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85 | Edipo Un modo de pensarlo en el mundo de hoy Susana García Vázquez 1 Si embargo todos hablarán de mí y me temerán. Mi fantasma no los abandonará jamás. Yo Yocasta la mujer la madre la amante la esposa por los siglos de los siglos. Cuelgo de mis cintas sobre las cunas de los niños sobre los lechos de los amantes furtivos sobre la mirada amorosa del padre a la hija sobre cada niño que exprime el seno de su madre. Mariana Percovich, Yocasta. Una tragedia (fragmento), 2002 Hemos hablado insistentemente de las distinciones del Edipo como estruc- tura y del Edipo en tanto complejo. Sin embargo, aun con lo clarificadora que pueda ser esa diferencia, creo que no da cuenta de su poder, ni tam- poco de anclajes más primarios que aunque parecen perdidos para siem- pre lo son. A veces la clínica nos permite hacer hipótesis, teniendo como derrotero la transferencia para abrir nuevas ventanas que resignifiquen de alguna manera ese síntoma, esa identificación, ese rasgo de carácter cuyas 1 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. [email protected] (2013) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (117): 85-103 issn 1688 - 7247

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EdipoUn modo de pensarlo en el mundo de hoy

Susana García Vázquez1

Si embargo todos hablarán de mí

y me temerán.

Mi fantasma no los abandonará jamás.

Yo Yocasta

la mujer

la madre

la amante

la esposa

por los siglos de los siglos.

Cuelgo de mis cintas

sobre las cunas de los niños

sobre los lechos de los amantes furtivos

sobre la mirada amorosa del padre a la hija

sobre cada niño que exprime el seno de su madre.

Mariana Percovich, Yocasta. Una tragedia (fragmento), 2002

Hemos hablado insistentemente de las distinciones del Edipo como estruc-tura y del Edipo en tanto complejo. Sin embargo, aun con lo clarificadora que pueda ser esa diferencia, creo que no da cuenta de su poder, ni tam-poco de anclajes más primarios que aunque parecen perdidos para siem-pre lo son. A veces la clínica nos permite hacer hipótesis, teniendo como derrotero la transferencia para abrir nuevas ventanas que resignifiquen de alguna manera ese síntoma, esa identificación, ese rasgo de carácter cuyas

1 Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. [email protected]

(2013) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (117): 85-103

issn 1688 - 7247

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huellas parecen haber quedado sepultadas para siempre y sin embargo hacen ruido a través de actos, gestos del cuerpo o enfermedades somáticas.

Quiero remarcar que estamos hablando de hipótesis, un modo de aproximarnos al dolor psíquico a partir de formas de posicionamiento distintas, tanto del paciente como del analista.

Comencemos por algunos referentes teóricos. Tengo la necesidad de distinguir el incesto del Edipo. Y esta necesidad se genera en la clínica con algunos pacientes. Situaciones de desborde, de auto- y heteroagresividad que de pronto irrumpen en el escenario del análisis y se me configuran como marcas primarias que no podemos enlazar a la palabra.

Todo intento de distinción teórica tiene algún grado de forzamiento. Pero lo creo necesario, no solo para diferenciar el Edipo como estructura del Edipo como complejo, sino porque importa marcar una diferencia mayor que tiene que ver con distinguir el Edipo del incesto.

La clínica nos ubica frente a momentos analíticos en los que circula la asociación libre, está instalada una represión secundaria suficiente, y otros momentos en los que todo parece encallar, y el silencio, la repetición, la palabra vacía pueblan el escenario del análisis. ¿Qué sucede? ¿Qué le pasa al paciente? ¿Que le sucede al analista?

Esto se agudiza particularmente en pacientes que exceden la neurosis y que se expresan con ataques al análisis y al analista que son generadores de rechazo, de profunda incomodidad, que dificultan la posibilidad de trabajo aun del analista consigo mismo. Estos ataques, creo oportuno decir, se configuran tanto desde la perspectiva del erotismo como de la destructividad, erosionando la posibilidad de trabajo analítico.

Estas situaciones, generadoras de interrogantes, me condujeron a un recorrido teórico para diferenciar situaciones en las que la triangula-ción parecía reproducirse, pero las relaciones eran predominantemente duales e incluso confusionales. Momentos indiscriminados, fusionales, con violencia manifiesta o subyacente muy intensa, que cuestionaban mi lugar de analista.

Fidias Cesio distingue el complejo de Edipo secundario y el complejo primordial, plantea que en Edipo «se definen dos niveles: Edipo el hijo de Pólibo y Mérope que, temeroso de cometer incesto, se defiende alejándose de ellos (represión secundaria), y Edipo del incesto, asesino de Layo, su

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padre, unido sexualmente a Yocasta, su madre (represión originaria)» (2010: 263). Plantea que en el primero se ponen en evidencia los deseos incestuosos reprimidos, y en el segundo Edipo atraviesa la barrera de la prohibición y entra en la tragedia: el incesto.

