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HISTORIA DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: ASPECTOS GENERALES.

A. EL CAMBIO ECONÓMICO MÁS IMPORTANTE DE LA HISTORIA. B. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. C. EL CRECIMIENTO ECONÓMICO.

D. CRONOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

2. LAS ECONOMÍAS PREINDUSTRIALES: UN CRECIMIENTO DÉBIL O NULO.

A. POBLACIÓN. LA HEGEMONÍA DE LA MORTALIDAD. B. AGRICULTURA. ALIMENTOS INSUFICIENTES. C. INDUSTRIA RUDIMENTARIA. ESCASA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL. D. EL COMERCIO PREINDUSTRIAL.

3. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: FACTORES O CONDICIONES PREVIAS.

A. LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA.

B. EL INCREMENTO DEMOGRÁFICO. C. LA FORMACIÓN DE UN MERCADO NACIONAL. LA REVOLUCIÓN DE LOS TRANSPORTES. D. EL COMERCIO INTERNACIONAL. E. LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL.

F. EL PROGRESO TECNOLÓGICO. G. LA REVOLUCIÓN POLÍTICA, EL DESARROLLO EDUCATIVO Y LA POLÍTICA EMPRESARIAL. H. LA ENERGÍA MINERAL, UN NUEVO PUNTO DE VISTA.

4. EL DESARROLLO DEL PROCESO. EL CRECIMIENTO DE LA INDUSTRIA Y

LOS SERVICIOS

A. LA INDUSTRIA DEL ALGODÓN B. LA INDUSTRIA DEL HIERRO C. EL CRECIMIENTO DE OTRAS INDUSTRIAS D. COMERCIO VOLUMINOSO: LOS FERROCARRILES Y LA NAVEGACIÓN A VAPOR E. BANCOS Y SOCIEDADES ANÓNIMAS. EL ESTADO COMO INVERSOR DE CAPITAL F. OTROS SERVICIOS. LA LEY DE CLARK

5. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: EXTENSIÓN.

a) BÉLGICA b) FRANCIA

c) ALEMANIA d) LA PERIFERIA DE EUROPA e) LA INDUSTRIALIZACIÓN FUERA DE EUROPA

6. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: EFECTOS.

7. CONCLUSIÓN: DE NUEVO EL CRECIMIENTO ECONÓMICO SOSTENIDO.

8. EL COMENTARIO DE GRÁFICAS

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1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL:

ASPECTOS GENERALES

A) EL CAMBIO ECONÓMICO MÁS IMPORTANTE DE LA HISTORIA. No es ninguna exageración afirmar que la Revolución Industrial, iniciada en Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII y difundida después a otras naciones europeas y extra-europeas, ha constituido la transformación socio-económica más profunda de la Historia. A principios del siglo XVIII, Gran Bretaña o Francia eran países con poca población. La esperanza de vida de sus habitantes no superaba los treinta años. La mayoría de los ingleses y franceses trabajaba entonces en el campo. Cada agricultor producía pocos alimentos. Las ciudades eran pequeñas, y en ellas los artesanos también producían pocos bienes industriales. El comercio no era voluminoso y los medios de transporte resultaban rudimentarios. La baja productividad del trabajo hacía que la producción y el consumo por habitante fueran pequeños. A la pobreza se añadía el estancamiento, ya que las economías preindustriales no lograban aumentar la riqueza por encima de la población. A fines del siglo XIX –y en contraste con todo lo anterior-, Gran Bretaña y Francia eran países con mucha población a causa del descenso de la mortalidad. Sólo una minoría de sus habitantes trabajaba en el campo, pero con pocos agricultores se producían muchos alimentos. Las ciudades eran enormes, porque gran parte de los que antes se dedicaban a la agricultura habían acudido a ellas, para trabajar en la industria o en los servicios. En las ciudades, las fábricas producían bienes industriales a gran escala. El comercio era voluminoso, y las mercancías se transportaban por medio del ferrocarril o de los buques a vapor. Sistemas de producción, organización del trabajo, grupos sociales, mentalidades..., todo lo transforma esta revolución que es la base del mundo contemporáneo; cualquier acontecimiento importante ocurrido en el mundo desde mediados del siglo XVIII guarda relación, más o menos directa, con esta transformación. Ahora bien, ¿en qué medida podemos hablar de “Revolución”, y particularmente, de “Industrial”? Los orígenes del término "Revolución Industrial" son casi contemporáneos del fenómeno que definen. A

comienzos del S. XIX, algunos escritores franceses, al reflexionar sobre los violentos cambios políticos experimentados por su país en las décadas anteriores, los comparan con los pacíficos avances que la economía y, especialmente, la industria de Inglaterra habían experimentado en el mismo período. Para destacar este contraste aplicaron a los cambios económicos el término "revolución" que por entonces ya se había hecho de uso habitual en el terreno político. Surgió así la expresión "revolución económica", que muy pronto se transformó en "revolución industrial". No obstante, la palabra “revolución” indica un cambio no sólo profundo, sino rápido. Si situamos la primera Revolución Industrial, la inglesa, entre 1780 y 1850, abarcamos un período de 70 años. Incluso hay historiadores que fechan su origen hacia 1750, con lo que habría durado un siglo. Setenta o cien años no son precisamente un período corto, de manera que la palabra revolución no es quizás la más adecuada para definir cambios que se produjeron a lo largo de tantas décadas. No obstante, es lícito emplearla en el sentido de transformación profunda. Los cambios fueron tan grandes que, aún dividiéndolos por setenta o cien, cada año arroja un saldo que cabe considerar revolucionario. El adjetivo “industrial” también plantea problemas. ¿Significa que los cambios afectaron sólo a la industria? La Revolución Industrial se ha identificado a menudo con la aparición de fábricas donde se producían grandes cantidades de tejidos de algodón y de hierro gracias a la utilización de máquinas movidas a vapor o al empleo de otros inventos técnicos. Esta definición es sin duda restrictiva. Al industrializarse, Gran Bretaña experimentó cambios no sólo en esas dos industrias, sino en toda su economía y, como ya hemos advertido, no sólo en su economía. Una vez matizado el concepto, intentaremos a continuación sintetizar sus principales características:

B) CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

1) Aplicación amplia y sistemática de nuevas tecnologías a la producción de bienes y servicios. A la vista de la relación de nuevas tecnologías utilizadas en la industria y en los transportes entre 1700 y 1900 se observa que no hubo un invento, sino muchos inventos que elevaron la productividad del trabajo. No obstante, el cambio tecnológico puede resumirse así: se produjo mucho más mediante la utilización de máquinas movidas con energía inanimada y se emplearon nuevas materias primas más abundantes y eficaces que las anteriores.

2) Surgimiento de unidades de explotación distintas a las pequeñas explotaciones agrarias y a los talleres artesanales. En el campo, aparecieron explotaciones con mayor superficie. En la industria, fábricas donde se concentraban y encadenaban una tras otra todas las operaciones necesarias para la elaboración de un producto y donde los obreros se especializaban en las tareas requeridas por cada etapa de producción. Fue desapareciendo de este modo el mundo de los pequeños productores agrícolas y artesanales, sustituido por otro en el que la tierra, las fábricas y la nueva maquinaria pertenecían a capitalistas que contrataban mano de obra asalariada. Todo ello despersonalizó el trabajo humano y elevó su productividad, al tiempo que favoreció el éxodo rural. El sistema fabril, sin embargo, no se generalizó con rapidez en todos los ramos de la industria. Como veremos, viejos sistemas como el putting out o el trabajo artesanal independiente convivieron con la fábrica durante la Revolución Industrial.

3) Se originó una especialización económica de regiones enteras. Cada región dejó de producir, como antes, un poco

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de todo. El horizonte económico se expandió desde el autoconsumo familiar y los mercados locales, a los grandes mercados nacionales e internacionales. Esa especialización elevó asimismo la productividad del trabajo.

4) Este crecimiento económico supuso que el valor de la producción industrial y de los servicios llegara a superar el valor de la producción agraria. Un ejemplo aclarará esto: en la Inglaterra de principios del siglo XVIII, 70 de cada 100 libras de la renta nacional (*) correspondían a bienes agrarios. En cambio, el valor de los bienes industriales y de los servicios ingleses en 1851 suponía 80 de cada 100 libras de la renta nacional británica. (* La renta nacional es la suma de los bienes y de los servicios producidos en un país durante un año expresada en moneda). Ello no quiere decir, por supuesto, que disminuyera la cantidad de alimentos producidos en Inglaterra al compás del aumento de los productos industriales y de los servicios. Se trata de un crecimiento en el que aumentó la producción de trigo, de vestidos y de barcos, pero en el cual el valor monetario de los vestidos, de los barcos (bienes industriales), más el valor del transporte en barcos (servicios) resultó superior al valor del trigo (bienes agrarios).

5) El crecimiento económico fue también distinto a cualquier otro anterior, porque se convirtió en sostenido. Cada año se produjo y se consumió más. Es cierto que se dieron cortos retrocesos o crisis pero, cuando la producción y el consumo se recuperaban, siempre lo hacían por encima del nivel máximo alcanzado antes.

En vista de lo anterior, podríamos concluir diciendo que la Revolución Industrial logró aumentar la productividad del trabajo humano, la producción y el consumo por habitante. Desde entonces, los países industrializados han mantenido un crecimiento económico sostenido, la riqueza de los países industrializados ha crecido por encima de sus poblaciones de manera sostenida. Esto último ha supuesto, sin duda, el cambio económico más importante de la Historia. Profundizaremos ahora en ese concepto básico de CRECIMIENTO ECONÓMICO

C) EL CRECIMIENTO ECONÓMICO. El crecimiento económico puede definirse como el aumento de la producción de bienes y de servicios por habitante a lo largo del tiempo. En Economía, se denomina bienes a los objetos materiales que sirven para satisfacer necesidades humanas. Son bienes, por ejemplo, el pan, los vestidos y las máquinas con las que se producen el pan y los vestidos. Los servicios son actividades que también sirven para satisfacer necesidades humanas, pero que no producen bienes materiales. Así, el transporte de mercancías o el trabajo de un médico no producen nada material, pero satisfacen necesidades del hombre. Un país experimenta crecimiento económico cuando, año tras año, aumenta su producción de pan, de vestidos o de máquinas, su comercio o el número de sus hospitales. Este crecimiento se mide mediante una magnitud llamada renta nacional, que es la suma de los bienes y servicios finales producidos en un país durante un año. Para averiguar la renta nacional, es preciso sumar bienes (pan, vestidos, máquinas, etc.) y servicios (transporte de mercancías o trabajo de los médicos, etc.). El único modo de hacerlo es sumar los valores monetarios de los bienes y de los servicios, de manera que la renta nacional se expresa en moneda. La evolución de la renta nacional puede utilizarse como medida del crecimiento económico. Supongamos que la renta de un país ha evolucionado del siguiente modo durante veinte años:

Estas cifras nos indican, a primera vista, que ese país ha crecido económicamente. Sin embargo, para que la renta nacional no resulte una magnitud engañosa, es preciso ajustarla a los cambios en el nivel de los precios. Imaginemos que los precios del país en cuestión subieron un 30% entre el primer y el último año. Entonces, la renta nacional del año 20 ya no

será de 180 dólares, sino de un 30% menos, es decir, de 126 dólares. El crecimiento económico es sensiblemente menor al convertir unos precios llamados corrientes en otros denominados constantes. Para que la renta nacional no resulte una medida engañosa debe, pues, expresarse en valores constantes. Pero también la evolución de la renta nacional en valores constantes puede ser una magnitud falsa para medir el crecimiento. Supongamos este caso:

Se observa que, en el año 1, la renta per cápita (renta nacional / población) era de un dólar y que, 19 años más tarde, seguía siendo de un dólar porque la población había crecido tanto como la renta. En cambio, si la población

hubiera aumentado sólo de 100 a 110 habitantes, la renta per cápita se habría elevado a 1,14 dólares (126/110), y sí se habría producido un crecimiento económico al aumentar la riqueza más que la población. Esta última magnitud, la renta per cápita, es el índice más utilizado para medir el crecimiento económico. Tiene el inconveniente de que distribuye la riqueza de un país a partes iguales entre sus habitantes, cosa que evidentemente nunca sucede. No obstante, la evolución de la renta per cápita es un termómetro para medir el crecimiento económico, ya que esa renta constituye un indicador de lo que cada habitante produce y consume, y esto último, en definitiva, es el crecimiento económico.

Año 1 100 dólares

Año 10 140 dólares

Año 20 180 dólares

RENTA NACIONAL

POBLACIÓN RENTA PER CÁPITA

Año 1 100 dólares 100 habitantes 1 dólar

Año 20 126 dólares 126 habitantes 1 dólar

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ACTIVIDADES: Elabora una gráfica donde se representen en sendas curvas los datos de la tabla de Estados Unidos. ¿Con qué problemas te has encontrado? Busca una explicación para el descenso de la renta per cápita entre 1859 y 1869 y la desaceleración que también se advierte en el crecimiento de la renta nacional.

D) CRONOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Los historiadores pueden medir hechos económicos del pasado a través de la documentación conservada en archivos y bibliotecas. Pueden, por tanto, averiguar cuándo se inició la Revolución Industrial en un país midiendo, por ejemplo, la evolución de su renta nacional o la de su renta per cápita, o utilizando otro indicador como es el número de personas empleadas en la agricultura, en la industria y en los servicios. La Revolución Industrial se habrá iniciado en ese país cuando empiece a aumentar la parte de la renta nacional correspondiente a la producción industrial y a los servicios. O cuando la renta por habitante experimente un alza sustancial y sostenida. O, por último, cuando se eleve el número de trabajadores empleados en la industria y en los servicios. La Revolución Industrial habrá concluido cuando el valor de la producción industrial y de los servicios sea dominante en el conjunto de la renta nacional. O cuando el aumento de la renta per cápita se haya convertido en una norma. O, finalmente, cuando la mayoría de la población trabaje en la industria y en los servicios. El crecimiento económico continuará después, pero el proceso histórico de cambio al que llamamos Revolución Industrial habrá concluido. Sin embargo, medir todo o parte de lo dicho antes del siglo XX es difícil, porque entonces no existían servicios estadísticos del Estado. Ello hace que muchas estimaciones no sean del todo fidedignas y que no se haya alcanzado un acuerdo unánime sobre la cronología de la Revolución Industrial. Para los autores del siglo XIX la Revolución Industrial tenía un marco cronológico muy limitado, que coincidía con el período de mayor acumulación de innovaciones técnicas: 1770-1800. Posteriormente, esta visión se ha ido ampliando de forma considerable, al tomar conciencia de que la Revolución Industrial era un fenómeno mucho más complejo que el simple cambio tecnológico. En la actualidad, la mayor parte de los historiadores está de acuerdo en asignar a la Revolución Industrial inglesa el período comprendido entre 1770-80 y 1830-50. En la fecha inicial es cuando por primera vez se puede apreciar una fuerte elevación en los índices de crecimiento de casi todos los indicadores económicos. En cambio, hacia 1850, se puede decir que ya se ha completado la mecanización de todos los sectores industriales, y que la economía británica ha alcanzado su madurez. En Francia, 1790-1800 a 1860-1870. La Revolución Industrial alemana fue más tardía, pero más rápida (1830-40 a 1870-80). Los Estados Unidos se industrializaron entre 1830-1840 y 1870-80. Japón entre 1875-1880 y 1914. Antes de estudiar cuáles fueron las causas y consecuencias de la Revolución Industrial es conveniente conocer las economías preindustriales, así resultará más fácil entender lo profundo de las transformaciones originadas.

TASA MEDIA DE CRECIMIENTO DE LA RENTA PER CÁPITA EN ALGUNOS PAÍSES

1780-1841 1841-1881 1881-1913

G. BRETAÑA 13,5% 13,5 % 17, 4%

U.S.A. - 16,2% 16, 2%

ALEMANIA 9,2% 18,1% 17,4%

JAPÓN - - 24,3

EVOLUCIÓN DE LA RENTA NACIONAL Y DE LA RENTA PER CÁPITA EN LOS ESTADOS UNIDOS

AÑOS RENTA NACIONAL (MILLONES DE DÓLARES)

RENTA PER CÁPITA (DÓLARES CONSTANTES DE 1919)

1829 975 171

1839 1.631 206

1849 2.420 244

1859 4.311 308

1869 6.827 246

1879 7.227 321

1889 10.701 398

1899 15.364 501

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1.2. LAS ECONOMÍAS PREINDUSTRIALES:

UN CRECIMIENTO DÉBIL O NULO

Hemos definido anteriormente el crecimiento económico como el aumento ininterrumpido de la renta por habitante. Pues bien, antes de la Revolución Industrial, Inglaterra, Francia o Alemania tenían una renta per cápita pequeña, que, además, crecía poco. Se ha calculado, por ejemplo, que la renta nacional inglesa era de 43 millones de libras a fines del siglo XVII. Gran Bretaña tenía entonces unos cinco millones de habitantes, de manera que su renta per cápita oscilaba entre 8 y 9 libras. Esta pequeña cantidad nos dice que los trabajadores ingleses del siglo XVII tenían una baja productividad. Llamamos productividad a la cantidad de, por ejemplo, trigo o paño que cada trabajador produce en un tiempo determinado. Al producir poco, se consumía poco, lo que, por supuesto, no significa que todos los ingleses fueran entonces pobres, sino que la mayoría de la población lo era. Además de ser pequeña, la renta per cápita no aumentaba de forma sustancial. La renta por habitantes de Gran Bretaña en el siglo XVI era también de unas 8 o 9 libras. Este estancamiento económico se debía a que cada trabajador inglés del siglo XVII producía prácticamente la misma cantidad de bienes o de servicios que sus antepasados del siglo anterior. La productividad del trabajo estaba estancada. La renta nacional sólo crecía cuando aumentaba la población: más agricultores o más tejedores producían más trigo o más paños, aunque la productividad de cada uno fuera constante. Pero, como veremos, ese aumento de la producción total se interrumpía cada vez que el hambre o las epidemias diezmaban a la población. La pobreza y el estancamiento económico de las sociedades preindustriales se comprenderán mejor si analizamos por separado su población, su agricultura, su industria y su comercio.

A) POBLACIÓN. LA HEGEMONÍA DE LA MORTALIDAD El rasgo más sobresaliente de las poblaciones anteriores a la Revolución Industrial era su elevada mortalidad, grande entre los niños (por término medio, de cada mil niños morían 300 ó 400 antes de cumplir un año, cuando hoy, en los países ricos, sólo fallecen diez o quince niños de cada mil nacidos) y también alta entre los jóvenes y adultos. Cada año fallecían 30 ó 40 personas de cada mil, mientras que las naciones desarrolladas tienen actualmente tasas de mortalidad inferiores al 9 por 1.000. La mortalidad de las sociedades preindustriales alcanzaba con frecuencia cifras catastróficas: el 200 y 300 por 1.000. La razón de estas bruscas elevaciones de la mortalidad estribaba en las malas cosechas o en las epidemias. Bastaba una sucesión de años de baja producción agrícola para que una población hambrienta fuera presa de enfermedades que la diezmaban. La falta de higiene y el hacinamiento eran asimismo causas de epidemias, incurables entonces por falta de conocimientos médicos. La natalidad de las sociedades preindustriales era también alta: entre el 35 y el 45 por 1.000, bastante más del doble de la natalidad actual de los países desarrollados. Hoy, por ejemplo, una mujer casada que viva en un país rico suele tener uno o dos hijos; una madre del siglo XVIII, unos cinco niños como media. La alta natalidad permitía el crecimiento de la población pese a la elevada mortalidad. Cada año moría mucha gente, pero también nacían muchos niños.

Nuestra familia no cesaba de aumentar y la cuna estaba constantemente ocupada, aunque, ¡ay!, la mano estranguladora de la muerte nos había arrancado de ella a alguno de sus pequeños ocupantes. Hubo tiempos, tengo que confesarlo, en que me parecía cruel llevar hijos en el vientre para perderlos luego y tener que enterrar amor y esperanzas en sus pequeñas tumbas (...). La mayor de mis hijas, Cristina Sofía, no vivió más que hasta la edad de tres años, y también mi segundo hijo, Cristian Gottlieb, murió a la misma tierna edad. Ernesto Andrés no vivió más que unos pocos días, y la niña que le siguió, Regina Juana, tampoco había llegado a su quinto cumpleaños cuando dejó este mundo. Cristina Benedicta, que vio la luz un día después que el Niño de Belén, no pudo resistir el crudo invierno y nos dejó antes de que el nuevo año llegase a su cuarto día. (...) Cristina Dorotea no vivió más que un año y un verano, y Juan Augusto no vio la luz más que durante tres días. Así perdimos siete de nuestros trece hijos, (...) bondadosas mujeres de la vecindad trataban de consolarme diciéndome que el destino de todas las madres es traer hijos a este mundo para perderlos luego, y que podía considerarme feliz si llegaba a criar la mitad de los que hubiese dado a luz. La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, Ed. Juventud. (Tomado de Historia del Mundo Contemporáneo 1º Bachillerato, Oxford , 1999, pp.19)

ACTIVIDADES El texto que acabas de leer es un relato autobiográfico de Ana Magdalena Bach, que vivió entre 1701 y 1760, y fue la segunda mujer de Juan Sebastián Bach (1685-1750). El compositor alemán tuvo veinte hijos en sus dos matrimonios; de ellos sólo diez alcanzaron la edad adulta. 1.- Calcula la esperanza media de vida de los hijos de Ana Magdalena. Te servirá para hacerte una idea de la que tenían las personas en el siglo XVIII. Para hallarla tienes que sumar los años que vivieron todos y dividir el resultado entre el número de hijos nacidos. Ten en cuenta que los seis hijos supervivientes de Ana Magdalena murieron a los 38, 43, 46, 55, 57 y 62 años, respectivamente. A los que murieron antes de cumplir el año asígnales valor 1. 2.- Busca información sobre el acceso al trono de Castilla y Aragón de Carlos, el futuro emperador. ¿Qué papel jugó la mortalidad, especialmente la infantil, para hacer posible que el hijo de una de las hijas (no la primogénita) de los Reyes Católicos se convirtiese en heredero?

El crecimiento vegetativo de las sociedades preindustriales oscilaba entre el 5 y el 10 por 1.000 anual, ya que ese crecimiento es la diferencia entre una natalidad del 35-45 por 1.000 y una mortalidad del 30-40 por 1.000. Si la población hubiera mantenido este ritmo acumulativo o constante de crecimiento, se habría multiplicado mucho más de lo que lo hizo, pero las hambrunas y las epidemias elevaban con frecuencia la mortalidad a cifras catastróficas que anulaban el crecimiento vegetativo anterior. No se alcanzaba, por lo tanto, un aumento sostenido de la población. A principios del siglo XVI, por ejemplo, Europa tenía unos 90 millones de habitantes, y dos siglos después sólo 115. En cambio, el continente pasó de 175 a 400 millones de habitantes durante el siglo XIX.

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En las sociedades preindustriales, más del 75% de la población activa trabajaba en el campo, porque la producción de alimentos requería mucha mano de obra. En la industria y los servicios sólo trabajaba el 20-25% de la población. Artesanos, comerciantes, nobles y clero vivían en las ciudades, que eran pequeñas al ser poco numerosas estos grupos sociales.

RECUERDA: La Demografía estudia cómo y por qué aumenta o disminuye la población; constituye un eficaz auxiliar de la Historia. Algunas tasas empleadas en Demografía: Número de nacidos en 1 año Tasa de Natalidad = x 1.000 Población total ese año Número de fallecidos en 1 año Tasa de Mortalidad = x 1.000 Población total ese año Tasa de crecimiento vegetativo = Tasa de Natalidad – Tasa de Mortalidad Número de niños fallecidos con menos de 1 año Tasa de Mortalidad Infantil = x 1.000 Número de niños nacidos ese año

B) AGRICULTURA. ALIMENTOS INSUFICIENTES. La producción obtenida por un campesino depende de lo que rinda la tierra que ha cultivado y de la extensión de esa tierra. Los rendimientos de la tierra se miden en cantidades por hectárea. De cada hectárea se recolecta mucha o poca cosecha por varias causas. Ahora nos interesa destacar sólo dos: la fertilidad natural del suelo y la cantidad de abono utilizado. Cuanto más fértil y mejor abonada esté una hectárea, mayor será su rendimiento. La productividad de un campesino depende también de lo grande o pequeña que sea la superficie que cultive. La superficie cultivada por un campesino obedece a muchos factores, económicos y no económicos, pero ahora, de nuevo, nos interesa destacar sólo dos. El primero es el tipo de maquinaria o de herramientas: disponiendo de tractor y de cosechadora, un campesino podrá arar mucha tierra y recolectar la cosecha, pero con un arado tirado por un buey y recolectando con sus manos, ese mismo campesino podrá trabajar poca tierra. El segundo factor son los barbechos, la parte de la tierra que debe descansar para recuperar su fertilidad natural cuando el abono escasea. Un campesino cultivará más o menos tierra según sea la extensión de la que deje en barbecho. Ahora estamos en condiciones de entender la baja productividad del campesinado de los siglos XVI, XVII o XVIII. La unidad de producción más numerosa entonces era la pequeña o mediana explotación familiar. Trabajaban en ella el padre, la madre y los hijos solteros. La familia campesina ocupaba poca superficie, ya que sus herramientas no le permitían trabajar más tierra y tampoco abundaba el abono. Los suelos se abonaban con el excremento del ganado. Bueyes y caballos tenían por tanto una importancia vital en la agricultura. No sólo servían como fuerza de tiro del arado o del transporte en carros, sino que resultaban imprescindibles para abonar la tierra. Los animales se alimentaban en zonas de pastos y en los barbechos, o bien con plantas forrajeras que era preciso cultivar (alfalfa, trébol, avena...). El único modo de obtener más abono era criar más ganado, pero para alimentar a más animales era preciso aumentar los pastos o los cultivos de forrajeras. Esto quitaba terrenos para plantar cereales, leguminosas u hortalizas, los alimentos humanos. A la inversa, tampoco podían extenderse demasiado estos cultivos, porque, entonces, disminuían los prados y las forrajeras. Por consiguiente, la cabaña y el abono. Este círculo vicioso explica por qué el abono de origen animal era poco abundante.

"Es significativo que estudios recientes hayan atribuido en gran medida las diferencias en los rendimientos de los principales cultivos cerealísticos de Inglaterra y de Francia a la mucha mayor disponibilidad de abono de origen animal por acre cultivado en Inglaterra. Un razonamiento paralelo sugiere que también habrá diferencias en la productividad entre las economías agrícolas en las que son numerosos los animales de tiro y aquellas en las que son escasos. No tenemos estimaciones fiables sobre el número de cabezas de ganado, anteriores a los últimos años del S. XIX. Y todavía hay menos datos fiables sobre el número de caballos y bueyes utilizados como animales de tiro en la agricultura. No obstante, podemos señalar dos cosas con cierta seguridad. En primer lugar, Gran Bretaña gozaba en este aspecto de una ventaja importante sobre Francia y, con toda probabilidad, sobre otros países continentales, a principios del S. XIX. En segundo lugar, es presumible que la energía disponible para cada trabajador agrícola hubiese aumentado de forma significativa en Inglaterra durante la primera parte del período moderno. Mucho ganado significa mucho estiércol, y el abono adecuado tiene una influencia decisiva en el rendimiento de los cereales. Además, se ha señalado que un mayor número de animales de granja permite una dependencia menor del grano para la alimentación y, por consiguiente, una dieta más equilibrada. Y que un sector ganadero mayor reduce el riesgo de variaciones catastróficas en el abastecimiento de alimentos, tanto porque los animales son un almacén de alimentos en vivo, al que se puede recurrir en tiempos difíciles, como porque los años malos para los cereales podían ser buenos para la hierba.

(E.A.WRIGLEY: Cambio, continuidad y azar. Carácter de la Revolución Industrial inglesa, Crítica, 1993, pp.51-58)

La escasez de abono obligaba a las familias campesinas a dejar en barbecho la mitad o la tercera parte de su tierra. La rotación bienal de cultivos consistía en plantar la mitad de la tierra y dejar descansando la otra mitad. Cuando la rotación de cultivos era trienal, la tierra se dividía en tres hojas y sólo una quedaba en barbecho. Los rendimientos de las zonas cultivadas resultaban cortos también a causa de la escasez de abono.

