el hada helada

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1 EL HADA HELADA

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cuento infantil

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Page 1: el hada helada

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EL HADA

HELADA

Page 2: el hada helada

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TABLA DE CONTENIDO

Cuento…………………………………………………………………… 3

Smartart……………………………………………………………….34

Tabla……………………………………………………………………….34

Grafica……………………………………………………………………35

Page 3: el hada helada

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El Hada Helada – Capítulo I

Si es mentira o es verdad, serás tú quien lo decida.

Yo creo que es cierta porque me la contó quien la puede

contar, me la dijo quien puede decirla. Me contó, pues,

quien puede y quien sabe que, existía -existe- un país

llamado, según algunos, Fantagia, según otros Magasia y,

según alguno más Fantilusia. En realidad nadie,

absolutamente nadie, sabe cómo se llama este maravilloso

país, ni los sabios más sabios, ni los tontos más tontos, ni

tan siquiera sus habitantes. Ellos,

sencillamente, lo llaman hogar y con

eso les basta.

En este extraordinario país habitan

brujos (y brujas), magos (y magas),

hechiceros (y hechiceras),

encantadores (y encantadoras),

nigromantes (¿y nigromantas?),

hadas (¿y hados?), augures y clarividentes. También viven

duendes, elfos, silfos, gnomos, dragones, trolls, algún que

otro ogro..

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Muchos y grandes exploradores han intentado llegar hasta

este lugar que no está lejos ni está cerca; que no está en este

mundo ni tampoco fuera de él; al que es difícil llegar pero es

fácil de descubrir. No existe nadie que pueda indicarte el

camino hacia Fantilusia -o Fantagia o Magasia o el hogar…-. No hay ningún

mapa que te diga dónde está. A él no llegan ni aviones, ni barcos, ni trenes.

Sólo hay algo que puede ayudarte a encontrarlo, tu arma más poderosa, tu

brújula más potente, tu mapa más infalible: tu imaginación. Tu poderosa,

maravillosa, grandiosa imaginación. Con eso, más un inmenso y puro anhelo y un

poco de suerte, podrás llegar al país más hermoso que puedas imaginar.

Se encuentra Fantagia -o Magasia o Fantilusia o el hogar…- siempre envuelto

en una niebla espesa, iridiscente y musical. Una niebla formada por pequeñas,

pequeñísimas, partículas de magia en suspensión. Estas titilantes chispas,

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estas chispeantes centellas, estas

luminosas porciones de magia están

en continua agitación, produciendo

una música cristalina, unas veces

melancólica, otras veces inquieta, a

veces enojada y otras, la mayoría,

alegre.

Esta radiante y armoniosa bruma rodea a Magasia –

o Fantilusia o Fantagia o el hogar…- como una bella

joya, como un primoroso collar o una exquisita

corona que separa el mundo real del reino de la

ilusión.

En cuanto el viajero se sumerge en esta niebla la

magia comienza a cosquillear en su piel, llena su

corazón, reverbera en su alma, la nota bailar en su

boca -algo picante, algo ácida, algo burbujeante- y,

sobre todo, siente como se le mete por la nariz

provocando que Aaa… provocando que Aaa…. Digo que

provocando que Aaaatchíiiisss… sniff… eso, que

estornu… Aaaaatchússss… que estornude sin parar

durante un rato.

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Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss…

Aaaatchíiiiisssss…

Y, una vez pasada esa preciosa niebla, nos encontramos, por fin, en el

hogar -o Fantagia o Fantilusia o Magasia- pero eso, si no te importa,

te lo contaré otro día.

Pronto. Bien pronto. Antes de lo que imaginas…

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El Hada Helada – Capítulo II

Bien, bien, bien. Aquí estamos

otra vez dispuestos a seguir con

esta historia que me contó quien

sabe, quien puede y quien quiso.

Decíamos hace nada que, tras

atravesar una argentada y argentina bruma y

estornudar una docena de veces, nos encontramos,

por fin, en el maravilloso, portentoso y hermoso país

de Fantilusia. Cuando llegas a este país tienes la

curiosa y simultánea sensación de estar en un lugar

completamente desconocido y tremendamente

familiar; es normal, a este país acudimos todos -

absolutamente todos- cada vez que soñamos ya sea

dormidos o despiertos, y cada vez que imaginamos

alguna historia, y cada vez que nos sumergimos en la

lectura de algún relato, y cada vez que nos cuentan

un hermoso cuento… En fin, accedemos a Fantagia

con nuestra fantasía cada vez que algo aviva y activa

nuestra imaginación, por eso nos resulta tan familiar

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aunque nunca lo hayamos pisado con nuestros

pies.

