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El drama del reino de Dios |1

Trabajo final: El drama del reino de Dios

David Santiago Ruiz, Jerónimo Rivas, Leonela Orozco, Andrés Alemán, Moisés Hoyos,

Luisa Fernanda Carrillo, Guillermo Velilla, Andrés Felipe David, Luis Fernando Pérez,

Andrés Ladino

Fernando Abilio Mosquera Brand, PhD

Teología Bíblica

Facultad de Teología

Fundación Universitaria Seminario Bíblico de Colombia

Medellín, noviembre de 2013




Resumen

El reino de los cielos es un tema transversal en toda la Biblia. Si se quisiera, se

podría encontrar una alusión al reino de los cielos en los 66 libros que componen el libro

sagrado. Por esa razón, usando las palabras de Vanhoozer, este ensayo investigativo tiene

tinte de drama, donde un padre le cuenta a su hijo joven la historia bíblica desde la óptica

del concepto “reino”. En un lenguaje sencillo pero con profundidad académica, los autores

han querido construir de todas sus investigaciones sobre la teología bíblica del reino de

Dios un recurso que pueda ser utilizado por cualquier miembro de la iglesia y por cualquier

persona deseosa de conocer cómo esa teología puede afectar la lectura de toda la Biblia.

Contenido

Introducción ............................................................................................................................ 3

El drama del reino de Dios: primera parte .............................................................................. 3

La “Instrucción”: el inicio del Reino de Dios..................................................................... 3

Los “Profetas Anteriores”: el recuento histórico de una monarquía. ................................. 5

Los “Escritos”: el enlace entre la historia y la teología. ..................................................... 7

El impasse entre Reyes, Crónicas y Daniel: la cautividad y el reinado final. .................... 9

Nehemías y Esdras: los inicios de un nuevo retorno ........................................................ 10

Los “Profetas Posteriores”: La bisagra entre el antes y el después .................................. 11

El drama del reino de Dios: segunda parte ........................................................................... 16

Los “Evangelios”: el Ungido que ha llegado.................................................................... 16

Los “Hechos”: la nueva comunidad del Ungido .............................................................. 22

Las “Cartas”: Pablo, el emisario del Ungido .................................................................... 23

El “Apocalipsis”: El fin esperado del reino ...................................................................... 24

Conclusión ............................................................................................................................ 25




Introducción

Mi querido joven, permíteme contarte un drama que inició hace mucho tiempo

atrás. Yo lo había oído antes, y me enredé tanto en él, que terminé siendo un personaje

fundamental en su obra. Por eso es que me lo sé tan bien, y ahora quiero compartirlo

contigo. Quizá tú también quieras participar. Se llama “El drama del reino de Dios”, y me

gustaría que estuvieras atento hasta el final, para que me digas qué te parece.

El drama del reino de Dios: primera parte

La “Instrucción” : el i nicio del Reino de Dios.

La primera sección del drama describe un desesperanzador panorama. El ser

humano (hombre y mujer) quebrantó la ley que Dios había instituido en su huerto. A raíz de

ese quebrantamiento, el ser humano debe salir del huerto donde Dios gobernaba. El ser

humano comienza entonces a poblar la tierra fuera del huerto y descubriendo que es mucha

su extensión, decide multiplicarse en ella para habitarla. Pero no puede el ser humano vivir

un día en su tierra donde no ofenda a Dios con su maldad. Dios entonces decide destruir la

tierra con un diluvio, y así lo hace.

Noé y su familia, los únicos sobrevivientes del diluvio, inician una nueva

repoblación; sus hijos se multiplican en diferentes sectores, y tanto más se van

multiplicando, más requieren de ciudades que los cobijen y gobernantes que les lideren, que

les unifiquen. Nimrod fue uno de esos gobernantes; tenía muchas ciudades bajo su dominio.

Los seres humanos, en su tendencia a cohabitar en sociedad, y con la ventaja de hablar

todos el mismo idioma, desearon mostrar su poderío construyendo una torre monumental.




Dios, al notar nuevamente la soberbia de ellos, decide confundir y confunde se lengua,

frustrando así la construcción de aquella grandiosa edificación.

Estos primeros pasajes de la historia humana muestran una radiografía del serhumano respecto a su vida en sociedad. Él siempre desea ser cobijado bajo el liderazgo y

las normas de una comunidad mayor. Dios, que lo hizo como ser sociable, le deja convivir,

liderar y ser liderado bajo ciertas leyes de gobernabilidad que una o varias personas

trabajan por crear. A ese espacio de seguridad, donde el ser humano puede vivir bajo el

gobierno de alguien, donde puede ser cobijado bajo un cúmulo de leyes, donde puede ser

identificado e identificable, en últimas, donde puede ser él mismo dentro de una comunidad

algo grande en cantidad que lo acoge como suyo… a ese espacio se le llama reino.

Dios, entonces, al ver que la soberbia del ser humano hace que esa figura del reino

sea distorsionada, a la manera como Él la ve, decide crear un reino para sí, un reino donde

Él sea el gobernante, donde Él imponga las leyes y las haga respetar. Comienza entonces

Dios su plan llamando a Abraham, y prometiéndole una descendencia. Dios se relaciona

con Abraham e inicia una relación con él, le permite crecer y poseer varias tierras, tener un

hijo, luego nietos y bisnietos. Su bisnieto Jacob, cuyo nombre es cambiado por Israel,

procrea doce hijos, quienes por ciertas razones llegan a habitar, luego de algún tiempo, en

la tierra de Egipto, bajo el dominio del rey de aquella tierra: Faraón.