En un trabajo anterior (2005), yo citaba una referencia de Alain Fine que distingue los pacientes cuyas inscripciones en el orden de lo trágico quedan fijadas como tales y no pueden imaginar ser ellos mismos actores de su propia existencia, quedan presos de un destino, un pasado eterna-mente presente. Expresaba así la necesidad de trabajar con ellos el pasaje de la tragedia al drama, es decir, al conflicto.

Destino determinado por los dioses, que se me configuran como las marcas originarias del semejante que no fueron atravesadas por la castra-ción. Poder y omnipotencia absolutos.

A este respecto es mucho lo que Lacan (1957-1958) nos ha aportado. No solo en la formulación de los tres registros, que se requieren enlazados, en donde la suelta de amarras de uno desanuda los otros dos, como muy bien lo ha trabajado Myrta Casas (1999), sino en las implicancias con ese cuarto círculo que agrega posteriormente y que tanto tiene que ver con Edipo y los nombres del padre, considerando un Edipo mucho más precoz que el planteado por Freud y que nos abre al concepto de estructura edípica.

Así podemos reconocer en su relectura de Freud todas las concep-ciones que hoy tenemos sobre el lugar del otro/Otro en la estructuración psíquica. Sin esa perspectiva quizás el psicoanálisis habría quedado en-trampado en una visión biologista y extremadamente determinista.

Pero al mismo tiempo la clínica nos plantea problemas que nunca va a resolver teoría alguna. Toda teorización es siempre una asíntota en el abordaje del sufrimiento humano. Los enigmas no pueden ser develados por teoría alguna, tan solo nos acercaremos con hipótesis que nos resulten más próximas, que a nuestro entender den mejor cuenta de lo que quere-mos plantear o de la dificultad que abordamos.

Me parece útil distinguir la triangulación de la configuración del ter-cero o la terceridad. Madre-no madre, pecho-pene, padres originarios, de algún modo podemos afirmar que se requiere el concurso de dos (en las condiciones que sean) para configurar un otro. En este sentido podríamos decir que la triangulación está en el origen del infans. Implicaría, según

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Green (2005), una triangulación primitiva en la relación dual madre-niño; o sea, el padre existe no como persona distinta originariamente, sino en la madre, aunque también podemos agregar que muy incipientemente el niño reconoce esas diferencias. Lo que me interesa destacar particular-mente es que la existencia del padre puede ser deseada, amada, odiada, ignorada, desmentida por la madre, pero igual está presente de algún modo y genera efectos. Y esas marcas tendrán que ser resignificadas por el Edipo complejo y la castración, así podrán convertirse en cadenas sig-nificantes, armado de una novela vital para la estructuración psíquica y para lograr la apropiación subjetiva de esa historia significante. Si esto no ocurre y quedan en tanto tales, originarias, con fuerte incapacidad de traducción —siempre parcial—, van a generar efectos no simbólicos y van a expresarse solo a través del acto y del padecer somático.

El Edipo, complejo nuclear de las neurosis para Freud, es también estructurante, pero no está fuera de los cambios y avatares de la cultura en que cada sujeto está inmerso. Laplanche (1996) plantea que el Edipo es una creación cultural y en tanto tal puede cambiar o desaparecer; esto no implica desconocer que en nuestras sociedades siga vigente y podamos referirnos a su falla o a su modo de establecerse.

Creo que hay algo muy fundante, que es esa primera relación con los objetos originarios que marcan la carne psíquica, y que es a partir de esas marcas que se podrán resignificar el amor y el odio, el deseo de otro, la constitución psíquica y la posible apropiación subjetiva. La necesaria especularización de los orígenes, una vez establecida libidinalmente y con carácter separador, será la que permita la discriminación yo-otro.

Claude Le Guen distingue el Edipo originario, el Edipo secundario —el complejo de Edipo en Freud— y el Edipo en el análisis. Destaca que el Edipo no es un mito, sino una producción del ser social que renace en virtud del análisis. Podríamos decir que el Edipo originario es precastra-tivo, tiene que ver con la relación con la madre, modelo que da cuenta del origen del sujeto y del doble objeto, madre y no-madre, lo que favorece la transposición al padre y la emergencia de un tercero, comienzo de la sim-bolización y del acto semántico. Es explícito al señalar que esto se muestra siempre anudado, no hay en el autor una visión desarrollista, cuando lo en-contramos en el análisis está entramado. «Gracias a ese “segundo tiempo”

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traumático del Edipo secundario, es posible reforzar aquello que el Edipo original fijó y sobre todo precondicionó» (Le Guen, 1984: 91). Las tres fases que señala, Edipo secundario, Edipo originario y Edipo en el tratamiento, están unificadas y totalizadas por la teoría psicoanalítica del Edipo.

