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PRINCIPIOS TEÓRICOS Y DISCIPLINARIOS Cát. Arnoux sociología del lenguaje 2 cuadernos de glotopolítica

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Glotopolítica

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Page 1: Cuaderno Glotopolitica (Guia Bein)2014

PRINCIPIOSTEÓRICOS Y

DISCIPLINARIOS

Cát. Arnoux sociologíadel lenguaje

2cuadernos deglotopolítica

Page 2: Cuaderno Glotopolitica (Guia Bein)2014

sociología del lenguaje

Universidad de Buenos AiresFacultad de Filosofía y LetrasCarrera de Letras

Titular: Elvira Narvaja de Arnoux

Asociado: Roberto Bein

Adjunta: Graciana Vázquez Villanueva

JTP: Alejandra Vitale

Ayudantes: Fabiola Ferro

Karina Savio

Gonzalo Blanco

Page 3: Cuaderno Glotopolitica (Guia Bein)2014

cuaderno de glotopolítica 2

PRINCIPIOS TEÓRICOS

Y DISCIPLINARIOS

Texto principal, edición y selección de Roberto Bein

Sociología del LenguajeCát. Arnoux

2013

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Índice

1. Los estudios sobre las relaciones entre lenguaje y sociedad .................................................. 3

2. En torno al concepto de comunidad lingüística ....................................................................... 6

3. Acerca de los participantes de procesos político-lingüísticos y sus roles .................................. 8

4. Economía de los intercambios lingüísticos ........................................................................... 17

5. Diglosia y bilingüismo. “Lenguas en contacto” y “lenguas en conflicto” ................................. 20

6. Actitudes frente a las lenguas y representaciones sociolingüísticas ....................................... 33

7. Las representaciones sociolingüísticas: elementos de definición .......................................... 34

8. El fetiche lingüístico ........................................................................................................... 37

9. Conflicto lingüístico y políticas lingüísticas ........................................................................... 39

10. Concepciones de política lingüística, planificación del lenguaje y glotopolítica ...................... 42

11. Bases para la determinación de una política lingüística de la Ciudad de Buenos Aires .......... 43

12. Política lingüística liberal o dirigista, práctica o simbólica, “in vivo” e “in vitro” ..................... 46

13. El modelo gravitacional .................................................................................................... 47

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1. Los estudios sobre las relaciones entre lenguaje y sociedad

Sociolingüística: si bien el interés en las relaciones entre lengua y sociedad se remonta a la antigüedad, la sociolingüística como interdisciplina moderna que estudia los fenómenos lingüísticos bajo su aspecto social se constituyó en los años sesenta. Desde entonces se ha consolidado como campo disciplinario con varias ramas parcialmente superpuestas (sociolingüística, sociología del lenguaje, etnografía del habla, análisis del discurso, dialectología social y otras), que han seguido debatiendo los métodos y las categorías lingüísticas y sociológicas (fenomenológicas, marxistas, etc.) a emplear. El análisis de los usos lingüísticos de grupos –no de individuos– implica, por ejem-

plo, delimitar la comunidad lingüística ya como grupo idiomático, ya como grupo/capa/clase so­cial con normas de interacción cultural comunes, ya como pueblo o nación con una o más varieda­des en común, ya como conjunto de grupos que entran en relaciones dialécticas en el proceso mismo de creación de un conjunto de normas dominado por la norma de la clase dominante (Mar-cellesi y Gardin, 1974). En polémica con la lingüística formal se señala que la sociolingüística es, en realidad, la lingüística (Labov, 1966), dado que las lenguas no existen fuera de su uso social, y que la “lingüística” es solo una subciencia que estudia el código (Calvet, 1993). Corrientes socio-lingüísticas más representativas:

1. La sociolingüística propiamente dicha (a veces, “sociología del lenguaje”) correlaciona op-ciones lingüísticas y parámetros sociales. Así, Bernstein (1967) postuló la hipótesis del déficit para explicar el bajo rendimiento escolar de los hijos de obreros en el Reino Unido: la falta de estímulo paterno llevaría a un dominio deficiente (“código restringido”) de la lengua, y, por ende —desde el relativismo lingüístico—, a un menor desarrollo del pensamiento. El estudio de los fracasos escola-res de los niños negros en los EE.UU. llevó a Labov (1966), en cambio, a plantear la hipótesis de la diferencia: el problema de estos niños no es el código restringido, sino que hablen el “inglés negro vernáculo”, que difiere del inglés estándar. El concepto central de la escuela sociolingüística labo-viana es la variación, i.e., la existencia de variantes, de distintas formas de “decir lo mismo”, cuyo uso relaciona con variables sociológicas: clase social, profesión, sexo, edad, etnia de origen, etc. En un estudio sobre pronunciación, Labov (1966) comprobó que esta varía según la clase social, pero que además difieren la pronunciación real, la autoatribuida, la que se estima “correcta” y la producida en presencia del investigador. Esto último plantea la necesidad metodológica de superar la paradoja del observador (que debe registrar sin que su presencia influya en el registro). La varia-ción también explicaría el cambio lingüístico (Weinreich, Labov, Herzog, 1968), propiciado por las evaluaciones que los hablantes hacen de las variantes y las actitudes que manifiestan ante ellas: p.ej., la inseguridad lingüística de los sectores medios, que puede llevar a la hipercorrección. El ori-gen de este cambio puede asimismo ser resultado de “mezclas” de lenguas (pidgins, créoles), de su “disolución” (descreolización) y de la formación de variedades supradialectales (koinés) (Wardh-augh, 1986).

El análisis conversacional, iniciado, entre otros, por Sacks (1972), así como la interacción en el aula y en otros ámbitos con roles sociales típicos, contribuyen al análisis del discurso a la vez que reciben sus aportes.

2. La etnografía del habla (o de la comunicación) explica las opciones lingüísticas según la función social del habla. Frente a los “estudios correlativos” labovianos, que consideran la comuni-dad lingüística un grupo relativamente estable, homogéneo y de valores compartidos, los llamados “estudios funcionales” encuentran “variación sistemática dentro de cada hablante, la cual refleja a quién se está dirigiendo, dónde está, cuáles son el acontecimiento social, el tópico de discusión y las relaciones sociales que comunica al hablar” (Ervin-Tripp, 1979). Dado que el uso de formas lin-güísticas específicas según la situación sería parte de todo el comportamiento cultural, se conside-ran centrales en toda actividad de comunicación el contexto –creado también por la propia actividad comunicativa–, la actividad interpretativa y la construcción de la identidad social a partir de las

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prácticas interactivas. Frente a la “concepción estrecha” de la competencia lingüística del generati­vismo y que llevaría a una gramática del individuo independiente de la situación y de las diferencias socioculturales, crean el concepto de competencia comunicativa, i.e. “la capacidad para seleccio-nar, entre todas las expresiones gramaticalmente correctas a disposición [del hablante], aquellas que reflejen apropiadamente las normas sociales que gobiernan el comportamiento en encuentros específicos” (Gumperz, 1972; ver la noción de “estilo” en Hymes, 1971). También el concepto de registro (Halliday, 1978) parte de esta perspectiva funcional.

3. La sociología del lenguaje suele designar aquellos estudios que se ocupan de la relación entre comunidades enteras y variedades (lenguas, dialectos, etc.). Con antecedentes como las po-siciones del romanticismo de que la lengua refleja el “espíritu de la nación” y contribuye a crearlo (Humboldt, 1827) y las discusiones sobre si la lengua integra la superestructura o si es neutra res-pecto de las clases sociales (cf. posiciones de Marr y Stalin en Langages, 46) la sociología del len-guaje se vio impulsada por los problemas de los Estados surgidos de los procesos de descoloniza-ción, la situación de los países multilingües y la complejización idiomática de las sociedades industriales. Estos casos mostraban que además del uso lingüístico espontáneo, se puede y se suele actuar sobre las lenguas conscientemente desde el poder a través de políticas lingüísticas y su puesta en práctica, la planificación del lenguaje (como las reformas ortográficas, la fijación de las lenguas oficiales en Estados multinacionales o multiétnicos, las normas de uso para los me-dios de comunicación, etc.). La denominación glotopolítica (Guespin, 1986) engloba políticas y pla-nificación lingüísticas y las amplía a las acciones de colectivos no gubernamentales con repercu-sión pública sobre las lenguas, así como a su estudio. En esa línea, el concepto inicial de diglosia (Ferguson, 1959): la coexistencia, con funciones distintas, de una variedad de prestigio con varie-dades coloquiales de una misma lengua (ej.: árabe coránico y variedades habladas), se amplió a varias lenguas, con distinción entre bilingüismo individual y diglosia social (Fishman, 1972), y se re-formuló finalmente como conflicto entre una lengua “dominante” frente a lenguas “dominadas”, como en España el castellano frente al catalán, el vascuence y el gallego (por ejemplo, Vallverdú, 1970), cuya consecuencia sería la tensión entre las tendencias a la normalización de la lengua do-minada –codificación y adquisición de las funciones antes reservadas a la lengua dominante– y a la sustitución completa de la lengua dominada por la dominante. El estudio psicosocial de las actitu­des comunitarias ante las lenguas –orgullo, lealtad, autoodio lingüísticos (Garvin, 1986)– fue enri-quecido por el análisis de las representaciones sociolingüísticas (Boyer, 1991), pantallas ideológicas interpuestas entre las prácticas lingüísticas reales y la conciencia social de esas prácticas; la expli-cación de su génesis requiere un amplio estudio histórico, sociocultural e ideológico. Como todo constructo ideológico poseen materialidad discursiva (por ejemplo: “el dialecto argentino es una de-formación del español”), con predominio de los discursos hegemónicos, y terminan por influir en las prácticas reales (por ejemplo, en la presentación del paradigma verbal sin las formas del voseo). Estas representaciones e ideas sobre el lenguaje (Auroux, 1990-1992) se analizan no solo en el habla concreta, sino también en los discursos metalingüísticos: gramáticas, diccionarios, tex-tos legales, ensayos, normas para los medios de comunicación, e incluso en la concepción de len-gua que se desprende de textos literarios. En los años noventa ha surgido la sociolingüística urba­na, que estudia la peculiar conformación lingüística de las ciudades (Calvet, 1996); también se están analizando las consecuencias lingüísticas de los procesos de integración regional (Arnoux, 1995) y de las redes electrónicas, que generan ¿comunidades lingüísticas? a distancia.

BibliografíaAbric, Jean-Claude (dir.) (1996): Pratiques sociales ­ représentations, París, Presses Universitaires de France.Arnoux, Elvira (1995): “Las políticas lingüísticas en los procesos de integración regional”, Signo & Seña, 4.Auroux, Sylvain (1990-1992): Histoire des idées linguistiques, Lieja, Mardaga (vol. I, 1990; vol. II, 1992).Bastardas, A. y E. Boix (dirs.) (1994): ¿Un Estado, una lengua? La organización política de la diversidad

lingüística, Barcelona, Octaedro.

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Bernstein, B. (1967): “Elaborated and Restricted Codes: An Outline”, en S. Liebersohn (ed.), Explorations in Sociolinguistics, IJAL, vol. 33, parte 2.

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2. En torno al concepto de comunidad lingüística

Cada lengua define una comunidad lingüística: el conjunto entero de personas que se comunican unas con otras, ya directa, ya indirectamente, a través de una lengua común.

Charles Hockett, 1958.

Comunidad de habla (“speech community”): aquí se toma “speech” como sustituto de todas las formas de lenguaje, incluidos la escritura, el cantar, el silbar derivado del habla, el tocar el tambor, llamados con toques de cuerno, etc. La comunidad de habla es un término necesario, primario, en el sentido de que postula la base de la descripción como una entidad social más que lingüística. Partimos de un grupo social y consideramos todas las variedades lingüísticas presentes en él, en vez de que partamos de cualquier variedad. (...) Bloomfield y sus seguidores han creado cierta confusión en torno al concepto al partir de la frecuencia de la interacción de un grupo que comparte la misma lengua primaria. El presente enfoque requiere una definición cualitativa, no cuantitativa, y expresada en términos de normas para el uso del lenguaje. Como lo consideran Gumperz, Labov y otros, lo decisivo no es la frecuencia de la interacción sino más bien la definición de situaciones en las que ocurre la interacción, en especial la identificación (o la ausencia de identificación) con otros.

[...] Tentativamente, la comunidad de habla se define como una comunidad que comparte reglas de conducta e interpretación del habla y reglas para la interpretación de al menos una variedad lingüística.

Extraído de Dell Hymes, Models of the Interaction of Language and Social Life, 1972.

Una comunidad lingüística es un grupo de personas que están ligadas por alguna forma de organización social, se hablan unas a otras y lo hacen de manera similar.

M. A. K. Halliday, 1982.

Se trata de un grupo social que puede ser monolingüe o plurilingüe, que se mantiene unido por la frecuencia de patrones de interacción social y delimitado de las áreas circundantes por la escasez de líneas de comunicación.

J. Gumperz, 1962.

La mayoría de los grupos de cierta persistencia, sean pequeños grupos unidos por un con­tacto cara a cara, naciones modernas divisibles en subregiones menores o incluso asociaciones profesionales o grupos de vecinos, pueden ser tratados como comunidades lingüísticas (speech communities) siempre y cuando presenten peculiaridades lingüísticas que merezcan un estudio especial. El comportamiento verbal de tales grupos siempre constituye un sistema. Tiene que estar basado en conjuntos finitos de reglas gramaticales que subyazcan a la producción de ora ­ciones bien formadas, cuya infracción vuelva ininteligibles los mensajes.

[...] Las reglas gramaticales definen los límites de lo lingüísticamente aceptable. Por ejem­plo, nos permiten identificar “How do you do?”, “How are you?” y “Hi”? como oraciones co­rrectas del inglés norteamericano y rechazar otras como “How do you?” y “How you are?” Pero

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el hablar no está constreñido únicamente por reglas gramaticales. La selección que traza un hablante dentro de las alternativas permitidas puede revelar su origen familiar, identificarlo como sureño o norteño, urbano, rústico, miembro de las clases educadas o incluso mostrar si quiere mostrarse amistoso o distante, familiar o deferente, superior o inferior.

Así como la inteligibilidad presupone reglas gramaticales subyacentes, la comunicación de información social presupone la existencia de relaciones regulares entre el uso lingüístico y la estructura social. Antes de poder juzgar la intención social de un hablante debemos saber algo acerca de las normas que definen la adecuación de alternativas lingüísticamente aceptables para tipos particulares de hablantes; estas normas varían según los subgrupos y las conforma­ciones sociales.

[...] En sociedades lingüísticamente homogéneas los marcadores verbales de distinciones sociales tiende a estar confinada a rasgos estructuralmente marginales como la fonología, la sintaxis y el léxico. En otros lados pueden incluir lenguas estándar literarias y dialectos locales gramaticalmente divergentes. En muchas sociedades multilingües la elección de una lengua so­bre otra tiene la misma significación que la selección entre alternativas léxicas en sociedades lingüísticamente homogéneas.

Más allá de las diferencias lingüísticas entre ellas, las variedades lingüísticas empleadas en una comunidad forman un sistema porque están relacionados con un conjunto compartido de normas sociales.

Extraído de J. Gumperz, “The Speech Community”, 1968.

La comunidad lingüística no se define por un acuerdo señalado sobre el uso de los elementos lingüísticos, sino por la participación en un conjunto de normas compartidas.

W. Labov, 1983.

Se sabe que si la lingüística se constituye como ciencia es, entre otras razones, por su rechazo a la actitud prescriptiva, su rechazo a la normatividad. Legítimo, ese rechazo ha entrañado sin embargo una exclusión que lo es mucho menos, la del estudio de la norma en acción en la lengua estudiada.

[...] Los trabajos de Labov ponen, en efecto, de manifiesto que la norma es parte constitutiva de la estructura sociolingüística; sin ella esa estructura desaparece. Esa norma se manifiesta

- como norma objetiva en la estratificación estilística y social,- como norma evaluativa subyacente a ese comportamiento.

Es esa norma o más bien ese conjunto de normas las que precisamente, según Labov, uni ­fican la comunidad lingüística, el objeto propio del estudio sociolingüístico.

La estratificación estilística muestra que el comportamiento lingüístico está sometido a una norma para todos los grupos, incluso para los más elevados. La estratificación social pone de relieve que es hacia la norma del grupo más elevado a la que tienden, en cada situación, los demás grupos. Sin embargo, esa homogeneidad del comportamiento y de la evaluación no debe hacer olvidar las otras disparidades:

1) no todas las variables son significativas para todos los grupos sociales;2) hay fenómenos de hipercorrección;3) hay fenómenos de reacción lingüística de las clases elevadas después de la toma de con­

ciencia de la extensión de un cambio lingüístico.

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Así, apoyándonos en los propios datos de Labov, nos parece imposible mantener la defini­ción de comunidad lingüística que da aquel: como “unificada por un conjunto de normas”. Pre ­ferimos más bien definirla desde el punto de vista lingüístico como un conjunto de grupos que entran en relaciones dialécticas en el proceso mismo de creación de un conjunto de normas do­minado por la norma de la clase dominante, pero sometido sin cesar a revisión. Hemos visto que, en oposición al fenómeno de hipercorrección que caracteriza a las clases medias, fenóme­no ligado a una profunda inseguridad lingüística, la clase obrera era la menos inclinada a aban­donar su propia estructura de variación lingüística.