Faraón esclaviza a la descendencia de Abraham. La esclaviza porque, después de

habitar mucho tiempo en su tierra, ella se había multiplicado tanto que ahora tenía la

potencialidad de convertirse en un reino por sí misma. Así de numerosa era. Dios, al oír los

reclamos de la descendencia de Abraham, llama a uno de esa descendencia, Moisés, para

que la libere de la opresión de Faraón. Dios llamará a esa descendencia “su pueblo”.




Moisés así lo hace, a pesar de la oposición fuerte de Faraón, la cual Dios tiene que derrocar

por medio de varias catástrofes que impactaron de lleno en la comunidad egipcia. El pueblo

de Dios, cuando sale, escucha la propuesta de Dios en voz de Moisés. En esa propuesta, el pueblo de Dios se comprometía a firmar una alianza con Él, dándole así a Él todos los

derechos para gobernar sobre ellos a cambio de su protección y presencia. Dios, entonces,

se convertía en el nuevo rey del pueblo que había nacido de los doce hijos de Jacob: el

pueblo de Israel.

Luego de que el pueblo de Israel confirma su reciente pacto con Dios bajo una

ceremonia de sangre, ahora todo israelita pasa a ser ciudadano del nuevo reino de Dios.

Dios les llama gente ‘santa’ (destinada para él) y ‘sacerdotes’ (mediadores del pacto). Se

propone entonces Dios estructurar su nuevo pueblo; manda a crear su propia casa, su

tabernáculo, e instaura sus propios legisladores y embajadores. Pero el problema de vivir

con Dios, quien no comparte la soberbia humana, es que tarde que temprano, alguien de su

pueblo le ofendería al quebrantar sus íntegras leyes. Crea Dios, por eso, un sistema de

sacrificios cuyo propósito principal es proveer a todo ciudadano de una oportunidad para

reconciliarse con Él. Las instrucciones sobre estos sistemas sacrificiales fueron transmitidas

a los mediadores entre la integridad de Dios y la maldad humana: los llamados sacerdotes.

Los “Profetas Anteriores ” : el recuento hi stór ico de una monarquía.

En la medida que el pueblo cumpliera con las leyes establecidas por Dios, Él mismo

les haría entrar, como había prometido a Abraham, una tierra propia donde pudieran

asentarse. Tardó mucho el pueblo en conseguirla por causa de sus infracciones a la ley

divina. Gracias a Josué, el sucesor de Moisés, el pueblo tuvo en su mente y manos el pensar




y practicar la ley de Dios. Por Josué, el tan esperado tiempo de la posesión de la tierra

prometida, conocida como la tierra de Canaán, había llegado a su término. Casi toda

Canaán fue conquistada por el pueblo de Israel. Hasta el final, Josué llevó a todo el puebloa vivir bajo el gobierno de Dios.

Pero muere Josué, y el pueblo se olvida completamente de su gobernante en jefe.

Comienza el pueblo a vivir bajo sus propias reglas. Dios, al ver que su pueblo le ofende

descaradamente, decide quitarles su protección. El pueblo sufre las consecuencias de esa

decisión: es subyugado por otros pueblos, empieza a empobrecer, pierde partes de terreno

conquistadas. Tiene todo el pueblo que acordarse de Dios para que solucione tamaños

problemas, y Dios, quien les demuestra su amor, erige varios libertadores: los jueces. El

sistema con los jueces era así: cuando Israel ofendía a Dios, Dios los castigaba

subyugándolos bajo el dominio de alguna nación. Cuando el pueblo se acordaba de Dios y

le pedía perdón por haberlo ofendido, Dios levantaba un juez que los liberaba de la

dominación que sufrían. El pueblo, luego de ser liberado, olvidaba nuevamente a Dios y le

ofendía transgrediendo sus leyes. Y se repetía nuevamente la escena. Este ciclo se repitió

durante varias décadas todo porque, según el conocido dicho de aquella época: “no había

rey en Israel, y cada quien hacía lo que bien le pareciese”. El pueblo se olvidaba de Dios

porque no lo reconocía como gobernante, sino como un solucionador de problemas.

No obstante, Dios sí era el rey de su pueblo. Eso fue lo que se había pactado. La

dificultad fue que los mismos ciudadanos dentro del reino divino querían ser sus propios

gobernantes, querían seguir sus propias leyes. Aunque eran ciudadanos del reino de Dios,

su corazón no pertenecía al rey. Esos mismos ciudadanos, por la soberbia humana




característica, no podía seguir aplicando las leyes de un Dios íntegro a cabalidad, y

entonces se lanzaron al desenfreno, liderados por su propio egoísmo.

Dios, quien no había olvidado el rol de responsabilidad que había adquirido por su pueblo, y por sobre todo el amor que le tenía, levanta, a pesar de, un rey humano, como los

demás pueblos los tenían. Nace entonces, en Israel, un Estado propiamente monárquico.

Esto todavía no estaba en los planes de Dios, y Él se lo hizo conocer al pueblo por medio de

su profeta y juez: Samuel. Pero eso no le importó a los demás ciudadanos; despreciaron el

reinado de su Dios y prefirieron a un rey imperfecto.

El primer rey, Saúl, por quebrantar un mandato de Dios a través de Samuel, no gozó

de la bendición de Dios. Saúl es remplazado por David, el segundo rey de Israel, con quien

Dios oficia un pacto con su casa. Ese pacto constaba con la premisa de que Dios haría del

reino de David un reino eterno. Dios hizo este pacto con David porque reconoció en David

una persona que no se regulaba por las leyes que él quisiera imponer, sin por las leyes

divinas. Para David, Dios seguía reinando sobre su vida, y debía reinar sobre todo el

pueblo. La ley de Dios fue nuevamente erigida sobre toda la nación.

