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El crimen por envenenamiento

Introducción a la Toxicología

Proyecto Integrado Ciencias al Servicio de la Investigación Criminal. Mª Ángeles Sánchez Guadix

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1.- INTRODUCCIÓN: VENENOS

Viktor Yushchenko, candidato a la presidencia de Ucrania, estaba contento. Según la última encuesta, era muy probable que ganara las próximas elecciones. Había que preparar bien el camino. Por eso aquel día de septiembre de 2004 cenaba con un personaje clave: el director de seguridad.

Poco tiempo después de la cena, un fuerte dolor de cabeza lo obligó a retirarse. Al día siguiente, el dolor de estómago y de espalda se hicieron insoportables y le impidieron asistir a las presentaciones planeadas. Ningún medicamento lo aliviaba y el terror empezó a apoderarse de él cuando se

vio en el espejo. Su rostro, que había sido el de un hombre guapo, ahora estaba tapizado de pústulas y quistes; su aspecto era monstruoso.

Al practicársele un análisis de sangre, se encontró que contenía una concentración elevadísima de un veneno llamado dioxina, sustancia que es materia prima para fabricar el herbicida llamado agente naranja, que se usó en la guerra de Vietnam. La dioxina hace proliferar unas células llamadas macrófagos que provocan una reacción

inflamatoria exagerada.

Con ella los poros se tapan con queratina y aparecen quistes que dan a la cara un aspecto horrible.

El envenenamiento de Yushchenko es sólo la repetición de un hecho ocurrido miles de veces en la historia. Los venenos, los envenenadores y los envenenados son una de las partes oscuras de la humanidad.

El veneno es el arma del cobarde. El envenenador lo aplica en forma furtiva, fría y calculada; sabe que el envenenado padecerá un sufrimiento corto o prolongado y lo contemplará de lejos o de cerca para satisfacer el odio o los fríos cálculos de interés para terminar con él. Es la revelación de los más bajos instintos del hombre... o de la mujer, pues se cree que a lo

largo de la historia o de la leyenda, ellas han sido las autoras, si no del mayor número de envenenamientos, sí de los más espectaculares.

Ríos de tinta han corrido en la literatura universal sobre venenos y envenenadores. Por ejemplo, Shakespeare utilizó varios métodos de envenenamiento en el argumento de Hamlet. El fantasma del padre de Hamlet revela que vertieron veneno en su oído; la madre de Hamlet muere por beber vino envenenado; y el propio Hamlet muere durante

un duelo al ser pinchado con la punta envenenada de una espada. Como se ilustra en

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la obra, el modo en que un individuo se expone a un veneno es un factor crucial en los peligros que presenta el compuesto.

Hamlet, Acto I, Escena 5, William Shakespeare

Con un frasco de esencia ponzoñosa y vertió en los portales de mi oído el tósigo ulcerante, cuyo efecto a la sangre del hombre es tan hostil que al punto recorre como azogue las venas y conductos corporales y con súbito poder cuaja y coagula, como gotas de ácido en

la leche, la sangre más fluida y saludable. Lo hizo con la mía.

2.- UN CASO REAL: EL FACTOR INSULINA

Kenneth Barlow, de 38 años, vivía en una cómoda casa en Thornbury, en la ciudad de Bradford en Yorkshine. El y su esposa, Elizabeth, una ex enfermera, habían estado casados menos de un año y estaban esperando su primer hijo. Ken era un enfermero popular en el Riding General Hospital en Huddersfield. Todos los que conocían a los Barlow, tanto socialmente como en el lugar de empleo de Ken, sentían que la

atractiva pareja estaba muy enamorada. Localización de Bradford

Los acontecimientos que tuvieron lugar alrededor de las 11:30 del 3 de mayo de 1957, fueron un golpe para todos los que los conocían. Se llamó a un médico a la casa de los Barlow. Respondiendo a una emergencia obvia, estuvo en la residencia en minutos. Ken lo guió a un baño de arriba, donde Elizabeth yacía muerta en una bañera vacía.

Ken, comprensiblemente trastornado, le dijo al médico que estaba examinando a Elizabeth, "La encontré así. Dejé vaciarse la bañera y luego traté de revivirla, pero sin suerte."

Ken siguió contándole al médico que había corrido a la casa vecina y les había pedido que llamaran al doctor. Volvió al baño y trató de revivirla por medio de la respiración artificial.

Mientras Ken hablaba, el doctor continuaba examinando el cuerpo. Buscó evidencias de que Elizabeth se había desmayado por una caída, pero no pudo encontrar signos exteriores de trauma.

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Notó que las pupilas de los ojos estaban ampliamente dilatadas y sospechó que a la mujer muerta le había sido inyectada una gran dosis de insulina unas pocas horas antes de su muerte. Buscó rastros de

pinchazos y encontró varias pequeñas marcas en las nalgas. Con este descubrimiento, le dijo a Ken que comunicaría el resultado de su examen a la policía.

Los detectives cayeron sobre la casa de Thornbury. Los investigadores notaron que

los pijamas de Ken estaban completamente secos, lo cual era inusual considerando su versión de haberle hecho a su esposa respiración artificial en la bañera. El piso del baño también estaba seco, lo cual era extraño si uno asume que una mujer que se está ahogando se debatiría y salpicaría agua de la bañera al piso.

Una búsqueda en la residencia recompensó a los detectives con cuatro jeringas hipodérmicas. Ken explicó que las agujas estaban en la casa para su uso regular por

Elizabeth debido a su embarazo. La evidencia contra Ken era circunstancial, pero la policía pensó que tenían un caso. Ken fue arrestado y sometido a juicio por el asesinato de su esposa seis meses más tarde.

Varios testigos relataron conversaciones incriminatorias que habían mantenido con el acusado. Harry Stork, un camillero, le dijo a la corte que Ken le había mencionado que una inyección de insulina sería un modo de cometer el crimen perfecto porque se disolvía rápidamente en el torrente sanguíneo.

Otra enfermera, Joan Waterhouse, contó a la corte que Ken le había dicho que la insulina era la manera perfecta para matar a alguien. Arthur Evans, un antiguo paciente, recordó que Ken había sugerido que la insulina era "el camino más corto" para morir.

Ninguna de estas evidencias probaba que Ken le hubiera inyectado insulina a su esposa, pero el testimonio de los testigos indicaba que estaba bien consciente de que la insulina era un arma mortal.

El patólogo del Ministerio del Interior testificó que la causa de la muerte había sido por

asfixia, pero que la difunta había recibido una gran dosis de insulina horas antes de su muerte.

La hermana Lodge, quien había trabajado con Ken, causó una pequeña sensación cuando testificó que cuatro frasquitos de insulina faltaban de la zona de trabajo de Ken en el hospital. Ken respondió a esta acusación admitiendo que había robado drogas, pero insistió que había tomado frasquitos de ergometrina para darle inyecciones a su

esposa.

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Afirmó que Elizabeth quería abortar su embarazo y por eso él había robado los frasquitos. Ken siguió diciendo que no había revelado su robo porque no quería dañar su reputación como enfermero competente.

En su defensa, el abogado de Ken presentó vecinos y amigos que juraron que Ken era un esposo amante y atento. Elizabeth obviamente amaba tanto a su esposo como él aparentemente la amaba a ella.

La defensa restó importancia al caso de la fiscalía destacando que estaban haciendo creer al jurado que Ken le había inyectado insulina a su esposa para volverla indefensa y entonces la había persuadido que tomara un baño para así, en un estado de semi-inconsciencia o sin la fuerza para salirse de la bañera, no se había

despertado cuando su cabeza se sumergió en el agua, y se había ahogado.

El abogado siguió diciendo que no se había presentado ninguna prueba en la corte de que Ken le hubiera inyectado insulina a su mujer. Estuvo de acuerdo que Ken había cometido un terrible error al no declarar que había robado cuatro frasquitos de ergometrina, pero que eso no lo hacía un asesino.

Lo más revelador de todo era que Ken no tenía motivos para matar a su esposa. Financieramente no ganaba nada. Como relativos recién casados, él y Elizabeth parecían estar profundamente enamorados.

Resumiendo, el juez que presidía concluyó sus palabras al jurado diciendo: "Deben preguntarse a ustedes mismos si una sobredosis le fue inyectada por el acusado y si la respuesta es sí, ¿intentó matarla? Si la respuesta nuevamente es sí, deben presentar el veredicto de culpable."

Al jurado sólo el llevó 90 minutos presentar el veredicto de culpable. Ken Barlow fue sentenciado a cadena perpetua. Cumplió 26 años en prisión antes de ser liberado en 1984, todavía protestando su inocencia.

Debe hacerse notar que Ken había estado casado antes y que su primera esposa

había muerto repentinamente a los 33 años. Los médicos no habían podido determinar la causa exacta de su muerte, pero estuvieron de acuerdo que ésta se había debido a causas naturales. Ken se casó con Elizabeth el mismo año en que su primera esposa había muerto. Pero por supuesto, el jurado de este juicio por asesinato no sabía de esta información.

3.- UN CASO SIMILAR LLEVADO AL CINE

La rica heredera Martha von Bülow (conocida como Sunny) falleció en 2008, tras haber permanecido 28 años en un extraño coma, a la edad de 76 años. Este misterioso hecho hizo que su marido fuera procesado e inspiró la película Reversal of Fortune, que en España se llamó El misterio von Bülow y

fue protagonizada por Glenn Closey Jeremy Irons.

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La mujer permanecía en coma desde el 21 de diciembre de 1980, cuando fue hallada inconsciente en el baño de su mansión en Newport (Rhode Island). A lo largo de los últimos 28 años, que pasó primero en el Hospital Presbiteriano de Nueva York y, después, en su residencia de Manhattan, von Bülow nunca mostró signos de actividad cerebral.

