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1 El hombre al margen y otros poemas Muestrario de Poesía 25 Biblioteca Digital Heberto Padilla

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Antología del poeta cubano Heberto Padilla, con lo mejor de su poesía.

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Page 1: EL HOMBRE AL MARGEN Y OTROS POEMAS, HEBERTO PADILLA

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El hombre al margen y otros poemas

Muestrario de

Poesía 25 Biblioteca Digital

Heberto Padilla

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El hombre al margen y otros poemas. Heberto Padilla, Cuba Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 25

Primera edición: Febrero 2009 Santo Domingo, República Dominicana

¿Qué somos? Muestrario de Poesía es una colección digital gratuita que se difunde por la Internet y se dedica a promocionar la obra poética de los grandes creadores, difundiéndola y fomentando nuevos lectores para ella. Junto a

las colecciones complementarias Libros de Regalo, Ciensalud,

Iniciadores de Negocios y Aprender a aprender, son iniciativas sin

fines de lucro del equipo de profesionales de INTERCOACH para servir, aportar, añadir valor y propiciar una cultura de diálogo, de tolerancia, de respeto, de contribución, de servicio, que promueva valores sanos, constructivos, edificantes a favor de la paz y la preservación de la vida acorde con los principios cristianos. Los libros digitales son gratuitos, promueven al autor y su obra, así como el amor por la lectura, y se envían como contribución a la educación, edificación y superación de las personas que los solicitan sin costo alguno.

Este e-libro es cortesía de:

Sol Poniente interior 144, Apto. 3-B, Altos de Arroyo Hondo III, Santo Domingo, D.N., República Dominicana. Tel. 809-565-3164 Se autoriza la libre reproducción y distribución del presente libro, siempre y cuando se haga gratuitamente y sin modificación de su contenido y autor.

Si se solicita, se enviarán copias en formato PDF vía email. Para pedirlos, enviar e-mail a [email protected],

[email protected]

INTERCOACH Forjando líderes ganadores

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Un poeta contra los nuevos césares / Presentación 6 Dicen los viejos bardos 8 Sobre los héroes 8 Mis amigos no deberían exigirme 9 Poética 9 Cada vez que regreso de algún viaje 10 El hombre al margen 10 En tiempos difíciles 11 El discurso del método 12 Oración para el fin de siglo 13 Los poetas cubanos ya no sueñan 14 Para aconsejar a una dama 14 Siempre he vivido en Cuba 15 Ese hombre 16 A Lezama 17 Homenaje a Huidobro 17 Antonia Eiriz 17 El acto 18 Paisajes 19 La vuelta 19 Los que se alejan siempre son los niños 20 Hábitos 21 En lugar del amor 21 Una muchacha se está muriendo entre mis brazos 21 El único poema 22 La visitante 22 Escrito en América 23 Años después 23 Fuera de juego 24 La sombrilla nuclear 26 Estado de sitio 31

Contenido

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Los alquimistas 31 Cantan los nuevos césares 32 También los humillados 32 Una época para hablar 33 Escena 34 Yo vi caer un búho 34 Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad 34 Acechanzas 35 El abedul de hierro 35 Bajorrelieve para los condenados 36 Canción del joven tambor 37 Canción de la torre Spaskaya 38 Canto de las nodrizas 38 Canción de un lado a otro 39 Para Macha, que cantaba baladas 40 Los enamorados del bosque Izmailovo 41 Los hombres nuevos 42 La teoría y la práctica 43 El hombre que devora los periódicos de nuestros días 43 Arte y oficio 44 La hora 44 Para escribir en el álbum de un tirano 47 Los viejos poetas, los viejos maestros 47 No fue un poeta del porvenir 48 Vámonos, cuervo 48 Historia 49 Luis Cernuda 49 Hamburgo 50 Berta 53 Día tras día 53 El hombre junto al mar 53 Entre marzo y abril está mi mes más cruel 54 Heinrich Heine 57 La promesa 58 La vida contigo 58 La voz 59 Llegada del otoño 59 Madrigal 60 Pausa 61 Pero el amor 62 Qué siempre exista tu cabeza 62 Técnica del acoso 62 Última primavera en Moscú 63 Dones 64

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Padres e hijos 68 Exilios 71 Mírala tenderse 72 De tiempo en tiempo la guerra 73 Retrato del poeta como un duente joven 74 En la tumba de Dylan Thomas 76 Renata 77 Andaba yo por Grecia 78 En la corte de Luis XIV 78 Infancia de William Blake 79 Pancarta para 1960 84 Como un animal 85 Ahora que estás de vuelta 86 El justo tiempo humano 86 El árbol 87 Lo mejor es cantar desde ahora 87 Canción del juglar 88 La bella durmiente 89 Nota 90 El que regresa a las regiones claras 90 La rosa, sus espectros 91 Con sólo abrir los ojos 91 Recuerdo de Wallace Stevens en La Florida 92 Allan Marquand espera a su compañero de tenis en el campo Sur 93 Noche de invierno 93 El cementerio de Princeton 93 Criatura de Otoño 94

Dossier Padilla 95 Paisaje con Heberto Padilla / Belkis Cuza-Malé 95 Declaración UNEAC sobre premios a Padilla y Arrufat (Frag.) 96 Intervención de Heberto Padilla ante la UNEAC (fragmentos) 100 Discurso de Fidel Castro (fragmento) 103 La autohumillación de los incrédulos / Octavio Paz 104 La detención / Belkis Cuza-Malé 105 El caso y el ocaso de Padilla / Reynaldo Arenas 108 Biografía de Heberto Padilla 112

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Un poeta contra los nuevos césares En Cuba, ahora parecería innecesario decirlo, ya tan tarde en la noche antillana-, no hay otra alternativa que la adhesión vociferante, el silencio total o el exilio difícil. Guillermo Cabrera Infante. Este número especial, el 25 de Muestrario de Poesía, honra a un poeta mayor de la literatura latinoamericana contemporánea: al gran poeta cubano Heberto Padilla. Es uno de mis poetas favoritos, a quien admiro, aprecio y valoro (los poetas no mueren). Su dramática poesía refleja las tremendas disyuntivas a que nos vemos sometidos los individuos, frágiles e inermes, víctimas de los dictámenes de ensorbecidos líderes que controlan los mecanismos del poder; destrozados por los engranajes insensibles de las maquinarias políticas. Padilla fue de los que creyeron en el advenimiento del “justo tiempo humano”, de la revolución redentora, de la sociedad igualitaria y creativa. Sus fantasías, así como las de miles de cubanos y muchos extranjeros se quebraron cuando despertaron del embobamiento en forma súbita, oportunamente desinfladas por el aparato cubano.

Consolidada la dictadura, los oscuros hombrecillos del apparatchik burocrático decidieron poner en cintura a la díscola pléyade de artistas, escritores e intelectuales que había legitimado, defendido, justificado, promovido, enaltecido y hermoseado la traición a la democracia, a la libertad y a la soberanía cubanas de quienes, guiados por Fidel, instalaron una torva tiranía totalitaria con sus campos de concentración UMPAP´s, sus cárceles, sus muertes cívicas, sus paredones y otras aberraciones. Faltaban, eso sí, los juicios, los procesos escandalosos. La traición empleó métodos menos notorios, como el accidente aéreo para salir de Camilo Cienfuegos, las acusaciones calumniosas para encarcelar a respetables comandantes como Hubert Matos y toda clase de maquinaciones para limpiar de indóciles el proceso y dirigir un esfuerzo social democrático del pueblo cubano hacia una dictadura marxófaga peor que la de Batista. Con Padilla, Cuba se homologó a sus patrones soviéticos. Y, años después, con el show de Ochoa, confirmó el grado de degeneración y vileza en que han caído. Saturno siempre termina por devorar a sus hijos. Padilla fue secuestrado por la Seguridad cubana y torturado. Se le obligó a ejecutar un siniestro y deprimente acto de autoincriminación, una confesión que mostraba las peores lacras estalinistas. El poeta insultó, acusó y se autoinculpó en un acto obsceno. Los escritores, artistas e intelectuales de América y Europa reaccionaron espantados. El sueño había devenido pesadilla. Para aclarar más, Fidel Castro en persona insultó a los mismos escritores, artistas e intelectuales

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que le habían endiosado como la expresión impoluta del porvenir, y le habían investido en su papel de nuevo símbolo de la liberación mundial. Toda esa intelectualidad que anhelaba reconciliarse con la utopía marxista desacreditada por la práctica política de la Unión Soviética y la vocación criminal y represiva de Lenin, Stalin, Jruschov y Brezhnev, y que saltó de júbilo frente al aparentemente inédito experimento libertario cubano, quedó pasmada al comprobar la horrenda paternidad del modelo: Lenin, Stalin, Marx. Stalinismo tropical en versión de pachanga y guaguancó. Y es que esa contumaz aspiración de los individuos a encontrar el héroe providencial facilita que nos engañen. De alguna manera, vivimos esperando al héroe, al iluminado, al redentor político. Y debido a esas fantasías irresponsables, se cuelan los demagogos, los déspotas y los criminales en masa. En el fondo, tal fantasía es un abandono de nuestra responsabilidad personal, el miedo a la libertad por el compromiso que nos implica, del cual escribió Fromm. La sociedad cubana, harta del corrupto régimen de Fulgencio Batista, se sacudió de encima al sargento golpista. Fidel se apropió del poder y traicionó las expectativas democráticas del pueblo cubano: le impuso una dictadura mil veces peor, la dictadura totalitaria según el modelo de los burócratas rusos. Transformó una revolución en contrarrevolución. Y, mientras impulsaba una política de cárcel o cargo, prostituyendo, comprando, todo lo que se puso a disposición, adocenó y pervirtió la lengua, con lo cual destruía la capacidad humana de discernir, de construir valores, de autoorientación. El régimen cubano retuvo al poeta Padilla y su esposa, la escritora cubana Belkis Cuza-Malé durante 10 años, haciéndoles pagar caro el atrevimiento de unos poemas que exploran el aplastamiento moral del hombre bajo la tiranía totalitaria. Allí estuvo su valor. El gesto honorable. El desafío. Se puede criticar la sumisión del poeta al guión provisto por la Seguridad del Estado, a la que él, inteligentemente, alaba para esclarecer para quien lo quiera ver, el origen de esa retractación vergonzante, pero hay que saber qué significa vivir en un estado totalitario donde no hay forma alguna de sobrevivir al margen de los comisarios dueños de vida y hacienda. Heberto en su “confesión” nos hizo un guiño. Fue su gran burla, un esperpento que se volvía iracundo contra aquellos sicarios que se ensañaron contra él y su esposa, y contra el titiritero en jefe que los movía. Hoy, a 9 años de la muerte de Heberto Padilla, su poesía sigue alertándonos, llamándonos a abrir los ojos, exigiéndonos no caer en la trampa demagógica de los pichones de nuevos césares, que hoy parecen multiplicarse como verdolaga en América Latina. ¿Qué podemos hacer, sino conocerla, amarla, disfrutarla, difundirla y comprometernos a mantenerla vida, ardiente, provocativa, esclarecedora?

Aquiles Julián

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Dicen los viejos bardos

NO LO OLVIDES, poeta. En cualquier sitio y época en que hagas o en que sufras la Historia, siempre estará acechándote algún poema peligroso.

Sobre los héroes

A LOS HÉROES siempre se les está esperando, porque son clandestinos y trastornan el orden de las cosas. Aparecen un día fatigados y roncos en los tanques de guerra, cubiertos por el polvo del camino, haciendo ruido con las botas. Los héroes no dialogan, pero planean con emoción la vida fascinante de mañana. Los héroes nos dirigen y nos ponen delante del asombro del mundo. Nos otorgan incluso su parte de Inmortales. Batallan con nuestra soledad y nuestros vituperios. Modifican a su modo el terror. Y al final nos imponen la furiosa esperanza.

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Mis amigos no deberían exigirme

MIS AMIGOS NO deberían exigirme que rechace estos símbolos perplejos que han asaltado mi cultura.(Ellos afirman que es inglesa.) No deberían exigirme que me quite la máscara de guerra, que no avance orgulloso sobre esta isla de coral. Pero yo, en realidad, voy como puedo. Si ando muy lejos debe ser porque el mundo lo decide.

Pero ellos no deberían exigirme que levante otro árbol de sentencias sobre la soledad de los niños casuales.

Yo rechazo su terca persuasión de última hora, las emboscadas que me han tendido. Que de una vez aprendan que sólo siento amor por el desobediente de los poemas sin ataduras que están entrando en la gran marcha donde camina el que suscribe, como un buen rey, al frente.

Poética

DI LA VERDAD. Di, al menos, tu verdad. Y después deja que cualquier cosa ocurra: que te rompan la página querida, que te tumben a pedradas la puerta, que la gente se amontone delante de tu cuerpo como si fueras un prodigio o un muerto.

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Cada vez que regreso de algún viaje

CADA VEZ QUE regreso de algún viaje me advierten mis amigos que a mi lado se oye un gran estruendo. Y no es porque declare con aire soñador lo hermoso que es el mundo o gesticule como si anduviera aún bajo el acueducto romano de Segovia. Puede ocurrir que llegue sin agujero en los zapatos, que mi corbata tenga otro color, que mi pelo encanezca, que todas las muchachas recostadas en mi hombro dejen en mi pecho su temblor, que esté pegando gritos o se hayan vuelto definitivamente sordos mis amigos.

El hombre al margen

ÉL NO ES el hombre que salta la barrera sintiéndose ya cogido por su tiempo, ni el fugitivo oculto en el vagón que jadea o que huye entre los terroristas, ni el pobre hombre del pasaporte cancelado que está siempre acechando una frontera. Él vive más acá del heroísmo (en esa parte oscura); pero no se perturba; no se extraña. No quiere ser un héroe, ni siquiera el romántico alrededor de quien pudiera tejerse una leyenda; pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, fatalmente condenado a su época. Es un decapitado en la alta noche, que va de un cuarto al otro, como un enorme viento que apenas sobrevive con el viento de afuera. Cada mañana recomienza

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(a la manera de los actores italianos). Se para en seco como si alguien le arrebatara el personaje. Ningún espejo se atrevería a copiar este labio caído, esta sabiduría en bancarrota.

En tiempos difíciles

A AQUEL HOMBRE le pidieron su tiempo para que lo juntara al tiempo de la Historia. Le pidieron las manos, porque para una época difícil nada hay mejor que un par de buenas manos. Le pidieron los ojos que alguna vez tuvieron lagrimas para que contemplara el lado claro (especialmente el lado claro de la vida) porque para el horror basta un ojo de asombro. Le pidieron sus labios resecos y cuarteados para afirmar, para erigir, con cada afirmación, un sueño (el-alto-sueño); le pidieron las piernas, duras y nudosas, (sus viejas piernas andariegas) porque en tiempos difíciles ¿algo hay mejor que un par de piernas para la construcción o la trinchera? Le pidieron el bosque que lo nutrió de niño, con su árbol obediente. Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros. Le dijeron que eso era estrictamente necesario. Le explicaron después que toda esta donación resultaría inútil sin entregar la lengua, porque en tiempos difíciles

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nada es tan útil para atajar el odio o la mentira. Y finalmente le rogaron que, por favor, echase a andar, porque en tiempos difíciles esta es, sin duda, la prueba decisiva.

El discurso del método

SI DESPUÉS QUE termina el bombardeo, andando sobre la hierba que puede crecer lo mismo entre las ruinas que en el sombrero de tu Obispo, eres capaz (lo imaginar que no estás viendo lo que se va a plantar irremediablemente delante de tus ojos, o que no estás oyendo lo que tendrás que oír durante mucho tiempo todavía; o (lo que es peor) piensas que será suficiente la astucia o el buen juicio para evitar que un día, al entrar en tu casa, sólo encuentres un sillón destruido, con un montón de libros rotos, yo le aconsejo que corras enseguida, que busques un pasaporte, alguna contraseña, un hijo enclenque, cualquier cosa que puedan justificarte ante una policía por el momento torpe (porque ahora está formada de campesinos y peones) y que te largues de una vez y palo siempre. Huye por la escalera del jardín (que no te vea nadie). No cojas nada.

No servirán de nada

ni un abrigo, ni un guante, ni un apellido, ni un lingote de oro, ni un título borroso. No pierdas tiempo

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enterrando joyas en las paredes

(las van a descubrir de cualquier modo).

No te pongas a guardar escrituras en los sótanos

(las localizarán después los milicianos).

Ten desconfianza de la mejor criada. No le entregues las llaves al chofer, no le confíes la perra al jardinero. No te ilusiones con las noticias de onda corta. Párate ante el espejo más alto de la sala, tranquilamente,

y contempla tu vida, y contémplate ahora como eres porque ésta será la última vez.

Ya están quitando las barricadas de los parques. Ya los asaltadores del poder están subiendo a la tribuna. Ya el perro, el jardinero, el chofer, la criada

están allí aplaudiendo.

Oración para el fin de siglo

NOSOTROS QUE HEMOS mirado siempre con ironía e indulgencia los objetos abigarrados del fin de siglo: las construcciones trabadas en oscuras levitas. Nosotros para quienes el fin de siglo fue a lo sumo un grabado y una oración francesa. Nosotros que creíamos que al final de cien años sólo había un pájaro negro que levantaba la cofia de una abuela. Nosotros que hemos visto el derrumbe de los parlamentos y el culo remendado del liberalismo. Nosotros que aprendimos a desconfiar de los mitos ilustres y a quienes nos parece absolutamente imposible (inhabitable) una sala de candelabros, una cortina y una silla Luis XV.

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Nosotros, hijos y nietos ya de terroristas melancólicos y de científicos supersticiosos, que sabemos que en el día de hoy está el error que alguien habrá de condenar mañana. Nosotros, que estamos viviendo los últimos años de este siglo, deambulamos, incapaces de improvisar un movimiento que no haya sido concertado; gesticulamos en un espacio más restringido que el de las líneas de un grabado; nos ponemos las oscuras levitas como si fuéramos a asistir a un parlamento, mientras los candelabros saltan por la cornisa y los pájaros negros rompen la cofia de esta muchacha de voz ronca.

Los poetas cubanos ya no sueñan

LOS POETAS CUBANOS ya no sueñan (ni siquiera en la noche). Van a cerrar la puerta para escribir a solas cuando cruje, de pronto, la madera; el viento los empuja al garete; unas manos los cogen por los hombros, los voltean, los ponen frente a frente a otras caras (hundidas en pantanos, ardiendo en el NAPALM) y el mundo encima de sus bocas fluye y está obligado el ojo a ver, a ver, a ver.

Para aconsejar a una dama

¿Y SI EMPEZARA por aceptar algunos hechos como ha aceptado —es un ejemplo— a ese negro becado

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que mea desafiante en su jardín? Ah, mi señora: por más que baje las cortinas; por más que oculte la cara solterona; por más que llene de perras y de gatas esa recalcitrante soledad; por más que corte los hilos del teléfono que resuena espantoso en la casa vacía; por más que sueñe y rabie no podrá usted borrar la realidad. Atrévase. Abra las ventanas de par en par. Quítese el maquillaje y la bata de dormir y quédese en cueros como vino usted al mundo. Echese ahí, gata de la penumbra, recelosa, a esperar. Aúlle con todos los pulmones. La cerca es corta; es fácil de saltar, y en los albergues duermen los estudiantes. Despiértelos. Quémese en el proceso, gata o alción; no importa. Meta a un becado en la cama. Que sus muslos ilustren la lucha de contrarios. Que su lengua sea más hábil que toda la dialéctica. Salga usted vencedora de esta lucha de clases.

Siempre he vivido en Cuba

YO VIVO EN Cuba. Siempre he vivido en Cuba. Esos años de vagar por el mundo de que tanto han hablado, son mis mentiras, mis falsificaciones. Porque yo siempre he estado en Cuba. Y es cierto que hubo días de la Revolución en que la Isla pudo estallar entre las olas;

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pero en los aeropuertos, en los sitios que estuve sentí que me gritaban por mi nombre y al responder ya estaba en esta orilla sudando, andando, en mangas de camisa, ebrio de viento y de follaje, cuando el sol y el mar trepan a las terrazas y cantan su aleluya.