Los “Escritos”: el enlace entre la historia y la teología.

Se sabe que David pensaba de esta manera en Dios por los múltiples himnos,

algunos escritos por él, otros dedicados a él, que develan dicho pensamiento. Muchos de

esos himnos se encuentran compilados en un libro llamado Salmos. Lo que David pensaba

de Dios como rey se refleja claramente en estos himnos. Para David Dios es el rey de toda

la tierra. Él, quien creó todo lo que existe, gobierna soberanamente sobre cada cosa. Nada




se escapa a su dominio. Y si eso así, ¿quién es el hombre, por muy poderoso que sea, para

quitarle el trono real al que se lo merece desde el principio?

Dios, para David, es el único que puede gobernar sobre la tierra, porque Él es elúnico que puede hacer justicia a cada ser humano sobre la base de sus acciones y

comportamiento. Dios es el único que puede tratar con equidad a una comunidad, el único

que puede ser verdaderamente misericordioso con el infractor, el único que tiene el derecho

de establecer una correcta moral: el decidir qué es bueno y qué es malo. Dios es el único

que escapa de la soberbia humana, y sobre ello el único que puede entonces tener la

autoridad para ordenar a su pueblo a vivir libres de esa soberbia, obedeciéndole por sobre

todas las cosas. Dios es el único que tiene el derecho de ser llamado rey. Dios es el Rey de

reyes, Él es quien destrona y erige gobernantes. David es consciente de que ahora gobierna

no por su influencia política, sino porque a Dios le plació levantarlo a esa posición luego de

destronar a Saúl de forma humillante.

Pero David también reconoce que Dios, en ese amor, ha decidido ‘seguirle el juego’

a su pueblo. Bajo los parámetros de una monarquía, David agradece a Dios en sus himnos

por estar con él, por permitirle ganar batallas, por darle una vida abundante. Para Dios,

David es su Ungido: la persona por la cual Él presentará favor al pueblo. Otros cantantes

cantan a Dios para que le dé larga vida a David como rey, y para que su reino sea

preservado por la eternidad.

Salomón, el hijo de David, con la sabiduría que Dios le había concedido desde los

inicios de su vida, compiló en un libro de dichos para aquellas personas que ocuparían

luego puestos de suma importancia en la nación: el libro de Proverbios. La manera como

Salomón, seguido por un consejo de sabios, escribe, da a pensar eso. Muchos de los dichos




van en concordancia con la manera como los reyes deben dirigir a una nación: de una

manera justa, amorosa, honesta, y sujeta a la voluntad de Dios. El rey debe rodearse de

gente humilde, que sepa dirigir al pueblo con honradez. El rey no debe beber sobremanera, pues eso puede afectar sus decisiones, las cuales siempre deben ser acertadas. Todos estos

consejos estaban pensados para que la ley de Dios fuera aplicada por los dirigentes a

cabalidad, y así su pueblo pueda aplicarla también.

El impasse entr e Reyes, Crónicas y Daniel: la cauti vidad y el reinado final .

Pero luego de que muere David, como si la muerte de Josué lo hubiera vaticinado, el

pueblo vuelve a olvidarse de Dios y su ley, vuelve a despreciar a su rey. Todo inició con

Salomón, sí, ese sabio que escribió los consejos para los reyes que le sucederían. Mandó a

construir el templo de Dios, fue conocido por su sabiduría, pero desvió al pueblo cuando

comenzó a servir a los dioses de sus numerosas mujeres, aun cuando él mismo conocía el

proverbio de no escuchar las lisonjas que de ellas venían. Eso ofendió a Dios, quien le

prometió a Jeroboam, un exfuncionario de Salomón, por medio de un profeta, hacerse con

la parte norte del reino de Israel. Así sucedió. El pueblo ubicado en la parte norte, por una

mala decisión de Roboam, el hijo de Salomón, se rebeló contra él y resolvió levantar a

Jeroboam como su rey. La dinastía davídica tuvo que conformarse con la parte del reino

que estaba ubicada en el sur.

Con el pueblo dividido en dos reinos, Dios tuvo ahora que darse a la tarea de hacer

retornar a los nuevos reyes que gobernarían, desde cada dinastía, a los tiempos de Josué y

David, cuando las leyes de Dios eran tenidas en cuenta, y Dios todavía gobernaba en medio

de toda la comunidad israelita. Pero otra vez entra en juego la soberbia humana. Los reyes




de ambos reinos, cuenta la historia, no se sometieron al mandato de Dios. No hicieron de

Dios su rey, sino un simple ente sobrenatural más en el mercado de los demás dioses que se

habían introducido desde el gobierno de Salomón. Los reyes, y por consiguiente losciudadanos, paulatinamente se olvidaron de su único rey, con el cual habían firmado

alianza. Eso ofendió a Dios. Lo ofendió tanto, que al final de cuentas resolvió castigar al

pueblo de la peor manera imaginable: quitarle su protección y presencia, desfragmentar sus

dos reinos, y por último, desterrarlos de la tierra que le proveía cobijo e identidad. Dios

permite que todo el pueblo sea llevado cautivo, primero el reino del norte por el imperio

Asirio, luego el reino del sur por el imperio Babilónico.

