dios los creo a todos - herriot james

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D slo c ato o io s re dsJAMES HERRIOTEl doctor Herriot, veterinario rural de Yorkshire, se volvi un personaje famoso merced a los mltiples y divertidos libros, la mayora de los cuales transcurren en la ciudad ficticia llamada Darrowby o en sus alrededores. El afamado autor, naci en Glasgow y estudi en el Glasgow Veterinary College. Al finalizar sus estudios empez su prctica profesional en el norte de Yorkshire. Vivi all toda su vida excepto un corto lapso en que estuvo al servicio de la Real Fuerza Area britnica durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las aficiones de James Herriot estaban, adems de la lectura y la escritura, la msica y el arte. Desafortunadamente, el doctor Herriot muri en 1995, pero nos dej el enorme legado de su obra, donde nos transmite un mensaje positivo y armnico ante la vida.

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Dios los cre a todos

T a t r in r s s r ic e la R a F e z r s e m a u e v io n el ura Ar a e, Jms a e H r io , er t e l s pt o im ic

v t r a io d Y r s ir , r g e a a c s . e e in r e okh e er s aa L s s c e s d la S g n a G e r M n ia a e u la e eud ura ud l t m i m e t a v n o ; d c m io a b n u s r n ie t s e a b . N e o f r a o r v lu io a la m d in y u v s mc s e o c n n e ic a e h g r d lo H r io s a g a c n la l o a e s e r t e le r o s t a e u a d s s h o . E e ea b n es r v s r s e u ij s n s m ie t e in p a t r io p r e t e a n s t x o s ir ie r t a a n r g r o e t s d n e n p r e e b e h m r n la ir n , o d o ie d l u n u o , i o a n e e r r im s n id d la f lic a q e i s a s o e t o e e id d u p o ic r p i q e s s n v la f e a t n u u oe s u rn a p p la e e t d e m n o ou rs n o o l ud.

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1 La carretera, libre de vallas, discurra entre los altos pramos; mi automvil se desliz con facilidad desde el pavimento hacia el pasto de la orilla, "que las ovejas haban dejado como terciopelo". Detuve el auto, baj y mir a mi alrededor.El camino cortaba limpiamente los pastos y brezales antes de sumergirse en el valle que estaba al fondo. Me encontraba en uno de los mejores lugares para observar las dos llanuras. Toda la regin se extenda a mis pies con una vista maravillosa: los suaves campos en el fondo, el ganado que paca, los ros bordeados de piedras en algunas partes y de nutridas arboledas en otras. El verde brillante que de los pastos creca por las laderas de las colinas hasta donde empezaban los brezos y las speras hierbas del pramo, y slo estaban libres de l los acantilados, que ascendan hasta las cimas variegadas y desaparecan ante las desnudas estribaciones que marcaban el comienzo del terreno silvestre. Me apoy en el automvil y sent que me envolva un viento fro y dulce. Despus de pasar un tiempo en la fuerza area, tena unas semanas de haber vuelto a la vida civil. Durante mi estancia en la Milicia haba pensado constantemente en Yorkshire, pero me haba olvidado de su belleza. Pensar desde lejos no era suficiente evocar la paz, la soledad y la sensacin de cercana con la naturaleza que hace que esos valles, los Dales, sean a la vez tan estimulantes y tranquilizadores. Entre las multitudes y el aire rancio de las ciudades, me haba costado trabajo recordar un lugar tranquilo el extenso y verde territorio ingls, un lugar en el que cada bocanada de aire estuviera llena del aroma de la hierba. Haba tenido una maana perturbadora. Dondequiera que iba, todo me recordaba que estaba de regreso en un mundo de cambios, y a m no me gustaban los cambios. Mientras inyectaba a una de sus vacas, un viejo granjero me dijo: "Doctor Herriot, ahora todo lo quieren arreglar con agujas". Ese comentario me oblig a ver la jeringa que tena en la mano y a darme cuenta de que eso mismo era lo que yo haba estado haciendo la mayor parte del tiempo durante esos ltimos das. Yo saba el significado del comentario. Tan slo unos aos antes, habra sujetado a la vaca por el hocico y le hubiera vaciado un litro de laxante por la garganta. Todava llevaba conmigo una botella especial para esos menesteres (una simple botella de cuello largo) que permita que el lquido corriera libremente. Con bastante frecuencia, mezclaba la medicina con melaza de un barril que se encontraba en un rincn en la mayora de los establos. Pero todo eso estaba ya desapareciendo, y el comentario del granjero me record que nada iba a ser como antes. En esos das despus de la guerra se iniciaba una revolucin en la agricultura y en la prctica veterinaria. El cultivo de los campos se haba convertido ms en una ciencia y los conceptos valorados durante generaciones estaban quedando en el olvido, mientras que en el mundo de la medicina veterinaria surgan nuevos procedimientos quirrgicos y medicamentos, corno la penicilina y las sulfas, que iban desplazando lentamente nuestros viejos tratamientos. Tambin haba seales de que los pequeos granjeros estaban desapareciendo. Estos hombres, algunos de ellos con slo seis vacas, unos cuantos cerdos y un puado de aves, an constituan el grueso de nuestra clientela, pero comenzaban a preguntarse si podran ganarse la vida con esos activos y uno o dos de ellos ya haban vendido sus tierras a agricultores ms pudientes. Los granjeros en pequeo (viejos obstinados en continuar haciendo lo que hacan, por la nica razn de que siempre haba sido as) eran a quienes yo estimaba en realidad, esos personajes poseedores de la verdadera riqueza, que vivan con los valores de antao y hablaban el viejo dialecto de Yorkshire, casi arrollado por la radio y la televisin. Respir profundamente y sub al automvil. Mir hacia las lejanas colinas cuyas cumbres atravesaban las nubes, hilera tras hilera, eternas, indestructibles, erguidas sobre la magnificencia de los valles por debajo de ellas, y de inmediato me sent mejor. Despus de todo, esa regin no haba cambiado.

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Hice una visita ms y conduje de regreso a nuestra oficina en la espaciosa y elegante Skeldale House. El lugar estaba casi igual que cuando lo vi por primera vez haca varios aos, sin embargo tambin haba sufrido cambios. Mi socio, Siegfried Farnon, se haba casado, al igual que su hermano menor, Tristn. Despus ambos se cambiaron de casa, pero Siegfried viva a pocos kilmetros de nuestro pueblo de Darrowby. Mi esposa Helen y yo, con nuestro pequeo Jimmy, tenamos toda la casa para nosotros. Por desgracia, Tristn ya no ejerca la profesin. Al trmino de la guerra se haba convertido en el capitn Farnon del Cuerpo de Veterinarios del Ejrcito, agregado al Ministerio de Agricultura como funcionario en una investigacin sobre la esterilidad en animales. Dej un vaco triste en nuestras vidas aunque, por fortuna, todava lo veamos con regularidad junto con su esposa. Abr la puerta y, a medio camino del consultorio, Siegfried por poco me arrolla. Entr como tromba por el pasillo y me tom del brazo con brusquedad. -Ah, James! Precisamente el hombre que estoy buscando! Esta maana he tenido el momento ms desagradable de mi vida. Romp el tubo de escape de mi automvil en ese psimo camino de High Liston, y ahora me encuentro sin un medio de transporte hasta que puedan hacer la reparacin. Es desquiciante! -Est bien, Siegfried. Yo atender a tus pacientes. -No, James, no. Eres muy amable; pero esto va a pasar una y otra vez y de eso quiero hablarte. Necesitamos otro vehculo. -Otro automvil? -Correcto. Un auto que podamos utilizar en estos casos. De hecho, le habl al seor Hammond para que busque uno adecuado. Creo que acaba de llegar. Mi socio siempre actuaba de inmediato. Lo segu hasta la puerta. Ah estaba el seor Hammond con un Morris Oxford modelo 1933; Siegfried baj las escaleras corriendo hacia l, -Dijo usted cien libras, seor Hammond? -camin alrededor del vehculo retirando escamas de xido de la pintura negra y examinando la vestidura-. Es evidente que ha visto pasar su mejores das, pero la apariencia no es importante mientras todo lo dems funcione bien. -Es un buen automvil, seor Farnon -asegur el propietario del taller-. El acumulador es nuevo, y an queda un poco de dibujo en los neumticos. -Mmm... -Siegfried empuj el parachoques trasero con el pie, y los viejos muelles rechinaron-. Qu me dice de los frenos? Eso es muy importante en esta regin con tantas colinas. -De lo mejor, seor Farnon. De primera clase. -Bien, muy bien -dijo mi colega y asinti lentamente-. No le importa que d una vuelta alrededor de la manzana? -No, no; por supuesto que no -replic enftico el seor Hammond-. Hgale todas las pruebas que quiera -el vendedor era un hombre que se enorgulleca de su serenidad. Se sent confiadamente en el asiento del pasajero mientras Siegfried lo haca en el lado del conductor. -Sube, James! -grit mi socio. Abr la puerta trasera y me sent detrs del seor Hammond. Siegfried arranc de manera abrupta, con un rugido del motor y un rechinido del viejo vehculo. A pesar de su serenidad, el seor Hammond no pudo evitar que el cuello de la camisa se le asomara unos centmetros por encima de la chaqueta mientras salamos disparados por Trengate Street. El cuello de la camisa recuper un poco su lugar cuando Siegfried disminuy la velocidad para dar vuelta a la izquierda, pero reapareci espasmdicamente conforme recorramos una serie de estrechas curvas a gran velocidad. Cuando llegamos a una parte recta y larga que corra paralela a Trengate, Siegfried se lanz como tromba sobre ella. Al final de la recta, se detuvo casi del todo, mientras daba una pronunciada vuelta a la izquierda.

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-Considero que debemos probar los frenos, seor Hammond -y precipit el vehculo hacia delante de nuevo. En verdad estaba haciendo una prueba exhaustiva! El rugido del viejo motor lleg al punto del alarido y el cruce de Trengate se acercaba con alarmante rapidez. Cuando Siegfried fren, el vehculo se fue de lado hacia la derecha como si fuera un cangrejo y tom como lanzado por una la Trengate Street. El seor Hammond tena la cabeza pegada contra el techo, y se le vea toda la parte trasera de la camisa. Cuando el auto se detuvo, el hombre se desliz con lentitud en su asiento. En ningn momento coment nada ni mostr alguna emocin, aparte de sus movimientos. Cuando bajamos del automvil, mi colega se frot la barbilla, pensativo. -Se va un poco hacia la derecha cuando se aplican los frenos. No tendr otro vehculo disponible, seor Hammond? Por unos momentos el hombre no dijo nada. Tena las gafas torcidas y el rostro muy plido. -S..., s... -asinti con un estremecimiento-. Tengo otro automvil que podra convenirle. -Estupendo! -dijo Siegfried frotndose las mano- Quiz pueda traerlo despus de comer, para que le demos una vueltecita de prueba. Los ojos del seor Hammond se abrieron en forma desmedida mientras tragaba saliva varias veces antes de hablar. -Esta tarde voy a estar un poco ocupado, seor Farnon, pero le mandar a uno de mis vendedores. Nos despedimos de l. Cuando entrbamos en la casa mi socio me rode los hombros con el brazo. -Bien, james -me dijo-; un paso ms para aumentar la eficiencia de nuestra prctica profesional. De cualquier modo -sonri-, realmente disfruto de estos pequeos intermedios. De pronto, me sent mejor. S haba muchas cosas nuevas y diferentes, pero la regin no haba cambiado; y tampoco Siegfried.

