el aleph engordado, por pablo katchdajian

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1 El Aleph engordado Pablo Katchadjian O God! I could be bounded in a nutshell, and count myself a King of infinite space, were it not that I have bad dreams. Hamlet, II, 2 But they will teach us that Eternity is the standing still of the Present Time, a Nunc-stans as the Schools call it; which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hicstans for an Infinite greatness of Place. Leviathan, IV, 46 La candente y húmeda mañana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente murió, después de una imperiosa y extensa agonía que no se rebajó ni un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo ni tampoco al abandono y la indiferencia, noté que las horribles carteleras de fierro y plástico de Plaza Constitución, junto a la boca del subterráneo, habían renovado no se qué aviso de cigarrillos rubios mentolados; o sí, sé o supe cuáles, pero recuerdo haberme esforzado por despreciar el sonido irritante de la marca; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella, Beatriz, y que ese cambio era el primero de una serie infinita de cambios que acabarían por destruirme también a mí. Tenía ya, un poco debido al calor y otro poco a mi nerviosismo, el cuello de la camisa completamente húmedo; me saqué la corbata y, como ofreciéndole el gesto al fantasma de Beatriz, la tiré a la basura; inmediatamente me arrepentí y estuve a punto de meter la mano en el cesto para rescatarla. «Cambiará el universo infinito pero yo no», pensé con melancólica vanidad autoindulgente, una vanidad autoindulgente que también me generaba una vergüenza doble cuando la descubría responsable de actos como el que acababa de realizar. Alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado a Beatriz hasta el punto del vituperio; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza pero también sin humillación. Los insultos y burlas que tanto me habían dolido desaparecían con ella; justamente, la corbata preferida de Beatriz era ahora el símbolo del comienzo de su segunda muerte. La interpretación me animó, aunque sólo se trataba de un paliativo para no sufrir la pérdida de una corbata tan fina. Consideré que el 30 de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre sedado y ausente y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita verde con paredes forradas de seda rosa, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores, cansada; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; Beatriz en los carnavales de 1922 disfrazada de sirena, rodeada de hombres, la primera comunión de Beatriz. Beatriz, el día de su boda con Roberto de Alessandri, ya arrepentida aunque alegre. Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico, rodeada de hombres y caballos;

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Un experimento literario sobre uno de los cuentos más significativos de Jorge Luis Borges.

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    El Aleph engordado Pablo Katchadjian

    O God! I could be bounded in a nutshell, and count myself a King of infinite space, were it not that I have bad dreams.

    Hamlet, II, 2

    But they will teach us that Eternity is the standing still of the Present Time, a Nunc-stans as the Schools call it; which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hicstans

    for an Infinite greatness of Place.

    Leviathan, IV, 46

    La candente y hmeda maana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente muri, despus de una imperiosa y extensa agona que no se rebaj ni un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo ni tampoco al abandono y la indiferencia, not que las horribles carteleras de fierro y plstico de Plaza Constitucin, junto a la boca del subterrneo, haban renovado no se qu aviso de cigarrillos rubios mentolados; o s, s o supe cules, pero recuerdo haberme esforzado por despreciar el sonido irritante de la marca; el hecho me doli, pues comprend que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella, Beatriz, y que ese cambio era el primero de una serie infinita de cambios que acabaran por destruirme tambin a m. Tena ya, un poco debido al calor y otro poco a mi nerviosismo, el cuello de la camisa completamente hmedo; me saqu la corbata y, como ofrecindole el gesto al fantasma de Beatriz, la tir a la basura; inmediatamente me arrepent y estuve a punto de meter la mano en el cesto para rescatarla. Cambiar el universo infinito pero yo no, pens con melanclica vanidad autoindulgente, una vanidad autoindulgente que tambin me generaba una vergenza doble cuando la descubra responsable de actos como el que acababa de realizar. Alguna vez, lo s, mi vana devocin la haba exasperado a Beatriz hasta el punto del vituperio; muerta, yo poda consagrarme a su memoria, sin esperanza pero tambin sin humillacin. Los insultos y burlas que tanto me haban dolido desaparecan con ella; justamente, la corbata preferida de Beatriz era ahora el smbolo del comienzo de su segunda muerte. La interpretacin me anim, aunque slo se trataba de un paliativo para no sufrir la prdida de una corbata tan fina. Consider que el 30 de abril era su cumpleaos; visitar ese da la casa de la calle Garay para saludar a su padre sedado y ausente y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto corts, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardara en el crepsculo de la abarrotada salita verde con paredes forradas de seda rosa, de nuevo estudiara las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores, cansada; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; Beatriz en los carnavales de 1922 disfrazada de sirena, rodeada de hombres, la primera comunin de Beatriz. Beatriz, el da de su boda con Roberto de Alessandri, ya arrepentida aunque alegre. Beatriz, poco despus del divorcio, en un almuerzo del Club Hpico, rodeada de hombres y caballos;

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    Beatriz, en lneas duras, dibujada por Dela-Hanty en 1925; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino (Daneri); Beatriz, desnudada por un pintor cubista; Beatriz, con uno de sus supuestos novios; Beatriz, con el pequins negro que le regal Tit Villegas Haedo Rawson; Beatriz con fondo futurista, an joven, con un libro brillante entre las manos; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentn No estara obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con mdicas ofrendas de libros: libros cuyas pginas, finalmente, aprend a cortar a escondidas para no comprobar, meses despus, que estaban intactos. Un da, incluso, aburrido y con buena voluntad, llegu a cortar las pginas de algunos libros que no haban sido regalo mo. Beatriz Viterbo muri en 1929; desde entonces, no dej pasar un 30 de abril sin volver a su casa. Yo sola llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco o veintisis minutos; cada ao apareca un poco ms temprano y me quedaba ms tiempo; en 1933, una lluvia torrencial me favoreci: tuvieron que invitarme a comer y ofrecerme una cama para pasar la noche. La cama estaba sucia, pero yo dorm contento. No desperdici, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparec, ya dadas las ocho, con un alfajor santafesino y un vino patero; con toda naturalidad me qued a comer y luego, con la excusa de que mi casa estaba siendo pintada, me qued a dormir. As, en aniversarios melanclicos y vanamente erticos, recib las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri, que invariablemente apareca en mi habitacin a las cinco y cinco de la maana y me preguntaba varias veces, con volumen creciente, si dorma; luego me tocaba escucharlo semiconsciente por una hora hasta que me levantaba, me vesta y desayunbamos juntos. A la cuarta vez descubr que haba quedado prisionero de un ritual anual que me disgustaba; el disgusto, de a poco, fue pasando del ritual a Carlos Argentino; slo pude disfrutar del ritual anual que me disgustaba; el disgusto, de a poco, fue pasando del ritual cuando Carlos Argentino se convirti para m en alguien ya del todo insoportable y, por lo tanto, irremediable y especial. Beatriz era alta, frgil, muy ligeramente inclinada como una torre italiana: haba en su andar (si el oxmoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de xtasis racional, una decisin involuntaria; Carlos Argentino es rosado, considerablemente rosado, canoso, de rasgos finos y afilados. Ejerce no s qu cargo subalterno en una biblioteca ilegible, hmeda y desordenada de los arrabales del Sur; es autoritario y lcido, pero tambin es ineficaz y necio; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulacin italiana sobreviven en l; cuando habla mueve las manos como si quisiese hacer circular el aire viciado; cuando se enoja se pone colorado y sus rasgos, podra decirse, engordan; curiosamente, esos rasgos engordados resultan mucho ms atractivos que los finos y filosos originales. Medit mucho sobre esto sin llegar a conclusiones firmes hasta que, medio en broma, o al menos sonriendo, hoje en mi biblioteca la primera y probablemente nica edicin (Pars, 1663) de la obra de Peruchio dedicada entre otras cosas a la fisiognoma y llegu, por azar, al dibujo correspondiente al tipo del extravagante que si bien no se pareca en nada a Daneri en estado de reposo s resultaba sorprendentemente similar al Daneri engordado. Qu ms se puede decir de l? Su actividad mental es continua, apasionada, verstil y del todo insignificante; es capaz de resumir en pocas palabras los libros ms complejos de un