Resumido de J.­B. Marcellesi y B. Gardin: Introduction à la sociolinguistique, 1974.

3. Acerca de los participantes de procesos político-lingüísticos y sus roles. Una aproximación y muchas cuestiones irresueltasGeorg KremnitzTraducido del alemán por María del Mar Souto. Publicado originalmente en Cichon, Peter y Barbara Czernilofsky (eds.): Mehrsprachigkeit als gesellschaftliche Herausforderung. Sprachenpolitik in romanischsprachigen Ländern, Viena, Edition Praesens, 2001, págs. 157-167.

Contradicciones

La politique linguistique est un effort systématique, rationnel, et basé sur une perspective théorique, au niveau de la societé, dans le but d’accroître le bien-être. Elle est en général mise en place par des organes officiels ou par leurs mandants et vise, en totalité ou en partie, la population placeé sous leur juridiction.1

Así dice una definición de política(s) lingüística(s)2 publicada hace poco en un periódico sociolingüístico de primer orden. Refleja una concepción de política lingüística tal como predo­mina sobre todo en los EE.UU., generalmente en denominaciones como “planificación lingüísti­ca” y similares. En cambio, ya en 1987 Klaus Bochmann había definido la política lingüística como

la regulación de la práctica comunicativa de una comunidad social por parte de un grupo que ejerce la hegemonía lingüístico-cultural sobre ésta, o bien aspira a ejercerla. La política lingüística está subordinada, como cualquier otra clase de política, a los intereses (sociales, económicos, ideológicos, culturales, religiosos) de determinados grupos/capas/clases socia­les, si bien tales intereses se concretan como política lingüística generalmente de forma in­

1 Grin, François, 1997, “Gérer le plurilinguisme européen: approche économique au problème de choix”, Sociolinguistica, n° 11, 1-15, cita 6. “La política lingüística es un esfuerzo sistemático, racional y basado en una perspectiva teórica, en el nivel de la sociedad, que tiene por meta acrecentar el bienes­tar. En general, es puesta en práctica por organismos oficiales o por sus mandantes y apunta a toda la población puesta bajo su jurisdicción o a una parte de ella.”

2 Para la diferenciación entre “política lingüística” y “políticas lingüísticas” cfr. Ammon, Ulrich, 1993, en: Glück, Helmut (Hg.), Metzler Lexikon Sprache, Stuttgart/Weimar. En este artículo me dedicaré a cuestiones político-lingüísticas referidas tanto a una lengua como a varias lenguas, especialmente porque ambas están estrechamente entrelazadas, y por eso utilizaré usualmente el concepto general “política lingüística”. Bochmann se opone implícitamente a la diferenciación, cfr. Bochmann, Klaus (Leitung), Sprachpolitik in der Romania. Zur Geschichte sprachpolitischen Denkens und Handelns von der Französischen Revolution bis zur Gegenwart, Berlin/New York: de Gruyter, 1993, 13.

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directa, mediatizados por otros ámbitos de la política: política mediática, política de forma­ción de opinión, política cultural, política educativa, etc.3

Esta primera definición está muy cercana a las concepciones desarrolladas por Maas, Glück y Wigger –entre otros– en el ámbito de los Osnabrücker Beiträge zur Sprachtheorie,4 pero es sabido que posteriormente Bochmann la amplió y precisó de manera considerable en la intro­ducción al tomo sobre política lingüística en la Romania (pp. 4-62), 5 editado bajo su dirección. Allí, Bochmann también aborda más de cerca el tema de los actores de la política lingüística. Sin embargo, (en principio) aún no se tratará este tema: ambas citas sólo han de ilustrar en qué diferencias fundamentales se basan las definiciones de política lingüística. Tal vez se podría hablar, generalizando, de una concepción de política de orden y de una de política democrati ­zadora. Mientras que en la primera parece haber una orientación político-lingüística prefijada más o menos “objetivamente” que luego habrá que llevar a la práctica de un modo “racional”, en la segunda se hace evidente que diferentes grupos –dentro o fuera de una o varias comuni­dades lingüísticas que conviven (deben convivir) en una unión social– tienen (pueden tener) diferentes intereses y por eso representan (pueden representar) distintas concepciones polí­tico-lingüísticas:

Por lo tanto, la política lingüística no sólo se lleva a cabo “desde arriba hacia abajo”, sino que se concreta –como la política en general– en la interacción de intereses, opiniones y posturas, desde diferentes hasta opuestos, de la cual resulta, no obstante, una determinada direccionalidad.6

Por consiguiente, estas diferencias no sólo se pueden establecer en la teoría, sino también en la práctica político-lingüística, y posiblemente pueden explicar los éxitos o fracasos polí ­tico-lingüísticos.

Hace poco, Emili Boix y Xavier Vila7 retomaron el tema y presentaron un gráfico de los ac­tores y sus roles; trazan una diferenciación entre los primeros que me parece útil: por un lado, el “Estado”, en el que incluyen los tres poderes, y, por el otro, la “sociedad civil”, en la que in­cluyen el poder económico y mediático, pero también todas las agrupaciones sociales, desde los sindicatos hasta las asociaciones de lingüistas.8 Pero la “población”, tercer gran grupo en este esquema, se percibe casi sólo como receptor; de ella prácticamente no parten impulsos po­lítico-lingüísticos. Con esto los autores aparentemente recaen, al menos hasta cierto punto, en concepciones de políticas de orden. Ahora bien, hay que admitir que la “población” rara vez se articula como masa difusa, sino que cuando toma la palabra lo hace casi siempre a través de or ­ganizaciones civiles. No obstante, su papel no me parece tan insignificante, sobre todo en so­ciedades en gran parte alfabetizadas. También los representantes de los tres poderes son, ante

3 Bochmann, Klaus, 1987, “Sprachpolitische Forschung. Theoretische Prämissen, Gegenstände, Methoden”, en: Linguistische Arbeitsberichte (Leipzig), n° 62, 2-14, cita 3.

4 Cfr. en particular Maas, Utz, 1989, “Sprachpolitik. Grundbegriffe der politischen Sprachwissenschaft”, Sprache und Herrschaft (Wien), n° 6/7, 1980, 18-77, reanudado posteriormente en: id., Sprachpolitik und politische Sprachwissenschaft, Frankfurt: Suhrkamp, 16-65; Glück, Helmut/Wigger, Arndt, 1979, “Kategorielle und begriffliche Probleme der Forschung über Sprach(en)politik”, Osnabrücker Beiträge zur Sprachtheorie, n° 12, 6-18.

5 Bochmann, 1993.6 Bochmann, 1993: 10-11.7 Boix i Fuster, Emili/ Vila i Moreno, F. Xavier, 1998, Sociolingüística de la llengua catalana, Barcelona:

Ariel, 277.8 Una diferenciación similar se encuentra ya en Kremnitz, Georg, 1990, ²1994, Gesellschaftliche

Mehrsprachigkeit. Institutionelle, gesellschaftliche und individuelle Aspekte, Wien: Braumüller.

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todo, ciudadanos y, como tales, parte de la población; representan intereses sociales determi­nados (esto es válido también para las dictaduras). Por eso me parece que tiene sentido conti ­nuar aguzando la mirada sobre los participantes de procesos político-lingüísticos y sus posibles papeles. Mi hipótesis es que estos papeles se modifican en relación con los cambios de las con ­diciones sociales de comunicación y que estos cambios se exteriorizan en las evoluciones, pero especialmente en los resultados de los procesos. Curiosamente, este aspecto ha sido hasta aho­ra muy poco observado en la investigación. Por eso quiero intentar esbozar a continuación un esquema prudente como punto de partida para que continúe la investigación.

RetrospectivaSe puede partir del hecho de que los precedentes de la(s) política(s) lingüística(s) implíci­

ta(s), en tiempos remotos, no son más que los intentos de hablantes que no están continua­mente en contacto entre sí de adecuar mutuamente sus lenguas o variedades lingüísticas lo su­ficiente para poder entenderse entre sí. Solo la paulatina consolidación del poder y su creciente institucionalización conducen a que una determinada forma lingüística se considere ejemplar en una esfera de dominio y, por decirlo de algún modo, se imponga; el hecho se puede observar en muchas de las antiguas grandes potencias, que eran todas plurilingües –por natu­raleza, por decirlo de alguna manera–, sobre todo fuera de Europa. Si un hablante dispone de esa forma lingüística referencial, esa capacidad, casi por sí misma, lo acerca al poder, por lo cual más de un marginado busca hacerla propia; sin embargo, la enseñanza sistemática de esta forma lingüística de referencia apenas tiene lugar; por lo tanto, no se expande socialmente. Sólo la creciente división de funciones dentro de la sociedad lleva en una fase claramente pos­terior desde el punto de vista histórico, en épocas muy diferentes que, sin embargo, se parecen con respecto al desarrollo de formas de dominio y estructuras sociales, a que los grupos domi­nantes se encarguen de poner también a disposición de sectores más amplios determinadas competencias lingüísticas en la medida necesaria para que la sociedad funcione. Esto es parti ­cularmente válido a partir del momento en que se introdujo la escritura, aunque se debe tener presente que un poder extendido en el espacio y de algún modo sólidamente institucionalizado debe de haber solucionado siempre el problema de la conservación de las comunicaciones lin­güísticas, aunque fuera por medio de los quipos. Sin embargo, las poblaciones afectadas perma­necen en su mayoría fuera de este círculo y siguen, además, prácticas lingüísticas residuales, que no se pueden entender como un obrar político-lingüístico consciente, pero que tienen, na ­turalmente, consecuencias político-lingüísticas.

En Europa, es muy probable que recién el Renacimiento haya traído consigo cambios deci ­sivos con la invención de la imprenta y, poco después, su uso capitalista 9 (como parte de la en­trada triunfal del capitalismo temprano) y el afán de democratizar las prácticas religiosas. 10 Las primeras medidas político-lingüísticas se pueden advertir anteriormente, pero son medidas aisladas y no se convierten en una política de conjunto; de todos modos, algunos imperios anti ­guos, justamente también fuera de Europa, impusieron una “lengua del poder” con cierta con­secuencia. A partir del Renacimiento, debido al crecimiento profundo y rápido de comunicacio­nes a gran distancia y a la escrituralidad de la administración, y también de la vida económica, surge una necesidad cada vez mayor de alfabetización (las políticas lingüísticas se basan sobre

9 Cfr. Giesecke, Michael, 1991, Der Buchdruck in der frühen Neuzeit. Eine historische Fallstudie über die Durchsetzung neuer Informations- und Kommunikationstechnologien, Frankfurt: Suhrkamp. Giesec­ke enfatiza los desarrollos en China y Corea, que transcurrieron de manera diferente, donde la im­prenta ya era conocida anteriormente, pero siguió siendo un monopolio del poder.

10 Por eso Utz Maas escribe que la “política lingüística es un factor constitutivo de la sociedad burguesa (y está unida a ésta)”; Maas, 1989: 19 (primero 1980: 23).

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todo en la escrituralidad; sólo ésta puede superar ante todo el tiempo y el espacio); esa necesi ­dad, a su vez, hizo imprescindible no sólo una mejora de los métodos de enseñanza, sino tam­bién una racionalización del contenido de la misma. La adquisición de formas lingüísticas de referencia, en especial, escritas, tuvo que convertirse cada vez más en una tarea que debía re­solverse en períodos cortos, y también los mediadores tenían que ser formados con rapidez. En mi opinión, éste es un factor importante para explicar el paulatino desplazamiento del latín en Europa Occidental. La puesta en práctica política de las pretensiones iluministas como conse­cuencia de la Revolución Francesa permite observar muy claramente el correspondiente desa­rrollo histórico en Francia. Al mismo tiempo, provoca que la conciencia lingüística y la con­ciencia nacional de los afectados coincidan cada vez más claramente,11 aunque también aquí uno debe precaverse de una visión finalista de las cosas. El nacionalismo en el sentido moderno es un fenómeno vinculado con condiciones históricas determinadas.

Esta necesidad de alfabetización colectiva se cruzó con el hecho de que se dotara de escri­tura a cada vez más lenguas y variedades; necesariamente, este hecho también fue considerado elemento de identidad colectiva, al menos por una parte de los escribientes y hablantes, sobre todo cuando se trataba, en el caso de los gramáticos, de integrantes de los grupos afectados. Si en principio esta identidad se había formado de facto en los hablantes de las lenguas que tenían una posición dominante,12 los integrantes de grupos dominados la consideraron luego un sím­bolo del propio grupo, lo que finalmente condujo a que allí donde un grupo no disponía de una lengua de referencia propia, a veces tuviera que crearla directamente de manera sintética,13 a menudo con gran dependencia, aunque indirecta, de la respectiva lengua dominante. Justa­mente en este período, que caracteriza sobre todo al siglo XIX en Europa, se hace manifiesto en qué medida las políticas lingüísticas pueden trasladarse del ámbito estatal al ámbito social (y civil). Un segundo momento de este traslado se manifiesta en la historia más reciente de la des­colonización, donde se repiten procesos similares.

A partir de fines del siglo XIX tiene lugar, en forma paralela a este movimiento, una nueva revolución técnica que permite que la voz hablada pueda ser grabada y transportada y que, a su vez, luego de un período de transición no demasiado extenso, somete al juego capitalista los medios que surgen de la misma hasta ahora, y sobre todo la radio y la televisión. Para algunas sociedades, este desarrollo tuvo un precedente en el crecimiento del significado social de la prensa diaria, sobre todo en el siglo XIX; sus formas de organización de derecho privado tien­den a reproducirse en los otros medios. Aún hoy no se puede prever con claridad qué conse­cuencias político-lingüísticas resultarán de ello (aunque la tendencia parece ser, en principio, la de una concentración en pocas lenguas, usadas como linguae francae; de todos modos, aquí y allá se pueden vislumbrar movimientos dialécticos contrarios) y tampoco se pueden prever hoy en día las consecuencias político-lingüísticas de la creciente difusión de Internet y del co­rreo electrónico.

11 La lingüística histórica todavía deberá estudiar en detalle los resultados de la investigación más re­ciente del nacionalismo.

12 Sería interesante observar hasta qué punto este aspecto desempeñó un papel importante o pudo ha­berlo desempeñado en las primeras etapas de descolonización del siglo XVIII y de principios del XIX.

13 Así se crearon, en algunos casos, unidades lingüísticas que a la larga no perduraron debido a las dife ­rencias en las experiencias históricas colectivas; el ejemplo seguramente más evidente en la actuali­dad es el del serbocroata, cfr. Okuka, Milos, 1999, Eine Sprache- viele Erben. Sprachpolitik als Nationalisierungsinstrument in Ex-Jugoslawien, Klagenfurt: Wieser. De manera similar, aunque mucho menos dramática, transcurrió la historia reciente del checo y del eslovaco y de sus respectivas socie ­dades. Se encuentran otros ejemplos, a los que se les prestó muy poca atención, en pueblos de la ex Unión Soviética.

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Estos cambios tecnológicos acarrean otros cambios en las condiciones de la comunicación, pero también cambian los roles de los actores en los procesos político-lingüísticos. Además, también modifican la importancia respectiva de las concepciones de política de orden y de po­lítica democratizadora. Queda especialmente claro que la densidad de una codificación lingüís ­tica junto con el grado de alfabetización de una sociedad desempeñan un papel que hasta aho ­ra ha sido generalmente subestimado. Así, no es lo mismo, por ejemplo, si una reforma ortográfica emprende una selección y con ella una precisión de reglas de diferentes tradiciones de escritura que coexisten en una sociedad sólo parcialmente alfabetizada, tal como sucedió en la mayoría de las sociedades europeas hasta fines del siglo XIX, o si se realiza un reemplazo de reglas en una sociedad completamente alfabetizada, que interviene en las costumbres que la so­ciedad tiene hasta ese momento al declararlas como ya no correctas, como sucedió a fin de cuentas en los países de habla francesa y alemana. En especial, cuando las concentraciones so­ciales de poder son afectadas por tales cambios, hay que ver cómo resulta la puesta en práctica, más aún cuando ésta no apunta claramente a una racionalización de las convenciones. Lo que se esbozó aquí como un ejemplo político-lingüístico, también se puede mostrar de manera si­milar en el sector de las políticas lingüísticas.

Digresión sobre la conciencia colectivaEn ambos casos, junto con los intereses reconocibles, la conciencia colectiva de los afecta­

dos en cada caso, y aún más la de los multiplicadores, desempeña un papel decisivo. 14 Natural­mente, la conciencia también está guiada por intereses, pero las dos dimensiones no se super­ponen, ya que junto con los intereses también la ideología desempeña siempre un papel importante, pudiéndose parafrasear (no quiero decir definir) aquí este concepto tan cambiante como “percepción de intereses supuestos o verdaderos, surgidos de todos modos de determina­dos axiomas”.15 Las ideologías conforman un marco de referencia, dentro del cual deben eva­luarse los hechos. Se vuelven contraproducentes cuando este marco sólo contiene una percep­ción insuficiente de los realia correspondientes. En este sentido, todas las ideologías (al menos en principio) también están sujetas a un determinado control de la realidad.

