demasiados secretos - roberts, nora

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Nora Roberts Demasiados Secretos Título original: Mind over matter Traducido por: Ana Peralta de Andrés ISBN: 978-84-671-7548-6 ÍNDICE Capítulo 1 Error: Reference source not found Capítulo 2 Error: Reference source not found Capítulo 3 Error: Reference source not found Capítulo 4 Error: Reference source not found Capítulo 5 Error: Reference source not found Capítulo 6 Error: Reference source not found Capítulo 7 Error: Reference source not found Capítulo 8 Error: Reference source not found Capítulo 9 Error: Reference source not found Capítulo 10Error: Reference source not found Capítulo 11Error: Reference source not found Capítulo 12Error: Reference source not found RESEÑA BIBLIOGRÁFICA Error: Reference source not found

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Nora Roberts

Demasiados Secretos

Título original: Mind over matter

Traducido por: Ana Peralta de AndrésISBN: 978-84-671-7548-6

ÍNDICECapítulo 1 Error: Reference source not foundCapítulo 2 Error: Reference source not foundCapítulo 3 Error: Reference source not foundCapítulo 4 Error: Reference source not foundCapítulo 5 Error: Reference source not foundCapítulo 6 Error: Reference source not foundCapítulo 7 Error: Reference source not foundCapítulo 8 Error: Reference source not foundCapítulo 9 Error: Reference source not foundCapítulo 10Error: Reference source not foundCapítulo 11Error: Reference source not foundCapítulo 12Error: Reference source not found

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA Error: Reference source not found

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Nora Roberts Demasiados Secretos

Capítulo 1

Esperaba una bola de cristal, estrellas de cinco puntas y hojas de té. Tampoco le habrían sorprendido las velas y el incienso. Aunque no lo habría admitido delante de nadie, en realidad, era eso lo que quería encontrarse. Como productor de documentales para la televisión pública, David Brady buscaba siempre datos objetivos y basados en una meticulosa investigación. Toda la información que incluían sus producciones era cotejada en más de una ocasión, y la mayor parte de las veces personalmente. Por eso había pensado que pasar una tarde con una echadora de cartas supondría para él un refrescante y divertido alivio después de haber dedicado el día a la presión de presupuestos y guiones. Pero aquella echadora de cartas ni siquiera llevaba turbante.

Por el aspecto que tenía la mujer que acababa de recibirle en aquella acogedora casa de Newport Beach, se diría que era más probable encontrarla jugando con sus amigas al bridge que en una sesión de espiritismo. Olía a azucenas y a polvos de maquillaje, ningún aroma almizcleño o misterioso. David tuvo la impresión de que era el ama de llaves o la compañera de aquella conocida vidente, pero su anfitriona le sacó inmediatamente de su error.

—Hola —le ofreció una mano pequeña y cuidada y una sonrisa—. Soy Clarissa DeBasse. Pase, por favor, señor Brady. Es usted muy puntual.

—Señora DeBasse.David recompuso sus pensamientos y aceptó la mano que le ofrecía. Se había

documentado lo suficiente como para que no le sorprendiera la aparente normalidad de las personas que se relacionaban con el mundo de lo paranormal.

—Le agradezco que se muestre dispuesta a recibirme. ¿Debería asombrarme que sepa quien soy?

Sin soltarle todavía la mano, Clarissa DeBasse dejó que fluyeran hacia ella las impresiones de aquel primer contacto con David Brady, impresiones que más adelante analizaría. Intuitivamente, supo que era un hombre en el que podría apoyarse y confiar. De momento, era más que suficiente.

—Podría presumir de que ha sido una premonición, pero me temo que es una cuestión de lógica. Le esperaba a la una y media —su agente la había llamado para recordárselo. En caso contrario, seguramente Clarissa estaría trabajando todavía en el huerto que tenía en el jardín—. Supongo que sería posible que llevara solamente cepillos y muestras de champú en ese maletín, pero tengo la sensación de que lo que lleva ahí dentro son documentos y contratos. Y también estoy segura de que después de haber viajado hasta aquí desde Los Ángeles no le vendría mal un café.

—Y vuelve a tener razón.David entró en un cuarto de estar de aspecto acogedor, con cortinas azules

en las ventanas y un enorme sofá que se hundía notablemente por el centro.—Siéntese, señor Brady. Acabo de traer la bandeja, así que el café todavía

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está caliente.Desconfiando de aquel sofá hundido, David se sentó en una silla y esperó

mientras Clarissa se sentaba frente a él y servía dos tazas de café. Tardó sólo un instante en analizar la situación. David era un hombre que confiaba plenamente en las primeras impresiones. Clarissa, que en aquel momento le estaba ofreciendo azúcar y crema para el café, le recordaba a cualquiera de sus tías favoritas: tenía un ligero sobrepeso, sin que por ello pudiera ser considerada una mujer rellenita, y era limpia y ordenada sin llegar a ser estricta. Tenía un rostro de facciones suaves y delicadas y pocas arrugas para sus cincuenta y tantos años. El pelo, rubio, lo llevaba con un corte moderno y estiloso. David atribuyó la falta de canas a las manos de su peluquera. Todo el mundo tenía derecho a ser presumido, pensó David. Cuando Clarissa le ofreció la taza, reparó en la sinfonía de sortijas que adornaba sus manos. Aquél era el único detalle que se ajustaba a la imagen que se había forjado de Clarissa antes de verla.

—Gracias, señora DeBasse. ¿Sabe? Tengo que decirle que no es usted en absoluto como me la imaginaba.

Clarissa DeBasse, una mujer que, evidentemente, se encontraba a gusto consigo misma, se reclinó en su asiento.

—Supongo que esperaba que saliera a recibirle con una bola de cristal en las manos y un cuervo en el hombro.

La diversión que asomaba a sus ojos habría bastado para que muchos hombres se removieran incómodos en su asiento. David se limitó a arquear una ceja.

—Algo así —bebió un sorbo de café. El hecho de que estuviera caliente fue lo único que le animó a seguir bebiendo—. He estado leyendo mucho sobre usted durante estas últimas semanas. También he visto la grabación de su aparición en Barrow Show —intentó buscar la manera de decirlo de forma delicada—. Delante de las cámaras muestra una imagen diferente.

—Eso forma parte del espectáculo —lo dijo con tanta naturalidad que David se preguntó si estaría siendo sarcástica. Pero continuaba mirándole con unos ojos limpios y amistosos—. Normalmente no me gusta hablar de negocios, y menos en mi casa, pero como me pareció que para usted era importante poder entrevistarme, pensé que estaríamos más cómodos aquí —sonrió de nuevo, mostrando unos hoyuelos apenas visibles en las mejillas—. Pero me temo que le he desilusionado.

—No —y lo decía en serio—, no me ha desilusionado.Como su educación no daba ya para más, dejó el café en la mesa.—Señora DeBasse…—Clarissa.Le dirigió una sonrisa radiante que David no tuvo problema alguno en

devolverle.—Clarissa, quiero ser sincero contigo.—Oh, eso siempre es lo mejor —su voz sonaba delicada y sincera mientras

doblaba las manos en el regazo.—Sí —la inocente confianza de sus ojos le hizo vacilar un instante. Si era una

estafadora curtida e interesada solamente en el dinero, sabía cómo disimularlo—.

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Soy un hombre práctico. Los fenómenos paranormales, la clarividencia, la telepatía y ese tipo de cosas no encajan en mi forma de vida.

Clarissa se limitó a contestar con una sonrisa cargada de comprensión. Fuera lo que fuera lo que pensara, lo guardó para sí. En aquella ocasión, David se movió incómodo en la silla.

—He decidido realizar este documental sobre fenómenos paranormales principalmente por el valor que tienen como entretenimiento.

—No tienes por qué disculparte —alzó la mano y justo en ese momento un gato negro saltó a su regazo. Sin mirarlo, Clarissa lo acarició desde la cabeza hasta la cola—. ¿Sabes, David? Una persona que está en mi posición comprende perfectamente las dudas y la fascinación que tiene la gente por… esta clase de cosas. No soy radical.

El gato se acurrucó en su regazo y ella continuó acariciándolo. El animal parecía tranquilo y satisfecho.

—Sencillamente —continuó diciéndole Clarissa—, soy una persona que tiene un don y, por lo tanto, cierta responsabilidad.

—¿Cierta responsabilidad?David comenzó a buscar el tabaco en el bolsillo, pero se fijó entonces en que

en la casa no había ceniceros.—Oh, sí —mientras hablaba, Clarissa abrió un cajón de la mesita del café y

sacó un cenicero redondo de color azul—. Puedes utilizar éste.Se lo tendió y se reclinó de nuevo en su asiento.—Un joven puede recibir una caja de herramientas el día de su cumpleaños.

Es un regalo, una donación, un don. A partir de ahí, tendrá que tomar decisiones. Puede utilizar la caja de herramientas para aprender, para construir, para reparar… Pero también puede utilizar las herramientas para serrar las patas de la mesa. Incluso podría guardar la caja en un armario y olvidarse para siempre de ella. Eso es lo que hacemos muchos de nosotros, porque las herramientas son demasiado complicadas o, sencillamente, nos asustan. ¿Has tenido alguna vez una experiencia paranormal, David?

David encendió un cigarrillo.—No.—¿No? No hay muchas personas que puedan contestar de manera tan

rotunda. ¿No has tenido nunca una sensación de déjà vu, por ejemplo?David se interrumpió un momento, repentinamente interesado.—Supongo que todo el mundo tiene alguna vez la sensación de estar

haciendo algo que ya ha hecho, o de haber estado antes en un lugar supuestamente nuevo para él. A veces también tiene uno la sensación de recibir señales.

—En eso consiste la intuición.—¿Y consideras que la intuición es un don paranormal?—Oh, claro que sí —el entusiasmo iluminó su rostro haciéndole parecer

mucho más joven—. Por supuesto, eso depende completamente de cómo se desarrolle, de cómo sea canalizada y utilizada. La mayor parte de nosotros sólo utilizamos un pequeño porcentaje porque nuestra mente está ocupada con otras muchas cosas.

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—¿Fue la intuición la que te condujo a Matthew Van Camp?Pareció descender un velo sobre la mirada de Clarissa.—No.Una vez más, volvió a desconcertarle. El caso Van Camp era el que la había

convertido en una vidente conocida. David esperaba que estuviera deseando hablar de lo ocurrido y, sin embargo, Clarissa DeBasse pareció encerrarse en sí misma al oír aquel nombre. David soltó una bocanada de humo y advirtió que el gato le miraba aburrido, pero con firmeza.

—Clarissa, el caso Van Camp tiene ya diez años, pero continúa siendo uno de tus éxitos más célebres y controvertidos.

—Eso es verdad. Matthew ya tiene veinte años. Se ha convertido en un joven muy atractivo.

—Hay mucha gente que piensa que ahora estaría muerto si la señora Van Camp no hubiera luchado para que tanto la policía como su marido admitieran que participaras en la investigación del secuestro.

—Y hay mucha otra gente que cree que todo fue una estrategia para conseguir publicidad —contestó Clarissa con calma mientras bebía un sorbo de café—. La siguiente película de Alice Camp fue un éxito de taquilla. ¿Viste la película? Era maravillosa.

David no era un hombre al que resultara fácil distraer cuando se había propuesto un objetivo.

—Clarissa, si estás de acuerdo en participar en este documental, me gustaría que habláramos del caso Van Camp.

Clarissa frunció el ceño y amagó un puchero casi imperceptible mientras acariciaba a su gato.

—No sé si en eso podré ayudarte, David. Para los Van Camp fue una experiencia muy traumática. Mucho. Sacar a relucir de nuevo el tema podría causarles mucho dolor.

David no habría alcanzado el nivel de éxito del que disfrutaba si no hubiera sabido dónde y cuándo negociar.

—¿Y si los Van Camp se muestran de acuerdo?—Oh, en ese caso sería completamente diferente —mientras Clarissa pensaba

en ello, el gato se estiró en su regazo y comenzó a ronronear—. Sí, completamente diferente. ¿Sabes, David? Admiro tu trabajo. Vi tu documental sobre los niños maltratados. Atrapaba inmediatamente tu atención, aunque era angustioso.

—Tenía que serlo.—Sí, exactamente.Clarissa podría haberle hablado de lo angustioso y triste que podía llegar a

ser el mundo, pero no creía que David estuviera preparado para comprender cómo lo sabía y de qué manera se enfrentaba a ello.

—¿Qué buscas exactamente con esto? —le preguntó Clarissa.—Un buen espectáculo —al ver sonreír a Clarissa, David tuvo la convicción

de que había hecho bien al no intentar engañarla—. Un programa que haga que la gente piense y se haga preguntas.

—¿Tú también querrás hacer preguntas?David apagó el cigarrillo.

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—Yo soy el productor. El tipo de preguntas que pueda hacer dependerá de ti.Le parecía no sólo la respuesta más apropiada, sino también la más sincera.—Me gustas, David. Creo que me gustaría ayudarte.—Me alegro de oírlo. Supongo que querrás echarle un vistazo al contrato y…—No —le interrumpió cuando alargó la mano hacia el maletín—. Esos son

detalles sin importancia —le explicó, indicándole con un gesto de la mano que lo dejara—. Mi agente es la que se ocupa de estas cosas.

—Estupendo —de hecho, también él se sentiría mejor hablando de ese tipo de asuntos con su representante—. Le enviaré toda la documentación, si me dices su nombre.

—Agencia The Fields, en Los Ángeles.Clarissa había vuelto a sorprenderle. Aquella mujer con aspecto de ama de

casa afable, con una de las más influyentes y prestigiosas agencias de la zona.—Les enviaré todo esta misma tarde. Me gustaría trabajar contigo, Clarissa.—¿Puedo verte la palma de la mano?Cada vez que David creía que por fin la tenía catalogada, Clarissa volvía a

sorprenderle. Le tendió la mano.—¿Voy a hacer un viaje que me obligue a cruzar el Atlántico?Clarissa no se mostró ni divertida ni ofendida. Aunque le tornó la mano y le

colocó la palma hacia arriba, apenas la miró. En cambio, le estudió con una expresión que pareció tornarse bruscamente fría. Vio a un hombre de treinta y pocos años, atractivo de una forma casi misteriosa a pesar de su pelo negro y perfectamente cortado y sus ropas elegantes. Tenía una cara de rasgos marcados, suficientemente angulosa como para garantizar una segunda mirada. Las cejas eran tupidas y tan negras como su pelo, y los ojos sorprendentemente tranquilos. O por lo menos eso era lo que aparentaban aquellos ojos de color verde claro tras una primera mirada. Clarissa observó que la boca era firme y suficientemente llena como para ganarse la atención de una mujer. La mano que retenía entre la suya era ancha, de dedos largos, una mano de artista. La mano de un hombre alto y de porte atlético. Pero Clarissa veía más allá del físico.

—Eres un hombre muy fuerte, tanto física como emocional e intelectualmente.

—Gracias.—Oh, yo no lisonjeo a nadie, David —fue un reproche delicado, casi

maternal—. Todavía no has aprendido a atemperar esa fuerza con la ternura en tus relaciones. Supongo que ésa es la razón por la que nunca te has casado.

A pesar del propio David, había conseguido ganarse toda su atención. Pero no llevaba alianza, se recordó David a sí mismo. Y a cualquiera que tuviera algún interés en averiguar cuál era su estado civil, le habría bastado con hacer unas cuantas averiguaciones.

—La respuesta estándar es que todavía no he conocido a la mujer adecuada.—En este caso, es absolutamente cierto. Necesitas encontrar a alguien que sea

tan fuerte como tú. Y lo harás antes de lo que crees. No será fácil, por supuesto, y sólo funcionará si ambos os acordáis de la ternura de la que acabo de hablarte.

—¿Así que voy a conocer a la mujer de mi vida, me voy a casar con ella y voy a ser eternamente feliz a su lado?

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—Yo no predigo el futuro, jamás —su expresión volvió a cambiar, tornándose plácida—. Y sólo leo la mano a las personas que me interesan. ¿Puedo comunicarte lo que me dice mi intuición, David?

—Por favor.—Que tú y yo vamos a tener una relación larga e interesante —le palmeó la

mano antes de soltársela—. Una relación que voy a disfrutar.—Yo también, Clarisa —se levantó—. Volveremos a vernos, Clarisa.—Sí, por supuesto —se levantó, lanzando al gato al suelo—. ¡Vete, Mordred,

vete!—¿Mordred? —repitió David mientras el gato saltaba sobre el sofá hundido

para volver a tumbarse cómodamente.—Sí, una triste figura de la mitología celta —le explicó Clarissa—. Siempre he

tenido la sensación de que no se le ha tratado bien. Al fin y al cabo, no podemos escapar a nuestro destino, ¿verdad?

Por segunda vez, David sintió aquella mirada fría y extrañamente íntima sobre él.

—Supongo que no —musitó, y permitió que Clarissa le condujera hasta la puerta.

—He disfrutado mucho de nuestra conversación, David. Por favor, vuelve.David salió de nuevo al calor de la primavera, preguntándose a sí mismo por

qué tenía la certeza de que lo haría.

—Por supuesto que es un productor excelente, Abe. Pero no estoy seguro de que sea el adecuado para Clarissa.

A.J. Fields paseaba por el despacho con aquel paso largo y fluido con el que enmascaraba su desbordante energía. Se detuvo para colocar un cuadro ligeramente torcido antes de volverse hacia su socio. Abe Ebbitt estaba sentado con las manos entrelazadas sobre su abultada barriga, una postura habitual en él. No se molestó en empujar las gafas que tenía ya casi en la punta de la nariz. Observó a A.J. pacientemente antes de alargar la mano hacia uno de los escasos mechones de pelo que tenía a ambos lados de la cabeza.

—A.J., la oferta es muy generosa.—Clarissa no necesita dinero.Abe Ebbitt sintió que se le helaba la sangre en las venas al oír aquella frase,

pero continuó hablando con calma.—Le dará publicidad.—¿Y ésa es la clase de publicidad que necesita?—Eres demasiado protectora con ella, A.J.—Para eso estoy aquí, para protegerla —le contradijo.Se detuvo de pronto y se sentó en la esquina del escritorio. Cuando Abe vio

que fruncía el ceño, decidió permanecer en silencio. Sabía que podría seguir hablándole, pero que ella ni siquiera contestaría. La respetaba y la admiraba. Ésas eran las razones por las que un veterano representante de Hollywood estaba trabajando para la Agencia Fields, en vez de haber montado su propia agencia. Tenía edad suficiente como para ser su padre y era consciente de que, una década

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atrás, los papeles habrían estado invertidos. Pero el hecho de trabajar a las órdenes de A.J. no le importaba lo más mínimo. Al mejor, le gustaba decir, no le importaba trabajar para el mejor. Pasaron dos minutos. Dos.

—Ella también está decidida a hacerlo —musitó A.J., pero Abe continuó en silencio—. Yo sólo… —tenía un presentimiento, pensó. Pero odiaba utilizar aquella frase—. Sólo espero que no sea un error. Un director inadecuado, un formato inadecuado y podría terminar haciendo el ridículo. Yo no quiero eso, Abe.

—Creo que no le estás concediendo a Clarissa la confianza que se merece. Y tú sabes mejor que nadie que no debes dejar que tus sentimientos se interpongan en un negocio, A.J.

—Sí, lo sé.Por eso era la mejor. A.J. se cruzó de brazos y se lo recordó a sí misma. Había

aprendido a muy tierna edad a canalizar sus sentimientos. No porque fuera algo importante, sino porque para ella había sido vital. Al crecer con una madre viuda que a menudo olvidaba detalles como pagar la hipoteca, había aprendido a tratar los problemas con eficiencia y seriedad para no sucumbir a ellos. Trabajaba como agente porque le gustaba regatear y negociar. Y porque era condenadamente buena en su trabajo. Su oficina de Century City, con su majestuosa vista de Los Ángeles, era una prueba de ello. Aun así, no había llegado hasta donde estaba haciendo tratos a ciegas.

—Lo decidiré después de la reunión que tengo esta tarde con él.Abe sonrió al reconocer aquella mirada.—¿Cuánto más le piensas pedir?—Creo que otro diez por ciento —tomó un bolígrafo y se dio unos golpecitos

con él en la palma de la mano—. Pero antes pretendo averiguar exactamente en qué va a consistir ese documental y desde qué perspectiva quiere abordarlo.

—Dicen que Brady es un hombre duro.A.J. le dirigió una sonrisa engañosamente dulce.—También lo dicen de mí.—Pobre David, no sabe a lo que va a tener que enfrentarse —Abe se levantó

y se colocó el cinturón del pantalón—. Ahora tengo una reunión. No dejes de contarme cómo ha ido todo.

—Claro.Para cuando Abe cerró la puerta, A.J. ya tenía la mirada clavada en la pared.David Brady. Evidentemente, el hecho de que admirara su trabajo influiría

en su decisión. Era cierto que en el momento preciso y a cambio de una cantidad razonable de dinero, estaría dispuesta a que muchos de sus clientes hicieran hasta de bolsita de té en un anuncio. Pero con Clarissa era diferente. Clarissa DeBasse había sido su primera cliente. Su única cliente, recordó A.J., durante los primeros años de vacas flacas. Si era protectora con ella, como había dicho Abe, era porque sentía que tenía derecho a serlo. David Brady podía ser un productor de éxito de documentales de calidad, pero tendría que demostrárselo personalmente a A.J. Fields antes de que Clarissa firmara cualquier contrato.

Años atrás, A.J. tenía que demostrar constantemente su valía. Ella no había empezado a trabajar con quince empleados y unas oficinas de lujo. Diez años atrás, tenía que luchar para conseguir un cliente y cerraba los tratos desde una

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oficina imaginaria que no era sino la cabina telefónica de una cafetería. Mentía sobre su edad. No había muchas personas dispuestas a confiar su carrera profesional a una adolescente de dieciocho años. Pero Clarissa había confiado en ella desde el primer momento.

A.J. dejó escapar un suspiro mientras se retiraba uno de los rizos que acariciaba su hombro. En realidad, consideraba su trabajo como una vocación, más que como una profesión. Negociar, regatear, era algo casi inherente en ella.

Había tenido que acostumbrarse a hacerlo desde muy niña. Su madre siempre había sido una mujer buena y generosa. Pero los detalles de la vida diaria nunca habían sido su fuerte. Aun siendo una niña, era A.J. la que tenía que recordarle cuándo había que pagar las cuentas, le actualizaba la libreta, desanimaba a los vendedores que llamaban a su puerta y se encargaba al mismo tiempo de los deberes de la escuela y del presupuesto de la casa. Y no porque su madre fuera una mujer de pocas luces o no se ocupara debidamente de su hija. Siempre le había ofrecido conversación, amor y un gran interés por todo lo que hacía. Pero con mucha frecuencia, se invertían los papeles entre madre e hija. Era la madre la que argüía que un cachorro perdido la había seguido hasta casa, y era la hija la que se preocupaba por cómo podrían alimentarlo.

Aun así, si su madre hubiera sido diferente, ¿habría sido A.J. distinta? Ésa era una pregunta que se hacía a menudo. No era fácil engañar al destino. A.J. se levantó riendo. Seguro que a Clarissa le habría encantado aquella reflexión, pensó.

Rodeó el escritorio y se dejó caer en la enorme butaca que su madre le había regalado. A diferencia del escritorio, un mueble sólido y de líneas sencillas, la butaca era de diseño rebuscado y en absoluto práctica. ¿A quién, sino a su madre, se le podría haber ocurrido comprar una butaca de cuero de color azul claro porque combinaba con el color de los ojos de su hija?

A.J. cambió el rumbo de sus pensamientos y tomó el contrato de DeBasse. Estaba en el centro de un escritorio pulcramente ordenado. En él no había ni fotografías, ni flores ni pisapapeles de formas caprichosas. Todo en el escritorio tenía una función y la función era sacar adelante un negocio.

Tenía tiempo de estudiar el contrato antes de su cita con David Brady. Para cuando llegara la hora de la reunión, habría analizado cada frase, cada cláusula y cada posible alternativa.

Estaba tomando nota sobre la cláusula final, cuando sonó el interfono. Sin dejar de escribir, se llevó el teléfono a la oreja.

—¿Sí, Diane?—El señor Brady ya está aquí, A.J.—De acuerdo, ¿hay café recién hecho?—Ahora mismo sólo nos quedan los posos. Prepararé una cafetera.—Pero no nos la traigas hasta que te llame. Hazle pasar, Diane.Regresó a la primera página de la libreta y se levantó en el momento en el

que se abrió la puerta.—Señor Brady.A.J. le tendió la mano, pero no salió de detrás del escritorio. Había aprendido

que era importante establecer ciertas posiciones de poder desde el primer momento. Además, durante el tiempo que David Brady tardó en cruzar su

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despacho, tuvo oportunidad de analizar y juzgar lo que veía. David Brady tenía un aspecto más parecido al de un cliente que al de un productor. Sí, estaba segura de que David Brady podría haber vendido aquella imagen de hombre duro, viril y caminar ligeramente desgarbado. Se lo imaginó convertido en el lacónico detective de una serie de televisión; o un vaquero nómada y solitario en una película de género. Era una pena que fuera productor.

David también aprovechó aquella oportunidad para estudiarla. No esperaba que fuera tan joven. A.J. era una mujer atractiva, con aquella sobriedad que a él personalmente le animaba a respetarla a nivel profesional y a ignorarla en un plano más personal. Parecía incluso demasiado delgada con aquel traje que habría resultado soso si no hubiera sido por la blusa de color rojo fuego con le que lo acompañaba. El pelo, rubio, lo llevaba peinado con un corte engañosamente natural, recto a la altura de las orejas e inclinado hacia la nuca. Le gustó aquella piel del color de la miel que parecía haber sido acariciada por el sol, o por una lámpara solar. Tenía el rostro ovalado y la boca generosa. Los ojos eran de un color azul intenso, que acentuaban las sombras del maquillaje. En aquel momento los llevaba enmarcados por la montura de las gafas.

Sus manos se encontraron, se estrecharon y se soltaron con la misma profesionalidad con la que lo hacían docenas de veces al día.

—Siéntese, por favor, señor Brady. ¿Le apetece un café?—No, gracias.David se sentó y esperó hasta que A.J. volvió a sentarse detrás de su

escritorio. Advirtió que tenía las manos encima del contrato. No llevaba anillos ni pulseras, pensó. Sólo un reloj con la correa negra.

—Al parecer tenemos muchos conocidos comunes, señorita Fields. Es extraño que no nos hayamos encontrado antes.

—Sí, ¿verdad? —le dirigió una educada sonrisa—. Pero lo cierto es que, como agente, prefiero mantenerme en la sombra. Ya ha conocido a Clarissa DeBasse.

—Sí, la he conocido —así que prefería no ir directamente al grano, decidió David, y se reclinó en la silla—. Es una mujer encantadora. Tengo que admitir que esperaba encontrarme con alguien más excéntrico.

En aquella ocasión, la sonrisa de A.J. fue espontánea y generosa. Si David hubiera estado pensando en ella a un nivel más personal, su opinión sobre su interlocutora habría cambiado.

—Clarissa nunca es lo que uno espera. Su proyecto parece interesante, señor Brady, pero hay algunos detalles que me gustaría precisar. En primer lugar, me gustaría saber qué clase de documental pretende producir.

—Es un documental sobre fenómenos paranormales. Tratará asuntos como la videncia, la parapsicología, el espiritismo, la quiromancia y las percepciones extrasensoriales.

—¿Sesiones de espiritismo y casas encantadas, señor Brady?David advirtió la desaprobación que reflejaba su voz y se preguntó a qué se

debería.—Para alguien que tiene a una vidente como cliente, muestra usted una

actitud muy cínica.

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—Mi cliente no habla de almas en pena ni lee las hojas de té —A.J. se reclinó en su asiento con una postura que sabía denotaba confianza y seguridad en sí misma—. La señora DeBasse ha demostrado en más de una ocasión que es una mujer extraordinariamente sensible. Jamás ha presumido de tener poderes sobrenaturales.

—Paranormales.A.J. tomó aire.—Se ve que ha hecho los deberes. Sí, «paranormales» es el término correcto.

A Clarissa no le gustan las exageraciones.—Y ésa es una de las razones por las que quiero contar con ella en mi

programa.A.J. se fijó en la utilización que hacía del posesivo. Había dicho «mi

programa», no «el programa». Era evidente que David Brady se tomaba el trabajo como algo muy personal. Mucho mejor, decidió. Eso significaba que no querría quedar en ridículo.

—Continúe.—He hablado con médiums, quirománticos, científicos y gente que se dedica

al espectáculo. Le sorprendería la diversidad de personalidades con las que me he encontrado.

—Estoy segura —contestó A.J., reservándose su verdadera opinión.Aunque David advirtió su diversión, decidió pasarla por alto.—He hablado con farsantes y con personas absolutamente sinceras. He

entrevistado a los directores del departamento de parapsicología de importantes universidades, y todo el mundo mencionaba a Clarissa.

—Clarissa es una mujer muy generosa —David volvió a detectar una ligera desaprobación en su voz—. Particularmente en todo lo referente a la investigación.

De la que no obtenía ningún beneficio económico. David dedujo que aquello explicaba su actitud.

—Pretendo mostrar posibilidades, plantear preguntas. El público llegará a sus propias respuestas. En las cinco horas de emisión de las que dispongo, habrá tiempo para todo, desde científicos a lectores del tarot.

En un gesto que A.J. había hecho suyo mucho tiempo atrás, comenzó a tamborilear con los dedos sobre el escritorio.

—¿Y dónde encaja Clarissa DeBasse en todo eso?Ella era el as que tenía en la manga. Pero todavía no estaba listo para jugarlo.—Clarissa es una mujer conocida, y que ha demostrado tener, por utilizar la

misma frase que usted, una «extraordinaria sensibilidad». Tenemos como ejemplo el caso Van Camp.

A.J. frunció el ceño, tomó un bolígrafo y comenzó a juguetear con él.—Eso ocurrió hace diez años.—Secuestran al hijo de una estrella de Hollywood cuando está jugando en el

parque bajo la vigilancia de su niñera. Piden medio millón de dólares de rescate. La madre está desesperada, la policía desconcertada. Pasan treinta y seis horas sin que se tenga la menor pista sobre el niño. Los padres, intentan reunir el dinero. A pesar de las reticencias del padre, la madre llama a un amiga, una mujer que le elaboró su carta astral y de vez en cuando le lee la palma de la mano. La mujer

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acude, por supuesto, y pasa cerca de una hora sentada tocando diferentes objetos del niño: un guante de béisbol, un muñeco de peluche, el pijama que se puso el niño la noche anterior… Al cabo de una hora, la mujer le da a la policía la descripción del secuestrador del niño y le dice la localización exacta en la que puede encontrarle. Describe la habitación en la que está encerrado, comenta incluso que está descascarillada la pintura del techo. Esa misma noche, el niño duerme en su cama.

David sacó un cigarrillo, lo encendió y soltó una bocanada de humo. A.J. permanecía en silencio.

—Después de una noticia como ésa, no bastan diez años para que se supere el impacto. A la audiencia le fascinará ese caso tanto como entonces.

No debería haberse enfadado. Era absurdo reaccionar de esa manera. A.J. continuó sentada en silencio, mientras intentaba dominar su cólera.

—Son muchas las personas que piensan que el caso de los Van Camp fue un fraude. Desenterrarlo diez años después sólo servirá para reavivar las críticas.

—Una mujer en la posición de Clarissa seguro que tiene que enfrentarse continuamente a las críticas —vio el fuego que asomaba a los ojos de Clarissa.

—Es posible, pero no tengo intención de firmar un contrato que sirva para garantizarlas. No quiero que mi cliente sea sometida a un juicio televisivo.

—Un momento —David también era un hombre de genio y sería capaz de respetar el de su interlocutora… si lo comprendiera—. Clarissa se somete a un juicio cada vez que aparece en público. Si de verdad no es capaz de soportar la presión de las cámaras y las preguntas, no debería estar haciendo lo que hace. Siendo su agente, creo que debería tener más fe en sus capacidades.

—Lo que yo crea o deje de creer no es asunto suyo —A.J. comenzó a levantarse con intención de devolverle el contrato, pero el sonido del teléfono la interrumpió. Con un juramento apenas audible, levantó el auricular—. No quiero llamadas, Diane. No… ah —A.J. apretó los dientes e intentó recuperar la calma—. Sí, pásamela.

—Oh, cariño, siento molestarte cuando estás trabajando, querida.—Tranquila, no pasa nada. Ahora mismo estoy reunida, así que…—Sí, lo sé —la voz serena de Clarissa en tono de disculpa llegó hasta su oído

—, con ese hombre tan amable, David Brady.—Eso es opinable.—Tenía la sensación de que la primera vez no os ibais a caer bien —Clarissa

suspiró y acarició a su gato—. He estado pensando mucho en ese contrato —no mencionó el sueño porque sabía que a A.J. no le gustaba que le hablara de esas cosas—. He decidido que quiero firmarlo ahora mismo. Y tranquila, ya sé lo que vas a decir —continuó, antes de que A.J. hubiera dicho una sola palabra—. Tú eres la agente y tú sabes cómo funciona este negocio. Haz lo que consideres mejor respecto a las cláusulas del contrato y todas esas cosas, pero yo quiero hacer ese programa.

A.J. reconoció aquel tono. Clarissa tenía un presentimiento. Y no había manera de discutir con los presentimientos de Clarissa.

—Tenemos que hablar de todo esto.—Por supuesto, querida. Hablaremos todo lo quieras. David y tú os

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encargaréis de cerrar todos los detalles. A ti se te da muy bien todo eso. Dejaré que seas tú la que decida las cláusulas del contrato, pero quiero firmarlo.

Estando David sentado enfrente de ella, A.J. no podía darse la satisfacción de aceptar su derrota dándole una patada al escritorio.

—Muy bien, pero creo que deberías saber que yo también tengo mi propia opinión al respecto.

—Por supuesto. Ven a cenar conmigo esta noche.A.J. estuvo a punto de sonreír. A Clarissa le encantaba solucionar los

problemas con comida. Era una pena que fuera tan mala cocinera.—No puedo. Tengo una cita.—En ese caso, mañana.—De acuerdo, te veré entonces.Después de colgar el teléfono, A.J. tomó aire y miró de nuevo a David.—Siento la interrupción.—No se preocupe.—Como en el contrato no aparece nada relativo al caso de los Van Camp, su

inclusión en el programa dependerá exclusivamente de la señora DeBasse.—Por supuesto. Ya he hablado con ella sobre esto.A.J. se mordió la lengua, intentando no perder la calma.—Ya entiendo. En el contrato no figura ninguna información precisa sobre la

posición que ocupara la señora DeBasse en el documental. Eso habría que cambiarlo.

—Estoy seguro de que podremos arreglarlo.Así que iba a firmar, pensó David, y escuchó los cambios que le proponía.

Antes de que sonara el teléfono, parecía dispuesta a echarle de su despacho. Lo había visto en sus ojos. Disimuló una sonrisa mientras continuaba negociando otro punto. Él no era vidente, pero apostaría cualquier cosa a que había sido Clarissa DeBasse la que había llamado. A.J. Fields se había descubierto de pronto en el medio. El mejor lugar para un agente, pensó David, y se reclinó en su asiento.

—Volveremos a redactar el contrato y estará listo para mañana.Todo el mundo parecía tener prisa, se dijo A.J., intentado no perder la calma.—Estoy segura de que podremos sacar adelante el documental, señor Brady,

siempre y cuando lleguemos a un acuerdo en otro de los puntos.—¿A qué se refiere exactamente?—A los honorarios de la señora DeBasse.A.J. hojeó el contrato y se ajustó las gafas que llevaba para leer.—Me temo que esto es mucho menos de lo que la señora DeBasse está

acostumbrada a cobrar. Necesitaremos otro veinte por ciento.David arqueó una ceja. Había estado esperando algo parecido, pero no en ese

momento, sino mucho antes. Evidentemente, A.J. Fields no había llegado al lugar en el que estaba haciendo lo que todo el mundo esperaba.

—Tiene que comprender que estamos trabajando para una televisión pública. Nuestro presupuesto no puede competir con el de las cadenas privadas. Como productor, puedo ofrecerle un cinco por ciento más, pero el veinte por ciento está completamente fuera de nuestro alcance.

—Un cinco por ciento no es suficiente —A.J. se quitó las gafas y las sujetó por

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una de las patillas. Sus ojos parecían más grandes sin ellas—. Soy consciente de que es una televisión pública, y de los presupuestos que maneja —le dirigió una sonrisa encantadora—. Un quince por ciento.

Típico de una agente, pensó David, más pesimista que enfadado. En realidad quería un diez por ciento, y el diez por ciento era precisamente la cantidad que podía permitirse. Aun así, aquél era un juego que merecía ser jugado.

—La señora DeBasse ya va a cobrar más que ninguna de las personas que han firmado el contrato.

—Y usted está dispuesto a pagarle porque será el principal atractivo del documental. Yo también entiendo de audiencias.

—Siete.—Doce.—Diez.—Hecho.A.J. se levantó. Normalmente, un acuerdo como aquél le habría llenado de

satisfacción. Pero como todavía no tenía su genio completamente bajo control, le resultaba difícil apreciar su éxito.

—Estoy deseando revisar el contrato.—Se lo enviaré por mensajero mañana por la tarde. Esa llamada de

teléfono… —se interrumpió un momento—. Si no hubiera sido por esa llamada, no habría llegado a ningún acuerdo conmigo, ¿verdad?

A.J. le estudió en silencio y lo maldijo por ser tan listo, inteligente e intuitivo. Todas las cosas que necesitaba para su cliente.

—No, no habría llegado a ningún acuerdo.—En ese caso, asegúrese de darle las gracias a Clarissa de mi parte.Con una sonrisa de suficiencia que bastó para encender de nuevo el genio de

A.J., le tendió la mano.—Adiós, señor…En el momento en el que sus manos se encontraron, a A.J. se le quebró la voz.

Los sentimientos que se desataron dentro de ella tuvieron el impacto de una bofetada. Aprensión, deseo, rabia, deleite… Todos ellos se abrieron paso en su interior en cuanto sus manos se rozaron. Apenas tuvo tiempo de regañarse por haber permitido que el genio desencadenara aquella oleada de sentimientos.

—¿Señora Fields?Le estaba mirando fijamente, como si estuviera viendo dentro de él, como si

acabara de surgir una aparición. La mano que David estrechaba entre las suyas estaba fría como el hielo y había perdido su fuerza. David la agarró automáticamente del brazo. Aquella mujer parecía a punto de desmayarse.

—Será mejor que se siente.—¿Qué? —temblando todavía, A.J. se sentó de nuevo—. No, estoy bien. Lo

siento. Debía de estar pensando en otra cosa.Pero mientras hablaba, rompió el contacto visual con David y se apoyó en el

escritorio, como si quisiera alejarse de él.—Me alegro de que hayamos llegado a un acuerdo, señor Brady. Le

comunicaré todo lo que hemos hablado a mi cliente.Comenzaba a recuperar el color y se aclaró su mirada. Aun así, David vaciló.

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Segundos antes parecía a punto de desmoronarse en sus brazos.—Siéntese.—¿Perdón?—Maldita sea, siéntese —la agarró del brazo y la obligó a sentarse—. Le

tiemblan las manos.Antes de que A.J. pudiera decir nada, se estaba arrodillando delante de ella.—Yo le aconsejaría que cancelara la cita que tiene esta noche e intentara

dormir bien.A.J. mantenía las manos dobladas en el regazo para evitar que pudiera

tocarla otra vez.—No tiene por qué preocuparse.—Normalmente, tiendo a preocuparme cuando veo a una mujer

desmayándose a mis pies.El sarcasmo de sus palabras ayudó a aplacar las mariposas que revoloteaban

en el estómago de A.J.—Estoy segura —pero entonces, David le enmarcó el rostro entre las manos

y ella se apartó bruscamente—. Deje de tocarme.Su piel tenía un aspecto tan suave como aparentaba, pero David decidió que

ya tendría tiempo de pensar en ello más adelante.—Era un contacto puramente médico, señora Fields. Usted no es mi tipo.A.J. le dirigió una mirada glacial.—¿Se supone que tengo que darle las gracias?David se preguntó por qué le entraban ganas de reír al ver la fría indignación

de sus ojos. De reír y de saborear la piel de aquella mujer.—Muy bien —musitó, y se enderezó—. No hace falta que traigan el café —le

aconsejó, y se marchó de allí antes de hacer alguna ridiculez.En cuanto se quedó sola, A.J. dobló las rodillas y escondió la cara en ellas.

¿Qué se suponía que tenía que hacer después de aquello?, se preguntó mientras intentaba encogerse todavía más. En nombre de Dios, ¿qué iba a hacer?

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Capítulo 2

A.J. consideró seriamente la posibilidad de parar a comer una hamburguesa antes de ir a cenar a casa de Clarissa. Pero no tuvo valor para hacerlo. Además, si llegaba con suficiente hambre sería capaz de fingir que comía con ganas lo que quisiera que Clarissa hubiera preparado.

Conducía con la capota del coche abierta, intentando disfrutar de los cuarenta y cinco minutos de trayecto desde su oficina a aquel barrio de las afueras. Llevaba a su lado el portafolios de cuero que contenía el contrato que David Brady le había enviado a la oficina, tal y como había prometido el día anterior. Había hecho todos los cambios que le había pedido, de modo que A.J. ya no tenía nada por lo que protestar. No tenía ningún motivo real para no firmar aquel contrato, ni para impedir que su cliente trabajara con Brady. Lo único que tenía era un presentimiento. Y había estado pensando en lo ocurrido durante toda la tarde anterior.

Había sido el exceso de trabajo, se dijo a sí misma. No había sentido nada especial, sólo había sido un mareo, por culpa de lo rápido que se había levantado. No tenía nada que ver con ningún sentimiento hacia David.

Pero la verdad era que había sentido algo.A.J. estuvo maldiciéndose a sí misma durante los quince kilómetros

siguientes, hasta que volvió a recuperar el control.No podía permitirse el lujo de mostrarse afectada por el encuentro con David

cuando llegara a Newport Beach. A una mujer como Clarissa DeBasse era imposible esconderle nada. Tendría que ser capaz de hablar no sólo de los términos del contrato, sino también del propio David Brady con completa objetividad, si no quería que Clarissa pusiera en funcionamiento su radar.

Durante los quince kilómetros siguientes, consideró la posibilidad de parar en una cabina de teléfono para pedirle que suspendiera la cena. Pero tampoco se atrevió a anular aquella cita.

Se obligó a sí misma a relajarse e intentó imaginarse que estaba en su casa, en su apartamento, haciendo estiramientos de yoga. Funcionó. Parte de la tensión de los músculos desapareció. Encendió la radio y la mantuvo a todo volumen hasta que apagó el motor del coche delante de la casa y salió.

A.J. siempre había experimentado una sensación de satisfacción al cruzar aquel camino. Aquélla no podía ser otra que la casa de Clarissa, con el césped perfectamente cortado y las contraventanas de un blanco radiante. Era cierto que con el éxito que tenían sus libros y sus apariciones públicas, Clarissa podría haberse permitido el lujo de comprar una casa dos veces más grande en Beverly Hills. Pero ninguna mansión sería tan acogedora como aquella coqueta casa de ladrillo.

A.J. se colocó la bolsa de papel en la que llevaba el vino bajo el brazo y empujó la puerta, pues sabía que Clarissa rara vez la cerraba.

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—¡Hola! Soy un ladrón de dos metros de alto que viene a robar todas sus joyas. ¿Le importaría echarme una mano?

—Vaya, ¿he vuelto a olvidarme de cerrar otra vez?Clarissa salió a toda velocidad de la cocina, secándose las manos en el

delantal, que tenía ya plagado de salpicaduras. Tenía las mejillas sonrosadas por el calor de la cocina y los labios curvados en una sonrisa de bienvenida.

—Sí, te has vuelto a olvidar de cerrar.La abrazó con la botella de vino bajo el brazo, le dio dos besos en las mejillas

y olfateó, intentando adivinar lo que estaba cocinando Clarissa.—Es un estofado de carne —le explicó Clarissa—. He conseguido una receta

nueva.—Oh…A.J. habría sido capaz de sonreír si no hubiera recordado en ese momento el

último estofado de carne de Clarissa con tanta nitidez. Intentó olvidarse de la comida y concentrarse en Clarissa.

—Tienes un aspecto maravilloso. Apuesto a que te escapas todas las semanas a Los Ángeles a uno de esos establecimientos de Elizabeth Arden.

—Yo no me preocupo por ese tipo de cosas. Ya es suficiente con preocuparse con los problemas que causan las arrugas y las ojeras. Algo que tú también deberías recordar.

—¿Quieres decir que parezco una bruja? —A.J. dejó el portafolios encima de la mesa y se quitó los zapatos.

—Ya sabes que no es eso lo que quiero decir, pero tengo la sensación de que estás preocupada por algo.

—¿Por qué no cenamos ya?—respondió A.J. con una evasiva—. A mediodía sólo he tenido tiempo de comer medio sándwich.

—¿Lo ves? Te he dicho docenas de veces que tienes que comer como es debido. Vamos a la cocina. Estoy segura de que ya habrá terminado de hacerse la carne.

Satisfecha por haber conseguido distraerla, A.J. comenzó a seguirla.—Así podrás contarme después lo que te pasa.—No se te escapa una —musitó A.J.Justo en ese momento, sonó el timbre de la puerta.—¿Puedes ir a abrir? —Clarissa miró preocupada hacia la cocina—. Creo que

debería ir a comprobar cómo van las coles de Bruselas.—¿Coles de Bruselas? —A.J. esbozó una mueca mientras Clarissa

desaparecía en la cocina—. Por si no bastara con el estofado, ahora voy a tener que comer coles de Bruselas. Debería haber parado a comerme una hamburguesa.

Cuando abrió la puerta, ya tenía el ceño fruncido.—Parece que se alegra de verme.A.J. se quedó mirando a David de hito en hito, sin apartar la mano del pomo

de la puerta.—¿Qué está haciendo aquí?—Vengo a cenar.No esperó a que le invitara a entrar. David dio un paso adelante y se quedó

junto a A.J. en el marco de la puerta.

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—Eres muy alta, incluso sin zapatos de tacón.A.J. cerró la puerta con un golpe seco.—Clarissa no me había dicho que ésta iba a ser una cena de negocios.—Creo que la considera como una invitación totalmente informal.Todavía no había sido capaz de averiguar por qué no había podido sacarse

de la cabeza a la eficiente señorita Fields. Pero a lo mejor obtenía algunas respuestas antes de que la velada hubiera terminado.

—¿Por qué no intentamos hacer que lo sea… A.J.?A A.J. le habían inculcado los buenos modales desde que era muy niña. Se

vio obligada a asentir.—De acuerdo, David —le tuteó ella también—. Espero que te guste vivir

peligrosamente.—¿Perdón?A.J. no pudo evitar una sonrisa.—Tenemos estofado de carne para cenar —tomó la botella de champán que

había llevado David y examinó la etiqueta—. Esto nos servirá de ayuda. ¿Has comido mucho?

Había una luz en sus ojos que David no había visto hasta entonces. La risa iluminaba su mirada, había en sus ojos una risa, una luz, que le hacía parecer muy atractiva.

—¿Qué quieres decir?A.J. le palmeó el hombro.—A veces es mejor que este tipo de cosas nos pillen desprevenidos. Siéntate

y te serviré una copa.—Aurora —la llamó en aquel momento Clarissa.—¿Sí? —A.J. contestó automáticamente, antes de morderse la lengua.—¿Aurora? —repitió David, experimentando con el sonido de aquella

palabra entre sus labios—. ¿De ahí viene la «A»?A.J. se volvió hacia él y le miró con los ojos entrecerrados.—Si una sola persona que pertenezca a este negocio me llama así, sabré

exactamente cómo se ha enterado de mi nombre. Y me las pagarás.David se llevó la mano a la nariz, pero ni aun así fue capaz de disimular una

sonrisa.—Yo no he oído nada.—Aurora, ¿era…? —Clarissa se detuvo en el marco de la puerta y esbozó una

sonrisa radiante—. Sí, era David. Qué maravilla.Los observó a los dos, que permanecían hombro con hombro en el marco de

la puerta. Se concentró un instante. El aura que los rodeaba era clara y brillante.—Sí, es maravilloso —repitió—. Me alegro de que hayas venido.David se acercó a Clarissa, que le pareció tan encantadora como la primera

vez. Le tomó la mano, pero en esta ocasión, se la llevó a los labios. Clarissa se sonrojó de placer.

—Champán, qué amable. La abriremos después, cuando firme el contrato —miró por encima del hombro y vio a A.J. con el ceño fruncido—. ¿Por qué no preparas unas copas para ti y para David, cariño? No tardaré mucho.

A.J. pensó entonces en el contrato que llevaba en el portafolios y en sus

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propias dudas. Después, decidió que había llegado el momento de ceder. Clarissa haría exactamente lo que quería hacer. Lo único que podía hacer ya para protegerla era dejar de resistirse y aceptar lo irremediable.

—La calidad del vodka puedo garantizarla. Lo he comprado yo misma.—Estupendo. Con hielo, por favor.David esperó mientras A.J. se acercaba al armario de las bebidas y sacaba la

licorera y los vasos.—Se ha acordado del hielo —dijo A.J. sorprendida cuando abrió la cubeta y

la encontró llena.—Parece que conoces muy bien a Clarissa.—Sí, la conozco muy bien —A.J. puso dos cubos de hielo en un vaso y se

volvió—. Para mí es mucho más que una simple clienta, David. Por eso estoy tan preocupada por tu documental.

David se acercó a ella para tomar el vaso. Era curioso, pensó, uno sólo percibía el perfume de A.J. cuando estaba muy cerca de ella. Se preguntó si utilizaría un perfume tan ligero para atraer a los hombres o para alejarlos.

—¿Por qué te preocupa?Si tenían que tratar el uno con el otro, era preferible que fueran sinceros. A.J.

miró hacia la cocina y dijo en voz baja.—Clarissa tiene tendencia a ser muy abierta con algunas personas.

Demasiado abierta. Se expone demasiado, eso le hace vulnerable y le acarrea muchas complicaciones.

—¿Estás intentando protegerla de mí?A.J. bebió un sorbo de vodka con hielo.—Estoy intentando decidir si debo protegerla.—Clarissa me gusta.David alargó la mano hacia ella para acariciarle uno de sus rizos antes de que

ninguno de ellos fuera consciente de cuál era su intención. Dejó caer la mano tan rápidamente que A.J. no tuvo tiempo de llamarle la atención.

—Es una mujer muy agradable —continuó diciendo David, mientras se volvía y comenzaba a caminar por el salón.

No era un hombre que tuviera la costumbre de acariciar de manera tan informal a una contraparte en un negocio, y menos cuando apenas la conocía. Intentando guardar las distancias, se acercó a la ventana y observó los pájaros que revoloteaban alrededor del comedero que había en uno de los laterales del jardín. También estaba allí el gato, advirtió, sublimemente desinteresado de las aves mientras disfrutaba de los últimos rayos del sol.

A.J. esperó hasta estar segura de que podría hablar en un tono tranquilo y profesional antes de decir:

—Me alegro de que te lo parezca, pero supongo que para ti es más importante tu proyecto. Quieres hacer un buen programa y harás lo que sea para conseguirlo.

—Tienes razón.El problema era que no llevaba un traje de líneas tan austeras como el del día

anterior. La blusa era suave, de seda, y del color de las amapolas. Y si llevaba una chaqueta a juego con aquella falda ceñida, la había dejado en el coche. Iba descalza

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y el viento había despeinado su pelo. Se acercó a por otra copa. Aun así, seguía sin ser su tipo.

—Pero no creo que tenga fama de explotar a nadie para conseguirlo. Hago mi trabajo, A.J., y espero lo mismo de cualquiera que trabaje para mí.

—Me parece justo —A.J. se terminó aquella copa que ni siquiera le apetecía—. Pero mi trabajo consiste en proteger a Clarissa en todos los sentidos.

—No creo que eso tenga que suponernos ningún problema.—Vamos, ya está todo preparado.Clarissa salió de la cocina y vio que sus invitados ya no estaban hombro con

hombro, sino que se interponía toda una habitación entre ellos. Siendo una mujer tan sensible como era, notó inmediatamente la tensión, la confusión y la desconfianza. Era lógico, decidió, tratándose de dos personas rebeldes y testaduras que además estaban en posiciones encontradas. Se preguntó cuánto tiempo tardarían en admitir la atracción, y cuánto más en aceptarla.

—Espero que estéis hambrientos.A.J. dejó su vaso vacío con una sonrisa.—David me ha dicho que tiene un hambre voraz. Espero que le hayas

reservado una ración extra.—Maravilloso —absolutamente encantada, les condujo a la zona del

comedor—. Me encanta cenar con velas, ¿y a vosotros?Tenía un par de velas encendidas sobre la mesa y otra media docena sobre el

mostrador. A.J. decidió que, definitivamente, aquella luz tan romántica mejoraba el aspecto del pastel de carne.

—El vino lo ha traído Aurora, así que estoy segura de que será buenísimo. Encárgate tú de servirlo y yo me ocuparé de la comida.

—Tiene un aspecto estupendo —le dijo David, y se preguntó con extrañeza por qué estaría A.J. intentando disimular una risa.

—Gracias. ¿Eres originario de California, David? —preguntó Clarissa mientras le tendía la fuente a A.J.

—No, nací en el estado de Washington —inclinó la botella de Beaujolais sobre la copa de Clarissa.