2-Hola, hola! Hay alguien ah que pueda responder pronto a mi llamado? -grit. -Hola, hola! -repiti tras de m el pequeo Jimmy. Me di la vuelta y vi a mi hijo. Ya tena cuatro aos, y me acompaaba en mis visitas desde haca un ao. Era claro que se consideraba un veterano de las granjas. Este grito ya era un hbito comn en m. Cuando un veterinario llegaba a una granja, era muy difcil encontrar al dueo. Poda estar en un tractor a un kilmetro de distancia, o en alguno de los graneros; por eso confiaba en unos cuantos gritos breves para localizarlo. A Jimmy le gustaba esta prctica, y era indudable que aprovechaba la oportunidad para ejercitar los pulmones. Yo lo vea caminar sobre los adoquines, pavonendose y repitiendo los gritos a cada instante. Tambin haca mucho ruido con sus botas nuevas. Esas botas eran su orgullo, el reconocimiento final de su status como asistente de veterinario. Cuando empec a llevarlo conmigo, su reaccin fue la alegra normal de un nio que puede ver muchos animales diversos, particularmente las cras, y la excitacin de los descubrimientos al encontrar por primera vez un montn de gatitos en el heno o una camada de perros con la madre en un pesebre. Sin embargo, al poco tiempo y quera entrar en accin. El contenido del bal de5

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mi automvil le era tan familiar como el de su caja de juguetes, y se deleitaba al darme las latas de bicarbonato, los blancos linimentos y algunas de las cajas de Medicina Universal para Bovinos. Finalmente, comenz a anticipar a mis pensamientos, y corra al automvil para traer el calcio y la cnula tan pronto como vea una vaca echada. Ya saba diagnosticar males. Yo creo que lo que ms disfrutaba era acompaarme para atender alguna llamada nocturna, siempre y cuando Helen le permitiera acostarse ms tarde. Se senta en las nubes en las nubes cuando viajbamos en la oscuridad a travs de la campia, o cuando sostena la linterna para alumbrar las ubres lastimadas de alguna vaca mientras yo le daba unas puntadas a la herida. Todos los granjeros eran muy amables con l. Hasta los ms huraos solan decirme, cuando bajbamos del automvil: "Ah, ya veo que trajo a su aprendiz!" Aquellos granjeros tenan algo que Jimmy deseaba con fervor: unas grandes botas claveteadas. Senta una gran admiracin por los granjeros en general, hombres fuertes y valientes que pasaban la vida en el campo trabajando sin temor entre el ganado que se precipitaba hacia ellos, o golpeando con las manos las ancas de los grandes caballos de tiro. Poda verlo profundamente impresionado mientras los observaba subir a los graneros con sacos de noventa kilogramos sobre los hombros o tirar indiferentes de enormes bueyes, resbalando con sus botas sobre el piso. Lo que ms haba calado en el nimo de Jimmy eran las botas. Resistentes y firmes, para l simbolizaban el carcter de los hombres que las usaban. Las cosas llegaron al clmax un da en que bamos conversando en el automvil. Ms bien, el pequeo llevaba la conversacin en la forma de una verdadera andanada de preguntas, las cuales fluyeron sin interrupcin durante todo el da, siguiendo una bien practicada frmula. -Pap cul es el tren ms rpido, el Blue Peter o el Flying Scotsman? -Bueno... yo dira que el Blue Peter. Entonces, penetrando en aguas an ms profundas, la siguiente pregunta fue: -Qu es ms rpido, un tren gigante o un automvil fantasma de carreras? -sa es una pregunta muy difcil. Quiz... sea ms rpido el automvil fantasma. De pronto, Jimmy cambi de tctica. -Pap, ese hombre que vimos en la ltima granja era muy alto, verdad? -S. -Era ms alto que el seor Robinson? Ya estbamos entrando en su juego favorito, "Conozco al hombre ms alto", y yo saba muy bien cmo iba a terminar, pero segu jugando mi parte. -S, desde luego! -Era ms alto que el seor Kirkley? -Sin duda alguna. Jimmy me mir de soslayo y se prepar para jugar sus dos cartas de triunfo. -Era ms alto que el seor que mide el gas? El descomunal caballero que vena a leer los medidores del gas en Skeldale House siempre haba impresionado a Jimmy por su gran estatura. Tuve que contestar cuidadosamente. -Bueno, en verdad creo que era ms alto. -Ah!, pero... -la boca de Jimmy se torci con un gesto de astucia-. Era ms alto que el seor Thackray?

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Ese fue el golpe final. Nadie era ms alto que el seor Thackray, quien miraba hacia abajo a todos los habitantes de Darrowby desde sus casi dos metros de estatura. Me encog de hombros, aceptando mi derrota. -No, tengo que admitirlo. Ese hombre no era tan alto como el seor Thackray. Jimmy sonri, asintiendo con la cabeza y esboz un gesto de satisfaccin. Eso lo puso de tan buen humor, que se atrevi a introducir un nuevo tema que traa en la mente desde tiempo atrs. -Papi, podra tener unas botas? -Botas? Pero si ya tienes unas -dije y seal hacia las pequeas botas Wellington que Helen le pona cada vez que salamos hacia las granjas. Ech una mirada triste a sus pies antes de replicar. -S, ya s, pero quiero unas botas como las de los granjeros. Me sent derrotado. No saba qu decir. -Bueno, Jim, los nios no tienen botas como sa. Quiz cuando seas grande... -Pero yo las quiero ahora -se quej con tono de angustia. Al principio pens que era un capricho pasajero, pero Jimmy dr mantuvo en su campaa de convencimiento, reforzndola con miradas de disgusto cada vez que Helen le pona las Wellington por la maana. Su postura desgarbada enviaba el mensaje de que esas botas no eran para un hombre como l. Finalmente, Helen y yo lo hablamos una noche, despus de acostarlo. -Seguramente no hay botas de granjero de ese tamao, verdad? -pregunt. -Nunca lo he pensado -Helen movi la cabeza-, pero las buscar de todos modos. Una semana despus, mi esposa regres de un da de compras con una expresin de triunfo y el par de botas de granjero ms pequeas que yo haba visto jams. No pude contener la risa. Eran diminutas pero perfectas, con las suelas gruesas y claveteadas, las partes acojinadas alrededor de los tobillos y una larga fila de agujeros con ganchos de metal para los cordones. Jimmy no se ri cuando las vio. Las sujet casi con avidez y, en cuanto las tuvo en su poder, cambi de actitud. Por naturaleza, su cuerpo era fuerte y gallardo; pero, al verlo caminar con las botas alrededor de una granja, habra podido decirse que era el propietario del lugar. Pisaba con fuerza, y se mantena muy erguido dndole una nueva autoridad a sus gritos de "Hola, hola!" De ninguna forma era lo que yo llamara un nio travieso, pero tena dentro ese pequeo diablo que, supongo, deben de tener todos los nios. Le gustaba darse su valor, pero nunca se aprovechaba de m en situaciones comprometidas. Una tarde, el seor Garrett trajo al consultorio a su perro pastor. El animal cojeaba visibIemente. Cuando su dueo lo suba a la mesa, vi una diminuta cabeza asomarse por la ventana que daba al soleado jardn. No le prest mayor atencin. Con frecuencia, Jimmy me observaba mientras curaba a mis pacientes, e incluso pens que vendra a ver de cerca. Cuando un perro cojea, a menudo no es fcil encontrar la causa; pero, en este caso, la localic de inmediato. En cuanto le oprim suavemente la planta de una de las patas, el animal se quej, y apareci una gota de suero en la negra superficie. -Tiene algo clavado aqu, seor Garrett -dije-. Casi puedo asegurar que es una espina. Tendr que aplicarle anestesia local Y abrir un poco la herida para sacarla. Cuando estaba preparando la inyeccin, vi una rodilla en una de las esquinas de la ventana. No poda ser Jimmy tratando de treparse a la glicina! Eso resultaba muy peligroso y se lo haba prohibido expresamente. Las ramas de la hermosa enredadera formaban un arco que cubra la parte trasera de la casa y, aunque eran del grueso de la pierna de un hombre en su parte ms baja, se adelgazaban mucho en su parte ms alta. No; me convenc de que deba de estar equivocado, e inyect el anestsico. Tom el bistur.7

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-Mantngale la pata quieta y en alto -ped al granjero. Muy serio y preocupado por su perro, el seor Garrett asinti con la cabeza y oprimi los labios con aprensin mientras yo me preparaba para cortar. Para m, ste era un momento de extrema concentracin. Con la punta del bistur hice un pequeo corte en la pata. Entonces vi una sombra que cruzaba por la ventana. Alc la vista con rapidez; era Jimmy. Mi pequea plaga estaba trepada en la glicina, pero no haba nada que pudiera yo hacer excepto echar una mirada rpida de vez en cuando. Profundic un poco el corte y apret, pero an no vea nada. No quera agrandar la herida, pero estaba claro que tendra que hacer una incisin en forma de cruz para poder examinar ms adentro. Estaba haciendo mi primer corte en ngulo recto cuando, con el rabillo del ojo, vi dos pies suspendidos en la parte superior de la ventana. Trat de concentrarme, pero los pies se movan y golpeaban repetidamente; era obvio que eso no me ayudaba en nada. Por fin desaparecieron, lo cual significaba que el dueo de las piernas estaba ascendiendo hacia las regiones peligrosas. Profundic un poco ms, limpiando a intervalos la herida con algodones. Por fin pude observar algo. Tom unas pinzas y, en ese instante, volvi a aparecer la cabeza de Jimmy, aunque en esta ocasin al revs. Estaba suspendido de las ramas y miraba de soslayo. Por una verdadera deferencia hacia mi cliente yo haba estado tratando de no pensar en lo que ocurra fuera, pero esto ya era demasiado. Di un paso hacia la ventana y golpe el cristal con violencia. Mi furia debi asustar al escalador, porque su cara desapareci de inmediato y luego escuch el sonido amortiguado de unos pasos que ascendan. Sin embargo, eso no era muy tranquilizador. Me obligu a regresar a mi tarea. -Lo siento, seor Garrett -me disculp-. Podra volver a sujetarle en alto la pata al perro por favor? Asinti con una ligera sonrisa, y yo met las pinzas en la herida. Toqu algo duro, apret, tir hacia arriba y saqu la cabeza brillante y puntiaguda de una espina. Aqul era uno de esos pequeos triunfos que iluminan la vida de los veterinarios. Miraba a mi cliente mientras le daba unas palmadas cariosas al perro cuando o el ruido de algo que se rompe, seguido de un grito de terror. Entonces, vi pasar por la ventana una forma pequea que cay, con un ruido sordo, sobre el piso del jardn. Sal disparado. Jimmy estaba sentndose entre las flores. Al verlo, me sent demasiado aliviado como para enfadarme. -Te lastimaste? -pregunt. l neg con la cabeza. Lo puse de pie y lo revis con cuidado. Aparentemente no se haba hecho dao. -Vete con mam -orden, y volv al consultorio. -Est bien el chico? -pregunt el seor Garrett con inters. -S eso creo. Le ofrezco a usted mil disculpas por haber salido de forma tan intempestiva. -No diga nada ms, doctor Herriot -a taj el granjero ponindome una mano sobre el hombro-. Tambin tengo hijos -hizo una breve pausa-. Para ser padre, es necesario tener nervios de acero -esas palabras se me quedaron grabadas en el corazn. Esa tarde, mientras tombamos el t, observ a mi hijo embadurnando con mermelada de ciruela una rebanada de pan. Gracias a Dios no se haba lastimado por la cada, pero yo tena que llamarle la atencin despus de lo sucedido. -Jovencito -comenc-, eso que hiciste est muy mal. Te he dicho una y otra vez que no trepes por la glicina. Jimmy mordi una rebanada de pan y me mir, impvido. Por su gesto, deduje que no estaba tomando mis palabras muy en serio.