Lacan, siguiendo a Freud en Tótem, distingue un padre primordial, anterior al tabú del incesto, a la ley, al orden social y a la cultura. Rechina este concepto de «anterior a», porque remite a la cronología, pero este autor también habla de un momento jubiloso en el espejo (1949) en el que surge la posibilidad de subjetivación, y también lo ubica cronológicamente. Que sepamos que hay algo para siempre perdido y que lo que somos hoy es producto de infinitas resignificaciones no impide que hagamos hipótesis sobre lo originario y que pensemos que en ciertos momentos del análisis parecen emerger marcas que no se expresan con palabras, sino en acto o dolor psíquico innombrable, y que tratamos de encontrar con nuestro paciente, a través de la transferencia, formas o modos de apalabrarlas.

Me parecieron muy interesantes los planteos de Rosine Perelberg (2010), quien hace una distinción que aporta a mis reflexiones. Señala que la historia de Edipo es expresión del asesinato del padre, en cambio vincula el complejo de Edipo con la muerte del padre. Distingue así padre asesinado de padre muerto. Coincido en diferenciar teóricamente el padre de Tótem, «prehistórico», narcisista, omnipotente, padre que tiene que ser asesinado para librarse de su dominio absoluto, de la función paterna que Freud tan bien señala en El yo y el ello (1923) y también en Moisés (1938), en que se juega el padre simbólico, padre que es garante de la ley, que se permite morir para dar lugar a la generación del hijo.

La autora destaca cómo Rosolato trabajó este padre en el sentido de un padre idealizado, narcisista, prehistórico y mítico. Pero este autor dice más, señala que: «La idea del eterno retorno, viene de lo más leja-no del Edipo, retorno al vientre materno para abolir toda separación» (Rosolato, 1981: 353).

Acá el fragmento del acápite de Mariana Percovich (2002) sobre Yocas-ta cobra su máxima expresión: «Mi fantasma no los abandonará jamás». Pero entiendo que es fundamental en la clínica registrar de qué modo retorna ese fantasma, si entramado en una red significante, armado de una novela subjetiva, o en acto, en agonías impensables.

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Me importa agregar que Rosolato (o. cit.) da cuenta de algo más que de un fantasma que retorna, quiere establecer una diferencia entre lo desco-nocido y lo no-reconocido, ubicando esto último en los significantes ori-ginariamente inscritos, originariamente reprimidos y por ello inaccesibles.

Por esto pienso que no hay nada más central en la constitución psíqui-ca que la prohibición del incesto, prohibido por deseado y más deseado en tanto prohibido. Sin duda esta prohibición está absolutamente enlazada en la constitución psíquica con la castración, con la falta, con la incompletud, pero vale la pena señalar que no es lo mismo poner el acento en la au-sencia, siempre presente en toda adquisición de lenguaje y en toda marca psíquica, en que siempre algo se pierde o cae, como decía Freud (1897) (un resto originario inhallable, Manuscrito M), que poner el acento en esta presencia que implica intromisión del otro, abuso de poder, dificultad de discriminación yo-no yo, fallas en la especularización que pueden pensarse como signos de una represión originaria fallante que obliga a identifica-ciones alienantes en las que la adhesión al objeto impide la subjetivación. «Colgados del otro», unidos a ese destino trágico «signado por los dioses».

«Nunca, nunca me voy a poder liberar de esta desesperación, si me odiaron desde que nací», dice el paciente. «Y usted no entiende nada. Solo dice pavadas. Esto no me sirve para nada.»

¿Tendrá razón? No lo sé. Sí sé que por lo menos tiene alguien que lo escucha y le dice pavadas, con quien se puede enojar, pero además pudi-mos atisbar algún día que lo que «no sirve» es cambiar. Que hay un camino conocido del dolor compañero al que queda unido por dos vertientes: por la dificultad de desidentificación, algo que puedo escuchar, como: «Soy este y me niego a toda transformación, a todo cambio, porque ¿cuál es el abismo que se me abriría?», y también por el goce que esa ligazón inces-tuosa, que lo fija en lo dual y lo indiscriminado, le genera.

Apalabrar no es suficiente, a veces empeora el dolor, pero las más de las veces abre un camino.

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Pero ¿Edipo vive aún?

Abraham respondió: … me matarán por causa de mi mujer.

Y a la verdad que también es mi hermana, hija de mi padre, mas no

hija de mi madre, y la tomé por mujer.