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La producción de alimentos era pequeña no sólo por la baja productividad de los campesinos sino por la llamada “ley de los rendimientos decrecientes de la tierra”, enunciada por David Ricardo (1772-1823), uno de los fundadores de la ciencia económica. Veamos un ejemplo para comprenderla. Imaginemos una superficie de tierra de 25 hectáreas donde se cultiva trigo y en la que cada hectárea produce 100 Kg. de trigo y no más porque resulta imposible aumentar ese rendimiento al no disponer de más abono. Veamos qué sucede con la productividad de los campesinos conforme aumenta el número de cultivadores sobre la misma superficie de tierra. Hacemos trabajar a un campesino soltero durante 1 año, suponiendo que puede cultivar sólo diez hectáreas porque sus herramientas no le permiten otra cosa. La producción de trigo alcanza 1.000 Kg. Supongamos que el campesino se ha casado y su mujer trabaja también la tierra con herramientas y con cantidades de abono como las utilizadas por el marido. Hemos añadido un nuevo trabajador a la tierra y hemos supuesto que la tecnología no ha variado. La superficie cultivada será entonces de 20 hectáreas. Como cada una de ellas sigue rindiendo 100 Kg., la producción de trigo será de 2.000 Kg. Aumenta la cantidad total de trigo pero no la productividad de la pareja campesina, que continúa siendo de 1.000 Kg. ¿Qué sucederá con la productividad si añadimos más trabajadores a la misma extensión de tierra? El primer hijo de la pareja sólo podrá cultivar las 5 hectáreas que quedan libres. Como cada una sigue rindiendo 100 Kg., este tercer trabajador producirá sólo 500 Kg. Si, por último, añadimos a la tierra el segundo hijo de la pareja –el cuarto trabajador-, podrá colaborar con sus padres y con su hermano, pero no por ello aumentará la producción de las 25 hectáreas. Así pues, la productividad de la familia campesina es descendente a partir del tercer trabajador, pasa de 1.000 a 833 y 625 Kg. por persona. Lo lógico es que el tercer y el cuarto campesinos del ejemplo abandonen las 25 hectáreas para cultivar otras tierras donde lograr una mayor producción de trigo. Encontrarán sin duda terrenos fértiles que tengan rendimientos similares a los primeros y podrán, por tanto, alcanzar una productividad de 1.000 Kg. No obstante, todo volverá a repetirse cuando estos campesinos se casen y tengan hijos. Y así sucesivamente. Llegará, pues, un momento en que no será posible cultivar terrenos tan fértiles como los que producían 100 Kg. por hectárea. Las nuevas tierras incorporadas al cultivo rendirán progresivamente 90-80-70-60-50... Kg. por hectárea, al ser cada vez menos fértiles y no poder tampoco abonarse, ya que habrán quitado espacio para alimentar a más ganado. Si a estas tierras malas, que en economía se laman marginales, les seguimos añadiendo campesinos, la producción y el consumo de cada uno bajarán enormemente. La ley de los rendimientos decrecientes de la tierra no es pura teoría. Las agriculturas preindustriales padecían esta ley por su atraso tecnológico. Para alimentar a más hombres era preciso cultivar más tierra –extender los cultivos-. No se lograba obtener más alimentos con la misma cantidad de tierra –intensificar los cultivos-. El crecimiento de la producción agraria por vía extensiva desemboca de este modo en los rendimientos decrecientes. Esta es la razón por la que las agriculturas preindustriales no alcanzaban una producción por hombre sostenida o constante a largo plazo. Otro factor que dañaba con frecuencia la producción de alimentos eran las malas cosechas. Hoy, si una helada o una sequía destruyen la cosecha de trigo de Castilla, los castellanos tendrán que pagar más caro el pan, pero no les faltará. Se importará trigo desde cualquier zona del mundo que produzca mucho. Esto no era siempre posible antes de la Revolución Industrial porque faltaban medios adecuados de transporte y porque tampoco era frecuente que una región produjera lo suficiente para abastecer íntegramente a otra con sus excedentes. Relacionemos ahora población y agricultura. El aumento o descenso de la población guardaba una mutua dependencia con el de la producción de alimentos. Para entender esa dependencia, distinguiremos dos tipos de ciclos, A y B. El ciclo A se caracteriza por el aumento de la población y de la producción total de alimentos. El B, por lo contrario. En las economías preindustriales, los ciclos A se originaban así: la población no era numerosa; existían, por tanto, tierras fértiles en abundancia. Los hijos de los campesinos ocupaban muy jóvenes estas tierras y se casaban pronto, porque podían mantener a su futura familia. Aumentaba el número de matrimonios y el de hijos, ya que, al casarse muy jóvenes, las mujeres comenzaban a procrear antes. Mayor número de matrimonios y mayor número de hijos por matrimonio hacían crecer la natalidad. La mortalidad no aumentaba, porque el cultivo de buenas tierras daba suficientes alimentos para mantener a los campesinos y a la población de las ciudades. Con una natalidad al alza y una mortalidad estancada, la población crecía. En los ciclos B la población había crecido tanto que comenzaban a escasear las tierras fértiles; la natalidad disminuía, porque los campesinos no podían ocupar tierras ahora siendo tan jóvenes como antes. La edad de contraer matrimonio se retrasaba; incluso algunos campesinos debían quedarse forzosamente solteros en la misma tierra de sus padres o de sus hermanos casados. Descendía, pues, el número de matrimonios y también lo hacía la fecundidad: al casarse más tarde, las mujeres procreaban menos hijos a lo largo de su vida. Menos matrimonios y menos hijos por matrimonio hacían disminuir el número de nacimientos, es decir, la natalidad. La mortalidad aumentaba en estos ciclos B, porque los rendimientos decrecientes de la tierra provocaban que la producción agraria dejara de ser suficiente para alimentar a toda la población. Al ser la demanda de alimentos muy superior a la oferta, los precios se disparaban. Los agricultores que no producían bastante para subsistir, carecían de dinero para comprar alimentos. La escasez y el hambre aparecían asimismo entre las clases más pobres de las ciudades. La desnutrición precedía a las enfermedades y a la muerte. Tras perecer parte de la población, las tierras fértiles volvían a ser abundantes y se reiniciaba otro ciclo expansivo. Las economías europeas atravesaron varios de estos ciclos largos de expansión y depresión entre los siglos XIV y XVIII. Aunque su cronología no fue idéntica en todas partes, el siglo XIV y la primera mitad del XV conocieron una etapa B de depresión. Entre 1450 y fines del siglo XVI hubo expansión. Gran parte del siglo XVII fue de crisis y, por último, un nuevo ciclo A o de auge se extendió a lo largo del XVIII. Junto a estos ciclos económicos largos, las economías

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preindustriales atravesaron otros más cortos motivados por los efectos de las malas cosechas o por la irrupción de epidemias no causadas directamente por el hambre.

INFLUENCIA DEL NIVEL NUTRITIVO EN ALGUNOS PROCESOS INFECCIOSOS

BIEN DEFINIDA INCIERTA O VARIABLE MÍNIMA O INEXISTENTE

Morbillo Tifus Peste negra Diarrea Difteria Malaria Tuberculosis Infecciones por estafilococos Tétanos Incapacidad respiratoria Sífilis Fiebre amarilla Parásitos intestinales Infecciones en general Encefalitis Cólera Poliomelitis Lepra Herpes Raquitismo Caries Litiasis renal Pulmonía Escorbuto

(Fuente: ESCUDERO, Antonio. La revolución Industrial, Anaya, 1988, p.22)

Hemos examinado hasta aquí cómo una agricultura con rendimientos decrecientes era incapaz de evitar las grandes hambrunas. Todo lo dicho puede resumirse con una frase: la población crecía por encima de la producción de alimentos. Sin embargo, durante la Edad Moderna ya se habían desarrollado métodos de cultivo capaces de incrementar los rendimientos de la tierra en algunas zonas de los Países Bajos y de Inglaterra, métodos que fueron la base de la futura Revolución Agrícola del siglo XIX. Pero requerían inversión de capital y mayor superficie de tierra. No se generalizaron antes del siglo XIX por razones que es preciso buscar en un sistema feudal y comunal de propiedad de la tierra. Antes del siglo XIX, la mayoría de la tierra pertenecía a la nobleza, al clero y a los municipios. La nobleza y el clero arrendaban sus propiedades, en forma de pequeños lotes de tierra, a las familias campesinas a cambio de una renta. Los municipios poseían tierras comunales, pertenecientes a todos los vecinos. Una parte de ella se alquilaba a los campesinos más pobres a cambio de una pequeña suma y otra servía para que los vecinos obtuvieran gratuitamente abono vegetal, leña o pastos para el ganado. Gran parte de las tierras de la nobleza, todas las del clero y las de los municipios no se podían dividir, vender ni comprar. A ello se le llamaba vinculación o amortización. El privilegio de vincular la tierra estaba refrendado por leyes reales. La nobleza y el clero se defendían de este modo contra la fragmentación de sus patrimonios. Era una forma eficaz de asegurar su riqueza. La vinculación de las tierras comunales tenía otra finalidad: permitir a los vecinos más pobres disponer de tierra donde sobrevivir generación tras generación. Tal sistema de propiedad impedía que la tierra pudiera ser adquirida por comerciantes o por campesinos ricos, clases sociales que disponían de capital y de mentalidad empresarial y que hubieran podido invertir su dinero en la compra de tierras y en la mejora de sus métodos de cultivo. Pero ello no sucedió hasta el siglo XIX, cuando las revoluciones burguesas destruyeron la propiedad feudal y comunal, convirtiendo la tierra en una mercancía comprable y vendible. Entretanto, la mayor parte de la nobleza y del clero dedicaba sus rentas al consumo de lujo y no a la mejora de sus tierras, arrendadas a los campesinos. Por su parte, estos últimos no podían ahorrar para reinvertir; trabajando sus explotaciones lograban lo necesario para alimentarse y un pequeño excedente para vender. Además, con el dinero que ingresaban con la venta de este excedente, debían pagar las rentas a la nobleza y al clero y los impuestos a la Corona. Después de todo ello, apenas le quedaba dinero y no podían ahorrar para reinvertir en la mejora de sus cultivos.

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C) INDUSTRIA RUDIMENTARIA. ESCASA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL. La producción industrial era pequeña antes del siglo XIX. Los países ricos producen hoy una gran cantidad de tejidos o de hierro porque existe una elevada demanda de estos bienes y porque las fábricas los ofertan a gran escala. En las economías preindustriales, la demanda de bienes industriales era escasa y tampoco se podían producir en grandes cantidades. La baja renta de los campesinos hacía que éstos compraran muy pocos vestidos, muebles, enseres domésticos o aperos de labranza. Lo normal era que los propios agricultores confeccionaran parte de sus ropas y de sus muebles, y que construyeran sus casas. La pobreza de la mayoría de los campesinos –que eran la mayoría de la población- hacía imposible una mayor demanda de bienes industriales. La nobleza y el clero sí consumían muchos productos industriales, ya que sus rentas eran grandes. También la burguesía urbana, enriquecida con el comercio. Estas clases sociales demandaban productos de lujo para vestir (lanas de calidad, sedas, cuero, joyas...) o para viviendas e iglesias (piedra, rejas, cristales, muebles...), pero el número de nobles, clérigos y ricos comerciantes era lo suficientemente pequeño como para que la demanda de esos bienes no fuera considerable. El resto de la demanda de productos industriales provenía de la propia industria, del transporte y del ejército. Para producir bienes industriales, los artesanos demandaban talleres y herramientas. Los comerciantes demandaban madera, hierro o cuerdas para la construcción de carros y barcos. El mantenimiento del ejército generaba consumo: ropas, alimentos, armas, buques, fortines... Sumadas todas esas demandas, no se alcanzaba una demanda agregada o total importante. Los artesanos eran una mínima parte de la población y utilizaban muy poco capital fijo, esto es, talleres donde producir y herramientas con las que trabajar. El comercio no era voluminoso, luego no se necesitaban muchos carros o barcos. Tampoco las necesidades del ejército creaban un elevado consumo de productos industriales. La industria producía poco no sólo por esta escasa demanda, sino porque entonces era imposible producir tejidos, muebles o armas en grandes cantidades, a causa de la baja productividad de los artesanos. La unidad de producción industrial más numerosa era el pequeño taller de las ciudades. Trabajaban en él unos cuantos artesanos bajo las órdenes de un maestro, que era el dueño del edificio y de las herramientas. La división del trabajo era mínimo en los talleres. Los artesanos solían fabricar la totalidad del producto. Cada trabajador realizaba así todas las operaciones necesarias para transformar la materia prima en manufactura; por ello, tardaba mucho tiempo en terminar un mueble o una joya. Otras veces, los artesanos se dividían las distintas operaciones en el taller o incluso cada taller se especializaba en una sola fase de la elaboración del producto. Así se elevaba la productividad, pero seguía siendo pequeña porque existían pocas máquinas movidas con otra energía que no fuera la de los brazos de los artesanos. Las únicas fuentes de energía inanimada conocidas entonces eran las del agua y la del viento, que se utilizaban en algunos trabajos de las industrias harinera, textil y del hierro. No obstante, la mayoría de las operaciones industriales se efectuaban con herramientas manuales o con máquinas movidas por los trabajadores. Además de ser pequeña, la producción industrial no crecía de modo sostenido o permanente. Aumentaba durante los que hemos llamado ciclos A y disminuía durante las fases B. Veamos primero lo que sucedía en un ciclo A. La demanda total de bienes industriales se elevaba al incrementarse la población. Mayor número de campesinos consumían mayor cantidad de vestidos o de muebles, aunque cada uno continuara consumiendo pocos vestidos o muebles. Mayor número de campesinos significaba asimismo mayores ingresos monetarios para la nobleza, el clero y la Hacienda Real, ya que aumentaba el número de familias a las que cobrar una renta por la tierra arrendada y el número de contribuyentes. La demanda de las clases feudales y la del Estado, por tanto, se elevaban. Al crecer la demanda de productos industriales, su producción u oferta también lo hacía. La industria necesitaba entonces más trabajadores. Ello fomentaba cierto éxodo rural. Crecía el número de artesanos y su demanda de alimentos y de capital fijo. Los intercambios campo-ciudad aumentaban y el mayor volumen comercial elevaba el consumo de medios de transporte. Pero este mecanismo por el que el crecimiento de la población incrementaba la demanda y la producción de bienes industriales se quebraba cada vez que el sistema entraba en una fase B de depresión. La demanda de bienes industriales se desplomaba entonces por dos caminos. El primero era la alta mortalidad, que hacía disminuir el número de consumidores. El segundo, las menores rentas feudales y del Estado, hechos también provocados por la mortandad catastrófica. Menos campesinos de los que obtener rentas y menos contribuyentes reducían los ingresos de la nobleza, de la Iglesia y de la Hacienda, con lo que su consumo disminuía. Al desplomarse la demanda total de bienes industriales, su producción también lo hacía.

Algunas industrias estaban organizadas mediante un sistema de trabajo a domicilio de campesinos y artesanos, a los que los comerciantes adelantaban la materia prima para que la manufacturasen. A este sistema, los historiadores alemanes del pasado siglo lo llamaron Verlagssystem. Los historiadores ingleses lo denominan putting out system; en castellano, puede aplicársele el término “sistema doméstico”. Funcionaba del siguiente modo: los comerciantes, aprovechando las disponibilidades de mano de obra, y al margen de todas las ordenanzas y controles gremiales, compraban la materia prima que debía de manufacturarse y la distribuían entre familias campesinas. Aprovechando las épocas de poco trabajo agrícola, los campesinos hilaban y tejían la lana en sus hogares. El comerciante recogía el paño, pagando a los campesinos un tanto por pieza. Los paños eran luego abatanados y coloreados por artesanos urbanos, a los que el comerciante también pagaba una cantidad por pieza. Terminado el producto, el comerciante se hacía cargo de su transporte y venta. Con la industria a domicilio se desarrolla un sistema de trabajo manufacturero muy distinto al gremial, que comporta unas relaciones de producción distintas. En efecto, en el putting out se contrata un alto número de trabajadores asalariados libres (no oficiales y aprendices vinculados jerárquicamente al maestro). Estos trabajan y elaboran las mercancías que el comerciante-empresario les pide, es decir, la calidad, tamaño, etc, de las mercancías la encarga el

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empresario (no las normas del oficio), y –obviamente- el empresario decide el tipo de mercancía pensando en el mercado; Además, la flexibilidad del putting out es considerable: En muchos casos, los operarios, organizadamente, hacen sólo una o dos operaciones (no todo el producto), y con frecuencia, centralizadamente, en un taller que pertenece a la empresa, se hace el acabado de todas las piezas hechas en los domicilios (a veces, lo que se hace en el taller son las operaciones iniciales). Lo destacable del sistema era que los comerciantes intervenían en la producción industrial al adelantar la materia prima y ser dueños después de un producto que habían pagado por debajo de su valor de mercado. De ello obtenían un beneficio que les permitía acumular capital y seguir financiando la producción industrial. Esta no hubiera crecido de otro modo, ya que la pobreza de campesinos y artesanos les impedía adquirir la materia prima y comercializarla en mercados lejanos. El nivel de organización de las empresas que manufacturan mediante el sistema de putting out es considerable. Pollard nos recuerda algunos casos que empleaban a cientos de trabajadores, o incluso miles: dos hermanos (comerciantes-empresarios) tenían, en 1736, 600 telares repartidos por domicilios y empleaban a 3.000 obreros del distrito de Blackburn; un fabricante de lona de Warrington, en 1750, empleaba a 5.000 personas; un confeccionista de Manchester, perteneciente a una sociedad de confeccionistas, confesaba tener en 1758, él solo, 500 trabajadores; siete familias de Macclesfield, dedicadas al negocio sedero empleaban, en 1761, a 2.400 personas sólo en la torsión; tres familias laneras, por entonces, controlaban el trabajo domiciliario de Rochdale y valles circundantes...

Teniendo en cuenta todo lo anterior, algunos historiadores opinan que la Revolución Industrial se originó en regiones en las que previamente existía el sistema doméstico. Esta teoría ha sido bautizada como teoría de la “proto-industrialización”. Es cierto que el Verlagssystem originó en algunas zonas de Europa condiciones favorables para la futura industrialización. Creó una mano de obra especializada y unos empresarios con capital y experiencia. Algunos de éstos fueron luego pioneros en la instalación de fábricas donde concentraron a esa mano de obra campesina y artesanal que antes trabajaba en sus hogares. Sin embargo, no todas las regiones que se industrializaron en el siglo XIX conocieron previamente el Verlagssystem, de manera que la llamada proto-industrialización es una fase posible, pero no necesaria de la Revolución Industrial.

D) EL COMERCIO PREINDUSTRIAL. El comercio de las economías preindustriales no era voluminoso porque la agricultura y la industria producían poco y porque los medios de transporte resultaban inadecuados para un tráfico abultado, rápido y barato. De ahí que cada región tendiera a producir un poco de todo. Esto no significa que el comercio de las economías preindustriales careciera de importancia. Las rutas comerciales del siglo XVIII abarcaban casi todo el planeta. Existían, pues, regiones que se habían semi-especializado en la producción de determinados bienes que cambiaban por otros comprados en zonas también semi-especializadas en su producción. No obstante, la cantidad de mercancías intercambiadas era ridícula en comparación con la que originó la Revolución Industrial. El contraste entre las ventas de mineral de hierro vizcaíno por el puerto de Bilbao en el siglo XVIII y XIX ilustra este hecho.

Fuente: ESCUDERO, A. Op.cit., p.27 Como la población y las producciones agraria e industrial, el comercio no crecía de forma sostenida. Durante los ciclos A, la mayor población, la mayor producción de alimentos y la mayor producción industrial incrementaban la cantidad de bienes intercambiados. Durante las fases B, la mortalidad catastrófica y las menores producciones agraria e industrial reducían el volumen de mercancías comercializadas. Las economías preindustriales producían pocos bienes y servicios, por la baja productividad de cada trabajador. Tampoco se daba a la larga un crecimiento económico constante o sostenido. Durante los ciclos A, la producción total (la renta nacional) crecía, al aumentar la población y, por tanto, el número de trabajadores, pero no se incrementaba la productividad de éstos, sino que descendía progresivamente. La escasez de alimentos provocaba el hambre y la mortalidad. Las crisis agrarias y demográficas de los ciclos B arrastraban consigo a la producción industrial y al comercio. Superadas las crisis, se iniciaba un nuevo ciclo A, pero en éste apenas se incrementaba la renta por habitante, pues cada trabajador seguía teniendo prácticamente la misma productividad que sus antepasados.

VENTAS DE MINERAL DE HIERRO VIZCAÍNO EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX

AÑOS TONELADAS

1700-50 10.000

1840-48 20.000

1876 350.000

1886 3.686.000

1896 5.424.000

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1.3. LA REVOLUCION INDUSTRIAL:

FACTORES O CONDICIONES PREVIAS

Las aportaciones de los economistas al estudio del crecimiento industrial moderno han puesto especial énfasis en el análisis de lo que Rostow llamó "las condiciones previas al despegue"; esto es, los requisitos necesarios para que se produzca el tránsito de la economía del Antiguo Régimen a la Revolución Industrial, o lo que es lo mismo dentro ya del campo histórico, los factores que influyeron en el inicio de la Revolución Industrial, especialmente en Inglaterra. A continuación los analizaremos separadamente, pero no debemos perder de vista que, en realidad, se trata de fenómenos completamente interconectados.

A) REVOLUCIÓN AGRÍCOLA La importancia de la transformación de la agricultura para la revolución industrial la destaca M. Niveau cuando dice que "no hubiese existido revolución industrial en Inglaterra sin la revolución agrícola". Asimismo, P. Bairoch convierte a la revolución agrícola en el factor principal de la revolución industrial. E. J. Hobsbawm destaca que la agricultura cumplió cinco funciones en la tarea de la industrialización, a saber: Aumentar la producción y la productividad de los campesinos para alimentar a una población no agraria en rápido y

creciente aumento. Es decir, un número cada vez menor de trabajadores agrícolas produjo una cantidad cada vez mayor de alimentos. A principios del siglo XVIII, Francia producía un promedio de 59 millones de quintales de cereal; hacia 1870 produjo 160 millones de quintales, casi el triple; Inglaterra, pasó de producir 27 millones de quintales a obtener 70. Ello permitió la progresiva desaparición de las hambrunas así como el abastecimiento de unas ciudades cada vez más pobladas.

"El rasgo distintivo más notable de la historia económica de Inglaterra, entre los últimos años del S. XVI y los primeros del XIX, fue el aumento de la producción por persona en la agricultura.(...) Lo más notable de estos logros era que se habían alcanzado principalmente por medio de la obtención de mayores rendimientos de la tierra cultivada existente, y no de la roturación de nuevas tierras. (...) En Inglaterra, en 1800, sólo cuatro de cada diez hombres con empleo trabajaba la tierra y (...) dicho con rudeza, si seis hombres de cada diez pueden dedicar sus energías a la producción del sector secundario o terciario y no obstante recibir una alimentación adecuada, surgirá una economía muy diferente de la que es posible si sólo se puede prescindir de dos o tres hombres de cada diez en la agricultura, sin caer en el riesgo del hambre a gran escala".

(E.A.WRIGLEY: Op.cit., pp.49-50).

Al mismo tiempo, proporcionó numerosa y creciente mano de obra para las ciudades (éxodo rural) y las industrias;

Suministrar capital acumulado y empresarios a los sectores más modernos de la economía. Aunque los historiadores menospreciaron el hecho de que terratenientes o campesinos acomodados hubieran sido empresarios industriales pioneros, hoy sabemos que entre los primeros fabricantes de textiles aparece un buen número de personas cuyo capital provenía de la agricultura.

"Numerosas e importantes son las circunstancias que vinculan más estrechamente de lo que inicialmente se creía a la nueva capa industrial inglesa que dirige las primeras grandes fábricas mecanizadas con el mundo rural, con los círculos de la burguesía de provincia y con la pequeña nobleza latifundista. Mantoux y Clapham ya habían descrito la modesta condición de los dueños de las fábricas textiles y talleres mecánicos surgidos con la Revolución .Industrial.: se trataba de gente despierta y laboriosa, procedente de las filas de los antiguos patronos artesanos de los barrios periféricos o de la pequeña propiedad agraria, asociados con mercaderes de buen olfato comercial, introducidos en los ambientes de los negocios locales o regionales. Muchos empresarios e inventores de máquinas eran, originariamente, simples maestros relojeros, sombrereros o campesinos-tejedores, con pequeñas propiedades o inmuebles, cuya venta o hipoteca podía proporcionarles un poco de dinero para invertir en las nuevas actividades. Este fue precisamente el caso de los Darby, los primeros productores de hierro colado de buena calidad, y de los futuros magnates de la industria algodonera como los Peel, o del acero como los Wilkinson. Naturalmente, en un momento posterior, a causa del mayor coste de las innovaciones técnicas y de la mayor competencia, ya no fue suficiente un punto de partida modesto ni el talento acumulado durante muchos años de experiencia en el trabajo manual. Pero la propiedad de un trozo de tierra y, por tanto, el derecho a utilizar saltos de agua o el subsuelo, o la posibilidad de gozar de una renta de la tierra, aunque mínima, siguió constituyendo una credencial sólida para empezar a impulsar una actividad manufacturera".

(CASTRONOVO, V: La revolución industrial. .Oikos-Tau, 1989, pp.41-42)

Crear un mercado suficientemente amplio entre la población agraria -normalmente la gran masa del pueblo- ;un

mercado de bienes de primera necesidad y también los derivados de la renovación de los cultivos y de los medios técnicos. En efecto, el aumento de la renta de los propietarios de la tierra y de los jornaleros permitió consumir más productos industriales. Los mayores beneficios de los dueños de la tierra y su reinversión elevaron, por ejemplo, la demanda de productos de hierro, imprescindibles para seguir mejorando la agricultura (arados, azadas, máquinas segadoras, herraduras...). La mayor renta per cápita de los pequeños y medianos propietarios y de los jornaleros permitió, asimismo, que unos y otros compraran más vestidos o, sencillamente, que dejaran de vestirse con los que ellos mismos producían. La revolución agraria, por tanto, impulsó un primer arranque de la industria del hierro, proveedora de bienes de capital –aperos de labranza- y un primer tirón de la industria textil de bienes de consumo.

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Más tarde, el campo siguió demandando productos industriales, porque su renta continuó aumentando. Las inversiones en máquinas de vapor y en fertilizantes, por ejemplo, continuaron incrementando la demanda de las industrias siderúrgica y química. También la mayor renta per cápita permitió a los agricultores consumir otros productos (casas, muebles, enseres domésticos...). La revolución agraria no sólo creó una primera gran demanda de bienes industriales: sostuvo luego esa demanda.

Proporcionar un excedente para la exportación.

Para ello, fueron precisas diversas innovaciones tecnológicas, así como cambios en la propiedad de la tierra. Las innovaciones en la agricultura se iniciaron en Inglaterra a partir de 1750 y desde aquí se extendió luego a otros países. En su primera fase, se aplicaron nuevos métodos de cultivo. Un segundo grupo de avances posteriores a 1830 introdujo el uso de máquinas de vapor y de fertilizantes químicos. Algunas de las más significativas fueron: La eliminación del barbecho mediante el abonado y la rotación cuatrienal de cultivos (trigo, nabos, cebada y trébol)

que hacían que la tierra siempre estuviera ocupada y evitaba su agotamiento. Eso permitió aumentar la superficie cultivada y obtener mayores rendimientos en cada hectárea. Este era el famoso sistema de Norfolk. Dos hojas de la tierra se plantaban con cereales o leguminosas. Las otras dos con tubérculos (patatas, nabos) y forrajeras (alfalfa, trébol, colza, lúpulo). La introducción de tubérculos y forrajeras fue trascendental, porque estas plantas no desgastan los suelos, sino que, por el contrario, los enriquecen. Ello permitió que sobre las hojas ocupadas por nabos o alfalfa se plantaran al año siguiente los cereales.

Además, los tubérculos y las forrajeras resolvieron el problema de la alimentación del ganado. El número de cabezas aumentó, y también lo hizo la cantidad de abono de origen animal. Los suelos pudieron entonces fertilizarse mejor y aumentaron los rendimientos por hectárea.

La ganadería experimentó también notables cambios en sus sistemas de explotación. Robert Bakewell fue el verdadero creador de la ganadería intensiva. Mediante el cruce de especies diferentes, desarrolló nuevas razas de corderos de calidad muy superior. Además, fomentó la estabulación, que permitía el acortamiento del período de crianza y la alimentación científica del ganado, al sustituir los cereales tradicionales por piensos a base de plantas forrajeras, como ya apuntamos arriba.

Aparición de nuevo utillaje agrario: El arado triangular de Rotherham, superior al arado rectangular usado hasta entonces. La primera máquina de sembrar de Jethro Tull, que depositaba la semilla en los surcos y no a voleo, como era el método tradicional. Estos procesos ahorran semillas (que a su vez comenzaron a seleccionarse) e incrementan el rendimiento de los cultivos. Generalización del uso de la guadaña y la herradura (los avances en la metalurgia se relacionan con esto). Thomas Coke, por otra parte, ideó nuevas técnicas para mejorar la composición química de los suelos.

Drenaje de zonas pantanosas, que permitía aumentar la superficie cultivada gracias a las nuevas técnicas, como la bomba de Newcomen.

Cierta especialización comercial favorecida por la nueva maquinaria y las plantas nuevas (patata, maíz...). Las innovaciones introducidas en la agricultura después de 1830 continuaron elevando la productividad de los

campesinos. El uso de fertilizantes químicos hizo posible cultivar mucha más tierra y obtener, además, mayores rendimientos en cada hectárea. Los tractores, segadoras y trilladoras movidos con energía de vapor también contribuyeron a elevar la productividad. En el siglo XVIII, un campesino podía arar 0'4 hectáreas por día utilizando un arado tirado por un buey. A fines del siglo XVIII, araba 0'8 hectáreas con un arado perfeccionado y arrastrado por un caballo. El tractor a vapor aumentó a cinco hectáreas la superficie arable por un campesino en un día. Si Gran Bretaña fue la pionera en la introducción del primer grupo de innovaciones, los Estados Unidos impulsaron la era del maquinismo en el campo durante la segunda mitad del siglo XIX.

Todos estos cambios tecnológicos no hubieran sido posibles sin modificar la propiedad feudal y comunal de la tierra. Dos ejemplos históricos ayudarán a entenderlo. Buena parte de las tierras inglesas se explotaban a principios del siglo XVIII mediante un sistema comunal llamado open-field o campo abierto, con un tipo de explotación fuertemente comunitaria. Los campesinos de los open-fields eran pobres; carecían de medios para modificar los viejos sistemas de cultivo. El Parlamento inglés dictó desde el siglo XVII y a lo largo del siglo XVIII unas leyes conocidas como Enclosures Acts o actas de cercamiento de tierra. Los campesinos de los open-fields fueron expropiados y sus pequeñas parcelas se unificaron en forma de grandes explotaciones agrícolas acaparadas por aristócratas, comerciantes o por los campesinos más prósperos. Los nuevos propietarios las cercaron e invirtieron en ellas el dinero necesario para introducir todas las innovaciones antes señaladas. Aunque el proceso de cercamientos (enclosures), remonta sus orígenes a finales del siglo XV, alcanza su máximo desarrollo en la

segunda mitad del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX. Esta transformación ocasiona un proceso de concentración de la propiedad y de la explotación agraria en manos de grandes terratenientes, que si bien permite introducir métodos de cultivo intensivo, en cambio hace desaparecer como clase al pequeño campesino independiente.

