el anarquismo español: desde la política a la historiografía

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  • UNA GRAN PREGUNTA Y VARIAS RESPUESTAS. EL ANARQUISMO ESPAOL: DESDE LAPOLTICA A LA HISTORIOGRAFAAuthor(s): Javier PaniaguaSource: Historia Social, No. 12 (Winter, 1992), pp. 31-57Published by: Fundacion Instituto de Historia SocialStable URL: http://www.jstor.org/stable/40657946 .Accessed: 12/09/2014 07:46

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  • Teora-Mtodo

    UNA GRAN PREGUNTA Y VARIAS RESPUESTAS. EL ANARQUISMO ESPAOL:

    DESDE LA POLTICA A LA HISTORIOGRAFA *

    Javier Paniagua

    A partir de mediados los aos 60 y durante toda la dcada de los 70 del siglo xx, se produjo en Espaa la mayor parte de la investigacin y publicacin sobre el movimiento liber- tario, entendido ste en su dimensin amplia: caractersticas de la ideologa anarquista, su influencia y difusin en la so- ciedad espaola, junto al conocimiento de la historia de las organizaciones creadas o influidas por aqul, as como la trayectoria de sus lderes, el impulso sindical, y la violencia terrorista. Desde la I Internacional, la fundacin de la CNT, la creacin y evolucin de la FAI y las Juventudes libertarias hasta la literatura poltica y social o los procesos revolucio- narios en los que intervino, contamos hoy con una bibliogra- fa copiosa, salida casi en su totalidad de las Universidades espaolas. x Pero adems, han ido apareciendo traducciones de libros publicados en otros pases que hacan referencia al anarquismo espaol y que, en algunos casos, correspondan a divulgaciones hechas originariamente para un gran pbli- co, que nada nuevo aportaban y que, en todo caso, abunda- ban en el tpico de una Espaa esencialmente identificada con el pensamiento libertario. Hubo en todo esto mucho de moda: la llamada revolucin del 68 en Francia -que proba- blemente fue slo una revuelta- atrajo la atencin sobre una corriente ideolgica y un movimiento social que haba teni- do en Espaa una consistencia importante en las luchas so- ciales de finales del siglo xix y primer tercio del xx. Las frases impactantes que llenaron los muros de la Sorbona es- taban inspiradas en los lderes cratas y las editoriales se

    * Agradezco a Jos Antonio Piqueras y Salvador Almenar la lectura y sugerencias sobre este texto. 1 Para una referencia de la mayor parte de la bibliografa sobre la historia del movimiento anarquis- ta espaol, con comentarios en al- gunos casos de las obras resea- das, vid J. Paniagua, Anarquistas y Socialistas, Madrid, 1989.

    Historia Social, n. 12, invierno 1992, pp. 31-57. I 31

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  • ngel Pestaa

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    prestaron a satisfacer a un pblico vido de conocer qu haba detrs de todo aquello. 2 De igual manera, en Espaa y Sudamrica se reeditaron las obras de clsicos anarquistas -Bakunin, Kropotkin, Recls, Mella, Urales, entre otros...-, o se publicaron escritos y memorias -Peir, Pestaa, Abad de Santilln, Garca Oliver. . .- difundiendo unos autores que desde los aos 30 no se encontraban en los anaqueles de las libreras. 3

    La iniciativa tuvo un origen doble: surgi en medios I acadmicos y en los ncleos de exiliados o sectores que de- I seaban la rehabilitacin del anarcosindicalismo en el con- I texto de la recuperacin de libertades que se iba producien- I do con la desintegracin del franquismo. Qu ha supuesto

    2 Un ejemplo lo tenemos en J. B- CARUD y Gilles Laponge, Los anarquistas espaoles, Barcelo- na, 1969. "Una Espaa legendaria y misteriosa obsesiona a cual- quiera de nosotros: romntica y mstica, individualista y trgica, ardiente, desesperada, esa Espaa de nuestra fantasa aparece des- tinada a la fatalidad libertaria" (pg. 11). Otra visin apasionada, que hace del movimiento liberta- rio una epopeya. Murray BOOK- CHIN, Los anarquistas espaoles. Los aos heroicos, 1868-1936, Barcelona, 1980. El libro de Ja- 32

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  • todo ello en una perspectiva de casi treinta aos? En diciem- bre de 1988, con ocasin del III Encuentro de Historiadores de los movimientos sociales, celebrado en Valencia, E. Vega, P. Gabriel y J. Casanova hicieron un balance biblio- grfico de los trabajos realizados sobre distintos perodos y aspectos del anarquismo o anarcosindicalismo espaol. 4 Coincidieron en que despus del esfuerzo quedaban todava cuestiones o espacios por estudiar, pero admitan que, a pesar de un resultado lgicamente desigual, se haba progre- sado en el anlisis de un movimiento que adquiri una ex- tensin considerable en la sociedad espaola y, en especial, en los medios obreros. No obstante, la ambicin por dar res- puestas a los problemas, explcita o implcitamente plantea- dos, ha resultado desequilibrada.

    La preeminencia de la poltica

    Existe ya una conclusin global que pueda satisfacer esa gran pregunta que ha venido preocupando a los historia- dores, o intelectuales en general, sobre el porqu del arraigo del anarquismo en Espaa? Al plantear el tema estamos im- plcitamente aceptando que existi un corpus ideolgico, junto a una prctica sindical y en ocasiones poltica, marca- dos por dicha concepcin. La obra de lvarez Junco para el perodo de 1868 a 1910 ha sido clave en esta tarea: desde una visin temtica ha desentraado los factores que consti- tuyen sus contornos distintivos, al desmenuzar los elemen- tos que la han configurado, aportando todo tipo de matiza- ciones. 5 En efecto, a partir de una exhaustiva lectura y codificacin de folletos, libros y sobre todo de la prensa, se analiza la complejidad de la ideologa poltica del anarquis- mo espaol, para concluir destacando su versatilidad, donde slo aparece un rasgo comn a un movimiento "constante- mente dividido", y caracterizado por el "caos doctrinal", la negacin del Estado. Y, an as, ello "no basta" porque el anarquismo no tiene un carcter atemporal, como pretendan algunos de sus tericos, ni hace una negacin abstracta, sino que est circunscrito a la rebelin contra el Estado centrali- zado surgido de la revolucin industrial. "De anarquismo no puede empezar a hablarse hasta Stinner y Proudhon". 6

    Como algo separado de las conclusiones de su investiga- cin, lvarez Junco aborda, al final, el tema del arraigo, con un repaso de las distintas teoras, advirtiendo que no se pre- tende la aventura de grandes explicaciones, "ni mucho menos recubrir con un barniz histrico-sociolgico un estu- dio repetidamente definido como ideolgico". 7 Las inter- pretaciones econmico-sociales, religiosas o poltico-insti- tucionales estn bien resumidas y documentadas, as como los puntos discutibles de cada una de ellas. Ninguna es des-

    mes Joll, Los anarquistas, Bar- celona, 1964, dedica un captulo a Espaa (Anarquistas en accin); destaca, entre otras consideracio- nes, la relacin entre "tempera- mento espaol" y anarquismo: "el individualismo, el amor propio y el respeto, a s mismo, cualidades habitualmente consideradas como muy propias del espaol le pre- dispusiera a la aceptacin de una doctrina que, de una manera quiz todava ms acusada que la reli- gin protestante, imputa a cada individuo la responsabilidad de sus propias acciones" (pg. 211). El ms trabajado de George Wood- cook, El anarquismo, Barcelona, 1979, tiene, en la edicin de Ariel, un captulo especfico de la Historia del anarquismo espaol, elaborado por Pere Gabriel (cap- tulo 11, pgs. 330-388), que hace un resumen bien documentado del proceso histrico sin alusin a los tpicos. 3 Sin un propsito exhaustivo, cabe resear la edicin de tres tomos de las Obras Completas de Bakunin, en Ediciones La Pique- ta, traducidas por Diego Abad de Santilln. Ediciones Jcar inici tambin la publicacin de las obras de Bakunin, con Estatismo y anarqua (vol. 5), Madrid, 1976, y Federalismo, socialismo y anti- teologismo. Consideraciones filo- sficas sobre el fantasma divino, sobre el mundo real y sobre el hombre (vol. 3), con prlogo de Max Nettlau, Madrid, 1977. En Alianza apareci Escritos de Filo- sofia Poltica (2 vols.), compila- cin de G. P. Maximoff, Madrid, 1978. Tambin en Latinoamrica aparecieron obras sueltas, Dios y el Estado, Buenos Aires, 1969, El sistema del anarquismo, Buenos Aires, 1973. Tusquets tradujo una recopilacin de algunos escri- tos de Bakunin realizada por Sam Dolgoff, La anarqua se- gn Bakunin, Barcelona, 1977. De Kropotkin, Panfletos revolu- cionarios, edicin de J. lvarez Junco, Madrid, 1977; La con- quista del Pan, Buenos Aires, 1957; El apoyo mutuo, Buenos Aires, 1970. De Recls, Evolu- cin, Revolucin y Anarquismo, Buenos Aires, 1969; tambin en I 33

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  • calificada globalmente y todas parecen abordar un aspecto del problema.

    Hasta este momento, ningn historiador reciente del mundo acadmico espaol ha dado una respuesta nueva a esa gran pregunta. "Hoy por hoy, reconoce Pere Gabriel, esta cuestin, fundamental queramos o no, no est resuel- ta."8 En todo caso ha habido puntualizaciones, matices y cr- ticas a las distintas interpretaciones que en su momento hi- cieron polticos o escritores anglosajones que se ocuparon del "caso espaol" y destacaron la explicacin bsica y casi monocausal del carcter religioso, como Brenan en El Laberinto Espaol, repetido despus por otros autores -Joli o Borkenau-9 o la conocida tesis del milenarismo de los anarquistas andaluces dentro de la caracterizacin de "Rebeldes Primitivos" de Hobsbawm. En estos anlisis se parte de las condiciones sociales de los campesinos andalu- ces afectados por la introduccin de relaciones capitalistas, especialmente a raz de las desamortizaciones del siglo xix. El mismo Hobsbawm reconoce que el mvil fundamental era alcanzar la propiedad comn y en fases previas el repar- to de la tierra, mediante un programa poltico republicano y antiautoritario: "En las condiciones andaluzas, un programa como aqul era menos utpico de lo que puede parecer". 10 Sin embargo, su sentido de la historia le lleva a concluir que fue un movimiento campesino "casi incapaz" de adaptarse a las condiciones modernas, y a suponer que otra corriente de pensamiento hubiera proporcionado una coherencia diferen- te: "Si una ideologa distinta hubiese penetrado en el campo andaluz en los aos 70 del siglo pasado, poda haber trans- formado la rebelda espontnea e inestable en algo mucho ms temible, por ser ms disciplinada como algunas veces ha logrado hacerlo el comunismo". n

    En todos los casos ejerci una notable influencia la lec- tura del libro de Daz del Moral, Las agitaciones campesi- nas andaluzas, publicado originariamente en 1929, as como las propias impresiones e intuiciones que aquellos autores -en particular Brenan- tuvieron en su contacto con la reali- dad andaluza. 12