El país es extenso, muy extenso, tan extenso

como tu mente, tan amplio como tu ingenio, tan

vasto como tu capacidad de crear. Todo cuanto

puedas imaginar, todo cuanto otros puedan

imaginar está aquí y cada vez que alguien usa su

imaginación, Magosia crece.

En el extremo norte del Fantilusia, justo ahí,

según se entra, a la derecha, hay un gran

Bosque. No un bosque de esos domesticados

donde vas de picnic o a coger setas, no, es un

gran, gran Bosque, un Bosque así, con

mayúsculas, un Bosque con árboles milenarios, con

senderos sombríos, con claros escondidos, con

lugares oscuros. Es un Bosque lleno de susurros

de plantas y ajetreo de animales.

En este bosque no hay nada verde, ni verde

claro, ni verde oscuro ni verde botella ni verde

azulado ni ningún tipo de verde, no, en este

bosque todo es de color rojizo, anaranjado,

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marrón, ocre, amarillo, púrpura… los cálidos

colores del otoño. El Bosque huele a lluvia, a

castañas, a hojas secas, a manzanas, a brasero, a

viento y a frío. En fin, el Bosque huele a otoño

porque en él siempre es otoño.

Y justo en el centro del Bosque hay un claro. Un gran

claro. Y en el centro del claro hay un árbol. Un gran

árbol.

Un árbol muy alto, altísimo, tan alto como el

rascacielos más alto, tan alto que es imposible ver su

copa a menos que fueras un pájaro y pudieras volar

hasta ella. Y grueso, muy grueso, tan grueso que era

imposible abarcarlo con los dos

brazos, ni con los dos brazos de

cien hombres, ni con los de

doscientos… Es un árbol tan

grueso que abarca tanto como

dos castillos juntos.

En el duro tronco de este prodigioso árbol se abre

una descomunal y hermosa puerta primorosamente

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adornada con grabados de hojas,

tallos entrelazados y frutos otoñales

(castañas, avellanas, nueces…), todo

ello trabajado con tanta delicadeza

que podrías pasarte horas y horas

contemplándolo.

Hay ventanas a docenas, a cientos

casi. Ventanas grandes. Ventanas

pequeñas. Tragaluces, ventanucos,

ventanales, vidrieras, miradores,

balconadas.

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abiertas de par en par, otras cerradas a cal y canto. Unas muy

altas y otras muy bajas. En fin, ventanas de todos los tipos,

tamaños y gustos, como si quien viviera dentro necesitara

sentirse en contacto con el exterior. Porque sí, en este enorme

árbol en el centro de este enorme claro que se encuentra justo

en el centro de este enorme Bosque vive alguien, alguien

importante, alguien poderoso.

Aquí vive la Gran Señora del Bosque

Dorado. También llamada Reina Otoñal

o Bruja del Otoño.

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El Hada Helada – Capítulo III

Ya te veo la cara.

Ya sé lo que estás pensando.

Una bruja, te dirás, qué miedo me

da.

Una bruja, pensarás, que fea y qué

vieja será.

Una bruja, murmurarás, de negro

siempre vestirá.

Ya, ya te veo la cara y sé lo que estás pensando…. y

diciendo… y asegurando… y te estás equivocando.

La Gran Señora del Bosque Dorado, la poderosa

Bruja del Otoño, reina del viento y la lluvia, no es

malvada, en absoluto; ni es fea, para nada; ni viste

de negro, te lo aseguro. A pesar de lo que crees una

Bruja no tiene por qué ser ninguna de esas cosas. Y

Ella, desde luego, no lo es.

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La Reina Otoñal no es fea. Tampoco

es bella. Y no es vieja pero tampoco

es joven. No es malvada pero

tampoco es muy bondadosa; es

decir, que es como somos todos, con

sus cosas buenas y sus cosas

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menos buenas. Con su brillante luz y su profunda

oscuridad. Como todos.