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. Al mismo tiempo, los cercamientos propician la expansión de la superficie cultivada a costa de los terrenos baldíos y comunales, como consecuencia directa del alza de los precios de los cereales. Francia no conoció, como Inglaterra, el fenómeno de los cercamientos en el siglo XVIII. No obstante, la Revolución Francesa destruyó el sistema feudal y comunal de la tierra en varias fases. Durante la primera fase de la Revolución, se suprimieron los derechos feudales que todavía pesaban sobre los campesinos, la nobleza perdió el privilegio de vincular su tierra y las propiedades de la Iglesia fueron vendidas en pública subasta, por lo que pasaron a manos de comerciantes y campesinos acomodados que introdujeron en ellas los nuevos métodos de cultivo ingleses.

Durante la etapa revolucionaria más radical, las tierras comunales y las de la nobleza exiliada se repartieron entre los campesinos. Se intentó de este modo cumplir el ideal jacobino de una sociedad compuesta por pequeños productores iguales entre sí. Gran parte del campo francés quedó repartido entre una numerosa clase de pequeños y medianos propietarios cuya prosperidad aumentó al no tener que pagar rentas por la tierra que trabajaban. Estos campesinos fueron adoptando las innovaciones inglesas de forma paulatina, ya que no disponían de capital para hacerlo con rapidez. La revolución agraria fue, pues, más tardía y lenta que en Gran Bretaña pero, a la larga, sus efectos fueron similares.

"Las transformaciones en la estructura agraria consisten básicamente en la conjunción de dos operaciones interrelacionadas que desmantelaron por completo el sistema anterior. Recordemos que la propiedad feudal y las relaciones sociales básicas del feudalismo eran muy distintas a las del capitalismo. Los señores feudales tenían derechos sobre la tierra y sobre los vasallos que la trabajaban. Sobre la tierra tenían el dominio directo o propiedad feudal, y sobre los campesinos ejercían la coerción, mediante la cual los reducían a servidumbre y les obligaban a pagar rentas (en trabajo, en especie o en dinero). Por su parte, los campesinos estaban adscritos a la tierra: tenían el derecho de uso de ésta o dominio útil. Además de las tierras donde se hallaban establecidos los campesinos, había tierras y derechos comunales que eran aprovechados por el común de los vecinos de cada aldea. Las dos operaciones que mencionamos anteriormente son: 1. por un lado se altera la naturaleza de la propiedad feudal o comunal transformándola en capitalista. 2. por otro, y paralelamente, se desposee a los campesinos de los derechos de uso (dominio útil, derechos comunales) y se les

convierte en mano de obra libre. La principal diferencia (y síntesis de todas las que siguen) que existe entre la propiedad feudal y la capitalista es que en el capitalismo la tierra se explota mediante trabajo asalariado y no mediante servidumbre. Además, en la propiedad capitalista, a diferencia de la feudal, el propietario dispone libremente de ella: la usa como mejor le interesa, cultiva lo que considera oportuno, la hace trabajar como más le conviene. Por otro lado, la tierra es una mercancía que, como todas, se compra y se vende libremente, sin cortapisas de ningún tipo, ni vínculos feudales, por tanto, el propietario la puede vender cuando lo desee, y si se endeuda pierde la propiedad, que pasa a manos del acreedor. En la propiedad capitalista, en fin, no hay nada similar a los derechos de uso (o dominio útil) ni demás derechos consuetudinarios (de costumbres).

Sentadas estas premisas, podemos ver que la transformación de la propiedad feudal en propiedad burguesa comportó dos grandes operaciones: 1. por un lado, una parte de la tierra que pertenecía a dominio feudal, pero no toda, cambia de manos. Por ejemplo, el dominio directo del monasterio M es expropiado y vendido a los particulares a, b, c. Y a la inversa: el dominio directo del noble N se mantiene como propiedad del mismo titular o de sus herederos. En estos casos, no obstante, se abolió la servidumbre y se suprimieron otros vínculos feudales -como el mayorazgo- que hasta entonces impedían que la tierra fuese objeto de compra-venta 2. por otro lado, e independientemente que cambie o no cambie de titular, la tierra empieza a explotarse de acuerdo con las nuevas relaciones de producción, es decir, usando trabajo asalariado. Además de las tenencias en dominio útil, había tierras y derechos de aprovechamiento comunal. Las tierras comunales eran aquellas que no estaban trabajadas (montes, bosques, etc...). Los campesinos tenían sobre las tierras comunales derechos de usufructo. En los montes comunales, por ejemplo, podían recoger leña para su uso doméstico, o podían aprovechar estos campos para criar animales o recoger pienso natural para ellos, o para cazar,... Los aldeanos tenían también otros derechos de aprovechamiento común. Por ejemplo, una vez recogida la cosecha, el común de los vecinos tenía derecho a recoger los sobrantes. El principal de estos derechos era que el común de los vecinos podía llevar el ganado a las tierras en barbecho. Las tierras y los derechos comunales son una pieza básica de la sociedad feudal: permiten a los campesinos completar su subsistencia. Pues bien, las transformaciones de la estructura agraria que estamos estudiando, consistieron también en desposeer a los campesinos de estas tierras comunales y de estos derechos consuetudinarios. Los montes acabaron vendidos y privatizados, y además se permitió cercar las tierras. En Inglaterra se llamó a este proceso de desposesión "enclosures".

(BALDO LACOMBA, Marc: La revolución industrial. Síntesis, 1993, pp 54-63)

Las ventajas de cercar las tierras comunales. “Son tales y tantos los beneficios y ventajas que se podrían derivar de un total cercamiento de los terrenos comunales, que me es imposible describirlos o enumerarlos. Daría la oportunidad de separar las tierras áridas de las húmedas, la de desecar estas últimas, la de abonar las zonas agotadas, y todo ello podría producir inestimables resultados: el nuevo ordenamiento permitiría, con la ayuda de hábiles ganaderos, la cría de ovinos y de bovinos de raza mucho mejor que las que se ven habitualmente en estas zonas, en donde hay animales miserables y medio muertos de hambre. Teniendo al ganado en zonas cercadas, se conseguiría mantener a un número mayor con una misma cantidad de alimento. Su costumbre de vagar y de moverse no sólo destruye la hierba con sus pisadas, sino que también los reduce a huesos y piel. Y ello en la actualidad hace necesaria la presencia de un pastor que los meta y los saque del establo. De otro lado, y mediante este sistema, el ganado podría rendir a la comunidad y a los individuos cien veces más de lo que hacía hasta ahora, antes de los cercamientos. Por último, y fundamental aspecto, se podría proteger al ganado de la peste, esa mortal enfermedad que hace terrible estragos en nuestros rebaños. Hay que añadir que se abastecería mejor de carne de buey y de cordero a los mercados y que el precio de estos géneros se reduciría considerablemente. Hay que señalar también que el sistema de los terrenos comunales nunca ha aportado nada a la solución del problema del empleo.

EVOLUCIÓN DE LAS ACTAS DE ENCLOSURES PARLAMENTARIAS

PERIODO N.º DE ACTAS

1702-1720 9

1720-1740 68

1740-1760 194

1760-1780 1069

1780-1800 593

1800-1810 906

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Y que apenas se hiciera un cercamiento, la situación se transformaría positivamente, y una desolada tierra inculta se convertiría en la más risueña de las zonas. Actividades y trabajos de toda índole se desarrollarían en esos lugares. El que quisiera contribuir a esa empresa encontraría una gran cantidad de ocasiones de trabajo: excavar fosas y canales de desagüe, construir terraplenes y vallas, plantar setos y árboles; los fabricantes de carros, los carpinteros, los herreros y demás artesanos del campo no tendrían que quedarse con los brazos cruzados, pues habría mucho trabajo para ellos en la construcción de factorías y de sus respectivos anexos, y en la proyección y construcción de caminos, puentes, cercados, empalizadas, aperos agrícolas, etc. Pocos años después, tras haber llevado a buen término estos primeros y temporales esfuerzos, y cuando todo el conjunto estuviera organizado en un sistema agrícola regular, se podría alimentar y dar trabajo a una población notablemente aumentada”. JOHN MIDDLETON, View of the Agriculture of Middlesex, 1798. Tomado de MARTÍNEZ DE VELASCO, Ángel: Las revoluciones industriales, Santillana, 1997, p.51-52.

Quejas de los campesinos contra los cercamientos. Que con el pretexto de hacer mejorías en las tierras de propiedad de la citada parroquia (Raunds) se privará a los campesinos sin tierra y a todas las personas que tienen derechos sobre las “common lands” (tierras comunes) que se pretenden cercar del indispensable privilegio del que actualmente gozan, es decir, de que sus bueyes, terneros y ovejas puedan pacer a lo largo y ancho de dichas tierras (...) Los demandantes consideran además que el resultado más desastroso de este cercamiento será la casi total despoblación de su ciudad, ahora llena de trabajadores orgullosos y fuertes que, al igual que los habitantes de otras parroquias “abiertas” (es decir, sin las tierras cercadas), son el vigor y la gloria de la nación, el sostén de su flota y de su ejército. Bajo el empuje de la necesidad y de la falta de trabajo, se verán obligados a emigrar en masa hacia las ciudades industriales, en donde la naturaleza misma del trabajo en el telar o en la fragua reduciría pronto su vigor, debilitaría su descendencia y podría hacerles olvidar poco a poco ese principio fundamental de obediencia a las leyes de Dios y de su país (...) Ya se han comprobado estos daños en muchos otros casos de cercamientos, y ellos opinan que presentando el problema al Parlamento (que constitucionalmente es protector y patrono de los pobres) sus derechos no podrán dejar de ser tutelados frente a la ley en discusión. Citado en Armesto, J,: Crónica, textos y documentos de historia contemporánea. Barcelona, Vicens Vives, 1987, pág. 15. Tomado de Historia del Mundo Contemporáneo, 1º Bachillerato, McGraw Hill, 1996, p.19.

ACTIVIDAD. Comparar el contenido de ambos textos, poniendo de manifiesto la diferente interpretación de la política de cercamientos.

Hemos visto que la revolución agraria contribuyó a materializar parte de las condiciones previas para la producción industrial a gran escala (demanda, mano de obra y capital), constituyendo, pues, una condición necesaria para el crecimiento económico, aunque no una condición necesaria y suficiente. Ella sola no hubiera bastado para promover la Revolución Industrial. Hicieron falta otras condiciones.

B) LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA. Precisar el alcance exacto del aumento demográfico en el proceso de la Revolución Industrial es muy difícil, porque inmediatamente se nos presenta una pregunta: ¿fue esta revolución demográfica causa o consecuencia de la Revolución Industrial? Lo más razonable es considerar el aumento de población como consecuencia de los cambios económicos y admitir a continuación que éstos se vieron impulsados a su vez por el aumento demográfico. La revolución demográfica fue primero consecuencia de las transformaciones económicas y luego causa de las mismas. Para comprender esto tomemos como ejemplo el caso inglés. La población creció poco durante la primera mitad del siglo XVIII. Entre 1750 y 1821 se duplicó. La revolución agraria se produjo precisamente entonces. La mayor producción de alimentos facilitó así un primer aumento de población pues, de otro modo, se hubiera desembocado en una situación de escasez y esto no sucedió. Al mismo tiempo la industria incrementaba su producción y crecía el comercio. Gracias al mayor empleo en actividades industriales y servicios, una parte de la población en aumento logró salarios con los que alimentarse. Hasta aquí, los cambios económicos –la revolución agraria, sobre todo-, fueron causa del crecimiento de población. Ahora bien, la presión demográfica se convirtió en una de las causas de la Revolución Industrial, pues elevó tanto el número de consumidores como el de productores, contribuyendo así a crear dos de las condiciones previas de la industrialización (mayor demanda y mayor mano de obra). Insistiendo en esta relación recíproca, no conviene olvidar que el crecimiento demográfico aislado, si no va acompañado de otras transformaciones, puede ser un factor negativo y retardatario del crecimiento económico, según muestran los casos de Irlanda en el siglo XIX y de la India en el XX. La Inglaterra del siglo XVIII satisfacía esta condición, pues desde comienzos de siglo se aprecia un moderado ritmo de crecimiento en casi todos los sectores de la economía. Por ello, podemos reiterar que el crecimiento demográfico favoreció el desarrollo de la Revolución Industrial al menos de dos maneras:

. Aumentando la mano de obra para la industrialización.

. Porque el aumento de población, especialmente de la urbana, implica un aumento de la demanda de

productos industriales con el consiguiente desarrollo de la producción y más alto nivel de precios. Además la constante expansión del mercado de productos industriales estimuló las inversiones de los empresarios en capital fijo, amortizables sólo a largo plazo, para aumentar la capacidad productiva de sus fábricas mediante nuevos métodos o nuevas técnicas.

Los motivos de la revolución demográfica son todavía objeto de polémica. Los demógrafos admiten que el factor más importante del crecimiento vegetativo fue el retroceso de la mortalidad. Si a principios del siglo XVIII la tasa media de mortalidad europea superaba el 35 por 1.000, hacia 1850 sólo morían anualmente 20 ó 25 personas de cada mil. Lo mismo sucedió con la mortalidad infantil. A mediados del siglo XIX ya no fallecían 300 ó 400 niños de cada mil nacidos, sino 150 ó 200. Desaparecieron, además, las mortalidades catastróficas. El problema radica en saber por qué cada año moría menos gente y por qué ya no se dieron años en los que fallecían 200 ó 300 personas de cada mil. Las hipótesis

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que han manejado los demógrafos son estas: avances en la medicina, mayor higiene y mejor alimentación. Resulta difícil sostener que la reducción de la mortalidad en este período histórico se debiera a los progresos de la medicina. En el siglo XVIII, el único adelanto destacable fue el descubrimiento por Jenner, en 1796, de la vacuna contra la viruela. La vacunación de los niños redujo la mortalidad infantil, pero sus efectos sólo fueron perceptibles entrado ya el siglo XIX y la caída de la mortalidad infantil fue anterior. También es cierto que antes de 1850 la medicina logró diagnosticar algunas enfermedades o que se utilizó la quinina para combatir la fiebre. No obstante, éstos y otros tímidos progresos resultan insuficientes para explicar el descenso de las tasas de mortalidad. Sólo una minoría de la población tenía acceso a la medicina privada e incluso es probable que los hospitales de la época contribuyeran a propagar las enfermedades más que a curarlas. En 1780, un cirujano inglés decía a sus discípulos: “Una mujer tiene más posibilidades de recuperarse si da a luz en la choza más miserable que si lo hace en un hospital. En la choza estará más lejos del contagio de enfermedades”. Los efectos revolucionarios de la medicina son sin duda posteriores a la primera explosión demográfica de fines del XVIII – mediados del XIX. Un factor que intervino de forma decisiva en la caída de la mortalidad catastrófica fue la desaparición de la peste. Todavía no se ha encontrado una explicación definitiva a este hecho. La hipótesis más aceptada es que se generalizó la costumbre de establecer cordones sanitarios. Al menor brote epidémico, el ejército se encargaba de impedir el acceso a comarcas o ciudades de los viajeros sospechosos de portar la enfermedad. Algunos progresos en la higiene, en la construcción de viviendas y en la recogida de basuras pudieron asimismo haber ayudado a erradicarla. Las últimas pestilencias se dieron en Marsella (1720), Messina (1743) y Moscú (1789). En la primera mitad del siglo XIX hubo epidemias de gripe, tifus y cólera, pero sus secuelas no fueron tan catastróficas como las que en otros tiempos originó la peste. Relacionado con lo anterior, algunos autores opinan que la mortalidad descendió principalmente por un factor “ecológico”: la rata parda. En Inglaterra existía la pequeña rata negra doméstica, que vivía en las casas, sobre todo en las habitaciones, y cuyas pulgas pasaban al hombre trasmitiendo diversas enfermedades. Hacia 1728 se introdujo en Inglaterra la rata parda, que habitaba fuera de las casas, era menos sedentaria y sus pulgas no se transmitían al hombre. Esta especie de rata desplazó a la pequeña rata negra doméstica, lo que supuso una drástica disminución de las enfermedades y, con ello, de la mortalidad. La mejor alimentación debe considerarse como una causa crucial en el desplome de la mortalidad. La revolución agraria permitió una dieta más rica y abundante. Parece ser que el consumo de patatas desempeñó un importante papel en la mejor nutrición de las clases populares, aunque también se incrementó el consumo de pan blanco, de leguminosas y de hortalizas. Mejor alimentada que en cualquier época anterior, la población se hizo más resistente a las enfermedades. La Revolución Agraria disminuyó, además, el número de hambrunas. La Inglaterra del siglo XVIII conoció todavía cinco períodos de hambre. En cambio, en el siglo XIX sólo se produjo uno. Los años de malas cosechas de cereales se combatían ahora con el grano sobrante de años anteriores o bien importando trigo, lo que fue posible gracias a la mejora de los transportes. El comportamiento de la natalidad entre 1750 y 1850 añadió más fuerza al crecimiento de la población. Excepción hecha de Francia, donde la natalidad descendió, el resto de Europa mantuvo prácticamente sus anteriores altas tasas de natalidad. La razón es preciso buscarla en las conductas de la nupcialidad y de la fecundidad. El desarrollo económico permitió un empleo elevado. Ello hizo que el número de matrimonios fuera alto y que las parejas se casaran jóvenes, con lo que las mujeres procreaban de 4 a 6 niños antes de la menopausia. Un alto número de matrimonios y de hijos por cada matrimonio no permitieron que la natalidad descendiera. El retroceso de la mortalidad y la alta natalidad cambiaron el viejo sistema demográfico, en el que la población crecía poco, por otro caracterizado por un aumento constante del número de habitantes. Como vimos, las sociedades preindustriales alcanzaban un crecimiento vegetativo del 5-10 por mil anual, que siempre era destruido por los períodos de mortalidad catastrófica. Desde mediados del siglo XVIII, el crecimiento vegetativo osciló, según los países, entre el 8 y el 13 por mil, y fue acumulativo. Actividad: Elabora un diagrama de barras con los datos de la tabla Calcula el porcentaje de crecimiento poblacional en el período 1700 –1850 para Gran Bretaña. ¿Sabrías calcular el porcentaje de crecimiento medio anual para el período 1800-1850 en toda Europa?

C) LA FORMACIÓN DE UN MERCADO NACIONAL. LA REVOLUCIÓN DE LOS TRANSPORTES.

Ya vimos como las economías preindustriales no desarrollaron un comercio voluminoso ni tampoco unos medios de transporte adecuados. No obstante, los progresos acumulados a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII crearon condiciones favorables para la Revolución Industrial. A mediados del siglo XVIII existía un comercio campo-ciudad y ciudad-campo. Era posible colocar mercancías europeas en América o Asia y viceversa. También se conocían técnicas comerciales como la letra de cambio, y funcionaban compañías comerciales por acciones. Existían, por tanto, unos

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN (MILLONES DE HABITANTES)

1700 1750 1800 1850

GRAN BRETAÑA 6,8 7,4 10,5 20,8

FRANCIA 19 21 27,3 35,8

ALEMANIA 12 18 23 35,6

TODA EUROPA 115 134,3 175,7 275

USA - 1,2 5,3 23,2

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cauces previos por donde pudo ir fluyendo el primer gran aumento de la producción agraria e industrial. Sin embargo, esos cauces resultaron pronto estrechos por razones técnicas y políticas. Los caminos eran malos y no se reparaban. Cuando llovían se convertían en lodazales por donde era imposible transitar. La navegación fluvial y marítima resultaba más rápida y menos cara que la terrestre, pero no barata. Incluso algunos países europeos conservaban a principios del siglo XIX aduanas interiores que entorpecían los intercambios, porque gravaban las mercancías al pasar de una región a otra. Todos estos obstáculos debieron suprimirse para que la Revolución Industrial saliera adelante. Veamos algunos ejemplos. En Gran Bretaña, los viejos caminos y los ríos bastaron en un primer momento para que los mayores excedentes de alimentos y de materias primas llegaran a las ciudades y para que la mayor producción de la industria llegase al campo. Pero pronto resultaron incapaces de asegurar rapidez y baratura a unos intercambios cada vez más voluminosos. Así pues, Gran Bretaña tuvo que poner a punto sus sistemas de transporte y comunicaciones. La llamada "revolución de los transportes" -previa a la que supondría el ferrocarril-, tiene dos aspectos principales que, cronológicamente, son casi simultáneos: la construcción de carreteras y la de canales. La red de carreteras inglesa experimentó durante este período cambios cuantitativos y cualitativos de gran importancia. Por una parte creció enormemente en extensión gracias a la iniciativa de compañías privadas, que construían carreteras para explotarlas en régimen de peaje. Por otra, mejoró mucho su calidad al difundirse las nuevas técnicas de construcción, y los nuevos firmes descubiertos por tres grandes ingenieros de caminos: Metcalf, Telford y MacAdam. Todas estas mejoras se tradujeron en un aumento de la velocidad y comodidad del transporte rodado de mercancías y, sobre todo, de pasajeros. El período que va de 1750 a 1830 es la época dorada de las diligencias. Sin embargo, el transporte por carretera seguía siendo caro y lento para las mercancías pesadas y voluminosas, como los productos agrícolas o las materias primas minerales. Por eso tuvo un enorme auge, en la segunda mitad del S.XVIII, la construcción de canales navegables. Casi todos ellos se proyectaron para facilitar el transporte de carbón hasta los mercados urbanos. Sus efectos fueron fulminantes, pues el precio del carbón se redujo a la mitad. En conjunto, hasta 1800, se abrieron cerca de 3000 km de canales, cuyo impacto en la economía puede resumirse en tres puntos:

. Hicieron bajar los precios de las mercancías pesadas

. Pusieron en relación a las regiones agrícolas con las zonas industriales

. Contribuyeron a ampliar el mercado de capitales al fomentar la constitución de sociedades por acciones para

financiar su construcción Además de la revolución de los transportes, otros factores ayudaron a la integración del mercado nacional:

. La eliminación de las aduanas interiores facilitó la articulación del comercio interregional. Alemania constituye el

mejor ejemplo. Hasta 1834 no existió una unión aduanera entre los pequeños estados que formaban la Confederación Germánica. Era imposible, por tanto, fomentar un mercado interior por donde transitaran libremente los productos. . El crecimiento urbano dio un gran impulso a los intercambios entre las ciudades y el campo. . También contribuyó al desarrollo del comercio la especialización de ciertas regiones en determinados productos

agrícolas e industriales. . Finalmente, el aumento sostenido del nivel de vida de la población inglesa hasta 1780 no sólo incrementó la

capacidad adquisitiva de las clases sociales inferiores, sino que llegó a modificar sus propios hábitos de consumo, ampliando la demanda de productos industriales.

Aunque más tardía (años 30, 40 y 50 del XIX), la aparición del ferrocarril revolucionó definitivamente el mercado interior británico, y su importancia obliga a dedicarle aquí unas líneas, adelantando un epígrafe que desarrollaremos posteriormente. En efecto, el ferrocarril, además de robustecer los efectos mencionados anteriormente, contribuyó a la aceleración del proceso industrial:

. Generando una demanda de mano de obra sin precedentes.

. Absorbiendo la producción siderúrgica y carbonífera del país, además de convertirse en "locomotora" -nunca

mejor dicho- de muchos y variados sectores industriales. . Convirtiéndose en el principal receptor de inversiones de capital. . En una fase posterior, siendo el negocio más rentable para los capitalistas ingleses fuera de su país.

D) EL COMERCIO INTERNACIONAL La demanda interna no es, sin embargo, suficiente por sí misma para impulsar la transformación del conjunto del sistema productivo. La dinámica de la industria textil y de otros sectores industriales confirma la decisiva importancia del comercio exterior, de la demanda externa, en la creación de mercados de consumo más amplios y elásticos, y en el acceso a materias primas indispensables. Los orígenes de la Revolución Industrial en Gran Bretaña -observó Eric J.Hobsbawm- no pueden ser analizados solamente como parte de la historia británica", ya que "sus raíces se alimentaron en una área mucho más amplia que comprendía, ya sea las colonias de ultramar, ya sea las economías "dependientes" de Europa Oriental". En otras palabras, solamente las perspectivas de expansión y de intercambio comercial en gran escala podían asegurar el espacio necesario para el desarrollo de una economía industrial moderna con un fuerte potencial productivo y con tasas cada vez más elevadas de crecimiento. Así pues, la previa existencia de un comercio internacional también sirvió para que Gran Bretaña encontrara mercados donde vender su producción industrial a cambio de recibir materias primas. El comercio exterior inglés

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experimentó tres tipos de cambios fundamentales a lo largo del siglo XVIII. En primer lugar, un crecimiento espectacular de su volumen, que en 1798 alcanzaba un 421% de aumento respecto a principios de siglo. El ritmo del crecimiento es lento en la primera mitad del siglo, pero se eleva abruptamente en la década de 1740, para seguir aumentando, gracias a las ventajas comerciales y coloniales que obtiene Inglaterra en los tratados de Aquisgrán (1748), y París (1763), aunque con bruscas alternativas debido al efecto de las guerras. Entre 1775 y 1780 se produce una profunda depresión a causa de la guerra de independencia de los Estados Unidos, pero a partir de 1783 el comercio exterior no sólo se recupera, sino que experimenta un crecimiento muy rápido, que proseguirá hasta las guerras napoleónicas. Pero, más importantes que el crecimiento en volumen, son los cambios que experimenta el comercio exterior en su composición. En 1750, los principales sectores exportadores –excluidas las reexportaciones-, eran los tejidos de lana (46%), los cereales (20%), y los productos metalúrgicos (10%), mientras que las exportaciones de telas de algodón eran prácticamente insignificantes. En 1800 la composición del comercio exterior era muy distinta: los paños de lana, aunque seguían ocupando el primer lugar, habían descendido al 28,5%; los tejidos de algodón habían ascendido al segundo lugar, con el 24%; e Inglaterra se había convertido en un país importador de cereales. Antes de 1810, el algodón había sustituido a la lana en la cabecera de las exportaciones británicas. Este crecimiento tan espectacular se debió a que la demanda de tejidos de algodón era mucho más elástica que la de paños de lana, sobre todo en el mercado colonial. En tercer lugar, se produjeron también cambios sustanciales en la distribución geográfica de las exportaciones. En 1700, los países de Europa continental absorbían el 85% de las exportaciones británicas, mientras que la participación del resto del mundo era insignificante. En cambio, a finales de siglo, el primer cliente de Inglaterra era América del Norte, a donde se dirigían el 32% de las exportaciones, mientras que las compras europeas habían descendido el 30%, y las de América del Sur y Central se elevaban al 25% elevándose con rapidez desde 1780. Buena parte de ese crecimiento provino de importar algodón bruto de la India y de los Estados Unidos para exportarlo luego, convertido en tejido, hacia los Estados Unidos, Europa, Hispanoamérica y la India. Evidentemente, este comercio exterior se basaba en la navegación, cuyas técnicas apenas progresaron durante el siglo XVIII, de manera que en un primer momento aumentó el número de barcos a vela para dar entrada y salida al mayor volumen de mercancías. Luego hubo que lograr más rapidez y baratura en el transporte marítimo, lo que se consiguió sustituyendo los pesados veleros que tardaban 40 días en cruzar el Atlántico y cuyo tonelaje rara vez superaba las 100 toneladas por otros barcos llamados clippers, veleros mucho más largos que anchos, con mayor capacidad de carga y tan veloces como para hacer la travesía Europa-América en 14 días. El clipper fue el buque por excelencia de mediados del siglo XIX, la culminación de la vela, en reñida competencia con los buques de vapor. La mejora de los cascos y de las velas hacía que estos elegantes barcos corrieran como yates por los océanos, compitiendo entre sí por hacer los viajes cada vez en menos tiempo. (Hay que tener en cuenta que el vapor como método de propulsión de los buques no se impuso de inmediato a la vela por varias razones. En primer lugar, el viento que impulsaba las velas era gratuito, a diferencia del carbón. Por otra parte, las ruedas laterales que impulsaban a los primeros vapores se comportaban mal en los viajes oceánicos. Por ello, las máquinas de vapor se usaron al principio como simples auxiliares de las velas). Sintetizando, según P.Deane, el comercio exterior británico contribuyó al triunfo de la Revolución Industrial de seis formas principales:

. Ampliaron el mercado para los productos de la industria británica, complementando la demanda interior.

. El comercio exterior dio acceso a nuevas fuentes de materias primas, que diversificaron y abarataron la

producción industrial de Inglaterra. . El comercio exterior aumentó la capacidad adquisitiva de los países coloniales, para que compraran las

mercancías industriales británicas. . Sus beneficios crearon una acumulación de capital que contribuyó a financiar la Revolución Industrial. . Desarrolló un complejo sistema de instituciones comerciales (legislación mercantil, seguros, control de

calidad...) que contribuyó también a mejorar la producción industrial. . Finalmente, la expansión del comercio exterior, impulso decisivamente el crecimiento de las ciudades y de los

grandes centros industriales.

Como la revolución agraria y la demográfica, el comercio preindustrial fue una condición necesaria pero no suficiente para la Revolución Industrial. El solo no la hubiera desencadenado. Prueba de ello es que España no se industrializó a principios del siglo XIX, pese a disponer de un inmenso mercado en sus colonias americanas.

E) LA ACUMULACIÓN DE CAPITAL Todo proceso de industrialización necesita ir precedido de un aumento de la oferta de capitales para posibilitar la

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financiación de las inversiones industriales. Analizar esta cuestión -uno de los puntos más oscuros de la Revolución Industrial todavía hoy- requiere dar respuesta a un interrogante: ¿cómo se produjo este aumento? Aparte de factores que resultan imposibles de evaluar (posibles variaciones de la tendencia al ahorro de las personas privadas), que aparecen muy lejanos en el tiempo, (el momento de la llegada a Europa de los metales preciosos tras la conquista española de América), o que son aplicables en fases más tardías, (la expansión del crédito), aparte de ellos decimos, la explicación tradicional para la acumulación de capital que financió la Revolución Industrial afirma que ésta procedió fundamentalmente de aquellos sectores económicos cuya prosperidad a lo largo del S. XVIII les permitió reportar beneficios mucho más elevados que el nivel general de rentas. Dos de ellos responden principalmente a estas características:

. el comercio de ultramar

. la agricultura

Del segundo ya hemos hablado, y respecto al primero, los estudios más recientes han disminuido la importancia del papel jugado por el capital proveniente del comercio colonial o, mejor dicho, han excluido una estrecha relación entre ganancia comercial e inversión industrial.