—Bonito estado —Clarissa le tendió a Aurora el cuenco con el puré de patata—, pero muy frío.

David recordaba los fríos y largos inviernos de Washington con cierta nostalgia.

—No tuve ningún problema para acostumbrarme al clima de Los Ángeles.—Yo crecí en el este y vine aquí con mi marido hace casi treinta años, pero en

otoño todavía siento cierta nostalgia de Vermont. No te has servido verdura, Aurora. Y sabes que me preocupa que no comas adecuadamente.

A.J. añadió unas coles de Bruselas a su plato, pero esperaba no tener que probarlas.

—Deberías volver este año —le recomendó A.J.Un bocado de pastel de carne fue suficiente. A.J. alargó la mano hacia el vino.—He estado pensando en ello. ¿Tú tienes familia, David?Aquélla era la primera experiencia de David con la comida de Clarissa y

todavía no se había recuperado. Todavía se estaba preguntando qué receta de

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pastel de carne podía haber encontrado para que uno de los ingredientes fuera el cuero.

—¿Perdón?—¿Tienes familia?—Sí —miró a A.J. de reojo y comprendió el motivo de su sonrisa—. Dos

hermanos y una hermana, están repartidos entre Washington y Oregón.—Yo también vengo de una familia numerosa. Disfruté a conciencia de mi

infancia —alargó la mano para palmear la de A.J.—. Pero Aurora fue hija única.A.J. rió y le apretó la mano a Clarissa con cariño.—Yo también disfruté de mi infancia —ver a David intentando tragar aquel

puré de patatas grumoso le aguijoneó la conciencia. Esperó a que hubiera terminado para preguntarle—: ¿Qué te hizo dedicarte a producir documentales, David?

—Siempre me ha fascinado el cine —tomó el salero y lo utilizó a conciencia—. Con un documental, la trama ya está ahí, pero sigue dependiendo de ti elegir los ángulos desde los que la quieres narrar, encontrar la manera de presentarla a una audiencia y hacer que se informen mientras se entretienen.

—¿Eso no tiene más que ver con la enseñanza?—Yo no soy profesor —valientemente, volvió a ocuparse del pastel de carne

—. Puedes entretener a los demás con la verdad y las especulaciones de una manera tan satisfactoria como con la ficción.

De alguna manera, al verle forcejear con el pastel de carne, éste le pareció más apetecible.

—¿No tienes ganas de producir una gran película?—Me gusta la televisión —contestó con naturalidad, y alargó la mano hacia

el vino. Todos lo necesitaban—. Con el cine tengo la sensación de que hay mucho trigo y pocas nueces.

A.J. arqueó una ceja que desapareció bajo sus rizos.—¿Mucho trigo?—Desgraciadamente, es algo que abunda también en la televisión pública.

Programas como Empire, por ejemplo, o It Takes Two.—Es verdad —A.J. se inclinó hacia delante—. Pero Empire ha sido uno de los

programas más vistos durante los últimos cuatro años —no añadió que, además, era su programa favorito.

—Eso es lo que quiero decir exactamente. Si un programa como ése, basado en lentejuelas y mentiras, mantiene una audiencia tan alta, es evidente que el público está siendo alimentado con basura.

—No todo el mundo piensa que un programa tenga que ser educativo para ser de calidad. El problema de la televisión pública es que es tan elitista que el americano medio la ignora. Después de trabajar durante ocho horas, luchar contra el tráfico, enfrentarse a sus hijos y pagar las cuentas del taller, una persona tiene derecho a relajarse.

—Absolutamente.Era asombroso, pensó David, lo atractiva que le resultaba cuando se

encendía. A lo mejor era una mujer que necesitaba el conflicto en su vida.—Pero esa misma persona no tiene por qué renunciar a su inteligencia para

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entretenerse. Eso se llama escapismo.—Me temo que no veo suficiente televisión como para ser capaz de apreciar

la diferencia —comentó Clarissa, alegrándose al ver que sus invitados estaban comiéndoselo todo—. ¿Pero tú no eres la representante de esa mujer tan guapa que actúa en Empire?

—Audrey Cumming —A.J. tomó la copa con los dedos y la giró ligeramente—. Es una actriz muy completa, que también ha interpretado a Shakespeare. Acabamos de firmar un contrato para que haga el papel de Maggie en una nueva versión de La gata sobre el tejado de zinc —todavía estaba saboreando el éxito de aquel contrato. Bebió un sorbo de vino e inclinó la cabeza hacia David—. Para ser una obra con tan poco glamour es sorprendente la longevidad que tiene. Pero claro, no podemos decir que sea una ópera de Verdi, ¿verdad?

—En la televisión pública hay muchas otras cosas que no son Verdi —David comprendió que había tocado un punto sensible. Pero también lo había hecho ella—. Supongo que no viste el reportaje sobre Taylor Brooks. A mí me pareció uno de los más documentados e informativos que he visto nunca sobre una estrella del rock —alzó su copa, como si se dispusiera a hacer un brindis—. Pero a él no le representas, ¿verdad?

—No —decidió llevar las cosas hasta el final—. Salimos de manera informal un par de veces hace unos años. Y tengo como norma separar el trabajo de las relaciones personales.

—Muy sensato —alzó la copa y bebió un sorbo de vino—. Muy sensato, sí.—Y, a diferencia de ti, yo no tengo prejuicios en lo que concierne a la

televisión. Si los tuviera, tendría que renunciar a muchos de mis mejores clientes.—¿Alguien quiere más pastel de carne? —preguntó Clarissa.—Yo no podría comer ni un bocado más —A.J. le sonrió a David—. A lo

mejor David quiere.—Por mucho que aprecie la comida casera, soy incapaz de seguir comiendo

—intentó no demostrar excesivo alivio mientras se levantaba—. Déjame ayudarte a quitar la mesa.

—Oh, no —Clarissa se levantó y rechazó su ofrecimiento—. Me relaja. Aurora, creo que David se llevó una ligera decepción el día que nos conocimos. ¿Por qué no le enseñas mi colección?

—Muy bien.A.J. tomó su copa de vino y le indicó a David con un gesto que la siguiera.—Has ganado puntos —le comentó—. Clarissa no le enseña su colección a

cualquiera.—Me siento halagado —pero cuando llegaron a un estrecho pasillo, la agarró

del codo y dijo—: ¿Preferirías que mantuviera las cosas en un terreno estrictamente profesional con Clarissa?

A.J. se llevó la copa a los labios y le observó por encima del borde. Preferiría, por razones que no era capaz de explicar, que se mantuviera a cincuenta kilómetros de Clarissa. Y al doble de distancia de ella.

—Clarissa elige a sus propios amigos.—Y tú te aseguras de que no se aprovechen de ella.—Exactamente. Por aquí —se volvió, caminó hasta una puerta situada a la

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izquierda y la empujó—. El efecto sería más impresionante a la luz de las velas, o de la luna llena, pero tendremos que conformarnos con lo que tenemos —A.J. encendió la luz y se apartó para que pudiera disfrutar de la vista.

Era una habitación de tamaño medio, acorde con una casa como aquélla. Pero las ventanas estaban cubiertas de gruesas cortinas que bloqueaban la vista del jardín e impedían que desde el exterior pudiera verse el interior de la casa. No era difícil imaginar por qué utilizaba Clarissa las cortinas para desanimar a los curiosos. Aquella habitación parecía más propia de una torre, o de un calabozo.

Allí estaba la bola de cristal que esperaba encontrarse en su primera visita. Incapaz de resistirse, David se acercó al soporte que la sostenía para examinarla. El cristal era liso, perfecto; lo único que reflejaba era el azul oscuro de la tela sobre la que se apoyaba. Las cartas del tarot, unas cartas viejas y gastadas, estaban expuestas en una caja cerrada con llave. Al acercarse, advirtió que estaban pintadas a mano. En la estantería había libros de todas clases, desde vudú hasta telequinesia. En uno de los estantes había una vela con la forma de una mujer alta y delgada con los brazos elevados al cielo.

Sobre una mesa con estrellas grabadas en la madera descansaba un tablero de güija. Una de las paredes estaba llena de máscaras de toda clase de materiales: cerámica, madera e incluso papel maché. Había piedras de la runa y péndulos. Dentro de una vitrina guardaba pirámides de varios tamaños. Había también un sonajero indio de aspecto frágil y viejo y kombolois de jade y de amatista.

—¿Esto se parece más a lo que esperabas encontrar? —preguntó A.J. al cabo de un momento.

—No —tomó una bola de cristal, suficientemente pequeña como para que le cupiera en la mano—. Dejé de esperarme esto a los cinco minutos de conocerla.

Era la respuesta que le parecía más correcta. A.J. bebió otro sorbo de vino e intentó no mostrarse demasiado complacida.

—Para Clarissa, coleccionar este tipo de objetos es sólo una afición.—¿No los utiliza?—No, es sólo una colección. La empezó hace muchos años. Un amigo suyo

encontró estas cartas del tarot en una tienda en Inglaterra y se las trajo. Después fue llegando poco a poco todo lo demás.

David sintió el tacto frío del cristal en la mano y miró a A.J.—¿No lo apruebas?A.J. se encogió casi imperceptiblemente de hombros.—No lo aprobaría si se lo tomara en serio.—¿Alguna vez has probado eso? —señaló el tablero de la güija.—No.Era mentira. David no estaba seguro de por qué le había mentido. Y tampoco

de por qué él estaba tan convencido de que lo había hecho.—Así que tú no crees en nada de esto.—Creo en Clarissa. El resto sólo forma parte del espectáculo.Aun así, continuaba intrigándole todo aquel material; le intrigaba con la

misma fascinación con la que había intrigado a parte de la humanidad durante siglos.

—¿Nunca has tenido la tentación de pedirle que te lea el futuro en la bola de

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cristal?—Clarissa no necesita la bola de cristal, y no lee el futuro.David bajó la mirada hacia la bola que tenía en la mano.—Es curioso. Cualquiera pensaría que con todo lo que sabe hacer, también

podría leer el futuro.—No he dicho que no pueda hacerlo, he dicho que no lo hace.David volvió a alzar la mirada.—Explícate.—Clarissa cree en la fuerza del destino y en la posibilidad de forzarlo. Pero

se niega a predecirlo.—Sin embargo, tú dices que podría hacerlo.—Lo que digo es que ha decidido no hacerlo. Clarissa considera que ese don

es una responsabilidad. En vez de hacer un mal uso de él, ha preferido mantenerlo al margen de su vida.

—Mantenerlo al margen de su vida —dejó la bola de cristal—. ¿Quieres decir que una… vidente puede negarse a serlo? ¿Basta con que bloquee el… llamémosle poder a falta de un término mejor? ¿Con que lo desconecte?

La mano en la que sostenía la copa comenzó a sudarle. A.J. la cambió de mano.

—Hasta cierto punto, sí. Tienes que estar abierto a él, eres un receptáculo, un transmisor, pero la intensidad con la que recibes o transmites depende de ti.

—Pareces saber mucho sobre el tema.Era un hombre muy perspicaz, recordó A.J. bruscamente. Extremadamente

sagaz. Forzó una sonrisa y volvió a encogerse de hombros.—Conozco muy bien a Clarissa. Si pasas mucho tiempo con ella durante los

próximos dos meses, tú también aprenderás algo sobre todos estos temas.David se acercó a ella. La observó con atención, le quitó la copa de la mano y

bebió un sorbo. El vino estaba más caliente, lo que acentuaba el sabor.—¿Por qué tengo la impresión de que te sientes incómoda en esta habitación?

¿O es conmigo con quien te sientes incómoda?—Me temo que te falla la intuición. Si quieres, Clarissa puede enseñarte

algunas técnicas para ejercitarla.—Te sudan las manos —le tomó la mano y posó los dedos en su muñeca—. Y

se te ha acelerado el pulso. Para eso no necesito la intuición.Era importante, vital, que mantuviera la calma. A.J. le sostuvo la mirada con

firmeza y esperó ser capaz de parecer divertida.—Supongo que eso tiene que ver con el pastel de carne.—El día que nos conocimos, me produjiste una sensación muy intensa y

extraña.A.J. no lo había olvidado. Ella había pasado una noche muy agitada.—Ya te expliqué que…—No me lo creí —la interrumpió—. Y sigo sin creérmelo. Probablemente ésa

es la razón por la que me he descubierto pensando tantas veces en ti.A A.J. le habían enseñado a mantenerse firme, a no perder terreno. En

aquella ocasión, estaba obligada a hacerlo. Hizo un último intento para conseguirlo, aunque la mirada de David le resultaba demasiado serena y

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perspicaz, y su voz excesivamente firme. Le quitó la copa de vino y la vació de un trago. Inmediatamente, comprendió que había sido un error, porque, además del vino, había paladeado el sabor de David.

—David, intenta recordar que yo no soy tu tipo —le dijo con voz fría y ligeramente cortante.

Pero si hubiera pensado en ello durante algunos segundos más, se habría dado cuenta de que aquélla no era una buena táctica.

—No, no eres mi tipo —posó la mano en su nuca y la deslizó por su pelo—, pero qué demonios…

Cuando se inclinó hacia ella, A.J. comprendió inmediatamente que tenía dos opciones: podía forcejear y salir corriendo o podía permitir que la besara y mostrar una indiferencia absoluta. Como la segunda opción le pareció la más potente, decidió seguir adelante con ella. Aquél fue su segundo error.

David sabía cómo tentar a una mujer. Cómo seducirla. Acercó los labios a los suyos sin rozarlos apenas, mientras continuaba acariciándole el cuello y la nuca. A.J. se aferró a la copa de vino con fuerza, pero no se movió ni hacia delante ni hacia atrás. David deslizó entonces los labios sobre los suyos, acariciándolos solamente con la punta de la lengua.

A.J. dejó escapar la respiración que había estado conteniendo.Cuando comenzó a cerrar los ojos y a relajarse, David se apartó de su boca

para acariciarle la mandíbula con los labios. Ninguno de ellos advirtió que la copa se había deslizado de su mano y había terminado sobre la alfombra.

David no se había equivocado al especular sobre lo mucho que había que acercarse a A.J. para sentirse tentado por su fragancia. Era un aroma íntimo y oscuro que parecía impregnar cada poro de su piel. Cuando buscó de nuevo sus labios, comprendió que aquello era algo que jamás olvidaría. Y ella tampoco.

En aquella ocasión, A.J. tenía los labios entreabiertos, anhelantes. Aun así, continuó moviéndose lentamente, más por su propio bien que por prudencia. Aquélla no era la mujer dura y fría que esperaba, sino una mujer cálida, delicada, que podía arrastrarlo hasta el abismo sólo con su vulnerabilidad. Necesitaba tiempo para adaptarse, para pensar. Cuando retrocedió, ni siquiera la había acariciado y le había dado apenas la sombra de un beso. Pero los dos estaban temblando.

—A lo mejor la reacción no fue tan extraña, Aurora —musitó David.A.J. tenía la piel ardiendo; y helada. Y se sentía débil. No podía permitir que

su mente siguiera ese mismo camino. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se enderezó.

—Si vamos a hacer negocios…—Ya estamos haciéndolos.A.J. dejó escapar un suspiro ante aquella interrupción.—En ese caso, será mejor que comprendas las reglas del juego. Jamás me

acuesto ni con mis clientes ni con mis socios.Aquello le gustó. Pero no iba a preguntarse por qué.—Eso acota bastante el terreno, ¿verdad?—Este es mi negocio —replicó ella—. Mi vida personal está completamente

al margen de mi profesión.

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—Difícil en esta ciudad, pero admirable. Sin embargo —no pudo resistir la tentación de alargar la mano para colocarle un mechón de pelo detrás de la oreja—, no te he pedido que te acuestes conmigo.

Le sorprendió y complació al mismo tiempo descubrir que A.J. tenía el pulso tan acelerado como el suyo.

—Te lo advierto de antemano para que no te pongas en la embarazosa situación de proponérmelo y ser rechazado.

—¿De verdad crees que me pondrías en una situación embarazosa? —alargó la mano para deslizar un dedo por su mejilla.

—Ya basta.David sacudió la cabeza y estudió de nuevo su rostro. Era atractiva, sí. No

especialmente bella ni glamurosa. Demasiado fría, demasiado sofisticada para él. Pero entonces, ¿por qué la estaba imaginando ya desnuda y abrazándole?

—¿Qué es lo que hay entre nosotros?—Hostilidad.David sonrió de oreja a oreja, y terminó de hechizarla. A.J. le habría matado.—A lo mejor en parte, pero incluso esta hostilidad es demasiado intensa para

el poco tiempo que hace que nos conocemos. Hace un minuto me estaba preguntando cómo sería hacer el amor contigo. Y lo creas o no, no es algo que se me ocurra pensar sobre todas las mujeres que conozco.

A.J. volvía a tener las palmas de las manos empapadas en sudor.—¿Y se supone que debo sentirme halagada?—No. Pero supongo que nos llevaremos mejor si somos capaces de

comprendernos.La necesidad de salir huyendo de allí era casi desesperada. Absurdamente

desesperada. A.J. se mantuvo donde estaba.—Lo único que yo entiendo es lo siguiente: soy la representante de Clarissa

DeBasse y trabajo por sus intereses, por su bienestar. Si intentas hacer algo en detrimento de su profesionalidad o que pueda afectarle personalmente, acabaré contigo. En caso contrario, no tienes nada por lo que preocuparte.

—En ese caso, el tiempo lo dirá todo.A.J. se decidió entonces a marcharse. Dio media vuelta y se acercó al

interruptor de la luz, pero sin considerarlo una retirada.—Mañana a la hora del desayuno tengo una reunión. Vamos a firmar los

contratos, Brady, para que los dos podamos hacer nuestro trabajo.

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Capítulo 3

Normalmente, las reuniones de preproducción dejaban a su equipo agotado. A David le gustaba trabajar duro con ello. La necesidad de ajustar y cuadrar los presupuestos apelaba a su lado más práctico. Traducir aquellas cifras en iluminación, escenarios y atrezo era un desafío para su creatividad. Si no hubiera encontrado la manera de fundir esos dos aspectos de su personalidad, jamás habría decidido ser productor.

David era un hombre que tenía fama de saber lo que quería y de ser capaz de cambiar cualquier circunstancia para conseguirlo. Aquella reputación estaba vinculada a su vida profesional, pero se extendía también a la personal. Como productor, era un hombre duro y, según algunos directores, no siempre justo, y no siempre cordial.

David les concedía libertad a los directores, pero sólo hasta cierto punto. Cuando la creatividad del director le impulsaba a desviarse de la visión que tenía David sobre el proyecto, le detenía inmediatamente. Discutía, escuchaba y a veces era capaz de llegar a un compromiso o a un acuerdo. Pero cualquier director astuto se daría cuenta de que aquel compromiso no afectaba lo más mínimo a los deseos del director.

En las relaciones, era un hombre amable y atento. Si a una mujer le gustaban las rosas, le regalaba rosas. Si prefería montar a caballo por el campo, la llevaba a montar a caballo por el campo. Pero en cuanto tenía la sensación de que pretendía de él algo más serio, la paraba en seco. Discutía, escuchaba y a veces incluso llegaba a un compromiso o a un acuerdo. Pero cualquier mujer astuta se daría cuenta de que aquel compromiso no afectaba a lo más profundo de su relación.

Los directores le consideraban un hombre duro, pero todos admitían, casi a su pesar, que volverían a trabajar con él. Las mujeres le acusaban de ser frío, pero recibían con una sonrisa sus llamadas telefónicas.

Su actitud no se debía a una estrategia largamente planificada. Sencillamente, era un hombre que cuidaba sus pensamientos y sus necesidades más íntimas.

Para cuando terminaron las reuniones previas a la producción y hubieron decidido los escenarios de rodaje y el formato, David ya estaba ansioso por ver resultados. Había elegido personalmente a su equipo, hasta el último técnico, y como su interés por Clarissa DeBasse había llegado a convertirse en algo personal, había decidido empezar con ella. Aquella decisión, estaba seguro, no tenía nada que ver con su representante.

Su deseo inicial de entrevistarla en su propia casa fue rápidamente descartado al recordar las palabras de A.J. Fields. La señora DeBasse tenía derecho a su intimidad. Y punto. Negándose a dejarse paralizar por una cuestión técnica, David pidió que decoraran el estudio con el mismo aspecto acogedor que tenía la casa de Clarissa. El encargado de aquella entrevista era Alex Marshall, un periodista con experiencia. David quería que la credibilidad de Clarissa se

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impusiera a cualquier posible especulación. Y un hombre con la reputación de Marshall era capaz de conseguirlo.

David permaneció en un segundo plano mientras su equipo se encargaba de todo. Había tenido problemas con aquel director en otra ocasión, pero los dos proyectos en los que habían colaborado habían recibido un premio. Y para David, lo único que verdaderamente importaba era el producto final.

—Pon un filtro en ese foco —ordenó el director—. Aunque tenga que parecer que estamos en el departamento de muebles de unos grandes almacenes, quiero crear un poco de ambiente. Alex, me gustaría hacer una prueba con esa cámara. Quiero conseguir un ángulo fijo.

—De acuerdo.Con desgana, Alex apagó su puro de dos dólares y se puso a trabajar. David

miró el reloj. Clarissa llegaba tarde, pero todavía no lo suficiente como para que resultara alarmante. Si se retrasaba diez minutos más, le pediría a uno de sus ayudantes que la llamara. Observó a Alex entrar en escena, completamente intachable, mientras el director se encargaba de las luces y decidió que, como en aquel momento allí no hacía ninguna falta, haría él mismo la llamada. Pero la llamaría a través de A.J. No le haría ningún daño hacérselo pasar un poco mal, decidió mientras empujaba la puerta del estudio. Aquella mujer parecía capaz de sacar lo peor de él.

—Oh, David, perdona.David se detuvo al ver a Clarissa corriendo por el pasillo. Aquel día no tenía

el aspecto de cualquiera de sus tías, pensó mientras Clarissa alargaba las manos hacia él. Se había recogido el pelo hacia atrás, lo que le hacía parecer mucho más joven y llamativa. Alrededor del cuello llevaba una cadena de plata con una amatista del tamaño de su pulgar. El maquillaje realzaba el color azul claro de sus ojos, acentuado también por el azul más oscuro de su vestido. No parecía la misma mujer que le había preparado un pastel de carne unos días atrás.

—Clarissa, estás maravillosa.—Gracias. Me temo que no he tenido mucho tiempo para prepararme. Me

había equivocado de día y estaba arrancando las malas hierbas de las petunias cuando Aurora ha venido a buscarme.

David evitó la tentación de mirar hacia el pasillo por encima del hombro de Clarissa.

—¿Está aquí?—Sí, está aparcando el coche —Clarissa miró por encima del hombro y

suspiró—. Sé que soy un problema para ella. Siempre lo he sido.—A.J. no parece verlo así.—No, claro que no. Aurora es una mujer muy generosa.David decidió reservarse la opinión que tenía al respecto.—¿Estás lista o quieres tomar antes un té o un café?—No, gracias. No me gusta tomar estimulantes cuando estoy trabajando. Me

impiden ver las cosas con claridad —sin soltarle las manos, alzó la mirada hacia el rostro de David—. Estás un poco inquieto.

Lo había dicho en el instante en el que David había mirado hacia el pasillo y había visto a A.J. caminando hacia él.

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—Siempre estoy un poco tenso en los rodajes —contestó con aire ausente.¿Por qué no se habría dado cuenta hasta entonces de cómo caminaba? Tenía

un caminar ligero, fluido.—No, no es por eso —respondió Clarissa, y le palmeó la mano—. Pero no

voy a invadir tu intimidad. Ah, ya ha llegado Aurora. ¿Empezamos?—Sí, vamos a empezar —musitó sin dejar de mirar a A.J.—Buenos días, David. Espero que no te hayamos descuadrado el horario.Estaba tan elegante y profesional como la primera vez que la había visto.

¿Pero por qué tenía que fijarse él en aquellos pequeños detalles? El cuello de la blusa lo llevaba ligeramente alzado, ocultando el que él ya sabía era un cuello largo y elegante. No se había pintado los labios. A David le hubiera gustado acercarse para comprobar si seguía utilizando el mismo perfume, pero en vez de acercarse a A.J., optó por agarrar a Clarissa del brazo.

—En absoluto. Supongo que quieres ver el rodaje.—Por supuesto.—Por aquí, Clarissa —empujó la puerta del estudio—. Me gustaría

presentarte al director, Sam Cauldwell. Sam.A David no pareció importarle estar interrumpiendo al director, advirtió A.J.

mientras el productor esperaba a que fuera Cauldwell el que se acercara. Pero no podía censurarle, puesto que ella habría utilizado la misma técnica.

—Te presento a Clarissa DeBasse.Cauldwell sofocó su evidente impaciencia y le tendió la mano.—Es un placer, señora DeBasse. He leído sus libros para poder preparar esta

parte del documental.—Es usted muy amable. Espero que haya disfrutado con ellos.—No sé si «disfrutar» es la palabras más adecuada —sacudió la cabeza—.

Pero, desde luego, me han dado mucho en lo que pensar.—La señora DeBasse está preparada para empezar en cuanto esté todo

dispuesto.—Estupendo. ¿Le importaría sentarse allí? Haremos la prueba de voz y

volveremos a comprobar las luces.Mientras Cauldwell se alejaba, David advirtió que A.J. le observaba con la

mirada de un halcón.—¿Siempre estás tan pendiente de todos tus clientes?Satisfecha porque Clarissa también parecía estarlo hasta el momento, A.J. se

volvió hacia él.—Sí, de la misma forma que tú estás pendiente de los directores.—Siempre trabajando, ¿eh? Mira, podrás verlo todo mejor desde aquí.—Gracias.A.J. se dirigió con él hacia un rincón del estudio y observó a Clarissa

mientras le presentaban a Alex Marshall. El veterano periodista era un hombre alto, delgado y elegante. Los veinticinco años de reportero habían dejado algunas arrugas en su rostro, pero las canas que salpicaban su pelo hacían un bonito contraste con el tono bronceado de su piel.

—Me parece muy inteligente la elección del narrador.—El rostro en el que los Estados Unidos confían.

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—Eso por una parte, por supuesto. Pero además, no puedo imaginármelo tolerando ninguna clase de tontería. Si entrevistara a una lectora de manos de Sunset Boulevard, sería capaz de dejarla en ridículo dijera lo que dijera el guión.

—Tienes razón.A.J. le miró con firmeza.—Pero a Clarissa no va a dejarla en ridículo.David asintió lentamente.—Cuento con ello. La semana pasada te llamé a la oficina.—Sí, lo sé —A.J. advirtió que Clarissa se echaba a reír por algo que le había

dicho Alex—. ¿Mi ayudante no te contestó?—Quería hablar contigo, no con tu ayudante.—He estado muy ocupada. Has recreado el salón de Clarissa de forma casi

exacta, ¿no?—Ésa era la idea. Estás intentando evitarme, A.J.Se movió lo suficiente para bloquearle la vista y obligarla a mirarle. Irritada,

A.J. le recorrió de los pies a la cabeza con la mirada, pasando por sus pantalones informales y por el cuello desabrochado de la camisa antes de clavarla en su rostro.

—Esperaba que lo entendieras.—Y podrías haberlo conseguido —posó el dedo en la solapa de la chaqueta

de A.J., sobre un broche con forma de media luna—. Pero ella se ha interpuesto en tu camino —miró a Clarissa por encima del hombro.

A.J. se regañó a sí misma por aquella reacción y pensó en la respuesta adecuada. Pero, de alguna manera, no le resultó tan fácil pronunciarla como había imaginado.

—David, no me pareces uno de esos hombres a los que les gusta ser rechazados.

—No —continuaba acariciando el broche con forma de media luna con el pulgar mientras la miraba—. Y tú no pareces una de esas mujeres que fingen desinterés por atraer a los hombres.

—Yo no finjo nada —le miró directamente a los ojos, decidida a no desviar la mirada por incómodo que le resultara—. No tengo ningún interés. Y te estás interponiendo en mi camino.

—Algo que podría convertirse en un hábito —pero se apartó.Hicieron falta otros cuarenta y cinco minutos de conversaciones, cambios y

ajustes técnicos antes de empezar a rodar. Como, afortunadamente, David estaba ocupado con sus asuntos, A.J. esperaba notablemente aliviada y con paciencia. Lo que quería decir que sólo miró el reloj media docena de veces. Clarissa permanecía sentada en el sofá, bebiendo agua. Cada vez que miraba en su dirección, A.J. se alegraba de haberla acompañado.

El rodaje comenzó bastante bien. Clarissa estaba sentada en el sofá, Alex le hacía preguntas y ella contestaba. Hablaron de la clarividencia, de las premoniciones, del interés por la astrología. Clarissa tenía la habilidad de tomar los conceptos más complejos y hacerlos parecer simples y comprensibles. Una de las razones por las que a menudo la llamaban para dar conferencias era por su capacidad para tratar los misterios de la psique y explicarlos de manera que

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resultaran comprensibles para cualquiera. Aquél era un terreno en el que A.J. estaba segura de que Clarissa DeBasse podía arreglárselas perfectamente sola. Relajada, sacó de su maletín un dulce con el que sustituiría el almuerzo.

Grabaron, volvieron a grabar, alteraron los ángulos y volvieron a repetir algunas preguntas ante las cámaras. Las horas iban pasando, pero A.J. estaba satisfecha. La calidad era el orden del día y ella no quería menos para Clarissa.

Después, sacaron las cartas.A.J. estaba preparada para dar un paso adelante, pero Clarissa le hizo una

señal casi imperceptible que la obligó a quedarse donde estaba, aunque temblando de rabia. Odiaba las situaciones como aquélla. Siempre las había odiado.

—¿Algún problema?Clarissa no se había dado cuenta de que David estaba a su lado. Le dirigió

una mirada asesina antes de volver a prestar atención al rodaje.—No habíamos hablado de nada de esto.—¿Te refieres a las cartas? —sorprendido por su respuesta, David también

volvió a concentrarse en el rodaje—. Lo habíamos hablado con Clarissa.—La próxima vez, Brady, háblalo conmigo —respondió A.J. entre dientes.David acababa de decidir que cualquier respuesta desagradable a aquel

comentario podía esperar cuando la voz grave y profunda del entrevistador se oyó con firmeza en el estudio.

—Señora DeBasse, la utilización de las cartas para comprobar las percepciones extrasensoriales es algo bastante habitual, ¿verdad?

—Sí, aunque tienen su límite. También se utilizan para realizar pruebas de telepatía.

—Tengo entendido que ha participado en pruebas de ese tipo en ocasiones anteriores, en las universidades de Stanford, UCLA, Columbia, Duke, así como en algunas universidades inglesas.

—Sí, es cierto.—¿Podría explicarnos el proceso?—Por supuesto. Las cartas que se utilizan en las pruebas de laboratorio

normalmente son de dos colores y pueden tener formas diferentes. Pueden ser cuadradas, redondas, onduladas… ese tipo de cosas. Utilizando las cartas, es posible determinar cuántos aciertos son casuales y producto de las probabilidades y cuales van más allá. Es decir, si utilizamos dos colores, las probabilidades de acertar serán de un cincuenta por ciento. Si un sujeto acierta el color un cincuenta por ciento de las veces, los aciertos serán fortuitos. Si el sujeto acierta un sesenta por ciento de las veces, en ese caso, el porcentaje está por encima de las probabilidades.

—Suena relativamente simple.—Cuando se trabaja solamente con los dos colores, sí. Las formas alteran ese

porcentaje. Con, digamos, veinticinco cartas, el investigador es capaz de determinar por el número de aciertos o de coincidencias el porcentaje que ha sido casual. Si el sujeto acierta quince respuestas de veinticinco, llegará a la conclusión de que sus capacidades extrasensoriales están altamente sintonizadas.

—Es muy buena —musitó David.—Por supuesto que sí.

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A.J. se cruzó de brazos e intentó mitigar su enfado. Aquél era el negocio de Clarissa y sabía perfectamente cómo llevarlo.

—¿Podría explicarnos cómo funciona? —Alex barajaba las cartas mientras hablaba—. Cuando le piden que adivine una carta, ¿tiene una especie de premonición?

—Es una imagen —le corrigió Clarissa—. Veo la imagen de la carta.—¿Está diciéndome que ve la imagen real de la carta?—La imagen real que contiene su mano —sonrió—. Estoy segura de que

usted es un gran lector, señor Marshall.—Sí, soy un gran lector.—Cuando usted va leyendo, las frases evocan imágenes en su cabeza. Esto es

algo parecido.—Ya entiendo —sus dudas eran evidentes y, para David, aquélla era la

reacción perfecta—. Es una cuestión de imaginación.—La utilización de las capacidades extrasensoriales requiere imaginación y

mucha concentración.—¿Es algo que puede hacer cualquiera?—Ésa es una de las cuestiones que se están investigando. Hay quien piensa

que las percepciones extrasensoriales pueden ser aprendidas. Otros dicen que es algo con lo que se nace. Yo mantengo una opinión intermedia entre esas dos posiciones.

—¿Le importaría explicarse mejor?—Creo que cada uno de nosotros tiene ciertos talentos y el grado en el que se

desarrollan y utilizan depende de cada individuo. Es posible bloquear esas habilidades. De hecho, creo que lo más habitual es ignorarlas para que nunca puedan ser cuestionadas.

—Sus habilidades están largamente documentadas. Nos gustaría que pudiera hacernos una demostración.

—Por supuesto.—Esta es una baraja de cartas normal y corriente. La ha comprado esta

mañana uno de los miembros del equipo y usted ni siquiera la ha tocado, ¿es cierto?

—Sí, es absolutamente cierto. De hecho, no se me dan muy bien los juegos de cartas —esbozó una sonrisa medio divertida y medio de disculpa que hizo las delicias del director.

—Ahora, si yo elijo una carta y la sostengo así —Alex sacó una carta del medio de la baraja y la colocó frente a ella, del revés—. ¿Puede decirme qué carta es?

—No —su sonrisa no se desvaneció cuando el director alzó la mano, como si estuviera a punto de indicar que cortaran—. Tendrá que mirar la carta, señor Marshall, pensar en ella e intentar reproducirla mentalmente.

Mientras continuaban rodando, Alex asintió e hizo lo que Clarissa le pedía.—Me temo que no está usted muy concentrado, pero es una carta roja. Sí, así

está mejor —le dirigió una sonrisa radiante—. Nueve de diamantes.La cámara captó la sorpresa que reflejaba el rostro del periodista antes de

mostrar la carta. Nueve de diamantes. Tomó una segunda carta y repitió el

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proceso. Cuando llegaron a la tercera, Clarissa le detuvo y frunció el ceño.—Está intentando confundirme pensando en una carta que no es la que tiene

en la mano. La imagen me llega borrosa, pero la que percibo con más fuerza es el diez de tréboles.

—Fascinante —musitó Alex mientras giraba la carta—. Verdaderamente fascinante.

—Me temo que, en muchas ocasiones, este tipo de ejercicios no son más que un juego de mesa —le corrigió Clarissa—. Un mentalista inteligente podría hacer lo mismo que acabo de hacer yo, de una manera diferente, por supuesto.

—Está diciéndome que tiene truco.—Estoy diciendo que puede tenerlo. A mí no se me dan bien los trucos, de

modo que ni siquiera intento hacerlos, pero soy capaz de apreciar un buen espectáculo.

—Usted empezó su carrera leyendo las manos —Alex dejó las cartas en la mesa sin tenerlas todavía todas consigo.

—Hace mucho tiempo, sí. Técnicamente, cualquiera puede leer la palma de la mano, interpretar las líneas —le tendió su mano—. Las líneas representan la situación económica, los sentimientos, la duración de la vida. En cualquier biblioteca puede encontrar algún libro bueno que le enseñe a interpretarlas. Para leerle a alguien la mano, en realidad no es tan necesario haber desarrollado capacidades extrasensoriales como ser capaz de absorber los sentimientos ajenos.

Encantado con su respuesta, pero muy lejos de creérsela, Alex le tendió la mano.

—No sé cómo puede absorber sentimientos mirando la palma de mi mano.—Porque usted los transmite —le explicó—. De la misma forma que

transmite todo lo demás: sus esperanzas, sus tristezas, sus alegrías. Me basta tomarle la mano para saber que es usted una persona con una gran capacidad de comunicación y una buena situación económica. Por supuesto, ninguna de esas informaciones es difícil de adivinar. Pero… —le tendió la mano—. Si no le importa… —tomó la mano del presentador y la sostuvo entre la suya—, puedo volver a mirar y decirle… —se interrumpió, parpadeó y se le quedó mirando fijamente—. Oh…

A.J. se echó hacia delante, pero David le impidió que siguiera avanzando.—Déjala —musitó—. Recuerda que esto es un documental. No podemos

preverlo todo. Si al final se siente incómoda con esta parte de la grabación, podemos cortarla.

—Si al final se siente incómoda con esta parte de la grabación, tendrás que cortarla.

Clarissa sostenía la mano de Alex con firme delicadeza, pero tenía los ojos abiertos como platos y parecía asombrada.

—¿Debería ponerme nervioso? —preguntó Alex, medio bromeando.—Oh, no —Clarissa soltó una risita y se aclaró la garganta—. No, en

absoluto. Tiene usted vibraciones muy fuertes, señor Marshall.—Gracias, creo.—Enviudó hace quince o dieciséis años. Y era un buen marido —le sonrió, de

nuevo relajada—. Puede estar orgulloso de ello. También es un buen padre.

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—Le agradezco que me lo diga, señora DeBasse, pero digamos que tampoco ésa es información particularmente relevante.

Clarissa continuó hablando como si él no hubiera dicho nada.—Ahora mismo sus dos hijos tienen ya una vida estable, algo que, como a

cualquier padre, le tranquiliza. Nunca le han dado motivos serios para preocuparse, aunque hubo un periodo en el que su hijo, cuando tenía unos veinte años, le hizo pasar malos ratos. Pero hay personas a las que les cuesta más encontrar su lugar en el mundo, ¿no es cierto?

Alex ya no sonreía. Estaba mirando a Clarissa con la misma intensidad con la que ella le miraba a él.

—Supongo que sí.—Usted es un hombre perfeccionista en su trabajo y en su vida privada. Eso

le puso las cosas un poco difíciles a su hijo. Sentía que no estaba a la altura de sus expectativas. En realidad, no debería haberse preocupado usted tanto, pero, por supuesto, todos los padres se preocupan. Ahora que su hijo está a punto de ser padre, se siente más cerca de él. La idea de tener un nieto le complace, aunque, al mismo tiempo, le hace pensar más en el futuro, en su propia mortalidad. Pero me pregunto si hace bien en pensar en retirarse. Usted está en la flor de la vida y demasiado acostumbrado a vivir bajo presión como para conformarse con dedicarse a pescar durante horas y horas. Ahora, si… —se interrumpió bruscamente y sacudió la cabeza—. Lo siento, tiendo a divagar cuando alguien me interesa. Me temo que me estoy adentrando en un terreno demasiado personal.

—En absoluto —cerró la mano lentamente—. Señora DeBasse, es usted increíble.

—¡Corten!Cauldwell habría sido capaz de arrodillarse y besarle los pies a Clarissa.Alex Marshall pensando en retirarse. Era la primera noticia que se oía al

respecto.—Quiero ver la grabación dentro de treinta minutos. Alex, gracias. Ha sido

un comienzo magnífico. Señora DeBasse… —le abría vuelto a tomar la mano si no hubiera sido porque tenía miedo de emitir malas vibraciones—. Es usted sensacional. Estoy deseando volver a grabar con usted.

Antes de que hubiera terminado de darle las gracias, A.J. ya estaba a su lado. Sabía lo que iba a suceder, lo que ocurría siempre. Algún miembro del equipo se acercaría a hablarle de algo extraño que le había ocurrido. Otro le pediría que le leyera la mano. Algunos se acercarían con sorna, otros por curiosidad, pero en menos de diez minutos, Clarissa estaría rodeada de gente.

—Si ya has terminado, te llevaré a casa —comenzó a decir A.J.—Creo que eso ya lo habíamos dejado suficientemente claro —Clarissa miró

despistada a su alrededor para buscar el bolso. No tenía la menor idea de dónde lo había dejado—. Estamos demasiado lejos como para que tengas que conducir hasta allí y regresar otra vez.

—Forma parte de mi trabajo —le tendió el bolso, que había guardado ella durante todo el rodaje.

—Gracias, cariño. No sé cómo me las habría arreglado sin él. Volveré en taxi.—Tenemos un chofer para ti —a David no le hizo falta mirar a A.J. para

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saber que estaba que echaba humo. Le bastaba con sentir su calor—. No voy a permitir que vuelvas en taxi.

—Eres muy amable.—Pero no será necesario —replicó A.J.—No, claro que no —Alex se acercó a ellos y tomó a Clarissa de la mano—.

Espero que la señora DeBasse me permita llevarla a su casa, después de que me conceda el honor de cenar conmigo.

—Me encantaría —contestó Clarissa antes de que A.J. hubiera podido decir una sola palabra—. Espero no haberle violentado, señor Marshall.

—En absoluto. De hecho, ha sido fascinante.—Es usted muy amable. Gracias por haberme acompañado, cariño —le dio

un beso a A.J. en la mejilla—. Siempre me tranquiliza saber que estás cerca. Buenas noches, David.

—Buenas noches, Clarissa. Alex —permaneció al lado de A.J. mientras Clarissa y Alex se alejaban del estudio con las manos entrelazadas—. Hacen una buena pareja.

David no había terminado de decirlo cuando A.J. ya estaba dispuesta a atacar. Si hubiera sido posible sacar los colmillos en aquel momento, lo habría hecho.

—Imbécil.Estaba ya a medio camino de la puerta cuando David la detuvo.—¿Y ahora qué te pasa?Si no lo hubiera dicho con aquella sonrisa, A.J. habría sido capaz de

controlarse.—Quiero ver los últimos quince minutos de grabación, Brady, y si no me

gusta lo que veo, tendremos que borrarlo.—No recuerdo que el contrato dijera que tuvieras ningún derecho sobre la

edición.—Pero tampoco dice nada sobre que Clarissa tenga que leerle la mano a

nadie.—Desde luego. Ha sido una improvisación de Alex, pero ha funcionado

bastante bien. ¿Cuál es el problema?—¡Tú también estabas viendo la grabación, maldita sea!Como necesitaba desahogare con algo, empujó con fuerza las puertas del

estudio.—Sí, claro que sí —se mostró de acuerdo David y la agarró del brazo para

obligarla a aminorar el paso—. Pero es evidente que no he visto lo mismo que tú.—Estaba disimulando —A.J. se pasó nerviosa una mano por el pelo—. Ha

sentido algo en cuanto le ha agarrado la mano. Cuando veas la grabación, te darás cuenta de que durante cerca de cinco o diez segundos sólo se dedica a mirarle fijamente.

—Eso añadirá un toque de misticismo. Es efectivo.—¡Maldita sea tu efectividad! —giró tan rápidamente que estuvo a punto de

chocar contra una pared—. No me gusta verla tan afectada. Sucede que a mí Clarissa no sólo me importa como producto.

—Muy bien, espera. ¡Espera! —volvió a agarrarla antes de que saliera a la

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calle—. Clarissa parecía estar contenta cuando se ha ido de aquí.—No me gusta —A.J. bajó furiosa los escalones que conducían al

aparcamiento—. Primero la tontería de las cartas. Estoy harta de que la pongan a prueba de esa manera.

—A.J., lo de las cartas es algo completamente normal. Clarissa ha hecho esa misma prueba y con mucha más intensidad para universidades de todo el país.

—Lo sé, y por eso me moleta que tenga que demostrar que no es una farsante una y otra vez. Y luego ha estado ese asunto de la palma de la mano. Sé que le ha pasado algo —comenzó a caminar por el césped que bordeaba la acera—. Ahí ha ocurrido algo y ni siquiera he tenido oportunidad de hablar con ella antes de que ese periodista de dos metros y voz de oro se haya metido por medio.

—¿Alex? —aunque lo intentó y durante unos cinco segundos pudo controlarse, al final David soltó una carcajada—. Dios mío, eres increíble.

A.J. dejó de caminar y le miró con los ojos entrecerrados y el rostro blanco de rabia.

—Te parece muy gracioso, ¿verdad? Una mujer confiada e inocente se va con un completo desconocido y a ti te hace gracia. Como le ocurra algo…

—¿Pero qué le va a ocurrir? —David elevó los ojos al cielo—. Dios mío, A.J., Alex Marshall no es ningún loco. Es uno de los periodistas más respetados del país. Y creo que Clarissa tiene edad más que suficiente como para tomar sus propias decisiones, y como para decidir si quiere o no tener una cita.

—Eso no es una cita.—Pues a mí me lo ha parecido.A.J. abrió la boca y volvió a cerrarla. Después, giró sobre sus talones y

continuó caminando hacia el aparcamiento.—Ahora, espera un momento. Te he dicho que esperes —la agarró de los

brazos, de manera que quedó atrapada entre él y el coche aparcado—. No pienso perseguirte por todo Los Ángeles.

—Entonces vuelve dentro y échale un vistazo a la grabación. Mañana quiero verla yo.

—No acepto órdenes, ni de agentes paranoicas ni de nadie. Vamos a dejar eso claro. No sé qué te pasa, A.J., pero me cuesta creer que estés tan afectada porque una de tus clientes haya salido a cenar.

—Clarissa no es sólo un cliente —A.J. giró bruscamente hacia él—, es mi madre.

Aquel furioso anuncio los dejó a los dos sin habla. David continuó sujetándola por los hombros mientras ella hacia esfuerzos por volver a respirar. Por supuesto, se dijo David, debería haberse dado cuenta por la forma de su rostro y por sus ojos. Sobre todo por sus ojos.

—Maldita sea…—En eso estoy de acuerdo contigo —musitó A.J., y se apoyó después en un

coche—. Mira, esto no puedes hacerlo público bajo ningún concepto, ¿entendido?—¿Por qué?—Porque las dos preferimos que así sea. Nuestra relación es algo

completamente privado.—De acuerdo —David rara vez discutía cuestiones relativas a la privacidad

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—, eso explica que te tomes un interés personal, pero creo que estás llevando las cosas demasiado lejos.

—Me importa muy poco lo que tú puedas pensar —se enderezó. Comenzaba a dolerle la cabeza—. Y ahora, si me perdonas.

—No —David le bloqueó el paso—. Cualquiera podría pensar que te preocupas tanto por la vida de tu madre porque no tienes suficiente vida propia.

La mirada de A.J. se oscureció al tiempo que aumentaba la palidez de su rostro.

—Mi vida no es asunto tuyo, Brady.—En este momento no, pero en la medida en la que continúe el proyecto de

Clarissa, sí lo será. Déjala respirar, A.J.Sonaba tan razonable que la enfureció todavía más.—No lo comprendes.—En ese caso, a lo mejor deberías explicármelo.—¿Qué pasará si Alex Marshall la presiona para que le conceda una

entrevista durante la cena? A lo mejor quiere quedarse a solas con ella para poder machacarla.

—¿Y si lo único que quiere es cenar con una mujer interesante y atractiva? Creo que deberías confiar más en Clarissa.

A.J. se cruzó de brazos.—No quiero que le hagan daño.David podía intentar discutir con ella. Podía intentar incluso hacerle razonar.

Pero, de alguna manera, tenía la convicción de que todavía no serviría de nada.—Vamos a dar una vuelta.—¿Qué?—Que vamos a dar una vuelta en coche. Tú y yo —le sonrió—. Da la

casualidad de que el coche en el que estás apoyada es el mío.—Oh, lo siento —se enderezó—. Tengo que volver a la oficina. Todavía tengo

papeleo pendiente.—En ese caso, podrá seguir pendiente hasta mañana —sacó las llaves y abrió

el coche—. No me vendría nada mal un paseo por la playa.Tampoco a ella. Había reaccionado de una forma exagerada, de eso no cabía

duda. Necesitaba aire, la velocidad del coche, algo que la ayudara a despejar la cabeza. A lo mejor no era muy sensato salir con David, pero…

—¿Podrías bajar la capota?—Por supuesto.Y realmente le sirvió de ayuda. La velocidad, el aire, el olor del mar, la

música de la radio. David no hizo ningún comentario ni intentó entablar conversación. Y A.J. hizo algo que rara vez se permitía hacer en compañía de otros: relajarse.

Se preguntó mientras lo hacía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se había permitido un largo paseo por la costa, sin límite de tiempo ni destino. Si no podía recordarlo era porque había pasado demasiado tiempo. Así que cerró los ojos, vació su mente y disfrutó.

¿Quién era realmente aquella mujer?, se preguntó David mientras advertía cómo iba relajándose poco a poco a su lado. ¿La agente dura y directa siempre

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pendiente del diez por ciento que le aportaban sus contratos? ¿La hija fieramente protectora y entregada que al mismo tiempo que ganaba dinero gracias al talento de su madre ponía el grito en el cielo si pensaba que la estaban explotando? No conseguía averiguarlo.

David era un hombre al que se le daba bien juzgar a la gente. En un negocio como aquél, no habría sido capaz de producir tan buenos documentales si no lo fuera. Sin embargo, cuando había besado a A.J. no había encontrado a la mujer dura y confiada que esperaba, sino una mujer frágil y vulnerable. Por esa misma razón, le parecía que no encajaba en la persona que era, o en la que había decidido ser. Sería interesante averiguar por qué.

—¿Tienes hambre?Sumida todavía en sus ensoñaciones, A.J. se volvió hacia él y le miró.¿Cómo no se habría dado cuenta antes?, se preguntó David. Los ojos eran

idénticos a los de Clarissa, tanto en la forma como en el color como en… la profundidad, decidió a falta de una palabra mejor.

Se le ocurrió pensar que a lo mejor también se parecía a Clarissa en otros aspectos, pero descartó rápidamente aquella idea.

—Lo siento —musitó A.J.—, no te estaba prestando atención.Sin embargo, podría haber descrito su rostro con minucioso detalle; desde la

dureza de sus pómulos hasta la ligera hendidura en la barbilla. Dejó escapar un largo suspiro y recobró la compostura. Una mujer sensata era capaz de controlar sus pensamientos con el mismo rigor que sus emociones.

—Te he preguntado que si tenías hambre.—Sí —estiró los hombros—, ¿estamos muy lejos?No lo suficiente, se descubrió pensando David.—A unos treinta y cinco kilómetros. Tú eliges —se detuvo en la cuneta y

señaló el restaurante que había a un lado y la hamburguesería del otro.—Prefiero una hamburguesa. Así podemos sentarnos a comerla en la playa.—No hay nada mejor que una cita barata.—Esto no es una cita —replicó A.J.—Perdón, lo había olvidado. En ese caso, puedes pagarte tú la hamburguesa.A.J. rió entonces como nunca le había oído David hacerlo, con una risa

relajada, fresca y femenina.—Sólo por eso pagaré yo —no la tocó mientras se acercaban a la

hamburguesería—. ¿Qué vas a tomar?—Una hamburguesa grande, con ración extra de patatas fritas y un batido de

chocolate, también grande.—Grandes palabras.Mientras esperaban, observaron a los pocos bañistas que quedaban jugando

con las olas. Las gaviotas volaban alrededor del puesto de hamburguesas, esperando alguna dádiva, pero David las desilusionó al guardar las hamburguesas en una bolsa de papel.

—¿Adonde vamos? —preguntó.—Allí. Me gusta mirar —A.J. caminó hasta la playa y sin preocuparse de su

elegante falda de lino, se sentó en la arena—. No vengo mucho a la playa.Se quitó los zapatos y hundió los pies en la arena; al doblar las piernas, se le

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subió la falda casi hasta los muslos. David aprovechó para dirigirle un larga mirada a sus piernas antes de sentarse a su lado.

—Yo tampoco —contestó, preguntándose cómo quedarían esas piernas, y el resto de su cuerpo, con biquini.

—Supongo que antes he montado una escena —se disculpó A.J.—Sí, supongo que sí —sacó una hamburguesa de la bolsa y se la tendió.—Lo odio —dijo A.J. mientras mordía con ganas la hamburguesa—. No

tengo fama de ser una agente problemática o discutidora, sólo de ser dura. Pero con Clarissa pierdo la objetividad.

—La objetividad se va al infierno cuando queremos a alguien.—Clarissa es tan buena… Y no me refiero sólo a lo que hace, sino a su

carácter —A.J. tomó las patatas fritas que David le ofreció y mordisqueó una de ellas con desgana—. La gente bondadosa puede llegar a sufrir mucho más que los demás, ¿sabes? Y ella siempre está dispuesta a entregarse. Si diera todo lo que está dispuesta a dar, se quedaría sin nada.

—Así que tú estás siempre a su lado para protegerla.—Exacto —se volvió hacia él con expresión desafiante.—No pretendo discutir contigo —alzó la mano en un gesto apaciguador—.

Por alguna razón, me gustaría comprenderte.A.J. se echó a reír y miró de nuevo hacia el mar.—Para eso tendrías que haber vivido con nosotras.—¿Por qué no me cuentas lo que significó vivir a su lado?A.J. nunca había compartido aquello con nadie. Pero tampoco había estado

nunca sentada en la playa comiendo una hamburguesa con uno de sus socios. A lo mejor aquél era el día de la primera vez.

—Fue una madre maravillosa. Clarissa siempre ha sido una mujer buena y generosa.