Lo más hermoso de la Bruja del Otoño es su cabello,

largo como las noches otoñales, sedoso como una fina

lluvia matinal y rojo, rojo como las hojas de un arce

en otoño. Y su voz, su voz también es hermosa; su

voz es como gotas de lluvia, como el viento, como el

rumor de las hojas en el bosque. Anda con elegancia,

habla con distinción y se mueve con ligereza.

No es bella, no, la Gran Señora, pero está muy cerca

de la belleza.

Sus vestidos son refinados pero sencillos. A veces,

viste como una fría mañana otoñal; otras, elige el

color de un cálido atardecer o el color de las hojas

amarillas vistas a través de una fina niebla o el tono

exacto que toma una gota de lluvia al caer sobre el

tronco de un árbol vestido de otoño. Le encantan el

naranja, el ocre, el amarillo, el rojo, el púrpura;

todos los colores de la estación que ella gobierna

están presentes en su vestido y en su maravilloso

árbol-castillo .Y es aquí, en este hermoso país, en

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este bosque y en este castillo donde -por fin- dará comienzo nuestra historia.

Y comienza en plena guerra entre la Bruja del Otoño y el Mago del Invierno.

Comienza en medio de una lucha en la que ella, la Bruja, se desvive por

defender su Bosque y en la que él, el Mago intenta apoderarse de lo que no le

pertenece y nunca le ha pertenecido. Nunca habían sido enemigos, tampoco

eran amigos, pero siempre habían sido buenos vecinos pero, un día, la ambición

del Mago comenzó a crecer de manera desmesurada. Quería reinar más

tiempo en el mundo, quería reinar en más lugares, quería ser un Mago temido

en toda Fantilusia y más allá…. por eso decidió apoderarse del Bosque Dorado.

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El Hada Helada – Capítulo IV

No es que el Gran Mago del Invierno fuera malvado.

No, no lo era, en absoluto. Sus súbditos lo amaban y

se sentían muy felices bajo su reinado. No, no era

malvado pero, en cambio, era enormemente

ambicioso y quería llegar a gobernar en todas

partes, todo el tiempo. No se conformaba con el

tiempo que le correspondía, quería más, mucho más.

No es mala la ambición, ni es malo se ambicioso, lo

malo es dejar que la ambición te ciegue y te lleve por

caminos que, normalmente, nunca seguirías.

Así que, llevado por esta pretensión de poder, el

Gran Mago comenzó a extender su frío poder, en un

principio, de manera disimulada, sin enfrentarse

directamente con la Reina Otoñal. Año tras año, el

Mago llegaba un poco antes a su cita, se extendía un

poco más allá de sus límites y se iba, también, un

poco más tarde.

El primer año la Bruja pensó que habría sido un

despiste.

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El segundo año envió aviso en tono amistoso al Mago de que estaba

excediéndose en tiempo y en espacio.

El tercer año la Reina volvió a enviar aviso pero, en esta ocasión, el tono era

bastante más airado.

Por fin, en el cuarto año la Señora decidió que era el momento de reclamar

ante el Consejo de la Estaciones.

Se reunía el Consejo una vez al año y era, oficialmente, el lugar donde se

dilucidaba cualquier conflicto que pudiera surgir, se organizaba el calendario

anual, se revisaba el trabajo de cada uno… Extraoficialmente era una excusa

para que las cuatro Estaciones pudieran reunirse para charlar de sus cosas y

comer y beber y celebrar festejos durante una semana. Pero aquel año no

hubo ni risas ni alegría ni fiestas. La Bruja del Otoño acusó al Mago del

Invierno de intentar invadir su territorio, le advirtió de que no continuara con

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sus intentos y logró que el Consejo le amonestara

duramente. Ese año hubo discusiones, gritos,

miradas airadas, golpes en las mesas, desaires, furia.

Pero, en lugar de enmendarse, aceptar la

amonestación y la gran sanción que se le impuso, y

recapacitar sobre lo malvado de sus intenciones, el

Gran Mago se sintió ofendido y humillado. Él

consideraba su derecho legítimo ampliar su reino y

llevar la paz blanca de su reinado a todo el mundo.

De modo que, en ese mismo momento, a gritos y ante

el resto de las Estaciones, el Señor del Invierno

declaró la guerra a la Bruja del Otoño.

Todos se quedaron estupefactos, boquiabiertos y

asustados. Nunca, en toda la historia de los cuatro

reinos, había habido una guerra. Nunca, en toda su

existencia, habían luchado

entre ellos. Jamás. Eran

como hermanos. Más que

hermanos. Cada uno tenía su

cometido en el mundo, cada

uno con su reino, cada uno

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con sus poderes y siempre, siempre en paz.