La conciencia lingüística colectiva está siempre sujeta a las influencias externas más di­versas, que influyen sobre ella modificándola y que también crean, en último término, una ten­sión constante. Esta tensión aumenta cuando crecen la intensidad y la frecuencia de las in­fluencias externas y cuando los mensajes transmitidos divergen cada vez más, o a veces están en abierta contradicción. El hablante individual, pero también grupos completos o partes de ellos, son arrastrados en direcciones muy diferentes al mismo tiempo y por eso deben decidirse continuamente por una u otra manera, y todas las decisiones están sujetas constantemente a una posible revisión, porque su utilidad en la realidad puede resultar insuficiente. Esta situa­ción de tensión constante conduce fácilmente a que los hablantes, a partir de un momento de­terminado, se cierren considerablemente a la incorporación de nuevas impresiones, para obte­ner en apariencia más seguridad existencial.

14 No puedo dar cuenta aquí de los debates sobre las formas de conciencia (lingüística) colectiva, sobre todo porque mucho aún está en discusión y las diferentes escuelas lingüísticas entienden dimensiones muy distintas; en lo que sigue me remitiré, sobre todo, a ideas de Robert Lafont, Brigitte Schlieben-Lange y Helmut Glück, cfr. Kremnitz, Georg, ²1994, Gesellschaftliche Mehrsprachigkeit, Wien: Braunmüller, 54-58, y ahora sobre todo la discusión sustancial en: Cichon, Peter, 1998, Sprachbewußsein und Sprachhandeln. Romands im Umgang mit Deutschschweizern, Wien: Braunmüller, sobre todo 25-58.

15 Es evidente que la ideología, entendida de esta manera, está muy cerca del concepto freudiano del su­peryó.

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Sin embargo, no hay una relación directa entre la conciencia y la práctica lingüísticas, dado que para esta última también desempeñan un papel importante otros puntos de vista, principalmente comunicativos. El habla tiene funciones tanto comunicativas como demarcado­ras, pero en general las primeras prevalecen sobre las segundas. Por eso se puede producir un comportamiento lingüístico en hablantes individuales y grupos enteros que en principio no se corresponde con la conciencia, pero que a largo plazo ejerce naturalmente una influencia so­bre ella; en definitiva, en esto radica la esperanza de todas las políticas lingüísticas represivas.

De la actualidadHoy en día deben diferenciarse dos situaciones fundamentales, a saber: por un lado, la de

aquellas lenguas cuyos representantes disponen de infraestructuras estatales y, por otro, la de aquellos representantes de lenguas que no disponen de tales estructuras y deben basarse en iniciativas individuales o de la sociedad civil (en tanto existan).16

Esta segunda situación se asemeja, en cierta manera, a la de las lenguas habladas y escri­tas en la Europa del Renacimiento, cuando se hizo manifiesta la necesidad de adoptar medidas político-lingüísticas, pero, en principio, faltaban las infraestructuras necesarias; los primeros trabajos normativos fueron redactados por individuos, las controversias por diferencias en las concepciones fueron dirimidas entre individuos y sólo a duras penas pudieron crearse institu­ciones (privadas) que, poco a poco, pudieron ir ganando autoridad en sus sociedades respecti ­vas. Una institución aún hoy en día prestigiosa, a pesar de todo, como la Académie Française, tuvo que adquirir primero su prestigio, aun cuando la protección de la realeza fue de gran ayu­da y aunque la incompetencia evidente de algunos de sus miembros fue contraproducente. Por supuesto que en la época del absolutismo francés el círculo de los afectados por cuestiones po ­lítico-lingüísticas era aún tan limitado que podía ser perfectamente alcanzado con las modes­tas posibilidades mediáticas de esos tiempos. Además, el factor prestigio –la lengua de la corte– desempeñaba un papel importante. Las disputas entre individuos o grupos se evidencian aún más claramente en formas de dominio menos centralizadas que la francesa; el ejemplo del ale ­mán es, en este punto, especialmente instructivo. Además del prestigio de la lengua cortesana, el interés comercial de las imprentas y también el afán de determinadas escuelas ideológicas de comunicarse fueron elementos importantes para la creciente normativización; por un lado, de variedades dentro de una lengua y, por otro, también con respecto al cambio de lengua de las minorías a la dominante.

En los casos en que hoy las lenguas deben afirmarse en sitios sin estructura estatal, la si­tuación es usualmente mucho más difícil porque tienen frente a ellas una política lingüística institucionalizada, estatal, que dispone de todos los medios de comunicación. Si tomamos el ejemplo del occitano o del bretón, comprobamos que en el primer caso ni siquiera en el círculo de los defensores de la lengua tuvo éxito un acuerdo con respecto al objeto en cuestión, y mu­cho menos con respecto a convenciones lingüísticas de referencia o gráficas (lo segundo es aplicable también al bretón, donde aunque la disputa en torno a la grafía se ha reducido mucho en el último tiempo, el encuentro de una solución parece perfilarse sólo paulatinamente). 17 En el ámbito del occitano, desde 1997, un Conselh de la Lenga Occitana intenta tomar las decisiones político-lingüísticas necesarias; sin embargo, por un lado, se presentan dentro de la entidad (que abarca sólo a los partidarios de la grafía y forma de referencia alibertina y con eso –aun­que por motivos explicables– sigue excluyendo a grupos del movimiento renacentista relativa­mente influyentes) profundas diferencias de concepción, que continuamente impiden acuerdos

16 Cfr. Kremnitz, 1990, ²1994: 94 y ss.17 Cfr. Ar Merser, A., 1989, Les orthographes du breton, Brest: Ed. Brud Nevez.

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racionales que se puedan imponer en la sociedad; por otro, el Conselh carece de estructuras que estén en condiciones de hacer públicas sus decisiones de manera apropiada. De facto, algunos medios (privados) como radioemisoras y la revista La Setmana son de momento bastante impor­tantes para la formación de la lengua de referencia; la enseñanza escolar también va comen ­zando a tener efecto como instrumento normativo, tanto en escuelas estatales como en priva­das, pues los escolares adquieren de sus maestros formas y costumbres lingüísticas determinadas; así, las formas entran paulatinamente cada vez más en circulación social.18 Hay que ver si a través de esta expansión del uso (secundario) de la lengua surge lentamente una presión de la norma que se sobreponga a las antiguas contradicciones y establezca un consenso mínimo, por lo menos en la sociedad (civil). En todo caso, el ejemplo occitano demuestra den­tro de un pequeño marco cómo se desarrollan hoy en día tales conflictos político-lingüísticos cuando ninguno de los organismos legitimados por la sociedad respaldan una u otra solución y las ideas hostiles a las minorías de la administración y la política centrales siguen jugando un papel importante en segundo plano.

La comparación con la situación catalana demuestra algunas diferencias significativas. En las primeras décadas de nuestro siglo, la conciencia colectiva catalana era, por lo menos en el Principat, tan sólida que finalmente una sola persona, Pompeu Fabra, aunque en el marco del Institut d’Estudis Catalans, logró fijar una concepción de lengua de referencia –en algunos ras­gos, considerablemente innovadora– e imponerla institucional y, por último, también social­mente. Además se logró imponer esta lengua de referencia, por lo menos en principio, también en otras regiones de habla catalana, por el momento exceptuando parcialmente a València. Más de una vez se expresó que ya no es concebible hoy en día un éxito similar, dado que la va ­riedad de opiniones aumentó tanto que actualmente está casi descartado un consenso similar. Seguramente, a la imposición del modelo de Fabra contribuyó el hecho de que la enseñanza es­colar en catalán aún estaba poco desarrollada, no había una seguridad lingüística de referen ­cia, pero también el hecho de que fue aceptado en su sociedad como el experto indiscutido y, sin duda, su modelo era el más eficaz. Uno parece poder deducir del ejemplo, por así decirlo prudentemente al revés, que las instituciones democráticas muy desarrolladas dificultan las soluciones político-lingüísticas. También habría que comprobar esta hipótesis, en la cual natu­ralmente la cifra de las variables es relativamente grande.19

La situación actual es fundamentalmente distinta para aquellas lenguas cuyos hablantes disponen de aparatos estatales (uno o varios). Por un lado, estas instituciones tienen, natural­mente, sus conceptos normativos transmitidos como fuera; por otro, ciertas cuestiones funda­mentales –como por ejemplo la de la denominación o también la del papel social de la lengua respectiva– están, al menos, resueltas en la práctica. Pero la observación histórica demuestra que también aquí las configuraciones de los participantes y su peso relativo sufren (pueden su ­frir) un cambio. Así, la Revolución Francesa marca al respecto un punto claro de ruptura: mien­tras que antes influían sobre todo la Académie y junto a ella las imprentas (principalmente ho­landesas), ahora es cada vez más importante el rol directo de las autoridades estatales en la preparación de la enseñanza obligatoria general. Se respaldan también en la (resurgida)

18 Se puede observar un fenómeno similar en el país vasco, donde aún no se había terminado de forjar la lengua de referencia batua en el momento de la autonomía y, con ello, de la organización de las escue­las y los medios; sin embargo, estos tuvieron que tomar ciertas decisiones que luego se impusieron, en muchos casos, en la lengua de referencia que estaba surgiendo.

19 Entretanto, también en la región de habla catalana se está mostrando la pérdida parcial del consenso sobre el objeto. Partes de la sociedad de València intentan documentar con todos los medios la dife­rencia del valenciano con el catalán, lo que naturalmente, desde el punto de vista político-lingüístico, sólo es una ventaja para el castellano.

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Académie, pero al mismo tiempo las influencias directas, como la formación de docentes, son cada vez más importantes. El apogeo de la influencia directa estatal se alcanza con la procla­mación de la enseñanza obligatoria general a partir de 1881. No es extraño que, justamente en esta época, en los márgenes de esta esfera, surja un movimiento para reformar la ortografía que quiera hacer más fácil y realizable la meta política de la alfabetización de toda la población a través de la racionalización de las reglas ortográficas y con medios más eficaces; una de las fi­nalidades, y no la última, de esta reforma es el respaldo indirecto de la Tercera República. Las leyes Jules-Ferry de introducción de la enseñanza obligatoria también tenían como objetivo evitar a largo plazo el regreso de la monarquía.20 Los intentos de reformar la ortografía fallan, o mejor dicho, terminan en una operación cosmética: el Edicto de Tolerancia Leygues de 1901, que nunca logró un significado práctico.21 Predomina una coalición de los poderes conservado­res (la Académie era, en su mayoría, antirrepublicana), que por un lado interpretan cada refor­ma como decadencia, pero que también piensan en el potencial de selección social de una gra ­fía historizante y etimologizante, y los intereses materiales de los impresores y editores que saben defender eficazmente sus posiciones en las opiniones publicadas. Además, el aumento práctico del número de alfabetizados convoca a un ejército de afectados (a veces sólo aparente­mente) que por motivos elementales —perdería valor su propio conocimiento ortográfico— no quieren que se modifique la ortografía vigente. No sólo en Francia se ha logrado convocar en todas las siguientes discusiones de reforma a estos afectados, que aumentan considerablemen­te el peso de los poderes resistentes.22 Los mejores resultados que se pueden esperar en tal si­tuación son acuerdos que no satisfacen a ninguna de las partes, como por ejemplo la última re ­forma ortográfica alemana. En las últimas décadas, la radiodifusión y, sobre todo, la televisión redistribuyeron en forma paulatina el peso entre la lengua escrita y la lengua hablada, pero aunque muchos (no todos) lingüistas exigen una mayor conexión de la lengua escrita con la ha­blada, hasta ahora esta idea no se llevó realmente a la praxis normativa en ninguna parte. Hay que ver si el correo electrónico (e-mail) producirá algún cambio a largo plazo,23 si se sigue im­poniendo. De todos modos, en las últimas décadas se produjo una fuerte inclusión de la discu­sión sobre la norma lingüística en el debate público, de manera tal que las decisiones (ya) no pueden tomarse de forma burocrática y recién después publicarse. Esto se demostró en Francia también en relación con la creación de las leyes Bas-Lauriol y Toubon.24 En cambio, cada vez más del lado de los intereses estatales está la creación de organizaciones que defienden el rol comunicativo (y político) del francés, ya se trate, por ejemplo, de comisiones de terminología o de todo tipo de infraestructuras, como los centros de documentación. En este ámbito hay mu­cha menos discusión pública, de manera que muchas decisiones se toman casi sin control so­

20 Sobre el clima intelectual de la época, cfr. Weber, Eugen, 1985 (¹1964), L’Action française, París: Fayard; id., 1986, Fin de siècle, París: Fayard.

21 Como se sabe, fue reemplazado en 1976 por un decreto similar, Haby, que tampoco tuvo consecuen­cias. Aun las modestas simplificaciones de 1990 aprobadas por la Académie sólo rara vez se emplean, o a veces dejan especial constancia de que se las ha observado, cfr. por ej. Chaurand, Jacques (dir.), 1999, Nouvelle histoire de la langue française, Paris: Seuil, 8.

22 La única excepción mayor es la última reforma ortográfica en Rumania, donde por motivos ideológi­cos las huellas del “socialismo real” tuvieron que ser borradas también de la grafía y por eso muchos usuarios se pusieron del lado de una innovación (por añadidura) complicada (que además retomaba, en gran parte, normas anteriores), cfr. entre otros, Bochmann, Klaus, 1995, “Ideologie und Orthographie. Neuer Streit um die rumänische Rechtschreibung”, en: Cichon, Peter/ Ille, Karl/ Tanzmeister, Robert (Hg.), Lo gai saber. Zum Umgang mit sprachlicher Vielfalt, Wien: Braumüller, 276-282.

23 Ya existen las primeras investigaciones de la lengua e-mail, que insisten en sus rasgos innovadores; pero podría tratarse de desarrollos que a la larga no se impondrán si el medio se convencionaliza más.

24 Cfr. Braselmann, Petra, 1999, Sprachpolitik und Sprachbewusstsein in Frankreich heute, Tübingen: Nieme­yer, sobre todo 1-55, donde se reseñan aspectos importantes de esta discusión.

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cial. Naturalmente, al comienzo de tales estructuras existe un gasto financiero considerable del que no se puede esperar una rentabilidad inmediata; por eso el capital privado, que general­mente invierte de buen grado, en principio se abstiene.

Por último, debe recordarse un rol importante de la población: al fin y al cabo tiene la po ­sibilidad de consumar decisiones político-lingüísticas o de hacerlas quedar en la nada. Las in­novaciones, ya sea la reducción del vocabulario sexista, la creación de nuevos términos, las re ­formas ortográficas o determinados cambios discursivos, proceden siempre de determinados sectores de las sociedades, pero sólo su aceptación por parte de la sociedad y las instituciones demuestra si pueden imponerse socialmente. El fin del “socialismo real” arrojó como resultado secundario que las poblaciones afectadas pueden ser incluso lingüísticamente mucho más tes­tarudas de lo que se suponía, tanto en el sentido positivo como en el negativo.

ConclusiónEl presente esquema sólo pretende señalar un campo interesante, aún poco tratado: el del

desarrollo de los roles de los participantes en procesos político-lingüísticos en el transcurso histórico. Valdría la pena continuar investigando esta cuestión; profundizaría nuestro saber no sólo sobre la política lingüística, sino también, y no en última instancia, sobre la comunicación y el cambio lingüístico.