    Pero las explicaciones fundamentales se realizaron en el fragor del debate poltico, mientras el anarquismo tuvo una presencia destacada en la lucha sindical o en las reivindica- ciones sociales, desde su aparicin en tiempos de la I Inter- nacional hasta 1939. En ese proceso se fraguaron unos com- portamientos polticos, morales y literarios que han servido para distinguirlo como generador de una cultura propia. "Es importante constatar, deca De Jong en 1974, que el anar- quismo espaol constitua un mundo propio, con su propia cultura, literatura, moral, etc., un universo cerrado y com- pletamente desligado de la sociedad oficial y de sus normas

    Jcar, Evolucin y Revolucin, Madrid, 1979. De Luigi Fabbri, Dictadura y Revolucin, Buenos Aires, 1967. De Proudhon, Abad de Santilln reedit en Argentina Sistemas de las Contradicciones Econmicas o Filosofia de la Mi- seria, Buenos Aires, 1945, tradu- cido por Pi y Margall; El prin- cipio federativo, Madrid, 1971. De Federico Urales, La evolu- cin de la filosofia en Espaa, con estudio preliminar de Prez de la Dehesa, Barcelona, 1968. De Ricardo Mella, Breves apun- tes sobre las pasiones humanas, Barcelona, 1976; Ideario, Pars, 1975; Forjando un mundo libre, Madrid, 1978. De Abad de San- tilln, El Organismo Econmico de la Revolucin, Madrid, 1978; El anarquismo y la revolucin en Espaa. Escritos, 1930-1939 (se- leccin y estudio preliminar de Antonio Elorza), Madrid, 1976. De ngel Pestaa, Trayectoria Sindicalista (prlogo de A. Elor- za), Madrid, 1974. De Joan Peir, Escrits. 1917-1939 (tria i intro- ducci. Pere Gabriel), Barcelona, 1975. De Federica Montseny, Escrits Politics (recopilacin y es- tudio de Pere Gabriel), Barcelona, 1979. J. Garca Oliver, El eco de los pasos, Pars, 1978. Los anarquistas (2 volmenes: 1. La teora. 2. La prctica), seleccin y prlogo Irving L. Horowitz, Ma- drid, 1975. 4 Vid. Dossier, Anarquismo y Sindicalismo, Historia Social, Va- lencia, primavera- verano, 1988, n.M. 5 Jos lvarez Junco, La ideo- loga poltica del anarquismo es- paol (1868-1910), Madrid, 1976. (2.a edicin, 1991). 6 Ibid, pg. 584. 7 Ibid., pg. 588. En mi estudio La sociedad libertaria, Barcelo- na, 1982, sealaba que era impo- sible precisar en un todo compac- to el trmino anarquismo y re- sultaba ms adecuado referirse a "anarquismos", ya que dentro de aqul se incluan interpretaciones de la realidad muy diferentes (pgs. 13-16). Jos Termes tam- bin ha destacado el aspecto de amplitud ideolgica del anarquis- 34

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  • y preceptos." 13 El problema es que si esto es as, habra que explicar qu se entiende por "mundo propio" y en qu medi- da puede estar separado de la llamada sociedad oficial. Lo cierto es que la polmica entablada en el diario cataln L'Opini durante 1928, principalmente entre Maurn y Joan Peir, recoge gran parte de las tesis dirimidas hasta entonces y que continuaran influyendo mucho despus. Maurn, por ejemplo, incide en la relacin entre movimiento libertario y condiciones agrarias del campo andaluz, que se correspon- da con una "mentalidad simplista", en contraposicin a los operarios industriales: "El obrero que trabaja en la fbrica, y que se adapta, forzosamente acaba por adquirir una com- prensin socialista". 14 Rafael Vidella, militante cenetista primero, afiliado a la Unin Socialista de Catalua despus, y fundador del PSUC en 1936, expres en las pginas de Leviatn, en 1934, su particular visin, retomada en parte, desde el marxismo, posteriormente. 15 Para l, el anarquismo en Catalua y Andaluca no prende "ideolgicamente", sino "tcticamente", y ello estaba en relacin con la accin direc- ta revolucionaria. Sin embargo, las consideraciones de su desarrollo son diferentes en cada zona. Es, curiosamente, en Madrid donde se concentra el anarquismo ideolgico pero, en cambio, existe una organizacin "marxista y disciplina- da". En Andaluca obedece a razones "hondamente espiri- tuales" que la conectan con la herencia oriental, "profunda- mente milagrera", "equivale a una prolongacin de las leyendas bblicas sobre el man y las montaas que destilan leche y miel", 16 y en este sentido, en cuanto el anarquismo no centra el triunfo en el Estado proletario sino "por la buena voluntad, la espontaneidad, la libre colaboracin, es decir, casi el milagro", es explicable su expansin. En cam- bio, en Catalua las causas son fundamentalmente econmi- cas y polticas puesto que all existe una economa industrial contrapuesta a la esencialmente agraria del resto de Espaa, que mantuvo a travs de los "agrarios andaluces, manche- gos, castellanos, gallegos, etc., ", 17 los resortes del poder. Ello provoc un sentimiento autonomista, federalista o sepa- ratista y, a la postre, produjo una coincidencia entre las capas burguesas y los anarquistas, "unos, en contra de un estado, y otros, en contra del Estado". 18

    A medida que la burguesa se afianza y el capitalismo proporciona trabajo a los obreros, "junto a una poltica avanzada de satisfacciones morales y materiales", 19 la ac- cin revolucionaria de barricadas va desapareciendo, pero en Espaa "que no hizo nunca la revolucin poltica de la burguesa" y en donde contina, todava, el poder del Esta- do -"a los tres aos de Repblica"- en manos de las "castas feudales", es fcil que el revolucionario anarquista encuen- tre acomodo y apoyo popular. De esa manera, segn Vidella, los libertarios han sabido acoplarse a la historia poltica y la

    mo, que ira incorporando el pen- samiento liberal surgido en la Ilustracin, el federalismo o las aportaciones de la ciencia positi- va, y en ello se diferencia del marxismo, que practica un cierto escolasticismo. (Vid. en el pro- grama de TVE, La vspera de nuestro tiempo, las dos sesiones dedicadas a "El anarquismo espa- ol", 5 y 12 de enero de 1982). En La sociedad libertaria afirma- ba, igualmente, hace diez aos: "el anarquismo se ha ido confir- mando en la divergencia de ideas procedentes de la ilustracin, el liberalismo, los socialistas utpi- cos, los economistas clsicos y la divulgacin de los descubrimien- tos del siglo xix" (pg. 17). Vid. tambin, Pere Gabriel, "El pen- sament ecommic i social del moviment obrer a Espanya: anar- quisme i marxisme. 1868-1881", Tesis de Licenciatura, Universi- dad de Barcelona, octubre, 1977. 8 Pere Gabriel, "Historiografa reciente sobre el anarquismo y el sindicalismo en Espaa. 1870- 1923", Historia Social, op. cit., pg. 46. 9 J. Alvarez Junco, en una re- flexin sobre "El anarquismo en la Espaa contempornea", seala la importancia de los aspectos re- ligiosos en la expansin del anar- quismo, puesto que un "pasado cristiano tan fuerte no se liquida en una ni en dos generaciones. La prdida de credibilidad de la Igle- sia no elimin las exigencias reli- giosas, sino que las transfiri a otras instituciones y doctrinas que ofrecan promesas redentoristas de tipo sustitutorias [...]. En el anarquismo espaol hay mucho ms que un moralismo genrico. Hay apelaciones perfectamente identificables a los ancestrales mitos escatolgicos que haban alimentado leyendas y religio- nes", en WAA: El movimiento obrero en la Historia de Cdiz, Cdiz, 1988, pg. 50. Vid. J. Joll, Los anarquistas, op. cit., y Frank BORKENAN, El reidero es- paol, Pars, 1966. Tambin los aspectos religiosos en el "sindica- lismo de movilizacin" de la CNT en S. Julia, Madrid, 1931- 1934. De la fiesta popular a la I 35

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  • tradicin psicolgica, en la que predominan las guerrillas y la falta de participacin masiva de los trabajadores, y ello lo descubrieron en determinadas coyunturas, como la huelga de 1917, en que notaron que "las masas humanas que holga- ban estaban encerradas en sus casas y que slo ellos, unos cuantos centenares, defendan las barricadas en Barce- lona". 20 Y en este sentido la FAI fue la alternativa a la falta de apoyo revolucionario. Consigui una cierta disciplina entre la cantidad de grupos autnomos desconexos, pero no es ms que una "organizacin de guerrillas" que consigue poner en jaque a las fuerzas del Estado. Vidella estima -sin que diga cul es la fuente de sus datos- que el nmero de anarquistas organizados en la FAI estara alrededor de los diez mil, "cifra respetable si se tiene en cuenta la fecundidad de accin de todos sus adhrentes". 21 Slo ante unas condi- ciones polticas que no proporcionan confianza en las insti- tuciones pblicas -Vidella escribe en 1934, despus del triunfo de las derechas en noviembre de 1933-, puede el anarquismo continuar creciendo y desarrollarse, ya que mantiene "una austeridad y generosidad inmaculadas" ante un "Estado burgus que legaliza el negocio". 22

    La incapacidad poltica de los distintos gobiernos es una de las variables que han servido para explicar la adhesin de ciertos sectores sociales a la causa libertaria. Sera su mane- ra de expresar el rechazo a unas clases dirigentes siempre propensas a utilizar la represin, 23 por lo que la accin anar- quista supondra la reaccin ancestral espaola ante los abu- sos del poder. 24

    Esta animadversin a la poltica institucional de la Restauracin o de la Repblica se suma al anlisis estructu- ral de la economa espaola -desarrollado por Maurn, Vidella o Nin-, en el que se destaca una disintona entre n- cleos industriales y zonas agrarias muy atrasadas, la pobreza existente en los centros urbanos en crecimiento por la afluencia de una mano de obra de origen campesino -caso de Catalua-, la atomizacin de las empresas catalanas, su carcter artesanal y familiar -"pequeos burgueses", dira Nin- a diferencia de otras zonas de concentracin minera o industrial tipo manchesteriano, como en Vizcaya y Asturias, donde el socialismo era hegemnico. Junto a ello, la in- fluencia de las desamortizaciones, especialmente la de los bienes comunales de 1854, y en consecuencia la penetracin de una burguesa que implanta unas relaciones de produc- cin capitalista en el campo, provocando multitud de revuel- tas desde el siglo xix. 25

