el extraño mundo de johnny

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El extraño mundo de Johnny Polémico, deslenguado y anticolocolino, Johnny Herrera no es sólo el puntal de la U. de Chile que acaba de ganar la Copa Sudamericana; es, además, uno de los grandes arqueros del fútbol chileno de los últimos 20 años y el jugador más atípico del medio. "Sábado" escarbó en su historia, en el traumático accidente de tránsito que protagonizó hace dos años y en el origen de su peculiar personalidad. Por Rodrigo Fluxá N. La madrugada del domingo 20 de diciembre, hace dos años, Macarena Cassasus Matamala, 22 años, estudiante de arquitectura, abandonó una fiesta en La Reina. Junto con su amigo Nicolás Goitiandía decidieron caminar por la calle Echeñique, a la espera de que pasara un taxi que los llevara de vuelta a sus casas. A la misma hora Johnny Herrera Muñoz, 28 años, futbolista, manejaba un Infiniti del año, patente BLFH-50, por Avenida Ossa, dirección norte, de vuelta de una reunión social. Avatar, la película, llevaba tres días en cartelera. El cine Hoyts, ubicado en esa misma esquina, exhibía una gigantografía de los protagonistas, humanoides con la piel azul. Herrera la miró. Macarena se adelantó 20 metros a su amigo. Le gritó: -Apúrate, apúrate. Hace frío. El amigo, que le había prestado un cortaviento rojo minutos antes, no le hizo caso. Ella llegó a Avenida Ossa. Cruzó. Según Nicolás, antes, miró hacia los dos lados de la calle.

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El extraño mundo de Johnny Polémico, deslenguado y anticolocolino, Johnny Herrera no es sólo el puntal de la U. de Chile que acaba de ganar la Copa Sudamericana; es, además, uno de los grandes arqueros del fútbol chileno de los últimos 20 años y el jugador más atípico del medio. "Sábado" escarbó en su historia, en el traumático accidente de tránsito que protagonizó hace dos años y en el origen de su peculiar personalidad.

Por Rodrigo Fluxá N.

La madrugada del domingo 20 de diciembre, hace dos años, Macarena Cassasus Matamala, 22 años, estudiante de arquitectura, abandonó una fiesta en La Reina. Junto con su amigo Nicolás Goitiandía decidieron caminar por la calle Echeñique, a la espera de que pasara un taxi que los llevara de vuelta a sus casas.

A la misma hora Johnny Herrera Muñoz, 28 años, futbolista, manejaba un Infiniti del año, patente BLFH-50, por Avenida Ossa, dirección norte, de vuelta de una reunión social. Avatar, la película, llevaba tres días en cartelera. El cine Hoyts, ubicado en esa misma esquina, exhibía una gigantografía de los protagonistas, humanoides con la piel azul. Herrera la miró.

Macarena se adelantó 20 metros a su amigo. Le gritó:-Apúrate, apúrate. Hace frío.

El amigo, que le había prestado un cortaviento rojo minutos antes, no le hizo caso. Ella llegó a Avenida Ossa. Cruzó. Según Nicolás, antes, miró hacia los dos lados de la calle.

A las 5:50 horas Herrera pasó por ahí. En su declaración inicial, su única declaración, dijo que la apertura del airbag derecho del auto le hizo pensar que algo había pasado. Que la iluminación era mala. Se detuvo varias cuadras más allá, frente al Colegio Teresiano.

Una patrulla llegó minutos después. El subteniente Sepúlveda de la 16° comisaría de La Reina le tomó declaración. En sus apuntes lo describió como un sujeto en estado nervioso, en shock. Herrera, tembloroso, preguntó:

-La niña, la niña. ¿Cómo está? ¿cómo está?

El Angol dónde nació Johnny Herrera en 1981 no se parece en nada al de ahora. La esquina de su casa, en José Bunster con Rancagua, en el barrio de Guacolda, solía ser un

descampado rural, con animales yendo y viniendo. No había teléfonos. Tampoco tradición futbolística: ningún talento había surgido antes de la zona.