Heredera de una gran fortuna familiar, Sunny se casó a los 25 años con el príncipe

austríaco Alfred von Auersperg, de quien se divorció en 1965. Un año después contrajo matrimonio con Claus von Bülow, quien fue acusado y absuelto de dos intentos de asesinar a su esposa con inyecciones de insulina, destinadas a agravar su hipoglucemia.

El proceso a Claus von Bülow fue un fenómeno mediático en la década de los 80. El

cóctel era explosivo: una rica heredera de vida apasionada, un apuesto marido imputado por la ley y los enfrentamientos de los dos hijos mayores con la menor. Hollywood no pudo resistirse y en 1990 estrenó El misterio von Bülow.

En un primer juicio, en 1982, Von Bülow fue hallado culpable de dos intentos de asesinato y condenado a 30 años de prisión. Apeló con la ayuda de un profesor de leyes de Harvard y logró ser absuelto. Y escribió un libro, la base de la película.

Actividad 1. Investigación bibliográfica

¿Qué es la insulina?

¿Qué efectos produce una sobredosis de insulina?

Investiga otros casos reales o ficticios, especialmente los llevados al cine, donde se usura la insulina como veneno

4.- DEFINIMOS VENENO

Cualquier sustancia extraña que al penetrar en el organismo altera y deteriora su funcionamiento se considera un veneno.

Por mucho tiempo su uso fue empírico, muchas veces ligado a la superstición y a la brujería. No fue sino hasta el siglo XX cuando el avance de la ciencia empezó a explicar los distintos mecanismos de acción de los venenos. Se puede decir en forma general que cualquier veneno interrumpe la secuencia natural de las cadenas de reacciones químicas que mantienen la vida celular, trastornando el metabolismo de los organismos y conduciendo a una catástrofe bioquímica

que puede llevarlos a la muerte.

5. BRUJERÍA O VENENO

Las muertes por envenenamiento no necesariamente son resultado de las maquinaciones de una mente asesina. En muchos casos extraños se creía que se

trataba de brujerías o posesiones diabólicas. Antes de 1750 el promedio de vida era de 37 años; hoy en día es de 76. La gran mortalidad en aquella época, que era mucho

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mayor entre la gente pobre, se atribuía principalmente a hambrunas y enfermedades infecciosas.

Sin embargo, ciertos datos señalan que en Europa, al norte de los Alpes y de los

Pirineos, estuvo presente otro factor. En estos lugares la mortalidad aumentaba en la primavera y a principios del otoño, a diferencia de las enfermedades infecciosas, como la disentería y la tifoidea, que atacaban en verano, y los trastornos respiratorios, típicos del invierno. Esto condujo a buscar algún factor alimenticio como responsable de la mortalidad de primavera y otoño.

En aquella época, el pan de trigo era un

lujo que sólo disfrutaban los ricos. La población rural pobre sobrevivía con pan de centeno, de color café y mucho más duro. El centeno crece en latitudes donde los inviernos son húmedos y fríos y la temperatura veraniega rara vez llega a los 20°C. Si en estas condiciones climáticas el cereal no se seca perfectamente después de cosecharse y se almacena húmedo, crece en el grano un moho llamado Claviceps purpurea,

conocido como cuernecillo de centeno.

"Cuando el cereal ondula con el viento, Körnmutter (diosa madre de los granos) pasa por el campo dejando a sus hijos, los lobos del centeno" (Extraído del

folklore alemán)

Éste contiene los alcaloides venenosos ergotamina, ergonovina y ácido lisérgico (LSD). La toxicidad de estas sustancias se debe a que interfieren con la acción de un neurotransmisor llamado dopamina, y esto provoca espasmos musculares, confusión y alucinaciones, además de ser

abortivo. Al conjunto de síntomas se le conoce como ergotismo. Las zonas de

mayor mortalidad en primavera y otoño eran las mismas en las que se consumía pan de centeno.

Por otro lado, las regiones donde la muerte por ergotismo era muy frecuente también coincidían con poblaciones en

las que había habido una intensa cacería de brujas. ¿Estaba el ergotismo relacionado con esto?

Todo parece indicar que había una relación directa.

En esos pueblos había curanderas que curaban con hierbas ciertos padecimientos

como las convulsiones de la epilepsia. A estas mujeres se les atribuían poderes mágicos, pero cuando les llevaban un enfermo de ergotismo y sus remedios tradicionales fallaban, se les acusaba de haber embrujado al enfermo en vez de curarlo. Era algo semejante a las acusaciones de negligencia médica hoy en día. La

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coincidencia entre el pan de centeno, la mortalidad y la cacería de brujas se encontró en muchas poblaciones del norte de Europa, principalmente en Rusia, Francia e Irlanda; y también en las colonias inglesas americanas, como Nueva Inglaterra, donde nació la leyenda de las brujas de Salem.

Tanto la ergotamina como la ergonovina, purificadas y en cierta dosis, tienen

importante acción como medicamentos. La primera, por su acción vasoconstrictora, en el tratamiento de la migraña, y la segunda, por su acción sobre la musculatura uterina, en obstetricia.

Actividad 2: Seguimos investigando

1. ¿Cuál es la diferencia entre una toxina y un veneno? ¿Todas las toxinas son

venenos? ¿Todos los venenos son toxinas?

2. Consulta entre otros los siguientes enlaces, para darle una explicación al hecho de que el uso del veneno se relacione con la brujería femenina:

http://www.emakunde.euskadi.net/u72-

publicac/es/contenidos/informacion/sen_revista/es_emakunde/adjuntos/emakunde76.pdf

http://www.webs.ulpgc.es/vegueta/num_ant_vegueta/downloads/07-009-021.pdf

http://parnaseo.uv.es/Editorial/Parnaseo13/Parnaeo13.pdf

6. DOSIS SEGURAS DE SUSTANCIAS PELIGROSAS

Todas las cosas son veneno, y nada hay sin veneno. Sólo la dosis determina si algo es veneno.

Paracelso (1493-1541)

La dosis es factor clave para que una sustancia actúe como veneno. La misma sustancia que produce la muerte en el organismo en cierta concentración, en una

menor puede actuar como medicamento y proporcionar alivio a algún padecimiento.

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Por ejemplo, la belladona es una planta que contiene tres alcaloides considerados venenosos: hioscina, escopolamina y atropina. Estas sustancias se unen a los receptores de la acetilcolina, un neurotransmisor que hace posible la transmisión en el sistema nervioso autónomo y que controla funciones tan

importantes como la respiración y el ritmo cardíaco. Al alterarse esta transmisión, puede sobrevenir la muerte. Sin embargo, la atropina en dosis bajas disminuye la intensidad de las contracciones intestinales y alivia los retortijones. Si alguna vez el oftalmólogo te ha dilatado la pupila aplicándote un colirio para poder examinar el interior del ojo, ha sido gracias al atropínico que hay en esas gotas.

La planta recibió el nombre de belladona porque en Venecia, en el renacimiento,

surgió entre las mujeres la moda de emplear extractos de ésta para dilatar la pupila; decían que esto hacía que sus ojos se vieran más brillantes.

Actividad 3:

Contestamos a las siguientes cuestiones:

a) ¿Puede una persona sufrir un envenenamiento por agua?

b) Explicar la cita de Paracelso sobre la naturaleza de los venenos

c) El hierro es un elemento común que se incluye en muchas vitaminas que se venden sin receta. ¿Son los complementos de hierro compuestos tóxicos?

Una cuestión que nos preocupa como consumidores es si

los aditivos químicos de los alimentos son perjudiciales

para la salud o no. Como en otras sustancias, la

peligrosidad radica en la dosis, así para comparar el grado

de toxicidad definimos la dosis letal como la cantidad de

una sustancia que administrada a una población grande

produce la muerte a la mitad de sus miembros. La dosis

letal para las ratas del trióxido de arsénico (el veneno más

utilizado en las novelas) es 0,015 g por kilogramo de masa

corporal. Esto significa que cuando suministramos a una

población grande de ratas 0,015 g de trióxido de arsénico

por cada kilogramo de masa del animal, el 50% de las

ratas se mueren.

Con el fin de evitar riesgos para la salud, una persona no debe tomar de una sustancia

dada una dosis superior a una cantidad denominada ingestión diaria admisible (IDA).

El IDA de una sustancia es el 1% de la máxima cantidad de esa sustancia que,

tomada diariamente, no produce ningún efecto observable en animales de laboratorio.

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Según esto vamos a realizar los siguientes cálculos:

1. Cuando se alimenta a animales de laboratorio con 1 mg/kg al día de cierta sustancia no se produce ningún efecto observable, pero desarrollan cáncer de vejiga cuando la dosis es de 2 mg/kg. ¿Cuál es el IDA de dicha sustancia?

2. La dosis letal de cafeína para las ratas es de 0,13 g/kg animal. ¿Significa esto que si una rata de 200 g ingiere 0,026 g de cafeína muere irremediablemente?

3. ¿Quién corre más riesgos al ingerir una cantidad dada de una sustancia tóxica, una persona de 50 kg u otra de 95 kg?

4. El nitrito de sodio (E-250) es un conservante que se encuentra en embutidos.

Su IDA es de 0,2 mg/kg. Un determinado embutido contiene 125 mg de ese conservante por kilogramo. ¿Puede una persona de 60kg consumir 250 g de dicho embutido al día?

5. El E-450 b (trifosfato de sodio) es un estabilizante que se encuentra en quesos, embutidos y mermeladas. Su IDA es de 170 mg. Un determinado queso contiene 8,5 mg de estabilizante por cada kilogramo. ¿Puede una persona de 65 kg comer dos porciones al día de 20 g de ese queso sin riesgos?