    Pero adems, tambin se le atribuye una importante res- ponsabilidad al socialismo espaol, incapaz de articular una estrategia adecuada para obreros y campesinos, centrando su poltica en la colaboracin con la burguesa liberal. "No ha sido pues, se preguntaba Maurn, Pablo Iglesias uno de

    lucha de clases, Madrid, 1989, pgs. 172-190. lvarez Junco va- rios aos despus de la publica- cin de La ideologa... justificaba que era tan legtimo buscar moti- vaciones psicolgicas o morales como intereses racionales u "ob- jetivos" entre las causas del arraigo anarquista: "La subcultura anar- quista en Espaa: racionalismo y populismo", en WAA: Culturas populares. Diferencias, divergen- cias, conflictos, Madrid, 1986. 10 E. Hobsbawm, Rebeldes primi- tivos, Barcelona, 1946, pg. 111. Martnez Alier realiza una crtica de la interpretacin del anarquis- mo como rebelda "primitiva", Cuadernos de Ruedo Ibrico, nms. 43-45. oes. 53-54. 11 Ibid., pg. 124. 12 A. M. Calero en Movimientos sociales en Andaluca. (1820- 1936), destac el papel del libro de Daz del Moral en la configu- racin del anarquismo andaluz: "me temo que es mucho menos conocido que clebre, mucho ms citado que estudiado. Sobre la base de una lectura rpida, ms propia a veces de una especie de turismo intelectual que de un estu- dio serio, no pocos han venido a sintetizar el contenido del anar- quismo andaluz en el mesianismo, utopismo o milenarismo" (pg. 75). Vid. tambin, J. Maurice, El anarquismo andaluz. Campesinos y sindicalistas. 1868-1936, Barce- lona, 1989. 13 Rudolf de Jong, "El anarquis- mo en Espaa", en El movimiento libertario espaol. Pasado, pre- sente y futuro, Ruedo Ibrico, Pars, 1974, pgs. 10-11. 14 J. Maurn, "Socialismo y anar- quismo: El proletariado cataln no es anarquista", L'Opini, I, n. 21, 7 de julio de 1928, recogido por A. Balcells, en El arraigo del anarquismo en Catalua. (Textos, 1926-1932), Barcelona, 1973, pg. 91. 15 Rafael Vidella, "Psicologa del anarquismo espaol", Levia- tn, mayo, 1934, pgs. 50-58. 16 Ibid., pg. 51. 17 Ibid., pg. 51. 18 Ibid., og. 51. 19 Ibid., pg. 52. 20 Ibid., pg. 53. 36 I

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  • los principales, por no decir el mayor creador del anarquis- mo espaol?", 26 en correspondencia, por otra parte, a que el libertario Anselmo Lorenzo haba sido artfice del creci- miento del socialismo. Aunque Maurn tiene ms presente los trminos de la conjuncin republicana que aquellos pri- meros tiempos de finales de siglo y principios del xx en que el Partido Socialista hace hincapi en sus diferencias con los "burgueses republicanos", su interpretacin ha tenido eco en cierta izquierda marxista que destac la debilidad del socia- lismo en Espaa para hacer frente a un planteamiento revo- lucionario, dejado en manos de los libertarios, grandes lu- chadores, pero escasamente dotados para entender los procesos sociales. 27 Y es que el anarquismo espaol, segn Jaume Miravitlles, entonces militante del BOC, era un ana- cronismo sustentado en unas condiciones que "tena el resto de Espaa el pasado siglo " pero que ya haban desapareci- do. "Nosotros, marxistas, decimos que el anarquismo es una planta que nace en los pases agrarios de industria precapita- lista [...] los pueblos latinos tienen una base econmica en donde predominan las formas artesanales. Cuando coinci- den los dos conceptos hay anarquismo. Cuando divergen, no lo hay." 28 Para aquellos marxistas, la correlacin entre es- tructuras pequeo-burguesas y anarquismo era ntida, en contraposicin al socialismo marxista propio de los pases industriales.

    Joan Peir, que terci en la polmica desde la crcel, respondera a Maurn que si los trabajadores de los centros fabriles modernos -Pars, Londres, Berln, Hamburgo o Nueva York- no eran anarquistas, tampoco poda atriburse- les una militancia socialista, porque no existe esa relacin de causa-efecto. En cambio, el anarcosindicalismo ha exten- dido su influencia no slo en las reivindicaciones obreras, sino a "todos los problemas de la vida social y ciudadana"29 y adems no responde al "simplismo" del campesinado an- daluz puesto que est ms vinculado a ncleos obreros de las zonas industriales.

    Los historiadores han venido a certificar con sus estu- dios las explicaciones efectuadas desde la perspectiva polti- ca. Vilar, Vicens, Termes, entre otros, han reincidido en la serie de interpretaciones reseadas, aunque sus estudios estn amparados por un trabajo de muchos aos de investi- gacin. No obstante, ni Vicens ni Vilar son especialistas en el tema, lo abordaron en visiones globales sobre la historia de Espaa. El primero, por ejemplo, recalc los factores del atraso social -"pura reaccin del campesinado analfabeto transformado en obrero mecanizado de una empresa urba- na"-30 y la conocida vinculacin agraria del movimiento li- bertario.

    Termes ha investigado la trayectoria de la I Internacional en Espaa, pero de su estudio no se deduce ms que un por-

    21 Ibid., pg. 55. En relacin con la FAI, vid. Antonio Elorza, "El anarcosindicalismo espaol bajo la Dictadura. La gnesis de la Federacin Anarquista Ibrica" (I), en Revista de Trabajo, Ma- drid, 1972-1973, n.08 39-40; "La CNT durante la Dictadura. (1923- 1930)" (II), en Revista de Tra- bajo, Madrid, 1973-1974, n.M 44- 45; "Qu fue de la FAI?", en El movimiento libertario espaol, op. cit., pgs. 287-298. J. Gmez Casas, Historia de la FAI, Ma- drid, 1977; La sociedad liberta- ria, op. cit., pgs. 51-60, y Csar M. Lorenzo, Los anarquistas es- paoles y el poder, Pars, 1972, pgs. 49-52. 22 Op. cit., "Psicologa del anar- quismo...", pg. 58. 23 Vid. Pierre Vilar, Historia de Espaa, Pars, 1971, pgs. 105- 106, un estado de la cuestin de las tesis y argumentos sobre la permanencia del anarquismo en Espaa. J. Romero Maura, "The Spanish case", en Anarchism to- day, edited by David E. Apter and James Joli, London, 1971, pgs. 62 y ss. 24 Vid. Amrico Castro, La rea- lidad histrica de Espaa, Mxi- co, 1962. 25 P. Vilar, op, cit., pg. 105. Vid. tambin, Antonio Miguel Bernal, La propiedad de la tie- rra y las luchas agrarias andalu- zas, Barcelona, 1974. 26 J. Maurn, op. cit., en A. Bal- cells, "El arraigo del anarquis- mo...", pg. 59. 27 Vid. A, Nin, "Las races del anarquismo en Catalua", en Bal- cells, op. cit., pgs. 115-120. En una versin ms reciente: Gerald Meaker, "Anarquistas contra sin- dicalistas: conflictos en el seno de la Confederacin Nacional del Trabajo, 1917-1923", en Poltica y Sociedad en la Espaa del siglo xx, edicin de Stanley G. Payne, Madrid, 1978, pg. 45, sostiene que: "El Partido Socialista Obrero Espaol permaneci fiel al mar- xismo clsico al menos hasta 1918, y no siendo ni leninista ni verdaderamente revisionista, se mostr incapaz de conseguir apo- yos en el ambiente espaol". 28 J. Miravitlles, "Los obreros y la poltica", Barcelona, 1932, en 37

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  • menorizado y cuidadoso anlisis de aquel proceso. No obs- tante, ello le ha dado pie para interpretar, en otros trabajos o plataformas de comunicacin, que el anarquismo responde a una reaccin contra el estado oligrquico madrileo. Con- sistira en una respuesta popular no articulada, de tal manera que "federalismo, anarcosindicalismo y catalanismo" apare- cen como elementos interdependientes en el proceso histri- co. Con un lenguaje sutil que elimina toda apariencia de contundencia, piensa que Catalua no es una creacin de la burguesa, en principio ms proclive a ampliar el mercado por todo el Estado y por ende comprometida con la poltica espaola. Se trata de todo un pueblo, y en especial de sus clases populares, las ms numerosas, y entre ellas los liber- tarios, quienes apoyaron decididamente el Estatu y la cons- titucin de la Generalitt en la II Repblica, y salieron a de- fenderla cuando estuvo en peligro con el golpe militar de 1936. 31 Ha sido Pere Gabriel quien ha proporcionado la base documental estudiando las conexiones entre el anarquismo de los aos 80 del siglo xix y la formacin del catalanismo popular, sealando los perodos y las contradicciones entre las aspiraciones cosmopolitas anarquistas y el "fet ctala"32

    Desde esta perspectiva sigo pensando en los mismos tr- minos diez aos despus: todas las variables de interpreta- cin cuentan con fundamento para su defensa. La cuestin estriba en que no parece que pueda definirse la parte de pro- porcionalidad de cada una de ellas en el intento de concre- cin interpretativa, y de ah se tiende a su enumeracin, sin comprometerse, ni especificar el grado de responsabilidad en la extensin del anarquismo en Espaa. Insistir, por tanto, en esta lnea es ir hacia un callejn sin salida, porque tal vez la gran pregunta no tenga respuestas satisfactorias, o en todo caso la inmensa mayora de los historiadores procu- rar, con un eclecticismo no comprometido, barajar todas las explicaciones de manera global y, sobre todo, en un con- texto donde el anarquismo no tiene ya un peso social como fuerza organizada. 33

    Es indudable que las argumentaciones pluricausales tie- nen su pleno sentido ante un fenmeno complejo como el anarquismo, que no se deja reducir con facilidad, pero, en este caso, parece como si el grado de complejidad se diluye- ra en una multiplicidad de sugerencias, ms o menos funda- mentadas, que pudieran al mismo tiempo servir para expli- car lo uno y lo contrario, puesto que ninguna de ellas -o todas juntas- saldan el problema. El anlisis comparado con otras sociedades nos puede, igualmente, proporcionar argu- mentos a favor y en contra. 34 En este sentido el anlisis del movimiento libertario en sus aspectos internos -ideologa, organizacin y trayectoria- nos permite un conocimiento ms preciso de sus elementos, pero la descripcin histrica no constituye, por s misma, una explicacin. Aceptaremos

    Balcells, op. cit., pgs. 166-167. 29 J. Peir, "Las ideas y el senti- do revolucionario", en Balcells, op. cit., pg. 103. 30 J. Vicens Vives, Aproximacin a la Historia de Espaa, Barcelona, 1978, pg. 154. 31 J. Termes, Federalismo, anar- cosindicalismo y catalanism, Bar- celona, 1976. Las tesis de Termes sirven para avalar la conexin entre anarquismo y liberacin na- cional. Vid. tambin Ricard de Vargas-Golarons, Anarquisme i alliberament nacional, Barcelo- na, 1987, especialmente el captu- lo 9: "Moviment llibertari i qes- ti nacional ais Pasos Catalans. (1874-1939)", pgs. 93-104. 32 Pere Gabriel, Anarquisme i Catalanisme", en Catalanisme, Historia, Poltica i Cultura, Barcelona, 1986, pgs 195-210. 33 "Todas esas variables, afirmaba en La Sociedad Libertaria, pue- den encajar en el proceso histri- co espaol y encuentran testimo- nios para su defensa. El problema estriba en que no hay ninguna de- finitiva. Se hace difcil enlazar en una conexin estrecha las causas y el efecto, en un sentido nico, y no es solucin afirmar, eclctica- mente, que el conjunto de ellas, en mayor o menor grado, intervie- nen en su asentamiento. Se con- vierte en una explicacin con de- masiados elementos dispersos para aclarar con precisin el te- ma." Pg. 18. 34 Vid. sobre el caso de Italia: Renzo de Carria, Proletari senza revoluzione, Milano, 1972; P. C. Mazini, Storia degli anarchici ita- liani da Bakunin a Malatesta, Mi- lano, 1969; L. Bringlio, II partito operano italiano e gli anarchici, Roma, 1969. Para Francia: Jean Maitron, Histoire du mouvement anarchiste, Paris, 1951; Alain Sergent, Claude Harmel, His- toire de l'anarchie, Paris, 1949. 38

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  • el papel de ir poco a poco desentraando aspectos parciales de la evolucin anarquista espaola, desechando las genera- lizaciones, cindonos a aspectos concretos aunque no satis- fagan nuestro deseo de globalidad? Tendremos, entonces, que girar y formular otro tipo de preguntas?