Génesis 20, 11,12

Me parece muy interesante esta distinción bíblica de Abraham en el Gé-nesis. Lo van a matar por tomar por mujer a su hermana (incesto), pero ¿será eximente que no sea hija de la madre y tan solo del padre?

Daniel Gil (2002) plantea la no universalidad del Edipo —fruto de la sociedad burguesa y patriarcal—, pero además trabaja sobre la defección paterna en el mundo de hoy. El libro ¿Por qué me has abandonado? (citado, 2002) marca un hito en la reflexión sobre Edipo y el lugar del padre. Y va más allá, en el sentido de que pone en cuestión la no universalidad del Edi-po no solo en tanto complejo sino también como estructura. Señala, según lo entiendo, la necesidad de distinguir Edipo y prohibición del incesto, expresando que mientras en psicoanálisis complejo de Edipo y prohi-bición del incesto son isomórficos, no ha sido así para los antropólogos, para quienes lo central es la prohibición del incesto como estructurador de las sociedades. Se rectifica de planteos propios anteriores y hace suya ahora la afirmación de Vernant de que Edipo rey es un Edipo sin complejo.

Coincido plenamente con el autor y consecuentemente con Vernant en que Edipo rey es un Edipo sin complejo. Pero no porque, como dice Vernant, Edipo «no sabía» que Layo y Yocasta eran sus padres, sino por la realización actuada y no simbólica del parricidio y del incesto. Como ya he dicho, no es lo mismo el asesinato del padre que su muerte simbólica, no es lo mismo el incesto consumado con la madre que la fantasía incestuosa.

Es decir, coincidiría con Myrta Casas de Pereda cuando afirma: «Muerte del padre, padre muerto, que aúna el asesinato (Tótem y tabú) con el más allá del principio del placer, para hacer lugar a la repetición de lo pulsio-nal. Eros y Tánatos componiendo los imaginarios imprescindibles que den cabida al odio y al amor, a la represión y a las identificaciones» (Casas de Pereda, 1994: 60). Estoy de acuerdo, pero con una salvedad: para esta intrin-cación se requiere una estructura neurótica en la que es posible sostener la

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ambivalencia, el conflicto, la fantasía, la novela sintomal. Pero son muchas las situaciones en que este entramado se deshilacha, se escinde, y la auto- y heterodestructividad invaden al sujeto, impidiendo el armado de un texto y por tanto quedando anclado en el incesto, en el filicidio y en el asesinato del padre, más que en su muerte simbólica.

Y esto dificulta las identificaciones secundarias por rasgo, la distinción yo-no yo y la posibilidad de subjetivación, da cuenta de fallas en la iden-tificación primaria y sus avatares (1995).

Importa remarcar lo planteado por Daniel Gil (2002) respecto a que la prohibición del incesto no se limita a las leyes de alianza y a la necesidad de los intercambios, como muestran los antropólogos, sino que implica la prohibición del pasaje de humores idénticos de uno a otro cuerpo. Esto es lo que a mi entender trata de justificar Abraham en el Génesis, busca establecer una diferencia, no es hija de la misma madre.

Pero lo importante, dice el autor, es cómo las sociedades marcan sus criterios sobre lo idéntico y lo diferente, lo mismo, lo igual, lo semejante. Y afirma algo que me parece central cuando expresa que no existe cultura si no existe la posibilidad de establecer de alguna forma estas distinciones. Y aún más: «en cualquier cultura, hay un hecho que pone en riesgo la distinción entre lo diferente y lo idéntico, circunstancias en que se borran las categorías […] se produce un punto impensable que es como si el sujeto cayera en lo indiscriminado, lo no representable, quedando arrojado de la cultura, del mundo y perdiera su condición humana […] en el campo de las relaciones sexuales y de parentesco esto adquiere mayor relevancia por el lugar que tiene en el psiquismo humano la diferencia de sexos y de generaciones» (Gil, 2002: 141).

Coincido en que un punto capital del proceso de subjetivación ancla en la diferencia de sexos y de generaciones. Diferencia de sexos que no implicará obligada elección objetal, y diferencia de generaciones cuyo principio central es no engolfar al sujeto en ciernes y tolerar que nos dé muerte, que se separe, que sea otro distinto.

Pero también importa diferenciar la producción de subjetividad de la constitución del psiquismo. «La producción de subjetividad alude a los modos históricos, sociales, políticos con los que se producen sujetos sociales» (Bleichmar, 2001). No hay duda de que estos han cambiado:

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familias monoparentales, crianza de niños por parejas homosexuales, modos distintos de expresión de la sexualidad adulta, entre otros.

