cuentos espanoles

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  • Tankonyvkiad

  • CUENTOS ESPAOLES

  • I D E G E N N Y E L V I K I S K N Y V T R

    CUENTOS ESPAOLES

    VLOGATTA S A SZJEGYZKET KSZTETTE

    HORNYI MTYS

    MSODIK K I A D S

    TANKNYVKIAD, BUDAPEST

  • A MVELDSGYI MINISZTER RENDELETRE

    V

    ISBN 963 17 0000 3

  • MARIANO JOS DE LARRA: VUELVA USTED MAANA

    Gran persona debi de ser el primero que llam pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artculos anteriores estuvimos ms serios de lo que nunca nos habamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado. Convengamos solamente en que esta institucin ha cerrado y cerrar las puertas del cielo a ms de un cristiano.

    Estas reflexiones me haca yo casualmente no hace muchos das, cuando se present en mi casa un extran-jero de stos que han de tener siempre de nuestro pas una idea exagerada, de stos que, o creen que los hombres aqu son todava los esplndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son an las tribus nmadas del otro lado del Atlante.

    Un extranjero de estos fue el que se present en mi casa, provisto de cartas de recomendacin para mi per-sona. Asuntos intricados de familia, reclamaciones futu-ras, y aun proyectos vastos concebidos en Pars de invertir aqu sus caudales en tal o cual especulacin industrial o mer-cantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducan.

    5

  • Acostumbrado a la actividad en que viven nuestro vecinos, me asegur formalmente que pensaba permane-cer aqu muy, poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Parec--me el extranjero digno de alguna consideracin, trab presto amistad con l, y lleno de lstima trat de persua-dirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirle la proposicin, y fue preciso explicarme ms claro.

    Mirad le dije , monsieur Sans-dlai, que as se llamaba; Vos vens decidido a pasar quince das, y a solventar en ellos vuestros asuntos.

    Ciertamente me contest . Quince das, y es mucho. Maana por la maana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya s quin soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado maana las presento fundadas en los datos que aqul me d, legali-zadas en debida forma; y como ser una cosa clara v de justicia innegable (pues slo en este caso har valer mis derechos), al tercer da se juzga el caso y soy dueo de lo mo. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto da ya habr presentado mis proposiciones. Sern buenas o malas, y admitidas o rechazadas en el acto, y son cinco das; en el sexto, spti-mo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; des-

    6

  • x?anso el noveno; el dcimo tomo mi asiento en la dili-gencia, si ni me conviene estar ms tiempo aqu, y me vuelvo a mi casa; an me sobran de los quince cinco das.

    Al llegar aqu monsieur Sans-dlai, trat de reprimir una carcajada, y si mi educacin logr sofocar mi inopor-tuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase &, mis labios una suave sonrisa de asombro y de lstima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de m grado.

    Permitidme, monsieur Sans-dlai le dije entre socarrn y formal , permitidme que os convide a

  • jHiprboles! Yo les comunicar a todos m activi-dad.

    Todos os comunicarn su inercia. Conoc que no estaba el seor Sans-dlai muy dispuesto

    a dejarse convencer sino por la experiencia, y call por entonces, bien seguro de que no tardaran mucho los hechos en hablar por m.

    Amaneci el da siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual slo se pudo hacer pregun-tando de amigo en amigo y de conocido en conocido: encontrrnosle por fin, y el buen seor, aturdido de ver nuestra precipitacin, declar francamente que necesi-taba tomarse algn tiempo; instsele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diramos una vuelta por all dentro de unos das. Sonreme y marchamnos. Pasaron tres das: fuimos.

    Vuelva usted maana nos respondi la criada^ t

    porque el seor no se ha levantado todava. Vuelva usted maana nos dijo al siguiente

    da , porque el amo est durmiendo la siesta. Vuelva usted maana - nos respondi el lunes

    siguiente , porque hoy ha ido a los toros. I Qu da, a1 qu hora se ve a un espaol ? Vmosle por fin, y "Vuelva usted maana nos dijo ,

    porque se me ha olvidado. Vuelva usted maana, porque no est en limpio".

    A los quince das ya estuvo; pero mi amigo le haba

    8

  • pedido una noticia del apellido Diez, y l haba entendido Daz, y la noticia no serva. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jams con sus abuelos.

    Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.

    Para las proposiciones que acerca de varios estableci-mientos y empresas tilsimas pensaba hacer, haba sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de maana en maana nos llev hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momen-to oportuno para trabajar. El escribiente hizo despus otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este pas.

    No par aqu; un sastre tard veinte das en hacerle un frac, que le haba mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le oblig con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesit quince das para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le haba enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos das con la cabeza al aire y sin salir de casa.

    Sus conocidos y amigos no le asistan a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondan a sus cartas/ jQu formalidad y que exactitud!

    9

  • I Qu os parece do est a tierra, monsieurSam-daH le dije al llegar a estas pruebas,

    Me parece que son hombres singulares . . . Pues as son todos. No comern por no llevar la

    comida a la boca. Presentse con todo, yendo y viniendo das, una pro-

    posicin de mejoras para un ramo que no citar, quedan-do recomendada eficacsimamente.

    A los cuatro das volvimos a saber el xito de nuestra pretensin.

    Vuelva usted maana nos dijo el portero . El oficial de la mesa no ha venido hoy.

    Grande causa le habr detenido dije yo entre m. Fuimos a dar un paseo, y nos encontramos, qu casuali-dad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadsimo en dar una vuelta con su seora al hermoso sol de los in-viernos claros de Madrid.

    Martes era el da siguiente, y nos dijo el portero: Vuelva usted maana, porque el seor oficial no da

    audiencia hoy. Grandes negocios habrn cargado sobre l , dije

    Como soy el diablo y aun he sido duende, busqu oca-sin de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su seora estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le deba costar trabajo el acertar. 10

  • Es imposible verle hoy le dije a mi compaero ; mi seora, est en efecto ocupadsimo.

    Dinos audiencia el mircoles inmediato, y qu fatali-dad! el expediente haba pasado a informe, por desgracia, a la nica persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien deba salir en l perjudicado. Vivi el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar.

    Vuelto el informe se cay en la cuenta en la seccin de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no corresponda a aquel ramo; era preciso rectificar este

    pequeo error; passe al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y htenos caminando despus de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurn que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de ia huronera. Fue el caso al llegar aqu que el expediente sali del primer establecimiento y nunca lleg al otro.

    De aqu se remiti con fecha de tantos decan en uno.

    Aqu no ha llegado nada decan en otro. Voto va! dije yo a monsieur Sans-dlai, sabis

    que nuestro expediente se ha quedado en el aire, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algn tejado de esta activa poblacin ?

    Hubo que hacer otro, Vuelta a los empeos! Vuelta a la prisa! Qu delirio!

    11

  • V

    Es indispensable dijo el oficial con voz campa* nuda , que estas cosas vayan por sus trmites regulares*

    Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejer-cicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuan-tos aos de servicio.

    Por ltimo, despus de cerca de medio ao de subir y bajar^ y estar a la firma o al informe, o a la aprobacin, o al despaeho, o debajo de la mesa, y de volver siempre maana, sali con una no ti ta al margen que deca:

    '^A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponen-te, negado".

    Ah, ah!, monsieur Sans-dlai exclam rindome a carcajadas ; ste es nuestro negocio.

    Pero monsieur Sans-dlai se daba a todos los diablos. Para esto he echadov yo mi viaje tan largo?

    I Despus de seis meses no habr conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: Vuelva usted maana, y cuando este dichoso manara llega en fin, nos dicen redondamente que no ? Y vengo a darles dinero ? Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga ms enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.

    i Intriga, monsieur Sshs-dlai ? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; sa es la gran causa oculta: es ms fcil negar las cosas que enterarse de ellas.

    12

  • Al llegar aqu, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequea digresin.

    Ese hombre se va a perder me deca un personaje muy grave y muy patritico.

    Esa no es una razn le repuse i si l se arruina, nada, nada se habr perdido en concederle lo que pide; l llevar el castigo de su osada o de su ignorancia.

    Cmo ha de salir con su intencin ? Y suponga usted que quiere tirar su dinero y per-

    derse, no puede uno aqu morirse siquiera, sin tener un empeo para el oficial de la mesa ?

    Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que el seor extranjero quiere.

    A los que han hecho de otra manera, es decir peor ? S, pero lo han hecho. Sera lstima que se acabara el modo de hacer mal

    las cosas. Con qu, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, ser preciso tener conside-raciones con los perpetu adores del mal ? Antes se debiera mirar si podran perjudicar los antiguos al moderno.

    As est establecido; as se ha hecho hasta aqu; as seguiremos haciendo.

    Por esa razn deberan darle a usted papilla todava como cuando naci.

    *- En fin, seor Fgaro, es un extranjero. i Y por qu no lo hacen los naturales del pas ? .

    13

    i \

  • . Con esas socalias vienen a sacarnos la sangre. Seor mo exclam, sin llevar ms adelante mi

    paciencia, est usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diablica mana de empe-zar siempre por poner obstculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aqu tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no recono-cer maestros. Las naciones que han tenido, yaque no el

    * saber, deseos de l, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que saban ms que ellas. Un extran-jero segu que corre a un pas que le es desconocido, para arriesgar en l sus caudales, pone en circulacin un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un hroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que( no podamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este pas, no viene a sacar de l el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en l, y a la vuelta de media docena de aos, ni es un extranjero ya ni puede serlo; sus ms caros intereses y su,familia le ligan al nuevo pas que ha adoptado; toma cario al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compaera; sus hijos son espaoles, y sus nietos lo sern; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traa, invirtindole y hacindole produ-cir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo 14

  • menos tanto como el dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la poblacin con su nueva familia. Con-vencidos de estas importantes verdades, todos los gobier-nos sabios y prudentes han llamado a s a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchsimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las ltimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos . . . Pero veo por sus gestos de usted conclu interrumpin-dome oportunamente a m mismo que es muy difcil convencer al que est persuadido de que no se debe con-vencer. jPor cierto, si usted mandara, podramos fundar en usted grandes esperanzas!

    Concluida esta filpica, fume en busca de mi Sans-dlai. Me marcho, seor Fgaro me dijo . En este pas

    no hay tiempo para hacer nada; slo me limitar a ver lo que haya en la capital de ms notable.

    Ay! mi amigo le dije , idos en paz, y no queris acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.

    i Es posible ? i Nunca me habis de creer ? Acordaos de los quince

    das . . ,

    15

  • Ttn gesto^de monsieur Sans-dlai me indic que no leli&ba gustado el recuerdo.

    - Vuelva usted maana nos decan en todas par-tes -i porque hoy no se ve.

    Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.

    JEra cosa de ver la cara de mi amigo al or lo del memo-rialito: representbasele en la imaginacin el informe, y el empeo,y loa seis meses, y , . . Contentse con decir;

    Soy extranjero . Buena recomendacin entre los ^amables compatriotas mos!

