el discernimiento

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RENOVACION CARISMATICA CATOLICA DE LIMA CENTRO CARISMATICO DE FORMACION – 2001 PROGRAMA FORMATIVO DESCENTRALIZADO: SEMILLA EL DISCERNIMIENTO En 1Co.12,10 nos dice la Biblia que uno de los dones dados por el Espíritu Santo a la Iglesia es el discernimiento de espíritus. Este don es utilizado para proteger a los creyentes de espíritus malos que se muevan en el ambiente o bien dirigirlo hacia donde el Espíritu nos lleve de manera sobrenatural. ¿QUÉ ES EL DISCERNIMIENTO? Discernir significa reconocer o identificar. Separar para elegir; discernimos lo bueno de lo malo, tiene que ver con la búsqueda que tiene el hombre de Dios, de lo que le agrada, encontrándose en ese caminar fuerzas contrarias pero desiguales, la acción del espíritu de Dios que trata de conducirlo por la verdadera senda, ayudándole a reconocer y vencer los obstáculos y la acción del mal. El demonio que es enemigo de Dios, que trata de todos los medios a su alcance de apartarnos del camino verdadero y así precipitarlo junto a él al abismo eterno (1P. 5,8; Gn.3,14 ; Mt. 4,1-10). Nosotros mismos y nuestros intereses, porque podemos estar escuchando nuestra voz interior y la podemos confundir porque nos agrada mucho lo que escuchamos. El discernimiento puede ser el arte del sentido común es decir una intuición natural que puede ser adquirida o puede ser un carisma, un don particular que comunica el Espíritu Santo para reconocer de que origen provienen los movimientos interiores del alma. El “arte” del discernimiento no sustituye la luz de Dios. Siempre será necesario pedir esa luz para usar acertadamente las reglas de discernimiento. El poder utilizar el discernimiento de espíritus es un regalo dado por Dios ( 1 Cor 12:7, Gál 3:5,), el cual nos guía hacia el orden de Dios (1 Cor 14:29-33) en medio del mover del Espíritu Santo y de los otros espíritus . Este don nos sirve para: Prevenir,Ver mas allá de lo que muchos ven, Ponernos en aviso, Distinguir, Ver las intenciones del corazón CUADERNILLO DE ENSEÑANZA – DISCERNIMIENTO 1 Centro Carismático de Formación

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EL DISCERNIMIENTO

En 1Co.12,10 nos dice la Biblia que uno de los dones dados por el Espíritu Santo a la Iglesia es el discernimiento de espíritus. Este don es utilizado para proteger a los creyentes de espíritus malos que se muevan en el ambiente o bien dirigirlo hacia donde el Espíritu nos lleve de manera sobrenatural.

¿QUÉ ES EL DISCERNIMIENTO?

Discernir significa reconocer o identificar. Separar para elegir; discernimos lo bueno de lo malo, tiene que ver con la búsqueda que tiene el hombre de Dios, de lo que le agrada, encontrándose en ese caminar fuerzas contrarias pero desiguales, la acción del espíritu de Dios que trata de conducirlo por la verdadera senda, ayudándole a reconocer y vencer los obstáculos y la acción del mal. El demonio que es enemigo de Dios, que trata de todos los medios a su alcance de apartarnos del camino verdadero y así precipitarlo junto a él al abismo eterno (1P. 5,8; Gn.3,14 ; Mt. 4,1-10). Nosotros mismos y nuestros intereses, porque podemos estar escuchando nuestra voz interior y la podemos confundir porque nos agrada mucho lo que escuchamos.

El discernimiento puede ser el arte del sentido común es decir una intuición natural que puede ser adquirida o puede ser un carisma, un don particular que comunica el Espíritu Santo para reconocer de que origen provienen los movimientos interiores del alma. El “arte” del discernimiento no sustituye la luz de Dios. Siempre será necesario pedir esa luz para usar acertadamente las reglas de discernimiento.

El poder utilizar el discernimiento de espíritus es un regalo dado por Dios ( 1 Cor 12:7, Gál 3:5,), el cual nos guía hacia el orden de Dios (1 Cor 14:29-33) en medio del mover del Espíritu Santo y de los otros espíritus .Este don nos sirve para: Prevenir,Ver mas allá de lo que muchos ven, Ponernos en aviso, Distinguir, Ver las intenciones del corazónAdemás de estos usos que Dios le da a este maravilloso don, existen lugares y ocasiones especiales por las cuales se puede "activar", es decir que puede ser utilizado en momentos como los siguientes:

1. En ministración (Se discierne por medio de la confesión, imposición de manos, al tener contacto, o al recibir una luz acerca del problema o bien la raíz del problema que se esté afrontando)2. Consejería (Por medio de este don se pueden visualizar los problemas desde otro ángulo y poder dar un consejo adecuado y oportuno a la situación que esté viviendo una persona específica)

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3. Liberación (para conocer cuál espíritu o demonio es el que ha tomado lugar en un cuerpo y desalojarlo por medio de la guía que Dios dé por medio de su Espíritu Santo.)4. En la unidad con Dios al momento de ministrar los dones.

Antes de pedir a Dios este don debemos tener clara la motivación que nos lleva a solicitarlo, pues la Biblia dice que si nosotros lo anhelamos con el propósito de que sirva de edificación a la Iglesia, Dios lo hará abundar en nosotros.A continuación daremos algunos ejemplos que se observan en la Palabra de Dios acerca de la forma en que este maravilloso don actúa, ya que no siempre va a ser la misma manifestación, pues Dios es soberano y se puede manifestar de distintas formas cada vez que él lo considere necesario hacer.

1. Jesús sana a la suegra de Pedro (Lc. 4:38-39).Es importante notar aquí que El Señor tomó autoridad sobre la fiebre, la reprendió y ésta tuvo que abandonar el cuerpo de la suegra de Pedro. Esta es una característica muy importante del don de discernimiento de espíritus, ya que al discernir el espíritu (bueno o malo), habrá que tomar autoridad, si es necesario sobre este espíritu y desalojarlo directamente.

2. Jesús sana a un hombre poseído por un espíritu (Mar 9:25)Nuevamente Jesús discierne el espíritu que había tenido atormentado a este hombre, lo reprende, e inmediatamente el espíritu huye.

El discernimiento es señal de madurez. El discernimiento puede ser igual un don, como nos lo enseña Pablo (1Co.12,10). En este caso Dios da por gracia un instinto sobrenatural muy seguro que permite reconocer inmediatamente el origen sobrenatural y no sobrenatural de las inspiraciones interiores que animan a una persona o grupo.

En la palabra discernir encontramos la clave de lo que buscamos con nuestra búsqueda de la voluntad de Dios. Es una palabra muy querida en la RenovaciónCarismática católica puesto que alude a uno de los carismas del Espíritu Santo. Podemos profundizar también el tema del discernimiento a la luz de la Conferencia de Puebla y de las enseñanzas del Papa Pablo VI.

El discernimiento es un acto fundamentalmente cristiano, mientras se haga a partir del Evangelio, con visión de Fe. Es a partir del evangelio como los signos de los tiempos se convierten en interpretaciones de Dios a las que debe responder la acción evangelizadora de la Iglesia en general y de cada uno de los cristianos en particular.

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Fue Pablo VI quien de manera mas decidida saco del olvido el discernimiento y lo colocó como actitud fundamental y primera, en la acción evangelizadora concientemente desarrollada. Texto clave en su doctrina es la carta Octogésima Adveniens escrita en 1971.

Condiciones fundamentales para que el discernimiento merezca el nombre de cristiano:

1. Comunitario: El discernimiento que aspira examinar y transformar la realidad debe ser comunitario, es competencia de las comunidades cristianas. La complejidad de la realidad imposibilita que sea realizado solo por una persona, que se base solo en una palabra cuando se trata de la vida de la iglesia. Pero es lógico admitir que ese discernimiento comunitario debe verse acompañado en todo momento por el discernimiento personal (Octogésima Adveniens, No 49)2. Carismático: Todo autentico discernimiento debe realizarse bajo la acción del Espíritu Santo. Su luz es absolutamente imprescindible. Por eso la oración es el ambiente normal en donde disciernen los hermanos.Allí suplican al paráclito que les de la caridad de su iluminación.3. Eclesial: Para discernir eclesialmente debe darse comunión con los pastores responsables. Así lo enseña Pablo VI, leyendo nuestra realidad a la luz de las orientaciones de nuestros pastores.4. Dialogal: En el discernimiento de la realidad no estamos solos. Se requiere dialogar con muchos hermanos, católicos. El Señor quiere la salvación de todo hombre y también la de todos los hombres.

Es un conocimiento que infunde directamente el E. S. ( Jn.14,15-16; Jn.14, 26), esta luz ilumina de tal modo la inteligencia, que la voluntad no puede dudar del origen y finalidad Divina, de los pensamientos, impulsos, experiencias o acciones de una persona o un grupo. En el carisma del discernimiento el conocimiento es inmediato y por eso se habla de una luz interior. (El carisma de Discernimiento. Jaques Cousteau, pag 19).

Una especie de sentido espiritual que permite captar lo que es auténtico del E S, lo que viene de Él. Un discernimiento tiene, pues, una enorme importancia; permite en efecto percibir lo que viene del Espíritu, lo que es de la carne, lo que emana de las

fuerzas de las tinieblas y retener lo que manifiesta la acción del Espíritu. (Los Carismas- P. Philippe OSB Pag 15).

Este carisma se conoce en inspiraciones o mociones interiores. No se trata de una intuición psicológica especialmente para que el Espíritu pueda usarla, se trata específicamente de mociones pasajeras que vienen de la Gracia.Mientras más unidos estemos al Señor Jesús y más encontremos a nuestro Padre en Jesús, más se desarrolla en nosotros este sentido espiritual sobre nuestra inteligencia y nos ayuda a percibir lo que viene de Dios y lo que le agrada.

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Cristo prometió su espíritu, un consejero que nos enseñaría e iluminaría. Dentro de su plan estaba guiarnos personalmente como un Padre que nos ama, para que cada uno encontrara su camino dentro de El. Esto lo hace a través de impulsos e inspiraciones que pone dentro de nosotros el espíritu que nos habita. Sin embargo, no siempre sabemos con certeza si una inspiración recibida proviene realmente de Dios. Muchas veces el espíritu del mal nos confundey llega hasta imitar las inspiraciones de Dios. Por eso San Juan nos advierte: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios” 1Jn. 4,1 . Esto es lo que hace el Discernimiento.

INSPIRACIONES ORDINARIAS Y CARISMÁTICAS

Con respecto a las inspiraciones que recibimos, las hay ordinarias y carismáticas.

Surgen dentro de nosotros en forma muy similar a nuestras inclinaciones naturales; son simplemente impulsos para hacer o dejar de hacer algo. Las podemos distinguir de nuestros

impulsos naturales porque van envueltas en un sentimiento de delicado amor proveniente del Espíritu santo.En estas inspiraciones no hay nada de espectacular, son simples impulsos amorosos dentro de nosotros que nos da el espíritu Santo para iluminarnos, fortalecernos y guiarnos. Por lo mismo son menos peligrosas y a la vez mas deseables. Constituyen la forma ordinaria de relación con Dios y las personas que están cercanas a El y buscan su voluntad, por lo que solo pueden ser recibidas por los que viven en estrecho contacto con El.