* * * * * *

Cabe añadir la especial complejidad de la distinción entre lengua y dialecto. Se intentó funda-mentarla con diversos criterios, como la intercomprensión o la distancia interlingüística; sin embargo, mientras que a un marroquí, por ejemplo, le resulta difícil entender el árabe hablado por un sirio, el noruego y el sueco resultan mutuamente comprensibles. Tampoco hay simetría: un brasileño del sur suele entender mejor a un argentino que viceversa. Tampoco sirve el criterio numérico: hay lenguas con una decena de hablantes y “dialectos” con millones de hablantes. Resultan más aceptables el criterio diacrónico (los dialectos serían las lenguas que derivan de una anterior; así, el castellano, el francés, el catalán, el rumano, el italiano, etc., serían todos dialectos del latín) y el que considera que una lengua es la suma de sus dialectos (el español es la suma de los dialectos castellano, andaluz, mexicano, argentino, chileno, etc.). Sin embargo, sobre todo en los casos de lenguas con academias normativas, pesa la idea de que la lengua es la fijada por la Academia de la Lengua, mientras que las demás variedades serían dialectos. Como decía el idishista Max Weinreich, "una lengua es un dialec-to con un ejército y una marina detrás". La conciencia de hablar una lengua determinada es, además, histórica:

Las masas apenas se daban cuenta, antes de la época del nacionalismo, de que se hablaba un mismo idioma en un gran territorio. De hecho, no era siempre un mismo idioma, sino diversos dialectos, uno al lado del otro, que a veces resultaban incomprensibles para los habitantes de una provincia vecina. El idioma hablado se aceptaba como un hecho natural; no se lo consideraba un factor político o cultural, y menos aún como objeto de una lucha de esta índole. La gente de la Edad Media dedujo que la diversidad de idiomas se debía a la perversidad humana y que era un castigo por haber construido la torre de Babel. El sentido del propio idioma sólo aparecía ante ex -pediciones o viajes, o en los distritos fronterizos. (Hans Kohn, 1949)

Además, el panorama se complica por la existencia de “dialectos geográficos” y “dialectos so-ciales”, algunos de los cuales comparten fenómenos: por ejemplo, la omisión de la “s” final en los plurales es señal de pertenencia social en Buenos Aires, pero en otros lugares constituye simple-mente parte de la variedad regional. Por todos estos motivos, muchos sociolingüistas prefieren

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abandonar el término y usar siempre el de variedad, que puede ser tanto una “lengua” como un “dialecto”, un criollo o un pidgin. Una clasificación diferente se encuentra en diversos escritos de M. A. K. Halliday, quien distingue entre dialectos, que dependen del origen sociocultural, regional, generacional y otros, y registros, que dependen de la situación de habla, es decir, del tema que se está tratando, con quién se lo trata, etc. Así, entre los dialectos se pueden distinguir, entre otros, los dialectos geográficos, los sociolectos, los cronolectos, mientras que los registros pueden co-rresponder al lenguaje formal, popular, vulgar, con gran diferencia entre el lenguaje oral y el escrito. Para ejemplificar el concepto de registro: si comento un hecho con un amigo seguramente lo haré de manera distinta que si lo comento con un jefe, y aún al amigo se lo diré de otra manera si lo hago por escrito o si hay otras personas presentes con las que tengo distinto grado de confianza.

Como, de todas maneras, la noción de dialecto pesa sobre los hablantes, Wolfgang Wölck, que estudió la situación del Perú, estableció una distinción de la relación entre lengua y dialecto en lenguas que carecen de un estándar suprarregional, como lo era el quechua, y aquellas que tienen un estándar fijado generalmente por escrito, como el castellano.

4. Economía de los intercambios lingüísticosPierre BourdieuExtracto de ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid, Akal, 1985.

La sociología solo puede liberarse de las formas de dominación que la lingüística y sus conceptos ejercen todavía hoy sobre las ciencias sociales a condición de hacer patentes las ope­raciones de construcción del objeto en que esta ciencia se ha fundado y las condiciones sociales de producción y circulación de sus conceptos fundamentales. Si el modelo lingüístico se ha transportado tan fácilmente al terreno de la etnología y de la sociología, ello se ha debido a una consideración esencialista de la lingüística, es decir, a la filosofía intelectualista que hace del lenguaje, más que un instrumento de acción y de poder, un objeto de intelección. Aceptar el modelo saussuriano y sus presupuestos es tratar el mundo social como un universo de inter ­cambios simbólicos y reducir la acción a un acto de comunicación que, como la palabra de Saussure, está destinado a ser descifrado por medio de una cifra o de un código, lengua o cultu­ra. Para romper con esta filosofía social, hay que mostrar que, por legítimo que sea tratar las relaciones sociales –y las propias relaciones de dominación– como interacciones simbólicas, es decir, como relaciones de comunicación que implican el conocimiento y el reconocimiento, no hay que olvidar que esas relaciones de comunicación por excelencia que son los intercambios lingüísticos son también relaciones de poder simbólico donde se actualizan las relaciones de fuerza entre los locutores y sus respectivos grupos. En suma, hay que superar la alternativa co ­rriente entre el economismo y el culturalismo, para intentar elaborar una economía de los in ­tercambios simbólicos.

Todo acto de habla y, más generalmente, toda acción, es una coyuntura, un encuentro de series causales independientes entre los habitus lingüísticos y los mercados en que se ofrecen sus productos. Lo que circula en el mercado lingüístico no es “la lengua”, sino discursos estilís ­ticamente caracterizados, discursos que se colocan a la vez del lado de la producción, en la me­dida en que cada locutor se hace un idiolecto con la lengua común, y del lado de la recepción, en la medida en que cada receptor contribuye a producir el mensaje que percibe introduciendo en él todo lo que constituye su experiencia singular y colectiva. Bajtin recuerda que, en las si­tuaciones revolucionarias, las palabras corrientes reciben sentidos opuestos. Benveniste hacía observar que, en las lenguas indoeuropeas, las palabras que sirven para enunciar el derecho se

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vinculan a la raíz de decir. El bien decir, formalmente correcto, pretende por eso mismo, y con posibilidades de éxito no desdeñables, expresar el derecho, es decir el deber ser. […] El discurso jurídico es palabra creadora, que confiere vida a lo que enuncia. […] No se debería olvidar nun­ca que la lengua, por su infinita capacidad generativa, pero también originaria en el sentido de Kant, originalidad que le confiere el poder de producir existencia produciendo su representa­ción colectivamente reconocida, y así realizada, es sin duda el soporte por excelencia del sueño de poder absoluto.

Capitulo 1. La producción y la reproducción de la lengua legítimaHablar de la lengua, sin ninguna otra precisión, como hacen los lingüistas, es aceptar táci­

tamente la definición oficial de la lengua oficial de una unidad política: la lengua que, en los lí­mites territoriales de esa unidad, se impone a todos los súbditos como la única legítima, tanto más imperativamente cuanto más oficial es la circunstancia. Producida por autores que tienen autoridad para describir, fijada y codificada por los gramáticos y profesores, encargados tam­bién de inculcar su dominio, la lengua es un código, entendido no sólo como cifra que permite establecer equivalencias entre sonidos y sentidos, sino también como sistema de normas que regulan las prácticas lingüísticas. La lengua oficial se ha constituido vinculada con el Estado. Y esto tanto en su génesis como en sus usos sociales. Es en el proceso de constitución del Estado cuando se crean las condiciones de la creación de un mercado lingüístico unificado y dominado por la lengua oficial... esta lengua de Estado se convierte en la norma teórica con que se mide objetivamente todas las prácticas lingüísticas... Sometidos universalmente al examen y a la sanción jurídica del título escolar el resultado lingüístico de los sujetos parlantes. (19-20) La in­tegración en la misma “comunidad lingüística”, que es un producto de la dominación política constantemente reproducida por instituciones capaces de imponer el reconocimiento univer­sal de la lengua dominante, constituye la condición de la instauración de relaciones de domina­ción lingüística.

El lenguaje estándar: un producto “normalizado”En ausencia de una objetivación en la escritura y, sobre todo, de la codificación jurídica

correlativa a la constitución de una lengua oficial, las “lenguas” solo existen en estado prácti­co, es decir, en forma de habitus lingüísticos al menos parcialmente orquestados y de produc­ciones orales de esos hábitos. Lo que se ve claramente a través de las dificultades que suscitó, durante la Revolución Francesa, la traducción de los decretos: como la lengua práctica estaba desprovista de vocabulario político y dividida en dialectos, hubo que forjar una lengua media (como hacen hoy los defensores de la lengua de Oc, los cuales producen sobre todo la fijación y estandarización de la ortografía, una lengua difícilmente accesible a los locutores corrientes).

Hasta la Revolución Francesa, el proceso de unificación lingüística se confunde con el pro­ceso de construcción del Estado monárquico. [...] La imposición de la lengua legítima frente a los idiomas y las jergas forma parte de las estrategias políticas destinadas a asegurar la peren­nidad de las adquisiciones de la Revolución por la producción y reproducción del hombre nue ­vo. La teoría de Condillac, que convierte la lengua en un método, permite identificar la lengua revolucionaria con el pensamiento revolucionario: reformar la lengua, liberarla de los usos vinculados con la antigua sociedad e imponerla así purificada, es imponer un pensamiento él mismo depurado y purificado. Toda dominación simbólica implica una forma de complicidad que no es ni sumisión pasiva a una coerción exterior, ni adhesión libre a los valores [...] intimi ­dación, violencia simbólica que se ignora como tal [...] la causa de la timidez [...] remite a la es ­tructura social. Todo hace suponer que las instrucciones más determinantes para la construc­

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ción del habitus se transmiten sin pasar por el lenguaje y la conciencia, a través de sugestiones inscritas en los aspectos aparentemente más insignificantes de las cosas, de las situaciones o de las prácticas de la existencia común: [...] maneras de mirar, de comportarse, de guardar silen­cio e incluso de hablar, están cargadas de conminaciones. Conminaciones que si resultan tan poderosas y difíciles de revocar, es precisamente por ser silenciosas e insidiosas, insistentes e insinuantes (códigos secretos explícitos en las crisis de la unidad doméstica, la adolescencia y la pareja). Las diferencias reveladas por la confrontación de las hablas no se reducen a las que el lingüista construye en función de su propio criterio de pertinencia: por grande que sea la parte de funcionamiento de la lengua que escapa a las variaciones, en el orden da la pronuncia ­ción del léxico e incluso de la gramática, existe todo un conjunto de diferencias significativa­mente asociadas a diferencias sociales que, sin importancia para el lingüista, son pertinentes desde el punto de vista del sociólogo puesto que entran en un sistema de oposiciones lingüísti ­cas que constituye la retraducción de un sistema de diferencias sociales. La competencia legíti­ma puede funcionar como capital lingüístico que produce, en cada intercambio social, un bene­ficio de distinción. Hay que distinguir el capital necesario para la simple producción de un habla corriente más o menos legítima y el capital de instrumentos de expresión necesario para la producción de un discurso escrito digno de ser publicado, es decir, oficializado. Las propie­dades que caracterizan la excelencia lingüística pueden resumirse en dos palabras, distinción y corrección. Combinación entre los dos principales factores de producción de la competencia le­gítima, la familia y el sistema escolar. En este sentido, como la sociología de la cultura, la socio ­logía del lenguaje es lógicamente indisociable de una sociología de la educación. [...] El merca­do escolar está estrictamente dominado por los productos lingüísticos de la clase dominante y tiende a sancionar las diferencias de capital preexistentes [...] Las diferencias iniciales tienden a reproducirse debido a que la duración de la inculcación tiende a variar paralelamente a su rendimiento; los menos inclinados o menos aptos para aceptar y adoptar el lenguaje escolar son también los que menos tiempo están expuestos a ese lenguaje y a los controles, correccio­nes y sanciones escolares. El sistema escolar [...] tiende a asegurar la reproducción de la dife­rencia estructural entre la distribución, muy desigual, del conocimiento de la lengua legítima y la distribución, mucho más uniforme del reconocimiento de esta lengua, lo que constituye uno de los factores determinantes de la dinámica del campo lingüístico y, por eso mismo, de los cambios de la lengua. Las prácticas distintivas [...] tales prácticas arraigan en un sentido empí­rico de la escasez de marcas distintivas (lingüísticas o de otro tipo) y de su evolución en el tiempo: las palabras que se divulgan pierden su poder discriminante y tienden por esto a ser percibidas como intrínsecamente triviales, comunes, por lo tanto fáciles o gastadas, puesto que la difusión está ligada al tiempo. [...] Lo que se describe como un fenómeno de difusión no es más que el proceso resultante de la situación competitiva que conduce a cada agente, a través de innumerables estrategias de asimilación y de disimilación (con relación a los que están si ­tuados antes y detrás de él en el espacio social y en el tiempo), a cambiar constantemente de propiedades sustanciales (pronunciaciones, léxicos, giros sintácticos, etc.) conservando, por la competencia misma, la diferencia que la origina.

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5. Diglosia y bilingüismo. “Lenguas en contacto” y “lenguas en conflicto”

Charles Ferguson definió en 1959 la diglosia como aquella situación peculiar en que en un país coexisten dos o más variedades muy diferentes de una misma lengua, una de las cuales, la variedad alta, está muy codificada, se usa para las funciones elevadas (literatura, discursos políti -cos, legislación, etc.), es gramaticalmente más compleja, se aprende en la escuela, pero no consti-tuye la variedad habitualmente usada en las conversaciones por ningún sector de la sociedad, y ejemplificaba esta situación con Haití (francés vs. créole), la Suiza alemana (alemán estándar vs. el dialecto suizo-alemán), los países árabes (el árabe coránico vs. las variedades de árabe hablado) y Grecia (el griego “elevado” vs. el “popular”). Es de notar que Ferguson consideraba que estas situa-ciones no eran conflictivas y que podían durar mil años.

DiglosiaCharles FergusonPublicado originalmente con el título de “Diglossia” en Word, 15, 1959, pp. 325-340. Tomado de P. Garvin y Y. Lastra, Antología de estudios etnolingüísticos y sociolingüísticos (trad. Joaquín Herrero), UNAM, 1974, pp. 247-265.

En muchas comunidades lingüísticas se presenta el fenómeno de que algunos hablantes usen dos o más variedades de la misma lengua de acuerdo a diferentes circunstancias. Tal vez el ejemplo más corriente es el caso de una lengua estándar y un dialecto regional, tal como su­cede por ejemplo en el italiano o en el persa, en que muchas personas usan el dialecto en fami­lia o con amigos de la misma área dialectal, pero usan la lengua estándar para comunicarse con hablantes de otros dialectos o en actuaciones públicas. Existen, sin embargo, ejemplos muy dis­pares del uso de dos variantes de una lengua en una misma comunidad lingüística. En Bagdad, los árabes cristianos hablan el dialecto “árabe cristiano” cuando hablan entre sí, pero emplean el dialecto general de Bagdad o “árabe musulmán” cuando se dirigen a un grupo mixto. En el transcurso de los últimos años se ha notado un renovado interés por el estudio del desarrollo y característica de las lenguas estándares (ver especialmente Kloss 1952, con su valiosa introduc ­ción sobre estandarización en general). El presente trabajo, precisamente para seguir esta línea de interés, intenta examinar cuidadosamente un modo particular de estandarización en el que dos variedades de una lengua coexisten en todo el ámbito de la comunidad, teniendo que cum­plir cada una de ellas una función definida. Introducimos aquí el término “diglosia”, tomado

del francés diglossie, que se ha venido aplicando a este caso, puesto que no existe en inglés una palabra propia para designarlo: otras lenguas europeas usan generalmente el término “bilin­güismo” también en este sentido. (Los términos lenguaje, dialecto y variedad se emplean aquí sin una definición precisa. Se supone que aparecen lo suficientemente en concordancia con el uso establecido, de modo que su empleo para nuestro propósito no resulte ambiguo. Emplea­mos también el término “variedad superpuesta” sin definición: significa la variedad que sin ser primaria, “nativa” para los hablantes de que se trata, puede ser aprendida juntamente con aquella. Finalmente, en este trabajo no se pretende examinar una situación análoga, como po­dría ser la de dos lenguas diferentes –relacionadas o no– que se usan paralelamente en la mis­ma comunidad lingüística, cada una con funciones claramente definidas.

Es muy probable que esta situación especial esté bastante extendida en comunidades lin­güísticas, aunque rara vez sea mencionada y aún más rara vez sea descrita satisfactoriamente. Una explicación completa de este fenómeno puede aportar considerable ayuda al tratar los problemas que lleva consigo la descripción lingüística en lingüística histórica y en tipología del

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lenguaje. El presente estudio debe ser considerado como preliminar ya que se requiere mucho mayor cúmulo de datos históricos y descriptivos; nos proponemos caracterizar la diglosia se­leccionando cuatro comunidades lingüísticas con sus lenguas (llamadas de aquí en adelante lenguas definidoras), que pertenezcan claramente a esta categoría, y describiendo los rasgos comunes que parezcan dignos de clasificación. Las lenguas definidoras seleccionadas son el árabe, el griego moderno, el germano suizo y el criollo haitiano.

Antes de iniciar la descripción, conviene hacer una aclaración. No se presupone que la di ­glosia sea un estadio que aparece siempre y solamente en un punto determinado de cierta línea evolutiva, por ejemplo en un proceso de estandarización. La diglosia puede desarrollarse a par­tir de orígenes diversos y terminar en diferentes situaciones lingüísticas. De las cuatro lenguas definidoras, la diglosia árabe parece tan antigua como el conocimiento que tenemos del árabe, y la lengua “clásica” superpuesta ha permanecido relativamente estable; mientras que la diglo­sia griega, aunque entierra sus raíces muchos siglos atrás, sólo alcanzó su pleno desarrollo a principios del siglo XIX, con el renacimiento de la literatura griega y la creación de un lenguaje literario basado en gran parte en formas previas del griego literario. La diglosia germano suiza se desarrolló como resultado de un prolongado aislamiento político y religioso de los centros de estandarización lingüística alemana; en tanto que el criollo haitiano surge de la criollización

de un francés pidgin, y de la presencia de un francés estándar llegado más tarde para desempe­ñar el oficio de la variedad superpuesta. Al final de este trabajo haremos alguna especulación sabre sus posibilidades de desarrollo. Por comodidad en las referencias, la variedad superpues ­ta en la diglosia será designada como variedad A (alta), o simplemente A, y los dialectos regio ­nales serán designados como variedades B (bajas) o colectiva y simplemente B. Todas las len­guas definidoras tienen nombres propios para las variedades A y B, como se puede ver en el cuadro siguiente.