Daniel fue uno de esos tantos israelitas que vivió en el extranjero a raíz de la

cautividad babilónica. Dios usa a Daniel en ese escenario para, de una manera apocalíptica,

dar esperanza al pueblo exiliado. Daniel le dice al pueblo que el único soberano de todo

cuanto existe es Dios. No hay otro como Dios; Nabucodonosor, el emperador babilónico,

tuvo que reconocer esa verdad de una manera no muy placentera. Para Daniel, el reino de

Dios será la consumación de toda la realidad conocida. El mal y los seres humanos

soberbios, que creen gobernar sobre toda cosa creada, al final verán cómo Dios se levanta

sobre todos ellos, a través de su Ungido, y establece su reino portentoso, esta vez, por la

eternidad. El sufrimiento del pueblo exiliado no será en vano. Si ellos persisten en las leyes

divinas, y esperan en el advenimiento de ese reino, Dios los hará partícipes de él.

Nehemías y Esdras: l os ini cios de un nuevo retorno.

Aquí es donde, luego de estar un periodo largo en la cautividad, el pueblo, gracias al

imperio Medo-Persa, quien derrocó al emperador babilónico, le permitió a lo que había




quedado de los ciudadanos del anterior pueblo de Dios volver a la tierra que antes había

sido suya. El pueblo, aprendida la lección, se dispone a reconstruir la casa de Dios como en

los días de Salomón. El pueblo mismo se arrepiente de haber olvidado a Dios como susoberano, como su gobernante, y decide solemnemente renovar los votos de la alianza que

habían hecho sus antepasados en los días de Moisés. Otra vez, el pueblo estaba dispuesto a

vivir bajo las leyes de Dios como comunidad, y al hacer eso, estaba dispuesto a reconocer

que Dios debía volver a ser, de una vez por todas, el supremo gobernante de la nación.

Nehemías y Esdras son quienes cuentan esta parte de la historia nacional y se encargan de

hacerla perdurable, para que algo como la cautividad no vuelva a suceder.

Sin embargo, el daño estaba hecho. El pueblo que había regresado a su tierra se

debatía entre la esperanza de recrear un reino como en los tiempos de David, dirigido por

las leyes de Dios, y la desesperanza de vivir con temor, a expensas de lo que pudieran

hacerle otras potencias cercanas. Sabían esos ciudadanos que retornaron a su tierra que, a

pesar de estar esta devastada, debían mantener la esperanza de que Dios escogiera algún

otro Ungido, como David, el cual lidere al pueblo, gane batallas, venza enemigos, y

finalmente los posicione en donde antes estaban. Pero, ¿era este el plan de Dios?, ¿cómo

configuraron aquellos ciudadanos en sus cabezas tal cosmovisión?

Los “ Profetas Posteriores ” : La bi sagra entre el antes y el después

La respuesta a estas preguntas está contenida en los sermones de personas que,

desde un poco antes de los tiempos de la monarquía, Dios se había preparado para que se

encargaban de cumplir su ley y de invitar a los demás a cumplirla. Esas personas eran los

profetas. Los profetas eran mensajeros de Dios al pueblo. Cuando el pueblo hacía las cosas




mal, los profetas exhortaban al pueblo a regresar a la senda del bien, a cumplir con la ley de

Dios. Si el pueblo llegaba a ser renuente al mensaje divino, el profeta profería un vaticinio

de destrucción contra toda la nación. Todo esto lo hacían los profetas con el fin de recordarla alianza que habían hecho con Dios, para que, viéndolo como gobernante, le obedecieran.

Samuel fue uno de esos profetas, fue el primero que, a las puertas de la monarquía,

comunicó el mensaje de Dios, a pesar de que el pueblo no lo escuchó para proseguir con

sus fines egoístas de querer un rey. Eso de querer un rey traía más problemas que

beneficios a los ojos de Samuel, y en efecto, así fue. Todos los profetas, después de

Samuel, se dirigieron a los reyes que se desviaban de las leyes de Dios, los exhortaban, y

les invitaban a reconciliarse con el que debería ser el verdadero rey de Israel. Se sabe que

los profetas hacían esto porque se conocen las profecías de algunos de ellos, los más

representativos. Dichos profetas hablaron claramente del reino de Dios.

Isaías fue, de todos, el profeta que más habló del reino. De los profetas de quienes

se tienen escritos Isaías es uno de los más citados pues es quien mejor ha configurado la

escenificación última del reino que Dios planea construir. Junto con Jeremías y Ezequiel,

Isaías le enseña al pueblo que la alianza de Dios con él no ha terminado del todo, que a

pesar del castigo que le está deparado y ahora se les viene encima, todavía deberá esperar

un día en donde Él volverá a rescatarlo y a instaurar su gobierno sobre todas las demás

naciones junto a sus gobernantes.

Para Isaías el reino de Dios tendrá un rey, un Ungido impuesto por Dios, que

gobernará sobre toda la tierra. Cuando éste Rey prometido se siente sobre el trono, habrá un

tiempo de juicio para las naciones extranjeras que han oprimido al pueblo de Dios, un

tiempo de juicio sobre el pecado: la idolatría, el consultar adivinos, el hacer tratos antiéticos




con extranjeros. El pueblo, quien ha llenado su vida de riquezas y bienes materiales, pero

también de ídolos hechos de sus manos, se ha rebajado a ser esclavo de sus propios deseos,

creyéndose más que Dios, su rey. El día de Dios traerá humillación para el altivo, lasoberbia del hombre será postrada, y en ese día sólo Dios será alabado. Será un día de

humillación para todo aquel que se ha enaltecido y los ídolos desaparecerán por completo.

