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CONQUISTA DEL ESTADO

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Conferencia pronunciadaen el Ateneo de Madridel día 21 de abril de 1951

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Imp. SAMARAN.—Mallorca, 4.—Madrid—Teléf. 27 08 06

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LA última y la única vez que he estadoen el Ateneo antes de nuestra guerra

fué el 2 de abril de 1932, cuando porquegrité ¡Viva España! delante de los antece-sores de ustedes considerándola una excla-mación subversiva, hubo bronca, salierona relucir los vergajos y con una porra degoma Luis Batllés sacudió las espaldas deun energúmeno en medio del público. Car-mina, la fiel funcionaria de la Secretaríadel Ateneo, se hubiera desmayado si enton-ces asistiese a este salón donde tales triful-cas habían roto el ritmo contemporizador,neutralista, equidistante del Ateneo, utili-

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zado así por Cánovas y que ha rehecho conla misma intención y con resultado perfectodon Pedro Rocamora. Al poner en marchael artilugio de la Restauración como una no-ria cuyos cangilones dan vueltas, pero re-huyen el agua y el fango del fondo del pozopopular, aunque viril o zarrapastroso de Es-paña, don Antonio Cánovas del Castillo ne-cesitaba que las luchas fratricidas de la callese traspasaran a las polémicas académicasdel Ateneo, ya que ni siquiera aquí se rele-gaba la fricción, siquiera fuese como el to-reo de salón dentro de este salón, sino quese pretendía obtener en todo momento laconvivencia, la conllevancia, por la atrac-ción de tribus y de guerrilleros montaraces.

Este clima de autoclave fué maltrechodesde el instante en que el Ateneo, trans-formando la convivencia en beligerancia, seconvirtió en Club terrorista, en jarka. Si elateneísta se había trasmutado en un niño te-rrible, hubo un ateneísta radical que se en-caró con el Ateneo de dos maneras sucesi-vas. Cansado de pegarse panzadas de lectura

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en la Biblioteca, Ramiro Ledesma Ramostuvo un primer movimiento de disgusto y derepulsión. La cultura moderna que habíaaprendido en los libros del piso de arribano la encontraba en los modales y en lospensamientos de los hombres del piso deabajo. Aunque presumieran de progresistas,eran, con esta denominación que sugiere laespelunca del tiempo remoto, pretéritamen-te pasado, unos cavernícolas cabales. Así lostachó Ramiro en el primer número de «LaConquista del Estado», inaugurando con supluma una sección bajo la rúbrica de «LaEspaña que deshace», mientras que otro co-laborador redactaba en las columnas de allado la sección gemela y contrapuesta: «LaEspaña que hace.» La primera postura delateneísta Ledesma Ramos fué la actitud deincluir al Ateneo bajo el titular de «La Es-paña que deshace» ; en tanto que su segun-da actitud consistió en meterse en la bocadel lobo, para comprobar si el niño terribletenía dientes y no se limitaba sólo a berrear.Así anunció una conferencia en el Ateneo

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para el 2 de abril de 1932 con el tema de«Fascismo frente a marxismo», dispuesto acorrer el albur de los insultos y de las agre-siones, mediante la acción directa y el darla cara. Ramiro ha descrito después en unlibro con una concisión de parte militar,cual si relatase empresas ajenas, aquellaconferencia de hace diecinueve años del si-guiente modo : «Una conferencia en el Ate-neo a cargo de Ramiro Ledesma, y con eltítulo de «Fascismo frente a marxismo»;. Lacosa era de una audacia insólita. Considé-rese lo que es y representa el Ateneo. ElCentro más calificadamente enemigo de lasideas que iban a ser defendidas por el con-ferenciante. Y por si era poco la oposiciónradical de la mayoría de los socios, se con-gregó en el salón una representación nutri-dísima del partido comunista con la inten-ción que es de suponer. Ramiro Ledesma sepresentó en el Ateneo con sus veinticincocamaradas. El salón estaba completamentelleno de enemigos. Ramiro llevaba, paramás gravedad, una camisa negra y una cor-

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bata roja, prendas que por entonces pensa-ban adoptar sus correligionarios. El actofué, naturalmente, resonante. El públicoorganizado y preparado para eso, interrum-pía al orador a cada segundo, y éste, renun-ciando a la exposición razonada y discursivadel tema, se dedicó exclusivamente a com-batir con las frases más crudas las ideasmarxistas del auditorio. Era, pues, una lu-cha de uno contra dos mil y que duró, sinembargo, más de media hora. La Prensa co-mentó ampliamente el suceso. Aparte losgritos y las protestas verbales, los comunis-tas no desarrollaron otro género de violen-cias. No obstante, hubo algunos golpes. Elestudiante nacionalsindicalista Luis Batllésdió un fuerte porrazo a un comunista, pre-cisamente el que más se distinguía en suvocerío, y que, por cierto, se afilió añosmás tarde a Falange. Luis Batllés al huirse dió con la cabeza contra los cristales dela puerta, hiriéndose y deteniéndolo losguardias. No hubo más incidentes.»

No hubo más incidentes el 2 de abril

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de 1932, detrás de la experiencia ateneísta,a lo vivo, de Ramiro Ledesma Ramos; perocomo conviene contar la historia completade todos los personajes, añadiré que tantoel narrador, como el agresor, como el voci-ferante agredido, que era nada menos quenuestro camarada Manuel Mateo, murie-ron los tres asesinados por el comunismoen 1936. He dicho que Ramiro era un ate-neísta y así lo fué a través de sus metamor-fosis intelectuales y de indumentaria. Cuan-do se cubría con un sombrero hongo ydejaba en su cara la majeza del mechón hit-leriano, del bigotito irreverente y de las pa-tillas. Cuando se vistió con la camiseta delana amarilla, donde le habían bordado lagarra hispánica. Cuando apareció con la ca-misa negra y la corbata roja. Cuando en elPenal de Ocaña tuvo la libertad de dejarsecrecer una barba pequeña, con lo que JoséBergamín le bautizó sarcásticamente con elnombre de Balbo raquídeo. Con esta fachao con aquella apostura subía y bajaba lasescaleras del Ateneo, entraba y salía por la

