Macroeconomía para No Economistas
Presentación en la Feria del Libro Córdoba – 18 de septiembre de 2012
Quiero agradecer a la Feria del Libro Córdoba 2012 por la invitación a presentar mi libro, a
EDICON por el apoyo en este y los otros proyectos que tenemos en marcha, y a todos
Uds. por estar hoy aquí.
Quiero compartir con Uds. algunas reflexiones acerca de ciertas características
particulares de la economía argentina. En primer lugar, los fenómenos económicos que
ocurren habitualmente en cualquier país, ocurren en Argentina de manera más frecuente
y más intensa. Mientras una economía relativamente estable como la economía de
Estados Unidos ha tenido en las últimas cuatro décadas cuatro o cinco recesiones,
Argentina ha tenido más de diez. Y mientras la máxima caída de la actividad económica
en un año en Estados Unidos fue del 3.5%, en medio de la crisis financiera más profunda
desde la Gran Depresión, en Argentina la máxima caída fue del 11% en 2002. Y mientras
Estados Unidos nunca tuvo en estas cuatro décadas una recesión de más de dos años,
Argentina tuvo una recesión de cuatro años, entre 1998 y 2002, cuando acumuló una
caída del 20% de punta a punta.
Esto ha sido consecuencia, o causa, o ambas cosas, de todos los infortunios económicos
que se sucedieron en estas cuatro décadas en Argentina. Corridas bancarias,
confiscaciones de depósitos, Corralito, Corralón, pesificación, corridas cambiarias, maxi-
devaluaciones con períodos de tipo de cambio súper alto, seguidas de períodos de tipo de
cambio súper bajo, con atraso cambiario. Existen dos enfermedades económicas muy
agresivas y muy raras: la hiperinflación y la deflación; Argentina tuvo ambas en el término
de poco más de 10 años, con las hiperinflaciones de 1989 y 1990 y la deflación de 2001.
Y podríamos seguir enumerando infortunios económicos acontecidos en estas últimas
cuatro décadas.
Pero además de que todo ocurre en Argentina con más frecuencia e intensidad, aquí
también ocurren fenómenos económicos diferentes, que por ese motivo no están en los
libros de texto. Es el caso, por ejemplo, de la hipótesis de Milton Friedman, Premio Nobel
y padre del Monetarismo. Su hipótesis sostiene que la inflación es más volátil y más
impredecible cuanto mayor es su nivel. Algo parecido planteó alguna vez Axel
Leijonhufvud, economista sueco de pensamiento keynesiano, en las antípodas de
Friedman, cuando argumentó que para mantener una inflación alta y estable se requiere
la misma disciplina monetaria que para mantener una inflación baja y estable, pero si la
inflación es alta, el banco central ha mostrado que carece de disciplina monetaria, y por lo
tanto no es razonable esperar que mantenga la inflación estable. Siguiendo a Friedman y
a Leijonhufvud, la inflación alta y estable es un oxímoron, una contradicción.
Sin embargo, la inflación es alta y estable en Argentina desde hace más de dos años. Y
en realidad, la estabilidad de la inflación cuando se encuentra dentro de un rango de entre
20% y 50% parece una constante en la historia económica argentina. Alguna vez escribí
que en sólo uno de los 10 episodios en los cuales la inflación en Argentina cruzó el umbral
del 30% anual, la inflación se descontroló luego; en los restantes 9 casos, la inflación
volvió a quedar por debajo del 30% anual al términos de pocos meses, menos de 12
meses en 6 de esos 9 casos. Todas las investigaciones empíricas parecen confirmar la
hipótesis de Friedman y, sin embargo, la experiencia argentina parece refutarla.