El ex arquero argentino, Julio Felipe Luna, había fundado una escuela de fútbol para niños de la ciudad. Muchos eran de Guacolda, muy vulnerables. Ramón, el lateral del equipo, por ejemplo, cayó preso muy joven. Murió en la cárcel.

Con nueve años, Herrera se presentó. Quería jugar de defensa.-Era gordito y potón -dice Óscar Zambrano, el técnico que lo recibió-. Así que decidimos ponerlo al arco para que hiciera algo. Pero mostró cualidades de inmediato. Tenía un carácter muy fuerte: se peleó varias veces con el presidente de la escuela, que tenía un hijo que también era arquero. Él agarraba sus cosas y se iba. Y yo iba días después a hablar con su mamá para que volviera. Ellos tenían una situación económica complicada.

Gladys Muñoz Pacheco tenía tres hijos, de padres distintos. Johnny era el menor. Su papá nunca fue una figura presente; tenía una vida aparte. La madre administraba un bar en una zona periférica de la ciudad, donde la clientela llegaba a tomar vino en la tarde y no se iba hasta bien entrada la madrugada. Johnny y sus hermanos vivían ahí mismo, entre el ruido y los trasnoches. El local se cerraba a las 4, y tres horas después los niños se estaban vistiendo para ir al colegio.

-No fue fácil, tuve que sacarlos adelante sin ayuda de nadie y los quise tener siempre cerca. Yo creo que esa experiencia nos sacó la personalidad a todos: los curados se ponen muy pesados y hay que hacerse respetar cuando se pasan de la raya. Si no me ponía chora yo, me habrían pasado a llevar a mí y a mis hijos.

Según su madre, Johnny solía decirle que no se pintara ni ocupara ropa muy provocativa.

El 8 de junio de 1991, Johnny, de diez años, estrenaba un gorro de lana que casi le tapaba los ojos. De noche, volviendo a la casa, se cayó a una zanja de regadío y se abrió un tajo en la cabeza. Lo llevaron al hospital y lo dejaron internado por precaución. Al día siguiente su hermano mayor, Marlon Alejandro, que en la práctica era como su padre, fue manejando a Los Ángeles para comprar un motor: trabajaba con autos y le gustaba la velocidad. A la vuelta, cerca de las diez de la noche, se incrustó en un camión maderero estacionado en la carretera. Iba rumbo a ver a Johnny. Falleció en el acto. Tenía 25 años.

Un doctor le tuvo que avisar a Johnny lo que había pasado con Marlon.

De afuera de la pieza común se escuchó un grito.

A 156 metros del lugar del impacto se encontró una pierna de Macarena Cassasus. En el plano que elaboró Carabineros para la investigación se marca con un lápiz rojo todo ese trayecto, en el que el auto de Johnny Herrera tuvo a la estudiante en el parabrisas.

Las fotos de la escena son impactantes: en una se ve como un porcentaje de masa encefálica de la joven quedó en el asiento del copiloto, justo al costado de Herrera.

Él confesó haber bebido vaso y medio de vodka esa noche. Venía, según el informe de la Siat, a 90 kilómetros por hora. La fiscalía y los abogados querellantes dudan de ese dato. Su alcoholemia proyectada se estableció en 0,56: bajo la influencia del alcohol. La de Macarena en 0,84.

El informe de la Siat determinó que hubo culpas compartidas: el exceso de velocidad por un lado, un cruce irresponsable por el otro. También concluyó que no estaba bien señalizado el cruce de peatones en el lugar. Fue imposible determinar si el auto pasó con luz roja o verde. Nicolás Goitiandía, único testigo, asegura hoy que Herrera venía con las luces apagadas.

El accidente activó el plan de emergencia de Audax Italiano, su club en ese entonces: le consiguieron un abogado e intentaron protegerlo del acoso de los medios. Lorenzo Antillo, gerente deportivo, llegó a la comisaría para entregarle el apoyo.

-Estaba muy afectado. Su ropa aún tenía sangre.

Pocos meses después de la muerte de su hermano, Johnny Herrera tuvo una oportunidad de probarse en la Universidad Católica, en Santiago.

Pero no quiso ni pudo ir, pese a que era su sueño: de chico era hincha de ese equipo y había llorado tras la derrota en la final de la Libertadores del 93.

