Los objetivos del Fútbol Formativo
Por Armando Anaya
Entrenador Formativo desde 1985
A lo largo de varios años el discurso del fútbol infantil se
ha venido centrando en la importancia que tiene formar
personas de bien, ciudadanos honorables y seres
humanos, antes de estar pensando en futbolistas, pero
¿Qué ha pasado?
En efecto, en muchas escuelas de fútbol la misión de ha transformado con el paso de los años
y ahora aquella que no “venda la idea” de formar de manera integral primero personas y
luego futbolistas estará fuera de la jugada.
Sin embargo la verdad deja mucho que desear y dista mucho de lo que pasa semana a semana
en los campos de fútbol de absolutamente todos los niveles socioeconómicos. Basta con
acudir a un par de ligas infantiles y veremos a más de media docena de entrenadores,
directivos y ligas empleando una doble moral que es digna de la clase política nacional ¿Por
qué? Pues porque primero se saludan muy respetuosos de los principios del juego limpio y en
dos minutos cuando el árbitro silva el comienzo, a todos se les olvida eso de formar personas
antes que futbolistas y a ganar a como dé lugar.
Vivimos es una sociedad de contradicciones y simulaciones, de acuerdo. Pero, lo más triste es
que la noción de formar personas antes que jugadores ha tenido como consecuencia el
descuido de los valores esenciales. El fútbol formativo antes de formar seres humanos de
bien, debe llevar implícita una primera realización indispensable: contribuir y proporcionarle
cultura deportiva a sus participantes.
Formar ciudadanos honorables es la consecuencia de una buena infancia acompañada de
diversas actividades, entre ellas la práctica de un deporte de conjunto que canaliza mucho de
lo que se necesita para alcanzar a cumplir con dicho objetivo, sin embargo, tan importante es
el efecto como el proceso.
Por ello, el fútbol formativo debería primero poner mayor atención en el proceso formativo y
después en el resultado. Así que cuando, en un país como el nuestro, se habla de cultura
deportiva, casi nadie sabe explicar algo que nunca supo en qué consistía ni se vio en la
necesidad de usar.
Una vez que el niño o el joven, el padre de familia, el entrenador o el dirigente, hayan
adquirido esa cultura deportiva, lo demás llegará en consecuencia. Por eso, mientras al niño no
se le enseñe a respetar al que pierde, reconocer al que le gana, hacerse de hábitos y saber
trabajar en equipo, de nada sirve que engañemos a los que no saben de inclusión, con la
etiqueta de la formación integral si estamos descuidando lo estrictamente afectivo que no deja
de ser deportivo también.
Finalmente, cabe mencionar que la falta de cultura deportiva no es algo que se enmarque solo
entre las clases más pobres o menos educadas, al contrario; simplemente lo que cambia es la
forma de mal interpretar esa cultura deportiva.