Ese hombre

A J. Fucik

EL AMOR, LA tristeza, la guerra abren su puerta cada día, brincan sobre su cama y él no les dice nada. Cogen su perro y lo degüellan, lo tiran a un rincón y no les dice nada. Dejan su pecho hundido a culatazos y no dice nada. Casi lo entierran vivo y no les dice nada. ¿Él qué puede decirles? Aunque lo hagan echar espuma por la boca, él lucha, él vive, él preña a sus mujeres, contradice la muerte a cada instante.

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A Lezama

A J. L. L.

Hace algún tiempo como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas en poner trampas para que nadie se acercara, nadie sino el más hondo, nadie sino el que tiene un corazón en el pico del aura, me detuve a la puerta de su casa para gritar que no, para advertirle que la refriega contra usted ya había comenzado. Usted observaba todo. Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros, que continuaba usted escribiendo entre los grandes humos. ¿Y qué pude hacer yo, si en su casa de vidrio de colores hasta el cielo de Cuba lo apoyaba?

Homenaje a Huidobro

NO PUDIMOS HACERLA florecer en el poema y la dejamos en el jardín, que es su lugar natural.

Antonia Eiriz

ESTA MUJER NO pinta sus cuadros para que nosotros digamos: “¡Qué cosas más raras salen de la cabeza de esta pintora!”

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Ella es una mujer de ojos enormes. Con estos ojos cualquier mujer podría desfigurar el mundo si se lo propusiera. Pero, esas caras que surgen como debajo de un puñetazo, esos labios torcidos que ni siquiera cubren la piedad de una mancha, esos trazos que aparecen de pronto como viejas bribonas; en realidad no existirían si cada uno de nosotros no los metiera diariamente en la cartera de Antonia Eiriz. Al menos, yo me he reconocido en el montón de que me saca todavía agitándome, viendo a mis ojos entrar en esos globos que ella misteriosamente halla; y, sobre todo, sintiéndome tan cerca de esos demagogos que ella pinta, que parece que van a decir tantas cosas y al cabo no se atreven a decir absolutamente nada.

El acto

IMPULSADO POR LA muchedumbre o por alguna súbita locura; vestido como cualquiera de nosotros, con una tela a rayas (ya demasiado pálida); la cara larga que no podría describir aunque me lo propusiera, y todo el cielo arriba de modo que cuando sonreía estaban todo el cielo y su locura, el pobre hombre soportó el ataque. Y antes de que corriera medio metro ya estábamos pensando que éste sería el último acto que retendríamos de él (porque usualmente gente de su calaña se pierden en los barrios, se mueren

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y aparecen un día, de pronto, en los periódicos). Pero lo cierto es que resistió el ataque y se lanzó al verano, al vacío. O lo lanzaron (estas cosas nunca se saben bien). El hombre estaba allí, cuando lo vimos, ensangrentado, tambaleándose, en el jardín. Se lo llevaron medio muerto. Pero el intenso azul no desaparecía de sus ojos, de modo que aunque no sonreía, ahí estaban todo el azul del cielo y su locura. La noche entera se la pasó gritando, hasta el final.

Paisajes

SE PUEDEN VER a lo largo de toda Cuba. Verdes o rojos o amarillos, descascarándose con el agua y el sol, verdaderos paisajes de estos tiempos de guerra. El viento arranca los letreros de Coca-Cola. Los relojes cortesía de Canada Dry están parados en la hora vieja. Chisporrotean, rotos, bajo la lluvia, los anuncios de neón. Uno de Standard Oil Company queda algo así como S O Compa y y encima hay unas letras toscas con que alguien ha escrito PATRIA O MUERTE.

La vuelta

TE HAS DESPERTADO por lo menos mil veces buscando la casa en que tus padres te protegían contra el mal tiempo, buscando el pozo negro donde oías el tropel de las ranas, las tataguas que el viento hacía volar

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a cada instante. Y ahora que es imposible te pones a gritar en el cuarto vacío cuando hasta el árbol del potrero canta mejor que tú el aria de los años perdidos. Ya eres el personaje que observa, el rencoroso, cogido, irremediable, por lo que ves y mañana te será tan ajeno como hoy le eres a todo cuanto pasó sin que fueras capaz de comprenderlo, y el pozo seguirá cantando lleno de ranas y no podrás oírlas aunque peguen brincos delante de tu oreja; y no sólo tataguas, sino tu propio hijo ya ha comenzado a devorarte y ahora lo estás mirando vestido con tu traje, meando detrás del cementerio, con tu boca y tus ojos y tú como si tal cosa.

Los que se alejan siempre son los niños

LOS QUE SE alejan siempre son los niños, sus dedos aferrados a las grandes maletas donde las madres guardan los sueños y el horror. En los andenes y en los aeropuertos lo observan todo como si dijeran: “¿Adónde iremos hoy?” Los que se alejan siempre son los niños. Nos dejan cuerdecillas nerviosas, invisibles. Por la noche nos tiran, tenaces, de la piel; pero siempre se alejan, dando saltos, cantando en ruedas (algunos van llorando) hasta que ni siquiera un padre los puede oír.

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Hábitos

CADA MAÑANA me levanto, me baño, hago correr el agua y siempre una palabra feroz me sale al paso inunda el grifo donde mi ojo resbala.

En lugar del amor

SIEMPRE, MÁS ALLÁ de tus hombros veo al mundo. Chispea bajo los temporales. Es un pedazo de madera podrida, un farol viejo que alguien menea como a contracorriente. El mundo que nuestros cuerpos (que nuestra soledad) no pueden abolir, un siglo de zapadores y hombres ranas debajo de tu almohada, en el lugar en que tus hombros se hacen más tibios y más frágiles. Siempre, más allá de tus hombros (es algo que ya nunca podremos evitar) hay una lista de desaparecidos, hay una aldea destruida, hay un niño que tiembla.

Una muchacha se está muriendo entre mis brazos

UNA MUCHACHA SE está muriendo entre mis brazos. Dice que es la desconcertada de un peligro mayor. Que anduvo noche y día para encontrar mi casa. Que ama las piedras grises de mi cuarto. Dice que tiene el nombre de la Reina de Saba.

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Que quiere hacerse cargo de mis hijos. Una muchacha larga como los gansos. Una muchacha forrada de plumajes, suave como un plumón. Una cabeza sin ganas de vivir. Unos pechitos tibios debajo de la blusa. Unos labios más blancos que la córnea de su ojo, unos brazos colgando de mi cuello, una muchacha muriéndose irremediablemente entre mis brazos, torpe, como se mueren las muchachas; acusando a los hombres, reclamando, la pobre, para este amor de última hora una imposible salvación.

El único poema

ENTRE LA REALIDAD y el imposible se bambolea el único poema. Retenlo con las manos, o con las uñas, o con los ojos (si es que puedes) o la respiración ansiosa. Dótalo, con paciencia, de tu amor (que él vive solo entre las cosas). Dale rechazos que vencer y otra exigencia mucho mayor que un límite, que un goce. Que te descubra diestro, porque es ágil; con los oídos alertas, porque es sordo; con los ojos muy abiertos, porque es ciego.

La visitante

MI ABSURDA PERSUASIÓN abriéndole cada noche la puerta; pero la poesía no entra.

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Ella no elije noches para entrar. Ningún dominio impone —como afirman— de noche. A cualquier hora el mundo la desplaza y ella mete en los ojos un círculo perplejo. Es que llega del polvo, involuntaria. ¿Quién va a pararse entonces? ¿Quién va a asomarse para verla? ¿Quién es capaz de abrirle, de hablarle a esa extranjera?

Escrito en América

AMALO, POR FAVOR, que es el herido que redactaba tus proclamas, el que esperas que llegue a cada huelga; el que ahora mismo tal vez estén sacando de una casa a bofetadas, el que andan siempre buscando en todas partes como a un canalla.

Años después

CUANDO ALGUIEN MUERE, alguien (ese enemigo) muere de frente al plomo que lo mata, ¿qué recuerdos, qué mundo amargo, nuestro, se aniquila? Porque los enemigos salen, al alba, a morir. Se les juzga. Se les prueba su culpa.

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Pero, de todos modos, salen luego a morir. Yo pienso en los que mueren. En los que huyen. En esos que no entienden o que (entendiendo) se acobardan. Pienso en los botes negros zarpando (a medianoche) llenos de fugitivos. Y pienso en los que sufren y que ríen, en los que luchan a mi lado tremendamente. Y en todo cuanto nace. Y cuanto muere. Pero, Revolución, no desertamos. Los hombres vamos a cantar tus viejos himnos; a levantar tus nuevas consignas de combate. A seguir escribiendo con tu yeso implacable el Patria o Muerte.

Fuera de juego

A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.

¡AL POETA, DESPÍDANLO! Ese no tiene aquí nada que hacer. No entra en el juego. No se entusiasma. No pone en claro su mensaje. No repara siquiera en los milagros. Se pasa el día entero cavilando. Encuentra siempre algo que objetar. ¡A ese tipo, despídanlo! Echen a un lado al aguafiestas, a ese malhumorado del verano,

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con gafas negras bajo el sol que nace. Siempre le sedujeron las andanzas y las bellas catástrofes del tiempo sin Historia. Es incluso anticuado. Sólo le gusta el viejo Amstrong. Tararea, a lo sumo, una canción de Pete Seeger. Canta, entre dientes, La Guantanamera. Pero no hay quien lo haga abrir la boca, pero no hay quien lo haga sonreír cada vez que comienza el espectáculo y brincan los payasos por la escena; cuando las cacatúas confunden el amor con el terror y está crujiendo el escenario y truenan los metales y los cueros y todo el mundo salta, se inclina, retrocede, sonríe, abre la boca “pues sí, claro que sí, por supuesto que sí…” y bailan todos bien, bailan bonito,

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como les piden que sea el baile. ¡A ese tipo, despídanlo! Ese no tiene aquí nada que hacer.

La sombrilla nuclear

A R. F. R.

LOS VIAJEROS TAL vez, pero yo no estoy seguro de que pueda encontrar una zona de protección. En el mundo ya no quedan zonas de protección. Cuando subo escaleras de cualquier edificio de una ciudad de Europa, leo con indulgencia: “Shelter Zone” y respiro confiado; pero al llegar al último escalón me vuelvo hacia el cartel que sobrevive como las antiguallas. Los anuncios de protección son artilugios que decoran nuestra moral desesperada. Ni siquiera hay ciudades modernas. Todas las calles están situadas en la antigüedad, pero nosotros vivimos ya en el porvenir. Más de una vez compruebo que estoy abriendo las puertas y ventanas de una casa arruinada. Los toldos de los cafés al aire libre han echado a rodar Los comerciantes sobrevuelan las calles, cortan el tránsito como una flor. Pero yo no soy un profeta ni un mago ni un logrero que pudiera deshacer los enigmas contemporáneos, explicar de algún modo esta explosión. No soy más que un viajante de Comercio Exterior, un agente político con pasaporte diplomático, un terrorista con apariencia de letrado, un cubano (sépanlo de una vez),

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el tipo a quien observa siempre la policía de la aduana. Hace tres horas que están registrando desaforadamente mi equipaje.

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Usted, señor viceministro de Política Comercial, joven, ligeramente hepático, admirable, con experiencias del pasado, no podía sospechar esta escena. Usted discutió el plan, señaló el viaje para el 20 de enero de 1966; pero ignoraba que todos los proyectos estarían arruinados este día. Mi único error consistió en no advertirle que un veinte de enero nací yo.

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De la adivinación, de la pequeña trampa de la inmortalidad, vivieron los antiguos; y nosotros somos su porvenir y continuamos viviendo de la superstición de los antiguos. Nosotros somos el proyecto de Marx, el hedor de los grandes cadáveres que se pudrían a la orilla del Neva para que un dirigente acierte o se equivoque, para que me embarque y rete a la posteridad que me contempla desde los ojos de un gerente que ahora mismo leyó mi nombre de funcionario en su tarjeta de visita.

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Las horas van tan rápidas que me atraso a mi vida. Ya tengo hasta el horror y hasta el remordimiento de pasado mañana. Me sorprendo, de pronto, analizando el mecanismo de mi serenidad, viajando entre el este y el oeste, a tantos metros de altitud, observado, sonriente, por la azafata que no sabe que soy de un continente de luchas y de sangre. ¿Es que la flor de mi solapa me traiciona? ¿Y quién diablos puso esta flor en mi solapa como una rueda insólita en mi cama?

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Ese hombre que fornica desesperadamente en hoteles de paso. Ese desconcertado que se frota las manos, el charlatán sarcástico y a menudo sombrío, solo como un profeta, por supuesto, soy yo. Me estoy vistiendo en un hotel de Budapest, deformado por otra luna y otro espejo. Feo; pero el Danubio es lindo y corre bajo los puentes. Viejo en sotana, Berkeley, yo te doy la razón: esas aguas no existen, yo las recreo igual que a esta ciudad. A un lado Buda, al otro lado Peste, un poco más allá está Obuda. Aquí hubo una contrarrevolución en 1956; pero sólo los viejos la recuerdan. Intente usted decirlo a estos adolescentes que se devoran en los cafés al aire libre, en el pleno verano. Una muchacha judía me dice que tiene visa para ir a Viena (y con cincuenta dólares). Un poeta me cuenta que ya circulan por el país

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libros de editoriales extranjeras (“y han regresado muchos exiliados”). Bebe; se achispa y me recita la Oda a Bartók, de Gyulla Illyés. Otro me dice que casi está prohibido hablar de guerrilleros, que él ha escrito un poema pidiendo un lugar en la prensa para los muertos de Viet Nam. Luego vamos al restaurante; bebemos vino con manzanas; comemos carne de cordero con aguardiente de ciruelas, “Pero esta paz (grita Judith como quien emergiera del lago Lobaton). Esta paz es una inmoralidad.”

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Yo he visto a los bailarines de ballet, en París, comprar capas de Nylon. Las vendían después a cien rublos en Moscú. En una plaza enorme me querían comprar mi capita de Nylon, Era un adolescente. Se dirigió a mí en inglés. Le dije mi nacionalidad y me observó un instante. Súbitamente echó a correr. En medio de la fría, de la realmente hermosa y fría primavera de Moscú, yo he visto las capitas azules, ocres, pardas. Las estuve mirando hasta que terminó el verano. Flotaban sobre los transeúntes, occidentales, tibias, (parecían orlas) a bajo precio en Roma, a bajo precio en Londres, a bajo precio en Madrid;

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la industria química esforzada en las astutas combinaciones del mercado para que un bailarín las compre apresuradamente, a la salida de un ensayo, en los supermercados de París; miles de bailarines revendiendo, comprándolas, ocultándolas como demonios diestros en las maletas anticuadas.

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Imposible, Drumond, componer un poema a esta altura de la civilización. El último trovador murió en 1914. Imposible detenerse a encontrar, no diré yo la calma que uno se tiene de sobra desdeñada, sino una simple cabaña de madera, una ventana sin radar, una mesa de pino sin mapas, sin las reglas de cálculo. ¿De qué lado caerá algún día mi cabeza? ¿Cuánto dará la CIA por la cabeza de un poeta, vivo o muerto. ¿En qué idioma oiremos una noche, o una tarde, el alerta en la áspera voz de los gramófonos? Porque nadie vendrá a calmar a los amantes o a los desesperados. (Se salvará el que pueda, y el resto a la puñeta). Ya ni siquiera es un secreto que los conjuntos folklóricos fueron adoctrinados y cualquier melodía predispone al desastre. ¿Dónde pudiera uno meterse, al cruzar una esquina, después de haber oído las últimas noticias? Efectivamente, alguien puede ocultarse en los tragantes, o en las alcantarillas, o en los tiros de las chimeneas. Han visto gente armada saliendo de las cuevas, calándose las gorras desteñidas; hacen rápidos mapas en el polvo, son expertos en la feroz alianza de un palo y de una piedra (todo cuanto arruine y devaste). Somos los hijos de estas ciudades maravillosamente adecuadas

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para la bomba. Lo mejor (y lo único que podemos hacer por el momento) es salir de nuestras bibliotecas a ventilar los piojos que se abren paso en nuestras páginas; porque ya para siempre hemos perdido el único tren que pudo escapar a la explosión.

Estado de sitio

¿POR QUÉ ESTÁN esos pájaros cantando si el milano y la zorra se han hecho dueños de la situación y están pidiendo silencio? Muy pronto el guardabosques tendrá que darse cuenta, pero será muy tarde. Los niños no supieron mantener el secreto de sus padres y el sitio en que se ocultaba la familia fue descubierto en menos de lo que canta un gallo. Dichosos los que miran como piedras, más elocuentes que una piedra, porque la época es terrible. La vida hay que vivirla en los refugios, debajo de la tierra. Las insignias más bellas que dibujamos en los cuadernos escolares siempre conducen a la muerte. Y el coraje, ¿qué es sin una ametralladora?

Los alquimistas

CUANDO LA MAGIA estaba en bancarrota, en esos días que se parecen tanto a la dimisión de los cuervos (ya sin augurios la piedra filosofal) ellos cogieron una idea,

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una formulación rabiosa de la vida, y la hicieron girar como a la bola del astrólogo; miles de manos desolladas haciéndola girar como una puta vuelta a violar entre los hombres, pero ya de la idea sólo quedaba su enemigo.

Cantan los nuevos césares

NOSOTROS SEGUIMOS CONSTRUYENDO el Imperio. Es difícil construir un imperio cuando se anhela toda la inocencia del mundo. Pero da gusto construirlo con esta lealtad y esta unidad política con que lo estamos construyendo nosotros. Hemos abierto casas para los dictadores y para sus ministros, avenidas para llenarlas de fanfarrias en la noche de las celebraciones, establos para las bestias de carga, y promulgamos leyes más espontáneas que verdugos, y ya hasta nos conmueve ese sonido que hace la campanilla de la puerta donde vino a instalarse el prestamista. Todavía lo estamos construyendo con todas las de la ley con su obispo y su puta y por supuesto muchos policías.

También los humillados

AHÍ ESTÁ NUEVAMENTE la miserable humillación, mirándote con los ojos del perro, lanzándote contra las nuevas fechas

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y los nombres. ¡Levántate, miedoso, y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado, inclinando otra vez la cabeza, que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir. La Historia es este sitio que nos afirma y nos desgarra. La Historia es esta rata que cada noche sube la escalera. La Historia es el canalla que se acuesta de un salto también con la Gran Puta.

Una época para hablar

A Archibald MacLeish

LOS POETAS GRIEGOS y romanos apenas escribieron sobre doncellas, lunas y flores. Esto es cierto, MacLeish. Y ahí están sus poemas que sobreviven: con guerras, con política, con amor (toda clase de amor), con dioses, por supuesto, también (toda clase de dioses) y con muertes (las muchas y muy variadas formas de la muerte). Nos mostraron su tiempo (su economía, su política) mucho mejor que aquellos con quienes convivían. Tenían capacidad para exponer su mundo. Eran hombres capaces en su mundo. Su poesía era discurso público. Llegaba a conclusiones. Esto es cierto, MacLeish. Y de nosotros ¿qué quedará, atravesados como estamos por una historia en marcha, sintiendo más devoradoramente día tras día que el acto de escribir y el de vivir se nos confunden?

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Escena

—¡No se pueden mezclar y las mezclamos. Revolución y Religión no riman! SE DESGARRABA EL pobre bajo los reflectores, agachado, contraído, esperando el último bofetón.

Yo vi caer un búho

YO VI CAER un búho desde las ramas altas, hecho polvo, hecho ruina; lo miraba caer continuamente a las puertas de Rusia. Lo vi como estiraba la pata negra al sol. Franqueaba la ilusión, las añagazas, y el ala, el pico roto por la nieve volaba siempre, el incesante.

Instrucciones para ingresar en una nueva sociedad

LO PRIMERO: OPTIMISTA. Lo segundo: atildado, comedido, obediente. (Haber pasado todas las pruebas deportivas). Y finalmente andar como lo hace cada miembro: un paso al frente, y

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dos o tres atrás: pero siempre aplaudiendo.