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cacharrería, por la Biblioteca, por los pa-sillos con retratos y señoritas ateneístas unpoco aburridas, por los demás salones. Enun corro invectivaba con una helada ironíaintelectual frente a cualquiera. En otro co-rro había abierto su banderín de enganche.En la Biblioteca le detuvo la policía en elmes de julio de 1933 estando redactandoun ensayo sobre la insurrección armada.Desde el Ateneo me escribió comunicándo-me que acababa de asaltarse la sede de losAmigos de la Unión Soviética. Quizás en-cima de ese mismo pupitre pergeñó en elinvierno de 1931 el manifiesto preliminarde «La Conquista del Estado». Grandes fe-chas germinativas la de 1921, 1931, 1941y, ¿por qué no?, de 1951 también. La déca-da es un instrumento, más que una medidacronológica; es un motor de la historia. Lajuventud española de 1921 se disparó ha-cia Africa. Nuestra juventud de 1931 fuéla juventud de la Revolución Nacional. Lajuventud de 1941 fué la juventud expedi-cionaria de la División Azul en Rusia, cu-

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yas consecuencias aun permanecen inéditas.Del 1921 interventor ha salido Franco, Cau-dillo de los españoles y de los africanos.De 1931 nació a la vida pública José Anto-nio Primo de Rivera y la generación de laFalange. Las promociones desde 1941 has-ta aquí son las que tal vez sientan curiosi-dad por conocer cómo se fundó «La Con-quista del Estado». ¿Cómo era España en1931, hace veinte años, o por mejor decir,cómo éramos los españoles con veinte añosmenos? Cuando Ramiro Ledesma me leyóel borrador para el manifiesto de «La Con-quista del Estado», las cuartillas manuscri-tas yacían dentro de un ejemplar de las«Lecciones sobre la Filosofía de la HistoriaUniversal», de Jorge Guillermo FedericoHegel. Le visitaba por primera vez en sudomicilio de Santa Juliana, 3, más allá delCinema Europa y antes de llegar a la esta-ción de Metro de Estrecho, y en aquella ba-rriada popular, operaria, proletaria, teníadelante, con ademán suasorio, aunque sinprodigarme concesiones, más que un capi-

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tan de la juventud, un ágil metafísico deveinticinco años: sarcástico, acerado, terco,reticente, agresivo, audaz, pero cuya intimi-dad era pura y candorosa. Ramiro se pei-naba ya con el mechón de pelo caído sobrela sien izquierda, enmarcando su fisono-mía, donde los ojos zarcos y el mentón vo-luntarioso, eran dos síntomas de su integé-rrima tenacidad, con una insolencia entreautoritaria y despectiva, como si no le im-portase el asentimiento de los otros, el con-sentimiento ajeno. Esta dureza ingénita deRamiro procedía de su raza campesina, desu testaruda ascendencia sayaguesa, más quede un hábito o de un orgullo intelectual.

Sobre este nieto de labriegos había inci-dido el idealismo alemán; pero a la postrefueron Federico Nietzsche y Carlos Maurrasquienes catalizaron su meollo para la ac-ción política, para la enorme aventura quedesembocaría axiomáticamente en la muer-te. Un par de influjos vivos, un par de per-sonas amigas, lo empujaron también con lafascinación de su conocimiento de Italia y

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Alemania a que redactase las palabras pro-féticas y peligrosas de la proclama de «LaConquista del Estado». Ernesto GiménezCaballero, desde su circuito imperial de1928 por tierras occidentales, había descu-bierto el secreto de Roma y consigo el mitouniversal del Fascismo. José Francisco Pas-tor —tuberculoso, tímido, intransigente,hijo de un santero valenciano, para sucum-bir después casi desterrado en el hogar deun hispanófilo comunista de Holanda— ha-bía enviado a «La Gaceta Literaria» de Er-nesto, una síntesis del alma alemana bajola impresión quiritaria del profesor Gun-dolf y la camarilla hermética de los poetasen torno a Esteban George.

Ledesma estaba al tanto de su tiempo ycomprendía las reacciones de la juventuditaliana y germánica en pos de un Estadoque negase, si era menester, hasta la mismalibertad. Ahora bien, ¿cuál era el Estadoespañol de 1931? ¿El de la Monarquía dela Restauración, el de la República del 14de abril? Una tesis clásica en Ramiro es

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que la República del 14 de abril heredóel Estado de la Monarquía de Sagunto, suscuadros de funcionarios, sus magnates, susbanqueros, sus generales, sus periódicos,sus vicios y debilidades y sus microscópicasvirtudes. Una tesis mía, más extremista y,por lo tanto, tal vez, más disparatada, esque en España durante muchos siglos no haexistido Estado, aunque hayamos vividopara y sobre un Imperio. El Estado necesi-ta un espíritu de continuidad y una tensiónen el recuerdo, en la memoria, como tam-bién requiere una Hacienda equilibrada,unas finanzas en orden que aseguren la es-tabilidad, la permanencia reposada y nopendiente de un hilo del Estado. Pues bien,un análisis de la vida española al cabo decerca de dos milenios, nos conduce a la con-clusión de que siempre estamos esperanza-dos y a la par desesperados, como si no nosapoyáramos encima de un Estado, de unasituación de hecho y de derecho resistente.Acepto como expresión de mi experienciahistórica este resumen que el universitario

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catalán Carlos Iglesias ha publicado, glosan-do el libro de Américo Castro, «España enla Historia», en la revista «Laye», órganode la Delegación de Educación Nacional deBarcelona. Esto es: la estructura funcionaldel español se manifiesta: a) Como anhe-lante esperanza de alcanzar a cimas y des-tinos prefigurados en una creencia divina ohumana. La creencia de que aquí se trata,abarca y totaliza el horizonte vital de la per-sona: se cree en el Rey, en el honor, en lafísica o filosofía tradicionales, en una ideo-logía importada, en una mesiánica revela-ción, en la importancia de la propia perso-na, etc. b) Como inseguridad acerca delcumplimiento de la promesa implícita en lacreencia. De hecho, la esperanza y la inse-guridad conviven constantemente una allado de la otra, engarzadas, imbricadas mu-tuamente. Una conciencia de vacuidad, deinexistencia, ha atravesado todas las épo-cas del vivir hispánico, como si el mundose iniciara en cada instante en un continuoproceso estructural de hacerse-deshacerse.