Junto a estas "fuentes externas" de acumulación de capital, tuvo también gran importancia la capacidad de autofinanciación de la propia industria, especialmente en el sector textil. Era esta una industria ligera, en la que los costes de capital fijo -maquinaria y edificios-, sobre todo al principio, eran bastante reducidos. Por último, y atendiendo a modelos explicativos más recientes, habría que mencionar como fuente de acumulación el "putting-out" o sistema de trabajo doméstico, existente desde el S. XVII, generalizado en el XVIII y continuado en el XIX. En algunas zonas de Inglaterra, el Verlagssystem había creado una clase social de comerciantes ricos que, como vimos, ya intervenían en la producción industrial adelantando materia prima a campesinos y artesanos. Algunos de ellos se convirtieron en empresarios al descubrir que sus beneficios podían ser mucho mayores instalando fábricas que sustituyeran el trabajo doméstico y disperso por otro concentrado y mecanizado en un solo edificio. Por el contrario, se conocen casos de otros condados británicos donde las primeras fábricas fueron financiadas mediante la asociación de capitales de terratenientes, campesinos acomodados y pequeñas fortunas familiares.

"Si buscamos el origen de muchas empresas, encontraremos una presencia bastante modesta de capitales monetarios, lo que permite suponer que, en la mayor parte de los casos, bastaban los fondos recogidos inicialmente en el ambiente familiar, y que las primeras ganancias permitían un sucesivo autofinanciamiento. Por lo menos en el caso del sector textil, la relativa simplicidad de las innovaciones tecnológicas, la permanencia de amplios sectores de mercado protegido por la escasez o el alto coste de los medios de comunicación y el bajo precio de la mano de obra, supusieron un margen de ganancia extremadamente elevado. (...)Sucesivamente se impuso la exigencia de una mayor disponibilidad de capitales y, a comienzos del siglo XIX, este hecho tuvo lugar, sobre todo, en los sectores que incluían procesos de elaboración más complejos, como la siderurgia, la química y la mecánica.

(CASTRONOVO, V: op.cit., pp.41-42)

F) EL PROGRESO TECNOLÓGICO Entre las causas de la Revolución Industrial derivadas más o menos directamente de la evolución interna del sistema económico, la multiplicación de las innovaciones técnicas durante la primera mitad del S. XVIII ha sido indicada como el factor decisivo para el surgimiento del moderno sistema fabril. Según esta tesis, el desarrollo que tuvo lugar en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX habría sido esencialmente consecuencia del progreso tecnológico y de su aplicación en el sistema productivo. Se afirma, en efecto, no solamente que los principales perfeccionamientos técnicos (relacionados con la industria textil, la siderurgia, la química, etc...) tuvieron lugar en un espacio de tiempo muy reducido respecto a otros períodos históricos, sino sobre todo que llegaron a modificar progresivamente la relación tradicional entre población y recursos. Sin embargo, convendría realizar algunas precisiones de importancia a esta afirmación: Por lo pronto, no se puede afirmar que el progreso del saber científico haya desempeñado, en principio, un papel propulsor en la modernización del sistema económico. Como se ha observado por muchos especialistas, los progresos alcanzados durante el S. XIX por la química, la termodinámica y la geología, maduraron efectivamente en el momento en que empiezan a responder a determinadas exigencias sociales e industriales (como ya había ocurrido un siglo antes con los estudios de astronomía, mecánica y magnetismo, que se desarrollaron gracias a las necesidades planteadas por la navegación, la actividad mercantil y la industria minera). Entonces ello demuestra que la secuencia causal entre el desarrollo científico y las aplicaciones técnicas en la industria es inversa a la propuesta anteriormente. Por otra parte, por lo menos hasta la primera mitad del S. XIX (cuando las innovaciones tecnológicas exigían una gran complejidad de conocimiento científico) la Revolución Industrial no tuvo necesidad ni de la aplicación racional y sistemática de las ciencias a la solución de los problemas técnico-productivos, ni del aporte de elementos altamente especializados, porque, por una parte, existía la posibilidad de utilizar un patrimonio de conocimientos empíricos ya existente hacia finales del S. XVII entre los artesanos y, por la otra, las primeras máquinas eran relativamente sencillas y correspondían a una experiencia práctica en los mismos lugares de trabajo. Además, hay que tener en cuenta que mucho más importante que el invento es su aplicación, es decir, hasta qué punto y cuándo se generaliza su utilización. En cualquier caso, este fue un proceso gradual y originalmente circunscrito a algunos sectores industriales, sobre todo de bienes de consumo y de productos intermedios. Las transformaciones más importantes corresponden a la industria textil. Luego se llevan a cabo las innovaciones introducidas en la industria básica (siderurgia, construcciones

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navales, actividades extractivas) y en la industria mecánica. Pero su radio de extensión fue menos amplio que en otros sectores. En otros términos, como han confirmado las últimas investigaciones, la expansión económica ya en movimiento fue lo que impulsó gradualmente la sustitución de los viejos procesos de producción, y no viceversa. El progreso tecnológico debe ser considerado, en todo caso, mas que como un factor prioritario de la Revolución Industrial, como un elemento paralelo que, junto a otros factores, contribuye al desarrollo del proceso de industrialización. Dejando aparte la "máquina de vapor", verdadero motor de la revolución industrial y, podríamos decir, símbolo de la misma, el progreso tecnológico se manifiesta más tempranamente que en ningún otro en los sectores del textil y la siderurgia, cuyo estudio, que realizaremos posteriormente, es muy ilustrativo acerca de la importancia que "el invento" tiene no tanto en sí mismo sino, sobre todo, por la cadena de inventos que genera.

Actividad: Elabora un diagrama de barras a partir de los datos de la tabla.

El vapor.

En la Europa preindustrial solamente se disponía de dos fuentes de energía inanimada aplicables a la industria: el viento y el agua. La fuerza del viento se utilizaba desde la Alta Edad Media para mover molinos. En cuanto al agua, aparte del molino de este tipo, la invención de la rueda de paletas permitió aplicar la energía hidráulica a la industria textil desde el siglo XIII y también a la metalurgia (martinetes) a partir de finales del siglo XV. Sin embargo, el viento y el agua tenían dos graves inconvenientes. La potencia suministrada era escasa, inferior en general a los 10 CV por unidad motriz. Además ambas fuentes de energía estaban sujetas a variaciones imponderables, que el hombre no podía controlar: el viento podía dejar de soplar y el agua podía secarse o desbordarse. La máquina de vapor vino a suplir estas dos deficiencias. Su desarrollo comprende cinco grandes avances tecnológicos, siendo el más importante el aportado por James Watt. En 1690, el francés Denís Papin descubrió que los procesos sucesivos de dilatación y condensación del vapor, generado por la ebullición del agua en un recipiente cilíndrico, hacían desplazarse hacia arriba y hacia abajo un émbolo introducido en el mismo por su parte superior. El dispositivo no tuvo utilidad inmediata, pero sirvió para demostrar que la energía generada por el vapor podía ser transformada en movimiento. La primera máquina de vapor concebida para una aplicación industrial, fue patentada por Thomas Savery en 1698. El invento pretendía solucionar el problema del drenaje de agua en las minas. Por ello la “máquina de fuego” de Savery era una simple bomba aspirante, en la que el vacío parcial creado por la condensación del vapor era utilizado para elevar agua. No tuvo ningún éxito. A principios del siglo XVIII con Thomas Newcomen, la máquina de vapor alcanzó rentabilidad económica y una cierta eficacia industrial al aumentar su potencia e introducir importantes modificaciones en su diseño. El aumento de potencia lo consiguió al aplicar a la máquina de Savery el dispositivo de cilindro y pistón ideado por Papin. Además le añadió un mecanismo de balancín que, al ser impulsado por los desplazamientos del pistón, transformaba en movimiento alternativo la energía generada por el vapor. La máquina de Newcomen alcanzó un cierto éxito, generalizándose su uso en la mayor parte de los yacimientos mineros británicos e incluso se llegó a difundir por Europa continental. El escocés James Watt (1736-1819) convirtió a la máquina de vapor en el verdadero motor de la Revolución Industrial. Por una parte aumentó enormemente su potencia al añadir un condensador independiente (patentado en 1775) con lo que se evitaba la gran pérdida de energía provocada por el enfriamiento alternativo del cilindro. La segunda aportación de Watt consistió en adaptar la máquina de vapor para suministrar fuerza motriz a la maquinaria industrial. Para ello era preciso transformar el brusco movimiento alternativo del balancín en un suave y regular movimiento rotatorio, susceptible de empujar otras máquinas sin dañarlas. Esto lo consiguió inventando, en 1781, un sistema de transmisión denominado “planetario de Watt”, consistente en una rueda dentada que iba unida al extremo del vástago del balancín y, al mismo tiempo estaba engranada en el pistón de una gran rueda motriz. De este modo el balancín hacía girar la rueda que, a su vez, transmitía este movimiento a cualquier tipo de máquina. El último progreso técnico importante que experimentó la máquina de vapor en el período de la Revolución Industrial, fue la utilización de vapor a alta presión. Esta mejora fue debida al ingeniero Richard Trevithick, en 1802. La difusión de la máquina de vapor fue relativamente rápida, aunque la vigencia de las patentes de Watt, que otorgaba a éste el monopolio efectivo de su construcción, la dificultaron hasta cierto punto. Se calcula que entre 1775 y 1800 Watt y su socio Boulton fabricaron 496 máquinas de vapor de diversos tipos, con una potencia media de 15 CV. Cuando en 1800 caducaron todas sus patentes, la construcción de máquinas de vapor alcanzó un ritmo espectacular. Hacia 1815, según el barón Dupin, la potencia total de las máquinas de vapor que funcionaban en Inglaterra ascendía a 210.000 CV, de los que 20.000 correspondían a las hilaturas de algodón. Por esas mismas fechas se abrieron nuevas posibilidades de desarrollo para la máquina de vapor, como fuerza de tracción aplicada al transporte. El tamaño y el peso de las primitivas máquinas hicieron que los primeros intentos de adaptación a esta nueva finalidad se efectuasen sobre barcos. Tuvieron lugar en Francia, en 1775. Sin embargo, fue el americano Robert Fulton el primero que demostró la rentabilidad de la navegación a vapor, con el navío “Clermont”, que hizo el trayecto de Nueva York a Albany en 1807. Por lo que se refiere al transporte terrestre, tras algunos fallidos experimentos de automóviles a vapor para circular por carretera, la aplicación de la nueva energía se orientó

NÚMERO DE PATENTES REGISTRADAS EN INGLATERRA

AÑOS N.º PATENTES AÑOS N.º PATENTES AÑOS N.º PATENTES

1700-1709 22 1750-1759 92 1800-1809 924

1710-1719 38 1760-1769 205 1810-1819 1124

1720-1729 89 1770-1779 294 1820-1829 1453

1730-1739 56 1780-1789 477 1830-1839 2453

1740-1740 82 1790-1799 647 1840-1849 4581

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definitivamente hacia el desplazamiento sobre raíles. Fue precisamente Richard Trevithick, inventor de la máquina de alta presión, quien en 1804 construyó la primera locomotora de vapor, y en 1808, el primer ferrocarril de pasajeros. Así pues, a mediados del siglo XIX, la máquina de vapor era ya la principal fuente de energía de la industria y del transporte. Se calcula que la potencia global de las máquinas de vapor existentes por entonces en Inglaterra, se elevaba a 1.290.000 CV, de los cuales 500.000 CV correspondían a máquinas fijas, y 790.000 CV a máquinas móviles, en su mayoría locomotoras.

POTENCIA DE LAS MÁQUINAS DE VAPOR (en miles de C.V.)

Gran Bretaña

Alemania Francia Austria Bélgica Rusia Italia España

1840 620 40 90 20 40 20 10 10

1850 1290 260 370 100 70 70 40 20

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G) LA REVOLUCIÓN POLÍTICA, EL DESARROLLO EDUCATIVO Y LA POLÍTICA EMPRESARIAL

Otra condición previa para la Revolución Industrial fue de naturaleza política. Las monarquías absolutas aseguraban los privilegios de las clases feudales. Ya vimos cómo esos privilegios –la vinculación de la tierra o los derechos feudales sobre los campesinos- impedían el crecimiento económico. Otra barrera institucional eran los gremios. Estas asociaciones de artesanos se protegían de la competencia a través de normas municipales que coartaban la libertad de industria en muchas ciudades. Se prohibía, por ejemplo, la libre instalación de fábricas o de otros artesanos que no aceptara el gremio. También se vetaba la introducción de maquinaria en los talleres. Estos y otros obstáculos institucionales debieron de suprimirse para que la Revolución Industrial pudiera iniciarse. Las llamadas “revoluciones burguesas” se encargaron de ello al crear parlamentos desde los que la burguesía y las clases medias construyeron el marco legal necesario para la industrialización. Fueron suprimidos los privilegios y derechos feudales. Se vendieron las tierras de la Iglesia y las comunales. Se abolieron los gremios. Desaparecieron las aduanas interiores. Se permitió la libertad de industria y de comercio. La revolución burguesa más temprana fue la “gloriosa” de 1688 en Inglaterra, que, además de lo dicho, consiguió una estabilidad política tras las luchas religiosas y civiles desarrolladas a mediados del siglo XVII, y generó un cierto tipo de instituciones y actitudes mentales dignas del espíritu de iniciativa y del dinamismo económico imperante. Los Estados Unidos y Francia realizaron sus revoluciones liberales a fines del siglo XVIII. El resto de los países de Europa Occidental experimentaron este proceso a lo largo de todo el siglo XIX. Por otra parte, hay que reconocer que en la Inglaterra del siglo XVIII se llevaron a cabo importantes esfuerzos para mejorar la capacitación profesional de la mano de obra. En la enseñanza superior, las tradicionales universidades inglesas –Oxford y Cambridge- seguían impartiendo una enseñanza de tipo humanístico, sin lugar para las ciencias experimentales y la tecnología. En cambio, en las universidades escocesas de Glasgow y Edimburgo disciplinas como la química y la física dispusieron tempranamente de laboratorios bien dotados y de profesores de prestigio que influyeron decisivamente en la formación de algunos de los más grandes talentos de la Revolución Industrial inglesa, como James Watt o John Roebuck. En cuanto a la enseñanza media, desempeñaron un gran papel las academias establecidas por los disidentes religiosos (cuáqueros, presbiterianos, etc.) que, a juicio de Ashton, constituían el sector más instruido de la población inglesa. Estas academias se implantan en la mayor parte de las ciudades, enseñando junto a materias tradicionales como latín o teología, otras disciplinas más vinculadas a la vida práctica, como las ciencias naturales o la contabilidad. Finalmente, también en la enseñanza primaria, Escocia llevaba una considerable ventaja a Inglaterra. Las escuelas rurales, orientadas preferentemente a las enseñanzas prácticas estaban muy extendidas y eran accesibles hasta para los hijos de los campesinos más pobres. En Inglaterra, la Sociedad para la Promoción del Conocimiento Cristiano, entidad constituida por anglicanos y disidentes, crea gran número de escuelas y de bibliotecas parroquiales, que auspician la formación profesional de los jóvenes y la alfabetización de los adultos. Las propias fábricas cuidaron de la enseñanza de sus trabajadores. A parte de la experiencia pionera de Robert Owen en New-Lanark, la ley de fábricas de 1802, establecía la obligación para los patronos de las fábricas textiles, de abrir escuelas primarias con objeto de alfabetizar a los trabajadores jóvenes. Relacionado con lo anterior, deberíamos recordar las teorías elaboradas por el sociólogo Max Weber con sus observaciones sobre la existencia de una relación directa entre protestantismo y espíritu de empresa, entre la tensión religiosa del creyente y la dedicación al trabajo. Esta tesis reelaborada se ha difundido entre algunos importantes especialistas en la R.I. En efecto, dicen, la conciencia de pertenecer a una minoría, y el hecho de que a los no conformistas (puritanos) les estaba prohibido el acceso a cargos públicos, puede explicar la eficiencia en los negocios y en las profesiones liberales, la búsqueda del éxito a toda costa, la gratificación personal. Sin embargo, no fueron solamente los grupos religiosos procedentes del calvinismo o de las escuelas escocesas quienes expresaron la existencia de nuevos valores como la experiencia práctica, la iniciativa individual y el industrialismo. También algunos grupos como la "Lunar Society" de Birmingham o la "Literary and Philosophical Society" de Manchester, desempeñaron un papel no menos relevante en la difusión de las ideas nuevas y en la creación de vínculos más estrechos entre el mundo de la técnica y de la investigación científica y el mundo de la producción. No es posible olvidar tampoco la influencia ejercida por obras como la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith en los círculos económicos de la época. Hay que valorar la importancia de este autor como teórico de la Revolución Industrial y padre de la ciencia económica moderna. En cierto modo la obra de Smith provocó efectos revolucionarios, en el sentido de que contribuyó vigorosamente a la demolición del viejo edificio mercantilista, desarrollando una implacable crítica contra el conjunto de restricciones monopolistas y privilegios anacrónicos, crítica destinada a influir en las decisiones gubernamentales. Se trataba, en efecto, de remover progresivamente el cúmulo sofocante de trabas y abusos, de arbitrariedades y rígidos controles, que obstaculizaban desde hacia mucho tiempo la vida económica y social: los estatutos monopolistas de las grandes compañías comerciales, las reglas del aprendizaje en los talleres, las limitaciones a las importaciones de mercancías y a la libertad de comercio en general, etc... Convendría también recoger aquí la caracterización que David Landes hace de los industriales ingleses. A diferencia de la mayoría de industriales y financieros del continente, los empresarios británicos eran, normalmente, -por lo menos durante la segunda mitad del XVIII-, más abiertos al riesgo y más proclives a la racionalización, más conscientes de su autonomía e independencia respecto a los gobiernos y organismos públicos, más dispuestos a reinvertir sus ganancias en máquinas y actividades productivas, y a organizar, junto a otros grupos, la búsqueda de nuevos medios financieros.

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H) LA ENERGÍA MINERAL. UN NUEVO PUNTO DE VISTA Todos los factores mencionados se desarrollan en Gran Bretaña en el período anterior a la Revolución Industrial. Esto implica que, de alguna manera, la Revolución Industrial se desarrolló "inevitablemente" a partir de ellos. Pues bien, según E.A. WRIGLEY, en su obra ya citada "Cambio, continuidad y azar. Carácter de la Revolución Industrial inglesa", eso no está tan claro, es decir, "que lo ocurrido -o sea la Revolución Industrial- era sumamente improbable, e incluso totalmente imposible" a partir de esos factores mencionados. Para Wrigley, el progreso económico en Inglaterra entre aproximadamente 1550 y 1800, tanto en términos absolutos como en comparación con otros países de Europa occidental, está absolutamente demostrado:

-Porcentaje más bajo de Europa de población dedicada a la agricultura -Mayor productividad por persona en la agricultura que ningún otro país europeo -Desarrollo urbano mucho más avanzado que en el resto del continente, etc...

Sin embargo, los mismos economistas clásicos de fines del XVIII y del XIX eran muy pesimistas respecto al crecimiento económico; consideraban que éste estaba firme e irremediablemente limitado por el hecho de que uno de los tres factores -tierra, trabajo y capital-, de cuya combinación dependía toda la producción, tenía una oferta limitada. La superficie de la tierra no podía crecer y por esta razón era imposible escapar, a largo plazo, del impacto de los rendimientos marginales decrecientes en la agricultura, aunque éstos se pudiesen posponer. Insistamos sobre los rendimientos decrecientes: Dado que la población y la producción aumentaban, lo que se exigía a la tierra también se incrementaba. Y esto supone, o bien cultivar nuevas tierras más pobres, o bien intentar sacar una producción mayor a las tierras que estaban ya en cultivo, o, con mayor probabilidad, alguna combinación de ambas cosas. A menos que hubiese avances destacados en las técnicas de producción, serían necesarias inversiones cada vez mayores de capital y de trabajo para conseguir un incremento unitario de la producción. Esto a su vez conducía, pasando por los rendimientos decrecientes del capital y en consecuencia la reducción del incentivo a la inversión, al "estado estacionario" subsiguiente. Todo crecimiento era, por consiguiente, limitado. Desde una perspectiva moderna, puede parecer excesivamente restrictivo identificar la tierra con uno de los tres factores básicos de la producción. Pero, en referencia a la primitiva economía moderna, la tierra no sólo era la principal fuente de alimentos para la población, sino también casi la única fuente de materias primas utilizadas en la producción industrial. Los que no trabajaban en la agricultura se ocupaban, principalmente, de procesar los productos animales o vegetales. El grueso del empleo industrial lo componían los siguientes oficios: hilanderos y tejedores, bataneros y tintoreros; curtidores de pieles; sastres y zapateros; aserradores, carpinteros,... Y las materias primas de la industria manufacturera eran: lana, lino, seda, algodón, cueros, pieles curtidas, pelo, pellejos, paja, madera. La industria de la construcción seguía teniendo una gran dependencia de la madera. La madera era también la principal fuente de energía calorífica necesaria para innumerables actividades industriales y domésticas. Era necesaria una materia vegetal, carbón vegetal en este caso, como fuente de calor para fundir y trabajar el metal. Muchas ramas de la industria, la mayoría de las empresas mineras y casi todas las formas de transporte, lo mismo que la agricultura, hacían un gran uso de la fuerza animal como fuente de energía mecánica, y los animales también necesitan de la tierra: bosques y pastos. A este tipo de economía basado en la "tierra" la denomina Wrigley "economía orgánica avanzada". Para escapar de las limitaciones del principio de los rendimientos decrecientes, es necesario encontrar sustitutos para las materias primas de origen animal y vegetal utilizadas en los procesos de producción; y, además, hallar sustitutos que no tengan las mismas desventajas. La extracción de minerales, al igual que la producción de trigo o lana, estaba sujeta al problema de los rendimientos marginales decrecientes, pero tenía la dificultad añadida de que cada tonelada de carbón o hierro extraída del suelo era una tonelada disponible menos en un momento posterior. Esta era una restricción de la que estaba libre la agricultura. No obstante, si enfocamos el asunto desde esta perspectiva, no le hacemos justicia. Es cierto que la tierra es un recurso renovable, mientras que los minerales son recursos no renovables. Estos últimos carecen de valor excepto para su consumo, la primera se puede utilizar repetidamente y no pierde su valor. Y es también cierto que, en un período de tiempo lo bastante largo, el inconveniente añadido supone que la dependencia creciente de los recursos no renovables es un peligro concreto, como lo demuestra la historia reciente de los precios y producción del petróleo. Pero debemos tener presente que precisamente porque el carbón, por ejemplo, es un recurso no renovable, su escala de producción real debe poder expandirse con mucha mayor facilidad, con unos costes de producción constantes o en descenso, que la de madera. Ninguna mina, por muy rica que sea, puede rendir sin límite de tiempo, pero, por lo mismo, se pueden conseguir enormes incrementos de la producción durante un periodo de tiempo notable, de una forma que no tenía paralelo hasta entonces. Todo depende de la proporción que exista entre la producción requerida y las reservas disponibles. En el caso del carbón, aunque la demanda anual llegó a expresarse en decenas de millones de toneladas, y en algunos casos, en cientos de millones, se demostró que la escala de los depósitos de mineral accesibles era tan vasta que la proporción de la demanda anual resultó ser pequeña en comparación con las reservas que se encontraban fácilmente al alcance. Para fines prácticos, la producción de algunas materias primas minerales estaba libre de los obstáculos que se encontraban al tratar de aumentar la producción de la tierra. .....Y no hay que olvidar que el acceso a nuevas fuentes de energía calorífica y mecánica es fundamental en conexión con el fenómeno de la Revolución Industrial. La magnitud de producción que un trabajador puede llevar a cabo

MILLONES DE TONELADAS DE CARBÓN CONSUMIDAS EN EL REINO UNIDO

AÑO TONELADAS (millones)

1800 11

1830 22

1845 44

1870 100

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está fuertemente condicionada por la cantidad de energía de la que dispone. Los niveles de productividad que se podían conseguir en amplias zonas de la actividad económica eran necesariamente bastante modestos mientras las fuentes de energía mecánica y calorífica principales eran orgánicas. Por tanto, los horizontes de la productividad media individual y, paralelamente, de los ingresos reales per cápita variaron de forma sustancial cuando tuvo lugar un cambio hacia fuentes minerales de obtención de energía mecánica y calorífica. La característica principal de la economía basada en la energía de origen mineral fue su capacidad de liberar a la producción de la dependencia de la productividad de la tierra; o quizá, se debería formular de forma ligeramente diferente. Bajo este sistema económico, se redujo mucho la dependencia respecto de las materias primas orgánicas en algunas ramas de la industria que existían desde hacía mucho tiempo, y se crearon importantes sectores de la industria nuevos en los que se consumían muy pocas o ninguna materia orgánica. Puesto que, a la vez, la aparición del nuevo sistema permitió la aplicación de la energía calorífica y mecánica a procesos productivos en una escala que no tenía paralelo anterior, las viejas constricciones sobre la escala de la producción se hundieron, los costes de producción descendieron de forma continua en todo un amplio círculo de industrias, y tanto la producción como la productividad pudieron subir sin chocar con el techo que existía en el anterior sistema. Por primera vez en la historia de la humanidad, el ingreso real por cabeza, pudo aumentar sustancial y progresivamente. La producción puso sobrepasar a la población; la producción pudo dejar atrás a la reproducción. Por primera vez en la historia de la humanidad, la pobreza dejó de ser una característica necesaria de la condición humana para el grueso de la población, para convertirse en una cuestión de selección social. Existía la capacidad productiva para cubrir todas las necesidades humanas básicas, con un importante margen para el ahorro. El debate acerca de si esta capacidad se utilizaba de forma adecuada se convirtió en un tema social, económico y político urgente y subversivo.

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1.4. EL DESARROLLO DE LA REVOLUCION

EL CRECIMIENTO DE LA INDUSTRIA Y LOS SERVICIOS

Las dos industrias que más crecieron fueron las del algodón y la del hierro. Fueron, además, las primeras industrias que se concentraron en fábricas y que emplearon tecnologías más productivas que las antiguas. Pero el aumento de la producción industrial no se limitó a los tejidos de algodón y al hierro. Otras industrias aumentaron también sus producciones. El crecimiento de toda la industria fue acompañado también del crecimiento de los servicios. Ferrocarriles y buques a vapor posibilitaron un comercio más voluminoso. Bancos y sociedades anónimas sirvieron para financiar nuevas empresas. El crecimiento económico supuso, por último, la expansión de otros servicios: transporte urbano, tiendas, servicio doméstico, educación, sanidad, servicios administrativos del Estado...

A) LA INDUSTRIA DEL ALGODÓN

No fue ninguna casualidad que la industria textil creciera más que otras durante la primera fase de la Revolución Industrial. La necesidad más perentoria del hombre es alimentarse. Luego, vestirse. Cuando la población posee una renta muy baja, como en las sociedades preindustriales, casi toda esa renta se gasta en alimentos. Queda después tan poco poder adquisitivo que se consumen pocos vestidos. Por el contrario, cuando se eleva la renta por habitante, lo lógico es consumir vestidos antes que comprar, por ejemplo, vidrio. Una razón tan sencilla como esta explica por qué las mayores rentas originadas por la revolución agraria beneficiaron la demanda de tejidos en mayor grado que la de otros productos industriales. Esa misma razón explica por qué la revolución demográfica disparó la demanda de textiles. Mayor número de hombres significa mayor consumo de vestidos. El tercer factor que favoreció la demanda de tejido fue el mercado exterior. La población de las zonas más atrasadas de Europa, de América y de la India consumía telas autóctonas, producidas artesanalmente. El consumo por habitante era pequeño debido a su pobreza, pero esa población era numerosa. Bastó con ofertarles telas más baratas para que dirigieran sus preferencias hacia éstas y no hacia las de su artesanía. En algunos casos, estos mercados fueron coloniales, lo que aseguró su monopolio por parte del país exportador de tejidos. Gran Bretaña, por ejemplo, prohibió la entrada en la India de telas que no fueran de su industria. Lo anterior parece claro, pero la pregunta que surge es ¿por qué el crecimiento más espectacular se desarrolló en la industria del algodón y no de la lana, si Gran Bretaña poseía en su territorio grandes rebaños de ovejas y su industria tradicional había sido precisamente la lanera?. Son varias las razones que explican el desplazamiento de la lana como materia prima de la industria textil a favor del algodón. Desde el lado de la oferta, esto es, desde los fabricantes, concurrieron dos razones fundamentales a favor del algodón frente a la lana:

1. La existencia de grandes plantaciones de algodón en Norteamérica que ofertaban una materia prima abundante y barata, ya que los costes eran muy bajos al utilizar esclavos negros que no recibían salario alguno (sólo se les alimentaba). Esta oferta más flexible de algodón permitió mantener los precios estables durante el período que va de 1750 a 1850, aproximadamente. Por el contrario, la producción de lana era mucho más rígida, pues el simultáneo proceso de transformación agrícola ingles reducía los campos de pastoreo con la avalancha de cercamientos. En esas condiciones, era más difícil aumentar el número de ovejas y, por tanto, la producción de lana.

2. Las propias características físicas de la fibra de algodón, de origen vegetal: más dura y homogénea, frente a la fibra de origen animal, más quebradiza y de desigual calidad, la convertían en el sustituto perfecto para la manufactura textil mecanizada, que exige y obliga a unas tensiones de mayor intensidad que en la manufactura manual.