—¿Y tu padre?—Murió cuando yo tenía ocho años. Era vendedor, así que pasaba mucho

tiempo fuera de casa. Un buen vendedor —añadió con la sombra de una sonrisa—. En eso tuvimos suerte. Tenía dinero ahorrado y algunas acciones. El problema era que las cuentas no se pagaban solas. No era que no tuviéramos dinero, no, sino que Clarissa se olvidaba de pagarlas. Descolgabas un día el teléfono y no había línea porque se había olvidado de pagar la cuenta. Supongo que fue entonces cuando empecé a ocuparme de ella.

—Debías de ser muy joven para eso.—No me importaba.En aquella ocasión, la sonrisa brilló plenamente. David distinguió entonces

aquellos hoyuelos casi invisibles en las mejillas, idénticos a los de su madre.—Manejaba el dinero mucho mejor que ella. Cuando empezó a leer las

manos y a echar las cartas, aumentaron nuestros ingresos. En ese momento, fue como si mi madre realmente floreciera. Necesitaba ayudar a la gente, apoyarla, darle esperanza, seguridad. Aun así, fue una época extraña. Vivíamos en un barrio muy agradable y la gente entraba y salía libremente de nuestra casa. Los vecinos estaban fascinados, algunos de ellos venían de forma regular para que les leyera las manos, pero después, cuando nos encontrábamos fuera de casa, guardaban las

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distancias. Era como si desconfiaran de Clarissa.—Supongo que para ti era una situación incómoda.—Sólo a veces. Mi madre hacía lo que tenía que hacer. Hubo personas que

comenzaron a distanciarse de nosotras, dejaron de venir a casa, pero mi madre no parecía notarlo. En cualquier caso, comenzó a correr el rumor y mi madre llegó a hacerse amiga de los Van Camp. Supongo que entonces yo tenía unos doce o trece años. Empezaron a aparecer por mi casa estrellas del mundo del espectáculo, fue algo impresionante. Pero en menos de un año ya era algo habitual. He conocido a actores que la llamaban antes de aceptar un papel. Ella siempre les decía lo mismo, que tenían que confiar en su intuición. Lo único que Clarissa no hará jamás es tomar una decisión por nadie. Pero aun así, continuaban llamando. Después, secuestraron al hijo pequeño de los Van Camp. Los periodistas acampaban en el jardín de nuestra casa y el teléfono nunca dejaba de sonar, así que terminamos mudándonos a Newport Beach. Allí puede mantener un bajo perfil, incluso cuando está colaborando en algún caso importante.

—Estuvo también el asesinato de los Ridehour.A.J. se levantó bruscamente y caminó hasta la playa.—No tienes idea de lo mucho que sufrió con todo eso —le temblaba la voz

por la emoción mientras se abrazaba a sí misma—. No puedes ni imaginarte el precio que tiene que pagar una persona como Clarissa por algo así. Yo quería impedir que colaboraba, pero sabía que era imposible.

Al ver que cerraba los ojos con fuerza, David posó una mano en su hombro.—¿Por qué querías impedirle que ayudara?—Porque sufría mucho. Dios mío, lo había vivido todo incluso antes de que

la llamaran —abrió los ojos y se volvió hacia él—. ¿Entiendes lo que pretendo decirte? Estaba involucrada en ese caso incluso antes de que le pidieran su ayuda.

—No estoy seguro de comprenderlo…—No, supongo que es imposible —sacudió la cabeza con impaciencia, como

si se estuviera regañando por esperar su comprensión—. Supongo que es algo que tiene que vivirse. El caso es que le pidieron ayuda. Con Clarissa, no hace falta nada más. Cinco niñas asesinadas —cerró los ojos otra vez—. Nunca habla de ello, pero sé que las vio, a todas. Lo sé —dejó de lado aquel pensamiento, como había aprendido a hacer hacía mucho tiempo—. Clarissa cree que todas esas capacidades son un don, pero no tienes idea de hasta qué punto pueden llegar a ser una maldición.

—¿Te gustaría que lo dejara? ¿Que ignorara ese don? ¿Crees que eso es posible?

A.J. contestó con una risa, mientras se pasaba las manos por la melena que el viento había despeinado.

—Sí, claro que es posible, pero no para Clarissa. Yo ya he asumido que mi madre necesita dar. Lo único que hago yo es intentar asegurarme de que no se aproveche de ella quien no tiene que hacerlo.

—¿Y tú? —David habría jurado que aquella pregunta tan natural le había dejado helada—. ¿Decidiste convertirte en representante para proteger a tu madre?

A.J. pareció volver a relajarse.

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—En parte, pero la verdad es que me gusta mi trabajo —las sombras habían abandonado su mirada—. Se me da bien.

—¿Y qué pasa con Aurora? —deslizó las manos por los brazos de A.J. y las posó en sus hombros.

Bastó aquel leve contacto para que A.J. sintiera crecer un extraño anhelo en su interior. Inmediatamente lo bloqueó.

—Aurora sólo existe para Clarissa.—¿Por qué?—Porque yo sé cómo protegernos a mí y a mi madre.—¿De qué?—Se está haciendo tarde, David.—Sí —acercó la mano hasta su cuello y sintió aquella piel suave que

acariciaba el último sol de la tarde—. Yo también creo que se está haciendo tarde. El otro día no terminé de besarte, Aurora.

Tenía unas manos fuertes. A.J. ya lo había notado, pero en aquel momento le pareció un dato mucho más importante.

—Mejor así.—También estoy de acuerdo en eso. Porque te aseguro que no soy capaz de

averiguar por qué tengo tantas ganas de besarte.—Date un poco de tiempo, seguro que se pasará.—¿Por qué no nos ponemos a prueba? —arqueó una ceja y la miró—.

Estamos en una playa pública, todavía no se ha puesto el sol. Si te beso aquí, no podrá pasar nada más, y a lo mejor averiguamos por qué nos afecta tanto estar juntos —cuando empezó a acercarse a ella, A.J. se tensó—. ¿Tienes miedo?

¿Por qué podría darle miedo el hecho de sentirse atraída por él?—No —contestó, decidida a creer que era cierto. En aquella ocasión no le

daría ventaja, se dijo. No se lo permitiría. Deliberadamente, le rodeó el cuello con los brazos y, cuando le vio vacilar, presionó los labios contra los suyos.

David habría jurado que la arena se movía bajo sus pies. El batir de las olas aumentó de volumen hasta adquirir la intensidad de un trueno. Él pretendía controlar aquella situación, utilizarla como si fuera una especie de experimento. Pero su intención cambió en el instante en el que rozó su boca. El sabor de A.J. era cálido, frío, dulce, acre… Experimentó una necesidad casi desesperada de descubrir en cuál de sus sentidos podía confiar. Antes de que ninguno de los dos estuviera preparado para dar aquel paso, se sumergió en el beso, arrastrando a A.J. a su lado.

Fue todo demasiado rápido. En la cabeza de A.J. giraba vertiginosamente aquel pensamiento. Demasiado rápido. Pero su cuerpo ignoró la advertencia y se estrechó contra David. Le deseaba, y el deseo era el más nítido y afilado de todos los que había experimentado hasta entonces. Le necesitaba, y aquella necesidad era más profunda e intensa que cualquier otra necesidad. Todos sus sentimientos palpitaban en su interior mientras David enredaba la mano en su pelo. Crecía en su interior un hambre de David que la hizo gemir. No estaba bien, aquello no podía estar bien. Pero la sensación que la invadía le decía todo lo contrario, que no sólo estaba bien, sino que siempre lo había estado.

Una gaviota descendió en picado sobre sus cabezas y desapareció, dejando

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tras ella el parpadeo de una sombra, el eco de su chillido.En cuanto se apartaron, A.J. retrocedió. Con la distancia llegó el frío, pero lo

agradeció después de aquel calor abrasador. Habría querido volverse sin decir una sola palabra, pero David volvió a posar las manos sobre sus hombros.

—Ven a mi casa.A.J. tuvo que mirarle entonces. Una pasión apenas controlada oscurecía su

mirada. El deseo y la tentación enronquecían su voz. Y ella… ella sentía todo en exceso, y sabía que si continuaba, terminaría entregándose por completo.

—No —su voz no sonaba firme, pero sí como una respuesta definitiva—. No quiero esto, David.

—Yo tampoco.También él retrocedió entonces. No pretendía que las cosas llegaran tan lejos.

No quería sentir tanto.—Pero no estoy seguro de que eso pueda suponer ninguna diferencia —

añadió David.—Podemos controlar nuestras vidas —giró de nuevo hacia el mar y el viento

echó hacia atrás su melena, dejando su rostro al descubierto—. Sé lo que quiero, y no quiero que esto forme parte de mi vida.

—Los deseos cambian —¿por qué estaba discutiendo? A.J. no estaba diciendo nada que él mismo no pensara.

—Sólo si se lo permitimos.—¿Y si te dijera que te deseo?A A.J. le palpitaba con tanta fuerza el corazón que no estaba segura de ser

capaz de contestar.—Te diría que estás cometiendo un error. Cuando dijiste que yo no era tu

tipo, tenías razón, David. Déjate aconsejar por tu primer impulso. Normalmente es el mejor.

—En este caso, creo que necesito más datos.—Eso es cosa tuya —respondió como si para ella eso no supusiera ninguna

diferencia—. Ahora tengo que volver. Quiero llamar a Clarissa para asegurarme de que está bien.

David la agarró del brazo por última vez.—No siempre vas a poder utilizarla como excusa, Aurora.A.J. se detuvo en seco y le dirigió una de aquellas miradas frías y profundas

que tanto se parecían a las de su madre.—Yo no la utilizo de ninguna manera —musitó—. Esa es precisamente la

diferencia entre nosotros.Se volvió y se alejó cruzando la arena.

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Capítulo 4

Había rayos de luz lunar. Se percibía la fragancia de los jacintos, la más delicada de las fragancias impregnaba una brisa casi imperceptible. De alguna parte llegaba el sonido burbujeante del agua. Sobre el suelo de madera se reflejaba la sombra esbelta del roble que se erguía con elegancia al otro lado de la ventana. Uno de los cuadros de la pared le llamó la atención y retuvo su mirada. No eran más que drásticas pinceladas de rojo y violeta sobre el blanco del lienzo, pero, de alguna manera, transmitían energía, movimiento y una tensión cargada de sensualidad. Había un espejo particularmente alto. A.J. observó en él su reflejo.

El espejo le devolvía una imagen poco definida, etérea. En medio de aquellas sombras, tenía la sensación de que le bastaría con dar un paso adelante para desaparecer en el interior del espejo. El frío que helaba su cuerpo no era un frío que procediera de fuera, sino de muy dentro. Sabía que había algo que temer, algo tan difuso como su propio reflejo. El instinto le decía que se fuera, que se alejara rápidamente de allí, antes de averiguar lo que era. Pero cuando se volvió, algo le impidió el paso.

David se interponía en su única vía de escape, posando las manos en sus hombros con firmeza. Cuando le miró, A.J. advirtió la oscura impaciencia de su mirada. El deseo, el suyo o el de David, no lo sabía, espesaba el aire hasta hacerlo casi irrespirable.

«Yo no quiero esto», ¿Había pronunciado aquellas palabras en voz alta? ¿Las había pensado solamente? No estaba segura, pero oyó la respuesta de David, alta y clara.

—No puedes continuar huyendo. No puedes seguir huyendo de ti y de mí.Entonces comenzó a descender por un túnel oscuro de bordes redondeados

en los que comenzaba a encenderse una llama.A.J. se incorporó bruscamente en la cama, temblando y sin poder respirar

apenas. No eran los rayos de luna, sino los primeros rayos del sol de la mañana los que se filtraban por las ventanas del dormitorio. De su dormitorio, se dijo mientras se apartaba el pelo de los ojos. No había jacintos, ni sombras, ni cuadros inquietantes.

Había sido un sueño, se repitió. Sólo un sueño. ¿Pero por qué tenía que haber sido tan real? Casi podía sentir una ligera presión en los hombros allí donde había soñado las manos de David. Tampoco se había desvanecido la turbulenta sensación de agitación que la asaltaba.

¿Por qué había soñado con David Brady? Había algunas respuestas lógicas que podían servirle de consuelo. No había dejado de pensar en él durante las dos semanas anteriores. Había estado pendiente en todo momento de Clarissa y del documental y David Brady formaba parte de sus preocupaciones. Además, había trabajado mucho, demasiado quizá, y el único momento de auténtica relajación lo había disfrutado junto a David Brady en la playa.

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Aun así, era preferible no pensar en lo que había pasado, o en lo que había podido llegar a pasar. Era mejor, mucho mejor, pensar en horarios, en el trabajo y en sus obligaciones.

Ya no podría volver a dormirse. Aunque apenas eran las seis de la mañana, A.J. apartó las sábanas y se levantó. Un par de tazas de café y una ducha fría bastarían para poner sus sentimientos en orden. Tendría que bastar, porque tenía un horario demasiado apretado como para perder el tiempo preocupándose por un sueño.

A.J. tenía una cocina espaciosa y perfectamente organizada. No se permitía ningún desorden, ni siquiera en una habitación en la que pasaba muy poco tiempo. Las encimeras y los electrodomésticos eran de un blanco reluciente, tanto por la labor de la mujer que se encargaba de limpiarle la casa como por la falta de uso. A.J. bajó los dos escalones que separaban la cocina del cuarto de estar y se dirigió hacia el electrodoméstico que mejor conocía: la cafetera.

Apagó la alarma automática, gracias a la cual el café habría estado a punto a las siete y cinco, y la puso en marcha. Cuando salió de la ducha quince minutos después, el aroma del café, de la normalidad, volvía a llenar la casa. Se tomó la primera taza impulsada por la necesidad de cafeína. Aunque se había levantado una hora antes de lo habitual, continuó con la rutina de siempre. No iba a permitir que algo tan insustancial y absurdo como un sueño la confundiera. Se tomó rápidamente un puñado de vitaminas, en vez de prepararse un desayuno, y se llevó una segunda taza de café al dormitorio para tomársela mientras se vestía. Mientras estudiaba el contenido de su armario, revisó mentalmente las citas del día.

Tenía que desayunar con un cliente, un actor de éxito y un hombre nervioso, al que querían contratar para una serie de máxima audiencia. No le iría mal leerse el guión del episodio piloto una vez más antes de hablar con él. A continuación tenía una reunión con los empleados de la agencia. A la hora de comer, se reuniría con Bob Hopewell, que estaba empezando a buscar actores para su próxima película. Tenía dos clientes que creía perfectos para los papeles protagonistas. Después de aquel repaso a sus citas, A.J. decidió que lo que necesitaba era un toque de elegancia.

Se puso un traje de seda de color salmón. Ajustándose a la rutina de siempre, a los veinte minutos estaba delante del espejo de su armario completamente vestida. En el último momento añadió la pequeña media luna que se ponía a veces en la solapa. Pero cuando estaba colocándose el broche, volvió a recordar el sueño. En el sueño no parecía tan confiada, tan… ¿distante era la palabra? Parecía mucho más débil, más vulnerable.

A.J. alzó la mano para tocar su imagen en el espejo. Sintió el frío y la suavidad del cristal, sólo era una imagen. De la misma manera que lo que había vivido aquella noche era sólo un sueño, se recordó sacudiendo la cabeza. Lo de la vulnerabilidad era algo de lo que tenía que olvidarse inmediatamente. En aquella ciudad, una agente no sobreviviría ni cinco segundos si daba alguna muestra de vulnerabilidad. Una mujer, cualquier mujer, corría un serio peligro si dejaba que un hombre advirtiera que era vulnerable. Y A.J. no era una mujer dispuesta a correr riesgos.

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Se estiró la chaqueta y se miró por última vez en el espejo antes de ir a buscar su maletín. En menos de veinte minutos estaba abriendo la puerta de su despacho.

No era algo inusual que A.J. fuera la primera en llegar a la oficina. Desde que había alquilado la primera oficina de su carrera, había tomado la costumbre de llegar antes de que lo hicieran sus empleados. En realidad, durante los primeros años, su única empleada era una recepcionista que trabajaba a tiempo parcial y soñaba con ser modelo. En aquel momento tenía dos recepcionistas, una secretaria y una ayudante, además de un cuerpo estable de agentes. A.J. se volvió y encendió las luces que iluminaron las paredes de color rosa intenso y los maceteros de cobre. Nunca se había arrepentido de haber llamado a un decorador para arreglar la oficina. Allí se respiraba clase, discreción y un cierto poder, aunque la verdad era que ella se habría conformado con un par de escritorios viejos y un nexo.

Miró el reloj y comprendió que podía comenzar a hacer llamadas a la costa este, aprovechando la diferencia horaria. Dejó la zona iluminada de recepción y se metió en su despacho. Media hora después, había conseguido que el actor con el que pensaba almorzar se mostrara de acuerdo en filmar el episodio piloto para una serie semanal, había tanteado el terreno para renovar el contrato de otro cliente que estaba trabajando en una telenovela diaria y había conseguido poner en acción a un productor al negarse a aceptar la serie que le estaba ofreciendo.

Una buena mañana de trabajo, decidió A.J., pensando en lo que le había dicho el productor, que la había descrito como una pitón corta de vista y ansiosa de dinero. Le haría una contraoferta. A.J. se reclinó en la silla y dejó caer los zapatos. Minutos después, había conseguido un papel protagonista para su cliente y un frío cuarto de millón de dólares. Su cliente iba a tener que ganárselo, pensó mientras se estiraba. Había leído el guión y sabía que el papel sería muy duro físicamente y emocionalmente agotador. Comprendía perfectamente lo que sufría un buen actor trabajando. Por lo que a ella se refería, se merecían cada penique que pudieran ganar por su trabajo y era a ella a la que tocaba apretar a los productores para sacárselo.

Satisfecha, decidió concentrarse en el papeleo que tenía pendiente, pero, justo en ese momento, sonó el teléfono. Casi inmediatamente, oyó pasos.

Al principio se limitó a mirar el reloj, preguntándose quién podía llegar tan temprano. Después, se le ocurrió pensar que tenía algún empleado particularmente entregado a su trabajo. Conocía a muy poca gente que estuviera dispuesta a ir a trabajar treinta minutos antes de lo que le correspondía.

A.J. se levantó con intención de ir a ver quién era, pero los pasos se detuvieron. Debería llamar, avisar de que estaba allí, pensó, pero se descubrió a sí misma recordando todas y cada una de las películas de suspense que había visto a lo largo de su vida. La confiada protagonista alertaba de su presencia y casi inmediatamente se descubría encerrada en una habitación con un loco. Tragó saliva y agarró un pisapapeles de metal.

Se oyeron pasos de nuevo, en aquella ocasión, más cerca. Intentando mantener la calma, A.J. se acercó a la puerta. Los pasos se detuvieron exactamente al otro lado. Con el pisapapeles en alto, posó la otra mano en el pomo de la puerta, contuvo la respiración y abrió la puerta bruscamente. David consiguió sujetarle la muñeca antes de que le golpeara.

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—¿Siempre recibes así a tus clientes, A.J.?—¡Maldita sea! —A.J. dejó caer el pisapapeles al suelo mientras el alivio fluía

dentro de ella—. Me has dado un susto de muerte, ¿qué estás haciendo aquí a esta hora?

—Lo mismo que estás haciendo tú a esta hora. Me he levantado antes que de costumbre.

Como las rodillas le temblaban, A.J. cedió a la necesidad de sentarse.—La diferencia es que ésta es mi oficina. Puedo venir aquí cuando me

apetezca. ¿Qué quieres?—Podría decir que no soy capaz de permanecer lejos de tu chispeante

personalidad.—No te creo.—La verdad es que tengo que volar a Nueva York para localizar unos

exteriores para un rodaje. Estaré liado durante un par de días, así que quería dejarte un mensaje para Clarissa.

Por supuesto, no era cierto, pero no le importaba mentir. Era más fácil que A.J. se creyera aquella mentira que convencerla de que necesitaba verla otra vez. Se había despertado aquella mañana sabiendo que necesitaba verla antes de marchar. Pero si admitía eso delante de una mujer como A.J. Fields, sólo conseguiría que saliera huyendo como si la persiguieran todos los diablos del infierno.

—Muy bien —estaba ya alargando la mano hacia la libreta—. Estaré encantada de pasarle el mensaje. Pero la próxima vez recuerda que hay personas que disparan cuando oyen a alguien merodeando por su puerta.

—La puerta de la oficina estaba abierta —señaló David—, no había nadie en recepción, así que he decidido acercarme a ver si había alguien en vez de limitarme a dejar una nota.

Sonaba razonable. Podría ser razonable si no quería limitarse a dejar un recado telefónico. Pero a A.J. no le hacía ninguna gracia que le dieran un susto de muerte antes de las nueve de la mañana.

—¿Qué mensaje querías dejarle, Brady?David no tenía la menor idea. Hundió las manos en los bolsillos del pantalón

y recorrió con la mirada aquel despacho meticulosamente ordenado y decorado en tonos pastel.

—Bonito despacho —comentó.Reparó en que incluso los documentos con los que, obviamente, A.J. estaba

trabajando, estaban colocados en pilas perfectamente ordenadas. No había ni un solo papel, ni un solo clip, fuera de lugar.

—Eres una persona muy ordenada, ¿verdad?—Sí —impaciente, dio unos golpecitos con el bolígrafo en la libreta—. ¿El

mensaje para Clarissa?—Por cierto, ¿cómo está?—Perfectamente.David cruzó el despacho para acercarse al único cuadro que adornaba una de

las paredes. Era un paisaje marino, muy relajante.—Ayer estabas muy preocupada por su… Porque había ido a cenar con Alex.

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—Se lo pasó muy bien —farfulló A.J.—. Me dijo que Alex Marshall es un auténtico caballero, con una personalidad fascinante.

—¿Y eso te molesta?—Clarissa no sale con hombres, por lo menos no de ese modo.Sintiéndose completamente estúpida, dejó la libreta sobre el escritorio y

caminó hasta la ventana.—¿Tiene algo de malo que salga con hombres… de ese modo?—No, por supuesto que no. Es sólo que…—¿Es sólo qué, Aurora?No debería estar hablando de su madre, pero eran tan pocas las personas que

estaban al corriente de cuál era su relación con ella que se descubrió diciendo, sin poder contenerse:

—Cada vez que le menciona, le cambia la expresión. Pasaron el domingo juntos, en el yate de Alex. Creo que es la primera vez en su vida que Clarissa pone un pie en una embarcación.

—Está probando algo nuevo.—Eso es lo que me temo —contestó A.J., bajando el tono de voz—. ¿Tienes

idea de lo que es ver a tu madre en los primeros estados de enamoramiento?—No.David pensó en la relación de sus padres. Su madre le preparaba la cena y le

cosía los botones de las camisas. Él se encargaba de sacar la basura y de arreglarle el tostador.

—No tengo la menor idea —añadió.—Pues te aseguro que no es nada cómodo. ¿Qué sabes tú de ese hombre? Oh,

ya sé que es un hombre encantador, pero por lo que tengo entendido, ha sido encantador con la mitad de las mujeres de California.

—¿Te estás oyendo? —medio divertido, David se reunió con ella en la ventana—. Pareces una madre asustada por una hija adolescente. Aunque Clarissa fuera una mujer de mediana edad como otra cualquiera, no habría nada de lo que preocuparse. Pero en su caso, ¿no crees que el hecho de ser como es le da cierta ventaja? Supongo que es capaz de juzgar a los demás mejor que nadie.

—No lo comprendes. Los sentimientos pueden bloquear la información, sobre todo cuando se trata de sentimientos importantes.

—Si eso es cierto, a lo mejor deberías revisar tus propios sentimientos —advirtió que A.J. se quedaba helada. No tuvo que tocarla, ni siquiera que acercarse a ella. Sencillamente, lo sintió—. Estás dejando que el cariño y la preocupación por tu madre te hagan reaccionar de manera exagerada ante algo muy sencillo. A lo mejor deberías dirigir parte de esas emociones hacia otro objetivo.

—Clarissa es la única persona a la que puedo permitirme el lujo de estar vinculada emocionalmente.

—Una extraña manera de expresarlo. ¿Nunca has pensado en tus propias necesidades emocionales? —musitó, mientras deslizaba una mano por su pelo—. O físicas.

—Eso no es asunto tuyo.Sabía que debería haber dado media vuelta, pero David continuó

acariciándole el pelo.

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—Eres capaz de mantener a mucha gente a distancia —notaba los primeros síntomas de enfado en A.J. mientras la miraba fijamente. Y, curiosamente, disfrutaba haciéndola enfadar—. Creo que eres extremadamente buena lanzando dardos y apartando a los hombres de tu camino. Pero conmigo no funcionará.

—No sé por qué se me ocurrió pensar que podía hablar contigo.—Pero lo hiciste. Eso debería darte algo que pensar.—¿Por qué me presionas? —quiso saber.Echaba fuego por los ojos. En aquel momento, estaba recordando el sueño

con total nitidez. El sueño, el deseo y el miedo.—Porque te deseo.Permanecía cerca de ella, suficientemente cerca como para dejarse envolver

por su perfume. Suficientemente cerca como para distinguir las dudas y la desconfianza que reflejaban sus ojos.

—Quiero hacer el amor contigo durante horas y horas en un lugar tranquilo. Cuando terminemos, a lo mejor soy capaz de averiguar por qué no puedo dormir sin soñar con ello.

A A.J. se le secó la garganta hasta el extremo de dolerle. Las manos parecían habérsele convertido en hielo.

—Ya te dije en una ocasión que no me acuesto con cualquiera.—Y me alegro de saberlo —musitó—, porque no creo que ninguno de

nosotros necesite el peso de las comparaciones —oyó el sonido de la puerta principal—. Parece que ya es hora de abrir el negocio, A.J. Sólo quiero decirte una cosa más: estoy dispuesto a negociar los términos, los tiempos y los lugares, pero de lo que estoy seguro es de que voy a pasar más de una noche contigo. Piensa en ello.

A.J. dominó las ganas de volver a agarrar el pisapapeles y lanzárselo a David mientras se dirigía hacia la puerta. Para ello, se recordó que era toda una profesional y que estaban en horario de trabajo.

—Brady.David se volvió con la mano en el picaporte y le sonrió.—¿Sí, Fields?—No me has dado ningún mensaje para Clarissa.—¿Ah, no? —al diablo con todo—. Dale recuerdos de mi parte. Nos veremos

pronto.

David ni siquiera sabía qué hora era cuando abrió la puerta de la suite en la que se alojaba. Los dos días en Nueva York habían terminado siendo tres. Ya sólo le quedaba averiguar los recortes que podía hacer en el presupuesto. Por instrucciones suyas, las camareras del hotel no habían tocado ni un solo papel de los que tenía encima de la mesa de la sala. Estaban tal como los había dejado, conformando un caótico revoltijo de presupuestos, calendarios y notas de producción.

Después de una jornada de trabajo de más de doce horas, había mandado a su equipo que se fuera a acostar. David llamó al servicio de habitaciones y pidió que le enviaran una cafetera antes de ponerse a trabajar. Al cabo de dos horas,

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estaba suficientemente satisfecho con las cifras como para revisar las grabaciones de aquellos dos días y medio de trabajo.

El Instituto Danjanson de Parapsicología le había parecido impresionante y tan acartonado como cualquier universidad. Resultaba difícil imaginar que una organización que se dedicaba a estudiar cómo podían doblarse cucharillas con el poder de la mente pudiera ser tan convencional. El equipo de parapsicólogos con los que habían trabajado se había mostrado tan seco y preciso como cualquier otro equipo de científicos. Tan secos, de hecho, que David se preguntaba si serían capaces de convencer a la audiencia o, sencillamente, le provocarían el sueño. Tendría que supervisar con especial cuidado aquella parte de la grabación.

Pero las pruebas habían sido muy interesantes. No sólo trabajaban con personas especialmente sensibles, sino también con gente normal y corriente. Tanto las pruebas como las conclusiones se llevaban a cabo con una metodología estrictamente científica. ¿Cómo habían dicho ellos? Ah, sí, aplicando la teoría matemática de la probabilidad a una gran acumulación de datos. Sonaba formal y casi altanero. Pero para David no era otra cosa que intentar adivinar cartas.

Aun así, ver reunidos a aquellos científicos tan sofisticados, inteligentes y con gran formación servía para comprender que los fenómenos paranormales estaban siendo investigados muy seriamente. Aun así, en tanto que ciencia, apenas estaba comenzando a ser reconocida después de décadas de lenta y exhaustiva experimentación.

Habían tenido también una entrevista en Wall Street con un agente de bolsa de treinta y dos años que era vidente. David soltó una bocanada de humo y lo observó flotar hasta el techo mientras pensaba en aquella parte del documental. El hombre no ocultaba el hecho de que utilizaba sus facultades mentales para jugar a la bolsa. Gracias a ello, había ganado mucho dinero. Era una habilidad, le había explicado, de la misma manera que lo eran leer, escribir o calcular. También había asegurado que algunos de los ejecutivos de las compañías más poderosas del mundo habían utilizado poderes paranormales para llegar donde estaban, y continuaban utilizándolos para mantenerse en la cumbre. Había descrito esos poderes como una herramienta tan importante en el mundo de los negocios como un programa informático o una regla de cálculo.

Era una ciencia, un negocio y un espectáculo.Aquello le llevó a pensar en Clarissa. Ella no había adornado su discurso con

términos tecnológicos o matemáticos. Tampoco había hablado del mercado o de los índices de Down Jones. Sencillamente, había hablado de persona a persona, con independencia de sus propios poderes.

David sacudió la cabeza para detener el curso de sus pensamientos. Era increíble, pensó mientras se pasaba las manos por el rostro. Estaba comenzando a creérselo todo, a pesar de que, gracias a lo que él mismo había investigado, sabía que por cada experimento realizado en un laboratorio, había docenas de echadores de cartas y falsas pitonisas embaucando a los ingenuos. Le dio una última calada a su cigarro a pesar de que tenía la garganta en carne viva, y lo apagó. Si no era capaz de contemplar con objetividad aquel documental, terminaría con un programa de lo más tendencioso entre las manos.

Pero incluso mirándolo objetivamente, continuaba viendo a Clarissa en el

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centro de aquel trabajo. Ella podía ser la bisagra alrededor de la que girara todo lo demás. Con los ojos entrecerrados, David recordó la entrevista con aquellos parapsicólogos de mirada sombría y bata blanca. Después reprodujo mentalmente uno de los cortes de Clarissa hablando con Alex, abordando la misma temática, pero de una manera mucho más sencilla. A continuación aparecería el agente en su oficina de Wall Street y volverían después a Clarissa, cómodamente sentada en el sofá de lo que parecía su casa. Después mostraría a los dos mentalistas que trabajaban en Las Vegas, y saldría de nuevo Clarissa, identificando las cartas tranquilamente. Se mostrarían contrastes, informaciones diferentes, pero volviendo siempre a Clarissa DeBasse como protagonista. Ella sería el gancho, su afilada intuición, o sus poderes paranormales, la convertirían en el gancho del documental.

Aun así, quería algo impactante, con dramatismo y garra. Aquello le hizo pensar de nuevo en Clarissa. Necesitaba una entrevista con Alice Van Campo y otra con cualquiera de las personas que había estado directamente involucrada con el caso Ridehour. Era posible que A.J. intentara impedírselo, pero tendría que pasar por encima de ella.

¿Cuántas veces había pensado en ella en los últimos tres días? Demasiadas. ¿Cuántas veces descubría su mente vagando hacia aquella velada que habían compartido en la playa? Demasiadas también. ¿Y cuántas veces había deseado estrecharla entre sus brazos como entonces? Más de las convenientes.

Aurora. Sabía que era peligroso pensar en ella como Aurora. Aurora era una mujer delicada y accesible, apasionada, generosa y un poco insegura. Tenía que ser suficientemente inteligente y recordar a A.J. Fields, una mujer dura, intransigente e irritante. Pero era tarde, la habitación estaba en silencio y era en Aurora en quien pensaba. Era Aurora la mujer que deseaba.

En un impulso, descolgó el teléfono. Marcó el número rápidamente, sin darse tiempo ni oportunidad de pensar en lo que estaba haciendo. El teléfono sonó varias veces antes de que A.J. contestara.

—Fields.—Buenos días.—¿David?A.J. se llevó la mano a la cabeza para sujetar la toalla con la que se había

envuelto el pelo mojado y se cerró la bata.—Acabo de salir de la ducha, ¿ha surgido algún problema?El problema era, reflexionó David, que estaba a miles de kilómetros de

distancia, imaginando el brillo de su piel bajo el agua de la ducha. David alargó la mano hacia el paquete de tabaco para sacar un cigarrillo, pero descubrió que estaba vacío.

—No, ¿por qué va a haber algún problema?—Normalmente no recibo llamadas a estas horas a no ser que lo haya.

¿Cuándo has vuelto?—No he vuelto.—¿No? ¿Quieres decir que todavía estás en Nueva York?David se estiró en el sofá y cerró los ojos. Era curioso, hasta entonces no

había sido plenamente consciente de las ganas que tenía de oír su voz.

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—La última vez que miré, continuaba aquí, sí.—Allí todavía es muy temprano, ¿qué haces levantado a estas horas?—Todavía no me he acostado.Esa vez, A.J. no fue suficientemente rápida y la toalla cayó al suelo. La ignoró

mientras se pasaba la mano por el pelo húmedo y revuelto.—Ya entiendo. La vida nocturna de Manhattan es agotadora, ¿eh?David abrió los ojos y desvió la mirada hacia los documentos, los ceniceros

llenos de colillas y la taza de café vacía que tenía delante.—Sí, todos los días bailando hasta el amanecer.—Estoy segura —con el ceño fruncido, A.J. se agachó a agarrar la toalla—.

Bueno, supongo que tiene que haber ocurrido algo importante si has decidido abandonar la fiesta para llamarme. ¿Qué ha pasado, David?

—Quería hablar contigo.—Sí, eso ya lo sé —se frotó el pelo enérgicamente con la toalla—. ¿Sobre qué?—Sobre nada.—Brady, ¿has bebido?David soltó una risa corta y volvió a reclinarse en el sofá. Ni siquiera

recordaba cuándo había comido por última vez.—No, ¿no crees que hay gente que lo único que quiere es mantener una

conversación amistosa?—Claro que sí, pero no es habitual que las mantengan un productor y un

agente al amanecer.—Me gusta innovar. ¿Cómo estás?A.J. se sentó recelosa en la cama.—Bien, ¿y tú?—Eso me gusta. Es una muy buena forma de comenzar —David bostezó y

comprendió que podía quedarse dormido en el sofá sin ningún problema—. La verdad es que estoy un poco cansado. Me he pasado el día entrevistando a parapsicólogos que utilizan ordenadores y ecuaciones matemáticas. He hablado con una mujer que dice haber abandonado su cuerpo una media docena de veces. Viaje astral, llama a esa experiencia.

A.J. no pudo evitar una sonrisa.—Sí, conozco el término.—Afirma que ha viajado hasta Europa de ese modo.—Se habrá ahorrado mucho en aviones.—Supongo.A.J. sintió una ligera oleada de compasión, acompañada de una ligera

diversión.—¿Te está costando separar la paja del trigo, Brady?—Podría decirse así. En cualquier caso, parece que voy a tener que darme

una vuelta por la costa este. Al oeste de Maryland hay una quiromántica que me interesa. En Virginia hemos localizado una casa encantada en la que habitan los fantasmas de una niña y un gato y en Pennsylvania un hipnotizador especializado en regresiones.

—Fascinante. Por lo visto te estás divirtiendo mucho.—No tendrás nada que hacer que te obligue a desplazarte hasta aquí,

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¿verdad?—No, ¿por qué?—Digamos que no me importaría verte.A.J. intentó ignorar lo mucho que le complacía aquella idea.—David, cuando me dices cosas así, me tiemblan las rodillas.—No soy un hombre especialmente poético.No estaba llevando la conversación tal como la había planeado, pensó David

con el ceño fruncido. Aunque, a decir verdad, tampoco se había dado tiempo para planearla. Siempre cometía el mismo error.

—Mira, si te dijera que he estado pensando en ti y que tenía ganas de verte, seguro que me contestarías algo desagradable. Terminaría pagando una conferencia por una discusión y no por una conversación agradable.

—Algo que tu presupuesto no te permite.—¿Lo ves? —pero le hizo gracia aquella conversación—. Podemos intentar

hacer una experimento. Llevo días observando experimentos y creo que éste nos podría salir bien.

A.J. se recostó contra el respaldo de la cama, sin recordar siquiera que iba ya diez minutos por detrás de su horario habitual.

—¿Qué clase de experimento?—Dime algo agradable. Ya sé que te resultará extraño, pero inténtalo…

Adelante —insistió al cabo de unos segundos de silencio.—Estoy intentando pensar algo.—No seas así, A.J.—De acuerdo. El documental que hiciste sobre mujeres en los gobiernos fue

muy informativo y completamente imparcial. Me sorprendió la ausencia total de machismo o chovinismo de ningún tipo.

—Eso ya es un comienzo, ¿pero por qué no intentas algo un poco más personal?

—Más personal —musitó A.J., y sonrió mirando hacia el techo.¿Cuándo había estado coqueteando por teléfono desde la cama por última

vez? A lo mejor no lo había hecho nunca. Supuso que estando a aquella distancia no podía hacerle ningún daño sentirse otra vez como una adolescente.

—A ver qué te parece esto. Si alguna vez decides ponerte al otro lado de la cámara, puedo convertirte en una estrella.

—Demasiado manido —decidió David, pero se descubrió a sí mismo sonriendo.

—Eres muy exigente. ¿Y si te digo que creo que podrías, sólo podrías, convertirte en un compañero interesante? No eres feo, y tampoco aburrido.

—Lo veo poco entusiasta.—Lo tomas o lo dejas.—¿Por qué no pasamos a la siguiente fase del experimento? Pasa una noche

conmigo y descubriremos si tu hipótesis es correcta.—Me temo que ahora mismo no puedo dejarlo todo abandonado para volar

hasta allí o donde quieras probar la teoría.—La semana que viene estaré de nuevo ahí.A.J. vaciló un instante, se regañó a sí misma y dijo en un impulso:

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—La semana que viene se estrena Double Bluff. El viernes. Hastings Reed es uno de mis clientes. Está seguro de que esta vez ganará un Oscar.

—¿Volvemos otra vez a los negocios, A.J.?—Tengo dos entradas para el estreno. Tú comprarás las palomitas.Consiguió sorprenderle. David se cambió el teléfono de mano y preguntó

con recelo:—¿Me estás proponiendo una cita?—No tientes a la suerte, Brady.—Pasaré el viernes a buscarte.—A las ocho —le dijo A.J., preguntándose ya si no habría cometido un error

—. Ahora, acuéstate, tengo que ir a trabajar.—Aurora…—¿Sí?—Piensa en mí de vez en cuando.A.J. colgó el teléfono y continuó sentada en la cama con el aparato en el

regazo. ¿Qué demonios le había pasado? Ella pretendía regalar las entradas e ir a ver la película cuando hubiera cedido el entusiasmo por ella. Para A.J. no tenía ningún valor todo el glamour de los estrenos. Y, sobre todo, sabía que pasar una noche con David Brady no sólo era absurdo, sino también peligroso.

¿Cuándo se había dejado seducir por un hombre por última vez? Millones de años atrás, recordó con un suspiro. Y lo único que había conseguido habían sido lágrimas y disgustarse consigo misma. Pero ya no era una niña, se recordó. Era una mujer de éxito, segura de sí misma, capaz de manejar a diez hombres como David en una mesa de trabajo. El problema era que no estaba segura de poder manejar a David en ninguna otra parte.

Dejó escapar un largo suspiro y miró el reloj. Ahogó un juramento y se levantó de un salto de la cama, maldiciendo a David Brady y a su propia estupidez. Iba a llegar tarde.

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Capítulo 5

Se compró un vestido nuevo. A.J. se dijo a sí misma que como representante del protagonista de una de las mayores producciones de Hollywood estaba obligada a comprárselo. Pero sabía que en realidad había comprado el vestido para Aurora, no para A.J.

El viernes, cuando faltaban cinco minutos para las ocho, A.J. permanecía delante del espejo estudiando su aspecto. En esa ocasión no había optado por un atuendo elegante y profesional. Pero a lo mejor no debería haber ido tan lejos…

Por lo menos era un vestido negro. El negro siempre estaba de moda. Giró hacia la izquierda y hacia la derecha. Por supuesto, no era un vestido particularmente llamativo. Pero aun así, habría sido más sensato elegir algo más discreto que aquel vestido de seda sin tirantes que dejaba su espalda al descubierto. De lado, resultaba de lo más sugerente. ¿Por qué no se habría fijado en el probador en lo mucho que se pegaba la tela? A lo mejor sí se había fijado, admitió A.J., con un largo suspiro. Pero había sido tan estúpida como para comprárselo porque lo último que en ese momento le importaba era vestirse como una agente o como una profesional. Lo único que le había importado era que la hacía sentirse muy femenina. Y eso significaba que se estaba buscando problemas.

En cualquier caso, podía resolver parte del problema con una chaquetita de cuentas bordadas. Satisfecha, se recogió los rizos con un pasador de plata. A pesar de que se estaba dando prisa, oyó que llamaban a la puerta. Sin prisas, se puso los zapatos que tenía debajo de la cama, revisó el contenido del bolso y agarró la chaqueta. Recordándose a sí misma que todo aquello era una experimento, le abrió la puerta a David.

No esperaba que le llevara flores. No imaginaba que fuera un hombre capaz de aquel tipo de gestos románticos. Como David parecía tan sorprendido como ella, permanecieron los dos en silencio, mirándose fijamente.

A.J. estaba espectacular. Hasta entonces, David no la había considerado una mujer especialmente bella. Era atractiva, sí, y sexy, pero de una manera fría y distante. Sin embargo, aquella noche robaba la respiración a cualquiera. No llevaba un vestido de lentejuelas, ni especialmente llamativo. Era sólo un vestido que flotaba delicadamente sobre las sutiles curvas de su cuerpo. Pero era suficiente, más que suficiente.

David dio un paso adelante. A.J. se aclaró la garganta y retrocedió.—Has sido muy puntual —comentó, y consiguió esbozar una sonrisa.—Ya me estoy arrepintiendo de no haber venido antes.A.J. aceptó las rosas e intentó comportarse de forma natural, a pesar de que

estaba deseando enterrar el rostro en ellas.—Gracias, son preciosas. ¿Quieres tomar una copa mientras las pongo en

agua?—No —le bastaba con mirarla a ella.

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—No tardaré.Dio media vuelta y se alejó, permitiéndole así deslizar la mirada por su nuca,

sus hombros desnudos y la generosa porción de espalda que mostraba el vestido. Y casi estuvo a punto de cambiar de opinión sobre lo de la copa.

Miró a su alrededor, intentando dejar de pensar en rubias despampanantes de piel cremosa. A.J. no parecía tener el mismo gusto en decoración que Clarissa.

La habitación era fría, tan fría como la mujer que habitaba aquella casa, y de líneas funcionales. Se preguntó cuánto habría puesto Aurora Fields de sí misma en el lugar en el que vivía. Al igual que en su despacho, no había nada fuera de lugar. Ni ninguna concesión a la frivolidad a la vista del público. Era una habitación con clase y estilo, pero no reflejaba la pasión que él había encontrado en Aurora. No contaba ninguno de sus secretos. Y David se descubrió decidido a descubrir todos los secretos que guardaba Aurora.

Cuando regresó, A.J. ya había recuperado la compostura. Había colocado las rosas en uno de sus pocos caprichos, un jarrón de cristal de Baccarat.

—Ya que has llegado tan pronto, podemos ir ya hacia el cine para poder ver la llegada de los famosos. No es lo mismo que estar con ellos en una comida de negocios o viéndoles rodar.

—Pareces una bruja —musitó David—. Piel blanca, un vestido negro. Casi huele a azufre.

A.J. ya no sentía el pulso tan firme. Las manos le temblaban mientras se ponía la chaqueta.

—Tengo una antepasada a la que quemaron por bruja.David le quitó la chaqueta, pero lamentaba tener que ayudarla a ponérsela.—Supongo que no debería sorprenderme.—Fue en Salem, durante la caza de brujas —A.J. intentó ignorar el

prolongado contacto de los dedos de David en su piel—. Por supuesto, no era más bruja de lo que lo es ahora Clarissa, pero era una mujer… especial. Por lo que dicen los diarios y los documentos que Clarissa ha recuperado, tenía veinticinco años cuando murió y era encantadora. Pero cometió el error de avisar a sus vecinos de que se iba a incendiar un establo cuando todavía faltaban dos días para que ocurriera.

—¿La juzgaron y la ejecutaron?—La gente normalmente reacciona de forma violenta cuando hay algo que

no entiende.—En Nueva York hemos hablado con un hombre que está ganando una

fortuna jugando a la bolsa, viendo cosas antes de que sucedan.—Los tiempos cambian —A.J. tomó el bolso y se dirigió hacia la puerta—. Mi

antepasada murió sola y sin dinero. Se llamaba Aurora —arqueó una ceja ante el silencio de David—. ¿Nos vamos?

David deslizó la mano en la de A.J. cuando la puerta se cerró tras ellos.—Tengo la sensación de que para ti es algo muy significativo tener una

antepasada que murió ejecutada.A.J. se encogió de hombros y apartó la mano de la de David para presionar el

botón del ascensor.—No todo el mundo tiene un caso así en su árbol familiar.

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—Digamos que tengo algunos conocimientos básicos sobre hasta dónde puede llegar la diferencia de opinión en estos temas. El abanico va desde la condena ciega hasta la fe ciega. Y los dos extremos son peligrosos.

—Y tú te esfuerzas en proteger a Clarissa de ambos extremos —dedujo David mientras entraban en el ascensor.

—Exactamente.—¿Y tú? ¿Pretendes protegerte a ti misma al mantener en secreto tu

verdadera relación con Clarissa?—Yo no necesito defenderme de mi madre —se volvió hacia la puerta,

incapaz de sofocar un repentino ataque de rabia—. Pero me resulta más fácil trabajar con ella si dejamos la relación familiar fuera de esto.

—Eres una persona muy práctica, A.J.A.J. no estaba segura de que aquello fuera un cumplido.—Además, está el hecho de que soy muy accesible. No quiero que mis

clientes empiecen a presionarme para que le pregunte a mi madre dónde han perdido sus sortijas de diamantes. ¿Has dejado el coche en el aparcamiento?

—No, lo tengo ahí enfrente. Y no era una crítica, Aurora, sólo era una pregunta.

A.J. sintió que el enfado cedía con la misma rapidez con la que había surgido.—De acuerdo, no pasa nada. Tiendo a ser un poco susceptible con todo lo

relacionado con Clarissa. No veo el coche —comenzó a decir sin prestar atención a la limusina negra que había en la acera de enfrente. Pero volvió a mirarla y arqueó las cejas—. Vaya, estoy impresionada.

—Estupendo —el chofer ya les estaba abriendo la puerta—. Esa era precisamente la idea.

A.J. se metió en la limusina. Eran incontables los trayectos que había hecho en limusina para acompañar o ir a recoger a sus clientes al aeropuerto. Pero nunca había considerado que aquellos lujos fueran para su disfrute. Mientras se permitía hacerlo en aquella ocasión, observó a David sacando una botella de una cubeta.

—Flores, una limusina y ahora champán. Estoy impresionada, Brady, pero también…

—Ahora sólo tienes que dejarte cuidar —terminó David mientras descorchaba con mano experta la botella—. Recuerda que estamos intentando demostrar tu hipótesis de que a lo mejor soy una compañía interesante —le ofreció una copa—. ¿Qué tal lo estoy haciendo?

—Hasta ahora, muy bien.Bebió un sorbo de champán, apreciando el sabor. Si había algo en lo que

tenía experiencia, se recordó a sí misma, era en cómo mantener una relación a un nivel superficial.

—Me temo que estoy más acostumbrada a mimar a los demás que a dejar que me mimen.

—¿Y cómo te encuentras estando al otro lado?—Demasiado bien, creo —se quitó los zapatos y posó los pies en la alfombra

—. Podría pasarme horas aquí dentro.—Por mí, estupendo —David deslizó la mano por su cuello y por el borde de

la chaqueta—. ¿Quieres que nos ahorremos la película?

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A.J. sintió que el temblor comenzaba allí donde David posó por primera vez su dedo. Desde allí descendió hasta la boca del estómago. Y pensó entonces que no debería haber hecho experimentos con David Brady.

—Creo que no —vació la copa y se la tendió para que volviera a llenársela—. Supongo que asistes a muchos actos de este tipo.

—¿A estrenos? —le llenó la copa de champán hasta el borde—. No, demasiado hollywoodiense.

—Oh —A.J. miró a su alrededor con un brillo de diversión en la mirada—, ya entiendo.

—Lo de esta noche es una excepción.Brindó con ella, mientras apreciaba la descuidada elegancia con la que

permanecía sentada en la limusina. Era como si hubiera nacido para estar allí. En aquel momento y junto a él.

—Pero supongo —continuó diciendo—, que tú, como representante de alguna de las personas más importantes de esta profesión, te dejarás caer por los estrenos unas cuantas veces al año.

—No —A.J. curvó los labios en una sonrisa mientras daba un sorbo a su bebida—, los odio.

—¿Lo dices en serio?—A muerte.—Entonces, ¿qué demonios estamos haciendo?—Experimentando —le recordó A.J., y bajó la copa mientras la limusina se

detenía en una curva—, experimentando solamente.Una multitud se abarrotaba junto a las cuerdas que habían puesto para

proteger la entrada del cine. Se oían los disparadores de las cámaras y se veía el resplandor de los flashes. A la gente que allí esperaba no pareció importarle que los rostros de la pareja que acababa de salir de la limusina no les resultaran conocidos. Aquello era Hollywood y la noche acababa de empezar. Así que A.J. y David fueron recibidos con vítores y aplausos. A.J. parpadeó cuando un paparazzi acercó la cámara a su rostro.

—Es increíble, ¿verdad? —musitó David mientras se dirigía con ella hacia la entrada.

—Esto me recuerda por qué soy agente en vez de actriz —se alejó de las cámaras con un movimiento defensivo del que ni siquiera fue consciente—. Vamos a buscar un rincón oscuro.

—Encantado.A.J. no pudo menos que echarse a reír.—Nunca te rindes…—¡A.J., A.J., cariño!Antes de que hubiera tenido tiempo de reaccionar, A.J. se encontró siendo

aplastada contra un mullido y generoso pecho.—Merinda, me alegro de verte.—Oh, no te haces una idea de lo que me emociona que hayas venido —

contestó Merinda. MacBride era una de las actrices mimadas de Hollywood en aquel momento—. Es agradable ver un rostro conocido. Esto es como estar en el zoo.

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Resplandecía, literalmente, de los pies a la cabeza. Llevaba diamantes en las orejas y un vestido de lentejuelas que parecía haber sido pintado por algún artista agradecido. Le dirigió a A.J. una sonrisa capaz de derretir a cualquiera.

—Estás divina —añadió.—Gracias. ¿Has venido sola?—Oh, no. Estoy con Brad —al cabo de un momento de vacilación, volvió a

sonreír—. Brad —repitió, como si hubiera decidido que los apellidos no tenían ninguna importancia—. Ha ido a buscarme una copa —desvió la mirada hacia David—. Tú tampoco vienes sola.

—Merinda Macbride, David Brady.—Un placer —David le estrechó la mano, pero no se la llevó a los labios,

como parecía esperar Merinda que hiciera por la manera en la que se la tendió—. He visto su trabajo y lo admiro.

—Vaya, gracias —le miró, le estudió y le catalogó en cuestión de segundos—. ¿Los dos somos clientes de A.J.?

—David es productor —A.J. advirtió cómo se afilaba la mirada de Merinda—, de documentales —le aclaró divertida—. Es posible que hayas visto alguno de sus trabajos en la televisión pública.

—Por supuesto —Merinda sonrió de oreja a oreja, aunque no había visto un documental en toda su vida y tampoco tenía intención de empezar a hacerlo—. Admiro locamente a los productores, sobre todo a los atractivos.

—Tengo un par de guiones que creo que podrían interesarte —señaló A.J. para llamar su atención.

—¿Ah, sí?Merinda dejó de comportarse inmediatamente como una bomba sexual a

punto de explotar. A.J. Fields nunca recomendaba un guión si no estaba segura de que mereciera la pena.

—Envíamelos —le pidió.—Te los mandaré el lunes por la mañana.—Bueno, tengo que encontrar a Brad antes de que se olvide de mí. David —

le dirigió la más ardiente de sus miradas. Documentales al margen, era un productor. Y muy atractivo—. Espero que volvamos a encontrarnos. Adiós, A.J. —acercó su mejilla a la de su agente—. A ver si organizas un almuerzo.

—Sí, cualquier día de éstos.David apenas espero a que se hubiera alejado para preguntar:—¿Tienes que tratar con este tipo de gente todo el tiempo?—Chsss.—Me refiero a todo el tiempo —continuó David mientras observaba cómo se

alejaba Merinda meciendo las caderas—. Día tras día… ¿Cómo es posible que no te hayas vuelto loca?

—Merinda puede ser un poco melodramática, pero si has visto alguna de sus películas, sabrás que es una mujer con mucho talento.

—Sí, a mí me ha parecido una mujer cargada de talento —comenzó a decir, pero dejó de sonreír cuando A.J. frunció el ceño—. Como actriz —le aclaró—. En Un solo día, me pareció una actriz excepcional.