Acechanzas

¿A QUIÉN DOY realidad cuando bajo de noche la escalera y veo al impasible caballero —con su ojo gris de estaño— esperando, acechando? Y hasta pudiera ser irreal, el polvillo de unos zapatos, al día siguiente, es siempre la única huella. Pero entra ya en mi casa —hombre o deidad— que ahí están mis poemas, listos al fin, y esperan.

El abedul de hierro

EN LOS BOSQUES de Rusia yo he visto un abedul. Un abedul de hierro, un abedul que lanza como los electrones su nudo de energía y movimiento. Y cuando cae la lluvia de sus ramas el bosque se estremece con un ruido más lánguido y más lento que los yambos de Pushkin. A caballo, metido por la maleza, a ciegas,

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oigo el rumor que llega desde el centro del monte donde está el abedul. Las ortegas escalan por su tronco, los pájaros confunden sus hojas con las ramas, las ardillas rehúyen su corteza; encandila el espacio de su sombra. Si alguien lo mueve él pega saltos increíbles. Si alguien lo corta él entra, súbito, en el horror de sus batallas. Si alguien lo observa, él se vuelve un centinela de atalaya (en Narilsk o Intá). Los uros lo olfatean, pero su sangre se cristaliza como las aguas en invierno. En los bosques de Rusia yo he visto ese abedul. En él están todas las guerras, todo el horror, toda la dicha. Un abedul de hierro hecho a prueba de balas y de siglos. Un abedul que sueña y gime. Que canta, lucha y gime. Todos los muertos que hay en Rusia le suben por la savia.

Bajorrelieve para los condenados

EL PUÑETAZO EN plena cara y el empujón a medianoche son la flor de los condenados. El vamos, coño, y acaba de decirlo todo de una vez,

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es el crisantemo de los condenados. No hay luna más radiante que esa lápida enorme que cae de noche entre los condenados. No hay armazón que pueda apuntalar huesos de condenado. La peste y la luz encaramadas como una gata rodeando la mazmorra; todo lo que lanzó la propaganda como quien dona un patíbulo; el Haga el amor no haga la guerra (esos lemitas importados de Europa) son patadas en los testículos de los condenados. Los transeúntes que compran los periódicos del mediodía por pura curiosidad, son los verdugos de los condenados.

Canción del joven tambor

PARA SEGUIR LA música en las líneas de fuego, ensayé tantos ritmos torpes y olvidados. Para aumentar la marcha andando entre los hombres, redoblé en tantos pueblos destruidos o muertos. En las noches de invierno estuve muy enfermo. Me contentaba el baile de las niñas rapaces. “Hay un color extraño en los árboles nuevos”— grita el joven poeta que se va a proclamar su certidumbre. “El aire está podrido encima de los techos”—

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chillan las viejas europeas flacas. Pero yo (no lo digas a nadie) me oculto como un niño, aceito bien la trampa, adivino soldados dondequiera, oscuridad, y rezos.

Canción de la torre Spaskaya

EL GUARDIÁN de la torre de Spáskaya no sabe que su torre es de viento. No sabe que sobre el pavimento aún persiste la huella de las ejecuciones. Que a veces salta un pámpano sangriento. Que suenan las canciones de la corte deshecha. Que en la negra buhardilla acechan los mirones. No sabe que no hay terror que pueda ocultarse en el viento.

Canto de las nodrizas

NIÑOS: VESTÍOS a la usanza de la reina Victoria y ensayemos a Shakespeare: nos ha enseñado muchas cosas. Sé tú el paje, y tú espía en la corte, y tú la oreja que oye detrás de una cortina.

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Nosotras llevaremos puñales en las faldas. Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas. Del carruaje ya han bajado los cómicos. ¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés, o la farsa es realmente pretexto, un bello ardid contra las tiranías? ¿Y qué ocurre si al bajar el telón el veneno no ha entrado aún en la oreja, o simplemente Horacio no ha visto al Rey (todo fue una mentira) y ni siquiera Hamlet puede dar fe de que no existiera esa voz que usurpaba aquel tiempo a la noche? Ensayemos a Shakespeare, niños; nos ha enseñado muchas cosas.

Canción de un lado a otro

A Alberto Martínez Herrera

CUANDO YO ERA un poeta que me paseaba por las calles del Kremlin, culto en los más oscuros crímenes de Stalin, Ala y Katiushka preferían acariciarme la cabeza, mi curioso ejemplar de patíbulo. Cuando yo era un científico recorriendo Laponia, compré todos los mapas en los andenes de Helsinski, Sarikovski paseaba su búho de un lado a otro.

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Apenas pude detenerme en el Sur. Las saunas balanceándose al fondo de los lagos y en la frontera rusa abandoné a mi amor. Cuando yo era un bendito, un escuálido y pobre enamorado de la armadura del Quijote, adquirí mi locura y este viejo reloj fuera de época. Oh mundo, verdad que tus fronteras son indescriptibles. Con cárceles y ciudades mojadas y vías férreas. Lo sabe quien te recorre como yo: un ojo de cristal y el otro que aún se disputan el niño y el profeta.

Para Macha, que cantaba baladas

¿QUÉ BALADA PUEDES cantar ahora, Macha, en pleno invierno, sin recordar la casa que abandonaste aprisa, ágil como un demonio, por no perder el tren de Odessa, que fue, después de todo, nuestro último tren? ¿En qué balada tu linda voz tristísima subiendo, abriendo el techo, mientras combas la cintura de avispa? Baladas a la guerra, muy simples: sangre y llanto. Y tú, bajo los reflectores, entre gente habituada a tu melancolía. ¿En qué balada que no escuché te extremas, te demoras? ¿Quién viene cada noche a esperarte y abre la portezuela de su coche para que te reclines?

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¿A quién cubres ahora de artimañas, de besos?

Los enamorados del bosque Izmailovo

LA PRIMAVERA LE da la razón. El viento lo inunda y puede descifrarlo. Los árboles pueden comprenderlo. La vida quiere dialogar con él. ¡Porque hoy este hombre ama! Inmenso tren, detente en medio de la vía para que veas al dichoso. El poeta rompió su caja de penumbras, huyó de pronto aquel dolor que traicionaba su poesía y hoy lo acoge este bosque donde ella se reclina y el temblor de su pelo en el aire salvaje. Su sangre es más ligera cuando siente su piel. Sus labios se abren dóciles al roce de estos labios, la claridad del mundo resbala por su sien, cae a trozos en la yerba, transparenta el abrazo, y entre los poros de esta muchacha él vive, en toda soledad busca su forma única, sobre los hombros débiles de niña él sueña que se apoye la fuerza de la vida. Detente, explorador, y de una vez enfoca tu catalejo escéptico para que veas a éste: el triste, el solitario quiere plantar los abedules que hagan más ancho el cielo de Izmailovo, con su tibia penumbra de hojarascas y pájaros.

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¡Porque hoy este hombre ama! Y el cartero que sale de un local desolado lleva su nombre ardiendo en el bolsillo las ortegas que huyen presurosas, la ardilla que contempla el fruto aún verde la elogian, la celebran; las flores de Tashken, las crujientes brujitas de Lituania, los grandes arcos ucranianos tejen guirnaldas para su sorprendente cabeza de hechizada. Y él anda loco, habla con todo el mundo; la lleva de la mano, la conduce. Y al regresar en metro hasta su casa, sube corriendo, alegre, la escalera, desde la buhardilla contempla el sol que pica sobre la plaza enorme, pero al abrir los libros de Blok y de Esenine descubre nuevos agujeros, y hoy siente piedad por la polilla.

Los hombres nuevos

CUANDO LOS ÚLTIMOS disparos resonaban en el turbio canal, y a través de los vidrios deshechos se empezaba a borrar el humo negro; miramos, anhelantes, sin advertir siquiera que junto a la caserna abandonada, bajo los parapetos corroídos por la sangre y la lluvia, ellos habían crecido (sus ojos y sus manos y sus pelos)

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y salían gritando hacia el jardín desierto: “¡La vida es este sueño! ¡La vida es este sueño!” Pero la vida, ¿era este sueño? ¿De verdad que pensabas en serio, mi viejo Calderón de la Barca, que la vida es un sueño?

La teoría y la práctica

NO SABEMOS EXACTAMENTE lo que hicieron contigo todos estos años, y siempre que te alzaste sobre nuestra impaciencia de echarte a andar entre los hombres, saltaba tu cabeza de títere perplejo a repetir el círculo vicioso de lucha y de terror.

El hombre que devora los periódicos de nuestros días

EL HOMBRE QUE devora los periódicos de nuestra época no está en un circo como los trapecistas o los come candela. Si hace un poco de sol se le puede encontrar en los parques nevados o entrando en el Metro, arrastrado por sus hábitos de lector. Es un experto en la credulidad de nuestro tiempo este reconcentrado. La vida pasa en torno a él, no lo perturba, no lo alcanza. Los pájaros lo sobrevuelan como a la estatua de la Plaza de Pushkin. Habitualmente, los pájaros lo cagan, lo picotean como a un tablón flotante.

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Arte y oficio

A los censores

SE PASARON LA vida diseñando un patíbulo que recobrase —después de cada ejecución— su inocencia perdida. Y apareció el patíbulo, diestro como un obrero de avanzada. ¡Un millón de cabezas cada noche!> Y al otro día más inocente que un conductor en la estación de trenes,> verdugo y con tareas de poeta.

La hora

“El, ella o ello...” UNAMUNO

A Haydde y Gustavo Eguren

MI HORA VENDRÁ, hará una seña en la escalera y subirá a mi cuarto donde arderá la estufa; si en Londres, estará el té dispuesto para ella; si en Moscú, tendrá todos los metros de mi casa frente a la plaza de Smolensk. Mi hora vendrá (mi sola hora de gloria) se asomará a la puerta, y al mirarme dormido cerca de la ventana de cristales por donde puedo ver el puente Borodino, echará su elemento entre mis ojos raros

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y no sentiré el peso como si me tocara un ala en pleno vuelo. Mi hora vendrá me llamará despacio con el zurrido ajeno de las bocas que han dicho mi nombre en todas partes, de las bocas hundidas en aquel sótano de Lyons, de las bocas cansadas de un barrio de New York, de mi boca de niño desenredando el nombre sombrío de las cosas. Pero sé que vendrá. Lo mismo que una madre. Se sentará a mi lado, ciñéndose la falda con la mano huesuda, el seno breve se agitará de prisa para decirme: “Todos los trenes que esperaba, se retrasaron tanto, niño mío...” Y estará fatigada (siempre se está después de un largo viaje) y buscará (debajo de mis gafas nubladas) la víspera asombrosa de verla vieja y niña. Entonces todas las casas que conozco serán su única casa, todas las furias de mi vida serán su única furia,

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todos los miedos de mi madre serán su único miedo, todos los cuerpos que he deseado serán su único cuerpo, todas las hambres que he sufrido serán su única hambre. Y yo estaré callado para que no descubra el sobresalto de mi piel atenta al ruido de su paso.

II

Te esperaré, hora mía entre todas las horas de la tierra. No habrá sueño o fatiga que depongan el párpado entreabierto. De espiar tu señal siempre ha dolido mi ojo en vela. Ahora espero de ti mis proezas, mis magias. Como bajo la carpa de los circos, del trapecio más alto cuelga tú mi cabeza ardiente y elegida. Como en las noches de Noruega dora al fin mi vestigio de tu lumbre más alta. Soy el viajero que va al Sur, descúbreme, cantando, la tierra de tu paso. Este es el centro del invierno, cúbreme ya de todo el fuego. Haz que mis libros tengan tu fuerza y mi vehemencia. Di al mundo: “amó, luchó”. Arráncame la costra impersonal.

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Redúceme, aterido, entre tus manos diestras. Que de algún modo sepan que no todo fue inútil, que tuvieron sentido mi impaciencia, mi canto.

Para escribir en el álbum de un tirano

PROTÉGETE DE LOS vacilantes, porque un día sabrán lo que no quieren. Protégete de los balbucientes, de Juan-el-gago, Pedro-el-mudo, porque descubrirán un día su voz fuerte. Protégete de los tímidos y los apabullados, porque un día dejarán de ponerse de pie cuando entres.

Los viejos poetas, los viejos maestros

LOS VIEJOS POETAS, los viejos maestros realmente duchos en el terror de nuestra época, se han puesto todos a morir. Yo sobrevivo, lo que pudiera calificarse de milagro, entre los jóvenes. Examino los documentos: los mapas, la escalada, las rampas de lanzamiento, las sombrillas nucleares, la Ley del valor, la sucia guerra de Viet Nam. Yo asisto a los congresos del tercer mundo y firmo manifiestos y mi mesa está llena de cartas y telegramas y periódicos; pero mi secreta y casi desesperante obsesión es encontrar a un hombre, a un niño, a una mujer capaces de afrontar este siglo con la cabeza a salvo, con un juego sin riesgos

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o un parto, por lo menos, sin dolor.

No fue un poeta del porvenir

DIRÁN UN DÍA: él no tuvo visiones que puedan añadirse a la posteridad. No poseyó el talento de un profeta. No encontró esfinges que interrogar ni hechiceras que leyeran en la mano de su muchacha el terror con que oían las noticias y los partes de guerra. Definitivamente él no fue un poeta del porvenir. Habló mucho de los tiempos difíciles y analizó las ruinas, pero no fue capaz de apuntalarlas. Siempre anduvo con ceniza en los hombros. No develó ni siquiera un misterio. No fue la primera ni la última figura de un cuadrivio. Octavio Paz ya nunca se ocupará de él. No será ni un ejemplo en los ensayos de Retamar. Ni Alomá ni Rodríguez Rivera Ni Wichy el pelirrojo se ocuparán de él. La Estilística tampoco se ocupará de él. No hubo nada extralógico en su lengua. Envejeció de claridad. Fue más directo que un objeto.

Vámonos, cuervo

Y AHORA, vámonos, cuervo, no a fecundar la cuerva que ha parido y llena el mundo de alas negras. Vámonos a buscar sobre los rascacielos el hilo roto

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de la cometa de mis niños que se enredó en el trípode viejo del artillero.

Historia

- Mañana caminarás hacia otras tardes y todas tus preguntas fluirán como el último río del mundo.

- Mañana, sí, mañana...

- Y, antes del alba, frente a los grandes hornos; entre los hombres sudorosos; oirás a la canción con que se amasa el pan.

Conocerás los muertos muy amados, hijo mío; la historia que cubre de polvo sus bestias, sus errores...

- Mañana, sí, mañana...

En el salón atardecido, la penumbra se hunde en el muchacho que ve las armas, los escudos. El abuelo gesticula y predice como en la eternidad.

Luis Cernuda

Decía: Lo real para ti no es esa España obscena y deprimente En la que regentea hoy la canalla, sino esta España viva y siempre noble

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Que Galdós en sus libros ha creado... De aquélla nos consuela y cura ésta. Pero la España real, la otra (la de la tierra) a todas horas lo perseguía con el aullido insistente de su lengua. Y él: ¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno Su tradición escoge, ni su tierra, Ni tampoco su lengua: él las sirve, Fielmente si es posible... Entonces, la solución ¿era esta muerte, en el exilio, o era la tradición generosa de Cervantes, heroica viviendo, heroica luchando, o el combate incesante con su idioma a toda carne, a toda lealtad? Pero la poesía se le hizo terriblemente arisca, fue a esconderse en la patas de las mulas de España como una Égloga. Y a la hora feroz de la nostalgia cuando (ya sabemos) Garcilaso aparece con sus asaltadores de caminos, hora de los recuentos, su hora de seducción y de emboscada, él (Cernuda) oía aquel sonido seco como en el fondo de su alcancía la moneda de cobre. ¿Volver – gritó – Vuelva el que tenga, Tras largos años, tras un largo viaje, Cansancio del camino y la codicia De su tierra... Más, ¿tú? ¿Volver? y dijo adiós de golpe a su querida, que le nutrió la angustia y el sarcasmo, la forjadora de consolación que lo salvó en la hora inminente de los cadalsos, que le otorgó el dominio estricto de su lenguaje. Pero él, de todos modos, y hasta la tumba, adiós.

Hamburgo

Aquí los barcos entran lentos, cuidando no escorar; son contemplados

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por el ávido puerto. La niebla inunda el apacible canal. Y otros barcos de Holanda, de Suecia, de Noruega, también entraron lentos al puerto de Hamburgo hace cuarenta días.

Para estos barcos vive el puerto, para esos cruces convenidos y ágiles. Y tú esperas, muchacha de Hamburgo, ajena a la ciudad, pero golpeada y viva como cualquiera de sus cosas. Cuando llegue otro barco y desciendan los hombres a las calles de invierno, te echarás sobre alguno; harás un lánguido ejercicio frente a sus ojos nórdicos (esa noche cenarás como nunca).

Y desnuda en un cuarto de Saint Pauli serás toda la furia, toda la fuerza de la vida empeñada en lograr la rápida alegría de un extraño.

Autorretrato del otro

¿Son estremecimientos, náuseas, efusiones, o más bien esas ganas a veces tiene el hombre de gritar? No lo sé. Vuelvo a escena. Camino hacia los reflectores como ayer, más veloz que una ardilla, con mi baba de niño y una banda tricolor en el pecho, protestón e irascible entre los colegiales. Es que por fin

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lograron encerrarme en el jardín barroco que tanto odié y este brillo de ópalo en los ojos me hace irreconocible. El gladiador enano ( de bronce) que he puesto encima de la mesa -un héroe cejijunto y habilísimo con su arma corta y blanca- y su perra enconada, son ahora mis únicos compinches. Pero cuando aparezca mi tropa de juglares limaremos las rejas y saldré. ¡Puertas son las que sobran! Bajo la luna plástica ¿me he vuelto un papagayo o un payaso de náilon que enreda y trueca las consignas? ¿O no es cierto? ¿Es una pesadilla que yo mismo pudiera destruir? ¿Abrir de repente los ojos y rodar por el sueño como un tonel y el mundo ya mezclado con mis fermentaciones? ¿O serán estas ganas que a veces tiene el hombre de gritar? Las Derechas me alaban (ya me difamarán). Las Izquierdas me han hecho célebre (¿ no han empezado a alimentar sus dudas?).

Pero de todas formas advierto que vivo entre las calles. Voy sin gafas ahumadas. Y no llevo bombas de tiempo en los bolsillos ni una oreja peluda -de oso-. Ábranme paso ya sin saludarme, por favor. Sin hablarme. Échense a un lado si me ven.

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Berta Estás contra mi pecho, y sé que todo el aire desordenado de mi vida rinde ante ti los brazos, mujer mía. Conmigo por tantas horas, tú restauras mi profunda alegría y la apuntalas a tu modo en el mundo. Y eres la fantasiosa que recorre el delicado juego de la encantada noche, mi poseída.