Ambas razones coinciden durante la segunda mitad del siglo XVIII con un importante cambio en la demanda de textiles de la población inglesa. La industria inglesa del algodón era hasta 1750 escasa y no podía competir con los precios de los tejidos de algodón indios, hasta ese momento primer productor mundial y abastecedor mayoritario del mercado inglés. El grueso de la actividad algodonera británica lo constituían algunos talleres especializados en la estampación de esos tejidos de algodón indios. Los productores laneros luchaban contra esa competencia por considerarla muy perjudicial para sus intereses “puesto que este tipo de telas era más usado por la gente rica, mientras que en esa época los pobres seguían usando nuestros tejidos de lana; por el contrario, ahora, los cálicos (telas de algodón) estampados en empresas de la isla son vendidos a un precio tan bajo y están tan de moda que personas de toda condición y calidad se visten con ellos y también los emplean en sus casas para los más variados usos...”. La presión de los productores de lana hizo que el Parlamento inglés restringiese, en primera instancia, la importación de textiles estampados de algodón de la India. Posteriormente, en 1720, lograron que se prohibiera también la importación de tejidos lisos. Los efectos de esta medida fueron totalmente opuestos a lo que esperaban sus promotores, pues en vez de restringir el consumo inglés de artículos de algodón, lo que hizo fue acelerar la transformación de la pequeña industria algodonera inglesa. Por eso puede decirse que la ley de 1720 constituye la verdadera acta de nacimiento de la industria algodonera inglesa. De igual forma, los tejidos de algodón disfrutaban de ventajas comparativas en peso, textura y uso en mercados coloniales de clima templado que no disfrutaban las telas de lana. Por ello, el mercado colonial contribuyó como no lo había hecho en el caso de la industria lanera a aumentar el crecimiento y las ventas de productos de algodón.

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Estas son las razones del boom algodonero; veamos a continuación cómo respondió la industria británica a este aumento de la demanda. Para fabricar un tejido son necesarias, entre otras cosas, estas operaciones: hilar, tejer, lavar, blanquear y colorear. Hilar y tejer son procesos mecánicos. Lavar, blanquear y colorear son procesos químicos. Hasta mediados del siglo XVIII, el hilado de la lana o del algodón se efectuaba con ruecas manuales o con tornos de pedales. Los hilos se tejían después entrelazando la urdimbre (hilos verticales) con la trama (horizontales). Ello se hacía en telares de madera movidos manualmente. Las telas se lavaban y suavizaban luego mediante ácidos y detergentes obtenidos de sustancias orgánicas (suero de leche, álcali extraído de algas marinas, jabones elaborados con grasas animales, etc.). Después, los tejidos se blanqueaban exponiéndolos al sol durante días. Para tintarlos, también se utilizaban sustancias animales o vegetales (quermes, cochinilla, índigo, azafrán...). Todas estas operaciones se realizaban de forma dispersa en centenares de hogares campesinos y de talleres artesanales. Por lo general, el hilado y el tejido se llevaban a cabo en el campo. Los demás procesos de fabricación se hacían en las ciudades. Cuando el consumo de tejidos comenzó a elevarse, surgieron innovaciones que hicieron frente a la mayor demanda. La primera fue la lanzadera volante de John Kay (1733), generalizada a partir de 1760, que aumentó la productividad de los tejedores. Haciendo uso de la nueva lanzadera, un tejedor fabricaba tres o cuatro veces más paño en el mismo tiempo que otro que utilizara un telar antiguo. La lanzadera volante rompió el equilibrio entre las operaciones de hilar y de tejer. Ese equilibrio consistía en lo siguiente: para que un telar antiguo pudiera fabricar un tejido en determinadas horas, era preciso disponer de una cantidad de hilo obtenida por cinco ruecas. Es decir, cada trabajador necesitaba del trabajo de cinco hiladoras. El equilibrio se rompió porque el telar con lanzadera volante multiplicó por tres o cuatro la velocidad de tejer. Se comprenderá que, entonces, fueron precisas no ya cinco ruecas para proporcionar hilo a un telar, sino 15 ó 20. Cada tejedor pasó a necesitar el trabajo de 15 ó 20 hiladores. Ello creó problemas durante algún tiempo. Los nuevos telares quedaban desabastecidos de hilo y debían pararse. La situación no podía durar. Era necesario que las operaciones de hilar y de tejer marcharan a la misma velocidad. Se necesitaba un procedimiento para hilar más rápidamente. Tres inventos contribuyeron a resolver el problema. El primero fue la máquina hiladora de husos múltiples o spinning jenny, ingeniada por James Hargreaves en 1764, que multiplicaba entre 6 y 24 veces –según el número de husos- el rendimiento de la hilatura y podía ser fácilmente manejada por un solo obrero. Sin embargo el hilo que producía era demasiado débil e irregular y sólo servía para la urdimbre del tejido mientras que para la trama se seguían usando toscas fibras de lino. Aún así la “jenny” se difundió con gran rapidez. Hacia 1788 había en Inglaterra más de 20.000 máquinas de este tipo en funcionamiento. El avance que, según Deane, contribuyó de forma más decisiva a sentar las bases de la Revolución Industrial en el sector algodonero, fue la máquina hiladora continua o water-frame, patentada por Richard Arkwight en 1769. Dos ventajas principales tenían respecto a la jenny: producía un hilo que servía para la trama y para la urdimbre y, sobre

todo, ya no era impulsada manualmente, sino por energía hidráulica. Por último, en 1779, Samuel Crompton inventó la hiladora intermitente, que fue popularmente denominada mule-jenny, porque era fruto de una combinación de las mejores características de las anteriores. Su superioridad sobre ambas venía dada por dos importantes mejoras. No sólo hilaba sino que también torcía el hilo, con lo que ganaba mucho en resistencia. Además se podía variar independientemente la velocidad de los rodillos, de los husos, y del carro móvil, lo que permitía obtener una gran diversidad de tipos de hilo. Con ellas se logró aumentar de uno a cien la cantidad de hilo fabricada en un mismo tiempo. Esta mayor productividad en la fase del hilado volvió a romper el equilibrio de la industria textil, ya que ahora fueron los telares con lanzadera volante movida por la fuerza del trabajador los que se encontraron en un atolladero. Se producía demasiado hilo al mismo tiempo para que los telares pudieran transformarlo en tejido con la misma rapidez. Había que inventar un telar que trabajara con mayor velocidad, y ese fue el logro de Cartwright, en 1787, el telar mecánico, accionado primero por caballos, y luego, con energía hidráulica. Sin embargo, algunas imperfecciones técnicas hicieron que esta máquina se difundiera muy lentamente hasta 1830, cuando sustituyó definitivamente al telar manual. Naturalmente, la producción y productividad tanto en el hilado como en el tejido dio un gran salto adelante cuando comenzó a aplicarse la energía de vapor a las máquinas. Esta máquina logró crear por primera vez en la historia una fuente de energía inanimada mucho más eficaz que la del agua. El invento de Watt proporcionó una energía más barata, potente y regular. Adaptada al hilado y al tejido, revolucionó la productividad de la industria textil: la producción de tejidos de algodón ingleses se multiplicó por cien en 1780 y 1850, mientras que el número de trabajadores en la industria algodonera se multiplicó sólo por siete. El aumento de la producción de tejidos obligó también a introducir innovaciones en las operaciones de lavado, blanqueo y coloreado. Fueron ahora los progresos de la química los que evitaron que se formara un cuello de botella en la industria textil. Las viejas sustancias orgánicas se sustituyeron por otras inorgánicas, mucho más abundantes y baratas. La fabricación a gran escala del ácido sulfúrico permitió suavizar con más rapidez la cada vez mayor cantidad de telas. La sosa, obtenida por reacción de la sal con el ácido sulfúrico, sustituyó a los viejos productos orgánicos en la fase de lavado. En cuanto al blanqueo, realizado, como vimos, exponiendo las telas al sol, un contemporáneo escribía en 1790: “No hay bastantes prados en el Lancashire para blanquear la enorme cantidad de tejidos que se producen desde que la mule-jenny y el telar mecánico sustituyeron a las ruecas y a las lanzaderas volantes.” El cuello de botella lo resolvió también la química, blanqueando las telas con cloro. Después de 1850, los colorantes químicos sustituyeron a las viejas sustancias animales y vegetales, abaratando notablemente el tinte de los paños. La utilización de máquinas movidas por energía hidráulica y luego por vapor obligó a crear las fábricas. La spinning

TELARES MECÁNICOS INSTALADOS EN EL REINO UNIDO.

Año Talleres Crecimiento %

1813 2.400

1820 14.150 489%

1829 55.500 292%

1833 100.000 80%

1850 250.000 150%

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jenny era una máquina de hilar pequeña y accionada por los brazos de un trabajador. La lanzadera volante perfeccionó el telar, pero éste seguía funcionando con la fuerza de un único tejedor. Ambas máquinas se acoplaban, por tanto, al trabajo en pequeñas unidades de producción, en hogares campesinos y talleres artesanales. En cambio, las innovaciones tecnológicas posteriores exigieron pasar de la industria doméstica y dispersa a la fábrica, donde se concentraron maquinaria y trabajadores. La water-frame, la mule-jenny y los telares mecánicos eran máquinas grandes y caras, accionadas con energía no humana. No podían dispersarse en centenares de hogares campesinos o de talleres artesanales. Todas las máquinas debían concentrarse en un solo edificio formando una cadena de producción como esta:

Máquinas proveedoras de energía Máquinas de hilar Máquinas de tejer Lavado y tinte mediante sustancias

químicas.

La nueva organización fabril de la producción aumentó la productividad del trabajo e hizo descender los costes y los precios de las telas de algodón. Esta caída de los precios incrementó la demanda de tejidos de algodón baratos producidos en fábrica, provocando la ruina de los pequeños productores domésticos. Muchos de estos encabezaron entonces un movimiento social conocido como luddismo, movimiento contrario a las máquinas y cuya práctica se centró precisamente en la destrucción de la moderna maquinaria textil. (Ver tema EL MOVIMIENTO OBRERO).

La dimensión de las unidades productoras del sector algodonero inglés se caracterizaban, todavía en 1800, por su pequeñez, con una multitud de operarios domésticos, que eran herederos directos de la industria artesanal medieval. Prueba de ello se encuentra en el hecho de que hasta 1834 el número de trabajadores que realizaban sus tareas de tejer en su casa u otros lugares con telares manuales era superior al de aquellos que se encontraban en fábricas textiles, con talleres mecánicos. En 1800 eran, respectivamente, 213.000 frente a 208.000. La productividad de estos últimos era francamente superior, pero no en la cuantía suficiente como para que los comerciantes-empresarios se lanzasen masivamente a la inversión en talleres maquinizados. Preferían mantener la subcontratación de telares domésticos y que fuesen ellos los que soportasen los costes de la crisis. (...) Con la extensión de la aplicación del vapor (todavía en 1850 la industria algodonera utilizaba un 12% de energía hidráulica, y la lanera un tercio), se abría paso decisivamente una lucha entre la fábrica y la industria doméstica. El triunfo de la primera no se consumó hasta mediados del siglo XIX. Según el censo de 1851, trabajaban algo más de medio millón de personas en la industria algodonera, de ellas 3/5 partes, alrededor de 350.000 lo hacían en fábricas. Para entonces, Inglaterra dominaba exhaustivamente el mercado mundial de textiles de algodón. Entonces esta industria no era ya el sector industrial piloto”.

GUTIERREZ BENITO, Eduardo. La Revolución Industrial. Síntesis, pp.38-39

La mayor producción de tejidos de algodón tuvo efectos positivos para el crecimiento económico. Los llamaremos “efectos de arrastre”: la industria del algodón tiró de otros sectores, haciendo que éstos también crecieran. Para producir más telas, fue preciso fabricar mayor cantidad de máquinas y de productos químicos (ácido sulfúrico, sosa o cloro). El crecimiento de la industria textil arrastró, por tanto, a las industrias metalúrgica y química. Para producir más telas fue preciso aumentar el número de obreros en las fábricas. Ello fomentó la construcción de viviendas para los trabajadores. Estos demandaban alimentos, lo que, a su vez, arrastró al sector de servicios urbanos –tiendas de comestibles, por ejemplo-. Por último, la mayor producción de telas contribuyó a la creación de unos medios de transporte más eficaces para su comercialización –canales, carreteras, clippers.

Más y mejores transportes

Urbanización MAYOR PRODUCCIÓN DE TEJIDOS DE ALGODÓN Más servicios

Mayor producción de algodón bruto Mayor producción de maquinaria textil Mayor producción de ácido sulfúrico, sosa,

cloro y colorantes.

Industria siderometalúrgica Industria química

Característica también de la industria algodonera inglesa fue su importante concentración alrededor del condado de Lancashire. Esta zona de Inglaterra reunía concentraciones urbanas desconocidas en el continente, como Leeds,

Manchester, Chester, un importante puerto y centro comercial como Liverpool y una hidrografía que hacían de ella la zona ideal, ya que disponía de mercados, comunicaciones y fuentes de energía suficientes para mover las ya voluminosas hiladoras y telares mecánicos del siglo XIX.

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B) LA INDUSTRIA DEL HIERRO.

Tampoco fue ninguna casualidad que la industria siderúrgica creciera más que otras durante la Revolución Industrial. Los productos de hierro resultaban imprescindibles para fabricar bienes de capital.. Un primer tirón de la demanda de hierro provino de los aperos de labranza que exigió la Revolución Agraria y de la maquinaria textil. También a fines del siglo XVIII comenzó a utilizarse el hierro como materia de construcción de viviendas, fábricas y puentes. No obstante, debieron transcurrir algunas décadas para que la demanda de hierro se multiplicara de forma espectacular. Desde 1840-1850, la construcción de ferrocarriles, la mecanización de un mayor número de industrias, el rápido proceso de urbanización y los mayores gastos militares dispararon el consumo de raíles, de locomotoras, de maquinaria, de vigas, de tuberías o de cañones. Esta mayor demanda puso ser nutrida gracias a innovaciones tecnológicas que revolucionaron la productividad de la industria siderúrgica. Una breve descripción de cómo se fabricaba hierro antes de la Revolución Industrial ayudará a entender el papel que la nueva tecnología desempeñó en el aumento de su producción. El procedimiento más utilizado en la Europa del siglo XVIII era el llamado sistema indirecto. Constaba de dos fases. En la primera se obtenía hierro colado y en la segunda hierro dulce. La primera fase consistía en mezclar mineral de hierro y carbón vegetal en un alto horno dotado con fuelles movidos con energía

AÑOS CONSUMO

1698-1710 1,1

1711-1720 1,5

1721-1730 1,5

1731-1740 1,7

1741-1750 2,1

1751-1760 2,8

1761-1770 3,7

1771-1780 5,1

1781-1790 15,5

1791-1800 30,1

1801-1810 66,9

1811-1820 98,7

1821-1830 183,6

1831-1840 359,6

1841-1850 535,6

LA PRODUCCIÓN TEXTIL DEL REINO UNIDO 1770-1850 (en millones de libras) (unidad de peso)

ALGODÓN LANA LINO SEDA TOTAL % DE RENTA

NACIONAL

1770 0,6 7 3,4 1 12 9

1805 10,5 12,8 7,6 2 32,9 10

1821 17,5 16,6 12,5 3 49,6 14

1836 21,8 16,7 8,4 6,5 53,4 11

1845 24,3 21,1 8,4 6,5 60,3 11

1850 21,1 20,3 8,7 7 57,1 10

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hidráulica, donde se alcanzaban temperaturas capaces de fundir el metal convirtiéndolo en hierro colado, muy duro, pero quebradizo porque contenía mucho carbono. Una parte del hierro colado pasaba directamente del alto horno a moldes con los que se fabricaban cañones u otras armas. El resto debía ser afinado para que perdiera carbono y se transformara en hierro dulce. El afino consistía en volver a calentar el hierro colado con carbón vegetal en hornos bajos. De ellos salía una masa pastosa maleable o plástica (hierro dulce), que era luego golpeada con grandes martillos hidráulicos para transformarla en barras. Otras veces, se hacía pasar por rodillos, también movidos por energía hidráulica, para obtener planchas y laminados. Las barras o planchas eran por último forjadas por herreros que, mediante martillos, limas o tornos de pedales, las transformaban en herramientas y utensilios (clavos, cuchillos, cerrojos, herraduras, rejas, arados, azadas...). La organización de la industria siderúrgica presentaba caracteres capitalistas en las etapas de extracción de mineral y de producción de hierro. En ellas ya no existía trabajo artesanal. La explotación de minas, la construcción de saltos de agua o la de altos hornos exigían fuertes inversiones, que podían afrontar comerciantes o familias nobiliarias, pero nunca pequeños productores. Tampoco la tecnología utilizada era ya compatible con los talleres. Es inimaginable que centenares de artesanos hubiesen podido fabricar hierro en sus casas mezclando pequeñas cantidades de carbón y mineral en hornos diminutos. La industria siderúrgica tenía, por tanto, caracteres más modernos que la textil a comienzos del siglo XVIII. Estaba concentrada en instalaciones que solían reunir la etapa de obtención de mineral y de carbón vegetal, la etapa

de producción de hierro colado, la de afino y la de fabricación de barras y planchas. También era una industria más mecanizada que la textil y en ella trabajaban obreros asalariados. Pero el panorama era distinto luego. La etapa de transformación del hierro dulce en herramientas y utensilios estaba todavía organizada mediante el Verlagssystem. Fabricado el hierro en barras y planchas, los comerciantes lo distribuían entre un gran número de talleres donde los artesanos lo transformaban en cuchillos, clavos o

aperos de labranza. En esos talleres, el hierro se trabajaba manualmente, a golpes de martillo o con pequeñas máquinas movidas por la fuerza de los herreros. Los comerciantes recogían luego los productos acabados, pagando a los artesanos un tanto por pieza. El antiguo sistema de fabricación de hierro no hubiera bastado para producirlo en cantidades tan grandes como las que exigió el aumento de su demanda. Un primer inconveniente procedía de la utilización de carbón de madera. Era imposible incrementar la producción de los altos hornos de modo ininterrumpido, ya que ello significaba destruir el bosque y reducir, por tanto, el carbón disponible. “El estrago causado por las forjas en los bosques es inimaginable. Irlanda estaba hace sesenta años bien provista de robles, pero las forjas que se han ido instalando desde entonces han aclarado en poco tiempo sus montes, hasta el punto de que los industriales no tienen ya suficientes árboles para producir carbón”. Este testimonio de un irlandés de mediados del XVIII ilustra cómo la escasez de carbón de madera estrangulaba la producción de hierro. Un segundo inconveniente procedía de la utilización de energía hidráulica. Los fuelles de los hornos, los martillos y las laminadoras se movían con poca velocidad y, además, dejaban de funcionar durante el período de estiaje de los ríos. El último inconveniente lo originaba la escasa productividad del trabajo manual realizado en los talleres artesanales donde se obtenían las herramientas y utensilios de hierro. Los tres inconvenientes fueron superados gracias a innovaciones tecnológicas y a nuevas formas de organización del trabajo. El problema de la escasez de carbón de madera lo resolvió el empleo de carbón de coque en los altos hornos. El problema de los bajos rendimientos de la energía hidráulica fue solucionado con máquinas de vapor. Los talleres artesanales fueron desapareciendo poco a poco, sustituidos por fábricas capaces de producir a gran escala. En 1709, Abraham Darby descubrió que el carbón mineral podía emplearse en los altos hornos a condición de convertirlo previamente en coque. Algunas dificultades técnicas retrasaron el triunfo del coque sobre el carbón de madera, pero a fines del siglo XVIII Gran Bretaña tenía 81 altos hornos de coque y sólo 25 al carbón vegetal. ¿Por qué el éxito del coque?. Las reservas de hulla eran tan abundantes (recordar lo ya visto en “La Energía Mineral: Un nuevo punto de vista”) que desapareció el problema de la escasez de

combustible. El coque posee además un mayor poder calorífico si se inyecta en el alto horno un potente

chorro de aire. Esto último se logró desde 1776, cuando John Wilkinson sustituyó los fuelles hidráulicos por máquinas de vapor, consiguiendo que el alto horno recibiera una corriente de aire más potente y regular. La mayor producción de hierro colado rompió el equilibrio de la industria siderúrgica. Una parte de ese hierro podía utilizarse para fabricar armas, cañones o vigas, pero el resto seguía siendo un hierro quebradizo y no servía para fabricar aperos de labranza o maquinaria. Era preciso descubrir un sistema de afinado y laminado del hierro colado mucho más rápido que el tradicional. Fue Henry Cort quien, en 1786, inventó el sistema de “pudelado”. El hierro dulce se obtenía ahora en un horno mayor, llamado de reverbero, utilizando coque como combustible. Del horno salía una masa esponjosa que era laminada entre cilindros movidos con energía de vapor. Con los antiguos hornos de carbón vegetal y con los martinetes y laminadoras hidráulicas, se producía una tonelada de hierro dulce cada doce horas. El pudelado y las laminadoras a vapor producían quince toneladas en el mismo tiempo. El hierro dulce obtenido mediante pudelado sólo dejó de utilizarse en las últimas décadas del siglo XIX, cuando los aceros Bessemer y Martín-Siemens lo sustituyeron, al ser más baratos de fabricar. (Ver tema LA “SEGUNDA” REVOLUCIÓN INDUSTRIAL).

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La mayor producción de hierro dulce chocó con la baja productividad de los artesanos que lo transformaban en productos acabados. Ello estimuló cambios tecnológicos y de organización del trabajo, que sustituyeron progresivamente los talleres artesanales por fábricas. Un primer cambio consistió en reunir en grandes talleres a muchos artesanos bajo el control de un capitalista, dueño del edificio y de la maquinaria. Los obreros trabajaban con máquinas todavía accionadas manualmente, cortando, estirando y moldeando el hierro para obtener alfileres, cuchillos u otros productos

acabados. La productividad de estos grandes talleres o manufacturas era superior a la del trabajo en pequeños talleres artesanales, porque cada obrero se especializaba en una fase de la operación del producto. El segundo cambio lo provocó el descubrimiento de nuevas máquinas movidas ahora con energía de vapor. Desde principios del siglo XIX, las perforadoras, fresadoras, trefiladoras o los tornos mecánicos sustituyeron la habilidad de los artesanos del hierro por movimientos mucho más rápidos y perfectos en su ejecución. Estas máquinas cortaban, estiraban y moldeaban el hierro a gran velocidad. Permitían, por tanto, fabricar grandes cantidades de clavos, tornillos, artículos de ferretería o aperos de labranza. También

permitían la fabricación en serie de otras máquinas empleadas en la industria textil, en la de la construcción y en los transportes (telares, grúas, locomotoras). Como sucediera en la industria del algodón, las nuevas máquinas no podían desperdigarse en centenares de talleres. Ni los artesanos las podían comprar, ni habían sido ideadas para el trabajo en pequeños talleres. Sólo los capitalistas podían adquirir las nuevas máquinas, concentrándolas en fábricas. Sin embargo, el cambio no fue rápido. Durante las primeras décadas del siglo XIX, el trabajo artesanal organizado mediante el Verlagssystem coexistió con las fábricas. Los comerciantes seguían adelantando hierro a los artesanos y recogiendo luego el productos acabado, pagando un tanto por pieza. La productividad de los herreros aumentó porque mejoraron su utillaje, empleando nuevas y pequeñas máquinas para cortar y tornear el hierro. Surgieron incluso nuevas formas de organización del trabajo artesanal. En ciudades como Birmingham o Sheffield, por ejemplo, los comerciantes alquilaban a los herreros talleres dentro de un gran edificio, donde varias máquinas de vapor proporcionaban energía a los artesanos que, de este modo, trabajaban a mayor velocidad. La sustitución del trabajo artesanal por el sistema fabril fue, pues, lenta, aunque inexorable a la larga, ya que los pequeños productores eran incapaces de producir tan barato como las fábricas. Sobrevivieron únicamente grupos de artesanos especializados en obtener artículos cuya fabricación seguía exigiendo mucha habilidad manual (dedales, botones, anillos, collares...) Todas las innovaciones que hemos examinado revolucionaron la productividad en la industria siderúrgica. Los precios del hierro y de sus derivados bajaron a un ritmo sin precedentes. A mediados del siglo XVIII, una tonelada de hierro dulce inglés se vendía a 42 libras; en 1820, el precio había descendido a 20. Esta caída de los precios aumentó la demanda de productos siderúrgicos, haciendo que el hierro desbancara a los antiguos materiales. Los nuevos aperos de labranza y las nuevas máquinas textiles ya no se construyeron de madera, sino de hierro. Las nuevas tuberías ya no se fabricaron con madera o con tejas de arcilla, sino de hierro. Y lo mismo sucedió más tarde con la maquinaria de todas las industrias, con los

vagones, los barcos, las vigas para fábricas y casas, los puentes o los utensilios de cocina.

Como en el caso de la industria algodonera, la mayor producción de hierro tuvo efectos de arrastre sobre otros sectores haciendo que éstos también crecieran. Para fabricar más hierro fue preciso producir más carbón y más mineral de hierro, así como transportar estas materias primas hasta los altos hornos. Fue necesario, además, fabricar un mayor número de máquinas de vapor, de altos hornos, de hornos de pudelado y de trenes de laminación. El crecimiento de la siderurgia arrastró, por tanto a la minería, a los transportes y a la construcción de máquinas. Para fabricar más hierro fue igualmente preciso aumentar el número de trabajadores en las minas y en las fábricas, de manera que aparecieron núcleos urbanos mayores con sus servicios (tiendas, tabernas, escuelas, oficinas, hospitales...). Por último, la mayor producción siderúrgica impulsó la aparición de nuevas fábricas metalúrgicas, canales, ferrocarriles, puertos y astilleros.

PRODUCCIÓN DE HIERRO DULCE EN GRAN BRETAÑA. (En Toneladas anuales)

1740 17.350 1830 678.417

1788 68.300 1835 940.000

1796 125.079 1839 1.248.781

1806 258.851 1843 1.349.400

1823 455.166 1848 1.998.568

1825 581.368 1858 2.701.000

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Astilleros Puertos y canales Ferrocarriles Metalurgia

Urbanización SIDERURGIA Servicios

Minería del carbón Canteras de caliza para altos hornos Minería del hierro Maquinaria

Altos Hornos

Hornos de Pudelado Trenes de Laminación,

Máquinas de vapor

C) EL CRECIMIENTO DE OTRAS INDUSTRIAS

El crecimiento de la producción de bienes industriales no se limitó a los tejidos de algodón y al hierro.

Prueba de ello es el cuadro de abajo en el que se indica el valor total creado por trece industrias inglesas en 1770 y 1831. De él se deducen dos hechos importantes: Primero: el crecimiento de la industria británica entre 1771 y 1831 fue enorme. Trece industrias pasaron de crear un valor de 22,8 millones de libras a crear otro de 113 millones. Segundo: la mayor producción no lo fue sólo de tejidos y de hierro, sino de una amplia gama de bienes: todos los que aparecen en el cuadro más otros sobre los que los historiadores no han hallado todavía datos suficientes (metales no ferrosos, cerámica, muebles, aceite, licores, tabaco, productos químicos...). ¿Por qué crecieron todas las ramas de la industria? La respuesta es sencilla: porque se incrementó la demanda de todo tipo de bienes industriales y porque la oferta o producción de esos bienes aumentó al ritmo que exigía su mayor consumo. La demanda de todo tipo de productos industriales aumentó gracias a tres causas que actuaron simultáneamente: mayor población, mayor renta por habitante y mercados externos. La población británica se multiplicó por cuatro entre 1750 y 1900. La alemana, por tres. Las necesidades más perentorias del hombre son los alimentos, el vestido y la vivienda. El espectacular crecimiento demográfico elevó, pues, la

demanda de alimentos (molinos, hornos, aceite, leche enlatada...), la industria textil de la lana y del lino; la de la construcción y otras que proveían de luz y calor a los hogares (velas, gas, carbón). Pero la población no sólo creció, sino que, a la larga, elevó su renta per cápita. La elevación del nivel de vida benefició más a los capitalistas y a las clases medias que a los trabajadores asalariados. No obstante, el alza de los salarios durante el siglo XIX permitió a los jornaleros del campo y a los obreros industriales abastecer mejor sus necesidades más perentorias y, además, consumir otros productos industriales. Otras industrias aumentaron sus producciones porque fabricaban artículos demandados por capitalistas y clases medias. Se trata de industrias que nutrían un consumo suntuario. Las altas rentas de las clases sociales más ricas crearon una importante demanda de carnes, chocolates, pasteles, tejidos caros, viviendas y muebles de lujo, joyas, libros o juguetes. Hubo, por último, industrias que crecieron porque también abastecían demandas de mercados externos. Gran Bretaña no sólo exportó tejidos de algodón, hierro y máquinas, sino todo tipo de textiles, carbón o papel. Durante el siglo XIX, Alemania se convirtió en la máxima exportadora mundial de productos químicos, tales como fertilizantes para la agricultura y tintes para la industria textil. Como en el caso del algodón y del hierro, las demás industrias terminaron por concentrarse en fábricas. Pero la sustitución del trabajo artesanal por el fabril fue muy lenta en algunos sectores. Hasta después de 1850, por ejemplo, gran parte de la producción de lana, lino y cuero siguió organizada mediante el

Verlagssystem. Industrias como la de confección de ropas, carpintería o calzado continuaron produciendo de forma artesanal durante todo el siglo XIX. En cambio, la industria química, la de la seda y la del azúcar se concentraron pronto en fábricas. Los historiadores han prestado mucha atención a las industrias que adoptaron pronto el sistema fabril. Las industrias que continuaron produciendo de modo artesanal no han sido, en cambio, bien estudiadas. Ello hace que sepamos poco acerca de cómo aumentó la producción de bienes todavía elaborados en talleres. Lo más razonable es suponer que su producción creció por dos causas: en primer lugar, porque cada artesano elevó su productividad al especializar más su trabajo y utilizar nuevas herramientas o pequeñas

máquinas movidas manualmente; en segundo lugar, porque aumentó el número de artesanos en los ramos que no adoptaron el sistema fabril. Uno y otro hecho lograron que la oferta de bienes industriales manufacturados en pequeñas unidades de producción creciera al ritmo que exigía la mayor demanda.