A es llamado B es llamado

ÁRABE Clásico (A) ‘al-fuṣha ‘al-’āmmiyyah, ‘ad-dārij

Egipcio (B) ‘il-faṣih, ‘in-nahawi il-’āmmiyya

GERMANO SUIZO Alemán estándar (A) Schriftsprache [Scweizer] Dialekt, Schwizerdeutsch

Suizo (B) Hoochtüütsch Schwyzertüütsch

CRIOLLO HAITIANO Francés (A) français créole

GRIEGO A y B katharévusa dhimotikí

El citar palabras de esas lenguas, de un modo consistente y exacto, presenta problemas aleccionadores. En primer lugar, ¿debemos clasificar las palabras en su forma A. en su forma B. o en ambas? En segundo lugar, si las palabras son citadas en su forma B, ¿qué clase de B debe escogerse? En griego y criollo haitiano parece claro que debe escogerse el lenguaje conversa­cional ordinario de Atenas y Puerto Príncipe respectivamente. En el caso del árabe y del ger­mano suizo, la elección tiene que ser arbitraria, y recurriremos aquí al lenguaje conversacional ordinario de la gente culta de El Cairo y Zürich. En tercer lugar, ¿qué escritura debe emplearse para representar B? Ya que en ningún caso se da una escritura de B aceptada por todos, parece apropiado adoptar algún tipo de transcripción fonémica o cuasi-fonémica. Se ha hecho la siguiente selección. Para el criollo haitiano se ha escogido la ortografía de McConell-L.aubach, ya que es aproximadamente fonémica y tipográficamente simple. Para el griego se ha adoptado

la transcripción del manual Spoken Greek puesto que trata de ser foné-mico: una translitera­

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ción de la escritura griega parece menos satisfactoria no sólo por ser variable, sino también por resultar muy etimologizante por naturaleza y muy poco fonémica. Para el germano suizo se ha adoptado la escritura defendida par Dieth (1938) que es de una consistencia digna de con­fianza; aunque no indica todos los contrastes fonémicos y quizás en algunos casos indica alófo ­nos, parece una buena sistematización que no modifica apreciablemente las convenciones de escritura más usadas para escribir material del dialecto germano suizo. El árabe, como el grie­go, usa un alfabeto no romano, pero la transliteración es aún menos posible que en el griego, en parte otra vez por la variabilidad de la escritura, pero más aún a causa de que en el árabe egipcio conversacional no se indican muchas vocales, y todas las demás a menudo se indican ambiguamente; la transcripción aquí escogida se apoya firmemente en los sistemas tradiciona­les de los semitistas, y es una modificación aplicada al egipcio del esquema empleado por Al-Toma (1957).

El cuarto problema es el de cómo representar A. Para el germano suizo y el criollo haitia ­no debe emplearse la escritura del alemán y francés estándar respectivamente, aunque en am ­bos casos oculte ciertas semejanzas entre los sonidos de A y B. Para el griego podría emplearse la escritura ordinaria en caracteres griegos o una transliteración. Pero como los conocimientos de pronunciación de griego moderno no son tan amplios como los de pronunciación francesa o alemana, el efecto engañador de la ortografía es más serio en el caso del griego, y por eso em­pleamos la transcripción fonémica. El problema más arduo lo constituye el árabe. Las dos alter­nativas más claras son 1) una transliteración de la ortografía árabe (debiendo suplir el que transcribe las vocales no escritas) o 2) una transcripción fonémica del árabe tal como puede ser leído por un hablante del árabe de El Cairo. Hemos optado por la solución 1), de acuerdo otra vez con el procedimiento de Al-Toma.

1. FunciónUno de los rasgos más importantes de la diglosia es la función especializada de A y B. En

un grupo de situaciones sólo A resulta apropiada, y en otro sólo B, y es muy leve la superposi­ción de estos dos grupos. Como ejemplo damos una muestra de posibles situaciones, indicando la variedad usada normalmente:

A B

Sermón en la iglesia o mezquita x

Órdenes a sirvientes, camareros. Trabajadores, oficinistas x

Carta personal x

Discurso en el Parlamento, discurso político x

Conferencia en la Universidad x

Conversación con la familia, amigos, colegas x

Noticias par radio x

Comedias radiofónicas x

Editorial de un diario, narración de noticias, subtitulo de una ilustración x

Subtitulo de una caricatura política x

Poesía x

Literatura folclórica x

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La importancia del uso de la variedad correcta en la situación apropiada difícilmente puede sobreestimarse. Un extraño que aprenda a hablar con fluidez y exactitud B. y la emplea luego en un discurso formal, hace el ridículo. Un miembro de la comunidad lingüística que use A en una situación puramente conversacional o en una actividad ordinaria e informal, hace igualmente el ridículo. En todas las lenguas definidoras es normal que alguien lea en voz alta un diario escrito en A y luego pase a discutir el contenido del diario en B. Es igualmente típico escuchar un discur­so formal en A y luego discutirlo, frecuentemente con el mismo orador, en B.

(Por lo que se refiere a la educación formal, la situación es frecuentemente más complica­da. En el mundo árabe, por ejemplo, la parte formal de clases en la Universidad se da en A, pero gran parte de las explicaciones y reuniones de grupo pueden tenerse en B. especialmente en ciencias naturales en conntraposición a las humanidades. Aunque por prohibición legal el pro­fesor no puede usar B en las escuelas secundarias de algunos países árabes, sin embargo, con frecuencia debe emplear una parte considerable de su tiempo para explicar en B el sentido del material presentado en A en libros y clases.)

Las dos últimas situaciones de la lista anterior merecen comentarios. En todas las lenguas definidoras se escribe algo de poesía en B, y un grupo reducido de poetas compone en B y A, pero el estatus de las dos clases de poesía es muy diferente y en el conjunto de la comunidad lingüística sólo la poesía en A es considerada coma “verdadera” poesía. (Esto no so aplica al griego moderno. La poesía en B abarca la mayor parte de la producción poética, y la poesía en A es más bien considerada artificial.) Por otra parte, en cada una de las lenguas definidoras, ciertos proverbios, frases de cortesía, etcétera, están en A incluso cuando personas iletradas los traen a la conversación ordinaria. Se calcula que una quinta parte de los proverbios en el repertorio vivo de los aldeanos árabes están en A (JAOS, 1955, 75: 124 ss).

2. PrestigioTodos los que hablan las lenguas definidoras consideran que A es superior a B en una serie

de aspectos. Este sentimiento es a veces tan fuerte que solamente A es considerada verdadera, y B tenida por “inexistente”. Los que hablan árabe, por ejemplo, pueden decir (en B) que fulano no sabe árabe. Normalmente esto significa que no sabe A. aunque hable B eficientemente y con fluidez. Si una persona que no sabe árabe pide a un árabe culto que le enseñe a hablar su len­gua, este normalmente tratará de enseñarle las formas A, insistiendo en que son las únicas en uso. Frecuentemente, los árabes educados sostendrán que nunca y de ninguna manera usan B, a pesar de que una observación directa muestre que la emplean constantemente en toda con­versación ordinaria. De modo similar, los hablantes cultos de criollo haitiano niegan frecuente­mente su existencia, insistiendo en que sólo hablan francés. No se puede decir que tal actitud constituya un intento deliberado de engañar al que pregunta; más bien parece un engaño de sí mismo. Cuando la persona en cuestión contesta de buena fe, es posible a veces romper estas ac ­titudes preguntando, por ejemplo, qué clase de lenguaje emplean para hablar a sus hijos. a sir ­vientes o a su madre. La respuesta, realmente reveladora, es generalmente la que sigue: “Oh, pero ellos no podrían entender [la forma A, como quiera que se llame].

Incluso cuando no es tan fuerte el sentimiento de la realidad y superioridad de A, existe corrientemente la opinión de que, de algún modo,. A es más hermosa, más lógica, más apta para la expresión de pensamientos importantes, etcétera. Y esta opinión la defienden incluso aquellos cuyo dominio de A es muy limitado. Para aquellos norteamericanos que quisieran eva ­luar el lenguaje en términos de efectividad en la comunicación, resulta sorprendente el descu ­brir que muchos hablantes de una lengua en que existe diglosia prefieran, de modo caracterís­

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tico. escuchar un discurso político, una conferencia o una declaración en A, aunque pueda ser ­les menos inteligible que si la escucharan en B.

En algunos casos la superioridad de A está relacionada con la religión. Se considera que el griego del Nuevo Testamento es esencialmente el mismo que el khatarévusa, y la aparición de una traducción en dhimotikí fue la ocasión de serios disturbios en Grecia en 1903. Los hablan ­tes de criollo haitiano están, por lo general, acostumbrados a la versión francesa de la Biblia, y aunque la Iglesia emplea el criollo en el catecismo y otras actividades parecidas, no lo hace sin recurrir a una escritura sumamente afrancesada. El árabe A es la lengua del Corán, y, por esto, muchos creen que es el de las mismas palabras de Dios; más aún, se piensa que existe incluso fuera de los límites espacio-temporales, es decir, que ha existido “antes” del comienzo del tiempo en la creación del mundo.

3. Herencia literariaEn cada una de las lenguas definidoras existe un cuerpo considerable de literatura escrita

en A, tenido en gran estima por la comunidad lingüística, y la producción literaria contempo ­ránea en A de los miembros de la comunidad se considera como parte de aquella otra literatura más antigua. El cuerpo de literatura puede datar de mucho tiempo atrás en la historia de la co­munidad, o puede estar en continua producción en otra comunidad lingüística donde A sirve de variedad estándar del lenguaje. Cuando el cuerpo de literatura representa un largo período (como en árabe y griego) , los escritores contemporáneos —y los lectores— tienden a conside­rar práctica legítima el empleo de palabras, frases y construcciones que pueden haber sido co­rrientes sólo en un período de la historia literaria y que no gozan de amplio uso en el presente. Así, puede ser signo de altura periodística en editoriales, o señal de buen gusto en una compo ­sición poética el empleo de una complicada construcción de participio de griego clásico, o de una rara expresión árabe del siglo XII, a pesar de que presumiblemente el tipo medio de lector no las entenderá sin recurrir a la investigación. Un efecto de tal práctica es la apreciación de algunos lectores: “Fulano sí que sabe griego [o árabe]”.

4. AdquisiciónEntre hablantes de las cuatro lenguas definidoras, los adultos usan B para hablar a los ni­

ños, y estos usan también B para hablar entre sí. En consecuencia, los niños aprenden B como si fuera el modo “normal” de aprender la lengua materna. Los niños pueden oír A de vez en cuando, pero el verdadero aprendizaje de A se lleva a cabo principalmente a través de la educa­ción formal, sea en las tradicionales escuelas coránicas, en las modernas escuelas del gobierno, o con profesores privados.

Esta diferencia en el método de adquisición es muy importante. La persona se siente due­ña de B en un grado que jamás alcanzará en A. La estructura gramatical de B se aprende sin discusión explicita de los conceptos gramaticales: la gramática de A se aprende en términos de “reglas” y normas que deben ser imitadas.

Parece improbable que cualquier cambio hacia un empleo pleno de A pueda tener lugar sin un cambio radical en esta estructura de adquisición. Por ejemplo, los árabes que desean ar­dientemente que A reemplace a B en toda función, difícilmente pueden esperar que esto suce­da si continúan rehusando hablar A a sus hijos. (Se ha sugerido, muy plausiblemente, que de esta dualidad lingüística se siguen implicaciones psicológicas. Ciertamente esto merece una cuidadosa investigación experimental. Sabre este punto véase el controvertido articulo de Sh­ouby [1951], que a mi parecer contiene algunos núcleos importantes de verdad junto a otros que no se pueden sostener.)

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5. EstandarizaciónEn todas las lenguas definidoras existe una fuerte tradición de estudio gramatical de la

forma A del lenguaje. Existen gramáticas, diccionarios, tratados de pronunciación, estilo, etcé­tera. Hay una norma establecida para la pronunciación, gramática y vocabulario que sólo per­mite variación dentro de ciertos límites. La ortografía está bien establecida y tiene poca varia­ción. Por el contrario, los estudios descriptivos y normativos de la forma B o no existen o son relativamente recientes y escasos. A menudo los han realizado por primera vez o principal ­mente investigadores ajenos a la comunidad lingüística, y han sido escritos en otras lenguas. No existe una ortografía establecida y la variación en pronunciación, gramática y vocabulario es amplia.

En el caso de comunidades lingüísticas relativamente pequeñas con un solo centro impor­tante de comunicación (por ejemplo Grecia, Haití), puede surgir una especie de B estándar, imi­tada por hablantes de otros dialectos y que tiende a dilatarse coma cualquier variedad están­dar, aunque permanezca limitada a las funciones para las que B resulta apropiada.

En las comunidades lingüísticas que no tienen un solo centro importante de comunica­ción, puede aparecer un cierto número de formas regionales B. Por ejemplo, en la comunidad lingüística árabe no existe una B estándar correspondiente a la educada dhimotikí ateniense, pero los estándares regionales existen en diversas áreas. El árabe de El Cairo, por ejemplo, hace las veces de B estándar en Egipto, de modo que, con miras a la conversación, la gente culta del alto Egipto no sólo debe aprender A, sino también una aproximación de la variedad B de El Cai ­ro. En la comunidad lingüística germano suiza no hay un estándar único, y aun el término es­tándar regional parece inapropiado, pero en varios casos la B de una ciudad o de una villa ejer­ce fuerte influencia sobre la B rural de los alrededores.

6. EstabilidadSe podría suponer que la diglosia es sumamente inestable, y que tiende a cambiar hacia una

situación lingüística más estable. No es así. La diglosia persiste por lo menos varios siglos, y hay datos para creer que en algunos casos puede durar bastante más de un milenio. Las tensiones en la comunicación que surgen en situaciones diglósicas pueden ser resueltas apelando a formas de

lenguaje relativamente no codificadas, inestables e intermedias (mikli griego; al-lugah, al-wustā árabes; créole de salon haitiano), y por repetido préstamo de vocabulario de A a B.

En el árabe, por ejemplo, cierto tipo de árabe hablado, que se emplea mucho en situacio­nes semi-formales e inter-dialectales, tiene un vocabulario sumamente clásico, con pocas o ninguna terminación infleccional; conserva ciertos rasgos de la sintaxis clásica pero, morfoló­gica y sintácticamente, sobre una base fundamentalmente coloquial; por último, dispone de una copiosa mezcla de vocabulario coloquial. En griego, cierto tipo de lenguaje mixto resultó apropiado para gran parte de la prensa.

Los préstamos de léxico de A a B son claramente análogos (o idénticos, en los períodos en que se daba en esas lenguas verdadera diglosia) a los conocidos préstamos del latín a las len ­

guas romance, o de los tatsamas sánscritos al indo-ario medio y nuevo. (La naturaleza exacta de estos procesos de préstamos merece cuidadosa investigación, especialmente a causa del im­portante “efecto de filtro” de la pronunciación y gramática de A, presente en formas de len­guaje medio que frecuentemente hacen de eslabón gracias al cual los préstamos se introducen en el B “puro”.)

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7. GramáticaUna de las diferencias más llamativas entre A y B en las lenguas definidoras se encuentra

en la estructura gramatical: A posee unas categorías gramaticales ausentes en B y tiene un sis ­tema infleccional de nombres y verbos que o se reduce o desaparece completamente en B. Por ejemplo, el árabe clásico tiene tres casos para el nombre, indicados por las terminaciones; los dialectos conversacionales no tienen ni uno. El alemán estándar tiene cuatro casos para el nombre y dos tiempos indicativos no perifrásticos en el verbo; el germano suizo tiene tres ca­sos en el nombre y sólo uno en tiempo indicativo simple. El katharévusa tiene cuatro casos, el dhimotikí, tres. El francés tiene género y número en el nombre, el criollo no los tiene. Del mis ­mo modo, en cada una de las lenguas definidoras parece haber varias diferencias notables en el orden de las palabras, u toda una gama de diferencias en el empleo de partículas introductorias

y concesivas. Es, ciertamente, segura la afirmación de que en la diglosia siempre hay amplias diferencias entre las estructuras gramaticales de A y B. Esto es verdad no sólo para las cuatro lenguas definidoras, sino también para todos los casos de diglosia examinados por el autor.

Sería posible añadir ulteriores puntualizaciones acerca de las diferencias gramaticales de las lenguas definidoras. Siempre es peligroso aventurar generalizaciones sobre la complejidad gramatical; sin embargo, puede ser útil intentar una formulación aplicable a las cuatro lenguas definidoras aun en el caso de que no resultara válida para otros casos de diglosia. (Cf. Green­berg, 1954a)

Probablemente hay un consenso bastante amplio entre lingüistas acerca de que la estruc­tura gramatical del idioma X es “más sencilla” que la del idioma Z si permanecen idénticos los demás aspectos.