-Yo estaba tan mal que ni siquiera se atrevieron a proponerme que él se fuera a Santiago. Él estaba muy mal también; uno cree que porque es niño no entendía, pero se daba cuenta. Me encontraba llorando en mi pieza en las noches y me decía: mamita, no se preocupe. Nos costó años salir de eso -dice Gladys Muñoz.

El 95, Óscar Zambrano le consiguió otra prueba en Santiago, ahora en la U. de Chile. Fue con otros dos niños de Angol, acompañados de un profesor. En total, había más de 60 postulantes. Él quedó. Tenía 14 años. Se instaló en una pensión en Pudahuel. Cruzaba todo Santiago para ir a entrenar, se saltaba el almuerzo a menudo. Su mamá le mandaba plata cada vez que podía.

-Lo asaltaron tres veces en un año. Fue un cambio muy grande para él. Le dieron ganas de devolverse -dice su hermano Julio.

De hecho, en uno de los viajes a ver a su familia, recibió una oferta de Malleco Unido, por 300 mil pesos mensuales, cifra estimable para su realidad. Dudó, pero no aceptó.

-Era la diferencia de él con todos los niños de la escuela de Angol: ellos tenían su techo muy encima. Todos terminaron en Malleco. Johnny se imaginaba a sí mismo haciendo cosas grandes -dice Zambrano.

Osvaldo Cataldo también era un proyecto de arquero en las divisiones inferiores de la U. Se conocieron a los 14 años y son inseparables hasta ahora. Ha llegado a pelearse a combos defendiéndolo.

-No era para nada el provinciano tímido que llegaba a la capital. A las semanas se los había echado a todos al bolsillo. Tenía un carácter súper especial, difícil de llevar. Le daba lo mismo quién estuviera al frente. Era el único que tenía pieza solo, porque nadie lo pasaba mucho. Siempre me preguntaban por qué era amigo de él.

Su manera de ser le ayudaba en la cancha, pero afuera molestaba. Víctor Hugo Castañeda fue su técnico en cadetes y, después, en el primer equipo de la U.

-Yo siempre le decía: si no llegas a ser el mejor arquero de Chile, va a ser sólo tu culpa. Es que de más chico no le gustaba mucho entrenar y andaba muy preocupado de su pinta. Yo lo solía llamar por un sobrenombre que le molestaba y él se paraba y me decía a mí, al técnico: oye, mi nombre es Johnny. Después vino el tema con Vargas, que lo marcó mucho.

Recién ascendido al primer equipo, Herrera, con 19 años, se convenció de que tenía que ser el arquero titular de la U. El problema es que Sergio Vargas era una leyenda e ídolo del club.

-Veíamos a Vargas como un problema, alguien que nos tapaba el camino -recuerda Cataldo-. Y él nos miraba hacia abajo, despectivamente. Una vez se negó a hacer un trabajo con nosotros y Johnny le dijo: ¿Te crees más importante que el resto? Acá somos todos iguales. La gente quedaba para adentro.

Al año, Vargas dejó el club. Ya como titular, Herrera se cruzó con Miguel Pinto, su arquero suplente. Y en el podio, mientras recibía la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, hito histórico para el deporte chileno, se puso a discutir con los compañeros de selección que eran de Colo Colo. En 2005 peleó en pleno clásico con Jorge Valdivia.

Su discusión más trascendente, con el paso de los años, terminó ocurriendo en el cierre de las clasificatorias para el Mundial de Alemania 2006. Nelson Tapia, estandarte del arco de la selección por una década, vivía sus últimos días como futbolista activo. Herrera, con 24 años, se convenció que era su oportunidad y se lo dijo a la prensa.

A Nelson Acosta, técnico en ese entonces, le cayó pésimo la declaración. Lo dejó en la banca. Puso a Claudio Bravo. Desde ese día, Bravo lleva siete años interrumpidos en el arco de Chile.

-Mamá, no te preocupes. No voy a llegar hoy, voy saliendo a Viña.

Habían pasado dos horas desde el accidente en Avenida Ossa. Johnny Herrera intentó, originalmente, evitarle el mal rato a su madre.