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    modo que uno llega a preguntarse si realmente fueron alguna vez complejos. A causa de este perverso ejercicio suyo me vi obligado a releer libros que haba olvidado para descubrir que, paradjicamente, la complejidad segua ah a la vez que el resumen de Carlos Argentino era preciso. Sobre esto no medit, lo atribu al misterio. Siempre, por lo dems, abunda en inservibles analogas y en ociosos escrpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas de pianista viens. Durante algunos meses padeci la obsesin de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable; o quiz por ambas cosas: por la gloria intachable de sus baladas. En vano te revolvers contra l; no alcanzar, no, la ms inficionada de tus saetas: todas sus comas son perfectas. Cuando hablaba de esta forma afectada ese italiana se transformaba en un ceceo que anulaba la afectacin, como si l mismo tratara de burlarse de su tono. Era, a pesar de todo, una estrategia inteligente, aunque tena consecuencias. Un da, antes de despedirme hasta el ao siguiente, maliciosamente se lo hice notar; se retir sin saludarme. Al ao siguiente pareca haber olvidado el asunto; no me sent responsable por la agudizacin del ceceo. El 30 de abril de 1941 me permit agregar al alfajor y al vino patero una botella de coac del pas de Paul Fort. Carlos Argentino lo prob, lo juzg interesante y emprendi, al cabo de unas copas, una desbordada vindicacin del hombre moderno. Lo evoco dijo con una animacin algo inexplicable aunque predecible en su gabinete de estudio, como si dijramos en la torre albarrana de una ciudad, como la de Montaigne, quiz, pero cuadrada, provisto de telfonos, de telgrafos, de fongrafos, de banderines, de aparatos de radiotelefona, de bolgrafos, de cinematgrafos, de linternas mgicas, de luces amarillas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de posters coloridos, de botines Observ que para un hombre as facultado el acto de viajar era intil; nuestro siglo XX haba transformado la fbula de Mahoma y de la montaa; las montaas, ahora, convergan sobre el moderno Mahoma hasta aplastarlo. Lo gratuito e inadvertido de su hereja me hizo sonrer. Pero tan ineptas me parecieron, de todos modos, esas ideas, tan pomposas y tan vasta su exposicin, que las relacion inmediatamente con la peor literatura de la poca; con demasiada pedantera, le dije que por qu no las escriba y publicaba un librito. Previsiblemente molesto, respondi ceceando y con los rasgos un poco engordados que ya lo haba hecho, que esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto-Prlogo de un poema en el que trabajaba desde haca veinte aos, sin rclame, sin bullanga ensordecedora y barata, siempre apoyado en esos dos bculos que se llaman el trabajo y la soledad, y que su extensin le impeda pensar en un librito: ya tena ms de mil pginas. Luego, satisfecho con la confesin aunque nervioso, me revel su mtodo como si de un secreto se tratara: primero abra las compuertas a la imaginacin; luego haca uso de la lima; finalmente, soplaba. El gran poema se titulaba La Tierra; tratbase de una descripcin del planeta en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresin, el lujo lingstico y el gallardo apstrofe. Entusiasmado, ceceando y ya notablemente engordado, agreg que tampoco faltaba la literatura. La palabra qued resonando alrededor nuestro: yo qued confundido. Qu quera darme a entender? Se trataba de un ataque personal? Su nariz haba tomado la forma de dos bombones pegados y semiderretidos; los prpados se haban hinchado

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    como los de esos peces del jardn japons, hasta cubrir por completo los globos oculares. No poda verme, y eso lo alent para estirar las manos, tambin gordas y blandas, y tocarme la cara. Me corr, asqueado. O sonidos que salan de sus labios inflamados. Qu Carlos? No te entiendo, le dije, liviano y todava sobrador. Pero inmediatamente sent vergenza y culpa por su estado. Por qu haba dicho eso del librito? En un intento por deshincharlo, le rogu que me leyera un pasaje, aunque fuera breve, brevsimo, de la gran obra. Le expliqu que su descripcin me haba entusiasmado y que no me ira sin or ms no fuera dos versos cortos. Luego de mentir as sent que enrojeca de vergenza; paralelamente, Carlos Argentino empezaba a deshincharse. Con manos todava gomosas abri un cajn del escritorio y sac un alto legajo de hojas gruesas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Crisstomo Lafinur que se le cayeron y desparramaron por el suelo; me agach para levantarlas y, ya en el piso, descubr mi torpeza; l las haba dejado caer a propsito. Cuando me par y se las alcanc, vi que el placer de la venganza lo haba deshinchado del todo; ya era el mismo de siempre, fino y filoso. Me mir con arrogancia y ley con sonora satisfaccin:

    He visto, como el griego, las urbes de los hombres divertidos, Los trabajos, los das de varia luz, el hambre y el lamido; No corrijo los hechos, no falseo los nombres, escribo, Pero el voyage que narro, es autor de ma chambre, amigo.

    Estrofa a todas luces interesante dictamin el pedante. El primer verso granjea el aplauso del catedrtico, del acadmico, del helenista, del tratadista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opinin pblica que por esta vez recibe mis caricias con la adjetivacin del final; el segundo pasa de Homero a Hesodo (todo un implcito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesa didctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo est en la Escritura, la enumeracin, congerie, lista o conglobacin; el tercero barroquismo, decadentismo, vanguardismo; culto depurado y fantico de la forma o del contenido? consta de dos hemistiquios ms o menos gemelos alterados por la autorreferencia final, pura metaliteratura; el cuarto, francamente bilinge, mediante la frase engarzada me asegura el apoyo incondicional de todo espritu amigo sensible a los desenfadados y bajos envites de la facecia, se entiende?, del chiste. Nada dir de la rima rara y delicada ni de la ilustracin que me permite, sin pedantismo ni grosera!, acumular en cuatro versos tres no, cuatro alusiones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y das, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano y la cuarta a un gran poeta del pas amaznico Comprendo una vez ms que el arte moderno exige el blsamo de la risa, el scherzo liberador, por ms que no nos guste. Mirandolina! Forlipopoli! Decididamente, tiene la palabra Goldoni!