6. El E-127 es un colorante artificial de color rojo, cuyo IDA es 2,5 mg/kg. ¿Qué cantidad de dicho colorante puede tomar una persona de 50 kg? ¿Puede esa persona tomar diariamente, sin riesgo, 3 yogures de fresa de 125 g con un contenido de colorante de 0,20 g por kilogramo?

7. El benzoato de sodio (E-211) es una sustancia que se utiliza como conservante de mariscos. Su IDA es 0,5 mg/kg. ¿Cuál es la máxima cantidad de este aditivo que se puede añadir por kilogramo de marisco para que una persona de 60 kg pueda ingerir 800 g de

mariscos diariamente?

8. Uno de los contaminantes del agua es el plomo, un metal pesado tóxico para el organismo. La máxima concentración de plomo que se permite en el agua potable es de 0,05 ppm. Calcula la cantidad máxima de plomo, medida en gramos, que puede contener un litro de agua apta para el consumo.

9. La aspirina comercial contiene 323 mg de aspirina (ácido acetilsalicílico) por tableta. Suponiendo que la dosis letal para las ratas, cuyo valor es 1,5 g/kg, se aplica igual a los humanos, ¿cuántas aspirinas debe tomar de una vez una

persona de 70 kg para tener una probabilidad de morir del 50%?

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Después de realizar los cálculos, ¿Qué conclusiones extraemos?. Ayúdate del

siguiente enlace:

http://www.historiasdelaciencia.com/?p=232

7. EL PAPEL DE LA QUÍMICA EN LA DETECCIÓN DE VENENOS

Los criminales seguirán en busca del veneno perfecto: el que no se puede detectar. Seguirán apareciendo nuevas sustancias como subproductos de procesos industriales. Algunas de éstas podrían causar envenenamientos accidentales. Pero la ciencia tiene cada día más modos de detectar los venenos y de desentrañar su mecanismo de acción, lo que permite encontrar antídotos e incluso controlar sus propiedades para usarlo como

medicamento.

Hoy, la química analítica es capaz de identificar y cuantificar casi cualquier sustancia desconocida en el material que se investiga. La tecnología ha creado instrumentos analíticos sofisticados capaces de detectar cantidades pequeñísimas de cualquier veneno. Entre los más comunes están los cromatógrafos y la espectroscopía de masas o alguna combinación de ambos.

El primer paso para identificar el veneno es separarlo de las otras sustancias. La cromatografía es uno de los procedimientos más usados. Se basa en la diferente movilidad de cada sustancia cuando se mueve entre dos fases, una estacionaria y una móvil. La primera, puede ser gas o líquido y la fase estacionaria puede ser sólida o líquida. La movilidad de cada sustancia depende tanto de su tamaño, como de la preferencia que tenga para asociarse con la fase móvil o la estacionaria. Por ello es posible separar los componentes de una mezcla según sus propiedades. El resultado de un estudio de cromatografía nos permite conocer el número de los componentes de

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una mezcla y las proporciones relativas en las que se encuentran. Ahora, es cuestión de saber qué es cada uno.

Una forma común de identificarlos es por su masa molecular. Ésta se mide en un

espectrómetro de masas. La sustancia “sospechosa” es bombardeada con una corriente eléctrica de alta energía. Así, las moléculas se convierten en iones que al viajar por un campo magnético se separan de acuerdo con su relación masa/carga. Actualmente existen bases de datos que contienen la información de las masas moleculares de todos los venenos conocidos.

Comparando el resultado del estudio de masas con esta base es posible identificar a los candidatos más probables.

Uno de los instrumentos más precisos es el conocido como ICP (siglas en inglés de Induction Coupled Plasma) que es muy útil para detectar cantidades pequeñísimas de

metales tóxicos como arsénico, antimonio, plomo y mercurio.

Actividad 4: Debes realizar una cromatografía en papel de tintas y de pigmentos

vegetales, presentando tus resultados a través de fotografías propias. Para ello puedes consultar distintos enlaces, como estos:

http://lacienciaparatodos.wordpress.com/2009/03/25/experimento-cromatografia-en-papel/

http://www.apccc.es/arch_apccc/fichas2012/lasvinas/lasvinas_cromatografiapv

egetales.pdf

http://www.slideshare.net/joseliramon/cromatografia-4488214

http://www.ucm.es/info/analitic/Asociencia/CromatoBoli.pdf

http://www.rinconeducativo.com/datos/Qu%EDmica/Experimentos/Cromatograf

%EDa/Cromatograf%EDa%20de%20la%20clorofila.pdf

http://www.iesalonsoquesada.org/inicio/fisica/departafyq/TecnicasLaboratorio/2-1CARRERA%20DE%20TINTAS%20POR%20CROMATOGRAFIA.pdf

Cromatografía de pigmentos vegetales

Cromatografía de tinta negra

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8.- VENENOS FAMOSOS

8.1. ARSÉNICO, EL “POLVO DE LA SUCESIÓN”

Eliminar a alguien para heredar sus bienes o quitarlo de en medio para ascender o por venganza no era muy difícil de lograr en la Roma antigua si se contaba con un buen veneno. Los especialistas en conseguir la sustancia adecuada eran bien pagados. En el tiempo de Nerón, siglo I de nuestra era, una mujer gala, llamada Locusta, era la experta proveedora de la realeza de las dosis de arsénico necesarias para eliminar a quien la estorbara.

Locusta y Nerón prueban el veneno. Obra de Sylvestre (1870)

De esta manera Nerón se deshizo de Británico, el heredero legítimo al trono, y de

muchos más. El número de envenenados fue tan grande, que el siguiente emperador, Galba, mandó matar a Locusta.

El arsénico se convirtió en extremadamente popular en los años 1500. En el renacimiento italiano, quien recibía una invitación a la mesa de la familia del papa Alejandro VI, o de su hijo César Borgia, tenía gran probabilidad de no seguir vivo al día siguiente. En la cima de la corrupción del poder, eliminaron a cuanto enemigo obstaculizara sus proyectos.

Empleaban un veneno a base de arsénico llamado Cantarella y lo fortalecían con otros ingredientes como fósforo.

En el siglo XVII existieron dos famosas envenenadoras que preparaban sus pócimas a base de arsénico. Giulia Toffana se hizo célebre por su aquetta di Napoli, con la que al

parecer envenenó a más de 600 y Hyeronyma Spara por su especialidad de instruir y proveer de venenos discretos y adecuados a las esposas que tenían maridos incómodos para convertirlas en viudas.

Los venenos con arsénico llegaron después a Francia, donde su popularidad creció y fueron el instrumento utilizado para adquirir una herencia o alcanzar un puesto.

Todo el mundo los conocía como poudres de succession, polvos de la sucesión.

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Una gran controversia, aún sin resolver, es la causa de la muerte de Napoleón. Siempre se dijo que había muerto a causa de un cáncer de estómago cuando estuvo exiliado en la isla Santa Elena. Sin embargo, estudios recientes del cabello que aseguran le perteneció, revelan un contenido de arsénico muy por encima de lo normal. Algunos creen que su muerte se debió a que estuvo inhalando arsénico del pigmento verde del tapiz que cubría la casa en donde estuvo arraigado; éste contenía

arseniuro de cobre, más conocido como verde de Scheele. Otros aseguran que el arsénico le fue administrado por su asistente, el conde Montholon, quien pese aparentar serle leal siempre, según algunos historiadores, tenía el encargo de Luis XVIII de impedir su regreso a Francia.

La dificultad para comprobar el envenenamiento por arsénico u otras sustancias, explica la popularidad de los envenenadores.

En el siglo XIX empezó a practicarse una prueba muy burda, pero en cierta forma

efectiva. Se daban a comer a un perro o a un gato extractos del estómago y de los intestinos de la persona envenenada; si los animales morían, se consideraba que había habido envenenamiento.

En este siglo, los envenenamientos con arsénico

cobraron una popularidad escandalosa, pero a la mayoría de los envenenadores no se les podía comprobar su fechoría y salían libres.

Una razón de la popularidad del veneno es que una dosis mortal de arsénico, suministrada en aproximadamente 200 miligramos de óxido de arsénico (III) (As2O3), es inodora e insípida; otra razón es que, hasta los años 1960, el arsénico era

muy fácil de obtener en venenos comerciales usados para hormigas y ratas, así como en herbicidas.

En 1832, el químico inglés James Marsh desarrolló un método que consiste en hacer

una extracción acuosa del arsénico de los tejidos. Ésta se hace reaccionar con hidrógeno para formar un gas compuesto de hidrógeno y arsénico, que al depositarse en una superficie de vidrio, libera el arsénico en forma de una película gris metálica. Este método detecta cantidades pequeñísimas de este elemento. Con esto se inició la química forense, y empezó a disminuir la impunidad de los envenenadores.

El oropimente es sulfuro de arsénico, de coloración desde el amarillo limón hasta el amarillo anaranjado y se ha usado como pigmento en pintura, pese a su toxicidad

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El arsénico es un elemento que tiene gran afinidad con el azufre. Al penetrar en las células, se une a él en las proteínas que lo contienen (sobre el grupo funcional SH). Las enzimas son proteínas indispensables para que se realicen las reacciones del metabolismo celular. Cuando el arsénico se combina con los azufres de la enzima, la inutiliza y provoca un caos bioquímico que lleva a la muerte celular.

Incluso en cantidades bajas, la presencia de arsénico en los alimentos o el agua constituye un grave problema de salud pública. En la foto, un paciente bangladesí muestra los efectos de la intoxicación por esta sustancia en el agua durante la reciente "crisis del

arsénico" ( http://bicn.com/acic/ ).

El desarrollo de agentes biorremediadores es de gran interés para combatir estos desastres.