    Hoy tampoco resulta ya adecuado insistir en que el mo- vimiento libertario es un trmino carente de unidad, porque dentro de los vocablos libertario, crata o anarquista se es- conden posiciones distintas y, en ocasiones, divergentes. 35 Llamar anarquismo a cosas dispares es eliminar el propio sujeto y convertir la oracin en impersonal. Si no podemos llegar a una fenomenologa del hecho porque esos vocablos expresan cosas diferentes, entonces qu opciones nos que- dan? Qu nuevas denominaciones utilizaremos para desig- narlas? An as necesitamos explicar por qu a cosas que son o que adoptan formas diversas se les denomina de una misma manera.

    Sabemos que una ideologa no es un todo acabado; res- ponde, en todo caso, a las necesidades de la sociedad y, de no ser as, su capacidad de movilizacin desaparece. Lo im- portante no es su grado de coherencia terica -ah est el nacionalismo para demostrarlo-, sino su fuerza de aglutina- cin y credibilidad. 36 De igual forma, no por evidenciar sus lagunas la ideologa movilizadora va a perder el respaldo de los sectores sociales que la han adoptado para solucionar sus problemas. El anarquismo pudo tener esa adaptabilidad a contextos diferentes porque supo conjugar la esperanza de un futuro mejor y las expectativas de las demandas cotidia- nas de muchos trabajadores y campesinos. Pero esto no es decir mucho. Si continuamos hurgando en el tema tendre- mos que plantear por qu unos determinados sectores aco- gen para sus reivindicaciones esa ideologa, con lo que esta- ramos, en un eterno retorno, al inicio del problema. Por ello sigo sosteniendo que "sera tal vez interesante enfocar el es- tudio del anarquismo espaol como un modelo de compor- tamiento poltico al margen de los factores ideolgicos abs- tractos que le caracterizan [...]. Es decir, en vez de analizar sus interpretaciones tericas en funcin de sus presupuestos doctrinales, recalcar la manera en que la realidad cultural, econmica, social, etc., presiona para la aceptacin de un determinado enfoque que se hace coincidir con la ideologa libertaria". 37 As, lo sustancial no consistira en un problema nominalista, en saber cmo se llaman, sino en averiguar quines lo dicen y de qu manera lo reivindican.

    Existe una actitud intelectual cada vez ms convencida de que el movimiento libertario -desde la fundacin de la FRE de la AIT (1868) hasta la I Guerra Mundial- no consti- tuy un hecho exclusivo en la Europa de ese mismo pero- do. En los ltimos aos, y fruto tal vez de la incorporacin de Espaa a la CEE, y de la osmosis intelectual con los pa-

    35 La sociedad libertaria..., pgs. 16-22. 36 Si el marxista ruso Plejanov es- criba a principios de siglo el fo- lleto "Anarquismo y socialismo" (reproducido en Buenos Aires, en 1969, en castellano, traducido de la versin francesa con el ttulo Contra el Anarquismo) sealando las contradicciones filosficas de los postulados de los autores con- siderados libertarios, no por ello el anarquismo ruso entr en ba- rrena. Explicar la realidad o anali- zarla no supone su transforma- cin. En todo caso tendramos que entrar en la difcil -y casi im- posible- cuestin de cmo dirimir sobre las influencias de los argu- mentos en el proceso de contra- diccin con las propias creencias ideolgicas. 37 La sociedad libertaria..., pgs. 277-278. I 39

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  • 40 I

    ses europeos que ha proporcionado una informacin ms ri- gurosa, se ha trastocado la llamada peculiaridad espaola. Por lo dems, qu pas no es peculiar? Espaa no habra sido ms diferente que los otros y, an con su relativo retra- so en el desarrollo econmico y social, eligi una "va euro- pea" para acceder a lo que sera una sociedad avanzada. 38 Italia, Blgica, Suiza, Francia, Rusia y en menor medida Alemania y despus Amrica (Argentina, Uruguay, Mxico y EE.UU.), contaron con ncleos libertarios importantes. El hecho sustantivo es el anarcosindicalismo de la CNT y su permanencia organizada -especialmente a partir de 1914- 1915 hasta finales de los aos 30, con momentos de alza y baja, en todo caso un perodo histrico de 25 aos-. En Francia e Italia el sindicalismo, que tena la pretensin de alzarse como opcin revolucionaria propia, superadora de las divisiones ideolgicas del movimiento obrero, comienza a declinar a partir de la I Guerra Mundial y, sobre todo, con la revolucin rusa y la constitucin de los partidos comunis- tas. Espaa tampoco estar sola: Argentina, con el reforza- miento de emigrantes espaoles e italianos, cont con un movimiento similar a travs de la FORA. Si el anarquismo adquiri, por tanto, alguna consistencia mayor fue debido a su capacidad de incrustarse en el sindicalismo desde finales del siglo xix, logrando que ste pasara a la historia identifi- cado con objetivos libertarios -el anarquismo se transform en anarcosindicalismo o sindicalismo revolucionario-. 39

    Dicho lo cual habr que replantear qu nuevos enfoques podemos emprender a partir de ahora, en funcin de lo pu- blicado hasta la fecha, y en qu medida tenemos ms cono- cimiento del fenmeno considerado como un proceso hist- rico o si slo hemos aumentado el grado de informacin interna de la organizacin, los lderes o aquellos aconteci- mientos relevantes en los que intervino. A lo mejor esa gran pregunta sobre el arraigo ha servido para estimular la inves- tigacin y provocar algunas propuestas, pero sus limitacio- nes se han hecho evidentes y sirve ya de poco insistir en lo mismo; es algo parecido a plantearse sobre las causas globa- les de la extensin y permanencia del cristianismo en Europa. Qu tipo de interrogantes estamos, entonces, en disposicin de contestar?

    Donde las clases se transforman en pueblo

    Seguimos insatisfechos ante un fenmeno difcil de cali- brar y con escollos para encontrar una explicacin coherente y globalizadora que no constituya una suma de variables cuyo grado de incidencia resulta siempre complicado de evaluar. * En general, ya lo hemos dicho, sobre el movi- miento libertario en Espaa existe un nivel de conocimiento

    38 Vid. M. Prado de la Escosu- ra, De imperio a nacin. Creci- miento y atraso econmico en Es- paa. 1780-1930, Madrid, 1988. 39 Una versin que contina certi- ficando la peculiaridad del anar- quismo espaol, en Gerald H. Meaker, La izquierda revolucio- naria en Espaa. 1914-1923, Bar- celona, 1978: "Mientras que en otros pases europeos el anarquis- mo, como compromiso ideolgi- co, estuvo limitado a un nmero relativamente pequeo de intelec- tuales y desclasados, en Espaa [. . .] asumi la forma de un movi- miento de masas y de un sustituti- vo de la religin para los deshere- dados, que hacia 1900 abarcaba a muchos miles de campesinos en Andaluca y otros lugares del sur, y mantena grupos en Barcelona y otras ciudades", pg. 16. Tambin E. J. HOBSBAWM (Vid. Revolucio- narios, Barcelona, 1978), seala que despus de la I Guerra Mun- dial Espaa qued como un caso aparte, con la preponderancia del anarquismo hasta 1939. "La pe- nnsula ibrica tiene problemas insolubles, circunstancia comn, e incluso normal, en el 'tercer mundo', aunque extremadamente rara en Europa [...] Espaa es di- ferente. El capitalismo ha fracasa- do una y otra vez en este pas y lo mismo le ha ocurrido en la revo- lucin social." Pg. 107. Para el sindicalismo revolucionario euro- peo vid.: F. Ridley, Revolutio- nary Sindicalism in France. The direct action of its time, Cambrid- ge, 1970; Labor and socialist mo- vements in Europe before 1914, edited by Dick Geasy, Oxford, 1989; Anthony S. Baker, "Fer- nand Pelloutier and the making of Revolutionary Sindicalism", en Essay on Modern European Re- volutionary History, edited by Bede K. Lackner and Kenneth Roy Philp, University of Texas at Arlington, 1977; vid. tambin en este mismo nmero: Marcel van der Linden and Wayne Thorpe, "Auge y Decadencia del Sindica- lismo Revolucionario". 40 J. lvarez Junco, en "Mane- ras de hacer historia: los antece- dentes de la Semana trgica",

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  • -an con sus limitaciones- probablemente mayor que de otros temas del siglo xx. Sabemos bastante de las bases ideo- lgicas, conocemos bien el proceso de constitucin de la CNT y su trayectoria hasta 1939, sus luchas internas, sus polmicas, los enfrentamientos entre estrategias, la biografa de sus lderes y las resoluciones de los Congresos. Hemos matizado, tambin, el papel relativo de los anarquistas en la direccin sindical, sus propuestas revolucionarias y la litera- tura de creacin o de anticipacin sobre el futuro publicada en las varias editoriales o diarios y revistas que fundaron y distribuyeron desde finales del siglo xix.

    Llegados a este punto tendremos que dar el salto y plan- tear la relacin que pudiera existir entre esa ideologa, ya suficientemente limitada en los estudios, y los que se adhi- rieron a ella. En qu medida, por tanto, el anarquismo co- rrespondi a una concepcin vinculada a una clase social, o a segmentos de esa clase. Aunque el movimiento libertario estuvo promovido en Espaa, principalmente, por obreros y campesinos, el anlisis marxista clsico interpretara que el anarquismo fue una desviacin de la autntica conciencia de clase, al rechazar el "socialismo cientfico" como la expre- sin de los intereses proletarios, a pesar de que aqul plan- te una alternativa revolucionaria al capitalismo. Seran sec- tores en retroceso en el proceso de evolucin de ste -artesanos, campesinos, o pequea burguesa-, quienes uti- lizaran la ideologa crata para la defensa de sus reivindica- ciones, convirtindose en un aliado objetivo de la burguesa. As lo segua argumentando, con mayor contundencia si cabe, el marxista alemn Wolfgang Harich en su crtica del neoanarquismo surgido a finales de los aos sesenta del pre- sente siglo: su inconsistencia terica y la falta de un aparato racional evidenci una "impaciencia revolucionaria", con- sustancial con su historia como el marxismo haba reiterada- mente sealado: "[...] ser anarquista, proclama Harich, quiere decir considerar a la revolucin [...] como algo ac- tual bajo cualquier circunstancia, y por lo tanto, querer rea- lizar ya incondicionalmente los propios ideales sobre la so- ciedad del futuro, sobre las relaciones interhumanas, en las cuitas cotidianas, en las formas de lucha y en las estructuras organizativas del inmediato presente. Con la consecuencia de despolitizarlas. Y precisamente aqu radica el peligro: grata a las fuerzas sociales de oposicin decidida por su total negacin de lo existente, fascinante como resulta para los impacientes gracias a su radical determinacin de cam- biarlo todo [...]". 41