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Júntese a esta tara psicológica el tradicionalapuro de la Hacienda española, el desba-rajuste de nuestra tesorería en las finanzas,de tal modo crónicos que nos han dejadoperplejos los estudios de don Ramón Caran-de en torno a los banqueros de Carlos V,con el agua al cuello en cuestión de recur-sos, mientras que debía mantener y ampliarun Imperio. Famosos son los nombres yapellidos de López Ballesteros, FernádezVillaverde y Calvo Sotelo; porque despuésde la guerra de la Independencia, de la pér-dida de las postreras colonias y del agota-miento de la España canovista, fortalecie-ron y, sobre todo, ordenaron el erariopúblico. En 1931 no había Estado que con-quistar, sino, en cualquier caso, un Estadoque crear, después de una bancarrota cen-tenaria. El pesimismo de Cánovas sacado desu conocimiento de la España habsburguesale condujo a un compromiso entre las fuer-zas de la tradición; pero que, sin embargo,carecían de un vínculo constante, perma-nente con el pasado, y las fuerzas del libe-

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ralismo sin fantasía para abastecer y hen-chir un futuro. A la mala y rutinaria Ad-ministración se le llamó Estado, trayendolas oposiciones a la concordia del Ateneo.

No obstante, el pueblo español anduvosuelto por la calle. Ante el cabileñismo delespañol que se erguía sobre los escombrosde la ficción estatal pulverizada, más no re-tirada de la circulación en 1931, la tarea deRamiro para recoger adeptos aparecía in-fructuosa, antipática, intempestiva e impru-dente. ¿Quién iba a enrolarse tras la disci-plina de un muchacho desconocido, cuandoel libertinaje y la anarquía mugían dentrohasta de los más circunspectos ciudadanos?Ramiro Ledesma acudió a varios propensoscamaradas, contertulios de café, condiscí-pulos de clase en las Facultades de Cienciasy Filosofía, paisanos de Zamora, vecinos depupitre en la Biblioteca del Ateneo o anti-guos colaboradores de «La Gaceta Litera-ria», escuchando todas las veces idénticarespuesta negativa. Al fin hubo diez espa-ñoles ignotos y descabalados que se decidie-

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ron a unirse momentáneamente con Ramiropara la firma y presentación del manifiesto.Componían este equipo de once jugadorespolíticos once españoles, cuyas semblanzasha trazado el mismo Ledesma con una des-envoltura de retratista callejero más que depintor áulico y cortesano. Acaso dolieron aRamiro las posteriores defecciones; pero siel grupo inicial no tuvo conexión, era pre-visible que pronto se descarriase lo que eratan impar y había costado tanta pacienciaunir transitoriamente. Desde Bermúdez Ca-ñete, el economista de la agrupación, pro-cedente de los aledaños confesionales dedon Ángel Herrera, aunque fué el primertraductor de «Mein Kampf» de Hítler, has-ta Francisco Mateos, el dibujante y pintorsevillano que presumía de sus amistades filocomunistas muniquesas, cerca de Gross yToller, se encontraban en medio GiménezCaballero, que aun no había concebido su«Genio de España», aunque sí había diri-gido en 1928 una carta abierta, a modo deproclama, a nuestras juventudes, contenien-

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do un índice intelectual de oposición al li-beralismo burgués y de aspiración a una Es-paña imperial sustentada en una doble mís-tica social y heroica. O el universitarioRamón Iglesias Parga, al que dirigió nomi-nativamente Giménez Caballero la anteriorepístola, cuando desempeñaba en la Univer-sidad sueca de Goteborg el cargo de lectorde Lengua y Literatura españolas. A RamónIglesias, Ramiro le describe así: «Formabaparte del Grupo con un entusiasmo infantil,que demostró en las calles distribuyendo elmanifiesto político que precedió a la salidadel periódico. Iglesias era un muchachograndullón, muy exaltado, que a los pocosmeses se hizo comunista y hasta, al parecer,atravesó un período de salud mental preca-ria en un sanatorio.» O Ricardo de Jaspe,un medio aristócrata andaluz que llegó ha-cia nosotros por conducto del señor Sangro-niz. O Alejandro Raimúndez, un galleguitointeligente e irónico pescado por Ramiro enel Ateneo y que ahora trabaja en la B. B. C.de Londres. O Manuel Souto Vilas, en la ac-

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tualidad catedrático de Filosofía en el Ins-tituto de Bilbao, a quien Ledesma ficha deeste modo en 1935: «Souto Vilas afirmabasu firmeza de campesino celta. Propagó contodo entusiasmo en Galicia «La Conquistadel Estado», y ha sido, y es aún, uno de losque con más honradez, capacidad y conse-cuencia defienden la bandera nacionalsin-dicalista.» O Antonio Riaño Lanzarote, ori-ginario de la F. U. E., que fué luego unestupendo oficial provisional durante nues-tra Cruzada y ocupó cargos técnicos de granconfianza en el Ministerio de Industria yComercio encontrándose destinado en laciudad del Cabo. O Roberto Escribano Or-tega, monárquico enfeudado a sus tierras dePampliega, hijo del farmacéutico que explo-tó la Sanoaspirina y el vino de Peptona Or-tega, aficionado al dibujo heráldico y, comotal dibujante, el primer español que ennuestra época ayuntó el yugo y las flechascon intenciones políticas. O el más benja-mín del grupo, que era yo mismo en perso-na, por lo que se me eligió como secretario