Día tras día Cada noche me libras de la corona turbia que amenaza las horas de mi felicidad y llegas en puntillas lentamente y me arrancas los ojos de humanista susceptibles al sueño de modo que la muerte no puede seducirme Definitivamente soy tu modelo azul temblando en cualquier agua en que tú me sumerjes La flor monumental para el salón de té de las embajadoras que ignoran nuestros nombres

El hombre junto al mar Hay un hombre tirado junto al mar Pero no pienses que voy a describirlo como a un ahogado Un pobre hombre que se muere en la orilla Aunque lo hayan arrastrado las olas Aunque no sea más que una frágil trama que respira Unos ojos Unas manos que buscan

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Certidumbres A tientas Aunque ya no le sirva de nada Gritar o quedar mudo Y la ola más débil Lo pueda destruir y hundir en su elemento Yo sé que él está vivo A todo lo ancho y largo de su cuerpo

Entre marzo y abril está mi mes más cruel... Entre marzo y abril está mi mes más cruel Apretado a tus brazos ascua feliz el más tierno y salvaje te dije: éstos tienen que ser los brazos del amor Puse tus ojos y tus labios abiertos debajo de los míos y caímos cantando en el sofá fue la última vez en que pudimos amar sin sobresaltos. y en vez de libros flores y un hechizo calcáreo en la pared con manchas y la espuma de los muebles de mimbre orlando tu aureola abriendo abanicos de fuego lanzallamas y un cielo y una constelación que se agigantan muslos y vulvas inmortales y mi oído en tu vientre donde te late un nuevo corazón y en tu entraña ahora estás embarazada en la abertura exigua de cada poro el eterno deseo la única escritura digna de nuestros nombres y el retrato de Marx

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junto al de nuestros padres implorando que arranquemos del mundo la tristeza Nos alzamos nos vestimos le arrancamos al mundo la tristeza sonreímos te sentaste a mi lado me miraste y yo el escueto y lógico te grité fuego mío, bruñido por la vida laurel invulnerable tacto jadeo gozo Algo de eso te dije o te grité con el horror de que pudieran acabarse de pronto las palabras Y continuábamos desnudos cuerpos debajo de un pantalón de un vestido de lana todo temblor desnudos Nadie que no seas tú podría plegarse a la modulación urgente de mis días te dije en realidad quería susurrarte mis años pero eso te alegró y te dormiste protegida confiada los libros y la ropa por el suelo Cuando duermes parece que te ahogas o sufres Me das miedo Ése era yo tú describiéndome asustada con mi respiración De modo que esperé a que durmieras

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mucho rato para que nada pudiera despertarte nunca nada ni nadie animales del siglo enlazados desnudos y el mundo entre los dos ¿o una cara del mundo? ¿Pero cuál? Luego fueron zapatos burdos apresurados no en la yerba en el suelo en la penumbra en el amanecer yo vistiéndome adormilado oyendo no tu respiración sino la orden la más humana desvistiéndome luego en otro sitio audible de las voces vuelto a vestir con una tela del color de la tierra un efecto sencillo en una sinfonía Adelante camina la más humana de las voces Golpetazos aullidos Yo subiendo bajando escaleras del color de la tela Puertas abriéndose cerrándose entre marzo y abril un golpe de metal sobre metal una cara del mundo. ¿Pero cuál? Un mes oculto entre otros dos ¿el más cruel? ¿el más fiel? Y la pared garabateada a punta de cucharas nombres fechas

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despedidas pedazos de oraciones La litera es también color tierra como la tela El techo y la letrina son también muy oscuros del color de la tela.

Heinrich Heine

En una de estas tardes me pondré guantes blancos, frac negro, sombrero; iré a la calle Behren, cuando nadie se encuentre en el café, y no se haya formado la tertulia y nadie me pueda reconocer excepto Heinrich Heine, pues debo hablar con él, que sabe cuánto oculta la gloria y la ponzoña, el exilio y el reino (y que lo sabe bien). Escéptico, burlón, sentimental creyente... (Así lo describió Gautier) Pero ¿de quién hablaba? ¿De nosotros o de él? Porque ¿quién no ha opinado contra sus sentimientos? ¿Contra quién no ha graznado un cuervo de hiel? En una de estas tardes... Enfundaré los ojos de Teresa, se los pondré delante a Heine de modo que comprenda que también supe de ellos y los desenterré. Le diré que es mi modo de ser contemporáneo. Haremos una larga reverencia (son ojos de otro siglo, descubiertos por mí...) Esta tarde tal vez... Cuando el brumoso mirlo

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salte de rama en rama y sólo Heine se encuentre en el Café, y nadie pueda nunca saber que anduve entre walkirias, nornas, parcas del norte, que yo también he sido un desenterrador.

La promesa Hace tiempo te había prometido muchos poemas de amor y -ya ves- no podía escribirlos. Tú estabas junto a mí y es imposible escribir sobre lo que se tiene. Lo que se tiene siempre es poesía. P ero ya han comenzado a unirnos cosas definitivas: hemos vivido la misma soledad en cuartos separados -sin saber nada el uno del otro-, tratando -cada uno en su sitio- de recordar cómo eran los gestos de nuestras caras que de pronto se juntan con aquellas que ya creíamos perdidas, desdibujadas, de los primeros años. Yo recordaba los golpes en la puerta y tu voz alarmada y tú mis ojos neutros, soñolientos aún. Durante mucho tiempo me preguntabas qué cosa era la Historia. Yo fracasaba, te daba definiciones imprecisas. Nunca me atreví a darte un ejemplo mayor.

La vida contigo Te levantas y el día se levanta contigo Se levanta todo lo que quedó lo que salvó la noche Y te mueves a tientas

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parece que te unieras al mundo con cautela como si hubiese que reaprenderlo todo Y sin embargo todo viene hacia ti soy yo el que forcejea el que pierde pie el que cae al fondo buscándote No sé si eres la misma que hace sólo un instante ha dormido conmigo o ésa que nunca duerme : muslos que fluyen ojos que se apresuran o aire tal vez la masa transparente la gran fiesta del pájaro

La voz No es la guitarra lo que alegra 0 ahuyenta el miedo en la medianoche No es su bordón redondo y manso como el ojo de un buey No es la mano que roza o se aferra a las cuerdas buscando los sonidos sino la voz humana cuando canta y propaga los ensueños del hombre.

Llegada del otoño De un rumor creciente y voluptuoso se llenan para mí los días. Dispongo de este mundo exasperado para mi ocio más largo; de la noche más cruel, para el inevitable maleficio.

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¡Llegadas del Otoño, mis asiduas, mis fieles! Cuando en la pedregosa mañana el mundo asume la delicia; salto, busco los viejos ritos en el viento; recurro a madres que me ignoran, llamo a sus criaturas temblorosas y hago lumbre en mi cuarto gritando a voz en cuello: ¡Ancianos, para mis ojos es esta flor remota, solamente para ellos!

Madrigal

El sol ha cedido en la sombra el mar encrespa de repente sus olas Menea los manglares donde flotan cientos de garzas largas como preocupaciones Y tú sales del mar llenas todo el centro del mundo igual que el mediodía Centelleas contra el toldo del bar donde leo el periódico intranquilo donde bebo donde busco la orilla de este siglo de estos tiempos de lucha de hermosura y de escarnio

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Pausa Abro el periódico las puertas respiro y conmigo respira este jardín cerca del mar y el árbol detrás de la ventana se mueve con el ritmo de mi respiración El día de ayer ya es ruina y el espasmo de ayer: piedras que tiemblan ruinas. Ahora duerme a pierna suelta el hombre rana El espía desayuna contento. despreocupado -todas las claves fueron descifradas- en tanto que el radar gira en la torre parece que aletea contra la superficie impávida del cielo

Pero el amor Sea la muerte de capa negra y su aureola de un amarillo intenso y tenga las costumbres que a ella le dé la gana; pero el amor que sea como se practica en los trópicos: cuerpos en pugna con la tenacidad del mediodía, espaldas aplastando la yerba calcinada donde el verano esconde sus pezuñas de pájaro, y humedades mordidas, impacientes, y el rasguño en cal viva bajo el chorro solar.

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Que siempre exista tu cabeza... Que siempre exista tu cabeza a poca altura de la mía Una ciudad soltando pájaros bodas en fin gaviotas en la espuma Que haya un tonel de vino negro como tus ojos y naves altas y limpias como la noche Y tú en medio de todo juntando lo inconexo.

Técnicas del acoso Pueden fotografiarlas junto a un rosal en un jardín etrusco frente a la columnata del Partenón con sombreros enormes entre cactus en México llevando los colores de moda el pelo corto o largo y boinas de través como conspiradores: no cambiarán no dejarán de ser las mismas la barbilla en acecho el rostro de óvalo y los ojos cargados de un persistente desamparo ¿pero qué pensamientos se agitan debajo de las melenas crespas o lacias de estas muchachas que ilustran las revistas de moda? Casi todas son pálidas y están como cansadas

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Las líneas de sus manos son estrictas y melancólicas Mudan cada seis meses de vestidos zapatos peinados y sombreros y yo siempre descubro un rizo fantasmal bajo la onda bermeja No importa que se cubran con pieles de visón o lleven botas de vinilo faldas de cuero o usen nuevas pelucas: siempre las reconozco bajo cualquier disfraz lo mismo que a un espía Además me persiguen en trenes o en aviones sobre todo de noche se benefician con la oscuridad andan de tres en tres a mi espalda a mi lado frente a mí Dos trepan a los árboles con la cámara en la mano otra resbala debajo de un avión con el ojo torcido de las agonizantes y observan y miden mis reacciones para indagar si tiemblo o lloro ante la muerte Que sufra tenga hambre o las desee no les importa Su tarea no es hacer el amor sino ilustrarlo

Última primavera en Moscú Mira esta primavera que ha llegado corriendo y gira sobre las estaciones. Mírala cómo llena las plazas de Moscú.

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¿Qué haces tú, solitario, que no vas a alcanzarla? Gruñón, ¿qué estás haciendo bajo la capa turbia de las imprecaciones? Mírala levantarse en el botón reciente de la rosa, energía del año, perfume entusiasta de los seres. Con la pipa encendida del poeta, tú recuerdas la hora siniestra del invierno que hasta ayer aleteaba en tu hombro sin fuego. Arden las casas en el aire nuevo. Se vuelcan en el río los lastres del invierno. La vida es el retoño que se abre lentamente como se cierra una herida.

El abedul engendra su hoja ciega. Están vibrando hasta los materiales ocultos de los capullos, contrarrestados por cada caminante sin edad. Y el amor es el único elemento. Con la súbita primavera los deseos despiertan como los uros, muy silenciosos, muy sedientos.

Dones

I

No te fue dado el tiempo del amor ni el tiempo de la calma. No pudiste leer el claro libro de que te hablaron tus abuelos. Un viento de furia te meció desde niño, un aire de primavera destrozada. ¿Qué viste cuando tus ojos buscaron el pabellón despejado? ¿Quiénes te recibieron cuando esperabas la alegría? ¿Qué mano tempestuosa te asió cuando extendiste el cuerpo hacia la vida?

No te fue dado el tiempo de la gracia. No se abrieron para ti blancos papeles por llenar. No te acogieron; fuiste un niño confuso. Golpeaste y protestaste en vano.

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Saliste en vano a la calle. Te pusieron un cuello negro y una gorra de luto, y un juego torpe, indescifrable.

No te fue dado el tiempo abierto como un arco hacia la edad de la esperanza. Donde naciste te sacudieron e hicieron mofa de tus ojos miopes; y no pudiste ser testigo en el umbral o el huésped, o simplemente el loco.

En tu patria, sobre su roca, con tanto sol y aire caliente, silbaste largamente hasta herir o soñar; silbaste contra la lejanía, contra el azar, contra la fastidiosa esperanza, contra la noche deslavazada, tonto.

Y sin embargo, tenías cosas que decir: sueños, anhelos, viajes, resoluciones angustiosas; una voz que no torcieron tu demasiado amor ni ciertas cóleras.

No te fue dado el tiempo de aquel pájaro que destruye su forma y reaparece, sino la boca con usura, la mano leguleya, la transacción penosa entre los presidiarios, las cenizas derramadas sobre los crematorios aún alentando, aún alentando.

No te fue dado el tiempo del halcón, (el arco, la piedra lisa y útil) ; tiempo de los oficios, tiempo versado en fuegos sobre la huella de los hombres, sino el año harapiento, Libidinoso en que se queman tus labios con amor.

I

A medianoche, callado y pálido, ¿qué signo buscabas en el cielo?

Bajo un puente de Londres, en el cinematógrafo donde exhibían documentos de la guerra de China,

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¿qué fuerza te llevaba al borde del canal, conversando sobre las rebeliones?

¿Qué sentías en el apartamiento de Hyde Park, lanzado sobre unos labios de tu raza? Un grito te despertaba a medianoche frente a sus ojos que no te podían mirar, que no te podían medir, ni adivinar, ni penetrar, inexpresivos y totales.

I I

América, tú me tragabas a fondo y yo te amaba, tú me arrastrabas con mi niña y con Berta entre las privaciones, y te amaba; tú me ponías nombres y te amaba. No me sentías viajar, en los vagones del invierno, entre las ráfagas de luz de los barrios del Este, y yo te amaba.

¿Me conocías? ¿Me veías pasar desconcertado, con ensueños? ¿Me veías vivir buscando el canto que te ciñera? ¿Me veías cruzar hacia los barrios del Oeste, con Pablo y con Maruja, hacia la plaza de Peter Minuit?

Deambulábamos entre tus calles. Eso era la esperanza. Poco nos importaba quien nos viera. Andábamos con un dialecto suficiente para nuestros fines, como quería Henry James. Nadie nos vio negarte o escupirte.

Tampoco tú me viste, niña mía. Apareciste cuando mis horas necesitaban que llegaras. Apareciste pálida, serena, tan de repente acogida por mi alma, tan simplemente mía. Aún nuestra juventud era el signo feliz.

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Nos protegíamos de los pequeños y oscuros profesores. Ni las lenguas ni el miedo pudieron contenemos. ¡Cómo, de pronto, fuiste todo el amor!

Siempre estabas conmigo. Mirábamos la tarde en los canales correr bajo los puentes seguida por las aguas, perderse en los oscuros remolinos del Hudson. El frío quemaba nuestros ojos, endurecía la yerba, hacía ásperas mis manos. Nos amamos en el tiempo en que debíamos sufrir. (No era el tiempo del amor ni el de la calma). Ahora aquí hay otros cuerpos. No te veo. Yo cruzo sitios desconocidos y tú te alejas en el polvo y el viento, mezclada a extrañas apariciones; tus dedos en mi abrigo prefiguran el viejo escalofrío; y yo camino entre las cosas, siempre detrás de ti, tan fina y ágil.

Y cuando cruje el deshielo, (sé en qué lugar estás, frente a qué nieves) y el pescador en la niebla helada ve ese mundo deshecho, (vivo sobre sus viejas plantas como lo vimos juntos en New England), y la vida sigue nutriendo horror, sueño y blasfemia; niña mía, amor que salvo de la lucha y del caos, te extiendes callada en lo profundo; te agitas en mi cama, bajo mi pecho. Y hasta la impura condición que aviva nuestros cuerpos, quiere hacerse gloriosa.

(Quien me lea mañana, dirá: ¿qué extraño amor fue aquel amor!)

IV

Escucha: la dicha puede renacer. El goce vacila, se alza; de pronto reaparece. Las lámparas iluminan una zona de guerra y otra zona de paz.

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La flor espera en su tallo el tiempo que la rija. Tus propios instantes deciden su temblorosa eternidad. Y a ti no te fue dado el tiempo del amor. El tiempo en que podías ennoblecerte como un niño; entrar, cantar erguido y limpio como un niño frente a la eternidad.

Padres e hijos

I

Y nuevamente en sueños la puerta se abre. El aire aviva lo abatido, lo yerto. Yo entro, yo transcurro invisible, casas desesperadas mías de mi niñez, de mi inocencia.

De cada patio y cada árbol y cada pueblo hemos partido. Transcurrimos apenas entre los varios rostros y partimos. Nunca nos detuvimos en la dicha. En la estación de trenes, entre los campesinos y los álamos, ¡cómo nos pesan la nostalgia y el adiós proferido con rabia mientras nos mira imperturbable el hombrecillo constante de la miseria!

Mi hermana tiene los ojos puestos en los trenes que nos conducen a otro pueblo. (Los códigos se hicieron para estos sobresaltos, los estantes se hicieron para estos sobresaltos.) Mi hermano canta (es el menor) ; puede, incluso, saltar como una piedra

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ligera. El es la única voz que no golpea. Madre, te has puesto ese sombrero, esa pamela que me ilumina como un astro feroz. Padre, tú nos reservas esta edad sin sosiego.

Il

Es en la madrugada. Estoy llorando. Yo sé que en otro cuarto aulláis por mi, mis perros, mis lejanos. Para vosotros no hubo ni tiempo de rescate. Es la prisa de todos los veranos. Sudamos, jadeantes, en las camas, y ellos discuten de miseria, ellos traman la dicha como una sombra clandestina.

Y ese hombre negro que aún se levanta en ciertas noches, ¿lo invento yo, o es verdad que ha cerrado sus dedos en torno a la copa alucinante, a la hora en que un ausente habla por su voz?

¿Qué descifra? ¿Qué nos dice? ¿Qué ordena? ¿Por qué empieza a temblar la cara de mi hermano, los labios de mi hermana, la triste expectativa de mis padres, súbitamente ajenos?

III

Bajo el árbol de güiras, cerca de las raíces, está gritando el daño. Nómbralo, cacatúa de pico férreo.

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Arráncalo, toti; haz garra de tus uñas y vuela; sé tú la única sombra de mi infancia. Destrúyelo, lechuza; un ojo tuyo aleje lo que entierran aquellas manos crueles. Embístelo, cebú, con esos cuernos hasta que suene bien adentro la música que invente mi sosiego. Ahuyéntenlo, mastuerzo, yerbabuena, ave del diablo, ave del paraíso, ave ciega del mundo, ave de mis abuelos en la llanura castellana; oh, madre-agua en el bifocal del pozo donde llaman los jigües; clávense caracoles; mata de güiras, despréndete del goce; déjanos ser, déjanos ser, déjanos ser!

IV

Padre, desnudo vas como la muerte. Tiemblan los huesos de tu cara. Veo en el vapor ardiente de la noche, tus manos desgarrando las raíces, tus dedos explorando, solitarios. Y la luna tan lívida, mis hermanos, mis ojos te vieron; eres ya un claro espanto en la memoria.

V

Dios mío, ten piedad del errante, pues en lo errante está el dolor. Saltimbanquis, viajeros, vagabundos, adiós. Mi amor va con vosotros; se sienta en vuestras mesas, come con vuestros labios secos de ardor, de sed. Dádle un sitio en la magra mochila, un resonar en los zapatos.

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Bésalos, madre, y que sigan. Mi hermano, abrázalos, que siguen. Mi hermana, aposenta en sus lechos, con frío, ese cuerpo de joven y da sentido a tu temblor.

Padre mío, llama mía, puente mío entre mi angustia y mi piedad; mira esta boca nombrar ya para siempre diferente, mira esta sed errante, esta insaciable sed que alimenta mi entraña cada noche. ¡Al alba hay que partir!

Exilios

Madre, todo ha cambiado. Hasta el otoño es un soplo ruinoso que abate el bosquecillo. Ya nada nos protege contra el agua y la noche.

Todo ha cambiado ya. La quemadura del aire entra en mis ojos y en los tuyos, y aquel niño que oías correr desde la oscura sala, ya no ríe.

Ahora todo ha cambiado. Abre puertas y armarios para que estalle lejos esa infancia apaleada en el aire calino; para que nunca veas el viejo y pedregoso camino de mis manos, para que no me sientas deambular por las calles de este mundo ni descubras la casa vacía de hojas y de hombres donde el mismo de ayer sigue buscando soledades, anhelos.

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Mírala tenderse

Mírala tenderse sobre tu cama cuando te yergues. Tiene la forma de tu cuerpo, la prisa de tus manos, tu propio sexo; deja tus huellas y se ahueca como lo hace tu pecho y nunca la oíste respirar y ella conoce el temblor de tu labio, la cuenca de tu ojo, y está latiendo ahora en tu vida y no sabes que es ella tu ansiedad.

Frecuentemente oyes sus pasos como en invierno el soplo de las primeras ráfagas. No has hecho fuego para nadie. No es ella la invitada. A menudo sorprendes un asalto de sombra en los zaguanes y es inútil la presión de tu mano para salvar la llama: siempre quedas a oscuras. Es tarde, pero es ella quien habla con la voz de la errante que cruza los canales y los puertos de la ciudad adonde vas, adonde siempre quieres ir, (¿buscando qué?) y canta en tus oídos la eterna fábula de horror.

Solitaria, constante va junto a ti, vigila tu caída. No le des nombres. No le tiendas trampas. No apresures el paso sobre la tierra.

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No levantes el rostro si ahora sientes un golpe sordo en la escalera.

Gran taladora, cada día del mundo abates nuevos árboles, pero es interminable la floresta.

Puerta de golpe

Me contaba mi madre que aquel pueblo corría como un niño hasta perderse; que era como un incienso aquel aire de huir y estremecer los huesos hasta el llanto; que ella lo fue dejando, perdido entre los trenes y los álamos, clavado siempre entre la luz y el viento.