    Aturdase mi amigo cada vez ms, y cada vez nos comprenda menos. Das y das tardamos en ver, las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, des-pus de medio ao largo, se restituy mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dndome la razn que yo ya antes tena, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no haba podido hacer otra cosa sino volver siempre maana, y que a la vuelta de tanto maana, eternamente futuro, lo mejor, o ms bien lo nico que haba podido hacer bueno, haba sido mar-charse.

    l Tendr razn, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendr razn el buen monsieur Sans-dlai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza ? Ser cosa de que vuelva el da de maa-

    16

  • na con gusto a visitar nuestros hogares ? Dejemos esta cuestin para maana, porque ya estars cansado de leer hoy: si maana u otro da no tienes, como sueles, pereza de volver a la librera, pereza de sacar tu bolsillo,y pereza de abrir los ojos para ojear las hojas que tengo que darte todava, te contar cmo a m mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho ms, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza ms de una conquista amorosa, abandonar ms de una pretensin empezada, y las esperanzas de ms de un empleo, que me hubiera sido acaso, con ms actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valer me de mucho en el transcurso de mi vida; te con-fesar que no hay negocio que pueda hacer hoy que no deje para maana; te dir que me levanto a las once,y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un caf, hablando y roncando, como buen es-paol, las siete y las ocho horas seguidas; te aadir que cuando cierran el caf, me arrastro lentamente a mi ter-tulia diaria (porque de pereza no tengo ms que una), y un, cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector do mi alma, te declarar que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, nin

    2 Cuanto spafloleg-Sl !J0 1 7

  • guna me ahorqu y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesndote que ha ms de tros meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el ttulo de este artculo, que llam Vuelva usted maana: que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo-escribir algo en l, y todas las noches apagaba mi luz, dicindome a m mismo con la ms pueril credulidad en mis propias resoluciones: Eh, maana le escribirl Da gracias a que lleg por fin este maana* que no es del todo malo; pero ay de aquel maana que no ha de llegar jams!

    18

  • PEDRO A. DE ALARCN: EL SOMBRERO DE TRES PICOS

    <

    EN GUARDIA, CABALLERO!

    Abandonemos por ahora al to Lucas, y entermonos de lo que haba ocurrido en el molino desde que dejamos all sola a la sea Frasquita hasta que su esposo volvi a l y se encontr con tan estupendas novedades.

    Una hora habra pasado despus que el to Lucas se march con Touelo, cuando la afligida navarra, que se haba propuesto no acostarse hasta que regresara su marido, y que estaba haciendo calceta en su dormitorio, situado en el piso de arriba, oy lastimeros gritos fuera de ia casa, hacia el paraje, all muy prximo, por donde corra el agua del caz.

    Socorro, que me ahogo! Frasquita! Frasquita! . . .-exclamaba una voz de hombre, con el lgubre acento de la desesperacin.

    Si ser Lucas? pens la navarra, llena de un terror que no necesitamos describir.

    En el mismo dormitorio haba una puertecilla, de que ya nos habl Gardua, y que daba efectivamente sobre la parte alta del caz. - Abrila sin vacilacin la sea Frasquita, por ms que no hubiera reconocido la voz que peda auxilio, y encontrse de manos a boca con el CorrQ-* 19

  • gidor, que en aquel momento sala todo chorreando de la impetuosa acequia . , .

    Dios me perdonel Dios me perdone! (Balbuceaba el infame viejo.) Cre que me ahogaba!

    Cmo! Es Usted? Qu significa? Cmo se atreve ? A qu viene Usted a estas horas ? . . . grit la Molinera con ms indignacin que espanto, pero re-trocediendo maquinalmente.

    Calla! Calla, mujer! (tartamude el Corregidor, colndose en el aposento detrs de ella.) Yo te lo dir todo . . . He estado para ahogarme! El agua me llevaba ya como a una pluma! Mira, mira cmo me he puesto!

    Fuera, fuera de aqu! (replic la sea Fras quita con mayor violencia.) No tiene Usted nada que explicarme!... Demasiado lo comprendo todo! Qu me importa a m que Usted se ahogue ? Lo he llamado yo a Usted ? Ah Qu infamia! Para esto ha mandado Usted prender a mi marido!

    Mujer, escucha . . . No escucho! Mrchese Usted inmediatamente,

    seor Corregidor! . . . Mrchese Usted, o no respondo de su vida! . . .

    i Qu dices ? Lo que Usted oye! Mi marido no est en casa;

    pero yo me basto para hacerla respetar. Mrchese Usted por donde ha venido, si no quiere que yo le arroje otra vez al agua con mis propias manos!

    20

  • Chica, chica! no grites tanto, que no soy sordol . . (exclam el viejo libertino.) Cuando yo estoy aqu por algo ser! . . . Vengo a libertar al to Lucas, a quien ha hecho preso por equivocacin un alcalde de monterilla . . . Pero, ante todo, necesito que me seques estas ropas . . . Estoy calado hasta los huesos!

    Le digo a Usted que se marche! . Calla, tonta! . . . Qusabes t? Mira . . . aqu te

    traigo 1 nombramiento de tu sobrino . . . Enciende la lumbre, y hablaremos . . . Por lo dems, mientras se seca la ropa,yo me acostar en esta cama . . .

    Ah, ya! $ Conque declara Usted que vena por m ? I Conque declara Usted que para eso ha mandado arres-tar a mi Lucas ?, Conque traa Usted su nombramiento y todo ? Santos y Santas del cielo! Qu se habr figurado de m este mamarracho ?

    Frasquita! soy el Corregidor! Aunque fuera Usted el Rey! A m qu ? Yo

    soy la mujer de mi marido, y el ama de mi casa! Cree Usted que yo me asusto de los Corregidores ? Yo s ir a Madrid, y al fin del mundo, a pedir justicia contra el viejo insolente que as arrastra su autoridad por los suelos! Y, sobre todo, yo sabr maana ponerme la man-tilla, e ir a ver a la seora Corregidora . . .

    No hars naja de eso! (repuso el Corregidor, per-diendo la paciencia, o mudando de tctica.) No hars nada

    21

  • de eso, porque yo te pegar un tiro, si veo que no en* tiendes de razones . . ,

    jUn tiro! exclam la sea Frasquita con voz sorda, Un tiro, s . . . Y de ello no me resultar perjuicio

    alguno. Casualmente he dejado dicho en la Ciudad que sala esta noche a caza de criminales . . . Conque no seas .necia*. , ,y quireme , , . como yo te adoro

    Seor Corregidor; un tiro ? volvi a decir la navarra, echando los brazos atrs y el cuerpo hacia ade-lante, como para lanzarse sobre su adversario.

    Si te empeas, te lo pegar, y as me ver libre de tus amenazas y de tu hermosura . . . respondi el Corregi-dor, lleno de miedo y sacando un par de cachorrillos.

    Conque pistolas tambin? Y en la otra faltri-quera -el nombramiento de mi sobrino! (dijo la sea Frasquita, moviendo la cabeza de arriba abajo.) Pues, seor, la eleccin no es dudosa. Espere Usa un mo-mento; que voy a encender la lumbre.

    Y;4as hablando, se dirigi rpidamente a la escalera, y la baj en tres brincos.

    El Corregidor cogi la luz, y sali detrs de la Moli-nera, temiendo que se escapara; pero tuvo que bajar mucho ms despacio, de cuyas resultas, cuando lleg a la cocina, tropez con la navarra, que volva ya en su busca.

    Conque deca Usted que me iba a pegar un tiro ? (exclam aquella indomable mujer dando un paso atrs.) Pues, en guardia, caballero; que yo ya lo estoy!

    22

  • Dijo, y se ech a la cara el formidable trabuco que tanto papel representa en esta historia.

    Detente, desgraciada! Qu vas a hacer ? (grit el Corregidor, muerto de asusto.) Lo de mi tiro era una broma . . . Mira . . . Los cachorrillos estn descargados, En cambio, es verdad lo del nombramiento . , . Aqu lo tienes . . . Tmalo . . . Te lo regalo . . . tuyo es . . . de balde, enteramente de balde . . .

    Y lo coloc temblando sobre la mesa. ' Ah est bien! (repuso la navarra.) Maana me

    servir para encender la lumbre, cuando le guise el al-muerzo a mi marido. De Usted no quiero ya ni la glora; y, si mi sobrino viniese alguna vez de Estella, sera para pisotearle a Usted la fea mano con que ha escrito su nombre en ese papel indecente! Ea, lo dicho! Mrchese Usted de mi casa! Aire! aire! pronto! . . . que ya se me sube la plvora a la cabeza!

    El Corregidor no contest a este discurso. Habase puesto lvido, casi azul; tena los ojos torcidos, y un tem-blor como de terciana agitaba todo su cuerpo. Por ltimo, principi a castaetear los dientes, y cay al suelo, presa de una convulsin espantosa.

    El susto del caz, lo muy mojadas que seguan todas sus ropas, la violenta escena del dormitorio, y el miedo al trabuco con que le apuntaba la navarra, haban agotado Ja fuerzas del enfermizo anciano.

    23

  • ] Me muero! (balbuce) - Llama a G a r d u a ! , . .

    Llama a Gardua, que estar ah. . . en la ramblilla . . , jYo no debo morirme en esta casa! . . .

    No pudo continuar. Cerr los ojos, y se qued coma muerto.

    jY se morir como lo dice (prorrumpi la sea Frasquita.) Pues,seor, esta es la ms negra) Qu hago yo ahora con este hombre en mi casa ? Qu diran de m, si se muriese ? Qu dira Lucas ? . . . Cmo po-dra justificarme, cuando yo misma le he abierto la puerta ? Oh! no . . . Yo no debo quedarme aqu con l. Yo debo buscar a mi marido; yo debo escandalizar el mundo antes de comprometer mi honra!

    Tomada esta resolucin, solt el trabuco, fuese al corral, cogi la burra que quedaba en l, la aparej de cualquier modo, abri la puerta grande de la cerca, mont de un salto, a pesar de sus carnes, y se dirigi a la ramblilla.

    Gardua! Gardua! iba gritando la navarra, conforme se acercaba a aquel sitio.

    Presente! (respondi al cabo el Alguacil, apare-ciendo detrs de un seto.) Es Usted, sea Frasquita ?

    ~ S, soy yo. Ve al molino, y socorre a tu amo, que se est muriendo! . .

    i Qu dice Usted ? Vaya un maula! Lo que oyes, Gardua . . . Y Usted, alma ma ? Adonde va a estas horas ? Yo? . . . Quita all, estpido!

    24

  • Yo voy . . .a la ciudad por un mdico! - contest la sea Frasquita, arreando la barra con un talonazo y a Gardua con un puntapi.

    Y tom . . ., no el camino de la ciudad, como acababa de decir, sino el del lugar inmediato.

    Gardua no repar en esta ltima circunstancia; pues iba ya dando zancajadas hacia el molino.

    25

    t

  • JUAN YALERA:

    CUENTOS Y CHASCARRILLOS ANDALUCES

    FECUNDIDAD DE LA MEMORIA

    El seor no estaba en casa, y el negrito que le serva abri la puerta a un forastero muy pomposo.

    i Est en casa su amo de usted ? pregunt el foras-tero,

    Ha salido contest el negrito. Cunto lo siento! exclam el forastero . No

    traigo tarjetas. i Qu importa eso ? No se apure; diga su nombre; el

    negrito tiene buena memoria y no le olvidar. Pues bien: diga usted a su amo que ha estado aqu a

    visitarle don Juan Jos Mara Diez de Venegas, caballero veinticuatro de la ciudad de Jerez. Se acordar usted?