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perpetuo. Recuerdo que las objeciones delos firmantes fueron pocas al texto, cuyoborrador trazó sólo Ramiro, cuya tozudez yperseverancia se revelaron ya al conseguirla entrega de unos miles de pesetas para lapublicación y propaganda de «La Conquistade España» como semanario del grupo na-ciente. Voy a revelar los dos principales sos-tenedores financieros de la Empresa, quejamás han sido mencionados por nadie, peroque al cumplirse dos décadas de su inter-vención, no supone una indiscreción in-oportuna el citar sus nombres. Don José Fé-lix Lequerica y don José Antonio Sangro-niz, ambos con imaginación y con erudicciónpolíticas, confiaron en las dotes organizado-ras de Ramiro. Sin duda, recordando Le-querica su tesis doctoral acerca de la vio-lencia soreliana y teniendo presente el fu-turo marqués del Desio que la fortuna ayudaa los audaces. Donde asistimos a la últimalectura del manifiesto, alrededor de unavela de sebo, que se apagaba, porque toda-vía faltaban los muebles y la luz eléctrica

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en aquel despacho, más propio para ofici-nas comerciales que para reducto nacional-sindicalista, de la planta D en el número 7de la antigua avenida de Eduardo Dato, se-ría nuestra sede durante medio año. Al ver-la, nos dijo Giménez Caballero, alentadora-mente, que el «Covo» de Milán había sidobastante peor y más macilento. Firmamos yjuramos obediencia al jefe investido por suintrepidez durante aquel crepúsculo de unsábado lluvioso de febrero.

Al día siguiente, el Madrid que se dispo-nía a recibir a la República con pitos deverbena y disfraces de carnaval, hubo desorprenderse ante el reparto copiosísimo deuna hoja impresa en los talleres Gama, don-de se editaba «El Imperial», taller que en-tonces controlaban los anarquistas. Tantolas hojas como las voces de los agitadoresque agigantaban varios megáfonos, les ins-tigaban a suscribir los rigurosos postuladosde un manifiesto, entre docto y revolucio-nario, cuya vecindad nonnata había sido laaltiva dialéctica hegeliana. El manifiesto se

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desdoblaba en una dogmática de diecisietepuntos y en un esquema de organización abase de células sindicales y células políticas.La dogmática partía de la supremacía delEstado, de la afirmación nacional, de laexaltación universitaria, de la articulacióncomarcal de la nación y de la estructura sin-dical de la Economía.

Lo más tajante era su punto 14 anuncian-do la expropiación de los terratenientes:«Las tierras expropiadas se nacionalizarány serán entregadas a los Municipios y en-tidades sindicales de campesinos.» La másentrañable era la frase: «Nos hacemos res-ponsables de toda la Historia de España»,con lo que se pretendía cancelar las pre-sentes y futuras comisiones o tribunales deresponsabilidades. Cuanto le asemejaba alos demás movimientos juvenilistas era la si-guiente referencia a la edad para el inme-diato proselitismo : «Para entrar en una cé-lula se precisará estar comprendido entrelos dieciocho y cuarenta y cinco años. Losespañoles de más edad no podrán intervenir

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de un modo activo en nuestras falanges.»El más anciano de los firmantes del mani-fiesto no había cumplido los treinta y cincoaños. Permitidme la confidencia de que sóloen este año de 1951 habré alcanzado el cum-pleaños máximo que se consentía en «LaConquista del Estado». Dentro de unos me-ses me habrían expulsado.

Casi nadie vino a nosotros entonces, si seexceptúa la adhesión de Luis Batllés, el es-tudiante alicantino de Farmacia, al que he-mos visto esgrimir su porra en este local delAteneo; la adhesión de Matías Montero;la adhesión de Manuel Sarrión, el pasantede José Antonio, a quien desde el primerdía interesó seguirnos la pista. Aparte de es-tas tres adhesiones de honor, hubo tres ocuatro docenas de espías marxistas, confi-dentes policíacos, jovenzuelos alucinadospor la prosa patética de Ramiro y algún an-ciano nacionalista intransigente o algún ma-niático de la novedad. Ya estábamos aco-modados en el local de la Gran Vía, que fuérepartido por biombos de madera en tres

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estancias más pequeñas para el despacho deldirector y la redacción minúscula, donde ga-rrapateaban en mi compañía Lorenzo Puer-tolas, Antonio Hernández Leza y RiañoLanzarote, mientras dibujaban EscribanoOrtega y Francisco Mateos, el dibujante hir-suto y pipudo de los Comicidios. Junto anosotros tecleaban las máquinas de escribirde la Administración y se aburría Victori-no, el conserje, robusto toresano escogidoentre un centenar de aspirantes por RamiroLedesma, a causa del paisanaje común, poresa confianza en la fidelidad de la tierra.

Ramiro estaba solo en su bufete, en me-dio de unos muebles Rolaco tan inseguros,que nadie se atrevía a sentarse encima delas butacas de acero relucientes y seda gris.Ramiro se había desnudado de su camisa yde su corbata burguesas para vestir ya el jer-sey de lana amarilla con una garra preda-toria y violenta bordada cerca del corazón.Acodado sobre el ventanal de su despacho,a medida que avanzaba la primavera, con-templaba el tráfago cosmopolita de la Gran

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Vía, el ir y venir de la gente incauta, aguar-dando cubrirse con el gorro frigio para re-ventar de felicidad, mientras bajaban y su-bían los ascensores de la casa de EduardoDato, núm. 7, con los clientes de una Agen-cia distribuidora de películas, o los adoles-centes de chaleco escarlata que redactaban«Germa», la revista de la F. U. E. de Me-dicina, o un oficinista escuálido, cabizbajo,con los aladares cenicientos y una amargamueca. Era Daniel Anguiano, el compañerode Besteiro, de Saborit y Largo Caballeroen el Penal de Cartagena por la direcciónde la huelga revolucionaria del 17, y quehabiendo derivado hacia el comunismo, sedesengañó pronto y trabajaba allí, en unaoficina comercial, para su familia, tambiénmelancólica, también con anteojos.