Actualmente, el antídoto empleado en el envenenamiento con arsénico es una

sustancia llamada dimercaprol. Ésta contiene en su molécula átomos de azufre que tienen mayor afinidad con el arsénico que el azufre de las enzimas. De esta manera, lo atrapa, libera a la enzima y permite que ésta realice nuevamente sus funciones vitales.

A pesar del halo de maldad que existe sobre este elemento, un medicamento a base de arsénico, llamado Salvarsán, fue muy empleado para curar la sífilis antes de que hubiera antibióticos.

Un envenenamiento literario célebre: Madame Bovary

Entre los envenenamientos más célebres en la literatura está el de Emma Bovary en la

novela del escritor francés Gustave Flaubert: Madame Bovary, publicada por primera

vez en 1852. La protagonista, desesperada por todos los gastos que ha hecho en sus infidelidades, y aterrorizada de que la descubra el marido, decide envenenarse con arsénico.

Leamos algunos pasajes de la

novela. Manuscrito de Madame Bovary

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Emma descubre por casualidad donde guarda el boticario el arsénico:

-Señora, tiene que ir inmediatamente a casa del señor Homais. Es algo urgente.

El pueblo estaba en silencio como de costumbre. En las esquinas de las calles había montoncitos de color rosa que humeaban al aire, pues era el tiempo de hacer las mermeladas, y todo el mundo en Yonville

preparaba su provisión el mismo día. Pero delante de la botica se veía un montón mucho mayor, y que sobrepasaba a los demás con la superioridad que un laboratorio de farmacia debe tener sobre los hornillos familiares, una necesidad general sobre unos caprichos individuales. Entró. El gran sillón estaba caído, a incluso El Fanal de Rouen yacía en el suelo, extendido entre las dos manos del mortero.

Empujó la puerta del pasillo, y en medio de la cocina, entre las tinajas oscuras llenas

de grosellas desgranadas, de azúcar en terrones, balanzas sobre la mesa, barreños al fuego, vio a todos los Homais, grandes y pequeños, con delantales que les llegaban a la barbilla y con sendos tenedores en la mano. Justino, de pie, bajaba la cabeza, mientras el farmacéutico gritaba:

-¿Quién te dijo que fueras a buscarlo a la leonera?

- ¿Qué es? ¿Qué pasa?

-¿Que qué pasa? -respondió el boticario-. Estamos haciendo mermeladas: están cociendo; pero iban a salirse a causa del caldo demasiado fuerte, le pido otro barreño. Entonces él, por pereza, fue a coger la llave del la leonera, que estaba colgada en mi laboratorio.

El boticario llamaba así a una

especie de gabinete, en el desván, lleno de utensilios y mercancías de su profesión. Con frecuencia pasaba allí largas horas, solo, poniendo etiquetas, empaquetando, y lo consideraba no como simple almacén, sino como un verdadero santuario, de

donde salían después, elaboradas por sus manos, toda clase de píldoras, bolos, tisanas, lociones y pociones, que iban a extender su celebridad por los alrededores.

Nadie en el mundo ponía allí los pies; y él lo respetaba tanto, que lo barría él mismo. En fin, si la farmacia estaba abierta al primero que llegaba, era el lugar donde mostraba su orgullo, el de la leonera era el refugio en donde, concentrándose

egoístamente, Homais se recreaba en el ejercicio de sus predilecciones; por eso el

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atolondramiento de Justino le parecía una monstruosa irreverencia, y más rubicundo que las grosellas, repetía:

-Sí, de la leonera. ¡La llave que encierra los ácidos y los álcalis cáusticos! ¡Haber ido a

coger un barreño de reserva!, ¡un barreño con tapa! y que quizá no usaré ya nunca más. Todo tiene su importancia en las delicadas operaciones de nuestro arte. Pero ¡demonios!, ¡hay que hacer distinciones y no emplear para usos casi domésticos lo que está destinado para los farmacéuticos! Es como si se trinchase un capón con un escalpelo, como si un magistrado...

-¡Pero cálmate! -decía la señora Homais.

Y Atalía, tirándole de la levita:

-¡Papá!, ¡papá! -repetía.

- ¡No, dejadme! -repetía el boticario-, ¡dejadme!, ¡caramba! Es como si esto fuera abrir

una tienda de comestibles, ¡palabra de honor! ¡Anda!, ¡no respetes nada!, ¡rompe, haz añicos!, ¡suelta las sanguijuelas!, ¡quema el malvavisco!, ¡escabecha pepinillos en los tarros!, ¡rompe vendas!

- Pero usted tenía... -dijo Emma.

-Perdone un momento. ¿Sabes a qué te exponías? ¿No has visto nada, en el rincón, a

la izquierda, en el tercer estante? ¡Habla, contesta, di algo!

-Yo no... sé -balbució el chico.

-¡Ah!, ¡no sabes! ¡Pues bien, yo sí que lo sé! Has visto una

botella de cristal azul, lacrada, con cera amarilla, que contiene un polvo blanco, sobre el cual yo había escrito ¡PELIGROSO! ¿Y sabes lo que había dentro?, ¡arsénico!, ¡y tú vas a tocar esto!, ¡a tomar un barreño que estaba al lado!

-¡Al lado! -exclamó la señora Homais juntando las manos-.

¡Arsénico! ¡Podías envenenarnos a todos!

Y los niños comenzaron a gritar, como si hubiesen ya sentido en sus entrañas atroces dolores.

-¡O bien envenenar a un enfermo! -continuó el boticario-. ¿Querías que yo fuese al

banquillo de los criminales a la Audiencia? ¿Verme conducido al patíbulo? Ignoras el cuidado que pongo en las manipulaciones, a pesar de que tengo una habilidad extraordinaria. Frecuentemente me asusto a mí mismo cuando pienso en mi responsabilidad, pues el gobierno nos persigue, y la absurda legislación que nos rige es como una verdadera espada de Damocles que cuelga sobre nuestra cabeza.

Emma no pensaba ya en preguntar para qué la llamaban, y el farmacéutico proseguía en frases entrecortadas:

-¡Mira cómo agradeces las bondades que se tienen contigo!

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¡Mira cómo me pagas los cuidados totalmente paternales que te prodigo!

Porque sin mí, ¿dónde estarías?, ¿qué harías? Quién te da de comer, educación, vestido y todos los medios para que un día puedas figurar con honor en las filas de la sociedad? Pero para esto hay que remar duro, y hacer lo que se dice callos en las manos. Fabricando fit faber, age guod agis.

Hacía citas en latín de exasperado que

estaba. Lo mismo habría citado chino o groenlandés si hubiese conocido estas dos lenguas, pues se encontraba en una de esas crisis en que el alma entera muestra indistintamente lo que encierra, como el océano que en las tempestades se entreabre desde las algas de su orilla hasta la arena de sus abismos.

Y añadió:

-¡Comienzo a arrepentirme terriblemente de haberme hecho cargo de tu persona! ¡Sin duda habría hecho mejor dejándote pudrir en tu miseria y en la mugre en que naciste! ¡Nunca servirás más que para guardar vacas! ¡No tienes ninguna disposición para el estudio, apenas sabes pegar una etiqueta! Y vives aquí, en mi casa, como un canónigo, a cuerpo de rey, gozando a tus anchas.

Pero Emma, volviéndose a la señora Homais:

-Me habían llamado...

-¡Ah! ¡Dios mío - interrumpió con aire triste la buena señora-, ¿cómo se lo diría?... ¡Es

una desgracia!

Y no terminó. El boticario tronaba:

-¡Vacíala!, ¡límpiala!, ¡vuelve a ponerla en su sitio!, ¡pero date prisa!

Emma toma la fatal decisión después de que uno de sus amantes no le prestara dinero. El autor, perteneciente a una familia de médicos describe con detalle el envenenamiento:

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Emma salió. Las paredes temblaban, el techo la aplastaba; y volvió a pasar por la larga avenida tropezando en los montones de hojas caídas que dispersaba el viento. Por fin, llegó al foso delante de la verja; se rompió las uñas

queriendo abrir deprisa. Después, cien pasos más adelante, sin aliento, a punto de caer, se paró. Y entonces, volviendo la vista, percibió otra vez el impasible castillo, con el parque, los jardines, los tres patios y todas las ventanas de la fachada.

Se quedó estupefacta, y sin más

conciencia de sí misma que el latido de sus arterias; le parecía oír como una ensordecedora música que se le escapaba y llenaba los campos. El suelo se hundía bajo sus pies, y los surcos le parecieron inmensas olas oscuras que se estrellaban.

Todas las reminiscencias, todas las ideas que había en su cabeza se escapaban a la

vez, de un solo impulso, como las mil piezas de un fuego de artificio. Vio a su padre, el despacho de Lheureux, la habitación de los dos, allá lejos, un paisaje diferente. Era presa de un ataque de locura, tuvo miedo y llegó a serenarse, aunque hay que decir de una manera confusa, porque no recordaba la causa de su horrible estado, es decir, el problema del dinero. No sufría más que por su amor, y sentía que su alma la abandonaba por este recuerdo, como los heridos que agonizan sienten que la vida se les va por la herida que les sangra.

Caía la noche, volaban las cornejas.

Le pareció de pronto que unas bolitas color de fuego estallaban en el aire como balas fulminantes que se aplastaban, y giraban, giraban, para ir a derretirse en la nieve entre las ramas de los árboles. En medio de cada uno de ellas aparecía la cara de Rodolfo. Se multiplicaron y se acercaban, la penetraban;

todo desapareció. Reconoció las luces de las casas que brillaban de lejos en la niebla.