    Y cmo no ? dijo el negrito. En efecto, cuando volvi su amo, el negrito le dijo: Ze, aqu han estado a visitar a su merced don

    Juan, don Jos, doa Mara, diecinueve negas, veinticuatro caballeros y la ciudad de Jerez.

    26

  • LA KARABA

    Haba en la feria de Mairena un cobertizo formado con esteras viejas de esparto; la puerta tapada con no muy limpia cortina, y sobre la puerta un rtulo que deca con letras muy gordas:

    La Karaba se ve por cuatro cuartos

    Atrados por la curiosidad, y pensando que iban a ver un animal rarsimo, trado del centro del frica o de regio-nes o climas ms remotos, hombres, mujeres y nios acu-dan a la tienda, pagaban la entrada a un gitano y entra-ban a ver la Karaba.

    i Qu diantre de Karaba es sta ? dijo enojado un campesino . Esta es una mua muy estropeada y muy vieja.

    Pues por eso es la Karaba dijo el gitano : porque araba y ya no ara.

    QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE

    No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y que-remos suponer que el to Cndido fue natural y vecino de la, ciudad de Carmona.

    Tai vez el cura que le bautiz no le dio el nombre de Cndido, sino que despus todos cuantos le conocan

    27

  • t

    y trataban le llamaron Cndido porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andaluca no era posible hallar sujeto ms inocente y sencillote.

    El to Cndido tena adems muy buena pasta. Era generoso, caritativo, y afable con todo el mundo. Como haba heredado de su padre una casita en le pueblo, y como no tena hijos, aunque estaba casado, viva con cierto desahogo.

    Con la buena vida que se daba, se haba puesto muy lucio y muy gordo.

    Sola ir a ver su olivar, caballero en un hermossimo burro que posea; pero el to Cndido era muy bueno, pesa-ba mucho, no quera fatigar demasiado al burro y gustaba hacer ejercicio para no engordar ms. As es que haba tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrs, asido del cabestro.

    Ciertos estudiantes sopistas le vieron pasar un da en aquella disposicin, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta para su pueblo.

    Iba el to Cndido tan distrado que no repar en los estudiantes. .

    Uno de ellos, que le conoca de vista y de nombre y sa-ba sus cualidades, inform de ellas a sus compaeros y los excit a que hiciesen al to Cndido una burla.

    El ms travieso de los estudiantes imagin entonces que la mejor y la ms provechosa sera hurtarle el borrico. Aprobaron y hasta aplaudieron los otros, y puestos todos

    2.8

  • de acuerdo, se llegaron dos en gran silencio, aprovechn-dose de la profunda distraccin de to Cndido, y des-prendieron el cabestro dla jquima. Uno dlos estudian-tes se llev el burro, y el otro estudiante, que se distin-gua por su notable desvergenza y frescura, sigui al to Cndido con el cabestro asido de la mano.

    Cuando desaparecieron con el burro los otros estudian-tes, el que se haba quedado asido al cabestro tir de l con suavidad. Volvi el to Cndido la cara y se qued pasmado al ver que en lugar de llevar el burro llevaba del diestro a un estudiante.

    Este dio un profundo suspiro, y exclam: Alabado sea el Todopoderoso! Por siempre bendito y alabado dijo el to Cn-

    dido. Y el estudiante prosigui: Perdneme usted, to Cndido, el enorme perjuicio

    que, sin querer le causo. Yo era un estudiante pendencie-ro, jugador y muy desaplicado. No adelantaba nada. Cada da estudiaba menos. Enojadsimo mi padre, me maldijo, dicindome: "Eres un asno y debieras conver-tirte en asno." Dicho y hecho. No bien mi padre pronun-ci la tremenda maldicin, me puse en cuatro pies sin poderlo remediar y sent que me sala rabo y que se me alargaban las orejas. Cuatro aos he vivido con forma y condicin asnales, hasta que mi padre, arrepentido de su dureza, ha intercedido con Dios por m, y en este mismo

    29

  • momento, gracias sean dadas a su Divina Majestad, acabo
  • Sin duda que este desventurado, en vez de apli-carse, ha vuelto a sus pasadas travesuras, su padre le ha echado de nuevo la maldicin, y ctale ah burro por segunda vez.

    Luego, acercndose al burro y hablndole muy quedito a la oreja, pronunci estas palabras, que han quedado como refrn:

    Quien no te conozca que te compre.

    31

  • ^LEOPOLDO ALAS i

    ADIS, CORDERA!

    Eran tres*siempre los tres! Rosa, Pinn y la Cordera. El prado Somonte era un recorte triangular de ter-

    ciopelo verde, tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus ngulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijn. Un palo de telgrafo, plantado all como pendn de conquista con sus porcelanas blancas y sus alambres paralelos a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinn el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinn, despus de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver das y das el palo tranquilo, inofensivo, con ganas, sin duda de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un rbol seco, fue atrevindose con l, llev la confianza al extremo de abrazarse al leo y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las jicaras que haba visto en el rectoral de Puno. Al verse tan cerca del misterio sagrado, le acometa un pnico de respeto y se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el csped.

    32

  • Rosa, menos audaz, pero ms enamorada de lo des-conocido, se contentaba con arrimar el odo al palo del telgrafo, y minutos y hasta cuartos de hora pasaba escuchando los formidables rumores metlicos que el viento arrancaba a las fibras del pino seco en contacto con el alambre. Aquellas vibraciones, a veces intensas como las del diapasn que, aplicado al odo, parece que quema con sus vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se escriban por los hilos, el lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba

    ~ con lo ignorado; ella no tena curiosidad por entender lo^ que los de all, tan lejos, decan a los del otro extremo del mundo. Qu le importaba ? Su inters estaba en el ruido, por el ruido mismo, por su timbre y su misterio.

    La Cordera, mucho ms formal que sus compaeros, verdad es que, relativamente, de edad tambin mucho ms madura, se abstena de toda comunicacin con el mundo civilizado, y miraba de lejos el palo del telgrafo, como lo que era para ella efectivamente: cosa muerta, intil, que no le serva ni siquiera para rascarse. Era una vaca que haba vivido mucho. Sentada horas y horas, pues, experta en pastos, saba aprovechar el tiempo, meditaba ms que coma, gozaba del placer de vivir en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra, como quien alimenta el alma, que tambin tienen los brutos; y si no fuera profanacin, podra decirse que los pensamientos de la vaca matrona, llena de experiencia, deban de pare-

    3 Cuentos espaoles8130 33

  • isqme todo lo posible' a las ms sosegadas y doctrnale odas de Horacio,

    Si pudiera, se sonreira, al pensar que Rosa y Pinn tenan por misin, en el prado, cuidar de ella, de que la Cordera no se extralimitase, no se metiese por la va del ferrocarril, ni saltara a la heredad vecina. Qu haba de saltar! Qu se haba de meter!

    Pastar de cuando en cuando, no mucho, cada da menos; pero con "atencin, sin perder el tiempo en levan-tar la cabeza por curiosidad necia, escogiendo sin vacilar los mejores bocados, y, despus, sentarse sobre el cuarto trasero con delicia, o rumiar la vida, o gozar el deleite del no padecer, del dejarse existir. Esto era lo que ella tena que hacer, y todo lo dems, aventuras peligrosas. Ya no recordaba cundo le haba picado la mosca.

    "El toro, los saltos locos por las praderas adelante. . . Todo eso estaba tan lejos!"

    Aquella paz slo se haba turbado en los das de prueba de la inauguracin del ferrocarril. La primera vez que la Cordera vio pasar el tren se volvi loca. Salt la sebe de lo ms alto del Somonte, corri por prados ajenos, y el terror dur muchos das; renovndose,ms o menos vio-lento, cada vez que la mquina asomaba por la trinchera vecina. Poco a poco se fue acostumbrando al estrpito inofensivo. Cuando lleg a convencerse de que era un peligro que pasaba, una catstrofe que amenazaba sin dar, redujo sus precauciones a ponerse en pie y a mirar

  • de frente, con la cabeza erguida, el formidable monstruo; ms adelante no haca ms que mirarle, sin levantarse; acab por no mirar al tren siquiera.

    En Pinn y Rosa, la novedad del ferrocarril produjo impresiones ms agradables y persistentes. Si al principio era una alegra loca, algo mezclada de miedo supersti-cioso, una excitacin nerviosa, que les haca prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas descabelladas, despus fue un recreo pacfico, suave, renovado varias veces al da. Tard mucho en gastarse aquella emocin de contemplar la marcha vertiginosa, acompaada del viento, de la gran culebra de hierro que llevaba dentro de s tanto ruido y tantas castas de gentes desconocidas, extraas.

    *

    Pero telgrafo, ferrocarril, todo eso era lo de menos; un accidente pasajero que se ahogaba en el mar de sole-dad que rodeaba el prado Somonte. Desde all no se vea vivienda humana; all no llegaban ruidos del mundo ms que al pasar el tren. Rodaban las nubes all arriba, crecan las sombras de los rboles, se acostaban los pjaros, empezaban a brillar algunas estrellas en lo ms oscuro del cielo azul, y Pinn y Rosa, los nios gemelos, los hijos de Antn de Chinta callaban horas y horas despus de sus juegos nunca estrepitosos, sentados cerca de la Cordera.

    %* 3 5

  • En este silencio * en esta calma inactiva, haba amores. Se amaban los dos hermanos como dos mitades do un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa con-sciencia de lo que en ellos era distinto, de cuanto los sepa-raba; amaban Pinn y Rosa a la Cordera, la vaca abue-la, grande, amarillenta, cuyo testuz pareca una cuna, La Cordera, hasta donde es posible adivinar estas cosas, puede decirse que tambin quera a los gemelos encarga-dos de apacentarla.

    Era poco expresiva, pero la paciencia con que los toleraba cuando en sus juegos ella les serva de almohada, de escondite, de montura, y para otras cosas que ideaba la fantasa de los pastores, demostraba tcitamente el afecto del animal pacfico y pensativo.

    En tiempos difciles, Pinn y Rosa haban hecho por la Cordera los imposibles de solicitud y cuidado. No siempre Antn de Chinta haba tenido el prado Somonte. Este regalo era cosa relativamente nueva. Aos atrs la Cordera tena que salir "a la gramtica", esto es, a apacen-tarse como poda a la buena ventura de los caminos y callejas.

    En los das de hambre en el establo, cuando el heno es-caseaba a Rosa y a Pinn deba la Cordera mil industrias que la hacan ms suave la miseria. Y qu decir dlos tiempos heroicos del parto y la cra, cuando los Chintos robaron de la pobre madre toda la leche que no fuera absolutamente indispensable para que el tenerillo sub-

    36

  • sistiese! Rosa y Pinn siemj^re estaban de parte de la Cor-dera, y en cuanto haba ocasin, a escondidas, soltaban al recental, que, ciego y como loco, a testarazos contra todo, corra a buscar el amparo de la madre, que le alber-gaba bajo su vientre, volviendo la cabeza agradecida y solcita, diciendo, a su manera: "Dejad a los nios y a los recentales que vengan a m."