De tiempo en tiempo, la guerra

De tiempo en tiempo la guerra viene a revelarnos y habituamos a una derrota, pacientes. Y con el ojo seco vemos la ruta por donde apareció la sangre.

De tiempo en tiempo, cuando la guerra da su golpe, todas las puertas lo reciben, y tú escuchabas el llamado y lo confundías con animales queridos súbitamente ciegos. Y en realidad, nunca sonó la aldaba con tanta inminencia,

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no hubo nunca maderos que resistieran golpes tan vehementes.

De tiempo en tiempo, vienes a echarte entre los hombres, lobo habitual, mi semejante.

Retrato del poeta como un duende joven

I

Buscador de muy agudos ojos hundes tus nasas en la noche. Vasta es la noche, pero el viento y la lámpara, las luces de la orilla, las olas que te levantan con un golpe de vidrio te abrevian, te resumen sobre la piedra en que estás suspenso, donde escuchas, discurres, das fe de amor, en lo suspenso

Oculto, suspenso como estás frente a esas aguas, caminas invisible entre las cosas. A medianoche te deslizas con el hombre que va a matar. A medianoche andas en el hombre que va a morir. Frente a la casa del ahorcado pones la flor del miserable. Bajo los equilibrios de la noche tu vigilia hace temblar las estrellas más fijas. Y el himno que se desprende de los hombres como una historia, entra desconocido en otra historia. Se aglomeran en ti formas que no te dieron a elegís, que no fueron nacidas de tu sangre.

II

En galerías por las que pasa la noche;

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en los caminos donde dialogan los errantes; al final de las vías donde se juntan los que cantan, (una taberna, un galpón derruído) llegas de capa negra, te sorprendes multiplicado en los espejos; no puedes hablar porque te inundan con sus voces amadas; no puedes huir porque te quiebran de repente sus dones; no puedes herir porque en ti se han deshecho las armas.

III

La vida crece, arde para ti. La fuente suena en este instante sólo para ti. Todo es llegar, (las puertas fueron abiertas con el alba y un vientecillo nos anima) todo es poner las cosas en su sitio. Los hombres se levantan y construyen la vida para ti. Todas esas mujeres están pariendo, gritando, animando a sus hijos frente a ti. Todos esos niños están plantando rosas enormes para el momento en que sus padres caigan de bruces en el polvo que has conocido ya. Matas, pero tu vientre tiembla como el de ellos a la hora del amor. En el trapecio salta esa muchacha, un cuerpo tenso y hermoso, sólo para ti. Tu corazón dibuja el salto. Ella quisiera caer, a veces, cuando no hay nadie y todo se ha cerrado, pero encuentra tu hombro. Estás temblando abajo. Duermen, pero en la noche lo que existe es tu sueño. Abren la puerta

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en el silencio y tu soledad los conturba. Por la ventana a que te asomas te alegran las hojas del árbol que, de algún modo, has plantado tú.

IV

Hombre: en cualquier sitio, testificando a la hora del sacrificio; ardiendo, apaleado por alguien y amado de los ensueños colectivos; en todas partes como un duende joven, el poeta defiende los signos de tu heredad. Donde tú caes y sangras él llega y te levanta. Concédele una tabla de salvación para que flote al menos, para que puedan resistir sus brazos temblorosos o torpes.

En la tumba de Dylan Thomas

Un sitio donde tumbarse y nada más: el tiempo ahora lo pudre.

No hay el áspero aroma en los vientos de los bosques de Gales y a la hora de escuchar su canción es el sollozo lo que se oye a través de la casa nevada.

Un sitio solamente para tumbarse y nada más: el tiempo eterno que lo pudra.

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Renata

Una noche de agosto, en un circo de Italia, bajo la carpa pobre y rota; ví a Renata: le decían «La Reina de los saltos mortales».

La malla le ajustaba el sexo magro, el flanco débil de muchacha; bajo las luces, su cara pálida era una cara de extranjera.

El payaso palmeaba desde adentro; daba la orden para entrar en escena. Sonaron allá abajo los tambores y Renata saltó.

Ahora, sabedlo: Nunca falló su mano asiendo la otra mano, su pierna asiendo la otra pierna. El músculo siempre respondía.

Hombres, hablad de ella; le decían «La Reina de los saltos mortales».

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Andaba yo por Grecia

Andaba yo por Grecia y en todo creía sentir la huella de Cavafy. Cubierta por la lluvia, coloreada por una tierra parda, ¡qué éxtraña y solitaria Alejandría en la memoria!

Al templo abandonado, a la ciudad perdida, a los mitos, al muro, ¿cómo pudo Cavafy arrancarles el signo de la vida?

En el tren de regreso, cuando volvía de otras ruinas, estaba el campo mudo y el bosque amarillento siempre al final de los caminos; pero no me detuve ante aquel árbol sombrío que ví al pasar, que entró por mi ventana, que aún pone en mis papeles una hilacha sedienta, que aún vela sobre mi amor como un desastre.

En la corte de Luis XIV

Una ventana contra el viento es la noche y los rápidos signos del aire en la negrura, revelan las insignias, la estameña y el hábito.

¡Oh, encerrad a los niños que va a sonar la medianoche! ¡Tapadles los oídos, suprimidles la escena!

En su cama de fieltro el poeta frondoso arde, quemado por las nuevas disposiciones:

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«Para el poeta admitido, tres estatuas, una taberna al sur de Italia, y todos los viajes... »

Infancia de William Blake

I

Mujer de la lámpara encendida, ya velaste tres noches. Miras la llama que tiembla y se achica, y sueñas. ¿Quién puede regresar por la noche de Soho, entre la ennegrecida primavera de Lambeth? Antigua que en la hora final regabas el almizcle para que trascendieran más sus telas, ¿pensabas que otra quemante primavera inundaría también sus tierras, y crecerían allí el hacinamiento y la desidia, y que un viento más ancho que la noche destrozaría las tablas del alero? ¿Pensabas al hablarle del silencio o del tiempo, que era ya algo hecho en el viento que nutría una muda corriente en sus huesos livianos?

II

Sé su temor, girando como tu ala más dichosa, ¡pájaro de susurro y lamentación!

Es la noche. Ya nadie llama.

Pero a través de la ventana cerrada él oye crujir la vaina de aquel árbol, y es como si alguien golpeara. Su más secreto juego se ha llenado de astucia. El ve, desconsolado, en la negra llanura, el humo de las casas que arden de noche, y. el paso de las bestias contra el fuego.

No abras la puerta. No llames.

III

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En la orilla remota, un pájaro hunde en su pecho el pico centelleante. En la orilla remota están gritando. La última barca se desprende.

«Al cobarde hay que dejarlo en la otra orilla...»

Amarra ese viento encantado para que no la mueva. El quiere gritar, su piedra está manchada en sangre de la paloma destruída. ¿No sientes en sus ojos esa oscura desdicha, sitios que no penetra y ama?

De repente es la lluvia, y las ovejas más pequeñas balan. El viento las dibuja en la coliqa, tiritantes.

«Vengan, mis niños; el sol ha desaparecido, y he aquí el rocío de la noche. Vengan, interrumpan sus juegos hasta que la mañana reaparezca en el cielo... »

IV

¿No sientes ese peso de mantenida soledad que flota en las caletas de altas aguas, sobre las garzas muertas, ya para siempre pedregosas?

¿Y el camino del bosque, la cruda, alegre luz del alba en la resina de los troncos; el cuclillo cantando, la guirnalda de robles y de arces y el ruiseñor que sólo puede ser encontrado en el Yorkshire y el cuerno del vena y la hoja verde?

Eso que cae y cruje, ¿es eso viento, es agua entre los árboles, o es sólo el perro destrozando las ratas muertas en el granero abandonado?

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V

Mujer, deja tu lámpara encendida y abre la puerta y cúbrelo. Su sueño interrumpieron los visitantes que a cierta hora se dispersan. «Buenas noches, señora Blake... Oh, fíjese, esa escarcha: la primera del año...» La nieve cubre el techo, crece a la altura del portal, (en Lambeth es así). Y en la profunda casa de madera, ya ni la magia familiar, ni el golpe de la lluvia, ni tus pasos cuando llegan deshabitando el agrio terror de la penumbra, podrían consolar a estos ojos sino el perro del bosque levantando su parda cabeza entre los gansos salvajes.

Eso que cae y cruje, (entre las hojas húmedas hace un ruido solitario y enérgico) del más remoto sitio del mundo te señala Medrosa, detenida en las puertas más lejanas y crueles. Te asustan indudablemente esas llamas. No puedes recordar más que voces difíciles.

VI

Te decían: Los niños como tú, William, serán negados por el ángel; blasfemas, robas en la despensa; tienes la cara sucia; andas siempre con claves y grabados y láminas...

Tú, arqueado el cuerpo, sonreías.

¡Ay, Blake, el siglo veinte no es un simple grabado

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en que batallan el arcángel y el diablo! Es esta trampa en que luchamos, es esta lluvia que nos ciega. Han arrasado las despensas y no hay señales ni claves que no pueda entender el Ministerio de Guerra.

Entra, aún estamos en vela.

Cualquier día me gritan a la puerta: «Un hombre con paraguas, mi señor»

(No puedes conocerlo. Es de esta época)

Cualquier día penetran en mi cuarto. «Mostró insignias, señor»

Cualquier día me obligan a salir a la calle, me apalean; me lanzan como a una rata en cualquier parte.

(Tú no puedes saberlo. Es de la época)

Contra mí testifica un inspector de herejías.

VII

Esta noche me basta tu silenciosa presencia. En mi cabeza turbada tu poesía alumbra mejor que una lámpara sobre mis círculos de miedo.

No me distraigo. Tengo los ojos fijos en la negra ventana. Pasan camiones con soldados, gentes de las líneas de fuego.

En mi casa resuenan las consignas violentas.

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VIII

La vieja profecía que no te pertenece, extiende como el agua tus dominios Y ese viento te borra, ese camino que debes proseguir guarda un instante tu desdicha; esas bestias enanas soportan equipajes de usureros.

Delante de tus ojos el mundo exasperado resplandece.

¡Alegría! Se han perdido todas las llaves, todas las puertas se han cerrado, y las flores anoche se cubrieron de un rocío de vasta anunciación. Los árboles voraces, las flores venenosas mueren al fondo de la verja, entre animales temibles.

Y aquí, William, te han puesto. Aquí la vida te edifica; hay algo aquí, nocturno, que quieres descifrar para mis ojos: símbolos, dones tuyos brillando en lo desposeído. Tu hogar es este mundo de bandidos colocado en el centro de los árboles. Las tablas húmedas de que están hechas nuestras casas, son el olor tormentoso de tu alma.

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¡Alumbra, Blake, esta sencilla majestad!

IX

Abre la puerta, y en la alta noche, sale.

Síguelo, perro del otoño, lame esa mano, el hueso conmovido de la última piedad; síguelo, ¡Oh centro pedregoso del otoño, animal del otoño, centro grave, robusto del otoño!

Es el desesperado, recién salido, pálido desertado de tus tardes.

X

Noche, tú de algún modo le conoces. Por unas cuantas horas permite, al fin, dormir a William Blake. Cántale, susúrrale un fragante cuento; déjalo reposar en tus aguas, que despierte remoto, sereno, madre, en tu heredad de frío.

Pancarta para 1960

Usureros, bandidos, prestamistas, adiós. Os ha borrado el fuego de la Revolución.

Las manos populares os han segado de tal modo que nunca habréis de renacer.

Para vosotros terminó. Para vosotros, muerte; y si queréis, amén.

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Los que sudaban frente al horno, siglo tras siglo; los que sangraban soplan hoy las hogueras donde arden los tributos, los papeles de usura y privilegio.

Mirad sus hijos que os contemplan. No véis furia en sus ojos. Ellos son las razones para estos padres justicieros.

Como un animal A César Leante

Como un animal viniste a lamer a lo largo de mi vida para verme escribir o desertar cada mañana.

Por las noches viniste a traicionarme, a escupir sobre mi cara, a morderme.

Miseria, mi animal, ya hemos hecho justicia.

Entre los cubos de basura de mi pueblo, sin nada que comer en el fondo; entre las gatas que me miraban con tus ojos y el dolor de una vida que me escocía para perderme, tú te instalabas cada noche.

Ahora puedo mentarte con piedad, ahora mi mano

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se hunde en la Revolución y escribe sin rencores; ahora golpeo la mesa con un puño alegre y seguro.

¡Ya hemos hecho justicia!

Ahora que estás de vuelta

Dime, ahora que estás de vuelta y trabajando de modo que el tuyo no sea más un corazón de elegía, ¿ves crecer las ciudades con tus ojos habituados al resplandor de los desastres? ¿Oyes nacer los himnos del amor y el trabajo con tus oídos rotos por tanta furia y tanta muerte? ¿Podrías describir el tamaño del pueblo con tu lengua de imágenes perecederas? ¿Has puesto entre las nobles y útiles de tu gente, esas manos que tiemblan, que sólo sabían escribir «me muero»?

El justo tiempo humano

¡Mira la vida al aire libre! Los hombres remontan los caminos recuperados y canta el que sangraba.

Tú, soñador de dura pupila, rompe ya esa guarida de astucias y terrores. Por el amor de tu pueblo, ¡despierta! El justo tiempo humano va a nacer.

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El árbol

Estoy mirando cómo creció este árbol.

Ayer mismo – separando los grumos de la tierra – lo plantamos, amor, (era el último surco) y te volviste hacia mi cuerpo sudoroso y murmuraste el nombre de este árbol que hoy levanta su tamaño sonoro contra el viento.

Así sea la vida que soñamos.

Así sean los árboles que otras manos sencillas coloquen cada día en las tierras del mundo. Así sea la música del hombre, verde y serena y resonante.

Lo mejor es cantar desde ahora

Lo mejor es que empiece a cantar desde ahora la alegría de los sueños cumplidos y me olvide del mundo de mis antepasados. Ellos a la ceniza. Yo a la vida. Siempre anduve entre nieblas como un idiota. No pudo ser de otra manera. No es posible que en un pecho de hombre quepa tanta maldad. Mañana limpiaré la trastienda y saldré a la calle y al doblar una esquina cualquiera podrá verme lanzar los objetos que elaboré en las noches con mis uñas de gato. Mi orgullo será ver a las viejas orinarse de risa cuando vean tremolar mi chaleco de feria;

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mi alegría que los niños destrocen mi careta y mi barba. Porque nadie dedicó más vehemencia – en el peor instante – a ensayar este paso de atleta, este nuevo redoble de tambor. Los himnos y los trenos pertenecen al tiempo de los cadáveres esbeltos con su hilillo de sangre entre los labios y el desgarrón de lanza, dignos de la elegía. Entonces el poeta era la plañidera que se esforzaba por conmover las multitudes. Pero hoy heredamos este muñón sin dueño, este ojo abierto en la escudilla. Y hay que exaltar la vida, sin embargo, apartar la basura, y cantar la alegría de los sueños cumplidos, pero con buena música de fondo; de violín, si es posible, que es el instrumento adecuado: agudo, recto como un arma.

Canción del juglar

General, dein Tank ist ein Starker Wagon. BRECHT

General, hay un combate entre sus órdenes y mis canciones. Persiste a todas horas: noche, día. No conoce el cansancio ni el sueño. Un combate que lleva muchos años, tantos, que mis ojos no han visto nunca un amanecer en donde no estuvieran usted, sus órdenes, sus armas, su trinchera. Un combate lujoso en donde, estéticamente hablando, se equiparan mi harapo y su guerrera. Un combate teatral.

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Le haría falta un brillante escenario donde los comediantes pudieran llegar de todas partes haciendo mucho ruido como en las ferias y exhibiendo cada uno su lealtad y su coraje. General, yo no puedo destruir sus flotas ni sus tanques ni sé qué tiempo durará esta guerra; pero cada noche alguna de sus órdenes muere sin ser cumplida y queda invicta alguna de mis canciones.

La bella durmiente

Nos va a costar trabajo despertarla, tan sumida en su sueño por donde llegan príncipes de las adolescentes, acorralados por las luces de tránsito y la capa chispeante como el ojo engrasado de los ferroviarios. Inútil que hagas sonar el claxon junto a la enredadera de la ventana. No va a asomarse. Gritar con las dos manos en forma de bocina no bastará para que por lo menos mueva el párpado sonrosado. Ahora seguramente resbala por el sueño. De niña se dormía por encima del ruido de los alto- parlantes, frente a las luces de los anuncios de neón. Nos va a costar trabajo despertarla porque está acostumbrada a los estruendos. Cuanto más ruido más vive en su interior, más acaricia la sortija, alelada. Trabajo va a costarnos, vuelta como ahora está hacia los traspatios de la niñez donde un montón de brujas le tiran de las trenzas. ¿Quiénes somos nosotros para venir a despertarla?

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Nota

Para los cazadores de lo maravilloso tengo muy pocas cosas que dar. Yo no poseo magias. No envidio a los que tienen una magia. Tampoco me interesan los cristales cifrados donde se transparenta el himno sucesivo que me plagian o plagio. Me queda ese Brancusi de la pared manchada, palabras que acuden cuando hablo, neutras y desprovistas de ilusión. Centellean no porque yo las pula con trapos de metal, las encuentro a la diabla, entre las calles, tontas alegres como niños.

El que regresa a las regiones claras

Ya dije adiós a las casas brumosas colocadas al borde de los desfiladeros como el montón de heno en la pintura flamenca, y adiós también a las mujeres que más de una vez me conmovieron – sobre todo aquéllas de ojos color de malaquita –, y los trineos quedaron colgando como gárgolas inservibles en las ventanas que desde ayer están cerradas. Porque el sol me ha curado. No vivo del recuerdo de ninguna mujer, ni hay países que puedan vivir en mi memoria con más intensidad que este cuerpo que reposa a mi lado. El sitio – además – donde mejor puede permanecer un hombre es en su patio, en su casa, sin gentes melancólicas que acechen en los muelles la carne atroz de las pesadillas. Un nuevo día entra por la ventana – estallante, de trópico –.

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El espejo del cuarto multiplica su resplandor. Yo estoy desnudo al lado de mi mujer desnuda, encerrados en esta luz de acuario; pero éste que huye a través del espejo, con bufanda y abrigo, escaleras abajo; el que saluda a toda prisa a la portera y entra en un comedor atiborrado y se sienta a observar la fachada de una estación de trenes que el invierno devora con su lluvia podrida como un estercolero, es mi último espejismo que ya ha curado el sol, el último síntoma de aquella enfermedad, afortunadamente transitoria.

La rosa, sus espectros

(Rilke)

Encima está la rosa y debajo la espina. Cuando Rilke se inclina para coger la rosa, el pobre no adivina que su espectro lo acosa y transfigura, porque toda hermosura es esplendor y ruina.

Con sólo abrir los ojos

Este jardín, plantado a unos metros del río, le dio cobija, bajo el viento de lluvia, a esta lechuza enferma, alastrada en el fango como un saboteador. Y ese gajo de Aroma, con la flor amarilla

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y la espina oculta, le desgarró la ubre a la vaca vieja, y la palma, partida por el rayo, negrea río abajo en la corriente. Así teje la vida sus coronas de laurel y hojalata, arqueada como una costurera sobre la realidad, uniendo sus retazos oscuros y brillantes. De esta manera – no de otra – se hacen las catedrales y las bodas: con sangre de tísicos y con sangre de desposadas. Con sólo abrir los ojos descubres que existe una belleza abominable hasta en el paisaje.

Recuerdo de Wallace Stevens en la Florida

Ahora está hirviendo el mar, y si pudieras estar conmigo sé que me dirías que arde sólo la imagen En una lengua en que es vicio lo abstracto tú afirmaste lo abstracto de los mundos soleados casi imposibles de atrapar. Yo he visto los jardines deshechos, los residuos de la flora acosada. Hay un continuo, un orden que envuelve este paisaje donde es vestigio el árbol del axioma del árbol. Tríptico sin verdura, líneas pétreas, aguas que se repiten, que interrogan, y la sola respuesta es la colina de roca sumergida, la chatarra en la arena, el gluglú de la sombra.