A.J. no fue capaz de disimular una sonrisa. Había tenido que presionar

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durante semanas para que le dieran ese papel a Merinda.—Así que has visto sus películas.—No vivo en una cueva. Esa fue la primera película en la que, digámoslo así,

no me fijé solamente en su anatomía.—Era la primera película en la que me tenía a mí como agente.—En ese caso, ha tenido suerte al elegirte.—Gracias, pero yo también me considero afortunada. Merinda es una actriz

muy deseada.—Si tenemos que continuar juntos durante toda la velada, será mejor que no

conteste a ese comentario.Los interrumpieron otra media docena de veces antes de que pudieran llegar

al cine. A.J. se encontró con clientes, conocidos y personas con las que en alguna ocasión había hecho algún negocio. Recibió besos, saludos y cumplidos y rechazó varias invitaciones a fiestas posteriores a la gala.

—Se te da muy bien todo esto —David eligió para sentarse dos asientos de pasillo situados cerca de la salida del cine.

—Forma parte de mi trabajo —A.J. se reclinó en el asiento.No había nada que le gustara más que ir al cine.—¿Estás aburrida de todo esto, A.J?—¿Aburrida?—No te dejas afectar por todo este glamour, por todo lo que le rodea a las

estrellas de cine. No parece que te entusiasme particularmente intercambiar besos y abrazos con algunas de las figuras más distinguidas e importantes de este negocio.

—Tú lo has dicho, un negocio —repitió A.J., como si eso lo explicara todo—. Eso no es estar aburrida, eso es ser sensata. Y la única vez que te he visto a ti impresionado ha sido cuando te has encontrado frente a una rubia de dos metros con un escote impresionante. Chss —musitó antes de que David pudiera responder a ese comentario—. Ya ha empezado y no me gusta perderme los créditos.

Con el cine a oscuras y el público en silencio, A.J. se concentró en la pantalla. Desde que era una niña, había sido capaz de dejarse arrastrar por la magia de la gran pantalla. Jamás diría que era una manera de evadirse, no le gustaba esa palabra. Ella decía que se dejaba envolver por la película. El actor protagonista era uno de sus clientes, un hombre al que conocía íntimamente y al que había tenido que consolar después de sus dos divorcios. Tenía apuntados en la agenda los cumpleaños de sus tres hijos. Le había oído despotricar, quejarse, dudar. Todo ello formaba parte de su trabajo. Pero en aquel momento, para ella no era nadie más que el papel que representaba en la película.

Cinco minutos después, ya no se encontraba en un cine abarrotado de Los Ángeles, sino en una casa destartalada de Connecticut. Y había un asesino merodeando por allí. Cuando las luces se apagaron y retumbó un trueno, se agarró al brazo de David y se encogió en el asiento. David, dispuesto a no dejar pasar una sola oportunidad, le pasó el brazo por los hombros.

Intentó recordar la última vez que había estado en un cine pasándole el brazo por los hombros a una chica. Decidió que debían haber pasado cerca de veinte

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años y que había estado perdiéndose algo grandioso. Intentó concentrarse en la pantalla, pero el perfume de A.J. le distraía. Continuaba siendo aquella fragancia ligera, apenas perceptible, pero que llenaba sus sentidos. Intentó concentrarse en la película, en la acción que se desarrollaba en la pantalla. A.J. contuvo la respiración y se encogió un poco más. La tensión de la pantalla le parecía ridícula a David comparada con la suya. Cuando se encendieron las luces, se descubrió a sí mismo arrepintiéndose de que no fuera una sesión doble.

—Es muy buena, ¿verdad? —A.J. se volvió hacia él con los ojos resplandecientes de placer—. Realmente buena.

—Sí, muy buena —contestó David, y alzó la mano para acariciarle la oreja—. Y si este aplauso significa algo, tu cliente acaba de tener un gran éxito.

—Gracias a Dios —suspiró aliviada antes de cambiar de postura, poniendo fin al que había llegado a convertirse para David en un inquietante contacto—. Fui yo la que le convencí de que participara en la película. Si hubiera fracasado, habría pedido mi cabeza.

—Y ahora que ha triunfado, ¿cómo te lo agradecerá?—Pensará que es gracias a su talento —respondió—. Y me parece bien. ¿Te

importaría que nos fuéramos antes de que esto se convierta en una locura?—Sí, yo también lo preferiría —se levantó y sorteó junto a A.J. a la gente que

comenzaba a concentrarse en los pasillos.No habían caminado más de dos metros y ya habían llamado a A.J. cerca de

tres veces.—¿Adonde vas? ¿Te escapas?Hastings Reed, dos metros de atractiva virilidad en estado puro, bloqueó el

pasillo. Estaba resplandeciente después de haberse visto triunfar en la gran pantalla, aunque también nervioso, temiendo haber malinterpretado la reacción del público.

—¿No te ha gustado?—Me ha parecido maravillosa —A.J. se puso de puntillas, le dio un beso en la

mejilla y le tranquilizó diciendo—: Has estado genial. No has estado mejor en ninguna de tus películas.

Hastings le devolvió el cumplido con un fuerte abrazo.—Tendremos que esperar a las críticas.—Prepárate para enfrentarte a los halagos con elegancia y humildad.

Hastings, te presento a David Brady.—¿Brady? —mientras le estrechaba la mano, frunció el ceño en aquel rostro

que parecía esculpido en bronce—. ¿El productor?—Exacto.—Dios mío, me encanta tu trabajo —giró hacia él y le estrechó la mano, que

la sacudió cerca de seis veces antes de soltársela—. Soy miembro honorario de la Asociación en Defensa de los Niños Maltratados. Tu documental hizo una gran labor, llevando esa problemática a las casas de la gente. En realidad, fue ese documental el que me hizo involucrarme en el trabajo de la asociación.

—Me alegro de que me lo digas. Queríamos hacer pensar a la gente.—Y conmigo lo conseguiste. Yo también tengo hijos. Escucha, si en algún

momento decides hacer una segunda parte, piensa en mí. Estoy dispuesto a

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hacerlo sin recibir nada a cambio —miró a A.J. con una sonrisa—. A.J. no ha oído nada.

—¿Que no he oído qué?Hastings rió con fuerza y volvió a abrazarla.—Esta mujer es increíble. No sé qué habría hecho sin ella. Yo no pensaba

participar en esta película, pero A.J. no dejó de perseguirme hasta que acepté.—Yo nunca persigo a nadie.—Nos da la lata, nos persigue y nos amenaza. Gracias a Dios —sonrió y la

miró entonces atentamente—. Dios mío, estás increíble. Nunca te había visto así vestida.

A.J. le colocó la corbata, intentando disimular su sonrojo.—Y si no recuerdo mal, la última vez que te vi a ti, ibas con vaqueros y olías

a caballo.—Supongo que sí. ¿Vas a venir a Chasen's?—La verdad es que yo…—Tienes que venir. Mira, tengo un par de entrevistas rápidas, pero te veré

dentro de media hora —se alejó de ellos con un par de zancadas y se perdió entre la multitud.

—Tiene una personalidad… arrolladora —comentó David.—Por decirlo suavemente —A.J. miró el reloj. Todavía era pronto—.

Supongo que ahora que él cuenta con que me acerque, tendría que pasarme por la fiesta. Si tú prefieres ahorrártela, puedo ir en taxi.

—¿Nunca has oído decir que no se debe abandonar al hombre que te ha llevado a la fiesta?

—Esto no es un baile de pueblo —señaló A.J. mientras salían, sorteando a la gente que se entretenía hablando por los pasillos.

—Pero se aplican las mismas normas. Creo que podré soportar lo de Chasen's.

—De acuerdo, pero sólo estaremos un rato.Un rato que duró hasta después de las tres de la madrugada.Había cajas y cajas de champán, montañas de caviar y cientos de bandejas de

canapés fascinantes. Ni siquiera una persona tan poco dada a los excesos como A.J. pudo resistirse a la celebración. La música estaba a todo volumen, pero no parecía importar. No había ningún rincón tranquilo al que poder escapar. Entre los clientes de A.J. y los contactos de David, conocían prácticamente a todo el mundo. Unos minutos de conversación con uno, otro rato con otro, y las horas iban pasando a toda velocidad. Pero a A.J., feliz por el éxito de su cliente, no le importó.

Una vez en la abarrotada pista de baile, se permitió incluso relajarse en los brazos de David.

—Es increíble, ¿verdad?—No hay nada más dulce que el éxito, sobre todo cuando lo mezclas con

champán.A.J. miró a su alrededor. Era difícil no dejarse seducir por los rostros, los

nombres y los cuerpos de quienes la rodeaban. Sabía que formaba parte de todo aquello, una parte casi esencial. Pero por decisión propia, lo veía como algo ajeno

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a ella.—Normalmente evito este tipo de fiestas.David subió la mano delicadamente por su espalda.—¿Por qué?—No lo sé —empujada por la combinación del cansancio, el vino y el placer,

posó la mejilla contra la de David—. Supongo que prefiero mantenerme en la sombra. Pero tú encajas perfectamente en este ambiente.

—¿Y tú no?—Humm.Sacudió la cabeza, ¿por qué los hombres olerían tan maravillosamente… tan

maravillosamente distinto? Y le encantaba la sensación de estar abrazando a uno.—Tú también tienes talento. Yo sólo trabajo con cláusulas de contrato y

cifras.—¿Y no es eso lo que quieres?—Claro que sí. Aun así, es agradable —cuando David le acarició la espalda,

ella se estiró, disfrutando de su caricia—, muy agradable.—Preferiría estar a solas contigo —musitó.Cada vez que la abrazaba, pensaba que iba a volverse loco.—En una habitación en penumbra y con la música baja —añadió.—Esto es más seguro —contestó A.J.Pero no protestó cuando David la besó en la sien.—¿Y quién necesita seguridad?—Yo. Necesito seguridad, orden y sensatez.—Cualquier persona que decide participar en este negocio tiene que

olvidarse para siempre del orden, la seguridad y la sensatez.—Yo no.Se separó ligeramente de él y le sonrió. Se sentía muy bien permitiéndose

relajarse, dejarse arrastrar por el ritmo de la noche, seguir los pasos de David sin ser apenas consciente de ello.

—Yo me limito a hacer contratos y a dejar que otros disfruten de su suerte.—¿Agarras el diez por ciento y sales corriendo?—Exacto.—Hace unas cuantas semanas, te habría creído. El problema es que ahora te

he visto con Clarissa.—Eso es algo completamente distinto.—Es verdad, pero también te he visto con Hastings esta noche. Te involucras

mucho con tus clientes, A.J. Es posible que te hayas convencido a ti misma de que para ti no son más que una firma en un contrato, pero te conozco. Eres más blanda que una nubecita dulce.

A.J. le miró con el ceño fruncido.—No seas ridículo. A las nubecitas terminan tragándoselas.—Pero también son flexibles y resistentes, cualidades que admiro en ti —

rozó sus labios—. Estoy empezando a darme cuenta de que admiro muchas cosas de ti.

A.J. debería haberle apartado en aquel momento, pero continuó cómodamente entre sus brazos, dejándose mecer al ritmo de la música.

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—No mezclo los negocios con mi vida personal.—Mentira.—Es posible que no sea del todo cierto —replicó muy digna—, pero no

miento.—Has estado a punto de ponerte a dar saltos de alegría cuando has visto que

la película había gustado.A.J. se apartó el pelo de la cara. David parecía conocerla demasiado bien.

Algo que, supuestamente, no debería permitirle a ningún hombre.—¿Tienes idea de cómo puedo llegar a utilizar un éxito como éste? Por la

próxima película de Hastings podré conseguirle un millón y medio.—«Podré conseguirle» —repitió David—. Hasta tu manera de hablar te

delata.—Estás tergiversando mis palabras.—No, creo que estoy descubriendo cosas que tú estás intentando esquivar.

¿Tienes algún problema con el hecho de que haya decidido que me gustas?A.J. perdió entonces el equilibro, tropezó y se descubrió estrechándose contra

él.—Creo que manejaría mejor la situación si continuáramos sacándonos de

quicio el uno al otro.—Créeme, aunque en otro sentido, continúas sacándome de quicio —la

sangre corría a toda velocidad por sus venas, tenía todos los músculos en tensión y el deseo crecía en su interior a una velocidad vertiginosa—. Estamos en una habitación rodeados por cientos de personas y no consigo dejar de pensar que me bastarían treinta segundos para descubrir lo que escondes debajo de ese vestido.

A.J. sintió un frío helado en la espalda.—Sabes que no era a eso a lo que me refería. Creo que eres suficientemente

inteligente como para comprender que lo que tienes que hacer es pensar en tu trabajo.

—La inteligencia y la prudencia son dos cosas completamente diferentes, A.J.—En eso a lo mejor estamos de acuerdo.—Podríamos estar de acuerdo en muchas más cosas si nos diéramos

oportunidad.A.J. no supo por qué sonrió. A lo mejor porque las palabras de David

sonaban como una fantasía. Se podía disfrutar escuchándolas sin creer realmente en ellas.

—David —posó las manos en sus hombros—, eres un hombre muy agradable, en muchos sentidos.

—Creo que puedo devolverte el cumplido.—Pero déjame aclararte cómo veo yo la situación. En primer lugar, en este

momento estamos trabajando juntos, somos socios en un negocio. Eso elimina cualquier posibilidad de que podamos involucrarnos seriamente en una relación. En segundo lugar, mientras continúes haciendo este documental, mi principal preocupación es el bienestar de mi madre. En tercer lugar, soy una mujer muy ocupada y el poco tiempo del que dispongo lo utilizo para relajarme a mi manera, que es estando sola. Y, número cuatro, no estoy preparada para mantener una relación. Soy egoísta, crítica y no me interesa.

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—Lo has dejado todo clarísimo —le dio un amistoso beso en la frente—. ¿Nos vamos?

—Sí.Ligeramente desconcertada por su reacción, A.J. se alejó de la pista de baile

para ir a buscar su chaqueta. Dejaron a la ruidosa multitud tras ellos y salieron al frío ambiente de la madrugada.

—A veces se me olvida que el brillo y el glamour en pequeñas dosis pueden llegar a ser divertidos —comentó A.J.

David la ayudó a montarse en la limusina, que los estaba esperando.—Moderación en todos los ámbitos de tu vida.—La vida es más sencilla de esa manera.A.J. se instaló de nuevo en el asiento, separada del mundo exterior y del

chofer por los cristales ahumados de la limusina. Antes de que hubiera podido soltar el suspiro que estaba conteniendo, David estaba mirándola de cerca y sosteniéndole la barbilla con la mano.

—David…—Número uno —comenzó a decir—, yo soy el productor número uno de

este proyecto y tú eres la agente del único protagonista que interviene en él. Eso significa que somos socios en el más amplio sentido de la palabra y eso no excluye ningún tipo de relación. De hecho, estamos ya completamente involucrados.

El calor que brillaba en sus ojos no era el mismo que el de la pista de baile, pensó A.J. rápidamente. No, aquel calor era algo nuevo…

—David…—Tú ya has dicho todo lo que tenías que decir —le recordó—. Número dos,

mientras continúe con este documental, tú puedes seguir preocupándote de Clarissa todo lo que quieras. Eso no tiene nada que ver con nosotros. Número tres, los dos somos personas muy ocupadas y eso significa que no queremos perder el tiempo con excusas y evasiones que apenas se sostienen en pie. Y, número cuatro, te creas o no preparada para mantener una relación, ahora mismo estás en medio de una, así que será mejor que te vayas acostumbrando.

El genio oscureció la mirada de A.J. y endureció su voz.—No tengo por qué acostumbrarme a nada.—Y un cuerno. Si quieres, puedes ponerle también un número a esto.El deseo frustrado, la pasión contenida, el genio… Todos aquellos

sentimientos se manifestaron al mismo tiempo cuando David devoró sus labios. La primera reacción de A.J. fue de pura autoprotección. Se resistió, consciente de que si no se separaba rápidamente de él, estaría perdida. Pero David pareció darse cuenta de que no se estaba resistiendo contra él, sino contra sí misma.

La abrazó con fuerza y continuó demandándole un beso hasta que, a pesar de sus miedos, a pesar de sus dudas, a pesar de todo, A.J. cedió.

Con un gemido amortiguado, volvió a abrazarle y hundió las manos en su pelo. La pasión, todavía refrenada, continuaba creciendo y amenazaba con consumirla. Podía sentirlo todo, la dureza de los músculos de David contra los suyos, la suavidad del asiento en su espalda. El calor de sus labios y la brisa fresca que se filtraba por los respiraderos del coche.

Saboreó el champán en su boca cuando sus lenguas se enredaron, pero

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percibía también un sabor más oscuro, más profundo que la fragancia que rezumaba su piel. E incluso más salvaje y menos reconocible, le resultaba el sabor de su propia pasión.

David abandonó sus labios para salir en busca de otras delicias que descubrió en la sensible piel de su cuello y sus hombros. No había delicadeza en sus manos mientras la acariciaba, tampoco su boca era tierna. El corazón de A.J. latía a un ritmo caótico y a toda velocidad al pensar que David podría hacer el amor con ella con tanta pasión, con tanta furia.

Empujada por sus propios demonios, dejó que sus manos también exploraran y se deleitaran en la dureza de sus músculos y la suavidad de su piel. Cuando la respiración de David estuvo tan agitada como la suya, sus labios volvieron a encontrarse. Aquel contacto no alivió en absoluto aquella agitación, sino todo lo contrario. Desesperada, A.J. mordisqueó sus labios, atormentándole de deseo. Con un juramento, David la hizo girar hasta que ambos quedaron tumbados en el asiento.

A.J. entreabrió los labios y le miró. Veía en sus ojos el reflejo intermitente de las farolas de la calle que atravesaban. Sombra y luz, sombra y luz. Un juego de luces hipnótico. Erótico. Alargó la mano para acariciar su rostro.

A.J. era toda crema y seda bajo sus manos. Tenía el pelo revuelto y el rostro sonrojado por la excitación. La caricia con la que rozó su mejilla fue ligera como un suspiro, pero desató un deseo salvaje como una tormenta dentro de él.

—Esto es una locura —musitó A.J.—Lo sé.—Se supone que no tendría que suceder —pero iba a suceder. Lo sabía. Lo

había sabido desde su primer encuentro—. Esto no puede suceder —se corrigió.—¿Por qué?—No me lo preguntes.Su voz era apenas un suspiro. No podía dejar de acariciarle mientras se

preparaba para negar a ambos lo que estaban compartiendo.—No puedo explicártelo. Si lo hiciera, no lo comprenderías.—Si es porque hay otro hombre, la verdad es que ahora mismo no me

importa.—No, no hay nadie.Cerró los ojos un instante y volvió a abrirlos para mirarle fijamente.—No hay nadie.¿Por qué vacilaba?, se preguntó David. La tenía allí, a sólo unos milímetros

de distancia, completamente rendida. Lo único que tenía que hacer era ignorar la súplica que reflejaba su mirada y tomar lo que en silencio le estaba ofreciendo. Pero a pesar de que le ardía la sangre en las venas, a pesar de la presión del deseo, no podía ignorarla.

—Es posible que no sea ahora, es posible que no sea aquí, pero será, Aurora.Sería, sí. Tendría que ocurrir. Y la parte de sí misma que tenía aquella certeza

combatía a la parte que lo negaba en un frenético tira y afloja.—Déjame marcharme, David.Atrapado en sus propios sentimientos; abrasado por su propio deseo, David

se separó de ella.

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—¿A qué estás jugando, A.J.?A.J. sintió frío. De pronto, estaba helada. Sentía el hielo de la separación en

cada poro de su piel.—Yo lo llamo supervivencia.—Maldita sea, Aurora —era tan bella. ¿Por qué de pronto tenía que ser tan

bella? ¿Por qué tenía que parecer tan frágil?—. ¿Qué tiene que ver la supervivencia con estar conmigo, con hacer el amor conmigo?

—Nada —contestó casi riendo. La limusina se detuvo en aquel momento—. Nada, si las cosas fueran tan sencillas.

—¿Y por qué complicar las cosas? Nos deseamos, somos adultos. Las personas adultas mantienen relaciones sin hacerse ningún daño.

—Algunas —dejó escapar un trémulo suspiro—. Yo no soy como los demás. Si fuera tan sencillo, haría el amor contigo en este mismo momento, en el asiento de un coche. Y no voy a decirte que no sea eso lo que me apetece —volvió a mirarle. A la vulnerabilidad de su mirada se había sumado el arrepentimiento—. Pero no es tan sencillo. Hacer el amor contigo sería fácil. Enamorarme, no.

Antes de que David hubiera podido moverse, abrió la puerta y salió a la calle.

—Aurora —David salió tras ella y la agarró del brazo, pero ella se zafó de su agarre—, no creas que puedes marcharte después de haber dicho una cosa así.

—Eso es precisamente lo que estoy haciendo —le corrigió, apartándole la mano por segunda vez.

—Te acompañaré a tu casa —replicó David.Necesitaba toda su fuerza de voluntad para no perder la paciencia.—No, déjame marcharme.—Tenemos que hablar.Ninguno de ellos esperaba la desesperación que reflejó su voz.—Quiero que te vayas. Ya es tarde. Ahora no puedo pensar.—Si no hablamos de esto ahora, tendremos que hacerlo más adelante.—Más adelante, entonces —en aquel momento, le habría prometido

cualquier cosa a cambio de la libertad—. Ahora quiero que te vayas, David.Pero David continuaba sujetándola.—Por favor, necesito que te vayas, ahora no puedo soportar esto —le tembló

la voz al decirlo.David era capaz de enfrentarse a su enfado, pero no a su fragilidad.—De acuerdo.Esperó hasta que desapareció en el interior del edificio. Después, se reclinó

contra el coche y se encendió un cigarrillo. Más adelante, se prometió. Hablarían más adelante. Permaneció donde estaba, esperando a recuperarse. Claro que hablarían, se dijo otra vez. Pero era preferible esperar a que ambos estuvieran más tranquilos, a que fueran capaces de razonar.

Tiró el cigarrillo al suelo y regresó a la limusina. Esperaba poder dejar de pensar en ella lo suficiente al menos como para ser capaz de conciliar el sueño.

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Capítulo 6

A.J. necesitaba caminar. Quería levantarse y andar, tirarse de los pelos y continuar caminando. Pero se obligó a continuar tranquilamente sentada en el sofá y a esperar a que Clarissa le sirviera el té.

—Me alegro de que hayas venido, cariño. Es raro que puedas pasar toda una tarde conmigo.

—En la oficina lo tengo todo bajo control. Abe me está sustituyendo.—Es un hombre encantador. ¿Cómo está su nieto?—Es el niño más mimado del mundo. Abe estaría dispuesto a comprarle el

Dodger Stadium.—Los abuelos tienen derecho a mimar a sus nietos, al igual que los padres

tienen la obligación de imponerles una disciplina —mantenía la mirada baja, procurando no mostrar sus anhelos. No quería que Aurora se sintiera presionada—. ¿Cómo está el té?

—Es… diferente —sabiendo que aquel tibio cumplido bastaría para satisfacer a Clarissa, decidió no mentir—. ¿De qué es?

—De escaramujo. He descubierto que por las tardes resulta muy relajante. Y creo que necesitas relajarte, Aurora.

A.J. dejó la taza y, cediendo a la necesidad de moverse, se levantó. En cuanto había comenzado a despejar su agenda había sabido que terminaría yendo a visitar a Clarissa. Y también que le pediría ayuda, a pesar de las muchas veces que se había repetido a sí misma que no la necesitaba.

A.J. se sentó en el sofá mientras Clarissa daba un sorbo a su taza y esperó pacientemente.

—Mamá, creo que tengo problemas.—Te exiges demasiado —Clarissa alargó la mano para acariciarla—, siempre.—¿Qué voy a hacer?Clarissa se recostó contra el respaldo del sofá y miró a su hija. Era la primera

vez que oía salir esa frase de sus labios y quería tener la seguridad de darle la respuesta acertada.

—Estás asustada.—Aterrorizada —volvió a levantarse. Era incapaz de permanecer sentada—.

Todo esto me está superando. Estoy perdiendo el control.—Aurora, no es necesario tenerlo todo controlado.—Para mí sí —miró a Clarissa esbozando apenas una sonrisa—. Y tú

deberías comprenderlo mejor que nadie.—Lo comprendo, claro que lo comprendo —pero le habría gustado que su

hija, su única hija, viviera en paz consigo misma—. Te defiendes constantemente para evitar que te hagan daño porque te lo hicieron una vez y decidiste que no volverías a dejar que eso ocurriera. Aurora, ¿estás enamorada de David?

Clarissa sabía que era él el motivo de la preocupación de su hija.

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Naturalmente, lo sabía sin que ella hubiera tenido necesidad de decir una sola palabra, y A.J. no podía hacer otra cosa que aceptarlo.

—Lo estaría si me permitiera estarlo.—¿Tan terrible te parece estar enamorada de un hombre?—David no es un hombre cualquiera. Es un hombre demasiado fuerte,

demasiado sobrecogedor. Además… —se interrumpió durante largo rato, hasta que recobró de nuevo la compostura—. Ya creí estar enamorada en otra ocasión.

—Eras muy joven —Clarissa no había estado nunca tan cerca de enfadarse. Dejó la taza sobre el plato con un movimiento brusco—. Esos encaprichamientos no tienen nada que ver con el amor. Exigen más y aportan mucho menos que el verdadero amor.

A.J. permanecía de pie en el centro de la habitación. En realidad, no tenía ningún lugar al que ir.

—A lo mejor esto sólo es un capricho. O deseo.Clarissa arqueó una ceja y bebió con calma.—Tú eres la única que tiene la respuesta a esa pregunta. Pero tengo la

sensación de que no habrías cambiado tu agenda para venir a verme en medio de un día de trabajo si estuvieras preocupada por un capricho.

A.J. se acercó al sofá y se sentó al lado de su madre riendo.—Mamá, no hay nadie como tú. Nadie.—Para ti las cosas nunca han sido normales, ¿verdad?—No —A.J. dejó caer la cabeza sobre el hombro de Clarissa—. Fueron mucho

mejores que para los demás.—Aurora, tu padre me quería mucho. Me quería y me aceptaba sin

comprenderme en realidad. Ni siquiera soy capaz de imaginarme lo que habría sido mi vida si no hubiera renunciado a controlarlo todo para amarle.

—Él era un hombre especial —musitó A.J.—. Pero la mayor parte de los hombres no lo son.

Clarissa vaciló un instante, se aclaró la garganta y dijo inmediatamente:—Alex también me acepta.—¿Alex?A.J. se levantó de un salto. El sonrojo de Clarissa era inconfundible.—¿Alex y tú…? —¿cómo se le podía hacer esa pregunta a una madre?—. ¿Lo

tuyo con Alex va en serio?—Alex me ha pedido que me case con él.—¿Qué?A.J. se volvió hacia su madre y la miró boquiabierta.—¿Casarte? —preguntó. Estaba demasiado estupefacta como para razonar—.

Pero si le conociste hace solamente unas semanas. Desde luego, mamá, creo que eres suficientemente adulta como para darte cuenta de que hay que pensárselo mucho antes de dar un paso tan importante como el matrimonio.

Clarissa le dirigió una sonrisa radiante.—Algún día llegarás a ser una madre excelente. Yo jamás he sido capaz de

regañarte así.—No pretendía regañarte —farfulló A.J., y fue a buscar su taza de té—. Pero

no quiero que te lances a hacer una cosa así sin pensártelo bien.

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—¿Ves? Me refería justo a eso. Estoy segura de que ese carácter lo has sacado de tu padre. En mi familia siempre hemos sido algo más frívolos.

—Mamá…—¿Te acuerdas de cuando Alex y yo estuvimos hablando sobre la lectura de

manos en el documental?—Por supuesto —crecía cada vez más la sensación de incredulidad. Al igual

que la convicción de que aquello era algo inevitable—, sentiste algo.—Fue algo muy fuerte y muy claro. Admito que al principio me puso un

poco nerviosa darme cuenta de que podía atraerme un hombre después de todos estos años. Hasta ese momento, la verdad es que ni siquiera había sido consciente de que se podía sentir algo así por nadie.

—Pero necesitas tiempo. Ya sabes que yo no dudo de nada de lo que sientes o ves, pero…

—Cariño, tengo cincuenta y seis años —Clarissa sacudió la cabeza como si estuviera preguntándose cómo podían haber pasado tan rápido—. No me ha importado vivir sola. Creo que incluso preferí vivir sola durante algún tiempo. Pero ahora quiero compartir con alguien el resto de mi vida. Tienes veintiocho años, eres una mujer perfectamente capaz de vivir sola. Pero aun así, no deberías tener miedo de compartir tu vida con alguien.

—Eso es diferente.—No —Clarissa volvió a tomar las manos de su hija—. El amor, el cariño, la

necesidad de compañía son las mismas para todo el mundo. Tienes que averiguar si David es el hombre adecuado para ti. Y cuando lo sepas, tendrás que aceptarlo.

—Es posible que él no me acepte a mí —tomó la mano de su madre con fuerza—. A mí misma me cuesta aceptarme.

—Y ésa es la única preocupación que me has dado, Aurora. Yo no puedo decirte lo que tienes que hacer. No puedo predecir tu futuro, por mucho que una parte de mí esté deseando hacerlo.

—No te estoy pidiendo que lo hagas. Nunca te lo he pedido.—No, nunca me lo has pedido. Mira en tu corazón, Aurora. Deja de calcular

riesgos y mira en tu corazón.—Es posible que vea algo que no quiero ver.—Sí, probablemente —con una risa, Clarissa volvió al sofá y le pasó el brazo

por los hombros a A.J.—. No puedo decirte lo que tienes que hacer, pero puedo decirte lo que siento. David Brady es un buen hombre. Tiene sus defectos, por supuesto, pero es un buen hombre. Para mí es un placer trabajar con él. De hecho, me he alegrado mucho cuando me ha llamado esta mañana.

—¿Te ha llamado? —inmediatamente alerta, A.J. se irguió en el sofá—. ¿Para qué?

—Se le han ocurrido algunas ideas sobre el documental —sacudió la servilleta de encaje que tenía en el regazo—. Hoy va a estar en Rolling Hills. ¿Te acuerdas de esa mansión en la que al parecer nadie ha conseguido vivir durante mucho tiempo?¿Esa que está cerca de la playa?

—Sí, se supone que era una casa encantada —musitó A.J.—Por supuesto, hay diferentes opiniones al respecto. Creo que David ha

hecho una buena elección para el documental, por lo menos por lo que me ha

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contado sobre la ambientación.—¿Qué tienes que ver tú con eso?—¿Con eso? Nada, absolutamente nada. Sólo hemos estado hablando de la

casa. Supongo que ha pensado que podría interesarme.—Oh —A.J. comenzó relajarse—. Entonces, eso era todo…—Pero también hemos aprovechado para aclarar unas cuantas cosas. Iré al

estudio… el miércoles —decidió—. Sí, creo que es el miércoles de la semana que viene, para hablar sobre los fenómenos espontáneos. Y después, algún día de la semana siguiente, iremos a casa de los Van Camp. Grabaremos a Alice en el salón.

—A casa de los Van Camp —sentía crecer su furia—. Así que ha quedado en todo eso contigo.

Clarissa dobló las manos en el regazo.—Sí, ¿he hecho algo mal?—No, tú no —se levantó furiosa—. Pero él sabía perfectamente que no podía

hacer todos esos cambios sin hablar antes conmigo. No se puede confiar en nadie. Y menos en un productor —agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta—. No vas a ir a hablar con nadie de fenómenos paranormales hasta que no sepa qué esconde David bajo la manga —se obligó a tranquilizarse y se acercó a Clarissa para darle un abrazo—. No te preocupes, lo arreglaré todo.

—Cuento con ello.Clarissa observó salir a su hija de casa antes de sentarse de nuevo satisfecha

en el sofá. Había hecho todo lo que había estado en su mano. Había puesto la energía en movimiento. El resto era cosa del destino.

—Dile que cambiaremos la hora de la reunión. No, mejor todavía, dile que se reunirá Abe con él —gritó A.J. mientras hablaba desde el teléfono del coche y se detenía detrás de un camión.

—Abe tiene una reunión a las tres y media. No creo que pueda estar con Montgomery a las cuatro.

—Maldita sea —impaciente, A.J. intentó adelantar al camión—. ¿Quién está libre a las cuatro?

—Sólo Bárbara.—No, es imposible que congenien. Cambia el día de la reunión, Diana. Dile a

Montgomery que me ha surgido una emergencia. Una emergencia médica.—Entendido. Pero no te pasa nada, ¿verdad?A.J. sonrió con dureza.—Podría ser.—Mmm. Eso suena prometedor. ¿Cómo puedo localizarte si pasa algo?—No puedes. Si ocurre cualquier cosa importante, déjame un mensaje en el

contestador.—De acuerdo. Eh, y buena suerte.—Gracias.A.J. apretó los dientes y colgó el auricular. David no iba a salirse de rositas

con aquellos juegos de poder. A.J. conocía todas las reglas en ese terreno y no iba a permitir que David Brady se saliera con la suya. Agarró el mapa de nuevo. En el

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caso de que consiguiera localizarlo, claro.Cuando cayó la primera gota de lluvia en el parabrisas, soltó una maldición.

Tras equivocarse de salida, tomar tres desvíos equivocados y encontrarse por fin en una decrépita carretera de grava en medio de una tormenta primaveral, los juramentos se sucedían uno tras otro. Y no había uno solo que no estuviera dirigido directamente a la cabeza de David Brady.

En cuanto distinguió la casa a través de la lluvia, comprendió por qué la había elegido David. Y llegó a pensar incluso que había sido él el que había provocado la tormenta para aumentar la sensación de misterio. Cuando salió del coche y metió el pie en un charco de barro, salpicándose hasta los tobillos, decidió que aquélla era la gota que colmaba el vaso.

David la vio por la ventana. Y su sorpresa se tornó rápidamente en enfado al pensar que iban a interrumpirle de nuevo en un día en el que todo le había salido mal. No había tenido una noche decente de sueño desde hacía una semana, su trabajo se estaba convirtiendo en un infierno y le bastaba mirar a A.J. para desearla. Cuando abrió la puerta de la casa, estaba tan dispuesto como A.J. a iniciar una pelea.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?A.J. tenía el pelo pegado a la cara y el traje empapado. Y acababa de echar a

perder un par de zapatos italianos.—Quiero hablar contigo, Brady.—Estupendo. Llama a mi oficina para pedir una cita. Ahora estoy trabajando.—¡Quiero hablar contigo ahora! —posó una mano en su pecho y le empujó

contra la puerta—. ¿Cómo demonios se te ha ocurrido llegar a un acuerdo con uno de mis clientes sin hablar antes conmigo? Si quieres que Clarissa vaya a tu estudio el próximo miércoles, tienes que hablar antes conmigo, ¿entendido?

David le agarró la mano por la muñeca y la obligó a apartarla de su pecho.—He firmado un contrato con Clarissa que está vigente durante toda la

grabación del documental. No tengo por qué hablar nada contigo.—Será mejor que leas de nuevo el contrato, Brady. Dice bien claro que las

fechas y las horas de trabajo tendrás que fijarlas con su representante.—Estupendo. Te mandaré el horario. Y ahora, si me perdonas…Comenzó a cerrar la puerta, pero A.J. se metió en la casa antes de que lo

hiciera. Los dos electricistas que estaban trabajando en el estudio permanecían en silencio, escuchando con atención.

—Todavía no he terminado.—Yo sí. Piérdete, Fields, antes de que tenga que echarte de aquí.—Ten cuidado con lo que haces, o es posible que mi cliente comience a sufrir

una laringitis crónica.—No me amenaces, A.J. —la agarró por las solapas del traje—. Ya has dejado

muy claro lo que quieres. Si quieres hablar, hablaremos. En tu oficina o en la mía, pero lo dejaremos para mañana.

—Señor Brady, le necesitamos en el piso de arriba.Por un instante, David continuó sujetándola por las solapas. A.J. le miraba

con una fiereza idéntica a la suya. David la deseaba. Cuánto la deseaba, Dios. Quería estrecharla contra él y borrar la furia que reflejaba su rostro. Quería

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devorar su boca hasta que no fuera capaz de pronunciar palabra, hasta que no pudiera respirar, hasta que no pudiera pelear. Quería, sobre todo, hacerle sufrir tanto como estaba sufriendo él. La soltó tan bruscamente que A.J. se tambaleó mientras retrocedía.

—Vete —le ordenó, y se volvió hacia las escaleras.A.J. tardó casi un minuto en recuperar la respiración. No sabía que podía

llegar a enfadarse hasta ese punto. Se había negado a alcanzar ese estado de furia desde más años de los que podía contar. En su interior ardían todo tipo de sentimientos, impidiéndole ver nada más. Ciega de rabia, comenzó a subir las escaleras tras él.

—Señora Fields, me alegro de volver a verla.Alex permanecía al final de la escalera, frente a una pared agrietada y con la

pintura descascarillada. Le dirigió una sonrisa amable mientras fumaba un cigarrillo, esperando a que le llamaran para ponerse delante de la cámara.

—Y yo quiero hablar con usted —le espetó.Alex la miró estupefacto mientras ella continuaba avanzando detrás de

David.Era una habitación oscura y estrecha. Había telarañas en los rincones, pero ni

siquiera se fijó en ellas. En las paredes quedaban las marcas de los cuadros que en otro tiempo las adornaban. A.J. se abrió camino entre los técnicos y entró unos pasos detrás de David.

El impacto que sintió fue tan fuerte como si hubiera chocado contra un muro. A.J. apenas había empezado a tomar aire para gritar a David cuando se dio cuenta de que había perdido el habla. Estaba helada. Un frío glacial le había penetrado hasta los huesos en cuestión de décimas de segundo.

La habitación estaba iluminada para el rodaje, pero no vio las cámaras ni los rollos de cable. Vio el papel de las paredes, rosas sobre un fondo crema, y una cama cubierta con una colcha también de color rosa. Había un taburete al lado de la cama, ligeramente gastado por el centro. A.J. podía oler la fragancia de las rosas frescas y ligeramente húmedas colocadas en un precioso jarrón de cristal, sobre un tocador de caoba que resplandecía tras haber sido frotado con cera y limón. Y vio… mucho más. Y también oyó.

—Me has traicionado. Me has traicionado con él, Jessica.—¡No! ¡No! Te lo juro. No es cierto. Por el amor de Dios, ¡no me hagas esto!

Te quiero. Te…—¡Mentiras! Todo eso son mentiras. Pero ya no podrás volver a mentir.Hubo gritos y después un silencio cien veces peor. A.J. dejó caer el bolso al

suelo y se llevó las manos a los oídos, intentando alejarse de todo aquello.—A.J.David la agarró por los hombros y la sacudió con firmeza mientras todo el

mundo en la habitación la miraba de hito en hito.—¿Qué te pasa?A.J. se aferró a su camisa. David sintió sus manos gélidas a través de la tela.

A.J. le miraba, pero parecía no estar viéndole.—Esa pobre niña —musitó—. Dios mío, pobre criatura.—A.J.

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David estaba haciendo un gran esfuerzo para no perder la calma. A.J. temblaba, estaba muy pálida, pero lo peor eran sus ojos que, oscuros y vidriosos, parecían estar viendo una realidad que a él se le ocultaba. Permanecía en el centro de la habitación como si estuviera en trance. David la agarró de las manos.

—A.J., ¿qué niña?—La mató aquí, en esa cama, con sus propias manos. Ella no pudo seguir

gritando porque la estranguló. Y después…—A.J. —la agarró por la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos—, aquí no

hay ninguna cama. No hay nada.—Pero…Intentó tomar aire y se llevó las manos a la cara. Llegaron entonces las

náuseas, una sensación ya familiar.—Tengo que salir de aquí.Se apartó bruscamente de él, se abrió paso entre los técnicos que se

agolpaban en la puerta y salió corriendo. Estaba ya bajo la lluvia, bajando los escalones del porche, cuando David la alcanzó.

—¿Adonde vas? —le preguntó.Un rayo desgarró los cielos en aquel momento. La lluvia continuaba

cayendo.—Tengo que… —se interrumpió y miró desconcertada a su alrededor—.

Tengo que ir a la ciudad. Tengo que volver.—Te llevaré yo.—No —estaba tan asustada que necesitó de todas sus fuerzas para recuperar

la firmeza—. Tengo aquí mi coche.—No pienso permitir que conduzcas en este estado —la agarró y la arrastró

hasta su coche—. Ahora, quédate aquí —le ordenó, y cerró la puerta en cuanto A.J. estuvo sentada en el interior.

Incapaz de hacer ninguna otra cosa, A.J. se acurrucó temblando en el asiento. Necesitaba un minuto, sólo un minuto. Se prometió a sí misma que eso bastaría para recuperarse. Pero para cuando David se sentó a su lado en el coche, continuaba temblando. David le tiró el bolso al asiento de atrás y la cubrió con una manta.

—Uno de los miembros del equipo te llevará el coche a casa.Después de poner el coche en marcha, comenzó a conducir por aquella

carretera plagada de baches por la que A.J. había llegado hasta allí. Durante los primeros minutos, continuaron en silencio. Sólo se oía el repiqueteo de la lluvia contra la carrocería del coche.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó David al cabo de un rato.A.J. ya estaba mejor. Tomó aire, intentando demostrarse que ya tenía el

control de la situación.—¿Decirte qué?—Que eras como tu madre.A.J. se hizo un ovillo en el asiento, hundió la cabeza entre los brazos y lloró.¿Qué demonios se suponía que tenía que decir? David la maldijo y después

se maldijo a sí mismo mientras continuaba conduciendo, oyéndola sollozar a su lado. Se había llevado un susto de muerte al ver a A.J. en medio de la habitación,

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intentando tomar aire y blanca como una sábana. Jamás había sentido nada tan frío como sus manos. Nunca había visto a nadie en el estado en el que había visto a A.J.

Fueran cuales fueran sus dudas, por crítico que pudiera mostrarse con las pruebas de laboratorio, con los videntes baratos o con aquellos adivinos que se dedicaban a especular en bolsa, sabía que A.J. había visto algo. Algo que a los demás les había pasado desapercibido.

¿Qué tenía que hacer él al respecto? ¿Qué podía decir?A.J. continuó llorando, vaciando del todo su dolor. No serviría de nada

regañarse a sí misma, ni enfadarse por lo que había pasado. Hacía mucho tiempo que se había resignado al hecho de que, cada cierto tiempo, por mucho cuidado que tuviera, por mucho que intentara controlarlo, siempre llegaba un momento en el que la situación se le escapaba de las manos.

Cesó la lluvia. Una luz lechosa lo envolvía todo. A.J. mantuvo la manta a su alrededor mientras se enderezaba en el asiento.

—Lo siento.—No quiero una disculpa. Quiero una explicación.—No la tengo —se secó las mejillas con la mano—. Te agradecería que me

llevaras a mi casa.—Vamos a hablar, y quiero que lo hagamos en algún lugar en el que no

puedas echarme.A.J., demasiado cansada para discutir, apoyó la cabeza en la ventanilla y no

protestó cuando vio que dejaban atrás el desvío por el que deberían haber ido hasta su apartamento. Se dirigieron hacia la zona de las colinas, desde donde podía contemplarse la ciudad. La lluvia había refrescado el ambiente y una niebla serpenteante se elevaba desde el suelo.

David giró en un camino que conducía a una casa de altos ventanales revestida con madera de cedro. El jardín era enorme y estaba rodeado de flores.

—Yo creía que vivías en la ciudad.—Antes vivía allí, pero decidí darme un respiro.Tomó el bolso de A.J. y un maletín del asiento de atrás. A.J. dejó la manta a

un lado y salió del coche. Sin decir una palabra más, caminaron juntos hasta la puerta.

El interior de la casa no era tan rústico como parecía prometer su exterior. Había cuadros en las paredes y alfombras orientales en el suelo. A.J. acarició la barandilla de madera resplandeciente y subió los escalones que conducían al salón. Todavía en silencio, David se acercó a la chimenea y se agachó para encenderla.

—Supongo que querrás quitarte esa ropa mojada —dijo como si fuera algo que no admitiera discusión—. En el piso de arriba tienes un cuarto de baño al final del pasillo. En la puerta tienes un albornoz.

—Gracias.Había perdido la confianza en sí misma y aquella dureza que le permitía

conservar la firmeza en cualquier situación. A.J. se humedeció los labios.—David, no tienes por qué…—Prepararé un café —cruzó una puerta y la dejó sola.

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A.J. permaneció allí mientras las llamas comenzaban a lamer los leños de roble. El olor a madera le resultaba reconfortante, pero jamás en su vida se había sentido tan triste como en aquel momento. La sensación de rechazo que le transmitía David era, exactamente, la que esperaba y temía. Ya había tenido que enfrentarse a ello en otra etapa de su vida.

Permaneció donde estaba mientras batallaba contra las ganas de volver a llorar. Ella era una mujer fuerte e independiente. No iba a dejar que David Brady le rompiera el corazón. Ni David ni ningún otro hombre. Alzó la barbilla, se acercó a las escaleras y las subió. Se ducharía, metería la ropa en la secadora y después se iría a su casa. A.J. Fields sabía cuidar de sí misma.

El agua la ayudó. Calmó sus ojos irritados y le permitió entrar en calor. Con los productos de maquillaje del pequeño neceser que llevaba en el bolso, consiguió reparar los efectos del llanto. Mientras se ponía el albornoz, intentó no fijarse en el hecho de que desprendía el aroma de David. Era preferible recordar que la ayudaría a conservar el calor y le permitiría ocultar su desnudez.

Cuando regresó al piso de abajo, el salón continuaba vacío. Armándose de valor, A.J. salió en busca de David.

El pasillo giraba en ángulos completamente inesperados. En otras circunstancias, A.J. habría apreciado la originalidad de la casa. Pero en aquel momento no le prestó especial atención a aquellas paredes en las que se alternaban los paneles de madera con la pintura blanca, ni a los suelos de madera cubiertos de alfombras de intrincados diseños. Siguió el pasillo hasta llegar a la cocina. El olor del café consiguió sosegar a las mariposas que comenzaban a revolotear en su estómago. Se tomó unos segundos para tranquilizarse y entró.

David estaba de pie al lado de la ventana con una taza de café en la mano. Pero no bebía. Algo hervía en el fuego. A lo mejor lo había olvidado. A.J. se frotó los brazos por encima de la bata. Volvía a tener frío.

—¿David?David se volvió en el instante en el que pronunció su nombre, pero muy

lentamente. No estaba seguro de lo que le iba a decir, de lo que podía decir. A.J. parecía tan frágil… En ese momento, David no habría sido capaz de describir sus propios sentimientos y no tenía la menor idea de lo que estaba sintiendo ella.

—El café está caliente —le dijo—, ¿por qué no te sientas?—Gracias.Se obligó a comportarse con la misma naturalidad que él mientras se sentaba

en uno de los taburetes que había junto al mostrador.—He pensado que a lo mejor te apetecía comer algo —David se acercó a la

cocina y le sirvió un café—. Estoy calentando una sopa.A.J. comenzaba a sentir la tensión que se acumulaba detrás de sus ojos.—No tenías por qué haberte molestado.Sin decir nada, David le sirvió la sopa y se la acercó junto a la taza de café.—Es una antigua receta de la familia. Mi madre siempre dice que una sopa lo

cura todo.—Tiene un aspecto maravilloso —consiguió decir A.J., y se preguntó por qué

volvía a tener ganas de llorar—. David…—Antes de decir nada, come.

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Se sentó en un taburete frente a ella con la taza de café. Al parecer, él no pensaba comer. Encendió un cigarrillo, y continuó bebiendo café y fumando en silencio mientras A.J. jugueteaba con la sopa.

—Se supone que tienes que comértela, no dedicarte a remover los fideos —señaló.

—¿Por qué no me preguntas nada? —estalló entonces A.J.—. Preferiría que me lo preguntaras de una vez para acabar con esto cuando antes.

Había mucho dolor en sus palabras, comprendió David. Mucho dolor. Se preguntó dónde tendría la raíz aquel sufrimiento.

—No pretendo someterte a un interrogatorio, A.J.—¿Por qué no? —alzó la cabeza con expresión desafiante y mirada intensa—.

Supongo que querrás saber lo que me ha pasado en esa habitación.David soltó una bocanada de humo antes de apagar el cigarrillo.—Por supuesto que quiero saberlo, pero no creo que estés preparada para

hablar de ello. Por lo menos en detalle. Podemos hablar de cualquier otra cosa.—¿Que no estoy preparada? —habría soltado una carcajada si no hubiera

tenido el estómago hecho un nudo—. Nunca se está preparado para una cosa así. Puedo decirte hasta el aspecto que tenía esa chica. El pelo negro y los ojos azules. Llevaba un camisón de algodón abrochado hasta el cuello y se llamaba Jessica. Apenas tenía dieciocho años cuando su marido la mató, presa de un ataque de celos. La estranguló con su propias manos y después se suicidó con la pistola que había dejado en la mesilla de noche. Eso es lo que quieres para tu documental, ¿verdad?

David se estremeció al oírla darle con tanta frialdad y seguridad aquellos detalles. Se preguntaba de pronto quién era aquella mujer que estaba sentada frente a él. Aquella mujer a la que había abrazado y deseado.

—Lo que te ha pasado a ti no tiene nada que ver con el documental, pero creo que está muy relacionado con cómo estás reaccionando en este momento.

—Normalmente soy capaz de controlarlo —apartó la sopa, que con el balanceo estuvo a punto de rebosar el cuenco—. Llevo años haciéndolo. Si no hubiera estado tan enfadada cuando he entrado allí, probablemente no habría pasado nada.

—Puedes bloquearlo.—En condiciones normales, sí. Por lo menos hasta cierto punto.—¿Por qué lo haces?—¿De verdad crees que es un don? —le preguntó A.J. mientras se apartaba

del mostrador—. A lo mejor lo es para una persona como Clarissa, una mujer generosa, buena y que está contenta consigo misma.

—¿Y para ti?—Yo lo odio —incapaz de permanecer quieta, comenzó a moverse por la

habitación—. No tienes la menor idea de lo que es que la gente se te quede mirando fijamente, que hablen de ti. Si eres diferente, eres un monstruo y… —se interrumpió y se frotó la sien. Cuando volvió a hablar, parecía más tranquila—. Cuando era pequeña, tenía sueños.

Se llevó las manos a los labios y permaneció durante unos segundos en silencio.

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—Eran extraordinariamente reales, pero yo sólo era una niña y me parecía que todo el mundo soñaba igual. Le decía a una de mis amigas que su gata iba a tener gatitos y le pedía que me dejara quedarme con el blanco. Unas semanas después, la gata tenía gatitos y uno de ellos era blanco. Pequeñas cosas. Alguien perdía una muñeca o un juguete y yo le decía dónde podía encontrarlo. Los niños no le daban mucha importancia, pero sus padres se ponían muy nerviosos. Pensaban que sería mejor para sus hijos alejarse de mí.

—Y a ti te dolía —musitó David.—Sí, me dolía mucho. Clarissa lo comprendía perfectamente, me consolaba y

era maravillosa conmigo, pero aun así, me dolía. Continué teniendo sueños, pero dejé de hablar de ellos. Después, murió mi padre.

Se llevó las manos a los ojos mientras luchaba para controlar sus sentimientos.

—No, por favor.Sacudió la cabeza cuando oyó que David se movía como si estuviera a punto

de levantarse. Tomó aire y bajó las manos lentamente.—Supe el momento en el que murió. Él estaba de viaje, me desperté en

medio de la noche y lo supe. Corrí a buscar a Clarissa. Ella también estaba despierta, sentada en la cama. Pude ver la tristeza en su rostro. Ni siquiera nos dijimos nada. Me acosté con ella y permanecimos abrazadas hasta que sonó el teléfono.

—Y tú sólo tenías ocho años —musitó David.—Sí, tenía ocho años. Después de aquello, empecé a bloquearlo. En cuanto

comenzaba a sentir algo, lo rechazaba. Llegó un momento en el que era capaz de pasar meses sin sentir nada. La vez que más he aguantado han sido dos años. Si estoy enfadada o afectada por algo hasta un punto en el que pierdo el control, vuelvo a abrirme.

David recordó entonces cómo había entrado a la casa, furiosa y dispuesta a enfrentarse a cualquiera. Y cómo había salido minutos después, pálida y aterrada.

—Y yo te he hecho enfadar.A.J. se volvió para mirarle por primera vez desde que había empezado a

hablar.—Eso parece.Le asaltó entonces el sentimiento de culpa. David no estaba seguro de cómo

debería tratarlo.—¿Crees que debo disculparme?—No puedes evitar ser como eres, de la misma forma que yo no puedo evitar

ser como soy.—Aurora, creo que comprendo tu necesidad de controlar todo eso que te

ocurre, de no permitir que interfiera en tu día a día. Lo que no comprendo es por qué crees que debes rechazarlo y negarlo como si fuera una enfermedad.

Había sido ella la que había empezado aquella conversación, pensó A.J. mientras regresaba al mostrador. A ella le correspondía también ponerle punto final.

—A los veinte años, cuando estaba intentando abrirme un camino profesional y sacar adelante mi negocio, conocí a un hombre. Tenía una tienda en

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la playa en la que alquilaba tablas de surf, vendía protectores solares y ese tipo de cosas. Yo estaba emocionada al haber conocido a alguien que era un espíritu libre, un hombre que sabía disfrutar de la vida, cuando yo tenía que trabajar durante diez horas al día para sacar adelante la agencia. El caso es que hasta entonces no había tenido una relación seria con ningún hombre. No había tenido tiempo. Así que me volqué completamente en aquélla. Era un hombre divertido y no muy exigente. Apenas era consciente siquiera de lo que estaba ocurriendo entre nosotros cuando ya estábamos comprometidos. Me compró un anillo sencillo con la promesa de que, cuando las cosas nos fueran mejor, me regalaría otro de diamantes y esmeraldas. Y yo le creí —rió con ironía mientras se sentaba de nuevo en el taburete—. Yo pensé que si íbamos a casarnos, no debería haber ningún secreto entre nosotros.