    Mientras en mi cabeza resonaba desagradablemente el nos de su no nos guste, Carlos Argentino me ley y reley muchas estrofas que tambin obtuvieron su aprobacin y su comentario profuso y desbordado. Nada realmente memorable haba en ellas; ni siquiera

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    las juzgu mucho peores que la anterior. Que todava las recuerde no me hace dudar de lo olvidable de los versos; ms bien me obliga a reflexionar sobre la capacidad de seleccin de mi memoria. En su escritura haban colaborado la aplicacin, la resignacin y el azar; luego, el azar, la resignacin y la aplicacin; siempre doble y espejado, en ese orden. Las virtudes que Daneri les atribua eran posteriores, sin duda, aunque esto permita elaborar y sospechar toda una teora de la inspiracin. O era que la crtica slo tena lugar cuando la literatura se retiraba? Misterio Comprend, de todos modos, que el trabajo del poeta no estaba en la poesa; estaba en la invencin de razones para que la poesa fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para l, pero no para los otros. Aunque no ocurra a veces eso tambin? No era posible pensar en poetas que se tomaban ese trabajo y tenan xito en modificar la obra para los dems? Porque si no, crea yo en la inspiracin, as, sencillamente, y en la objetividad del trabajo del crtico? Estaba, adems, la forma del recitado. La diccin oral de Daneri era extravagante y por momentos ceceante; su torpeza mtrica le ved, salvo contadas veces, transmitir esa extravagancia al poema.1 Una sola vez en mi vida he tenido ocasin de examinar los casi quince mil dodecaslabos del Polyolbion o quiz Poly-Olbion, esa epopeya topogrfica en la que Michael Drayton registr la fauna, la flora, la hidrografa, la orografa, la minera, la historia militar y monstica de Inglaterra, basndose, sobre todo, en la Britannia, de William Camden. La primera parte se public en 1612 y la segunda junto con la primera en la edicin completa de 1622; esa edicin, que es la que pude consultar esa nica vez en casa de H., un coleccionista, incluye una ilustracin que cada tanto vuelvo a ver en sueos. Es la correspondiente a los ignotos condados de Glamorganshire y Monmouth-shire, que si bien resulta similar a otras del mismo libro y de otros libros de la poca, tiene algo que inexplicablemente me perturba y me produce una alegra oscura. En todo caso, estoy seguro de que el Poly-Olbion, es producto considerable pero sabiamente limitado a lo que se propona en palabras del propio Drayton: a chorographicall description of this renowned Isle of Great Britaine, es muchsimo menos tedioso que la vasta empresa congnere de Carlos Argentino. ste, ms ambicioso e ingenuo, se propona versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya haba despachado unas hectreas del estado de Queensland, ms de un kilmetro del curso del Ob, un espacio oculto e irregular dentro de un ladrillo hueco de una de las paredes de su casa, un gasmetro al norte de Veracruz, las columnas de un templo pagano de Armenia, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepcin, algunos grabados pornogrficos hechos por presos de la Isla del Diablo, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en

    1 Recuerdo, sin embargo, estas lneas de una stira en que fustig con rigor a los malos poetas:

    Aqueste da al poema belicosa armadura blanda

    De erudicin; estotro le da pompas y galas, guirnaldas.

    Ambos baten en vano las ridculas alas y mandan

    Olvidaron, cuitados, el factor HERMOSURA EXTRAA!

    Slo la duda sobre la cacofnica rima final y el temor de crearse un ejrcito de enemigos implacables y poderosos lo disuadieron (me

    dijo) de publicar sin miedo el poema.

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    Belgrano, el interior y exterior de una casa de masajes de msterdam y un establecimiento de baos turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me ley ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes octodecaslabos con apariencia de alejandrinos estirados carecan de la relativa agitacin del alarmante prefacio. Copio una estrofa querecuerdo:

    Sepan. A manoderecha del poste rutinario que me gusta (Viniendo, claro est, desde el Nornoroeste de cemento) Se aburre la osamenta Color? Blanquiceleste muy incierto que da al corral de ovejas catadura de osario y vida injusta.

    Dos audacias grit con exultacin rescatadas, te oigo mascullar, por el xito! Ms de dos! Lo admito, lo admito, son muchas. Una, el epteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrcolas, tedio que ni las Gergicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jams a denunciar as, al rojo vivo. Otra, en el mismo verso, la confesin del poeta de que esa rutina le gusta, de tal forma que el rechazo en una primera instancia de lo buclico se convierte as en una aceptacin plena pero subjetiva, y, por lo tanto, definitivamente moderna y hasta masoquista. Una tercera, que me hincha el orgullo, la inclusin sorpresiva, totalmente novedosa la mires por donde la mires, del cemento en un paisaje campestre. Una cuarta: el enrgico prosasmo se aburre una osamenta, que el melindroso amanerado querr excomulgar con horror pero que apreciar ms que su vida el crtico de gusto viril y argentino. Todo el reverso, por lo dems, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio, si puedo llamarlo as, entabla animadsima charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface al instante, para luego al final (incierto) dudar del dato dado: aqu el masoquista se vuelve sdico. Y por qu me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantsimo del paisaje australiano. Sin esa evocacin resultaran demasiado sombras las tintas del boceto y el lector se vera compelido a cerrar el volumen, herida en lo ms ntimo el alma de incurable y negra melancola. Eso no me impide, de todos modos incurrir en la denuncia existencialista de la opresin por medio del paralelismo entre la falta de libertad en un corral y la insatisfaccin de los hombres con sus vidas: injusticia y muerte, eso es el ltimo verso. Hacia la medianoche, agotado, me desped hasta el 30 de abril siguiente. Pero no fue as. Dos domingos despus, estaba jugando con las variantes del famoso soneto combinatorio de Quirinus Kuhlmann cuando Daneri me llam por telfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me desagrad un poco al atender escuchar su voz filosa: en mi imaginacin, esos aparatos haban sido diseados para el coqueteo entre hombres y mujeres. Para empeorar mi sensacin, Daneri me propuso que nos reuniramos a las cuatro para tomar juntos la leche, y luego de un silencio que adjudiqu a su sadismo agreg: en el continuo saln-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri los propietarios de mi casa, recordars inaugura en la esquina; confitera que te importar conocer. No, no me importaba, pero sin saber por qu acept rpidamente, con ms resignacin que entusiasmo pero tambin, supongo, como un