Los barcos han zarpado, de pronto se convierten en una matemática sin brío, en números de aire, igual que las sombrillas rezagadas. Ningún fantasma argulle cuentas aquí con la intemperie. Ningún cuerpo de luz se diluye en el mar mejor que en tu poema.

Si alguien habló la lengua de los sobrevivientes fuiste tú que fundiste los helechos nevados de New Hampshire con la vibrante vastedad del sur. No eres el huésped indeseable que nos saca de quicio

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sino la forma del océano, el temblor de esa ola que se hace ola en la palabra.

Allan Marquand espera a su compañero de tenis en el campo sur

Alguien debió llegar, pero ¿quién lo asegura, si en el retrato sólo aparece el anfitrión, todo de blanco, la raqueta en la mano, la gorra pulcra, un joven simplemente sentado en el sillón, que mira distraído, como si el siglo no conociera el desconcierto? Princeton, entonces, era una clara estampa casi bucólica; lo atestigua esta casa rodeada de verdura; la enredadera, asida a la pared de piedra, ¿cómo hubiera podido amenazar toda esta mansedumbre?

Y el que debió llegar ¿dónde se oculta? Quizás su nombre esté en el mármol de los muertos del pueblo en los lejanos campos de batalla. La época exigió una marca de fuego también, un sacrificio que Allan Marquand no pudo presentir.

Noche de invierno

¿Dónde estarán metidos la ardilla y el mapache? ¿Dónde el loco del pueblo que dejaba su mochila en Witherspoon, frente a la biblioteca y conversaba en voz alta con ángeles o dioses? ¿Dónde el bibliotecario gélido como un pez, con su capa española y el vestigio de un clásico chileno? ¿A quién aúlla mi perro a medianoche si afuera sólo hay árboles y nieve?

El cementerio de Princeton

Un pueblo puede ser la feliz reunión de muchos seres, pero es también un escrutinio constante de la muerte.

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De pronto se ilumina una casa, se agitan las persianas, se oye el ruido de alguien que sube aprisa una escalera, y ahí nos queda otra víctima, un álgebra vacía. Las lápidas irregulares conviven aquí con nuestras jornadas. El horario de nuestras vidas salta sobre esta yerba rala donde un rastrillo quita las hojas caídas. Nada de esto suscitará el insomnio. Nuestra vigilia es sólo riña de la ansiedad o de la bancarrota. Ni siquiera el joven sepulturero, ni el que maneja la cortadora, distraído, al lado de las tumbas se sienten los guardianes de estos muertos. Oh Dios, dínos dónde, por qué. No sólo hay un miércoles de ceniza en nuestra vida. Hacia ese camposanto todo el mundo camina con el mismo miedo, los mismos ojos, los mismos pies.

Criatura de Otoño

Ni una sola amenaza prueba la incongruencia de tus dones y el viento en Tenafly. He llegado hasta aquí tarde en la noche apegado a la vida, indoblegable. Nada hay de ayer. No hay más que ramas y la claridad bermeja de las hojas. Todo camino es interperie. Ningún techo lo cubre. Tú eres aún el sueño y la blasfemia con que opera la fe, pasión de lo invisible que retorna, mi gran amor, mi último amor, eco imperecedero donde habita la lucidez de nuestra época, poliedro estricto como la eternidad. No te arrepientas.

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Dossier Padilla

Paisaje con Heberto Padilla

Por Belkis Cuza-Malé Escribo este artículo el 24 de septiembre. Llevo semanas pensando en lo que quiero escribir de él, quiero decir, de Heberto Padilla. Un día como hoy, hace seis años, murió de un aparente ataque al corazón (¿o lo mataron?). Estaba solo en su apartamento de Auburn, en Alabama, y hacía poco más de un mes que había venido a visitar a Ernesto, nuestro hijo, y a mí a Fort Worth. Y un día antes de morir, como

hacía siempre desde que enseñaba en esa universidad, me llamó para conversar un rato. Recuerdo en especial su buen ánimo de entonces, y lo bien, decía, que se estaba sintiendo. También me aseguró que después de diciembre regresaría a Fort Worth para comprar una casita cerca de la mía y establecerse aquí, como yo le había estado pidiendo desde hacía cinco años cuando decidimos separarnos, después de un matrimonio de casi tres décadas. No fuimos nunca una pareja al uso. Nos tocaron tiempos difíciles, pero compartimos alegrías y tristezas --y un gran amor: ahí están sus poemas-- con la certidumbre de que nada podía separarnos, ni siquiera los ingentes esfuerzos de la Seguridad cubana, ni sus atroces métodos, como el de aquella siquiatra de esa institución represiva que me conminó, a raíz del ''caso Padilla'', a que abortara, aduciendo que yo no estaba capacitada mentalmente para tener otro hijo. De haber seguido sus malévolas ''orientaciones profesionales'', mi hijo Ernesto no hubiera nacido. Como les digo, no es fácil ser una pareja de escritores oprimidos por la dictadura comunista, con la policía secreta visitándonos una vez por semana durante años, el teléfono intervenido, y vigilados como delincuentes peligrosos. Y no era fácil lidiar con la depresión y el ostracismo, con la ausencia casi absoluta de amigos, y el dogal al cuello. Pero yo inventé métodos para escapar de aquella fea realidad, y sostenida por la fuerza que encontré en Dios, y la visión de algunos textos de metafísica que me facilitaba el increíble Joseíto, mi maestro espiritual, nuestro exilio interior se convirtió en una experiencia casi renovadora. Recuerdo que le propuse a Heberto que empezásemos a escribir cada uno una novela (bastaría con dos cuartillas al día) y ejercicios para mantenernos sanos, física y mentalmente. De aquella apuesta a la recuperación emocional, para contrarrestar la resaca incesante del llamado Caso Padilla, nació mi novela Aventuras de Juan y Juana, todavía inédita y que hace dos años rechazó una editorial de Barcelona, deseándome buena suerte. Nadie que yo sepa ha leído esa novela, salvo el escritor mexicano Carlos Fuentes, quien en 1975 fue jurado de un concurso adonde logré hacer llegar desde Cuba el manuscrito. No me dieron nada, ni una mención, pero luego encontré (¡creo en las coincidencias!) que Terra Nostra, de Fuentes, tenía ideas en los capítulos finales muy parecidas a la mía. De esa temporada salieron los poemas de Heberto de El hombre junto al mar, luego

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publicados por Seix Barral. Pero no logré, por supuesto, que hiciera ejercicios ni mucho menos que se interesara por mis lecturas metafísicas. Sin embargo hizo amistad entrañable con Joseíto. Voy a contarles un secreto (no tan secreto ya). Más que las torturas que sufrió en la Seguridad del Estado, Heberto decidió hacer aquella espantosa autocrítica luego de que nuestro interrogador, el teniente Pedro Alvarez Lugo (más tarde parte del juicio contra el general Ochoa), le hizo oír la grabación del interrogatorio que me hicieron en los cuarteles de la Seguridad. Heberto no sabía que yo también estaba detenida. Luego, ya ambos en liberdad, fui yo la que le rogué a Heberto me dejase a mí también participar en el denigrante mea culpa del 27 de abril en la Union de Escritores. No, él no me acusó a mí de nada. Por eso, en diciembre de 1978, cuando fui llamada al despacho de Fidel Castro, tras una carta mía acusatoria a la Seguridad del Estado, y me recibió su secretario particular, el doctor Chomy Miyar Barruecos, no podía creer lo que estaba oyendo: ``En primer lugar, el comandante en jefe me ha pedido que le diga que la revolución --y no dejaba de mirarme fijamente-- reconoce que ha cometido un error con ustedes y que está dispuesta a rectificar, y quiere que usted se lo trasmita así a su esposo. Y, en segundo lugar, el comandante en jefe quiere que Padilla sepa que la revolucion está dispuesta a darle todo lo que él pida, todo, óigame bien (y recalcó todo) a cambio de que no abandone el país''. Nunca he sido valiente, pero no sé de dónde me salieron las palabras para ripostarle: ''Mire --le contesté--, yo no puedo decirle a un hombre que ha sufrido tanto, y que lo único que quiere es irse del país, que acepte esa oferta. Usted tiene que llamarlo y decírselo personalmente''. Tampoco sé cómo salí de la cueva del lobo, pues estaba en el llamado Palacio de la Revolución, en las mismas oficinas de Fidel Castro. No sólo lo había oído retractarse de un gravísimo error, sino sabía ya de primera mano que era capaz de intentar comprar a cualquiera. Hoy Heberto está muerto, algunos todavía lo siguen considerando un cobarde, pero yo, que lo amé como nadie y compartí su vida (y también su muerte), puedo asegurarles que un día Cuba rescatará su memoria del ultraje y la vergüenza que lo llevaron a una

temprana muerte. Su obra es quizás el mayor bofetón que esa revolucion ha recibido jamás de un escritor. Pero es también el hermoso homenaje de un gran poeta a su patria, de un poeta que siempre ha vivido en Cuba.

Declaración de la UNEAC acerca de los premios otorgados a Heberto Padilla en Poesía y Antón Arrufat en Teatro (fragmentos) *

15 de noviembre de 1968

El día 28 de octubre de este año se reunieron en sesión conjunta el comité director de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y los jurados extranjeros y nacionales designados por ella en

el concurso literario que, como en años anteriores, tuvo lugar en éste. El fin de dicha reunión era el de examinar juntos los premios otorgados a dos obras: en poesía, la titulada "Fuera del juego", de Heberto Padilla, y en teatro, "Los siete contra Tebas", de Antón Arrufat. Ambas ofrecían puntos conflictivos en un orden político, los cuales no

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habían sido tomados en consideración al dictarse el fallo, según el parecer del comité director de la Unión. Luego de un amplísimo debate, que duró varias horas, en el que cada asistente se expresó con entera independencia, se tomaron los siguientes acuerdos, por unanimidad:

1. Publicar las obras premiadas de Heberto Padilla en poesía y Antón Arrufat en teatro. 2. El comité director insertará una nota en ambos libros expresando su desacuerdo con los mismos por entender que son ideológicamente contrarios a nuestra Revolución. 3. Se incluirán los votos de los jurados sobre las obras discutidas, así como la expresión de las discrepancias mantenidas por algunos de dichos jurados con el comité ejecutivo de la UNEAC.

En cumplimiento, pues, de lo anterior, el comité director de la UNEAC hace constatar por este medio su total desacuerdo con los premios concedidos a las obras de poesía y teatro que, con sus autores, han sido mencionados al comienzo de este escrito. La dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento de los principios que informan nuestra Revolución, uno de los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados o abiertos como -- y son los más peligrosos -- de aquellos otros que utilizan medios más arteros y sutiles para actuar. El IV Concurso Literario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, tuvo lugar en momentos en que alcanzaban en nuestro país singular intensidad ciertos fenómenos típicos de la lucha ideológica, presentes en toda revolución social profunda. Corrientes de ideas, posiciones y actitudes cuya raíz se nutre siempre de la sociedad abolida por la Revolución, se desarrollaron y crecieron, plegándose sutilmente a los cambios y variaciones que imponía un proceso revolucionario sin acomodamientos ni transigencias. El respeto de la revolución cubana por la libertad de expresión, demostrable en los hechos, no puede ser puesto en duda. Y la Unión de Escritores y Artistas, considerando que aquellos fenómenos desaparecerían progresivamente, barridos por un desarrollo económico y social que se reflejaría en la superestructura, autorizó la publicación en sus ediciones de textos literarios cuya ideología, en la superficie o subyacente, andaba a veces muy lejos o se enfrentaba a los fines de nuestra revolución. Esa tolerancia que buscaba la unión de todos los creadores literarios y artísticos, fue al parecer interpretada como un signo de debilidad favorable a la intensificación de una lucha cuyo objetivo último no podía ser otro que el intento de socavar la indestructible firmeza ideológica de los revolucionarios. En los últimos meses hemos publicado varios libros, en los que en dimensión mayor o menor y por caminos diversos, se perseguía idéntico fin. Era evidente que la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta comienza a ser libertad para la expresión contrarrevolucionaria, estaba siendo considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas, producto siempre del abandono de los principios. Y esta interpretación es inadmisible, ya que nadie ignora, en Cuba o fuera de ella que la característica más profunda y más hermosa de la revolución cubana, es precisamente su respeto y su irrenunciable fidelidad a los principios que son raíz profunda de su vida. Como dijimos en dos de los seis géneros literarios concursantes, Poesía y Teatro, la Dirección de la Unión encontró que los premios habían recaído en obras construidas sobre elementos ideológicos francamente opuestos al pensamiento de la Revolución. En el caso del libro de poesía, desde su título: "Fuera del juego", juzgado dentro del contexto general de la obra, deja explícita la autoexclusión de su autor de la vida

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cubana. Padilla mantiene en sus páginas una ambigüedad mediante la cual pretende situar, en ocasiones, su discurso en otra latitud. A veces es una dedicatoria a un poeta griego, a veces una alusión a otro país. Gracias a este expediente demasiado burdo cualquier descripción que siga no es aplicable a Cuba, y las comparaciones sólo podrán establecerse en la "conciencia sucia" del que haga los paralelos. Es un recurso utilizado en la lucha revolucionaria que el autor quiere aplicar ahora precisamente contra las fuerzas revolucionarias. Exonerado de sospechas, Padilla puede lanzarse a atacar la revolución amparado en una referencia geográfica. Aparte de la ambigüedad ya mencionada, el autor mantiene dos actitudes básicas: una criticista y otra antihistórica. Su criticismo se ejerce desde un distanciamiento que no es el compromiso activo que caracteriza a los revolucionarios. Este criticismo se ejerce además prescindiendo de todo juicio de valor sobre los objetivos finales de la Revolución y efectuando transposiciones de problemas que no encajan dentro de nuestra realidad. Su antihistoricismo se expresa por medio de la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de derecha, y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución. En estos textos se realiza una defensa del individualismo frente a las necesidades de una sociedad que construye el futuro y significa una resistencia del hombre a convertirse en combustible social. Cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos quien desmembra al individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana de hoy, el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad. Esta defensa del aislamiento equivale a una resistencia a entregarse en los objetivos comunes, además de ser una defensa de superadas concepciones de la ideología liberal burguesa. Sin embargo para el que permanece al margen de la sociedad, fuera del juego, Padilla reserva sus homenajes. Dentro de la concepción general de este libro el que acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna. En la conciencia de Padilla, el revolucionario baila como le piden que sea el baile y asiente incesantemente a todo lo que le ordenan, es el acomodado, el conformista que habla de los milagros que ocurren. Padilla, por otra parte, resucita el viejo temor orteguiano de las "minorías selectas" a ser sobrepasadas por una masividad en creciente desarrollo. Esto tiene, llevado a sus naturales consecuencias, un nombre en la nomenclatura política: fascismo.

.......................................................................................................................................

......... Resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre sea encasillada en acusaciones como "el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche", el terror que no puede ocultarse en el viento de la torre Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta "culto en los más oscuros crímenes de Stalin", los cincuenta años que constituyen un "círculo vicioso de lucha y de terror", el millón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera. Si en definitiva en el proceso de la revolución soviética se cometieron errores, no es menos cierto que los logros -- no mencionados en "El abedul de hierro" --, son más numerosos, y que resulta francamente chocante que a los revolucionarios bolcheviques, hombres de pureza intachable, verdaderos poetas de la transformación social, se les

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sitúe con falta de objetividad histórica, irrespetuosidad hacia sus actos y desconsideración de sus sacrificios. Sobre los demás poemas y sobre estos mencionados, dejemos el juicio definitivo a la conciencia revolucionaria del lector que sabrá captar qué mensaje se oculta entre tantas sugerencias, alusiones, rodeos, ambigüedades e insinuaciones. Igualmente entendemos nuestro deber señalar que estimamos una falta de ética matizada de oportunismo que el autor en un texto publicado hace algunos meses, acusara a la UNEAC con calificativos denigrantes, y que en un breve lapso y sin que mediara una rectificación se sometiera al fallo de un concurso que esta institución convoca. También entendemos como una adhesión al enemigo, la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Revolución. En última instancia concurren en el autor de este libro todo un conjunto de actitudes, opiniones, comentarios y provocaciones que lo caracterizan y sitúan políticamente en términos acordes a los criterios aquí expresados por la UNEAC, hechos que no eran del conocimiento de todos los jurados y que alargarían innecesariamente este prólogo de ser expuestos aquí. En cuanto a la obra de Antón Arrufat, "Los siete contra Tebas", no es preciso ser un lector extremadamente suspicaz, para establecer aproximaciones más o menos sutiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria. Es por esos caminos como se identifica a la "ciudad sitiada" de esta versión de Esquilo con la "isla cautiva" de que hablara John F. Kennedy. Todos los elementos que el imperialismo yanqui quisiera que fuesen realidades cubanas, están en esta obra, desde el pueblo aterrado ante el invasor que se acerca (los mercenarios de Playa Girón estaban convencidos que iban a encontrar ese terror popular abriéndoles todos los caminos), hasta la angustia por la guerra que los habitantes de la ciudad (el Coro), describen como la suma del horror posible, dándonos implícito el pensamiento de que lo mejor sería evitar ese horror de una lucha fratricida, de una guerra entre hermanos. Aquí también hay una realidad fingida: los que abandonan su patria y van a guarecerse en la casa de los enemigos, a conspirar contra ella y prepararse para atacarla, dejan de ser hermanos para convertirse en traidores. Sobre el turbio fondo de un pueblo aterrado,Etéocles y Polinice dialogan a un mismo nivel de fraterna dignidad. Ahora bien: ¿a quién o a quiénes sirven estos libros? ¿Sirven a nuestra revolución, calumniada en esa forma, herida a traición por tales medios? Evidentemente, no. Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba. Prueba de ello son los comentarios que esta situación está mereciendo de cierta prensa yanqui y europea occidental, y la defensa, abierta unas veces y "entreabierta" otras, que en esa prensa ha comenzado a suscitar. Está "en el juego", no fuera de él, ya lo sabemos, pero es útil repetirlo, es necesario no olvidarlo. ......................................................................................................................

En resumen: la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados. Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o encubiertos y por nuestros amigos confundidos, como un signo de endurecimiento. Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la Revolución, porque

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significa su profundización y su fortalecimiento al plantear abiertamente la lucha ideológica.

COMITÉ DIRECTOR DE LA UNIÓN DE ESCRITORES Y ARTISTAS DE CUBA

La Habana, 15 de noviembre de 1968 "Año del Guerrilero Heroico"

Intervención de Heberto Padilla en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el martes 27 de abril de 1971 (fragme ntos)

Padilla, arrestado el 20 de marzo de 1971, fue puesto en libertad el Padilla, arrestado el 20 de marzo de 1971, fue puesto en libertad el Padilla, arrestado el 20 de marzo de 1971, fue puesto en libertad el Padilla, arrestado el 20 de marzo de 1971, fue puesto en libertad el martes 27 de abril enmartes 27 de abril enmartes 27 de abril enmartes 27 de abril en las primeras horas de la madrugada. Esa misma las primeras horas de la madrugada. Esa misma las primeras horas de la madrugada. Esa misma las primeras horas de la madrugada. Esa misma noche, ante una reunión de la UNEAC, pronunció la "autocríticanoche, ante una reunión de la UNEAC, pronunció la "autocríticanoche, ante una reunión de la UNEAC, pronunció la "autocríticanoche, ante una reunión de la UNEAC, pronunció la "autocrítica----confesión" de la que bastan unos fragmentos para tener una idea de confesión" de la que bastan unos fragmentos para tener una idea de confesión" de la que bastan unos fragmentos para tener una idea de confesión" de la que bastan unos fragmentos para tener una idea de las monstruosas presiones que se ejercieron sobre él y, al mismo las monstruosas presiones que se ejercieron sobre él y, al mismo las monstruosas presiones que se ejercieron sobre él y, al mismo las monstruosas presiones que se ejercieron sobre él y, al mismo tiempo, de la tiempo, de la tiempo, de la tiempo, de la ironía con que, en ese mismo momento, desenmascaró ironía con que, en ese mismo momento, desenmascaró ironía con que, en ese mismo momento, desenmascaró ironía con que, en ese mismo momento, desenmascaró los manejos stalinistas de su interrogatorio a que lo sometieron "la los manejos stalinistas de su interrogatorio a que lo sometieron "la los manejos stalinistas de su interrogatorio a que lo sometieron "la los manejos stalinistas de su interrogatorio a que lo sometieron "la Dirección de la Revolución" y los "compañeros" de la Seguridad del Dirección de la Revolución" y los "compañeros" de la Seguridad del Dirección de la Revolución" y los "compañeros" de la Seguridad del Dirección de la Revolución" y los "compañeros" de la Seguridad del Estado.Estado.Estado.Estado.