Pero lo que no cambió, según lo pienso, es la indefensión de la cría hu-mana que requiere de cuidados prolongados del adulto, lo que no cambió es la asimetría radical entre niño y adulto, lo que no cambió es la diferencia entre ser deseado o ser odiado por las figuras originarias, lo que no cambió es la posibilidad de narcisización o no del cuerpo del infans, lo que no cambió es el ejercicio de la violencia necesaria y generadora de cultura, o innecesaria, generadora de sometimiento y alienación. Y esto es lo que configurará la estructura psíquica.

Ahora bien, comparto lo afirmado por Daniel Gil (2002: 141) que citaba arriba, en el sentido de que el borramiento de las categorías —lo diferente, lo idéntico— adquiere una gran relevancia, pero aunque lo parezca, creo pertinente que nos preguntemos si es un punto impensable, irrepresentable, que arroja al sujeto fuera de la cultura y lo lleva a perder su condición humana.

En esto abriría una hipótesis distinta. Es en este difícil intersticio que intento pensar.

En primer lugar, diría que solo los humanos podemos llevar a otro a ese nivel de desubjetivación, de alienación, de desobjetalización.

En segundo lugar: ¿será irrepresentable o será sin palabras? ¿Será irre-presentable o se habrán roto las cadenas de sentido o nunca las hubo? Po-demos pensar que no existiría, tal como plantea Fanny Schkolnik (2007), una malla representacional que permita el pasaje a palabra, que permita la simbolización, el acceso al sentido. Pero eso no significa que no se confi-gure como marca psíquica (signos de percepción) (Freud, Carta 52, 1976) o significantes enigmáticos (Laplanche, 1996).

También plantearía que la diferencia de sexos o generaciones puede estar negada, desmentida, arrasada, el engolfamiento del adulto sobre el infans puede ser total, generando su imposibilidad de ser, pero está igual presente. Hay una asimetría radical que, aunque negada, sofocada, des-mentida, hace marca, y ese sometimiento va a tener algún tipo de registro psíquico: identificaciones alienantes, goce masoquista, transformación en lo contrario, u otras. Señalo esto porque me parece un aspecto muy importante para tener en cuenta en el trabajo analítico.

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Roussillon (1995) cuando plantea el trauma perdido dice: «Son traumas psíquicos en la medida en que tuvieron efectos psíquicos sobre la estructu-ración del psiquismo, son prepsíquicos en la medida en que el psiquismo no pudo organizar una representación psíquica de su impacto. Dicho de otra manera, no hay representación de la ausencia de representación, no hay representación del trauma. Desde el punto de vista del psiquismo, el trauma está perdido: ¿está también perdida para el análisis toda esperanza?». Con esto quiero significar que el Edipo desde los orígenes, centrado en el incesto, está siempre de alguna manera representado en el psiquismo, aunque no podamos enlazarlo, aunque no podamos dar lugar a la palabra, al sentido.

Esto implica también no compartir desde un punto de vista metapsico-lógico la conceptualización de la llamada «clínica del vacío». Pienso que esas expresiones de vacío, ese sentimiento de futilidad que vemos tan frecuen-temente en los pacientes, son del orden de la descripción fenomenológica.

Ya los llamemos normóticos, psicosis blanca, personalidades como si, en todos los casos, según lo entiendo, son modos de defensa más o menos exitosos, más o menos primarios que ocultan la violentación del otro en su constitución psíquica. Acordaría en llamarlos más patologías del exceso que de la carencia.

Porque considero que la intrusión del otro generó un arrasamiento de la alteridad, impidió la subjetivación por el efecto de una violencia secundaria que obliga al infans a identificarse con el agresor, a congelar sus afectos, a la retorsión afectiva. Distintos caminos que muestran la marca de un incesto de algún modo «consumado», de un padre terrible por indiferente, por ausente o por violento, que impide toda separación, por lo que no puede configurarse la alteridad.

Esto puede también ser parcial, es decir, quedar escindido y permitir un funcionamiento neurótico pero con aspectos arcaicos que se presentan en distintas situaciones.

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¿«Antiguos crímenes»?2 ¿Posibles reparaciones?

—¿Qué cualidades de su madre le gustaría adoptar?

—Yo soy Guillermo Alejandro. Soy yo mismo. No quisiera adoptar nin-

guna cualidad suya. Además, es imposible…

El príncipe Guillermo no lo dijo en la entrevista, pero yo lo vi con toda

claridad que pesaba sobre él la oscura sombra de su madre, como

pesa sobre mí la de mi padre. El príncipe se equivocaba al pensar que

se había liberado de esa sombra. Es imposible escapar de la influen-

cia de personas así…

Kader Abdolah, 2010

Pretendo mostrar aspectos en oposición. La entrevista que transcribe Kader Abdolah (2010) realizada a Guillermo Alejandro, hoy rey de Ho-landa, da cuenta de una diferencia sustantiva entre ambos protagonistas. Por una parte la aceptación del escritor de la marca de su padre en él, reconocimiento de su linaje y de la fuerte influencia que le dejó, y por otra parte el príncipe, que niega toda influencia de su madre. Eso es lo que justamente Guillermo Alejandro no puede ser, ser él mismo, porque no se puede ser uno mismo si no se reconoce el linaje, si no se admite la identificación, si no se tolera la dependencia de esos objetos origina-rios. Vamos siendo y somos el precipitado de una historia generacional irrepetible, y al mismo tiempo somos generadores de futuro. Esta fijeza de la expresión del príncipe, «soy yo mismo», podría dar cuenta de su dificultad en reconocerse y tolerar sus límites.