-Pero me llamaron unas horas después. Partí a verlo. Nunca lo había visto tan mal, ni para la muerte de su hermano. Le revivió muchas heridas antiguas, ver que sin querer había destrozado una familia, tal como se había destrozado la nuestra años antes. Lo vi, me abrazó y se puso a llorar -recuerda su mamá.

El control de detención fue tenso. Los familiares de la joven habían ido, horas antes, a la morgue a reconocer los restos de su hija. Periodistas se agolpaban afuera. Herrera salió del Centro de Justicia, con su caminar de siempre: cabeza alta, hombros separados, mirada al frente. Trató de hablar y se quebró en la mitad. Era la primera vez que lloraba en público.

Audax Italiano le dijo que se tomara el tiempo necesario para recuperarse. Los que vieron la escena de Avenida Ossa se imaginaron que serían meses, hasta un año.

-Le buscamos un psicólogo especialista en experiencias traumáticas -dice Óscar Meneses, el director deportivo del club, quien había recomendado su contratación-. Pero no lo quiso seguir, fue un par de veces. Se fue para adentro. Tenía ese extraño silencio y calma de quien ha pasado por una experiencia límite.

Sus amigos no sabían cómo tratarlo. No respondió mensajes ni llamados por días. Se encerró en el departamento. No podía manejar. Días antes del atropello había comprado regalos de Navidad para sus sobrinas de Angol: tenía presupuestado viajar. Su madre, desesperada, le rogó:

-Johnny, vámonos al sur.

-No mamá.

-Johnny, vámonos.

Él sólo le dijo:

-No mamá, anda tú. Necesito estar solo.

Johnny Herrera ganó tres títulos en su primera etapa en la U. de Chile. El último, en 2004, atajando un penal y convirtiendo otro. En siete años en el club pasó de ser mirado con recelo por su pelea con un ícono como Vargas a transformarse él mismo en uno. Fue vendido al Corinthians de Brasil. Estuvo allá un año, jugó poco. Volvió a Everton y fue campeón en 2008. Se peleó de nuevo con Acosta. Ahí firmó en Audax.

En todos los equipos por los que pasó están de acuerdo en una cosa: no hizo amigos. No le gusta el futbolista medio: los encuentra flojos, con pocos intereses más allá del deporte. Está orgulloso de haber terminado pedagogía en educación física en la Universidad de las Américas. Se tomaba la carrera muy en serio: el último año, para el ramo de folclore, terminó bailando cueca, disfrazado de huaso, en un gimnasio repleto, para no sacarse un rojo.

-Antes de conocerlo, no me parecía su forma de ser. No me gustaba cómo declaraba a la prensa, cómo trataba a sus compañeros -dice Patricio Toledo, el entrenador de arqueros de Audax-. Pero cuando llegó al equipo me di cuenta de que era distinto: humilde, y aunque callado y medio ausente, un líder positivo para el equipo. Todos lo respetan.

Felipe Fuenzalida fue psicólogo de la Universidad de Chile casi diez años. Lo vio crecer.

-Tiene algo muy inusual en los deportistas: goza poniéndose presión encima, cuando en general todos buscan sacársela. Es algo parecido a lo que hace Mourinho. Recuerdo un partido en Brasil por la Copa Libertadores, cuando, con el camarín en silencio, él se paró y le dijo a sus compañeros: ustedes vayan adelante. A mí no me van a hacer un gol hoy, aunque me dejen solo. Es muy consciente de su autoeficacia. Y es muy crítico con el resto de sus pares. Un poco narciso: está seguro que nadie está a su nivel. Eso ayuda mucho en el alto rendimiento. Pero cuando hay cosas que se escapan a su control, se desenfoca: como cuando le traen competencia para el puesto, porque ya empieza a depender de la decisión de otro. Cognitivamente es muy inteligente, emocionalmente no tanto.

No tan inconscientemente, Herrera ha construido un personaje de él mismo como jugador: polémico, deslenguado, anticolocolino. Gonzalo Villarroel es amigo suyo desde Angol. Y es fanático de Colo Colo.