    Pero las cosas no son tan simples, porque la misma dis- cusin sobre el papel de la ideologa tiene ya una amplia tra- dicin en la sociologa del conocimiento y, desde Marx, mu- chas han sido las reflexiones sobre la conexin entre aqulla y las condiciones sociales dadas. 42 No supone ninguna origi-

    Zona Abierta, n. 31, Madrid, 1974, pgs. 41-92, analiza una serie de libros publicados que han proporcionado un conocimiento exhaustivo de algunos aspectos del movimiento libertario espa- ol. Del libro de X. Cuadrat, Socialismo y anarquismo en Ca- talua. Los orgenes de la CNT, Madrid, 1976, afirma que propor- ciona "una serie de datos definiti- vos sobre el obrerismo organiza- do cataln de la primera dcada del siglo, imprescindible para es- pecialistas. Pese a sus defectos formales, alcanza el objetivo que se propone. Sus lmites, lo espe- cializado de su visin, que le resta "totalidad". Es difcil justifi- car, en un libro de este ttulo, la inexistencia de unas referencias panormicas generales sobre la poblacin obrera de Catalua" (pg. 88). Igualmente afirma: "Otro autor, que tampoco es histo- riador de formacin, sino jurista, Antonio Bar {La CNT: los aos rojos, 1910-1926, Madrid, 1981) ha escrito [...] una obra centrada en los aos 1910-1926, en la que analiza hasta el agotamiento el proceso de introduccin del sindi- calismo revolucionario en Espaa, definiendo con verdadero punti- llismo los trminos" (pg. 79). 41 Wolfgang Harich, Crtica de la impaciencia revolucionaria, Barcelona, 1988, pg. 68. 42 Vid. Tom B. Bottomore, "Marx y Manheim", pgs. 56-62 y Hans Speier, "La determina- cin social de las ideas", pgs. 80-97, en Historia y elementos de la sociologa del conocimiento, Tomo I, Seleccin de Irving Louis Horowitz, Buenos Aires, 1964; Karl Manheim, Ideologa y Uto- pa, Mxico, 1987, segunda edi- cin (primera en alemn en 1936); Paul Ricoeur, Ideologa y Utopa, Barcelona, 1989. En rela- cin con la caracterizacin de las ideologas. Vid. F. Rossi-Laudi, Ideologas, Barcelona, 1980; Ni- colas Abercrombie, Stephen Hill y Bryan S. Turner, La tesis de la ideologa dominante, Ma- drid, 1987 (en especial el apndi- ce "El concepto de ideologa"). 41

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  • 42 I

    nalidad, a estas alturas, afirmar que para el marxismo el pensamiento ideolgico es algo circunstancial, ceido a un tiempo histrico, un atraso, en suma, que habr que superar para llegar a la ciencia, y en ese instante no deber existir distinciones entre "ciencias de la naturaleza" o "ciencias hu- manas". Habr una sola. "La teora de la ideologa, dice Bottomore, no se presenta como una nueva epistemologa, y Marx no la habra desarrollado como lo hizo si no hubiera credo de antemano que las doctrinas que atacaban eran fal- sas. Su teora del conocimiento era simplemente, la de las ciencias naturales."43

    En los aos 30, Manheim, que bascul entre el marxis- mo y la influencia de Max Weber, intent profundizar en el tema en su libro, ya clsico, Ideologa y Utopa, en el que desde un relativismo histrico (historicismo) atribuye a cada perodo su propio ideario, que puede devenir en utopa cuando se intenta trascender la realidad y tiende a sustituir el orden existente por otro que se antoja definitivo para so- lucionar los problemas sociales. Sin entrar en la polmica sobre las dificultades que esta distincin tiene, u Marx, segn Manheim, super la orientacin psicologista del tr- mino. "La ideologa, destaca Ricoeur, ya no es slo un fen- meno psicolgico relativo a los individuos, ya no es una de- formacin como la mentira, en el sentido moral, o como el error, en un sentido epistemolgico. La ideologa es, en cambio, la estructura total del espritu caracterstico de una formacin histrica concreta."45 No obstante, la concepcin de Manheim ha influido en la interpretacin del anarquis- mo, aunque en una medida menor que Marx y Engels en sus polmicas con los pensadores anarquistas o en los conoci- dos avatares que se desencadenaron durante la I Internacional. 46

    En efecto, no es infrecuente la atribucin de "utpicos" a los anarquistas -o romnticos, que viene a ser lo mismo-47 para clasificarlos dentro de la historia del pensamiento, aun- que esto resulte tambin poco significativo. El mismo con- cepto de utopa no es de los que sirven para aclarar mucho las cosas. 48 Qu hacemos despus de atribuirle tal denomi- nacin? Nada habremos resuelto, porque sigue pesndonos esa realidad de un nmero de trabajadores y trabajadoras, campesinos y campesinas, que creyeron en aquellas formu- laciones que oan, lean -o les lean-, y les relataban en los talleres, fbricas, ateneos, casas del pueblo, o en plazas de ncleos rurales mientras esperaban a ser contratados, even- tualmente, en las cuadrillas de trabajo para las faenas del campo y a quienes encajaban bajo el ttulo genrico de anar- quismo.

    La investigacin ha estado condicionada por el acceso a una determinada documentacin, y en ello la prensa, los fo- lletos o libros editados han sido elementos bsicos para cen-

    43 Tom B. Bottomore, op. cit., Pg. 58. 44 Vid. V Vega y N. Sterh, The Sociology of Knowledge Dispute, London, 1987. 45 P. Ricoeur, op. cit., pg. 193. 46 Vid. Paul Thomas, Marx and the anarchists, London, 1980. 47 La utopa anarquista es el ttu- lo de un libro de A. Elorza, publi- cado en Madrid en 1973. Alvarez Junco tambin hace mencin de Manheim a la hora de exponer la catalogacin de este autor sobre los tipos de utopas contempor- neas. ("La ideologa...", pgs. 593-594). J. M. Macarro titula su obra sobre la Sevilla de los aos 30 La utopa revolucionaria. Sevilla en la II Repblica, Sevilla, 1985. Su pretensin va ms all del estudio del anarquismo o anarcosindicalismo, intentando en- garzar los discursos de las organi- zaciones de izquierdas con su prctica poltica y sindical en el marco de unas condiciones socia- les y econmicas dadas y en rela- cin con el conjunto de la situa- cin espaola lo que proporciona una superacin del localismo his- trico. 48 Vid. ngela Sierra, Las Uto- pas, Barcelona, 1987; Frank E. Manuel, Fritzie P. Manuel, El pensamiento utpico en el mundo occidental, 3 tomos, Madrid, 1984; Melvin J. Lasky, Utopa y revolucin, Mxico, 1976.

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  • trar las preocupaciones de estudiosos que han trabajado desde diversas perspectivas: la historia poltica, la historia de las ideas, la economa o la formacin jurdica. Ya sabe- mos que el ojo del amo engorda el caballo, pero los distintos enfoques han enriquecido, sin duda, el anlisis. Pero el pro- blema es otro. Todava no ha habido correlacin entre la cantidad importante de obras y artculos que, en estos aos, han salido a la luz en Espaa sobre qu debemos entender por clases sociales y en qu medida stas se van articulando en la sociedad contempornea, y el trabajo prctico del his- toriador. No pretendo que un estudio como el de E. P. Thompson en La formacin de la clase obrera en Inglaterra pudiera tener fcilmente su rplica en el panorama espaol, pero algunas de las polmicas que este libro ha suscitado han sido conocidas directamente o por traducciones, lo que sin duda, ha proporcionado un saludable resultado: sacar la discusin terica sobre las clases del nivel esterilizante y es- colstico de los manuales del marxismo. 49 Estudiar empri- camente qu caractersticas tienen aqullas en un momento histrico determinado, y en qu medida se configuran en el proceso de lucha, o estn principalmente condicionadas por el proceso de produccin, supone intentar fundir la realidad histrica con la reflexin terica.

    No resulta fcil delimitar las clases sociales. La discu- sin, desde Marx hasta la fecha, ha sido intensa, pero si marginamos el esquematismo terico que pretende, desde un a priori, establecerlas con total nitidez, y nos ceimos al estudio histrico emprico de cmo configuraban sus pro- puestas y en qu medida se enfrentaban, pactaban o se coa- ligaban, tal vez obtengamos mejores respuestas o hagamos preguntas ms adecuadas en relacin con la utilizacin de las bases ideolgicas anarquistas. En caso contrario puede ocurrir que el estudio de sus elementos no se corresponda con exactitud con esa "conciencia de clase" porque sus lmi- tes se entremezclan con otras opciones polticas que, en teo- ra, forman parte de otros sectores o clases sociales. El pro- ceso lo ha descrito ntidamente lvarez Junco al rememorar la relacin con el material de su investigacin y apreciar las vinculaciones entre anarquismo y republicanismo o radical- liberalismo: "Las fronteras de la realidad histrico-social son siempre ms borrosas de lo que pueden hacer creer las etiquetas polticas. Sera, por ejemplo, interesante pregun- tarse si lo que clsicamente se llamaba anarquista era algo realmente distinto de un republicano o un 'progresista' en general. Porque los fenmenos histricos estn tan impreg- nados por su entorno -por delante, por detrs, por los lados: esto es en cuanto a antecedentes, a consecuencias, a conta- gios culturales sincrnicos- que su absoluta originalidad es siempre problemtica. Esto es, quiz, lo que ms me sor- prendi cuando estudi hace aos la ideologa del anarquis-

    49 De La Formacin de la Clase Obrera en Inglaterra existen dos ediciones en castellano, Barcelo- na, 1977 y Barcelona, 1989. La concepcin de clase social mante- nida por E. P. Thompson ha dado lugar a distintas polmicas, a las que l mismo contribuy con Miseria de la Teora, Barcelona, 1981. P. Anderson, Considera- ciones sobre el marxismo occi- dental Madrid, 1979; Teora, Poltica e Historia. Un debate con E. P Thompson. Madrid, 1985. Erik Olin Wright, Clases, Crisis y Estado, Madrid, 1983. La revista Zona Abierta (Madrid) ha publicado diversos trabajos sobre el tema: E. M. Wood, "El con- cepto de clase en Thompson", n. 32: G. E. M. de Ste. Croix y D. Plcido, "Las clases en la Antigedad", n. 32; Miguel A. Canzos, "Clase, accin y estruc- tura: de E. P. Thompson al pos- marxismo", n. 50; J. lvarez Junco, "A vueltas con la Revolu- cin Burguesa", n.os 36-37, y M. Prez Ledesma, "El proletariado y las revoluciones proletarias", n.08 36-37. Vid. tambin Gareth Stedman Jones, "Cultura y pol- tica obreras en Londres, 1870- 1900: notas sobre la reconstruc- cin de una clase obrera", En Teora 8/9, Madrid, 1982; S. Julia, "Marx y la clase obrera de la revolucin industrial", En Teo- ra, 8/9; S. Julia, "Anderson con- tra Thompson: tregua en la larga disputa", En Teora 6, Madrid, 1981; M. ngeles Duran, "Notas sobre la teora marxista de la clase media", Sistema, n. 22, Madrid, enero 1978; Guglielmo Carchedi, On the Economic Identification of Social Classes, London, 1977; N. Laurin-Fre- nette, Las teoras funcionalistas de las clases sociales. Sociologa e ideologa burguesa, Madrid, 1985; y R. Garca Duran, El concepto de clase social, Barce- lona, 1975. En una perspectiva anterior: G. Gurvitch, Teora de las clases sociales, Madrid, 1971 y Sylos Labini, Assaig sobre les classes socials, Barcelona, 1979. Elementos del problema pueden verse en Harvey J. Kaye, Los his- toriadores marxistas britnicos I 43