Seguramente se debe a que todos los estudios se centran en inflaciones normales, tal vez
entre 0% y 15% o 20%, con lo cual se pierden lo que ocurre en niveles mayores,
extremadamente altos para la experiencia internacional, pero niveles “promedio” en el
marco de la experiencia argentina. En niveles de entre 20% y 50%, la inflación argentina
parece haber mostrado siempre cierta estabilidad, producto tal vez de lo que los
economistas denominamos “inercia inflacionaria”, cierta vida propia de la inflación, que se
produce por ejemplo cuando todos esperamos que la inflación sea de, digamos, el 25%, y
por lo tanto todos tratamos de renegociar contratos en torno al 25%, incluyendo contratos
salariales, y la inflación tiende a ser entonces del 25%, reiniciando el proceso y
perpetuándolo en ese nivel. Es probable que en niveles bajos de inflación (similares a los
que se producen habitualmente en el resto del mundo) este fenómeno de la inercia
inflacionaria tenga menos peso, dejando a la inflación más sujeta al efecto de las políticas
macroeconómicas, mientras que en niveles muy altos comiencen a jugar otros factores
que le dan inestabilidad, como la desmonetización de la economía y el efecto Olivera-
Tanzi, por el cual el déficit fiscal se dispara por efecto de la licuación de los ingresos
fiscales.
Otro ejemplo de fenómenos económicos diferentes en Argentina es el de la demanda de
dinero. Cualquier libro de macroeconomía plantea que a mayor inflación, menor demanda
de moneda doméstica, lo que tiende a agravar el fenómeno inflacionario ya que aumenta
la brecha entre la oferta y la demanda de dinero. Sin embargo, en Argentina durante los
últimos dos años la demanda de pesos ha estado aumentando, lo que explica que la
inflación haya sido mucho más baja que la inflación que cabría esperar dado el ritmo de
emisión monetaria. En efecto, con una emisión monetaria de casi el 40% anual, y
actividad económica en el mismo nivel que hace un año, cabría esperar una inflación
cercana al 40% anual, y sin embargo ésta no llega al 25% anual. En términos de la
“ecuación cuantitativa del dinero”, la velocidad de circulación del dinero tiene que haberse
reducido o, lo que es lo mismo, la demanda de dinero tiene que haber aumentado.
¿Cómo es posible que aumente la demanda de dinero con una inflación del 25% anual,
cuando cabría esperar que todo el mundo “huyera” de los pesos? Mi explicación es el
“efecto billete de 100”, que postulé hace más de un año, e incluí en el libro que estamos
presentando hoy. Dado el fuerte sesgo hacia la impresión de billetes de $ 100, sólo es
posible extraer de los cajeros automáticos múltiplos de $ 100 lo que implica que, ante la
necesidad de extraer $ 120 de un cajero automático, por ejemplo, sea necesario extraer $
200. Tener en el bolsillo $ 200 en lugar de $ 120 es un aumento de la demanda
transaccional de pesos o, lo que es lo mismo, una reducción de la velocidad de circulación
del dinero, lo que explica el enigma.
A esto, que no está en los libros de texto tradicionales, se agregó este año el “efecto
pesificación”. La pesificación forzada de la economía generó que en circuitos importantes
de transacciones, como lo es el circuito de las transacciones inmobiliarias, por los cuales
antes circulaban billetes de dólares, hoy circulen billetes de pesos, y esto implica un
aumento de la demanda transaccional de pesos.
Todos estos son fenómenos económicos que no ocurren en otros países. La hipótesis de
Friedman no parece funcionar en Argentina. El argumento de Leijonhufvud tampoco
parece resistir aquí. Y la demanda de pesos aumenta a pesar de la elevada inflación.