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-Si vuelves a comportarte de esa manera -prosegu-, no te llevar conmigo a las granjas. Tendr que conseguir algn otro que me ayude con el maletn. Busqu entonces alguna reaccin en esa pequea persona que con el tiempo, se convertira en un mdico veterinario mucho mejor de lo que yo podra ser jams. -Otro nio? -pregunt Jimmy. -Eso es. No puedo tener nios traviesos conmigo. Tendr que buscar a alguien ms. Jimmy pens esto durante un minuto y pareci aceptar la situacin con filosofa. De pronto, perdi la ecuanimidad. Me mir con los ojos muy abiertos mientras preguntaba con una extraa vibracin en la voz: -Va a usar mis botas?

3No fue acaso el escritor estadounidense Ernest Hemingway el que dijo eso? -No ests completamente equivocado. Beaumont neg con la cabeza. El que lo menciona fue Scott Fitzgerald -Norman

No discut porque, por lo general, Norman saba lo que deca. De hecho, se era uno de sus principales atractivos. Me gustaba tener estudiantes de veterinaria que hacan sus prcticas con nosotros. Los jvenes ayudaban llevando y trayendo cosas, nos abran puertas y nos acompaaban en nuestras guardias solitarias. A cambio de eso, adquiran de nosotros conocimientos valiosos para el lado prctico de su educacin profesional. Sin embargo, despus de la guerra, me di cuenta de que aprenda de estos jvenes tanto como ellos aprendan de m, porque la enseanza de la ciencia veterinaria haba dado un paso gigantesco. Haba una campo nuevo y enorme, el de las pequeas especies, que se abra de una manera impresionante. Tambin se realizaban operaciones muy avanzadas en animales de granja, y los estudiantes de entonces contaban con la gran ventaja de estar en posibilidad de ver cmo se aplicaban esas tcnicas en escuelas con modernos quirfanos. Norman Beaumont estaba cursando su ltimo ao de estudios y era un pozo de sabidura, en el que yo beba con ansiedad. Pero adems de la profesin veterinaria, ambos compartamos el mismo amor por la lectura. Cuando no estbamos hablando o de temas profesionales, nuestra conversacin se canalizaba hacia la literatura, y la compaa de Norman haca que se acortaran los caminos entre una y otra granja. Era inmensamente agradable, con una personalidad formal y solemne que iba ms all de sus veintids aos, y que se salvaba de la pomposidad gracias a su buen humor. Un ciudadano de peso, si alguna vez vi alguno; y esta impresin se reforzaba ya que su cuerpo tena una forma parecida a la de una pera, adems del hecho de que haba decidido fumar pipa. Durante una de las visitas que hicimos juntos decid tocar el tema de las nuevas operaciones. -Y dices que estn practicando cesreas a las vacas en las clnicas de las universidades? Norman encendi un fsforo y lo acerc a la pipa. -Esa ciruga resulta tan comn como hacer pan; es un procedimiento totalmente rutinario -esas palabras habran tenido ms peso si el joven hubiera podido expeler una voluta de humo tras de9

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ellas, pero haba apretado el tabaco demasiado y, a pesar de aspirar con tal fuerza que las mejillas se le hundan y los ojos se le abran desmesuradamente, no pudo sacar ni una sola bocanada. -Cielos! No sabes la suerte que tienes. Si supieras la cantidad de horas que he pasado sobre el piso de los establos ayudando a las vacas para que puedan tener a sus becerros y esforzndome hasta el lmite para que los terneros saquen la cabeza; en ocasiones, slo trato de agarrarlos de las patas para tirar de ellos. Si tan slo hubiera tenido los conocimientos, me habra ahorrado varios problemas con una simple operacin. En cualquier caso, qu clase de trabajo es ese? -Nada del otro mundo -el estudiante me mir con una sonrisa de superioridad. Volvi a encender la pipa, apret el tabaco y solt una exclamacin de dolor al quemarse los dedos con el fsforo-. Tarda como una hora y no cuesta gran trabajo. -Suena maravilloso -dije seriamente-. Esos procedimientos son mucho ms fciles cuando ya se han visto muchas veces. -Tienes razn -Norman extendi las manos-. Desde luego, la mayora de las vacas no necesitan una operacin de este tipo, y es muy agradable poder anotar las experiencias de un parto natural en mi libro de casos. Asent con la cabeza. El libro de casos de Norman era un volumen con una estupenda encuadernacin, que contena todo tipo de material til meticulosamente ordenado con encabezados en tinta roja. Los maestros que aplicaban los exmenes solan pedir estos libros, y el de Norman bien valdra unos puntos extra en el examen final. Ya por la tarde, dej al joven en su alojamiento y me dirig a Skeldale House para la hora del t. Estaba terminando mi taza cuando Helen se levant a contestar el telfono. -Es el seor Bushell, de Sycamore House -me inform-. Una de sus vacas est a punto de parir. -Qu coraje; yo pensaba que tendramos el resto del da para nosotros -me lament mientras dejaba la taza-. Por favor, dile que salgo de inmediato -sonre mientras Helen colgaba el telfono-. A Norman va a encantarle. Acaba de decirme que le gustara atender un parto natural para apuntarlo en su libro de casos. Y era cierto. El joven estaba de un humor excelente cuando pas por l camino de la granja. -Estaba leyendo un libro de poesa cuando usted llam a la puerta -dijo-. Creo que la poesa siempre tiene alguna cosa que puede aplicarse a nuestras vidas. Por ejemplo, en este momento que estoy a punto de vivir algo interesante, encuentro lo siguiente: "Hay esperanza de eternas primaveras en el corazn humano". -Ensayo sobre el hombre, del papa Alejandro -gru-. No me senta tan entusiasmado como Norman. Uno nunca sabe qu va a encontrarse en estos casos. Traspasamos la puerta de entrada de la granja y conduje hasta el patio. El granero nos llev a los establos; en un pesebre al otro lado de la ventana vimos a una vaca de poco tamao que nos miraba ansiosamente desde su cama de heno. Arriba haba un letrero con un nombre pintado con tiza, BELLA. -No es muy grande, seor Bushell! -grit, recordando que el granjero pareca preocupado. -S, siempre ha tenido problemas. despus de eso. Su primer parto fue muy difcil, pero dio buena leche

Mir a la vaca mientras me quitaba la camisa y me lavaba los brazos con agua y jabn. No me gustaba esa pelvis tan estrecha y murmur una plegaria para que el becerro no fuera muy grande. El granjero empuj con el pie el cuarto trasero de la vaca al tiempo que le gritaba al animal para que se levantara.

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-No va a moverse, doctor Herriot -concluy-. Ha estado quejndose todo el da. Tampoco me gustaba cmo sonaban los quejidos. Casi siempre se espera algo malo cuando una vaca puja durante tanto tiempo sin obtener ningn resultado. El pequeo mamfero se ve muy cansado. La cabeza le colgaba y tena los prpados cados, clara seal de extremo agotamiento. Bien, si no iba a levantarse, yo tendra que bajar. Con el pecho desnudo sobre el piso, me vino el pensamiento de que las baldosas no se ablandan con el paso de los aos. Sin embargo, cuando deslic la mano por la abertura plvica, me olvid de mi incomodidad; estaba verdaderamente estrecha. Ms adentro, haba algo que me hel la sangre: dos grandes cascos y un enorme hocico con la nariz crispada. Al retirar la mano, la superficie spera de la lengua del becerro me roz brevemente la palma. Me sent sobre los talones y elev la voz. -Seor Bushell, ah dentro hay un elefante, un becerro enorme, y no hay suficiente espacio para que salga! -No puede cortarlo en pedazos? -Me temo que no. El becerro est vivo. -Bueno, slo es un sobreviviente -dijo el seor Bushell-. Pero, aunque la vaca es pequea, es muy buena lechera- No me gustara mandrsela al carnicero. Tampoco a m; la simple idea me molestaba. En un momento de gran decisin me volv para dirigirme al estudiante. -sta es la ocasin propicia, Norman! Lo indicado es hacer una cesrea ahora. Qu bueno que hoy ests t conmigo -me encontraba en tal estado de excitacin que no vi el parpadeo de inquietud en los ojos del joven. -Seor Bushell - me puse de pie y tom al granjero por un brazo-, me gustara hacerle una cesrea a la vaca, abrirla y sacar al becerro. -Como la que les hacen a veces a las mujeres? -Correcto. -Bueno, eso suena muy extrao -el granjero alz las cejas-- No saba que tambin podan hacerles eso a las vacas. -Ahora se puede -expliqu con aire de superioridad-. Las cosas han cambiado un poco durante los ltimos aos. -Bueno, no s -se pas la mano por la boca con lentitud-. Me imagino que la vaca se morir si le hacen un agujero tan grande. Quiz sea mejor que se la mande al carnicero. Me dara unas cuantas libras por ella. Senta que se me escapaba el gran momento. -Pero es muy pequea y est muy flaca. No le darn mucho por ella como carne; y, con un poco de suerte, podramos sacar al becerro vivo. Estaba yendo contra uno de mis ms firmes preceptos, el de no decirle nunca a un granjero lo que deba hacer, pero me senta atrapado en una especie de locura. El seor Bushell me mir por un largo rato y, asinti lentamente con la cabeza. -Est bien. Qu necesita? -Dos cubos de agua caliente, jabn, toallas -contest-. Si me lo permite, llevar mi instrumental a la casa para hervirlo. Cuando el granjero sali, le di una palmada de complicidad en el hombro a Norman. -Todo est perfecto. Mucha luz, un becerro vivo que sacar y, como el seor Bushell est algo sordo, podr pedirte instrucciones durante la operacin sin que l nos oiga.11

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Norman no contest una palabra. Le ped que ordenara todo el equipo y que colocara bastante paja alrededor de la vaca mientras yo herva el instrumental en la cocina de la granja. En un momento las jeringas, el material de sutura, los bistures, las tijeras, los anestsicos locales y el algodn estaban alineados sobre una toalla limpia extendida en una paca de heno. Le aad un antisptico al agua y me dirig al granjero. -Seor Bushell, haremos que la vaca se vuelva para que usted pueda sujetarle la cabeza hacia abajo. Entre Norman y yo empujamos a la vaca, que se dej caer sobre un costado sin oponer resistencia. Le di un ligero codazo al estudiante. -Dnde hago la incisin? -susurr. Norman se aclar la garganta. -Bueno,eh.... ms o menos... -seal. -Alrededor del rumen, pero un poco ms abajo, supongo -asent con la cabeza. Cort el pelaje en una franja de treinta centmetros. Necesitara una gran abertura para sacar al becerro. Insensibilic toda la zona con anestesia local y comenc a cortar con decisin. Debajo del peritoneo, tropec con una masa de tejido protuberante de color rosado y blanco. Presion ah. Se senta algo duro dentro. Acaso, sera el becerro? -Es el rumen o el tero? -susurr-. Est muy abajo para ser uno de los estmagos, as que supongo que ser el tero. -S, est en lo correcto se es el tero -contest Norman. -Bien -sonre con alivio e hice una incisin profunda. Brot entonces una gran cantidad de pasto a medio digerir seguida de muchos gases y un lquido marrn oscuro. Perd el aliento. -Es el rumen! Mira toda esta porquera! -gru mientras una marea de lquido maloliente surta del primer estmago de la vaca e inundaba la cavidad abdominal-. A qu diablos ests jugando Norman? -el joven temblaba. -Enhbrame una aguja, rpido! Con mano temblorosa, Norman me pas una aguja enhebrada con hilo de sutura. Sin palabras y con la boca reseca comenc a cerrar el gran corte que haba hecho en el rgano equivocado. Despus, nos dedicamos a limpiar frenticamente el contenido del estmago que se haba extendido invadiendo partes que estaban ms all de nuestro alcance; usbamos grandes apsitos de algodn impregnados con lquido antisptico. La contaminacin deba de ser masiva. Cuando entre los dos limpiamos todo lo mejor que pudimos, me dirig al estudiante con un verdadero gruido. -Pens que sabas todo acerca de estas operaciones! -Ya se hacen muchas operaciones... -se vea muy asustado. -En cuntas cesreas has estado t presente? -le ech una mirada fulminante. -Bueno..., mmm..., realmente, nada ms en una. -Una! Y yo cre que eras un experto! De cualquier modo, aunque hayas visto slo una, deberas saber algo por lo menos. -El caso es que... yo estaba en la parte ms retirada del saln de clases. - Ah, ya entiendo! Y no podas ver bien, verdad? -sonre con sarcasmo. -Exactamente -Norman agach la cabeza. -Bien! Slo eres un joven mentiroso y tonto! -exclam con rabia-. Engaarme con tus instrucciones, Te das cuenta de que has matado a esta buena vaca? Con toda esta12