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    modo de tomar alguna iniciativa en ese encuentro. Not enseguida, sin embargo, que mi velocidad de respuesta haba sido prevista por Daneri. Llegu muy agitado al saln, con mpetu estudiado, necesitado de restablecer mi figura vagamente dominante en la relacin. Nos fue difcil encontrar mesa; el saln-bar progresista, inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas vecinas, el excitado pblico mencionaba las sumas invertidas sin regatear por Zunino y por Zungri. Quinientos, seiscientos, setecientos Hablan de miles, me aclar Carlos Argentino guindome el ojo. Luego fingi asombrarse de no s qu primores de la instalacin de la luz (que, sin duda, ya conoca de memoria) y me dijo con cierta severidad, inadecuada a la situacin y al comentario: Mal de tu grado habrs de reconocer, Borges, que este local se parangona con los ms encopetados de tu querido Flores. Le respond que s poniendo cara de que no. Mi querido Flores? Agregu despus que si se parangonaba era slo porque no era ms que una imitacin, y los primeros a la vez una imitacin de otros lujosos locales europeos: si ste y los de Flores se parecan, no poda decirse de los de Flores y los de Europa. Me mir ofendido, y estaba por retrucar cuando vimos que una mesa se desocupaba. Corrimos desesperados a sentarnos, pero antes de llegar notamos lo desagradable de nuestra conducta, por lo que bajamos un poco la velocidad y permitimos, con frases y gestos corteses, que una pareja de ancianos falsamente elegantes se sentara. Nos miramos, Daneri y yo, primero dudosos y luego contentos. El intercambio de sonrisas se interrumpi antes de volverse incmodo cuando descubrimos una mesa que se estaba desocupando casi en la otra punta del saln. Esta vez no corrimos, aunque caminamos lo ms rpido que se puede caminar sin correr. Estbamos a dos metros de la mesa cuando vimos a dos hombres acercndose desde el otro lado. No dud en dar un salto para alcanzarla; ante las caras de sorpresa de los dos hombres, nos sentamos. Daneri me dijo que no me crea capaz de actos de ese tipo. Agreg, luego, que a su parecer el arrojo que antes se exiga a los hombres en las guerras y los duelos se exhiba ahora en situaciones cotidianas. Y no deberamos quejarnos ni sufrir por eso, insisti. Mir hacia fuera del local y vi a los dos hombres parados. Daneri tena razn: con la cabeza baja, parecan soldados vencidos dndose nimos mutuamente. Volvi a hablar: Se necesita valor, es indiscutible, incluso para no temerle al ridculo. Haba vuelto el sdico, y no me asombr por lo tanto lo que vino despus: me reley, sin preguntarme si deseaba escucharlo, cuatro o cinco pginas del poema. Las haba corregido segn un depravado principio de ostentacin verbal: donde antes escribi azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para l; en la impetuosa descripcin de un lavadero de lanas, prefera lactario, lacticinoso, lactescente, lechal Celeste le pareca poca cosa; no as cielino. Rojo era invariablemente carmes, bermelln o granate, lo que no estaba mal, pero qu se poda pensar del cambio de conversin por converticin? Y de amigo por contertulio? Y la llamada por llamamiento, agua por fluido, libro por vademcum? Lugar por sitio? Barco por embarcacin? Auto por vehculo? Casa por hogar? Frialdad por gelidez? Cara por rostro? Lmpara por Luz? A pesar de todo, su objetivo, me dijo, era sonar espontneo. Le pregunt cmo se propona lograr eso. No me respondi y se qued mirando por la ventana. Insist, un poco irritado, y lo interrogu acerca del cambio de

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    silueta por figura, pero l no se inmut: pareca ido. Sent que Daneri estaba perdiendo la estabilidad emocional. Eso lo haca ms interesante, y not que incluso me daba algo de envidia: yo era incapaz de perderla; los poetas la perdan. Entend que en eso consista su espontaneidad: era capaz de hacer cualquier cosa que quisiera. Yo, por el contrario, segua asociando la idea de espontaneidad a cierta reminiscencia coloquial en la sintaxis o a una pureza emocional no artificiosa en la eleccin lxica, pura retrica estandarizada de lo espontneo. Era una estupidez: la verdadera espontaneidad consista en armar una retrica propia de la espontaneidad sin pensar en los otros. Su depravado principio de ostentacin verbal era espontneo; mis correcciones y observaciones, amaneradas y pretenciosas. De todos modos, yo no era un practicante de la espontaneidad, y no estaba seguro de querer serlo. Denost despus con amargura a los crticos literarios y a los periodistas culturales; luego, ms benigno, los equipar a esas personas que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadoras y cidos sulfricos para la acuacin de tesoros, pero que pueden indicar a otros el sitio de un tesoro. Luego agreg: El problema es que por lo general indican mal Nos remos. Acto continuo censur la prologomana, de la que ya hizo mofa, en donosa prefacin del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra, el Prncipe de los Ingeniosos. Admiti, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convena el prlogo vistoso y derrochador, el espaldarazo firmado por el plumfero de garra, de fuste y de banca. Reconoci que eso lo avergonzaba pero que deba pensar en su trascendencia y olvidar su orgullo: Si hago ahora una o dos cosas inofensivas que me disgustan, quiz en el futuro prximo pueda disfrutar de cierta felicidad y reconocimiento, e incluso de un poco de gloria. Acordars conmigo en que vale la pena. Sin meditarlo, dije que s. Agreg que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprend, entonces, la singular invitacin telefnica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco frrago. Me incomod el orgullo que sent y rpidamente exhib una negativa corts y expliqu que no me consideraba merecedor ni capaz. Pero mi temor result infundado: Carlos Argentino observ, con admiracin rencorosa y disfrutando de la humillacin a la que me someta, que no crea errar el epteto al calificar de slido el prestigio logrado en todos los crculos por lvaro Melin Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeaba como corresponda, prologara con embeleso y brillo el poema. Vi que haba cado en una trampa: l haba esperado a que yo me excusara como prologuista para luego pedirme un favor que, en falta, sin fuerzas y avergonzado, no podra sino aceptar. Dije que s, que lo hara. Para evitar el ms imperdonable de los fracasos, continu, yo tena que hacerme portavoz de dos mritos inconcusos; la perfeccin formal y el rigor cientfico, porque ese dilatado jardn de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad. Agreg que Beatriz siempre se haba distrado con lvaro. Distrado?, pregunt, ya convertido en trapo viejo. Vamos, me respondi con una sonrisa, mientras se paraba. Y estaba sacando dinero de mibolsillo cuando agreg: Yo invito. Asent, profusamente asent, como un loco. Despus aclar, mayor verosimilitud e intentando recuperar un poco de dignidad, que no hablara el lunes con lvaro, sino el jueves; en la pequea cena que suele coronar toda reunin del digno Club de Escritores. (No hay tales cenas ni podra haberlas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar

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    los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podra comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase. Mentirle, adems, me devolva valor y humanidad.) Dije, entre adivinatorio y sagaz y liviano, que antes de abordar el tema del prlogo, describira el curiosa plan de la gran obra, y remarqu la palabra gran para que l notara que me estaba burlando. l lo not y yo vi cmo se hinchaban un poco la nariz y el cuello. No pude ver ms porque nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encar con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con lvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo explicativo me permitira nombrarla, hacerla aparecer ante l, entre nosotros, con familiaridad) haba elaborado un poema que pareca dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofona y del caos, ambos ya de por s infinitos; b) no hablar nada con lvaro y hacerme el tonto con Carlos Argentino; c) escribir un prlogo ambiguo y sutilmente crtico, y yo mismo entregrselo a Daneri con la firma falsa de lvaro, que yo saba hacer; d) pedirle al hermano de lvaro, Andrs Melin Lafinur, un oscuro contador no muy lcido, que hiciera un prlogo y lo firmara A. Melin Lafinur; e) escribir a do con lvaro un texto que destruyera las pretensiones de Carlos Argentino con la esperanza de disuadirlo de la publicacin; f) decirle a Daneri que lvaro espera el manuscrito, retenerlo una semana y luego devolvrselo dicindole que lvaro lo consider de un realismo de mal gusto y, en tanto ensayo de duplicacin del universo, frvolo y naif, ya que lo real no nos es dado ni resulta nunca del todo nombrable. Prev, lcidamente, que mi desidia optara por b. Lo acept y opt entonces yo tambin por b con la alegra de quien esquiva una decisin incmoda. A partir del viernes a primera hora, empez a inquietarme el telfono. Esa inquietud no la haba previsto: cmo explicara mi desidia? Me indignaba, tambin, que ese instrumento, que algn da produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptculo de las intiles y quiz colricas quejas de ese engaado Carlos Argentino Daneri. Luego record que el telfono que haba reproducido a Beatriz no haba sido este, que era nuevo y claro, sino uno anterior, de baquelita negra, que haba dejado caer al piso poco despus de su muerte. Este recuerdo me perturb. Lo haba hecho a propsito? Me haba llevado mucho tiempo animarme a comprar uno nuevo, y ahora me daba cuenta de que para m los telfonos no slo estaban asociados a la voz femenina sino especficamente a la voz de Beatriz, y que si eso no poda volver a ocurrir, deba entonces abandonar la idea de usar normalmente un telfono? Y deba resignarme a que este telfono quedara identificado con la filosa voz de Carlos Argentino? Decid lo siguiente: si l volva a llamarme, destruira este telfono con decisin, tal vez con un martillo. Felizmente, nada ocurri salvo mi decepcin de que nada ocurriera; luego la sigui el rencor inevitable que me inspir aquel hombre que me haba impuesto una delicada gestin y luego me olvidaba. El telfono perdi sus terrores, y logr incluso que una amiga de mi hermana con una voz similar a la de Beatriz me llamara regularmente para hablar de cualquier cosa. Las charlas duraban pocos minutos, pero el efecto era benfico. Y todo marchaba adecuadamente cuando, a fines de octubre, Carlos Argentino me habl. Estaba agitadsimo; no identifiqu su voz, al principio: todo se oa engomado. Pens inicialmente que se deba a un desperfecto tcnico y golpe suavemente el telfono; luego entend la frase indignante cosmogona adocenada. Le dije que se calmara y volviera a llamarme en diez minutos. Cuando lo hizo su voz haba mejorado

  • 10

    considerablemente, no as su agitacin. Con tristeza y con ira balbuce que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, progresistas baratos y usureros, so pretexto de ampliar su desaforada confitera y su cuenta bancaria, iban a demoler su casa. Qu casa, Carlos? pregunt, tratando quiz de mostrarle que esa casa era para m de Beatriz. La casa de mis padres, ay mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! repiti, quiz olvidando su pesar en la meloda. Esto pasa por ser inquilino. Es inexplicable que nunca nadie haya pensado en comprar. La familia tuvo buenos momentos, pudo haberse hecho Fuimos la decadencia, mis padres vivieron en la jactancia. No slo pude evitar rerme sino que, de hecho, no me result muy difcil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta aos, todo cambio es un smbolo detestable del pasaje del tiempo y de su incmoda finitud; adems se trataba de una casa que, para m, aluda infinitamente a Beatriz, como el telfono de baquelita negra. Quise aclarar ese delicadsimo rasgo; mi interlocutor no me oy. Insist. Me respondi que no poda en ese momento pensar en la baquelita. Dijo luego que si Zunino y Zungri persistan en ese propsito absurdo y capitalista, el doctor lvaro Zunni, su abogado, los demandara ipso facto por daos y perjuicios y los obligara a abonar cien mil nacionales o ms, quiz incluso tanto como para comprarles la casa de una vez. Agreg que poda resultar incluso que acabara quedndose tambin con el saln-bar. El nombre de Zunni me impresion; su bufete, en Caseros y Tacuar, es de una seriedad proverbial, aunque tambin se saba de casos dudosos y de criminales que gracias a l seguan en el oficio. A la vez me asust: por imposible que pareciera, ya la idea de que Carlos Argentino comprara la casa me produca una envidia negra, y si haba alguien capaz de concretar el milagro, se era Zunni. Interrogu, con tono calmo, si ste se haba encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablara esa misma tarde por telfono. La palabra telfono me hizo temblar. Luego Daneri agreg, con malicia, que Zunni siempre se haba entendido con Beatriz. Estuve a punto de cortar, pero en lugar de eso habl: Qu significa entendido? Zunni debe andar por los noventa aos Significar? Bueno, pienso posibles estrategias. Necesito a Zunni comprometido en esto como sea. No reconozco lmites en esta batalla! Pero qu se sabe de Zunni con Beatriz? Nunca o nada sobre eso Hubo un silencio. Luego vacil y, con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy ntimo, cambi de tema: dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ngulo del oscuro stano haba un Aleph. Aclar que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos del espacio. Est en el stano del comedor explic aligerada su diccin por la angustia es mo, es mo, mo: yo lo descubr en la niez, antes de la edad escolar, y eso me cambi la vida. Para mejor? No lo s, pero ahora estoy fundido con el Aleph: slo veo a travs de l. La escalera del stano es empinada, muy empinada; mis tos, siempre sobreprotectores, me tenan prohibido el descenso, pero alguien, quiz un mayordomo, dijo una vez que haba un mundo de fantasa en el stano. Se refera, lo supe despus, a un bal lleno de libros infantiles, pero yo en ese momento entend que haba un mundo de fantasa verdadero, por fuera del papel. Ay, literatura! Baj secretamente, con miedo y torpeza, rod por la