Entonces su situación se le presentó de nuevo, como un abismo. Jadeaba hasta

partirse el pecho. Después, en un arrebato de heroísmo que la volvía casi alegre, bajó la cuesta corriendo, atravesó la pasarela de las vacas, el sendero, la avenida, el mercado y llegó a la botica. No había nadie. Iba a entrar, pero al sonar la campanilla podía venir alguien, y deslizándose por la valla, reteniendo el aliento, tanteando las paredes, llegó hasta el umbral de la cocina, en la que ardía una vela colocada sobre el fogón. Justino, en mangas de camisa, llevaba una bandeja.

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-¡Ah!, están cenando. Esperemos.

Justino regresó. Ella golpeó el cristal. Él salió.

-¡La llave!, la de arriba, donde están los...

-¿Cómo?

Y la miraba, todo asombrado por la palidez de su cara.

-¡La quiero!, ¡dámela!

Como el tabique era delgado, se oía el ruido de los tenedores contra los platos en el

comedor.

Decía que las necesitaba para matar las ratas que no le dejaban dormir.

-Tendría que decírselo al señor.

-¡No!, ¡quédate aquí!

Después, con aire indiferente:

-¡Bah!, no vale la pena, se lo diré luego. ¡Vamos,

alúmbrame!

Y entró en el pasillo adonde daba la puerta del laboratorio. Había en la pared una llave con la etiqueta Capharnaüm.

-¡Justino! -gritó el boticario, que estaba impaciente.

-¡Subamos!

Y él la siguió.

Giró la llave en la

cerradura, y Emma fue directamente al tercer estante, hasta tal punto la guiaba bien su recuerdo, tomó el bote azul, le arrancó la tapa, metió en él la mano, y, retirándola llena de un polvo blanco, se puso a comer allí con la misma mano.

-¡Quieta! -exclamó él echándose encima de ella.

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-¡Cállate!, pueden venir.

Él se desesperaba, quería llamar.

-¡No digas nada de esto, le echarían la culpa a tu amo!

Después se volvió, súbitamente apaciguada, y casi con la serenidad de un deber cumplido.

Cuando Carlos, trastornado por la noticia del embargo, entró en casa, Emma acababa

de salir. Gritó, lloró, se desmayó, pero Emma no volvía. ¿Dónde podía estar? Mandó a Felicidad a casa de Homais, a casa de Tuvache, a la de Lheureux, al «Lion d'Or», a todos los sitios; y, en las intermitencias de su angustia, veía su consideración aniquilada, su fortuna perdida, el porvenir de Berta roto. ¿Por qué causa?..., ¡ni una palabra! Esperó hasta las seis de la tarde. Por fin, no pudiendo aguantar más, a imaginando que ella había salido para Rouen, fue por la carretera principal, anduvo media legua, no encontró a nadie, aguardó un rato y regresó.

Emma había vuelto.

Se sentó ante su escritorio y escribió una carta que cerró despacio, añadiendo la fecha del día y la hora. Después dijo con un tosco aire solemne:

-La leerás mañana; hasta

entonces, te lo ruego, no me ha gas ni una sola pregunta.

-Pero...

-¡Oh, déjame!

Y se acostó a todo lo largo de su cama.

Un sabor acre que sentía en su boca la despertó. Entrevió a Carlos y volvió a cerrar los ojos.

La espiaba curiosamente para comprobar si no sufría. Pero ¡no!, nada todavía. Oía el

tic-tac del péndulo, el ruido del fuego, y a Carlos que respiraba al lado de su cama.

«¡Ah, es bien poca cosa, la muerte! -pensaba ella-; voy a dormirme y todo habrá terminado.»

Bebió un trago de agua y se volvió de cara a la pared.

Aquel horrible sabor a tinta continuaba.

-¡Tengo sed!, ¡oh!, tengo mucha sed -suspiró.

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-¿Pues qué tienes? -dijo Carlos, que le ofrecía un vaso.

-¡No es nada!... Abre la ventana... ¡me ahogo!

Y le sobrevino una náusea tan repentina, que apenas tuvo tiempo de coger su pañuelo bajo la almohada.

-¡Recógelo! -dijo rápidamente-; ¡tíralo!

Carlos la interrogó; ella no contestó nada. Se mantenía inmóvil por miedo a que la

menor emoción la hiciese vomitar.

Entretanto, sentía un frío de hielo que le subía de los pies al corazón.

-¡Ah!, ¡ya comienza esto! - murmuró ella.

--¿Qué dices?

Movía la cabeza con un gesto suave lleno de angustia, al tiempo que abría

continuamente las mandíbulas, como si llevara sobre su lengua algo muy pesado. A las ocho reaparecieron los vómitos.

Carlos observó que en el fondo de la palangana había una especie de arenilla blanca pegada a las paredes de porcelana.

-¡Es extraordinario!, ¡es raro! -repitió. Pero ella dijo con una voz fuerte:

-¡No, te equivocas!

Entonces, delicadamente y casi acariciándola, le pasó la mano sobre el estómago. Emma dio un grito agudo. Carlos se retiró todo asustado. Después empezó a quejarse, al principio débilmente. Un gran escalofrío le sacudía los hombros, y se ponía más pálida que la sábana donde se hundían sus dedos crispados. Su pulso desigual era casi insensible ahora.

Unas gotas de sudor corrían por su cara azulada, que parecía como yerta en la

exhalación de un vapor metálico. Sus dientes castañeteaban, sus ojos dilatados miraban vagamente a su alrededor, y a todas las preguntas respondía sólo con un movimiento de cabeza; incluso sonrió dos o tres veces. Poco a poco sus gemidos se hicieron más fuertes, se le escapó un alarido sordo; creyó que iba mejor y que se levantaría enseguida. Pero presa de grandes convulsiones, exclamó:

-¡Ah!, ¡esto es atroz, Dios mío!

Carlos cayó de rodillas ante su lecho.

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-¡Habla!, ¿qué has comido? ¡Contesta, por el amor de Dios!

Y la miraba con unos ojos de ternura como ella no había visto nunca.

-Bueno, pues allá..., allá... -dijo con una voz desmayada.

Carlos saltó al escritorio, rompió el sello y leyó muy alto: «Que no acusen a nadie.» Se detuvo, pasó la mano por los ojos, y volvió a leer.

-¡Cómo!... ¡Socorro!, ¡a mi!

Y no podía hacer otra cosa que repetir esta palabra: «¡Envenenada!, ¡envenenada!» Felicidad corrió a casa de Homais, quien repitió a gritos aquella exclamación, la señora Lefrançois la oyó en el «Lion d'Or», algunos se levantaron para decírselo a sus vecinos, y toda la noche el pueblo estuvo en vela.

Loco, balbuciente, a punto de desplomarse, Carlos daba vueltas por la habitación. Se pegaba contra los muebles, se arrancaba los cabellos, y el farmacéutico nunca había creído que pudiese haber un espectáculo tan espantoso.

Volvió a casa para escribir al señor Canivet y al doctor Lariviére. Perdía la cabeza;

hizo más de quince borradores. Hipólito fue a Neufchâtel, y Justino espoleó tan fuerte el caballo de Bovary, que lo dejó en la cuesta del Bois Guillaume rendido y casi reventado.

Carlos quiso hojear su diccionario de medicina; no veía, las líneas bailaban.

-¡Calma! -dijo el boticario-. Se trata sólo de administrar

algún poderoso antídoto. ¿Cuál es el veneno?

Carlos enseñó la carta. Era arsénico.

-Bien -replicó Homais-, habría que hacer un análisis.

Pues sabía que es preciso, en todos los envenenamientos, hacer un análisis; y el otro, que no comprendía, respondió:

-¡Ah!, ¡hágalo!, ¡hágalo!, ¡sálvela!

Después, volviendo al lado de ella, se desplomó en el suelo sobre la alfombra y permanecía con la cabeza apoyada en la orilla de la cama sollozando.

-¡No llores! - le dijo ella-. ¡Pronto dejaré de atormentarte!

-¿Por qué? ¿Quién te ha obligado?

Ella replicó.

-Era preciso, querido.

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--¿No eras feliz? ¿Es culpa mía? Sin embargo, ¡he hecho todo lo que he podido!

-Sí..., es verdad..., ¡tú sí que eres bueno!

Y le pasaba la mano por los cabellos lentamente. La suavidad de esta sensación le aumentaba su tristeza; sentía que todo su ser se desplomaba de desesperanza ante la idea de que había que perderla, cuando, por el contrario, ella manifestaba amarlo más que nunca; y no encontraba nada; no sabía, no se atrevía, pues la urgencia de una resolución inmediata acababa de trastornarle.

Ella pensaba que había terminado con todas las traiciones, las bajezas y los

innumerables apetitos que la torturaban. Ahora no odiaba a nadie, un crepúsculo confuso se abatía en su pensamiento, y de todos los ruidos de la tierra no oía más que la intermitente lamentación de aquel pobre corazón, suave e indistinta, como el último eco de una sinfonía que se aleja.

-Traedme a la niña -dijo incorporándose sobre el codo.

-¿No te encuentras peor, verdad? -preguntó Carlos.

-¡No!, ¡no!

La niña llegó en brazos de su muchacha, con su largo camisón, de donde salían su pies descalzos, seria y casi soñando todavía. Observaba con extrañeza la habitación toda desordenada, y pestañeaba deslumbrada por las velas que ardían sobre los muebles. Le recordaban, sin duda, las mañanas de Año Nuevo o de la mitad de la Cuaresma cuando, despertada temprano a la luz de

las velas, venía a la cama de su madre para recibir allí sus regalos, pues empezó a decir:

-¿Dónde está mamá?

Y como todo el mundo se callaba:

-¡Pero yo no veo mi zapatito!

Felicidad la inclinaba hacia la cama, mientras que ella seguía mirando hacia la

chimenea.

-¿Lo habrá cogido la nodriza? -preguntó.