El título de nuestro semanario traducíauna cabecera utilizada ya por Curcio Mala-parte en una revista suya —«La Conquistadello Stato»— en los albores del fascismo.Era un rótulo tal vez pretencioso e insolentecomo toda la retórica malapartiana, pero

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significando la necesidad de una lucha, deuna férrea batalla, cuyo botín final sería elpredominio de la minoría victoriosa encimadel Estado. Al considerar bélicamente la po-lítica, el florentino de Prato tenía que es-cribir después, como un tratadista militar,su «Técnica del golpe del Estado», cuyasprimicias en España publicamos nosotros,como asimismo varios capítulos de su otrolibro: «Comprensión de Lenin.» Antes deanalizar la estrategia y la táctica de nuestrocombate, urgía a Ramiro la propaganda, laventa y difusión del semanario. Y así hubode actuar vanguardísticamente con las tretasy trucos del vanguardismo literario para lla-mar la atención. Ardid, por otra parte, quesiempre ha puesto en práctica Giménez Ca-ballero. Editamos un prospecto de papelverde grueso encabezado por un arcángellidiando con un dragón, debajo del cual in-sertamos, según el uso, la lista por orden al-fabético de los presuntos colaboradores. Allíse codeaban Adolfo Hítler, Benito Mussoli-ni, Henri Barbusse, Jacques Bainville, An-

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tonio Ferro, Américo Castro, José Berga-mín, Rafael Arberti, el doctor Pittaluga, elprofesor del Río Ortega, Baroja, Maeztu,Menéndez P i d a l , Araquistáin, GabrielFranco, Benjamín Jarnés, Valentín AndesAlvarez, Emilio García Gómez, Félix Lo-renzo, etc., etc. En fin, toda la gama deperiodistas, ensayistas, filósofos, eruditos yliteratos, jóvenes y viejos, zurdos y dere-chistas, que defendían la Monarquía hosti-gada o suspiraban a cada instante por laRepública. La Redacción de «La Conquistadel Estado» iba a ser un pandemónium, unaretorta infernal, una monstruosa nave delos locos. Todos se sintieron denunciados ycomprometidos y todos quisieron a la vezpurificarse o proclamar su inocencia. Re-cibimos cartas y más cartas de los señoressusodichos negándonos el pan, la sal, elagua y hasta el saludo. Barbusse nos escri-bió en un académico francés su gala invec-tiva, y el cojo Bullejos, el líder a la sazóndel comunismo hispano, a quien tambiéncomplicamos en la broma, nos amenazaba

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con pegarnos cuatro tiros. Las protestas sereproducían en la prensa de izquierdas bajorótulos especialmente reservados a tanta al-garabía vocinglera, a tanto furibundo tu-multo. Sin embargo, Ramiro no perdió elaplomo ante el triunfo de su befa dirigién-dose al señor director de «El Sol» para ma-nifestarle que todos los señores protestantestenían con nosotros compromiso previo yformal de colaboración.

A pesar de esta bulla, «La Conquista delEstado» apareció desapercibida y sin ningúnéxito callejero, ya que vino a la luz el 14 demarzo de 1931, cuando sólo faltaban treintadías para el 14 de abril. Se editaba en lostalleres de Albero, famoso en aquellas ka-lendas por su colección de novelas por en-tregas que vendía con el acicate de regalarmarcos para retratos y máquinas de coser.Cada ejemplar de gran tamaño costaba unreal, abarcando seis páginas, confecciona-das por el propio Ramiro. Su consigna cen-tral y repetida era el pregón que sintetizabaun credo: «Frente a los liberales somos ac-

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tuales. Frente a los intelectuales somos im-periales. ¡Arriba los valores hispanos!»Nos ocupábamos del pavoroso conflicto delcampo andaluz, como más tarde del campogallego y del campo castellano, y de las vi-dencias políticas de Ramón Gómez de laSerna, que desde entonces quedó enroladoal más primitivo falangismo. Se comentabael plan quinquenal ruso y don Francisco Ri-vera Pastor, un palentino despistado, dis-cípulo de Ginés de los Ríos y funcionariodel Ministerio del Trabajo, con EduardoAunós, ensayaba acerca del espíritu de laConstitución de Cádiz. Se barajaban con-ceptos y esloganes al parecer confusos, con-tradictorios, repelentes; pero no era flacala faena de retirar a la juventud y al puebloque se iban tras el trapo rojo, gualda y mo-rado de la República. Tuvimos que presen-tarnos impávidamente como unos desorien-tados, como unos ilusos, ya que no se pres-taban a concedernos confianza como unosprofetas. En la sección de la «España quehace» colocó Ramiro a la F. U. E. para, a

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columna seguida, poder meterse con el Ate-neo clasificado en la «España que deshace».Desde este salón solemne del Ateneo Cien-tífico Literario, ahuecando la voz, pronun-cio estas palabras reproducidas de un textode hace veinte años sobre la docta casa:«En fin, creemos que el Ateneo representahoy en la vida española un tope y un tópi-co. El tope impide la marcha, no deja ha-cer, retiene a los españoles en tareas desva-necidas, deshace, en una palabra. El tópico,es hacer creer a la gente que allí hay finosintelectuales que pulsan la más leve vibra-ción de los nuevos tiempos.» El ateneístaRamiro Ledesma practicaba el harakiri de-lante de la respetabilísima galería de retra-tos, esfumándose en compañía de los ate-neístas muertos y de los ateneístas vivos, so-bre el fondo de un tapiz. Ahora bien, elviejo Ateneo de Moreno Nieto, el Ateneode Cánovas, de don José Echegaray, de Dazael extremeño, del conde de Romanones, deBernardo G. de Cándamo y de don Victo-riano García Martín, como ven ustedes, no

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es un cadáver que puede levantar un juezni escamotear un prestidigitador.