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contaminacin, es casi seguro que desarrolle una peritonitis y muera. Lo nico que nos queda por ahora es la esperanza de salvar al becerro -haciendo un esfuerzo dirig la mirada hacia otro lado-. De cualquier manera, vamos a seguir con esto. Con excepcin de mi primer ataque de pnico, el resto de la conversacin transcurri en un tono casi confidencial mientras el seor Bushell segua disparndonos miradas inquisitivas. Le brind lo que segn yo era una mirada tranquilizadora y volv al ataque. Sumerg un brazo por debajo de lo que ahora saba que era el rumen. Me encontr con un rgano suave y resistente que contena un enorme bulto con la dureza e inmovilidad de un saco de carbn. Segu tocando a lo largo de la superficie y sent el inconfundible contorno de una pata que empujaba contra la superficie resbalosa. se era el becerro, de acuerdo, pero estaba muy lejos. Retir el brazo y me dirig a Norman de nuevo. -Desde tu esplndida posicin en la parte de atrs del saln de clases -dije con tono hiriente-, te diste cuenta de qu hicieron despus? -Despus? Ah, s! -se humedeci los labios-. Se supone que debemos exponer el tero, sacarlo al nivel de la herida. -King Kong no podra levantar este tero! -volv a gruir-. Sintelo. El estudiante, que al igual que yo no traa camisa y estaba empapado, introdujo el brazo por un momento. Despus lo retir y asinti, avergonzado. -Tiene razn, no se mueve. -Slo hay una cosa que podemos hacer. Voy a hacer un corte en el tero y a sujetar esta pata. No hay ms de dnde abarrarse. Era muy desagradable andar hurgando en la oscuridad de lo desconocido, con el brazo metido hasta el hombro en el interior de la vaca, y la boca abierta con ansiedad. Yo estaba aterrorizado. Podra cortar en algn punto vital; pero, antes lo que cort fueron mis propios dedos, varias veces, antes de arreglrmelas para hacer una incisin a travs del bulto que formaba la pata. En un par de segundos ya la haba sujetado. Ya estaba llegando a algo seguro. Con mucho cuidado, aument el corte centmetro a centmetro. Cuando tom la pata y trat de tirar de ella, dese con fervor que la abertura tuviera el tamao suficiente para permitir el paso del becerro. De inmediato me pude dar cuenta de que iba a necesitar una fuerza tremenda para sacarlo a la luz del da. En la actualidad, cuando hago una cesrea, me aseguro de escoger a un ayudante robusto de entre los muchachos de las granjas, pero ese da slo tena a Norman. -Vamos! -dije gritando-. Aydame! Comenzamos a tirar entre los dos. Con los dientes apretados y jadeando por el esfuerzo, tiramos hacia arriba hasta que, por fin, pude sujetar la otra pata trasera. Incluso en ese momento, en que cada uno tiraba de una pata, no se mova nada. Conforme nos echamos hacia atrs, ya con el ltimo vestigio de nuestras fuerzas, tuve una de esas repentinas oleadas de iluminacin que a veces nos llegan a todos los miembros de esta profesin. Dese con toda el alma no haber iniciado ese horrible trabajo! Pero el becerro estaba saliendo gradualmente. Apareci el rabo, despus, un costillar de un tamao increble y, finalmente, con precipitacin, los hombros y la cabeza. Norman y yo camos sentados, y el becerro nos rod sobre el regazo resoplando y sacudiendo la cabeza. -Vaya tipo tan grande! -exclam el granjero. -S -asent con la cabeza-. Uno de los ms grandes que he visto. Nunca habra salido en forma natural. Mi atencin se dirigi con rapidez hacia la vaca. Dnde estaba el tero? Haba desaparecido. De nuevo comenc mi bsqueda frentica y desesperada dentro del animal y, despus de retirar la placenta, mis dedos tocaron al fin lo que parecan los bordes rasgados de la incisin. Al fin

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saqu lo ms que pude del rgano hacia la luz y not, preocupado, que la abertura original haba aumentado a un grado tal que haba una larga rasgadura que desapareca hacia el cuello uterino. -Suturas! -extend la mano y Norman me dio una aguja nueva-. Sujeta fuerte los labios de la herida -orden y comenc a coser. Trabaj con rapidez hasta donde se perda la rasgadura. El resto fue una especie de martirio. Norman sujetaba con un gesto sombro mientras yo meta la aguja a ciegas en el tejido. Para mi desgracia, surgi una nueva complicacin. El becerro se haba puesto de pie y tropezaba con todo a su alrededor. Siempre me ha fascinado la rapidez con que se incorporan los animales recin nacidos, pero en ese momento me pareca una grave molestia. El becerro buscaba las ubres con ese instinto de alimentarse que nadie puede explicar, empujaba el costado de la vaca con el morro y, en momentos se tambaleaba y caa de cabeza en el agujero de la herida. -Yo jurara que quiere meterse dentro otra vez -exclam el seor Bushell-. De verdad que es un tipo muy valiente. En Yorkshire, "valiente" quiere decir vigoroso; y nunca fue mejor aplicada la palabra. Mientras yo segua trabajando, tena que empujar con el hombro el hocico hmedo; pero tan pronto como lo haca, ya lo tena encima de nueva cuenta esparciendo partculas de paja y suciedad en la herida abierta. -Vean esto -me quej amargamente-. Como si no tuviera yo bastante con este desorden. Norman no contest. El sudor le corra por la cara manchada de sangre mientras sujetaba la herida invisible. Despus de un tiempo, que me pareci una eternidad, llegu lo ms lejos que pude en la herida uterina, limpi la suciedad del abdomen de la vaca y cubr todo con polvo desinfectante. Cos las capas de msculos y piel y, por fin, termin. Norman y yo con lentitud nos pusimos de pie, como dos viejos, y comenzamos a limpiarnos y lavarnos. El seor Bushell abandon su posicin junto a la cabeza de la vaca y mir la hilera de puntadas. -Buen trabajo! -exclam-. Y un gran becerro tambin. De verdad que as era. La pequea criatura se haba secado y era una belleza. Se tambaleaba sobre las inestables patas y sus grandes ojos se abran llenos de curiosidad. Pero ese "buen trabajo" esconda cosas que ni siquiera me atreva a pensar. Estaba seguro de que la vaca no tena ninguna esperanza de sobrevivir a la operacin. Aun as, como un gesto de profesionalismo, le dej al granjero algo de Sulfatiazol en polvo para que se lo aplicara a la vaca tres veces al da. Despus de eso, abandon la granja lo ms rpido que pude. De camino de regreso conduje en absoluto silencio. Al dar vuelta en una curva, detuve el automvil debajo de un rbol y dej caer la cabeza contra el volante. -Has visto alguna vez un trabajo as? -dije en un jemido-. Con toda esa porquera en la pobre vaca, la peritonitis es inevitable. Y estoy seguro de que le dej un agujero en el tero. -Fue culpa ma -dijo Norman con un tono ahogado. -No, no lo fue -lo contradije-. Se supone que soy un veterinario calificado y lo nico que hice fue cometer errores. Encima de eso, grit y maldije y mi comportamiento contigo fue verdaderamente abominable. Te debo una disculpa. -No, en verdad yo... -De cualquier forma, quiero agradecrtelo ahora. Trabajaste como un troyano y la verdad es que yo no hubiera llegado a nada si no hubieras estado ah. Te invito una cerveza.

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En la posada del pueblo, nos dejamos caer en un rincn tranquilo y nos sumergimos en nuestros propios pensamientos ante los tarros de cerveza. Ambos tenamos calor y estbamos tan cansados que no dijimos una palabra; en realidad no haba mucho que decir. Yo estaba seguro de que nunca ms volvera a ver viva a Bella. Pero a la maana siguiente, una morbosa curiosidad me hizo telefonear al seor Bushell. -Doctor Herriot! -dij-. La vaca est de pie y comiendo. Pasaron unos cuantos segundos antes de que yo pudiera digerir sus palabras. -No la ve un poco incmoda, extraa o triste? -pregunt con voz ronca. -No, no! Est tan alegre como un grillo. Se comi un pesebre lleno de alimento, y le saqu un par de galones de leche -como en un sueo me lleg su siguiente pregunta-. Cundo va a quitarle las costuras? -Costuras ... ? Ah, s! -me sacud a m mismo-. En quince das, seor Bushell; en quince das. Despus de las angustias de la primera visita, me dio gusto tener a Norman conmigo cuando le retir los puntos a la vaca. No haba hinchazn alrededor de la herida y Bella masticaba tranquilamente un bocado mientras yo le quitaba los hilos. En un corral cercano, el becerro retozaba y lanzaba coces al aire. -No ha mostrado Bella desde la operacin algn sntoma que le parezca raro? -no pude evitar hacer la pregunta. -No -el granjero movi la cabeza lentamente-. Nadie dira que le pas todo eso. De esa forma llev a cabo mi primera cesrea. Con los aos, Bella tuvo otros ocho becerros sin ayuda y con toda normalidad, un milagro que todava no alcanzo a comprender. Pero ni Norman ni yo podamos saberlo en ese momento. Lo que sentimos fue un enorme jbilo, tan grande como inesperado. -Bueno, Norman -me dirig a l-. Esta es la prctica veterinaria. Se tienen muchos sobresaltos desagradables, pero tambin algunas sorpresas estupendas. Con frecuencia he odo hablar de la maravillosa resistencia del peritoneo de los bovinos, Y gracias a Dios es verdad. -Todo es maravilloso, verdad? -murmur como en un sueo-. No puedo describir mis sentimientos. Mi cabeza parece estar llena de frases como "Mientras haya vida hay esperanza". -Desde luego -contest yo-. John Gay, verdad? Lo dice en El hombre enfermo y el ngel. -Ay, muy bien! -Norman aplaudi-. Aqu va otra muy buena: "Esta ortiga, peligro; arrancamos esta flor, seguridad". -Esplndido, esplndido! -repliqu-. William Shakespeare, Enrique quinto. -No, Enrique cuarto. Abr la boca para discutir, pero Norman levant la mano con actitud de suficiencia. -No tiene caso que me discutas, estoy en lo correcto. En este momento s s de qu estoy hablando.