1. La morfofonémica de X es más sencilla, es decir, los morfemas tienen menos alternan­

tes, la alternancia es más regular, automática (por ejemplo, la alternancia turca -lar V

-ler es más sencilla que la de los plurales ingleses).2. Hay menos categorías obligatorias indicadas por medio de morfemas o por concor­

dancia (por ejemplo, el persa, al no tener diferencias de género en los pronombres, es más sencillo que el árabe egipcio, que distingue masculino y femenino en la segunda y tercera personas del singular).

3. Los paradigmas son más simétricos (por ejemplo una lengua en que todas las declina­ciones distinguen el mismo número de casos es más sencilla que otra en la que haya variación).

4. La concordancia y el régimen son más estrictos (por ejemplo, todas las proposiciones rigen el mismo caso más bien que diferentes casos).

Si se acepta este modo de entender la sencillez gramatical, podemos notar que al menos en tres de las lenguas definidoras, la estructura gramatical de cualquier variedad dada B es más sencilla que su correspondiente A. Esto parece una verdad incontrovertible para el árabe. grie­go y criollo haitiano; un análisis del alemán estándar y del germano suizo podría mostrarnos que en tal situación diglósica esto no es verdad dada la abundancia morfofonémica del suizo.

8. El diccionarioHablando en general, Ay B comparten el grueso del vocabulario, por supuesto con varia­

ciones en la forma y con diferencias en cuanto al uso y el significado. Sin embargo, no es ninguna sorpresa el que A deba incluir en su diccionario general términos técnicos y expresio­nes cultas que no tienen los mismos equivalentes B, porque rara vez o nunca se habla de ellos

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en B “puro”. Tampoco es sorprendente que las variedades B deban incluir en sus diccionarios completos expresiones populares y nombres de objetos muy caseros, o de distribución muy lo­calizada, que no tienen los mismos equivalentes A, porque rara vez o nunca se habla de ellos en

A “puro”. Pero un hecho sorprendente de la diglosia es la existencia de muchos pares de voca­blos, uno A y otro B, referidos a conceptos claramente comunes en A y B, donde el rango de sig­nificado de los dos vocablos es aproximadamente el mismo, y el uso de uno u otro marca inme­diatamente la expresión oral o escrita como A o B. Por ejemplo, en el árabe la palabra A para “ver es ra’ā, la palabra B es šāf. La palabra ra’ā nunca aparece en la conversación ordinaria, y šāf no se usa en la escritura normal arábiga. Si por alguna razón se cita en la prensa una noticia en la que se usa šāf, es reemplazada por ra’ā en la cita escrita. En griego, la palabra A para

“vino” es ínos, la palabra B es krasí. En el menú estará escrito ínos, pero el cliente pedirá krasí al camarero. Los paralelos más cercanos en el inglés americano son casos como illumination - light, purchase - buy, o children - kids, pero aquí ambas palabras pueden escribirse o usarse en la conversación ordinaria: la distancia entre ellas no es tan grande como la de los correspon­dientes pares en la diglosia. También la dimensión formal no formal en idiomas como el inglés es un continuo en el cual el límite entre los vocablos de los diferentes pares no está en el mis­

mo punto, por ejemplo, illumination, purchase y children no son totalmente paralelos en cuan­to a su uso formal / no formal.

Se dan a continuación unos cuantos ejemplos de pares de vocablos en tres de las lenguas consideradas. Para cada lengua se dan dos nombres, un verbo y dos partículas.

A B

GRIEGO

ikos casa spiti

idhor agua neró

éteke dar a luz eyénise

alá pero má

ÁRABE

hiδa'un zapato gazma

'anfun nariz manaxīr

δahaba vino rāh

mā que 'ēh

'alñna ahora dilwa'ti

CRIOLLO

homme, gens persona, gente moun(sin relación con monde)

âne asno bourik

donner dar bay

beaucoup mucho apil

maintenant ahora kou-n-yé-a

Sería posible presentar una lista de pares de vocablos en el germano suizo (por ejemplo

nachdem no, “después”, jemand öpper “alguno”), pero esto podría dar una falsa imagen. En germano suizo las diferencias fonológicas entre A y B son muy grandes y los pares léxicos se

forman normalmente por su parentesco regular (klein chly “pequeño, etcétera).

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9. FonologíaEn vista de la diversidad de datos, podría parecer difícil ofrecer alguna generalización en

cuanto a las relaciones entre la fonología de A y B en diglosia. Las fonologías A y B pueden ser muy cercanas como en griego, moderadamente diferentes como en árabe o criollo haitiano, o totalmente divergentes como en germano suizo. Una investigación más detenida, sin embargo, muestra dos afirmaciones que deben justificarse. (Tal vez estas se vuelvan innecesarias cuando los hechos procedentes se determinen con tal precisión que las afirmaciones acerca de la fono­logía puedan ser deducidas directamente de ellos.)

1. Los sistemas de sonidos de A y B constituyen una estructura fonológica simple cuyo sis­tema básico es la fonología B y los hechos divergentes de la fonología A son o un subsistema o un parasistema. Dadas las formas mixtas mencionadas arriba, y la correspondiente dificultad de identificar como definidamente A o definidamente B una palabra dada en una expresión dada, parece necesario concluir que el hablante tiene un inventario particular de oposiciones distin­tivas para todo el complejo A-B. y que hay interferencias extensivas en ambas direcciones, en términos de distribución de los fonemas de acuerdo a las palabras especificas del diccionario. (Para ver los detalles en algunos aspectos de esta interferencia fonológica en árabe, cfr. Fergu ­son ,1957.)

2. Si las formas de A “puro” tienen fonemas que no se encuentran en las formas de B “puro”, los fonemas B sustituyen frecuentemente a estos en el uso oral de A y los reemplazan normalmente en los tatsamas. Par ejemplo, el francés tiene un fonema vocálico cerrado ante­rior redondeado /ü/; el criollo haitiano “puro” no tiene este fonema. Los hablantes cultos de

criollo usan esta vocal en tatsamas tales coma Luk (/lük/ para el Evangelio de San Lucas), mientras que al igual que los no cultos, muchas veces pueden usar /i/ cuando hablan francés.

Por otra parte /i/ es la vocal normal en criollo en tatsamas tales como linet, “gafas”.En los casos en que A representa en gran parte un estadio primitivo de B, es posible que

aparezca una correspondencia de triple fase. Por ejemplo, el sirio y el árabe egipcio usan fre­

cuentemente /s/ en vez de /q/ en el uso oral del árabe clásico, y tieien /s/ en tatsamas, pero tienen /i/ en palabras que provienen normalmente del árabe primitivo, no prestadas del clási­co (ver Ferguson, 1957).

Ahora que los elementos característicos de la diglosia han sido delineados, es factible in­

tentar una definición más completa. La diglosia es una situación lingüística relativamente es­table en la cual, además de los dialectos primarios de la lengua (que puede incluir una lengua estándar o estándares regionales), hay una variedad superpuesta, muy divergente, altamente codificada (a menudo gramaticalmente más compleja), vehículo de una considerable parte de la literatura escrita, ya sea de un período anterior o perteneciente a otra comunidad lingüística, que se aprende en su mayor parte a través de una enseñanza formal y se usa en forma oral o es ­crita para muchos fines formales, pero que no es empleada por ningún sector de la comunidad para la conversación ordinaria.

Terminada la caracterización de la diglosia, podemos volver a la consideración breve de más preguntas adicionales: ¿Cómo difiere la diglosia de la ya conocida situación de una lengua estándar con dialectos regionales? ¿Cuán extenso es el fenómeno de la diglosia en cuanto al es­pacio, tiempo y familias lingüísticas? ¿Bajo qué circunstancias se origina la diglosia y cuáles son las situaciones lingüísticas favorables a su desarrollo?

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El papel preciso de la variedad estándar (o variedades estándares) de un lenguaje en rela­ción con los dialectos regionales o sociales difiere de una comunidad lingüística a otra, y mu­chos casos de esta relación pueden estar cerca de la diglosia o, quizás mejor, ser considerados como diglosia. Como queda establecido aquí, la diferencia entre la diglosia y fenómeno más ex ­tendido de estándar con dialectos es que, en diglosia, ningún sector de la comunidad lingüísti­ca usa A como medio de conversación ordinaria, y se considera pedante o artificial cualquier intento de hacer esto (árabe, griego) o, también en algún sentido, desleal a la comunidad (ger­mano suizo, criollo haitiano). En la situación más usual estándar con dialectos, el estándar es con frecuencia similar a la variedad de cierta región o grupo social (por ejemplo el persa de Te ­herán y el bengalí de Calcuta), usado en conversación ordinaria más o menos naturalmente por algunos miembros del grupo, y como variedad superpuesta por otros.

Aparentemente la diglosia no esté limitada por ninguna región geográfica o familia lin­güística. (Todos los casos claramente documentados, conocidos por mi, se hallan en comunida­des con literatura escrita, pero parece en definitiva posible que al menos una situación similar pueda existir en una comunidad sin literatura escrita, donde un cuerpo de literatura oral de­sempeñe el mismo papel que el cuerpo de literatura escrita en los ejemplos citados.)

Se pueden citar tres ejemplos de diglosia de otros tiempos y lugares, como ilustración de la utilidad del concepto. Primero consideremos el tamil. Lo usan actualmente en la India los millones de miembros que constituyen la comunidad lingüística tamil y, por tanto, se acomoda exactamente a la definición. Existe un tamil literario A, usado para escribir y para ciertas clases de locución culta, y un estándar conversacional B (así coma dialectos locales B) usado en con­versación ordinaria. Hay un cuerpo de literatura en A, con muchos siglos de existencia, alta­mente apreciado por los hablantes actuales de tamil. A tiene prestigio, B no lo tiene; A se en­cuentra siempre superpuesto, B se aprende naturalmente ya sea como lenguaje primario o como un estándar conversacional superpuesto. Existen notables diferencias gramaticales y algunas diferencias fonológicas entre las dos variedades. (Parece que no existe ninguna buena descripción de las relaciones precisas entre las dos variedades de tamil; en Pillay [1960] se da un resumen de algunas de las diferencias estructurales. De paso, cabe recalcar que la diglosia tamil parece remontarse a muchos siglos atrás, puesto que el lenguaje de la literatura primiti­va contrasta notoriamente con el lenguaje de las inscripciones primitivas que probablemente reflejan el lenguaje hablado de la época.) La situación se complica sólo ligeramente por la pre ­sencia del sánscrito y del inglés en ciertas funciones de A; la misma clase de complicación exis ­te en algunas partes del mundo árabe donde el francés, inglés o una lengua litúrgica como el si­ríaco o el copto desempeñan funciones parecidas a las de A.

En segundo lugar podemos mencionar el latín y las lenguas romances emergentes durante el período de algunas centurias en varias partes de Europa. La lengua vernácula se usaba en la conversación ordinaria, pero se empleaba el latín para escribir o para ciertas clases de expre­sión culta. El latín fue la lengua de la Iglesia y de su literatura; el latín tuvo prestigio; había no­tables diferencias gramaticales entre las dos variedades en cada región, etcétera.

En tercer lugar debería citarse el chino, porque probablemente represente el caso com­probado de diglosia en mayor escala. (Existe una excelente y breve descripción de la compleja

situación china en la introducción de Chao [1947, pp. 4-17]. El wen-li corresponde a A mientras que el mandarín coloquial es un estándar B; hay también variedades regionales B tan diferen­tes como para merecer el título de “lenguas separadas”, incluso más que los dialectos árabes y al menos tanto como las lenguas romances emergentes en el ejemplo del latín. El chino, sin embargo, como el griego moderno, parece que se va apartando de la diglosia hacia una situa ­

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ción de estándar con dialectos, porque el estándar B o una variedad mixta va siendo usada en la escritura para más y más fines, i.e., está llegando a ser un verdadero estándar.

Es muy posible que se origine la diglosia cuando se cumplen, en una determinada comuni ­dad lingüística, las siguientes condiciones: 1) existe un apreciable cuerpo de literatura en una lengua relacionada íntimamente (o incluso idéntica) con la lengua natural de la comunidad, y esta literatura engloba, sea como fuente (por ejemplo, la divina revelación) o como refuerzo, algunos de los valores fundamentales de la comunidad; 2) la capacidad de leer y escribir se en ­cuentra limitada en la comunidad a una pequeña elite. Transcurre un considerable período, va­rios siglos, entre la aparición de 1 y 2. Probablemente puede comprobarse que esta combina ­ción de circunstancias ha ocurrido cientos de veces en el pasado y se ha resuelto generalmente en diglosia. Existen actualmente docenas de ejemplos y es probable que sucedan en el futuro. La diglosia parece ser aceptada y no considerada como problema en la comunidad en la que está en vigor, mientras no aparezcan ciertas tendencias. Esto incluye hacia 1) una más extendi­da capacidad de leer y escribir (sea por razones económicas, ideológicas, etcétera); 2) una co­municación más vasta entre los diferentes sectores regionales y sociales de la comunidad (e.g. Por razones económicas, administrativas, militares o ideológicas); 3) el deseo de un estándar “nacional” completamente desarrollado, como atributo de autonomía o soberanía.

Cuando estas tendencias aparecen, los lideres de la comunidad hacen un llamado a la uni ­ficación del lenguaje. y de hecho comienzan a aparecer tendencias hacia la unificación. Estos individuos tienden a apoyar la adopción de A o de una forma de B como estándar; es menos fre­cuente la adopción de una variedad modificada A o B: cierto tipo de variedad mixta o algo pa­recido. Los argumentos dados explícitamente parecen ser, notablemente. los mismos para las varios casos de diglosia.

Los defensores de A arguyen que debe adoptarse A porque conecta a la comunidad con su glorioso pasado o con la comunidad mundial, y porque es un factor natural de unificación, opuesto a la naturaleza disociadora de los dialectos B. Además de estos dos argumentos básicos existen frecuentemente, con respecto a la superioridad de A, alegatos basados en las creencias de la comunidad; que es más hermoso, más expresivo, más lógico, que goza de la aprobación divina, o cualquier otro en consonancia con sus creencias específicas. Cuando se examinan ob­jetivamente los últimos argumentos con frecuencia su validez es bastante limitada aunque su importancia sea todavía muy grande puesto que reflejan actitudes muy extendidas dentro de la comunidad.

Los defensores de B arguyen que debe adoptarse una variedad B porque está más cerca del pensamiento y sentimiento verdaderos del pueblo; hace más fácil el problema educativo pues­to que el pueblo ha adquirido ya un conocimiento básico del mismo en su temprana niñez; y es un instrumento más efectivo de comunicación en todos los niveles. Además de estos argumen­tos fundamentalmente buenos, a menudo se da gran énfasis a puntos de tan poca importancia como la vivacidad de la metáfora en el lenguaje conversacional, el que otras “naciones moder­nas” por lo general escriben de un modo muy parecido al que hablan, etc.

Los defensores de ambas tendencias, o incluso del lenguaje mixto, parecen mostrar la con­vicción —aunque esto puede no ser explícito— de que simplemente por legislación puede im­ponerse a una comunidad una lengua estándar. A menudo las tendencias que serán decisivas en el desarrollo de una lengua estándar están ya en vías de desarrollo y tienen poco que ver con la argumentación de los portavoces de los varios puntos de vista.

Una mirada breve y superficial a la evolución de la diglosia en el pasado y una considera­ción de las tendencias presentes sugiere que sólo unas pocas formas de desarrollo son capaces de realizarse. Primero. debemos recordar que la situación puede permanecer estable durante

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largos períodos. Pero si las tendencias mencionadas arriba aparecen y llegan a ser fuertes, pue ­de darse un cambio. Segundo. A puede tener éxito en establecerse como estándar solamente si ya esté sirviendo como tal en alguna otra comunidad, y si la comunidad en la que hay diglosia, por razones lingüísticas y no lingüísticas, tiende a unirse con ella. De otro modo, A desaparece y se convierte en una lengua erudita o litúrgica, estudiada solamente por científicos o especia­listas y no usada activamente en la comunidad. Alguna forma de B o una variedad mixta llega a ser estándar.

En tercer lugar, si existe un solo centro de comunicación en toda la comunidad lingüística o si hay varios centros semejantes en la misma área dialectal, la variedad B del centro o centros será la base del nuevo estándar, sea relativamente pura o considerablemente mezclada con A. Si en diferentes áreas dialectales existen varios de estos centros sin ninguno descollante, en­tonces es probable que algunas variedades B lleguen a ser estándares a modo de lenguas sepa­radas.

Puede arriesgarse un atrevido pronóstico para los dos siglos siguientes sabre las cuatro lenguas definidoras (i.e. para cerca del 2150 de nuestra era):

GERMANO SUIZO: Estabilidad relativa.ÁRABE: Lento desarrollo hacia varias lenguas estándares, cada una basada en una variedad B con gran mezcla de vocabulario A. Parecen ser tres: el maghrebí (¿basado en la variedad de Ra ­bat o Túnez?), el egipcio (basado en la variedad de El Cairo), el oriental (¿basado en la variedad de Bagdad?); imprevisibles desarrollos político-económicos podrían añadir el sirio (¿basado en la variedad de Damasco?); el sudanés (basado en la variedad de Omdurman-Khartoum), u otros.CRIOLLO HAITIANO: Lento desarrollo hacia un estándar unificado basado en la variedad B de Puer­to Príncipe.GRIEGO: Completo desarrollo hacia un estándar unificado basado en la variedad B de Atenas, con una gran mezcla de vocabulario A.