Aunque hay un contexto de juicio puesto que el pueblo se ha desviado de Dios, sin

embargo, Dios no se ha desviado de él. Dios invita a su pueblo a pedir perdón, les invita a

acercarse a Él, y si aceptan la invitación Él les promete bendición.

En este reino la justicia, la paz, la salvación, la limpieza de las transgresiones y la

redención serán los elementos que regularán todas las esferas de la vida. El rey de ese reino

reunirá a su pueblo desde los confines de la tierra; no habrá distinción entre unos y otros.

Aun a las personas de otros pueblos distintos en cultura y cosmovisión al pueblo de Israel, a

los que se les llamaba gentiles, ese rey atraerá a su pueblo. Ese rey purificará, santificará a

su pueblo. Isaías anuncia a Emanuel, que significa Dios con nosotros, como una figura real,

la señal sublime de que Dios lo liberará de manos del emperador asirio. Isaías, además,

describe cómo un niño nacerá y, en su nacimiento, será el más importante de todos los

poderosos de la tierra. Ese niño será llamado Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre

Eterno, Príncipe de Paz. Su dominio y la paz no tendrán fin en su reino. Gracias a él, el

reino de David será afirmado y fortalecido con derecho y justicia hasta la eternidad. Galilea

y toda la región de los extranjeros, los gentiles, también estarán bajo mandato de este niño.

Sobre el perfil anterior del rey, Isaías añade otra cosa más: en él reposará el Espíritu

de Dios, un espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu

de conocimiento y de temor. Él se deleitará en el temor de Dios. Bajo ese temor, ese




Pero Dios tuvo que mostrar su poderío contra su pueblo, para que vieran que en

realidad, Él era quien debía ser respetado y temido, y no otra persona. Es claro para estos

profetas que Dios es quien le ordenó a las naciones enemigas castigar a su pueblo, quienmandó ciertas calamidades naturales contra su propio pueblo, como lo hizo una vez con

Egipto. Dios es rey en tanto él gobierna la naturaleza y la mentalidad misma de cualquier

persona, sean incluso emperadores de gran renombre.

Pero, a la vez que Dios tenía preparado este castigo contra el pueblo por desconocer

su realeza, por no aceptarlo como rey en sus vidas al hacer las cosas que ellos querían por

su propia soberbia, también tenía preparado un día donde, al final, enviaría a su Ungido

para gobernar a su pueblo como él quería que fuera gobernado: siguiendo sus reglas. Este

día que Dios ha preparado, su día, no será como los demás días. En él se desatarán una serie

de eventos que causarán pavor e instarán a la gente a pedirle perdón, y luego volverse a sus

leyes. Pero sobre este día vendrá, para su pueblo arrepentido, la esperanza de un reino que

viene tras de sí. Ese es el reino que el Ungido de Dios gobernará. No lo hará con armas, ni

con fuerzas militares, sino con la paz y la justicia que lo caracterizan. Todo será gobernado

con equidad, todos los ciudadanos hablarán honestidad, amarán a su prójimo, vivirán bien.

El reino divino no tendrá fin, y el espacio del reino se expandirá por todo el globo

terráqueo. ¡Esto es el reino de Dios!




El drama del reino de Dios: segunda parte

Los “Evangelios”: el Ungido que ha ll egado

¡El reino de los Cielos se ha acercado! Esa es la primera sentencia de Jesús cuando

inicia su ministerio, a los treinta años de edad. De esta sentencia a las últimas palabras del

último profeta del que se tiene registro, en el tiempo cuando el pueblo cautivo puede

regresar bajo el cuidado del imperio Medo-Persa, habían pasado cuatrocientos treinta años.

En este lapso de tiempo mucho había cambiado; el pueblo de Dios que había salido del

cautiverio, principalmente los ciudadanos del reino del sur, los llamados “el remanente”,

nunca pudieron estabilizarse nuevamente en su tierra. Siempre, por ser el objetivo de los

reinos más grandes y poderosos, estuvieron en constantes luchas y se vieron subyugados

muchas veces. Pero algunos no perdían la esperanza de que, en realidad, la profecía de los

antiguos se verían cumplidas, y el Ungido de Dios no demoraría en instaurar su reino

eterno, poniendo bajo su dominio a las naciones que los oprimían. El remanente, bajo la

nueva cosmovisión que habían adquirido, de no volver a nombrar a Dios por la sacralidad

que ahora les representaba el nombre (quizá hacían esto para no tener que volver a tener el

problema de compararlo con otros dioses, y así no recaer en la idolatría), se referían a las

obras y mensajes de Dios como “obras que vienen desde los Cielos”.

En esas constantes luchas contra el imperio Griego, y luego el Romano, que era

quien tenía el control del pueblo en esa contemporaneidad, se vieron enfrentados a

debatirse entre su esperanza y fidelidad, pero al parecer desde los Cielos no se volvía a

hablar como antes. Luego de esos cuatrocientos treinta años, el remanente, cansado, se




disponía a esperar en algún caso supremo que les permitiera seguir conteniendo tranquilos

o terminar sus días luchando contra la opresión del imperio captor.

Sin embargo, con la esperadísima llegada de Jesús, otra vez vuelve Dios a hablar.Este Jesús, para los evangelistas, era el Esperado. ¿Sería éste el Ungido prometido desde

los tiempos de Isaías? ¿Sería éste el que confirmaría la alianza que hizo Dios con David?