Ledesma ha definido de esta manera elsemanario: «El periódico era profunda-mente nacionalista y era profundamente re-volucionario, subversivo y social. No hayque olvidar el momento de España en quenació: marzo de 1931. Cuando culminabanlas campañas electorales contra la Monar-quía y ésta se tambaleaba radicalmente. Elperiódico, sin embargo, mostró en sus pri-meros números un soberano desprecio porla ola del republicanismo: aun sin defen-der, desde luego, para nada a la Monarquíaagónica, basándose en que el movimientorepublicano ligaba por entero su destino alas formas demoliberales más viejas.» Comouna prueba de este aserto, en la víspera delas elecciones del 12 de abril, «La Conquis-ta del Estado» insertó este pasquín: «Asis-timos sonrientes a la inútil pugna electoral.Queremos cosas muy distintas a esas que seventilan en las urnas: farsa de señoritosmonárquicos y republicanos. Contra cual-

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quiera de los bandos que triunfe luchare-mos. Hoy nos persigue la Monarquía condetenciones y denuncias. Mañana nos per-seguirá el imbécil Estado republicano quese prepara.» Continuaba el pasquín reve-lando lo que pedía «La Conquista del Es-tado» y continuamos la definición de Ledes-ma en torno al semanario: «La Conquistadel Estado» pretendía representar un es-píritu nuevo y tenía necesariamente quechocar con el republicanismo de 1931, encuyas redes veía además caer a toda la ju-ventud generosa e inexperta. En realidad,la contraposición del periódico al espíritupredominante en los grupos triunfadores deabril era, y tenía que ser, absoluta. Conformidable ímpetu, el periódico aceptó sudestino en aquella hora, que consistía enestar frente a todo y frente a todos, dandoaldabonazos para despertar una nueva con-ciencia juvenil, que por entonces no apa-recía más que en el grupo redactor y en uncentenar escaso de simpatizantes. Apenasproclamada la República, inició una oposi-

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ción violentísima contra el Gobierno pro-visional, atacándole por su espíritu demo-burgués, antimoderno, y por su indiferen-cia, por su insensibilidad ante los problemashistóricos de signo nacional verdadero. Ala vez, naturalmente, el periódico era anti-comunista, si bien escrutando con toda fije-za las líneas que postulaban una salida so-cial, subversiva, por ejemplo, la C. N. T.,con quien coincidió en su huelga contra laTelefónica extranjerizante, en busca apa-sionada de coincidencias que le permitiesenenlazar con alguien sus esfuerzos.»

Se editaron unos seis mil ejemplares delnúmero 1, sobrando más de la mitad y contendencia a languidecer y a extinguirse enel quinto número. Pero al sexto número nodesertaron los lectores, sino que fué la des-bandada, la espantada más bien, de la ma-yor parte de los que habían suscrito el ma-nifiesto. Había sobrevenido el 14 de abril,desfilando debajo del ventanal del despachi-to de Ledesma, solitario entonces como nun-ca, las mascaradas con las banderas tricolo-

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res, la masa ingenua y anacrónica, que serefocilaba al compás de la Marsellesa o elHimno de Riego. Ramiro necesitó mucho co-raje y mucha confianza en su sino y en sugeneración para no seguir a la patulea de loscoribantes o renunciar a la empresa que pa-recía fallida apenas puesta en marcha. Eldibujante Mateos se fué por republicano yRoberto Escribano Ortega nos abandonócomo monárquico. Habían de permanecerfieles a la aventura Bermúdez Cañete, Sou-to Vilas, Puertolas, Leza y yo, esperandoque aquella euforia tricolor amainase y co-menzaran a escucharnos los jóvenes españo-les. Mientras tanto redactaba Ramiro susarengas a unos secuaces fantasmagóricos, oamenaza al marxismo y a los separatistascon nuestras falanges de combate. Si algúnenemigo se hubiese atrevido a enfrentarsecon nuestras huestes, sólo hubiéramos podi-do oponerle fuera de nuestra prosa la man-quedad de Leza, o la grácil apostura feme-nina de Julita o de Emilia, las mecanógra-fas. Sin embargo, Ramiro Ledesma aguar-

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daba cualquier agresión y temerariamentepermanecía alerta, con la pistola en el bol-sillo, preparándose a responder a la embes-tida de un adversario superior.

Cada sábado aparecía La Conquista delEstado, encarándose con un Azaña, que to-davía no había entrado en la vía del desenga-ño, tan lejana de su arrogancia ateneísta, unAzaña al que, sin embargo, bullían en elmagín algunos párrafos de su posterior ycasi ascética «Una velada en Benicarló».Encarándose con Maciá, con Alcalá Zamora—este par de orates enredados en las pala-bras y en las musarañas de sus megaloma-nías respectivas. Haciendo cara a la socialdemocracia, al liberalismo, que habían fra-casado en el mundo de 1931, después delKrack de los Estados Unidos, del abandonodel patrón oro por Inglaterra y del orto delos partidos postliberales y antiliberales apo-yados en una democracia social, en una de-mocracia sindical. Y apelando nosotros, porconsiguiente, a los resortes y consignas deun orbe nuevo. A pesar del hosco contorno

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en el que se iluminaba el horizonte con losincendios de las iglesias y conventos o encuyo fondo retumbaban las piezas del sietey medio cañoneando la casa sevillana deCornelia, la fe de Ledesma nos mantenía entensión y estábamos seguros de que la re-volución nacional se abriría paso como unmito capaz de construir un Estado y, porlo tanto, como una tarea a través de todoslos corazones. Fué un presentimiento pre-maturo el que condujo a Ramiro Ledesma aofrecer a Ramón Franco el caudillaje, quesería cinco años más tarde la misión provi-dencial del Generalísimo. La Conquista delEstado insertó en la primera página de sunúmero del 9 de mayo una carta al coman-dante Franco bajo los epígrafes de «La re-volución que haremos», «Fidelidad a la ju-ventud», «La ruta imperial», «Ni derechasni izquierdas», o sea, con un programa na-cional y social que luego ha sido la plata-forma ideológica de nuestro nacionalsindi-calismo. A pesar de haberla recogido en unfolleto con una portada impresa en colori-