He planteado anteriormente que es consustancial a la estructura psí-quica la necesidad de tolerar los enigmas.

Borges, con el humor y la fineza que lo caracterizan, en el encuentro que relata entre Shakespeare y Dios, hace decir a Shakespeare: «Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó… Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra

2 Aludo al libro de Achugar y otros, 1994.

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mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie» (Borges, 1960: 341).

Para tolerar esta situación entre «ser muchos y nadie», para tolerar las vacilaciones del yo, para hacer el duelo por lo perdido, para tolerar la falta y los enigmas de nuestros orígenes, para sostener la ambivalencia, tene-mos que tener una estructura suficientemente establecida, marcada por la represión secundaria y atravesada por el Edipo y por la castración. Es esa estructuración psíquica que permite la oscilación metáforo-metonímica, la permeabilidad entre el proceso primario y el proceso secundario, y da cuenta también de la simbolización en psicoanálisis.

En este aspecto coincido con Fanny Schkolnik (2007) en que desde el momento en que las marcas de lo percibido son investidas por la pulsión habrá inscripciones, aunque no siempre estén disponibles para ser proce-sadas por un trabajo psíquico de simbolización que lleve a la emergencia de sentidos, y de una u otra forma darán lugar a diversas manifestaciones a nivel de la clínica.

Para la autora, lo que se denomina como irrepresentable tendría que ver con una falla en las posibilidades de simbolización porque el aparato psíquico no puede establecer las traducciones que permitan armar cade-nas de representaciones, impidiendo entonces la resignificación a través de la palabra (1998).

Por su parte, Roussillon (1999) considera la simbolización a través de la palabra como simbolización secundaria. No solo porque pertenece al proceso secundario, sino porque distingue una posibilidad de simboliza-ción primaria: «la primera inscripción de la cosa psíquica —la “materia primera” psíquica (Freud, 1900)— es decir el primer signo psíquico de la cosa, su trazo mnésico perceptivo», que podrá unirse con la representa-ción cosa. Creo que importa señalar estas diferencias de tiempo entre la experiencia vivida, marcada psíquicamente, y la experiencia apropiada subjetivamente, porque cuando la intrusión del otro es excesiva la posibi-lidad de hacer propia la experiencia está muy limitada.

Por eso creo apresurado valorar los llamados «ataques de pánico», por ejemplo, como crisis histéricas actuales, como también creo inapropiado interpretar las anorexias-bulimias como aspectos conversivos. Sin duda hay ataques de pánico que son simples llamados de atención y anorexias

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o bulimias que establecen un escenario solo al servicio de la atención del otro (neurosis histérica).

Pero hay situaciones que son muy graves, y aunque discrepo en la explicación metapsicológica freudiana, mantengo lo central de su concep-ción. La angustia automática, esa angustia, que como Freud ha mostrado, arrasa al yo inhabilitando al sujeto, que es lo hoy descrito como ataque de pánico, no puede limitarse a lo conversivo, al deseo de ser amado, atendido y completado por los objetos originarios. Tenemos que pensar que hay una simbolización fallante, que hay una represión secundaria no bien instalada y una falla en lo reprimido originariamente que ponen al yo en jaque y lo paralizan, por lo que queda inundado de angustias de muerte y agonías impensables. La vivencia de muerte es muy intensa y los casos graves no pueden restablecerse sin agregar al análisis una medicación psicofarma-cológica, aspecto que siempre tenemos que considerar.

Respecto a las anorexias graves, no podemos dejar de tomar en cuenta que pueden llegar a la muerte y que suelen acompañarse de ataques diver-sos al cuerpo con fobia generalizada a los alimentos. Entiendo que estas situaciones no pueden pensarse sin las marcas mortíferas, antropofágicas del otro. El ataque hacia la madre-alimento es feroz, el ataque a ese cuerpo sexuado es tan intenso que surgen las amenorreas, se altera el metabolis-mo, se dificulta el aparato motor, en fin, se produce una alteración gene-ralizada, y no podemos dejar de marcar que el «síntoma» es alimentario, es decir, materno por excelencia desde los orígenes.