Compañeros, desde anoche a las doce y media, más o menos, la Dirección de la Revolución me puso en libertad, me ha dado la oportunidad de dirigirme a mis amigos y compañeros escritores sobre una serie de aspectos a los que seguidamente yo me voy a referir. Yo quiero aclarar que esta reunión, que esta conversación, es una solicitud mía. Que esta reunión ustedes saben perfectamente que la Revolución no tiene que imponérsela a nadie. Yo hice un escrito y yo lo presenté a la Dirección de nuestro Gobierno Revolucionario, yo planteé la necesidad de explicar una serie de puntos de vistas míos, de actividades y actitudes mías, delante de ustedes que son mis compañeros, porque creo que la experiencia mía puede tener algún valor, yo diría que un interesante, un ejemplar valor para muchos de mis amigos y de mis compañeros. Ustedes saben perfectamente que desde el pasado 20 de marzo yo estaba detenido por la Seguridad del Estado de nuestro país. Estaba detenido por contrarrevolucionario. Por muy grave y por muy impresionante que pueda resultar esta acusación, esa acusación estaba fundamentada por una serie de actividades, por una serie de críticas... Críticas -- que es una palabra a la que quise habituarme en contacto con los compañeros de Seguridad -- no es la palabra que cuadra a mi actitud, sino por una serie de injurias y difamaciones a la Revolución que constituyen y constituirán siempre mi vergüenza frente a esta Revolución. Yo he tenido muchos días para reflexionar, en Seguridad del Estado. Yo quiero decirles a ustedes algunas cosas sobre mi actitud que muchos de ustedes pueden sentirse sorprendidos de oírme no porque muchos de ustedes las ignorasen, sino porque muchos de ustedes pueden creer que sea yo capaz de reconocerlas en público. Es decir, no es tanto el hecho de mis actitudes, de mis actividades, como mi disposición a hablar de ellas lo que puede constituir una sorpresa. Yo he cometido muchos errores, errores realmente imperdonables, realmente censurables, realmente incalificables. Y yo me siento verdaderamente ligero, verdaderamente feliz después de toda esta experiencia que he tenido, de poder reiniciar mi vida con el espíritu con que quiero reiniciarla. Yo pedí esta reunión, y yo no me cansaré nunca de aclarar que la pedí, porque yo sé

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que si alguien hay suspicaz es un artista y un escritor. Y no en Cuba solamente, sino en muchos sitios del mundo. Y si he venido a improvisarla y no a escribirla -- y estas noticias no significan absolutamente nada, estas noticias son siempre la cobardía del que cree que va a olvidar un dato --, si he venido a improvisarla es precisamente por la confianza que la Revolución tiene, durante todas las conversaciones que hemos tenido durante estos días pasados, de que yo voy a decir la verdad. Una verdad que realmente me costó trabajo llegar a aceptar -- debo decirlo --, porque yo siempre preferí mis justificaciones, mis evasivas, porque yo siempre encontraba una justificación a una serie de posiciones que realmente dañaban a la Revolución. ........................................................................................................................................ .............. Porque el error de muchos escritores es creerse como un desafecto vulgar, como un contrarrevolucionario eso; no de todos, afortunadamente, porque hay excepciones honrosas que afortunadamente han llevado adelante la posición moral de nuestros escritores, pero sí de muchos, y yo diría que de la mayoría de nuestros escritores y de nuestros artistas. ........................................................................................................................................ Yo, compañeros, como he dicho antes, he cometido errores imperdonables. Yo he difamado, he injuriado constantemente a la Revolución, con cubanos y extranjeros. Yo he llegado sumamente lejos en mis errores y en mis actividades contrarrevolucionarias -- no se le puede andar con rodeos a las palabras --. Yo, cuando fui a Seguridad, sobre todo tenía la tendencia a tenerle miedo a esa palabra, como si esa palabra no tuviese una carga muy clara y un valor muy específico, ¿no? Es decir, contrarrevolucionario es el hombre que actúa contra la Revolución, que la daña. Y yo actuaba y yo dañaba a la Revolución. A mí me preocupaba más mi importancia intelectual y literaria que la importancia de la Revolución. Y debo decirlo así. En el año 1966, cuando yo regresé de Europa a Cuba, yo puedo calificar ese regreso como la marca de mi resentimiento. [..................] Lo primero que yo hice fue atacar a Lisandro. Le dije horrores a Lisandro Otero. ¿Y a quién defendí yo? Yo defendí a Guillermo Cabrera Infante. ¿Y quién era Guillermo Cabrera Infante, que todos nosotros conocemos? [....] Y lo primero que hice fue defender a Guillermito, que es un agente declarado, un enemigo declarado de la Revolución, un agente de la CIA, defenderlo contra Lisandro Otero. Defenderlo ¿por qué? Defenderlo en nombre de valores artísticos. ¿Y qué valores artísticos excelentes y extraordinarios puede aportar la novela de Guillermo Cabrera Infante, Tres Tristes Tigres? ................................ ......................................................................................................................................... A mí me gustaría que Guillermo Cabrera Infante no fuera un contrarrevolucionario, y me gustaría que su talento estuviese al servicio de la Revolución. Pero, como decía Martí, la inteligencia no es lo mejor del hombre. Y si algo yo he comprendido entre los compañeros de Seguridad del Estado, que me han pedido que no hable de ellos porque no es el tema el hablar de ellos sino el hablar de mí, yo he aprendido en la humildad de estos compañeros, en la sencillez, en la sensibilidad, el calor con que realizan su tarea humana y revolucionaria, la diferencia que hay entre un hombre que quiere servir a la Revolución y un hombre preso por los defectos de su carácter y de sus vanidades. Yo asumí esas posiciones. Y además, lo que es peor, yo llevé esas posiciones a un terreno a donde yo nunca debí llevar esas posiciones. A un terreno en que esas posiciones no caben: al terreno de la poesía. [..............] Estas posiciones no habían sido nunca asumidas; tomadas, expuestas en la poesía cubana. La poesía cubana del comienzo de la Revolución, la misma que yo hice en etapas breves que la propia Revolución me ha reconocido en mis conversaciones con Seguridad, era una poesía de entusiasmo revolucionario, una poesía ejemplar, una poesía como corresponde al proceso joven de nuestra Revolución. Y yo inauguré -- y esto es una triste prioridad --,

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yo inauguré el resentimiento, la amargura, el pesimismo, elementos todos que no son más que sinónimos de contrarrevolución en literatura. ................................................................................................................................... Y yo he tenido muchos días para discutir estos temas, y los compañeros de Seguridad no son policías elementales; son gente muy inteligente. Mucho más inteligentes que yo; lo reconozco. Y más joven que yo. Cuadros que yo no sé de dónde han sacado, todavía no sé de dónde... Porque muchas veces, me acuerdo que le pregunté a un compañero, no quiero ni mencionarlo, un oficial, le dije: ¿Pero de dónde han sacado ustedes esos cuadros? Y yo estaba afuera, porque tuvieron la gentileza en muchas ocasiones de llevarme a tomar el sol --, y había un grupo de niños, muy pobres, muy simples, muy sencillos, cubanos, y me dijo: "mira, chico, de ahí". Y me dio una respuesta simple, un adverbio de lugar: ahí, chico; de ahí salí yo, y de ahí salimos todos. Yo me sentí muy avergonzado, y me sentía todos los días muy avergonzado de aquellas conversaciones sanas que tampoco se podían identificar con las conversaciones enfermizas que eran el tema central de mi vida en los últimos años. ............................................................................................................................................... [...] El problema era que yo he tenido debilidades muy grandes. Porque sin talento político alguno, mis lecturas y mis preocupaciones han sido sobre la política y sobre los problemas políticos. En realidad, no tengo valentía alguna para tomar un fusil e ir a una montaña como han hecho otros hombres. Ahora, para la montaña verbal, para el análisis de la esquina y del cuarto, para eso he tenido un talento inmedible; de eso no hay duda. ......................................................................................................................................... Estoy bastante cansado porque es que anoche apenas he dormido. Pero yo quiero continuar porque esto, esto vale la pena, aunque no tenga siempre la coherencia que quisiera y la exactitud que deseara. Además, la garganta la tengo mala.[................] .................................................................................................................................... Porque yo temo que mañana o pasado mañana, o la semana que viene, o en algún momento determinado se me acerque un amigo escritor y me diga que esta autocrítica no se corresponde con mi temperamento, que esta autocrítica no es sincera. Sin embargo, yo estoy convencido de que muchos de los que yo veo aquí delante de mí mientras yo he estado hablando durante todo este tiempo, se han sentido consternados de cuánto se parecen sus actitudes a mis actitudes, de cuánto se parece mi vida, la vida que he llevado, a la vida que ellos llevan, han venido llevando durante todo este tiempo, de cuánto se parecen mis defectos a los suyos, mis opiniones a las suyas, mis bochornos a los suyos. Yo estoy seguro de que ellos estarán muy preocupados, además, por mi destino durante todo este tiempo, de qué ocurriría conmigo. Y de que al oír estas palabras ahora dichas por mí pensarán que con igual razón la Revolución los hubiera podido detener a ellos. Porque la Revolución no podía seguir tolerando una situación de conspiración venenosa de todos los grupitos de desafectos de las zonas intelectuales y artísticas. ....................................................................................................................................... [.....................] Y si no ha habido más detenciones hasta ahora, si no las ha habido, es por la generosidad de nuestra Revolución. Y si yo estoy aquí libre ahora, si no he sido condenado, si no he sido puesto a disposición de los tribunales militares, es por esa misma generosidad de nuestra Revolución. Porque razones había, razones sobradas había para ponerme a disposición de la Revolución. ........................................................................................................................................ Y esa era mi vida de que yo me iba nutriendo. Esa era la novela, como me avergüenzo del libro de poemas. Ya yo escribí algunos poemas nuevos en Seguridad del Estado; hasta sobre la primavera he escrito un poema. ¡Cosa increíble, sobre la primavera! Porque era linda, la sentía sonar afuera. [....].

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......................................................................................................................................... [..........] Yo sé, por ejemplo... No sé si está aquí, pero me atrevo aquí a mencionar su nombre con todo el respeto que merece su obra, con todo el respeto que merece su conducta en tantos planos, con todo el respeto que me merece su persona; yo sé que puedo mencionar a José Lezama Lima. Lo puedo mencionar por una simple razón: la Revolución Cubana ha sido justa con Lezama, la Revolución Cubana le ha editado a Lezama este año dos libros hermosísimamente impresos. Pero los juicios de Lezama no han sido siempre justos con la Revolución Cubana. Y todos estos juicios, compañeros, todas estas actitudes y estas actividades a que yo me refiero, son muy conocidas, y además muy conocidas en todos los sitios, y además muy conocidas en Seguridad del Estado. ......................................................................................................................................... ¡Seamos soldados! Esa frase que se dice tan comúnmente, ese lugar común que quisiéramos borrar cada vez que escribimos, ¿no? Que seamos soldados de la Revolución, porque los hay. Porque yo los he visto. Esos soldados esforzados, extraordinarios en su tarea, todos los días. ¡Que seamos soldados de nuestra Revolución, y que ocupemos el sitio que la Revolución nos pida! Y pensemos, aprendamos la verdad de lo que significa habitar, vivir en una trinchera extraordinaria y ejemplar del mundo contemporáneo. Porque, compañeros, vivir y habitar una trinchera asediada de toda clase de enemigos arteros, no es fácil ni es cómodo, sino difícil. Pero ese es el precio de la libertad, ese es el precio de la soberanía, ese es el precio de la independencia, ¡ese es el precio de la Revolución! ¡Patria o muerte! ¡Venceremos!

Discurso de Fidel Castro (fragmento) *

Y desde luego, como se acordó por el Congreso, ¿concursitos aquí para venir a hacer el papel de jueces? ¡No! ¡Para hacer el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad! Y para volver a recibir un premio, en concurso nacional o internacional, tiene que ser revolucionario de verdad, escritor de verdad, poeta de verdad, revolucionario de verdad. Eso está claro. Y más claro que el agua. Y las revistas y concursos, no aptos para farsantes. Y tendrán cabida los escritores revolucionarios, esos que desde París ellos desprecian, porque los miran como unos aprendices, como unos pobrecitos y unos infelices que no tienen fama internacional. Y esos señores buscan la fama, aunque sea la

peor fama: pero siempre tratan, desde luego, si fuera posible, la mejor. Tendrán cabida ahora aquí, y sin contemplación de ninguna clase ni vacilaciones, ni medias tintas, ni paños calientes, tendrán cabida únicamente los revolucionarios. .................................................................................................................................... Ahora, esos instrumentos: cuanto libro se publique aquí, cuanto papel se imprima, cuanto espacio dispongamos útil dondequiera, en todos los medios de divulgación, no digo que los vayamos a usar ciento por ciento en la educación. Desgraciadamente, no podemos. [........] Si la educación es atractiva, la cultura forma parte de la educación; las mejores obras culturales, las mejores creaciones artísticas del hombre y de la humanidad

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forman parte de la educación. Pero todo lo que puedan ser usadas, serán usadas. Y deberán ser cada vez más usadas.

*Discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (30 de abril de 1971).

La autohumillación de los incrédulos 1

Octavio Paz

Las «confesiones» de Bujarin, Radek y los otros bolcheviques, hace treinta años, produjeron un horror indescriptible. Los procesos de Moscú combinaron a Iván el Terrible con Dostoievski y a Calígula con el Gran Inquisidor: los crímenes de que se acusaron los antiguos compañeros de Lenin eran a un tiempo inmensos y abominables. Tránsito de la historia como pesadilla universal a la historia como chisme literario: las autoacusaciones de Heberto Padilla. Pues supongamos que Padilla dice la verdad y que realmente difamó al régimen cubano

en sus charlas con escritores y periodistas extranjeros: ¿la suerte de la Revolución cubana se juega en los cafés de Saint-Germain des Prés y en las salas de redacción de las revistas literarias de Londres y Milán? Stalin obligaba a sus enemigos a declararse culpables de insensatas conspiraciones internacionales, dizque para defender la supervivencia de la URSS; el régimen cubano, para limpiar la reputación de su equipo dirigente; dizque manchada por unos cuantos libros y artículos que ponen en duda su eficacia, obliga a uno de sus escritores a declararse cómplice de abyectos y, al final de cuentos, insignificantes enredos político-literarios... No obstante, advierto dos notas en común: una, esa obsesión que consiste en ver la mano del extranjero en el menor gesto de crítica, una obsesión que nosotros los mexicanos conocemos muy bien (basta con recordar el uso inquisitorial que se ha hecho de la frasecita: partidario de las «ideas exóticas»): otra, el perturbador e inquietante tono religioso de las confesiones. Por lo visto, la autodivinización de los jefes exige, como contrapartida, la autohumillación de los incrédulos. Todo esto sería únicamente grotesco si no fuese un síntoma más de que en Cuba ya está en marcha el fatal proceso que convierte al partido revolucionario en casta burocrática y al dirigente en césar. Un proceso universal y que nos hace ver con otros ojos la historia del siglo XX. Nuestro tiempo es el de la peste autoritaria: si Marx hizo la crítica del capitalismo, a nosotros nos hace falta hacer la del Estado y las grandes burocracias contemporáneas, lo mismo las del Este que las del Oeste. Una crítica que los latinoamericanos deberíamos completar con otra de orden histórico y político: la crítica del gobierno de excepción por el hombre excepcional, es decir la crítica del caudillo, esa herencia hispano-árabe.

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La detención Belkis Cuza Male

(Apuntes del 30 de abril de 1971) Hace casi dos meses que no escribo una línea en este diario. No es extraño que me cueste tanto trabajo localizar un punto cualquiera en la memoria, no es extraño cuando se ha vivido en tan poco tiempo un cúmulo de situaciones dolorosas y absurdas. Si quisiera reconstruir todo lo sucedido en estos últimos días tendría que comenzar la víspera de los acontecimientos, la noche en que Heberto me pidió que lo llamara alrededor de las nueve a la habitación de Saverio Tutino, en el Hotel Riviera, donde se reuniría con Jorge Edwards y Norberto Fuentes, para comprobar si había llegado. No queriendo utilizar nuestro teléfono bajé a la calle y llamé desde uno público. Tarde en la noche, ya Heberto en casa, alguien repitió el juego a la inversa, llamando a nuestra casa para preguntar con voz ingenua si “Luis” estaba ahí. Entonces no me percaté de que trataban de localizar a Heberto. A la mañana siguiente --sábado 20 de marzo--, me desperté sin sospechar que en breve se iban a desarrolar ante mis ojos los acontecimientos que cambiarían el curso de nuestras vidas. ¡Qué claro lo veo todo ahora! Yo, de un sitio a otro con el manuscrito de la novela de Heberto, temerosa de que al menor descuido lo robaran, con una tensión alimentada por las visitas constantes de ese ser sin escrúpulos que se hacía pasar por amigo, de quien yo sospechaba --y con razón-- que espiaba para la policía; acosados a toda hora por una situación cada más más incierta, que conllevaba un marginamiento absoluto. Hacía rato que no le oía decir a Heberto con la seguridad de antes, que de lo único que podrían acusarlo sería de cometer “un delito de opiniòn”, y hacía dos días que Norberto Fuentes no salía de nuestro apartamento, que charlaba durante horas con Heberto, y yo no podía evitar el recelo que me producía su visita. Lo conocía bien, no era nuestro amigo, y desentonaba en medio de este pequeño mundo casi simétrico que no admite de por sí nuevas “adquisiones”. No, no encajaba aquí, entre los libros y la intimidad del estudio, de eso estoy segura. Su mundo era otro. Y hacía rato que sentíamos sobre nosotros las miradas sagaces de unos ojos vigilantes, sin rostros. Estábamos siendo observados, cuidadosamente seguidos, y aquella mañana, sin duda, lograron sorprendernos. Adormilada todavía fui y me asomé a la mirilla, estaban tocando a la puerta. Eran alrededor de las siete. No se veía nada, porque el pasillo está siempre a oscuras y es difícil distinguir un rostro en la penumbra. Sin saber bien por qué pregunté con miedo, casi aterrorizada, quién era. Del otro lado me constestó la voz impresionante del hombre de los telegramas. Entonces pude verlo por el pequeño agujero de la mirilla: tenía una expresión terrible y un rostro muy negro. Cuando corrí a contárselo a Heberto, me dijo que no le abriera, que tirara el telegrama por debajo de la puerta. --Lo siento, tiene quer firmar. Yo sabía que aquel hombre no traía ningún telegrama, yo casi estaba segura de que se trataba de la policía, pero Heberto seguía negándose a que yo abriera la puerta. ¡Qué tumben la puerta!, gritaba, como si con eso pudiéramos evitar algo. Pero fui y abrí porque tneía miedo de que mi negativa tuviera mayores consecuencias y no quería prolongar mi angustia. Todo se produjo a un tiempo: el empujón contra la puerta, aquel "¡Seguridad del Estado!" voceado por el gigantesco negro, su carnet de la policía secreta casi