No sólo lo que ocurre en otros lugares ocurre acá con mayor frecuencia e intensidad, y
además ocurren aquí cosas diferentes, sino que encima en Argentina discutimos cosas
que en otros países no se discuten. Los distintos países en general llegan a distintos
consensos acerca de cuestiones importantes de organización económica, como qué tipo
de capitalismo desean, con mayor o menor rol del Estado, o con mayor o menor apertura
comercial. Pero en Argentina lo discutimos permanentemente, y pasamos de un extremo
al otro. De economía cerrada en el marco de la política de industrialización por sustitución
de importaciones entre las décadas del 30 y el 70, a la apertura comercial de finales de
los 70, a una reversión de ese proceso durante los 80, a una nueva apertura comercial en
los 90 y a un nuevo cierre proteccionista en los 2000, profundizado en el último año. Aun
cuando distintos esquemas tengan sus ventajas, pasar de un extremo al otro en pocos
años, una y otra vez, hace que siempre estemos enfrentando los costos de la transición,
sin poder capitalizar nunca los beneficios de cualquier estrategia, incluso de estrategias
no óptimas.
Y por si todo esto fuera poco, economistas talentosos como Paul Krugman y Joseph
Stiglitz plantean que la solución para la crisis europea está . . . ¡en aplicar las políticas
argentinas!
Por eso en este libro planteamos que, como aquella vieja maldición china que dice “ojalá
te toque vivir tiempos interesantes”, los argentinos parecemos castigados con una
maldición que dice “ojalá te toque vivir en una economía interesante”. Una economía que
siempre ha sido interesante, al menos si tenemos en cuenta las investigaciones de los
economistas tucumanos Ana María Cerro y Osvaldo Meloni, que muestran que desde
1820, Argentina pasó el 27% del tiempo en años de crisis económicas, y entre las
décadas del 70 y del 80 del siglo XX, nada menos que el 75% del tiempo. Y una
economía que en el último año se ha tornado más interesante aún, tal vez demasiado
interesante, con cambios de política económica que se han sucedido vertiginosamente.
En una economía de estas características, es natural que los economistas jueguen un rol
importante, ya que son quienes deberían ayudar al resto a analizar e interpretar el entorno
económico y sus perspectivas. Pero muchas veces no hemos cumplido bien ese rol, con
honrosas excepciones, como el argentino Juan Carlos De Pablo, que llevó la economía a
la televisión abierta y la radio, o el economista norteamericano Paul Krugman, que tiene
bien merecido su Premio Nobel por sus aportes a la economía, pero esto no impide que
escriba en su blog del New York Times para públicos no especializados, o el economista
catalán Xavier Sala-i-Martin, experto sumamente relevante en el campo del crecimiento
económico, pero a la vez gran divulgador de temas económicos. Uno de los motivos de
esta especie de deficiencia es el uso de jerga económica, apropiada para hablar entre
economistas, pero inapropiada para hablar con no economistas. Más de una vez compartí
conferencias con colegas que hablaban de “holdouts” en lugar de mencionar a acreedores
que no aceptaron los distintos canjes de deuda y se quedaron con los títulos originales en
cesación de pagos; o de “dutch disease” en lugar de mencionar la enfermedad holandesa,
que consiste en una gran entrada de dólares comerciales que aprecia el tipo de cambio y
perjudica a la industria; o de “policy makers”, en lugar de hacedores de política o, más
simple, autoridades económicas.
También suele interferir negativamente la “maldición del PowerPoint”, un instrumento muy
útil para realizar distintos tipos de presentaciones, pero del cual se ha abusado a tal punto
de llegar a charlas de economía plagadas de cientos de diapositivas cargadas de gráficos
y cuadros ilegibles para públicos no especializados. ¡Y ahora encima empezamos a
abusar de Prezi!
