes era el despacho de tu padre. Luego hebajado hasta el saln de msica. Han robado el piano y hay ori-ficios de bala en las paredes. Recuerdas cmo nos fundimoslos dos con las Variaciones Goldberg en la noche de nuestroprimer y nico encuentro, justo antes de que la oscuridad caye-ra sobre nosotros? Jams he escuchado a nadie tocar el pianocon tanta sensibilidad. En ese momento supe que t y yo est-bamos llamados a ser una sola alma. Si el mundo hubiese sidodiferente, nos habran presentado, habramos intimado y yanunca habramos permitido separarnos el uno del otro. Sertal vez por el tempo adagio que traicion mi percepcin de larealidad, porque el futuro que prevea an no ha llegado.

    Cuando detuvieron a los profesores, tuve la esperanza deque hubieses podido escapar de la trampa. Me niego a creerque te hayan capturado. Quiz sea solo una cuestin detiempo que regreses. Hasta entonces, solo pienso desespe-radamente en tu suerte.

    Te escribir pronto,Pawel.

  • 25

    Cerr la puerta de la tienda con llave, baj las persianas delescaparate, apag las luces del techo y la lmpara del escrito-rio y se dirigi al cuarto del almacn. En ese momento un ra-tn se escabull frente a l. Abri la puerta que daba a las es-caleras y empez a subir con el paso cansino.

    Al llegar al rellano de la segunda planta esquiv unas cajasde madera que contenan ms libros; era lo que quedaba deuna herencia que haba comprado haca tiempo y que ni si-quiera se haba molestado en examinar a fondo. Cada vez quelos vea se enfadaba consigo mismo, porque haba invertido subuen dinero en ellos y porque, despus de abrir unos cuantos,haba comprobado que no valan nada. Haba intentado lle-varlos al desvn, donde por lo menos habran ayudado a aislarun poco la casa del fro. Casi todas las cajas se encontraban yaall, pero an no se haba visto con fuerzas suficientes paracompletar el traslado. Suspir y entr en el apartamento. Lashabitaciones ofrecan el mismo aspecto inhspito de siempre.La bombilla de la cocina estaba fundida y tuvo que encenderun quinqu, luego fue hasta el fogn elctrico, que empez acalentarse bajo una tetera. Mientras esperaba el silbido delvapor, se asom a la ventana que daba a la calle. Ms all delos tejados vio una sucia humareda flotando sobre el gueto, dedonde proceda un sonido ocasional de disparos.

    El apartamento tena las mismas dimensiones que la tienda:un estrecho rectngulo de unos cinco metros de ancho por ochode largo. La planta se compona de una cocina, un pequeo co-medor, un lavabo, un cuarto con una baera de cinc y un dormi-torio detrs. Los techos tenan una altura de cuatro metros y es-taban adornados con molduras de yeso que amarilleaban pormomentos y se deshacan en trocitos que iban cayendo. El ele-gante papel de tono marfil de las paredes estampado con flo-res de lis estaba ahora lleno de manchas y roto en muchaspartes. El escaso mobiliario de que dispona era, sin embargo,de buena calidad, y tambin tena algunos cuadros pintados alleo: casi todos eran paisajes empalagosos de artistas polacos de