No conocían la guerra. No tenían guerreros, ni

ejércitos, ni nada que se le pareciera.

El Hada Helada – Capítulo V

Y dio comienzo la guerra, tan cruel como todas las

guerras, tan absurda como todas las guerras, tan

injusta como todas las guerras, tan triste como

todas las guerras.

El Mago del Invierno lanzaba contra el Bosque todo

su frío poder: enormes tormentas de nieve, fríos

vientos polares, heladas desconocidas por aquellos

lugares. El frío llegaba a ser tan intenso que hasta el

aliento se helaba al salir de la boca y caía al suelo

convertido en pequeños bloques de hielo.

La Bruja del Otoño se defendía como podía. Con

cientos de hojas creaba mantas con las que cubrir y

proteger a los habitantes del bosque del helado

viento y del frío hielo. Acogió en su castillo a los más

débiles, creó todos los refugios que pudo para el

resto. Intentaba contrarrestar los vientos

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invernales con vientos otoñales. Intentaba oponer la

lluvia a la nieve. Intentaba luchar y defenderse

contra alguien que era mucho más fuerte que ella.

Intentaba, intentaba, pero no podía…

Las otras dos Estaciones no intervenían. Se

limitaban a seguir con sus cosas, asistiendo

impasibles a la lucha entre los dos grandes reyes-

hechiceros. Las otras dos Estaciones no querían

intervenir pues decían que era una lucha que no les

concernía. Si alguien les insinuaba que, tal vez, el

Mago del Invierno fuese a por sus reinos tras acabar

con el Bosque Dorado, ellos se echaban a reír pues

se sentían fuertes e invencibles.

Las otras dos Estaciones, en definitiva, son dos

impresentables. El Hechicero del Verano es un ser

arrogante y vanidoso al que sólo preocupa lucirse y

bailar entre sus

sembrados de trigo y el

Hada de la Primavera

no es una niñata

tontorrona,

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caprichosa y presumida que siempre anda poniéndose

guirnaldas de flores y admirándose en los ríos. De

semejantes personajes, pues, poca -ninguna- ayuda

podía esperarse.

De modo que aquí tenemos a la Reina luchando con

todas sus fuerzas y aspirando tan sólo a aguantar un

día más, una noche más. Mientras que el Mago

continuaba, implacable, lanzando ataque tras ataque

sin que pareciera agotarse jamás.

Las criaturas pequeñas y grandes que habitaban el

Bosque empezaban a sentirse extenuadas,

hambrientas y, sobre todo, desmoralizadas. Sentían

la derrota en sus corazones y no tardarían en pedir

la rendición.

En cambio los seguidores del Invierno no tenían el

menor problema en resistir los ataques del Otoño.

¿Qué miedo podían sentir ante el frío otoñal

acostumbrados a las gélidas temperaturas

invernales? ¿Qué daño podían causarles los vientos

del otoño acostumbrados a las ventiscas del invierno.

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Ellos podían resistir por mucho tiempo, todo el que

fuera necesario para alcanzar la victoria. Se sentían

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fuertes e invencibles. Sus corazones sentían la victoria y no tardarían en

obtenerla.

La Bruja del Otoño comenzaba ya a plantearse la rendición incondicional

cuando se presentó ante ella la jovencísima Hada Dralina para ofrecerse

voluntaria para llevar a cabo una idea que había tenido hacía unos días pero

que no se había atrevido a contar… hasta que vio que todo parecía perdido.

El Hada Helada – Capítulo VI

Dralina era un hada joven, muy joven, apenas tenía trescientos años y eso,

para un hada, son muy pocos años. Su cometido en el otoño era humilde pero

tan importante y necesario como el de las hadas de rango más elevado. La

pequeña Dralina pertenecía al grupo de las pequeñas hadas que se encargaban

de las hojas: las ayudaban a separarse de los árboles, las hacían volar, las

esparcían por campos, calles, parques, las hacían danzar y correr unas tras

otras en divertidos e inacabables círculos… Dralina se encontraba entre las

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más trabajadoras y divertidas de estas hadas.

Disfrutaba muchísimo jugando con las hojas y de

ayudar a la Bruja a extender el otoño por su reino y

por el mundo.