Tampoco ayuda el sesgo de los economistas a pronosticar catástrofes económicas que
luego no suceden, con una lógica muy simple: pronosticar crisis económicas es negocio,
ya que si la crisis no se produce, a fin de cuentas la gente suele olvidar los pronósticos
realizados por los economistas, pero si se produce, al economista le espera la gloria y el
reconocimiento como “el economista que predijo la crisis”, entrando al grupo de gurúes
que integran economistas como Guillermo Calvo, que anticipó la crisis del Tequila de
1995, o Nouriel Roubini, que anticipó la crisis financiera internacional de 2008. En cambio,
ningún economista se hace famoso por acertar con el pronóstico de que no se producirá
una crisis. Por eso, parafraseando a Paul Samuelson, que al referirse irónicamente al
poder predictivo de los indicadores bursátiles dijo alguna vez que éstos habían anticipado
9 de las últimas 3 recesiones, podríamos decir que muchos economistas han anticipado 9
de las últimas 3 crisis económicas. Un detalle importante: si bien existen economistas
como Calvo y Roubini que han anticipado alguna crisis económica, no existen
economistas que hayan anticipado correctamente más de una crisis económica, lo que
habla de las limitaciones que tiene el análisis económico para predecir o anticipar el
futuro, lo cual debería darnos a los economistas un “baño de humildad”. Deberíamos tener
siempre presentes las críticas de John Kenneth Galbraith a la pretensión de oráculos de
los economistas.
Y también influye negativamente la pretensión de que la economía es más equiparable a
una ciencia dura como la física o la química que a una ciencia social, lo que ha generado
problemas al momento de llegar al conocimiento científico, con serias deficiencias para
explicar la realidad económica, pero también al momento de comunicarlo, cuando se
intenta hacerlo con las mismas herramientas con las cuales se llegó a dichos
conocimientos. Siempre tengo presente la respuesta del premio Nobel Robert Lucas a sus
alumnos de la Universidad de Chicago cuando le preguntan sobre la aplicación de sus
modelos a la realidad. Who cares for reality? ¿A quién le importa la realidad? es su
respuesta, como si se tratara de matemáticas puras en lugar de economía. Siempre
recuerdo el planteo que alguna vez hizo Paul Samuelson en el sentido de que tanto las
matemáticas como la lengua inglesa (o cualquier otra) son lenguaje simbólico y por lo
tanto son equivalentes, lo cual implica que si se ha utilizado el lenguaje matemático para
llegar más rápidamente al conocimiento, luego es posible comunicarlo con lenguaje inglés
(o español, o cualquier otro), sin necesidad de transmitirlo en el mismo lenguaje
matemático con el cual se accedió a él.
De la combinación de todos estos factores nació Macroeconomía para No Economistas.
De la idea de que la economía argentina es especial, y hace que quienes vivimos en ella
tengamos que saber más de economía que los habitantes de otros países más estables, y
que para ello es necesario combinar la rigurosidad en el análisis con la simpleza en la
exposición. No seré yo sino los lectores quienes juzgarán cuánto me he acercado a esa
combinación en este libro, pero sí puedo afirmar que lograr esa combinación ha sido la
motivación que le dio origen, cuando nació como material de lectura para mis alumnos de
MBA, grupo heterogéneo por naturaleza, lo que planteaba el desafío de dar con un
material de lectura que resultara atractivo y útil tanto para un ingeniero, economista o
contador como para un periodista, abogado o arquitecto. Y que hoy es utilizado con éxito
no sólo con alumnos de MBA, sino en cursos in company como el que comenzará la
semana próxima con gerentes y mandos medios de una de las principales automotrices
de Argentina, o con el Curso de Economía para Ejecutivos que en octubre comenzará
organizado por mi empresa, Economic Trends, junto con PWC Argentina.
Claro que esto no es suficiente, en parte porque la Macroeconomía es un recorte algo
discrecional de la realidad económica. Es por eso que con EDICON tenemos previsto
editar el año próximo Microeconomía para No Economistas, el complemento natural de
Macroeconomía para No Economistas.
Espero que el año próximo, cuando probablemente nos encontremos nuevamente aquí
para presentar Microeconomía para No Economistas, la economía ya sea lo
suficientemente aburrida como para que necesitemos menos Macroeconomía para No
Economistas, ya que la macroeconomía se hace menos necesaria cuando la economía
funciona de manera más “aburrida”. Ojalá que dentro de un año necesitemos más
Microeconomía para No Economistas, ya que la microeconomía es lo que sigue siendo
relevante cuando la economía funciona bien. Muchas gracias.
Gastón Utrera