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incrustados sobre mis ojos, y aquellos doce o trece hombres que se abalanzaron pistola en mano dentro del apartamento. No fue preciso que reaccionara, porque uno de ellos se ocupó de gritarme que me sentara en una silla próxima. Y al poco rato vi aparecer a Heberto, vestido con aquel pantalón pitusa* que le había regalado Efraín Huerta, de color crema, y la camisa de checa de mangas largas, a cuadros amarillos y azules, seguido de un grupo de policías que aún no habían guardado sus armas, como si se tratase de impedir la fuga de algún peligroso criminal. Lloraba dominada por los nervios: frente a mí se estaba produciendo una escena extrañìsima, difícil entonces y ahora de ubicar. Las pesadillas se sucedían. Un enano moreno comenzó a tomar fotografías del apartamento, de mí, y de cuanto le llamaba la atención. No se salvó la ilustración de la revista americana donde anunciaban aquel wisky matizado de ideología: "Sólo hay tres países donde no se vende: Viet Nam, Corea del Norte y Cuba", decía el anuncio que yo había enmarcado y puesto en la pared. Yo, que coleccionaba anuncios, iba a ser juzgada ahora por mi ingenuidad. El dolor y el miedo pueden engendrar su propia rabia, porque no sé cómo, saqué valor y le grité al hombre con cara de fotógrafo, que retratase también ese otro cuadro gigantesco donde asomaba mi poema junto a un dibujo casi litúrgico del Ché. Ocupa casi toda la pared principal de esta sala-comedor hasta rozar el techo, y es imposible no verlo. Fue un regalo de Alberto Mora, al finalizar la exposición del Departamento de Cultura de la Universidad. Pero el hombre no se dio por enterado, su misión consistía en que no se le escapase ninguna huella de delito que pudiera servirles para acusarnos de disidencia política. Aquel Ché le debió parecer óbvio, para disimular, así que continuó implacable en su búsquedad. Sin dejar de llorar, invoqué el nombre de Dios, oré en silencio, tratando de encontrar una respuesta. Repetía una y otra vez el Padre Nuestro y el Ave María. De pronto, el ruido de algo que chisporroteaba en el fuego llamò mi atención. Era una vieja lata de melocotón, ahora vacía, que yo había puesto al fuego con agua, momentos antes de que tocaran a la puerta. Estaba preprando el cafe y me había vuelto a la cama en espera de que hirviera. Consumida el agua, ahora chisporreataba. Finalmente, el policía fue y cerró la llave del gas. Al mismo tiempo, me invadió una paz enorme, una tranquilidad nunca imaginada, y desde algún sitio de mi universo sentí una voz que me decía: "No te preocupes, nada les pasará. Todo se ha acabado". A pesar de mi estado de "beatitud", traté de ser realista, y quise contradecirme, alejar las falsas esperanzas, porque mi "corazonada" me parecía demasiado ilógica. ¿Qué podíamos esperar; cómo no temer a los años desperdiciados en una cárcel, cómo no sentir miedo ante la pérdida de la libertad? ¿Es que acaso no habían dado ya el primer paso? ¿No se habían llevado a Heberto a los cuarteles de la Seguridad del Estado? Una voz me hizo volver a la realidad. Los policías que se habían hecho cargo del registro comenzaron su labor implacable de destrucción. Eran brutales. En un segundo crearon un caos absoluto, sobre todo porque el nuestro era un pequeño apartamento. Aquí no había más que libros y algunos cuadros en las paredes: un lugar de trabajo para un par de escritores, eso es todo. Todavía me acompaña la sensación de náuseas. Pedí que me dejaran ir al baño (a mi propio baño) y tuve que volver tres veces. Yo no soñaba, sabía que aquella voz que quería parecer amable, la del jefe del grupo, un hombre de estatura baja y regordete, me preguntaba ahora dónde habíamos escondido la novela. --¿Por qué no nos evita la búsqueda y nos dice dónde está? Entre sollozos, le contesté como pude, tratando de no delatarme con algún movimiento

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involuntario de mis ojos. Me dejó por imposible. Lo vi entonces dar media vuelta e internarse en nuestra habitación. Pero enseguida, una voz alarmada, que llegaba desde el cuarto de mi hija,

puso a todos sobreaviso: "Miren esto! ¡Aquí está! ¡Aquí está!". Había aparecido la primera copía de la novela. Con el movimiento de los libros del pequeño estante que hay en la habitación, un cuadro se deslizó de la pared y una de las copias cayó al suelo, dejando al descubierto el escondrijo: la parte posterior del marco formaba una cajuela perfecta para albergar la copia. Enseguida comenzaron a desmontar todos los otros cuadros que colgaban de las paredes: implacables cuchillas rompían los enmarques, en una búsqueda inútil porque no volvieron a encontrar copía alguna detrás de estos, pero aparecieron en otros sitios, como si de pronto, todas hubieran estado a la vista. Oí entonces el comentario sarcástico del jefe: "¿Así que no sabía dónde estaba!, eh?". Tenían ya en su poder las cinco copias que Heberto le había

mandado a hacer al mecanògrafo, aquel señor asustadizo del que no he vuelto a tener noticias, que entonces parecia aterrarze más y más en la medida en que avanzaba con su trabajo. Me abandoné a los malos pensamientos. Se habían llevado a Heberto, habían encontrado las copias del manuscrito de la novela, y era imposible, pensaba, que aquello tuviese un final feliz, o por lo menos entonces me parecía muy lejano. Sumida en estos amargos pensamientos, sin dejar de llorar, comprendí de pronto que mi última esperanza estaba a punto de desvanecerse si no ocurría un milaglro. Uno de los policías, un joven largo y flaco, se acercaba lentamente al cesto de mimbre que había en la sala-comedor, y donde estaban depositados algunos juguetes de mi hija. Iba a comenzar a registrar allí, cuando de súbito el jefe lo interrumpió con voz de mando: "No, déjalo". Y a mí me pareció milagroso. Su orden evitó a tiempo que se llevaran el original de la novela. Yo misma la había ocultado ingenuamente en ese sitio: se trataba de una copia llena de tachaduras, resguardada entre dos tapas azules de cartón y envuelta en un "nylon". Me he prometido a mí misma que no se lo diré a nadie, que dejaré en manos del destino su salvación. Entonces apareció el jefe de la "operación" de detención y registro, y comenzó a cerrar las ventanas del apartamento y a decir que tenía que acompañarlos a la Seguridad del Estado para firmar algunos papeles relacionados con la detención de Heberto. Me negué una y otra vez, sabía que áquel no era el procedimiento habitual, estaba segura que pretendían engañarme. Pero de nada me valió negarme. A mi alrededor el desorden era impresionante, había libros tirados por el suelo, cuadros destrozados, así que supe que mi única opción era acompañarlos. En unos minutos el apartamento quedó cerrado y el responsable del grupo dio una orden que yo no logré entender. Fue entonces que le rogué ingenuamente que me permitiera ir a informarle al vecino, que a su vez era presidente del Comité de Defensa, y que vivía en el edificio, lo que había ocurrido en mi casa. ¡Qué absurdo de mi parte!, como si valiera la pena que ese señor de voz agudísima y espejuelos negros a perpetuidad, un velado enemigo de todo el que no pensara como él, se enterese de nuestra situación. Por supuesto, me respondieron que no era necesario, que tenían prisa, y comprobé que uno de ellos se iba quedando rezagado a propósito, mientras me alejaba escoltada por la policía, por aquel pasillo casi en penumbras. Sin duda, trataban de evitar que yo llamase

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la atención de los vecinos. Pero yo no cesaba de llorar.

El caso y el ocaso de Padilla 1

R einaldo Arenas

Una de las grandezas del pueblo cubano es que se desprende más fácil de la vida que del sentido del humor. Sentido del humor que contiene casi siempre un profundo sentido crítico e irónico. El castrismo, con su secuela de represiones, crímenes y escaseces, no ha podido sin embargo, disminuir nuestro sentido del humor. Muy a pesar suyo (del castrismo) el sentido del humor se ha vuelto aún más mordaz; aunque los chistes ahora tengan que decirse en voz apagada y en forma cautelosa. Recuerdo uno de ellos, muy popular en Cuba: Pregunta -- ¿Cuál es el colmo de un dictador? Respuesta --.

Matar a un pueblo de hambre y no cobrarle el entierro --. Ese sentido del humor -- esa ironía -- es también un arma que han sabido esgrimir (a veces muy sutilmente) los escritores cubanos. Recuerdo el trabajo de Virgilio Piñera publicado en 1969 en la revista UNIÓN, con motivo de la muerte de Witold Gombrowicz; ya que "aunque los escritores cubanos no tenemos derechos, sí tenemos deberes" -- aludiendo irónicamente a la supresión de la propiedad intelectual por Fidel Castro en discurso recientemente pronunciado en Pinar del Río, con motivo de la inauguración de varias cochiqueras. Ese astuto sentido de la ironía (y hasta de la burla); esa habilidad para decir entre líneas, fue también un arma que utilizó Heberto Padilla en el momento dramático y caricaturesco de su retractación. El 20 de marzo de 1971, el poeta Heberto Padilla (junto con su esposa Belkis Cuza Malé) fue arrestado y conducido a una de las celdas del Departamento de Seguridad del Estado. Estas celdas son unos espacios de dos metros cuadrados, herméticamente cerrados, con un bombillo y una escotilla en la puerta de hierro, por la que a veces suele asomarse el carcelero de turno. En las mismas se aplican diversos grados de tortura que van, desde los golpes hasta el suministro de incesantes baños de vapor y luego baños congelados (las celdas están equipadas para estas y otras eventualidades). El propósito de Fidel Castro al enviar a Padilla a este sitio espeluznantemente célebre en toda Cuba, era lograr que el poeta, que había mantenido una actitud crítica ante el sistema, se retractara y quedara de ese modo desmoralizado, tanto ante los jóvenes escritores cubanos que ya comenzaban a admirarlo, como ante las editoriales extranjeras que comenzaban a publicarlo, y ante todos sus lectores. Para lograr esa humillación o retractación se acudió al no por antiguo menos eficaz método inquisitorial, puesto en práctica con tanta pasión por los monjes medievales: la tortura. Por treinta y siete días Padilla fue sometido a sus diferentes grados, entre los que se incluyeron el ingreso en un hospital de dementes, golpes en la cabeza, torturas psicológicas2, amenazas de exterminio o una condena infinita. Al cabo de los treinta y siete días los diligentes oficiales obtuvieron lo pedido por Castro: la flamante retractación firmada por Heberto Padilla, en la cual se contemplaba la mención a sus amigos íntimos, incluyendo, también a Lezama Lima quien había premiado el libro Fuera del juego y a la propia esposa de Padilla.

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El método, que de tan burdo hubiese causado quizás la repugnancia de Torquemada, no podía ser más práctico. Castro, pródigo en ignominias y abruptas sorpresas, creó el "caso Padilla" con el propósito de provocar su ocaso, desmoralizándolo y neutralizándolo, aterrorizando de paso al resto de los intelectuales cubanos que tenían las mismas inquietudes. Pero no lo logró. Como en el caso del llamado "Cordón de La Habana"3, como en el caso de la cacareada industrialización nacional, como en el caso de la Zafra de los Diez Millones, como en el caso de las innumerables y delirantes leyes creadas con el fin de adoctrinar y estupidizar a todo el pueblo, además de aterrorizarlo, el tiro le salió por la culata: no fue Heberto Padilla el que quedó manchado ante la Historia, sino el propio Fidel Castro, por haber obligado a un escritor, a un ser humano (a través del chantaje y la tortura) a retractarse públicamente de su propia condición humana, de lo que más profundamente justificaba y enaltecía: su página querida. Si el arresto y prisión de Padilla provocó urticaria en los intelectuales del mundo entero, la obligada (y filmada) retractación que tuvo que representar al salir de la celda de Seguridad del Estado, puso al descubierto el verdadero rostro de la tiranía cubana. Sus llagas se abrieron de tal forma que hoy en día sólo los mediocres útiles y los inescrupulosos bien remunerados (entre los que hay que incluir naturalmente a los agentes disfrazados de intelectuales) se atreven a visitar ese cadáver blindado al estilo soviético, que hace muchos años se llamó revolución cubana. La astuta ironía de Padilla (su sentido del humor aún en circunstancias tétricas) ayudó a mostrar, a quien tuviese alguna duda, lo aberrante de aquella detractación. Fui uno de los cien escritores "invitados" a presenciar la confesión de Padilla aquella noche del 27 de abril, en los salones de la UNEAC. Allí estaban también Virgilio Piñera, Antón Arrufat, Miguel Barnet, José Yánez, Roberto Fernández Retamar y muchos más. Milicianos armados cuidaban afanosos la puerta de la entrada de la antigua mansión del Vedado, ocupados en constatar que todo el que llegase estuviese en la lista de "invitados". Hombres vestidos de civiles, pero de ademanes y rostros ostensiblemente policiales, preparaban diligentes la función. Allí estaba también Edmundo Desnoes. Se encendieron las luces, las cámaras cinematográficas del Ministerio del Interior comenzaron a funcionar. Padilla representó su Galileo. Sabía que no le quedaba otra alternativa, como en otro tiempo lo supo el Galileo original, como en otro tiempo lo supieron tantos hombres, quienes, mientras las llamas los devoraban, tenían que dar gracias al cielo por ese "bondadoso" acto de purificación... Pero esta vez el espectáculo era además filmado; lo cual de paso nos enseña que el avance de la técnica no tiene por qué disminuir el de la infamia. Fue entonces cuando Padilla, en medio de aquella aparatosa confesión filmada y ante numeroso público oficialmente invitado, puso a funcionar su ironía, su hábil sentido del humor, su burla. Entre lágrimas y golpes de pecho dijo "que las numerosas sesiones que había mantenido por espacio de más de un mes con los oficiales del Ministerio del Interior, había aprendido finalmente a admirarlos y a amarlos".4 Para cualquiera someramente versado en literatura y represión, era evidente que Padilla estaba aludiendo aquí a los numerosos interrogatorios y torturas que había padecido a manos de esos oficiales de la Seguridad del Estado. Y en cuanto a la expresión "admirar y amar", no por azar Padilla la empleaba, sino por tétrica coincidencia. Dicha expresión traía a la memoria el terrible momento final de la obra 1984 de George Orwell, donde el protagonista, luego de haber sido sometido a todo tipo de torturas, luego de haber sido "vaporizado" al igual que lo estaba siendo Heberto Padilla en ese momento, terminaba diciendo que "amaba al Gran Hermano". Durante diez años, Padilla, al igual que el Winston de Orwell, vivió vaporizado en Cuba, hasta que en 1980 logra trasladarse a Estados Unidos. Recuerdo sus palabras en el

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discurso pronunciado en la Universidad Internacional de la Florida en 1980. Allí Padilla dijo, aludiendo a su obligada retractación, que tuvo que hacerla; "porque cuando a un hombre le ponen cuatro ametralladoras y lo amenazan con cortarle las manos si no se retracta, generalmente accede; ya que esas manos son más necesarias para seguir escribiendo".5 Los que hemos padecido los eficaces métodos implantados, para lograr sus propósitos, por los que en Cuba manejan las ametralladoras, no tenemos nada que objetar a Heberto Padilla; quien debe avergonzarse es el inquisidor, no el confeso; el amo, no el esclavo. Lo que resulta realmente inconcebible es que Edmundo Desnoes, para neutralizar la efectividad del mensaje en la poesía de Padilla contra el castrismo anteponga, como introducción a esos poemas, fragmentos de la obligada detractación obtenida por la Seguridad del Estado. Esta "coincidencia" entre el aparato inquisitorial de la Seguridad del Estado cubana y Edmundo Desnoes, no se puede pasar por alto. "Hay clichés del desencanto" -- dijo Padilla durante su autocrítica dictada por la policía cubana y vuelta a utilizar por Desnoes --, "y esos clichés yo los he dominado siempre. Aquí hay muchos amigos míos que yo estoy mirando ahora, que lo saben. César Leante6 lo sabe. César sabe que yo he sido un tipo escéptico toda mi vida, que yo siempre me he inspirado en el desencanto". La visión desgarrada y real que nos da Heberto Padilla en sus poemas sobre la represión, los crímenes, y el fracaso del castrismo y del comunismo en general. Desnoes (y naturalmente las autoridades cubanas) quieren neutralizarla, presentándonos al poeta como un ente pesimista y escéptico... Al parecer, ante los campos de trabajos forzados, las prisiones repletas, el hambre crónica y los jóvenes ametrallados en el mar, el poeta debe entonar loas optimistas y agradecidas al Estado, que impone tal situación. En este caso, al propio Fidel Castro. Si quisiéramos establecer una comparación entre la represión padecida bajo la lamentable tiranía batistiana y la actual, bastaría trazar un paralelo entre la forma burda e ilegal en que fue arrestado y tratado Padilla hasta obtener su retractación, en la cual se llamaba a sí mismo un criminal por el simple hecho de haber escrito un libro de poemas, y la manera en que se llevó a cabo el juicio contra el propio Fidel Castro por haber atacado, minuciosamente armado, al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, donde murieron decenas de hombres. Para demostrar esas diferencias vamos a citar textualmente a un testigo excepcional y jefe del asalto armado, a quien ni siquiera Desnoes ni Fidel Castro podrían poner en tela de juicio. Se trata del mismo Fidel Castro: "A los señores magistrados mi sincera gratitud por haberme permitido expresarme libremente, sin mezquinas coacciones, no os guardo rencor, reconozco que en ciertos aspectos habéis sido humanos, y sé que el presidente del tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el estado de cosas reinante, que lo obliga a dictar un fallo injusto".7 Esas "mezquinas coacciones" que no padeció Fidel Castro en la prisión y que por lo tanto no le impidieron hablar libremente en su defensa, se convirtieron en "el caso Padilla" (dirigido por el mismo Fidel Castro8) no sólo en mezquinas, sino en sórdidas, ineludibles e inhumanas, a tal extremo que Padilla tuvo que aprender a "admirar y amar" a sus carceleros y torturadores.

1 Reinaldo Arenas. Necesidad de libertad. Ed. Kosmos, México, 1986. Reproducido en: Heberto Padilla, Fuera del juego (edición conmemorativa 1968-1998), Ediciones Universal.

2 Véase: Heberto Padilla. En mi jardín pastan los héroes. Argos Vergara Barcelona 1981.

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3 El Cordón de La Habana consistía en un plan que tenía como propósito convertir todos los alrededores de la capital en un gigantesco cafetal, plantado y atendido por toda la población.

4 Heberto Padilla: Confesión publicada en la revista Casa de las Américas La Habana 1971.

5 Estas mismas declaraciones hechas por Padilla acaban de ser publicadas en la revista Interviú (23-29 septiembre) España, 1981.

6 Irónicamente, el mismo César Leante acaba de asilarse en España cuando iba en viaje oficial hacia Bulgaria (Nota en 1982).

7 Fidel Castro: La Historia me absolverá, (de este documento hay ediciones en todos los idiomas). En Cuba se han hecho unas veinticinco ediciones del mismo.

8 Heberto Padilla: prólogo a la novela En mi jardín pastan los héroes.

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Biografía de Heberto Padilla

Nació el 20 de enero de 1932 en Pinar del Rio, Cuba. Tuvo cargos directivos de importancia, principalmente en el área de las

relaciones diplomáticas. En 1968 obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con su libro "Fuera del Juego". El comité Director de la UNEAC estimó que el libro era "contrarrevolucionario" y condenaba su "contenido ideológico". En 1971, fue encarcelado junto con su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé, acusados por el Departamento de seguridad del Estado de "actividades subersivas". Gracias a la presión de intelectuales como Sartre, Alberto Moravia, Mario Vargas Llosa y otros, fue liberado y en 1980, fue autorizado a abandonar Cuba. Ese mismo año concluyó su novela "En mi jardín pastan los heroes". Ha publicado además, Las Rosas Audaces 1948, poesía; Buscavidas,1960, novela; El Justo Tiempo Humano, 1960 poesía y El Hombre Junto al Mar, 1981, poesía. Falleció en Alabama, Estados unidos, el 25 de septiembre de 2000 víctima de un ataque al corazón. Al momento de su fallecimiento, Padilla trabajaba como profesor de Literatura Latinoamericana en Auburn University.

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Muestrario de Poesía

13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Enzersberger 14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes contemporáneos 16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom Raworth 18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Rawlings 20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza 22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos Martínez Rivas 24. Antología esencial / Joseph Brodsky 25. El hombre al margen y otros poemas / Heberto Padilla

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos 6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Delgado. 8. Haikus / Matsuo Basho 9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Darwish 10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas 11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos Drummond de Andrade

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Colección

Muestrario de Poesía

2009