Y al oír este nombre, que le recordaba sus adulterios y sus calamidades, Madame

Bovary volvió su cabeza, como si sintiera repugnancia de otro veneno más fuerte que le subía a la boca. Berta, entretanto, seguía posada sobre la cama.

-¡Oh!, ¡qué ojos grandes tienes, mamá!, ¡qué pálida estás!, ¡cómo sudas!

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Su madre la miraba.

-¡Tengo miedo! -dijo la niña echándose atrás.

Emma le cogió la mano para besársela; la niña forcejeaba.

-¡Basta!, ¡que la lleven! -exclamó Carlos, que sollozaba en la alcoba.

Después cesaron los síntomas un instante; parecía menos agitada; y a cada palabra

insignificante, a cada respiración un poco más tranquila, Carlos recobraba esperanzas. Por fin, cuando entró Canivet, se echó en sus brazos llorando.

-¡Ah!, ¡es usted!, ¡gracias!, ¡qué bueno es! Pero está mejor. ¡Fíjese, mírela!

El colega no fue en absoluto de esta opinión, y yendo al grano, como él mismo decía,

prescribió un vomitivo, a fin de vaciar completamente el estómago.

Emma no tardó en vomitar sangre. Sus labios se apretaron más. Tenía los miembros crispados, el cuerpo cubierto de manchas oscuras, y su pulso se escapaba como un hilo tenso, como una cuerda de arpa a punto de romperse.

Emma rompe su Bovary

Después empezaba a gritar horriblemente. Maldecía el veneno, decía invectivas, le suplicaba que se diese prisa, y rechazaba con sus brazos rígidos todo lo que Carlos, más agonizante que ella, se esforzaba en hacerle beber. Él permanecía de pie, con su pañuelo en los labios, como en estertores, llorando y

sofocado por sollozos que lo sacudían hasta los talones. Felicidad recorría la habitación de un lado para otro; Homais, inmóvil, suspiraba profundamente y el señor Canivet, conservando siempre su aplomo, empezaba, sin embargo, a sentirse preocupado.

-¡Diablo!... sin embargo está purgada, y desde el momento en que cesa la causa...

-El efecto debe cesar -dijo Homais-; ¡esto es evidente!

-Pero ¡sálvela! exclamaba Bovary.

Por lo que, sin escuchar al farmacéutico, que aventuraba todavía esta hipótesis:

«Quizás es un paroxismo saludable», Canivet iba a administrar triaca cuando oyó el chasquido de un látigo; todos los cristales temblaron, y una berlina de posta que iba a galope tendido tirada por tres caballos enfangados hasta las orejas irrumpió de un salto en la esquina del mercado. Era el doctor Larivière.

La aparición de un dios no hubiese causado más emoción. Bovary levantó las manos,

Canivet se paró en seco y Homais se quitó su gorro griego mucho antes de que entrase el doctor Larivière.

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Pertenecía a la gran escuela quirúrgica del profesor Bichat, a aquella generación, hoy desaparecida, de médicos filósofos que, enamorados apasionadamente de su profesión, la ejercían con competencia y acierto.

Todo temblaba en su hospital cuando montaba en cólera, y sus alumnos lo veneraban de tal modo que se esforzaban, apenas se establecían, en imitarle lo más posible; de manera que en las ciudades de los alrededores se les reconocía por vestir un largo chaleco acolchado de merino y una amplia levita negra, cuyas bocamangas desabrochadas tapaban un poco sus

manos carnosas, unas manos muy bellas, que nunca llevaban guantes, como para estar más prontas a penetrar en las miserias.

Desdeñoso de cruces, títulos y academias, hospitalario, liberal, paternal con los pobres y practicando la virtud sin creer en ella, habría pasado por un santo si la firmeza de su talento no lo hubiera hecho temer como a un demonio. Su mirada, más cortante que sus bisturíes, penetraba directamente en el alma y desarticulaba toda mentira a través

de los alegatos y los pudores. Y así andaba por la vida lleno de esa majestad bonachona que dan la conciencia de un gran talento, la fortuna y cuarenta años de una vida laboriosa a irreprochable.

Frunció el ceño desde la puerta al percibir el aspecto cadavérico de Emma, tendida sobre la espalda, con la boca abierta. Después, aparentando escuchar a Canivet, se pasaba el índice bajo las aletas de la nariz y repetía:

-Bueno, bueno.

Pero hizo un gesto lento con los hombros. Bovary lo observó: se miraron; y aquel hombre, tan habituado, sin embargo, a ver los dolores, no pudo retener una lágrima que cayó sobre la chorrera de su camisa.

Quiso llevar a Canivet a la habitación contigua. Carlos lo siguió.

-Está muy mal, ¿verdad? ¿Si le pusiéramos unos sinapismos?, ¡qué sé yo! ¡Encuentre algo, usted que ha salvado a tantos!

Carlos le rodeaba el cuerpo con sus dos brazos, y lo contemplaba de un modo

asustado, suplicante, medio abatido contra su pecho.

-Vamos, muchacho, ¡ánimo! Ya no hay nada que hacer.

Y el doctor Larivière apartó la vista.

-¿Se marcha usted?

-Voy a volver.

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Salió como para dar una orden a su postillón con el señor Canivet, que tampoco tenía interés por ver morir a Emma entre sus manos.

El farmacéutico se les unió en la plaza. No podía, por temperamento, separarse de la

gente célebre. Por eso conjuró al señor Larivière que le hiciese el insigne honor de aceptar la invitación de almorzar.

Inmediatamente marcharon a buscar pichones al «Lion d'Or»; todas las chuletas que había en la carnicería, nata a casa de Tuvache, huevos a casa de Lestiboudis, y el boticario en persona ayudaba a los preparativos mientras que la señora Homais decía, estirando los cordones de su camisola:

-Usted me disculpará, señor, pues en nuestro pobre país si no se avisa la víspera...

-¡Las copas! -sopló Homais.

-Al menos si estuviéramos en la ciudad tendríamos la so lución de las manos de cerdo

rellenas.

-¡Cállate!... ¡A la mesa, doctor!

Le pareció bien, después de los primeros bocados, dar algunos detalles sobre la

catástrofe:

-Al principio se presentó una sequedad en la faringe, después dolores insoportables en el epigastrio, grandes evacuaciones.

--¿Y cómo se ha envenenado?

-No lo sé, doctor, y ni siquiera sé muy bien dónde ha podido procurarse ese ácido arsenioso.

Justino, que llegaba entonces con una pila de

platos, empezó a temblar.

-¿Qué tienes? -dijo el farmacéutico.

El joven ante esta pregunta dejó caer todo por el

suelo con un gran estrépito.

-¡Imbécil! -exclamó Homais-, ¡zopenco!, ¡pedazo de burro!

Pero de repente, recobrándose:

-He querido, doctor, intentar un análisis, y en primer lugar he metido delicadamente en

su tubo...

-Mejor habría sido -dijo el cirujano- meterle los dedos en la garganta.

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Su colega se callaba, pues hacía un momento había recibido confidencialmente una fuerte reprimenda a propósito de su vomitivo, de suerte que este bueno de Canivet, tan arrogante y locuaz cuando lo del pie zopo, estaba ahora muy modesto; sonreía continuamente, con gesto de aprobación.

Homais se esponjaba en su orgullo de anfitrión, y el recuerdo de la aflicción de Bovary

contribuía vagamente a su placer por una compensación egoísta que se hacía a sí mismo.

Además, la presencia del doctor le entusiasmaba. Hacía gala de su erudición, citaba todo mezclando las cantáridas, el upas, el manzanillo, la víbora.

-E incluso he leído que varias personas se habían intoxicado, doctor, como fulminadas

por embutidos que habían sufrido un ahumado muy fuerte. Al menos esto constaba en un excelente informe, compuesto por una de nuestras eminencias farmacéuticas, uno de nuestros maestros, el ilustre Cadet de Gassicourt.

La señora Homais reapareció trayendo una de esas vacilantes máquinas que se

calientan con espíritu de vino; porque Homais tenía a gala hacer el café sobre la mesa, habiéndolo tostado, molido y mezclado él mismo.

-Sacharum, doctor -dijo ofreciéndole azúcar.

Después mandó bajar a todos sus hijos, pues deseaba conocer la opinión del cirujano

sobre su constitución.

Por fin, el señor Larivière se iba a marchar cuando la señora Homais le pidió una consulta para su marido. La sangre se le espesaba de tal modo que se quedaba dormido todas las noches después de cenar.

-¡Oh!, no es le sens lo que le molesta. (En francés las palabras sang: sangre, y sens:

sentido, tienen la misma pronunciación. El doctor hace, con un juego de palabras intraducible, una broma a costa de la señora Homais. Se puede interpretar. «no es problema de razón» o «no es problema de sangre).

Y sonriendo un poco por este juego de palabras inadvertido, el doctor abrió la puerta. Pero la farmacia rebosaba de gente y le costó

mucho trabajo deshacerse del señor Tuvache, que temía que su esposa tuviera una pleuresía, porque tenía costumbre de escupir en las cenizas; después, del señor Binet, que a veces tenía unas hambres atroces, y de la señora Caron, que sentía picores; de Lheureux, que tenía vértigos; de Lestiboudis, que tenía reúma; de la señora Lefrançois, que tenía acidez. Por fin, los tres caballos arrancaron, y todo el mundo coincidió en que el doctor no se había mostrado complaciente.

La atención pública se distrajo por la aparición del señor Bournisien, que atravesaba el

mercado con los santos óleos. Homais, consecuente con sus principios, comparó a los

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curas con los cuervos a los que atrae el olor de los muertos; la vista de un eclesiástico le era personalmente desagradable, pues la sotana le hacía pensar en el sudario y detestaba la una un poco por el terror del otro.