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VALOR DE LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL INGLESA (En millones de libras)

RAMAS DE LA INDUSTRIA

1770 1831

MILLONES DE LIBRAS

% SOBRE EL TOTAL

MILLONES DE LIBRAS

% SOBRE EL TOTAL

Algodón 0,6 2,6 25,3 22,3

Hierro 1,5 6,5 7,6 6,7

Carbón 0,9 3,9 7,9 6,9

Lana 7 30,7 15,9 14

Lino 1,9 8,3 5 4,4

Seda 1 4,3 5,8 5,1

Construc. 2,4 10,5 26,5 23,4

Cobre 0,2 0,8 0,8 0,7

Cerveza 1,3 5,7 5,2 4,6

Piel 5,1 22,3 9,8 8,6

Jabón 0,3 1,3 1,2 1

Velas 0,5 2,1 1,2 1

Papel 0,1 0,4 0,8 0,7

TOTAL 22,8 100,0 113,0 100,0

D) COMERCIO VOLUMINOSO: LOS FERROCARRILES Y LA NAVEGACIÓN A VAPOR

La Revolución Industrial creó grandes excedentes para vender. Los mayores rendimientos de la tierra hicieron que las regiones agrícolas produjera mucho más de lo que se podía consumir. Lo mismo sucedió en las regiones industriales, como consecuencia de su mayor productividad. Este aumento de los excedentes elevó la cantidad de mercancías intercambiadas entre regiones de un mismo país o entre distintos países. Un comercio cada vez más voluminoso exigió renovar los medios de transporte. Era preciso lograr un tráfico abultado, rápido y barato. De lo contrario, el crecimiento económico se hubiera estrangulado, al no poder colocarse los excedentes en mercados lejanos. Ya examinamos cuáles fueron las primeras respuestas ante la necesidad de hallar nuevos sistemas de transporte. La construcción de mejores caminos y de canales, el aumento de las flotas a vela y los clippers permitieron un comercio mayor y más barato durante la primera mitad del siglo XIX. Pero el progreso tecnológico no se detuvo aquí: dio un gran salto adelante después de 1850, cuando se generalizó el empleo de la energía de vapor tanto en el transporte terrestre como en el marítimo. La invención del ferrocarril surgió de los progresos combinados de la explotación minera y de la máquina de vapor. Varios siglos antes de la Revolución Industrial, en las grandes minas de carbón se acostumbraba a tender vigas de madera para facilitar el transporte de los vagones del mineral hasta los ríos o los puertos de mar. A principios del siglo XVIII, se empezaron a reforzar las vigas de madera con placas de hierro en aquellos puntos del trazado donde la fricción era especialmente fuerte. También en las fundiciones siderúrgicas se emplearon raíles, ya enteramente metálicos, para el transporte de los lingotes. El gran complejo industrial de los Darby, en Coalbrookdale, contaba en 1784 con más de 20 millas de tendido férreo, por donde circulaban vagonetas arrastradas por caballerías. En 1801, una compañía privada construyó en Surrey el primer

ferrocarril destinado al transporte de mercancías en general. A semejanza de este, en las dos décadas siguientes se tendieron varios ferrocarriles más. Todos ellos tenían carácter local, eran arrastrados por

caballerías, y su papel se reducía al de medios de transporte meramente complementarios de los canales y carreteras. A partir de 1760 empezó a estudiarse la posibilidad de aplicar al transporte terrestre las máquinas de vapor. El francés Cugnot en 1769, y los ingleses Symington y Murdoch en 1784, construyeron sendos carruajes movidos a vapor, pero su escasa potencia, y la declarada oposición de Watt a estos proyectos cerraron el camino a nuevos experimentos hasta finales de siglo. Cuando en 1800 caducaron las patentes de Watt, volvió a resurgir la idea con mayor fuerza. Se diseñaron nuevos automóviles a vapor para la circulación por carretera, que tuvieron tan poco éxito como sus antecesores. Sin embargo, el autor de uno de estos fallidos proyectos, Richard Trevithick, fue el primero que concibió la idea de hacer circular un vehículo de vapor sobre raíles, para el transporte no sólo de mercancías pesadas, sino también de pasajeros. En este sentido puede ser considerado como el padre del ferrocarril moderno. En 1804, construyó una locomotora que era capaz de arrastrar cinco vagones con 70 personas y 10 toneladas de carga a una velocidad de 8 Km./h. Estos comienzos tan prometedores se vieron frenados por las deficiencias técnicas que presentaban los raíles de hierro colado. Eran muy frágiles y tenían un diseño inadecuado. La superación de estas dificultades con la utilización de hierro forjado para los raíles volvió a dar impulso a la experimentación en este campo, al final de las guerras napoleónicas. En 1814, el ingeniero George Stephenson, (1781-1848) construyó para la mina de Killingworth una locomotora que aventajaba en potencia a todas las anteriores, al aumentar la

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corriente de aire sobre la caldera. Tras sucesivas mejoras, esta máquina era capaz de arrastrar una carga de 70 toneladas a una velocidad media de 10 Km./h. El ferrocarril empezó a interesar entonces a los empresarios particulares, que vieron en él un medio de transporte económicamente rentable. De este modo, en 1825 existían ya 29 líneas locales, promovidas todas ellas por compañías privadas, con una longitud total de 217 millas de vías. La más larga de todas ellas unía la ciudad minera de Stockton con el puerto de Darlington, en la zona carbonífera de Newcastle, y tenía 39 Km. Para esta línea, Stephenson construyó tres locomotoras que podían arrastrar una carga de 90 toneladas a 20 Km./h. La crisis económica que padeció Inglaterra entre 1825 y 1830 retrasó el desarrollo del ferrocarril, pues al disminuir las inversiones, tan sólo se construyeron 71 millas de vías. Sin embargo, fue en este período cuando se inició la construcción del más importante ferrocarril proyectado hasta entonces: el que uniría el gran centro algodonero de Manchester con el puerto de Liverpool. En 1829 Stephenson ganó el concurso para equipar esta nueva línea, con su locomotora "Rocket". Esta máquina contaba con una mejora fundamental respecto a todas las anteriores, al estar dotada de una caldera tubular que aumentaba considerablemente su potencia. La inauguración de la línea Manchester-Liverpool, el 15 de septiembre de 1830, señaló el punto de partida simbólico de la era del ferrocarril, pues a partir de entonces abandonará su papel subordinado respecto a canales y carreteras, para convertirse en el medio de transporte más representativo de la revolución industrial.

Pero si para la aparición del ferrocarril fueron necesarios los progresos técnicos que hemos descrito, para su expansión fue decisiva una sustancial aportación de capitales. Ya desde sus comienzos, el ferrocarril había demostrado su rentabilidad. La línea Stockton-Darlington proporcionaba a sus accionistas en 1832 un beneficio del 8%, bastante considerable en una época en que la tasa de interés bancario estaba en torno al 3,5%. Sin embargo, a pesar de esta rentabilidad, la mayor parte de los capitales ingleses se invirtieron

preferentemente en depósitos bancarios y empréstitos al extranjero. Fue necesario que descendiera la tasa de interés, y sobre todo, según Hobsbawm, que fracasaran casi todos los empréstitos exteriores, para que los capitales afluyeran de forma masiva hacia las inversiones ferroviarias. Existe un riguroso paralelismo entre el ritmo de crecimiento del ferrocarril y la afluencia de inversiones. Por eso, su construcción no se llevó a cabo de forma gradual, sino a saltos, alternándose los períodos de fiebre constructora con otros de atonía y decaimiento. Los períodos de máxima actividad se sitúan entre 1831 y 1837, cuando se abrieron al tráfico casi 500 millas de vía férrea, y, sobre todo, entre 1844 y 1847, cuando se construyeron más de 2.000 millas. Las inversiones autorizadas en ambas etapas se elevaron, respectivamente, a 51 millones de libras y a 207 millones. En total, según Mitchell, de 157 kilómetros abiertos en 1830, se pasó a 2.390 en 1840, y a 9.797 en 1850. En esos veinte años se invirtieron en el tendido de ferrocarriles según Mitchell y Deane, 235 millones de libras, cantidad enorme si tenemos en cuenta que los presupuestos anuales del Estado en la década de 1840 se situaban en torno a 50 millones de libras. La expansión del ferrocarril no sólo revolucionó radicalmente los sistemas de transporte y de comercio interior británico, sino que, además, fue un importante factor de crecimiento económico, en la medida en que provocó efectos multiplicadores o de arrastre sobre casi todos los sectores de la economía. Quizás los más inmediatos se hicieron presentes en el sector de la industria pesada, pues generó una importante demanda adicional de carbón y, sobre todo, de hierro para el material móvil y los raíles. Hay que tener en cuenta que el tendido de un solo kilómetro de vía férrea exigía cerca de 200 toneladas de hierro forjado y que, además, al principio, los raíles se cambiaban cada diez años. Por ello, la demanda ferroviaria de hierro forjado, que era de 20.000 Tm. al año hacia 1835, pasó a 200.000 en 1841 y a casi un millón en 1847, llegando a absorber en el período comprendido entre 1830 y 1850 el 20% de la producción total. El efecto estimulador del ferrocarril sobre la producción siderúrgica fue duradero, pues a partir de 1850, cuando ya estaba trazado el esbozo fundamental de la red inglesa, comenzaron a tomar un gran incremento las exportaciones de raíles y locomotoras para el tendido ferroviario de los demás países europeos.

La producción del carbón, principal combustible de las locomotoras, también se vio considerablemente

incrementado por la construcción del ferrocarril, pasando de 22.800.000 Tm. en 1830 a más de 50 millones en 1850 y a 123 en 1870, es decir, que se cuadruplicó en 40 años, viniendo a representar el consumo de carbón, por parte del ferrocarril, aproximadamente el 10% de la producción total. En segundo lugar, el ferrocarril tuvo también un influjo directo en la transformación del sistema financiero de Inglaterra, pues el enorme aumento de la demanda de capitales, que se necesitaban para la financiación de su construcción, exigió la aparición de nuevas instituciones financieras, mucho más dinámicas y capaces que las anteriores. Alcanzaron especial desarrollo las sociedades anónimas por acciones. Las acciones negociables en bolsa se convirtieron en el principal instrumento que canalizó el ahorro privado hacia las inversiones industriales y ferroviarias. El ascenso de los nuevos bancos por acciones fue paralelo a la decadencia de los antiguos bancos locales, cuya insuficiencia de recursos y deficiente organización hicieron patente las nuevas necesidades financieras. Finalmente, el ferrocarril provocó también una considerable ampliación del mercado de trabajo y de la oferta de mano de obra. En 1847 trabajaban más de 250.000 obreros en la construcción de nuevas líneas y otros 50.000 estaban empleados en el mantenimiento de la red ferroviaria en servicio, lo cual representaba más del 4% del total de la población activa. En Francia, los ferrocarriles constituyeron uno de los pilares básicos del despegue económico. El tendido del ferrocarril se había iniciado ya, aunque con lentitud, en los años 30 del XIX. En 1847, Francia contaba

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solamente con 1880 Km. de vías férreas. El proceso se aceleró notablemente durante el Segundo Imperio (1851-1870), pues de 3.550 Km. en 1851 se pasará a 18.000 en 1870. La expansión del ferrocarril tuvo consecuencias económicas decisivas: movilizó masivamente el ahorro privado hacia las inversiones productivas; generó una importante demanda adicional para la industria; y contribuyó de modo sustancial a la formación de un mercado nacional geográficamente integrado.

(...)Entre 1830 y 1850 se tendieron en Gran Bretaña alrededor de 6.000 millas de ferrocarril, en su mayor parte como

consecuencia de dos extraordinarios brotes de inversión concentrada, seguida por la construcción: la pequeña "manía del ferrocarril" de 1835-37 y la gigantesca de 1845-47. En efecto, hacia 1850 la red de ferrocarriles básica ya estaba más o menos instalada. Desde todos los puntos de vista, ésta fue una transformación revolucionaria; más revolucionaria, en su forma, que el surgimiento de la industria del algodón, ya que representaba una fase de industrialización mucho más

avanzada. El ferrocarril llegaba hasta algunos de los puntos más alejados del campo y hasta los centros de las mayores ciudades. Transformó la velocidad del movimiento -es decir, de la vida humana-, e introdujo las nociones de un complejo gigantesco, a escala nacional, y una exacta trabazón orgánica simbolizada por el horario de ferrocarriles. Reveló, como nada lo había hecho hasta entonces, las posibilidades del progreso técnico, porque los ferrocarriles eran más avanzados y

omnipresentes que la mayoría de las otras formas de la actividad técnica. (...) Además, hacia 1850 los ferrocarriles habían alcanzado un nivel de prestaciones que no había de mejorarse sensiblemente hasta el abandono del vapor a mediados del siglo XX; su organización y métodos de trabajo se producían a una escala no igualada por ninguna otra industria, y su recurso a la nueva tecnología basada en la ciencia (como el telégrafo eléctrico) carecía de precedentes. El ferrocarril iba

varias generaciones por delante del resto de la economía, de forma que en la década de 1840 se convirtió en una especie de sinónimo de lo ultramoderno, como debía suceder con lo "atómico" después de la II Guerra Mundial. La envergadura de los ferrocarriles desafiaba a la imaginación y empequeñecía las obras públicas más gigantescas del pasado.

Parece natural suponer que este notable desarrollo reflejaba las necesidades de transporte de una economía industrial, pero, por lo menos a corto plazo, no era así. (...) La construcción de muchos de los ferrocarriles que entonces se pusieron en funcionamiento era completamente irracional desde el punto de vista del transporte, y en consecuencia, nunca produjeron más allá de modestos beneficios, cuando los hubo. Esta situación ya era perfectamente conocida en aquella

época, y algunos economistas como J.R.McCulloch mostraron públicamente su escepticismo sobre la construcción de ferrocarriles, a excepción de un número limitado de líneas principales o de líneas destinadas al tráfico de mercancías especialmente denso, anticipándose así, en más de un siglo, a las propuestas de racionalización de los años 1960. Por supuesto que las necesidades del transporte alumbraron el ferrocarril. Era racional arrastrar las vagonetas de

carbón sobre carriles desde la bocamina hasta el canal o el río, y muy notable ingeniar una máquina de vapor móvil (la locomotora) para empujarlas o arrastrarlas. Tenía sentido unir las carboneras del interior, alejadas de los ríos, con la costa por medio de un ferrocarril entre Darlington y Stockton (1825), ya que los elevados costos de construcción iban a quedar sobradamente cubiertos con la venta de carbón que la línea haría posible. (En 1825 la línea rentaba un 2'5%; un 8% en

1832-33 y el 15% en 1839-41). Una vez demostrada la viabilidad de un ferrocarril provechoso, otros fuera de las zonas mineras o, mejor dicho, de las minas de carbón del nordeste, copiaron y mejoraron la idea, como los comerciantes de Liverpool y Manchester y sus socios londinenses, quienes advirtieron las ventajas -tanto para los inversores como para la región- de romper el cuello de botella de un canal monopolístico (que había sido construido en su época por razones

similares). También éstos tenían razón. La línea Liverpool-Manchester (1830) fue limitada legalmente a un dividendo máximo del 10% y no hubo nunca dificultades para satisfacerlo. Y ésta, la primera de las líneas generales de ferrocarriles, inspiró a su vez a otros inversores y hombres de negocio ansiosos por expandir los negocios de sus ciudades y obtener beneficios adecuados sobre su capital (...). Pero sólo una pequeña parte de los 240 millones de libras esterlinas invertidos

en ferrocarriles hacia 1850 tenía esa justificación racional. Casi todo este capital se diluyó en los ferrocarriles, y buena parte de él lo hizo sin dejar el menor rastro, porque hacia la década de 1830 las grandes acumulaciones de capital quemaban en los bolsillos a sus propietarios, que buscaban

afanosamente invertirlos en algo que les proporcionara más del 3'4% que se obtenía de los valores públicos. En 1840 se calculaba que el excedente anual para la inversión llegaba a casi 60 millones de libras esterlinas, y la economía no proporcionaba objetivos para una inversión industrial a esta escala. (...) La salida más evidente para el excedente de capital la constituían las inversiones en el exterior (Europa, América),...pero por esta época ya eran demasiados los

inversores que se habían quemado los dedos (que no habían conseguido recuperar dichas inversiones) para aconsejar la entrega de nuevas remesas de capital a administradores extranjeros. El dinero, por tanto, estaba dispuesto para ser invertido en la "segura Gran Bretaña". Si lo fue en los ferrocarriles obedeció a la ausencia de cualquier otro negocio que absorbiera el mismo capital, por lo que éstos pasaron de ser una innovación valiosa en el transporte a un programa

nacional clave de inversión de capital. Como siempre sucede en épocas de saturación de capital, gran parte de él se invirtió de forma temeraria, estúpida e insensata. Los ingleses con excedentes de capital no se acobardaron ante los costos del ferrocarril, extraordinariamente elevados, que hizo que la capitalización por milla de línea férrea en Inglaterra y Gales fuera tres veces más cara que en

Prusia, cinco que en los EEUU y siete que en Suecia. Buena parte de este capital se perdió en las quiebras que siguieron a las "manías". Otra buena parte de los inversores sucumbió ante la atracción romántica de la revolución tecnológica, que el ferrocarril simbolizó tan maravillosamente y que convirtió en soñadores (o especuladores) a los de otro modo sensatos ciudadanos.

Pero allí estaba el dinero para ser invertido y si en conjunto no reportó grandes beneficios, sí produjo algo más valioso: un nuevo sistema de transportes, un nuevo medio de movilizar acumulaciones de capital, y sobre todo una amplia fuente de empleo y un gigantesco y duradero estímulo para la industria británica. El balance de la construcción de ferrocarriles en los años 40 del siglo XIX es impresionante. En Gran Bretaña significó

una inversión de más de doscientos millones, el empleo directo -en el punto culminante de la construcción (1846-48)- de unas doscientas mil personas y un estímulo indirecto al empleo en el resto de la economía que no puede ser calculado. A los ferrocarriles se debe, en buena parte, que la producción británica de hierro se duplicara entre 1835 y 1845. Semejante estímulo económico, que llegaba cuando la economía estaba pasando por el momento más catastrófico del siglo (1841-42)

difícilmente podía haber sido mejor calculado en el tiempo. La construcción de ferrocarriles supuso asimismo un estímulo crucial a la exportación de productos de base para las necesidades de esa construcción misma en el extranjero. Por ejemplo, la Dowlais Iron Company suministraba entre 1830 y 1850 a doce compañías británicas, pero era también proveedora de 16 compañías extranjeras de ferrocarriles.

Pero el estímulo no quedó exhausto con los años 40 del pasado siglo. Por el contrario, la construcción mundial de

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ferrocarriles prosiguió cada vez a mayor escala por lo menos hasta la década de 1880, y los ferrocarriles se construyeron en gran parte con capital británico, materiales y equipo británicos y, con frecuencia, por contratistas británicos. HOBSBAWM, Eric J.: "Industria e Imperio. Una historia económica de Gran Bretaña desde 1750". Ariel, 1982

El empleo de la energía de vapor en el transporte marítimo tardó más tiempo en generalizarse. Durante la primera mitad del siglo XIX, aparecieron barcos con ruedas de palas movidas a vapor, pero resultaron eficaces en los ríos y no en el mar. La propulsión de buques mediante hélices y la construcción de barcos de hierro dulce datan también de las primeras décadas del siglo XIX. Sin embargo, los nuevos buques de hierro y a vapor, que se adaptaban bien a la navegación marítima, no lograron transportar más de la mitad del tonelaje mundial hasta después de 1880. Esta lenta sustitución de la navegación a vela se debió a que los barcos de vapor tardaron décadas en resultar competitivos. Tenían que sacrificar mucho espacio para almacenar carbón y ello disminuía su capacidad de carga. Además, el viento es gratuito y el carbón no, de manera que, a menudo, resultaba más barato transportar mercancías en veleros. Todos estos obstáculos fueron superados paulatinamente a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Los buques a vapor alcanzaron una capacidad de carga muy superior a los de vela (de 2.000 a 3.000 toneladas más por término medio). Viajaban con mayor velocidad y de forma más regular, lo que les permitía hacer más viajes que los veleros y llevar así más carga en el mismo tiempo. Además, el establecimiento de una red mundial de estaciones o puertos carboneros, donde los buques podían repostar, abarató el precio del

combustible e hizo disminuir el espacio necesario para almacenar carbón. La renovación de los medios de transporte tuvo, pues, importantes consecuencias económicas que podemos sistematizar de este modo:

1ª. Logró que el aumento de los excedentes agrarios e industriales pudiera colocarse con facilidad en los mercados de un mismo país o en los mercados internacionales. 2ª. Los precios del transporte terrestre y marítimo cayeron durante el siglo XIX porque aumentó mucho el rendimiento de los sistemas de acarreo. 3ª. La posibilidad de colocar los excedentes en mercados lejanos a precios bajos originó una especialización de regiones enteras y, por consiguiente, un incremento de la producción total.

Actividad. Tras una lectura detenida de la información, enumera todas las aportaciones de los nuevos medios de transporte, ferrocarril y navegación a vapor, al proceso de crecimiento económico.

"(...)Arrancado del corazón de aquella transformación tan profunda, iba y venía de día y de noche, igual que la sangre vital, una corriente ininterrumpida y palpitante. Muchedumbres de gentes y montañas de mercancías, que se marchaban y que llegaban, decenas y decenas de veces en el espacio de veinticuatro horas, daban lugar en aquel sitio a una fermentación

que no se apagaba nunca. Hasta las casas mismas parecían disponerse a empaquetar sus cosas y salir de viaje. Miembros magníficos del Parlamento que, poco más de veinte años antes, habían tomado a chacota, regocijándose con las disparatadas teorías del ferrocarril expuestas por los ingenieros, a los que habían hecho pasar muy malos momentos con sus divertidas preguntas en las comisiones, se encaminaban ahora, reloj en mano, hacia el Norte (...). Las triunfantes

locomotoras se alejaban noche y día con estruendo o avanzaban mansamente hasta el final de la jornada, arrastrándose igual que dragones amaestrados, hasta meterse en los lugares que tenían asignados y que estaban calculados con exactitud matemática para recibirlas, y permanecían allí, estremeciéndose y borboteando, haciendo retemblar los muros, igual que si se esponjasen con la convicción secreta de las grandes posibilidades encerradas en ellas, e insospechadas

aún, y con los ambiciosos designios no acabados todavía de realizar. (...)". DICKENS, C.: Dombey e hijo (1846-1848).

Las ventajas del comercio en la creación de riqueza fueron descubiertas por los economistas clásicos, quienes se opusieron a cualquier tipo de traba aduanera entre mercados de un mismo país o entre distintos países. Las naciones que se industrializaron durante el siglo XIX carecieron de aduanas interiores, lo que

fomentó su especialización económica regional. En cambio, no siempre se adoptó la misma postura en el comercio exterior. Gran Bretaña estableció desde 1846 una política de libre cambio o supresión de derechos aduaneros para la importación de productos extranjeros. El ejemplo inglés fue seguido por Francia y Alemania durante algunas décadas, pero después ambos países recurrieron al proteccionismo, una política que establece altos aranceles para la importación de mercancías extranjeras. Con esta política, las dos naciones defendían sus mercados internos de la competencia de otros países. Los historiadores discuten todavía sobre las ventajas e inconvenientes del libre cambio y del proteccionismo durante el siglo XIX. Hay quien sostiene que la adopción general del librecambio hubiera promovido un mayor crecimiento económico. Hay quien justifica el proteccionismo alegando que sirvió para desarrollar industrias nacionales que, de otro modo, hubieran desaparecido por la competencia de productos extranjeros más baratos. Lo cierto es que los países que recurrieron al proteccionismo no dejaron de crecer pese a ello. La experiencia histórica demuestra, pues, que el proteccionismo no resultó incompatible con el crecimiento económico.

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Actividad: Compara la duración de los viajes Londres-Manchester, Londres-Edimburgo y Londres-Liverpool entre 1750 y 1855. ¿Al margen de los beneficios económicos, qué posibilita la reducción de esa duración?. ¿Podrías averiguar qué duración media tienen esos mismos viajes en la actualidad?

E) BANCOS Y SOCIEDADES ANÓNIMAS. EL ESTADO COMO INVERSOR DE CAPITAL. Hemos dejado suficientemente claro que la Revolución Industrial necesitó de grandes inversiones de capital. Transformar la agricultura significaba adquirir más medios de producción (animales, aperos de labranza, maquinaria y fertilizantes). El crecimiento de la industria nunca se hubiera producido sin

incrementar y mejorar su capital fijo (fábricas, talleres o maquinaria). Los nuevos medios de transporte exigieron emplear enormes cantidades de dinero en la construcción de costosos canales, puertos y ferrocarriles. Durante las primeras etapas de la industrialización, muchas empresas pudieron autofinanciarse sin necesidad de recurrir al crédito. Se trataba de empresas todavía pequeñas que empezaban a producir con un capital modesto. La instalación de una fábrica de hilados en la Inglaterra de fines del XVIII, por ejemplo, costaba sólo entre tres y cinco mil libras, ya que el edificio no era aún grande y las máquinas eran sencillas y baratas. El negocio se podía luego mantener y ampliar reinvirtiendo parte de sus beneficios. Esta posibilidad de autofinanciación desapareció conforme aumentó el dinero necesario para crear las empresas o ampliar sus instalaciones. A principios del siglo XIX, poner en funcionamiento una hilandería costaba ya unas 20.000 libras, porque el edificio era mayor y la maquinaria más sofisticada y cara. Otras industrias requerían de inversiones mucho más cuantiosas. Instalar una fábrica siderúrgica hacia 1820 costaba unas 100.000 libras, y esta cifra

quedó pequeña al lado de las inversiones que precisó el ferrocarril. En el trienio 1838-1840, las empresas ferroviarias británicas invirtieron cerca de 10 millones de libras esterlinas, que era una cifra astronómica. Los bancos existían antes de la Revolución Industrial. Nacieron en la Edad Media cumpliendo dos funciones: custodia de dinero y préstamos con interés. El negocio bancario consistía en algo tan elemental como esto: los bancos guardaban el dinero de una multitud de personas, logrando así concentrar importantes fondos monetarios. Como esas personas no retiraban su dinero de una sola vez, los bancos poseían depósitos que prestaban a cambio de un interés. Ello posibilitó que el ahorro privado no permaneciera ocioso, sino que, a través de la banca, sirviera para financiar actividades económicas. Antes del siglo XIX, los bancos se ocupaban sobre todo de prestar dinero para el comercio, o bien de prestar dinero al estado. El cambio decisivo experimentado por la banca durante el siglo XIX fue que pasó a financiar la industria mediante préstamos a largo plazo. Surgieron bancos especializados en adelantar grandes cantidades a las empresas. El capital prestado era tan elevado que los bancos aceptaban su devolución en un tiempo largo. Otras veces, la propia banca compraba acciones de las empresas, convirtiéndose así en copropietaria de

ellas. Los Merchant Bankers en Inglaterra, el Crédit Mobilier en Francia o los Private Banks en los Estados Unidos formaban parte de esta nueva banca comprometida directamente en la financiación de la industria. Las sociedades anónimas tampoco nacieron en el siglo XIX, pero se generalizaron durante la Revolución Industrial. Su origen radica en la necesidad de reunir grandes capitales. Imaginemos que la construcción de

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una fábrica siderúrgica requería una inversión de 300.000 libras. Esta era una suma tan alta que difícilmente la podían reunir pocas personas por muy ricas que fueran. Se recurría por tanto a captar el pequeño ahorro. El capital de la sociedad –las 300.000 libras- se dividía en acciones. Por ejemplo, 3.000 acciones de cien libras cada una. Los socios fundadores de la empresa adquirían parte de esas acciones, pongamos que 1.000, con lo que desembolsaban 100.000 libras. Las otras 2.000 acciones se sacaban a la venta, para que fueran compradas por los pequeños ahorradores, ya que muchas personas sí que tenían 100 libras disponibles para invertir, convirtiéndose en accionistas de la sociedad. Se lograba de este modo reunir todo el capital necesario para fundar la empresa siderúrgica. Los beneficios de la sociedad eran luego repartidos en forma de dividendos entre los accionistas. Si la empresa repartía un año 30.000 libras de beneficios, cada acción recibía un dividendo de diez libras (30.000 libras / 3000 acciones). El Estado, además de favorecer el crecimiento económico mediante la promulgación de leyes favorables al desarrollo capitalista e industrial, fue en algunos países promotor de las inversiones de capital. El Estado alemán, por ejemplo, construyó a sus expensas buena parte de la red ferroviaria, pero fue el Estado japonés quien más directamente intervino en la financiación de la industria, supliendo de este modo la falta de iniciativas privadas. Los gobiernos de la dinastía japonesa Meijí, empeñados en un proceso de modernización del país, construyeron fábricas textiles, siderúrgicas y astilleros que, después de 1882, vendieron a bajo precio a empresas privadas. (Ver tema LA “SEGUNDA” REVOLUCIÓN INDUSTRIAL)

F) OTROS SERVICIOS. LA LEY DE CLARK

“Las cifras de la población demuestran que una de las características siempre presentes en el crecimiento económico es el desplazamiento de la población activa del sector agrícola al sector industrial y de dicho sector al de los servicios”. La ley de Colin Clark responde a los incrementos de la productividad que conlleva el desarrollo económico. Las mejoras agrícolas significan que un número cada vez menor de campesinos es suficiente para alimentar a toda la población. Es lógico, pues, que una parte cada vez mayor de la población pase a trabajar en el sector industrial, que demanda trabajadores por su producción creciente. Ahora bien, la industria también incrementa su productividad, de manera que un número cada vez menor de obreros es capaz de producir todos los bienes industriales que la sociedad consume. Ello hace que parte de la población deba buscar empleo en actividades económicas que no son agrarias ni industriales. A estas actividades las

conocemos como servicios. Son tantas y tan variopintas que es difícil clasificarlas. No obstante, de entre ellas, fueron el transporte, el comercio y el servicio doméstico las que mayor número de personas emplearon. ¿Qué causas motivaron la expansión de los servicios durante la Revolución Industrial?. Su demanda aumentó gracias a la revolución demográfica y a la mayor renta per cápita. Ya vimos como los salarios de los trabajadores les permitían consumir poco después de haber cubierto sus necesidades básicas. No obstante, ese “poco” logró que los asalariados pudieran demandar algunos servicios tales como educación, sanidad o de recreo. El consumo por obrero de educación, sanidad o diversiones era muy pequeño. Ahora bien, millones de obreros incrementaron mucho la demanda total de estos servicios. La burguesía y las clases medias sí que demandaban muchos servicios y muy caros. Sus altas rentas les permitían tener criados, chóferes o jardineros, educar a sus hijos en colegios religiosos , enviarlos luego a la Universidad, o bien disfrutar de servicios entonces lujosos, como restaurantes, vacaciones en hoteles y espectáculos de elite –la ópera, por ejemplo-. Gran parte de la demanda de profesionales liberales como médicos y abogados, provino precisamente de las necesidades de estas clases sociales más ricas. La mayor demanda de servicios incrementó su oferta. Ello fue posible por dos razones. En primer lugar, la mayor productividad del campo y de la industria crearon una mano de obra disponible para trabajar en los servicios. La segunda razón que permitió aumentar la oferta de servicios fue la existencia de capital para

invertir en ellos. Las perspectivas de beneficios hicieron que se crearan empresas para producir los servicios cuya demanda crecía. Unas veces fueron grandes empresas, como en el caso del ferrocarril o de los bancos. Otras veces, empresas de tipo medio: hospitales, colegios privados, hoteles, teatros. Proliferó asimismo la oferta de servicios a través de pequeñas empresas familiares e individuales –tabernas, barberías, lavanderías-. El Estado participó en la financiación de servicios públicos. No obstante, la atención que el Estado prestó durante el siglo XIX a la educación y a la sanidad fue pequeña. Habría que esperar algunas décadas para que se generalizaran la educación y la sanidad públicas y gratuitas, tal como hoy las conocemos. La policía fue otro de los servicios que hubo de modernizarse para adaptarse a las nuevas condiciones sociales. Actividad: Realiza un diagrama circular con los datos de la tabla.