El principal problema que nos representa este tipo de inspiración es distinguirlas de los impulsos surgidos de nuestra afectividad natural. Lo importante es que estemos siempre abiertos a la acción de Dios dentro de nosotros sabiendo que las inspiraciones ordinarias son la manera normal de actuar del espíritu de amor. Toda perfección de la vida cristiana consiste en poder llegara una capacidad de escuchar y a una docilidad tan grande al Espíritu Santo que no necesite de medios extraordinarios para conducirnos. A medida que una persona se acerca a Dios, estas inspiraciones ordinarias se convierten en una atmósfera que envuelve la vida entera. No necesita consultar al Señor en cada caso particular, ya que vive continuamente en atención amorosa a su voluntad. Sin embargo, no hay nadie que, en algunas circunstancias de su vida, no tenga que hacer un ejercicio activo y voluntario de discernimiento antes de tomar una decisión.

INSPIRACIONES CARISMÁTICAS

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Son experiencias como impulsos provenientes de fuera de nosotros. Pueden consistir en visiones, palabras o en ideas que surgen de pronto sin causa especial. A veces son simplemente impulsos a hacer algo, a hablar con alguien desconocido o ir a un lugar insólito. Son las mas extraordinarias y las menos frecuentes. También son las mas peligrosas ya que Satanás puede imitarlas ; el puede darnos visiones y mensajes que nos confunden. Ver Siracides o Eclesiástico 34, 1-7 Siempre que tengamos una inspiración de este tipo será necesario ejercer discernimiento sobre ella.

Es probable que Dios envié este tipo de inspiraciones cuando se necesitan instrucciones muy precisas para llevar a cabo una misión especial. Tenemos ejemplos en la escritura como: Hech.9, 10-19; 16,7, 9-10Aunque sea difícil determinar con precisión cuando una inspiración es ordinaria o carismática, es bueno intentar distinguirlas ya que la actitud a tomar en cada caso es diferente.

CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO

Existen algunos criterios que nos pueden ayudar a descubrir si una inspiración recibida es o no de Dios. No son, sin embargo, recetas que nos entreguen respuestas automáticamente, ya que permanecerán algunas oscuridades que nos obligarán muchas veces a tomar decisiones sin contar con una certeza absoluta, confiados en que nuestro Padre, viendo nuestra buena intención, no permitirá que equivoquemos el camino. Incluso los más grandes santos pasan por períodos de dolorosas dudas acerca de lo que el Señor les esta pidiendo. Esto es parte de nuestra vida en la tierra y nos sirve para descansar cada vez más en el Señor.Estos criterios los podemos agrupar en dos: Criterios Objetivos y Criterios Subjetivos.

CRITERIOS OBJETIVOSEstán constituidos por un lado, por la Palabra que <dios nos ha dejado a través de Cristo y de la Iglesia y por otro lado, por los deberes y responsabilidades propios del estado de vida.Dios nos guía exclusivamente por inspiraciones personales. El ha hablado públicamente a través de hombres inspirados y sobre todo, a través de su hijo Jesucristo. Por lo tanto, los preceptos que ellos nos han dejado forman una especie de marco dentro del cual debemos vivir nuestra vida cristiana. El que una inspiración sea contraria a estas enseñanzas nos esta indicando de partida que ella no proviene de Dios.

Si tenemos dudas acerca del modo de interpretar alguna enseñanza de la escritura, podemos, además de examinarla personalmente, consultar con personas calificadas y muy en especial, con nuestra comunidad.

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La comunidad cristiana mas importante es la Iglesia, ella nos proporciona una orientación segura en cuanto al sentido de la enseñanza de Cristo cuando se pronuncia solamente respecto de algún punto de nuestra fe.Del mismo modo, algunas tradiciones, que son mantenidas firmemente por la iglesia a través de los años, tienen el carácter de juicios de la comunidad con un gran peso de autoridad. Una forma también clara de esta inspiración eclesial son los documentos que nos dan la jerarquía de la iglesia en ellos encontramos una interpretación certera de las escrituras y los signos de los tiempos. Tenemos como ejemplo: el punto No 30 del Documento Post-Sinodal CHRISTIFIDELES LAICI

También los deberes de estado constituyen criterios muy valiosos de discernimiento. Dios no nos pedirá nunca nada que esté en contra de nuestras opciones fundamentales de vida y nos impulsará a obedecer a las personas que tienen autoridad sobre nosotros, librándonos así de hacer opciones egoístas o subjetivas.Así, la prontitud para obedecer a una autoridad legitima suele ser una de las señales mas seguras de que se está guiado por el Espíritu de Dios. Sin embargo, si lo que se ordena es un pecado, no se debe obedecer. Los mártires nos dan un ejemplo: prefirieron morir antes que pecar.

Además, si lo que se ordena intranquiliza profundamente a quien busca con sinceridad la voluntad de Dios, el asunto debe examinarse con mas detención. Se debe buscar consejo y orar para discernir con mayor claridad. Como indicaron Pedro y Juan a las autoridades judias, no es justo obedecer a los hombres cuando Dios esta claramente indicando un camino contrario a lo que ellos ordenan ( Hech. 4, 19 ).Es verdad que en las vidas de los santos encontramos llamados que reciben la oposición de la autoridad y que requieren de decisiones a veces muy dolorosas. Sin embargo, el Espíritu Santo inspira en general a obedecer y la prontitud en hacerlo es uno de los signos de que alguien está realmente dejándose guiar por él. El que una inspiración se conforme a los criterios objetivos señalados no significa que ella venga de Dios. Tenemos que completar el discernimiento mediante los criterios subjetivos.

CRITERIOS SUBJETIVOSLos más importantes entre éstos son la paz, el amor, el gozo y la humildad.

El criterio más seguro parece ser la paz. Cuando nos estamos moviendo de acuerdo a la voluntad de Dios hay una profunda paz dentro de nuestros corazones. En cambio cuando estamos fuera de ella, persisten en nosotros el desasosiego y una sensación de frustración. La causa de esto es que la paz es el resultado de un orden correcto y el estar de acuerdo con el plan de Dios establece este orden fundamental.

Otro signo subjetivo es el amor. Lo que proviene de Dios está, en último término, impulsado por el amor. Cuando nos sentimos llamados a hacer algo que nos

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significará enfrentamiento con alguien, debemos detenernos a examinar si el amor el que nos

mueve a algún impulso surgido de nuestra imperfección. El gozo es otra señal de que estamos en la voluntad de Dios. A veces, después de haber tomado una decisión, experimentamos un delicado gozo interior que nos da seguridad de haber elegido bien. Esta es una señal que nos permite distinguir muchas veces la verdadera santidad de la falsa, ya que, en una vida cristiana auténtica, el gozo estará siempre presente aun en medio del sufrimiento.

Un cuarto signo es la humildad, virtud absolutamente necesaria para acercarnos a Dios y poder ser usados por él. Así, si tenemos una inspiración que nos llevará a mayor humildad, a desaparecer ante los hombres antes que a destacarnos, hay base para pensar que viene de Dios. Todas las veces que nos sintamos inspirados a acercarnos a personas importantes o famosas o a llamar la atención sobre nosotros mismos, debemos tener cuidado. Cuando Dios llama a personas a ocupar cargos destacados, les da la gracia necesaria para mantenerse en humildad. La paz, el amor y el gozo y la humildad que vienen de Dios son muy diferentes de los que provienen de causas humanas y, a medida que una persona va profundizando su vida en el Espíritu, se hace más capaz de usar estos criterios subjetivos de discernimiento que, en cualquier obra de Dios, aparecerán juntos. Por ejemplo, si experimentamos un gran gozo acompañado de inquietud, podemos inferior que no es un gozo del Señor.Por último, quiero señalar la importancia de conocernos bien para poder detectar cuándo una inspiración es del Señor, ya que hay en nosotros ciertas características de temperamento y ciertos defectos que nos inducen continuamente a tomar actitudes determinadas.

Al tener una inspiración, conviene examinar si concuerda con los impulsos que generalmente tenemos y muchas veces nos daremos cuenta de que viene de Dios porque nos lleva a hacer algo completamente desacostumbrado en nosotros.

Tomando en cuenta los criterios señalados podemos confiar en que descubriremos lo que el Señor quiere de nosotros y en que el Espíritu se encargará de mostrarnos caminos que naturalmente no veríamos o rechazaríamos.

ACTITUDES PREVIAS

Más importante que uno u otro criterio, es la disposición con que nos abocamos a hacer discernimiento. Hay tres actitudes previas, que son básicas: sin ellas no reconoceremos la acción del Espíritu Santo en nosotros.

La primera es conformidad con la voluntad de Dios. Nuestra voluntad tiene que estar sometida a la de él. Lo que más impide un recto discernimiento es nuestra voluntad que está empeñada en algo que Dios no quiere. Somos ingeniosos para

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persuadirnos de que Dios quiere lo que nosotros ya queremos. Entonces somos ciegos y sordos a la inspiración de Dios.

La segunda actitud básica es el recogimiento. Cuando el alma está agitada con muchas preocupaciones, no puede percibir la acción suave del Espíritu. Es necesario recogerse, ponerse en la presencia de Dios, para que la paz de él nos serene. Entonces nos aquietamos como un lago en que la más leve brisa se hace manifiesta en la superficie del agua.

La tercera actitud básica es la disposición de esperar el momento del Señor. La impetuosidad por seguir nuestros impulsos es uno de los más grandes obstáculos para ser guiados por el Señor; también es una señal de que el impulso no viene de él. Dios no nos presiona con violencia; invita suavemente y nos guía; de modo que necesitamos orar frecuentemente y esperar para estar seguros de que es él quien nos llama. Cuando estamos en su camino, nuestra actividad es apacible, sin apuros, lo que nos hace sensibles a los tiempos que él nos indica, y a las materiales de proceder: sin brusquedades ni durezas con nuestros hermanos. La prepotencia, la violencia, la impaciencia, la irreflexión, la ausencia de oración ... indican que no nos está guiando el Espíritu Santo. La inspiración inicial fue quizás de él, pero hemos perdido el contacto con él y podemos estar bajo el influjo de nuestros impulsos, o aun del espíritu del mal.

Esperar las indicaciones del Señor no significa postergar lo que él nos está pidiendo. La cobardía y la flojera de seguir la inspiración divina nos dejan tristes, porque nos hemos separado de Dios, de alguna manera. En este caso, debemos pedir perdón y nuevas fuerzas. El nos pondrá de nuevo en el buen camino.

Entendemos por “espíritus” un impulso, un movimiento o una inclinación interior de nuestra alma hacia alguna cosa que, es buena o mala. Así, si alguien está inclinado a mentir, decimos que tiene el espíritu de mentira, si está inclinado interiormente a mortificar su cuerpo, decimos que tiene el espíritu de penitencia. Según su origen, los espíritus pueden reducirse a tres: el espíritu divino, el espíritu diabólico y el espíritu humano. San Bernardo dice que no es fácil distinguir entre los movimientos interiores que vienen de la naturaleza humana y los que vienen del demonio. Y luego añade que no importa distinguirlos porque ambos tienden al mal.

Hasta aquí he dado el “espíritu” a los movimientos interiores que nos inclinan al bien o al mal; pero también se llaman “espíritus buenos” o “espíritus malos” a los orígenes de los movimientos. Así, hablamos de Dios y de los ángeles como “espíritus buenos”; y llamamos al demonio “espíritu malo”.

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DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUSComo hemos mencionado el discernimiento de Espíritus consiste en detectar el origen de los movimientos interiores que nos inclinan al bien o al mal.