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4Ay, ay, ay! Ay, ay, ay! -el sollozo entrecortado que brotaba del telfono me despert totalmente. Era la una de la maana, -Quin habla? -pregunt- Cul es el problema? -Soy Humphrey Cobb -se oy una voz masculina que suplicaba entrecortado-. venga rpido a ver a Myrtle. Creo que se est muriendo. -Myrtle? -S, mi pobre perrita. Est muy inquieta, jadeando y como si no pudiera respirar. Venga rpido! -Dnde vive usted? -En Cedar House. Al final de Hill Strect. -Ya s dnde. En un momento estar por all. -Gracias, muchas gracias, Myrtle se est muriendo. Por favor, dse prisa! Me levant de inmediato y, mientras me vesta, Helen se sent. -Qu pasa, Jim? -Un caso desesperado. Tengo que darme prisa. Me lanc escaleras abajo hacia la cochera. Siempre he sentido envidia de los veterinarios que mantienen la calma en situaciones de apremio. Yo no era as. Cedar House estaba a un kilmetro y medio de mi casa, por lo que no tuve mucho tiempo antes de llegar. Oprim el botn del timbre, se encendi la luz de la puerta y apareci el seor Humphrey Cobt. Era un hombre bajito y regordete de sesenta y tantos a aos, con la apariencia de Humpty-Dumpty, el popular huevito de los cuentos infantiles, acentuada por la brillante calva. -Ay, doctor Herriot, pase! -dijo con voz entrecortada; las lgrimas le rodaban por las mejillas-. Gracias por venir a ayudar a mi pobre Myrtle a estas horas de la madrugada. -Mientras el hombre hablaba, me lleg un intenso olor a whisky que me hizo volver la cara hacia otro lado. El seor Cobb me precedi camino de la cocina y le not un ligero tambaleo al andar. Mi paciente estaba echada en un cesto junto a la hornilla de una cocina muy bien equipada. Sent una oleada de afecto cuando vi que era una beagle, como mi propio Sam. Me arrodill junto al cesto y la observ con atencin. Tena la boca abierta y la lengua le colgaba de lado, pero no se vea en una situacin de angustia. De hecho, movi la cola cuando le acarici la cabeza. El ruido del rabo contra el borde del cesto me tranquiliz. -Cmo la ve, doctor Herriot? Se trata del corazn, verdad? -el hombrecillo se inclin sobre su mascota y las lgrimas volvieron a correr sin control. -Bueno, seor Cobb, al parecer no se ve mal del todo. No se angustie. Permtame examinarla. Le puse el estetoscopio sobre las costillas y escuch el rtmico latido de un corazn perfectamente sano. La temperatura era normal, y estaba palpndole el abdomen cuando el seor Cobb volvi a interrumpir. -El problema es -dijo con dificultad- que yo he abandonado a es este pobre animal. Todo el da lo he pasado en las carreras, jugando y bebiendo, sin dedicarle ni siquiera un pensamiento. -La dej sola todo ese tiempo? -No, no; la seora estuvo con ella. -Est bien, entonces -sent que estaba inmiscuyndome-. No habr sido que ella le dio de comer y la dej en el jardn?16

Por favor,

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-Oh, s! -acept, retorcindose las manos-. Pero no deb abandonarla, porque Myrtle piensa mucho en mi. De pronto, sent que un lado de la cara me hormigueaba por el calor. Mi problema estaba resuelto. -La han puesto muy cerca de la hornilla. Est jadeando porque tiene mucho calor. -Apenas hoy cambiamos el cesto de lugar -me mir con un gesto de duda-. colocando losetas nuevas en el piso. -Correcto. Vuelvan a ponerla en su sitio original y volver a sentirse bien. -Pero, doctor Herriot -volvieron a temblarle los labios-, es ms que eso. Est sufriendo. Vale la mirada. Myrtie tena los ojos expresivos propios de su raza y, adems, saba cmo usarlos. Muchas personas creen que el spaniel es el nmero uno en lo que a mirada sentimental se refiere, pero en lo personal me inclino por el beagle. Y Myrtle era una experta. -Bueno, yo no me preocupara por eso, seor Cobb. Crame est muy bien. -Pero... No va a hacerle algo? -todava no se encontraba conforme con lo que acababa de decirle. sta es una de esas grandes preguntas en la prctica veterinaria. Si uno no "hace algo", la gente no se da por satisfecha. En este caso particular, el seor Cobb necesitaba ms atencin que su perra. As que, slo para satisfacerlo, saqu una tableta de vitaminas de mi maletn y la puse debajo de la lengua de la perrita. -Ya est. Seguro que con esto se aliviar. -Estupendo. Acaba de devolverme la tranquilidad -el seor Cobb me condujo a un lujoso saln y se dirigi titubeante hacia un mueble bar-. Tomar una copita antes de retirarse? -No, gracias -me disculp-. Mejor no. -Bueno, yo me tomar una. Slo para tranquilizar los nervios -verti un poco de whisky en un vaso y me seal una silla. La cama me llamaba, sin embargo me sent y lo escuch mientras beba. Me cont que era un editor retirado de West Riding que haba llegado a Darrowby haca un mes. Aunque ya no estaba conectado directamente con las carreras de caballos, todava conservaba el amor por ese deporte y nunca faltaba a las reuniones anuales en el norte de Inglaterra. -Tom un taxi para que me llevara y pas un da extraordinario -tena la cara radiante al recordar los buenos momentos; mas regres su expresin de desaliento-. Pero me olvid de mi perrita y la dej en casa. -No hay nada de qu preocuparse -dije-. La lleva a hacer ejercicio? -- Oh, s! La paseo varias veces al da. -Entonces, vive realmente bien. Me mir y se sirvi ms whisky. -Usted es un buen muchacho; vamos, una antes de irse. -Est bien, pero slo un poco. Mientras bebamos, comenz a observarme con una especie de devocin en la mirada. -James Herriot -farfull-. Jim, supongo verdad? -Bueno, s. -Entonces, yo te llamar Jim y t me llamars Humphrey.17

Estamos

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-Est bien, Humphrey -dije, mientras beba el ltimo trago de whisky-. Pero ahora tengo que irme. Ya fuera, me puso una mano sobre el brazo con expresin seria. -Gracias, Jim. Myrtle estaba verdaderamente mal y te estoy muy agradecido. De regreso a casa, cobr conciencia de que haba fallado en mi intento por convencerlo de que yo no le haba salvado la vida a su perra. Fue una visita extraa y Humphrey Cobb era un hombrecito muy gracioso. Pero me agrad. Despus de esa noche volv a verlo con frecuencia "ejercitando" a Myrtle en el campo. Su cuerpo casi esfrico pareca rebotar sobre el csped, pero sus modales siempre eran discretos y muy racionales, excepto porque segua agradecindome por haber rescatado a su perrita de las garras de la muerte. Muy pronto, volvimos al comienzo. Una vez ms, era pasada la medianoche cuando levant el auricular y escuch el mismo llanto entrecortado. -Ay... ay! Jim, Myrtle se ve muy mal. Puedes venir? -Cmo...? Qu le pasa ahora? -Se sacude en una forma terrible. Oh, Jim, muchacho, no me hagas esperar! Estoy muy preocupado. Seguro que tiene moquillo. La cabeza empez a darme vueltas. -No puede tener moquillo, Humphrey. No tan repentinamente, as nada ms. -Te ruego que vengas, Jim -volvi a decir, como si no hubiera escuchado mi comentario. -Est bien, Humphrey -acept con voz cansada-. Estar all en un minuto. -Oh, Jim, de verdad que eres un buen muchacho...! -la voz se perdi al colgar el auricular. Esta vez me vest sin el pnico de la ocasin anterior. Seguro deba tratarse de otra falsa alarma, pero uno nunca sabe. En Cedar House, me envolvieron nuevamente los efluvios del whisky. Humphrey, lloriqueando y quejumbroso, me llev de prisa a la cocina. -Ah est -dijo sealando el cesto-. Acabo de regresar y la encontr en este estado. -Otra vez estabas en las carreras, verdad? -S, jugando, bebiendo y abandonando a mi pobre perra en casa. Soy un canalla, Jim; eso es lo que soy. -No digas disparates, Humphrey! Ya te he dicho que no haces ningn dao con irte todo el da de la casa. Adems, qu pas con las sacudidas? Yo la veo muy bien. -Dej de hacerlo, pero cuando entr, una de sus patas traseras se mova as -hizo un movimiento espasmdico con la mano. -Quiz estaba rascndose -gru para mis adentros. -No, era mucho ms que eso. Te digo que est sufriendo, por favor, mrale los ojos. Los ojos de Myrtle eran como pozos llenos de emocin y en sus profundidades poda leerse el reproche. La examin, convencido de la inutilidad de tal accin. Saba que no iba a encontrar nada. -Dale una tableta -me rog-. La ltima vez la cur. Para devolver la paz al espritu del hombre, le di otra vitamina a Myrtle. aliviado, Humphrey regres al saln y a la botella de whisky. Inmensamente

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-Necesito "levantarme" un poco despus del susto -confes-- T tambin deberas tomarte una, muchacho; quieres? Este melodrama se repiti varias veces en los meses siguientes, siempre despus de las carreras y siempre pasada la medianoche. Tuve amplias oportunidades de analizar la situacin, y llegu a una conclusin: la mayor parte del tiempo, Humphrey era un hombre normal y consciente con su mascota, pero despus de una copiosa ingestin de alcohol, sus sentimientos afectivos degeneraban en un fuerte sentimiento de culpa. Siempre atend sus llamadas, porque saba que su afliccin se hara muy grande en caso de que yo me rehusara a hacerlo. En realidad, estaba dndole tratamiento a Humphrey, no a Myrtle. Me diverta el hecho de que ni por una vez el hombre aceptara mis protestas de que mis visitas eran innecesarias. l estaba realmente convencido de que, en todas las ocasiones, mis tabletas mgicas le haban salvado la vida a la perra. Pensndolo bien, yo no descontaba la posibilidad de que Myrtle estuviera hacindolo sentir mal deliberadamente con esas miradas. La mente canina tiene la capacidad de desaprobar ciertas actitudes. Yo mismo me haca acompaar casi siempre de mi perro, pero si me iba al cine con Helen y a Sam lo dejbamos en casa, se meta debajo de la cama con una actitud de resentimiento. Cuando Humphrey me dijo que tena pensado que Myrtle se apareara, se me encogi el nimo porque saba que el consiguiente estado de preez de la perrita iba a acarrear toda clase de amenazas a mi tranquilidad. Y as fue. El hombrecillo entr en una serie de pnicos infundados, descubriendo sntomas imaginarios a lo largo de las nueve semanas. Sent un gran alivio cuando Myrtle tuvo una camada de cinco perritos. "Al fin", pens, "podr dormir tranquilo". Ya estaba cansndome de las tonteras nocturnas de Humphrey. Pero, pronto, una noche, me explot en el odo el timbre del telfono. Al descolgarlo, escuch un sonido familiar. -Ay... ay... ay! -Humphrey! -mascull-. Qu pasa ahora? -Oh, Jim, Myrtle se est muriendo! Ahora es cierto, lo s! Ven cuanto antes! -Muriendo? -respir con irritacin-. De dnde sacas eso? -Bueno, Myrtle est echada sobre un costado, muy estirada y temblando. -Algo ms? -S. La seora dice que, cuando se retir por la tarde, Myrtle se vea "preocupada" y caminaba con dificultad. Yo acabo de regresar de Redcar, ya sabes. -As que estuviste en las carreras, verdad? -As es... abandonando a mi perra. Soy un desobligado. Cerr los ojos. Los sntomas imaginarios parecan no tener fin. Esta vez, la perrita estaba temblando, se vea "preocupada", caminaba con dificultad. Qu seguira? Yo tena como norma el no desatender nunca una llamada nocturna, pero Humphrey haba estirado esta prctica al punto de la ruptura. Esto no poda continuar. Tena que ponerle un alto. -Mira, Humphrey. No le pasa nada a tu perra. Te lo he dicho una y otra vez... -Oh, Jim, muchacho, no tardes! Ay... ay! -No voy a ir, Humphrey. -No, no digas eso! Se est yendo muy rpido, de verdad -Te lo digo. Ests desperdiciando mi tiempo y tu dinero, as que acustate. Myrtle estar bien.