    Estos recuerdos, estos lazos, son de los que no se ol-vidan.

    Adese a todo que la Cordera tena la mejor pasta de vaca sufrida del mundo. Cuando se vea emparejada bajo el yugo con cualquier compaera, saba someter su volun-tad a la ajena; y horas y horas se la vea con la cerviz inclinada, la cabeza torcida, en incmoda postura, velando en pie mientras la pareja dorma en tierra.

    Antn de Chinta comprendi que haba nacido para pobre cuando palp la imposibilidad de cumplir aquel sueo dorado suyo de tener un corral propio con dos yuntas por lo menos. Lleg, gracias a mil ahorros, que eran mares de sudor y purgatorios de privaciones, lleg a la primera vaca, la Cordera; y no pas de ah. La Chinta, musa de la economa en aquel hogar miserable, haba muerto mirando a la vaca sealndola como sal-vacin de la familia.

    "Cuidadla, es vuestro sustento", parecan decir los,

    37

  • ojos de la pobre moribunda, que muri extenuada de hambre y de trabajo.

    El amor de los gemelos se haba concentrado en la Cordera; esto lo comprenda Antn a su manera, con-fusamente. De la venta necesaria no haba que decir palabra a los nios. Un sbado de julio, al ser de da, de mal humor Antn ech a andar hacia Gijn, llevando la Cordera por delante. Pinn y Rosa dorman. Al levan-tarse se encontraron sin la Cordera. "Sin duda, mi pap la haba llevado al mercado." No caba otra conjetura. Pinn y Rosa opinaban que la vaca iba de mala gana; crean ellos que no deseaba ms hijos, pues todos acababa por perderlos pronto, sin saber cmo ni cundo.

    Al oscurecer, Antn y la Cordera regresaron cansados y cubiertos de-polvo. El padre no dio explicaciones, pero los hijos adivinaron el peligro.

    No haba vendido, porque nadie haba querido llegar al precio que a l se le haba puesto en la cabeza. Era excesivo: un sofisma del cario. Peda mucho por la vaca para que nadie se atreviese a llevrsela.

    Desde aquel da en que adivinaron el peligro, Pinn y Rosa no sosegaron. A media semana se present el mayordomo en el corral de Antn. Era otro aldeano de la misma parroquia, de malas pulgas, cruel con los caseros atrasados. Antn, que no admita reprimendas, se puso lvido ante sus amenazas.

    38

  • El amo no esperaba ms. Bueno, vendera la vaca a vil precio, por una merienda. Haba que pagar o quedarse en la calle.

    Al sbado inmediato acompa al mercado Pinn a su padre. El nio miraba con horror a los contratistas de carnes, que eran los tiranos del mercado. La Cordera fue comprada en su justo precio por un rematante de Cas-tilla. Se la hizo una seal en la piel y volvi a su establo de Puao, ya vendida, ajena, taendo tristemente la esqui-la. Detrs caminaban Antn de Chinta, taciturno, y Pinn, con ojos como puos. Rosa, al saber la venta, se abraz al testuz de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las caricias como al yugo.

    Se iba la vieja! pensaba con el alma destrozada Antn el hurao.

    Ella ser en raza bestia, pero sus hijos no tenan otra madre ni otra abuela.

    Aquellos das, en el pasto, en la verdura del Somonte, el silencio era fnebre. La cordera, que ignoraba su suerte, descansaba y paca como siempre, sub specie eternitatist como descansara y comera un minuto antes de que el brutal porrazo la derribase muerta, Pero Rosa y Pinn yacan desolados, tendidos sobre la hierba, intil en ade-lante, Miraban con rencor los trenes que pasaban y los alambres del telgrafo. Era aquel mundo desconocido^ tan lejos de ellos por un lado y por otro, el que les llvate u Cordera. 1

  • El viernes al oscurecer fue la despedida. Vino un encar-gado del rematante de Castilla por la res. Pag; bebieron un trago Antn y el comisionado. Antn haba apurado la botella, estaba exaltado; el peso del dinero en el bolsillo le animaba tambin. Hablaba mucho, alababa las exce-

    r

    lencias de la vaca. El otro sonrea, porque las alabanzas de Antn eran impertinentes. Que daba la res tantos y tantos litros de leche ? Que era noble en el yugo, fuerte con la carga? Y qu, si dentro de pocos das haba de estar reducida a chuletas y otros bocados suculentos ? Antn no quera imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de l y de sus hijos, pero viva, feliz . . Pinn y Rosa, unidos por las manos", miraban al enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos, hubo de todo. No podan separarse de ella. An-tn, agotada de pronto la excitacin del vino, cay como en un marasmo; cruz los brazos y entr en el corral oscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja al triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con su desconocido y a tales horas. Por fin hubo que separarse. Antn, malhumorado, excla-maba desde casa:

    jBah, bah, nios, ac vos digo! as gritaba, de lejos el padre, con voz de lgrimas.

    Caa la noche. Por la calleja oscura se perdi el bulto de la Cordera, que pareca negra de lejos. Despus no 40

  • qued de ella ms que el tintan pausado de la esquila, desvanecido, con la distancia, entre los chirridos melan-clicos de cigarras infinitas.

    Adis, Cordera! gritaba Rosa, deshecha en llanto, Adis, Cordera! repeta Pinn no ms sereno.

    Adis! contest, por ltimo,a su modo, la esquila, perdindose su lamento triste, resignado, entre los dems sonidos de la noche de julio en la aldea . . .

    Al da siguiente, muy temprano,a la hora de siempre, Pinn y Rosa fueron al prado Somonte. Aquella soledad no haba sido nunca para ellos triste; aquel da, el So-monte sin la Cordera pareca el desierto.

    De repente, silb la mquina, apareci el humo, luego el tren. En un furgn cerrado, con unas estrechas ven- , tanas altas, vieron los hermanos gemelos cabezas de vacas, que, pasmadas, miraban por aquellos tragaluces. *

    Adis, Cordera! grit Rosa,adivinando all a su a/miga, a la vaca abuela.

    Adis, Cordera! vocifer Pinn con la misma fe, enseando los puos al tren, que volaba, camino de Cas-tilla, v^

    Y llorando, repeta el rapaz, ms enterado que su hermana de las picardas del mundo: -

    La llevan al matadero . . . Carne de vaca par% " comer los seores, los curas, los indianos, i v

  • !

    v |Adis, Cordera! . , . ^ jAdis, Cordera! . Y Rosa y Pinn miraban con rencor la va, el telgra-

    fo, los smbolos de aquel mundo enemigo, que les arre-bataba, que les devoraba a su compaera de tantas soledades, de tantas ternuras silenciosas, para sus apeti-tos, para convertirla en manjares de ricos glotones.

    Adis, Cordera! . . . _ Adis, Cordera! . . .

    *

    Pasaron muchos aos. Pinn se hizo mozo y se lo llev el rey. Arda la guerra carlista. Antn de Chinta era casero de un cacique de los vencidos; no hubo influencia para declarar intil a Pinn, que, por ser, era como un roble.

    Y una tarde triste de octubre, Rosa en el prado So-monte, sola, esperaba el paso del tren correo de Gijn que le llevaba a sus nicos amores, su hermano. Silb a lo lejos la mquina, apareci el tren en la trinchera, pas como un relmpago, Rosa, casi molida por las ruedas, pudo ver un instante en un coche de tercera multitud de cabezas de pobres quintos que gritaban, gesticulaban, saludando a los rboles, al suelo, a los campos, a toda la patria familiar, a la pequea, que dejaban para ir a morir en las luchas fratricidas de la patria grande ,al servicio de un rey y de unas ideas que no conocan.

    42

  • Pinn, con medio cuerpo fuera de una ventanilla, tendi los brazos a su hermana; casi se tocaron. Y Rosa pudo or, entre el estrpito de las ruedas y la gritera de los reclutas, la voz distinta de su hermano, que sollozaba exclamando, como inspirado por un recuerdo de dolor lejano:

    Adis, Rosa! . . . Adis, Cordera! . . Adis, Pinn! Pinn de mi alma! . . . All arriba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo

    llevaba el mundo. Carne de vaca para los glotones, para los indianos; carne de su alma, carne de can para las locuras del mundo, para las ambiciones ajenas*

    Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba as la pobre hermana, viendo al tren perderse a lo lejosv silbando triste, con silbido que repercutan los castaos, las vegas y los peascos . . . .

    Qu sola se quedaba! Ahora s, ahora s que era un desierto el prado Somonte.

    Adis, Pinn! . . , Adis, Corde ra t . . . Con qu odio miraba Rosa la va manchada de car-

    bones apagados; con qu ira los alambres de telgrafo. Oh! Bien haca la Cordera en no acercarse. Aquello era el mundo, lo desconocido, que se lo llevaba todo. Y, sin pensarlo, Rosa apoy la cabeza sobre el palo clavado como un pendn en la punta del Somonte. El viento cantaba, en las entraas del pino seco, su cancin met-

    43

  • lica. Ahora ya lo comprenda Rosa. Era cancin de lg-rimas, de abandono, de soledad, de muerte.

    En las vibraciones rpidas, como quejidos, crea or, muy lejana, la voz que sollozaba por la va adelante:

    - Adis, Rosa! . . . Adis, Corderal . . .

    U t

  • VIGENTE BLASCO IBNEZ: LA BARGA ABANDONADA

    Era la playa de Torresalinas, con sus numerosas barcas en seco, el lugar de reunin de toda la gente marinera. Los chiquillos, tendidos sobre el vientre, jugaban a la carteta a la sombra de las embarcaciones, y los viejos, fumando sus pipas de barro tradas der Argel, hablaban de la pesca o de las magnficas expediciones que se hacan en otros tiempos a Gibraltar y a la costa de frica, antes que al demonio se le ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera.

    Los botes ligeros, con sus vientres blancos y azules y el mstil graciosamente inclinado, formaban una fila avanzada al borde de la playa, donde se deshacan las olas, y una delgada lmina de agua brua elsuelo^cuai si fuese de cristal; detrs, con la embetunada panza sobre la arena, estaban las negras barcas que aguardaban el invierno para lanzarse al mar, barrindolo con su cola de redes; y, en ltimo trmino r los lades en reparacin, los abuelos, junto a los cuales agitbanse los calafates, embadurnndoles los flancos con caliente alquitrn, para que otra vez volviesen a emprender sus penosas y mono-

    45

  • tonas navegaciones por el Mediterrneo: unas veces a Jas Baleares, con sal; otras, a la costa de Argel, con frutas de la huerta levantina, y muchas, con melones y patatas para los soldados rojos de Gibraltar.

    En el curso de un ao, la $)laya cambiaba de vecinos; los lades ya reparados se hacan a la mar y las embar-caciones de pesca eran armadas y lanzadas al agua; slo una barca abandonada y sin arboladura permaneca enclavada en la arena, triste, solitaria, sin otra compaa que la del carabinero que se sentaba a su sombra.