  • 11

    escalera vedada, ca. Al abrir los ojos, en la oscuridad, vi el Aleph y entend por primera vez la secuencia Fibonacci. El Aleph? La secuencia Fibonacci? repet. S, la secuencia Fibonacci, de Leonardo Fibonacci, siglo doce. Me sent avergonzado: No, no la ubico Aunque me suena S, seguro est en algn lugar de tu cabeza. Es 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144 Ah, s, s, claro, la de los ptalos! Se me haba mezclado con otra. Visualic el grfico inmediatamente: Est bien, s, la recuerdo dije, molesto Y el Aleph? Bueno, eso es ms interesante, es un mihrab Es el lugar donde estn, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ngulos. Cmo en tu poema! exclam, y lo espontneo de mi entusiasmo me avergonz. Exacto! A nadie revel mi descubrimiento, pero volv. El nio no poda comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema. Y el adulto no puede soportar que el mercantilismo universal inunde de piedra molida el pantano luminoso de la poesa! No me despojarn esas ratas de Zunino y Zungri, no, no y mil veces no. No! Cdigo en mano, el gran doctor Zunni probar que es inajenable mi Aleph. Estoy dispuesto, incluso, a quedarme con un stano debajo de la confitera. La casa no me importa! Y aunque te ofendas, tampoco me importa la memoria de Beatriz! Me pareci loco y lo o engorado, nuevamente gomoso. Trat de razonar. Pero, no es muy oscuro el stano ese, Daneri? La verdad no penetra en un entendimiento solemne, pero tampoco en uno rebelde. Si todos los lugares de la tierra estn en el Aleph, ah estarn todas las luminarias, las lmparas, todos los veneros de luz. Y ah est: tu lmpara y tu luz, juntas, pueden convivir ms all de tus juicios e interpretaciones. Yo no reemplazo: propongo, amontono, apilo. Lo mo es moderno; tu interpretacin anacrnica se esfuerza en verme anterior a s misma. Me pareci, ahora s, loco, pero su locura lcida me irritaba: no poda discutirle cuando hablaba desde ese lugar. Quise decir algo, pero l lo hizo primero. Vendrs a verlo o no? Qu cosa? El Aleph, por supuesto En qu pensabas? En nada. Ir a verlo inmediatamente, si eso te place. No es por m: creo que es tu deseo. No, no es mi deseo. Buenos, est bien, no vengas. Cortamos. Los quince minutos siguientes los pas lamentndome. Por qu haba dicho eso? No haba nada que deseara ms que ver el Aleph. Me esforzaba en pensar que era una mentira, que Daneri estaba loco, etc. Pero otra voz me deca que no poda dejar pasar esta oportunidad solamente por orgullo.

  • 12

    Lo llamara Daneri y le dira, con tono distante, que pasara a tomar algo; una vez ah sacara nuevamente el tema del Aleph y comentara, con una sonrisa, que verlo no me vendra mal. Estaba por llamar cuando me sorprendi el timbre del telfono. Atend inmediatamente. Daneri me dijo que no me preocupara, que l saba que yo quera verlo y que se permita llamarme para agilizar mis trmites con el orgullo. Le dije que estaba equivocado, pero que no me molestara pasar a tomar algo, y que iba para all. Me desped y cort rpido, antes de que l pudiera emitir una prohibicin y antes, sobre todo, de que mi orgullo contraatacara. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombr no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco brillante. Todos esos Viterbo, por lo dems Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer hermosa, una nia de una clarividencia casi implacable, pero haba en ella negligencias, distracciones coquetas, desdenes sensuales, verdaderas crueldades de la exhibicin, que tal vez reclamaban una explicacin patolgica Cierta vez, el doctor Sigui me haba sugerido que Beatriz padeca una desorden sexual. Luego se neg a explicarme a qu se refera, pero no dud en aconsejarme que me alejara de ella. Y ahora segua Daneri Pero por algn motivo la locura de Carlos Argentino me colm de maligna felicidad; aunque ntimamente siempre, siempre nos habamos detestado, a la vez me alegraba tener a alguien como l en mi vida. No era Beatriz lo que me acercaba a Daneri sino mi fascinacin por la locura lo que me atraa hacia ambos. En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El nio estaba, como siempre, en el stano, revelando fotografas, ordenando papeles, limpiando cosas con un cepillo. Junto al jarrn sin una flor, en el piano intil, mezclando entre otros, sonrea (ms intemporal que anacrnico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. Tanto tiempo revelando fotografas para estos logros, pens despreciativo. Pero a pesar del revelado y de los colores, la imagen era cautivante. Sera el revelado as a propsito? Tendra que aceptar la hiptesis de la genialidad de Daneri? No poda vernos nadie; en una desesperacin de ternura me aproxim al retrato y, empaando el vidrio, le dije: Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz Elena Viterbo querida, Beatriz Viterbo perdida, malograda para siempre, soy yo, soy Borges, tu propio Borges. Tom otro retrato e hice lo mismo. Luego tom otro, y otro. Carlos Argentino entr poco despus. Vio el desorden de retratos sobre el piano pero no pareci importarle. Habl con sequedad; comprend que no era capaz de otro pensamiento que de la prodicin del Aleph, su Aleph. Una copita seudo coac que trajiste la otra vez orden y te zampuzars en el tenebroso stano. Pero no es seudo, o al menos no del todo: Paul Fort era Chamagne y este es cognac, como te dije, es de su tierra. Ah sonri: eso ya es bastante! Pero slo era una broma Bueno, vamos a lo nuestro: ya sabs, el decbito dorsal es indispensable. Tambin lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodacin ocular. Te acuestas en el piso de baldosas flojas y fijas los ojos en el decimonono escaln de la pertinente escalera

  • 13

    chueca y sucia. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algn roedor te mete miedo fcil empresa! No podra asegurarte que no haya otros animales. Ja! Soportas eso y listo, a los pocos minutos ves el Aleph. El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo! Me tom de la mano y dimos unos pasos. Ya en el comedor, me solt, fij sus ojos en los mos y agreg: Claro est que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio Quiero decir que si no lo ves el problema ser tu incapacidad, no mi testimonio Se entiende? Baja, Jorge Luis; muy en breve podrs entablar un dilogo con todas las imgenes de Beatriz. Qu significa todas? Solt una carcajada: Significar? Bueno, es un Aleph Claro, el multum in parvo dije con un temblor en la voz que anul la irona. Vamos, sin temor! Baj con rapidez, harto de sus palabras insustanciales y de su valenta de verdugo. El stano, apenas ms ancho que la escalera, tena mucho de mazmorra, mucho de pozo. Con la mirada busqu en vano el bal de que Carlos Argentino me habl. Sent que estaba siendo engaado. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona y de arpillera entorpecan un ngulo. Pate sin querer, aunque con mucha fuerza, su aparato de revelado. Carlos, sin mirarme ni inmutarse por eso, tom una bolsa, la dobl y la acomod en un sitio preciso, luego en otro, luego en otro. Mientras lo haca, gema, saltaba y repeta ac, ac, ac. Luego, de repente, se calm. La almohada es humildosa explic, pero si la levanto un solo centmetro, incluso un solo milmetro, no vers ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado ante m. No es lo que quiero, as que repantiga en el suelo ese corpachn tuyo y cuenta diecinueve escalones. No saltees los rotos! Tampoco los doblados! Cumpl con sus ridculos requisitos; al fin se fue, no sin antes gritar un empieza la funcin que me hizo apretar los dientes. Cerr cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que despus distingu, pudo parecerme total. Ese hecho me perturb, y quiz por eso sbitamente comprend mi peligro: me haba dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno que l hbilmente haba colocado en mi coac. Las bravatas de Carlos transparentaban el ntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tena que matarme. Es decir: estara loco por matarme, pero no por haber visto un Aleph inexistente. Sent un confuso malestar, que trat de atribuir a la rigidez, y no a la operacin del narctico. Luego pens que quiz no haba sido envenenado sino drogado. Esa opcin me reconfort un poco: Carlos, para no saber que estaba loco, tena que drogarme. Record haber ledo sobre ciertos compuestos naturales con los que ignotas tribus selvticas aprendan a imaginar el universo. El medioevo no haba escatimado tampoco en el uso de races. Record un pasaje de la Investigacin sobre las plantas de Teofrasto, el discpulo de Platn y amigo de Aristteles, que siempre me haba intrigado: Se administra una dracma si el paciente debe tan solo animarse y pensar bien de s mismo; el doble si debe delirar y sufrir alucinaciones; el triple si ha de quedar permanentemente loco; se administrar una dosis cudruple si debe morir. (IX, 11, 6). Record que Aristteles le haba dejado a Teofrasto