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    mo espaol en los aos treinta: que se hallaba plenamente inserto en el marco intelectual del racionalismo liberal. Si la premisa indiscutida era que esta ltima ideologa correspon- da a la 'burguesa en ascenso', clase radicalmente opuesta a la proletaria combatiente que se supona representaban los anarquistas, habr que comprender la perplejidad con el re- sultado". 50 Es ste uno de los puntos claves: "La premisa indiscutida" que probablemente llev al propio lvarez Junco y a Prez Ledesma a distanciarse de los enfoques que presidan las historias del movimiento obrero51 y que, de al- guna manera, conecta con las afirmaciones de Pere Gabriel de "desenterrar del olvido todo un ingente y marginado mo- vimiento obrero de carcter sindical, un movimiento obrero a menudo muy interrelacionado con el republicanismo". 52

    En realidad no creo que ni tan siquiera existiera alguna premisa sistemticamente articulada. El trabajo del historia- dor se realiz durante mucho tiempo en un gran vaco teri- co, y slo un empirismo constante, acumulativo y volunta- rioso iba desentraando el pasado. 53 Nuestro nivel de anlisis estaba lejos de formular alguna respuesta suficientemente trabada, ya fuera desde un marxismo ortodoxo o desde un liberalismo fiincionalista. Todo pareca deducirse y enfocar- se en funcin de los documentos manejados para elaborar intuitivamente alguna matizacin a explicaciones ya realiza- das. En ocasiones algunos aprendimos de Josep Fontana los esquemas de interpretacin histrica, y es de buena crianza agradecer su labor, pero fuimos incapaces de ir ms all, sin discutir o superar sus propuestas. Por eso, cuando ms se profundizaba en los materiales de archivo y la realidad apa- reca ms compleja, era normal entrar en crisis con aquellas primeras impresiones, sin fundamento slido. An recuerdo el impacto de La Rosa de Fuego, de Romero Maura, autor formado en los crculos intelectuales britnicos, que con una prosa gil y bien construida, inusual para los textos de la poca, estableca una interpretacin-defensa del lerrouxis- mo. Escribir libros bien trabados, que combinaran un estilo literario apto para la lectura de un gran pblico con un rela- to fiel a los documentos, como ocurra, por otra parte, en la tradicin historiogrfica europea, sin grandes pretensiones interpretativas, no fue tampoco un camino muy transitado. Era necesario incidir en el carcter cientfico de la historia del movimiento obrero. Pero pretendamos algo ms, quera- mos no slo descubrir lo que pas, sino por qu pas, y para ello nuestro bagaje terico-social era escaso. 54

    Nuestra tradicin no entroncaba precisamente con el platonismo: exista, en general, un vaco de ideas previas sobre lo que deberamos buscar en nuestros trabajos, que se iban formalizando en la prctica, con el material descubierto en los archivos. Estbamos, ms bien, con una mente rasa,

    (Edicin y Presentacin a cargo de J. Casanova), Zaragoza, 1989. 50 J. lvarez Junco, "El anar- quismo en la Espaa...", op. cit., Pg. 43. 51 J. lvarez Junco, M. Prez Ledesma, "Historia del movi- miento obrero. Una segunda rup- tura?", Revista de Occidente, n. 12, Marzo-Abril, Madrid, 1982. 52 Pere Gabriel, "Historiografa reciente...", pg. 51. 53 Vid. J. A. Piqueras, "El abuso del mtodo, un asalto a la teora", en La Historia Social Contempo- rnea, Santiago Castillo (coord.). Madrid, 1991, pgs. 87-110. 54 El estudio de J. Alvarez Junco sobre el lerrouxismo, El empera- dor del paralelo, Madrid, 1990, ha pretendido, precisamente, su- perar esta situacin: imbricando aquel movimiento poltico con las aportaciones tericas de la socio- loga y la ciencia poltica, al tiem- po que se desea ofrecer un buen producto literario. En este caso el anarquismo ya no es el centro del problema.

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    } 8

    I Alejandro Lerroux con los concejales del Ayuntamiento de Barcelona elegidos en mayo de 1910

    dispuesta a recibir datos y jugar con ellos desde una forma- cin ms sentimental que terica. Ello no fue obstculo para hacer buenas monografas, que proporcionaron un conoci- miento riguroso de muchos aspectos del movimiento liberta- rio. En esta situacin, comparable por lo dems al estudio de otros temas o perodos, las polmicas histricas forneas -especialmente britnicas- tuvieron escasa incidencia en la construccin histrica. Y as, los investigadores espaoles del anarquismo an estamos en fase de aceptarlas o censu- rarlas; giramos -como ya sealbamos- en torno a explica- ciones que, hace tiempo, realizaron, en medio de los emba- tes de una poca, tanto los protagonistas de las luchas sociales como autores extranjeros. Por mucho que critique- mos o maticemos a Hobsbawm o Brenan, nadie como ellos ha sabido configurar una explicacin del fenmeno, y nin- guno de nosotros -historiadores, socilogos, economis- tas. . .-, nos hemos atrevido a algo parecido.

    En esa perspectiva era lgico caer en la perplejidad al comprobar que el lenguaje anarquista de obreros y campesi- nos espaoles, que supuestamente deba ser una manifesta- cin ntida de la conciencia de clase revolucionaria, entron- caba con muchos de los argumentos utilizados por los I 45

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    republicanos, enfrascados en cambiar el rgimen de la Restauracin. Su bagaje ideolgico, extrado de la tradicin radical decimonnica, haca que el pueblo -y no la clase- se elevara por encima de todos los estorbos polticos para pro- clamar una repblica, que habra de ser expresin de la ma- yora de sectores sociales. A lo mejor, cuando los investiga- dores descubrieron a los republicanos, se hicieron como ellos, del mismo modo que las historias del movimiento obrero rezumaban identificacin con los protagonistas de un pasado recuperado, que haba permanecido marginado du- rante un tiempo en la etapa franquista. Como ha sealado J. Pro Ruiz, "cuando en la eleccin del tema de estudio pesan consideraciones hacia una 'causa justa' es fcil que al cabo de los aos el sndrome de Estocolmo afecte a las relaciones del historiador con su tema". 55

    Aquellos republicanos, supuestamente representantes de las clases medias -intelectuales, profesionales, profesores, abogados...-, pequea burguesa, burguesa progresista, pretendan "modernizar" el pas rompiendo los obstculos de un Estado escasamente eficaz, con unos dirigentes que no daban respuestas adecuadas a los problemas de la socie- dad espaola, empeada en solucionar el secular problema agrario, la progresin industrial y la integracin de los sec- tores marginales -obreros y campesinos- en la configura- cin del nuevo rgimen. 56 Y en esta situacin, a pesar de que los anarquistas propugnaban una sociedad diferente y pujaban por llegar a ese mundo sin Estado ni trabas institu- cionales, libres, iguales y con una propiedad colectivizada bajo la armona del comunismo libertario, proclamado en el Congreso de la Comedia de 1919, los estratos ideolgicos libertarios entroncaban con muchos de los elementos cultu- rales que difundan en la prensa, en el caf o en los ateneos, muchos republicanos.

    As, esta complejidad pareca desechar un anlisis de las clases que pudiera ser tildado de marxismo mecanicista y poco flexible para entender la realidad espaola entre 1869 y 1939. Podra ser ms exacto hablar de "pueblo", expresin que aglutina a todos aquellos sectores que se coaligan por encima de las clases, habida cuenta de la estructura econ- mica y social del pas, que mantena unas proporciones im- portantes de campesinos sin tierra, artesanos, pequeos co- merciantes, obreros de oficios o patronos ms vinculados a los talleres que a las grandes fbricas, y por tanto, obreros familiares que aprendan el oficio en una relacin estrecha con el dueo de la empresa. Es este pueblo el que habra sa- lido a la calle el 14 de abril de 1931, con el propsito de construir un rgimen slido que consensuara el modo de re- solver los conflictos, aunque despus todo se frustrara por la agudizacin de los enfrentamientos sociales. Pero exista en las principales ciudades espaolas, limitadas en su creci-

    55 Recesin de Jacques Maurice, "El anarquismo andaluz", por Juan Pro, Revista de Historia Econmica, Ao IX, Madrid, Invierno 1991, n.M. 56 Para las implicaciones del con- cepto de modernizacin, Antonio Robles Egea, "Modernizacin y revolucin: socialistas y republi- canos en Espaa de entresiglos", en Populismo, caudillaje y discur- so demaggico, J. lvarez Junco (Com.), Madrid, 1987, pgs. 129- 136. Tambin, Carlota Sol, Mo- dernizacin; un anlisis sociol- gico, Barcelona, 1976.

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  • miento urbano e industrial y con una "relativa homogenei- dad de su trama urbana", 57 una cultura popular basada en la preeminencia "del pequeo artesano, el pequeo y medio comerciante y el obrero de oficio"58 que daba consistencia a esa comunidad popular porque aunque existe, segn Julia, una cultura obrera propia -anarquista o socialista- y una pa- tronal, "la pertenencia a una misma comunidad de producto- res, tangible fsicamente, extendi entre patronos y obreros una ideologa organicista que postulaba, con la diferencia corporativa de cada oficio, un vigoroso anhelo de progreso que cada cual entenda como mejora de su propia posicin, pero que en ningn caso era incompatible con la superior ar- mona de clase exigida por el organismo social". 59 Slo a medida que progrese un capitalismo moderno y aparezca un sindicalismo revolucionario conectado a los nuevos espacios urbanos e industriales, se evidenciar un tipo de estructura social distinta, sin que por ello dejen de reforzarse los vn- culos tradicionales de los trabajadores de oficios.