Este trabajo concluye con un llamado a estudios más avanzados de este fenómeno y de otros afines.

Los lingüistas descriptivos, en su comprensible celo por describir la estructura interna de la lengua que están estudiando, frecuentemente dejan de darnos los datos más elementales acerca de la situación socio-cultural en que la lengua funciona. Igualmente, los descriptivistas prefieren descripciones detalladas de dialectos “puros” o de lenguas estándares. en lugar del estudio cuidadoso de lenguas mixtas, formas intermedias frecuentemente en uso más amplio. El estudio de temas tales como la diglosia es de gran valor en el proceso de comprensión del cambio lingüístico y presenta interesantes confrontaciones a algunas de las suposiciones de la lingüística sincrónica. Fuera del campo formal de la lingüística, promete material de gran inte ­rés a los estudiosos de la sociedad en general, especialmente si puede obtenerse un marco ge­neral de referencia por el análisis del uso que se hace de una o más variedades de lenguaje den ­tro de una comunidad lingüística. Tal vez la recolección de datos y el estudio más profundo modifiquen drásticamente las impresiones vertidas en este trabajo, pero de suceder así habrá tenido el mérito de estimular la investigación y el pensamiento.

* * * * *

En 1965, Joshua Fishman retomó el concepto, pero lo aplicó no solo a variedades de una mis-ma lengua sino también a lenguas distintas, y lo distinguió de bilingüismo: mientras que la diglosia

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es, según Fishman, social, el bilingüismo es el fenómeno individual por el cual una persona usa dos lenguas en su vida cotidiana. Luego combinó ambos conceptos en cuatro posibilidades: a) di-glosia con bilingüismo, como en el Paraguay, donde una gran parte de la población hablaba caste-llano y guaraní, a la vez que el castellano funcionaba como variedad alta); b) bilingüismo sin diglo-sia, como entre los inmigrantes alemanes o franceses en los Estados Unidos, que manejan también el inglés, pero no hay, para ellos, diferencia de prestigio entre las lenguas: el alemán, el francés y el inglés son lenguas altamente codificadas, con un corpus frondoso de literatura y se usan para funciones elevadas; c) diglosia sin bilingüismo, como habría ocurrido en la Rusia zarista, donde la aristocracia hablaba francés o alemán, mientras que el pueblo hablaba ruso, y la comuni-cación se habría dado a través de intérpretes, o en Estados recientemente descolonizados del Áfri-ca, donde la capa dirigente suele hablar inglés, francés o portugués, mientras que el grueso de la población habla distintas lenguas tribales; d) ni diglosia ni bilingüismo, que solo se daría en socie-dades reducidas y poco diversificadas. Como vemos, del concepto fergusoniano de diglosia Fish-man conservaba sobre todo la diferencia de funciones y de prestigio de las variedades.

Un cambio sustancial se produjo con el nacimiento de la llamada “escuela sociolingüística ca-talana” (y aportes de los sociolingüistas occitanos, caribeños y otros), pues mientras que esta vi-sión de Ferguson, Fishman y otros era no conflictiva, de “lenguas en contacto”, los sociolingüistas catalanes postularon que si una comunidad usaba dos lenguas distintas no se trataba de un fenó-meno lingüístico peculiar y menos aún de una situación de “riqueza” idiomática, sino que era con-secuencia de imposiciones políticas: tenían tras de sí una historia en que el catalán, lengua de lite-ratura, de comercio, de gobierno ya en la Edad Media, había quedado muchas veces relegado por imposiciones políticas desde el Renacimiento en adelante y prohibido durante el siglo XVIII y desde el comienzo de la dictadura franquista en 1939.

Ya no hablaban de lenguas en contacto sino de lenguas en conflicto: la diglosia impuesta no se expresaba en términos de una variedad alta y otra baja, sino de una lengua dominante (el español) y una dominada (el catalán). Y señalaban que el prestigio diferencial era consecuencia y no causa de la diferencia funcional: una lengua que no puede usarse más que en el hogar y en la conversa-ción cotidiana, pero no es enseñada en la escuela, no cumple funciones gubernativas, no es usada en la legislación ni en la literatura, a la larga va perdiendo prestigio por causas no lingüísticas. ¿Dónde reside el conflicto? En la tensión existente entre la tendencia a la normalización de la len-gua dominada, es decir, su codificación y la expansión a las funciones antes reservadas a la lengua dominante, y la tendencia a la sustitución o desaparición de la lengua dominada incluso en los ám-bitos cotidianos y familiares. La solución de este conflicto político no podía sino ser política.

Por lo demás, esta escuela incluyó en su análisis las actitudes sociales frente a las lenguas como motor del cambio. Estas incluyen, entre otras, la lealtad lingüística, que se expresa en la de-fensa que suele emprender una minoría de su propia lengua, el orgullo lingüístico, que se plasma en considerar superior o al menos equivalente la lengua propia, aunque esté perseguida o prohibi-da, pero también el autoodio lingüístico, que consiste en abjurar de una lengua que a uno lo identifi-ca con un grupo socialmente minusvalorado, como ocurría, según Ninyoles (ver lectura), con la cla-se media valenciana, que prefería negar su conocimiento del catalán, ya que este idioma lo hablaban los sectores más pobres de Valencia, mientras que la clase alta era castellanohablante.

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6. Actitudes frente a las lenguas y representaciones sociolingüísticasRafael Lluís NinyolesSelección de Idioma y poder social, Madrid, Tecnos, 1972.

Antes se mencionaron como actitudes, entre otras, la lealtad lingüística, el orgullo lingüís­tico y el autoodio. Este concepto podía presentar inicialmente cierta circularidad: ¿en qué se nota que un pueblo presenta lealtad lingüística? En que actúa en defensa de su lengua. Si se trata de una minoría, por ejemplo, creará escuelas particulares en las que se enseñe su lengua, intentará conseguir emisiones radiofónicas en su lengua o fundará un periódico comunitario. Y ¿por qué lo hace? Porque tiene lealtad lingüística. Luego la medición de actitudes se refinó a través de encuestas y, por ejemplo en Québec, a través de técnicas como la matched guise techni­que: un mismo locutor grababa un noticiero en inglés y en francés, se hacía escuchare la graba­ción a un grupo de estudiantes y luego se les pedía que describieran al locutor. Si se trataba de hablantes anglófonos, por ejemplo, describían de manera mucho más favorable al locutor in­glés que al francés, sin saber que se trataba de la misma persona. De allí se podía inferir una ac­titud favorable hacia el idioma propio.

En los últimos treinta años se fue desarrollando otro concepto: el de “representaciones so­ciolingüísticas” —algunos científicos hablan de “representaciones lingüísticas”, que probable­mente tenga mayor poder explicativo—. En la sociología del lenguaje el concepto nació ligado a la teoría de las ideologías: estas representaciones son una suerte de pantalla ideológica que —como una lente que distorsiona la visión— se “interpone” entre las prácticas lingüísticas reales y la conciencia social de esas prácticas. Es decir: la sociedad puede tener una conciencia distor­sionada de su uso real del lenguaje. Las representaciones tienen materialidad discursiva: están formadas por discursos circulantes en la sociedad, e igual que en el caso de la ideología, puede haber discursos y contradiscursos. Para ejemplificar: representaciones sociolingüísticas son “saber inglés permite conseguir trabajo”, “muy pocos hablan lenguas aborígenes”, “la Argenti­na es un país monolingüe”, “el castellano es una deformación del español”, etc. De hecho, mu­chas de estas afirmaciones son falsas o parcialmente verdaderas: si saber inglés permitiera conseguir trabajo sería fácil solucionar el problema de la desocupación (es más verdadera la afirmación inversa: quienes ofrecen trabajo suelen exigir que el candidato sepa inglés, pero na­turalmente no en los casos de, por ejemplo, obreros de la construcción, una de las ramas con mayor índice de desempleo); hay más hablantes de lenguas aborígenes de lo que la mayoría piensa (y muchos argentinos no conoce siquiera los nombres de muchas de esas lenguas); en la Argentina, si bien hay un amplio monolingüismo castellano, se hablan al menos once lenguas como lenguas del hogar; decir que el “castellano” es una deformación del “español” es desco­nocer que estas palabras designan la misma lengua, y quienes lo dicen piensan en realidad que “la variedad argentina del español es inferior a la variedad de España”. Pero –como toda ideo­logía– estas representaciones influyen a la larga en la práctica: los sectores sociales que están convencidos de que “el inglés permite conseguir trabajo” intentarán por todos los medios aprender inglés o ejercer una presión sobre el sistema escolar para que sus hijos lo aprendan; con “la Argentina es un país monolingüe” hablantes de lenguas aborígenes en zonas urbanas tenderán a negar su conocimiento de esas lenguas y sus hijos y nietos terminarán por no ha­blarlas; con la valoración negativa del dialecto argentino habrá maestros que enseñarán el pa­radigma verbal con el tuteo y sin el voseo, por más que en su práctica real voseen a los alum ­nos; menos se darán cuenta de que “heladera”, “rulemán”, “tratativas” y “alicate” (como “cortaúñas”) son argentinismos.

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El poder explicativo de este concepto reside en que permite comprender las actitudes: si en cierto momento histórico circulan determinadas ideas dominantes sobre las lenguas, la so­ciedad adoptará ciertas actitudes respecto de ellas. Al mismo tiempo, permite explicar por qué determinadas políticas lingüísticas tienen éxito y otras fracasan, e igualmente por qué una po ­lítica lingüística no depende solo del consenso social, sino que ese consenso se puede modificar poniendo en circulación discursos que lo modifiquen, hecho que forma parte de la planifica­ción del estatus. Así, como se señaló, los sociolingüistas catalanes hicieron tempranamente un análisis ideológico de la idea del bilingüismo como “riqueza”, señalando que esa calificación actuaba de pantalla ocultando el conflicto. Por supuesto que las representaciones sociolingüís­tica también influyen en quienes toman decisiones en materia de política lingüística.

Claro que también la concepción psicológica de las representaciones depende de las posi­ciones (o ideologías) científicas: quienes parten de la ciencia cognitiva “dura” sostienen que las representaciones sociales son las individuales que comparte un gran número de personas, y la metodología para encontrarlas consistirá fundamentalmente en averiguar los valores máximos obtenidos en encuestas; para tomar un ejemplo de otro campo: si conforma a las estadísticas la mayoría que considera que el sida es transmitida por relaciones homosexuales, esa será la re­presentación social de esa enfermedad. En cambio, quienes parten de la psicología sociogenéti­ca, como Lev Vigotsky, tienen muchos más puntos de contacto con los sociolingüistas que las consideran ideológicas, pues según aquellos las representaciones (igual que todo signo) son primero sociales; metodológicamente, por tanto, se pueden formular hipótesis acerca de cuáles son las representaciones circulantes a partir del estudio de los discursos circulantes socialmen­te –leyes, opiniones de personas influyentes, libros de texto, gramáticas, etc.– , y las encuestas sirven para corroborar o refutar esas hipótesis, y no para averiguarlas.

7. Las representaciones sociolingüísticas: elementos de definiciónHenri BoyerExtracto de Henri Boyer, Langues en conflit, París: L’Harmattan, 1991, pp. 39-44. Traducción de Roberto Bein.

Se puede razonablemente considerar que las representaciones de la lengua son sólo una categoría de representaciones sociales: incluso si la noción de representación sociolingüística, desde un punto de vista epistemológico, funciona de manera autónoma en ciertos sectores de las ciencias del lenguaje, conviene referir la problemática de las representaciones a su campo disciplinario original: la psicología social.

Se sabe que precisamente en psicología social la noción de “representación social” es una noción central; se la considera “una forma de saber práctico que liga a un sujeto con un objeto”, “una forma de conocimiento socialmente elaborada y compartida, que tiene un fin práctico y concu­rre a la construcción de una realidad común a un conjunto social” (Jodelet, 1989). Ese funciona­miento cognitivo es analizado por los psicosociólogos esencialmente en términos de estructu­ración y regulación sociales. Así, según W. Doise (1985), la representación social es “una instancia intermediaria entre concepto y percepción; [...] se sitúa sobre dimensiones de actitu­des, de información y de imágenes; [...] contribuye a la formación de conductas y a la orienta­ción de las comunicaciones sociales; [...] lleva a procesos de objetivación, clasificación y ancla­je; [...] se caracteriza por una focalización sobre una relación social y una presión a la inferencia; y, sobre todo, [...] se elabora en diferentes modalidades de comunicación: la difu­sión, la propagación y la propaganda”. Y el mismo Doise considera, en otro estudio, que “es el

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análisis de las regulaciones [sociales] lo que constituye el estudio propiamente dicho de las re ­presentaciones sociales” (Doise, 1988).

Así, “la representación social” [cumple] ciertas funciones en el mantenimiento de la iden­tidad social y del equilibrio sociocognitivo ligado a ella (Jodelet, 1989): además de una “función cognitiva esencial”, una “función de protección y de legitimación”, así como funciones “de orientación de las conductas y comunicaciones, de justificación anticipada o retrospectiva de las interacciones sociales o relaciones intergrupales” (Jodelet, 1989).

Lo que choca, sin embargo, en el discurso canónico sobre las representaciones sociales en la psicología social francesa, además del estatuto polisémico de esa “noción-encrucijada” (Doi­se 1985),1 es el hecho de que sea pensada fundamentalmente en el interior de una dinámica, ciertamente, pero de una dinámica “suave”, si se me permite. El caso del tratamiento del este­reotipo por parte de A. Arnault de la Menardière y G. de Montmollin (1985) es significativo al respecto. Se trata, en efecto, del análisis del funcionamiento de una estructura cognitiva: “[Es] el conjunto de rasgos atribuidos a un grupo (étnico, nacional, sexual, profesional) de personas, resultante de una categorización [...] sin la cual el entorno no puede ser tratado, teniendo en cuenta su complejidad” y que “parece [...] tener un papel de “guía” para el tratamiento de la información relativa a una persona de la cual se conoce solamente la categoría social”. Se está lejos de una aproximación ideológica al estereotipo; tendería a asociar más bien esa “actitud mental” a los “prejuicios”, los “sentimientos negativos” y otros “juicios preconcebidos” y a ver en el estereotipo del gitano, por ejemplo, un funcionamiento psicosocial problemático, pues “la manera de definir y encerrar en un estereotipo termina por surtir efecto sobre aquellos que son arbitrariamente su objeto; esas actitudes mentales, reforzadas por medidas abiertamente represivas [...] engendran en ellos una actitud ambivalente frente a su propia cultura y su pro­pia lengua” (Hancock, 1988). Retomaré esta cuestión del análisis del estereotipo (en términos de representación fosilizada y estigmatizante), pero quisiera apuntar sin dilación lo que parece caracterizar el análisis psicosocial de la “representación”: el hecho de que tienda a no insistir en las dinámicas conflictivas en las cuales funcionan imágenes, actitudes y otras categorizacio­nes más o menos estereotipadas.

Por añadidura, este análisis distingue bien la ideología de la representación social: “Con rela­ción a los sistemas ideológicos, las representaciones sociales deben [...] ser estudiadas como subsistemas que tienen, no obstante, un funcionamiento que les es propio y que las hace fun ­cionar también en otros campos o sistemas” (Doise, 1985). Aparece aquí una diferencia bastan­te importante entre los psicosociólogos y los sociolingüistas en el tratamiento de las represen­taciones. Sin embargo, no habría que concluir que la psicología social rechaza tener en cuenta la dinámica interaccional de las representaciones. Pues insiste, según se ha visto, en su dimen­sión “práctica”, a la manera de Doise (1985), según el cual “las representaciones sociales son prin­cipios generadores de tomas de posición ligadas a inserciones específicas en un conjunto de relaciones so ­ciales y organizan los procesos simbólicos que intervienen en esas relaciones” . Y si “la representación sirve para actuar sobre el mundo y sobre los demás”, ese “carácter práctico, el hecho de que sea una reconstrucción del objeto [...] implica un desfase con respecto a su referente”. Ese “desfase puede deberse igualmente a la intervención especificadora de los valores y códigos co­lectivos, de las implicaciones personales y los compromisos sociales de los individuos” (Jodelet, 1989).

1 Lo cual le permite a S. Ehrlich ironizar un poco: “La representación es como la meteorología. Delica­damente etérea, es fuente de esperanza inquieta y de algunas satisfacciones. Presta servicios sin ser verdaderamente fiable. Sospechamos vagamente cómo se la construye. No vemos en absoluto cómo funciona. Y estamos casi seguros de que existe realmente.” (Ehrlich, 1985).