—¿No se lo habías dicho?—No —respondió desafiante, como si estuviera esperando su desaprobación.

Como David no dijo nada, bajó la mirada y continuó—. Le presenté a Clarissa y le conté lo que… Bueno, el caso es que se lo dije. Él pensó que era una broma y me desafió a demostrárselo. Como yo estaba completamente segura de todo lo que había entre nosotros, bueno, supongo que podría decirse que se lo demostré. Y cuando acabé, él me miró como si… —tragó saliva e intentó ocultar su dolor.

—Lo siento.—Supongo que debería habérmelo esperado —se encogió de hombros, tomó

la cuchara y comenzó a juguetear con ella—. Después de aquello, pasé días sin verle. Fui a buscarle, pensando en hacer un gran gesto, como devolverle el anillo. Ahora, cuando pienso en ello, hasta me resulta divertido recordar cómo me miraba, cómo se esforzaba en guardar las distancias. Le resultaba demasiado misteriosa —alzó la mirada y sonrió—. Sencillamente, le resultaba demasiado misteriosa.

Continuaba sufriendo, pero David no alargó la mano para consolarla. No estaba seguro de cómo hacerlo.

—El hombre equivocado en el momento inoportuno.A.J. sacudió la cabeza con impaciencia.—Soy yo la mujer equivocada. Desde entonces he aprendido que la

sinceridad no es siempre el mejor camino. ¿Tienes idea de lo que podría ser de mí profesionalmente si mis clientes lo supieran? Los que no decidieran abandonarme, se pasarían el día pidiéndome que les dijera a qué audición deben presentarse. La gente comenzaría a pedirme que volara con ella a Las Vegas y les dijera a qué número de la ruleta deben apostar.

—Así que Clarissa y tú mantenéis vuestra relación en secreto y tú te encargas de procurar bloquear todo lo demás.

—Exacto —tomó la taza de café, ya frío, y la vació—. Pero después de lo que ha pasado hoy, supongo que todo eso se ha ido al infierno.

—Le he dicho a Sam que habíamos hablado en otro momento de lo que había ocurrido en esa habitación, que te había contado lo del asesinato y que por eso te ha afectado tanto entrar allí —fue a buscar la cafetera y le llenó la taza a A.J—. De lo único que hablarán en el equipo será del exceso de imaginación de las mujeres, pero eso será todo.

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A.J. cerró los ojos. No esperaba tanta sensibilidad por parte de David, y tampoco que se mostrara tan comprensivo.

—Gracias.—Si lo consideras necesario, lo mantendré todo en secreto, A.J.—Es completamente necesario. ¿Cómo te has sentido cuando te has dado

cuenta de lo que me ocurría? —le preguntó—. ¿Incómodo?¿Inquieto? Incluso ahora parece que andas de puntillas a mi alrededor.

—Es posible —comenzó a sacar un cigarrillo, pero volvió a guardarlo en el paquete—. Sí, me ha hecho sentirme incómodo —reconoció—. Es algo con lo que no había tenido que enfrentarme jamás en mi vida. Es lógico que en estas circunstancias un hombre se pregunte si podrá ocultarle algo a una mujer que es capaz de ver en su interior.

—Por supuesto —A.J. se levantó y se irguió frente a él—. Todo hombre tiene derecho a protegerse. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, David, pero creo que ahora la ropa ya estará seca. Me cambiaré mientras llamas a un taxi.

—No —David le bloqueó el paso antes de que hubiera podido salir de la cocina.

—No me hagas esto más difícil, ni te lo hagas más difícil a ti.—Maldita sea, no pretendo hacérselo difícil a nadie —musitó David, y alargó

la mano hacia ella—. No puedo evitarlo. Me inquietas —repitió—. Me inquietas desde hace mucho tiempo. Continúo deseándote, Aurora. Y en este momento, creo que eso es lo único que me importa.

—Seguro que cambiarás de opinión con el tiempo.David se acercó todavía más a ella.—¿Me estás leyendo el pensamiento?—No bromees.—A lo mejor ya va siendo hora de que alguien lo haga. Si quieres leerme el

pensamiento, te darás cuenta de que en lo único en lo que soy capaz de pensar es en llevarte a mi cama.

A A.J. comenzó a latirle violentamente el corazón en el pecho.—¿Y mañana?—Al infierno con mañana.La besó con una pasión que la hizo estremecerse.—Al diablo con todo. Lo único que ahora importa es que tú y yo nos

deseamos. No vas a volver a tu casa esta noche, Aurora.A.J. decidió dejarse llevar por lo que sentía. Decidió que había llegado el

momento de atreverse a correr riesgos.—No, no voy a marcharme.

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Capítulo 7

Todo lo iluminaba el resplandor de la luna. A través de las ventanas abiertas, percibía la fragancia dulce y ligera de los jacintos. Se oía el quedo murmullo de un arroyo que se abría paso en el bosque que rodeaba la casa. Y A.J. sintió todos los músculos en tensión cuando entró en el dormitorio de David.

Vio el cuadro que colgaba de la pared, el mismo con el que había soñado. Era un cuadro de colores vivos, sensuales. El primer trueno retumbó en el momento en el que volvió la cabeza y vio su reflejo, pero no en un espejo, sino en una puerta de cristal.

—Esto ya lo he soñado.Sus palabras apenas eran audibles mientras entraba en la habitación sin saber

si estaba adentrándose en un sueño o dando un paso hacia una nueva realidad. Quizá fueran lo mismo ambas cosas. Aterrada, permaneció donde estaba. ¿Había tenido alguna opción?, se preguntó a sí misma. A lo mejor sólo estaba siguiendo un camino ya trazado, un camino en el que se había iniciado en el instante en el que David Brady había entrado en su despacho.

—Pero esto no es lo que quiero —susurró.Se volvió en busca de una vía de escape, en busca de la libertad. Pero David

estaba allí, bloqueándole el paso, atrayéndola hacia él como ella había sabido mucho antes que haría.

Alzó la mirada hacia David y supo que lo había hecho antes. Veía su rostro en la penumbra, con los rasgos tan desdibujados como los suyos sobre la puerta de cristal. Pero los ojos los veía claramente, iluminados por la luz de la luna. Y sus palabras también sonaron claras, iluminadas por la luz del deseo.

—No puedes seguir huyendo, Aurora. No puedes seguir huyendo ni de ti ni de mí.

Había impaciencia en su voz, una impaciencia que se hizo más evidente en el instante en el que cerró los labios sobre los suyos. La deseaba con más desesperación de la que podía permitirse el lujo de admitir. La inseguridad de A.J., su indecisión, excitaba la parte más primitiva de él. Quería hacer el amor con ella, quería poseerla. Aquellos pensamientos se enredaban con el latido palpitante del deseo. No sentía la agradable anticipación que había experimentado con otras mujeres, sino un ardor furioso, casi violento. Y cuando saboreó las primeras señales de rendición, estuvo a punto de enloquecer.

Su boca era intensamente voraz, sus manos fuertes. La presión de su cuerpo contra el suyo tentadoramente insistente. La abrazaba como si fuera a hacer el amor con ella quisiera o no. Pero A.J. siempre había sabido que la última decisión era suya. Podía ceder o negarse. Hiciera lo que hiciera, su decisión sería como una piedra arrojada a unas aguas tranquilas. Su impacto repercutiría en el resto de su vida. No podía predecir hasta dónde llegarían aquellas ondas, no podía saber cómo alterarían el transcurso de sus días. Entregarse, sabía, siempre era un riesgo.

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Y el riesgo siempre iba acompañado de la excitación y el miedo. Con cada segundo que pasaba, el placer iba madurando y haciéndose más intenso, hasta que, con un gemido de aceptación, A.J. enmarcó su rostro con las manos y se dejó llevar.

Sólo era pasión, se decía a sí misma, mientras su cuerpo se tensaba dolorido. La pasión no seguía ningún patrón preestablecido, la pasión no sabía de cauces. El deseo que crecía en su interior no tenía nada que ver con los sueños, con las esperanzas o los deseos. Era una pasión que no podía resistir, de la misma forma que no era capaz de rechazar la pasión de David. Por una noche, por una sola noche, permitiría que fuera la pasión la que la guiara.

David reconoció el instante en el que A.J. se entregó. Su cuerpo no se debilitó, al contrario, pareció fortalecerse. La rendición que esperaba se tradujo en un hambre tan urgente como la suya. No habría una seducción lenta por ninguna de ambas partes, no habría un delicado intento de persuasión. Era un deseo de aristas afiladas que prometía tanto dolor como placer. Ambos lo comprendían. Los dos lo reconocían y lo aceptaban. Se tumbaron juntos en la cama y dejaron que ardiera el fuego.

Al enredarse con el albornoz que todavía ocultaba el cuerpo de A.J., David soltó un juramento con impaciencia y se lo echó hacia atrás, dejando su tentador escote al descubierto. Abandonó sus labios para recorrer con ellos su rostro y trazar una línea que descendió hasta su cuello. A.J. sintió el roce de su barba en la mejilla y gimió mostrando su aprobación. David quería dominarla, torturarla de placer, pero A.J. le devolvía cada movimiento con una fuerza idéntica a la suya. Sintió la lengua cálida de David sobre su cuerpo y se estremeció. Negándose a permitir que David llevara las riendas de lo que estaba ocurriendo entre ellos, comenzó a desabrocharle los botones de la camisa hasta que, presa de su propia impaciencia, terminó desgarrándosela.

Sintió entonces su piel bajo las palmas de las manos, la dureza de aquellos músculos cuyas elevaciones y descensos necesitaba explorar. Unos músculos viriles, fuertes, duros. El olor de David se abría camino en todos sus sentidos, prometiendo demandas salvajes y movimientos frenéticos. A.J. saboreó aquellas exigencias, sus intenciones ardientes, y su excitación aumentó un grado más cuando sintió el primer temblor de David, transmitiéndole por parte de éste un deseo urgente, desesperado, casi doloroso. Era eso precisamente lo que ella quería. Tan implacable como él, luchaba por hacerle perder completamente el control.

El lecho era como un campo de batalla, lleno de fuego, humo y pasiones. La suavidad de la colcha y la esencia de la primavera que impregnaba la brisa no significaban nada para ellos. Una piel cálida, un deseo afilado, el temblor de los músculos y la ruda caricia de sus manos. Ése era todo su mundo. En el momento en el que David le quitó completamente la bata A.J. contuvo la respiración, pero no por miedo, ni tampoco a modo de protesta. Y cuando David le sujetó las manos, ella utilizó la boca como arma para hacerle perder la cordura. Arqueó las caderas, se presionó contra él, atormentándole, tentándole. David comenzó entonces a acariciarla y el deseo pareció multiplicar sus fuerzas.

Pero en aquel mundo tan ardiente, no había ni ganadores ni perdedores. El fuego corría a lo largo de su piel, dejándola entumecida y anhelante allí donde las manos o los labios de David la rozaban. A.J. le deseaba, se deleitaba en aquella

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sensación a pesar de que seguía ardiendo. Decidida a no permitir que fuera él el que dominara la situación, se colocó a horcajadas sobre David y comenzó su propio asedio.

David nunca había conocido a una mujer que pudiera hacerle temblar. Jamás había conocido a una mujer que pudiera hacerle sufrir de deseo. Pero A.J. se mostraba tan anhelante y voraz como él. Estaba desnuda, pero no se mostraba en absoluto vulnerable. Era apasionada, pero no suplicaba. David la veía a través de la luz de la luna. Veía su pelo claro y revuelto alrededor de su rostro, su piel resplandeciente de alegría y deseo todavía insatisfecho. Sus manos recorrían su cuerpo con suavidad, pero sin dejar por ello de mostrarse demandantes y suficientemente atrevidas como para dejarle sin aliento. Y los labios que a menudo las seguían no ayudaban en nada a aplacar su deseo. A.J. le quitó los pantalones con una impaciencia salvaje que hizo palpitar su cuerpo y girar alocadamente sus pensamientos. Después, antes de que hubiera podido reaccionar, se tumbó sobre él para saborear su piel.

Era una locura. Una locura a la que David daba gustoso la bienvenida. Era un tormento. Podía haber suplicado pidiendo más. Desde muy pronto, David creía haber descubierto una pasión latente en A.J., pero nada le había preparado para aquello. Aquella mujer era la seducción, la lujuria, la avidez de sexo. Hundió las manos en su pelo y arrastró sus labios hasta los suyos para poder saborearlos.

Aquello no era un sueño, pensó A.J. aturdida mientras David la besaba y tomaba posesión de su cuerpo caricia tras caricia. Ningún sueño había sido tan tempestuoso. Pero tampoco la realidad le había ofrecido nunca tanta locura. Abrazado a ella, David rodó en la cama para tumbarla de espaldas. En el momento en el que A.J. abrió la boca para tomar aire, se hundió en ella de manera que A.J. se arqueó contra él, tensándose con el primer orgasmo. Alargó los brazos hacia él, demasiado desconcertada todavía como para darse cuenta de la urgencia con la que necesitaba abrazarle. Unidos, sus fuerzas se alimentaban la una a la otra con la misma intensidad con la que lo hacía su deseo.

Permanecieron juntos, debilitados, saciados, derrotados ambos.Poco a poco, retornó la cordura. A.J. volvió a ver la luz de la luna. David

continuaba enterrando el rostro en su pelo, pero su respiración se había sosegado, al igual que la de A.J. Ella continuaba abrazándole, dejando que sus cuerpos se fundieran. Se decía a sí misma que debía soltarle, que tenía que restablecer la distancia entre sus cuerpos, pero le faltaba voluntad para obedecer sus propias órdenes.

Sólo había sido pasión, se recordó a sí misma. Sólo deseo. Los dos habían quedado satisfechos. Había llegado el momento de separarse, de marcharse. Pero quería acariciar su mejilla con la suya, quería continuar a su lado hasta que el sol amaneciera, hablando de cualquier tontería. Cerró los ojos con fuerza y luchó contra las ganas de bajar sus defensas, de darle lo que en otra época de su vida había entregado y había perdido.

No, David nunca había conocido a una mujer que le hiciera estremecerse como había conseguido hacerlo aquélla. Nunca había conocido una mujer que pudiera hacerle sentirse tan débil. Sí, había descubierto tiempo atrás la pasión que latía dentro de ella, pero no se esperaba algo como aquello. En cualquier caso, no

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debería sentirse tan desconcertado, tan involucrado con lo que había pasado.Nada le había preparado para la intensidad de aquel sentimiento. No podía

imaginar que la necesidad, que el deseo se multiplicaría después de haber sido satisfecho. Sí, por eso tenía la sensación de haber perdido parte de sí mismo dentro de ella. Ésa tenía que ser la razón, la única razón.

Pero cuando la sintió temblar, la abrazó.—¿Tienes frío?—Sí, ha refrescado.Sonaba razonable. Parecía una respuesta sincera. ¿Pero cómo podía

explicarle que su cuerpo continuaba ardiendo, que continuaría ardiendo mientras él estuviera allí?

—Puedo cerrar las ventanas.—No.A.J. volvía a oír el canto del arroyo, olía de nuevo la fragancia de los jacintos.

Y no quería perderse ninguna de aquellas sensaciones.—Entonces, tápate.Se separó de ella para estirar la sábana y cubrir con ella sus cuerpos

desnudos. Fue entonces, cuando, en medio de la penumbra, se fijó en la línea de marcas blancas que había dejado en el brazo de A.J. La agarró del codo y miró el brazo de cerca.

—Parece que no he tenido suficiente cuidado contigo.A.J. bajó la mirada. Había arrepentimiento en la voz de David, y un deje de

ternura contra el que no tenía manera de defenderse. Si no hubiera tenido tanto miedo, le habría gustado oírle hablar de nuevo en ese tono, habría apoyado la cabeza en su hombro. Pero, en cambio, se encogió de hombros y, con un rápido movimiento, se apartó de él.

—No creo que vaya a dejar huella —o por lo menos, eso esperaba—. Y no me sorprendería que también tú tuvieras algún moratón.

David volvió a mirarla y le dirigió una encantadora sonrisa, completamente inesperada para A.J.

—Parece que los dos hemos jugado duro.A.J. no pudo evitar responder con una sonrisa. En un impulso, se inclinó

hacia él y le dio un mordisco en el hombro.—¿Tienes alguna queja?Había vuelto a sorprenderle. A lo mejor ya iba siendo hora de que hubiera

alguna sorpresa en su vida, se dijo David. Y también en la de A.J.—No, si tú no la tienes.Con un rápido movimiento, la tumbó de espaldas, haciéndole levantar los

brazos por encima de la cabeza con una sola mano.—Mira, Brady…—Me gusta la idea de competir contigo, A.J. —bajó la cabeza para

mordisquearle el lóbulo de la oreja.—Siempre y cuando tengas cierta ventaja.Le temblaba la voz y tenía las mejillas sonrojadas. Al tener sus muñecas en la

mano, David podía sentir cómo se le aceleraba el pulso. Se tumbó sobre ella, sintiendo las líneas sinuosas de sus curvas. El deseo comenzó a crecer dentro de él

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como si todavía no lo hubiera apaciguado.—Señorita, creo que no me disgustaría en absoluto aprovecharme de usted

de vez en cuando. De momento, voy a disfrutarlo durante el resto de la noche.A.J. se retorció hacia un lado, después hacia el otro, y al final, dejó escapar un

suspiro mientras David la miraba a los ojos. Sentirse físicamente dominada le costaba casi tanto como sentirse dominada intelectualmente.

—No puedo quedarme aquí esta noche.—Ya estás aquí —señaló David.Le acarició con la mano libre desde la cadera hasta uno de los senos.—No puedo quedarme.—¿Por qué?Porque una cosa era ceder a la pasión y otra muy diferente pasar la noche a

su lado.—Porque mañana tengo que trabajar —comenzó a justificarse—. Y…—Te dejaré en tu apartamento suficientemente temprano como para que

tengas tiempo de cambiarte.Sintió el pezón erguido contra la palma de la mano, lo acarició con el pulgar

y observó la pasión que oscurecía la mirada de A.J.—Tengo que estar en la oficina a las ocho y media.—Nos levantaremos pronto —bajó la cabeza para rozar con un beso las

comisuras de sus labios—. De todas formas, no pienso dormir mucho.El cuerpo de A.J. era como un amasijo de nervios a punto de explotar. Se

recordó a sí misma que esa situación la hacía particularmente vulnerable. Y que los débiles tenían todas las de perder.

—Nunca paso la noche con un hombre.—Hazlo esta vez —alzó lentamente la mano hasta posarla en su cuello.Si iba a perder, quería hacerlo con los ojos bien abiertos.—¿Por qué?David podía haberle dado toda clase de respuestas persuasivas. Y muchas de

ellas podrían haber sido ciertas. Quizá por eso decidió contestar de otro modo.—Todavía no hemos terminado el uno con el otro, Aurora. En absoluto.Tenía razón. Su cuerpo continuaba vibrando de deseo. Eso estaba dispuesta a

aceptarlo. Pero no aceptaría ser presionada, ni seducida. Haría las cosas a su manera. Después, ya encontraría la manera de justificar su primera concesión.

—Suéltame las manos, Brady —dijo con expresión firme.Alzaba la barbilla y le miraba directamente a los ojos. David arqueó una ceja,

le soltó las manos y esperó, consciente de que A.J. no era una mujer cuyas reacciones pudieran preverse fácilmente. Sin apartar la mirada de sus ojos, sonrió lentamente. En aquel momento, lo último que le preocupaba a David era si aquello representaba un desafío o una rendición.

—No pienso dormir en toda la noche —le advirtió justo antes de acercar su boca a la suya.

La habitación todavía estaba a oscuras cuando A.J. se despertó de un sueño ligero para acurrucarse bajo las sábanas. Sentía un dolor más placentero que

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molesto en los músculos. Se estiró y cambió de postura para mirar la hora en el despertador. Pero el despertador no estaba en la mesilla. Con la mente todavía adormecida por el sueño, se frotó los ojos y volvió a mirar.

Por supuesto que no estaba allí el despertador, se recordó. Porque no estaba en su casa. Su reloj, su apartamento, estaban a kilómetros de distancia. Dio media vuelta en la cama y vio que estaba sola. ¿A dónde habría ido David?, se preguntó mientras se sentaba. ¿Y qué hora sería?

Había perdido la noción del tiempo. Horas antes no le importaba la hora, ni el día, ni la semana que era. Pero estaba de nuevo sola y había llegado el momento de volver a la realidad.

Habían quedado agotados, exhaustos y satisfechos. A.J. ni siquiera era consciente de que existiera algo como lo que habían compartido. Jamás en su vida había experimentado algo tan emocionante, tan salvaje y tan desesperado. Pero lo que habían vivido había sido absolutamente real. Su cuerpo conservaba las marcas que las manos de David habían dejado sobre su piel llevadas por la pasión. Su lengua conservaba el sabor de su boca, y su piel la esencia de su piel. Había sido real, pero no formaba parte de la realidad. La realidad era aquello, la realidad era el mundo que surgía al tener que enfrentarse a la mañana siguiente.

Lo que había dado lo había entregado libremente. No habría arrepentimientos. Si había roto una de sus propias reglas, lo había hecho conscientemente. No con la cabeza fría, quizá, pero si con una total despreocupación. Sin embargo, la noche había terminado.

Como no tenía otra cosa que ponerse, tomó el albornoz que había dejado en el suelo la noche anterior y se lo puso. Lo importante era actuar de forma reflexiva, madura. No podía quedarse abrazada a la almohada y engañarse pensando que allí había habido algo más que sexo. Algo más que una noche de pasión y deseo mutuo.

Inclinó la mejilla hacia el cuello del albornoz y permaneció así durante varios segundos, disfrutando de la fragancia de David impregnada en la tela. Después, se ató el cinturón, salió del dormitorio y bajó las escaleras.

El salón estaba en sombras, pero se filtraban por las ventanas los primeros rayos del sol. David estaba junto a una de las ventanas, mirando hacia fuera mientras el fuego crepitaba a su lado. A.J. sentía la distancia que los separaba como un cráter profundo, ancho y accidentado. Y tardó más tiempo del que debería en recordarse que era eso lo que esperaba y quería. En vez de decir nada, bajó el resto de las escaleras y esperó.

—Pedí que colocaran la chimenea al lado de esta ventana orientada hacia el este para poder ver salir el sol —le explicó David. Se llevó un cigarrillo a la boca y aspiró con fuerza—. Por muchas veces que vea el amanecer, siempre es diferente.

A.J. jamás habría pensado que David era un hombre al que le gustaban los amaneceres. Pero tampoco lo habría juzgado como un hombre que buscara la soledad de las montañas. ¿Cuántas cosas sabía del hombre con el que acababa de pasar la noche?, se preguntó. Hundió las manos en los bolsillos del albornoz y encontró en su interior un pedazo de cartón. A.J. cerró la mano alrededor de la caja de cerillas que David había dejado allí olvidada.

—No suelo tener mucho tiempo para ver salir el sol.

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—Si tengo la suerte de poder estar aquí al amanecer, normalmente descubro que me resulta más fácil resolver cualquier crisis que se me presente a lo largo del día.

A.J. abría y cerraba los dedos nerviosa alrededor de la caja de cerillas.—¿Esperas alguna crisis en particular para hoy?David se volvió para mirarla. A.J. iba descalza y con el albornoz entreabierto.

Sólo era unos centímetros más baja que él, pero, de alguna manera, aquella diferencia bastaba para que la sintiera más femenina, más accesible, decidió, de lo que la recordaba. No podía contestarle que acababa de pensar que estaba en medio de una crisis. Una crisis llamada Aurora Fields.

—¿Sabes? Ayer no tuvimos mucho tiempo de hablar.—No —A.J. se preparó para lo que se avecinaba—, creo que ninguno de los

dos tenía muchas ganas de conversación —y tampoco estaba preparada para hacerlo en aquel momento—. Voy a subir a cambiarme de ropa. Tengo que estar pronto en la oficina.

—Aurora —en aquella ocasión, no alargó el brazo para detenerla. Le bastó con hablar—. ¿Qué sentiste el primer día que entré en tu oficina?

A.J. le miró después de dejar escapar un largo suspiro.—David, ayer por la noche hablé de esa parte de mi vida mucho más de lo

que pretendía.David sabía que era cierto. Y había pasado mucho tiempo preguntándose por

qué sin encontrar respuesta. Pero sabía que ella las tenía. Y estaba dispuesto a presionar para que se las diera.

—Ayer hablaste de que podías entrar en conexión con otras personas, con otras cosas. Y en esta ocasión, ese tipo de conexión me concierne a mí.

—Voy a llegar tarde al trabajo —replicó A.J., y comenzó a subir la escalera.—Tienes la costumbre de huir, Aurora.—No estoy huyendo —giró hacia él, apretando los puños dentro de los

bolsillos del albornoz—. Sencillamente, no encuentro ningún motivo para sacar otra vez ese tema. Es algo personal, es asunto mío.

—Pero me concierne a mí —añadió con calma—. Ayer por la noche entraste en mi dormitorio y dijiste que habías soñado con él, ¿no es cierto?

—No… —quería negarlo, pero nunca se le había dado bien mentir. El hecho de no ser capaz de hacerlo, incrementó su enfado—. Sí, los sueños no son tan fáciles de controlar como los pensamientos conscientes.

—Cuéntame qué soñaste.Pero A.J. no estaba dispuesta a contárselo todo. Se clavó las uñas en las

palmas de las manos.—Soñé con tu dormitorio. Podría habértelo descrito antes de entrar. ¿Quieres

examinarme con el microscopio o prefieres dejarlo para más tarde?—Nunca me ha gustado la autocompasión —A.J. suspiró y David subió hasta

el descansillo de la escalera—. Tú ya sabías que íbamos a ser amantes.La expresión de A.J. se tornó fría, casi desinteresada.—Sí.—Y aquel día, en tu oficina, cuando te enfadaste conmigo y estabas frustrada

con la actitud de tu madre y nos dimos la mano, también lo sabías —alargó la

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mano hacia ella, le hizo abrir el puño y presionó palma contra palma.A.J. estaba apoyada contra la pared con la mano atrapada en la de David.

Estaba cansada, agotada, y comenzaba a sentirse acorralada.—¿Qué estás intentando demostrar? ¿Alguna teoría para tu documental?¿Cómo reaccionaría A.J. si le dijera que se había dado cuenta de que sólo

sacaba las garras cuando se sentía vulnerable?—Lo sabías —repitió, dejando rezumar todo su veneno—, y te asustaba.

Quiero saber por qué.—Porque tenía la fuerte premonición de que iba a terminar haciendo el amor

con alguien que ya había decidido que era detestable. ¿Te parece razón suficiente?—Para irritarte o para enfadarte, quizá, pero no para tener miedo. La noche

que volvimos en la limusina, tuviste miedo, y volviste a tenerlo anoche cuando entraste en el dormitorio.

A.J. intentó apartar el brazo.—Estás exagerando.—¿De verdad? —dio un paso hacia ella y posó la mano en su mejilla—.

También ahora tienes miedo.—Eso no es verdad —abrió deliberadamente la otra mano—. Estoy enfadada

porque me estás presionando. Somos dos adultos que han pasado la noche juntos. Eso no te da derecho a husmear en mi vida personal o en mis sentimientos.

No, no le daba derecho a nada. Era su primera regla y él mismo la estaba rompiendo. De alguna manera, había olvidado que no tenía ningún derecho, que no podía esperar nada.

—De acuerdo, todo eso es verdad. Pero vi cómo estabas ayer por la tarde después de haber entrado en aquella habitación.

—Eso ya está superado —replicó rápidamente, demasiado rápidamente, quizá—. No tenemos por qué volver a hablar de ese asunto.

Aunque estaba muy lejos de haberle convencido, David lo dejó pasar.—Y también estuve escuchándote anoche. No quiero sentirme responsable

de que vuelva a sucederte nada parecido.—No eres responsable de nada. La única responsable soy yo —hablaba más

tranquila. Los sentimientos impedían ver las cosas con objetividad. Hacía años que lo había descubierto—. Tú no eres el causante de nada, lo soy yo o, si lo prefieres, las circunstancias. David, tengo veintiocho años y he sido capaz de sobrevivir a esto durante toda mi vida.

—Lo comprendo. Y también deberías comprender que yo tengo treinta y seis y hasta hace muy pocas semanas no había estado expuesto a nada parecido.

—Sí, yo también lo comprendo —su voz parecía haberse enfriado—. Y entiendo también que la reacción natural es el recelo, la curiosidad o el escepticismo. La misma reacción con la que uno contempla un espectáculo en el circo.

—No pongas en mi boca cosas que yo no he dicho.El enfado de David les sorprendió a los dos. Tanto que, cuando agarró a A.J.

por los hombros, ésta no protestó.—No puedo hacer nada para evitar cómo han reaccionado otros al enterarse.

Pero yo no soy ellos, maldita sea. Acabo de pasar la noche haciendo el amor

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contigo y ni siquiera sé quién eres. Tengo miedo de tocarte, porque tengo la sensación de que podría hacer saltar todo por los aires. He venido aquí esta mañana porque si me hubiera quedado a tu lado un minuto más, habría terminado haciendo el amor contigo aunque estuvieras medio dormida.

Antes de darse tiempo a sopesar su propia reacción ante aquellas palabras, A.J. alzó las manos para impedirle continuar.

—No sé lo que quieres.—Yo tampoco —intentando controlarse, relajó la presión de las manos sobre

sus hombros—. Y eso ya es un principio. A lo mejor necesito algún tiempo para averiguarlo.

Tiempo. Distancia. A.J. se recordó a sí misma que eso era lo mejor. Asintió y dejó caer las manos.

—Me parece razonable.—Pero eso no quiere decir que quiera pasar ese tiempo lejos de ti.A.J. sintió un escalofrío recorriendo su espalda, no sabía si por la emoción, la

ansiedad o el frío.—Jamás había pasado una noche como la que he pasado contigo.La debilidad llegó casi inmediatamente, pero A.J. la venció con la misma

inmediatez.—No tienes por qué decir eso.—Ya lo sé —rió sin ganas y le acarició los hombros—. De hecho, no me

resulta fácil admitirlo. Pero el caso es que es verdad. Siéntate un momento—. la instó a sentarse a su lado, en un escalón—. Anoche no tuve mucho tiempo para pensar porque estaba completamente… atónito —decidió. A.J. no pareció relajarse cuando le pasó el brazo por los hombros, pero, por lo menos, no se apartó—. Pero durante esta última hora he estado pensando mucho. He encontrado en ti muchas más cosas que en otras muchas mujeres. Incluso sin tener en cuenta tu peculiaridad. Y creo que lo que quiero es tener oportunidad de conocer a la mujer con la que pretendo pasar mucho tiempo haciendo el amor.

A.J. se volvió para mirarle. El rostro de David estaba muy cerca del suyo y le pasaba el brazo por los hombros con más delicadeza de la que esperaba. Nunca le había parecido un hombre delicado. Lo que David transmitía era autoridad y poder.

—Me temo que estás dando muchas cosas por sentadas.—Sí, es cierto.—Creo que no deberías hacerlo.—Es posible. Pero te deseo y tú me deseas. Podemos empezar con eso.Por lo menos, parecía algo sencillo.—No habrá promesas.La sorpresa se disparó en su mente a una velocidad que le desconcertó.—Nada de promesas —se mostró de acuerdo, recordándose a sí mismo que

ésa siempre había sido la regla número dos.A.J. sabía que no debería mostrarse de acuerdo. Lo más inteligente, lo más

seguro, era dejar las cosas como estaban. Una noche de pasión, nada más. Pero se descubrió a sí misma relajándose contra él.

—El negocio y nuestra relación personal estarán completamente separados.

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—Completamente.—Y cuando uno de nosotros comience a sentirse incómodo con el curso que

van tomando las cosas, romperemos sin escenas y sin resentimiento.—De acuerdo. ¿Quieres que lo pongamos por escrito?A.J. curvó los labios en una sonrisa.—Deberíamos. Todo el mundo sabe que los productores no son gente en la

que se pueda confiar.—De la misma forma que es notorio el cinismo de los agentes.—La prudencia —le corrigió A.J., pero alzó la mano para acariciarle la mejilla

—. Al fin y al cabo, nos pagan para que hagamos de malos. Y hablando de agentes, no terminamos nuestra conversación sobre Clarissa.

—Éste no es momento para hablar de negocios —le recordó.Tomó su mano y se la llevó a los labios.—No intentes cambiar de tema. Tenemos que resolver esto.—Entre las nueve y las cinco.—De acuerdo, llámame a mi oficina y… Oh, Dios mío…—¿Qué ocurre?—Mis mensajes —se llevó las manos a la cabeza y se levantó de un salto—.

No he oído mis mensajes.—Lo dices como si se tratara de una emergencia nacional —musitó David

mientras se levantaba también él.—Apenas estuve dos horas en la oficina y pedí que cambiaran todas mis

citas. ¿Dónde está el teléfono?—Haré todo lo posible para que pienses que ha merecido la pena.—David, no estoy de broma.—Yo tampoco —sonriendo, deslizó la mano por la solapa del albornoz y lo

abrió.A.J. sintió que se le licuaban las piernas.—David —volvió la cabeza para esquivar sus labios, pero pronto se encontró

con un problema más serio, porque no tenía manera de defender su cuello—. Sólo será un momento.

—Te equivocas —le desabrochó el cinturón—. Esto nos va a llevar mucho más tiempo.

—Por lo que ahora mismo sé, es posible que tenga una reunión a la hora del desayuno.

—Por lo que ahora mismo sabes, no tienes ninguna cita hasta las doce —A.J. deslizó la manos bajo la camisa de David y le acarició la espalda—. Y los dos sabemos que deberíamos hacer el amor ahora mismo.

—Después —comenzó a decir A.J., pero suspiró junto a sus labios.—Antes.El albornoz cayó a sus pies. La negociación había terminado.

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Capítulo 8

A.J. debería haberse sentido satisfecha. Relajada. Durante los diez días que siguieron a su primera noche con David, su relación había fluido suavemente. Cuando sus respectivas agendas se lo permitían, pasaban la noche juntos. Había habido veladas de paseos tranquilos por la playa, de restaurantes elegantes y de cenas en casa. La pasión que los había unido no se desvanecía. Al contrario, parecía crecer e intensificarse, obligándolos a sofocarla. David la deseaba tan completa y desesperadamente como un hombre podía desear a una mujer. A pesar de la multitud de cosas que le generaban inseguridad, de eso A.J. estaba completamente segura.

Debería haberse sentido relajada. Pero estaba hecha un manojo de nervios.Día tras día reconstruía aquellas defensas que para ella eran como una

segunda piel y cada noche, David las derribaba. No podía permitirse el lujo de no proteger sus sentimientos frente a lo que, según su propia descripción, sólo era una aventura. Continuarían viéndose siempre y cuando disfrutaran juntos. Sin promesas. Sin compromisos. Necesitaba estar preparada para cuando David quisiera dejarla.

Era como estar esperando un desastre inevitable. Aquella pasión que ardía con tanta fuerza terminaría apagándose y no les quedaría nada más. Eran completamente diferentes. A David le gustaba leer ensayos y gruesas novelas de autores socialmente comprometidos. A.J. se decantaba por las novelas de misterio y los grandes éxitos. David le llevó a un festival de cine extranjero, lleno de simbolismo y subtítulos. Ella elegía reposiciones de Gene Kelly y Judy Gardland. Cuanto más se conocían, más distancia veía A.J. entre ellos. La pasión era el imán que los unía, pero era consciente de que su poder no perduraría. Y por propia necesidad de supervivencia, tenía que estar preparada para cuando aquello ocurriera.

Por lo que se refería a su relación laboral, lo único que había tenido que hacer había sido continuar tratando al David Brady productor. A.J. se alegraba de conocer todos los ángulos y recovecos de aquella faceta de su relación. Después de escuchar las ideas de David sobre el papel que Clarissa podía jugar en el documental, había permitido que rodara unas escenas extras. A cambio de un precio, claro. No era dinero lo que A.J. le había pedido, sino la promesa de promocionar el próximo libro de Clarissa, que se publicaría a mitad del verano.

Habían sido dos días de calurosas negociaciones, negativas, acuerdos y compromisos. Clarissa podría hacer publicidad de su libro directamente en el documental y aparecería además una reseña semanal en un programa de libros de la cadena pública para la que David trabajaba. A cambio, él podría volver a rodar a Clarissa en el estudio y entrevistar también a Alice Van Camp. Los dos se habían levantado de la mesa de negociación con la sensación de haber ganado.

Para Clarissa, nada de aquello tenía ninguna importancia. Ella ya estaba

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suficientemente ocupada con sus plantas, sus recetas y, para creciente consternación de A.J., con sus planes de boda. Recibió la noticia sobre la promoción que A.J. había conseguido con un distante:

—Es estupendo, cariño.Al que siguió una pregunta sobre si debería hacer ella misma la tarta de su

boda.—Mamá, una reseña especial en Los libros hablan no es sólo algo estupendo.A.J. giró en el aparcamiento del estudio frustrada después de aquellos

cuarenta y cinco minutos de trayecto durante los cuales Clarissa y ella habían sido incapaces de comprenderse.

—Sí, estoy segura de que será muy bueno para el libro. En la editorial me han dicho que ya están enviando las primeras copias por adelantado. Aurora, ¿crees que el jardín sería el lugar adecuado para la boda? Pero tengo miedo de que eso pueda afectar a mis azaleas…

A.J. maniobró en el aparcamiento con el ceño fruncido.—¿Cuántas copias piensan enviar?—La verdad es que no estoy segura. Supongo que lo habré dejado escrito en

alguna parte. Además, es posible que llueva. En junio el tiempo es completamente impredecible.

—Asegúrate de que envíen por lo menos tres. Una para… ¿En junio? —se le resbaló el pie del embrague y detuvo el coche precipitadamente—, pero eso es el mes que viene…

—Sí, y tengo docenas de cosas que hacer. Docenas.A.J. se volvió hacia ella aferrándose al volante.—¿Pero no dijiste algo sobre que pretendías casarte en otoño?—Supongo que sí. Ya sabes que mis crisantemos están en su mejor momento

en octubre, pero Alex está… —se sonrojó y se aclaró la garganta—, un poco impaciente. Aurora, no sé conducir, pero creo que deberías girar la llave del encendido hacia la izquierda.

Farfullando, A.J. sacó la llave del encendido.—Mamá, estás hablando de casarte con un hombre al que conoces desde

hace menos de dos meses.—¿De verdad crees que el tiempo es algo tan importante? —le preguntó

Clarissa con una sonrisa dulce—. Yo creo que lo más importante son los sentimientos.

—Los sentimientos pueden cambiar —pensó en ella misma y en David.—En esta vida, no tenemos nada garantizado, cariño —Clarissa alargó la

mano para cubrir la de su hija—. Ni siquiera las personas como tú y como yo.—Eso es algo que me preocupa.Iba a hablar con Alex Marshall, se prometió mientras abría la puerta del

coche. Su madre estaba actuando como una adolescente enamorada de la estrella del equipo de fútbol del instituto. Alguien tenía que ser sensato en aquella familia.

—Pues no tienes nada de lo que preocuparte, A.J., de verdad —le aseguró Clarissa mientras salía a la acera—. Sé lo que estoy haciendo. Pero, por supuesto, puedes hablar con Alex.

—Mamá —A.J. suspiró y se cruzó de brazos—, claro que tengo que

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preocuparme. Y recuerda que no tienes derecho a leerme el pensamiento.—No me hace falta hacerlo, lo llevas escrito en la cara. ¿Llevo bien el pelo?A.J. se volvió y le dio un beso en la mejilla.—Estás preciosa.—Oh, eso espero —Clarissa soltó una risa nerviosa mientras se acercaban a la

puerta del estudio—. Me temo que últimamente me he vuelto muy presumida. Pero supongo que es lógico. Alex es un hombre muy atractivo, ¿verdad?

—Sí —respondió A.J. con cierto recelo.Era un hombre atractivo, educado, amable y muy agradable. Pero A.J. no se

daría por satisfecha hasta que le encontrara algún defecto.—Clarissa…Apenas habían entrado en el interior del estudio cuando Alex se acercó a

grandes zancadas hacia ellas. Parecía un hombre acercándose a un preciado tesoro durante mucho tiempo perdido.

—Estás guapísima.Tomó las manos de Clarissa y miró a A.J. como si estuviera a punto de

levantar a su madre en brazos y salir corriendo de allí.—Señor Marshall —con la voz deliberadamente fría, A.J. le tendió la mano.—Señorita Fields.Con evidente desgana, Alex soltó las manos de Clarissa para saludar a A.J.—Tengo que reconocer que está usted mucho más volcada con su trabajo que

mi propio agente. Pensaba ser yo el que trajera hoy a Clarissa.—Le da demasiada importancia a todo esto —intervino Clarissa, intentando

suavizar las cosas entre ellos—. Y me temo que yo soy tan despistada que tiene que recordarme hasta el último detalle cada vez que tengo una de estas entrevistas en televisión.

—Lo único que tienes que hacer es relajarte —le aconsejó A.J.—. Yo ahora iré a ver si está todo preparado.

Miró el reloj y se dirigió hacia la puerta del estudio justo en el momento en el que estaba saliendo David.

—Buenos días, señorita Fields —aquel recibimiento formal fue acompañado por la caricia de sus dedos sobre su muñeca—, ¿qué la trae hoy por el estudio de grabación?

—Vengo a cuidar a mi cliente, Brady. Está…Miró por encima del hombro y las palabras se le quedaron atragantadas. Allí

estaba su madre, en medio del pasillo, envuelta en un apasionado abrazo con Alex. A.J. se la quedó mirando de hito en hito, sintiendo que la invadían docenas de sentimientos que no era capaz de identificar.

—Tu cliente parece saber cuidarse muy bien sola —musitó David. Como A.J. no contestó, la condujo hasta una habitación que había al final del pasillo—. ¿Quieres sentarte?

—No, no debería…—Intenta ocuparte de tus propios asuntos.El enfado sustituyó rápidamente a la sorpresa.—Da la casualidad de que estamos hablando de mi madre.—Tienes razón —David se acercó a la máquina del café y sacó dos vasitos de

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plástico—, no de tu pupila.—No pienso quedarme aquí sentada mientras ella, mientras ella…—¿Mientras ella disfruta? —sugirió David y le tendió un café.—Ahora mismo mi madre no está en condiciones de pensar —A.J. se bebió

medio café de un solo trago—. Se está dejando llevar por los sentimientos, por un capricho. Y en realidad…

—Está enamorada.A.J. se terminó el café y lanzó el vaso a la papelera.—Odio que me interrumpas.—Lo sé —David sonrió de oreja a oreja—. ¿Por qué no disfrutamos esta

noche de una velada tranquila? Podemos ir a tu casa. Empezaremos haciendo el amor en el salón, después seguiremos en el dormitorio y regresaremos de nuevo al salón.

—David, Clarissa es mi madre y estoy muy preocupada por ella, debería…—Deberías preocuparte más de ti misma —posó las manos en su cintura—. Y

de mí —comenzó a acariciarle la espalda—. Deberías estar mucho más preocupada por ti.

—Lo que quiero es que tú…—Estoy comenzando a convertirme en un experto en todos tus deseos —rozó

sus labios, se apartó y volvió a besarla—. ¿Sabes? Siempre que empiezo a hacerlo, te tiembla la respiración —bajó la voz hasta adoptar un tono persuasivo, seductor—. Después, es tu cuerpo el que empieza a temblar.

Débil, más débil de lo que debería haberse sentido nunca, A.J. posó las manos en su pecho.

—David, creo que llegamos a un acuerdo. Tenemos que separar el trabajo del placer.

—Denúnciame —volvió a besarla, en aquella ocasión fue un beso provocativo, tentador, y al mismo tiempo deslizó la mano por debajo de la chaqueta—. ¿Qué llevas aquí debajo, A.J.?

—Nada importante —se inclinó hacia delante—. Lo digo en serio, David. Lo dejamos muy claro —David deslizó la lengua por su labio inferior—. Nada de mezclar el trabajo con… Oh, maldita sea.

Se olvidó del trabajo, los acuerdos y las responsabilidades para besarle.Y David sació aquella ansiedad, aquella añoranza que sólo él podía

despertar. En un momento de abandono, A.J. dejó de lado lo que debería haber sido y buscó a tientas lo que podría ser.

La boca de David era dura y se mostraba tan ansiosa como la primera vez. El deseo no se extinguía. Sus manos eran tan fuertes, tan posesivas y demandantes como siempre. No importaba que la habitación fuera diminuta, ni que oliera a tabaco y a café. Los sentidos de ambos estaban completamente concentrados en la cercanía del otro. En el perfume dulce y punzante de sus cuerpos; en sus sabores oscuros y exóticos.

A.J. le rodeó el cuello con los brazos, hundió los dedos en su pelo y abrió su boca hambrienta y anhelante a sus labios.

—Oh, perdón.Clarissa se quedó en el marco de la puerta, bajó la mirada y se aclaró la

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garganta. No debía mostrarse excesivamente complacida, se recordó. Y, seguramente, tampoco sería sensato que hiciera ningún comentario sobre el hecho de que las vibraciones que había en aquella habitación parecían capaces de derretir el más duro de los metales.

—He pensado que os gustaría saber que ya pueden empezar a grabarme.A.J. se estiró la chaqueta, intentando recuperar la dignidad.—Muy bien. Ahora mismo voy —esperó a que la puerta se cerrara para

soltar un juramento.—Ahora ya habéis empatado —comentó David divertido—. Tú la has pillado

a ella y ella te ha pillado a ti.A.J. le dirigió una mirada con la que podría haberle desollado.—Esto no tiene ninguna gracia.—¿Sabes una de las cosas que he descubierto sobre ti durante estos días, A.J.?

Que te tomas a ti misma demasiado en serio.—Es posible —agarró el bolso que había dejado en el sofá e intentó abrirlo

con dedos torpes—. ¿Pero se te ha ocurrido pensar lo que podría haber pasado si hubiera sido uno de los miembros del equipo el que hubiera abierto esa puerta?

—Hubieran visto a su productor besando a una mujer muy atractiva.—Te habrían visto besarme durante un rodaje. Eso es algo muy poco

profesional. Antes de que hubiera llegado la hora del almuerzo, todo el equipo estaría especulando y rumoreando sobre nuestra relación personal.

—¿Y?—¿Y? —A.J. le miró exasperada—. David, eso es precisamente lo que

pretendíamos evitar. No queremos que comience a haber rumores sobre nuestra relación.

David la escuchó con atención, arqueó las cejas y la miró con los ojos entrecerrados.

—No recuerdo que habláramos de eso.—Claro que hablamos de eso —se colocó el bolso bajo el brazo e

inmediatamente deseó tener algo entre las manos—, justo al principio.—Lo único que yo recuerdo es que pretendíamos mantener nuestra vida

privada y nuestra vida profesional separadas.—Eso es justo lo que acabo de decir.—Lo que yo he entendido es que pretendes mantener nuestra relación en

secreto.—No quiero terminar apareciendo en un artículo del Variety.David hundió las manos en los bolsillos. No podía haber explicado por qué

estaba enfadado. Sólo sabía que lo estaba.—Para ti nunca hay término medio, ¿verdad?A.J. abrió la boca para protestar, pero casi inmediatamente la cerró.—Supongo que no —soltó un largo suspiro y dio un paso adelante—. Quiero

evitar las especulaciones, y también quiero ahorrarme las miradas de compasión cuando la situación cambie.

No hacía falta tener telepatía para saber que A.J. había estado esperando que la situación cambiara, no, que se terminara, casi desde el primer momento. Y saberlo le produjo un inesperado y en absoluto grato dolor.

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—Ya entiendo. En ese caso, intentaremos hacer las cosas a tu manera —se acercó a la puerta y la abrió—. Ahora, será mejor que vayamos a fichar.

No, no podía haber explicado por qué estaba enfadado. De hecho, era consciente de que no debería estarlo. Las normas que A.J. había marcado eran lógicas y, además, le ponían las cosas más fáciles. O deberían habérselas puesto. A.J. no estaba haciendo demandas y tampoco aceptaba que le exigieran nada. Ésos eran los términos que él mismo habría impuesto en cualquier otra relación. A.J. se negaba a permitir que los sentimientos interfirieran en el trabajo, algo que él había hecho repetidas veces en el pasado.

El problema era que habían cambiado sus sentimientos.Cuando hubo que detener el rodaje por culpa de dos focos defectuosos,

David se recordó a sí mismo que era él el que tenía un problema. Una vez aceptado eso, tendría que buscarle una solución. Una posible solución era aceptar los términos en los que habían establecido su relación. La otra era cambiarlos.

David observó que A.J. cruzaba la habitación para acercarse a Alex con paso firme y fría mirada. Con el traje que se había puesto aquella mañana, parecía exactamente lo que era: una exitosa mujer de negocios que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Recordó entonces el aspecto que tenía cuando hacían el amor: esbelta, resplandeciente y tan peligrosa como una bomba de neutrones.

David sacó un cigarrillo y encendió una cerilla con un gesto de violencia contenida. Iba a tener que elaborar un plan para llevar a cabo la solución número dos.

—Señor Marshall.A.J. tenía el discurso preparado y la determinación en su punto álgido.

Intentando esbozar una sonrisa amable, interrumpió la conversación de Alex con uno de los miembros del equipo.

—¿Puedo hablar un momento con usted?—Por supuesto —como en realidad era algo que esperaba, Alex la agarró del

brazo como un caballero chapado a la antigua y añadió—: creo que tenemos incluso tiempo para ir a tomar un café.

Se acercaron juntos a la habitación en la que A.J. había estado horas antes con David. En aquella ocasión, fue A.J. la que sirvió el café y le ofreció una taza a su interlocutor. Pero antes de que hubiera tenido oportunidad de empezar el discurso que había preparado, Alex le dijo:

—Supongo que querrá hablar de Clarissa —sacó un puro—. ¿Le importa que fume?

—No, por supuesto que no. La verdad, señor Marshall, es que tengo muchas ganas de que hablemos de Clarissa.

—Sí, ella ya me comentó que le incomodan nuestros planes de matrimonio —dio varias caladas al puro, hasta que consideró que estaba suficientemente encendido—. Admito que en un primer momento me sorprendió, hasta que me explicó que, además de ser su agente, es usted su hija. ¿Nos sentamos?

A.J. miró el sofá con el ceño fruncido y después miró a Alex. Las cosas no estaban saliendo tal como las había planeado. Se sentó en uno de los extremos del sofá y él ocupó el otro.

—Me alegro de que Clarissa se lo haya contado. Eso simplifica las cosas.

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Supongo que ahora comprenderá por qué estoy preocupada. Mi madre es muy importante para mí.

—Y para mí.Cuando Alex se reclinó en el sofá, A.J. estudió su perfil. No era difícil darse

cuenta de por qué se había enamorado su madre de él.—Supongo que usted entiende mejor que nadie por qué es tan fácil

enamorarse de Clarissa —dijo Alex.—Sí —A.J. bebió un sorbo de café. ¿Qué era lo que pensaba decir? Tomó aire

e intentó retomar su discurso—. Clarissa es una mujer maravillosa, una persona muy especial. La cuestión es que se conocen desde hace muy poco tiempo.

—Sólo me hicieron falta cinco minutos —respondió Alex con sencillez mientras A.J. continuaba intentando averiguar las palabras más adecuadas—. Señora Fields —continuó y le sonrió—. A.J., no me siento cómodo llamándote «señora Fields». Al fin y al cabo, voy a ser tu padre adoptivo.

¿Su padre adoptivo? La verdad era que A.J. ni siquiera había pensado en ello. Dejó la taza de café que se estaba llevando a los labios a medio camino y se le quedó mirando fijamente.

—Tengo un hijo de tu edad —fue Alex el que continuó hablando—, y una hija que casi tiene los mismos años que tú, así que creo que comprendo lo que sientes.

—Pero…esto no tiene nada que ver con mis sentimientos.—Claro que sí. Clarissa te quiere tanto como quiero yo a mis hijos. Pase lo

que pase, Clarissa y yo vamos a casarnos, pero ella sería mucho más feliz si no fueras tan reacia a la idea.

A.J. fijó la mirada en la taza de café, frunció el ceño y dejó la taza sobre la mesa.

—No sé qué decir. Pensaba que lo tenía muy claro, señor Marshall, perdón, Alex. Tú has sido periodista durante veinticinco años de tu vida, has viajado por todo el mundo y has visto cosas increíbles. Clarissa, sin embargo, a pesar de sus extraordinarias capacidades, es una mujer muy sencilla.

—Y una mujer sorprendentemente tranquila y sosegada para un hombre que ha vivido al límite durante demasiado tiempo. Yo ya estaba pensando en retirarme cuando la conocí —se echó a reír al recordar su sorpresa cuando Clarissa se lo había comentado—. Era algo de lo que no había hablado con nadie, ni siquiera con mis propios hijos. Llevaba tiempo buscando algo distinto, algo más que grandes titulares e historias rompedoras. Y después de estar con Clarissa, comprendí lo que estaba buscando. Quería pasar junto a ella el resto de mi vida.