  • 26

    cierto talento del siglo anterior. Las obras languidecan bajo laptina que deja el tiempo y el humo, con el barniz lleno degrietas. La falta de calefaccin regular durante el inviernodesde 1939 no haba ayudado mucho a su conservacin. Tam-poco es que le importara mucho su estado, aunque s le preo-cupaba el pequeo cuadro de flores que haba comprado en Pa-rs durante su efmero intento de convertirse en artista. Parapoder realizar aquella compra tan disparatada haba tenidoque ayunar durante tres semanas, alimentndose solo de mi-gajas, aunque el sentimiento de felicidad que supona morirsede hambre en nombre del arte solo le dur dos das. Era de unpintor italiano, un oscuro miembro de una subescuela del im-presionismo, y era muy barato en comparacin con un Monet oun Picasso. Estaba convencido de que era lo mejor que tena enel cuarto, aunque quiz era tambin lo peor, por hermoso ytrivial. A su lado colgaba un icono griego del Apocalipsis, conla figura de San Miguel, de rojo intenso y ail, pero con el orotan envejecido que ms pareca palisandro lquido derramadosobre mbar. Lo bes, se persign lentamente e hizo una incli-nacin hacia su cuarto, en uno de cuyos rincones colgaba unpequeo altar de pared con ms iconos. All parpadeaba la luzde un cirio votivo de color rojo.

    Mientras acababa de hacerse el t, cort unas rebanadas depan negro, luego un poco de queso y unos trozos de una morci-lla que ya empezaba a enmohecer. Su prima Marysa Masha,como todos la llamaban se la haba trado desde la granjaque tena en Mazowiecki a finales del verano. Nada ms verlahaba sentido el impulso irresistible de devorarla, pero habaconseguido dominarse.

    Ahora agradeca aquel momento de autocontrol.Come le dijo entonces Masha, colocando la morcilla so-

    bre un saco lleno de cebollas, patatas, remolachas y calabaci-nes. La mesa de la cocina pareca estar a punto de ceder bajoel peso de aquel regalo. En ese momento entr su hijo, tamba-lendose, con un nabo enorme en la mano.

  • 27

    Guardar la carne para ms adelante le haba dichoPawel. El invierno ya est aqu.

    Cmetela ahora. Se estropear y ya no servir de nada.Cort unas pequeas rodajas para los tres, y cuando el pe-

    queo Adam pidi ms, su madre le dio una palmada en lamano.

    To Pawel necesitar esta comida le reprendi. Ella lellamaba to, aunque en realidad l era hijo del hermano desu madre. El padre de Masha era de origen bielorruso. La fa-milia de Pawel perteneca a la clase media acomodada y venadel sur, cerca de los Crpatos.

    Pero si hay mucha comida, Masha protest el nio.La mujer se encogi de hombros y pidi perdn a Pawel con

    la mirada.En la granja nosotros tenemos suficiente comida, aunque

    los alemanes se lleven gran parte de ella. Es demasiado pe-queo para comprenderlo, Pawel. En cambio, all dijo ella,sealando con la cabeza hacia el gueto apenas sobrevivencon unos gramos de pan y de verdura al mes. Me han dichoque son muchos los que mueren, que hay nios abandonadosque mendigan porque no tienen para comer, y tambin quedisparan contra la gente. No nos dejan llevarles comida selament con un suspiro. Pero cuando voy al mercado con loque sacamos de la granja y paso junto a los muros del gueto,siempre les lanzo algunos tubrculos. La fcula da muchaenerga, ya sabes.

    Masha, la buena de Masha, tan sencilla como sus calabaci-nes.

    A partir de ahora ya no ser tan fcil traerte cosas. Desdeque en julio los trenes han empezado a llevarse a la gente, nosvigilan mucho. Las entradas de la ciudad son peligrosas.

    Por qu te arriesgas tanto, Masha? No sabes cmo agra-dezco tu ayuda, pero... por qu lo haces?

    Eres de la familia.Bronek y Jan tambin lo son y no haces lo mismo por ellos.

  • 28

    Bronek y Jan tienen esposas que les cuidan.Y tambin ms bocas que alimentar.Ella baj la cabeza y luego la levant para mirarle a los ojos

    con aquella expresin seria, de cariosa reprimenda.Pawel, por qu no te casas? Hay cientos de chicas guapas

    en Varsovia que estaran dispuestas a casarse con un hombrecomo t. Acurdate de cuando erais pequeos, cuando los her-manos Tarnowski venais a nuestra granja a pasar el verano.Todas las primas estaban enamoradas de ti... Pawel el guapo, eldulce Pawel, el pequeo Pawelek. Ahora eres un hombre, Pawel.