No era especialmente valiente, tampoco destacaba

por ser la más inteligente y, sin embargo, ya véis,

fue ella la que única que, en aquellos terribles

momentos, fue capaz de idear un plan -bueno o malo

ya se verá- y fue ella la que se presentó -temblando-

ante la Reina para contárselo. Su plan era simple,

muy simple, tan simple que nadie creyó que pudiera

funcionar pero, cuando la esperanza comienza a

perderse, cuando la idea de la rendición comienza a

rondar por las mentes, es mejor tener un plan simple

o absurdo y aferrarse a él, que no tener ninguno. Por

eso la Hechicera del Otoño aceptó el plan que la

pequeña Dralina le propuso. El plan, el simple, simple

plan, consistía en ir a los campos del Hechicero del

Verano y robar unas Espigas del Sol. Estas espigas

son las que usa el Verano para llevar el calor de un

lugar a otro, en ellas está almacenada toda la luz y el

calor de los largos y ardientes veranos, con un

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puñadito de ellas se podía descongelar el Polo

Norte… y el Mago del Invierno les tenía un miedo

atroz y lógico. Si Dralina lograba hacerse con unas

pocas de estas Espigas y llevarlas hasta el reino del

Invierno podría amenazar al gran Mago y conseguir -

tal vez- que dejara al Bosque, a sus habitantes y al

resto del mundo, en paz. Ya he dicho que no era un

gran plan, todo el mundo dudaba mucho de que

funcionara pero al menos, pensó la Bruja, mantendría

la esperanza y era mejor que sentarse a esperar la

derrota. Así que se dispuso que la pequeña Dralina

partiría inmediatamente a cumplir con su misión. Ya

sé que lo habitual en las historias que a los héroes se

les concedan poderes o armas poderosas y mágicas o

cualquier cosa que les resultará de ayuda en el

futuro pero mucho me temo que en esta historia no

hay nada de eso. Dralina partió sola, la Reina no le

dio ningún poder especial ni ninguna piedra mágica;

no hubo palabras secretas ni armas extraordinarias,

no señor, nada de eso. La pequeña hada sólo contaría

con ella misma… y nada más. A la mañana siguiente de

ser aceptado el plan, al amanecer, Dralina se puso en

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marcha rumbo a los sembrados

del Hechicero del Verano. Voló

durante varios días y varias

noches hasta llegar a los

confines del gran Bosque, a la frontera donde el

frescor del otoño comenzaba a ser sustituido por el

tórrido verano. Antes de pasar al reino vecino, se

desprendió de su abrigada capa otoñal y de sus

cálidas botitas, se aprovisionó bien de agua y se puso

un enorme sombrero para protegerse del sol que le

esperaba al otro lado del muro que separaba ambos

reinos. Así preparada, Dralina volvió a alzar el vuelo.

En cuanto llegó al otro lado chocó con una muralla

pero no de piedra, sino de calor. Un calor intenso y

denso que la golpeó con tanta fuerza que casi la hace

caer. En su joven vida había sentido algo parecido.

El calor parecía querer aplastarla contra el suelo, el

sol abrasaba su pálida piel. Mover las alas le suponía

el triple esfuerzo que en el Bosque y no podía dejar

de beber y beber y beber. ¿Cómo podía nadie vivir

bajo un calor tan intenso? ¡Pobre Dralina!

Acostumbrada a las suaves y frescas temperaturas

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agotada, con la piel enrojecida por el sol, casi sin agua pero con el ánimo, a

pesar de todo, bien alto. Había pensado que robar las Espigas iba a resultarle

muy complicado pues suponía que los campos estarían fuertemente

custodiados y que el Hechicero estaría muy pendiente de ellos pero,

asombrosa y afortunadamente, los sembrados estaban sin custodia. Nadie los

guardaba, nadie los protegía, nadie se preocupaba de ellos. Su dueño se

hallaba, al parecer, inmerso en una continua fiesta junto al lago cercano,

comiendo, tomando bebidas refrescantes,

bailando, cantando, totalmente

despreocupado de lo que pudiera ocurrir con

sus Espigas o el resto de su reino. Así que para

el hada fue coser y cantar recoger un

enorme puñado de ellas sin que nadie se

percatara de su presencia, guardarlas

y partir sin más demora… …En esta ocasión

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28

rumbo al helado reino del

El Hada Helada – Capítulo VII

Con las espigas a buen recaudo, Dralina, se dispuso a

cruzar las aguas rosa-anaranjadas del gran Mar Asorda

que separa los campos ardientes del Verano de las

planicies heladas del Invierno.