Hay un discernimiento-virtud, que se adquiere con la experiencia y la reflexión. Consiste en un juicio prudente sobre el origen de las inclinaciones que siente el hombre.

Hay también un discernimiento-carisma, el cual es un don del Espíritu Santo para reconocer los orígenes de los movimientos interiores del alma.

Al discernimiento-virtud permite reconocer a los espíritus por las características que presentan. Para este objetivo ayudarán las observaciones siguientes:

I. Los caracteres del espíritu divino en el orden de las ideas1. El espíritu divino siempre enseña la verdad; no puede inspirar la

falsedad ni el error: “Yo les enviaré el Espíritu de Verdad que proviene del Padre” (Jn 15, 26); “El Espíritu de Verdad los guiará a ustedes hasta toda la verdad” (Jn 16, 13)

2. El espíritu divino jamás sugiere a nuestra mente cosas inútiles, infructuosas, vanas e impertinentes. Dice la escritura: “Aquí estoy contra los profetas – oráculo del Señor – que profetizan sueños engañosos ... y extravían a mi pueblo con sus mentiras y jactancias” (Jer 23, 32). “Tienen visiones ilusorias y hacen predicciones engañosas esos que andan diciendo: “Oráculo del Señor”, sin que el Señor los haya enviado”.

3. El espíritu divino siempre trae luz a nuestras mentes, porque “Dios es Luz, y no hay en él tinieblas” (1 Jn 1, 5); “La Palabra era la Luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9); “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12)

4. El espíritu divino aporta docilidad a la inteligencia, es decir, disposición para aprender de parte de otros. Así leemos: “El Señor me abrió mi oído, y no me resistí ni me volví atrás” (Is 50, 5). “El que te instruye no se ocultará más ... Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra: éste es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la izquierda” (Is 30, 20-21)

5. El espíritu divino hace discreto el entendimiento para proceder con prudencia y acierto en las dificultades de cada día. La sabiduría “enseña la

templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza y nada es más útil que esto para los hombre en la vida” (Sap 8, 7)

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6. El espíritu divino infunde pensamientos de humildad. Esto lo vemos en Moisés que exclama: “Perdóname Señor, yo nunca he sido una persona elocuente ... yo soy torpe para hablar” (Ex 4, 10); Jeremías dice: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar porque soy demasiado joven” (Jer 1, 5); Isaías se humilla: “Soy un hombre de labios impuros” (Is. 6, 4); y la Virgen María: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38)

II. Caracteres del espíritu malo en el orden de las ideas1. Es un espíritu de falsedad. El demonio no tiene nada que ver con la

verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44);”Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2 Cor 11, 14)

2. Sugiere cosas inútiles, ligeras e impertinentes. Cuando el demonio no logra insinuar la falsedad, procura fomentar los pensamientos inútiles. “Jesús dijo ... les aseguro que en el día del juicio, los hombres rendirán cuenta de toda palabra vana que hayan pronunciado” (Mt 12, 32) Y por Ezequiel nos dice Dios: “¿No es verdad que ustedes tienen visiones ilusorias y hacen predicciones engañosas cuando dicen: “Oráculo del Señor” sin que yo haya hablado?” (Ez 13, 7)

3. Persigue al alma con tinieblas, inquietudes, escrúpulos y perplejidades penosas; el resultado es oscuridad. Así “los paganos se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos y tienen la mente oscurecida” (Ef 4, 17-18). Y Jesús advirtió: “Ten cuidado de que la luz que te guía no sea en realidad tinieblas” (Lc 11, 35)

4. Lleva a obstinación, al rechazo de la palabra de Dios. Jesús reprende la dureza de los fariseos: “ustedes no pueden escuchar mi palabra porque quieren cumplir los deseos del padre de ustedes que es el demonio” (Jn 8, 43-44)

5. Lleva a la indiscreción y a los excesos. Jesús reprende esto con sus palabras: “ustedes pagan el diezmo de la menta, del aneto y del comino, mientras que descuidan la reactitud, la misericordia y la fidelidad .. ¡Guías ciegos; que filtran el mosquito y se tragan el camello! (Mt 23, 23-24)

6. Infunde siempre pensamientos de vanidad y de orgullo, aun en medio de las acciones virtuosas y santas. Jesús dice de los fariseos: “aman los primeros asientos en las comidas y las primeras sillas en las sinagogas. Quieren ser saludados en las plazas, y honrador con el trato de maestros” (Mt 23, 6-7)

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III. Caracteres del espíritu divino en el orden de los impulsos y de los actos de la voluntad

1. Infusión en el alma de un estado de paz. Jesús dice: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo” (Jn 14, 27)

2. Infunde una humildad no afectada, sino sincera. Jesús nos dice: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). San Pablo escribe: “Fruto del Espíritu es ... mansedumbre (o humildad)” (Gál 5, 22-23)

3. Una firme confianza en Dios y una santa desconfianza en sí mismo. Jesús nos exhorta: “Confíen; yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33); “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado” (Mt 9, 22). Pero, por otra parte, en la parábola del fariseo y del publicano, reprende a los que, desconfiando de sí mismos, ponen toda su confianza en Dios (Lc 18, 9-14)

4. Una voluntad dócil y fácil para doblegarse y ceder a lo que viene de Dios, directamente o en los consejos de otros. Así Jesús aprueba a los que serán “dóciles para ser enseñados por Dios” (Jn 6, 45); y dice a los apóstoles: “El que a ustedes oye, a mí me oye, y el que a ustedes rechaza, a mí rechaza” (Lc 10, 16)

5. La rectitud de la intención en el obrar. Jesús dice: “cuando tu ojo es simple (es decir, cuando buscas únicamente la voluntad de Dios), entonces todo tu cuerpo está iluminado” (Lc 11, 34)

6. La paciencia en los dolores y penas: “Fruto del Espíritu es el amor ... la paciencia” (Gál 5, 22); y el apóstol exhorta: “como elegidos de Dios ... practiquen la paciencia” (Col 3, 12)

7. La mortificación voluntaria de las inclinaciones desordenadas. Jesús nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt 16, 24). San Pablo confirma lo mismo: “Los que pertenecen a Cristo Jesús, han crucificado sus pasiones y sus malos deseos” (Gál 5, 24)

8. La sinceridad, veracidad y simplicidad. Así leemos: “Cuando ustedes digan “sí”, que sea sí, y cuando digan “no” que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del demonio” (Mt 5, 37); “Renuncien a la mentira y digan siempre la verdad a su prójimo, ya que todos somos miembros, los unos de los otros” (Ef 4, 25)

9. La libertad del espíritu. Porque ... “donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3, 17). Esta libertad consiste en estar libre del demonio y de los vicios, ya que “todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8, 34)

10. El deseo de imitación de Cristo. “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no puede ser de Cristo ... En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los

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predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8, 9.29)

11. Una caridad “paciente, servicial, desinteresada”, como la describe san Pablo (1 Cor 13, 4-6)

IV. Caracteres del espíritu malo en el orden de los impulsos y de los actos de la voluntad

1. Inquietud, turbación y confusión. “Obras de la carne son ... enemistades ... discordias ... envidias” (Gál 5, 19-21) “Eramos esclavos de los malos deseos y de toda clase de concupiscencias” (Tit 3, 3); “El diablo es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44)

2. Un orgullo manifiesto o una falsa humildad. La verdadera humildad está llena de luz sobrenatural que hace conocer claramente los pecados propios, pero con paz y confianza en Dios; en cambio, la falsa humildad disimula los pecados, o bien, los hace ver con amargura, turbación, depresión. San Pablo escribe que, apartados de Dios, los hombres se vuelven “insolentes, arrogantes, vanidosos ... rebeldes, insensatos, desleales, insensibles, despiadados” (Rom 1, 30)

3. La desesperación o la desconfianza o la vana seguridad, pero no la verdadera confianza en Dios. Así Jesús le advirtió a los apóstoles que Satanás pretendía atacarlos (Lc 22. 31), pero Pedro presume de sí: “aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré jamás ... Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré” (Mt 26, 33-35)

4. La obstinación para no obedecer a las autoridades legítimas, ni ser sincero con ellas. Por esto el salmista exhorta: “no endurezcan ustedes su corazón, como en el tiempo de la Rebeldía, día de la Tentación en el desierto” (Sal 95, 8; Heb 3, 8)

5. La mala intención aun en las obras aparentemente buenas. Jesús reprende este vicio: “!Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ... ¡Ay de ustedes ... que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero dentro llenos de huesos muertos y de podredumbre!” (Mt 23, 25-27)

6. La impaciencia frente a los sufrimientos; el descontrol ante los obstáculos y contradicciones. Véase la conducta de Saúl que no puede sufrir la popularidad de David: 1 Sam 18-19.

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7. La excitación de las pasiones, como la envidia de Caín, la voluptuosidad en Salomón, la codicia de los bienes ajenos en Acab (Gén 4, 2-10; 1 Re 11, 3-10; 21, 1-16)

8. La doblez, el engaño, la mentira. Como enseña Jesús: “el demonio fue homicida desde el comienzo, y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44)

9. Las servidumbres y apegos que atan la libertad. Jesús dice: “les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8, 34). Jesús desata a la mujer encorvada que “Satanás tuvo aprisionadas durante dieciocho años” (Lc. 13, 16)

10. El alejamiento de Jesucristo, la indiferencia hacia él, la autosuficiencia. “El alejamiento de su Señor es el comienzo del orgullo en el hombre” (Sir 10, 12); y el orgullo es el pecado típico de Satanás. A él se aplican las palabras de rebelión: “no serviré” y “pondré mi trono en la altura ... Me haré como el Altísimo” (Jer 2, 20; Is 14, 13-14)

11. El falso celo por el bien de los demás. Este celo está lleno de impaciencia, de desprecio y de orgullo. Así fue el celo de Saulo: “respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor”, e “iba de casa en casa y arrastraba a los hombres y mujeres, llevándolos a la cárcel” (Hech 9, 1; 8, 3)

V. Algunos espíritus sospechososEstos espíritus tienen toda la apariencia de bien, pero pueden ser malos. Hay que examinarlos con cuidado. Los principales son:

1. El espíritu que, después de la elección de un estado de vida, anhela otro estado. El apóstol dice: “que cada uno permanezca en el estado en que se encontraba cuando Dios lo llamó” (1 Cor 7, 20). Débense examinar las razones que mueven a un cambio de estado, en lugar de un mejor servicio de Dios en el estado en que se está.

2. El espíritu que lleva a cosas desacostumbradas, singulares y que no son propias de su estado. Débese examinar cómo se cumplen, ante todo, los deberes del estado.

3. El espíritu que, en el ejercicio de las virtudes, anhela cosas extraordinarias. Débense examinar su amor y abnegación en el servicio ordinario de los demás.

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4. El espíritu de grandes penitencias exteriores. Débense examinar su mortificación interior, sencillez y humildad.

5. El espíritu que busca consolaciones espirituales sensibles. Débense examinar la corrección de los defectos habituales y la fidelidad en cumplir la voluntad de Dios, aun cuando no hay consolaciones sensibles.

6. El espíritu de gracias extraordinarias: revelaciones, visiones, palabras oídas de Dios, tactos en el cuerpo, estigmas. Débense examinar la sencillez, humildad, abnegación en el servicio de los demás, obediencia a sus superiores y directores espirituales.