A.J. permanecía en silencio con la mirada clavada en sus manos. ¿Qué más podía pedir una mujer, se preguntó, que un hombre que la amara con tanta entrega? Cualquier mujer podría sentirse afortunada al tener a un hombre que la aceptaba como era, por lo que era y que la amaba precisamente por eso, y no a pesar de ello.

Parte de la tensión desapareció. Alzó la mirada y le sonrió.—Alex, ¿mi madre te ha preparado ya alguna cena?—Dios mío, sí —a pesar de la seriedad de su voz, había un brillo de

diversión en su mirada—, varias veces. De hecho, me ha dicho que ya tiene una

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salsa de espagueti preparada para esta noche. Creo que las comidas de Clarissa son… tan originales como ella.

Con una risa, A.J. volvió a tenderle la mano.—Creo que mi madre ha tenido mucha suerte.Alex le tomó la mano y la sorprendió inclinándose para darle un beso en la

mejilla.—Gracias.—No le hagas daño —susurró A.J.Le estrechó la mano durante unos segundos, recobró rápidamente la

compostura y se levantó.—Ahora será mejor que volvamos. Supongo que se estará preguntando

dónde estamos.—Tratándose de Clarissa, supongo que en realidad ya lo sabe.—¿Eso no te molesta? —se detuvo y volvió a alzar la mirada hacia él—. ¿No

te molesta que tenga esa sensibilidad?—¿Por qué iba a molestarme? Eso forma parte de lo que Clarissa es.—Sí —intentó no pensar en sí misma, pero no consiguió evitarlo—, es cierto.En cuanto regresaron al estudio, Clarissa se volvió hacia ellos. No tardó ni

una décima de segundo en sonreír. Como ya era una vieja costumbre, A.J. le dio un par de besos en las mejillas.

—De todas formas, hay algo en lo que debo insistir —comenzó a decir sin ningún preámbulo.

—¿Y qué es?—Que quiero ser yo la que se encargue de preparar tu boda.Clarissa se sonrojó de alegría, a pesar de sus protestas.—Eres muy amable, cariño, pero no quiero que te tomes ninguna molestia.—Tendré que hacerlo, mamá. Tu te encargarás del vestido, del ajuar y de

estar guapísima el día de tu boda, y yo me encargaré del resto —volvió a besarla—. Por favor.

—Si de verdad es eso lo que quieres…—Claro que es eso lo que quiero. Dame una lista de invitados y yo me

encargaré de todos los detalles. Eso es lo que mejor se me da. Creo que te reclaman.

Volvió a abrazar a su madre antes de urgiría a dirigirse al estudio de grabación. Después se dispuso a ver el rodaje.

—¿Te encuentras mejor? —musitó David cuando se acercó a ella.—Algo mejor, sí —no podía admitir que tenía ganas de llorar y se sentía

completamente fuera de lugar—. En cuanto acabe el rodaje, empezaré a hacer planes de boda.

—Eso puedes dejarlo para mañana —A.J. le miró desconcertada y David le aclaró—: Esta noche pretendo mantenerte ocupada.

David era un hombre de palabra. A.J. apenas había llegado a su casa y estaba abriendo la agenda para llamar a diferentes servicios de catering cuando sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir con la agenda en la mano.

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—David —dejó el dedo en la hoja que estaba consultando—. Me habías dicho que tenías cosas que hacer.

—Ya las he hecho. ¿Qué hora es?—Son las siete menos cuarto. No te esperaba hasta las ocho.—En ese caso, ya estamos fuera del horario de trabajo —bromeó, y comenzó

a desabrocharle la blusa.A.J. no pudo menos que sonreír.—Sí.—¿Y si no contestas el teléfono tu contestador se activará a los cuatro

timbrazos?—A los seis, pero no espero ninguna llamada —se acercó a él y deslizó las

manos por su pecho—. ¿Tienes hambre?—Sí.Intentó ponerse a prueba, comprobar durante cuánto tiempo podría estar

separado de ella. Al parecer, no aguantaba más de treinta segundos.—En la cocina no hay nada especial, excepto un poco de pescado congelado

—cerró los ojos mientras David deslizaba los labios por su barbilla.—En ese caso, tendré que buscar otra manera de satisfacer mi apetito —le

desabrochó la falda, que cayó al suelo, y posó las manos en sus caderas.A.J. ya le estaba quitando el jersey por encima de la cabeza.—Estoy segura de que encontraremos la manera de solucionarlo.David tenía todos los músculos en tensión mientras A.J. deslizaba las manos

por su pecho. Con la blusa medio desabrochada y unas medias que le llegaban hasta la mitad de los muslos, se estrechó contra él. Quería que le bastara en pensar en hacer el amor con ella para arder de deseo. Interrumpió su beso para tomar aire y clavó los dedos en la espalda de David cuando éste tomó con las manos completa posesión de su cuerpo.

Las piernas se le doblaron y tuvo que reclinarse contra él, pero David no cedió. Había estado conteniéndose durante horas y horas, observándola mientras ella permanecía remilgadamente sentada en el estudio tomando notas en su agenda. En aquel momento era sólo suya, estaba húmeda, excitada y, por primera vez desde la primera vez que habían hecho el amor, se sentía deliciosamente débil.

David la abrazó con fuerza y se deslizó con ella hasta el suelo.A.J., que no esperaba aquel asalto de sensualidad, se sentía impotente ante el

torbellino de sensaciones que se desencadenó en su interior. David continuó acariciándola movido por la desesperación, alzándola hasta las cumbres de aire claro y arrastrándola hasta el fondo de los valles en los que el aire se hacía tan pesado que resultaba casi irrespirable. Intentaba aferrarse a él, pero le fallaban las fuerzas.

Temblaba por él. Solamente aquello ya fue suficiente como para enloquecerlo. Susurraba su nombre como si no fuera capaz de evitarlo y David quería oírlo una y otra vez. Quería tener la certeza de que A.J. no era capaz de pensar en ninguna otra cosa. Y cuando ambos se desprendieron del resto de la ropa que llevaban puesta, se hundió en ella con una violencia contra la que ninguno de ellos podía luchar y supo que no sería capaz de pensar en nada que no fuera ella.

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A.J. se estremeció una y otra vez, pero David continuó abrazándola hasta que llegó la liberación final. E incluso entonces seguía acariciándola, proporcionando un placer inenarrable a cada uno de los centímetros de su cuerpo. La alfombra sobre la que A.J. estaba tumbada era suave y mullida, pero mientras se aferraba a ella con las dos manos, sólo era capaz de sentir las firmes embestidas de su amante. Le oyó susurrar su nombre una, dos veces, y al final abrió los ojos. David se cernía sobre ella con los músculos tensos, resplandecientes por el calor de la pasión. Su respiración era tan agitada como la de A.J. Ella la oyó y la saboreó cuando David se apoderó de sus labios. Después, no oyó nada más que sus propios gemidos mientras los dos se vaciaban en un último orgasmo.

—Me gusta verte desnuda.En cuanto consiguió recuperarse, David se incorporó sobre un codo y le

dirigió una larga mirada.—Pero tengo que admitir que me fascinan esas medias —para demostrárselo,

deslizó el dedo a lo largo de una de ellas.Todavía aturdida tras lo que acababan de compartir, A.J. se movió apenas

contra él.—Son muy prácticas.David rió mientras le mordisqueaba el cuello.—Sí, ésa es una de las cosas que me fascinan de ti. Lo práctica que eres.A.J. le miró con los ojos entrecerrados.—No era eso a lo que me refería —pero como se sentía demasiado bien como

para hacer un problema de algo tan sencillo, se acurrucó contra él.Esa era una de las cosas que más le gustaban a David. Se preguntó si, en el

caso de que le dijera lo cálida y abierta al cariño que se mostraba después de hacer el amor, A.J. volvería a encerrarse en sí misma. Optó por callar y continuó abrazándola, acariciándole la espalda. Cuando minutos después salió de su ligero adormecimiento, la instó a levantarse.

—Vamos a darnos una ducha antes de cenar.—¿Una ducha? —A.J. continuaba con la cabeza apoyada en su hombro—.

¿Por qué no nos vamos directamente a la cama?—Eres insaciable —decidió David, y la levantó en brazos.—David, no me lleves en brazos.—¿Por qué no?—Porque… porque es una tontería.—Sí, siempre me ha parecido una tontería levantar en brazos a mujeres

desnudas —una vez en el cuarto de baño, la dejó en el suelo.—Supongo que tienes mucha costumbre —comentó A.J. secamente y abrió el

grifo con un movimiento brusco.—Llevo tiempo intentando dejarlo —sonriendo, se metió con ella en la

ducha, de manera que el agua empapara su rostros.—¡Mi pelo! —A.J. alzó la mano, pero no pudo impedir que se empapara su

melena.Después, bajó el brazo y le fulminó con la mirada.

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—¿Qué le pasa a tu pelo?—No importa —resignada, tomó la pastilla de jabón y comenzó a

enjabonarse lentamente con ella, bajo la mirada atenta de David—. Pareces muy contento. Esta mañana pensaba que estabas enfadado conmigo.

—¿De verdad? —la verdad era que le habían entrado ganas de estrangularla—. ¿Y por qué iba a estar enfadado? —le quitó la pastilla de jabón para enjabonarla él.

—Cuando estábamos hablando… —comenzó a decir A.J. Sentía el calor y la suavidad del jabón que David deslizaba por su piel—. No importa, me alegro de que hayas venido a mi casa.

Eso era mucho más de lo que David esperaba.—¿De verdad?A.J. sonrió, le pasó los brazos por el cuello y le besó bajo el agua ardiente de

la ducha.—Sí, de verdad. Me gustas, David, cuando no trabajas de productor.Eso también era más de lo que esperaba de ella. Y también mucho menos de

lo que estaba empezando a necesitar.—Y tú también me gustas, Aurora, cuando no eres agente.En el momento en el que A.J. salió de la ducha, sonó el timbre de la puerta.—Maldita sea —tomó una toalla y se envolvió en ella.—Ya abro yo.David se ató una toalla a las caderas y salió antes de que A.J. pudiera

protestar. A.J. soltó un bufido y alargó la mano hacia el albornoz que colgaba del perchero de la puerta. Si era alguien de la oficina, le iba a tocar dar muchas explicaciones para justificar el hecho de que David estuviera abriendo la puerta de su casa medio desnudo. Decidiendo que la discreción era la mejor parte del valor, permaneció donde estaba.

Se acordó entonces de su ropa. Cerró los ojos y gimió al imaginar su ropa desparramada por todo el suelo del salón. Preparándose para lo peor, salió por el pasillo hasta el salón y lo encontró iluminado por la luz de las velas que resplandecían en unos candelabros de plata sobre la mesa de ébano que había al lado de la ventana. Distinguió el brillo de la vajilla de porcelana y el destello del cristal mientras veía a David firmando una factura que le tendía un hombre vestido con un traje negro.

—Espero que todo sea de su absoluta satisfacción, señor Brady.—Estoy convencido de que lo será.—Vendremos a recogerlo a la hora convenida.Inclinó la cabeza mirando hacia David y repitió el gesto al ver a A.J. A

continuación, se dirigió hacia la puerta.—David… —A.J. avanzó vacilante—, ¿qué es esto?David levantó la tapadera de una de las fuentes de plata.—Coq au vin.—¿Pero cómo has…?—Les pedí que vinieran a las ocho en punto —miró el reloj antes de ir a

buscar los calzoncillos—. Han sido muy puntuales.Y con una naturalidad absoluta, se puso los pantalones y los calzoncillos.

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A.J. dio un paso más hacia la mesa.—Es precioso. De verdad —había una rosa solitaria en un jarrón.

Conmovida, alargó la mano hacia ella y la acarició. Inmediatamente, la apartó y entrelazó las manos—. No me esperaba nada parecido.

David se puso el jersey que A.J. le había quitado al poco de llegar a su casa.—En una ocasión me dijiste que te gustaba que te mimaran.Estaba completamente estupefacta, advirtió. ¿De verdad le parecía tan poco

romántico? Sintiéndose también él un poco inseguro, dio un paso hacia ella.—A lo mejor me gusta mimar a los demás de vez en cuando.A.J. se volvió con la garganta cerrada y los ojos llenos de lágrimas.—No —David la agarró por los hombros—, así estás bien.A.J. continuaba luchando consigo misma. Presionó los labios y no volvió a

hablar hasta que no estuvo segura de que la voz no le iba a traicionar.—Ahora mismo vuelvo —dijo, y se volvió para alejarse de allí.Pero David la obligó a volverse y la miró con el ceño fruncido.—¿Qué te pasa? —alzó la mano para acariciar una lágrima que había

quedado atrapada en sus pestañas.—No es nada. Me siento… ridícula. Sólo necesito un momento.David le acarició una lágrima con el pulgar.—No, creo que no debería —la había visto llorar en otra ocasión, pero no

como aquella vez. Había algo distinto en la delicadeza de aquellas lágrimas, algo infinitamente dulce—. ¿Siempre lloras cuando un hombre te invita a cenar?

—No, por supuesto que no. Pero es que… No esperaba que fueras capaz de hacer una cosa así.

David se llevó la mano de A.J. a los labios y sonrió mientras le besaba cada uno de los dedos.

—El hecho de que sea productor no significa que no sea un hombre con clase.—No me refería a eso.Alzó la mirada. David continuaba sonriendo con la mano de A.J. muy cerca

de sus labios. Estaba perdida. A.J. sentía cómo se debilitaba su corazón, como se debilitaba su fuerza de voluntad y crecía el deseo.

—No era a eso a lo que me refería —repitió en un susurro, y tensó los dedos—. David, no quiero desear demasiado.

Sí, era eso lo que David se había imaginado. Cuanto más esperaba uno, más dura era la caída. Él también lo había evitado, quizá por las mismas razones, hasta que había pasado con ella aquella tarde en la playa.

—¿De verdad crees que alguno de nosotros es capaz de detener esto ahora?A.J. pensó en las muchas veces que se había sentido rechazada, en las

muchas veces que la habían tratado con frialdad, con nerviosismo y con miedo. La amistad, el amor, podían cerrarse a la misma velocidad que un grifo. Pero, en aquel momento, David la deseaba. La apreciaba. Y a lo mejor debería bastarle con eso.

—Quizá esta noche sea preferible no pensar en nada.

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Capítulo 9

—Punto número quince, cláusula B. Creo que lo redactado es demasiado vago. Tal como hablamos, mi cliente quiere que se consideren sus derechos y sus responsabilidades como madre. La niñera acompañará a mi cliente a los rodajes y será ella la que corra con los gastos. Sin embargo, tendrá derecho a descansos intermitentes para amamantar a su hijo. La caravana en la que se alojará deberá tener una cuna portátil y… —por tercera vez durante el dictado, A.J. se olvidó de lo que estaba diciendo.

—¿Pañales? —sugirió Diana.—¿Qué?A.J. se apartó de la ventana y miró a su secretaria.—Sólo estaba intentando ayudar. ¿Quieres que te lo vuelva a leer?—Sí, por favor.Mientras Diana leía lo que hasta entonces le había dictado, A.J. bajó la

mirada hacia el contrato que tenía en la mano.—Y un parque —terminó, y consiguió dirigirle una sonrisa a su secretaria—.

Nunca había visto a nadie tan pendiente de su maternidad.—No le pega nada, ¿verdad? Siempre interpreta papeles de rubia sensual y

sin corazón.—Ésta película podría ayudarla a cambiar de imagen. Muy bien,

terminaremos con un «una vez realizados los cambios, mi cliente revisará el contrato antes de firmarlo».

—¿Lo quieres para hoy?—Mmm.—Que si lo quieres para hoy —Diana sonrió sorprendida y miró con atención

a su jefa—. ¿Quieres que enviemos la carta ahora mismo?—Eh, sí, sí, que salga cuanto antes —miró el reloj—. Lo siento, Diana, son

casi las cinco. No me había dado cuenta.—No te preocupes —Diana cerró la libreta y se levantó—. Parece que estás

un poco distraída. ¿Tienes grandes planes para este fin de semana tan largo?—¿Largo?—Es el día del Soldado Desconocido, A.J. —Diana sacudió la cabeza y se

colocó el bolígrafo en la oreja—. Ya sabes, tres días libres. Es el primer fin de semana del verano. Podrás disfrutar de la playa, la arena y las olas.

—No —comenzó a ordenar los papeles que tenía encima del escritorio—. No tengo ningún plan.

Sacudió la cabeza y volvió a mirar a Diana. ¿Distraída? Lo que estaba era hecha un desastre. Tenía montañas de trabajo y no era capaz de concentrarse, ataba nudos que después no sabía deshacer. Volvió a sacudir la cabeza y se obligó a recordar que no estaba ella sola en el mundo.

—Pero seguro que tú sí tienes planes. Así que esa carta tendrá que esperar.

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En cualquier caso, el lunes no habrá correo. La mandaremos el martes con un mensajero.

—La verdad es que tengo un plan muy interesante para estos tres días —Diana miró el reloj—. Y viene a buscarme dentro de una hora.

—Vete a casa —A.J. la despidió con un gesto y comenzó a ordenar los papeles que tenía encima de la mesa—. Y cuidado con el sol.

—A.J. —Diana se detuvo en el marco de la puerta y sonrió de oreja a oreja—, no pienso pasarme tres días tomando el sol.

Cuando Diana cerró la puerta, A.J. se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz. ¿Qué demonios le pasaba? No era capaz de concentrarse durante más de cinco minutos sin distraerse.

¿Sería por exceso de trabajo?, se preguntó mientras bajaba la mirada hacia los documentos que tenía en la mano. No, eso no podía ser. Siempre se había crecido con el trabajo. No estaba durmiendo bien. Estaba durmiendo sola. Pero una cosa no tenía nada que ver con la otra, se aseguró a sí misma mientras cuadraba los papeles. Era una persona suficientemente independiente como para no permitir que le afectara el hecho de que David Brady llevara varios días fuera de la ciudad.

Pero la verdad era que le echaba de menos. Tomó un bolígrafo para ponerse a trabajar y terminó jugueteando con él entre los dedos. No era ningún delito echar de menos a alguien, ¿verdad? Eso no significaba que dependiera de él. Sencillamente, se había acostumbrado a su compañía. Seguro que David sonreiría ufano si supiera la cantidad de horas que pasaba despierta pensando en él. Disgustada consigo misma, A.J. se puso a trabajar con energía. Durante dos minutos.

La culpa era de David, pensó mientras dejaba de nuevo el bolígrafo. De aquella cena romántica y del ramo de margaritas que le había enviado el día que se había ido a Chicago. Aunque luchó contra las ganas de hacerlo, terminó acariciando los pétalos de aquellas flores que tenía sobre el escritorio. David estaba intentando vencerla con aquellos gestos románticos, y lo estaba consiguiendo.

Pero tenía que ponerle punto y final a esa situación. A.J. se puso las gafas, tomó el bolígrafo y se dispuso de nuevo a trabajar. No iba a dedicarle a David Brady ni un solo pensamiento. Pero cuando llamaron a la puerta unos minutos después, se descubrió con la mirada perdida, fija en algún punto del espacio. Parpadeó para salir de su ensimismamiento, soltó una maldición y dijo:

—Adelante.—¿Es que nunca descansas? —le preguntó Abe asomando la cabeza por la

puerta.¿Descansar? Pero si apenas había hecho nada.—Tengo un par de asuntos que cerrar. Abe, habría que renovar el contrato de

Forrester a primeros de julio. Creo que deberíamos empezar presionando. Durante la última temporada, las cartas de sus admiradoras se multiplicaron, así que..

—Me encargaré de ello el martes por la mañana. Ahora tengo que preparar el adobo.

—¿Perdón?—Este fin de semana organizamos una barbacoa en mi casa —le dijo Abe,

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guiñándole el ojo—. Es la única vez al año que mi esposa me deja cocinar. ¿Quieres que te prepare un bistec?

A.J. sonrió, agradeciendo que le hiciera pensar en cosas tan sencillas como el humo, la hierba recién cortada y la carne quemada.

—No, gracias. Tengo demasiado reciente el recuerdo de la última vez.—La culpa la tuvo el carnicero, que me vendió una carne de mala calidad —

se subió el cinturón mientras disfrutaba imaginándose pasando el fin de semana en pantalones cortos.

—Sí, eso es lo que decís todos. Bueno, que disfrutes del fin de semana, Abe. Pero prepárate para apretar el martes.

—Por supuesto. ¿Quieres que cierre yo la oficina?—No, todavía voy a quedarme un rato.—Si cambias de opinión sobre lo del bistec, pásate por casa.—Gracias.De nuevo a solas, A.J. intentó concentrarse en el trabajo. Oyó marcharse a sus

empleados. Las puertas se cerraban, se alejaban las risas.David permanecía observándola en el marco de la puerta. El resto de los

empleados salían en busca del fin de semana a tanta velocidad como podían, pero ella continuaba allí, serena y eficiente detrás del escritorio. La fatiga que le había hecho cabecear en el avión se había desvanecido. A.J. tenía el pelo recogido y el traje sin una sola arruga. Sostenía el bolígrafo con aquellos dedos largos y sin anillos y escribía con movimientos rápidos. Las margaritas que le había enviado días atrás estaban metidas en un jarrón encima del escritorio. Eran el único detalle no profesional de su despacho. Aquello le hizo sonreír. Y le bastó verla para desearla.

Se imaginó haciendo el amor con ella sobre la superficie de aquel escritorio tan ordenado. Le quitaría lentamente el traje de ejecutiva y descubriría debajo la ropa interior de encaje y seda. Con la puerta cerrada y oyendo el zumbido del tráfico, haría el amor con ella hasta satisfacer todos los deseos, todas las fantasías que había alimentado durante los días que había pasado sin ella.

A.J. continuó escribiendo, obligándose a concentrarse cada vez que estaba a punto de distraerse. No le parecía justo que su cerebro hubiera dejado de funcionar sin saber muy bien por qué. Las cifras y los datos que estaba leyendo en aquel momento no deberían dejar espacio para su imaginación calenturienta. Se frotó el cuello, furiosa por la tensión que iba acumulándose en él sin ningún sentido. Habría jurado que podía sentir la pasión en el aire. Pero eso era ridículo.

Entonces lo supo. Lo supo con la misma seguridad con la que lo habría sabido si David hubiera dicho algo, o como si la hubiera tocado. Alzó lentamente la mirada, sin soltar el bolígrafo.

No hubo sorpresa en sus ojos. Posiblemente, a David debería haberle incomodado que hubiera sentido su presencia cuando no había hecho ningún sonido, cuando ni siquiera se había movido. Debería pensar más adelante en los motivos por los que no le había importado. En aquel momento, en lo único que podía pensar era en lo fría y profesional que parecía detrás de su escritorio. Y en lo apasionada y ardiente que era cuando estaba entre sus brazos.

A.J. quería reír, levantarse de un salto y correr a sus brazos. Quería abrazarse

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a él y girar mientras se dejaba inundar por la alegría de verle. Pero, por supuesto, no podía. Habría sido ridículo. Así que se limitó a arquear una ceja y a dejar el bolígrafo en su lugar.

—Así que has vuelto —le dijo.—Sí, y tenía la sensación de que iba a encontrarte aquí.Se moría por levantarla de la silla y abrazarla, sólo abrazarla. Pero hundió las

manos en el bolsillo del pantalón y se apoyó en el marco de la puerta.—¿Una sensación? —en esa ocasión, A.J. sonrió de verdad—. ¿Qué ha sido?

¿Una premonición o telepatía?—Cuestión de lógica —sonrió también y se acercó al escritorio—. Tienes

buen aspecto, Fields. Muy buen aspecto.A.J. se reclinó contra el respaldo de la silla y se permitió el placer de

recorrerle con la mirada.—Tú pareces un poco cansado. ¿Ha sido un viaje muy duro?—Muy largo —sacó una de las margaritas del jarrón y la hizo girar

agarrándola del tallo—. Pero creo que será el último que haga para el documental. ¿Tienes algún plan para esta noche?

Si hubiera tenido alguno, lo habría abandonado para estar con él. Se mordió la lengua y revisó su agenda.

—No.—¿Y para mañana?A.J. pasó la página.—Me parece que no.—¿Y para el domingo?—Hasta los agentes necesitan descansar de vez en cuando.—¿Y el lunes?A.J. pasó una página más y se encogió de hombros.—Las oficinas están cerradas, así que pensaba pasar el día leyendo algunos

guiones y haciéndome la manicura.—Mmm. Por si no lo has notado, el horario de trabajo ha terminado.A A.J. comenzó a latirle violentamente el corazón. Sentía arder la sangre en

sus venas.—Sí, ya lo he notado.David le tendió la mano en silencio. Al cabo de un segundo de vacilación,

A.J. la aceptó y permitió que la levantara.—Ven a mi casa.Se lo había pedido en otras ocasiones y ella siempre se había negado. Pero al

verle en aquel momento, comprendió que los días de aquellas negativas habían pasado. Se agachó para buscar el maletín y el bolso.

—Esta noche no —le advirtió David, y A.J. dejó el maletín donde estaba.—Pero quiero…—Esta noche no, Aurora —insistió. Le tomó la mano y se la llevó a los labios

—. Por favor…A.J. asintió y dejó el maletín en el despacho.Salieron juntos, de la mano, y continuaron así de camino al ascensor. A.J. no

se sentía ridícula, al contrario, le gustaba. David no la había besado, no la había

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abrazado, pero había bastado aquel contacto para que desapareciera toda la tensión con la que A.J. pretendía defenderse.

No le importó dejar el coche en el aparcamiento, pensando que al día siguiente David podía llevarla de nuevo a la oficina. Encantada de poder estar a su lado, se detuvo frente al coche de David mientras éste abría las puertas.

—¿Todavía no has pasado por tu casa? —le preguntó al ver la maleta en el asiento de atrás.

—No.A.J. comenzó a sonreír, emocionada al saber que lo primero que había hecho

al llegar había sido ir a verla, pero mientras se metía en el coche, miró por encima del hombro.

—Yo tengo una maleta igual que ésa.David se sentó en el asiento del conductor y giró la llave en el encendido.—Ésa maleta es tuya.—¿Mía? —A.J. se volvió desconcertada y miró la maleta con atención—. Pero

yo no recuerdo haberte prestado ninguna maleta.—Porque no lo has hecho. Mi maleta está en el maletero —salió del

aparcamiento y se sumó al denso tráfico de Los Ángeles.—Pues si no te la he prestado yo, ¿qué está haciendo mi maleta en tu coche?—De camino hacia aquí, he pasado por tu casa y le he pedido a tu asistenta

que te preparara una maleta.—Una maleta… —clavó la mirada en su equipaje y se volvió hacia él con los

ojos entrecerrados—. Qué valor tienes, Brady. ¿Quién te crees que eres para plantarte en mi casa, hacerme la maleta y pensar que…?

—La maleta la ha hecho tu asistenta. Una mujer muy agradable, por cierto. He pensado que estarías más cómoda durante el fin de semana si pudieras disponer de tu ropa. Había pensado en mantenerte desnuda, pero sabiendo que terminaremos dando algún que otro paseo por el bosque, no me ha parecido del todo bien.

A.J. relajó la mandíbula, pero sólo porque estaba empezando a dolerle.—¿Has pensado? Tú no has pensado nada en absoluto. Te has presentado en

mi despacho dando por sentado que estaría dispuesta a irme contigo a cualquier parte. ¿Qué habría pasado si hubiera tenido otros planes?

—Habría sido una pena —respondió David mientras se encaminaba hacia las montañas.

—¿Una pena para quién?—Para tus planes —presionó el encendedor del coche y sonrió—. Porque no

tengo intención de perderte de vista durante los próximos tres días.—¿Que no tienes intención? —giró en el asiento, absolutamente enfurecida

—. ¿Y qué pasa con mi intención? A lo mejor te crees muy viril haciendo esto, llevándote a una mujer a pasar el fin de semana sin preguntarle, sin hablar antes con ella. Pero sucede que prefiero que me consulten este tipo de cosas. Para el coche.

—No pienso hacerlo.David se esperaba esa reacción. Incluso la deseaba. Sacó el mechero y se

encendió un cigarrillo. Hacía días que no disfrutaba tanto. De hecho, desde la

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última vez que había estado con ella.A.J. soltó aire lentamente.—No le encuentro ninguna gracia a que me secuestren.—Yo tampoco —dejó escapar una bocanada de aire—. Supongo que estaba

equivocado.A.J. se recostó contra el asiento y se cruzó de brazos.—Te vas a arrepentir.—De lo único que me arrepiento es de que no se me haya ocurrido antes.Con el codo apoyado en la ventanilla, continuó conduciendo hacia las

montañas, con una A.J. furiosa a su lado. En el instante en el que detuvo el coche delante de su casa, A.J. empujó la puerta, agarró el bolso y comenzó a andar. Cuando David la agarró del brazo, giró bruscamente y blandió el bolso de cuero como si fuera un arma.

—¿Quieres pelea? —preguntó David divertido.—Jamás te daría esa satisfacción —se desasió de la mano de David—. Me

voy.—¿Ah, sí? —David bajó la mirada hacia la falda estrecha y los tacones—. No

serías capaz de andar ni un kilómetro con esos zapatos.—Eso es problema mío.David pensó en ello un momento y suspiró.—Supongo que en ese caso no me va a quedar otro remedio.Antes de que A.J. pudiera darse cuenta de cuáles eran sus intenciones, le

pasó el brazo por la cintura y se la echó al hombro.Demasiado estupefacta para reaccionar, A.J. resopló para apartarse el pelo de

la cara.—Bájame.—Ahora mismo —le prometió David mientras caminaba hacia la casa.—Bájame inmediatamente —comenzó a golpearle la espalda con el bolso—.

Esto no tiene ninguna gracia.—¿Estás bromeando? —cuando David metió la llave en la cerradura, A.J.

comenzó a retorcerse—. Tranquila, A.J. Vas a terminar dándote un golpe en la cabeza.

—No estoy dispuesta a tolerar esto —intentó comenzar a patear, pero David le agarró las piernas por detrás de la rodilla—. David, esto es degradante. No sé qué te propones, pero si me sueltas ahora, estaré dispuesta a perdonártelo todo.

—No hay trato —comenzó a subir los escalones de la entrada.—Te propongo otro —replicó A.J. entre dientes mientras intentaba en vano

agarrarse a la barandilla—. Si me dejas ahora en el suelo, no te mataré.—¿Ahora?—Sí, ahora.—De acuerdo.Con un rápido movimiento, David se inclinó hacia delante. Con los ojos

abiertos como platos por la sorpresa, A.J. se descubrió casi inmediatamente tumbada junto a él en la cama.

—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó A.J. mientras intentaba sentarse en la cama.

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—Tú —se limitó a decir David con tal sencillez que A.J., que estaba a punto de empujarle, se detuvo en seco—. Tú —repitió, rodeándole el cuello con las manos—. No he dejado de pensar en ti desde que me he ido. Te deseaba en Chicago, te deseaba en el aeropuerto y te deseaba cuando estaba volando en el avión. Y continúo deseándote ahora.

—Pero esto es… esto es una locura.—Quizá. Quizá sea una locura. Pero cuando estaba en ese avión volando

hacia Los Ángeles, me di cuenta de que me habría gustado que estuvieras allí conmigo durante todos estos días.

Le acariciaba el cuello suavemente mientras hablaba, intentando tranquilizarla. Pero A.J. estaba cada vez más nerviosa, más tensa.

—Podías haberme pedido que viniera —comenzó a protestar.—Se te hubiera ocurrido alguna excusa para negarte —hundió las manos en

su pelo—. A lo mejor hubieras aceptado pasar una noche en mi casa, pero seguro que habrías encontrado algún motivo para no quedarte más tiempo.

—Eso no es verdad.—¿No es verdad? ¿Y por qué nunca has querido pasar un fin de semana

conmigo?A.J. se retorció los dedos nerviosa.—Siempre ha habido alguna razón.—Sí —David le tomó las manos—. Y la principal es que tienes miedo de

pasar más de unas horas conmigo.Cuando A.J. abrió la boca para protestar, David sacudió la cabeza,

obligándola a cerrarla.—Lo que te da miedo es que pasemos mucho tiempo juntos y termines

sintiéndote muy unida a mí.—No tengo miedo de ti, eso es ridículo.—No, no tienes miedo de mí. Tienes miedo de nosotros —se acercó a ella—.

Y yo también.—David —musitó con voz temblorosa.El mundo entero pareció temblar de repente. Sólo era la pasión la que los

unía, se recordó de nuevo. Era la pasión la que hacía que la cabeza le diera vueltas y le latiera el corazón. El deseo. Deslizó las manos por su espalda.

—Preferiría que no pensáramos en eso en este momento —rozó los labios de David y sintió su resistencia además de su deseo.

—Antes o después tendremos que hacerlo.—No —volvió a besarle, en esta ocasión, dibujando con la lengua el contorno

de sus labios—. No hay ni un antes ni un después —su aliento cálido y tentador le acariciaba—. Sólo existe el ahora. Haz el amor conmigo, David —deslizó las manos por debajo de su camisa con un gesto indiscutiblemente provocador.

Le miraba fijamente a los ojos mientras sus labios trabajaban lentamente, intentando llevarle hasta el límite. David soltó una maldición, la estrechó contra él y dejó que comenzara la locura.

—Te viene bien.

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—Y también el hígado de ternera —contestó A.J. casi sin respiración mientras se apoyaba contra un árbol—, pero procuro evitarlo.

Habían tomado el camino de detrás de la casa y después de cruzar el arroyo habían continuado subiendo. Por los cálculos de David, habían recorrido ya cerca de un kilómetro. Retrocedió para acercarse a ella.

—Mira —le mostró el paisaje—, es precioso, ¿verdad?El bosque se espesaba en aquella zona, los pájaros revoloteaban de hoja en

hoja y cantaban por el mero placer de hacerlo. Miles de flores silvestres que A.J. no había visto en su vida y a las que no sabía poner nombre batallaban entre ellas bajo los arbustos, buscando la luz del sol. Era, incluso para una urbanita apasionada, un paisaje precioso.

—Sí, es magnífico. Uno tiende a olvidar que existen lugares como éste cuando vive en Los Ángeles.

—Por eso decidí venir a vivir aquí —le pasó el brazo por los hombros y le acarició la espalda con aire ausente—. Estaba empezando a olvidarme de que había algo más que las autopistas.

—Trabajo, fiestas, reuniones, fiestas, almuerzos, comidas y cócteles.—Sí, algo así. En cualquier caso, poder venir aquí después de un día de

trabajo me ayuda a ver las cosas con cierta perspectiva. Por baja que sea la audiencia de un documental, el sol sigue poniéndose cada día.

A.J. pensó en ello mientras se reclinaba contra David.—Cuando no consigo cerrar un trato, vuelvo a casa, cierro las puertas, me

pongo los cascos y escucho a Rachmaninoff.—Supongo que es algo parecido.—Pero normalmente, antes le doy unas cuantas patadas a algo.David se echó a reír y le dio un beso en la frente.—Lo importante es que funcione. Espera a que veas la vista desde la cumbre.A.J. se inclinó para masajearse la pantorrilla.—Creo que te veré de nuevo en casa. Bájame una fotografía.—Tienes que tomar aire. ¿No te das cuenta de que apenas hemos salido de la

cama durante las últimas treinta y seis horas?—Y después de esto, seguramente me pasaré durmiendo otras diez —se

enderezó ligeramente, pero sus músculos protestaron—. Creo que por un día, ya he tenido bastante naturaleza.

David bajó la mirada hacia A.J. En aquel momento, con vaqueros, camiseta y botas, no se parecía nada a la A.J. Fields que él conocía. Pero continuaba sabiendo cómo provocarla.

—Supongo que estoy en mejor forma que tú.—Y un infierno —y se apartó inmediatamente del árbol.Decidida a continuar, A.J. pasó por delante de él a grandes zancadas y siguió

subiendo por aquel camino hasta que tuvo la espalda empapada en sudor. Los músculos de sus piernas protestaban, recordándole que llevaba más de un mes sin jugar al tenis. Al final, dolorida y exhausta, se sentó en una piedra.

—Ya está, renuncio.—Unos cuántos metros más y comenzaremos el camino de vuelta por el otro

lado.

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—No.—A.J., es mucho más corto el camino si damos ese rodeo que si ahora mismo

te das la vuelta.¿Más corto? A.J. cerró los ojos con fuerza, preguntándose qué demonios le

habría pasado para permitir que David la arrastrara por los bosques.—Esta noche voy a dormir aquí. Puedes traerme una almohada y un

sándwich.—Siempre podría bajarte en brazos.A.J. se cruzó inmediatamente de brazos.—No.—¿Y podría funcionar un soborno?A.J. se mordió el labio mientras consideraba aquella posibilidad.—Yo siempre estoy abierta a las negociaciones.—Tengo una botella de Cabernet Sauvignon que he estado guardando para

cuando llegara el momento adecuado.A.J. se frotó una mancha de barro de la rodilla.—¿De qué año?—Del setenta y nueve.—Un buen comienzo. Dentro de doscientos años a lo mejor puedes

sobornarme con ella.—En ese caso, a lo mejor te convence saber que he sacado un filete de

solomillo esta mañana de la nevera y pienso asarlo a la parrilla con madera de mesquite.

—Lo había olvidado —se pasó la lengua por los labios como si ya lo estuviera saboreando—. Eso servirá para hacerme retroceder medio camino.

—Eres dura negociando.—Gracias.—Te regalaré flores, docenas de flores.A.J. le miró arqueando la ceja.—Para cuando vuelva, la florista ya habrá cerrado.—Qué visión más urbanita —replicó David con un suspiro—. Mira a tu

alrededor.—¿Vas a recoger flores para mí?Sorprendida y estúpidamente complacida, A.J. alzó los brazos para rodearle

con ellos el cuello.—Definitivamente, así conseguirás llevarme hasta tu casa.Se echó hacia atrás sonriendo mientras David salía del camino para cortar

unas flores.—Me gustan las azules —le gritó y se echó a reír al oírle rezongar.No esperaba que el fin de semana fuera tan relajado, tan tranquilo. Y no sabía

tampoco que se pudiera disfrutar tanto estando con una sola persona durante tanto tiempo. No había horarios, ni citas, ni presión para cerrar un trato. Lo único que había eran las mañanas, las tardes y las noches.

Le parecía absurdo que algo tan normal como prepararse el desayuno pudiera ser divertido. Había descubierto que dedicar algún tiempo a desayunar en vez de lanzarse a la vorágine de la mañana tenía cierto atractivo… cuando no se

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estaba sola. No tenía ningún guión ni ninguna carta de trabajo de los que ocuparse. Y tenía que admitir que tampoco los echaba de menos. El único desafío intelectual que había tenido durante aquellos dos días había sido el de hacer un crucigrama. E incluso aquel reto, recordó contenta, había sido interrumpido.

En aquel momento, David estaba haciéndole un ramo de flores. Estaba recogiendo flores silvestres de todos los colores, que pondría en un jarrón junto a la ventana, donde lucirían sus luminosos colores. Y el color de la muerte.

Por un momento, dejó de latirle el corazón. Los pájaros cesaron su canto y el aire quedó paralizado como un cristal. Vio a David como si le estuviera estudiando a través de unas lentes. Y mientras le observaba, la luz se tornó gris. Hubo dolor, un dolor afilado y profundo mientras restregaba el puño cerrado contra la roca.

—¡No! —creyó gritar.Pero la palabra había salido de sus labios convertida en un suspiro. Estuvo a

punto de caerse al levantarse de la roca, pero consiguió recuperar el equilibrio y caminar hacia él. Intentó pronunciar dos veces su nombre, hasta que al final consiguió gritar:

—¡No, David, para!David se enderezó y sólo tuvo tiempo de dar un paso hacia ella antes de que

A.J. se arrojara a sus brazos. Era la segunda vez que David veía aquel velo de terror en su mirada. Lo había visto el día que A.J. había entrado en aquella habitación y había visto algo que sólo era visible para sus ojos.

—Aurora, ¿qué te pasa? —la abrazó sin saber cómo podía tranquilizarla—, ¿qué ocurre?

—No cortes más flores, David, no —le clavaba los dedos con fuerza en la espalda.

—De acuerdo, no lo haré —contestó, enmarcándole el rostro entre las manos—. ¿Por qué?

—Les ocurre algo malo a las flores —el terror no cedía. Se llevó la mano al pecho, como si estuviera intentando sofocarlo—. Les ocurre algo malo —repitió.

—Pero si sólo son flores —le mostró las que llevaba en la mano.—No, ésas no, sino ésas de allí. Estabas a punto de ir a cortar esas flores de

allí.David siguió el curso de su mirada hasta una piedra enorme iluminada por

el sol y rodeada de flores. Recordó que estaba a punto de girar hacia aquel rincón cuando A.J. le había gritado.

—Sí, iba a ir hacia allí. Vamos a echarles un vistazo.—No —volvió a agarrarle del brazo—. No las toques.—Tranquilízate —respondió David con calma, aunque también él estaba

empezando a ponerse nervioso.Se agachó para levantar un palo del suelo. Tiró las flores que ya había

cortado, le dio la mano a A.J. y caminó hasta el borde de la roca a través de un lecho de campanillas azules. Oyó entonces el repiqueteo de una serpiente cascabel y sintió el golpe en el palo que sostenía en la mano cuando la serpiente retrocedió para hacerse un ovillo. Sin soltar a A.J. de la mano, continuó sosteniendo el palo frente a él y obligó a A.J. a regresar al camino. Él llevaba unas botas

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suficientemente gruesas como para protegerle de las serpientes que se escondían en aquellas montañas, pero mientras estaba recogiendo flores, nada habría podido proteger sus muñecas y sus manos de la mordedura de una serpiente.

—Quiero que volvamos —musitó A.J.Agradeció que David no le hiciera ninguna pregunta y ni siquiera intentara

tranquilizarla. Si lo hubiera hecho, no sabía cómo habría respondido. Porque A.J. no sólo había descubierto que David estaba en peligro durante aquellos terribles segundos. Había descubierto también que estaba enamorada de él. A pesar de todas las normas que se había impuesto, a pesar de todas las advertencias y precauciones, se había enamorado de él. Eso significaba que David podría hacerle daño y que ella jamás se recuperaría.

De modo que no dijo nada. Como David continuaba en silencio, interpretó su falta de palabras como el primer síntoma de su rechazo. Entraron en la casa por la puerta de la cocina. David sacó una botella de brandy y dos vasos de uno de los armarios. Le sirvió una copa a A.J. y a continuación se bebió su copa de un solo trago.

A.J. bebió un trago, y después otro, y comenzó a tranquilizarse.—¿Quieres que me vaya ya a mi casa?David tomó la botella y volvió a servirse.—¿De qué estás hablando?A.J. tomó el vaso con las dos manos y se obligó a hablar con calma.—La mayor parte de la gente se siente incómoda después de… de esta clase

de episodios. O intentan distanciarse de la persona que los ha originado o intentan diseccionarlos y buscar una explicación para todo —como David no decía nada y se limitaba a mirarla fijamente, A.J. dejó su vaso sobre el mostrador—. No tardaré nada en hacer la maleta.

—Como se te ocurra dar un solo paso —replicó David con una calma mortal—, no respondo de lo que pueda llegar a hacer. Siéntate, A.J.

—David, no quiero que me sometas a un interrogatorio.David dejó su vaso en el fregadero con una violencia inesperada.—¿No crees que ya nos conocemos suficientemente bien? —gritó. Pero A.J.

no sabía si le estaba gritando a ella o se gritaba a él mismo—. ¿Es que no podemos tener una conversación? ¿No somos capaces de tener ninguna clase de contacto que no tenga que ver con el sexo o con el trabajo?

—Llegamos al acuerdo de que…David dijo algo tan vulgar y tan impropio de él sobre los acuerdos a los que

habían llegado que A.J. se quedó sin habla.—Es posible que acabes de salvarme la vida —fijó la mirada en su mano.

Comprendía perfectamente lo que podía haber pasado—. ¿Qué se supone que tengo que decirte ahora? ¿Gracias?

A.J. tragó saliva y retrocedió.—Preferiría que no dijeras nada —farfulló.David se acercó hasta ella, pero no la tocó.—No puedo. Mira, ahora mismo yo también estoy un poco nervioso. Eso no

significa que de repente haya decidido que eres un monstruo —vio la emoción que reflejaban sus ojos antes de alargar la mano hacia su rostro—. Te estoy muy

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agradecido, pero la verdad es que no sé cómo manejar esta situación.—No te preocupes —estaba perdiendo terreno, podía sentirlo—. No

espero…—Pues hazlo —le enmarcó la cara con las dos manos—. Espera, dime qué es

lo que quieres. Dime lo que necesitas en este momento.A.J. intentó no hacerlo. Sabía que si lo hacía, perdería un nuevo punto de

apoyo. Pero David continuaba enmarcando su rostro con una delicadeza hasta entonces desconocida para ella y le estaba ofreciendo todo su apoyo con la mirada.

—Abrázame —le pidió con los ojos cerrados—. Sólo abrázame.David la rodeó con los brazos y la atrajo hacia él. No había pasión, no había

fuego, sólo consuelo. Sintió que A.J. le acariciaba la espalda hasta que por fin estuvieron los dos relajados.

—¿Quieres que hablemos de ello?—Ha sido sólo un fogonazo. Estaba sentada, pensando en lo maravilloso que

había sido estar aquí sin hacer nada. Estaba pensando en las flores, imaginándomelas en la ventana. Pero de pronto, se convertían en flores negras y los pétalos eran como cuchillas. Te he visto inclinándote sobre las campanillas y todo se ha vuelto gris.

—Todavía no me había acercado a ellas.—Pero pensabas hacerlo.—Sí —la abrazó con fuerza—, pensaba hacerlo. Parece que no he podido

cumplir la última parte del trato. No voy a poder regalarte flores.—No importa —presionó los labios contra su cuello.—Pero tendré que resarcirte de alguna manera —retrocedió y tomó sus

manos—. Aurora… —comenzó a levantarle la mano y vio entonces sus nudillos ensangrentados.

—¿Cómo demonios te has hecho esto?A.J. bajó la mirada. Ni ella misma sabía lo que le había pasado.—No lo sé, pero me duele —contestó, y flexionó la mano.—Ven —le hizo meter la mano en el fregadero y le lavó la herida con agua

fría.—¡Ay!Si no hubiera sido porque David le estaba sujetando la mano, A.J. la habría

apartado.—Nunca he sido muy delicado —musitó David.A.J. apoyó la cadera contra el fregadero.—Sí, ya lo he notado.Enfadado al ver la dimensión de la herida que A.J. tenía en la mano, David

comenzó a envolvérsela en un trapo limpio.—Vamos al piso de arriba. Tengo un desinfectante.—Pero me escocerá…—No seas como una niña pequeña.—No soy como una niña pequeña —pero David tuvo que tirar de ella para

que le acompañara—. Sólo es un arañazo.—Pero los arañazos se pueden infectar.—Mira, con lo bien que me la has lavado, ya no debe quedar ni un solo

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germen.David hizo que entrara en el cuarto de baño.—Prefiero asegurarme.Antes de que pudiera impedírselo, había sacado el frasco del botiquín y le

estaba desinfectando la herida. Si antes le escocía, en aquel momento sintió que, literalmente, le ardía.

—¡Maldita sea!—Espera —David le agarró la mano y comenzó a soplarle la herida—. Sólo

será un momento.—Eso no sirve de nada —musitó A.J., pero el dolor cesó.—Vamos a preparar la cena. Eso te ayudará a olvidarte de todo.—Se suponía que eras tú el que iba a preparar la cena.—Es cierto —le dio un beso en la frente—. Ahora tengo que salir un

momento. En cuanto vuelva, encenderé la parrilla.—Eso no significa que yo vaya a estar cortando verdura mientras tú estás

fuera. Prefiero darme un buen baño.—Estupendo. Pero si el agua continúa caliente cuando regrese, me meteré

contigo en la bañera.A.J. no le preguntó adonde iba. Quería hacerlo, pero todavía había ciertas

normas entre ellos. Se metió en el dormitorio y, desde allí, observó su coche mientras se alejaba. Cansada, se sentó en la cama y se quitó las botas. Aquella tarde la había dejado física y emocionalmente exhausta. No quería pensar. Y tampoco quería sentir.

Cediendo al cansancio, se tumbó en la cama. Descansaría un momento, se prometió. Sólo un momento.

David llegó a casa con un puñado de asteres que le había pedido a uno de sus vecinos, pues sabía que las cultivaba en su jardín. Pensaba que llenar la bañera de flores mientras A.J. se bañaba serviría para hacer regresar la risa a sus ojos. Nunca la había visto reír tanto ni con tanta facilidad como durante aquel fin de semana y era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar. De la misma forma que acababa de descubrir que tampoco quería renunciar a ella.

Subió al piso de arriba muy despacio y se detuvo en la puerta del dormitorio al verla. A.J. sólo se había quitado las botas y dormía tumbada en diagonal en la cama, con una almohada bajo el brazo. Mientras entraba en el dormitorio, a David se le ocurrió pensar que era la primera vez que la veía dormir. Hasta ese momento, no se habían dado la oportunidad de hacerlo.

Su rostro parecía mucho más delicado, infinitamente frágil. El pelo caía en desorden sobre su mejilla y tenía los labios entreabiertos. ¿Cómo era posible que hasta entonces no hubiera reparado en la delicadeza de sus facciones, en la delgadez de sus muñecas, en la elegante y femenina curva de su cuello?

A lo mejor no había mirado con suficiente atención, admitió David mientras se acercaba a la cama. Pero se estaba fijando en aquel momento.

A.J. era como el fuego y el trueno en la cama y dura y sagaz cuando estaba fuera de ella. Poseía un don, una habilidad, una maldición contra la que luchaba constantemente cuando estaba despierta. Un don que él creía estar comenzando a comprender. De la misma forma que estaba empezando a entender que era algo

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que le hacía estar siempre a la defensiva y sentirse vulnerable y desprotegida.Pero rara vez permitía que aquella vulnerabilidad aflorara y, debido

precisamente a ello, era algo que David había tendido a ignorar. Pero en aquel momento, mientras dormía ajena a su presencia, A.J. se mostraba como una mujer a la que un hombre debería cuidar y proteger.

Lo que David estaba sintiendo en aquel momento no tenía nada que ver con la pasión o el deseo, sino con un cariño sereno que hasta entonces no sabía que sentía por ella. No era consciente de que Aurora pudiera inspirarle un sentimiento tan apacible. Incapaz de resistirse, alargó la mano para apartarle un mechón de pelo de la mejilla y sintió el calor y la suavidad de su piel.

A.J. comenzó a despertarse, que era lo que David pretendía. Medio dormida, abrió los ojos.

—¿David? —incluso su voz sonaba más suave, más femenina.—Te he traído un regalo.David se sentó en la cama, a su lado, y le tendió las flores.—Oh.También era la primera vez que veía aquella expresión, pensó David.

Aquella mezcla de confusión y sorpresa ante un gesto romántico.—No tenías por qué hacerlo.—Pues yo creo que sí —musitó David, casi para sí.Algo indeciso, inclinó la boca hacia sus labios y la besó lenta y

delicadamente, con la misma ternura que le había envuelto al verla dormir. Sintió dentro de él un anhelo dulce como un sueño.

—¿David?A.J. volvió a pronunciar su nombre, pero su expresión era de desconcierto.—Chss.Hundió las manos en su pelo, pero no con los temblores de la pasión, sino

para acariciar y explorar su textura, disfrutando de la luz de cada una de sus hebras.

—Eres preciosa —la miró a los ojos—. ¿Te he dicho alguna vez que eres preciosa?

A.J. alargó la mirada hacia él, buscando aquella pasión que le resultaba mucho más comprensible.

—No ha sido necesario.David volvió a besarla, pero sus labios no se mostraban voraces ni

demandantes. A.J. no comprendía aquel cambio que hacía latir su corazón con incertidumbre y deseo.

—Haz el amor conmigo —musitó mientras intentaba atraerlo hacia ella.—Sí —musitó David contra su boca—. Y a lo mejor voy a hacerlo por

primera vez.—No te comprendo —comenzó a decir A.J.David cambió de postura hasta tenerla acurrucada entre sus brazos.—Me temo que yo tampoco.Y comenzó entonces, lenta y delicadamente, a ponerlos a los dos a prueba.La boca de A.J. le ofrecía oscuras promesas, pero él continuaba esperando,

seduciéndola. Movía los labios sobre los suyos con exquisita paciencia, con

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suavidad y ligereza mientras los dos se besaban con los ojos cerrados. David no la tocó, todavía no, aunque se preguntaba por lo que sería acariciarla como si todo fuera nuevo, como si aquélla fuera la primera vez. Sintió cómo, poco a poco, iba cediendo la tensión del cuerpo de A.J. Sintió lo que no había sentido nunca en ella: ductilidad, calor, rendición.

A.J. sentía su cuerpo gloriosamente libre y luminoso. Sentía el placer que la invadía dulce y fluido como el vino. Después, resultó ser David el vino potente y fuerte que la embriagaba con el sabor de su boca. Era tanto lo que quería absorber: el sabor de sus labios mientras se detenían sobre los suyos, la textura de su piel mientras se rozaban sus mejillas, aquella fragancia que David desprendía y en la que se mezclaba el aroma del bosque, la mirada curiosa y oscura de sus ojos mientras la observaba.