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Atormentado por haber desatendido una llamada por primera vez en mi vida, ca en un ligero sopor. Pero es bueno que el subconsciente trabaje durante el sueo, porque despert sobresaltado cuando el reloj marcaba las dos de la maana. -Oh, no! -grit-. Myrtle tiene eclampsia! -la eclampsia se manifiesta por una serie de ataques convulsivos seguidos de un estado de coma-. Me levant de la cama de un salto apresuradamente. -Y ahora, qu es lo que pasa? -pregunt Helen-. Cul es el problema, Jim? -Humphrey Cobb -contest, atndome un zapato. -Humphrey... Pero t has dicho siempre que no ha habido nunca una urgencia real... -Esta vez s. Su perra se muere -mir el reloj-. De hecho puede que ya est muerta. Sal volando hacia el automvil, recortando todos los sntomas que me haba dado Humphrey por telfono: la pequea perra amamantaba a sus cachorros, signos de ansiedad, dificultad para andar durante la tarde y luego postracin y temblores. Era un caso clsico de eclampsia puerperal. Si no se trata a tiempo, puede causar una muerte rpida, y ya haba pasado una hora y media desde la llamada. No soportaba pensar en ello. Humphrey estaba levantado todava. Obviamente, consolndose con la botella, porque apenas poda sostenerse. -Por fin llegaste, Jim, muchacho -balbuce, mirndome con los ojos entornados. -Cmo est? -Igual... Sujetando el calcio y una jeringuilla intravenosa, corr hacia la cocina. El cuerpo suave y brillante de Myrtle estaba extendido en un espasmo titnico. La perra respiraba con gran dificultad, temblaba violentamente y del hocico le escurran burbujas de saliva. Los ojos haban perdido la suavidad y estaban fijos con una mirada de desesperacin. Se vea muy mal, pero estaba viva... estaba viva. Puse los cachorros en una alfombra cercana y rpidamente limpi con alcohol la zona de la vena. El calcio constituye la nica curacin en estos casos, sin embargo una dosis repentina puede matar al paciente. Insert la aguja y presion lentamente el mbolo. Algunas veces hay que inyectar algn tipo de narctico junto con el calcio, y ya tena listo el Nembutal y la morfina, por si se presentaba una emergencia. Conforme pasaban los minutos, la respiracin de Myrtle fue hacindose ms acompasada y la rigidez muscular empez a ceder poco a poco. Cuando me mir y comenz a tragar saliva, tuve lacerteza de que se salvara. Estaba esperando a que terminaran de desaparecer los ltimos temblores en las extremidades, cuando percib un ligero golpecito en el hombro. Humphrey estaba de pie detrs de m con la botella de whisky en la mano. -Te tomars una, verdad, Jim? Esta vez no necesit de mucha insistencia de su parte, saba que por un poco ms haba sido el responsable de la muerte de Myrtle. Apenas haba tomado el primer sorbo de whisky cuando la perra se levant del cesto y fue a inspeccionar a sus cachorros. En algunos casos de eclampsia la respuesta es lenta, pero en otros es muy rpida; por fortuna, para la salvacin de mi sistema nervioso, ste fue de los rpidos. De hecho, la recuperacin fue casi sobrenatural, porque, despus de olfatear a los cachorros, Myrtle se me acerc con los ojos rebosantes de amistad y moviendo la cola. Estaba acaricindole las orejas cuando Humphrey empez a rer con una risa nerviosa. -Sabes algo, Jim? Esta noche he tenido la oportunidad de aprender mucho -dijo arrastrando las palabras.20

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-Qu aprendiste, Humphrey? -He aprendido... je, je, je... he aprendido la clase de tonto que he sido todos estos meses. -Qu quieres decir? Movi el dedo ndice con un gesto de sabidura. -T siempre me has dicho que yo me imaginaba cosas cuando crea que mi perra estaba enferma. -S. Eso es correcto. -Y nuca te cre, verdad? Ahora me he dado cuenta de que tenas razn. He sido un loco. -Mrala -movi la mano buscando al animal-. Cualquiera puede ver que esta noche tampoco le pasaba nada.

5 Era un momento de tranquilidad en Skeldale House y yo record los das de estudiante, cuando mi socio Siegfried, su hermano Tristn y yo vivamos bajo el mismo techo.-Sabes, Jim? -record a Tristn diciendo en una de aquellas maanas tan lejanas. -Con frecuencia me pregunto si existe alguna otra casa en la cual la preferencia de una dama se demuestre con estircol de cabra-. -Bueno, no es gracioso? -le dije a Tristn en esa ocasin-. Yo tambin he pensado lo mismo. Realmente es muy extrao. Acabbamos de desayunar. La seora Hall, nuestra amas de llaves, siempre nos pona la correspondencia a un lado del pato; y ah, en el lugar de Siegfried, dominando la escena como emblema de triunfo, estaba la lata llena de estircol de cabra que la seorita Grantley le enviaba. A pesar de la envoltura color marrn, todos sabamos lo que haba dentro porque ella siempre usba el mismo tipo de envase: una lata vaca de cocoa de unos quince centmetros de alto. O las consegua con sus amistades, o le encantaba la cocoa. De lo que no haba duda era del afecto que la mujer senta por las cabras. Pareca que estos animales gobernaban su vida, lo cual era muy extrao, porque el cuidado de las cabras era un entretenimiento inesperado para una belleza rubia que bien podra haber entrado sin ningn esfuerzo en el mundo del cine. Otra de las rarezas de la seorita Grantley era que permaneca an soltera. Cada vez que yo iba a su casa, me maravillaba la idea de que una persona como ella pudiera mantener alejados a los hombres. Tendra unos treinta aos, una bella figura y unas piernas muy bonitas; cuando miraba el fino contorno de su rostro, me preguntaba si aquella quijada tan firme era lo que mantena alejados a los posibles pretendientes. Pero no era as, porque era una mujer muy alegre y tena un carcter encantador; conclu que simplemente no quera casarse. Posea una casa muy agradable y, por supuesto, mucho dinero. Aparentemente era muy feliz. Otra cosa de la que yo no tena la menor duda era que el estircol de cabra constitua una muestra de su afecto. La seorita Grantley tomaba muy en serio su ocupacin de "ganadera" e insista en que las heces de las cabras se examinaran regularmente en un laboratorio en busca de parsitos. Las muestras siempre iban dirigidas a Siegfried, y yo no le haba dado ninguna importancia al hecho hasta, que una maana, unos cuantos das despus de que le haba causado gran alegra al retirar una brizna de paja incrustada en el ojo de uno de los machos, la familiar lata apareci junto a mi plato, dirigida a m.

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Fue entonces cuando me di cuenta de que se era un gesto de aprobacin. En la antigedad, los caballeros feudales llevaban un guante sujeto a la silla de montar, o un pauelo en la punta de la lanza, como smbolo de la estimacin que su dama senta por ellos. En el caso de la seorita Grantley, ese smbolo era el estircol de las cabras. Cuando fui yo quien recibi una lata, la cara de Siegfried mostr un pequeo gesto de sorpresa, y supongo que en la ma apareci uno de vanidosa satisfaccin, pero l no tena de qu preocuparse. En un par de semanas, la lata reapareci en su lado de la mesa. Despus de todo, esto era perfectamente natural porque, si el verdadero atractivo masculino tena algo que ver con esta situacin, no haba duda de que Siegfried nos sacaba una considerable ventaja. Tristn persegua a las muchachas de la localidad con gran entusiasmo y considerable xito; yo no tena razn para quejarme en ese sentido, pero Siegfried estaba en otra categora. l pareca volverlas locas. No tena que perseguirlas; ellas lo perseguan a l. Al tiempo de conocerlo, pude comprobar que lo que se deca acerca del atractivo irresistible de los hombres altos con cara angulosa era verdad. Si a eso le agregbamos su encanto natural y una personalidad dominante, era inevitable que las latas de estircol aparecieran en su lado con regularidad. As fue durante bastante tiempo, sin que importara el hecho de que tanto l, como Tristn o yo visitramos el rebao de cabras de la seorita Grantley con la misma frecuencia que Siegfried. Las visitas eran constantes porque ella llamaba al ms mnimo asomo de malestar en alguno de los animales. Sin embargo, una maana en que o su voz al telfono me di cuenta de que esta vez no era para algo trivial. Se oa agitada. -Doctor Herriot, Tina se enganch el lomo en un clavo y se ha hecho una herida muy grande. Podra venir a verla? -S, ir de inmediato. Sent una ligera satisfaccin que me corri por el cuerpo. ste sera otro trabajo de sutura, y a m me gustaban mucho esos trabajos. Eran fciles y siempre impresionaban al cliente. Me senta ms a gusto en ese terreno que en el del diagnstico. Cuando la seorita Grantley me haca preguntas respecto de las enfermedades en las cabras, me pona en verdaderos aprietos, porque en la universidad no me haban enseado casi nada acerca de estos animales y, aunque haba ledo algo sobre ellos, de ninguna manera me consideraba un experto. Iba saliendo cuando Tristn surgi lentamente de las profundidades del silln en el que pasaba una buena parte de su tiempo. Se estir dando un bostezo. -La seorita Grantley, eh? Creo que ir contigo; tengo ganas de salir un rato. -Est bien, vmonos -sonre-. Para m, l siempre era buena compaa. La seorita Grantley nos recibi enfundada en un sedoso mono azul plido que en nada disminua sus atractivos. -Muchas gracias por venir -dijo-. Sganme, por favor. Caminar detrs de ella era todo un premio. De hecho, al entrar en el cobertizo Tristn no vio un escaln, tropez y cay de rodillas. La seorita Grantley lo mir brevemente antes de apresurarse hacia un establo que estaba al fondo. -Ah est -indic y se cubri los ojos con una mano-. No puedo mirarla. Tina era un buen ejemplar de la raza saanen, pero su belleza estaba arruinada por una gran herida en forma de V que le haba desgarrado la piel a la altura del hombro, dejando a la vista todos los msculos hasta el hueso. Era impresionante pero superficial, de modo que poda cerrarla con facilidad, al tiempo que podra "lucirme" en el proceso. Me vea a m mismo insertando la aguja por ltima vez, apuntando hacia la casi invisible herida y diciendo: "ya est; se ve mejor, verdad?", mientras la seorita Grantley me miraba embelesada. Por el momento, se estrujaba las manos preguntando: "Cree usted que puede salvarla?"22