    El sol haba derretido su pintura; y la'arena, arrastrada por el viento, haba invadido su cubierta. Pero su perfil fino y la gallarda de su construccin delataban una em-barcacin ligera y audaz, hecha para locas carreras, con desprecio a los peligros del mar.

    Hasta de nombre careca. La popa estaba lisa y en los costados ni una seal del nmero de filiacin y nombre de la matrcula: un ser desconocido que se mora entre aquellas otras barcas tan orgullosas de sus pomposos nombres.

    Pero el incgnito de la barca slo era aparente. Todos la conocan en Torresalinas y no hablaban de ella sin sonrer y guiar un ojo, como si les recordase algo que excitaba malicioso regocijo.

    Una maana, a la sombra de la barca abandonada, cuando el mar herva bajo el sol y pareca un cielo de 46

  • noche de verano, azul y espolvoreado de puntos de luz, un viejo pescador me cont la historia.

    Esta barca dijo, acaricindole con una palmada el vientre seco y arenoso es el Socarrao, el barco ms valiente y ms conocido de cuantos se hacen al mar desde Alicante a Cartagena. Virgen Santsima! El dinero que lleva ganado este condenado! Los duros que han salido de ah dentro! Lo menos lleva hechos veinte viajes desde Oran a estas costas, y viceversa, y siempre con la panza bien repleta de fardos . . . Y ahora vamos a lo que ocurrid , a este pobre Socarrao hace poco ms de un ao, la, ltima vez que vino de Oran.

    Mir el viejo a todos lados, y, convencido de que es-tbamos solos, dijo con sonrisa bonachona:

    Yo iba en l, sabe usted? Esto no lo ignoraba nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo, es porque estamos solos y usted no ir despus a hacerme dao. Qu demonio! Haber ido en el Socarrao no es ninguna des-honra. Todo eso de aduanas y carabineros y barquillas de la Tabacalera no lo ha creado Dios: lo invent l Gobierno para hacernos dao a los pobres, y el contra-bando no es pecado, sino un medio muy honroso de*

    rf

    ganarse el pan exponiendo la piel en el mar y la libertad en tierra. Oficio de hombres enteros y valientes coma. Dios manda.

    Yo he conocido los buenos tiempos. Cada mes se^ hacan dos viajes, y el dinero rodaba por el pueblo qna

    **sgW,

  • ... 4 A

    fcra un gusto. Haba para todos: para lo de uniforme* ipobreoitos!, que no sabon cmo mantener a su familia con dos pesetas, y para nosotros, la gente de mar,

    Pero el negocio se puso cada vez peor, y el Socarrao haca sus viajes de tarde en tarde, con mucho cuidado, pues le constaba al patrn que nos tenan entre ojos y deseaban meternos mano.

    En la ltima correra bamos ocho hombres a bordo. En la madrugada habamos salido de Oran, y a medioda, estando a la altura de Cartagena, vimos en el horizonte una nubcula negra,y al poco rato, un vapor que todos conocimos. Mejor hubiramos visto asomar una tor-menta. Era el caonero de Alicante.

    Soplaba buen viento. bamos en popa con toda la gran vela de frente y el foque tendido. Pero con estas invenciones de los hombres, la vela ya no es nada, y el buen marinero an vale menos.

    No es que nos alcanzaran, no, seor. Bueno es el Socarrao para dejarse atrapar teniendo viento! Nave-gbamos como un delfn, con el casco -inclinado y las olas lamiendo la cubierta; pero en el caonero apretaban las mquinas y cada vez veamos ms grande el barco, aunque no por esto perdamos mucha distancia. Ah! Si hubiramos estado a media tarde! Habra cerrado la noche antes que nos alcanzara, y cualquiera nos en-cuentra en la oscuridad. Pero an quedaba mucho da, y

    48

  • corriendo a lo largo de la costa era indudable que nos pillaran antes del anochecer.

    El patrn manejaba la barra con el cuidado de quien tiene toda su fortuna pendiente de una mala virada. Una nubcula blanca se desprendi del vapor y omos el estampido de un caonazo. Como no vimos la bala, comenzamos a rer satisfechos y hasta orgullosos de que nos avisasen tan ruidosamente.

    Otro caonazo; pero esta vez con malicia. Nos pareci que un gran pjaro estaba silbando sobre la barca, y la entena se vino abajo con el cordaje roto y la vela des-garrada. Al caer el aparejo le rompi una pierna a un muchacho de la tripulacin.

    Confieso que temblamos un poco. Nos veamos cogidos, y, jqu demonio!, ir a la crcel como un ladrn por ganar el pan de la familia, es algo ms temible que una noche de tormenta. Pero el patrn del Socarrao es hombre que vale tanto como su barca: "Chicos, eso no es nada. Sacad la vela nueva. Si sois listos, no os cogern."

    No hablaba a sordos, y como listos, no haba ms que-" pedirnos. El pobre compaero, se revolva como una lagartija, tendido en la proa, tentndose la pierna rota; lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos un trago de agua. Para contemplaciones estaba el tiempo! Nosotros fingamos no orle, atentos nicamente a nue-stra faena, reparando el cordaje y atando a la entena la vela de repuesto,que izamos a los diez minutos.

    4 Cueoto* espaoles8130 49

  • El patrn cambi el rumbo. Era intil resistir en la mar a aquel enemigo, que andaba con humo y escupa balas. jA tierra y que fuese lo que Dios quisiera! -

    Estbamos frente a Trresalinas. Todos ramos de aqu y contbamos con los amigos. El caonero, vin-donos con rumbo a tierra, no dispar ms. Nos tena cogidos, y, seguro de su triunfo, ya no extremaba la

    .marcha. La gente que estaba en la playa no tard en vernos, y la noticia circul por todo el pueblo: El Soco-rrao, vena perseguido por un caonero!

    Haba que ver lo que ocurri. Una verdadera revolu-cin: crame usted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los dems coman ms o menos directamente

    -del negocio. Esta playa pareca un hormiguero. Hombres, mujeres y chiquillos nos seguan con mirada ansiosa, lan-zando gritos de satisfaccin al ver cmo nuestra barca, haciendo un ltimo esfuerzo, se adelantaba cada vez ms a su perseguidor, llevndole una media hora de ventaja.

    Hasta el alcalde estaba aqu para servir en lo que fuera bueno. Y los carabineros, excelentes muchachos que viven entre nosotros y son casi de la familia, hacanse a un lado, comprendiendo la situacin y no queriendo* perder a unos pobres. "A tierra, muchachos! gritaba nuestro patrn .Lo que importa es poner en salvo fardos y personas.

    Y sin plegar casi la vela, llegamos a la playa, clavando la proa en la arena. Seor, qu modo de trabajar! An 50

  • me parece un sueo cuando lo recuerdo. Todo el pueblo se tir sobre la barca, la tom por asalto: los chicuelosse deslizaban como ratas en la cala. "Aprisa! Aprisa! Que vienen los del gobierno!'?

    Los fardos saltaban de la cubierta: caan en el agua, donde los recogan los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos se desaparecan por aqu, otros se iban por all; fue aquello visto y no visto, y en poco rato desapareci el cargamento, como si se lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba a Torresalinas, filtrndose en todas las casas. El alcalde intervino entonces paternalmente: "Hombre, es demasiado dijo al patrn . Todo se lo llevan t y los carabineros se quejarn. Dejad, al menos, algunos bultos para justificar la aprehensin?'

    Nuestro amo estaba conforme: "Bueno; haced unos cuantos bultos con dos fardos de la peor picadura. Que se contenten con eso."

    Y se alej hacia el pueblo, llevndose en el pecho toda la documentacin de la barca. Pareca que a la barca le haban salido patas. Estaba ya fuera del agua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud que bulla y trabajaba, animndose con alegres gritos. Qu chasco! Qu chasco se llevarn los del gobierno!"

    El compaero de la pierna rota era llevado en alto > por su mujer y su madre. El pobrecillo gema de dolor a cada movimiento brusco; pero se tragaba las lgrimas

    4 SI

  • y rea tambin, como los otros, viendo que el cargamento se salvaba y pensando en aquel chasco que haca rer & todos.

    Cuando los ltimos fardos se perdieron en las calles deTorresalinas, comenz la rapia de la barca. El gento se llev las velas, las anclas, los remos; hasta desmontamos el mstil, que se carg en hombros una turba de mucha-chos, llevndolo'en procesin al otro extremo del pueblo. La barca qued hecha un pontn, tan pelada como usted la ve.

    El caonero ech anclas al mismo tiempo que desapa-recan en la entrada del pueblo los ltimos despojos ce la barca. Yo me qued en este sitio queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba a unos amigos que echaban al mar una lancha de pesca.

    El caonero envi un bote armado y saltaron a tierra no s cuntos hombres con fusil y'bayoneta. El contra-maestre, que iba al frente, juraba furioso mirando el Socarrao y a los carabineros, que se haban apoderado de l.

    Todo el vecindario de Torresalinas se rea a aquellas horas, celebrando el chasco, y an hubiera redo ms viendo, como yo, la cara que pona aquella gente al encontrar por todo cargamento unos cuantos bultos de tabaco malo.

    IY qu pas despus ? pregunt al viejo . No castigaron a nadie ?

    52

  • i A quin ? nicamente podan castigar al pobre Socarrao, que qued prisionero. Se ensuci mucho papel, y medio pueblo fue a declarar; pero nadie saba nada.

    Y el cargamento ? dije yo. Lo vendimos completo. Usted no sabe lo que es la

    pobreza. Cuando llegamos a la playa, cada uno agarr el fardo que tena ms a mano y ech a correr para escon-derlo en su casa. Pero al da siguiente estaban todos a disposicin del patrn; no se perdi ni una libra de tabaco. Los que exponen la vida por el pan y todos los das le ven la cara a la muerte estn ms libres de tentaciones que los otros.

    Desde entonces continu el viejo est ah preso el pobre Socarrao. Pero no tardar en hacerse a la mar con su antiguo amo. Parece que ha terminado el papeleo; lo sacarn a subasta y se lo quedar el patrn por lo que quiera dar.

    i Y si otro da ms ? i Y quin ha de ser se ? Somos acaso bandidos ?

    Todo el pueblo sabe quin es el verdadero amo de la , barca abandonada, y nadie tiene tan mal corazn que intente perjudicarle. Aqu hay mucha honradez. A cada uno lo que sea suyo, y el mar, que es de Dios, para nosotros los pobres, que hemos de sacar el pan de l, aunque no quiera el gobierno.

    53

  • > 0 BROJA: ELIZABIDE EL VAGABUNDO

    Muchas veces, mientras trabajaba en aquel abando-nado jardn, Elzabide el Vagabundo se deca al ver pasar, a Maitoni, que volva de -la iglesia:

    "Qu pensar? Vivir satisfecha?" La vida de Maitoni le pareca tan extraa! Porque era natural que quien como l haba andado siempre a la buena de Dios, rodando por el mundo, encontrara la calma y el silencio de la aldea deliciosos; pero ella, que no haba salido nunca de aquel rincn, no sentira deseos de asistir a teatros, a fiestas o diversiones, de vivir otra vida ms esplndida, ms intensa ? Y como Elizabide el Vagabundo no se daba respuesta a su pregunta, segua removiendo la tierra con su azadn, filosficamente.