-Hace todo eso un poco por los hinchas. Tiene una coraza, un método de defensa. Es agresivo y así sabe que nadie lo pasa a llevar. Pero con sus amigos es todo lo contrario. Mi madre está viviendo una larga enfermedad y él ha ayudado con todos los gastos. Y así con mucha gente más. Sólo pide a cambio que no le cuenten a nadie. A veces yo le digo que muestre más ese lado, que no sea tan confrontacional, pero me dice de vuelta: amigo, si hago eso dejaría de ser yo.

Cada vez que ve sus declaraciones escritas o en la televisión, Óscar Meneses se desespera.

-Le mando un mensaje de texto que dice: ¿Era realmente necesario? Hay un tema de inmadurez, de no medir las consecuencias de lo que dice. Es uno de los tres mejores arqueros de los últimos 20 años, pero hay una cosa de ego, de vanidad, que le cuesta controlar.

Sus últimos choques han sido con Claudio Borghi, quien se ha empecinado en no nominarlo a la selección pese a su altísimo nivel. En vez de esperar pacientemente, Herrera ha preferido acusarlo y ridiculizarlo en público y en privado.

Hace un mes, dos hinchas de la U, habiendo periodistas cerca, le fueron a preguntar, tras un entrenamiento, cuándo iba a volver a la selección.

-No, no estoy ni ahí con el care' chancho.

Toledo ha visto de cerca su sufrimiento por la marginación.

-La selección es lo que más quiere. Sufre porque, como muchos, sabe que los arqueros que están ahora no tienen su nivel. Y ve los errores de Bravo en la tele y le duele más. Yo trato de calmarlo, le digo: Johnny, la cagaste mucho tiempo. Hablaste mal de muchos compañeros y ellos ahora no quieren que vuelvas. Y hay un entrenador que tampoco te quiere. Generaste muchos anticuerpos. Aunque me parezca injusto, está pagando por eso.

Por convencimiento, Herrera descartó el lobby, no quiere intermediarios.

Quiere que lo que haga en la cancha le baste.

Con Cataldo, su amigo, lo ha conversado mil veces.

-Sabe que si firma con el representante adecuado llegaría a la selección rápidamente. Pero ve a los representantes como zánganos que se llevan una parte de su trabajo. Va a morir en la suya.

Herrera pasó el Año Nuevo de 2009 en Angol. A su regreso, a menos de dos semanas del accidente, volvió a entrenar. Ese día reunió a sus compañeros en el centro de la cancha y les dijo:

-Voy a hablar de esta hueá por única vez y no quiero que nunca más me vuelvan a preguntar.

Les explicó paso a paso el choque, le dijo que le podía haber pasado a cualquiera y que no tuvo chance de evitar a la joven. Les pidió que no comentaran públicamente el caso.

Uno de sus cercanos explica cómo volvió al fútbol tan rápido.

-Fue supervivencia. Terminó construyéndose un discurso de la inocencia; de que estuvo en el lugar equivocado en el peor momento, sin pensar demasiado en si había tomado o si iba rápido. Y lo hizo básicamente para no volverse loco, para poder seguir con su vida.

Herrera fue imputado por delito de homicidio simple. Con los meses, la figura cambió a manejo bajo la influencia del alcohol con resultado de muerte. En un principio la familia de Macarena Cassasus había aceptado una suspensión de procedimiento a cambio de 25

millones de pesos y una serie de medidas: suspensión de la licencia por seis meses, fijar domicilio y donación de ropa deportiva a una comuna de escasos recursos. Pero un hermano de Macarena se negó a firmar: quería el juicio completo.

La familia cambió dos veces de abogados, el acuerdo se deshizo.

Nicolás Goitiandía, el amigo de Macarena, el testigo, ha sufrido múltiples trastornos psicológicos.

-Uno no se supone que está listo para ver morir a una amiga así. Quedé muy mal cuando la ví. Era como una película de guerra.

La madre, Javiera Matamala, ha llevado la lucha estos dos años. En un punto, ya desesperada ante lo que consideraba lentitud de la fiscalía, comenzó a investigar ella: recreó la noche previa del arquero; fue a discotecas, habló con testigos. Hoy sigue dolida.