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nes con armas terroríficas, aquella invitaciónquedó sin respuesta; pero desde ese día laoficina de Eduardo VII comenzó a animarsepor la visita de gentes curiosas. Llegabancartas de Extremadura y de Cataluña, de Ga-licia y de Valencia, epístolas de estudiantesy de libertarios. Nos escribieron desde Lis-boa los redactores de Acción Nacional, re-vista maurrasiana, Antonio Pedro y DutraFaria, y desde París los últimos discípulosde Sorel y de Hubert Lagardelle, agrupadosen torno de la revista Plans, donde pontifi-caba el arquitecto Le Corbussier. HubertLagardelle, que después ha sido ministro dePetain y era el enlace de Laval con Mussoli-ni, nos envió un artículo sobre el porvenirmundial del sindicalismo. Estábamos en con-tacto con Maeztu, quien en una sensaciona-lísima encuesta nacional de La Conquista delEstado contra la promulgación de los Esta-tutos, nos concedió las primicias de su «De-fensa de la hispanidad», brindándonos envez del mote, tal vez un poco tosco, ideadopor Ledesma de «no parar hasta conquistar»,

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el antiguo grito español de «Santiago y cie-rra España». Salaverría redactó para nos-otros una «Imprecación en la hora decisiva»,que terminaba con este lírico patetismo:«Yo no soy más que un escritor suelto y li-bre, que sólo piensa en una cosa: Españaes mi propiedad, puede decirse que es la úni-ca propiedad que poseo. Antes España sehallaba en manos de un rey. Ahora se hallaen poder de la República. El dramatismodel cambio impone un incontenible temblora la pluma. Guardadme a España, libradmea España de toda estupidez, de toda frivoli-dad e incoherencia, de toda renunciación yblandura. Hacedme dura a España.»

Fué una jornada magna cuando recibimosla misiva de Valladolid anunciando que senos leía y que iban a fundar allí las Juntasde actuación hispánica y la Libertad, deOnésimo. Fué otra gran jornada cuando Ju-lio Ruiz de Alda, acompañado del capitánIglesias, firmó la ficha de adhesión a la dog-mática de La Conquista del Estado. NicasioAlvarez de Sotomayor, de la C. N. T. de

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Madrid, se puso en contacto con Ramiro enla primera huelga con sentido nacionalsin-dicalista, con ambición patriótica para Es-paña. Nosotros apoyamos a la huelga de laTelefónica, porque nos acordábamos de1898 y estábamos ya hartos de que nues-tra Patria fuese una colonia económica ofinanciera del extranjero. El albiñanismo sedisolvía en aquellos meses bajo el terror,porque los albiñanistas eran linchados comonegros en el Sur o cazados como alimañas.Varios orteguianos jovencitos fundaron un«Frente español», con reminiscencias fas-cistas, una especie de quiero y no puedo.Así que la juventud más terne y la más ex-quisita se iba aproximando lentamente anosotros. Aunque nuestros afiliados eranmuy pocos, se atrevió Ramiro a contestar ala persecución de la Ezquerra, que prohibíala circulación de nuestro semanario dentrode su feudo, desbaratando un viaje triunfalde Maciá al Madrid de la República. La cam-paña de La Conquista del Estado tuvo éxito,porque recelaron de un complot, de una

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maquinaria infernal, de una conjura pornuestra parte o de la furia unitaria de laantigua Corte, hostigada por la denunciatan elocuente de Ramiro. El viaje se suspen-dió, pero Ramiro fué detenido el 10 de juliopor los polizontes de Angel Galarza, que yanos había declarado una guerra sorda, sintregua ni cuartel. Antes de ir Ramiro a laCárcel Modelo, La Conquista del Estadofué denunciada repetidamente por el fiscal,procesando al director por injurias gravísi-mas a los ministros republicanos, y después,sin que interviniera el requisito legal de ladenuncia, se recogió el periódico en la mis-ma imprenta de Zoila Ascasibar, en la callede Martín de los Heros, 65, en el taller don-de se había editado Alrededor del Mundo,y cuyo regente era confidente de la Policía.Tras esta experiencia de una opinión que conlentitud se movilizaba hacia nosotros y deuna creciente represión gubernativa, fuépreciso suspender el periódico durante agos-to y septiembre, para sacar a octubre todoel jugo de la recolección política en este mes

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sacro. La simiente de marzo fructificaría enoctubre, trayéndonos las flechas yugadas yel nombre y la bandera de «las J. O. N. S.».

Durante el verano, montado en su motoci-cleta, recorrió Ramiro las comarcas de Es-paña, donde había apuntado la simpatía:Valladolid, Palencia, Burgos... En el con-vento de Silos había de alucinar al PadreJusto Pérez de Urbel. Ya Ledesma estabaconvencido de que la semilla había cuajadoen la tierra de España, porque todas lasprovincias nos enviaban sus mensajeros, ade-más de las nuevas aportaciones de la medulade Madrid. José María de Areilza, comoGuillén Salaya, entraron en el ámbito denuestra camaradería; Jesús Ercilla llegabade Valladolid como el embajador permanen-te de Onésimo. Emiliano Aguado entregabasu misticismo y su pobreza a la manera deun voto de sangre entre cofrades. MonteroDíaz era un pequeño comunista corroídosalvadoramente por el sindicalismo nacio-nal. Ahora bien, nos faltaba el jefe, estasensación la percibía con más agudeza y pe-

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rentoriedad el propio Ramiro, no obstantesu ambición personal y su afición al mando.Era menester un jefe para las minorías ypara las multitudes. Un hombre que con-venciera y arrastrara por su hado y por suverbo, por un aliciente individual y social.Ramiro era demasiado duro, demasiado es-quinado por fuera, demasiado celtíbero, cualsu paisano Viriato frente a Roma. Frustra-do el ofrecimiento a Ramón Franco, asícomo Ramiro conmigo ponderamos y mensu-ramos las cuatro palabras claves de las Jun-tas de Ofensiva Nacional Sindicalista, asig-nando a cada vocablo su sustancia, su acen-to y su valor, también hubimos de augurary desear en el transcurso de nuestras conver-saciones repetidas, que José Antonio Primode Rivera, por razones de sangre y camara-dería con su tiempo, por razones intrínsecasde Jefe Nacional nato, por razones de estir-pe y de fascinación, cuando acababa de ob-tener 29.000 votos electorales frente al señorCossío, el primer ciudadano de honor de laRepública, sería a la postre el adalid de toda

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la juventud. En el comentario de La Con-quista del Estado acerca de este trance elec-toral quedó implícitamente proclamado JoséAntonio como único Jefe Nacional de la Fa-lange Española de las J. O. N. S.