  • 14

    no slo su biblioteca entera sino tambin su finca de Atenas: el famoso Liceo. Qu dejara yo, ahora? Y cuntas dracmas me habra administrado Daneri? Record la definicin que Teofrasto da del desconfiado en sus Caracteres: sospecha de maldad en todos los seres humanos (XVIII, 2). Era Carlos Argentino Daneri una mala persona? Tuve que responderme que no, y que de hecho estaba muy lejos de serlo, y que en ese caso s era yo un desconfiado. Acept, tambin, que tampoco estaba loco; a lo sumo poda adjudicrsele una leve excentricidad. Admit una vez ms mi envidia. Pens en mi admiracin por ciertos ingleses. Record luego una torta austraca que una empleada de mi familia saba preparar. La empleada era chilena, de antepasados mapuches. Un da a mis quince aos, ella me haba confesado su conocimiento de la brujera indgena. Cierta vez nos entregamos juntos a los misterios de un humo curioso que no logr darme mucho ms que un fuerte dolor de cabeza. Imagin a la embriaguez como una virgen curadora y la sent lejana. Pens en todos los escritores que admiraba y los imagin juntos fumando opio en un bodegn. Se rean, festejaban, se revoleaban mujeres e improvisaban poemas perfectos. Cerr los ojos, los abr. Entonces vi el Aleph. Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aqu, mi desesperacin de escritor, mi temor de no poder estar a la altura de las circunstancias. Todo lenguaje es un alfabeto de smbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten con otros interlocutores que a su vez comparten un pasado con otros, etc.; cmo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Memoria e infinito, los dos polos de la historia, se refutan el uno al otro. Los msticos, en anlogo trance, prodigan los emblemas sagrados: para significar la divinidad, que es el rostro de todos los dioses, un persa habla de un pjaro que de algn modo es todos los pjaros, de su pico, sus alas, sus incontables plumas; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro est en todas partes y la circunferencia en ninguna; mi madre, de las brasas encendidas ocultas por otras brasas encendidas, de las cenizas dispersas y de la fuerza centrfuga del agua hirviendo; Ezequiel, de un ngel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur: es el ngel de la expansin, del estiramiento, incluso del engordamiento. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogas; alguna relacin tienen con el Aleph, aunque no discutira mucho si alguien afirmara que no.) Quiz los dioses no me negaran el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedara contaminando de literatura, de falsedad. Qu son las metforas? Metforas. Por lo dems, el problema central es irresoluble: la enumeracin, siquiera parcial, de un conjunto infinito. Y a la vez, no es irresoluble: esa enumeracin sera precisamente la enumeracin parcial de un conjunto infinito. El problema es querer que esa enumeracin sea otra cosa. Por otra parte, qu decir de la posibilidad del narctico? Debera acaso, para esta descripcin, caer en el onirismo? Porque en ese instante gigantesco, tumbado en el stano, he visto millones de actos deleitables y/o atroces; ninguno me asombr como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto de escalera, sin superposicin y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultneo: lo que transcribir, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recoger: no quiero ser acusado de egosta. Y aunque lo ms sincero e inteligente sera optar por el silencio, accedo porque, aun as, sigue siendo mejor escribir.

  • 15

    En la parte inferior del escaln, hacia la derecha, vi una pequea esfera, y entonces pens: Esto es simplemente una esfera tornasolada, aunque de casi intolerable fulgor, como una bola de espejos fundida en plomo. Luego me distraje, un poco decepcionado, hasta que un fulgor mayor, violceo, como un estallido detenido en el tiempo, me hizo volver a la esfera. Atrapado por la luz como un insecto, comenc a mirarla con fijeza hasta que sta empez a moverse sin salir de su lugar. Al principio la cre giratoria; luego pens que el que giraba era yo; finalmente comprend que ese movimiento era una ilusin producida por los vertiginosos espectculos que encerraba. El dimetro del Aleph sera de dos o tres centmetros, quiz cuatro o hasta cinco, no ms, pero el infinito espacio csmico estaba ah, sin disminucin de tamao. As, cada cosa (la luna del espejo, digamos, por ejemplo) eran infinitas cosas, porque yo claramente la vea desde todos los puntos del universo, y como los puntos de vista son infinitos, cada objeto de los infinitos objetos del universo era en s mismo infinito. A la vez, cada objeto est conformado por infinitos puntos Y cada uno de los puntos es infinito en s mismo Eso, insisto, no se puede describir. Pero como toda descripcin recorta sobre lo infinito un capricho, la lista siguiente es lo que la literatura me permite en este momento, por lo dems histrico. As que vi el populoso mar con sus barcos hundidos, vi el alba y la tarde en Budapest, vi un serrucho, vi las muchedumbres indgenas de Amrica sometidas a la explotacin y el hambre, vi una plateada telaraa en el centro de una negra pirmide que no pude identificar, vi un laberinto roto a martillazos (supe que era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutndose en m como en un espejo deformante y multiplicador, vi en un pozo los restos de la corbata favorita de Beatriz rodeados de miles de bolsas de basura negras, vi en un traspatio de la calle Soler casi esquina Coronel Daz las mismas baldosas que hace treinta aos vi en el zagun de una casa en Fray Bentos, vi mosquitos portadores de enfermedades cruzando el ocano en el fondo de un barco, vi racimos de uva todava verdes, nieve manchada con petrleo, tabaco, ron, vetas de metal y aluminio, vapor de agua concentrndose en la tapa de una olla cerrada, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi la siguiente pgina del tratado De Humana Physiognomia de Giovanni Battista della Porta, vi el gasmetro al norte de Veracruz que Daneri describa en sus poemas y comprob que la descripcin era inexacta, vi en Inverness a una mujer que no olvidar porque era increblemente hermosa y exactamente coincidente con mi imagen interna de la felicidad, vi la violenta cabellera de una mujer duchndose, el altivo cuerpo de un hombre cazando patos, vi un cncer en el pecho de un joven de no ms de veinticinco aos, vi un crculo de tierra seca en una vereda donde antes hubo un rbol, vi una quinta venida debajo de Adrogu, un ejemplar de la primera versin inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, comida por los insectos temible anobium! y el tiempo, vi a una pareja gritndose horriblemente, vi un manuscrito desconocido de Petrarca oculto en una caja enterrada debajo de un edificio de departamentos, vi a un tiempo cada letra de cada pgina (de chico, yo sola maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche; luego me asombr de que a veces lo hicieran), vi extraterrestres, vi normalmente la noche y el da contemporneo, vi muchas mujeres y muchos hombres desnudos, vi un poniente, microbios saltando en un Quertaro que pareca reflejar el color de una rosa en Bengala pero que result ser tambin una sombrilla, vi mi dormitorio afortunadamente