Tenía el mismo aspecto que cuando dormía, pensó David. Frágil, excitantemente frágil. Y tocarla sería… Por fin la acarició, rozándola apenas con las yemas de los dedos. Oyó que A.J. susurraba su nombre como no lo había susurrado nunca hasta entonces. Manteniéndola entre sus brazos, comenzó a acariciarla más profundamente, a dejarse acariciar más profundamente, siempre con ternura.

A A.J. no le quedaban fuerzas para mostrarse demandante, ya no quería perder el control. Por primera vez, estaba entregando plenamente su cuerpo, de la misma forma que, también por vez primera, permitía que afloraran libremente sus sentimientos. David la acariciaba y ella se rendía a sus caricias. Él la saboreaba y ella se entregaba. Cuando David le hizo cambiar de postura, A.J. se sintió como si pudiera flotar. Y quizá lo estuviera haciendo. Se sentía envuelta en nubes de placer, en una neblina delicada y ligera. Cuando David comenzó a desnudarla, abrió los ojos, porque necesitaba verle otra vez.

El sol comenzaba a ocultarse, ofreciendo la luz del atardecer y haciendo resplandecer la piel de A.J. mientras David le quitaba la camisa. No podía apartar la mirada de ella, no podía dejar de acariciarla, aunque ni necesitaba ni quería acelerar sus movimientos. Cuando A.J. alargó la mano hacia él, David la ayudó a desabrocharle su propia camisa. Después tomó su mano herida y se la llevó a los labios. Besó cada uno de sus dedos, le besó la palma de la mano y después la muñeca, hasta que sintió que comenzaba a temblar. Se inclinó hacia ella y rozó sus labios, deseando oírle susurrar su nombre. Sin dejar de mirarla, esperó a que A.J. abriera los ojos y continuó entonces desnudándola.

Lentamente, con una lentitud casi dolorosa, le bajó los pantalones, deteniéndose de vez en cuando para saborear los centímetros de piel que iba dejando al descubierto. Sintió el palpitar de su pulso en la parte posterior de la rodilla. Admiró sus tobillos, frágiles y delgados como sus muñecas. Los acarició con la lengua hasta hacerla gemir y se quitó después los vaqueros. Regresó entonces a ella, buscando el roce de la piel contra la piel.

Nada de lo que habían compartido había sido como aquello. Nada podría ser como aquello nunca más. Aquellos eran los pensamientos que giraban en su cabeza mientras iniciaba un nuevo asalto. El cuerpo de A.J. había sido un cuerpo para ser disfrutado y complacido, no idolatrado. Pero lo idolatró entonces e invitó a A.J. a hacer lo mismo con el suyo.

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Era tan fuerte. A.J. había sabido antes de su fuerza, pero aquello era diferente. Sus dedos no la agarraban, no presionaban su piel. Los deslizaba sobre ella como si estuviera dibujando su cuerpo con una intensidad extraordinariamente serena.

A.J. le oyó decir su nombre: Aurora. Fue como un sueño, un sueño que nunca se había atrevido a soñar. David le susurró promesas al oído y ella estuvo dispuesta a creérselas. Ocurriera lo que ocurriera en el futuro, decidió creerle. Podía oler las flores que descansaban en el lecho y saborear aquella excitación que David había despertado como no había hecho nunca hasta entonces.

David se deslizó en su interior como si sus cuerpos no hubieran estado nunca separados y comenzó a moverse a un ritmo delicado, paciente y generoso.

Dominando su propio deseo, la observó llegar a lo más alto. Era eso lo que él quería, comprendió, darle todo lo que estaba en condiciones de darle. Cuando A.J. arqueó la espalda y se estremeció, le espoleó la fuerza de su deseo, pero consiguió dominarla. Buscó sus labios y absorbió toda la dulzura del clímax.

¿Cómo podía haberse imaginado que la ternura podía llegar a ser tan excitante?

Sentía el latido de la sangre en la cabeza, sentía su rugido en los oídos, pero aun así, continuaba moviéndose muy lentamente. Cuando comprendió que estaba tambaleándose en el límite, susurró el nombre de Aurora por última vez.

—Aurora, mírame —A.J. abrió los ojos, mostrándole una mirada oscura y consciente—. Quiero ver hasta dónde te he llevado.

E incluso cuando perdió por completo el control, permanecieron los ecos de la ternura.

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Capítulo 10

Alice Robbines se había convertido en una estrella de la gran pantalla en los años sesenta, demostrando un enorme talento. Al igual que habían hecho muchas otras chicas antes y después que ella, había volado a Hollywood para escapar de las limitaciones de la vida en un pueblo. Había llegado a Hollywood cargada de sueños, esperanzas y ambiciones. Un astrólogo habría dicho que las estrellas de Alice estaban en el cuadrante indicado. Cuando había triunfado, había triunfado a lo grande.

Se había embarcado en un turbulento y prematuro matrimonio que había terminado en un temprano y turbulento divorcio. Las escenas que se habían producido tanto fuera como dentro de los juzgados habían sido tan impactantes como cualquiera de las que había representado en las pantallas. Una vez divorciada y en la cumbre de su carrera, había disfrutado de todos los beneficios de ser una mujer bella en una ciudad que exigía y se inclinaba ante la belleza. Los reportajes de sus aventuras amorosas ocupaban páginas y páginas de las revistas. Las alabanzas de los críticos la empujaban a subir un peldaño más con cada uno de sus papeles. Pero cerca ya de los treinta años, cuando su carrera estaba alcanzando su punto álgido, había encontrado algo que le llenaba mucho más que cualquier crítica favorable o cualquiera de sus éxitos. Alice Robbins había conocido a Peter Van Camp.

Peter Van Camp tenía casi veinte años más que ella y era un duro y adinerado magnate del mundo de los negocios. Se habían casado al cabo de dos semanas de vertiginoso romance, levantando todo tipo de especulaciones en las columnas de sociedad. ¿Era un matrimonio por dinero? ¿Por poder? ¿La actriz se casaba en busca de prestigio o había sido un matrimonio por amor?

Con un movimiento completamente inesperado, Alice había adoptado el apellido de su marido tanto en la vida privada como en la vida profesional. Cerca de un año después, había dado luz a un hijo y había puesto fin a su carrera sin detenerse a mirar atrás. Durante cerca de una década, había vivido completamente volcada en su familia, poniendo en ello la misma dedicación que años atrás había puesto en su carrera de actriz.

Cuando se había filtrado a la prensa que habían conseguido convencer a Alice Van Camp de que volviera a actuar, el impacto había sido extraordinario. Se había rumoreado que le habían ofrecido un contrato multimillonario y se hablaba de la película del siglo.

Pero cuatro semanas antes de que se estrenara la película, habían secuestrado a Matthew, su hijo.

David estaba al tanto de todo lo que había ocurrido. Los triunfos y los juicios de Alice Van Camp habían sido pasto del público. Su nombre era una leyenda. Aunque rara vez consentía en aparecer en público, su popularidad continuaba siendo la misma. En cuanto al secuestro y la aparición de su hijo, se habían

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publicado toda clase de detalles. Quizá por esa razón, la policía nunca se había mostrado muy dispuesta a aportar información sobre el caso y Clarissa DeBasse siempre hablaba de él con evasivas. Hasta ese momento, ni Alice ni Peter Van Camp habían hecho nunca declaraciones o habían concedido una entrevista. De modo que, a pesar de contar con su acuerdo y su aparente disposición a colaborar, David sabía que tendría que tratar aquel tema con sumo cuidado.

Estaba utilizando un equipo muy reducido y bien preparado. «Estrella» podía ser un término muy manido, pero David era consciente de que iban a tratar con una mujer que se merecía plenamente tanto ese título como la mística que lo acompañaba.

Su casa de Beverly Hills estaba resguardada por unas puertas eléctricas y un muro de más de tres metros. Una vez cruzadas las puertas, un guardia uniformado comprobó sus identificaciones. Y tras pasar aquel trámite, tuvieron que conducir durante cerca de medio kilómetro para llegar a la casa.

Una mansión blanca, rodeada de balcones y elevada sobre columnas dóricas. Lo impresionante de su aspecto lo suavizaban los enrejados cubiertos de rosas en flor. Se decía que su marido había hecho construir aquella casa para ella en honor al último papel que había representado antes del nacimiento de su hijo. David había visto la película incontables veces y recordaba a la actriz como una mujer del periodo prebélico capaz de hacer parecer una monja a la mismísima Scarlett O'Hara.

Había cerezos japoneses a lo largo del enorme jardín. Su fragancia, sumada a la de los naranjos y limoneros, flotaba en el aire. Cuando aparcó el coche detrás de la camioneta que llevaba el equipo, vio un pavo real pavoneándose por el jardín.

Ojalá pudiera haber visto A.J. todo aquello.Aquel pensamiento cobró forma antes de que hubiera tenido tiempo siquiera

de registrarlo, al igual que le ocurría últimamente con muchos pensamientos sobre A.J. Como no estaba muy seguro de cómo debía enfrentarse a ellos, David se limitaba a dejarles espacio.

¿Y qué era lo que sentía por ella? Tampoco estaba seguro de eso. Deseo, sí: la deseaba cada vez más, a pesar de haber saciado su deseo tantas veces con ella. Amistad. De alguna manera, y no sin cierto recelo, sentía que eran casi más amigos que amantes. Comprensión, aunque sobre eso le costaba más ser tan tajante. A.J. tenía una extraña capacidad para levantar espejos en los que uno veía reflejados sus propios pensamientos sin poder tener acceso a los suyos. Aun así, había llegado a comprender que bajo aquella actitud firme y distante, se escondía una mujer cálida y vulnerable.

Era apasionada, reservada, competente y frágil. Y también, había descubierto David, un misterio difícil de desentrañar que resolvería quitando capa tras capa.

Quizá fuera ésa la razón por la que se sentía tan atraído hacia ella. La mayor parte de las mujeres que conocía eran exactamente lo que parecían. Sofisticadas y ambiciosas. Sus propios gustos le habían empujado siempre hacia un determinado tipo de mujer, un perfil en el que encajaba A.J. Pero no Aurora. Y si algo había aprendido de ella, era que era ambas mujeres a la vez.

Sabía que como agente estaba satisfecha con el acuerdo que había conseguido para su cliente, incluyendo todo lo referido a los Van Camp. Pero como hija de

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Clarissa, David tenía la sensación de que le inquietaba la repercusión que iba a tener aquel documental.

Pero habían llegado a un acuerdo, se recordó David mientras subía los escalones circulares que daban acceso a la mansión de los Camp.

David, como productor, estaba satisfecho con el rumbo que estaba tomando su proyecto. Sin embargo, como hombre, le habría gustado poder tranquilizar a A.J. Aquella mujer le intrigaba, le excitaba. Y, como no le había pasado con ninguna mujer hasta entonces, le preocupaba. En más de una ocasión, se había preguntado si aquella ecuación no equivaldría al amor. Y, si así era, no sabía cómo demonios iba a resolverla.

—¿Te estás arrepintiendo? —le preguntó Alex al verle vacilar ante la puerta.Enfadado consigo mismo, David se encogió de hombros y llamó al timbre.—¿Debería arrepentirme?—Clarissa está de acuerdo con esto.David se descubrió a sí mismo moviéndose incómodo.—¿Para ti eso es suficiente?—Sí, para mí es suficiente —contestó Alex—. Clarissa sabe cómo funciona su

propia mente.Aquella contestación le hizo fruncir el ceño.—Alex…No estaba seguro de lo que iba a decir, pero, afortunadamente, la puerta se

abrió en aquel momento, impidiéndole pronunciar una palabra más. Una mujer formalmente vestida y con acento francés tomó nota de sus nombres antes de conducirlos a una habitación situada en uno de los laterales del vestíbulo principal. El equipo, que no era particularmente impresionable, hablaba entre susurros.

Era un estilo hollywoodiense sin concesiones. Los muebles eran grandes, llamativos, de colores chillones. En el centro de la habitación, sobre un piano de media cola, había un candelabro de plata con prismas de cristal. David lo reconoció como parte del decorado de Música a media noche.

—Desde luego, no han escatimado en la decoración —comentó Alex.—No —David volvió a recorrer la habitación con la mirada.Había brocados y sedas de colores brillantes y los muebles resplandecían

como espejos.—Pero Alice Van Camp podría ser una de las pocas personas en el negocio

del cine que se merece el éxito alcanzado.—Gracias.Majestuosa, divertida y tan espectacular como cuando había rodado su

primera película, Alice Van Camp los observaba desde el marco de la puerta. Era una mujer que siempre había sabido posar y que lo hacía sin pensar siquiera en ello. Al igual que le había pasado con otras muchas actrices a las que sólo conocía a través de sus películas, en lo primero que pensó David fue en lo pequeña que era. Pero la actriz dio un paso adelante y bastó con su presencia para que se disipara aquella imagen.

—Señor Marshall.Alice caminó hacia Alex con la mano tendida. Tenía el pelo muy negro, lo

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llevaba corto y peinado en punta alrededor de un rostro pálido y terso como el de una niña. Si no hubiera estado al corriente de su edad, David habría dicho que todavía no tenía ni treinta años.

—Es un placer conocerle. Soy una gran admiradora de los periodistas, siempre y cuando no tergiversen mis palabras.

—Señora Van Camp —Alex le estrechó la mano—, ¿debería decir lo que es obvio?

—Eso depende.—Es usted tan bella en persona como en la pantalla.Alice rió con aquella risa ronca y seductora que había hecho estremecerse a

los hombres durante dos décadas.—Aprecio la obviedad. Y usted es David Brady —se volvió hacia él,

examinándolo abiertamente—. He visto algunos de sus documentales. Mi marido prefiere los documentales y las biografías al cine. No entiendo por qué se casó conmigo.

—Yo sí —David aceptó la mano que le tendía—. Soy uno de sus fervientes admiradores.

—Siempre y cuando no me diga que le gustan mis películas desde que era niño, lo acepto —sus ojos brillaron de diversión antes de que recorriera la habitación con la mirada—. Y ahora, si me presentan al resto del equipo, creo que podremos empezar.

David la había admirado durante años, y a los diez minutos de estar con ella, su admiración había aumentado. Alice habló con todos y cada uno de los miembros del equipo, desde el director hasta el técnico de luces. Cuando terminó, se volvió hacia Sam esperando instrucciones.

Por sugerencia de Alice, se trasladaron a la terraza. Allí esperó con paciencia mientras los técnicos colocaban los reflectores y los paraguas para sacar el mejor partido posible de la luz. Su doncella preparó una mesa con bebidas frías y aperitivos. Aunque la actriz no probó nada, se aseguró de invitar al equipo a servirse a placer. Durante las pruebas de luz y sonido permaneció pacientemente sentada. Cuando Sam se dio por satisfecho, se volvió hacia Alex y éste empezó la entrevista.

—Señora Van Camp, durante veinte años usted ha sido una de las actrices con más talento y más queridas del país.

—Gracias, Alex, mi carrera siempre ha sido una de las partes más importantes de mi vida.

—Una de las más importantes, pero no la única. Hemos venido aquí para hablar de otra faceta de su vida, su familia, y, más específicamente, de su hijo. Hace una década, usted tuvo que enfrentarse a una gran tragedia.

—Sí, así es.Cruzó las manos en el regazo. Aunque el sol le daba de cara, no parpadeó ni

una sola vez.—Una tragedia de la que, sinceramente, no sé si podré recuperarme nunca —

continuó diciendo.—Esta es la primera entrevista que concede sobre el tema. ¿Puedo

preguntarle por qué ha aceptado ser entrevistada en este momento?

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Alice sonrió ligeramente y se inclinó hacia atrás en la lujosa silla de junco trenzado en la que estaba sentada.

—El tiempo, encontrar el momento oportuno tanto en el cine como en la vida real es algo fundamental. Durante los años que siguieron al secuestro de mi hijo, sencillamente, no era capaz de hablar de ello. Y más adelante, consideré innecesario hacerlo. Ahora, cuando veo las noticias o me acerco al escaparate de una tienda y me encuentro con un cartel de un niño perdido, sufro por sus padres.

—¿Considera que esta entrevista podría ayudar a esos padres?—Sé que no va a ayudarlos a encontrar a sus hijos —durante un breve

instante, la emoción nubló su mirada—, pero a lo mejor consigue ayudarlos a aliviar parte de su tristeza. Hasta ahora nunca había querido compartir mis sentimientos sobre mi propia experiencia. Y dudo mucho que me hubiera mostrado dispuesta a hacerlo si no hubiera sido por Clarissa DeBasse.

—¿Clarissa DeBasse le pidió que concediera esta entrevista?Alice rió suavemente y sacudió la cabeza.—Clarissa nunca pide nada, pero cuando hablé con ella y me di cuenta de

que confiaba en este proyecto, decidí aceptar.—Eso significa que tiene una gran fe en ella.—Fue ella la que me devolvió a mi hijo.Lo expresó con tal sencillez y con una sinceridad tan absoluta, que Alex dejó

la frase colgando en el aire durante algunos segundos. En algún lugar del jardín, comenzó a cantar un pájaro.

—De eso es de lo que nos gustaría hablar en esta entrevista. ¿Puede contarnos cómo conoció a Clarissa DeBasse?

David permanecía detrás de las cámaras, detrás del equipo, con las manos metidas en los bolsillos y escuchando con mucha atención. Recordaba que A.J. le había hablado en una ocasión de cómo había comenzado a relacionarse su madre con el mundo de los actores. Alice Van Camp había ido a verla con una amiga por simple capricho. Al cabo de una hora, había salido de su casa impresionada por su sencillez y su franqueza. En un impulso, le había pedido a Clarissa que le escribiera la carta astral a su marido. Cuando había recibido aquel regalo, hasta el pragmático y terrenal Peter Van Camp se había mostrado intrigado.

—Me habló de mí misma —continuó explicando Alice—. No me habló de mi futuro, sino de mi pasado y de las cosas que habían influido en mi vida o que todavía continuaban preocupándome. No puedo decir que me gustara siempre lo que oí. Hay cosas de nosotros mismos que nos cuesta admitir. Pero continué yendo porque me intrigaba y con el tiempo nos hicimos amigas.

—¿Creía entonces en la clarividencia?Alice frunció el ceño mientras pensaba en la respuesta.—Yo diría que la primera vez fui a verla porque me pareció divertido. Había

decidido cambiar de vida después del nacimiento de mi hijo, pero eso no significaba que no apreciara algunos toques de diversión o de originalidad de vez en cuando —una sonrisa suavizó su ceño—. Y, desde luego, Clarissa es única y original.

—Así que fue a verla en busca de diversión.—Sí, aquélla fue mi primera motivación. ¿Sabe? Al principio pensaba que,

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sencillamente, era una mujer muy inteligente. Después, cuando empecé a conocerla, descubrí que no sólo era inteligente, sino que era alguien especial. Por supuesto, eso no significa que confíe en todos los quirománticos de Sunset Boulevard, y, desde luego, tampoco puedo decir que entienda todos los experimentos e investigaciones que se han realizado sobre el tema. Sin embargo, sí creo que hay personas entre nosotros que son más sensibles, o que tienen los sentidos especialmente aguzados.

—¿Está dispuesta a contarnos lo que ocurrió cuando secuestraron a su hijo?—Era un veintidós de junio, de eso han pasado ya casi diez años —Alice

cerró los ojos un instante—, pero, para mí, es como si hubiera ocurrido ayer mismo. ¿Tiene usted hijos, señor Marshall?

—Sí, tengo hijos.—Y los quiere.—Mucho.—En ese caso, podrá hacerse una ligera idea de lo que significaría perderlos,

aunque fuera durante un corto periodo de tiempo. Estaba asustada y me sentía culpable. La culpa es un sentimiento casi tan poderoso como el miedo. No podía dejar de pensar que yo no estaba a su lado cuando le secuestraron. Jenny era la niñera de Matthew, llevaba cinco años con nosotros y vivía completamente entregada a mi hijo. Era una mujer joven, pero confiábamos plenamente ella y era fieramente protectora con mi hijo. Cuando tomé la decisión de volver al cine, nos apoyamos particularmente en ella. Ni mi marido ni yo queríamos que Matthew sufriera porque yo había decidido volver a trabajar.

—Su hijo tenía casi diez años cuando usted aceptó actuar en esa película.—Sí. En realidad, ya era un niño bastante independiente. Tanto Peter como

yo queríamos eso para él. Cuando estaba rodando, en muchas ocasiones Jenny me lo llevaba al estudio. Y una vez terminado el rodaje, continuó llevando a Matthew al parque por las tardes. Si entonces yo hubiera sido consciente de lo peligrosos que pueden ser ciertos hábitos, se lo habría impedido. Tanto mi marido como yo habíamos procurado mantener a Matthew fuera de los focos, no porque tuviéramos miedo de que pudiera ocurrirle nada, sino porque pensábamos que era lo mejor para él. Queríamos que creciera de la forma más normal y natural posible. Por supuesto, había quien lo reconocía y, de vez en cuando, algún fotógrafo conseguía fotografiarle.

—¿Eso le molestaba?—No —sonrió, devolviendo a su rostro todo su glamour—. Supongo que

estaba acostumbrada a ese tipo de cosas. Peter y yo nunca fuimos unos defensores a ultranza de nuestra intimidad. A veces me pregunto si hubiéramos podido evitar lo que ocurrió siendo más estrictos, pero lo dudo —suspiró suavemente, como si aquél fuera un tema que todavía no había terminado de resolver—. Más tarde, nos enteramos de que las visitas de Matthew al parque estaban siendo vigiladas.

—Durante algún tiempo, la policía sospecho que Jennifer Waite, la niñera de su hijo, tenía relación con los secuestradores.

—Algo que era completamente absurdo, por supuesto. Yo no dudé en ningún momento de la lealtad de Jenny ni de su cariño hacia Matthew. Una vez resuelto el secuestro, todo eso quedó suficientemente aclarado —y añadió con un

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deje de determinación—: De hecho, sigue siendo su empleada.—Pero la policía argumentaba que su discurso era inconexo.—La tarde que secuestraron a Matthew, Jenny llegó a casa histérica. Nosotros

éramos lo más parecido que tenía a una familia y se culpaba a sí misma de lo ocurrido. Matthew estaba jugando a la pelota con otros niños cuando una joven se acercó a Jenny para preguntar por una dirección. Se inventó una historia sobre que había perdido el autobús y era nueva en la ciudad. Sólo distrajo a Jenny durante unos segundos, pero no hizo falta nada más. Cuando volvió a mirar, Jenny vio que estaban metiendo a Matthew en un coche que habían dejado aparcado al final del parque. Corrió hacia allí, pero no pudo alcanzarlos. A los diez minutos de que Jenny hubiera llegado a casa, recibimos la primera llamada pidiendo un rescate.

Las manos le temblaban ligeramente cuando se las llevó a los labios.—Lo siento. ¿Podemos parar un momento?—¡Corten! Cinco minutos —ordenó Sam al resto del equipo.Antes de que Sam hubiera terminado de hablar, David estaba al lado de

Alice.—¿Quiere tomar algo, señora Van Camp? ¿Le traigo algo de beber?—No —sacudió la cabeza y miró al infinito—. No me está resultando tan

fácil como imaginaba. Han pasado diez años y todavía me sigue costando.—Si quiere, puedo ir a buscar a su marido.—Le aconsejé a Peter que no estuviera en casa, porque él siempre se ha

sentido incómodo con las cámaras. Ojalá no se lo hubiera dicho.—Podemos dejarlo por hoy.—Oh, no —tomó aire y se obligó a recobrar la compostura—. Siempre me ha

gustado acabar las cosas que empiezo. Matthew ya está en la universidad —sonrió a David—. ¿Le gustan los finales felices?

David le tomó la mano. En aquel momento, Alice sólo era una mujer.—Me apasionan.—Ahora mi hijo es un joven inteligente, atractivo y enamorado. Eso es lo

único que tiene que importarme. Podría haber sido… —entrelazó las manos de nuevo. El esmalte rojo de sus uñas brillaba como un rubí—. Todo habría sido muy diferente. Conoce a la hija de Clarissa, ¿verdad?

Ligeramente nervioso por el cambio de tema, David cambió de postura.—Sí.Alice no pudo menos que admirar su discreción.—Cuando he dicho que Clarissa y yo somos amigas, estaba hablando

completamente en serio. A todas las madres les preocupan sus hijos. ¿Tiene un cigarrillo?

David le tendió un cigarrillo y se lo encendió.Alice soltó una bocanada de humo y esperó a que se desvaneciera la tensión.—Es una agente increíble. ¿Sabe? Yo quería que me representara y ella no

quería aceptarme.David estaba tan asombrado que se olvidó de encender su cigarrillo.—¿Puede repetirme lo que acaba de decir?Alice volvió a reír, ya completamente relajada. Había necesitado recordar

que, a pesar de todo, la vida siempre continuaba.

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—Fue unos meses después del secuestro. A.J. pensaba que quería que fuera mi agente por un gesto de gratitud hacia Clarissa. Y quizá tuviera razón. El caso es que me rechazó tajantemente, a pesar de que en aquel momento estaba atravesando una época de duro trabajo, intentando encontrar una oficina decente. Me pareció tan admirable su integridad que, años después, volví a pedírselo —Alice sonrió, disfrutando de la atención que David le prestaba. Al parecer, se dijo, Clarissa tenía razón, como siempre—. A.J. ya se había establecido y era una agente muy respetada, pero volvió a rechazarme.

¿Pero a qué agente en su sano juicio se le ocurriría rechazar a una de las mejores actrices del país, una mujer a la que su talento le había hecho merecer el título de gran estrella?

—A.J. nunca hace lo que uno espera —musitó David.—La hija de Clarissa es una mujer que insiste en ser aceptada por sí misma y,

sin embargo, no siempre es fácil decir quién es realmente ella —apagó el cigarrillo tras darle una segunda calada—. Gracias, ahora me gustaría continuar.

A los pocos minutos, Alice estaba de nuevo concentrada en su historia. Aunque la cámara continuaba rodando, parecía haberse olvidado completamente de ella. Sentada bajo la luz del sol y rodeada por la fragancia dulce y punzante de las rosas, habló de aquellas horas de terror.

—Habríamos estado dispuestos a pagar lo que fuera. Cualquier cosa. Peter y yo peleamos amargamente porque yo no era partidaria de llamar a la policía. Los secuestradores lo habían dejado muy claro, no querían que nos pusiéramos en contacto con nadie. Pero Peter pensaba, y con razón, que necesitábamos ayuda. Recibíamos llamadas de los secuestradores cada muy pocas horas. Desde la primera nos mostramos de acuerdo con pagar el rescate, pero ellos iban cambiando las condiciones con cada llamada. Estaban poniéndonos a prueba con el juego más cruel que nadie puede imaginar. Mientras esperábamos, la policía comenzó a buscar el coche que Jenny había descrito y a la mujer con la que había hablado en el parque, pero era como si tanto el uno como la otra se hubieran desvanecido en el aire. Pasaron cuarenta y ocho horas y continuábamos sin tener ninguna pista sobre el paradero de Matthew.

—Así que decidió llamar a Clarissa DeBasse.—No sé cuándo se me ocurrió llamar a Clarissa para que me ayudara. Sé que

no era capaz de comer ni dormir. Me pasaba las veinticuatro horas esperando a que el teléfono sonara. Jamás me he sentido tan indefensa. Recordé, sólo Dios sabe por qué, que Clarissa me había dicho una vez dónde podía encontrar un broche de diamantes que había perdido. Aquel broche no era una joya cualquiera, sino el regalo que me había hecho Peter cuando nació nuestro hijo. Por supuesto, un hijo no es lo mismo que un broche, pero empecé a pensar que quizá, sólo quizá, Clarissa podía ayudarnos.

Tomó aire y continuó la narración.—A la policía no le hizo mucha gracia la idea, y creo que a Peter tampoco,

pero sabía que necesitábamos hacer algo. Llamé a Clarissa y le conté que habían secuestrado a Matthew —se le llenaron los ojos de lágrimas, pero no se molestó en disimularlas—. Le pedí que me ayudara y ella me dijo que lo intentaría. Cuando llegó, me derrumbé. Estuvo sentada un rato conmigo, mostrándome su

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comprensión de madre y amiga. También estuvo hablando con Jenny, aunque en aquel momento nada podía consolarla. La policía se mostró muy seca con Clarissa, pero ella pareció aceptarlo. Les dijo que no estaban buscando donde debían —con un gesto inconsciente, se secó la lágrima que rodaba por su mejilla—. Evidentemente, aquello no les sentó demasiado bien a unos hombres que llevaban dos días trabajando sin descanso. Les dijo también que Matthew estaba fuera de la ciudad, pero que no lo habían llevado hacia el norte, como ellos pensaban. Me pidió alguna prenda de Matthew y le llevé el pijama que se había puesto Matthew la noche anterior a su secuestro. Era un pijama de color azul con un estampado de coches en la parte de arriba. Clarissa se sentó con el pijama entre las manos, en silencio. Recuerdo que yo quería gritarle, suplicarle que hiciera algo. Y entonces comenzó a hablar con voz muy queda.

—Nos dijo que Matthew estaba a miles de kilómetros. Que no había estado en ningún momento en San Francisco, a pesar de que la policía había localizado allí una de las llamadas de los secuestradores. Dijo que estaba en Los Ángeles y describió la calle y la casa en la que le habían encerrado. Una casa blanca con las contraventanas azules situada en una esquina. Jamás olvidaré cómo describió la habitación en la que retenían a mi hijo. Era una habitación oscura y Matthew, a pesar de que intentaba hacerse el fuerte por aquel entonces, todavía tenía miedo a la oscuridad. Dijo también que sólo había dos personas en la casa, un hombre y la mujer que había hablado con Jenny en el parque. Pensaba que había un coche en el jardín de la casa, gris o verde. Y a mí me dijo que el niño no estaba herido. Que tenía miedo —le tembló la voz, pero consiguió recuperar la firmeza—, pero que no había sufrido ningún daño.

—¿Y la policía siguió esa pista?—No tenían mucha fe en ella, pero enviaron a varios coches a buscar la casa

que Clarissa había descrito. No sé quién fue el más asombrado cuando los localizaron, si Peter y yo o la propia policía. Consiguieron rescatar a mi hijo sin que mediara ningún enfrentamiento porque los dos secuestradores no se esperaban ningún problema. El tercero estaba en San Francisco, haciendo las llamadas telefónicas. La policía también había encontrado allí el coche en el que habían secuestrado al niño. Clarissa se quedó con nosotros hasta que trajeron a Matthew —continuó explicando la actriz—. Más adelante, Matthew me contó cómo era la habitación en la que le habían tenido secuestrado. Era idéntica a la que Clarissa había descrito.

—Señora Van Camp, son muchos los que piensan que tanto el secuestro como el posterior rescate fueron un montaje para dar publicidad al estreno de la primera película que rodó después del nacimiento de su hijo.

—No me importa —le bastaron su voz y sus ojos para reflejar su profundo desprecio—. Pueden creer y decir lo que quieran. Yo conseguí que me devolvieran a mi hijo.

—¿Y cree que eso es algo que debe agradecerle a Clarissa DeBasse?—No lo creo, lo sé.—Corta —le dijo Sam al cámara antes de acercarse de nuevo a Clarissa—.

Señora Van Camp, ahora rodaremos desde unos ángulos diferentes y daremos por terminada la entrevista.

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David ya podía marcharse. Sabía que no tenía ningún motivo para continuar allí. El rodaje prácticamente había terminado y había conseguido lo que quería. Alice Van Camp era una gran actriz, pero cualquiera que viera aquel fragmento del documental se daría cuenta de que no estaba interpretando. Era una madre reviviendo una experiencia dolorosa y sufriendo los miedos propios de cualquier madre.

Pensó que después de aquello, a lo mejor comprendía un poco mejor las reticencias de A.J. hacia la entrevista. Alice Van Camp había sufrido al contarla. Y si no le fallaba la intuición, seguramente también Clarissa había sufrido. Tenía la sensación de que su particular don tenía mucho que ver con la empatía.

Aun así, permaneció detrás de la cámara y esperó nervioso hasta que terminó el rodaje. A pesar de que David detectó una sombra de cansancio en su mirada, Alice acompañó al equipo hacia la puerta.

—Una mujer notable —comentó Alex mientras bajaban los escalones de la entrada.

—Desde luego. Pero también lo es la que se va a casar contigo.—Por supuesto —Alex sacó el puro que llevaba más de tres horas deseando

fumarse—. Y aunque es posible que no sea del todo objetivo, creo que tú también has tenido suerte.

David se detuvo ante su coche con el ceño fruncido.—No, yo todavía no tengo nada de A.J. —se le ocurrió entonces que era la

primera vez que lo pensaba en esos términos.—Clarissa parece pensar lo contrario.David se volvió y se reclinó contra el coche.—¿Y lo aprueba?—¿No debería?David sacó un cigarrillo. Cada vez estaba más nervioso.—No lo sé.—Antes de que entráramos en la casa ibas a preguntarme algo. ¿Quieres

hacerlo ahora?Era algo que llevaba tiempo aguijoneándole y David se preguntó si decirlo

en voz alta le ayudaría a aliviar su inquietud.—Clarissa no es una mujer normal, ¿eso te molesta?Alex dio una calada a su puro.—Ciertamente, me intriga, y te mentiría si no te dijera que en algún que otro

momento también me ha inquietado. Pero lo que siento por ella anula el hecho de que yo tenga cinco sentidos y ella podría decirse que tiene seis —David continuó en silencio y él le dirigió una sonrisa—. Clarissa cree que no debemos tener secretos entre nosotros. Hemos hablado de su hija.

—No sé si A.J. se sentiría cómoda si lo supiera.—No, quizá no. Pero el problema ahora no es ella, sino tú. ¿Sabes cuál es el

problema de los hombres de tu edad, David? Que os consideráis demasiado viejos como para correr riesgos y demasiado jóvenes para confiar en vuestra intuición. Gracias a Dios, yo ya no tengo treinta años —y, con una sonrisa, se alejó de él para pedirle a Sam que le llevara a la ciudad.

Era demasiado viejo para correr riesgos, pensó David mientras abría la

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puerta del coche. Y un hombre que confiaba en su intuición y actuaba por impulso normalmente terminaba dándose de bruces contra el suelo, pero quería ver a A.J. Quería verla en aquel preciso momento.

A.J. sintió el peso del maletín mientras lo sacaba del asiento en el que lo había dejado. El tráfico, en hora punta, continuaba abarrotando la calle en la que se encontraba su edificio. Si hubiera sido capaz de rendir más durante las horas de oficina, se recordó a sí misma mientras cargaba el maletín, no habría tenido que llevarse tanta documentación a casa. Y habría rendido mucho más si no hubiera estado tan nerviosa pensando en la entrevista con Alice Van Camp.

Afortunadamente, a esas alturas ya había terminado, se dijo a sí misma mientras giraba la llave para cerrar el coche. De hecho, el rodaje del documental prácticamente había acabado. Tenía otros proyectos, otros clientes, otros contactos. Ya iba siendo hora de que olvidara todo aquello. Se cambió el maletín de mano, se volvió, y chocó frente a frente con David.

—Me gusta tropezar contigo —musitó David mientras deslizaba las manos por sus caderas.

Se había quedado sin aire. Eso fue lo que se dijo a sí misma mientras se esforzaba por recuperar la respiración y se reclinaba contra él. Después de haber tenido relaciones íntimas con un hombre, después de haber hecho el amor con él, una mujer adulta no se quedaba sin respiración cada vez que lo veía, ni le entraban ganas de reír como a una adolescente enamorada. Sin embargo, se descubrió a sí misma desando abrazarle con fuerza y con ganas de reír a carcajadas.

—Podrías haberme roto una costilla —le dijo y reprimió las ganas de sonreírle—. Desde luego, no esperaba verte aquí esta noche.

—¿Te molesta?—No —le pasó la mano por el pelo—. Creo que seré capaz de trabajar

aunque estés tú en casa. ¿Cómo ha ido el rodaje?David los percibió al instante, a pesar de que su voz apenas reflejaba sus

nervios. Pero no, aquella noche no, se dijo. Aquella noche no habría nervios.—Ya hemos terminado. ¿Sabes? Me gusta cómo hueles cuando estoy cerca —

inclinó la cabeza para besarle el cuello—. Muy cerca.—David, estamos en la calle.—Mmm —buscó entonces el lóbulo de su oreja, haciéndola estremecerse de

la cabeza a los pies.—David.A.J. volvió la cabeza para apartarse y David atrapó su boca con un largo y

apasionado beso.—No puedo dejar de pensar en ti —musitó David y volvió a besarla hasta

que la sintió temblar—. No soy capaz de sacarte de mi cabeza. A veces incluso me pregunto si me habrás hechizado. Si estarás ejerciendo algún poder sobre mí.

—No digas nada. Ven conmigo.—No hemos hablado lo suficiente —la agarró por la barbilla, pero le permitió

alejarse antes de ceder a sus deseos y volver a besarla—. Antes o después

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tendremos que hablar.Eso era lo que A.J. temía. Estaba segura de que cuando hablaran, cuando

hablaran de verdad, llegaría el fin de su relación.—Déjalo para más tarde, por favor —apoyó la mejilla contra la suya—. De

momento, limitémonos a disfrutar el uno del otro.David sentía la frustración compitiendo contra las primeras llamas del deseo.—¿Eso es lo único que quieres?No, no, claro que no. Ella quería mucho más. Ella lo quería todo,

absolutamente todo. Pero sabía que si abría la boca para expresar uno solo de sus deseos, terminaría confesando docenas.

—De momento, me basta con eso —dijo, casi desesperadamente—. ¿Por qué has venido esta noche?

—Porque quería estar contigo. Y porque no soy capaz de mantenerme lejos de ti.

—Y eso es lo único que necesito —¿estaba intentando convencerse a sí misma o pretendía convencerle a él? Ninguno de los dos tenía la respuesta para aquella pregunta—. Pasa y te lo demostraré.

Porque lo necesitaba, y porque todavía no estaba seguro de la naturaleza de sus propios sentimientos, David aceptó la mano que le ofrecía y entró con ella.

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Capítulo 11

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto?A.J. pensaba que era justo darle a David una última oportunidad antes de

que se comprometiera.—Estoy seguro.—Pero te va a llevar la mayor parte de la noche.—¿Quieres deshacerte de mí?—No —sonrió, pero continuaba insegura—. ¿Alguna vez has hecho algo

parecido?David le tomó el cuello de la blusa con el pulgar y el índice y lo acarició

suavemente. La pragmática A.J. tenía debilidad por la seda.—Ésta será mi primera vez.—En ese caso, tendrás que hacer todo lo que te diga.David deslizó un dedo por su cuello.—¿No confías en mí?A.J. inclinó la cabeza y le dirigió una larga mirada.—Todavía no lo he decidido, pero en estas circunstancias, estoy dispuesta a

arriesgarme. Siéntate.Señaló la mesa que tenía detrás. Sobre ella había montones de papeles

perfectamente ordenados. A.J. tomó un lápiz al que acababa de sacar punta y se lo tendió.

—Lo primero que tienes que hacer es marcar los nombres que yo te vaya diciendo. Son los de las personas a las que he enviado la invitación y han aceptado. Te daré el nombre y el número que tienes que poner debajo. Necesito saber el número exacto para poder llamar al catering que nos sirve la comida.

—Parece fácil.—Eso demuestra que nunca has tenido que vértelas con un catering —farfulló

A.J. mientras ocupaba su propia silla.—¿Esto qué es? —alargó la mano hasta otro montón de papeles, pero A.J. le

obligó a apartarla.—Personas a las que ya les he enviado el regalo. Pero no me cambies el

sistema. Cuando terminemos con esto, nos encargaremos de los invitados que vienen de fuera de la ciudad. Espero poder reservar las habitaciones mañana mismo.

David estudió la cantidad de papeles que tenían delante.—Yo pensaba que ésta iba a ser una boda sencilla.A.J. le miró de reojo.—Ninguna boda es sencilla. He pasado dos mañanas enteras regateando con

las floristerías y toda una semana intentando tomar una decisión sobre el catering.—¿Y has llegado a alguna conclusión?—Sí, la mejor solución es fugarte con el novio sin que haya boda. Ahora, lo

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que…—¿Tú lo harías?—¿Si haría qué?—Fugarte con el novio.A.J. tomó el primer montón de papeles con una risa.—Si alguna vez pierdo la cabeza y decido casarme, volaría a Las Vegas, me

casaría en una de esas capillas que tienen preparadas para las bodas rápidas y acabaría con todo en menos de veinticuatro horas.

David la escuchaba mirándola con los ojos entrecerrados, como si estuviera intentando ver más allá de sus palabras.

—No es muy romántico.—Yo tampoco.—¿No eres romántica?David posó la mano sobre la de A.J., sorprendiéndola. Había algo posesivo

en aquel gesto y, al mismo tiempo, completamente natural.—No —pero entrelazó los dedos con los suyos—. En este negocio no queda

mucho espacio para el romanticismo.—¿Y si lo hubiera?—Y si lo hubiera, seguiría pensando que el romanticismo te lleva a ver las

cosas como no son en realidad. Las fantasías y las ilusiones me gustan en la pantalla y en el escenario, pero no las quiero para mi vida.

—¿Qué es lo que quieres para tu vida, Aurora? Nunca me lo has dicho.¿Por qué estaba tan nerviosa? Era una tontería, pero no le gustaba que David

la mirara tan atentamente. Le estaba haciendo preguntas que no le había hecho hasta entonces. Y las respuestas no eran tan sencillas como A.J. podría haber imaginado.

—Espero tener éxito —respondió.Al fin y al cabo, eso era verdad.David asintió lentamente y comenzó a acariciarle la mano con el pulgar.—Tu agencia ya tiene mucho éxito. ¿Qué más?Estaba esperando una palabra, una señal. Quería saber si Aurora le

necesitaba. Por primera vez en su vida, quería sentirse necesitado.—Yo…Aurora intentaba encontrar las palabras adecuadas. Al parecer, David era la

única persona capaz de hacerla tartamudear. ¿Qué querría? ¿Qué respuesta podía satisfacerle?

—Supongo que quiero saber que he sido capaz de labrarme mi propio camino.

—¿Ésa es la razón por la que rechazaste a Alice Van Camp como cliente?—¿Te lo ha contado?No habían hablado de la entrevista a Alice Van Camp. De hecho, aquél era

un tema que A.J. llevaba días evitando.—Sí, me lo ha contado.A.J. apartó la mano y David se preguntó una vez más por qué cada vez que

hablaban, cada vez que hablaban de verdad, parecía querer distanciarse de él.—Fue muy amable al acercarse a mí cuando estaba empezando y la situación

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era un tanto… difícil —se encogió de hombros y comenzó a juguetear con el bolígrafo—. Pero lo hizo por gratitud hacia mi madre, y yo no quería que mi primer cliente lo fuera por gratitud.

—Pero más adelante volviste a rechazarla.—Era una relación demasiado personal —tuvo que reprimir las ganas de

levantarse de la mesa y alejarse de él.—Y no te gusta mezclar el trabajo con las relaciones personales.—Exactamente. ¿Quieres tomar un café antes de empezar?—Sin embargo, en mi caso has mezclado el trabajo con las relaciones

personales.—Sí, es cierto.—¿Por qué?Aunque le costó, A.J. le sostuvo la mirada. Sabía que David era capaz de

desnudar su alma. Si le decía que se había enamorado de él, que se había enamorado de él casi desde el primer momento, no le quedaría ninguna defensa frente a él. David tendría el control total y absoluto sobre su relación. Y ella habría incumplido el acuerdo más importante de su vida. Pero aunque no pudiera decirle la verdad, podía por lo menos intentar darle una respuesta que le resultara comprensible. Una respuesta que reflejara los sentimientos de David hacia ella.

—Porque te deseaba —contestó manteniendo la voz fría—. Me sentía atraída por ti y, fuera sensato o no, cedí a esa atracción.

David volvió a sentir la punzada de las expectativas no cumplidas.—¿Y para ti eso basta?¿No había dicho A.J. que David podía hacerle daño? En aquel momento, le

estaba hiriendo con todas y cada una de sus palabras.—¿Por qué no iba a bastarme? —le dirigió una sonrisa y esperó a que pasara

el dolor.—¿Por qué no iba a bastarme? —repitió David, e intentó aceptar la respuesta.

Sacó un cigarrillo y comenzó a decir—: Creo que deberías saber que estamos rodando un segmento sobre el caso Ridehour —advirtió que se tensaba—. Clarissa también ha aceptado hablar sobre ello.

—Sí, ya me lo dijo. ¿Y con eso terminará la grabación?—Sí, al menos eso espero.Sabía que A.J. estaba retrocediendo, que se abría la distancia que había entre

ellos. Aunque no los separaba nada más que una mesa, en aquel momento parecía un abismo.

—No te hace mucha gracia la idea.—No me gusta, pero estoy intentando aprender que Clarissa tiene que tomar

sus propias decisiones.—A.J., ella parece tomárselo con mucha tranquilidad.—Tú no lo comprendes.—Entonces, explícamelo.—Antes de que la convenciera para que nos mudáramos de casa y de que

mantuviera su nueva dirección en secreto, teníamos armarios llenos de cartas —se quitó las gafas y se frotó la sien—. Todo el mundo le pedía ayuda. En algunas cartas le pedían cosas tan sencillas como que encontrara un anillo, en otras le

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contaban problemas tan desgarradores que terminábamos teniendo pesadillas.—Y ella no podía ayudar a todo el mundo.—Por lo menos eso era lo que yo intentaba decirle. Cuando nos trasladamos

a Newport Beach, las cosas parecieron tranquilizarse un poco, hasta que recibió esa llamada de San Francisco.

—Sobre el asesinato de los Rodehour.—Sí —el dolor era cada vez mayor—. No quiso hacerme ningún caso. Creo

que ni siquiera oía mis argumentos. Se limitó a hacer el equipaje, dispuesta a ir a prestar ayuda, y cuando comprendí que no tenía manera de impedírselo, me fui con ella.

De pronto, parecía costarle respirar. Y evitaba que le temblaran las manos porque las entrelazaba con firmeza.

—Fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida. Ella lo vio todo —A.J. cerró los ojos y le dijo algo que jamás le había contado a nadie—, y yo también.

Cuando David tomó sus manos, descubrió que las tenía heladas. Y no le hacía falta mirarla a los ojos para saberlos cargados de terror. Quería ofrecerle a A.J. comprensión y consuelo, pero no sabía cómo hacerlo.

—¿Por qué no me lo contaste la otra vez?A.J. abrió los ojos. Había recuperado el control, pero sabía que de forma muy

precaria.—No es algo que me guste recordar. Jamás he vuelto a ver algo con tanta

nitidez, con una nitidez tan espantosa.—Lo cortaremos.A.J. le miró estupefacta.—¿Qué?—Que cortaremos ese segmento del documental.—¿Por qué?David le separó las manos lentamente y las envolvió en las suyas. Quería

explicarse, decirle algo que A.J. pudiera comprender. Y deseaba como nada en el mundo tener las palabras adecuadas para ello.

—Porque es algo que te afecta. Para mí, eso es más que suficiente.A.J. bajó la mirada hacia sus manos unidas. Las de David parecían fuertes y

protectoras sobre las suyas. Nadie, excepto su madre, le había ofrecido nunca nada de forma desinteresada. Sin embargo, parecía que era eso lo que estaba haciendo David.

—No sé qué decir.—No digas nada.—No.Permaneció unos segundos en silencio. Por alguna razón que no acertaba a

comprender, había vuelto a relajarse. La tensión continuaba allí, cerniéndose sobre ellos, pero habían desaparecido los nudos que tenía en el estómago.

—Clarissa ha estado de acuerdo en rodar ese segmento, así que supongo que ella piensa que es algo que debe darse a conocer.

—Ahora no estamos hablando de Clarissa, sino de ti. Aurora, en una ocasión te dije que no quería sentirme responsable de hacerte sufrir, y lo dije en serio.

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—Ya lo sé —y eso representaba mucho para ella—. El hecho de que estés dispuesto a eliminar una parte del documental por mí me hace sentirme muy especial.

—Quizá debería haberte dicho antes que para mí lo eres.A.J. sintió crecer sus anhelos; y se permitió alimentarlos durante algunos

segundos.—No tienes por qué decirme nada. Soy consciente de que si al final cortas esa

parte del documental para hacerme un favor, terminaría odiándome a mí misma. A lo mejor ya va siendo hora de que aprenda a enfrentarme un poco mejor a la realidad.

—A lo mejor te estás enfrentando a ella excesivamente bien.—Quizá —volvió a sonreír—. En cualquier caso, creo que deberías incluir ese

segmento. Pero procura hacer un buen trabajo.—Eso pretendo. ¿Querrás estar presente durante la grabación?—No —bajó la mirada hacia el taco de papeles que tenía delante—. Alex

cuidará de Clarissa.David advirtió la resignación que se reflejaba en su voz.—Está completamente loco por ella.—Lo sé —cambiando repentinamente de humor, tomó el bolígrafo—. Y voy a

organizarle una boda espectacular.David sonrió. Aquella capacidad de recuperación era una de las cosas que

más le gustaba de ella.—Será mejor que nos pongamos a trabajar.Estuvieron trabajando durante casi dos horas y necesitaron la mitad de ese

tiempo para que la tensión comenzara a ceder. Eliminaron listas y crearon otras nuevas. Analizaron y calcularon la cantidad de cajas de champán que deberían comprar y estuvieron discutiendo sobre si era preferible el mousse de salmón o la langosta azul.

A.J. no esperaba que David llegara a involucrarse de tal manera en los preparativos de la boda de su madre. Pero antes de que hubieran terminado, lo había llegado a aceptar hasta tal punto que delegó en él la responsabilidad de acompañar a los invitados a sus asientos antes de empezar la ceremonia.

—Trabajar contigo es toda una experiencia, A.J.—¿Mmm?A.J. contó por última vez los invitados de fuera de la ciudad.—Si necesito un agente alguna vez, tú serás la primera de la lista.A.J. alzó la mirada, pero era demasiado recelosa como para sonreír.—¿Eso es un cumplido?—No exactamente.En aquella ocasión, sí sonrió. Se quitó entonces las gafas y a David le pareció

de pronto muy vulnerable.—A mí tampoco me lo ha parecido. Bueno, en cuanto tenga organizado el

catering, habré terminado. Estoy segura de que todos los asistentes me agradecerán no tener que comer las albóndigas de Clarissa. Tú también, por supuesto —apartó la lista—. Muchas gracias por la ayuda.

—Le tengo mucho cariño a Clarissa.

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—Lo sé, y es algo que también aprecio. Ahora creo que te mereces una recompensa —se inclinó hacia él, mordiéndose la lengua—. ¿Se te ocurre algo en especial?

A David se le ocurrían miles de cosas cada vez que la miraba.—Podemos empezar con ese café que me has ofrecido antes.—Ahora mismo —se levantó y se le ocurrió entonces mirar el reloj—. Oh,

Dios mío.David alargó la mano hacia el paquete de tabaco.—¿Algún problema?—Ya ha empezado Empire.—Sí, un serio problema.—Lo digo en serio, David, tengo que ver esa serie.Salió disparada hacia la televisión y David sacudió la cabeza con pesar.—Tanto tiempo contigo y no sabía que eras una adicta. A.J., hay

organizaciones que pueden ayudarte a superar ese tipo de cosas.—Chss —se sentó en el sofá y descubrió aliviada que no se había perdido

nada más que los créditos—. Tengo una cliente que…—Me lo imaginaba.—Es una chica con un gran potencial —continuó explicándole A.J.—, pero

éste es el primer contrato importante que hemos conseguido. De momento, sólo la han contratado para cuatro episodios, pero si todo va bien, es posible que vuelvan a llamarla la temporada que viene.

Resignado, David se sentó con ella en el sofá.—¿Pero ahora no estaban poniendo reposiciones?—Este capítulo es nuevo. Es una prueba para una nueva serie derivada de

Empire.—¿Otra más? —apoyó los pies en la mesita del café, encima de un ejemplar

de la revista Variety—. ¿Es que no tienen suficiente sexo y tragedias con una hora a la semana?

—Es importante que el ciudadano medio sea consciente de que la gente rica también tiene problemas. ¿Ves a ése? —alargó la mano hacia un cuenco de almendras garrapiñadas—. Es Dereck, el patriarca de la familia. Hizo dinero navegando y con el contrabando y está decidido a que sus hijos continúen el negocio familiar siguiendo sus reglas. Ésa es Angélica.

—La que está en el jacuzzi.—Sí, es su segunda esposa. Se casó con él por dinero y poder y sabe disfrutar

de ambas cosas. Pero odia a sus hijos.—Y ellos la odian a ella.—Ésa es la idea —complacida con la actitud de David, le palmeó la pierna—.

Ahora, está a punto de aparecer en la serie Angélica, hija ilegítima de una relación que tuvo hace muchos años. Ésa es mi cliente.

—¿Y de tal madre tal hija?—Desde luego. Es una auténtica bruja. Se llama Lavander.—Por supuesto, no podía ser menos.—Angélica no le ha contado a Dereck que tiene una hija, así que su aparición

causará toda clase de problemas. Ahora… Mira, ése es Beau, el hijo mayor de

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Dereck.—No quiero más nombres —con un suspiro, David apoyó el brazo en el

respaldo del sofá—. Me dedicaré a disfrutar de las joyas y de esos cuerpos tan espectaculares.

—Que tú prefieras dedicarte a rodar la migración de los pelícanos no… Ahí está.