    Masha tena lgrimas en los ojos.Eres un hombre tan bueno!Le dio un beso en cada mejilla, y luego, tras un instante de

    vacilacin, deposit otro beso en sus labios. Se march a todaprisa con el nio. No haba vuelto a verles desde entonces.

    Coloc en una bandeja la tetera de plata, las tazas, las ser-villetas de lino, los trozos de pan y de morcilla mohosa, y unbol con pur de nabos. Llev la bandeja hasta el dormitorio yentr en el bao. En uno de los extremos, detrs de una corti-na, haba una escalera sin luz que daba al desvn. Empez asubirla lentamente, con cuidado de no derramar el t.

    El desvn tena las mismas dimensiones que las otras plan-tas, pero no estaba dividido en habitaciones. Las ventanaseran de madera y ola a barniz viejo. Muy raras veces suba alltimo piso. Estaba vaco, de no ser por unos cuantos bales ylos cajones con aquellos libros sin valor. Al fondo haba unachimenea, y junto a ella una mansarda por la que se acceda altejado. All mismo, acurrucado entre dos cajones, se encontra-ba el fugitivo: un adolescente, poco ms que un nio.

    Pawel se le acerc arrastrando los pies por el suelo de ma-dera, murmurando algo acerca del polvo. El visitante le mirfijamente a los ojos y se incorpor despacio.

    Te apetece comer algo? pregunt Pawel.El rostro del fugitivo era la viva expresin de la desconfian-

    za. Haba en su mirada la sombra de algn terror que Pawel

  • 29

    no haba visto antes. l mismo estaba familiarizado con mu-chas clases de miedos de hecho, era precisamente esto lo quems le afliga, pero hasta ese da jams se haba encontradocara a cara con el que siente un animal perseguido.

    Pawel se sent en un bal medio desvencijado e invit alotro a hacer lo mismo. Coloc la bandeja en medio de los dos.

    Come algo le dijo con timidez, como quitndole impor-tancia a lo que acababa de pasar.

    Dziekuje! Gracias contest el chico mansamente. Esta-ba temblando; su ropa desprenda el hedor de un cuerpo em-papado y sucio, o algo peor, porque ola sobre todo a cloaca. Lamano que ahora se extenda para coger la comida era de uncolor azul plido. Por alguna razn evit la salchicha, pero en-gull el resto de los alimentos. Entre mordisco y mordisco, di-riga miradas furtivas hacia su benefactor.

    Pawel lo observaba con el ceo fruncido.Algo de esto es para usted? murmur el chico sonro-

    jndose.No, todo es para ti contest Pawel, a pesar de que se re-

    torca de hambre por dentro.No puedo comer esto dijo el chico sealando la salchicha.Pawel la cogi con ms precipitacin de la que hubiese de-

    seado y le dio un buen bocado.Cmo te llamas? quiso saber mientras le daba ms

    mordiscos a la salchicha.Me llamo David Schfer. Y usted, seor?Yo me llamo Pawel Tarnowski.Witam, le saludo, pan Tarnowski.Witam.Quisiera darle las gracias por rescatarme de... ellos.Cualquiera hubiese hecho lo mismo respondi Pawel,

    encogindose de hombros. El chico escuch aquella respuestacon una mirada recelosa.

    Son malvados! exclam como sofocando un grito.Vienen del Sitra Ahra!