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-Desde luego -asent con autoridad-. Requiere de un buen trabajo de sutura, pero esto estoy seguro que lo resistir. -Gracias a Dios! -susurr aliviada-. Traer agua caliente. En un momento estaba listo para la accin. Tristn sujet la cabeza de Tina mientras yo limpiaba perfectamente la herida y despus empec a coser. La seorita Grantley me daba las tijeras para que cortara cada punto. Todo empez muy normal, pero la herida era muy grande, y tomara algn tiempo suturarla. Busqu en la mente algn tema ligero de conversacin. Tristn intervino, al parecer pensando lo mismo que yo. -Precioso animal, la cabra -dijo, pretendiendo no dar importancia a la frase. -Ay, s! -contest la seorita Grantley, regalndole una luminosa sonrisa-. Estoy de acuerdo. -Si uno lo piensa bien, es posible que la considere como el animal domstico ms antiguo -continu mi amigo-. Las pinturas rupestres nos muestran que las cabras han sido parte de la vida del hombre desde tiempo inmemorial. Es un pensamiento fascinante. Desde mi posicin en cuclillas lo mir, sorprendido. En mi relacin con Tristn haba descubierto muchas cosas que le fascinaban, pero las cabras no estaban incluidas en esa lista. -Y tienen un metabolismo maravilloso -aadi mi amigo-. Consumen alimentos que otros animales ni siquiera miraran y, de ese alimento, producen leche en abundancia. -Desde luego -susurr nuestra clienta. -Y tambin tienen su carcter -ri Tristn-. Son duras y resistentes frente a cualquier clima, adems de ser temerarias e ingerir impunemente plantas venenosas que mataran a rnuchas otras criaturas. -S, en verdad que son asombrosas! -la seorita contemplaba a mi amigo extasiada y me pasaba las tijeras sin dirigirme la mirada. Sent que deba intervenir en la conversacin. -Las cabras son realmente extremosas... -comenc a decir. -Pero, sabe usted? -Tristn volvi a la carga-. Lo que ms me gusta de ellas es su naturaleza afectiva. Est claro que por eso la gente se aficiona tanto a ellas. -Muy cierto, muy cierto -la dama afirm con seriedad. Despus, mi colega extendi una mano y juguete con el heno del pesebre. -Observo que alimenta usted muy bien a sus cabras: cardos, ramas de arbustos y plantas fibrosas. Es evidente que usted sabe que las cabras prefieren este tipo de alimentos. Por eso es que sus animales estn tan sanos. -Oh, gracias! -se ruboriz-. Desde luego, tambin les doy concentrados. -Granos integrales, supongo. -S, claro: siempre. -Bien, bien. Eso les mantiene alto el pH del rumen. Si el pH est bajo, las cabras pueden sufrir hipertrofia de las paredes intestinales e inhibicin de las bacterias que digieren la celulosa. La seorita Grantley lo miraba como a un profeta. -Podra darme las tijeras por favor? -gru. Estaba empezando a sentir calambres por la posicin en la que me encontraba, y disgusto, al mismo tiempo, por la creciente impresin de que mi clienta se haba olvidado de m. Pero segu obstinado en mi tarea, una parte de mi pensamiento estaba satisfecho de ver cmo la piel iba cubriendo gradualmente el rea descubierta, y la otra escuchaba con asombro a mi socio, quien pontificaba con solemnidad sobre la construccin de alojamientos para las cabras, sus dimensiones y ventilacin.23

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Despus de un buen rato, insert el ltimo punto de sutura y me levant penosamente. -Bueno, ya se ve mejor, verdad? -exclam, pero sin causar el impacto que yo esperaba porque Tristn y mi clienta estaban ya enfrascados en una discusin sobre los mritos relativos de las distintas razas de caprinos. De pronto, la seorita Grantley se dio cuenta de que yo haba terminado. -Muchas gracias! -dijo distrada-. Se ha molestado usted tanto que creo que es un buen momento para que ambos se tomen una taza de caf. Con nuestras tazas sobre las rodillas en el elegante saloncito, Tristn continuaba incansable disertando sobre la alimentacin de las cras destetadas y tambin la anestesia para quitarles los cuernos. Entonces, la seorita Grantley se volvi hacia m. Era claro que segua bajo el influjo de Tristn, pero tambin lo era que la cortesa le indicaba que deba incluirme en la conversacin. -Doctor Herriot, hay algo que e preocupa. Yo comparto los pastos con la granja prxima a la ma, y mis cabras pacen con las ovejas de mi vecino. He odo que sus animales tienen problemas con una enfermedad pulmonar, la coccidiosis. Hay alguna posibilidad de que mis cabras se contagien? Le di un largo sorbo a mi caf para darme tiempo de pensar. -Bueno.... eh... Yo dira que... -De ninguna manera -mi amigo volvi a intervenir sin ningn esfuerzo-. Considero que no debe preocuparse vor eso. La mayora de los coccidios que la provocan son especficos de los animales que los portan. -Gracias -ella se dirigi nuevamente a m, como si quisiera darme una ltima oportunidad-. Y qu me dice de los gusanos, doctor Herriot? Pueden acaso infectarse mis cabras con los gusanos de las ovejas? -Ah!, veamos... -poda sentir un ligero sudor sobre las cejas-. La cosa es que... -Desde luego -murmur Tristn entrando una vez ms en mi ayuda-. Como iba a decir el doctor Herriot, hay un verdadero peligro de infeccin de helmintiasis, ya que los nematodos que la causan son comunes a ambas especies. Debe desinfectar sus cabras con regularidad; si quiere, puedo darle un breve programa.. Me hund an ms en el silln y lo dej seguir con el tema. Finalmente termin y nos fuimos hacia el automvil. -Volver dentro de diez das para retirar los puntos -le inform a la seorita Grantley. Tuve la sensacin de que eso fue lo nico sensato que dije en toda la tarde. Conduje menos de un kilmetro, detuve el vehculo y me dirig a mi acompaante. -Desde cundo te has vuelto un amante de las cabras? -le pregunt con alguna aspereza en la voz-. Y de dnde has sacado todos esos tecnicismos que estuviste predicando ah? Tristn sonri, se ech hacia atrs en el asiento y finalmente solt la carcajada. -Lo siento, Jim -dijo cuando se recuper-. Como sabes, presentar exmenes en unas cuantas semanas, y he odo que uno de los profesores est muy orientado hacia las cabras. Anoche estudi todo lo que encontr sobre estos animales. Es increble la oportunidad que tuve de sacarlo a relucir tan pronto. -Ya veo. Mejor djame ver todo lo que leste anoche. No me haba dado cuenta de lo ignorante que soy. Una semana despus, se present una interesante secuela de los hechos. Siegfried y yo bamos a desayunar, cuando mi socio se detuvo a medio camino y vio la mesa del comedor. Ah estaba la conocida lata de cocoa, pero esta vez en el lugar de su hermano. Lentamente, se acerc

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y ley la etiqueta. Yo tambin le ech un vistazo. No haba equivocacin posible, estaba dirigida al seor Tristn Farnon. Siegfried no dijo nada, slo se sent a la cabecera de la mesa. El joven Farnon se reuni con nosotros, examin la lata con inters y comenz a desayunar. Nadie dijo una palabra, pero un hecho innegable pesaba en el ambiente: Tristn se haba convertido en el hombre fuerte.

6granjero se movi entre las vacas y sujet el rabo de mi paciente. Cuando vi el corte de pelo del hombre supe que Josh Anderson haba vuelto a hacer de las suyas. Era un domingo por la maana y todo encajaba perfectamente. -Estuvo anoche en la taberna Hare and Pheasant? -pregunt mientras insertaba el termmetro en la vaca. El granjero se pas lentamente la mano por la cabeza con un gesto desconsolado. -S. Deb haberlo pensado mejor antes de escoger un sbado por la noche. Josh Anderson era uno de los peluqueros de la localidad. Le gustaba su trabajo, pero tambin le gustaba la cerveza. De hecho, todas las noches llevaba sus utensilios a la taberna. Por el precio de una pinta, o sea un poco ms de medio litro de cerveza, haca un corte rpido de pelo, en el bao de caballeros, a cualquiera que lo solicitara. Con la cerveza a seis peniques la pinta, se era un buen trato, aunque los clientes de Josh saban a lo que se exponan. Si las ingestiones del barbero haban sido moderadas, saldran ilesos de la experiencia, la moda en Darrowby no era muy exigente en cuanto al estilo del cabello, pero si eran superiores a las ocho pintas de costumbre, como suceda los sbados por la noche, las consecuencias podan ser terribles. Mir de nuevo la cabeza del granjero. La experiencia me deca que Josh debi de haber andado por la marca de las diez pintas cuando hizo ese corte. La parte superior de la cabeza mostraba una especie de surco profundo cavado al azar, con algunos sitios desnudos alternados con mechones largos. Sin duda, tambin habra sido interesante ver la parte trasera; seguramente habra por ah un rizo en forma de cola de cerdo o alguna otra cosa furtiva. S, conclu, definitivamente eran diez pintas. Despus de doce o catorce pintas, Josh tenda a abandonar toda prudencia y simplemente corra por la cabeza de sus vctimas con la maquinilla de corte dejando una especie de mechn en el frente; el clsico corte de los convictos, que haca necesario usar una gorra durante las semanas siguientes. Yo siempre me aseguraba; cuando necesitaba cortarme el pelo, iba al establecimiento de Josh, donde tena la certeza de encontrarlo en un estado de absoluta sobriedad. Unos das despus de aquello, esperaba mi turno en la peluquera, con mi perro Sam bajo la silla. Haba un hombre fornido sentado en el silln de barbero, y su cara enrojecida, reflejada en el espejo, se contraa con frecuentes espasmos de dolor. La explicacin era muy simple: Josh no cortaba el cabello, lo arrancaba. Esto se deba no slo a que su equipo era anticuado y necesitaba un trabajo de afilado con urgencia, sino a que haba perfeccionado cierto movimiento giratorio con la mueca, al final de cada pasada con la maquinilla, que tironeaba del cabello arrancndolo de los folculos pilosos. Lo asombroso era que todos bamos con Josh cuando necesitbamos un corte de pelo, aunque haba otro peluquero cerca. Quiz era porque Josh nos simpatizaba a todos.25

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Sentado en su establecimiento, yo lo observaba mientras haca su trabajo. Era un hombre menudo, de cincuenta y tantos aos, con una sonrisa amable que nunca dejaba su rostro; esa sonrisa y una mirada especial y curiosa, ultraterrenal dira yo, le daban un atractivo fuera de lo comn. Cuando el cliente se levant del silln, con un gesto de alivio porque haba terminado su martirio, Josh revolote a su alrededor, cepillndolo y hablando amable. Se le vea el amor por sus semejantes. Junto a su enorme cliente, Josh se vea ms pequeo que nunca, y me maravillaba al pensar dnde poda caberle toda la cerveza que tomaba. Incluso ahora, en estos das, despus de cuarenta aos en Yorkshire, no puedo competir con los granjeros. Quizs se debe a mi ascendencia escocesa, de Glasgow, porque despus de dos o tres pintas empiezo a sentirme incmodo. Lo extraordinarios es que, a travs de los aos, difcilmente puedo recordar haber visto borracho a un habitante de Yorkshire. Conforme flua la cascada de cerveza que les pasaba por la garganta, se volvan ms joviales, pero rara vez perdan el equilibrio o hacan alguna tontera. Josh, por ejemplo, poda tomar alrededor de ocho pintas todas las noches, excepto los sbados, en que aumentaba la dosis a entre diez y catorce pintas, sin que cambiara mucho su aspecto. Lo que sufra era su habilidad profesional, pero eso era todo. -Doctor Herriot -se dirigi a m-, qu gusto verlo de nuevo -me envolvi con su clida sonrisa mientras me sealaba el silln-. Est usted bien? -Muy bien, gracias, seor Anderson -contest-. Y usted? -Bien, seor; muy bien -empez a acomodarme la tela bajo la barbilla y sonri al ver a mi pequeo beagle trotar bajo el lienzo-. Doctor Herriot, de verdad que Sam es un amigo fiel; nunca lo pierde de vista. -As es. Y a m no me gusta ir a ningn lado sin l. Por cierto, no lo vi con un perro el otro da? -le pregunt, al tiempo que haca girar el silln. Josh hizo una pausa con las tijeras en la mano. -Ciertamente. Una pequea vagabunda. La saqu del asilo para perros y gatos de York, y se ha convertido en todo un personaje. Ahora que nuestros hijos ya se han ido, mi seora y yo pensamos en un perro; y la verdad es que la disfrutamos mucho. -De qu raza es? -Ahora que lo pregunta, es mestiza, me imagino. No veo de qu raza podra ser, pero vale ms que todo el dinero del mundo. Espere un momento y la bajar para que la vea. Subi por la escalera, pues habitaba encima de la peluquera, y regres con una pequea perra en los brazos. -Aqu la tiene, doctor Herriot. Qu le parece? -la dej en el piso para que yo la viera. El animalito pareca una oveja Wensleydale en miniatura, con el pelo gris claro, largo y rizado. Definitivamente era un perro de linaje desconcertante, pero el alegre movimiento de la cola garantizaba su buen carcter. -Me agrada -le dije-. Creo que escogi una ganadora. -Eso es lo que pensamos -se agach y acarici a su nueva mascota tomando unos mechones de pelo y deslizndolos entre el pulgar y el ndice. Aquello se vea un poco extrao, pero se me ocurri que Josh estaba acostumbrado a hacerlo as con sus clientes. -La llamamos Venus. -Venus? -S, por lo bonita que es -su tono era de seriedad. -Ah, s! Ya veo.26