Presentamos aplicaciones en la vida diaria en los que debemos aplicar el Discernimiento. Estos son:

I. EN LA ORIENTACION PRINCIPAL O ESTADO DE VIDAAl elegir mi estado de vida, solamente hay una cosa realmente importante: buscar y hallar lo que Dios quiere que yo haga en esta decisión. Yo sé que su llamado es fiel; me ha creado para encontrar mi felicidad y mi salvación en su servicio.

Todas mis decisiones tienen que estar de acuerdo con esta Voluntad del Señor. Es fácil que yo me olvide de esta finalidad de mi vida, como se olvidan muchas personas en circunstancias semejantes. Hay muchos, por ejemplo, que eligen el matrimonio, que es un medio, y solamente después procuran el servicio de Dios dentro del matrimonio; aunque este servicio debería haber sido lo primero, porque es el fin del hombre.

Igualmente hay quien elige una carrera por el dinero, o por el éxito apetecido; sólo después piensan en el servicio de Dios. Todas ellos ponen a Dios y su servicio en segundo lugar; y quieren que Dios los bendiga después que ellos han buscado su propio gusto.

En otras palabras, invierten el orden de las cosas: buscan que Dios (que es el fin) intervenga como medio para ayudarlos en lo que han elegido. Conviene, pues recordar que todo mi objetivo en la vida debería ser buscar primero el servicio de Dios, en el estado de vida u orientación básica que El quiera para mí. Con este objetivo en vista puedo deliberar y buscar la luz del Señor para saber si El quiere que yo me case o no, si elijo una carrera u otra, si mi vida de apostolado será como laico o religioso o sacerdote. Todos estos son medios que he de elegir según la Voluntad de Dios.

Mi propósito debe ser: elegiré la orientación de mi vida como un medio para servir a Dios, y solamente por inspiración del Señor que me guía en su servicio y mi salvación.

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II. EN LA DEDICACION DE MIS ESFUERZOSMuchas veces, en un retiro, me encuentro no con la elección de un estado de vida – porque ya lo tengo elegido – sino con la reforma o mejoramiento de la vida que ya llevo. Esto se

puede aplicar a un estado como matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, o también a una carrera o actividad profesional que ya ejerzo. La pregunta clave es: ¿Distribuyo bien mi tiempo y mis esfuerzos?

Para reformarme me servirán los pasos siguientes:

1. Principio fundamentalDebo recordar ante todo el principio fundamental, a saber: que mi existencia, estado de vida, trabajo, descanso, todo; ha de ser para servicio y alabanza de Dios.

2. PrioridadesEn seguida conviene hacer una lista de las cosas en que debo emplear mi tiempo, ordenándolas bajo varios títulos:a) Como ser humano: sueño, comida, recreación, visitas a familia y amigosb) Como cristiano: oración, lectura y formación, apostolado.c) Como miembro de una familia: responsabilidades, convivenciad) Como trabajador: obligaciones de trabajo, formación, convivencia.e) Como responsable, según mis posibilidades, del bien común, local y

nacional.

Cada persona desarrolla una serie de actividades y goza (o padece) de obligaciones diversas. Es importante detallar en este cuadro, todas las actividades en que debería yo emplear mi tiempo, según lo siento en el Señor, y precisar cuánto tiempo debería dedicar a ellas en la semana, en el mes, o en algún tiempo del año. Probablemente no cabe todo en el tiempo de que dispongo.

3. PlanificaciónDespués debo examinar mi lista para subrayar lo que merece primera prioridad, para reducir el tiempo dedicado a cosas menos importantes. Quizás haya que suprimir algunas de las cosas que hago ahora, o recortarlas, porque hay otras cosas más importantes. En lo posible haré un plan de mi semana, mes, año, en que todo lo que es primera prioridad ocupe un espacio adecuado.

4. OfrecimientoUna vez hecho mi plan de reforma, la preguntaré al Señor en la oración. Con mucha confianza le diré que no quiero ni busco cosa alguna, sino en todo y por todo, la mayor

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alabanza y gloria de El mi Dios y Señor. Le pediré que me ilumine, pensando que tanto más aprovecharé en todo lo espiritual; cuanto más saliere de mi propio amor, querer e interés, para estar disponible a la voluntad de El.

Terminaré dando gracias porque cuento con la ayuda del Señor, y con un Padre nuestro.

DISCERNIMIENTO - APLICACIONES

A modo de conclusiones o de aplicaciones en la vida diaria queremos presentar cinco esquemas relacionados con el discernimiento en la vida práctica. Estos son:

III. EN LA ORIENTACION PRINCIPAL O ESTADO DE VIDAAl elegir mi estado de vida, solamente hay una cosa realmente importante: buscar y hallar lo que Dios quiere que yo haga en esta decisión. Yo sé que su llamado es fiel; me ha creado para encontrar mi felicidad y mi salvación en su servicio.

Todas mis decisiones tienen que estar de acuerdo con esta Voluntad del Señor.

Es fácil que yo me olvide de esta finalidad de mi vida, como se olvidan muchas personas en circunstancias semejantes. Hay muchos, por ejemplo, que eligen el matrimonio, que es un medio, y solamente después procuran el servicio de Dios dentro del matrimonio; aunque este servicio debería haber sido lo primero, porque es el fin del hombre.

Igualmente hay gente que elige una carrera por el dinero, o por el éxito apetecido; sólo después piensan en el servicio de Dios. Todas estas personas ponen a Dios y su servicio en segundo lugar; y quieren que Dios los bendiga después que ellos han buscado su propio gusto.

En otras palabras, invierten el orden de las cosas: buscan que Dios (que es el fin) intervenga como medio para ayudarlos en lo que han elegido.

Conviene, pues recordar que todo mi objetivo en la vida debería ser buscar primero el servicio de Dios, en el estado de vida u orientación básica que El quiera para mí. Con este objetivo en vista puedo deliberar y buscar la luz del Señor para saber si El quiere que yo me case o no, si elijo una carrera u otra, si

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mi vida de apostolado será como laico o religioso o sacerdote. Todos estos son medios que he de elegir según la Voluntad de Dios.

Mi propósito debe ser: elegiré la orientación de mi vida como un medio para servir a Dios, y solamente por inspiración del Señor que me guía en su servicio y mi salvación.

IV. EN LA DEDICACION DE MIS ESFUERZOSMuchas veces, en un retiro, me encuentro no con la elección de un estado de vida – porque ya lo tengo elegido – sino con la reforma o mejoramiento de la vida que ya llevo. Esto se puede aplicar a un estado como matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, o también a una carrera o actividad profesional que ya ejerzo. La pregunta clave es: ¿Distribuyo bien mi tiempo y mis esfuerzos?

Para reformarme me servirán los pasos siguientes:

5. Principio fundamentalDebo recordar ante todo el principio fundamental, a saber: que mi existencia, estado de vida, trabajo, descanso, todo; ha de ser para servicio y alabanza de Dios.

6. PrioridadesEn seguida conviene hacer una lista de las cosas en que debo emplear mi tiempo, ordenándolas bajo varios títulos:

f) Como ser humano: sueño, comida, recreación, visitas a familia y amigosg) Como cristiano: oración, lectura y formación, apostolado.h) Como miembro de una familia (o comunidad religiosa): responsabilidades,

convivenciai) Como trabajador: obligaciones de trabajo, formación, convivencia.j) Como responsable, según mis posibilidades, del bien común, local y

nacional.

Cada persona desarrolla una serie de actividades y goza (o padece) de obligaciones diversas. Es importante detallar en este cuadro, todas las actividades en que debería yo emplear mi tiempo, según lo siento en el Señor, y precisar cuánto tiempo debería dedicar a ellas en la semana, en el mes, o en algún tiempo del año. Probablemente no cabe todo en el tiempo de que dispongo.

7. PlanificaciónDespués debo examinar mi lista para subrayar lo que merece primera prioridad, para reducir el tiempo dedicado a cosas menos importantes. Quizás haya que suprimir algunas de las cosas que hago ahora, o recortarlas, porque hay otras cosas más importantes. En lo posible haré un

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plan de mi semana, mes, año, en que todo lo que es primera prioridad ocupe un espacio adecuado.

8. OfrecimientoUna vez hecho mi plan de reforma, la preguntaré al Señor en la oración. Con mucha confianza le diré que no quiero ni busco cosa alguna, sino en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de El mi Dios y Señor. Le pediré que me ilumine, pensando que tanto más aprovecharé en todo lo espiritual; cuanto más saliere de mi propio amor, querer e interés, para estar disponible a la voluntad de El.

Terminaré dando gracias porque cuento con la ayuda del Señor, y con un Padre nuestro.

V. EN EL USO DEL DINEROEn la reforma de vida consideramos principalmente el tiempo y dedicación que damos a nuestras diversas obligaciones. Pero otro punto muy importante es el uso del dinero.

Se puede decir que este uso es un termómetro para medir mi amor. No daré nada a quien no amo; seré injusto en mi reparto si amo a alguna persona (quizás a mí mismo) con

detrimento de otras personas con quienes tengo igual o mayor obligación. Si mi amor está ordenado, el uso del dinero también lo será; sea mucho o poco ese dinero.

1. Principio fundamentalEl amor que me mueve en el reparto del dinero debe descender de arriba, del amor de Dios, nuestro Señor, de forma que sienta primero en mí que el amor, más o menos, que tengo a las personas es por Dios, y que en la administración de mi dinero reluzca Dios. Como diría san Pablo: “Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores es que sean fieles a su Señor” (cf. 1 Cor 4, 1-2)

2. DiscernimientoPara aplicar el principio fundamental a la práctica, es necesario el discernimiento: ¿qué normas generales quiere Dios que yo tenga en la distribución de mis ingresos? ¿Qué quiere Dios que yo haga en este caso particular?

Tres puntos de vista me ayudarán:a) Me imaginaré a un hombre que nunca he visto ni conocido. Está él en un

caso idéntico al mío, y pide mi consejo para acertar en lo que sea la mayor gloria de Dios y la mayor perfección de su alma. Yo encomiendo el asunto

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al Señor, pido sus luces y doy mi consejo. Luego guardaré esa misma regla y medida para mí.

b) Me imaginaré que estoy en mi lecho de muerte, recordando este mismo asunto que tengo entre manos. En este momento adoptaré la forma y medida que entonces querría haber tenido en mi administración.

c) Me imaginaré en el juicio universal, mirando el rostro del Señor. La regla que entonces querría haber tenido, la tomaré ahora.

3. Normas generalesA la luz del discernimiento anterior puedo adoptar algunas normas generales.

En el Antiguo Testamento los israelitas tenían varias normas prescritas por la ley: p.ej., entregaban al Señor las primicias de las cosechas y del ganado; también entregaban el diezmo; cada tres años el diezmo se repartía a los levitas, forasteros, huérfanos y viudas (Deut 14, 22-28; 26 1-15)

Según una tradición, los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, dividían sus entradas en tres partes: la primera para los pobres, la segunda para el servicio del Templo, la tercera la guardaban para el sustento de ellos mismo y el de su familia.

Si soy administrador de los bienes de Dios, debo también adoptar ciertas normas generales, determinando qué nivel de vida me pide Dios, cuántos han de ser los gastos de familia, cuánto reservaré para mis gastos personales, qué proporción daré a los pobres, a la Iglesia, a obras apostólicas, etc.

Si miro el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, que es nuestro modelo, comprenderé que en cuanto a mis gastos personales y a los de mi familia, lo mejor y más seguro es restringir lo más posible.