    Era un tipo bastante curioso el de Elizabide el Vaga-bundo, Reuna todas las cualidades y defectos del vas-congado de la costa: era audaz, irnico, perezoso, burln. La ligereza y el olvido constituan la base de su tempera-mento; no daba importancia a nada, se olvidaba de todo. Haba gastado casi entero su escaso capital en sus corre-ras por Amrica, de periodista en un pueblo, de negoci-

    54

  • ante en otro, aqu vendiendo ganado, all comerciando en vinos. Estuvo muchas veces a punto de hacer for-tuna, lo que no consigui por indiferencia. Era de esos hombres que se dejan llevar por los acontecimientos sin protestar nunca.

    ltimamente se haba encontrado en una estancia del Uruguay, y como Elizabide era agradable en su trato y no muy desagradable en su aspecto, aunque tena ya sus treinta y ocho aos, el dueo de la estancia le ofreci la mano de su hija, una muchacha bastante fea, que estaba en amores con un mulato. Eb'zabide, a quien no le pareca mal la vida salvaje de la estancia, acept, y ya estaba para casarse cuando sinti la nostalgia de su pueblo, del olor a heno de sus montes, del paisaje brumoso de a tierra vascongada. Como en sus planes no-entraban las explicaciones bruscas, una maana, al amanecer, advirti a los padres de su futura que iba a ir a Montevideo a comprar el regalo de bodas; mont a caballo, luego en el tren, lleg a la capital, se embarc en un transatlntico, y despus de saludar cariosamente la tierra hospitalaria de Amrica, se volvi a Espaa.

    Lleg a su pueblo, un pueblecillo de la provincia de Guipzcoa; abraz a su hermano Ignacio, que estaba all de boticario; fue a ver a su nodriza, a quien prometi no hacer ninguna escapatoria ms, y se instal en su casa^ Cuando corri por el mundo la voz de que no slo no haba hecho dinero en Amrica, sino que lo haba perdido*

    4fc.

  • todo el mundo rocorcf que antes do salir de ia aldea ya tenia fama de fatuo, de insustancial y de vagabundo,

    Elizabide el Vagabundo crea que su hermano Ignacio, la mujer y los hijos de ste le desdeaban, y por eso no iba a visitarlos ms que de cuando en cuando; pero pronto vio que su hermano y su cuada le estimaban y le hacan reproches porque no iba a verlos. Elizabide comenz a acudir a casa de su hermano con ms frecuencia. La casa del boticario estaba a la salida del pueblo, completa-mente aislada; por la parte que miraba al camino tena un jardn rodeado de una tapia, y por encima de ella salan ramas de laurel de un verde oscuro, que protegan * algo la fachada del viento del Norte. Pasando el jardn estaba la botica.

    La casal no tena balcones, sino slo ventanas, y stas ^ abiertas en la pared, sin simetra alguna; quiz esto era

    debido a que algunas de ellas estaban tapiadas. Al pasar en el tren o en el coche por las provincias

    del Norte, no habis visto casas solitarias que, sin saber por qu, os daban envidia ? Parece que all dentro se debe de vivir bien, se adivina una existencia dulce y apacible.

    La casa del boticario era de estas: en el jardn se vean jacintos, heliotropos, rosales y enormes hortensias, que llegaban hasta la altura de las ventanas del piso bajo. Por encima de la tapia del jardn caan como en cascada un torrente de rosas blancas, sencillas, que en vascuence

    56

  • se llaman chornas (locas), por lo frivolas que son y por lo pronto que se marchitan y se caen.

    Cuando Elizabide el Vagabundo fue a casa de su hermano, ya con ms confianza, el boticario y su mujer,, seguidos de todos los chicos, le ensearon la casa, limpia clara y bien oliente; despus fueron a ver la huerta,y aqu Elizabide el Vagabundo vio por primera yez a Maitoni, que, con la cabeza cubierta con un sombrero de. paja,estaba recogiendo guisantes en la falda del delantal.. Elizabide y ella se saludaron framente.

    Vamos hacia el ro le dijo a su hermana la mujer del boticario . Diles a las chicas que lleven el chocolate all*

    Maitoni se fue hacia la casa, y los dems, por una espe-cie de tnel largo, formado por perales, bajaron a una plazoleta que estaba junto al ro, entre rboles, en donde haba una mesa rstica, y un blanco de piedra. La tarde era de una tranquilidad admirable; el cielo, azul, puro y tranquilo.

    Antes de caer la tarde, las dos muchachas de casa del boticario vinieron con bandejas en la mano, trayendo chocolate y bizcochos. Elizabide el Vagabundo habl de sus viajes, cont algunas aventuras1 y tuvo suspenso de sus labios a todos. Slo ella, Maitoni, pareci no entusias-marse gran cosa con aquellas narraciones.

    Maana vendrs, to Pablo, verdad? le decan los chicos,

    S, vendr.

    5?

  • Y Elizabide el Vagabundo se march a su casa y pens en Maitoni y so con ella. La vea en su imaginacin, tal eual era: chiquitilla, esbelta, con sus ojos negros, brillantes, rodeada de sus sobrinos, que la abrazaban y la besuque-aban.

    Como el mayor de los hijos del boticario estudiaba el tercer ao del bachillerato, Elizabide se decidi a darle lecciones de francs, y a estas lecciones se agreg Maitoni.

    Elizabide comenzaba a sentirse preocupado con la hermana de su cuada, tan serena, tan inmutable; no s comprenda si su alma era un alma de nia, sin deseos ni aspiraciones, o si era una mujer indiferente a todo lo que no se relacionase con las personas que vivan en su hogar. El vagabundo la sola mirar absorto."Qu pen-sar?", se preguntaba. Una vez se sinti atrevido, y le dijo:

    Y usted, i no piensa en casarse, Maitoni ? - Yo! jCasarme! i Por qu no ? i Quin va a cuidar de los chicos si me caso ? Ade-

    ms yo ya soy solterona contest ella, rindose. A los veintisiete aos solterona! Entonces, yo, que

    t tengo treinta y ocho, debo de estar en el ltimo grado de la decrepitud.

    Maitoni a esto no dijo nada; no hizo ms que sonrer. Aquella noche Elizabide se asombr al ver lo que

    le preocupaba la Maitoni.

    58

  • "Qu clase de mujer es sta? se deca . De orgullosa no tiene nada, de romntica, tampoco, y, sin embargo . . . " /

    Lleg el verano; en el jardn de la casa del boticario reunase toda la familia, Maitoni y Elizabide el Vaga-bundo, Nunca fue ste tan exacto como entonces, nunca tan dichoso y tan desgraciado, al mismo tiempo. Al anochecer, cuando el cielo se llenaba de estrellas y la luz plida de Jpiter brillaba en el firmamento, las con-versaciones se hacan ms ntimas, ms familiares, coreadas por el canto de los sapos. Maitoni se mostraba ms expansiva, ms locuaz.

    A las nueve de la noche, cuando se oa el sonar de los cascabeles de la diligencia que pasaba por el pueblo, con un gran farol sobre la capota del pescante, se disolva la reunin, y Elizabide se marchaba a su casa, haciendo proyectos para el da de maana, que giraban siempre alrededor de Maitoni.

    A veces, desalentado, se preguntaba: "No es imbcil haber recorrido el mundo para venir a caer en un pueb-lecillo y enamorarse de una seorita de aldea ?"|Quin se atreva a decir nada a aquella mujer tan serena, tan impasible!

    Fue pasando el verano,lleg la poca de las fiestas, -y el boticario y su familia se dispusieron a celebrar la romera de Arnazbal, como todos los aos.

    59

  • T tambin vendrs con nosotros ? le pregunt el boticario a, su hermano.

    Yo, no. I Por qu no ? No tengo ganas. Bueno, bueno; pero te advierto que te vas a quedar

    solo, porque hasta las muchachas vendrn con nosotros. i Y usted tambin ? dijo Elizabide a MaintonL S. Ya lo, creo! A m me gustan mucho las romeras. No hagas caso, que no es por eso replic el boti-

    cario. Va a ver al mdico de Arnazabal, que es un muchacho joven, que el ao pasado le hizo el amor.

    Y por qu no ? exclam Maintoni, sonriendo. Elizabide el Vagabundo palideci, enrojeci; pero no

    dijo nada. La vspera de la romera, el boticario le volvi a pre-

    guntar a su hermano: Conque vienes, o no ? Bueno. Ir murmur el vagabundo. Al da siguiente se levantaron temprano y salieron del

    pueblo; tomaron la carretera, y despus, siguiendo vere-das, atravesando prados cubiertos de altas hierbas y de purpreas digitales, se internaron en el monte. A las diez de la maana llegaron a Arnazabal, un pueblo en un alto, con su iglesia, su juego de pelota en la plaza y dos o tres calles formadas por caseros.

    60

  • Entraron en el casero propiedad de la mujer del boticario y pasaron a la cocina. All comenzaron los agasajos y los grandes recibimientos de la vieja de la casa, que abandon su labor de echar ramas al fuego y de mecer la cuna de un nio. Salud a todos, besando a Maintoni, a su hermana y a los chicos.

    Y vuestra merced es el que estaba en las Indias ? pregunt la vieja a Elizabide, encarndose con l.

    S, yo era el que estaba all. Como haban dado las diez, y a esta hora empezaba

    la misa mayor, no quedaba en casa ms que la vieja. Todos se dirigieron a la iglesia.

    Antes de comer, el boticario, ayudado de su cuada y de los chicos, dispar desde la ventana del casero una barbaridad de cohetes, y despus bajaron todos al come-dor. Haba ms de veinte personas en la mesa, entre ellas el mdico del pueblo, que se sent cerca de Maintoni y tuvo para ella y para su hermana un sinfn de galan-teras.

    Elizabide el Vagabundo sinti una tristeza tan grande en aquel momento, que pens en dejar la aldea y volverse a Amrica. Durante la comida, Maintoni le miraba mucho a Elizabide.

    "E para burlarse de m pensaba ste. Ha sospe-chado que la quiero, y coquetea con el otro. El golfo de Mjico tendr que &ev otra vez conmigo."

    61

  • Al terminar la comida eran ms de las cuatro; haba comenzado el baile. El mdico, sin separarse do Maintoni, segua galantendola, y ella mirando a Elzabide.

    Al anochecer, cuando la fiesta estaba en su esplen-dor, comenz el aurrescu. Los muchachos, agarrados de las manos, iban dando vuelta a la plaza, precedidos de los tamborileros; dos de los mozos se destacaron, se hab-laron, parecieron vacilar, y descubrindose, con las boinas en la mano, invitaron a Maintoni para ser la primera, la reina del baile. Ella trat de disuadirlos en vascuence; mir a su cuado, que sonrea; a su hermana, que tambin sonrea, y a Elizabide, que estaba fnebre. s"-

    ~ Anda, no seas tonta le dijo su hermana. Y comenz el baile, con todas sus ceremonias y sus

    saludos, recuerdos de una edad primitiva y heroica. Concluido el aurrescu, el boticario sac a bailar el fandan-go a su mujer, y el mdico joven a Maintoni.

