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EL COMPROMISO CHICO XAVIER
Libro: Vitrina de la vida
Llamados al concurso fraterno, en auxilio de un pequeño grupo
familiar, fustigado por un doloroso caso de obsesión, instructores
amigos nos indicaron a alguien en el plano físico, que podría
colaborar con nosotros.
Alberto Nogueira, la persona segura. Médium que reencarnara,
treinta y seis años antes, bajo el amparo del núcleo espiritual del
que partiría nuestra expedición socorrista. Tratándose de un
compañero que aún no conocíamos, en sentido directo, mi amigo
Saturnino y yo, atendiendo la recomendación de otros compañeros,
fuimos a revisar su ficha, o mejor, el proceso que le diera origen a la
existencia actual, con tarea mediúmnica de por medio.
Absortos en la consulta, leemos conmovidamente la súplica del
propio Alberto, antes del renacimiento, allí en las primeras hojas de
la curiosa documentación:
Señor Jesús!
Conozco mi posición de Espíritu delincuente y, por eso, pido vuestro
permiso para volver a la arena terrestre, de manera de reparar mis
faltas.
Pequé contra las leyes de Dios, oh! Divino Tutor de nuestras almas,
y fomenté intrigas en las cuales, a mi mando, perecieron decenas de
criaturas.
Destruí hogares, abusando de la autoridad de que me revestí con
actos de rapiña, y pervertí la inteligencia, patrocinando el hurto y
el crimen, esparciendo el hambre y el sufrimiento, entre mis
hermanos de la Humanidad!
Concededme la vuelta al cuerpo terrestre, con los necesarios
recursos de la prueba depuradora!
Quiero que la lepra me desfigure, a fin de que pague con lágrimas
constantes las heridas que abrí en los corazones indefensos!
Quiero padecer el abandono de los seres más queridos, para que yo
pueda aprender cuánto duele la deserción de los compromisos
abrazados.
Ruego, Señor, si tanto fuera preciso, que pase yo por la extrema
penuria, mendigando el pan que me alimente y el vestido que cubra
las heridas que merezco!
Si juzgáis más conveniente para mi purificación, dadme la locura o
la ceguera para que pueda yo expiar mis faltas, sea en las
angustias del hospicio, o en las meditaciones agónicas de las
sombras!...
Comprendo la extensión de mis deudas, y, si consideráis que debo
apagarme en un cerebro incapaz o retardado, hacedme esa
concesión!
Sea a través de calvarios morales o por los más detestados
tormentos físicos, váleme, Señor, y dame un nuevo cuerpo en la
Tierra. Quiero llorar, lavando con lágrimas de fuego las manchas
de mi pasado y exponerme a las más duras humillaciones a fin de
regenerar mi vida!
Señor, concédeme las aflicciones de las que me veo necesitado y
anula en mí cualquier posibilidad de reacción! Hacedme padecer,
pero hacedme vivir nuevamente entre los hombres!
¡Quiero corregirme, recomenzar! ¡Bendito sea vuestro nombre,
Señor! ¡Bendita vuestra mano que me salva y guía!
Por debajo del requerimiento conmovedor, venía la firma de aquel
que adoptaba ahora en el mundo, la personalidad de Alberto
Nogueira y, poco después, se leía el magnánimo despacho de la
autoridad superior que determinaba, en nombre del Cristo de Dios:
El Señor pide misericordia, no sacrificio.
El interesado rescatará sus propios débitos, en una vida normal,
con las tareas naturales de un hogar humano y de una familia, en
cuyo seno encontrará los contratiempos justos y educativos para
cualquier criatura con necesidades de reequilibrio y mejoramiento,
mas, por merced del Señor, será médium espírita, con la obligación
de dar, por lo menos, ocho horas de servicio gratuito por semana, a
favor de los hermanos necesitados de la Tierra, consolándolos e
instruyéndolos, en la condición de instrumento de los Buenos
Espíritus que trabajan la transformación del mundo, en nombre de
Nuestro Señor Jesús-Cristo.
De ese modo, asumirá compromiso a los treinta años de edad, en la
existencia próxima, y practicará la mediumnidad con el Evangelio
de Jesús, hasta los sesenta, cuando se le cerrarán las oportunidades
de trabajo y elevación, rescatando, así, en actividad de amor, las
deudas que tendría fatalmente que pagar a través del sufrimiento.
Alabado sea el Señor!
Delante de páginas tan expresivas, con seguridad Saturnino y yo no
necesitaríamos extender anotaciones.
Partimos, en busca del sembrador del bien, con escala en la morada
que la obsesión atormentaba. Ingresando a la ciudad en que nos
ubicaría el servicio programado y alcanzando la casa en que
deberíamos trabajar, vimos, luego, una joven vampirizada por un
infeliz hermano, desde mucho tiempo habituado a la perturbación
en el reino de las sombras.
Era imprescindible socorrer a la pequeña ingenua, alertar su
mente, sacudirle las fuerzas profundas del alma, con informaciones
e instrucciones susceptibles de liberarla.
Nada de perder tiempo. Después de una oración, conseguimos
influenciar a la progenitora de la enferma, colocándola, con la hija
obsesionada en camino del templo espírita cristiano, donde Alberto
Nogueira estaría de servicio, en la evangelización de la noche,
según los avisos recogidos por nosotros en la Esfera Superior.
Entre aflicción y desasosiego, no lo encontramos en el lugar
indicado. Formulando indagaciones, por vía telepática, al simpático
dirigente de la casa, nos aclaró él, en pensamiento, que el referido
amigo había abandonado la puntualidad y aparecía raramente.
Surgió el impasse, ya que, para auxiliar, en el momento,
necesitábamos a Alberto. Provistos de las informaciones
necesarias, logramos ubicar, nuevamente, a la madre y a la hija con
nosotros, en busca de él. Veinte horas y veinte minutos.
Lo encontramos en un bonito balcón, leyendo un diario del día, en
larga estirada. Inspirada por nosotros, la desvalida señora le
solicitó su colaboración mediúmnica en socorro a la enferma. Se
humilló, rogó, lloró, pero Nogueira respondió, inflexible:
- No, señora, no le puedo ser útil. Realmente, por dos largos años
serví en la condición de médium, en las obras de caridad.
Finalmente enfermé… Además, no sé si enfermé o me cansé. La
señora sabe. Un hombre que es padre de familia, como yo, con
deberes enormes que cumplir, tiene que velar por su propia salud…
Necesito defenderme… Y porque la infortunada madre insistiese,
atendiéndonos los ruegos, remató con una nota humorística:
- La única criatura que trabaja, dando de sí sin pensar en sí, que yo
sepa hasta ahora, es solamente el burro. Salimos como entramos,
cargando el mismo problema, la misma inquietud.
Aquel espíritu valeroso que pidiera lepra, ceguera, locura, idiotez,
fuego, lágrimas, penuria y abandono, a fin de aliviar la propia
conciencia, en el plano físico, después de acomodarse en las
concesiones del Señor, se había olvidado de todas las necesidades
que caracterizaban su obra de reajuste y prefería la ociosidad,
acomodado en su pijama, con miedo de trabajar.