Debo recordar que hay muchas maneras de dar una ayuda material a nuestros hermanos: p.ej., hay profesionales que dedican gran parte de su trabajo a ayudar gratuitamente a otros; a prestar sus servicios a una institución con ninguno o bajo salario; hay familias que adoptan a niños, aún cuando tienen hijos propios, etc.

Además de los bienes materiales que debo administrar a nombre del Señor, también tengo bienes intelectuales, artísticos, afectivos, espirituales. Todo esto y mi propia existencia son un don continuo de Dios.

El puede pedirme que participe a los demás, mucho de lo que El me confía.

4. Casos imprevistos

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Aunque tengamos bien ordenados nuestros gastos habituales, hay casos en que necesitamos acudir al Señor pidiendo luz e inspiración. El caso imprevisto puede ser una tentación para gastar más dinero en mi propia persona; la presión para hacer buen negocio; el deseo de asegurarme mejor para el porvenir; o una necesidad urgente de otra persona.

En semejantes casos suelen suscitarse emociones fuertes a favor o en contra del gesto imprevisto. No debe dejarme arrastrar por el afecto, sino detenerme y remirar el principio fundamental y las ayudas del discernimiento (1-2 de este capítulo), y no daré un paso hasta que, conforme a ellas, haya sido eliminado ese afecto que, conturbaba la paz y clara visión de la voluntad de Dios.

Los gastos ilícitos o no razonables serán fácilmente detectados y rechazados si sigo las normas anteriores. Pero aun en el caso evidente de gastos muy razonables puede haber ofuscación por defecto de apegos o repugnancias sobre todo si estos gastos están relacionados conmigo mismo o con personas con quien tengo un lazo emocional. Por esto es necesario acostumbrarse a buscar la voluntad de Dios de la manera indicada.

5. Ofrecimiento y confirmaciónUna vez tratadas mis normas generales, debo presentarlas al Señor en oración. Le pediré confirmación de mis propósitos con las luces y consolación que da el Señor cuando se ha procedido según su mayor servicio y alabanza.

Los casos imprevistos no se pueden reglamentar de antemano, pero la experiencia de ellos puede enseñarnos mucho para los casos futuros y para el consejo a otras personas. Por esto, después de cada uno, conviene que yo examine para adelante; y si bien, para dar gracias a Dios y proceder otra vez de la misma manera.

VI. EN LA MANERA DE ACTUARDice san Pablo: “Ya sea que ustedes coman o beban o hagan cualquiera otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1 Cor 10, 31). “Miren con diligencia cómo deben andar, como sabios y no como necios, aprovechando bien el tiempo. Por lo tanto vivan comprendiendo cuál sea la voluntad del Señor” (Ef 5, 15-17)

Hay muchas actividades ordinarias, algunas son necesidades diarias, otras son casi necesidades, que debo ordenar para ser seguidor de Cristo y reflejo de El para los demás.

Me ayudarán las normas siguientes:

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1. Reconocer el campoCasi todas las actividades que desarrollo pueden caber en uno de los siguientes grupos:a)Actividades necesarias para vivir, como el comer y el dormir;b)Actividades de esparcimiento, como los deportes, el cine, la TV.c) Actividades de trabajo, como el estudio, el trabajo intelectual y manual.

No considero aquí el tiempo que debo dedicar a cada una, porque ese aspecto se consideró en el cap. 2 sino, sobre todo, la manera de actuar.

2. Principios generalesTomando como tema principal el ordenamiento en el comer, podemos discernir con los ojos de la fe, los principios generales que deben regirnos. Será fácil aplicar estos principios a otras clases de actividades.

a) Medios para un finLa comida, el sueño, un honesto entretenimiento, etc., son actividades que tienen finalidades inmediatas (p.ejm., la conservación de las fuerzas físicas y mentales). Estas finalidades inmediatas son medios para que el hombre haga de toda su vida una alabanza y servicio de Dios, que incluye el amor y servicio del prójimo según la voluntad de Dios. Luego, ni la comida puede ser un fin en sí mismo, ni la salud física a que está subordinada. En la otra cosa que, en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor.

Y bajando a lo concreto observaré que puedo desordenarme en la cantidad de comida y de sueño; quitar lo superfluo no es penitencia sino templanza digna del hombre y del cristiano.

b) El ejemplo de CristoEn los ejercicios pedimos al Señor la gracia para imitar a Jesús en su vida de pobreza y sencillez. Si a esta luz examinamos nuestra vida, descubriremos quizás excesos en el cuidado de la salud (con excesivas preocupaciones y remedios), en la blandura y comodidades de la cama y de la ropa; en la calidad de la comida, en la cantidad de la bebida; del fumar; de los entretenimientos, etc.

c) El foco de la atención

En el comer, beber, mirar, TV, hacer deportes, estudiar, crear artísticamente, oír música, etc., podemos concentrarnos tanto en esa actividad que perdemos el contacto con nuestros hermanos, y aun el dominio sobre nosotros mismos. Si nos dejamos arrastrar por el gusto sensual, o el entusiasmo competitivo, o la actividad intelectual, o cualquier otro interés absorbente, entonces nos deshumanizamos y descristianizamos.

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San Ignacio recomienda que al comer, pensemos en cómo comía Cristo, o pongamos atención en una lectura, o en la conversación con los demás. Así no seremos absortos por el gusto ni tentados a comer o beber en forma voraz y descontrolada. Podemos aplicar estos consejos en forma adecuada a otras actividades.

d) El justo medioConviene determinar de una manera experimental el justo medio que nos conviene a cada uno para no pecar por carta de más o por carta de menos. Por ejemplo, para la comida o el sueño, disminuiré durante algunos días lo que suelo comer o dormir. Muchas veces me imagino que la salud exige más de lo que realmente requiere. Por los resultados en lo físico y en lo espiritual el Señor me mostrará el justo medio que realmente me conviene para su mejor servicio y la ayuda del prójimo.

e) La SolidaridadCristo nos llama a compartir con El sus penalidades en el establecimiento del Reino de Dios; nos predica las bienaventuranzas y nos recuerda que, a pesar de estar en su gloria, El sigue viviendo de una manera especial en los que sufren (Mt 25, 31-46)

Estas realidades me inspirarán una sobriedad y sencillez de vida para diferenciarme menos, en cuanto es posible, de mis hermanos que tienen menos que yo, en comida, deportes, entretenimientos, etc. Como vivir más simplemente (dentro de mis compromisos) para poder dar más.

3. Examen y correcciónLa búsqueda del justo medio nos indicó la necesidad de examinarnos de una manera practica y determinar ciertas normas razonables de una manera experimental.

Otra manera de proceder (que también puede combinarse con la anterior) es la siguiente: después de comer o en otra hora en que ya no sienta apetito, determinaré la cantidad que comeré en la próxima comida. De este propósito no me apartaré por ningún apetito que tuviere. Más aún, para vencer completamente todo apetito desordenado y toda tentación del enemigo, si estoy tentado a comer más, comeré menos.

Este método (de examen, propósito, combate valeroso contra la tentación) puede aplicarse a cualquier desorden de mis actividades, sea en cuanto a la cantidad, calidad o manera de actuar, pero debo recordar que la debilidad humana es muy grande y mis propias fuerza pueden muy poco sin la gracia divina.

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Más aún, frecuentemente, Dios permite que no podamos vencer un defecto nuestro, a pesar de todos nuestros esfuerzos, para que, convencidos de nuestra debilidad, recurramos a El y pongamos nuestra confianza en El.

VII. EN LOS CASOS DUDOSOSHay casos en que es indudable nuestro deber de corregirnos y es evidente la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando hay algún hábito de pecado, o una manera defectuosa de proceder; en todos los casos los mandamientos de Dios o las normas de la Iglesia nos muestran el recto camino. No se trata de buscar la voluntad de Dios, porque está clara.

Hay otros casos en que no se trata de desorden ni de mandamientos, sino de un clarísimo llamado de Dios. Entonces Dios atrae y mueve la voluntad de tal manera que sin dudar, una persona conoce cuál es la voluntad de Dios.Como ejemplos de esta clara voluntad de Dios podemos recordar la llamada del Señor a san Mateo, o la vocación de san Pablo.

Pero hay muchos casos en que queremos decidir un asunto importante según la voluntad de Dios y esta voluntad no es clara. Estamos entonces en duda.

Hay varias maneras de salir de ella:

1. Por discernimiento de varios espíritusConfiamos en que Dios nos iluminará con sus inspiraciones si sinceramente buscamos su voluntad. En la práctica se toman se toman los siguientes pasos:a) Formulo claramente el problema que quiero resolver, p.ej., vida en el

mundo o sacerdocio

b) Purifico mi intención mirando al Señor: El me ha creado para que toda mi vida sea un cumplimiento perfecto de su voluntad, una alabanza de El en este mundo y en la eternidad. En esto está mi plena realización personal y mi felicidad. Todo otro problema debe resolverse a la luz de esta estupenda realidad.

c) Pido la inspiración del Señor: que El quiera hacerme sentir lo que sea su voluntad.

d) Recuerdo cómo me he sentido ante la perspectiva de una de las decisiones posibles. ¿He sentido aumento de fe, esperanza, caridad? ¿He sentido mayor ánimo y cercanía al Señor? O bien, ¿he sentido aridez, desolación, lejanía del Señor, frialdad, deseo de satisfacción puramente mundana? Por otro lado, ¿cómo me he sentido ante la perspectiva de la otra decisión posible? Ahora mismo, ¿cómo me siento cuando presento a Dios una u otra de las dos alternativas?

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e) Después de la reflexión debo volver a orar, ofreciendo a Dios lo que me parece su voluntad, pero no tomando todavía una resolución. Debo discernir de nuevo en otras ocasiones privilegiada: p.ej., después de la comunión, en otro rato de oración,

f) etc., hasta que se haga más luz. Puedo conversar el punto con personas prudentes y examinar qué siento ante el Señor.

g) Si he logrado plena claridad por este método, hago mi resolución . Si no he logrado esa claridad, pruebo los métodos siguientes:

2. Pensando las ventajas y desventajasSe usa cuando el alma no es agitada de varios espíritus, y puede reflexionar racionalmente con tranquilidad. Aquí también hay varios pasos:

a) y b) Son los mismos del método anterior

c) Pido al Señor que ilumine mi entendimiento para acertar; y que me mueva la voluntad para no querer sino lo que Dios quiera.

d) Tomaré una de las alternativas posibles, y consideraré todas las ventajas y desventajas que resultan si me decido por esa alternativa. Se entiende “ventaja y desventaja” mirando el servicio de Dios, y no mi comodidad o preferencias personales.

e) Después de que he recorrido todos los aspectos y reflexionado, consideraré dónde se inclina más la razón. Elegiré una de las alternativas.

f) Volveré a la oración con mucho deseo de que mi vida entera sea para alabanza de Dios. Le presentaré al Señor mi elección y pediré su confirmación. Si siento que es según su voluntad, decido ponerla por obra.

3. Con imaginación creadoraEsta capacidad que me ha dado Dios, me permite proyectarme hacia el futuro, y ponerme en situaciones muy reales.Hay varios pasos:a) y b) Como en los métodos anteriores

c) Pediré que el Señor me haga experimentar en la situación imaginada lo que sea una indicación clara de su voluntad.

d) Me imaginaré ante un hombre que no he conocido anteriormente. El me consulta lo que debe hacer en su caso, que resulta idéntico al mío. Veo en ese hombre una decisión generosa de cumplir perfectamente la voluntad de Dios; y siento deseo de ayudarle a acertar. Mi consejo para ese hombre puede ser un indicio de la voluntad de Dios para mí.