No creo necesario sobreabundar en que estas expresiones pueden ser «usadas» por las neurosis: aspectos histéricos, obsesivos o fóbicos se apro-pian de estos escenarios y se expresan como lo que son, neurosis. Pero es necesario discriminar los montajes escénicos de los padecimientos graves. En estos últimos se juegan aspectos escindidos y desmentidos que llevan al paciente a situaciones de riesgo que necesitamos advertir, para trabajarlas no en el sentido en que trabajamos las experiencias subjetivadas, sino como aspectos arcaicos que hacen eclosión en el campo transferencial y ponen en riesgo al paciente, al analista y a la situación de análisis.

Como dice Rosolato: es necesario distinguir cuando la falta ha dado lugar a las sustituciones, es decir, el objeto perdido es aceptado y la falta es simbolizable. Cuando se requiere de la escisión y la desmentida sin poder

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verbalizar las contradicciones ni las pérdidas o cuando lo desconocido está forcluido, allí los significantes de la madre se imponen masivamente para taponar toda brecha.

Para este autor hay siempre un desconocido materno primordial no simbolizable, los espacios y caminos que eso tome harán a diferencias estructurales. Las pulsiones brutas, nos dice, están efectivamente del lado de lo desconocido, mientras que la organización tópica, que implica re-laciones sistemáticas con propiedades distintas y localizadas, separa lo absoluto de lo desconocido.3

Entonces no es lo mismo trabajar en análisis las fantasías parricidas y filicidas presentes en toda estructura psíquica, que configuran la ambi-valencia, el duelo, la falta por el objeto perdido y constituyen los avatares del complejo de Edipo tanto en sus aspectos positivos como negativos, que trabajar los actos filicidas y parricidas que se expresan como ataques al cuerpo, al otro o al análisis.

Lo mismo podemos decir de los sueños. ¿Qué diferencia los sueños edípicos de los sueños crudos? ¿Es lo mismo un sueño con una mujer o un hombre «desconocido» en el que surgen indicios de seducción o de realización de deseos incestuosos que esos sueños crudos en los que el paciente relata una relación anal, oral o genital realizada con uno de sus progenitores?

Pienso que estamos ante situaciones muy distintas. En estos últimos hay un fracaso de la metáfora, falta ese velo de la desfiguración, propio de todo enigma que constituye lo inconsciente reprimido, y lo que se pone en escena es la crudeza del incesto. Aludo a los fenómenos residuales planteados por Freud en Análisis terminable e interminable y trabajados por Fanny Schkolnik (2000).

Es en ese sentido que hablo de la patología del exceso. Se ha configurado una estructura psíquica precaria, escindida, que alberga lo intromisionante del otro, alberga el incesto sin prohibición, un verdadero atropello a un psiquismo en ciernes que no puede transformar, metabolizar, resignificar

3 Ídem, p. 359.

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ciertas marcas que se expresan en diversas modalidades del acto, con graves fallas metafóricas. Las formas de expresión son las de la repetición mortí-fera, sujetos que solo pueden reproducir los excesos a los que estuvieron atados, ya sea identificándose con el agresor o sometiéndose a otro en forma masoquista, y con frecuencia estos son «sus mejores recursos».

Me importa señalar que estas marcas incestuosas, de lo intromisio-nante del otro originario, en que no hubo corte, pueden estar escindidas, es decir, no necesariamente comprenden la totalidad de la estructura. Pueden coexistir con aspectos neuróticos, puede suceder que por efectos del análisis o por situaciones de crisis personales, pérdidas intolerables, envejecimiento, situaciones traumáticas que remiten a ese dolor sean reac-tivadas dejando al sujeto expuesto a actuaciones más o menos peligrosas.

Con esto estoy diciendo que me resulta insuficiente pensar la estructura psíquica desde la perspectiva de la neurosis —estructura tripartita, represión secundaria, armado del Edipo y tolerancia a la falta—, o de la perversión —en la que la desmentida y escisión del yo sostiene a una madre sin pérdi-da—, o, por último, de la psicosis —en la que la forclusión da cuenta de un agujero psíquico, falla simbólica en la que falta el significante de la falta—. La clínica nos ofrece muchas variantes de estas estructuras, que pueden coexistir de modo parcial y que pueden ser analizadas.

En ese sentido, me ha parecido un aporte valioso el concepto de «lo-curas privadas» de Green (2001), así como su concepción de situaciones fronterizas de la analizabilidad que hablan de un narcisismo no trófico, que ponen en evidencia angustias de intrusión-separación, que obligan a la unión-destrucción desesperada con el objeto y que se expresan como verdaderos cortocircuitos psíquicos por el acto o por el soma, pudiendo llegar hasta un desinvestimento radical.