PORCENTAJE DE AGRICULTORES EN EL CONJUNTO DE LA POBLACIÓN ACTIVA

1801 1851 1901

GRAN BRETAÑA 36% 21% 9%

FRANCIA 70% 64% 40%

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1.5. LA REVOLUCION INDUSTRIAL: EXTENSION

El pelotón de países continentales de industrialización más precoz (los first comers) está constituido por Bélgica, Francia y, a cierta distancia en el tiempo, Alemania.

A) BÉLGICA Este país constituía la zona sur de una nación creada por el Congreso de Viena (1815) con el nombre de Países Bajos. A pesar de la crisis que supuso su proceso de independencia en 1830, Bélgica se coloca a la cabeza de la industrialización de Europa continental en la primera mitad del siglo XIX. Las causas que favorecieron este papel predominante en el proceso europeo de industrialización fueron:

. Aumento demográfico (un 15% entre 1801 y 1846), de una población con fama de gran laboriosidad.

. Abundancia de materias primas, fundamentalmente el carbón.

. Desarrollo de la industria siderúrgica, asentada sobre la base del carbón. Dotada de la nueva tecnología británica por emigrados ingleses, y con un mercado extraordinario para la exportación en la

región del norte francés y el Ruhr alemán. . Desarrollo de los transportes. Carreteras y canales llegaron a triplicar en kilómetros los existentes en Inglaterra a mediados de siglo; pero sobre todo el ferrocarril, ya que fue el único país del continente que completó su red ferroviaria antes de 1848. . Sólido sistema bancario, que facilitó las inversiones industriales y ferroviarias. . Apoyo del Estado: las innovaciones técnicas en la siderurgia se introdujeron gracias a la ayuda prestada por los gobernantes a los hermanos ingleses Cockerill; igualmente el ferrocarril se construyó mediante una decisión del Gobierno, y los bancos encontraron condiciones favorables siempre.

B) FRANCIA En este país no se produjo el espectacular y rápido despegue que se aprecia en Inglaterra. Por el contrario, los principales rasgos distintivos de este crecimiento son su carácter lento y gradual y la existencia de importantes retrocesos que a veces llegan a anular el desarrollo económico anterior. Así, si bien a mediados del siglo XVIII comienzan a producirse importantes transformaciones en la economía francesa: un incremento de la producción agraria debido a la promoción de la agricultura científica y la difusión de las nuevas técnicas de cultivo descubiertas en Inglaterra, aplicación de los avances tecnológicos de la industria inglesa (a partir de 1781 comenzaron a instalarse en Francia máquinas de vapor importadas de Inglaterra), sin embargo, las guerras de la Revolución y del Imperio, y, sobre todo, el bloqueo continental frenaron en seco estos avances. Además, influyeron otra serie de motivos:

. En la población, no existe un gran crecimiento demográfico, porque ha descendido la tasa de natalidad más rápidamente que en el resto de los países. . En la agricultura, la venta de los bienes nacionales durante la Revolución Francesa provocó una excesiva parcelación de la tierra que obstaculizó la aplicación de las nuevas técnicas agrarias. . Por lo que se refiere a la industria, la demanda militar sostuvo artificialmente sus niveles de producción, pero se abandonó toda preocupación por el progreso tecnológico. Posteriormente, la

política proteccionista de los sucesivos gobiernos, aunque ayudó a sobrevivir a la industria francesa asegurándole el mercado nacional, mantuvo el nivel tecnológico sumamente bajo.

. Las provisiones de carbón e hierro eran menores y de peor calidad que las inglesas. (Todavía a finales del XIX, el 55'5% de las importaciones francesas eran de materias primas para la industria). . Había escasez de capital, centrado más en las finanzas y el comercio que en las actividades industriales.

Convencionalmente se ha venido situando la fase de despegue de la economía francesa en la época del Segundo Imperio (1851-1870). El importante desarrollo industrial de este período se apoyó en tres bases principales:

. El surgimiento de nuevos tipos de instituciones bancarias especializadas en la financiación de proyectos industriales (bancos de negocio o bancos de inversión) y la proliferación también de sociedades anónimas por acciones. . Los ferrocarriles, cuyo tendido se aceleró notablemente, con consecuencias económicas decisivas: movilización masiva del ahorro privado hacia las inversiones productivas; generación de una importante demanda adicional para la industria (minería y siderurgia); y contribución decisiva a la formación de un mercado nacional integrado. . Las obras públicas, dieron un gran impulso a la industria de la construcción, y también, en buena medida a la siderúrgica.

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C) ALEMANIA En Alemania se prolongó la pervivencia del Antiguo Régimen económico, mientras se mantuvo la fragmentación de sus territorios. Por eso, la condición previa del despegue industrial fue el "Zollverein" o Unión Aduanera de 1834. Entre esta fecha, que supone una verdadera unificación económica de los estados alemanes, y la de 1870, cuando culmina el proceso de unificación política, se desarrolla la primera fase de la Revolución Industrial. Factores de esta industrialización fueron:

. En el terreno demográfico, Alemania experimenta un importante crecimiento de población, lo que significa una gran presión sobre la demanda y una abundante mano de obra disponible. . Respecto a la agricultura, se incorporan rápidamente novedades que suponen más suelo cultivable y mayor producción. . La consecuencia más inmediata del Zollverein fue estimular las relaciones comerciales entre los

estados alemanes, al desaparecer las barreras arancelarias. Al mismo tiempo, se hace necesario un medio de transporte que facilite los intercambios: el ferrocarril, que se convierte de esta manera en el motor de la industrialización alemana, porque estimula además la producción de carbón, hierro y acero. . Muy importante también es la existencia de grandes reservas de materias primas: hierro y carbón, en

particular en Silesia y el Ruhr, que fueron empleadas desde muy pronto en la industria siderúrgica. . El decidido apoyo del Estado es factor fundamental. Desde el siglo XVIII los dirigentes prusianos habían favorecido las actividades siderúrgicas, aunque sin olvidar su ayuda a la agricultura. A ellos se debe también el apoyo dado al Zollverein y la construcción del ferrocarril. . El crecimiento de la industria textil fue menos espectacular, y su mecanización, mucho más lenta, en clara dependencia de la tecnología inglesa.

D) LA PERIFERIA DE EUROPA Hasta 1870, la mayor parte de los países europeos no conoció una auténtica industrialización, salvo en ámbitos restringidos de dimensión regional. Esto es lo que sucedió en la EUROPA MEDITERRÁNEA, donde

se produjo una eclosión de experiencias industriales muy dinámicas, como las de Cataluña o el Piamonte, regiones técnicamente muy adelantadas a la altura de 1840-1850. En el IMPERIO AUSTRIACO, las regiones de Moravia y Bohemia experimentaron un importante desarrollo industrial, al igual que Hungría con su potente industria harinera, pero debían convivir con regiones muy atrasadas como Galitzia y la Bukovina. Y lo mismo puede afirmarse de ESCANDINAVIA, donde Dinamarca y Suecia ejercerán un papel de países punteros desde 1870, gracias a su especialización en la agricultura y en la explotación de recursos naturales, como el hierro sueco. En el IMPERIO RUSO, a pesar de los cambios acometidos tras su derrota en la guerra de Crimea (1855) y la emancipación de los siervos (1861), el empuje industrializador no tuvo lugar hasta fines de siglo.

E) LA INDUSTRIALIZACIÓN FUERA DE EUROPA Aunque el continente europeo ostenta la primacía mundial en la transformación de su estructura económica, fuera de Europa tuvo lugar un proceso trascendental, el surgimiento de una potente economía industrial en Norteamérica, hasta el punto de que Estados Unidos terminó por sustituir a Gran Bretaña en su liderazgo oficial a fines del XIX, y tuvo lugar la “occidentalización” del Japón de la era Meiji. Ambos

procesos los estudiaremos con detenimiento en el tema de LA “SEGUNDA” REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

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1.6. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: EFECTOS.

Los efectos de la Revolución Industrial se dejaron sentir muy pronto y afectaron a todos los ámbitos de la vida. De manera muy general podríamos señalar dos consecuencias fundamentales: Por un lado, como ya apuntamos antes, la característica principal de esta transformación económica fue su capacidad de liberar a la producción de la dependencia de la productividad de la tierra; dicho de otra manera, tanto la producción como la productividad pudieron subir sin chocar con el techo que existía en el anterior sistema. Por primera vez en la historia de la humanidad, el ingreso real por cabeza, pudo aumentar sustancial y progresivamente. La producción puso sobrepasar a la población; la producción pudo dejar atrás a la reproducción. Por primera vez en la historia de la humanidad, la pobreza dejó de ser una característica necesaria de la condición humana para el grueso de la población, para convertirse en una cuestión de selección social. Existía la capacidad productiva para cubrir todas las necesidades humanas básicas, con un

importante margen para el ahorro. Pero por otro resulta evidente que esta capacidad no se utilizó de forma adecuada. El sistema económico capitalista se convirtió en hegemónico, y ello significó que el mundo y las formas de vida del trabajador pobre

-la mayoría- fue destruido por la Revolución Industrial, sin ofrecerle nada a cambio (al menos en un principio). Esta ruptura es lo esencial al plantearnos cuáles fueron los efectos sociales de la industrialización: El trabajo en una sociedad industrial es, en muchos aspectos, completamente distinto al trabajo preindustrial:

. En primer lugar está caracterizado por la separación entre el propietario de los medios de producción y el trabajador. El trabajo está constituido por la labor de los "proletarios", que no tienen otra fuente de ingresos digna de mención más que el salario en metálico que perciben por su trabajo. Por su parte, el trabajo preindustrial lo desempeñaban fundamentalmente familias con sus propias tierras de labor, obradores artesanales, etc., cuyos ingresos salariales complementan su acceso directo a los medios de producción o bien éste complementa aquellos. Además, el proletario, cuyo único vínculo con su patrono es un "nexo dinerario", debe ser distinguido del "servidor" o dependiente preindustrial, que tenía una relación social y humana mucho más compleja con su "dueño", que implicaba obligaciones por ambas partes, si bien muy desiguales. La Revolución Industrial sustituyó al servidor y al hombre por el "operario" y el "brazo".

. En segundo lugar, el trabajo industrial -y especialmente el trabajo mecanizado en las fábricas- impone una regularidad, rutina y monotonía completamente distintas de los ritmos de trabajo preindustriales, trabajo que dependía de la variación de las estaciones o del tiempo, de la multiplicidad de tareas en ocupaciones no afectadas por la división racional del trabajo, los azares de otros seres humanos, etc. La industria trajo consigo la tiranía del reloj, una regularidad mecanizada

de trabajo que entraba en conflicto no sólo con la tradición, sino con todas las inclinaciones de una humanidad aún no condicionada por ella. De aquí las diversas formas de reacción defensiva del obrero contra su trabajo, y, como consecuencia, del empresario contra el obrero. Los domingos, y con más razón los días feriados y los días de paga mensual, se prolongan con uno y a veces más días de paro que desorganizan la producción. La mano de obra se ausenta durante las grandes faenas del campo, o abandona con frecuencia un empleo por otro. Este es sin duda el origen del aspecto represivo que tantas veces se descubre en la actitud patronal: las disposiciones disciplinarias, multiplicadas por los

reglamentos interiores en las fábricas, encierran al obrero en una red de prohibiciones y de infracciones; la fábrica comienza enseguida a parecerse a la workhouse o incluso a la prisión; severas multas vienen a reducir el salario. No obstante, el paternalismo se difundió también durante la revolución industrial, ya que los empresarios más inteligentes –o quienes disponían de medios más amplios- tuvieron enseguida la idea de que era preferible luchar contra el espíritu “migratorio” de la mano de obra o contra su falta de ardor en el trabajo mediante la concesión de ventajas o de estímulos capaces de mantenerla en su sitio y de elevar su rendimiento: de ahí prácticas como las del pago por piezas, las gratificaciones y toda la política “social” tendente a suministrar a los obreros vivienda y educación, de la que pueden encontrarse ejemplos ya a finales del siglo XVIII.

El término Factory System designa, en tecnología, la operación combinada de muchas clases de trabajadores, adultos y

jóvenes, que vigilan cuidadosamente una serie de máquinas productoras, impelidas continuamente por una fuerza central. Esta definición incluye organizaciones tales como fábricas de algodón, de lino, de seda y ciertos trabajos de ingeniería; pero excluye aquellos en los que el mecanismo no forma series conectadas o no dependen de un motor inicial. Ejemplos de

esta clase los tenemos en el trabajo del hierro, tintorería, fábricas de jabón, fundidores de bronce, etc. La principal dificultad, a mi juicio, no se debe tanto a la invención de un mecanismo automático para estirar y retorcer algodón en un hilo continuo, como a la distribución de los diferentes elementos del aparato en un solo cuerpo cooperativo, que mueva cada órgano con una delicadeza y velocidad apropiadas, sobre todo que acostumbre a los seres humanos a

renunciar a sus inconexos hábitos de trabajo, y a identificarse con la invariable regularidad del complejo automático. Idear y proporcionar un adecuado código de disciplina del trabajo en la fábrica, adecuado a las exigencias de la automatización,

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fue la empresa hercúlea, la espléndida realización de Arkwright. Incluso actualmente, cuando el sistema está perfectamente organizado y su labor simplificada hasta el máximo, es casi imposible convertir a personas que han pasado de su pubertad, ya procedan de ocupaciones rurales o artesanas, en útiles obreros de fábrica. Después de luchar durante un espacio de tiempo por dominar sus descuidados e inquietos hábitos, terminan por renunciar espontáneamente a su

empleo o por ser despedidos por sus patronos a causa de su falta de atención al trabajo. A.URE: La filosofía de las manufacturas, 1835. Tomado de Historia del Mundo Contemporáneo. COU; Anaya, 1990; p.76

. En tercer lugar, la revolución industrial impulsó el desarrollo de las ciudades frente al campo, y el proceso de concentración demográfica en las zonas fabriles urbanas. Esto trajo consigo una serie de problemas evidentes en el plano fisiológico: hacinamiento en barrios marginales, en edificios inflexibles e improvisados que suponían un retroceso con respecto a la vida en el cottage, falta de higiene que frecuentemente desembocaba en enfermedades y epidemias, inexistencia de unos servicios públicos elementales, etc. En el plano psicológico, la evolución hacia el individualismo de los hogares arrancados del marco de la comunidad campesina se vio acompañada de una destrucción de las bases tradicionales de la vida familiar, a causa del trabajo de las mujeres y los niños, ampliamente difundido desde el final del siglo XVIII.

. En cuarto lugar, la experiencia, tradición, sabiduría y moralidad preindustriales no proporcionaban

una guía adecuada para el tipo de comportamiento idóneo en una economía capitalista. Su misma ignorancia material acerca, por ejemplo, de cuál era el mejor modo de vivir en una ciudad, del valor del ahorro, o de comer alimentos industriales, podía hacerle más pobre de "lo necesario". (Un ejemplo claro de lo que decimos lo constituyen los funerales y velatorios irracionalmente costosos que los trabajadores defendían como tradicional tributo a la muerte y a la reafirmación comunal en la vida).

Esas eran las tensiones cualitativas que oprimían a los trabajadores pobres de las primeras generaciones

industriales. A ellas debemos añadir las cuantitativas: su nivel material de vida. Sobre este tema se ha discutido mucho y se han dado muchas cifras, y sólo presentaremos aquí brevemente el estado de la cuestión. Ningún historiador niega que la Revolución Industrial elevara a la larga los niveles de vida de los trabajadores. La población obrera y campesina de los países que se industrializaron consumía más a fines del siglo XIX que en el siglo XVIII. Tenía una mayor esperanza de vida y también había logrado una mejor educación y sanidad. Sin embargo, un tema muy debatido por los historiadores es si esa elevación del bienestar se dio o no durante las primeras décadas de la Revolución Industrial. Dos tendencias han surgido en relación con este tema: la “pesimista” y la “optimista”. Los historiadores pesimistas (J.L. Hammond, E.J. Hobsbawm, E.P. Thompson, etc.) sostienen que los trabajadores disminuyeron su nivel de vida durante los primeros tiempos de la Revolución Industrial. Afirman que los salarios bajaron. Que las condiciones de trabajo en las fábricas eran más penosas que en los talleres artesanales o en el campo. Que en las fábricas trabajaban 14 ó 15 horas diarias mujeres y niños de corta edad. Que las ciudades eran insalubres y la población de los barrios obreros vivía hacinada en sus hogares. La escuela pesimista sostiene, pues, que el aumento de la renta nacional durante las primeras décadas de la industrialización benefició exclusivamente a los capitalistas y a las clases medias. La mayor riqueza se habría concentrado de este modo en manos de una minoría de la población.

. No hay duda en el hecho de que en términos relativos el pobre se hizo más pobre, simplemente porque el país, y sus

clases rica y media, se iba haciendo cada vez más rico. . La primera economía liberal no basaba su desarrollo en la capacidad adquisitiva de su población obrera: los economistas tienden a suponer que sus salarios no debían estar muy por encima del nivel de subsistencia. Hasta mediados de siglo no

surgieron las teorías que abogaban por salarios más elevados como económicamente ventajosos, y las industrias que abastecían al mercado interior de consumo -es decir, vestidos y enseres domésticos- no fueron revolucionadas hasta su segunda mitad. . No hay duda, tampoco, de que las condiciones de vida de determinadas clases de población, se deterioraron. Estas clases

estaban compuestas básicamente por los jornaleros agrícolas en general, las empleadas en industrias y ocupaciones en decadencia, desplazadas por el progreso técnico. . Parece comprobado que, en términos generales no existió una mejora general significativa en el período comprendido

entre 1795 y 1845. (Puede haber habido -o no- deterioro). A partir de entonces hubo una mejoría indudable. A partir de 1840, el consumo creció de forma significativa (hasta entonces no había experimentado grandes cambios). Tras esta década es incuestionable que el paro disminuyó de forma considerable. Y por encima de todo, el pálpito de una inminente explosión social que había flotado en Gran Bretaña casi constantemente desde el fin de las guerras napoleónicas,

desapareció. Los ingleses dejaron de ser revolucionarios, y ese era un síntoma inequívoco de mejoría. HOBSBAWM, E.J.: Industria e Imperio...op.cit.

La tendencia optimista (Clapham, Ashton, Hartwell, etc.) mantiene puntos de vista contrarios. Admitiendo que el nivel de vida de los trabajadores era muy bajo, algunos historiadores piensan que los salarios subieron. Que las condiciones de trabajo en las fábricas eran similares a las que antes existían en los talleres y hogares campesinos, donde también hombres, mujeres y niños trabajaban muchas horas. Que la mortalidad disminuyó en las ciudades pese a su insalubridad, lo que demostraría que la vida en el campo antes de la Revolución Industrial no era precisamente bucólica. La escuela optimista sostiene, pues, que el

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aumento de la renta nacional durante las primeras décadas de la industrialización benefició a capitalistas y clases medias más que a trabajadores, pero que éstos también elevaron algo su nivel de vida.

Quizás sea imposible lograr una medida exacta del nivel de vida en los años que van de 1800 a 1850, pero, dejando de lado los prejuicios y las teorías preconcebidas, se puede llegar a una afirmación firme sobre la tendencia de los niveles de

vida basándose en la masa de testimonios que nos ha llegado (...). Este artículo defiende la existencia de una tendencia ascendente en los niveles de vida durante la revolución industrial (...). Nuestro argumento es el siguiente: dado que aumentó la renta per cápita, dado que no hubo en la distribución una tendencia en contra de los trabajadores, dado que (después de 1815) bajaron los precios al tiempo que los salarios nominales se mantenían constantes, dado que aumentó el

consumo per cápita de alimentos y otros bienes de consumo, y dado que el gobierno intervino cada vez más en la vida económica para proteger o elevar los niveles de vida, hay que concluir que en los años que van de 1800 a 1850 se produjo un aumento en los salarios reales de la mayoría de los trabajadores ingleses. R.M.HARTWELL, 1961. Tomado de Historia del Mundo Contemporánea. Santillana.

El debate entre pesimistas y optimistas no ha concluido, porque es muy difícil medir el nivel de vida durante los inicios de la Revolución Industrial. La primera dificultad procede de la escasa información todavía disponible sobre la evolución de los salarios reales, esto es, de los salarios que, expresados en moneda constante, nos indican el verdadero poder adquisitivo de los trabajadores. Otras dificultades provienen de la escasa información existente sobre los precios o sobre los niveles de desempleo. Tampoco se

sabe lo suficiente sobre las condiciones de trabajo en talleres artesanales y en hogares campesinos anteriores a la Revolución Industrial. No se puede, por tanto, emitir un juicio definitivo sobre si esas condiciones fueron peores o similares en las fábricas. Aumentara o disminuyera el nivel de vida, lo cierto es que los trabajadores que vivieron la primera fase de la Revolución Industrial participaron muy escasamente del aumento de la riqueza. Sobre ellos recayó la peor parte de la industrialización: salarios de subsistencia, condiciones de trabajo a menudo inhumanas, mayor mortalidad que otras clases sociales y ruptura de sus modos de vida tradicionales. Nada de esto puede negarse. Pero también es cierto que las clases trabajadoras de los países que se industrializaron lograron a la larga un nivel de vida muy superior al de las sociedades preindustriales. Este acceso a un mayor bienestar no fue sólo resultado del aumento de la productividad y de la riqueza, sino de una mejor distribución de la renta gracias a las conquistas sociales de los trabajadores. OTRAS CONSECUENCIAS políticas y económicas de la R.I. son la aparición de nuevas doctrinas, el nacimiento de organizaciones obreras y el fenómeno del colonialismo:

. Las filosofías novedosas en el plano socioeconómico son el liberalismo y el socialismo. El liberalismo económico, máxima del capitalismo, propugnaba un ordenamiento natural, no controlado por el Estado, en el que la propiedad y la iniciativa privada, la libre concurrencia y el libre comercio garantizarán la prosperidad y el progreso social. En cuanto al socialismo, a su primera fase "utópica", partidarios de comunidades educativas y productivas y de la convivencia armónica de los individuos, sucede la etapa "científica" de Marx y Engels, principales exponentes del materialismo histórico en el que la lucha de clases aparece como motor de la historia. . Para entonces ya se habrán desarrollado las primeras formas laborales y políticas de organización obrera, partidos y sindicatos, y pautas obreras de comportamiento colectivo (manifestaciones, huelgas..). . En último término, los Estados industrializados procedieron a la ocupación y explotación de

territorios extra-europeos, compitiendo entre ellos y generando el fenómeno que conocemos como IMPERIALISMO, y que estudiaremos posteriormente.

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1.7. CONCLUSIÓN:

DE NUEVO EL CRECIMIENTO ECONÓMICO SOSTENIDO.

El logro más importante de la Revolución Industrial fue que originó por primera vez en la Historia un crecimiento económico sostenido. La explicación de este hecho es sin duda el problema más debatido por la ciencia económica y por la historia económica. Economistas e historiadores aceptan que el crecimiento sostenido es el resultado de la acción conjunta de cuatro factores: 1), cantidad y calidad de la mano de obra; 2), reinversión de capital; 3), tecnología, y 4), instituciones que lo favorezcan. Trataremos por separado cada uno de ellos. Primero: el crecimiento económico requiere una mano de obra abundante y con alto grado de formación y especialización en el trabajo. Cuanto mayor sea el número de trabajadores y mejor su formación profesional, mayor será la renta de un país y su renta per cápita. Los países industriales han cumplido esta primera condición del crecimiento económico. Prueba de ello es, por ejemplo, el descenso del analfabetismo que han registrado.

Segundo: el crecimiento económico necesita de una constante reinversión del capital. La producción de trigo no podría aumentar sin más semillas, más abonos, más riegos o más tractores. Tampoco la fabricación de vestidos se incrementaría sin invertir dinero en la compra de lana o algodón, en la instalación de nuevas

fábricas o en la mejora de la maquinaria. Una parte de la renta nacional debe, pues, ahorrarse y reinvertirse para asegurar una mayor capacidad de producción. Los países industriales también han cumplido esta segunda condición necesaria para alcanzar el crecimiento. Tercero: la incorporación de nuevas tecnologías contribuye de modo decisivo al crecimiento económico porque eleva la productividad del trabajo. En el siglo XVIII, un campesino con arado tirado por un buey y con abono escaso cultivaba poca tierra y obtenía poco trigo. Los tractores a vapor y los fertilizantes químicos lograron en el siglo XIX que aumentara la cantidad de trigo producida por un campesino. Hoy, los tractores a gas-oil y los mejores abonos hacen que cada agricultor produzca mucho más que durante el siglo pasado. Antes de la Revolución Industrial existían pocas máquinas en la industria textil y eran accionadas por los brazos de los trabajadores. Nuevas máquinas, movidas primero con energía hidráulica y luego con vapor, revolucionaron la productividad de los obreros textiles desde el siglo XVIII. Hoy, una maquinaria más eficaz –incluso robotizada- y movida por electricidad hace que los trabajadores textiles produzcan mucho más paño en menos tiempo de trabajo que durante la pasada centuria. Los países industriales han cumplido esta tercera condición del crecimiento económico, sustituyendo antiguas tecnologías por otras más eficaces. Los progresos de la ciencia aplicados a la producción y los de la ingeniería han resultado cruciales en este sentido. Cuarto: por último, el crecimiento económico requiere de instituciones que lo favorezcan. Al hablar de instituciones, nos referimos al Estado o a las empresas y al comportamiento de ambos. Las monarquías absolutas del siglo XVIII, por ejemplo, obstaculizaban el crecimiento porque mantenían los privilegios del Antiguo Régimen. Hubo, pues, que sustituirlas por regímenes políticos liberales para que se iniciara la industrialización. Luego, el Estado fomentó el crecimiento económico mediante inversiones de capital o promulgando leyes favorecedoras de las empresas capitalistas. También las mentalidades y las costumbres deben de incluirse entre los factores del crecimiento. Como ya apuntamos, se ha argumentado que la religión protestante benefició la aparición de empresarios, ya que

su ética no condenaba el lucro. Dejando de lado este hecho, lo cierto es que mentalidades y costumbres sociales pueden, en efecto, impedir o activar el crecimiento económico. No cabe duda de que un país dominado por grandes terratenientes que se mostraran reacios a invertir capital en la industria, crecería menos que otro con empresarios activos, capaces de emprender el desarrollo de nuevas iniciativas. Tampoco un país cuya tradición negara a la mujer el derecho a trabajar fuera del hogar tendría grandes posibilidades de aumentar su riqueza.

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LA REVOLUCION INDUSTRIAL. MATERIAL COMPLEMENTARIO.

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN INGLESA Y FRANCESA EN MILLONES DE PERSONAS

PERIODOS GRAN BRETAÑA

FRANCIA PERIODOS GRAN BRETAÑA

FRANCIA

1781-1790 9,4 26,5 1855-1864 22,9 37,4

1803-1812 11,6 28,4 1865-1874 25,7 36,2

1815-1824 13,9 30,4 1875-1884 29,2 37,6

1825-1834 16,0 32,6 1885-1894 32,6 38,3

1835-1844 18,2 34,2 1895-1904 36,5 38,9

1845-1854 20,5 35,8 1905-1913 40,0 39,6

Fuente: RULE, John: Clase obrera e industrialización. Historia social de la revolución industrial británica, 1750-1850, Crítica, 1990.