Luego me imaginaré en el lecho de la muerte, recorriendo mentalmente toda mi vida. En ese momento, ¿qué querría que hubiese yo resuelto

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acerca del problema que llevo entre manos? Aquí puedo tener otro indicio de la voluntad de Dios.

Luego me imaginaré en el día del juicio, ante la mirada de Dios ¿Qué me dice esa mirada acerca del problema que debo resolver ahora?

e) y f) Como en el método anterior

1. DESOLACIÓN ESPIRITUAL

Depresión y tinieblasLos tiempos de desolación espiritual hacen contraste con los tiempos claros y vivificantes de que hemos hablado ¿Altas y bajas presiones de nuestra atmósfera interior? Después de todo, la imagen no es tan mala, hace resaltar el carácter accidental de nuestras variaciones. La atmósfera, parte integrante de nuestro planeta, no transforma sino en superficie la tierra firme o las aguas profundas. Tan luego sus variaciones son favorables a la vida, como la destruyen; pero finalmente, la vida surge de todas partes. Así nuestras fluctuaciones interiores son parte de nosotros mismos, bajo sus remolinos subsiste un núcleo sólido: nuestra voluntad fundamental de ser de Dios y de amar a los hermanos. A través de estas alternativas, nuestra vida espiritual prosigue ya estimulada, ya embotada.

Depresión, decíamos, pero espiritual. Luego, un BAJON, un abatimiento, una depresión nerviosa no bastan para constituir una “desolación espiritual”. Nuestro tono espiritual no puede ser dañado por estos malestares. Inversamente, un hastío espiritual aparece veces en un estado psicológico satisfactorio – aunque hay que reconocer que las perturbaciones que nacen en un punto, repercutirán frecuentemente en otros niveles -. En todo caso, no llega a ser espiritual, sino cuando el dominio espiritual está alcanzado; cuando nuestras relaciones con Dios, con nuestra fe, nuestra confianza en El, cuando nuestro amor por los demás se hallan perturbados. Es entonces cuando la depresión desorienta nuestro camino hacia Dios.

Nótese que esta “depresión espiritual” no es en sí misma una tentación, en el sentido de la incitación a hacer el mal. Directamente ella no puede proponer nada malo. Se podría decir que ella no es mi vida ni muerte; es una atmósfera enervante, en la cual uno correría el riesgo de la asfixia si se dejara llevar. Importa, pues, detectar su presencia y saber cómo reaccionar.

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Con rostros múltiplesLa “desolación” es todo lo contrario de la “consolación”. La “consolación" nos lleva a abrirnos a Dios y a los demás; nos eleva, ensancha nuestros horizontes, da ánimo y deseo de gastarnos por el prójimo. La “desolación” es una caída a tierra, una recaída sobre nosotros mismos; nuestras miras están entonces perturbadas; tienden a hacerse estrechas, cortas; no más anhelos, no más fervor en el don de sí mismo, una especie de atascamiento, de descorazonamiento que hace penosa la marcha. Todos los signos de la “consolación” deben ser invertidos: en vez de paz, turbación; en vez de alegría, tristeza ...

Felizmente no todos los elementos de una depresión se precipitan, a la vez, sobre nuestra cabeza. Puede haber un cielo nublado y no una tormenta. Los elementos de una “desolación” aparecen, a menudo, de una manera aislada, con más o menos intensidad, o bien se asocian y refuerzan mutuamente. De todos modos; cada uno basta para señalar que estamos en una zona, si no malsana, al menos desfavorable, de la cual es mejor salir – sin trastornarse – si la depresión dura más de lo que se quiera.

Dibujamos en algunos rasgos las formas de la “depresión espiritual”. Las variedades son infinitas. De un día para otro, como el cielo cambiante, no presenta la misma coloración.

OSCURIDAD: Ya no se sabe de que lado avanzar. ¿Dónde está lo mejor? ¿Qué debo hacer? No hay respuesta. O bien la decisión que ayer, bien pensada, aparecía incontestablemente buena, se halla hoy en día incierta. O aun, y más dolorosamente, la verdad misma de nuestra fe, se ha oscurecido: las certezas, como pájaros caídos, yacen muertas; la noche es completa.

TRISTEZA DEPRIMENTE: Su origen es, a menudo, inalcanzable, o simplemente; banal: una separación, un asunto fallido, una torpeza cometida; pero es el impulso inicial, la onda gana todo el ser, y quedó abatido, sin resorte, indiferente ante Dios o los demás. O bien arrastró un mal humor difuso, y toda melancolía que lacera la vida espiritual.

FASCINACIÓN DE LAS CERTEZAS SENSIBLES: Nuestros pensamientos espirituales pierden su conciencia y su interés. Estamos sutilmente cautivados por lo temporal; lo sensible se hace opaco, de manera que nuestras miras se detienen en las cosas y en las personas, sin percibir la dimensión religiosa. La fuerza del espíritu evangélico es menos captada, y una inclinación interior nos lleva a no apoyarnos sino en las seguridades materiales y en los medios humanos. Estamos inclinados a poner nuestras seguridades en las realidades terrestres y tangibles, como el faraón en sus carros y en sus cabalgaduras. Así se llega por esta pendiente a reducir la vida cristiana a valores culturales y políticos. ¿Qué fue de la vitalidad de nuestra fe?

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TURBACIONES E INQUIETUDES: De toda especie: escrúpulos, temores de no elegir lo mejor, miedo irracional de hundirse en la tentación, ansiedades, complicaciones indefinidas por preocuparnos de una humildad mal comprendida ..., etc.

SEQUEDAD DE CORAZON: En la oración o en el apostolado. La voluntad de vivir para Dios permanece en el fondo del alma, pero todo sentimiento ha desaparecido. Ya no hay ni calor ni deseo. Parece que ya no se sabe lo que es amar a los demás. En nosotros una tierra árida. Una ausencia. Un vacío, tranquilo, tal vez; pero en una “desolación” más intensa, una náusea de las cosas espirituales, de la vida, de Dios mismo, hace subir en mí el deseo de no saber otra cosa que llorar mi soledad.

PERDIDA DE CONFIANZA O DE ESPERANZA: Ya sean casos benignos en los que ya no experimentamos el sostén de la presencia de Dios, o en que se insinúa una duda sobre su bondad; ya sea casos más agudos en los cuales llegamos a creernos separados de nuestro Creador y Señor, y tal vez en el paroxismo de la desolación, a creernos rechazados por El, al borde de la desesperación, aun cuando en lo más profundo del corazón permanezca una adhesión a Dios, como una roca en la tempestad, que enceguecidos, no logramos tocar.

Oscuridad, tristeza, turbación, fascinación de lo terrestre, frialdad, indigencia, o todo movimiento que venga a romper nuestra progresión, tal es la “desolación espiritual”. Para resumir en algunas palabras los rasgos de ella: uno no sabe dónde está, y no sabe dónde está el Señor.

Las numerosas leccionesPero, ¿por qué Dios, que nos encamina hacia El, permite estas depresiones paralizantes, puesto que nada sucede sin que El lo sepa?

La verdad es que algunas acontecen por falta nuestra. Porque hemos sido negligentes en rezar, en examinar nuestro caminar, en poder los sarmientos a fin de que la vida crezca en nosotros. Nuestras disposiciones profundas se fortifican por el ejercicio. Por falta de haber puesto en práctica nuestra fe y nuestro amor ellas se han debilitado. La “desolación” nos da un aviso.-

En otros casos no ha habido falta de nuestra parte. La “desolación” ha podido propagarse a partir de una causa ignorada o independiente de nuestra voluntad. Y a menudo seremos llevados a tratar una depresión por medios físicos y sicológicos junto con medios espirituales. Pero esta ausencia de responsabilidad no hace sino agudizar el problema: ¿por qué esta “desolación”?

Observemos lo que resulta de la “desolación” cuando se quiere ser totalmente fiel. Esta observación aportará algún elemento de respuesta.

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La “desolación espiritual” nos pone a prueba: prueba nuestro valer y hasta dónde podemos llegar en el amor y el servicio de Dios, cuando estamos privados del apoyo del ardor y de la alegría. Cuando la corriente nos lleva, no es necesario remar; pero cuando nos es contraria, hay que dar pruebas de energía. Los tiempos agitados tiran a romper sobre nuestra fidelidad a Dios. Nos obligan a reforzar la barca para no ceder. Nos urgen a dar prueba de fe pura, de amor desinteresado. Y por este crecimiento de nuestra fidelidad y de un don de sí más despojado, la “desolación” se vuelca a favor nuestro y a nuestra glorificación de Dios.

Ella nos enseña, en fin, no ya en los libros, sino por experiencia, que nos es posible hacer surgir a nuestro arbitrio un muy vivo amor del Señor, un gozo verdaderamente espiritual: la “consolación” no está en nuestro poder. Así los tiempos amargos nos hacen comprender cómo los períodos vivificantes, felices, apacibles son más que todos los otros, tiempos de gracia. Ellos nos enseñan el verdadero sentido de la “consolación” que es un don de Dios y que no nos es concedida sino a título de MEDIO a fin de proseguir una obra más allá de lo sensible. Lo experimentamos cada vez más: todo lo que nuestra tierra produce de bueno, viene del Señor, aun nuestra fidelidad en la “desolación”. Así, los tiempos desolados nos ayudan a descubrir mejor el Misterio del cual vivimos.

2. CONDUCTA QUE SE DEBE TENER

¿Cómo comportarnos en las depresiones espirituales, y en los tiempos favorables, de modo que a través de los tiempos fuertes y débiles, montañas y valles, prosigamos nuestra marcha en la fe? ¿Cómo adecuar nuestros movimientos interiores para que nos dirijan del mejor modo hacia el Señor por orientación desde el interior hacia nuestro fin?

A través de la “desolación” continuar el caminoEn la “desolación espiritual” hay que observar un primer punto no hay que cambiar nada de lo que hacíamos antes de que llegara la “depresión”. Pero, ¡atención! Es bien evidente que si la depresión se injerta en una fatiga física habría que concederse más descanso; que si ella tomaba su fuente en una perturbación síquica caracterizada, sería necesario, según el consejo del médico, afrontar un cambio en el género de vida. Pero en condiciones físicas y síquicas normales, hay que mantener la ruta espiritual que no se había trazado de antemano.

Es de sabiduría elemental. Porque antes de la depresión estábamos, tranquilos, lúcidos, a tono con el Señor y, por consiguiente, en buenas condiciones para determinar nuestra línea de conducta. Ahora, en la perturbación, en la oscuridad, el desaliento, las condiciones son desfavorables para reconocer nuestro camino: los malos elementos manifiestan en nosotros su actividad; el sentido de lo real se esfuma, la mirada de la fe se enturbia. Si modificamos nuestra manera de actuar hay toda una nueva probabilidad para que la nueva

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decisión sea trunca e inadaptada. Luego mantenerse con firmeza en las determinaciones anteriores, conformes a los deseos de Dios.

Tender a la calma, a la objetividadPero si bien no hay nada que cambiar en lo que hacíamos, es preciso que nosotros mismos nos cambiemos, o más bien, nuestro estado interior, tratando de reabsorber la desolación. ¿Cómo? Permanentemente apaciguarse tanto como sea posible; cultivar la calma, aún física, por los medios habituales; buscar la relajación del cuerpo y del alma, hasta en el tiempo de oración; sentado, sin decir otra palabra que se está ahí; abatido, que el Señor en su ministerio lo sabe y basta.