A.J. se mordió el labio. Se tensaba y sufría con cada frase que pronunciaba su cliente, con cada movimiento, con cada expresión. ¿Le echaría de su casa si le dijera que parecía estar involucrada muy personalmente en lo que se suponía sólo debería ser un negocio? David decidió no probar suerte.

—Es muy buena —comentó a A.J. durante el intermedio—. Realmente buena. Una temporada, o quizá dos, en esta serie y estaremos seleccionando guiones de películas en las que puede actuar.

—Sí, es muy buena —David podía considerar que era una pérdida de tiempo ver un programa como aquél, pero sabía apreciar el talento—. ¿Dónde estudió?

—No ha estudiado —A.J. se reclinó orgullosa en su asiento—. Se montó en un autobús en Kansas City y se presentó en mi oficina con un puñado de obras de teatro que había hecho en el instituto como único curriculum.

David cedió y terminó comiendo él también almendras garrapiñadas.—¿Es normal que aceptes clientes de esa manera?—Normalmente, Abe, o algún miembro del equipo un poco más maternal, le

dan una charla y una palmadita en la cabeza y le piden que se vaya.—Me parece sensato, ¿pero qué ocurrió en este caso?—Ella era diferente. Cuando comprobaron que no eran capaces de sacarla de

la oficina por segundo día consecutivo, decidí verla por mí misma. Y en cuanto la vi, lo supe. No de ese modo —añadió, aunque en realidad David no se lo había preguntado—. Tengo como política no utilizar esa capacidad para firmar contratos con mis clientes. Era muy atractiva y tenía una voz preciosa. Pero, sobre todo, tenía determinación. No sé a cuantas audiciones la mandé durante las primeras semanas, pero llegué a la conclusión de que si era capaz de sobrevivir a eso, terminaríamos teniendo éxito. Y hemos terminado teniendo éxito.

—Hace falta tener agallas para presentarse de esa forma en una de las agencias más prestigiosas de Hollywood.

—En esta ciudad, si no tienes agallas, a los seis meses te han hundido.—¿Es así como consigues mantenerte en la cima?—En parte —apoyó la cabeza en el hombro de David—. Seguro que tampoco

tú puedes decir que has llegado a donde has llegado por una cuestión de suerte.—No. Uno empieza pensando que sólo se trata de trabajar duramente,

después, te das cuenta de que tienes que correr riesgos y estar dispuesto a perder. Y en cuanto has conseguido finalizar con éxito uno de tus proyectos, tienes que empezar otro y volver a ponerte a prueba.

—Es un negocio repugnante —A.J. se acurrucó contra él.—Sí.—¿Por qué lo haces?A.J. volvió la cabeza hacia David, olvidándose por completo de la serie y de

su cliente.

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—Por masoquismo —contestó David.—No, de verdad.—Porque cada vez que veo algo de lo que he hecho en la pantalla, me siento

como si fuera el día de Navidad y me hubieran regalado todo lo que deseaba.—Te comprendo —ninguna otra respuesta habría sido más acertada—. Yo

fui a la ceremonia de los Oscar hace años y dos de mis actores se llevaron uno. Dos —cerró los ojos y ser reclinó contra David—. Estaba sentada entre el público, mirando, y fue el día más emocionante de mi vida. Sé que mucha gente diría que no esperas mucho de la vida cuando la disfrutas a través de otros, pero para mí fue más que suficiente sentir que formaba parte de algo así. Sabes que aunque tu nombre no sea muy conocido, has sido tú la que has catapultado a otros a la fama.

—No todo el mundo quiere que su nombre sea particularmente conocido.—Sin embargo, el tuyo podría llegar a serlo —A.J. cambió de postura para

mirarle a los ojos—. No digo esto porque —«te quiero», estuvo a punto de decir, antes de morderse la lengua. Cuando David arqueó la ceja ante su repentino silencio, continuó rápidamente—, por nuestra relación. Con un buen material y el equipo adecuado, podrías ser uno de los diez mejores productores de este negocio.

—Agradezco el cumplido —la mirada de A.J. era tan intensa que se moría por saber los motivos—. Estoy seguro de que no lanzas muchos cumplidos sin pensar antes en lo que vas a decir.

—No, desde luego. He visto tu trabajo y he visto cómo trabajas. Y llevo cerca de ti el tiempo suficiente como para conocerte.

—En cualquier caso, en este momento no tengo ninguna gana de sentirme atado a ninguno de los principales estudios de Hollywood. La gran pantalla es para la fantasía —le acarició la mejilla, una mejilla suave y real—. Yo prefiero tratar con la realidad.

—En ese caso, produce algo real.A.J. sabía que le estaba lanzando un desafío. Y la mirada de David

demostraba que también él era consciente de ello.—¿Como qué?—Tengo un guión.—A.J…—No, escúchame, David —pronunció su nombre con frustración al verle

alejarse en el sofá—. Escúchame un momento.—Preferiría mordisquearte la oreja.—Podrás morder todo lo que quieras cuando me hayas escuchado.—¿Volvemos a las negociaciones?David se irguió en el sofá para bajar la mirada hacia A.J. Vio la luz que

encendía sus ojos y el rubor que teñía sus mejillas anticipando la emoción que sabía a punto de llegar.

—¿Qué guión? —preguntó, y observó que curvaba los labios en una sonrisa.—He hecho algún negocio con George Steiger. ¿Le conoces?—Sí, le conozco. Es un excelente escritor.—Ha escrito un guión. Su primer guión. Y da la casualidad de que lo tengo

encima de mi mesa.—¿Y eso cómo fue?

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Ella ya le había hecho algunos favores y George Steiger le había pedido uno más. Pero hacer favores sin pedir nada a cambio no encajaba con la imagen que A.J. se había esforzado en ofrecer de sí misma.

—No hace falta que entremos en eso. Es maravilloso, David, realmente maravilloso. Trata de los cherokees y de lo que ellos llaman el Sendero de Lágrimas, el camino que tuvieron que recorrer cuando los trasladaron desde Georgia a las reservas de Oklahoma. El punto de vista es el de un niño pequeño. Mientras lo lees, puedes sentir su desconcierto, la sensación de haber sido traicionado, pero también que nunca se pierde la esperanza. No es una historia edulcorada ni tampoco una película de vaqueros al uso. Es una historia real y creo que podrías llegar a hacer algo importante con ella.

Se la estaba vendiendo, y estaba haciendo un trabajo condenadamente bueno. A David se le ocurrió pensar que probablemente era la primera vez que A.J. proponía un trato de ese estilo sentada en un sofá.

—A.J. ¿qué te hace pensar que, en el caso de que yo estuviera interesado en Steiger, él podría estar interesado en mí?

—Da la casualidad de que ya le he comentado que te conocía.—¿Otra casualidad?—Sí —sonrió y deslizó las manos por las caderas de David—. Ha visto tu

trabajo y conoce tu reputación. David, Steiger necesita un productor, un buen productor.

—¿Y?A.J. le acarició la espalda, intentando disimular su interés.—Me pidió que te lo comentara de manera informal.—Definitivamente, esto es de lo más informal —musitó David, mientras se

estrechaba contra ella—. ¿Estás trabajando como agente, A.J.?—No —se puso repentinamente seria y le enmarcó el rostro con las manos—.

Estoy haciendo esto como amiga.Aquella respuesta le conmovió más profundamente que cualquier escarceo

amoroso, le llegó mucho más hondo que la pasión que hasta entonces habían compartido. Por un momento, David no supo qué decir.

—Cada vez que creo que he llegado a comprenderte, me sorprendes con algo nuevo.

—¿Lo leerás?David la besó en ambas mejillas con un gesto que había visto utilizar a A.J.

con su madre. Significaba afecto, devoción. Se preguntó si A.J. sería capaz de comprenderlo.

—Supongo que eso significa que puedes conseguirme una copia.—Casualmente, tengo una copia en casa —riendo, se arrojó a sus brazos—.

David, te vas a enamorar de ese guión.—Preferiría enamorarme de ti.A.J. se tensó, pero sólo durante un instante. Su amor era algo físico, se

recordó. Algo profundamente satisfactorio, pero sólo físico. Cuando David hablaba de amor, de enamoramiento, no se refería a los sentimientos, sino a su cuerpo. Eso era lo único que podía esperar de él y lo único que David quería de ella.

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—Entonces, hagamos el amor —musitó. Casi inmediatamente, descubrió los labios de David sobre los suyos—. Ahora.

Se estrechó contra él, provocándolo con su inconfundible urgencia. Pero David había aprendido que el placer entregado y recibido delicadamente podía ser mucho más gratificante. A.J, que no estaba acostumbrada todavía a algo tan nuevo, respondió con indecisión a su ternura. Pero cuando David rozó sus labios con los suyos, ofreciéndole, prometiéndole las delicias que todavía estaban por llegar, sintió un revoloteo en el estómago.

Oyó escapar un suspiro de sus propios labios y, a continuación, David musitó su nombre quedamente, como si aquél fuera el único sonido que necesitaba oír.

No había prisas. Los deseos de David parecían fundirse lentamente con los suyos. Satisfecha, A.J. se permitió disfrutar de cada uno de aquellos besos que acariciaban su alma antes de tentar su cuerpo. Relajada, se deleitó en la ligereza de aquellas caricias que la hacían suficientemente fuerte como para aceptar su debilidad.

Quería sentir a David contra ella sin ninguna clase de barreras. Con un murmullo de aprobación, le quitó la camisa por encima de la cabeza y deslizó después las manos con una larga caricia por su espalda. Reconoció la fuerza que había percibido desde el primer momento, una fuerza que respetaba quizá incluso más desde que sus caricias se habían tornado delicadas.

¿Cuándo había empezado a buscar aquella delicadeza? En aquel momento, tenía la mente demasiado espesa como para saber si realmente la había buscado alguna vez. Pero sabiendo que la había encontrado, no quería perderla. Y tampoco quería perderle a él.

—Te deseo, David —susurró.A David le bastó oírselo decir para que el corazón comenzara a palpitarle a

toda velocidad. No era la primera vez que oía aquellas palabras, pero sí la primera vez que A.J. se las decía y, desde luego, nunca las había oído pronunciar con aquella serena aceptación. Alzó la cabeza para mirarla.

—Dímelo otra vez —le tomó la barbilla con la mano y repitió con voz ronca y cargada de emoción—: Vuelve a decírmelo mientras te miro.

—Te deseo.David devoró entonces sus labios, ahogando con aquel beso cualquier

palabra, cualquier pensamiento. Parecía necesitar algo más. A.J. lo sentía, pero no sabía qué podía darle. Le ofreció su boca, que él besó con ardor. Le ofreció su cuerpo, dejando que lo hiciera suyo con avidez. Pero continuaba manteniendo a resguardo su corazón, temiendo que pudiera tomarlo también y terminar haciéndole sufrir.

Las prendas iban desapareciendo a medida que disminuía la paciencia. David quería sentir a A.J. contra él, quería sentir su cuerpo desnudo a lo largo de todo su cuerpo. Temblaba cuando la acariciaba, pero estaba empezando a acostumbrarse a temblar por ella. Codiciaba su cuerpo, lo anhelaba como siempre lo había anhelado. El rastro que dejaba su fragancia a lo largo de su piel marcaba sutilmente una senda que podía seguir desde su garganta hasta el hueco de sus senos y desde allí hasta el interior de sus brazos.

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A.J. se estremecía contra él, temblaba y suspiraba con cada caricia, con cada roce. David conocía los lugares que podían encenderla con el mero contacto de la yema de sus dedos, sabía cómo se erguiría su pezón al sentir el contacto de sus dientes. También A.J. conocía el cuerpo de David íntimamente. Encontraba con los labios todos los rincones del placer y avivaba con las manos las llamas de la pasión que ella misma había despertado.

La necesidad de David era cada vez mayor. Cuando hacían el amor, ya no sólo necesitaba lo que A.J. le daba, sino todo lo que podría llegar a darle. Cada vez era mayor su desesperación por tener algo más de ella y sabía que si no encontraba la llave para acceder a ella, terminaría suplicándole. Aquella mujer era capaz, por el mero hecho de no pedir nada, de hacerle ponerse de rodillas.

—Dime lo que quieres —le preguntó David mientras ella se aferraba a el.—Te quiero a ti.A.J. se cernía por encima de las nubes que los rayos y los truenos hacían

temblar. El aire era espeso, pesado, y el calor sofocante. David sabía que el cuerpo de A.J. era suyo, pero el corazón, que con tanto ahínco se empeñaba A.J. en defender, continuaba encerrado en sí mismo.

—David —todo el amor, toda la emoción que A.J. sentía vibró en aquella palabra mientras se estrechaba contra él—, no permitas que me aleje de ti.

Permanecieron adormilados en el sofá, todavía abrazados. Aunque David dejaba caer la mayor parte de su peso sobre ella, A.J. se sentía ligera, libre. Cada vez que hacían el amor, se fortalecía la sensación de libertad. Se sentía atada a él, pero más liberada de lo que lo había estado jamás en su vida, y así continuó tumbada a su lado sintiendo el latido lento y firme del corazón de David contra el suyo.

—La televisión está encendida —musitó David.—Mmm.Llegaban hasta ellos los sonidos de las pistolas y las sirenas de la película que

estaban emitiendo por televisión, pero A.J. los ignoró. Le rodeó a David la cintura con los brazos.

—No importa.—Unos minutos más y nos quedaremos completamente dormidos.—Eso tampoco importa.Riendo, David volvió la cara para besarle el cuello, buscando el rincón en el

que la piel todavía estaba caliente por la excitación. Después, cambió desganadamente de postura para que no continuara soportando su peso.

—¿Sabes? Creo que con unos pequeños cambios, podríamos estar mucho más cómodos.

—En la cama, por ejemplo —musitó A.J., mostrando su acuerdo, pero continuó acurrucada contra él.

—Para empezar. Pero estaba pensando a largo plazo.A A.J. le resultaba prácticamente imposible pensar estando abrazada a él.—¿A qué largo plazo?—Ahora, para pasar una noche juntos, los dos tenemos que recorrer muchos

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kilómetros y hacer las maletas.—Mmm. A mí no me importa.Pero a David sí le importaba. Cuando mejor estaba con ella, más difícil le

resultaba su situación. «Te quiero». Parecían tan fáciles aquellas palabras. Pero nunca se las había dicho a una mujer. Si se las decía a A.J., ¿cuánto tiempo tardaría en alejarse y desaparecer para siempre de su vida? Aun así, había riesgos que merecía la pena correr. Decidió acercarse a ella con cautela, de manera que A.J. pudiera ir comprendiéndole poco a poco.

—Aun así, creo que podríamos llegar a algún acuerdo más lógico.A.J. abrió los ojos y cambió de postura. David se fijó inmediatamente en el

ceño que apareció entre sus cejas.—¿Qué clase de acuerdo?David no estaba abordando el tema exactamente como había planeado. Pero

hacía tiempo que había aprendido que sus meticulosas estrategias normalmente no funcionaban cuando tenía que tratar con A.J.

—Tu apartamento está convenientemente situado en la ciudad en la que, casualmente, los dos trabajamos en este momento.

—Sí.Los ojos de A.J. habían perdido la soñadora dulzura que los iluminaba

después de hacer el amor y David no sabía si maldecirse por ello.—Sólo trabajamos cinco días a la semana. Mi casa, por otra parte, está en un

lugar ideal para alejarse del ajetreo de la ciudad y relajarse. Creo que un acuerdo que nos convendría a los dos sería vivir aquí durante la semana y pasar en mi casa los fines de semana.

A.J. permaneció en silencio durante cinco segundos, que se convirtieron en diez mientras decenas de pensamientos y muchas más advertencias se agolpaban en su mente.

«Un acuerdo que les convendría a los dos», había dicho David. No había hablado de compromiso, sino de acuerdo. O, más exactamente, sería una especie de enmienda al acuerdo al que habían llegado anteriormente.

—Quieres que vivamos juntos.David esperaba algo más de ella, cualquier cosa. Una sonrisa de placer, el

resplandor de la emoción. Pero A.J. se dirigió a él con voz fría, recelosa.—En realidad, es lo que estamos haciendo ahora.—No —A.J. quería alejarse, pero David continuaba abrazándola—. Ahora lo

único que estamos haciendo es acostarnos juntos.Eso era lo único que A.J. quería. A David le dolían las manos, tal era la

necesidad de sacudirla, de obligarla a mirarle para que viera por fin lo que sentía, lo que necesitaba. En cambio, se sentó en la cama y, con aquella naturalidad que A.J. siempre había admirado, comenzó a vestirse. Sintiéndose desnuda e indefensa, A.J. alargó la mano hacia su blusa.

—Estás enfadado.—Digamos que no creo que podamos llegar a ninguna clase de negociación.—David, ni siquiera me has dado cinco minutos para pensar en ello.David se volvió entonces hacia ella; el calor que A.J. vio en sus ojos la hizo

prepararse para lo peor.

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—Si eso es lo que necesitas —dijo con una calma mortal—, a lo mejor deberíamos dejarlo.

—No estás siendo justo conmigo.—No, no estoy siendo justo.Se levantó entonces, sabiendo que tenía que alejarse de ella, que tenía que

salir de allí antes de que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse.—A lo mejor estoy cansado de ser justo contigo.—Maldita sea, David —A.J. se volvió entonces hacia él—. Acabas de sugerir

que deberíamos vivir juntos como si no tuviera la menor importancia, y ahora dices que tenemos que romper porque necesito unos minutos para asimilarlo. Creo que estás siendo ridículo.

—Es una costumbre que adopté cuando empecé a salir contigo.Debería haberse marchado. Sabía que a aquellas alturas ya debería haberse

ido. Pero como no lo había hecho, la agarró por los brazos y la estrechó contra él.—Quiero algo más que compartir la cama y los desayunos contigo. Quiero

algo más que un revolcón entre las sábanas cuando nuestro horario nos lo permite.A.J. se alejó furiosa de él.—Lo haces sonar como si yo fuera…—No, lo hago sonar como si fuera cosa de los dos —no volvió a abrazarla—.

Lo hago sonar como si fuéramos exactamente lo que somos. Y no me importa.A.J. siempre había sabido que aquella relación tendría fin y se había dicho a

sí misma que tenía que estar preparada para cuando eso ocurriera. Pero en aquel momento, quería gritar, llorar su desesperación. Aferrándose al poco orgullo que le quedaba, dijo muy seria:

—No sé lo que quieres.David continuó mirándola fijamente, hasta que A.J. estuvo a punto de perder

la batalla contra las lágrimas.—No —dijo con voz queda—, no lo sabes. Y ése es el principal problema.Se marchó porque estaba a punto de suplicarle. Y ella le dejó marchar porque

también estaba dispuesta a hacerlo.

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Capítulo 12

Nerviosa como un gato asustado, A.J. supervisó las sillas plegables que habían colocado en el jardín de su madre. Y las contó una vez más antes de alejarse para enfrentarse a las sombrillas que cubrían las mesas colocadas en un lateral. Los encargados del catering estaban ocupados en la cocina; la florista y dos de sus ayudantes le daban los últimos toques a los arreglos florales. Habían colocado estratégicamente macetas de azucenas y jarrones de rosas alrededor de la terraza, de forma que su fragancia se fundiera con la de las flores del jardín de Clarissa y habían conseguido que oliera como a cuento de hadas.

Todo estaba saliendo perfectamente. Con las manos en los bolsillos, A.J. permanecía bajo el sol de la mañana, deseando casi la aparición de alguna crisis a la que pudiera hincarle el diente.

Su madre estaba a punto de casarse con el hombre al que amaba, el tiempo era una bendición y todo lo que A.J. había preparado con antelación estaba saliendo tal y como estaba previsto. Pero ella no recordaba haber estado nunca tan triste. Lo único que le apetecía era estar en casa, en su propio apartamento, con la puerta cerrada, las persianas bajadas y la cabeza enterrada bajo la almohada. ¿No le había dicho David en una ocasión que no soportaba la autocompasión?

Pues bien, David estaba ya fuera de su vida, se recordó A.J. Y llevaba ya fuera casi dos semanas. Eso era lo mejor. Al dejar de tenerle rondando a su alrededor, despertando en ella todo tipo de pensamientos confusos, podía concentrarse plenamente en su trabajo. Y, de hecho, tenían tanto trabajo que estaba considerando seriamente la posibilidad de aumentar el número de empleados. De hecho, por culpa de la sobrecarga de trabajo estaba a punto de cancelar las dos semanas de vacaciones que pretendía pasar en Saint Croix. Estaba negociando personalmente dos contratos multimillonarios y cualquier movimiento erróneo podía hacerles fracasar.

Se pregunto si David iría a la boda.Y se maldijo a sí misma por pensar siquiera en él. David había salido para

siempre de su apartamento y de su vida. Había salido en un momento en el que A.J. se encontraba en estado de confusión total, intentando ceñirse estrictamente a los términos de su acuerdo. David se había enfado y se había negado a razonar. Desde entonces, ni siquiera se había molestado en llamarla, y ella, desde luego, no iba a llamarle a él.

En realidad, le había llamado una vez. Pero David no estaba en casa. Era poco probable que David Brady estuviera llorando su pena por los rincones. Y A.J. también era una mujer demasiado independiente y, desde luego, demasiado ocupada, para deprimirse por algo así.

Pero soñaba con él. En medio de la noche, se obligaba a despertarse porque David había irrumpido en medio de su sueño. Y ella sabía mejor que nadie lo dolorosos que podían llegar a ser los sueños.

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Aquella parte de su vida había terminado, se volvió a decir. Había sido solamente… un episodio, decidió. Y los episodios no siempre terminaban con flores y buenas palabras. Desvió la mirada al ver que una de las personas que habían contratado para la boda había tirado involuntariamente unas sillas. Agradeciendo la distracción, A.J. fue a ayudarle a enderezarlas.

Cuando volvió a la casa, los encargados del catering estaban ocupados con una quiche. Clarissa, en bata, permanecía sentada a su lado, apuntando la receta.

—Mamá, ¿no deberías estar ya preparada?Clarissa alzó la mirada con una vaga sonrisa y acarició al gato que tenía

sentado en su regazo.—Oh, todavía me queda mucho tiempo, ¿verdad?—A una mujer nunca le sobra el tiempo el día de su boda.—Hace un día precioso, ¿no te parece? Sé que es una tontería interpretarlo

como un buen presagio, pero me gusta pensar que es una señal.—Puedes interpretar todo lo que quieras como una señal.A.J. comenzó a acercarse a la cafetera, pero cambió de pronto de opinión. En

un impulso, abrió el refrigerador y sacó una de las botellas de champán que estaban enfriándose. Los encargados del catering murmuraron algo entre ellos, pero A.J. los ignoró. No todos los días veía una hija casarse a su madre.

—Vamos, te ayudaré a vestirte —A.J. se dirigió al salón y sacó dos copas de champán.

—No sé si debería beber antes de la boda. No quiero estar achispada durante la ceremonia.

—Deberías estar absolutamente achispada —la corrigió A.J.Entró en la habitación de su madre y se dejó caer en la cama, como cuando

era una niña.—De hecho, creo que las dos deberíamos estar un poco achispadas. Es

mucho mejor que estar nerviosas.Clarissa esbozó una bonita sonrisa.—No estoy nerviosa.A.J. descorchó la botella, haciendo que el tapón chocara contra el techo.—Pues la novia tiene que estar nerviosa. Si estoy nerviosa hasta yo, que lo

único que tengo que hacer es mirar.—Aurora —Clarissa tomó la copa que le ofrecía su hija y se sentó a su lado—.

Deberías de dejar de preocuparte por mí.—No puedo —A.J. se inclinó para darle un beso en la mejilla—, te quiero.Clarissa le tomó la mano y se la estrechó con fuerza.—Siempre ha sido un placer tenerte a mi lado. Ni una sola vez, en toda mi

vida, me has dado algo que no fuera felicidad.—Eso es lo único que quiero para ti.—Lo sé. Y es todo lo que quiero para ti —aflojó la presión con la que le

sujetaba la mano, pero no se la soltó—. Háblame.A.J. no necesitaba que especificara más para saber que su madre se refería a

David. Dejó la copa de champán en la mesilla y comenzó a levantarse.—No tenemos tiempo, necesitas…—Habéis discutido. Estás sufriendo.

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Con un largo suspiro de impotencia, A.J. volvió a sentare en la cama.—Sabía que ocurriría desde el primer momento. Siempre he tenido los ojos

bien abiertos.—¿De verdad? —Clarissa sacudió la cabeza y dejó la copa al lado de la de su

hija para poder tomarle las dos manos—. ¿Por qué te resulta tan difícil aceptar el afecto de cualquiera que no sea yo? ¿Soy yo la responsable de eso?

—No, en absoluto. Simplemente, es así. En cualquier caso, David y yo… Lo único que hemos tenido ha sido una aventura muy intensa sexualmente que al final ha terminado consumiéndose a sí misma.

Clarissa pensó en lo que había visto, en lo que había sentido, y estuvo a punto de suspirar.

—Pero tú estás enamorada de él.Ante cualquier otra persona, A.J. lo habría negado. Habría mentido y quizá

incluso la habrían creído.—Sí, ése es el problema. Pero estoy intentando resolverlo —añadió

rápidamente para no caer en la autocompasión—. Pero hoy, especialmente, sólo deberíamos hablar de cosas agradables.

—Hoy, especialmente, quiero ver a mi hija feliz. ¿Qué crees que siente David por ti?

A.J. no debería haber olvidado nunca lo persuasivamente cabezota que podía llegar a ser su madre.

—Se sentía atraído por mí. Creo que le intrigaba que no me plegara a todo lo que él decía y, en cuestiones profesionales, estábamos al mismo nivel.

Clarissa no había olvidado lo evasiva que podía llegar a ser su hija.—Te he preguntado por lo que siente.—No lo sé —A.J. se pasó la mano por el pelo y se levantó—. Me desea o, por

lo menos, me deseaba. Hacemos muy buena pareja en la cama. Y sobre lo demás, no estoy segura. Era como si quisiera meterse dentro de mi cabeza.

—Y eso es algo que tú no estabas dispuesta a permitir.—No me gusta sentirme examinada.Clarissa observó a su hija caminar por el dormitorio con todos los nervios en

tensión. Eran tantas las emociones que bullían dentro de ella. ¿Por qué no sería capaz de comprender que sólo podría sentir de verdad cuando aprendiera a liberarlas?

—¿Estás segura de que era eso lo que pretendía?—No estoy segura de nada, pero sé que David es un hombre muy racional.

Un hombre de esos que investiga meticulosamente cualquier cosa en la que tiene interés.

—¿No se te ha ocurrido pensar nunca que es posible que fueras tú la que le interesabas, y no tus capacidades psíquicas?

—Creo que eso era algo que le interesaba y, al mismo tiempo, le inquietaba —ojalá pudiera estar segura—. En cualquier caso, ya hemos terminado. Y los dos estábamos de acuerdo desde el principio en que en nuestra relación no cabría ninguna clase de compromiso.

—¿Por qué?—Porque no era eso lo que él… lo que nosotros —se corrigió rápidamente—,

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estábamos buscando. Dejamos claras las normas desde el primer momento.—¿Y por qué discutisteis?—Porque David sugirió que viviéramos juntos.—Oh.Clarissa se interrumpió un momento. Estaba suficientemente chapada a la

antigua como para que una confesión de ese tipo la pusiera nerviosa, pero también era suficientemente sensata como para aceptarlo.

—Para muchos, dar un paso como ése es un compromiso formal.—No, en este caso, era más bien un asunto de conveniencia —¿era eso lo que

le dolía?, se preguntó, no se había detenido a analizarlo—. El caso es que yo necesitaba pensármelo y David se enfadó. Se enfadó muchísimo.

—Está dolido —cuando A.J. la miró, a punto de protestar, Clarissa sacudió la cabeza—. Lo sé. Os habéis hecho mucho daño el uno al otro, y todo por una simple cuestión de orgullo.

Eso cambiaba las cosas. A.J. se dijo a sí misma que no tendría por qué, pero descubrió que comenzaba a debilitarse su determinación.

—Yo no quería hacerle daño a David. Sólo quería…—Protegerte a ti misma —terminó Clarissa por ella—. Pero a veces, lo

segundo puede conducir a lo primero. Cuando quieres a alguien, cuando le quieres de verdad, tienes que estar dispuesto a correr riesgos.

—Crees que debería ir a buscarle…—Creo que deberías hacer lo que te dicte el corazón.El corazón. Su corazón era como un libro abierto. No entendía por qué los

demás no podían ver lo que encerraba en él.—Parece fácil.—Y en realidad es lo más aterrador del mundo. El ser humano es capaz de

analizar e investigar fenómenos paranormales. Somos capaces de montar laboratorios espectaculares en las mejores universidades y fundaciones del mundo, pero sólo los poetas han sido capaces de comprender el terror del amor.

—Tú siempre has sido una poetisa, mamá —A.J. volvió a sentarse, apoyando la cabeza en el hombro de su madre—. Dios mío, ¿y qué voy a hacer si no me quiere?

—En ese caso, sufrirás y llorarás. Y después, poco a poco, irás recomponiendo tu vida y serás capaz de continuar. Tengo una hija muy fuerte.

—Y yo tengo la madre más sabia y más guapa del mundo —A.J. se inclinó para tomar las copas de champán. Después de tenderle una a Clarissa, alzó la suya para hacer un brindis—. ¿Por qué brindamos primero?

—Por la esperanza —Clarissa hizo tintinear su copa contra la de su hija—, que en realidad es lo único que tenemos.

A.J. se cambió de ropa en el dormitorio que su madre siempre había conservado en casa para ella. Aunque sólo hubiera pasado allí un puñado de noches en diez años, Clarissa siempre había dicho que era el dormitorio de su hija y que nunca dejaría de serlo. Quizá se quedara allí también aquella noche, cuando la boda hubiera terminado, los invitados hubieran vuelto a sus casas y la pareja de

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recién casados estuviera disfrutando de su luna de miel. Sí, podía quedarse allí y esperar hasta el día siguiente para reunir el valor que necesitaba para escuchar el consejo de su madre y seguir los dictados de su corazón.

Pero, ¿y si David no la quería? ¿Qué pasaría si la había olvidado? A.J. continuó frente al espejo, pero con los ojos cerrados. Había demasiadas preguntas y sólo estaba segura de una cosa: le amaba. Si eso significaba correr riesgos, no iba a quedarle otra opción.

Cuadró los hombros, abrió los ojos y estudió su reflejo en el espejo. No se había puesto nada tan descaradamente femenino desde hacía años. El corpiño y el cuello del vestido estaban cubiertos de encaje bajo el que asomaba la seda de color azul claro. La falda, de forma acampanada, le llegaba hasta los tobillos.

No era su estilo habitual, pensó A.J. otra vez, pero le habían gustado la delicadeza del encaje y el hecho de que pareciera un diseño antiguo. Tomó el ramo de rosas blancas atadas por un lazo del mismo color que habían preparado para Clarissa y, aunque sabía que era ridículo, se sintió ella misma como una novia.

¿Qué se sentiría al estar a punto de unirse a otra persona de esa forma, a alguien que la amaba y deseaba? Se sentirían mariposas en el estómago, seguro, como las estaba sintiendo ella en aquel momento. Y también la boca seca. Se llevó la mano a los labios. Y una combinación de emoción y ansiedad, seguramente. Posó la mano sobre la cómoda, para intentar tranquilizarse.

¿Sería una premonición? Intentando desprenderse de aquellas sensaciones, se apartó del espejo. Era su madre la que estaba a punto de prometer amor, respeto y cuidados a su futuro esposo.

Miró el reloj y contuvo la respiración. ¿Cómo podía haber perdido tanto tiempo? Si no se ponía inmediatamente en funcionamiento, no habría nadie recibiendo a los invitados cuando llegaran.

Los hijos de Alex fueron los primeros en aparecer. A.J. los había conocido el día anterior, en la cena que habían organizado sus respectivos padres el día previo a la boda, y todavía no había mucha confianza entre ellos, pero cuando su futura hermanastra le ofreció ayuda a A.J., ésta la aceptó inmediatamente. En cuestión de minutos, comenzarían a aparcar los coches delante de la casa e iba a necesitar toda la ayuda que pudieran prestarle.

—A.J. —Alex la encontró en el jardín, acompañando a los invitados a sus asientos—, estás preciosa.

Él, a pesar de su habitual bronceado, estaba ligeramente pálido. Aquella evidencia de su nerviosismo consiguió conmover a A.J.

—Pues espera a que veas a la novia.—Estoy deseando verla —se ajustó el nudo de la corbata—. Tengo que

admitir que estaría un poco más tranquilo si estuviera aquí para animarme. ¿Sabes? Hablo todas las noches para un público de millones de personas, pero esto… —miró alrededor del jardín—, esto es algo completamente diferente.

—Y creo que va a tener una gran audiencia —le dio un beso en la mejilla—. ¿Por qué no te metes en casa y te tomas un whisky?

—Sí, creo que no me vendría mal —le apretó el hombro con cariño—. Creo que no me vendría mal —repitió.

A.J. le observó dirigirse hacia la puerta trasera antes de volverse para

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continuar con sus obligaciones. Y entonces vio a David. Estaba justo al final del jardín y la brisa acariciaba su pelo. A.J. pensó que no había sentido su presencia. Y se preguntó, mientras sentía el placer provocado por su aparición fluyendo en su interior, si de verdad quería que estuviera allí.

David no se acercó a ella. A.J. apretó con fuerza el ramo que llevaba en la mano. Sabía que tenía que ser ella la que diera el primer paso.

Estaba preciosa. David pensó que parecía recién salida de un sueño. La brisa que impregnaba el aire con la fragancia de las flores del jardín jugueteaba con el encaje del vestido. Mientras la veía avanzar hacia él, David pensaba en lo vacías que habían sido las horas que había pasado sin ella.

—Me alegro de que hayas venido.David se había dicho a sí mismo que no pensaba ir a la boda, pero, casi

inmediatamente, se había arreglado y había montado en el coche para dirigirse hacia el sur. No sabía si había sido ella la que le había llamado con el pensamiento o si habían sido sus propios sentimientos los que le habían impulsado, pero tampoco le importaba.

—Pareces tenerlo todo bajo control.En realidad, A.J. no tenía absolutamente nada bajo control. Quería tenderle la

mano y decírselo así, pero David se estaba mostrando muy frío y distante.—Sí. Ya estamos casi a punto de empezar. En cuanto consiga que se siente

todo el mundo, iré a buscar a Clarissa.—Yo me ocuparé de los invitados —se ofreció David.—No tienes por qué hacerlo.—Pero ya me había comprometido a hacerlo.A.J. asintió ante el tono cortante de su respuesta, al tiempo que intentaba

contener todas sus esperanzas.—Gracias. Y ahora, si me perdonas…Se dirigió hacia el interior de la casa y se metió en el dormitorio, donde podía

recobrar la compostura antes de volver a enfrentarse a su madre.¡Maldita fuera! David dio media vuelta y maldijo a A.J., se maldijo a sí

mismo y lo maldijo todo. Le había bastado verla para estar dispuesto a arrastrarse a sus pies. Él no era un hombre que pudiera vivir de rodillas. A.J. estaba tan atractiva, tan fresca, tan encantadora… Por un instante, sólo por un instante, le había parecido reconocer en sus ojos los sentimientos que él tanto necesitaba ver. Pero, casi inmediatamente, había vuelto a sonreírle como si él sólo fuera uno más de los invitados a la boda de su madre.

Sin embargo, sabía que no podía seguir de tan mal humor, de modo que se obligó a acompañar a los invitados a sus asientos, haciendo todo tipo de comentarios educados. Pero se prometió que, antes de que acabara el día, llegarían a un acuerdo. Al acuerdo que él propusiera. Así lo había planeado y ya iba siendo hora de que por lo menos uno de sus planes relativos a A.J. funcionara.

La orquesta que A.J. había contratado después de haber hecho audiciones con, por lo menos, otra media docena de orquestas, comenzó a tocar quedamente sobre la plataforma de madera que habían colocado en el jardín. Ya más tranquila y con la mirada clara, A.J. cruzó el jardín para ocupar su asiento. Miró a Alex y le dirigió una sonrisa de ánimo. Después se volvió hacia Clarissa, que salía de la casa

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envuelta en un vestido de seda rosa.Parecía una rosa, pensó A.J. con el corazón henchido de orgullo. Los

invitados se levantaron para verla cruzar el pasillo, pero ella sólo tenía ojos para Alex. Y él, advirtió A.J., la miraba como si no hubiera nadie más en el mundo.

Unieron sus manos y pronunciaron los votos.Fue una ceremonia corta y tradicional. Mientras su madre hacía las promesas

matrimoniales, A.J. luchaba contra la sensación de pérdida que mellaba su felicidad. Eran unas palabras tan sencillas, pero, al mismo tiempo, tan complejas. Palabras que llevaban repitiéndose durante un tiempo inmemorial y que, sin embargo, continuaban sonando como si fueran nuevas.

Con la visión nublada por las lágrimas y un nudo en la garganta, A.J. se acercó a abrazar a su madre cuando terminó la ceremonia.

—Mamá, espero que seas muy feliz.—Lo seré, A.J. —se apartó para mirarla a los ojos—. Y tú también.Antes de que A.J. pudiera decir nada, Clarissa se volvió para abrazar a los

hijos de su marido.Tenía invitados a los que dar de comer y beber, se dijo A.J., buscando la

manera de contener sus emociones. Al cabo de muy pocas horas estaría completamente sola; ya daría rienda suelta a sus sentimientos entonces. De momento, se limitaría a reír, a saludar a los invitados, a brindar y a endurecerse por dentro.

—Clarissa —David había esperado intencionadamente a que tuviera tiempo de recuperarse de la emoción de la ceremonia para acercarse—, estás preciosa.

—Gracias, David. Me alegro mucho de que hayas venido. A.J. te necesita.David cambió de postura e inclinó la cabeza.—¿Ah, sí?Con un suspiro, Clarissa le tomó las dos manos. Cuando notó la intensidad

de su mirada sobre él, David estuvo a punto de apartarlas.—No es necesario hacer planes —le dijo Clarissa con voz queda—. Basta con

los sentimientos.David se obligó a sí mismo a relajarse.—No juegas justo.—Es mi hija. En más de un sentido.—Sí, eso lo entiendo.Clarissa permaneció en silencio durante una décima de segundo y sonrió.—Sí, sé que lo entiendes, y deberías hacérselo saber. Aurora es una experta

en bloquear sentimientos, pero se maneja bien con las palabras. ¿Vas a hablar con ella?

—Eso pretendo.—Estupendo —Clarissa le palmeó la mano satisfecha—. Ahora, creo que

deberías probar la quiche. Les he pedido la receta a los cocineros del catering. Es fascinante.

—Igual que tú —David se inclinó para darle un beso en la mejilla.A.J. estaba agotada. Iba moviéndose de grupo en grupo, bebiendo champán

y sin probar apenas un solo bocado de aquel impresionante despliegue de comida. Cortaron la tarta, decorada con cisnes y corazones, y el dulce desapareció como

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por arte de magia. El vino continuaba corriendo y la música sonando mientras las parejas bailaban en el jardín.

—Supongo que te gustará saber que he leído el guión de Steiger —David se acercó a A.J., pero mantuvo la mirada fija en las parejas que se movían en la pista de baile—. Es excelente.

Negocios, pensó A.J. Sí, era preferible hablar de negocios.—¿Estás pensando en producirla?—Estoy considerando la posibilidad de hacerlo, que no es lo mismo. El lunes

tengo una reunión con Steiger.—Eso es maravilloso —era imposible no alegrarse por él. Y era imposible no

demostrarlo—. Seguro que estarás sensacional.—Y si el guión llega a plasmarse alguna vez en la pantalla, tú habrás sido la

catalizadora.—Me encanta la idea.—No he vuelto a bailar desde que tenía nueve años —David posó la mano en

su brazo y la sintió sobresaltarse—. Mi madre me obligaba a bailar con mi prima a una edad en la que los chicos piensan que las mujeres son lo peor del mundo. Pero he cambiado de opinión desde entonces —deslizó un brazo por su cintura—. Pareces tensa.

En cuanto comenzaron a bailar, A.J. intentó concentrarse en contar los pasos y en seguir el ritmo que David marcaba, en cualquier cosa que no fuera la sensación de estar de nuevo entre tus brazos.

—Quiero que la boda sea perfecta.—No creo que tengas que seguir preocupada por eso.Su madre estaba bailando con Alex como si fueran la única pareja del jardín.—No —suspiró sin poder evitarlo—. Ya no tengo que preocuparme por eso.—Tienes derecho a estar triste —su fragancia continuaba siendo tal y como él

la recordaba, delicadamente tentadora.—No, no tengo derecho a estar triste, es muy egoísta por mi parte.—Es algo completamente normal —la corrigió—. Eres demasiado dura

contigo misma.—Me siento como si la hubiera perdido —estaba a punto de llorar, pero se

obligó a endurecerse otra vez.—No eres egoísta —repitió David, acariciándole la sien con los labios—. Y

estoy seguro de que ese sentimiento pasará.Cuando David se mostraba tan amable con ella, A.J. se sabía completamente

perdida. Cuando desplegaba aquella delicadeza, estaba completamente indefensa.—David —le apretó los hombros con fuerza—, te he echado de menos.Le costó decirlo, pero la primera capa de orgullo que ocultaba todos sus

sentimientos se disolvió con aquellas palabras. Advirtió que David tensaba ligeramente la mano sobre su cintura.

—Aurora.—Por favor, ahora no digas nada —en aquel momento, el control del que

tanto dependía no era capaz de protegerla—. Sólo quería que lo supieras.—Tenemos que hablar.A.J. estaba comenzando a asentir cuando alguien dijo por el micrófono:

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—Todas las mujeres solteras, que se coloquen en fila para poder optar al ramo de flores de la novia.

—Vamos, A.J.La hija de Alex la agarró del brazo riendo y la instó a sumarse a la fila.—Veamos quién será la siguiente.A.J. no tenía el menor interés ni en el ramo de flores ni en participar de las

risas cómplices de las mujeres. Su vida estaba en peligro. Distraída, buscó a David con la mirada y, cuando volvió la cabeza de nuevo, apenas tuvo tiempo de levantar las manos para impedir que el ramo que acababa de lanzar su madre le diera en pleno rostro. Avergonzada, A.J. aceptó las felicitaciones y las bromas bien intencionadas del resto de invitados.

—¿Otra señal? —preguntó Clarissa mientras le pellizcaba la mejilla a su hija.—Una señal de que mi madre tiene ojos en la nuca, además de una puntería

excelente —A.J. se permitió enterrar el rostro en el ramo y disfrutar de aquel aroma tan dulce y cargado de promesas—. Deberías conservar el ramo.

—No. Dicen que trae mala suerte y yo no pienso tener ni una pizca de mala suerte.

—Voy a echarte de menos.Clarissa la comprendía, siempre había comprendido a su hija. Le sonrió y le

dio un beso en la mejilla.—Volveré dentro de dos semanas.A.J. apenas tuvo tiempo de darle un abrazo antes de que su madre y Alex se

fueran corriendo bajo una lluvia de arroz y vítores.Algunos invitados se marcharon, otros decidieron disfrutar un poco más de

la fiesta. Cuando el cielo comenzó a teñirse con los primeros reflejos del atardecer, los músicos guardaron los instrumentos.

—Ha sido un día muy largo.A.J. se volvió y, al ver a David, no pudo evitar alargar la mano hacia él.—Creía que te habías ido.—Sólo he salido un rato. Has hecho un gran trabajo.—Me cuesta creer que todo haya terminado —miró a su alrededor mientras

terminaban de plegar el resto de las sillas.—No me vendría mal un café.A.J. sonrió al tiempo que intentaba convencerse a sí misma de que debía

comportarse con naturalidad.—¿Crees que quedará algo?—Dejé una cafetera preparada antes de irme —se dirigió con ella hacia la

cocina—. ¿Dónde van a pasar la luna de miel?Se sentía un gran vacío en el interior de la casa. Era curioso, hasta entonces,

A.J. no había sido consciente de hasta qué punto llenaba Clarissa aquel lugar.—Se van a navegar —rió ligeramente, pero de pronto se encontró a sí misma

mirando con impotencia alrededor de la cocina—. La verdad es que me cuesta imaginarme a Clarissa izando las velas.

—Toma —David sacó un pañuelo del bolsillo y se lo tendió—. Siéntate y desahógate con un buen llanto. Tienes derecho.

—Me alegro por ella —por fin comenzaron a caer las lágrimas—. Alex es un

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Nora Roberts Demasiados Secretos

hombre maravilloso y sé que la quiere.—Pero ya no necesita que cuides de ella —le ofreció una taza de café—. Bebe.A.J. asintió y bebió un sorbo.—Siempre me ha necesitado.—Y sigue haciéndolo, aunque ahora de manera diferente.—Me siento ridícula.—Tu problema es que no eres capaz de aceptar que se supone que uno tiene

que sentirse ridículo de vez en cuando.A.J. se sonó la nariz sonoramente.—No me gusta sentirme ridícula.—No tiene por qué gustarte. ¿Ya has terminado de llorar?A.J. gruñó ligeramente, se sorbió la nariz y bebió otro sorbo de café.—Sí.—Vuelve a decirme que me has echado de menos.—Eso ha sido un momento de debilidad —replicó, bajando la mirada hacia la

taza, pero David se la quitó de las manos.—No quiero más evasivas, Aurora. Ahora mismo vas a decirme lo que

quieres y lo que sientes.—Quiero que vuelvas conmigo —tragó saliva y deseó que David dijera algo

y dejara de mirarla tan fijamente.—Continúa.—David, me estás poniendo las cosas muy difíciles.—Sí, lo sé —no iba a tocarla, todavía no. Necesitaba mucho más que sus

caricias—. Para mí también esto es difícil.—Muy bien —tomó aire, intentando tranquilizarse—. Cuando sugeriste que

viviéramos juntos, no me lo esperaba. Quería tiempo para pensar en ello, pero tú te enfadaste. De hecho, no sólo te enfadaste, sino que te marchaste. Pero, desde entonces, he tenido tiempo para pensar en lo que me dijiste y no veo ningún motivo para que no podamos vivir juntos en esos términos.

Siempre negociando, pensó David mientras se frotaba la barbilla. Al parecer, todavía no iba a dar el último paso.

—Yo también he tenido tiempo de pensar en ello, y he cambiado de opinión.A.J. no se habría quedado más estupefacta si le hubiera dado una bofetada.

El rechazo siempre resultaba doloroso, pero nunca lo había sido tanto para ella.—Ya entiendo.Se volvió para recuperar su taza, pero las manos le temblaban.—Has hecho un gran trabajo con la boda de tu madre, A.J.A.J. cerró los ojos, preguntándose por qué sentía de pronto aquellas ganas de

reír y llorar al mismo tiempo.—Gracias, muchas gracias.—Creo que estás en condiciones de preparar otra.—Claro que sí —se presionó los ojos con los dedos—, podría montar un

negocio de bodas.—No, en realidad, yo sólo estaba pensando en una más: la nuestra.No iba a llorar, no. No podía dejar caer ni una sola lágrima. La ayudó

concentrarse en eso.

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Nora Roberts Demasiados Secretos

—¿Nuestra qué?—Nuestra boda, ¿es que no me estás prestando atención?A.J. se volvió lentamente y le descubrió mirándola con expresión divertida.—¿De qué estás hablando?—He visto que te has quedado con el ramo de la novia, y yo soy un hombre

supersticioso.—Esto no tiene ninguna gracia.Antes de que hubiera tenido tiempo de salir a grandes zancadas de la

habitación, ya la había agarrado.—Maldita sea, claro que no. No tiene ninguna gracia que me haya pasado

once días y doce noches pensando en ti. Y tampoco tiene ninguna gracia que te alejes cada vez que doy un paso hacia ti. Cada vez que proyecto algo, todos mis planes se van al garete a los cinco minutos de estar contigo.

—No vas a solucionar nada gritándome.—No voy a solucionar nada hasta que empieces a escuchar y dejes de

adelantarte a lo que quiero decirte. Mira, yo no tenía más ganas de todo esto que tú. Me gustaba mi vida tal y como era.

—Estupendo, porque a mí también me gustaba mi vida.—Entonces los dos tenemos un problema, porque es evidente que nada va a

volver a ser como antes.¿Por qué no podía respirar? El enfado nunca le había quitado la respiración.—¿Por qué no?—Adivínalo.La besó entonces, fue un beso duro, furioso, como si estuviera enfadado con

los dos. Pero la rabia sólo duró un instante, menos de lo que tardaba en latir su corazón. Suavizó entonces sus labios, aflojó la tensión de su boca y A.J. se estrechó contra él.

—¿Por qué no me lees el pensamiento? Aunque sólo sea por una vez, Aurora, ábrete.

A.J. comenzó a negar con la cabeza, pero David volvió a besarla. La casa estaba en silencio. Afuera, los pájaros ofrecían su serenata al sol del crepúsculo. La luz era cada vez más tenue y para A.J. había dejado de existir todo lo que no fueran aquella habitación y aquel instante.

Los sentimientos comenzaron a fluir en su interior, sentimientos que en otro tiempo había temido. Sin embargo, en aquel momento le estaban entregando todo lo que siempre había temido esperar.

—David —le abrazó con fuerza—. Necesito que me lo digas. No soportaría equivocarme.

¿No había necesitado él mismo oír aquellas palabras? ¿Acaso no había intentado sonsacárselas una y otra vez? A lo mejor había llegado el momento de decírselas.

—El día que conocí a tu madre, me dijo algo sobre la necesidad de comprender y descubrir mi propia ternura. Ese fin de semana que pasaste conmigo, cuando llegué a casa y te vi durmiendo en mi cama, fui consciente de que me había enamorado. El problema fue que no supe cómo hacer que te enamoraras de mí.

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Nora Roberts Demasiados Secretos

—Ya estaba enamorada de ti. Pero pensaba que tú no…—Ese es el problema, que piensas demasiado —se apartó de ella para mirarla

—. Y yo también. Intentamos ser civilizados y prudentes, porque así es como lo hemos solucionado siempre todo.

—Me parecía que era la mejor forma de hacerlo —tragó saliva y se acercó a él—, pero esta vez no ha funcionado. Cuando me enamoré de ti, en lo único en lo que podía pensar era en que lo echaría todo a perder esperando demasiado.

—Y yo pensaba que si te pedía que diéramos un paso más en nuestra relación, habrías desaparecido antes de que hubiera tenido tiempo de pronunciar esas palabras —posó los labios en su frente—. Hemos perdido el tiempo pensando, cuando deberíamos haber sentido.

A.J. sabía que debería ser prudente, pero se sentía tranquila y serenamente satisfecha entre sus brazos.

—Temía que no fueras capaz de aceptar lo que soy.—Yo también —la besó en ambas mejillas—, pero los dos nos equivocamos.—Necesito que estés seguro. Necesito saber que de verdad no te importa.—Aurora, te quiero tal y como eres. No sé de qué otra forma podría decírtelo.A.J. cerró los ojos. Tanto Clarissa como ella tenían derecho a la esperanza.

Eso era lo único que tenían y necesitaban.—Acabas de encontrar la mejor manera de hacerlo.—Hay algo más —la sostuvo contra él y esperó a que volviera a mirarle. Y

entonces vio, como tantas veces lo había necesitado, el corazón asomando a su mirada—. Quiero pasar mi vida contigo, tener hijos contigo. Jamás ha habido una mujer que me haya hecho desear todas estas cosas.

A.J. enmarcó su rostro con las manos y alzó los labios hacia los suyos.—Y yo voy a encargarme de que nunca haya otra.—Dime lo que sientes.—Te quiero.David la abrazó con fuerza.—Dime lo que quieres.—Quiero pasar toda mi vida contigo. Dos vidas incluso, si podemos

conseguirlo.

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Nora Roberts Demasiados Secretos

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

NORA ROBERTS

Seudónimo de Eleanor Wilder.También escribe con el pseudónimo de J.D. Robb

Eleanor Mari Robertson Smith Wilder nació el 10 de Octubre de 1950 en Silver-Spring, condado de Montgomery, estado de Maryland. En su familia, el amor por la literatura siempre estuvo presente. En 1979, durante un temporal de nieve que la dejó aislada una semana junto a sus hijos, decidió coger una de las muchas historias que bullían en su cabeza y comenzó a escribirla... Así nació su primer libro: Fuego irlandés.

Está clasificada como una de las mejores escritoras de novela romántica del mundo. Ha recibido varios premios RITA y es miembro de Mistery Writers of America y del Crime League of America. Todas las novelas que publica encabezan sistemáticamente las listas de los libros más vendidos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Como señaló la revista Kirkus Reviews, «la novela romántica con intriga no morirá mientras Nora Roberts, su autora megaventas, siga escribiendo». Doscientos ochenta millones de ejemplares impresos de toda su obra en el mundo avalan su maestría.

Nora es la única chica de una familia con 4 hijos varones, y en casa Nora sólo ha tenido niños, por describe habilmente el carácter de los protagonistas masculinos de sus novelas. Actualmente, Nora Roberts reside en Maryland en compañía de su segundo marido.

DEMASIADOS SECRETOS

David Brady quería hacer un documental sobre fenómenos paranormales, así que decidió entrevistar a Clarissa, una conocida vidente. El mismo día de la entrevista conoció a la agente de Clarissa, A.J. Fields, una mujer fría y profesional que conseguiría afectarle de una manera muy extraña. David se propuso entonces descubrir qué se escondía tras aquella fachada, sin embargo A.J. no estaba dispuesta a que nadie se acercara a sus secretos, y todavía menos a su corazón...

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