    Oscureci. Fueron encendindose hogueras en la plaza, y la gente fue pensando en la vuelta. Despus de tomar chocolate en el casero, la familia del boticario y Eliza-bide emprendieron el camino hacia casa.

    A lo lejos, ntrelos montes, se oan los irrintz de los que volvan de la romera, gritos como relinchos salvajes. En las espesuras brillaban los gusanos de luz como estre-llas azuladas, y los sapos lanzaban su nota de cristal en el silencio de la noche serena.

    De cuando en cuando, al bajar alguna cuesta, al boti-62

  • cario se le ocurra que se agarraran todos de la mano, y bajaban la cuesta cantando. A pesar de que Elizabide quera alejarse de Maintoni, con la cual estaba indignado, dio la coincidencia de que ella se encontrara junto a l. Al formar la cadena, ella le daba la mano, una mano pequea, suave y tibia. De pronto, al boticario, que iba el primero, se le ocurra pararse y empujar para atrs, y entonces se daban encontronazos los unos contra los otros, y, a veces, Elizabide reciba en sus brazos a Main-toni. Ella rea alegremente a su.cuado y miraba al vagabundo, siempre fnebre.

    Y usted, por qu est tan triste? le pregunt Maintoni, con voz maliciosa, y sus ojos negros brillaron en la noche.

    Yo! No s. Esta maldad de hombre que, sin querer, le entristecen las alegras de los dems.

    Pero usted no es malo dijo Maintoni, y le mir tan profundamente con sus ojos negros, que Elizabide el Vagabundo se qued tan turbado, que pens que hasta las mismas estrellas notaran su turbacin.

    No, no soy malo murmur Elizabide ; pero soy un fatuo, un hombre intil, como dice todo el pueblo.

    IY eso le preocupa a usted, lo que dice la gente que no le conoce ?

    8; temo que sea la verdad, y para un hombre que tendr que marcharse otra vez a Amrica, se es un temor grave.

    ) 6

  • Marcharse? Se va usted a marchar? mur-mur Maintoni con voz triste.

    S. Pero i por qu ? *- Oh! A usted no se lo puedo decir. i Y si yo lo adivinara ? Entonces lo sentira mucho, porque se burlara

    usted de m, que soy viejo . . . Oh, no! Que soy pobre. No importa. Oh Maintoni! De veras ? No me rechazara usted ? No, al revs. Entonces . . . me querrs como yo te quiero ?

    murmur Elizabide el Vagabundo en vascuence. Siempre, siempre . . . Y Maintoni inclin su cabeza sobre el pecho de Eliza-

    bide, v ste la bes en su cabellera castaa. Maintoni! Aqu! le dijo su hermana; y ella se

    alej de l; pero se volvi a mirarle una vez y muchas. Y siguieron todos andando hacia el pueblo por los

    caminos solitarios. En derredor vibraba la noche llena de misterios; en el cielo palpitaban los astros. Elizabide el Vagabundo, con el corazn anegado de sensaciones ine-fables, sofocado de felicidad, miraba con los ojos muy abiertos una estrella lejana, muy lejana, y le hablaba en voz baja , . . 64

  • CAMILO JOS CELA: DON HOMOBONO Y LOS GRILLOS

    Don Homobono viva en la vieja ciudad de sus abue-los. Era un filsofo rural, verdaderamente lo que se llama un filsofo rural; se le notaba en el pantaln de pana, que no era color de aceituna, como los vulgares pantalones de pana del alcalde o del jefe de la estacin, sino color de conejo de raza, de un gris perla de ensue-o, tornasolado, con las irisaciones ms bellas por aquellos sitios donde el roce de tantas jornadas haba dejado su huella indeleble.

    Don Homobono era amante de las flores, de los prados, de los pjaros del^cielo, de los insectos que el Seor cri para que se metieran por los agujeritos del suelo y por las grietas de las piedras.

    Cuando algn mozuelo volva hacia las casas con un nido en la mano, o con algn grillo metido en una lata, o con un par de saltamontes en el bolsillo de la blusa, hua siempre de don Homobono, que, indefectiblemente, orde-naba volver la libertad al prisionero.

    i Te gustara que hicieran eso contigo ? les deca. El argumento no tena vuelta de hoja. A ninguna

    criatura le gustara que hicieran con ella la mitad de las

    6 Cuentos espaoles8186 65

  • cosas que ella hace con los grillos. Sin embargo, don Homobono, como queriendo dar mayor fuerza a su razo* namiento, aada entre condescendiente y orgulloso;

    Pues ya ves. Si la madre naturaleza quiere . , , Don Homobono se quedaba como cortado. Era que se

    solazaba con la idea de lo que iba a decir. Pues si la madre naturaleza quiere, hace lo mismo

    contigo. Don Homobono sonrea satisfecho. El chiquillo o

    miraba absorto. Verdaderamente, don. Homobono tiene razn pensaba . Lo mejor ser soltar el grillo. Mira que si la madre naturaleza se le ocurre! No, ms vale no pensar en ello.

    El grillo caa al suelo, levantaba al aire sus cortas an-tenas y corra a esconderse debajo de la primera mata.

    *

    Las noches de agosto son lentas y pesadas como losas, aun en aquella ciudad, estacin veraniega.

    Don Homobono, completamente desvelado, estaba ner-vioso.

    Ese grillo! 'El grillo, como si no fuera con l, segua con su mon-

    tona cancin, con aquella triste salmodia con la que ya llevaba tres horas largas.

    Cri, cri . . .! cri, cri . . .! jcri, cri . . .! 66

  • Don Homobono, el filsofo rural de los pantalones de pana, estaba desazonado. Verdaderamente, la cosa no era para menos. El grillo segua con su cri, cri deses-peradamente; con su cri, cri!, que contestaba a cri, cri del grillo de la huerta, al cri, cri! del grillo de la carre-tera, al cri, cri! del vecino prado, al cri,cri! . . .No, impo-sible! No se puede seguir as!

    Don Homobono se levant como una furia del Averno. Encendi la luz . . . All, en medio de la habitacin, estaba el grillo gritando estpidamente cri, cri!, cri,cri!, como s eso fuera muy divertido.

    Al principio pareci como no darse cuenta. Despus se par, dijo un poco ms bajito su cri, cri!, dio unos cortos pasitos . . .

    Don Homobono con la imagen del crimen reflejada en su faz, con la mirada ardiente, el ademn retador y una zapatilla en la mano, se olvid de sus prdicas y . . .

    El grillo, despanzurrado, pareca uno de esos trozos de ' medianoche que quedan, tristes y abandonados, en el suelo despus de los bautizos.

    *5 Cuento espaole 8136 6^

  • 1 *

    SZJEGYZK (A jsz jegyzk ben hasznlt rvidtsek: m hmnem, /nnem)

    A

    absorto elragadtatott, vmi ltal lekttt abstenerse tartzkodik vmiti acarrear szllt, okoz aceituna olajbogy acequia patak, csatorna acertar eltall, sikerl acometer tmad, vllalkozik vrnire acostumbrado szoksos, acto tet t ; en el ~ azonnal, rgtn ademn m mozdulat, gesztus adquirir szerez adivinar kitall aduana vm adversario ellenfl afable szves, kedves agarrar megfog, megragad agasajo ajndk, megvendgels agitar mozgat, izgat agregar hozzad ahogarse megfullad ahorcar felakaszt ahorro takarkossg, megtakartott pnz aislado elszigetelt

    68

  • alambre m huzal, drt alarido kilts, ordts alguacil m trvnyszolga alquitrn m ktrny almohada prna alzar emel

    y amparo oltalom audaz vakmer ancla / horgony sudor m izzadtsg anegado elrasztott, elnttt ngulo m sarok, szglet aadir hozzad apacentar legeltet apagar kiolt aparejar prost apoderarse de hatalmba kert vmit aposento laks, szlls aprehensin / megragads, lefoglals apretar (meg)szort apuntacin / feljegyzs apurar tisztt, kirt (pl, poharat) arboladura rbocozat armar felszerel, felfegyverez arraigarse gykeret yer, megkapaszkodik arrepentirse de megbn vmit arriesgar kockztat arrimar kzel (parthoz) visz arrojarse sobre rveti magt vkire arruinarse tnkremegy asaltar megtmad, megrohan ascendiente m s

    6*

    * *

  • asegurar biztost asequible elrhet asido por vminl fogva asiento ls asustarse megijed atreverse merszel atrapar elkap, megragad, rajtakap aturdirse elkbul audiencia fogads, kihallgats averiguar kivizsgl, megllapt avisar figyelmeztet azadn irtkapa

    B -

    bala lvedk balbuce*. dadog, hebeg balde: d e ~ ingyen, ellenszolgltats nlkl bandeja tlca barbaridad: u n a ~ de rengeteg barra rd, kormnyrd bautizo keresztel bendito ldott beneficio ajndk, haszon besuquear cskolgat bocado falat boina baszk sapka bonachn jsgos borde m szegly, perem bordo fedlzet borla bojt, rojt; tomar la *v* elnyeri a doktori cmet

    70

  • borrico csacsi bostezar st bote m csnak boticario gygyszersz brasero parzstart, tzhely brinco ugrs broma trfa brumoso kds bruir fnyez bullir forr, forrong bulto csomag burln trfs kedv, trflkoz

    C

    cabellera hajzat cabestro ktfk cacique kiskirly, indin trzsfnk cachorro kutyaklyk cadena lnc cala hajfenk calafatear betm (hajn rst kccal) calar t-, behatol, merl calceta trdharisnya candido rtatlan, egygy caada hg, vzmoss, patak caonero gynaszd capota csuklya carabinero vmr, karablyos carbn szn carcajada kacags

  • carecer nlklz vmt t a r i A ment rakomny cargar (meg)rak, terhel car idad/ irgalmassg, felebarti szeretet caritativo jtkonykod, jszv carne de can n gytltelk carnero birka, juh, kos

    . carrera plya carteta krtyajtk cascabel cseng cascada vzess casco koponya, sisak, hajtekn casero tanya, falusi hz casero hzigazda, lak castaetear kasztanyettt csattogtat castao gesztenyebarna castigo bntets caudal vagyon, tke c a z m levezet csatorna cerca kerts cerviz f nyakszirt csped m gyep charada szrejtvny chasco balsiker, felsls chirrido ropogs, csikorgs chorrear mlik, csepeg chuleta hrtelen slt karaj/szelet cigarra tcsk cita tallka, tallkoz clavar szegez, mlyeszt cohete m rakta coincidencia egybeess, vletlen tallkoz >3

    72

  • cola farok colar szr, mos colgadura draprik, fggnyk comisionado megbzott concebido megfogant conceder megenged, elismer condescendiente leereszked conducir vezet conejo nyl confianza bizalom conforme amint , (a)szerint conjetura sejts, leltevs conque szval conseiencia tudat constar nyilvnval, vilgos contrabando csempszet contramaestre tengersztiszt contratista vllalkoz, alkusz contribuir hozzjrul convertir (meg)ordt, ta lak t convulsin i grcs, megrzkdta ts cordaje m ktlzet corear krusban ksr corraj. m udvar corregidor m corregidor, vrosi elljr correra portyzs costado oldal costilla (oldal) borda credulidad hiszkenysg erit nevels, tenyszts cruzar ios brazos karba teszi >\ kezt cubierta fedlzet