“¡Sí!”- dicen los evangelistas, personas que habían estado conviviendo con Jesús o con su

mensaje durante muchos de sus años - “¡Jesús es el Ungido de Dios, el Emmanuel

prometido!” Pues si esto es cierto, entonces ¡qué buenas noticias! Y en efecto, sí que eran

buenas. Si éste Ungido era el que en realidad se estaba esperando, el rey que gobernaría con

justicia y equidad a las naciones, que promulgaría un juicio contra los que oprimen al

pueblo de Dios, quien levantaría a los que perseveraron en la leyes de Dios, siendo fieles a

ellas y no siguiendo las reglas de la soberbia humana, entonces tarde que temprano el

mundo y los poderes conocidos en él cambiarían drásticamente a su favor.

Jesús comenzó a predicar estas buenas noticias (el evangelio) del reino. Sin

embargo, aquél remanente que había esperado al Ungido luego de que volvieron a su tierra

no estaban tan seguros de esas buenas nuevas. Los líderes religiosos del remanente, que

eran sumamente respetados, pensaban que las palabras de Jesús no sólo eran una gran farsa,

sino que eran incluso blasfemia a su buena intención de esperar al verdadero Ungido.

Decían estos líderes que Jesús no podía ser el Ungido de Dios: no vino de una buena casta,

sus milagros no tenían suficiente peso en las enseñanzas antiguas, y sobre todo, aún no

había destruido, o al menos diezmado, los poderes opresores del momento.

Jesús, sin embargo, les demostraba a estos líderes religiosos que él era el verdadero

Ungido. Sus milagros no eran simples milagros, eran señales que demostraban que él en




realidad provenía de Dios, que incluso era su Hijo. Jesús se hace llamar así mismo el Hijo

del Hombre, usando las mismas palabras que Daniel utilizó para referirse a la persona que

gobernaría en el reino de Dios, del “Altísimo”, que venía con poder. No solo eso, Jesús, en

muchas de sus enseñanzas, constantemente le indicaba a los que las oían que él era el único

camino, la única verdad, el único enlace, el siempre justo, el diferente. A los discípulos más

cercanos les reveló que era él el Ungido de Dios, era la nueva ética y poder del reino, el

único que tenía la autoridad de dar las llaves que lo abren.

Pero los líderes religiosos, y por consiguiente varias de las personas que lideraban,

no querían hacer caso a las palabras de Jesús. La soberbia humana era tal, que todo su

interés por el reino de Dios quedó relegado a simples utopías, donde el beneficio que

recibirían sería era más importante que sujetarse a lo que Jesús quería. Así que Jesús,

mediante pequeños cuentos con enseñanza, llamados también parábolas, enseñaba a sus

oyentes acerca del reino como algo supremamente superior a los intereses del mundo. Con

estas parábolas, también denunciaba las artimañas de los líderes religiosos que lo

rechazaban. Para Jesús, el reino era semejante a una perla de gran precio que merecía

venderlo todo para ir a comprarla; el reino era una red que atrapaba peces de todas clases,

pero que sólo unos escogidos entraban al bote; el reino era una viña que los labradores del

dueño debían cuidar, pero esos labradores, gente malvada, queriendo apropiarse de ella, la

maltrataron, y luego pensaron matar al heredero de la viña; el reino era un banquete, que

por mandato del rey, los que no estaban invitados a él fueron incluidos, porque los

invitados no habían querido ir. Todas las enseñanzas de Jesús acerca del reino tenían esos

tópicos. Rechazarlo a él era rechazar al reino: a la perla, a la red, al bote, a la entrada en la

viña, a la invitación al banquete. Lo triste es que quienes rechazaron a Jesús fueron los




mismos líderes religiosos y los que seguían sus ordenanzas quienes esperaban con suma

vehemencia ver el reino de Dios venir desde los Cielos.

El reino al que se refería Jesús no era uno cuya manifestación se fuera a darfísicamente. Para Jesús, los bienes físicos que representaban poder o realeza no eran

pertinentes en su reino. Lo importante en el reino de Jesús es el corazón creyente. El seguir

la ética del reino, para Jesús, no tiene una recompensa en este mundo, tiene una recompensa

de niveles más superiores de los que este mundo puede sostener. La esperanza del reino,

para Jesús, es la salvación de la vida. Jesús promete a los que le oyen que, si le siguen, así

como él sigue las instrucciones de Dios cual siervo sigue a su rey, entonces alcanzarán lo

que es verdaderamente importante: su entrada al reino celestial, un reino mucho mayor que

el físico, porque trasciende las esferas de la materia. Eso no quería decir, para Jesús, que las

esperanzas puestas en este mundo fueran infructuosas. Más bien quería decir que, junto con

aquellas cosas cotidianas y recurrentes, habría un tiempo en que las cosas pasajeras ya no

serían cruciales, que la vida cultivada en hacer la voluntad de Dios sería lo importante,

porque sería eso lo que alargaría la vida eternamente. Si el reino de Dios ha de ser eterno

cuando el ser humano no lo es, entonces el ser humano debe mudar su posición de finito a

eternal, y eso es lo revolucionario en el mensaje de Jesús. En la escena de los últimos

momentos de su vida, un ladrón que está también en sus últimos momentos le dice: “Señor,

acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, Jesús le dice: “Hoy estarás conmigo en el

paraíso”. Ese hoy de Jesús le aseguraba al ladrón perdonado que la esperanza de pertenecer

a un reino que desbordaba los límites que supone la muerte eran verdaderas.