En la calma, apenas esbozada, mirar objetivamente lo que nos sucede, como se miraría el desarrollo de un film interior: somos nosotros todo esto, pero no lo esencial de nosotros mismos; hacer una constatación de los hechos: el Señor me deja ahí en el banco de la prueba y toda esta baraúnda en mí, este trastorno, aparentemente trágico, es en el fondo bastante vano, puesto que no llega a mi voluntad profunda. Conservar la perspectiva para no dejar impresionar. ¡Feliz el que conserva el humor con respecto a sí mismo!

En la feY, sobre todo, re-crear la confianza, pensando en las realidades sólidas de la Fe. Ciertamente que no sentimos ninguna relación con Dios, pero sabemos que la noche oculta su presencia. El nos permanece fiel. El que vino sabiendo que sería crucificado: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Sentidos o imperceptibles - ¡qué importa! – Su amor y su ayuda nos bastan. No solamente para salvarnos del malo, sino para permitirnos, a pesar de la lasitud, el trabajar todavía en hacerlo conocer.

Insistiendo en la oraciónPara disipar nuestro estado de inquietud y de hastío, ¿qué hacer aún? Hacer lo contrario de lo que él nos inspira: REZAR. En una tan brusca ausencia de Dios, estaríamos tentados de abandonar nuestra búsqueda a tientas. Al contrario, hay que insistir, como la viuda del Evangelio importuna al juez para obtener la audiencia. “Llamen, llamen, y se les abrirá”. Prolongar un minuto la oración más bien que ceder ante el deseo de acortarla.

La oración pone en movimiento nuestra fe y nuestro deseo de Dios. Tal vez nuestra inercia espiritual será removida con esto. En todo caso, nuestras fuerzas habrán aumentado para aguantar, esperando que vuelva el fervor.

En la “desolación” estaríamos tentados de soltar la brida. Al contrario. Tenemos que EXAMINAR la situación para ponerle remedio: ¿Cómo me dejé llevar por el desaliento? ¿Conservo acaso la línea de conducta que me había propuesto anteriormente? ¿Cuáles son mis debilidades, ¿Qué puntos son obstáculo al regreso del vigor y de la alegría espirituales?, ¡Oh Señor, envía tu espíritu y la

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alegría de la tierra será renovada! Volver regularmente al examen para quitar los obstáculos y reabrir el paso .. En fin, sacudir nuestra pesadez espiritual con alguna entrega a los demás, con alguna renuncia ofrecida a nuestro Creador y Señor. Conocerlo a El, que no se deja vencer en liberalidad, sacrificándole algo que amamos, sólo para expresarle nuestra preferencia. Encontrar la justa medida de esta penitencia que reanime sin agobiar.

Establecerse en la pacienciaA pesar de todos los esfuerzos, puede ser que la “desolación” persista más de lo que quisiéramos. No caigamos por esto en un desaliento, que sería pero que lo primero. Repitámonos tranquilamente: ¡Paciencia!, ya pasará. Nuestras inquietudes serán atenuadas con esto. ¡Paciencia!, las situaciones más desesperadas tienen una salida espiritual, todas ella se resuelven cerca de Dios. Pero esta escapada hacia Dios hay que descubrirla pacientemente. Porque Dios nos conduce por caminos de los que ni siquiera hubiéramos querido oír hablar, y que, desde el momento en que aceptamos pasar por ellos, resultan ser los verdaderos y únicos caminos de nuestra liberación. ¡ Paciencia!, llega el tiempo cercano o lejano, en que el Señor nos dirá, y me ven, porque el invierno ha pasado, la lluvia ha terminado, las flores han aparecido, el tiempo del cantar ha llegado y la voz de la tórtola se ha hecho oír en el país”.

3. EN LA CONSOLACIÓN

Consolidar y preverEn el entusiasmo de la “consolación” no precipitarse a tomar decisiones o a hacer promesas a Dios. Sino tomar su tiempo, examinar y, si es necesario, pedir consejo.

En estos períodos de gracia constatar hasta qué punto la fe realmente vivida, nos transforma. Atentos a esta experiencia de la vida con Dios, habremos sido consolidados. Establezcamos recta y solidariamente nuestra vida espiritual, y para no ser sorprendidos en adelante, desprovistos, preveamos la conducta que habremos de tener cuando vengan los tiempos desolados. Reconocer los beneficios que Dios nos concede en este tiempo de abundancia, a fin de recordarlos en los días de escasez, como Israel en el desierto se acordaba de la salida de Egipto.

No gloriarseLos períodos en que todo va bien, especialmente presenta el riesgo de enorgullecernos; nos atribuimos la facilidad que teníamos entonces. Podemos tener la tendencia a juzgarnos admirables y a creer que habíamos llegado a la perfección. Para poner las cosas en sus justas proporciones, nos basta recordar la triste figura que hacíamos cuando había que sufrir solos en las desolaciones precedentes.

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¿Tenemos tendencia a gloriarnos? Hagamos un llamado a la humildad, viendo lo poco que podemos por nosotros mismos. ¿Tenemos tendencia, al contrario, a desesperar por nuestra mediocridad? Pensemos en lo que Dios ha puesto de bueno en nosotros, y en lo que nos ha dado a realizar por amor a los demás, y agradezcámosle sus dones. Así, rectificando las desviaciones por un movimiento contrario, a fin de quedarnos en el justo medio, aseguraremos el equilibrio de nuestra marcha.

Dos hitos en nuestra marchaDos hitos nos ayudarán a verificar la justeza de nuestra marcha en su conjunto: si la vida espiritual, a lo largo de los años no favorece en nosotros el SENTIDO DE LO REAL y el CRECIMIENTO DE NUESTRA LIBERTAD INTERIOR, está conducida equivocadamente. Porque es normal que en una vida más íntima con nuestro Creador y Señor las criaturas tomen más consistencia a nuestros ojos; que las personas y las cosas adquieran para nosotros una densidad de existencia; es normal que el color de un follaje, el grano de una piedra, los rasgos de un rostro, la singularidad de cada persona nos lleguen a ser más significativos. Nada en esta percepción de lo real es incompatible con un desprendimiento radical. Si nuestra vida espiritual no guarda este contacto con lo real, pierde su equilibrio.

De igual modo, si la vida espiritual, en lugar de encaminarse hacia nuestra madurez, contribuyera a mantenernos en un infantilismo psicológico bajo un forma u otra, no contribuiría en el sentido de Dios. La larga y lenta búsqueda de Dios, debe ayudarnos normalmente a desasirnos de nuestros temores religiosos, y tanto como se pueda, de nuestras trabas sicológicas. Haciéndonos poco a poco a semejanza de Dios, ella debe hacernos también progresivamente más verdaderos y más libres en medio de los hombres.

7. Algunas aplicaciones del discernimientoPara discernir lo que significan nuestros movimientos espirituales, la primera condición es “darse cuenta de ellos” (captarlos). Acostumbrémonos a estar bastante atentos a la realidad, para sentir en la acción misma, si estamos espiritualmente “en forma”, o bien tristes o deprimidos. Sea con ocasión de una moción interior más sensible, sea en algún momento del día, - el examen de la noche es uno de esos – detengámonos ante Dios, pidiéndole mejor penetrar nuestras disposiciones espirituales, mejor discernir las causas que los han hecho nacer. Sin repliegue sobre sí mismo, una mirada simple nos rompemos la cabeza, esperemos. Si vemos las raíces de nuestras fluctuaciones interiores, podremos responder mejor a las inclinaciones que nos vienen del Espíritu.

En la “consolación” Dios nos atrae a El: nos afirma a proseguir los pensamientos y los sentimientos que nos vivifica entonces. En la “desolación” El se abstiene, por así decir: no es su camino. Hay, pues, que volver hacia los pensamientos que están a lo opuesto de aquellos que nos hunden en la confusión.

Contrición y desaliento

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Inútil sería hacer un desarrollo abstracto. Retomemos dos casos dados al comienzo de estas páginas y tratemos de resolverlos.

Como consecuencia de mi pecado, tengo miedo a Dios. Pero más que nunca, y a pesar del deseo de reconciliación, no llego a encontrar el sentido del perdón. Estoy aplastado por mi indignidad sin poder volver a comenzar (sin lograr reponerme). ¿Es acaso una contrición que Dios imprime e mí, o una tentación de desaliento para impedirme vivir con Dios? ¿Qué responder?

La primer constatación que debe hacer este hombre es que, hundido, aplastado, impedido, no accede al sentimiento del perdón, a pesar de su deseo. Estos son caracteres de “desolación”.

Hay en el estado de este hombre muy buenos elementos: reza, siente su falta, tiene la intención de confesarse. Estos sentimientos van en el sentido del Señor. Pero otros elementos falsean el conjunto de su actitud espiritual: un temor de Dios, que, probablemente no procede tanto de su pecado, como de una reacción sicológica habitual. Aun es probable que su tendencia sicológica falsee el conjunto de sus relaciones con Dios. ¿Ha descubierto verdaderamente que Dios lo ama? Hay en su temor pertinaz una nota que concuerda mal con el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo.

Este temor corre el riesgo de hacerle exagerar sus faltas. Habría que ver. En todo caso debería abrirse vías espirituales más justas y descartar su tendencia sicológica, buscando pacientemente lo que ella oculta. Pero hay pocas probabilidades de que llegue a esto sin la ayuda de un verdadero diálogo espiritual.

Tristeza insólita

Acabo de pasar un día con mis amigos. Me mostré animoso, bromista, lleno de chispa. Y ahora, de regreso a casa, me siento vacío, asqueado. Nada me interesa, ¿por qué? ¿Efecto de la soledad o señal de que en mi actitud ante los demás había algo que no fuera correcto? (justo).

He aquí a este estudiante detenido por el hecho insólito de su tristeza. ¿Qué significa esta caída de ánimo? Como no se trata para él de hacer una búsqueda profana, puramente sicológica, que se ponga en presencia de Dios y le pida ser iluminado sobre sí mismo. Luego, que reflexione. Su alegría se desvanece en la soledad. Si hubiera sido justa, si hubiera sido un don de sí a los demás, sin mezcla, habría quedado algo: la satisfacción de haber dado gusto a sus amigos, el pensamiento de que quedan reconfortados por esta velada. De la alegría pasada quedaría un perfume. Y he aquí que no exhala sino tristeza.

Si su alegría hubiera sido pura de toda búsqueda de sí, la soledad le sería ahora un descanso. Tendría gusto en recordar. Le sería fácil agradecer a Dios por este

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día. Conservaría un deseo de vivir para los demás. Pero no tiene en la boca sino amargura.

Había, pues, en mi hilaridad una nota falsa. Pero, ¿cuál? En mi deseo de ser enteramente para los demás ¿no me reservé algo para mí?, ¿no forcé algunos rasgos para hacerme valer?, ¿no ha habido búsqueda de mí, sutil sin duda, pero real? Y ahora, solo, estoy triste, porque estoy privado de esta satisfacción mía. Frustrado por la admiración que esperaba, sin saberlo. El orgullo está en mí vivo de lo que creía. Oración de humildad. Saber para no recomendar.