  • cuerda ktl cuesta lejt, domboldal cuesta abajo a lejtn lefel cuna blcs

    D

    dao kr dar con tallkozik, tall dato adat decidido eldnttt, hatrozott declarar nyilatkozik, tanskodik decrepitud / megregeds, hanyatls, romls delecto hiba, hiny delantal ktny delatar feljelent derecho jog derredor: en ~ krskrl -derribar lebont, lednt, lerombol desahogo megknnyebbls, enyhls desahucio kilakoltats desalentado kifulladt descubrirse sapkt, kalapot levesz desierto sivatag deslizarse csszik, siklik desmontar letarol, lebont despojo kirabls, kifoszts despanzurrado szttaposott, kitaposott bel desprecio megvets desprender (szt)vlaszt, sztbont despuntar hegyt levgja

    74

  • destreza gyessg destrozado tnkretett, szttrt desvanecer eloszlat desvelado ber, lmatlan desventurado szerencstlen desvergenza arctlansg, szemtelensg devorar felfal diapasn m hangvilla diestro jobb, gyes, ravasz digital gyszvirg digresin / kitrs diligencia szorgalom, postakocsi disolverse felolddik disparar l, elst disponerse a kszl vmire disuadir lebeszl divulgarse elterjed duende m ksrtet

    E

    eticaz hatsos ejecutar vgrehajt eleccin/ vlaszts embadurnar beken, bemzol embarcacin f . haj, behajzs embetunar bektrnyoz, bekrmez emparejar prost empeo ktelezettsg, erfeszts empujar lk, sztnz encararse con szem bell, mern nz vkire

  • encargar megbz encontronazo sszetkzs engordar hizlal enredado sszekuszlt enrojecer elpirul ensuciar bepiszkt

    " ensueo lom(kp) entena antenna, vitorla keresztrdja enterarse de megtud, tudomst szerez vmirl entusiasmarse lelkesedik erguido felemelkedett, egyenes escaso kevs, szks esconder elrejt escondite rejtekhely escupir kp esbelto karcs, nylnk xito kimenetelj eredmny, siker espesura srsg espolvorear behint, porit esquila kolomp establecimiento vllalkozs, intzmny establo istll estampido drrens, robbans estupendo bmulatos expansivo terjedkeny, rugalmas, kzlkeny expediente eszkz, md, akta, krvny experto jrtas, tapasztalt extralimitarse hatr t tllp

    76

  • p

    fachada homlokzat altriquera mordly fandango fandango (nptnc), zrzavar fardo teher, nagy kteg tarol m utcai, haj- vagy kocsilmpa fatigar fraszt fatuo nhitt, ostoba faz / arc(ulat) fibra rost, szl figurarse elkpzel fila sor filpica szenvedlyes tmad beszd fingir sznlel firmamento gbolt flanco oldal foque orrvitorla formai formlis, jlnevelt, szertartsos formidable hallatlan, rettenetes fraguar kovcsol, kohol fratricidio testvrgyilkossg

    /

    fnebre gyszos furgon teherkocsi

    G

    gallarda btorsg, elevensg gastarse elkopik genealogsta csaldkutat gento sokasg, tmeg

    7 Cuantos espaolas-8136

    j

  • glotn falnk * folio bl

    gozar lvez grado akarat, lvezet; de buen ~ szvesen,

    de mal ~ -kelletlenl - grave komoly, slyos

    grieta \ repeds grillo tcsk guisar fz, elintz, elrendez *

    . gusano freg -,

    H

    , hacerse a un lado flrell, flrevonul heliotropo kerti vanlia heno szna heredad / rksg, birtok hilo fonal, szl hiprbole / tlzs, nagyts hoguera mglya, rmtz, psztortz **-honroso becsletes, tisztessges hospitalario vendgszeret hurao mogorva hurn m grny, km, emberkerl szemly huronera grnyvacok, bvhely hurtar lop

    I

    ignorancia tudatlansg imbcil ostoba

    78

  • impedir megakadlyoz impertinente szemtelen, nem oda val impetuoso heves, erteljes, lendletes inauguracin / felavats, megnyits inclinado a vmire hajl, hajlamos indecente illetlen indefectiblemente elmaradhatatlanul, kikerlhetetlenl indeleble kitrlhetetlen indiano ameriks, Amerikbl visszajtt ember indignacin / mltatlankods, felhborods indispensable nlklzhetetlen indomable fktelen, szilaj industria igyekezet, ipar(kods) inefable kimondhatatlan inercia ttlensg, nyugalom, tehetetlensg, ertlensg infame becstelen, gyalzatos inmenso hatalmas innegable tagadhatatlan insecto rovar insolente szemtelen instar krlel institucin / intzmny insustancial res, tartalmatlan intencin / szndk intento szndk, ksrlet ntercedir con alguien vkinl kzbenjr internarse behatol, bizalmba frkzik interrumpir megszakt n tricado bonyolult intriga cselszvs, intrika inundar elnt Invadir megrohan, elraszt

  • >

    invencin / tallmny invertir befektet investigacin / kutats irisacin / sznjtszs, sznek jtka izar felhz (zszlt)

    V

    jquima kantr jicara kis cssze jurar eskszik, kromkodik justificarse igazolja magt

    L

    lmina fmlap, fmlemez lancha csnak, ladik lanzarse sobre alguien rveti magt largarse takarodik, odbbll lastimero megindt, sznalmas lata bdog, konzervdoboz latir dobog, lktet laurel m babr lazo lassz, hurok, pnyva, csapda, szalag libertino kicsapong, szabados libra font ligar kt liso sima, sk lvido szederjes, hullaspadt

    80

  • locuaz beszdes, bbeszd loza flporceln, fajansz lgubre bnatos, szomor, gyszos lumbre / lng, tz

    M

    madrugada hajnal magnificencia pompa, nagyszersg magra sonkaszelet mamarracho madrijeszt manchado foltos mandar parancsol, kld manejo kezels, hasznlat manjar m ennival, nyencfalat marasmo sorvads, elesettsg mstil m rboc mata bokor, cserje matadero vghd matrcula anyaknyv, gpkocsi rendszm, haj rendszm maula haszontalan holmi, csalrdsg, trkk mecer ringat mejora javts, halads memorial m feljegyzs, napl mercantil kereskedelmi merienda nzsonna mira cl, szndk misin / megbzats, kldets molido sszetrt, megrlt molino malom monsleur Sans-dlai Ksedelem nlkli r (francia)

  • monterilla m falusi br montura htasl, lszerszm moribundo haldokl mosca lgy

    N

    nervioso ideges nido fszek nodriza dajka nombramiento megnevezs, kinevezs nubcula felhcske, fstgomolyag

    O

    obstculo akadly oculto rejtett, titkos ocurrrsele eszbe jut ojeada pillants, tekintet oleada hullmvers, nagy hullm oponer szembellt, ellenvet opuesto ellenttes osada merszsg

    P

    pacer legel(tet) padecer szenved

    82

  • palidecer spad palo kar, oszlop palpar tapint, rint, megrt palpitar dobog, reszket, remeg pana kordbrsony panza has, pocak papeleo aktatologats, felesleges aktagyrts papilla ksa paraje ni tj , terep, helyzet parroquia plbnia parto szls, elles pasmado meghkkent pasta tszta, termszet, jellem pastar legel . patron m (hzi)gazda, tulajdonos pecado bn pegar un tiro agyonl, rl pelota labda; juego de pelota baszk eredet labdajtk pendenciero kteked, izgga pendn hromszglet zszl peasco nagy szikla peral krtefa perjudicar rt vkinek, megkrost permanecer marad perpetuar folytat, llandst persistente tarts, llhatatos persuadir rbeszl pesca halszat picadura csps picar szr, csp picarda csintalansg, rosszasg, huncutsg pillar rabol, fosztogat, elkap

  • planchar vasal plazoleta terecske plegar Jiajlt plvora lpor, puskapor * pontn m ponton popa hajfar porrazo ts pradera rt, legel, mez precaucin/ elvigyzatossg, krltekints precipitacin / sietsg pretensin / kvetels, igny privacin / megfoszts, nlklzs procesin / krmenet, felvonuls profanacin / meggyalzs-propsito szndk proposicin / javaslat, indtvny prorrumpir kitr, feltr proteger prtfogol, tmogat provisto elltott vmivel pueril gyermekes, gyermeki pulga, bolha; un hombre de malas pulgas trft nem ismer ember purpreo bborszn

    Q

    quedo nyugodt, halk, csendes quemar get quejido jajgats, nyszrgs quinto jonc

    84

  • R

    rabo farok rama g ramblilla patakocska rapaz m ficska, gyerkc rapia rabls, kifoszts rascarse vakardzik rata patkny recental m szops brny vagy borj rechazar visszautast recluta jonc recobrar visszaszerez, ptol reconciliarse con alguien kibkl vkivel recorte m kivgs recreo dls, pihens rectificar helyesbt recurrir visszatr, fordul, folyamodik red / hl reducir cskkent reflexin / meggondols, visszaverds regocijo rm, kedvtels relmpago villm relincho nyerts, kilts remediar orvosol, jvtesz remedio orvossg remitir felad (levelet) remo evez remover kavar, mozdt rencor m harag, gyllet reir ezd, veszekszik reparar en fennakad vmin

  • :l*e|Mirmitir vissza ver^vissfcahat Repleto tele, zsfolt 4-epriuienda szids^ dorgls reprimir elnyom

    v

    repuesto kszlet, tartalk (alkatrsz) re / szarvasmarha resbalar el-, megcsszik resolucin / elhatrozs restituirse visszatr, helyrejn, felpl

    ^ retador kihv, tmad retroceder htrl roble m tlgy(fa) roce m drzsls, srols, sercegs rodar gurt, gurul, forog rodear krlvesz, vez, bekert romera zarndoklat, bcs roncar horkol

    " rueda kerk rumiar krdzik, megrg, megfontol rumor m zaj rural falusi, vidki

    S

    saeta nyl sapo m varangy sastre m szab secreto titok sestear dlutni pihent tar t seto kerts, svny sinfn m rengeteg, nagyon sok sitial m dszhely, fhely

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  • sobrar flsleges socalia csals, szlhmossg socarrn ravasz, agyafrt socorro segtsg, segly sofisma m lokoskocls sofocado fuldokolva solazarse con szrakozik vmivel soler (csak 3. szemlyben) szokott solcito figyelmes, gondos, serny sollozar zokog soltar elenged soltern,-a agglegny, vnlny solventar megold, elintz I someter alvet, leigz sopista m koldus, szegny dik sosegado nyugodt sospechar sejt, gyan t subasta rvers

    %

    subsistir ltezik, fennll suculento zletes sufrido szvs, k i tar t sujeto alany, egyn, t ma supersticioso babons suponer felttelez suspenso felfgges