-A mi hija le tomaron la alcoholemia y el toxicológico ahí mismo, así como estaba. Y era la víctima. A él le hicieron una proyección de alcoholemia y el toxicológico meses después. Uno se siente impotente, frustrada al ver la influencia que puede tener una figura pública. Yo sé que no es un criminal, pero cometió una falta muy grande. Y hoy puede hasta manejar.

La parte querellante, ahora a cargo del abogado Alexander Yakovleff Musa, buscará continuar con el juicio penal, pese a que la fiscalía espera cerrarlo. Si no, seguirán por la vía civil, en busca de continuar con la investigación y reacomodar los montos de una futura indemnización.

Herrera, lo que quiere es cerrar el ciclo. Pero el próximo tres de enero, al mediodía, la audiencia que se suponía final, será apenas un nuevo comienzo.

Herrera terminó en 2010 en Audax: fue una de las figuras del torneo. Volvió a la U, donde siempre quiso estar. Apenas fichó se volvió a declarar como anticolocolino. Su mamá y sus amigos se preocupan cuando es el periodo de los clásicos: creen que le puede pasar algo.

-Le digo que tenga cuidado. Que hay gallos bien peligrosos en la Garra Blanca, malos, que pueden hacerle algo; que trate de no salir de noche, que no se exponga. Basta un curado pasado para la punta para que pueda suceder algo. Pero a él no le importa. Ni de chico:

me acuerdo haber ido a clásicos al Monumental, a los 15 años, y el Johnny se iba colgando de una micro agarrando a garabatos a hinchas de Colo Colo.

En la U se encontró con jugadores jóvenes a los que no conocía.

Mantiene un trato cordial, profesional, lo respetan, no siempre lo entienden. En la primera final de la Sudamericana, en Quito, cuando el equipo de Jorge Sampaoli estaba metido en su propio arco, un delantero ecuatoriano cabeceó a un metro del arco. Johnny Herrera se lanzó para tapar la pelota, que parecía destinada al gol. Entre medio se atravesó José Rojas, su defensa, que salvó la emergencia. La transmisión de televisión mostró a Herrera, en el partido más importante de su vida, garabateando a su compañero tras ese acierto. Después, en camarines, explicó que le había estropeado una buena atajada.

Tampoco entienden que, con 30 años, elija vivir con su mamá gran parte del año en un departamento en Las Condes. Los dos solos; se acompañan, pasan el día, ella viendo teleseries, él partidos de fútbol. Los que lo conocen no se sorprenden. La familia es su adoración: al hermano le compró un taxi colectivo para que lo trabajara y le regaló el bar que solía administrar su mamá. Se aseguró que ella no volviera a trabajar nunca más.

Su padre, tras años de abandono, ha intentado acercarse, pero Herrera lo ha tratado con frialdad: no le perdona que no hubiera estado cuando más lo necesitó.

-Su mamá es lo que más le importa. No lo habla, pero entiende todo lo que hizo ella para que él pudiese salir adelante. Puede no parecer tan sano que pasen tanto tiempo juntos, pero es una relación muy linda, muy cómplice -dice Villarroel-. Y fue así desde siempre.

Con el primer sueldo, Johnny Herrera llevó a su mamá al centro de Angol y le compró la tele más grande que encontraron. Era la primera tele a color que ella conoció.

Desde el accidente, la imagen es común: cien, quinientos, mil, cinco mil personas, detrás de él, cantándole:

-Herrera, concha tu madre, asesino, aprende a manejar.

Sus clubes, sobre todo Audax, intentaron pedir sanciones a la ANFP por los insultos, buscar alguna normativa, una manera de regular la situación.

No tuvieron respuesta, más que la ley no escrita: el fútbol es cruel.

La primera vez, el primer cántico, en Santa Laura, fue un momento tenso.

Sus compañeros, descolocados, no sabían qué hacer. Varios intentaron hablarle. Él, a medida que se acercaban, los ahuyentaba con las manos.

Les decía:

-Váyanse, váyanse. Este es mi problema. Yo lo voy a solucionar. Yo voy a salir de esto solo.

Dos años después, es el arquero del campeón de América.