La preocupación de una vida personal

Una tal preocupación de reconocer y de seguir las indicaciones de Dios, un tal afinamiento espiritual, suponen evidentemente que existen en nosotros el deseo de una vida personal, la voluntad de influir sobre los acontecimientos y de no dejarnos llevar a merced de las influencias y de las fantasías. Mientras tanto, nuestra personalidad se afianza en esta marcha clarividente y fiel.

En los comienzos, en que debemos estar iniciándonos en este discernimiento y siempre en los casos difíciles, tendremos que pedir consejo a un guía espiritual, que pueda ilustrarnos sobre estos “movimientos del alma”.

Es sobre todo, a la larga que este discernimiento llevará sus frutos. Con el tiempo, las observaciones se añaden unas a otras, se dibujan; aparecen constantes; las grandes líneas de comportamiento espiritual se perfilan. Así aprenderé a conocerme, a saber cómo llevarme, qué disposiciones espirituales cultivar para que todo en mí encuentre su equilibrio. Descubriré poco a poco una manera de ser y de actuar enteramente sencilla, pero precisa, para vivir mi fe.

8. PARA TOMAR UNA DECISIÓN

Ejercitarse en reconocer las indicaciones

¿Cómo pueden nuestras reacciones tonificantes o deprimentes, frente a una elección, iluminar nuestra decisión? Los “movimientos del alma” – a condición de saber leerlos – nos proporcionan indicaciones sobre lo que nos pone o no de acuerdo con Dios. Uno está, pues llevado a preguntarse si el hecho de que una solución considerada delante de Dios nos vivifica, o al contrario, nos turba, permite escogerla o rechazarla. Después de haber respondido a esta pregunta, hablaremos de las cosas en que nos es posible aplicar solos este discernimiento, sin que esto excluya el hacernos controlar de tiempo en tiempo.

En las decisiones que comprometen definitivamente la vida, como es la elección entre el matrimonio y el celibato consagrado, el sondeo de los tiempos fuertes y débiles de la vida espiritual puede aportar mucha luz, y a veces basta para resolver la interrogante. Pero este sondeo es prácticamente irrealizable sin la ayuda de un guía experimentado. Se debe en efecto, volver a tomar el desarrollo de la vida con sus altos y bajos, examinar los pensamientos y

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sentimientos que en esos períodos nos movían, descubrir por qué vías Dios nos ha llevado y finalmente – a través de nuestro temperamento -, nuestra capacidad, nuestro caminar espiritual, nuestras aspiraciones y reticencias, reconocer aquello para lo que Dios nos ha hecho. Un tal discernimiento supone indicaciones complementarias, más sutiles y más delicadas de manejar que las que hemos dado. Este trabajo hay que hacerlo en un retiro de orientación de vida. Para decidir sobre su vida, vale la pena tomar unos días de reflexión ante nuestro Dios y Señor. Otras decisiones, sin ser definitivas, pedirían también un tiempo de recogimiento: elección de una novia, orientación profesional, aceptación de una pesada responsabilidad .... ¡Pero muchos no se preocupan de considerarlas en presencia de Dios!

Fuera de estas decisiones mayores, queda una multitud de circunstancias en las cuales podemos iluminar nuestras decisiones por las reacciones espirituales que no dejan de provocar: “¿Debo entrar en este grupo? ¿Debo continuar haciendo alfabetización a pesar del trabajo de fin de año? ¿Cuál será la parte de nuestro presupuesto que entregaremos para tales y cuales obras?

En semejantes casos, ¿puedo decidir únicamente según mi reacción espiritual de alegría, de paz o de turbación frente a estas diferentes soluciones? No, de ninguna manera. En primer lugar, puede ser que yo no experimente ninguna reacción ante las diversas posibilidades. O bien, los “movimientos” que experimentaré no serán suficientemente característicos como para sacar conclusiones. Y sobre todo, sí no estoy acostumbrado a distinguir el aspecto psicológico y el carácter religioso de mis reacciones corro el riesgo de tomar mis impresiones por principios espirituales. Alguien preguntó al P. Lebretón: “Cuando paso ante una iglesia y estoy empujado a entrar, ¿qué debo hacer?”. El padre respondió: “Ante todo, no haga nada. Vea primero si es razonable”. Y bien, ¡sí! Más vale empezar por ver lo que es razonable. No razonable a los ojos de una prudencia un poco ramplona, sino a los ojos de la fe: habiendo pesado todo muy bien, ¿qué solución es prudente ante Dios?.

Encontrar primero la solución razonable

¿Qué línea seguir para llegar a esta sabiduría que debe ser percibida ante Dios? Primero, señalar un tiempo de detención para recogerme en su presencia. Ver cuál es la elección precisa que tengo que hacer. Recordar que se trata, al fin y al cabo, de amar más al Dios vivo y de hacerlo descubrir a los demás. Para no imponer a Dios mis preferencias, esforzarme en no querer más una solución que otra, en tanto cuanto no haya visto la que conviene. Rogar a Dios desde el fondo de mí mismo para formar en mí una idea clara de las cosas y un deseo que responda al suyo. Me detendré más o menos en esta preparación según la importancia de la decisión.

Luego, si el asunto vale la pena, examinarlo en todas sus facetas, como el mismo Dios tiene cuidado de todo. Buscar cuáles son las ventajas y los

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inconvenientes de las diversas soluciones, en lo que toca al fondo de nuestra vida personal, nuestra relación con el Señor.

Para no quedar en lo vago, tomemos un ejemplo: se me ha propuesto una responsabilidad en un grupo apostólico, y ya estoy demasiado recargado: ¿qué hacer?, ¿aceptar o rehusar? Estudiar las dos hipótesis para iluminar las ventajas y los inconvenientes.

Si acepto, ¿lo soportaría mi salud? Total ¿cuántas reuniones tendré por semana?, ¿qué carga suplementaria? ¿Están en juego la familia, el trabajo profesional, de “deber de estado” para soportar las consecuencias? Tomado por la multiplicidad de las tareas, ¿conservaré bastante calma y equilibrio para rezar?. Por otra parte, aceptar es la línea de la generosidad, para ayudar a los demás a encontrar a Cristo. Pero si yo desempeño mal mis obligaciones, si yo pierdo el contacto con el Señor, ¿qué ganarán el Señor y los demás? Poner un poco de orden en mis reflexiones. Luego mirar con el mismo realismo la otra solución.

Si rehusó ¿cuáles son las ventajas para mi familia y mis demás responsabilidades? ¿Qué inconvenientes evitados?. Por el contrario, este grupo apostólico, ¿va a quedar abandonado?

Reunir lo que es favorable y desfavorable a mi vida para Cristo en medio de los demás. Habiendo pesado bien las ventajas e inconvenientes en las dos hipótesis, mirar de qué lado se inclina la sabiduría, sin dejarme mover por impresiones. Hechas las cuentas ante Dios, ¿cuál es la solución más razonables? En el ejemplo citado, el militante laico juzgó irracional aceptar.

Ver si los movimientos espirituales confirman

Ver ahora cómo su esbozo de decisión se encuentra confirmado por sus “movimientos” espirituales, puesto que la pregunta la hacíamos al comienzo. Ante la proposición que se le había hecho, este laico temía no ser generoso. Temor sin consistencia, puesto que está dispuesto a aceptar, no queriendo más una solución que otra. Pero en estas perspectivas de la aceptación; permanecía inquieto, como ante una profunda disonancia: las cosas no se ponían en su lugar. La inquietud persistía, aun bajo la mirada de Dios. La aceptación no iba en el sentido de Dios.

El rechazo, al contrario, a pesar de una generosidad menor aparentemente, lo dejaba en paz frente a Dios y a sus responsabilidades. Más allá del disgusto que le causaba esta perspectiva del rechazo, se sentía de acuerdo con Dios. Luego, ahí no había falsa paz, la que hubiese ocultado una evasión. La solución razonable se encontraba, pues, confirmada por sus reacciones de “consolación-desolación”. Era por eso más segura. Podía declinar sin temor la proposición que se le había hecho. Nadie hubiera tenido interés en que aceptarse: ni él, ni Dios, ni los demás.

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La manera de tomar una decisión que acabamos de esbozas, es aplicable en muchas circunstancias: ver primero lo que es razonable ante Dios; luego buscar la confirmación de la decisión de la entrevista, viendo de qué lado se hallan la paz y el vigor espirituales. Si la decisión, en lugar de ser confirmada, se encontrara objetada por el segundo tiempo, sería necesario reexaminar el problema: allí habría en alguna parte una falta de objetividad. En caso, necesario, pedir consejo. En esta búsqueda, lo importante es desasirse de la sensibilidad y de las impresiones, ir más allá de las primeras aprensiones, para situarse en el plano religioso, como en los precedentes capítulos se ha tratado de indicar.

En los casos en que el tanteo de confirmación no da nada, porque estamos espiritualmente inertes, guardémonos de forzar los “movimientos del alma” para obtener luces de ellos a toda costa; éstas serían ilusorias. Tomemos, entonces, resueltamente la solución que ha sido percibida como más prudente. Ella corresponde a las luces que Dios nos da por el momento.

Cuando disponemos de algún tiempo, antes de una decisión importante, es bueno volver a cuestionarnos sobre ella en días diferentes. La retoma en diferentes momentos permite verificar lo que hay de efímero o de sólido en nuestras reacciones. Ellas salen decantadas y más seguras. Y sabemos que “la experiencia de las consolaciones y desolaciones” se revela provechosa, en la medida en que ella se ha hecho familiar.

El carisma de discernimiento

El carisma de discernimiento consiste en un instinto o luz partida, que comunica el Espíritu Santo, para discernir con un recto juicio, o en sí mismo, o en otros, de qué origen provengan los movimientos interiores del alma.

En este sentido escribe san Pablo: “El que se tiene por profeta o por hombre inspirado por el Espíritu, reconocerá que esto que les estoy escribiendo, es un mandato del Señor” (1 Cor 14, 37)

El carisma tiene por objeto el discernimiento en los casos dudosos, cuando no es fácil entender si las inspiraciones vienen de un espíritu bueno o de un espíritu malo. Pondré algunos ejemplos: ¿Vendrán del buen o mal espíritu tales revelaciones, tales locuciones internas, tales visiones, tales doctrinas nuevas?

En el orden de la voluntad, ¿serán de Dios o de un mal espíritu tales impulsos a hacer cosas grandes y santas, pero llamativas y desacostumbradas?, ¿tales deseos de emprender cosas superiores a las propias fuerzas, aunque, según parece, fundada en la confianza de la ayuda divina?, o bien ¿tales inspiraciones de cambiar de estado de vida para emprender una vida que sería de mayor perfección?, ¿o tales deseos ardientes de la salvación de los prójimos que llevarían a resultados todavía inciertos?, ¿o tales sentimientos en la oración, que parecen santos ...?.

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Page 37: EL DISCERNIMIENTO

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Nos encontramos con mil cosas que tienen muy buena apariencia, pero que pueden nacer de un principio malo y terminar en un pésimo fin.

El carisma del discernimiento viene en nuestra ayuda cuando se trata de casos semejantes. Y este carisma consiste en una luz especial o en un cierto sabor que hace sentir la diversidad entre lo que es de Dios y lo que no lo es.

Y aquí quiero advertir a las personas espirituales que, aunque sientan tal vez y les parezca estar seguras, por una cierta suavidad, de que es Dios quien obra en ellas, no dejen por eso de aconsejarse con hombres doctos, y especialmente con sus padres espirituales, y de guiarse en todo por su parecer; porque la seguridad que experimentan no es tal que no pueda estar sujeta a algún extraño.

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