El mensaje, las buenas noticias del reino, Jesús no las convido sólo con el

remanente, sino con todos los otros extranjeros al remanente con los que se encontraba: los




gentiles. Dios ya había dicho por medio de Isaías que él extendería su luz de salud, de

invitación, a los gentiles. Jesús, al hacer esto, afirmaba aquellas palabras. Jesús va en busca

de los más necesitados y los repudiados de la sociedad, incluso de los repudiados por el propio remanente de Dios. Todo lo hace con el objetivo de extender la invitación a todos

aquellos que no lo rechazaban, como aquellos líderes, sino que abrazaban la nueva

oportunidad de vida que se les presentaba. Jesús era el Ungido porque no había soberbia en

su corazón. Tener el espíritu de Dios en él le impedía poseerla. Por eso Jesús siempre se

preocupó por los demás, por los más necesitados con mayor ahínco, se compadecía del

otro, servía al otro, nunca uso de violencia para conseguir sus fines, sino que antes se

dejaba violentar para que los demás consiguieran los de ellos.

El reino que Jesús anunciaba era como él. Él, como Ungido, ya había dicho que su

reino era uno justo, donde la voluntad de Dios era el mandato por sobre todos los mandatos.

Como Ungido, vino a rescatar a aquellos que estaban bajo opresión, a liberar a quienes

estaban en cautividad, a declarar el año bueno de Dios. Pero su reino de justicia no

implicaba necesariamente la expansión de un territorio. Él ya había decidido que, para

expandir su reino, primero debía encarnar en la mente de sus ciudadanos una actitud como

la de él. El reino comenzaba desde adentro. En la medida que Dios gobierne nuevamente

sobre la soberbia de cada individuo, entonces el reino estará presente. Si no fuera así,

seguramente se volverían a vivir tiempos como el de los jueces, donde el pueblo hacía lo

que le parecía a pesar de estar viviendo en la tierra de Dios. Jesús fue el primero que enseñó

a los demás a entender que es Dios quien le gobierna. ¡Jesús es el reino! Por eso decía que

ya el reino estaba entre la gente, que el reino ya estaba cerca.




Pero sin duda lo más revolucionario de todo el mensaje de Jesús era que el reino

esperado no se componía de una, sino de dos etapas. Los evangelistas Mateo, Marcos y

Lucas recalcan esta enseñanza dentro de las últimas que dio Jesús. Para Jesús, su muerte nosería el fin del reino prometido, porque, y asegura enfáticamente, él vendrá por segunda

vez. La descripción del día de su segunda venida se parece a las descripciones del día de

Dios que habían vaticinado los profetas menores en la antigüedad. Dios y Jesús se

encargarán de que ese día las catástrofes naturales se pongan de acuerdo para hacer estragos

todas a la vez. Entonces aparecerá Jesús para dar juicio y finalizar todo lo que haya que

finalizar. Jesús se entronizará como juez supremo, y en ese día, juzgará a todos aquellos

dividiéndolos en dos clases: los que hicieron la voluntad de Dios, les permitirá estar con él

eternamente, mientras que los que no la hicieron, los expulsará a una eternidad sin acceso a

Dios y a su reino.

Esto no era lo esperado por el remanente. Ellos querían un reino físico de autoridad

descendiera, literalmente, de la estratósfera, y los acogiera a ellos, que estaban casi ya

medio milenio esperando. Pero ¿para qué conformar un reino físico si los ciudadanos

mismos no estaban debidamente preparados para aceptarlo? Hacerlo sería repetir

precisamente lo que sucedió en los tiempos de la monarquía de Israel. Eso no les importó

mucho. Jesús, quien seguía hablando herejías de un reino cercano que a primera vista no

estaba cerca, resultó muy ofensivo para el remanente. Y esa ofensa, como pasa muchas

veces, no duró mucho tiempo sin concretarse en acciones. Cegados por el miedo, la ira y la

desesperación, los líderes religiosos de los que antes se hablaba se pusieron de acuerdo para

asesinar a Jesús muchas veces, pero sólo lo lograron cuando, por traición de uno de sus

amigos cercanos, le llevaron como preso ante la corte del momento, fue enjuiciado por




ellos, y a petición suya, alegaron ante el procurador romano, quien legislaba la región

donde habitaba Jesús, que lo asesinaran de la muerte más vil: clavándolo en una cruz.

Los “Hechos”: la nueva comunidad del Ungido

El día de la muerte de Jesús fue un día desilusionador para los que le seguían. Sus

discípulos más cercanos, quienes se convertirían eventualmente en los testigos de toda esta

historia, fueron los más golpeados. Pero, luego de un tiempo, en su dolor, Jesús se les

aparece resucitado (¡Qué imagen tan increíble!), y les cuenta cómo todo lo dicho por los

profetas en él se cumplía. Él, ahora sin lugar a dudas, era el Ungido de Dios, el verdadero

rey. El único capaz de resucitar es quien tiene poder sobre la muerte, y puede dar eternidad

en el reino eterno prometido. ¡Claro! La cruz fue la espada de doble filo. Dios ya había

dicho, por medio de Isaías y otros profetas, que su Ungido sería golpeado y posteriormente

asesinado por las transgresiones que generaba la soberbia humana, para que así, las ofensas

de todos los que habían conocido las instrucciones de Dios fueran perdonadas por él. La

muerte de Jesús sirvió como el catalizador para que el nuevo reino divino abriera sus

puertas. ¡El reino comienza cuando el corazón perdonado reconoce la cruz!