  • 30

    Qu es el Sitra Ahra?Es El Otro Lado, el Reino de las Tinieblas.El Reino de las Tinieblas? A qu te refieres?A los poderes demonacos del Reino del Espritu.Los alemanes son seres humanos, no demonios. Es solo

    que estn bajo el influjo del mal.Se miraron mutuamente por unos instantes, como si se hu-

    biese abierto el vaco entre ellos.Por qu me ha ayudado? murmur el chico. Soy judo.Eso ya lo s contest Pawel, sealando el borde del chal

    de oracin que asomaba por debajo de su chaqueta de fieltro.El chico sac un solideo del bolsillo y se la puso en la cabe-

    za. Tena poco pelo, apenas una capa de pelusa oscura.No poda llevarla mientras corra.Debes de haber corrido mucho. El barrio de Muranow es-

    t a muchas manzanas de aqu en direccin oeste.Me he escapado por la entrada del noreste, la que da a la

    calle Nalewki. Pasaba un carro justo por delante del puesto deguardia y me escond tras l.

    Has tenido mucha suerte. Son muy pocos los que consi-guen escapar de los alemanes.

    Si me hubiese quedado en el gueto, habra muerto con to-da seguridad.

    Hablas polaco sin acento le dijo Pawel.Despus de engullir lo que quedaba de comida, el fugitivo

    baj los ojos y murmur algo que Pawel no consigui escucharbien.

    Qu has dicho? quiso saber.He dicho que la lengua es un don.Un don?Sin ella no podemos pensar.Es verdad contest Pawel, mirando al chico con curiosi-

    dad. Qu otros idiomas hablas?Yiddish, por supuesto. Tambin puedo leer el hebreo y el

    alemn... y el ingls con un poco de esfuerzo. Y usted?

  • 31

    Polaco, francs, alemn... y ruso con un poco de esfuerzo.Los ojos del chico parpadearon mientras los fijaba en l, pe-

    ro enseguida desvi la mirada.Quieres un poco de t? pregunt Pawel. Llen una taza

    y la deposit entre las manos de su husped. El t desaparecide un solo trago. Le sirvi otro. Y luego otro ms. Cuntosaos tienes?

    Diecisiete.En ese momento el chico empez a temblar de forma violen-

    ta. Se inclin hacia delante y ocult el rostro entre las manos.Pawel se qued sin saber qu hacer.

    Murmuraba sonidos ininteligibles con los que le habanconsolado de nio y que ahora emergan del recuerdo. Pawelestuvo a punto darle unas palmaditas en el hombro, pero en-seguida retir la mano sin que el otro la viera. El chico habadejado de murmurar y ahora pareca doblemente avergonzado.

    Tengo que escapar solt con un suspiro y secndose losojos con una manga.

    Y adnde vas a ir? Tienes familia?Todos los judos viven en los guetos. O en campos de in-

    ternamiento. Mi padre y mi madre, mis hermanos y mis her-manas, casi seguro que estn muertos.

    Mi padre y mi madre... tambin estn muertos dijo Pa-wel en un tono apenas audible, pero al orse se dio cuenta en-seguida de que en la gran democracia de la muerte el dolortambin tiene jerarquas.

    El otro no respondi.Tal vez deberas regresar al gueto le sugiri Pawel en

    tono indeciso.El rostro del chico le estaba diciendo que eso era imposible;

    ms an: impensable. Sorprendido ante el hecho de que su an-fitrin no comprendiera lo ms obvio, le dijo con cautela:

    El gueto significa una muerte lenta. El campo es unamuerte rpida.

    Qu vas a hacer, entonces?

  • 32

    Me dirigir hacia el sur y cruzar los Crpatos.Hay ms de trescientos kilmetros hasta las montaas, y,

    aunque consigas cruzarlas, tambin al otro lado estn los ale-manes. Han ocupado toda Europa, y ya estn en frica y enAsia. Ya no queda ningn sitio al que poder ir.

    Al or esto, el chico volvi la cara y se qued mirando la ven-tana.

    Han ganado. Lo devorarn todo.No creo que acaben ganando la guerra. En algn momen-

    to sern derrotados.Cunto durar esto?No lo s.Tengo que pensar en algo. Por favor, me puedo esconder

    aqu unos das mientras pienso?Pawel lo mir fijamente y asinti con la cabeza.