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DANIEL DRAC EL ENIGMA FLUORESCENTES Ilustraciones de Bea Tormo DE LOS UNICORNIOS

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DANIEL DRAC

EL ENIGMA

FLUORESCENTES

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Ilustracionesde Bea Tormo

DE LOS UNICORNIOS

DANIEL DRAC

Ilustracionesde Bea Tormo

EL ENIGMA

FLUORESCENTESDE LOS UNICORNIOS

1.ª edición: septiembre de 2018

International Rights © Tormenta, [email protected] - tormentalibros.com

© Del texto: Daniel Drac, 2018© De la ilustración: Bea Tormo, 2018

© Grupo Anaya, S. A., 2018Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

www.anayainfantilyjuvenil.come-mail: [email protected]

ISBN: 978-84-698-4719-0Depósito legal: M-19903-2018

Impreso en España - Printed in Spain

Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia Española en la

Ortografía de la lengua española, publicada en el año 2010.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes

indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio,

sin la preceptiva autorización.

Para los bichos raros (sean humanos o no)

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¡Esta vez sí que la había pifiado!

Ahí estaba yo, perdida en un laberinto mágico, disfrazada de unicornio-poni y apestando a cloaca.

Sobre mi cabeza, y agarrado por la pierna, flo-taba mi hermano Gon, que se había inflado como un globo y estaba cubierto de verrugas repug-nantes. El gas de gnomo le había provocado un ataque de risa.

Para empeorar las cosas, un minotauro con muy malas pulgas nos pisaba los talones, y no para

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Antes de todo este cacao, mi familia y yo vivía-mos en una ciudad horriblemente normal, con sus aburridos colegios, fuentes con angelitos meones y pastelerías de cupcakes.

Nuestra casa era un piso tan pequeño que po-días tocarlo de lado a lado con las manos. Yo compartía habitación con mi hermano mellizo Gon, lo que era un asco, porque siempre apaga-ba la luz cuando estaba en medio de una lectu-ra megainteresante.

Gon es siete horas mayor que yo, pero parece que en esas horas le dio tiempo a acaparar to-dos los genes molones: es un guaperas, enrollado

chocarnos las manos precisamente. Habíamos cometido el inmenso error de colarnos en su la-berinto.

Y no teníamos ni idea de cómo salir de allí.

Parece broma, pero hubo un tiempo en que so-ñaba con vivir en un mundo de dragones, unicor-nios y duendecillos. ¡Eso era antes de saber que son reales! Sí, las criaturas fantásticas existen.

He aprendido la lección: CUIDADO CON LO QUE DESEAS.

Pero no os estaréis enterando de nada, así que mejor empiezo por el principio de los tiempos, hace un millón de años.

Exactamente, siete días atrás.

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Hasta que vio la oferta de trabajo en Internet:

SE BUSCA DOCTOR/A EN CRIATURAS FANTÁSTICAS

• Experiencia mínima de 5 años.

• Disponibilidad para cambiar de ciudad.

• Incorporación inmediata.

Los animales exóticos son la especialidad de mamá. Porque eso es lo que el anuncio quería decir con «criaturas fantásticas», ¿qué si no?

Si le extrañó algo, lo olvidó en cuanto vio el sueldo. Nunca había ganado tanto dinero. Ni si-quiera tendría que trabajar en varias clínicas a la vez para pagar un piso.

Así que se apuntó a la oferta laboral. Nuestras vidas estaban a punto de cambiar para siempre.

y popular, exactamente lo contrario que yo. Na-die se explica cómo podemos ser mellizos.

También está la Monstruito, mi hermana peque-ña, que es un bebé que duerme, come, muerde o caga, según la hora del día.

Y por supuesto papá y mamá: él es freelance, lo que significa que le pagan por ir en pijama; y mamá es veterinaria especializada en animales exóticos: cacatúas con mocos, cerdos vietnami-tas estresados, boas constrictor que se tragan cualquier cosa por error... Cosas así. Trabajaba sin descanso en prácticamente todas las clínicas de la ciudad.

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Me puse más nerviosa que un vampiro en el banco de donación de sangre.

Uno a uno, fue llamándonos a la pizarra. Esther Sabelotodo se sabía los animales acuáticos al dedillo y hasta imitó el grito de auxilio de un del-fín (pre-su-mi-da); Marco el Parco casi no dijo nada sobre los ovovivíparos, pero dibujó un es-quema que ocupó toda la pizarra y le valió otro diez. Yo me encogía en la silla para pasar desa-percibida.

Pero el Orco no solo tenía ese apodo por su as-pecto aterrador; también porque olía el miedo. Me miró y sonrió con malicia.

—Tenemos una voluntaria. ¡Tania Rodríguez Ro-dríguez, a la pizarra!

Ese día, Gon y yo fuimos juntos al cole como siempre. Nada más entrar en el aula, mi herma-no se unió al grupo de los populares, mientras que yo me dirigí a mi asiento en la Zona de los Pringados, junto a la ventana con el cristal roto. Crucé los dedos para que ese día no me pregun-tasen la lección: la tarde anterior había estado leyendo El unicornio saltarín a escondidas y no me había dado tiempo a repasar.

Pero entonces el profesor de Naturales, alias el Orco, entró en el aula y pronunció las palabras malditas:

—¡Control sorpresa!

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¡Bienvenidos a Fantasiburgo! Aquí conviven pacíficamente dragones,

unicornios, momias, licántropos, sirenas... Y les va muy bien sin humanos metiendo las narices. Así ha sido durante siglos,

hasta que un malentendido lleva a los Rodríguez Rodríguez a la ciudad. Tania es una friki

de las historias de fantasía. Gon está acostumbrado a ser el más popular de clase. Pero ninguno está preparado para la vida

en una ciudad fantástica.

Un misterio contrarreloj con pedos de colores, galletitas de manzana mágica

y un culpable escurridizo.