  • 16

    sin nadie, vi el nacimiento de cinco perros salchicha, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terrqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi en un bosque a una jeune fille sauvage y junto a ella cuatro ardillas, vi caballos de crin arremolinada por la suciedad en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano y no me gust, vi a un hombre comprando un alfajor, vi a los sobrevivientes de una batalla gimiendo, enviando tarjetas postales, mendigando, tomando vino, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja espaola mojada, vi los infinitos microbios de que estamos compuestos y vi microbios saltando de un cuerpo a otro, vi un crimen, vi supuestos tatuajes de prostitutas en una lmina de un libro de Lombroso editado en Pars en 1986, La femme criminalle et la prostitue, vi las sombras oblicuas de unos helechos amarronados en el suelo de un invernculo, vi en una lnea de montaje a un obrero dejando pasar una cuchara deforme, vi tigres blancos, mbolos, bisontes, marejadas, lpices y ejrcitos de langostas, vi un sapo aplastado por un jeep, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi inmediatamente despus miles de ejemplares distintos de escarabajos y record a J.B.S. Haldane, vi en un museo un astrolabio persa robado en una guerra, vi en un cajn del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increbles, precisas, que Beatriz haba dirigido a Carlos Argentino, vi luego cartas de Beatriz, aun ms obscenas, dirigidas al doctor Zunni, vi bananas, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente haba sido Beatriz Viterbo y me sorprend al notar que llevaba puesta una pulsera de plata que yo le haba regalado, vi un levantamiento popular en Oriente, vi la circulacin de mi oscura sangre y eso me gust, vi a Carlos Argentino alegre, hablando por telfono, vi el engranaje del amor y la modificacin de la muerte, vi El Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra, vi mi cara y mis vsceras, vi tu cara, y sent vrtigo y llor, porque mis ojos haban visto ese objeto secreto conjetural, cuyo nombre usurpan algunos de los hombres, pero que ningn hombre de todos esos ha mirado con la paz que deseara: el inconcebible universo. Y yo lo haba visto, pero tambin Daneri Y en ese sentido, qu poda tener eso de especial? Ver qu? Qu haba visto realmente? Sent infinita veneracin, tambin infinita lstima; luego, una sensacin extraa en la cabeza. Tarumba habrs quedado de tanto curiosear donde no te llaman- dijo una voz aborrecida y jovial, ceceante, apenas engordada. Aunque te devanes los sesos, no me pagars en un siglo esta revelacin. Qu observatorio formidable, che Borges! Los zapatos color guinda de Carlos Argentino ocupaban el escaln ms alto. En la brusca penumbra, acert a levantarme y a balbucear, un poco mareado: S, s. Formidable. S, realmente formidable. La indiferencia de mi voz me extra. Ansioso, Carlos Argentino insista: Lo viste todo bien, en colores? Viste mujeres, palacios, caminos, cucharas? En ese instante, oyendo las preguntas, recobr la lucidez y conceb mi venganza, una venganza tal vez mediocre y mezquina. Benvolo, manifiestamente apiadado, nervioso, evasivo, agradec a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su stano, critiqu con una irona amable la suciedad y lo inst a aprovechar la demolicin de la casa para alejarse de la perniciosa metrpoli, que a nadie crame, que a nadie! perdona. Me negu, con suave

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    energa, a discutir el Aleph; me negu, tambin, a discutir su reciente charla telefnica con Zunni; lo abrac, al despedirme, y le repet que el campo y la serenidad son dos grandes mdicos. Eso lo hizo reaccionar; repentinamente muy hinchado, Daneri grit: Pero yo no estoy enfermo! Volv a sonrer con benevolencia. Le dije que no, que por supuesto que no, pero que de todos modos convena curarse, ya que no poda saberse qu enfermedades estaban en nuestros cuerpos escondidas, al acecho, esperando un momento de debilidad. No estoy enfermo! volvi a decir con una pronunciacin no del todo comprensible y los ojos ya un poco cubiertos por los prpados; yo le sonre y le hice un gesto a la sirvienta para que me escoltara hasta la puerta. Desde el marco agit la mano para despedirme; por algn motivo, la sirvienta me sonri con gesto cmplice. En la calle, en las escaleras de Constitucin, en el subterrneo, me parecieron familiares todas las caras; a la vez, me parecieron todas iguales, o al menos clasificables en tres o cuatro tipos generales. Varias veces cre ver a la mujer de Inverness y me apen por su imposibilidad. Tem que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme o interesarme, tem que no me abandonar jams la impresin nauseosa de volver, girar y repetir. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabaj otra vez el olvido, aunque no del todo.

    Posdata del 1 de marzo de 1943 A los seis meses de la demolicin del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dej arrendar por la longitud del considerable poema y lanz al mercado una seleccin de trozos argentinos. Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibi el Segundo Premio Nacional de Literatura.2 El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increblemente, mi obra Los naipes del tahur no logr un solo voto. Una vez ms, triunfaron la incomprensin y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dar otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los eptomes del doctor Acevedo Daz. Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. ste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicacin al disco de mi historia no me parece casual. Para la Cbala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; tambin se dijo que tiene forma de un hombre que seala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el smbolo de los nmeros transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querra saber: Eligi Carlos Argentino ese nombre, o lo ley, aplicando a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le revel?

    2 Recib tu apenada congratulacin, me escribi, Bufas, mi lamentable amigo, de envidia, pero

    confesars aunque te ahogue! que esta vez pude coronar mi bonete con la ms roja de las

    plumas; mi turbante, con el ms califa de los rubes.

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    Por increble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph. Doy mis razones. Hacia 1867 el capitn Burton ejerci en el Brasil el cargo de cnsul britnico; en julio de 1942 Pedro Henrquez Urea descubri en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zu al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congneres la sptule copa de Kai Josr, el espejo que Trik Benzeyad encontr en una torre (las mil y una noches, 272), el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna (Historia Verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Jpiter, el espejo universal de Merln, redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio (The Faerie Queene, III, 2, 19) y aade estas curiosas palabras: Pero los anteriores (adems del defecto de no existir) son meros instrumentos de ptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo est en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central Nadie, claro est, puede verlo, pero quienes acercan el odo a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislmicas, pues como ha escrito Abenjaldn: En las repblicas fundadas por nmadas, es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albailera. Existe ese Aleph en lo ntimo de una piedra? Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trgica erosin de los aos, los rasgos de Beatriz. A Estela Canto.

    Posdata del 1 de noviembre de 2008. La posdata del 1 de marzo de 1943 no figura en el manuscrito original de El Aleph; posterior a la escritura del cuento, es el primer agregado y la primera lectura de Borges. Esa posdata es la nica parte que qued intacta en este engordamiento. El resto, de aproximadamente 4000 palabras lleg a tener ms de 9600. El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges est intacto pero totalmente cruzado por el mo, de modo que, si alguien quisiera, podra volver al texto de Borges desde ste. Con respecto a mi escritura, si bien no intent ocultarme en el estilo de Borges tampoco escrib con la idea de hacerme demasiado visible: los mejores momentos, me parece, son esos en los que no se puede saber con certeza qu es de quin.

    A Jacqui Behrend.__

    Saludos de JP