EL PROGRESO TECNOLOGICO. AVANCES TECNICOS Y DESCUBRIMIENTOS CIENTIFICOS. (Cronología) 1705: Thomas Newcomen (herrero y cerrajero) retoma la idea de utilizar el vapor para el bombeo de agua a través de la intervención del vapor sobre un pistón o émbolo móvil. Patenta su "máquina de fuego", precursora de la máquina de vapor. 1709: Abraham Darby (fundidor) funde hierro con carbón de hulla. Los resultados obtenidos fueron escasamente satisfactorios por el remanente de azufre en la masa obtenida, lo que dificultaba su afinado posterior. No obstante, este hierro poroso era muy útil para fundir mediante moldes una serie de enseres de gran uso, destinados a obtener una demanda por su bajo precio: calderos, parrillas, planchas, morteros,..., iniciaron la fortuna de la saga de los Darby. 1714: Termómetro de mercurio con escala (Fahrenheit, Alemania). 1733: J.Kay (fabricante de cardas) patenta la "Lanzadera volante", nuevo tipo de telar. Superaba el límite que suponían los brazos del tejedor (que era la anchura máxima del tejido que podía obtenerse en los telares de la época) y hacía innecesario el hasta entonces imprescindible ayudante. Duplicaba o cuadruplicaba la rapidez del trabajo del operario y obtenía un paño de superior calidad. Además, por su tamaño reducido, era fácil de instalar en los talleres domésticos de los pequeños industriales. 1735: Harrison, cronómetro. 1736: John Wyatt, primera máquina de hilar. 1740: Benjamin Huntsmann (relojero) consigue fundir un acero de mejor calidad que el existente, pero las

piezas conseguidas eran de escasas dimensiones y el costo aún resultaba muy superior al que sería necesario para que el nuevo material alcanzase las posibilidades de un uso extensivo en la industria. 1742: Celsius, escala centígrada termométrica. 1750: A partir de esta fecha, la "lanzadera volante" se difunde generando una demanda de hilatura a la que fue, de momento, imposible atender cumplidamente, pese al artilugio de Wyatt. 1752: Franklin, pararrayos. 1760: Hasta esta fecha no se produce una extensión amplia de los hornos siderúrgicos que utilizaban carbón de coque. 1766: Cavendish, descubrimiento del hidrógeno. 1768: Hargreaves (hilandero) patenta la "Spinning Jenny" (Juanita la hilandera), instrumento que, imitando

los movimientos de un hilador y con la simple energía humana alcanzaba una producción similar a la de 36 hilanderas. No obstante, el hilo obtenido era tan fino y frágil que tan sólo podía utilizarse en la trama de tejidos de algodón. 1765: J.Watt patenta su "máquina de vapor" a partir del invento de Newcomen. 1769: Richard Arkwright (barbero, creador de pelucas tintadas) patenta la "Water frame", por la energía hidráulica que mueve esa máquina de hilar. La producción estaba en relación 1:100 con las ruecas habituales y obtenía un hilo fuerte y resistente, especialmente apto para la urdimbre de las telas de algodón. 1774: Priestley descubre el oxígeno 1775: John Wilkinson, "rey del hierro", utiliza una máquina de vapor Watt para inyectar aire en un alto horno. A partir de esas fechas, las industrias siderúrgicas pueden dejar de depender de los bosques que suministraban carbón vegetal, lo que obligaba a trasladar periódicamente las fundiciones cuando se agotaba el bosque. Con la máquina de vapor se disponía así de una corriente intensa de aire para garantizar una combustión suficiente del carbón mineral. La industria del hierro comenzó a establecerse en los lugares de extracción del mineral de hierro y carbón. 1778: Smeaton, campana de inmersión. 1779: Samuel Crompton (artesano, granjero y tejedor) presenta una hiladora que combinaba las perfecciones de los artilugios anteriores. La denominó "Mule Jenny", y producía un hilo fino y muy resistente. Sucesivos

perfeccionamientos la adecuaron para la tracción animal, llegando a utilizar simultáneamente entre 216 y 360 husos.

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1780: Lavoisier, teoría de la combustión. 1783: Henry Cort inventa el procedimiento del "pudelado". Un sistema que, utilizando carbón mineral, permite la producción de lingotes de hierro colado de buena calidad. 1783: Montglofier, primera ascensión en globo. 1784: Cartwright (pastor protestante) aplica el vapor a un telar tradicional. 1787: Lavoisier, principio de conservación de la materia. 1796: Parker, cemento. 1797: Charles Tennant descubre el polvo blanqueador, mezclando cloro con cal viva, muy utilizado en la industria textil. 1802: Volta, pila eléctrica. 1807: Fulton, barco a vapor. 1822-30: Sucesivos inventos de Roberts que, definitivamente mecanizaron tanto la hilatura ("Selfactina") como los telares (energía hidráulica). 1829: Neilsen inyectó a través de la bomba de vapor aire previamente calentado en los hornos siderúrgicos, y comprobó el incremento de la combustión y el ahorro de combustible. 1829: Stephenson, línea férrea Liverpool-Manchester. 1832: Morse, telégrafo. 1833: Faraday, electrólisis.

1834: Jacobi, motor eléctrico. 1837: Primera línea férrea París-St.Germain. 1838: Hertz, ondas electromagnéticas. 1841: Liebig, abonos químicos. 1845: Wölker, descubrimiento del aluminio. 1848: Primera línea férrea Barcelona-Mataró. 1852: Remak, división de la célula.

1856: Perlin, colores sintéticos. Bessemer, convertidor. Permite aumentar enormemente la producción de acero. 1858: Vinchov, patología celular. 1859: Darwin, "Sobre el origen de las especies". Se perfora por primera vez un pozo petrolífero en Ohio. 1865: Mendel, Leyes de la herencia. 1866: Nobel, dinamita. 1869: Meyer-Mendeliev, clasificación de los elementos. 1872: Gramme (y Siemens), dinamo. Transformación de la energía motriz en eléctrica. 1876: Graham-Bell, teléfono. 1878: Thomas-Gilchrist, procedimiento para eliminar el fósforo de ciertos minerales de hierro y permite la explotación de yacimientos con elevado porcentaje de este material. 1879: Edison, lámpara incandescente. 1880: A partir de esta fecha, el níquel cobra importancia por sus aleaciones con el acero (acero inoxidable) y con el cobre (alpaca). Hall utiliza el procedimiento de electrólisis para obtener aluminio a bajo coste 1881: Se lleva a cabo el alumbrado público en EEUU Lesseps comienza la construcción del Canal de Panamá. 1882: Edison inaugura la primera central eléctrica en Nueva York. Koch, bacilo de la tuberculosis y del cólera. 1884: Daimler y Benz, motor de gasolina de cuatro tiempos. 1885: Bergmann, asepsia. 1885: Pasteur, vacuna contra la rabia. 1891: Tranvías eléctricos y comienzo del metro londinense.

1893: Dreser, aspirina. 1895: Röntgen, rayos X. Lumière, el cinematógrafo.

1897: Diesel, motor de aceites pesados. 1900: Zeppelin, dirigible. 1903: Hermanos Wright, avión a motor. 1905: Einstein, teoría de la relatividad. 1909: Nicolle, vacuna contra el tifus.

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TEMA 1: LA PRIMERA REVOLUCION INDUSTRIAL (RESUMEN) CONCEPTO Y SIGNIFICACION La llamada "Primera Revolución Industrial", sin duda el acontecimiento más trascendental de la historia contemporánea, tuvo sus comienzos en el último tercio del S. XVIII y sus características más destacadas fueron:

- consolidación del sistema de producción fabril. - aparición del maquinismo como modo de producción. - utilización del vapor como fuente de energía aplicada primero a las máquinas de las fábricas y más tarde al ferrocarril y a la navegación. - desarrollo de las industrias textiles, siderometalúrgicas y mineras como industrias básicas. - ampliación del comercio desde el mercado nacional al de ámbito europeo y extraeuropeo. - escasa implicación de los gobiernos en la actividad económica.

Los orígenes del término "Revolución Industrial" son casi contemporáneos del fenómeno que definen. A comienzos del S. XIX, algunos escritores franceses, al reflexionar sobre los violentos cambios políticos

experimentados por su país en las décadas anteriores, los comparan con los pacíficos avances que la economía y, especialmente, la industria de Inglaterra habían experimentado en el mismo período. Para destacar este contraste aplicaron a los cambios económicos el término "revolución" que por entonces ya se había hecho de uso habitual en el terreno político. Surgió así la expresión "revolución económica", que muy pronto se transformó en "revolución industrial". Desde mediados del S. XIX, los teóricos socialistas (Engels, Marx y otros) utilizan la expresión para referirse a las negativas consecuencias sociales que había provocado el desarrollo económico de Inglaterra. Arnold Toynbee en 1884 y, por fin, Paul Mantoux en 1906 consagraron

definitivamente el término. A partir de 1945 el concepto adquiere una nueva dimensión: Muchos países coloniales de Asia y África acceden a la independencia política y muy pronto descubren que ésta no será plena sin gozar de autonomía económica. Para ello estos países necesitan pasar antes por un proceso de Revolución Industrial. De este modo la R.I. se inserta en la problemática del desarrollo económico y se convierte, al mismo tiempo, en un fenómeno histórico y en una realidad actual que interesa a los economistas. Desde el punto de vista de éstos, el crecimiento es, por definición, un proceso gradual y la R.I. constituye su etapa más importante. Según el economista W.W. Rostow en su polémica obra "Las etapas del crecimiento económico" (1960) todo país debe pasar por cinco fases o etapas para alcanzar el nivel del desarrollo económico:

-La sociedad tradicional, que se caracteriza por el estancamiento económico. -Las condiciones previas para el despegue, fase de transición en la que deben conseguirse tres objetivos:

a) elevación de las tasas de inversión para sobrepasar el incremento demográfico y provocar un sensible aumento del consumo per cápita. b) creación de uno o varios sectores de industrias de transformación cuya rápida expansión ejerza un efecto de arrastre sobre el resto de la economía. c) existencia de un aparato político que impulse la expansión y haga del crecimiento un fenómeno duradero con la movilización de capitales y la limitación de las importaciones.

- El despegue (take off). Es la etapa decisiva del crecimiento, porque establece la línea de separación entre los países atrasados y los desarrollados. Rostow la llama "despegue" porque a partir de entonces el proceso de crecimiento es irreversible y auto sostenido; él mismo actúa como motor de su propio avance.

- La marcha hacia la madurez, caracterizada porque las industrias que habían encabezado el desarrollo en la fase anterior son superadas por otras nuevas que poseen un nivel tecnológico mucho más elevado.

- La era del alto consumo en masa, determinada por el aumento del nivel de vida de la gran masa de la población de los países desarrollados.

(Las teorías de Rostow, aunque resultan muy atractivas, presentan múltiples problemas cuando se las intenta aplicar a la evolución económica de los diferentes países. Sin embargo, han sido fecundas, en cuanto que su discusión ha permitido importantes avances en el conocimiento de los procesos internos del crecimiento económico). El contenido del concepto de Revolución Industrial se ha ido enriqueciendo progresivamente a medida que ha avanzado el conocimiento de los historiadores sobre el tema. Seguramente es la conciencia de la complejidad del fenómeno el rasgo que mejor caracteriza el enfoque actual de las investigaciones. Por ello, lo que ahora interesa es conocer el contenido global del fenómeno, abarcando no solamente todos sus aspectos económicos, sino también sus repercusiones sociales y culturales.

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Según la definición de Phyllies Deane (quizá la más totalizadora), la Revolución Industrial comprendería siete grandes transformaciones:

- Aplicación amplia y sistemática de la ciencia y de la tecnología al proceso de producción para el mercado. - Expansión del horizonte económico, desde el autoconsumo familiar y los mercados locales, a los nacionales e internacionales. - Emigración de la población desde las comunidades rurales a los núcleos urbanos. - Ampliación de las dimensiones y despersonalización de las relaciones de trabajo en la unidad típica de producción, que pasa de ser el taller familiar a la fábrica. - Especialización y desplazamiento de la mano de obra desde la producción de bienes primarios, a la de bienes manufacturados y servicios. - Uso intensivo y extensivo de los recursos de capital como sustitutivo y complemento del trabajo humano. - Aparición de nuevas clases sociales -burguesía industrial y proletariado-, definidas por su relación con los medios de producción.

Todos estos rasgos, tomados conjuntamente, definen con precisión el contenido de la "Revolución

Industrial". Sin embargo hay autores que defienden la existencia de varias revoluciones industriales en función de las nuevas fuentes de energía que se han aplicado masivamente a la economía. Existirían así, una 1ª R.I., caracterizada por el uso de la hulla y el vapor; una 2ª R.I., caracterizada por la aplicación de la energía hidroeléctrica y el petróleo; y ahora nos encontraríamos en la 3ª R.I. definida por la aplicación industrial de la energía nuclear. Esta terminología ha hecho fortuna, pero cabría objetar que los cambios económicos provocados por la segunda y tercera revolución no pueden compararse en importancia con los que determinó la 1ª R.I.

Para los autores del S.XIX la Revolución Industrial tenía un marco cronológico muy limitado, que coincidía con el período de mayor acumulación de innovaciones técnicas: 1770-1800. En la actualidad, la mayor parte de los historiadores está de acuerdo en asignar a la R.I. inglesa el período comprendido entre 1780 y 1850. En la fecha inicial es cuando por primera vez se puede apreciar una fuerte elevación en los índices de crecimiento de casi todos los indicadores económicos. En cambio, hacia 1850, se puede decir que ya se ha completado la mecanización de todos los sectores industriales, y que la economía británica ha alcanzado su madurez.

FACTORES DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL En la segunda mitad del S.XVIII se inicia en Inglaterra una profunda transformación de las estructuras económicas y sociales que, tras su extensión al continente en el XIX, sienta las bases del mundo contemporáneo, constituyendo uno de los fenómenos más trascendentales de la historia: la "REVOLUCION INDUSTRIAL". El concepto comenzó a utilizarse muy pronto, casi contemporáneamente al fenómeno que describen, tal vez como contrapeso en el terreno económico de lo que en el político había significado en Francia la revolución de 1789. Tuvo rápida aceptación y, tras la segunda guerra mundial adquirió una nueva dimensión: al acceder muchos países coloniales de Asia y Africa a la independencia política descubrieron muy pronto que ésta no sería plena sin gozar de autonomía económica. Para ello deberían llevar a cabo un proceso de "revolución industrial". El concepto, por tanto, deja de referirse exclusivamente a un fenómeno histórico concreto y se convierte en una realidad actual que interesa por igual a economistas e historiadores. Es a partir de ese momento cuando comienzan a estudiarse con profusión los requisitos necesarios para que

se produzca el tránsito de una economía "antigua" a otra "moderna", o lo que es lo mismo dentro ya del campo histórico, los factores que influyeron en el inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra. Este es el punto que vamos a desarrollar a continuación, observando primero que el análisis de estos

factores ha sido muy problemático y discutido por parte de los expertos y que nosotros nos limitaremos a destacar brevemente los más importantes. Entre éstos ocupa, sin duda, un lugar prioritario la REVOLUCION AGRICOLA, que ya había comenzado y seguía desarrollándose, y que, según Hobsbawm cumplió cinco funciones en la tarea de la industrialización:

- aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria en rápido aumento - proporcionar mano de obra para la naciente industria - propiciar una acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la economía - crear un mercado amplio entre la población agraria -normalmente la gran masa del pueblo-, un mercado de bienes de primera necesidad y también los derivados de la renovación de los cultivos y de los medios técnicos - proporcionar un excedente para la exportación

Todo esto fue posible gracias a los cambios producidos en las técnicas y los cultivos (eliminación del

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barbecho mediante el abonado y la rotación cuatrienal, asociación de agricultura y ganadería gracias a la introducción de plantas forrajeras, aparición de nuevo utillaje agrario -arado triangular, máquina sembradora..-, cierta especialización comercial, etc...) y a importantes transformaciones de la estructura agraria (sustitución del sistema comunal de campos abiertos por el individualista de campos cerrados. Esta transformación ocasiona un proceso de concentración de la explotación agraria en pocas manos, permite introducir métodos de cultivo intensivo, propician la expansión de la superficie cultivada a costa de los terrenos comunales y baldíos y hace desaparecer como clase al pequeño campesino independiente). Un segundo factor decisivo, aunque de difícil valoración, es el AUMENTO DEMOGRAFICO. La dificultad estriba en que el aumento de población, si no va acompañado de otras transformaciones (una cierta expansión en la producción), puede ser un factor negativo y retardatario del crecimiento económico. En la Inglaterra del S.XVIII sí podemos detectar ese crecimiento productivo, por ello, se puede afirmar que el crecimiento demográfico favoreció el desarrollo de la R.I. al menos de dos maneras:

- Aumentando la mano de obra para la industrialización. - Porque el aumento de población, especialmente de la urbana, implica un aumento de la demanda de productos industriales con el consiguiente desarrollo de la producción y más alto nivel de precios, además de un estimuló a las inversiones de los empresarios para aumentar la capacidad productiva de sus fábricas mediante nuevos métodos o nuevas técnicas.

Es muy importante tener en cuenta también la FORMACION DE UN MERCADO NACIONAL. En el S.XVIII se produjo en Inglaterra una transformación radical en la organización de su comercio interior, al pasar de un sistema de ferias comarcales y mercados locales aislados, a la constitución del un verdadero mercado nacional, en el que se integran todas las regiones del país. Fueron muchos los factores que contribuyeron a este gran cambio, pero ninguno tan decisivo como la puesta a punto de nuevos sistemas de transporte y comunicaciones.

La llamada "REVOLUCION DE LOS TRANSPORTES" -previa a la que supondría el ferrocarril-, tiene dos aspectos principales que, cronológicamente, son casi simultáneos: la construcción de carreteras y la de canales, y su influencia puede resumirse en tres puntos:

- Hicieron bajar los precios de las mercancías pesadas - Pusieron en relación a las regiones agrícolas con las zonas industriales - Contribuyeron a ampliar el mercado de capitales al fomentar la constitución de sociedades por acciones para financiar su construcción

Aunque más tardía (años 30,40 y 50 del XIX), la aparición del FERROCARRIL revolucionó definitivamente el mercado interior británico, y su importancia obliga a dedicarle unas líneas. En efecto, el ferrocarril, además de robustecer los efectos mencionados anteriormente, contribuyó a la aceleración del proceso industrial:

- generando una demanda de mano de obra sin precedentes. - absorbiendo la producción siderúrgica y carbonífera del país, además de convertirse en "locomotora" de muchos y variados sectores industriales. - convirtiéndose en el principal receptor de inversiones de capital. - en una fase posterior, siendo el negocio más rentable para los capitalistas ingleses fuera de su país.

Además de la revolución de los transportes, otros factores ayudaron a la integración del mercado nacional:

- La eliminación de las aduanas interiores facilitó la articulación del comercio interregional. - El crecimiento urbano dio un gran impulso a los intercambios entre las ciudades y el campo. - También contribuyó al desarrollo del comercio la especialización de ciertas regiones en determinados

productos agrícolas e industriales. - Finalmente, el aumento sostenido del nivel de vida de la población inglesa hasta 1780 que incrementó su capacidad adquisitiva y que llegó a modificar sus propios hábitos de consumo,

ampliando la demanda de productos industriales. Sin embargo, la demanda interna no era suficiente por sí misma para impulsar la transformación del conjunto del sistema productivo. El COMERCIO EXTERIOR jugó también un papel fundamental como confirma el desarrollo de la industria textil. Sintetizando, según P.Deane, el comercio exterior británico contribuyó al triunfo de la R.I. de seis formas principales:

- Amplió el mercado para los productos de la industria británica, complementando la demanda interior. - El comercio exterior dio acceso a nuevas fuentes de materias primas, que diversificaron y abarataron la producción industrial de Inglaterra. - Aumentó también la capacidad adquisitiva de los países coloniales, para que compraran las mercancías industriales británicas. - Sus beneficios crearon una acumulación de capital que contribuyó a financiar la R.I. - Desarrolló un complejo sistema de instituciones comerciales (legislación mercantil, seguros, control de calidad...) que contribuyó también a mejorar la producción industrial.

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- Finalmente, la expansión del comercio exterior, impulso decisivamente el crecimiento de las ciudades y de los grandes centros industriales.

Pero todo proceso de industrialización necesita ir precedido de un AUMENTO DE LA OFERTA DE CAPITALES para posibilitar la financiación de las inversiones industriales. Sigue siendo éste uno de los puntos más oscuros de la Revolución Industrial: ¿cómo se produjo este aumento? Además de ciertas explicaciones más o menos descartadas (llegada de metales preciosos americanos, tendencia al ahorro de la población británica o disposición amplia de créditos), la explicación tradicional afirma que la acumulación procedió fundamentalmente de aquellos sectores económicos cuya prosperidad a lo largo del S.XVIII les permitió reportar beneficios mucho más elevados que el resto de las actividades:

-el comercio de ultramar -la agricultura

Junto a estas "fuentes externas" de acumulación de capital, los estudios más recientes han aumentado la importancia del papel jugado por el capital proveniente de "fuentes internas":

- la capacidad de autofinanciación de la propia industria, especialmente en el sector textil, cuyos costes, al principio, eran muy reducidos. - el "putting-out" o sistema de trabajo doméstico, existente desde el S.XVII, generalizado en el XVIII y continuado en el XIX.

Habría que aludir también a factores IDEOLOGICOS, POLITICOS Y DE PRACTICA EMPRESARIAL. Por ejemplo:

- Algunos estudios han incidido en la existencia de una relación directa entre protestantismo y espíritu de empresa

- así como el papel jugado por las universidades escocesas con su marcado espíritu liberal y su credo utilitarista. - Por otra parte, en Inglaterra se había desarrollado, además, un clima político y cultural favorable a los proyectos individualistas e innovadores. Hay que recordar que la estabilidad política lograda, el moderado régimen de libertades personales garantizado por revolución de 1688, el fortalecimiento político del Parlamento, y otros motivos también relacionados con el desarrollo de las instituciones liberales, constituían elementos que favorecían el desarrollo del progreso y de las ideas nuevas, el orden en el mundo de los negocios y la abolición de muchos antiguos privilegios, como asimismo el progresivo ascenso de las capas burguesas de la sociedad. - No es posible olvidar tampoco la influencia ejercida por Adam Smith y su obra "La riqueza de las naciones" como primer teórico de la R.I., desarrollando una implacable crítica contra el mercantilismo y el conjunto de restricciones monopolistas y privilegios anacrónicos existentes. - ni dejar de señalar la "especial" mentalidad de los industriales ingleses (según David Landes eran, normalmente, más abiertos al riesgo, más conscientes de su autonomía e independencia respecto a los gobiernos y organismos públicos, más dispuestos a reinvertir sus ganancias en máquinas y actividades productivas, y a organizar, junto a otros grupos, la búsqueda de nuevos medios financieros) y las oportunidades concretas que se les ofrecían por los factores que hemos señalado con anterioridad.

Entre los factores de la Revolución Industrial derivados más o menos directamente de la evolución interna del sistema económico, la MULTIPLICACION DE LAS INNOVACIONES TECNICAS en Inglaterra a partir de la primera mitad del S.XVIII ha sido indicado durante mucho tiempo como el más decisivo para el surgimiento del moderno sistema fabril. Sin embargo, hoy en día se tiende a matizar esta afirmación. Algunos expertos afirman que la revolución industrial (por lo menos hasta la primera mitad del S.XIX) no tuvo necesidad de la aplicación racional y sistemática de las ciencias a la solución de los problemas técnico-productivos, porque, por una parte, existía

la posibilidad de utilizar muchos conocimientos prácticos ya existentes hacia finales del S.XVIII entre los

artesanos y, por otra, porque las primeras máquinas eran relativamente sencillas y correspondían a una experiencia práctica en los mismos lugares de trabajo. En cualquier caso, se puede concluir que el progreso tecnológico fue un proceso gradual y debe ser considerado, más que como un factor prioritario de la R.I., como un elemento paralelo que, junto a otros factores, contribuye al desarrollo del proceso de industrialización. (Este progreso tecnológico se manifiesta más tempranamente en el sector textil.)(AMPLIAR) Para concluir es interesante mencionar la reciente aportación (1993) de E.A. Wrigley según la cual, "la revolución industrial era sumamente improbable, e incluso totalmente imposible" a partir de todos los factores mencionados, ya que el crecimiento de la economía de la época, basada en la tierra ("economía orgánica avanzada" la denomina), estaba limitado inevitablemente por los rendimientos marginales decrecientes. Asegura Wrigley que la revolución industrial no se habría producido de no haberse hallado (y explotado) una NUEVA FUENTE DE ENERGIA MINERAL, EL CARBON, capaz de liberar a la producción de la dependencia de la productividad de la tierra.

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LA REVOLUCION INDUSTRIAL. TEXTOS "La invención y el uso de la máquina de peinar la lana, que tiene por efecto reducir la mano de obra de manera muy inquietante, inspira (a los obreros) el temor serio y justificado de llegar a ser, ellos y sus familias, una grave carga para el estado. Constatan que una sola máquina atendida por una persona adulta y servida por cinco o seis niños realiza tanto trabajo como treinta hombres trabajando a mano según el antiguo sistema (...). La introducción de la citada máquina tendrá por consecuencia casi inmediata el privar de sus medios de subsistencia a la masa de los obreros. Todos los negocios serán acaparados por algunos empresarios poderosos y ricos (...). Las máquinas, cuyo uso lamentan los peticionarios, se multiplican rápidamente en todo el reino, experimentándose ya cruelmente sus efectos: un gran número de obreros se encuentran sin trabajo y sin pan. Con dolor y en la más profunda angustia ven aproximarse el tiempo de miseria en el que cincuenta mil hombres, con sus familias, privados de todos los recursos, víctimas del acaparamiento, lucrativo para algunos, de sus medios de existencia, se verán reducidos a implorar la caridad de sus parroquias.

Petición de los obreros a los Comunes, "Diario de la Cámara de los Comunes" (1794), trad. por José U. Martínez Carreras, en ARMESTO SANCHEZ, Julio: "Textos y documentos de historia

contemporánea". Vicens-Vives, Barcelona, 1987, pp.16 y 17.

"La velocidad a la cual se puede circular en ferrocarril no tiene límites; sin embargo, hasta la hora presente no se ha querido rebasar las doce leguas por hora. Los medios disponibles para la colocación de los raíles, de las traviesas y de los pernos que los mantienen unidos, así como el trazado de la vía y el consabido empedrado de ésta, etc, la construcción de los vagones y de las locomotoras, no presentan aún las garantías suficientes de seguridad como para atreverse a sobrepasar dicha velocidad; y la explotación de esa rama de la industria es demasiado reciente como para que se hayan podido corregir las numerosas deficiencias que la experiencia ha puesto ya de relieve. Sin embargo, no cabe la menor duda de que en un futuro no demasiado lejano se estará en condiciones de aprovechar toda la velocidad que se ha ido logrando tras las diversas pruebas. Es sobretodo, incluso se podría decir únicamente, en interés de los viajeros que dicho logro es de desear, pues es digno de subrayar hasta qué extremo, instruido por la civilización a comprender el valor del tiempo, anhela ahorrarlo por todos los medios. En su afán por alcanzar lo más rápidamente posible la meta que se propone, pasa por alto los posibles peligros a los que teme menos que a un eventual retraso. El ferrocarril constituye uno de los adelantos más sorprendentes de nuestra época. Aún no hemos conseguido familiarizarnos con la idea de esa increible velocidad, que arrastra a los viajeros sin siquiera permitirles darse cuenta de la distancia que recorren. Lo que, quizás, no deje de ser menos sorprendente, es la audaz temeridad de los primeros viajeros que se atrevieron a confiar sus vidas a esas temibles máquinas. Ahora bien, la influencia del ejemplo resulta milagrosa; lo que jamás un individuo aislado se atrevería a intentar, diez simultáneamente lo van a emprender. En cada vagón habían tomado asiento un cierto número de amigos que se daban mutuamente ánimos, y llegaban de este modo a olvidar que la menor avería en esas

potentes máquinas constituiría para todos ellos el signo precursor de una muerte espantosa y prácticamente inevitable.

(SEGUIN, M: De l'influence des chemins de fer et de l'art de les tracer et de les construire. Lieja, 1839, pg.1630)

“A medida que nos aproximábamos a Halifax, encontrábamos casas cada vez más cercanas y, al fondo, cada vez más grandes. Más aún: las laderas de las colinas estaban completamente salpicadas de casas... El país estaba dividido en pequeños cercados, de dos a siete acres cada uno, y por cada tres o cuatro hazas se encontraba una casa...Después de haber pasado la tercera colina, pudimos darnos cuenta de que el país formaba como un pueblo continuo, aunque el terreno fuese siempre tan montuoso; apenas se encontraba una casa alejada de las demás a mayor distancia que la del alcance de la voz. Pronto conocimos la ocupación de los habitantes: amanecía y, a los rayos del sol que comenzaba a brillar, percibimos delante de casi todas las casas unos remos para tender las telas y sobre cada remo una pieza de tela... El juego de la luz sobre las telas cuyo color blanco brillaba al sol, formaba el más agradable espectáculo que se pueda ver (...) Cualquiera que fuese la dirección a donde apuntasen nuestras miradas, desde la base a la cima de las colinas, por todas partes era la misma vista: una multitud de remos y sobre cada remo una pieza de tela blanca”. DEFOE, D.: A tour through the whole island of Great Britain, Londres, 1724-27, tomo III, pp.98-99.

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1 ACRE = 40’47 AREAS 1 AREA = 100 METROS CUADRADOS 100 ÁREAS = 1 HECTÁREA = 10.000 METROS CUADRADOS 1 ACRE = 4.500 METROS CUADRADOS HAZA : PORCIÓN DE TIERRA LABRANTÍA O DE SEMBRADURA.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA ESCUDERO, Antonio. La revolución industrial. Biblioteca Básica de Historia. Anaya. 6ª ed. 1997 (Ed.Or.1988) E.A.WRIGLEY. Cambio, continuidad y azar. Carácter de la revolución industrial inglesa. Crítica, 1993 CASTRONOVO, V. La revolución industrial. Oikos-Tau, 1989 BALDO LACOMBA, Marc. La revolución industrial. Síntesis, 1993 HOBSBAWM, E.J. Las revoluciones burguesas. Labor, 1985 GUTIERREZ BENITO, Eduardo. La Revolución Industrial. Síntesis


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