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Se lav las manos, tom las tijeras y sostuvo un mechn de mis cabellos. Repiti el mismo procedimiento de deslizarlo entre los dedos antes de cortar. No pude entender por qu Josh haca eso, pero estaba demasiado preocupado para pensar detenidamente en el asunto. Sent un tirn desagradable cuando las melladas hojas de las tijeras se cerraron. Aun as, las cosas no iban tan mal hasta que cambi las tijeras por la maquinilla; entonces me agarr del silln como si estuviera en el del dentista. Ese tirn al final de cada pasada, que arrancaba de raz el ltimo mechn de cabellos, me tena haciendo gestos frente al espejo. Por ah se me escaparon uno o dos "Ay!, aay!", pero Josh no daba signos de haber odo; nunca lo he visto reaccionar ante los gritos ahogados de dolor de sus clientes. Aunque estaba muy lejos de ser un hombre arrogante, Josh se consideraba a s mismo un peluquero superdotado. Incluso esa vez, cuando le daba los toques finales a mi cabello, se le vea una sonrisa radiante. Acercando el rostro, daba un tijeretazo ligero aqu y all antes de sacar el espejo y preguntar: "Est bien as, doctor Herriot?" -Estupendo, seor Anderson -una sensacin de alivio le daba calidez a mi voz. -S, ya sabe usted; cortar el cabello no es difcil. El secreto est en saber cunto dejar. Lo haba odo decirlo cientos de veces, pero re otra vez mientras l me cepillaba la espalda de la chaqueta. El cabello me creca muy rpido, pero no tuve que regresar a la peluquera para ver al hombre de nuevo. Un da lleg a la puerta de mi casa con Venus en los brazos. Era una criatura totalmente distinta a la plcida perrita que yo haba visto en su local. Echaba espuma por la boca, tena arcadas y, desesperada, se frotaba el hocico con las patas delanteras. -Dgame qu pas, seor Anderson. Se ha tragado algo? -S, un hueso de pollo -Josh se vea muy asustado. Lo mir preocupado. -Un hueso de pollo! No sabe usted que nunca debe darle huesos de pollo a un perro? -S, yo s, yo s, pero comimos pollo, y Venus fue a sacar los huesos del recipiente de la basura. Cuando me di cuenta, ya lo tena en la boca, y ahora est ahogndose! -el hombre estaba a punto de llorar. -Clmese! -le orden-. No creo que Venus se est muriendo. Por la forma en que mueve las patas delanteras, dira que tiene algo atorado. Le abr el hocico al animal a la fuerza y vi, con gran alivio, una larga astilla de hueso aprisionada entre los molares traseros, que cruzaba de lado a lado el paladar. Esto ocurra con frecuencia en la prctica y se remediaba con facilidad usando unas pinzas. Puse una mano sobre el hombro del peluquero. -Ya puede dejar de preocuparse, seor Anderson; slo se trataba de un hueso atorado en los dientes. Pase al consultorio y en un instante lo extraer. Mientras caminbamos hacia la parte trasera de la casa, vi que el hombre se tranquilizaba. -Gracias a Dios, doctor Herriot! Pens que ya no tena remedio. Y, francamente, le hemos tomado mucho cario al animalito. No resisto la idea de perderla. -Ni lo piense -sub a la perra a la mesa y tom las pinzas-. Esto slo tardar un minuto. Jimmy, que ya tena cinco aos, nos haba seguido y miraba con un poco de curiosidad mientras yo buscaba el instrumento. Incluso a su corta edad, l ya haba visto esta situacin muchas veces y no se mostraba entusiasmado. Pero en la prctica veterinaria nunca se sabe; vala la pena quedarse, porque podan suceder cosas curiosas. Meti las manos en los bolsillos y empez a balancearse sobre los talones, silbando suavemente mientras me miraba.

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Por lo general, esto se reduce a abrir el hocico del perro, sujetar el hueso con las pinzas y retirarlo. Sin embargo, en cuanto vio el brillo del metal, la pequea Venus salt aterrorizada, y lo mismo hizo el peluquero. Trate de tranquilizarlo. -No es nada, seor Anderson. No voy a lastimarla en lo ms mnimo. Slo sujtele la cabeza con firmeza por un momento. Respir profundamente, aferr a la perra por el cuello y cerr los ojos. Venus se sacuda con violencia, empujaba mi mano con la pata delantera y acompaaba los lamentos de su dueo con los suyos. Cuando le met las pinzas en el hocico, lo cerr con fuerza alrededor del instrumento y no lo soltaba. Finalmente, el seor Anderson no pudo ms y dej de sujetar a Venus. La perrita salt al piso mientras Jimmy observaba con gesto comprensivo. -Intentmoslo de nuevo -le dije al peluquero. Josh extendi las manos temblorosas hacia la perra, pero cada vez que la tocaba ella se le escurra. Con un suspiro estremecedor, el hombre se puso boca abajo sobre el piso y comenz a llamarla. Jimmy solt unas risitas. La cosa estaba ponindose divertida. Ayud al barbero a levantarse. -Le dir algo, seor Anderson. Voy a acabar con esta lucha administrndole a Venus un anestsico de poca duracin. -Va a dormir a la perra? -Josh palideci-. Estar bien? -Desde luego, djela en mis manos y regrese por ella en una hora. Entonces ya estar andando de nuevo -comenc a llevarlo hacia la salida-. Si seguimos as, lo nico que vamos a conseguir es molestarla ms. -Bien. Entonces, le har una visita de una hora a mi hermano. -Esplndido -esper hasta or el sonido de la puerta que se cerraba y prepar rpidamente una dosis de Pentotal. Cuando los dueos no estn, los perros no se ponen tan difciles, por lo que no me cost trabajo volver a subir a Venus a la mesa. Le introduje la aguja en la vena y, en unos segundos, estaba dormida. -Ya no hay problema, Jimmy -dije y le abr la boca a Venus sin ningn esfuerzo, tom el hueso con las pinzas y lo saqu-. Estupendo. Ya est -luego tir el hueso en el depsito de la basura-. S, muchacho. sta es la forma profesional de hacerlo. Nada de forcejeos ridculos. Mi hijo asinti con un gesto. Las cosas eran aburridas otra vez. Haba esperado algo de accin al ver que el seor Anderson se acostaba en el piso, pero el asunto se haba vuelto soso. Jimmy haba dejado de rer. Mi propia sonrisa de satisfaccin se congel. Estaba observando a Venus y vi que no respiraba. Trat de no pensar en la sacudida que sent en el estmago, porque siempre he sido un anestesista bastante nervioso. Me deca a m mismo que no haba peligro. Le haba aplicado la dosis correcta y el Pentotal a menudo causa esa reaccin. Pero al mismo tiempo le peda a Dios que la perrita empezara a respirar. El corazn lata correctamente. Le presion las costillas varias veces. Nada. Le abr un ojo. No haba ningn reflejo en la crnea. Mientras miraba fijamente a Venus, podra decir que Jimmy me observaba con atencin. Su certero instinto para lo impredecible estaba despierto. La corazonada de Jimmy result correcta: levant a Venus de prisa y la sacud varias veces por encima de mi cabeza; luego sal corriendo por el pasillo hacia el jardn. Poda sentir los pasos ansiosos de Jirnrny que me seguan. Abr la puerta y sal como tromba al jardn trasero. Las costillas de la perrita no se movan y los ojos seguan fijos. Oh, no era posible que pasara esto! Sujet a Venus por las patas traseras y empec a girar con los brazos extendidos. Alcanc una velocidad considerable, ya que estaba aplicando todas mis fuerzas. Al parecer, este mtodo28

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de reanimacin ha cado en desuso en la actualidad, pero era muy comn en ese entonces. Desde luego que contaba con la total aprobacin por parte de mi hijo. En su ignorante regocijo por el comportamiento de su padre, se ri tanto que cay cuan largo era sobre el csped. Cuando me detuve y mir las costillas todava inmviles, comenz a gritar: "Otra vez, pap; otra vez!" No tuvo que esperar ms que unos segundos para que su padre comenzara de nuevo a dar vueltas frenticas en el jardn, con Venus subiendo y bajando por los aires como un pjaro. Esto superaba las expectativas de Jimmy. Su expectacin se recompens con creces. Todava recuerdo la escena como si fuera ayer: mi tensin nerviosa y mi angustia por la posibilidad de que muriera la paciente y, como fondo, la risa escandalosa de mi hijo. No s cuntas veces par y volv a girar; pero, finalmente, en uno de los intervalos, la pared torcica comenz a subir y bajar rtmicamente y los ojos del animal parpadearon. Con un jadeo de alivio me derrumb boca abajo sobre el csped y mir entre el verde de la hierba mientras la respiracin se regularizaba y la perrita se relama mirando a su alrededor. Jimmy estaba decepcionado. -Ya se acab? No va a haber ms? -No hijo, no -me sent y me puse a Venus en el regazo-. Tranquila, ya pas todo. -Bueno, eso fue gracioso. Por qu lo hiciste? -Para hacerla respirar. -Siempre haces eso para que respiren? -No, gracias a Dios, no con frecuencia -me puse de pie lentamente y conduje a Venus de vuelta al consultorio. Cuando Josh Anderson lleg, su mascota estaba casi normal. -Todava est un poco mareada por la anestesia -le expliqu-. Pero se le pasar en un rato ms. -iEh!, no es maravilloso? Y el hueso, ya ... ? -No est, seor Anderson -le abr la boca a Venus-. Lo puede ver? Nada. -Le caus alguna molestia? -el hombre sonri con un gesto de felicidad. Tragu saliva. Consider que decirle que su perrita haba estado casi muerta por un buen rato no le causara ningn gusto ni le habra hecho aumentar su fe en m. Me sali la ms blanca de las mentiras: -Fue una operacin de lo ms sencilla, seor Anderson. -Maravilloso, maravilloso! Le estoy muy agradecido, doctor Herriot -se agach sobre la perra y nuevamente not la forma extraa en que dejaba resbalar el pelo entre los dedos. -As que has estado flotando por los aires, mi querida? -murmur. -Qu... le hace preguntar eso? -sent una fuerte punzada en el cogote. Volvi los ojos hacia m con esa mirada ultraterrenal. -Bueno.... podra asegurar que ella pens que iba flotando mientras estaba anestesiada. Una sensacin graciosa. No tiene importancia. -Ah, s, claro! Mmm... correcto -yo tambin senta algo gracioso-. Ser mejor que se la lleve a casa y procure que est tranquila el resto del da. Cuando el peluquero sali, me qued muy pensativo... flotando. Dos semanas ms tarde, estaba sentado de nuevo en la peluquera. Normalmente Josh empezaba con las tijeras, pero esta vez lo hizo con la temible maquinilla. En un intento por aliviar el dolor, comenc a hablar. -Cmo "ay!", sigui Venus?29

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-Bien, bien -Josh me dedic una sonrisa a travs del espejo mientras arrancaba otro mechn con su inimitable giro de mueca-. El caso es, doctor Herriot, que es muy bueno tener fe en el veterinario. Yo saba que Venus estaba en buenas manos. -Es aaah! agradable or eso -cansado de tratar de hablar mientras l daba tirones, trat de concentrarme en otra cosa; pona en prctica este truco cada vez que acuda al dentista. Pens, con todo mi poder de concentracin, en el jardn de Skeldale House; era urgente cortar el csped; adems, estaba toda esa maleza que deba retirar en cuanto tuviera un minuto libre. Estaba considerando la conveniencia de ponerle fertilizante a los tomates cuando, la voz del peluque