La generosidad de Ramiro Ledesma erainmensa, como su don de profecía, con unaadivinación clarividente y lúcida de la tra-ma del porvenir. Ramiro Ledesma murióasesinado en el cementerio de Aravaca el 29de octubre de 1936, cuando ya Franco eraCaudillo de los españoles desde el día 1.° deaquel mismo mes. El día 3 de octubre de1931 reaparecía La Conquista del Estado,editada en los talleres de la calle de Herna-ni, 34 y vendida al precio de 15 céntimoscada ejemplar, con una solemnísima declara-ción de Ramiro Ledesma Ramos ante la Pa-tria en ruinas prometiendo un antídoto vio-lento en el nacionalsindicalismo, revelandoque nacían las J. O. N. S. La Conquista delEstado disponía de un equipo militante, deuna doctrina proselitista y cierta, de unaemblemática fascinadora para injertarse

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luego en el escudo mismo del Estado Na-cional Sindicalista, del Estado cuya con-quista o cuya creación postulábamos desdela primera hora. No obstante, La Conquistadel Estado fué suspendida definitivamentepor Galarza al llegar al núm. 23, del 24 deoctubre, y nosotros abandonamos la plantaD para ascender cien escalones más y refu-giarnos en un despachito de 20 duros.

Han pasado veinte años después, cual enla segunda parte de «Los tres mosqueteros»,la novela de Alejandro Dumas, debiendo lossupervivientes de 1931 y de las fechas trági-cas y heroicas que le han seguido interrogar-nos si el problema de La Conquista del Es-tado al final se ha resuelto, y la crisis delEstado, tan acusada en las postrimerías dela Monarquía, encontró una solución prác-tica e histórica. Efectivamente, la soluciónsomos nosotros. Del mismo modo que el ReySol, nosotros los nacionalsindicalistas repe-timos: el Estado somos nosotros. Aquí esta-mos bajo el caudillaje de Franco y aquí per-maneceremos; habiéndose establecido, en-

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tre tanto, las instituciones y las leyes, el pro-greso industrial y el auge y densidad de lapoblación, aproximándose el Poder a las ma-sas. Habiendo resistido contra Rusia, contralos otros Estados conjurados desde antaño ycontra las divisiones del Reich en la fron-tera de Hendaya, porque ya hay un Estadoen España. ¿Cuál es el secreto de este or-den interno de los españoles, que nos per-mite ser, estar, mantenernos y perseverar enel Estado falangista? Pues el secreto es quecada cual se haya colocado en su puesto. Porlos escalafones, como el azogue a través delos termómetros, ha subido como nunca lajuventud española. Los catedráticos son jó-venes, los gobernadores civiles son jóvenes,los generales son jóvenes también. Ya nopuede experimentarse más, porque se hacumplido la teoría de Stendhal acerca de lacolocación en España, y que era causa deldesasosiego y del caos hasta 1936. Ustedesconocen la teoría de la cristalización en elamor que popularizó Stendhal tras de habervisitado las minas de sal de Salzburgo ; pero

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acaso ignoren su teoría de la colocacióntransmitida a su amiguita y discípula, la hijadel conde de Montijo. En una epístola diri-gida a la que iba a ser emperatriz de losfranceses hizo el agüero para la España delsiglo XIX, que cronológicamente comienzapara nosotros en el año 1840, cuando haconcluido la guerra civil y el señor Beyle,como cónsul de Luis Felipe en Civita-Ve-chia, escribió a la señorita Eugenia de Guz-mán —Eugenia de Montijo— que acaso ve-raneaba en la quinta materna de los Cara-bancheles. Por la carta retumba unos caño-nazos que se disparaban en Barcelona den-tro del triquitraque bullanguero del primermotín de nuestra centuria fabril y román-tica; pero Stendhal avisó en seguida a laseñorita Eugenia —niña de once, doce otrece añitos, más capaz de interesarse porlos emperadores de Roma y por la historiaflorentina— que no tomase tremendamentepor lo trágico lo que pasaba y no pasaba enBarcelona. Para Stendhal, que asistió, se-gún refiere en esa misma carta, a la entrada

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de Napoleón en Berlín a través de la Aveni-da de los Tilos, y relata cómo se quedó cal-vo bajo la helada de la retirada moscovita,es una futesa noticia de que los catalanesse insurreccionasen contra María Cristina,ya que la bullanga procedía de la incoloca-ción de la gente moza. Tampoco tenía im-portancia, agregaba, que la fortuna familiarde Eugenia hubiera disminuido en un mi-llón de reales, como secuela de la instaura-ción del régimen liberal. El cónsul aconse-jaba así: «Ya que no depende de usted re-cuperar ese millón de reales, no piense másen el asunto. Un esfuerzo semejante tendráque hacer hacia los cuarenta y cinco años,cuando la vejez principie a presentar su tar-jeta. Entonces las mujeres compran un pe-rrito inglés y hablan al chucho, etc., etc.»

En resumen, la teoría de la colocación deStendhal era que había de colocarse a laspromociones juveniles para que la incoloca-

ción de la juventud no dislocase al Estado.Si en 1931, que estábamos sin techumbre ysin colocación social ni legal, como vaga-

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bundos a la intemperie, gritábamos «¡Arri-ba los valores hispanos!», ahora que el Es-tado español os brinda el Ateneo, las cáte-dras, los puestos de mando en el Gobiernoy en la milicia, la dirección de las fábricasy talleres, la diplomacia y la paz; ahora quedisponemos de un Estado que no se rinde,debemos gritar conmigo: ¡ARRIBA ES-PAÑA!

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ACABÓSE DE IMPRIMIR EN

LOS TALLERES GRÁFICOS DE

SAMARÁN, MALLORCA, 4,

MADRID, EL DÍA 21 DE JUNIO

DEL AÑO DEL S E Ñ O R

DE MCMLI


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