Esto fue lo que los discípulos de Jesús, luego de que él ascendiera al cielo como ser

humano resucitado, comenzaron a predicar y enseñar primero entre el mismo remanente de

Dios, y muchos de ellos, creyendo que Jesús era el único capaz de oficiar un verdadero

reino divino, ofrecieron perdón a Dios por lo que habían hecho, y comenzaron a vivir

conforme a su voluntad. La comunidad convertida, que no solo contenía personas

descendientes del remanente sino muchos que no eran necesariamente de él, comenzaron a

vivir sus vidas de acuerdo a la voluntad de Dios gracias al ejemplo de vida que estableció




Jesús, es decir, se olvidaron de la soberbia. Olvidarse de la soberbia era pensar en el otro.

Esta comunidad, entonces, acudía a los necesitados, compartía, amaba a los enemigos y

anunciaba a los demás las buenas noticias que a ella habían cambiado. El reino, que habíaimpactado primero el corazón de las personas, ahora animaba a la comunidad compuesta

por las personas de este corazón transformado a reproducir reino en los demás.

Las “Cartas” : Pablo, el emisario del Ungido

En el camino, uno de esos que creían que la única verdad era seguir lo que los

líderes religiosos de los que se ha hablado: el obedecer las instrucciones de Dios dadas a los

antiguos y continuar esperando al verdadero Ungido, se había convertido a las buenas

nuevas de Jesús. Esa persona se llamaba Saulo. Dios le cambió el nombre a Pablo, luego de

una experiencia sobrenatural que le sobrecogió y le hizo ver la inoperancia de sus

creencias, cuando ve a Jesús diciéndole: “¿Por qué me persigues? ¡Dura cosa te es dar

coces contra el aguijón!” Pablo, luego de esto, fue aleccionado por Jesús, quien ahora había

partido de este mundo (no se cuenta entonces cómo recibió sus enseñanzas); bajo su

adoctrinamiento, el cual duró varios años, le enseñó a Pablo, como le enseñó a sus

discípulos luego de la resurrección, cómo todas las cosas que se hablaban de él en los

profetas se cumplían en su persona y obras. Como otros, Pablo también pidió perdón a

Dios, fue incluido en el reino, y comenzó a trabajar para él junto con la comunidad que

entendía la dinámica de ese reino liderado por el Ungido.

Pablo, entendiendo esto, y persuadido por estas buenas noticias, emprendió muchos

viajes a las grandes ciudades en todo el mundo conocido para compartirlas. Muchas de sus

enseñanzas crearon pequeñas comunidades alrededor del mundo, llamadas iglesias. Luego




de que esas iglesias son formadas, Pablo les escribe cartas para confirmarlos en lo que han

creído y animarlos a que sigan esperando la segunda venida de Jesús, cuando el reino de

Dios por fin será instaurado de una vez por todas.Pablo, en sus cartas a las iglesias, expone ciertas características del reino que ya

Jesús las había insinuado. Para Pablo, el reino de Dios era vivir en alegría, paz y gozo,

porque ahora el ciudadano de ese reino tenía el Espíritu de Dios, como lo tenía Jesús,

dentro de él. El reino de Dios es un asunto de vida diaria; como había dicho Jesús, en tanto

Dios gobierne en los corazones de sus ciudadanos, el reino de Dios estará presente. La

entrada al reino de Dios se logra solo al reconocer que Jesús es quien la permitió al morir

en la cruz, limpiando así las ofensas de los nuevos ciudadanos. Y, por si fuera poco, el

reino de Dios implica, además, una transformación futura: Dios dará su entrada al reino a

los que esperen y mueran esperando, siguiendo fieles a sus instrucciones, el día en que Él

los levante y haga de sus cuerpos, cuerpos eternos. Los demás discípulos de Jesús no

debatieron mucho lo que dijo Pablo, y como se interesaron por otras actitudes dentro de la

iglesia de Dios, no hablaron tanto de cómo debería ser entendido el reino hoy.

El “Apocalipsis”: El fin esperado del reino

Apocalipsis, conocido como el libro de las Revelaciones, tiene el firme propósito de

dibujar con lujo de detalles lo que Jesús dijo acerca de su segunda venida. En Apocalipsis,

Jesús vuelve por segunda vez coronado con un poder sin límites y con un porte

indescriptible. Jesús es llamado allí el Rey de los reyes y el Señor de los señores, abrirá una

serie de sellos que contienen desastres naturales, típicos a los descritos por los profetas

menores, y desencadenará una guerra contra la soberbia personificada, la cual terminará




ganando indudablemente. Entonces, aquellos que han perseverado creyendo que él era en

realidad el Ungido esperado, y han resistido hasta la muerte sin despreciar sus mandatos,

los coronará de gloria y honra, y los llevará a morar con él en la ciudad que ha preparado para ello. Esa ciudad será el reino que descenderá del Cielo, y esta vez dominará sobre toda

cosa creada, por toda la eternidad. A esta visión muchos de los que aceptaron la realeza de

Jesús se unieron, y se unen hoy día, gritando con un gozo y esperanza siempre renovados:

¡Así sea, así sea! ¡Ven, Señor Jesús!

Conclusión

Y así, mi querido joven, termina el drama del reino de Dios. Todavía estás a tiempo de

unirte a él. Dios y su Ungido te tienen un papel principal reservado: el papel de que dejes

gobernar a Dios en tu vida, de que tu soberbia no te domine, y entonces puedas ser

ciudadano de ese reino, aprendiendo a servir a los demás y a Dios mismo. Haciendo eso,

¿qué te impedirá unirte al canto y clamor de los que esperan por la segunda venida, donde

el reino eterno por fin se establecerá? ¡No ha acabado todavía el tiempo para que lo hagas!

Ven, y hagamos parte del drama.

el drama del reino de dios - tf teología bíblica.pdf

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