Sin embargo, sin retroceder ante lo que él llamaba «su misión», volvió a casa de

Bovary en compañía de Canivet, a quien el señor Larivière, antes de marchar, le había encargado con interés que hiciera aquella visita; a incluso, si no hubiera sido por su mujer, se habría llevado consigo a sus dos hijos, a fin de acostumbrarlos a los momentos fuertes, para que fuese una lección, un ejemplo, un cuadro solemne que les quedase más adelante en la memoria.

Cuando entraron, la habitación estaba toda llena de una solemnidad lúgubre. Sobre la

mesa de labor, cubierta con un mantel blanco, había cinco o seis bolas de algodón en una bandeja de plata, cerca de un crucifijo entre dos candelabros encendidos. Emma, con la cabeza reclinada sobre el pecho, abría desmesuradamente los párpados, y sus pobres manos se arrastraban bajo las sábanas, con ese gesto repelente y suave de los agonizantes, que parecen querer ya cubrirse con el sudario. Pálido como una estatua, y con los ojos rojos como brasas, Carlos, sin llorar, se mantenía frente a ella, al pie de la cama, mientras que el sacerdote, apoyado sobre una rodilla, mascullaba palabras en voz

baja. El sacerdote se levantó para tomar el crucifijo, entonces ella alargó el cuello como alguien que tiene sed, y, pegando sus labios sobre el cuerpo del Hombre-Dios, depositó en él con toda su fuerza de moribunda el más grande beso de amor que jamás hubiese dado.

Después el sacerdote recitó el Mirereatur, y el Indulgentiam, mojó su pulgar derecho

en el óleo y comenzó las unciones, primeramente en los ojos que tanto habían codiciado todas las pompas terrestres; después en las ventanas de la nariz, ansiosas de tibias brisas y de olores amorosos; después en la boca, que se había abierto para la mentira, que había gemido de orgullo y gritado de lujuria; después en las manos, que se deleitaban en los contactos suaves y, finalmente en la planta de los pies, tan rápidos en otro tiempo cuando corría a saciar sus deseos, y que ahora ya no caminarían más.

El cura se secó los dedos, echó al fuego los restos de algodón mojados de aceite y

volvió a sentarse cerca de la moribunda para decirle que ahora debía unir sus sufrimientos a los de Jesucristo y encomendarse a la misericordia divina.

Terminadas sus exhortaciones, trató de ponerle en la mano un cirio bendito, símbolo de las glorias celestiales de las que pronto iba a estar rodeada. Emma, demasiado débil, no pudo cerrar los dedos, y el cirio, a no ser por el señor Bournisien, se habría

caído al suelo.

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Sin embargo, ya no estaba tan pálida, y su cara tenía una expresión de serenidad, como si el Sacramento la hubiese curado.

El sacerdote no dejó de hacer la observación; explicó incluso a Bovary que el Señor, a

veces, prolongaba la vida de las personas cuando lo juzgaba conveniente para su salvación; y Carlos recordó un día en que también cerca de la muerte, ella había recibido la Comunión.

«Quizá no había que desesperarse -pensó él.»

En efecto, Emma miró a todo su alrededor, lentamente, como alguien que despierta de

un sueño; después, con una voz clara, pidió su espejo y permaneció inclinada encima algún tiempo, hasta el momento en que le brotaron de sus ojos gruesas lágrimas sobre la almohada.

Enseguida su pecho empezó a jadear rápidamente. La lengua toda entera le salió por completo fuera de la boca; sus ojos, girando, palidecían como dos globos de lámpara que se apagan; se la creería ya muerta, si no fuera por la tremenda aceleración de sus

costillas, sacudidas por un jadeo furioso, como si el alma diera botes para despegarse. Felicidad se arrodilló ante el crucifijo y el farmacéutico incluso dobló un poco las corvas, mientras que el señor Canivet miraba vagamente hacia la plaza.

Bournisien se había puesto de nuevo en oración, con la cara inclinada hacia la orilla de la cama, con su larga sotana negra que le arrastraba por la habitación.

Carlos estaba al otro lado, de rodillas, con los brazos extendidos hacia Emma. Había cogido sus manos y se estremecía a cada latido de su corazón como a la repercusión de una ruina que se derrumba.

A medida que el estertor se hacía más fuerte, el eclesiástico aceleraba sus oraciones; se mezclaban a los sollozos ahogados de Bovary y a veces todo parecía desaparecer

en el sordo murmullo de las sílabas latinas, que sonaban como el tañido fúnebre de una campana.

De pronto se oyó en la acera un ruido de gruesos zuecos con el roce de un bastón, y se oyó una voz ronca que cantaba:

Souvent la chaleur d'un beau jour. Fait réver fillette à l'amour-.

Emma se incorporó como un cadáver que se galvaniza, con los cabellos sueltos, la mirada fija y la boca abierta.

Pour amasser diligemment. Les épis que la faux moissonne, ma Nanette va s'inclinant

vers le sillon qui nous les donne. (Muchas veces el calor de un día bueno le hace a la niña soñar con el amor. Para recoger con presteza las espigas segadas por la hoz mi Nanette se va inclinando hacia el surco que nos las da.

-¡El ciego! -exclamó.

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Y Emma se echó a reír, con una risa atroz, frenética, desesperada, creyendo ver la cara espantosa del desgraciado que surgía de las tinieblas eternas como un espanto.

ill souffla bien fort ce jour- là. Et le jupon court s'envola!

Sopló un viento muy fuerte aquel día y la falda corta se echó a volar.

Una convulsión la derrumbó de nuevo sobre el colchón. Todos se acercaron. Ya había dejado de existir.

“La muerte de Madame Bovary” (1889), de Albert-Auguste Fourie

Actividad 5. Con ayuda de los estos enlaces, entre otros, contesta a las siguientes cuestiones:

http://www.bvsde.ops-oms.org/bvsacd/eco/016750/016750-arsen.pdf

http://www.slideshare.net/fiorbella/intoxicacin-por-arsnico

http://www.atsdr.cdc.gov/es/csem/arsenic/evaluacion_clinica.html

1. ¿Cómo se encuentra el arsénico en la naturaleza? Interpreta el siguiente esquema,

considerando algunos de los compuestos de arsénico que podemos encontrar en cada uno de estos lugares:

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2. Cuando hablamos del veneno arsénico realmente nos referimos a compuestos de arsénico, ¿Cuáles? Escribe sus fórmulas.

3. ¿Es posible, que de forma natural, el arsénico se encuentre disuelto en el agua?

¿Cómo? En tal caso, ¿cómo se debe tratar el agua?

4.- ¿Cuál es la sintomatología de la intoxicación aguda por arsénico? Busca la correspondencia de estos síntomas con los descritos por Gustave Flaubert en Madame Bovary. Presenta los resultados en una tabla, como la siguiente:

Síntomas Descripción de los mismos en la novela

5. ¿Cómo murió Anibal? ¿Qué hipótesis avalan el hecho del uso de óxido de arsénico

(III)?

6. ¿Cómo se determina hoy en día el envenenamiento por arsénico?

8.2. MUERTE CON OLOR A ALMENDRAS

El cianuro de sodio al contacto con el ácido clorhídrico del jugo gástrico se transforma en ácido cianhídrico, el veneno más rápido y letal, pues 0.01 g es suficiente para matar a una persona en 30 segundos. Tiene un olor igual al de las almendras. Fue por eso que cuando se planeó envenenar a Rasputín, se puso cianuro en un pastel de almendras.

Rasputín fue un monje ruso que a principios del siglo XX logró ganarse el favor de los zares Nicolás II y Alejandra. El hijo de éstos, el zarevich, padecía hemofilia, un padecimiento en el cual la sangre no coagula normalmente y al haber una herida, puede desangrarse y morir. Se dice que Rasputín, por medio de hipnotismo,

podía contener la hemorragia cuando el zarevich sangraba.

Esto llevó a la zarina a depender emocionalmente de él, y Rasputín influía a tal grado

en ella, que su voluntad llegó a afectar los asuntos de Estado. Tanto incomodó a los miembros del gobierno la intromisión del monje y la protección que los zares le ofrecían, que se conspiró para envenenarlo.

A pesar de ser monje, Rasputín llevaba una vida licenciosa; frecuentemente se le encontraba en comilonas y borracheras. Los conspiradores lo invitaron a una cena en la que consumió varias porciones del pastel y vasos de vino que contenían cianuro

como para envenenar a más de tres personas. Sin embargo, el monje no mostraba ningún síntoma de intoxicación. Fue tanta la desesperación de los conspiradores al ver su plan frustrado, que terminaron matándolo a tiros.

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Es probable que Rasputín sufriera de anaclorhidria, falta de ácido en el estómago, y por esto el cianuro no pasaba a ácido cianhídrico. Pero en aquel tiempo se le atribuyeron al monje poderes diabólicos.

Pero este, evidentemente, no es el único caso. A modo de ejemplo recordemos otro

más anónimo e igual de real. Sucedió en California, a principios de los ochenta. Paciente: mujer de de 67 años. Diagnosticada con un cáncer operable, rechaza la cirugía y la quimioterapia. Elige una terapia alternativa y toma un extracto natural. Tras unos meses, comienza a tomar también la variedad amarga de un fruto seco, del cual España es el segundo productor mundial. Enseguida aparecen náuseas, vómitos y dolor abdominal. Sufre un colapso. En el hospital, enseguida identifican el envenenamiento agudo. Logran salvarle la vida y culpan al compuesto químico A, presente en el producto alternativo y en los frutos. Resulta que en nuestro intestino hay unas enzimas que descomponen A en glucosa y otros dos compuestos: B y C. B se usa como saborizante para conseguir el sabor de ese fruto seco. C es un temido

veneno.