    En esta tesitura resulta coherente que el anarquismo tenga elementos de ese patrimonio cultural comn y, espe- cialmente, cuando no pretende presentarse como una ideolo- ga de clase, en contraposicin al socialismo marxista, y propone la liberacin de la humanidad entera: "el comunis- mo libertario, llega a decir Federico Urales, no es un ideal de clase, y por tanto no tiene que estar defendido solamente por los trabajadores, sino por cuantos individuos lo sosten- gan, aunque no dependan de un jornal". a

    No obstante, hay estudios que pretenden conectar la si- tuacin de aquellos sujetos que adoptaron el anarquismo con el papel que desempeaban en el proceso de trabajo. Cojamos algunos ejemplos: Balcells lo intent en La crisis del anarcosindicalismo y el movimiento obrero en Sabadell entre 1930 y 1936. 61 Ante unas condiciones industriales dadas se insertaba la estrategia reivindicativa y las contra- dicciones que ella produjo en el seno de la CNT. Algo pare- cido a lo que pretendi el discutido trabajo de Temma Ka- plan, 62 Los orgenes sociales del anarquismo en Andaluca, sobre la racionalidad de las propuestas anarquistas, circuns- crito en realidad a la comarca de Jerez. El ambicioso estudio de Jacques Maurice El anarquismo andaluz. Campesinos y Sindicalistas, 1868-1936, retoma el problema de las reivin- dicaciones de los agricultores y el sindicalismo anarquista. 63 Eduardo Sevilla Guzmn apunta en su caracterizacin del anarquismo agrario la similitud con el populismo ruso, lo que da pie a algo insuficientemente desbrozado en nuestra historiografa: la comparacin con fenmenos de entornos parecidos. M La vinculacin entre anarquismo y la estructura agraria gallega ha sido abordada por J. A. Duran. 65 Pero tal vez el estudio ms ambicioso, paradjicamente circunscrito a un mbito provincial, sea el de Luis Garrido Gonzlez Ri-

    57 S. Julia, "De revolucin popu- lar a revolucin obrera", Historia Social, n. 1, Valencia, primavera- verano, 1988, pg. 31. 58 Ibid., pg. 33. 59 Ibid., pg. 33. 60 F. Urales, "De la teora a la prctica del anarquismo", La Revista Blanca, n. 272, Barcelo- na, 19 de abril de 1934. 61 A. Balcells, Trabajo indus- trial y organizacin obrera en la Catalua contempornea (1900- 1936), Barcelona, 1974, pgs. 183-320. 62 Para una crtica de las propues- tas de Temma Kaplan, Barcelona, 1977, vid. J. lvarez Junco, "Sobre el anarquismo y el movi- miento obrero andaluz", Estudios de Historia Social, 10-11, Madrid, 1979. 63 (Barcelona, 1989). Mantengo algunas discrepancias de plantea- miento con el trabajo de Maurice, quien establece unas estrechas re- laciones entre difusin del anar- quismo y las organizaciones sin- dicales de campesinos. Pienso que los presupuestos tericos li- bertarios y el nivel de reivindica- cin de los jornaleros y pequeos campesinos no tienen siempre una conexin fcil. El anarquismo no pudo articular un sindicalismo permanente en el campo, a pesar de los datos proporcionados por Maurice para Andaluca, y ade- ms, las organizaciones agrarias tuvieron, en la mayora de los casos, expectativas muy reformis- tas, que incidan sobre todo en la jornada y en las condiciones de trabajo. Su adscripcin a la CNT o la UGT no estaba prefijada y era frecuente, en funcin de cmo se concretaban los intereses, que se pasaran de una a otra. El socia- lismo fue adquiriendo en el cam- po andaluz una presencia impor- tante, pinsese en la FNTT, mientras que, salvando perodos de gran tensin reivindicativa -1917-1919, por ejemplo- la CNT tuvo dificultades para consolidar- se. Los campesinos fueron "sacri- ficados" por los dirigentes anarco- sindicalistas de las grandes ciu- dades -Barcelona, Valencia, Zara- goza, Sevilla o Madrid- que es donde se concentraba su fuerza. I 47

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    queza y Tragedia social Historia de la clase obrera en la provincia de Jan (1820-1939) (Jan, 1990), que aspira a la comprensin del proceso de formacin del proletariado jien- nense y su relacin con las ideologas sociales o los movi- mientos reivindicativos.

    Todos los trabajos desean dar una explicacin convin- cente de las relaciones entre anarquismo y condiciones so- ciales, pero ninguno proporciona respuestas plenamente sa- tisfactorias de por qu se produce esta fusin, cul es, en suma, la gnesis de esta conexin. Sin embargo, no parece que estemos en disposicin de responder, todava, en fun- cin de qu se eligi el lenguaje anarquista para articular la protesta. Hace ya aos, A. M. Calero sealaba que el anar- quismo andaluz, y en concreto el de la provincia de Granada, se haba extendido como consecuencia de tres va- riables: la anticipacin de los lderes en el mercado revolu- cionario, es decir, la importancia que tiene a la hora de con- quistar un espacio revolucionario llegar los primeros con su prdica a una zona o comunidad; la eficacia para articular las reivindicaciones, y en tercer lugar, el desengao de la poltica. a Las dos ltimas estn dentro de lo ya manifestado por otros autores, pero resulta novedosa la primera: Puede ejercer alguna influencia que los campesinos o trabajadores industriales, que para el caso es lo mismo, se vinculen a una ideologa segn quienes fueron los pioneros en su tradicin? Pablo Fusi piensa lo mismo para la extensin del sindicalis- mo en la zona industrial y minera de Vizcaya. La propagan- da anarquista, relata Fusi, resultaba escasamente original para aquellos obreros que tras un mitin celebrado en Ortuella en diciembre de 1891, en el que intervinieron lde- res anarquistas -entre ellos Malatesta-, manifestaban: "Esto ya lo hemos odo muchas veces a los socialistas". 67

    No creo que exista en los trabajadores y campesinos una actitud neutra, a la que impregnan las ideologas en funcin de la disponibilidad de "un mercado" virgen, porque a la postre, se elige aquello con lo que ms se identifican a la hora de reivindicar los cambios sociales, aunque es intere- sante destacar que, en muchos casos, los mensajes de socia- listas y anarquistas eran intercambiables, -"esto ya lo hemos odo"-. Pero por esa razn, para poder dar un salto en la in- vestigacin, habr que conectar el lenguaje que atribuimos a los libertarios y las condiciones de quienes se vinculan a ellos en cada lugar. No es lo mismo el crata descrito por Daz del Moral en el campo andaluz que, por ejemplo, el trabajador de los oficios o industrias de Barcelona, Tarrasa o Sabadell, el jornalero valenciano, el artesano de muchos talleres o el obrero de las nuevas industrias de servicios -Gas, Tranvas, Aguas, Construccin. . .-. Existe, por tanto, alguna posibilidad de conocer cmo se genera la vincula- cin con el anarquismo?

    Comparto la crtica de Pro Ruiz (op. cit.), sobre el libro de Mauri- ce: "No hay una discusin previa de los conceptos utilizados en el anlisis del campesinado andaluz. Desde el comienzo del libro apa- rece el "proletariado agrcola" como un personaje con entidad propia, una clase, sin atender a su proceso de formacin ni a la me- dida en que el movimiento anar- quista pudo influir en dicho pro- ceso, tampoco se exploran las posibilidades del concepto de co- munidad campesina para el estu- dio de las luchas agrarias andalu- zas" (pg. 230). Una perspectiva del sindicalismo agrario en J. A. Piqueras, "Sindicatos y mbitos sindicales", Historia Social, n. 9, Valencia, invierno, 1991. Tam- bin, Luis Garrido Gonzlez, Riqueza y Tragedia social..., op. cit. 64 Eduardo Sevilla Guzman, "Hacia una caracterizacin del anarquismo agrario", en Anar- quismo y movimiento jornalero en Andaluca, E. Garca Guzman y Karl Heisel (eds.), Crdoba, 1988. En La Sociedad Libertaria mani- festaba: "No olvidemos nunca que el anarquismo espaol y la CNT estuvieron siempre en manos de los obreros. Tcnicos y universita- rios apenas contaron [...]. Podra- mos decir que el anarquismo se convirti en una especie de popu- lismo ruso, pero al revs, es decir, aqu no son aristcratas o intelec- tuales los que pretenden interpre- tar la realidad que viven, sino tra- bajadores de todos los oficios que extraeran el material de sus con- clusiones a partir de sus expe- riencias", pg. 271. Vid. tambin Carlos Gimnez Romero, "La po- lmica europea sobre la comuni- dad aldeana. 1850-1900", espe- cialmente el apartado "Populistas y anarquistas", en Agricultura y Sociedad, n. 55 (abril-junio), Ma- drid, 1990, pgs. 36-41. 65 J. A. Duran, Crnicas 2. Entre el anarquismo agrario y el libre- pensamiento, Madrid, 1977; Cr- nicas 3, Entre la Mano Negra y el nacionalismo galleguista, Madrid, 1981. 66 Antonio M. Calero "Los por qu del anarquismo andaluz.

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  • El predominio de la accin

    Podramos tomar como modelo la aportacin de Gareth Stedman Jones sobre la "reconsideracin del cartismo", para recomponer el sentido que adquiri el anarquismo en el con- texto social de la Espaa de aquellos aos, y analizar de qu forma el lenguaje que utiliz se engarza con las espectativas de cambio. "Ese vocabulario poltico debe ser, segn Jones, lo suficientemente amplio y adecuado para permitir que sus adhrentes utilicen el lenguaje a fin de enfrentarse a los pro- blemas cotidianos de la experiencia poltica y social, elabo- rar tcticas y lemas utilizndolo como base y resistirse a los intentos de los movimientos contrarios de apropirselo, rein- terpretarlo o sustituirlo."68

    El anarquismo fue una esperanza global de cambio so- cial que se articul mediante diversos lenguajes fracciona- dos que sirvieron a campesinos y trabajadores de los oficios e industrias para sus reivindicaciones, y slo mantenan como principal lazo de unin la negacin de la participacin poltica, aunque esto tambin acabara por no cumplirse. Como dice John B. Thompson, reflexionar sobre la ideolo- ga es "en cierta parte y en cierto modo, estudiar el lenguaje en el mundo social. Es estudiar los modos en que los mlti- ples usos del lenguaje se cruzan con el poder, alimentndo- lo, sostenindolo, representndolo". 69 Este fraccionalismo del lenguaje hizo que el anarquismo tuviera adhesiones en sectores no especficamente obreros -literatos principal- mente-, que lo asumieron para reclamar la libertad de crea- cin y un vago sentimiento igualitario. Sin embargo, cuando el sujeto tiene la condicin de trabajador de un taller, una f- brica, o jornalero sin tierras, la reivindicacin se plasma de manera diferente: lo sustantivo es la lucha por obtener mejo- ras laborales y para ello la articulacin a travs del anarquis- mo tiene connotaciones distintas y representa una opcin propia de ciertos medios obreros y campesinos. La denomi- nada "conciencia de clase" acta de manera autnoma en funcin de dinmicas sociales variadas. Si damos existencia propia a la clase, por encima de sus manifestaciones polti- cas o culturales, sta no genera una necesidad determinante de encauzarse en una sola direccin ideolgica, como se ha hecho evidente a lo largo de la historia. Slo as podemos analizar -y entender- movimientos interclasistas y populis- tas que tuvieron aceptacin en los medios proletarios (sindi- calismo catlico, lerrouxismo, blasquismo o fascismo). Sin embargo ello no supone contemplar que stos -o algunos de ellos-, reconstruyan la conciencia de clase obrera, aunque sea desde una perspectiva diferente a la marxista o anarquis- ta. Al final los movimientos sociales obreros europeos sue- len plantear opciones de clase, acaban separndose y reali-

    Aportaciones del caso de Grana- da", en Movimiento obrero, polti- co y literatura en la Espaa con- tempornea, Madrid, 1974, pgs. 67-85. 67 J. P. Fusi, Poltica obrera en el Pas Vasco (1888-1923), Madrid, 1975,pg.73. 68 Gareth Stedman Jones, "Re- consideracin del cartismo", en Lenguajes de clase. Estudios so- bre la historia de la clase obrera inglesa, Madrid, 1989. 69 J. B. Thompson, "Lenguaje e ideologa", en Zona Abierta, n.* 4 1 -42, Madrid, 1 974, pg. 1 60. I 49

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    zando su dinmica propia; sta es al menos, ntidamente, la perspectiva histrica hasta los aos 40 del siglo xx.