Insisto en que esto coexiste con las neurosis. Según yo lo entiendo, Green abre una perspectiva en torno a las dificultades en la clínica, porque le importa la extensión del psicoanálisis, así como sus fracasos.

Relanzando los problemas que quiero aportar, insisto en que es impor-tante diferenciar los deseos filicidas y parricidas que hacen a las fantasías, que incluyen, por supuesto, deseos de no separación, de absoluto, de no falta, pero situación a la que el sujeto se enfrenta y tolera como enigma y como angustia, de las actuaciones parricidas y filicidas que se expresan

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por el incesto realizado o por un engolfamiento que deja al sujeto preso de sí, con dificultades de resignificar y de trabajar ciertas identificaciones, ciertos vínculos duales, especulares, que lo condenan a una repetición sin fin y empobrecen sus posibilidades simbólicas.

Me parece también central tolerar los enigmas de nuestros orígenes, que son fuente de búsqueda, de apertura a nuevas formas de simboliza-ción. Somos sujetos marcados por la pulsión que busca formas de realiza-ción, pero tolerando el velo que esa misma búsqueda implica.

Jehová le dijo a Moisés: «No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y sobrevivirá (Éxodo 33.20). Después apartaré mi mano y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro» (Éxodo 33.23). Está prohibido descubrirle el rostro a Dios. Se paga con la vida. Es necesario aceptar los límites, las interrogaciones sobre los orígenes y sobre el otro, enigmas que convertimos en motor de trabajo, de infinitos desplazamientos, de transferencias de transferencia.

Cuando me pregunto si los «antiguos crímenes» pueden ser pasibles de reparación, digo que a veces es posible. Reparables aunque no sin asumir la pérdida de la omnipotencia y la castración, siempre generadoras de angustia, de conflicto, de síntomas y de sufrimiento. También reparables cuando podemos enlazar, a veces por primera vez, un rasgo, una repeti-ción, una identificación que muestra lo que oculta, y esto solo es posible en transferencia y en el proceso de creación.

Y otras veces, esos restos ingobernables, como dice Marucco (1999), siguen repitiéndose en el escenario analítico, y la reacción terapéutica ne-gativa, el masoquismo y el sadismo resultan indestronables, manteniendo al paciente y al analista en una repetición esterilizante y oprimente.

Pero como la pulsión pulsa, seguiremos buscando modos de entretejer estas repeticiones. Para esto, como espero muestre este trabajo, reconoce-remos nuestro linaje, el aporte de los muchos que contribuyeron a estas reflexiones y las preguntas y cuestionamientos de los que tienen en sus manos el futuro, que también están muy presentes. ◆

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Resumen

El objetivo de este trabajo es poner a consideración el tema del Edipo como estructura y como complejo, así como sus anclajes más primarios, y preguntarnos si esta concepción sigue vigente en el mundo actual.

¿Los cambios en la configuración familiar nos obligan a cambiar esta teorización central en el edificio freudiano?

La autora piensa que es necesario distinguir los modos históricos, políticos y sociales de la producción de subjetividad de las formas de es-tructuración del psiquismo.

A su juicio, el Edipo sigue siendo válido en el armado psíquico, trián-gulo imprescindible: encuentro de dos que generarán un otro.

En este sentido considera que la prohibición fundamental es la del incesto; esto requiere poder diferenciar las relaciones triangulares, que ponen en evidencia vínculos duales, de la terceridad, que da cuenta de la exclusión del tercero y que pertenece al orden simbólico.

Distingue, así, asesinato del padre y filicidio en acto de las fantasías incestuosas en las que se configura la muerte del padre, lo que enfrenta al sujeto a la castración y a la diferencia, tanto de sexos como de generaciones.

Descriptores: edipo / incesto /

Abstract

The aim of the paper is to discuss Oedipus, both as a structure and as a complex, as well as its primary moorings, and to consider if this concept is still valid in our present world.

Do changes in the configuration of the family force us to modify this central theorization of the Freudian construct?

The author understands that it is necessary to distinguish the histori-cal, political and social modes which prevail in our environment from the production of subjectivity from the forms in which the psyche is structured.

In her opinion, the Oedipus is still valid in the construction of the psyche, indispensable triangle: an encounter of two, who will generate an other.

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In this sense, she considers that the fundamental prohibition is that of the incest, which requires being able to discriminate triangular relation-ships that reveal dual bonds; from the thirdness, which accounts for the exclusion of the third and belongs to the symbolic order.

The author then distinguishes the murder of the father from filicide in act, from incestuous fantasies, where the death of the father finds form, and confronts the subject to castration and to the difference, both of the sexes and the generations.

Keywords: oedipus / incest /

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