Actividad 6 Investiga: ¿Cuáles son los compuestos A, B y C? Realiza un informe que incluya las fórmulas químicas de los mismos, sus características y toxicidad.

9.- LOS VENENOS EN EL CUERPO

Cuando un veneno entre en el sistema circulatorio se encuentra con la albúmina, la mayor proteína plasmática. Muchos compuestos reaccionarán y se unirán con

las moléculas de albúmina. El tiempo que un compuesto venenoso permanece en el cuerpo depende de lo fuerte que esté unido a la albúmina. Un cuerpo que esté débilmente unido podrá entrar en las células y hacer daño más fácilmente, pero también es eliminado más rápido por los riñones, el hígado o el aparato digestivo. Si el veneno está más fuertemente unido a la albúmina, tendrá una vida media más larga en el cuerpo.

Considerar la unión de un metal tóxico (M) con la albúmina (A) para formar un producto metal-albúmina (MA) por la reacción:

M + A ↔ MA

Cuando la reacción ha alcanzado el equilibrio, la velocidad a la cual el metal se combina con la albúmina para formar el producto metal-albúmina es igual a la

velocidad con que el producto metal-albúmina (MA) se disocia para formar el metal libre (M) y la albúmina (A)

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¿Pero cuáles son las concentraciones de las sustancias cuando se alcanza el equilibrio? Si las fuerzas de unión entre el metal y la albúmina son fuertes, el producto metal-albúmina será el componente principal en el equilibrio y estará presente muy poca cantidad de metal libre. Sin embargo, si las fuerzas de unión son débiles habrá más metal libre. La constante de equilibrio (K) es la concentración de los productos en el equilibrio elevada a sus coeficientes estequiométricos, dividida por la concentración

de los reactivos en el equilibrio elevada a sus coeficientes esquetiométricos. Para el ejemplo del metal albúmina, la constante de equilibrio es

K= [MA]/[M]·[A]

Considerar la siguiente ecuación simbólica para la constante de equilibrio:

El valor numérico de la constante de equilibrio para una reacción química es siempre el mismo, mientras la temperatura se mantenga constante. La concentración real de los reactivos y de los productos puede variar bajo diferentes condiciones, pero la proporción es siempre la misma. La magnitud de la constante de equilibrio proporciona información sobre las cantidades relativas de reactivos y productos que se encuentran en una disolución en equilibrio.

Si se tienen concentraciones elevadas de productos y concentraciones bajas de

reactivos en el equilibrio, la constante es un número grande, así que la mayoría de los productos estarán en la disolución.

Si se tienen concentraciones bajas de productos y concentraciones elevadas de reactivos en el equilibrio, la constante es un número muy pequeño, y la mayoría de los reactivos estará en disolución.

Niños nacidos bajo los efectos del Hg

La siguiente tabla muestra las constantes de equilibrio de la reacción del mercurio (II) con dos aminoácidos presentes en la albúmina, la metionina y la cisteína. El mercurio (II- Hg2+) es un veneno que puede ser mortal si se

ingiere. Este ión forma un enlace fuerte con el átomo de azufre localizado en la metionina. La constante de 3,2 106 indica que en el equilibrio predomina la forma compleja de ión. El enlace del Hg2+ con el átomo de azufre en la cisteína es incluso más fuerte, como se refleja en la constante de equilibrio de 1,6 1014, que es 50 millones de veces mayor.

Es evidente, teniendo en cuenta las estructuras de estos aminoácidos que el ión mercurio (II) tiende a unirse más fuertemente con el grupo R-SH de la cisteína que con el grupo R-S-R de la metionina.

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El último compuesto de la tabla, el dimercaprol, es un antídoto pare el envenenamiento

por mercurio porque aprovecha la afinidad del ión mercurio (II) por el grupo funcional –SH. Al tener una constante tan grande, indica que en el equilibrio hay poco Hg2+ libre.

Aminoácido Fórmula Modelo molecular Constante de equilibrio de la reacción con Hg2+

Metionina

3,2 106

Cisteína

1,6 1014

Dimercaprol

5,0 1025

Constantes de equilibro para el Hg2+ complejado

Actividad 7 Investiga: ¿Cuáles son los antídotos usados para los venenos que hemos estudiado hasta ahora? ¿Cómo funcionan?

Recuerda que el cianuro actúa uniéndose fuertemente con el Fe3+en la hemoglobina dentro de la célula, lo que evita que las células utilicen el oxígeno y se produce asfixia , aunque haya oxígeno en la sangre.

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10. EL MONÓXIDO DE CARBONO, VENENO DE LA COMBUSTIÓN Y DE LOS INCENDIOS

El monóxido de carbono, un gas insípido, inodoro e incoloro, se produce en la

combustión incompleta de los combustibles. Se encuentra en los tubos de escape de los automóviles, en los hornos o estufas de aceite con mal funcionamiento, y en los fuegos poco ventilados dentro de un edificio. El monóxido de carbono es también un veneno mortal cuando se inhala. Pero si el envenenamiento se trata a tiempo, se puede eliminar del cuerpo.

Para entender el mecanismo de envenenamiento por monóxido de carbono, primero

se deben conocer algunos de los hechos sobre las bases químicas de la respiración y cómo algunos factores externos pueden influir en los sistemas de equilibrio del cuerpo.

La proteína hemoglobina (abreviada Hb), que se encuentra en los glóbulos rojos, es la encargada de transportar el gas oxígeno de los pulmones a los tejidos a través del

cuerpo. La reacción de equilibrio entre la hemoglobina, el gas oxígeno y la oxihemoglobina (HbO2) es:

Hb + O2 ↔ HbO2

El transporte de oxígeno a través del cuerpo está regulado por este equilibrio. La hemoglobina de la sangre entra en los pulmones y pasa a través de los alveólos, la elevada concentración de oxígeno modifica el equilibrio para producir una gran cantidad de HbO2. La sangre es bombeada por el corazón a través del cuerpo y mientras la sangre circula,

está en equilibrio una pequeña cantidad de O2 libre con HbO2.

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Este oxígeno está disponible para ser utilizado por las células y se obtiene de la sangre cuando se necesita.

¿Cómo afecta la eliminación del oxígeno libre de la sangre al equilibrio global de la

hemoglobina, el oxígeno y la oxihemoglobina? Cuando se elimina oxígeno, el sistema ya no está en equilibrio porque han cambiado las concentraciones. La respuesta a este cambio se resume con una norma general llamada principio de Le Chatelier, que establece:

Cuando un sistema en equilibrio se altera, el sistema se modificará de tal manera que contrarrestará el cambio y restablecerá el estado de equilibrio.

En el sistema oxígeno hemoglobina, la respuesta a la eliminación de oxígeno es

producir más, para sustituir la cantidad consumida por las células. El sistema aumenta la velocidad de la reacción inversa, hasta que se restablezcan las condiciones de equilibrio.

El proceso de suministro de más oxígeno a la sangre por ajuste de las velocidades de

las reacciones se repite mientras el O2 liberado nuevamente es captado por las células de los tejidos. Finalmente la hemoglobina no puede suministrar más O2, y esta hemoglobina desoxigenada vuelve a los pulmones.

Cuando una persona se expone al monóxido de carbón, el equilibrio hemoglobina-

oxígeno se modifica porque el monóxido de carbono forma un enlace más fuerte con la hemoglobina que el oxígeno. La reacción, que favorece la producción de los productos es:

Una vez que el monóxido de carbono se ha unido a la hemoglobina para formar carboxihemoglobina (HbCO), la hemoglobina ya no puede transportar más oxígeno a los tejidos. Además, la

hemoglobina no libera monóxido en los pulmones para ser exhalado, como hace con el dióxido de carbono.

El tratamiento para el envenenamiento por monóxido de carbono se basa en el

principio de Le Chatelier. El producto no deseado es la carboxihemoglobina, y la sustancia deseada es la oxihemoglobina. Para modificar el equilibrio a favor de la producción de oxihemoglobina se suministra un exceso de oxígeno al sistema. En caso de poca exposición al monóxido de carbono, se puede llevar a la persona a un lugar con aire fresco, que contiene aproximadamente el 21% de gas oxígeno, o colocarle una mascarilla que le suministre oxígeno puro.

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En los casos más graves se suele usar una cámara hiperbárica de oxígeno. Una cámara hiperbárica es una cámara presurizada llena de gas oxígeno puro. La presión del oxígeno puro fuerza al equilibrio a modificarse hacia el lado izquierdo,

favoreciendo la producción de oxihemoglobina y minimizando la de carboxihemoglobina.

La 'leyenda' dice que Michael Jackson solía descansar en una cámara

hiperbárica de 60 mil libras (unos 90 mil dólares) con la esperanza de revertir los daños del paso del tiempo y vivir 150 años.

Actividad 8: Investiga

1. Cuando un bombero descubre un cuerpo en el lugar de un incendio, se realiza una investigación completa sobre la causa y la forma de la muerte. Dado que el monóxido

de carbono se produce frecuentemente como resultado de una combustión incompleta. ¿Qué información proporcionaría al investigador el análisis de la hemoglobina para el monóxido de carbono? ¿Podría ser la única pieza de la prueba para determinar si la muerte fue suicidio, homicidio o muerte accidental?. Explicar los límites de la información que podría proporcionar el laboratorio.

2. Cadáver de una mujer de unos 25 años de edad, que apareció muerta en el cuarto de baño de su domicilio habitual, apreciándose en el momento de la diligencia de levantamiento del cadáver livideces en el plano anterior del cuerpo, fijas, de color rosado intenso, mancha verde de localización toracoabdominal, frialdad cadavérica evidente, inyección conjuntival, espuma rosada en los orificios respiratorios y ausencia de

rigidez cadavérica. ¿Intoxicación con CO?