    Su configuracin como alternativa revolucionaria se fue construyendo desde la I Internacional, pero se hizo ms pe- rentoria a raz de la revolucin rusa por la necesidad de plantear propuestas distintas si no quera diluirse en el mo- vimiento comunista surgido con la III Internacional, o desa- parecer, como sucedi en muchos pases tras la I Guerra Mundial. Precisamente el anarcosindicalismo, o sindicalis- mo revolucionario, quiso ser una sntesis entre la teora mar- xista del anlisis de clase o de su concepcin del proceso histrico y la tradicin anarquista de lucha sin intermedia- rios polticos. El sindicato habra de ser, a la postre, el ver- dadero cauce para articular la abolicin del capitalismo y la construccin del nuevo mundo. Y en esto la CNT fue fiel hasta sus ltimas consecuencias: sus principales dirigentes haban bebido de las fuentes ideolgicas anarquistas y esta- ban dispuestos a admitir cualquier elemento que supusiera el triunfo de una revolucin que habra de prescindir de todo tipo de dictadura y establecer unas nuevas relaciones pro- ductivas, al tiempo que se fraguaba una nueva moral y se daba a la luz otra cultura alternativa a la burguesa impe- rante.

    Desde esta perspectiva el anarquismo contena en sus di- versos componentes ideolgicos, que provenan de distintas lneas del pensamiento contemporneo, una amplia versatili- dad para facilitarle la disposicin a entenderse con cualquier movimiento poltico en trminos ideolgicos, siempre que se aceptaran algunas de sus expectativas, y por tanto con la posibilidad de converger en determinados aspectos con sec- tores republicanos, sobre todo cuando se trataba de cuestio- nes que pudieran significar cambios sustanciales en aquello por lo que los anarquistas haban reiteradamente luchado: anticlericalismo, libertad sexual y de pensamiento, educa- cin libre e igualitaria para ambos sexos, creencia en el pro- greso constante de la ciencia, defensa de la naturaleza o prcticas como el excursionismo, el antitabaquismo, las so- ciedades corales o el antialcoholismo. De ah que represente muchas veces, en el terreno de las definiciones, algo dife- rente a su prctica revolucionaria, porque, ms que el socia- lismo marxista ortodoxo -socialista o comunista-, tena dis- ponibilidad para entenderse con los que defendan com- portamientos, ideas o actitudes morales que rompan con los vigentes. Es ste uno de los puntos que debemos tener en cuenta a la hora de caracterizar al anarquismo ya que en su seno estn los propios elementos de distorsin de su lengua-

    disgregador. Si era una ideologa formada por influencias diversas, y a veces contrapuestas, era factible su utilizacin en situaciones diferentes y, por tanto, con la posibilidad de plantear frmulas divergentes segn las ocasiones.

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  • El socialismo poda ser posibilista o no, revolucionario o reformista, pero crea -siguiendo a Marx- en un final inelu- dible donde la clase por antonomasia ocupara el poder e impondra sus condiciones, como antes lo haba hecho la burguesa. El anarquismo o anarcosindicalismo, que no practic regularmente una tctica reformista y que planteaba una lucha sin cuartel contra los que consideraba explotado- res, mediante la accin directa, tambin prefijaba, con su li- teratura de anticipacin revolucionaria que fue forjando, el final de la historia del capitalismo, pero no como triunfo de una clase, sino como colofn de la racionalidad humana, al margen del papel que cada uno ocupe en el proceso de pro- duccin. Su revolucionarismo poda, a la postre, por la flexi- bilidad de sus elementos, estar en mejor disposicin de en- tenderse o diluirse con otras fuerzas. Si hace falta, se entra en el gobierno -como hicieron en 1936-, si es preciso se co- lectiviza pero tambin se respeta al pequeo campesino, si hay diferentes opciones revolucionarias habr que pactar los espacios en que cada uno ejercite su experiencia, como pro- pusieron en plena guerra civil. Los anarquistas desechaban la prctica poltica, deseaban la abolicin de las institucio- nes estatales, queran la colectivizacin de campos, fbricas y talleres, pero salvaguardaban la libertad de pensamiento y de accin, y no admitan en ningn caso una organizacin disciplinaria, slo grupos reducidos de accin o de medita- cin. "En una organizacin, afirmara aos ms tarde Alberto Hernando reflexionando sobre la crisis de la CNT en el postfranquismo, el inters del conjunto de sus miem- bros debe primar sobre los intereses individuales o de grupo parcial. El acuerdo entre la totalidad de los componentes de la organizacin se regula con un cuerpo de normas que deben regir los mrgenes de derechos y deberes, los lmites de actuacin interna y externa. [...] La diferencia entre la CNT y otra organizacin reside en la complejidad de su fun- cionamiento orgnico."70

    Desarrollaron, por encima de otras consideraciones, una prctica basada en la preeminencia de la accin, sin que ella se correspondiera con una interpretacin nica de los proce- sos sociales. Lo sustancial desde Bakunin a Durruti, pasan- do por Peir o Pestaa, era demoler el viejo edificio capita- lista. Como propona para su discusin y aprobacin el sindicato del Ramo de la Alimentacin de Barcelona al Congreso de 1919 de la CNT, "La unin del proletariado or- ganizado debe hacerse a base de la accin directa". 71 Y en ello incidieron en cada etapa histrica, desde el terrorismo como eje de destruccin de los representantes sociales de un sistema explotador, hasta la presin sindical ejercida sobre patronos o Estado para acelerar, como proyecto global, el triunfo del comunismo libertario, por ms que no tenan una idea clara de sobre qu bases deba ser construido. De

    70 A. Hernando, "Nuevas cri- sis/viejas causas: la reconstruc- cin de la CNT en Catalua", en CNT. Ser o no ser. La crisis de 1976-1979, Suplemento de Cua- dernos de Ruedo Ibrico, Barce- lona, 1979, pg. 32. 71 Memoria del Congreso celebra- do en el Teatro de la Comedia de Madrid, los das 10 al 18 de di- ciembre de 1919. Toulouse, 1948, pg. 18. I 51

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    hecho, sera en plena II Repblica cuando algunas de las fi- guras ms representativas de aquellos aos, comienzan a configurar y a discutir el modelo alternativo a la sociedad capitalista. 72 Y en esta coyuntura afloraron tambin las disi- dencias a la hora de concretar qu hacer con la produccin, el consumo o los servicios. Y ello no es exactamente igual a la interpretacin de Harich de la "impaciencia revoluciona- ria" que, a mi entender, trasmite una caracterizacin psico- logista, lo que no es desdeable, pero en todo caso "la ac- cin" tiene unas connotaciones ms objetivables que "lo impaciente". Representa la decidida estrategia de considerar que a los poderes sociales del capitalismo -instituciones o propietarios- no se le puede dar ningn respiro, ni hay posi- bilidad de transaccin: Desde la huelga general revoluciona- ria al atentado individual, hasta la accin directa o los movi- mientos insurreccionales para proclamar el triunfo revo- lucionario, una estela de "acciones" jalonaron las distintas etapas de la historia del anarquismo espaol.

    En todo el proceso del movimiento libertario espaol hay una subordinacin del pensamiento a la accin. Lo sus- tantivo es actuar, eliminar los escollos, determinar en cada caso al enemigo, lo secundario es la interpretacin. El anar- quismo en Espaa no hubiera tenido mayor consistencia que en el resto de Europa y Amrica sin su especial predisposi- cin a desarrollar una accin revolucionaria permanente, y por ello se identific -sin ser del todo cierto- con los gru- pos ms dispuestos a la actuacin. Figuras representativas como Garca Oliver, Ascaso, Jover o Durruti, aglutinadores de los grupos ms activos de la FAI, han recibido el califica- tivo de anarcobolcheviques y fueron, en cierto modo, un pa- radigma. Sin ellos la fuerza del anarquismo se hubiera limi- tado a la actividad de difusin o a la constitucin de grupsculos cada da ms aislados del movimiento obrero, como ocurri en Francia o Italia. O en todo caso hubiera de- sembocado en un replanteamiento del papel del sindicalis- mo y la poltica, como hicieran Pestaa y el valenciano Marn Civera, director de Orto, con la fundacin del Partido Sindicalista, es decir, el intento de articular una organiza- cin laborista donde el peso sindical definiera la estrategia poltica. stos son los dos polos del problema, un revolucio- narismo sin teora, y una teora, la sindicalista, sin bases re- volucionarias y con la competencia de los socialistas y la UGT, con una tradicin reformista ms consolidada.

    Es precisamente la relacin entre los distintos lenguajes con una "carencia de una estrategia propia", como dira Claudn, 73 lo que caracteriza el movimiento libertario espa- ol. El diagnstico de H. Rdiger, representante de la AIT que vino a Espaa en 1936 a emitir un informe sobre la si- tuacin del pas, confirma la tesis al sealar: "Despus de su falta de cultura terica, debida a la brutal represin en que

    72 Vid. La Sociedad Libertaria. 73 Resea de Fernando Claudn, del libro de Csar M. Lorenzo, "Los anarquistas espaoles y el poder. (1868-1969)", en El movi- miento libertario espaol, Pasado, Presente y Futuro, Pars, 1974, pg. 320.

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    } 8 s

    Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso

    siempre ha vivido, adems de su aislamiento nacional du- rante largos aos, hay que tomar en cuenta otro aspecto del anarquismo espaol: su extremismo revolucionario que por nada contaba con la complejidad de las modernas estructu- ras econmicas y tampoco con las de la red de relaciones sociales entre los hombres, sino que se contentaba con haber declarado la guerra a toda tirana y explotacin". 74 Era esta actitud la que haba hecho que Angiolillo, el asesino de Cnovas, manifestara ante el tribunal militar de Vergara: "No os encontris delante de un asesino, sino ante un justi- ciero". 75 Ese mismo sentido es el que analiza lvarez Junco al calificar de espontanesmo el principio anarquista de "apoyo incondicional a cualquier causa popular" que pro- porciona "una de las claves de su profundo arraigo en tan amplias capas de la sociedad espaola". 76 Justamente cuan- do existi un predominio del anlisis sobre la accin inme- diata, la crisis de la CNT se hizo evidente, como ocurri, por ejemplo, con el "trentismo" en 1932 y sus planteamien- tos de no estimular una continua y permanente tensin que desgastaba intilmente a la organizacin cenetista. 77

    74 H. Rudiger, El anarcosindica- lismo en la Revolucin Espaola, Barcelona, 1938, pg. 9. 75 Los anarquistas ante sus jue- ces, Barcelona, 1 93 1 , pg. 3 (s/a). 76 La ideologa poltica del anar- I quismo..., pg. 377. I 77 Vid. E. Vega, Anarquistas y I Sindicalistas. 1931-1936, Valen- I cia, 1987. I 53

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  • J

    Es aqu donde se puede desarrollar una explicacin co- herente para un perodo diverso y heterogneo (1870-1939), que tal vez d una unidad a los elementos de cada una de las coyunturas en que particip desde una prctica cultural, sin- dical o de agitacin revolucionaria,