Mientras sobrevolaba el insondable y extenso océano, su

mente se entretuvo en recordar las cientos de leyendas

que le habían contado sobre él. Historias sobre los

terroríficos monstruos que habitan en sus

profundidades, sobre las temibles tormentas que se desatan de manera

imprevista y han hecho naufragar a grandes barcos; historias sobre hadas

marinas que te atraen con subterfugios para hundirte con ellas en lo más

profundo del abismo rosa, sobre vientos belicosos siempre en guerra a los que

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poco importa quien quede atrapado en

medio de sus disputas… Todas estas cosas

-y alguna más- recordaba haber oído

Dralina pero la verdad fue que no encontró

ni la más mínima señal de nada fantástico

en todo su largo y tedioso viaje.

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Durante días y días, lo único que vio fue el rosa-anaranjado del mar, el rosa-

violáceo de las nubes, y la leve y rauda estela de algún animal marino afanado

en sus quehaceres.

A medida que se aproximaba al reino del Mago del Invierno, el paisaje fue

cambiando. El agua rosa fue dando paso al hielo rosa y entonces Dralina, dejó

descansar a sus agotadas alas y cabalgó sobre los gigantescos iceberg en

compañía de unos titanes surfistas amantes del frío.

Más tarde recorrió las blancas llanuras de nieve y hielo donde los grandes -

enormes- osos polares son reyes indiscutibles e indiscutidos, temibles y

temidos.

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Atravesó las exquisitas cuevas de Cristal Helado,

donde las estalagmitas y las estalactitas, se unen y

entretejen con la delicadeza de un encaje de

hielo milenario, dejando ver el profundo color azul

de su corazón formado por hielo milenario.

Atravesó glaciares formados con la nieve, el

hielo y el frío de millones y millones de años a lomos de

los mamut más descomunales que puedas imaginar y los únicos seres vivos que

se atrevían a aventurarse en estos ríos de hielo.

Anduvo, y patinó, y esquió, y resbaló e, incluso, se atrevió a nadar en el Lago

Gélido, el lago con las aguas más frías del mundo.

Y siguió andando y avanzando un día y otro día, una noche y otra noche, con el

frío llenando sus huesos, con las alas convertidas en témpanos de hielo, con

manos y pies casi insensibles… pero sin rendirse en ningún momento.

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Hasta que, por fin, llegó al colosal palacio de hielo

del Mago del Invierno.

En contra de lo que había imaginado, no tuvo el

menor problema para entrar ya que, tan seguro se

encontraba el Mago de que nadie que se atrevería a

atravesar su extenso y gélido país hasta llegar a él,

tanto confiaba en su poder, que jamás se le ocurrió

poner guardias en la entrada… ni en ningún otro lugar

del palacio.

Dralina cruzó, pues, sin el menor impedimento, salas

y más salas heladas; pasillos y más pasillos

resbaladizos de hielo; salones que parecían de puro

cristal; jardines con flores formadas por frágiles

copos de nieve y cascadas de granizo. Caminó por lo

que le parecieron kilómetros y kilómetros de palacio

hasta llegar al Salón del Trono.

Y allí encontró, por fin, al Mago del Invierno.

Probablemente creerás que el gran Mago se

enfureció al ver a Dralina y que ordenó apresarla al

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33

instante sin permitirle hablar ni defenderse. Si es así, permíteme decirte que

te equivocas por completo. Te recuerdo que, en primer lugar, el Mago era

tremendamente arrogante y, por tanto, no veía ningún peligro en un hada tan

pequeña y tan joven. En segundo lugar debes saber que el Dueño del Invierno

era de naturaleza curiosa y, además, se aburría bastante en su apartado

palacio. Así que no, no sintió ningún enfado ante la presencia de Dralina.

Sintió sorpresa, sintió curiosidad, sintió incluso admiración pero no enojo.

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34

SMARTART

TABLA

BARCOS

NIEBLA

BAILAR

BRUJA

HABLAR

HADA BRUJA OTOÑO

Page 35: el hada helada

35

GRAFICO

Personaje Principal

Tercera Persona

Antagonista

0

1

2

3

4

5

Hada Mago

Bruja

Personaje Principal

Tercera Persona

Antagonista