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Este es un reconocimiento claro de que las representaciones se basan en desafíos y dece­nas de conflictos. Sin embargo, me parece que, sobre todo en Francia, cierta sociología y cierta sociolingüística se han inclinado por sacar de este tipo de observaciones todas las consecuen­cias relativas al carácter “fundamentalmente dinámico, activo, conflictual, interactivo, de la reconstrucción permanente de la realidad social” (Windisch, 1989), el cual engendra necesaria­mente polarización y antagonismo, y a privilegiar esta dimensión de las “representaciones”.

Para retomar el caso del estereotipo, interesante en muchos aspectos, se puede evocar los análisis ejemplares de W. Labov (1976), en particular sobre la estigmatización social de las for­mas lingüísticas. Labov, según el cual el estereotipo “es un hecho social” observa “cuán varia­das son las relaciones de los estereotipos con la realidad y cuán cambiantes aparecen los valo­res sociales anejos a ellos”. Las consideraciones de Labov sobre el estereotipo referido al “hablar cockney” fueron corroboradas por una encuesta realizada en una escuela de Londres, donde se mostró claramente que un acento estigmatizado puede ser juzgado negativamente por sus propios usuarios y que el funcionamiento del estereotipo está estrechamente liga-do a la estratificación social y a la posición de los sujetos.

De manera general, las “actitudes lingüísticas” y, por tanto, las representaciones de la/s lengua/s y de su/s variación/es “forma parte del objeto de estudio de la sociolingüística” (Gar­madi, 1981). A ese respecto, el sociólogo Pierre Bourdieu (1982) es una referencia importante para el sociolingüista. Al considerar que hay que “incluir en lo real la representación de lo real o, más exactamente, la lucha de las representaciones, en el sentido de imágenes mentales, pero también de manifestaciones sociales destinadas a manipular las imágenes mentales”, ha con­tribuido a privilegiar un tratamiento dinámico de las representaciones sociales y, en particu­lar, las sociolingüísticas. Pues según él, “la lengua, el dialecto o el acento”, realidades lingüísti ­cas, “son objeto de representaciones mentales”, es decir, de actos de percepción y apreciación, de conocimiento y reconocimiento, en los que los agentes invisten sus intereses y sus presupues­tos”. Bourdieu ha insistido sobre todo en la dimensión fundamentalmente polémica, agresiva, de las actitudes, los prejuicios, los estereotipos, etc., y en el poder de las representaciones so­bre actos que son las categorizaciones y las nominaciones y sobre los desafíos de los procesos de evaluación y, por ende, de estigmatización. Ha mostrado cómo las representaciones partici ­pan de la violencia simbólica, de esa “forma de dominación que, superando la oposición que co­múnmente se traza entre las relaciones de sentido y las relaciones de fuerza, entre la comuni­cación y la dominación, se cumple sólo a través de la comunicación, bajo la cual se disimula”. Cómo, pues, las representaciones están en el centro de una “lucha ideológica entre los grupos [...] y las clases sociales”. Por ejemplo, a propósito de la identidad, en particular la cultural y lingüística, Bourdieu insiste en la “lucha colectiva para la subversión de las relaciones de fuer ­za simbólica que apunta no a borrar los rasgos estigmatizados sino a revertir la escala de los valores que las constituye como estigmas”. Pues “el estigma produce la revuelta contra el es ­tigma, que comienza por la reivindicación pública del estigma” (Bourdieu, 1980): así, la “licen­cia lingüística” es ciertamente del orden de la representación”, de la “puesta en escena” (Bour­dieu, 1983). Por lo demás, esa “transgresión de normas oficiales”, como acto de resistencia a las representaciones dominantes y por ende a la dominación (lingüística, por ejemplo), “se dirige por lo menos tanto contra los dominados “ordinarios” que se le someten como contra los do­minantes o, a fortiori, contra la dominación en sí”.

Hay en Bourdieu una atención muy especial puesta en las dinámicas de las representacio­nes cuando aboga por una “ciencia rigurosa de la sociolingüística espontánea que los agentes ponen en marcha para anticipar las reacciones de los demás y para imponer la representación que quieren dar de ellos mismos”, la cual “permitiría, entre otras cosas, comprender buena

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parte de lo que, en la práctica lingüística, es objeto o producto de una intervención consciente, individual o colectiva, espontánea o institucionalizada”; como por ejemplo todas las correccio­nes que los locutores se imponen o que les imponen: en la familia o en la escuela, sobre la base del conocimiento práctico, parcialmente grabado en el lenguaje mismo (“acento parisiense”, “marsellés”, “arrabalero”, etc.), correspondencias entre las diferencias lingüísticas y las dife­rencias sociales a partir de una localización más o menos consciente de rasgos lingüísticos marcados o remarcados como imperfectos o erróneos (sobre todo en las cartillas de costum­bres lingüísticas del tipo “Diga... no diga...”) o, por el contrario, como valorizadores y distingui ­dos”. (Bourdieu, 1983).

Esa dialéctica fundadora de la representación (que es siempre más o menos una evaluación) y del comportamiento sociolingüísticos, muy presente en la obra de Bourdieu, su funcionamien­to ideológico, están en el centro de la reflexión de los sociolingüistas del conflicto intercultural.

Bibliografia citadaArnault de la Menardière, A. y G. de Montmollin (1985): “La représentation comme structure cognitive

en psychologie sociale”, Psychologie française, 30, 3/4.Bourdieu, P. (1980): “L’identité et la représentation”, Actes de la recherche en sciences sociales, 35.—— (1982): Ce que parler veut dire, París, Fayard.—— (1983): “Vous avez dit ‘populaire’?”, Actes de la recherche en sciences sociales, 46.Doise, W. (1985): “Les représentations sociales: définition d'un concept”, Connexions, 45.—— (1988): “Les représentations sociales: un label de qualité”, Connexions, 51.Ehrlich, S. (1985): “La notion de représentation: diversité et convergences”, Psychologie Française. t. 30,

3/4.Garmadi, J. (1981): La sociolinguistique, París, PUF.Hancock, I. (1988): “Le stéréotype du Gitan”, Études Tsiganes, 3.Jodelet, D. (1989): “Représentations sociales: un domaine en expansion”, en Denise Jodelet (dir.), Les

représentations sociales, París, PUF.Labov, W. (1976): Sociolinguistique, París, Éditions de Minuit.Windisch, U. (1989): “Représentations sociales, sociologie et sociolinguistique”, en D. Jodelet (dir.). Les

représentations sociales, París, PUF.

8. El fetiche lingüísticoRoberto BeinApunte para la cátedra basado en un extracto de “Las lenguas como fetiche”, conferencia plenaria pronunciada en el Congreso Internacional “Debates actuales: las teorías críticas de la literatura y la lingüística”, Actas publicadas en CD-ROM (editores Jorge Panesi y Susana Santos, Departamento de Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2005).

Si bien el análisis de las representaciones sociolingüísticas permite dilucidar una parte importante de los comportamientos lingüísticos de una comunidad, no aclara por completo por qué representaciones manifiestamente falsas, como la de la virtud del conocimiento del in­glés para erradicar el desempleo, pueden cobrar tanta fuerza. La explicación posiblemente de­bamos buscarla en que esas representaciones y su fuerza persuasiva son de otra naturaleza que las de la necesidad de la enseñanza de las lenguas extranjeras en general: mientras que en otros casos hace falta actuar sobre el estatus, en el caso del inglés ese estatus está asegurado por factores extralingüísticos, como su cualidad de exigencia laboral, su fuerte presencia en los medios de comunicación y en la informática y la potencia económica de los países centrales an­

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gloparlantes. Por eso, la propaganda a favor del inglés se confunde con el discurso publicitario de artículos considerados socialmente imprescindibles: no hace falta decir que el inglés es útil, sino que tal o cual metodología, institución, edad de comienzo o carga horaria garantizan un mejor aprendizaje.

Por eso propongo complementar actitudes ante el lenguaje y representaciones sociolingüísticas con un tercer concepto: el de fetiche lingüístico, entendido análogamente al fetiche de la mer­cancía que Karl Marx desarrolló en El Capital. Según Marx, la realidad de los intercambios hace pensar que 20 codos de lino equivalen a 10 libras de té porque ambos cuestan 2 onzas de oro y que, por tanto, este valor es algo objetivo contenido en las mercancías, cuando en realidad se trata de una igualdad en cierto momento histórico que depende de la maquinaria, de las rela ­ciones sociales de producción, del rendimiento de la tierra, etc. Dice Marx:

Lo enigmático de la forma mercancía consiste, pues, simplemente en que devuelve a los hombres la imagen de los caracteres sociales de su propio trabajo deformados como caracteres materiales de los productos mismos del trabajo humano, como propiedades naturales sociales de las cosas; y, en consecuencia, refleja también deformadamente la relación social de los pro ­ductores con el trabajo total en forma de una relación social entre objetos que existiera fuera de los productores.1

De manera análoga, a las lenguas se les atribuyen ciertas cualidades esenciales que son, en realidad, un reflejo de las funciones que desempeñan en ciertas relaciones sociales de produc­ción. Como a cualquier otro, al fetiche lingüístico se le atribuyen cualidades mágicas: se deposi ­ta en él la virtud de conseguir empleo, o la de reunificar una comunidad o la de hacer perdurar una religión. Los discursos que informan estos fetiches suelen presentarse como discursos úni­cos que impiden en buena medida la emergencia de otras opciones: en el terreno de las len­guas, por ejemplo, dificultan la penetración de ideas alternativas, como la conveniencia de en ­señar portugués y lenguas aborígenes con miras a consolidar la unidad latinoamericana, o el plurilingüismo como manera de propender a horizontes económicos y culturales diversifica­dos. En otros términos: se cree que la utilidad de una lengua es un hecho objetivo porque en cierto momento histórico es, por ejemplo, condición necesaria pero no suficiente para con­seguir trabajo, sin que se perciba que se trata de una situación histórica determinada igual ­mente por variables socioeconómicas, políticas y culturales. Lo objetivo es que las empresas pi­den inglés, con lo cual no es el dominio del inglés el que provee trabajo, sino que quienes obtienen trabajo saben inglés y quienes lo ofrecen lo exigen.

1 La versión corresponde a la traducción de Manuel Sacristán publicada por Grijalbo en 1976.

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9. Conflicto lingüístico y políticas lingüísticasKlaus Bochmann y Falk Seilerwww.saw-leipzig.de/sawakade/10internet/sprachwi/bochmann1.html. Traducción de Mariana Lanusse, adscripta, para la cátedra de Sociología del Lenguaje, septiembre de 2010.

1. Los valores en la lingüística1.1. Cuando en la investigación sociolingüística se tematizan conflictos y políticas lingüís­

ticos, siempre se pone en relación el quehacer de la lingüística con la praxis lingüístico-comu­nicativa de comunidades lingüísticas. Indudablemente, esta praxis es en gran medida también una praxis valorativa de la(s) lengua(s). Aunque en la reflexión lingüística, que hoy tiende a constatar la igualdad de valor de todas las lenguas, las cosas se muestren un poco diferentes, no hay de momento ningún concepto de valor (socio)lingüístico capaz de mediar teóricamente entre el postulado de la igualdad de todas las lenguas y las diferentes y a menudo enfrentadas valoraciones habituales en todas partes.

1.2. El concepto de valor que se difundió en la lingüística del siglo XX a través de Ferdi­nand de Saussure no es capaz de resolver estos problemas. Sin embargo, parece significativo que este concepto de valor, concentrado en la interdependencia de los signos lingüísticos den­tro de un sistema orientado al equilibrio, reproduzca una deficiencia esencial de la economía política de su tiempo de la que proviene: los procesos sociales de creación de valor pasan a segundo plano frente a los del intercambio, de manera que lo social, en el marco de un proceso histórico-científico de autonomización de la lingüística, apareció como exterior al lenguaje o al menos como secundario frente al sistema1. Así, paradójicamente, este concepto de valor lin­güístico ha contribuido a desplazar de la lingüística la problemática del valor o al menos a de ­sactivarla como objeto de la lingüística, aun cuando haya desempeñado un papel respetable en la tradición del pensamiento lingüístico. Recuérdense tan solo las animadas discusiones en la época del Renacimiento acerca de la dignidad de las lenguas vernáculas o piénsese también en la historia de las lenguas nacionales europeas como historia de sus valoraciones.

1.3. Aunque el estructuralismo posterior a Saussure haya alimentado entre los lingüistas cierta vergüenza ante la función y la tradición normativas y valorativas de la propia disciplina, la cuestión del valor en la lengua y en la lingüística sigue siendo un doble desafío: por un lado, como demanda social, que a menudo es satisfecha demasiado rápidamente por los distintos pu ­rismos o por la actividad política o político-lingüística; por el otro, como problema teórico en lo que concierne, por ejemplo, a las formas en que se imbrican los procesos “espontáneos” y los “regulados” en la lengua.

1.4. Es evidente que la política lingüística se sitúa más bien del lado de la regulación. Recu­rriendo a un modelo económico se puede inferir que el curso espontáneo del mercado lingüís­tico no puede instaurar ni garantizar una igualdad fáctica de valor entre las lenguas, como lo muestra el ejemplo del inglés en el presente. Por tanto, desde el punto de vista de la sociolin­güística la igualdad de valor quizá se entienda más como “utopía” que como idea regulativa. Su punto de referencia es la praxis sociocomunicativa multilingüe o diasistemática de sujetos ha­blantes dotados de conciencia que transmite, modifica y produce valores. A estos valores les corresponde en diferente grado una función orientativa en los respectivos contextos, cierta­

1 En este contexto es, sin embargo, digno de mención que según Saussure las unidades lingüísticas no solo tienen valor dentro del sistema (lengua) sino también en el habla. Con la conocida metáfora del juego de ajedrez expresa que el valor de una figura no depende solamente de sus posibilidades cons ­tantes de movimiento, sino también del estado del juego y de su posición en el tablero. El concepto de valor de Saussure así visto es, por lo tanto, más que solo una metáfora de la funcionalidad del sistema, aun cuando precisamente en este punto Saussure no parezca claro.

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mente también en el nivel del sistema lingüístico. A modo de ejemplo: la agramaticalidad no hace imposible en todos los casos la producción de sentido. Por lo demás, hay comunidades lin­güísticas que mantienen abiertas las fronteras sistemáticas entre las lenguas que utilizan. En tales situaciones un concepto de valor lingüístico integrador podría ayudar a elucidar la cues­tión ética, en última instancia, de cómo pueden acomodarse la conciencia del hablante y la del lingüista en la situación de recopilación de datos. En el concepto de valor se muestra una vez más que hay conceptos centrales de la lingüística que se pueden entender de modo distinto se­gún se traten situaciones de monolingüismo o de multilingüismo (que a su vez pueden conside­rarse bajo un aspecto del valor).

2. Los valores en la praxis lingüístico-comunicativa2.1. En la discusión en torno al valor en la lengua parece razonable diferenciar, siguiendo

la distinción de la economía política clásica entre valor de uso y valor de cambio o bien el valor de mercado de la lengua, sin peligro de que estos usos metafóricos oscurezcan las situaciones a ser descritas. De hecho, se puede discernir un valor de uso práctico de cada lengua o variedad, que consiste en que ella potencialmente, en tanto producto de una sociedad, asegura “per se”, por así decir, “intrínsecamente” y por fuerza de sus características estructurales la comunica­ción en esta comunidad o en una parte de ella2, distinto de su valor “extrínseco” en el inter­cambio social efectivo (en un sistema social de valores), el cual expresa algo acerca de la acep­tabilidad o bien acerca de la valoración de una lengua por parte de su propia comunidad de usuarios o de otra. La praxis lingüística-comunicativa es siempre al mismo tiempo un proceso de creación y preservación de valores lingüísticos.

La diferencia entre ambas formas de valor deviene especialmente clara en situaciones en las que estas entran en oposición entre sí, es decir, cuando el valor de cambio extrínseco toda­vía o ya no coincide con el valor intrínseco. Así, las lenguas minoritarias socialmente desvalori ­zadas tienen un valor de uso, pero en algunos casos su valor de mercado es tan bajo que quie ­nes no pertenecen a la minoría en cuestión no ven ninguna necesidad de “adquirir” esta lengua o incluso los propios integrantes de esta minoría desarrollan sentimientos de inferiori­dad lingüística. Por otro lado, el ejemplo de Francia desde la fase jacobina de la Revolución de 1789-94/99 muestra cómo puede formar parte de la profesión de ciudadanía aceptar la valora­ción alta de la “lengua de la nación”, cultivarla y empeñarse en abandonar los dialectos y las lenguas minoritarias (lo que explica la gran aceptación de las políticas de unificación lingüísti­ca). La valoración sociocultural (el prestigio) es tan elevada que ha inclinado incluso a algunos lingüistas a atribuirle al francés un valor de uso especialmente alto (bajo la forma del “ génie de la langue française”).

2.2. De la oposición entre valor de uso intrínseco, que es en definitiva el resultado de una adecuación lingüística a los requerimientos comunicativos, y las atribuciones de valor extrín­secas, que favorecen o ponen trabas a la eficacia de aquella adecuación, pueden surgir conflic ­tos lingüísticos, en caso de que una lengua esté tan devaluada que el acceso de sus hablantes a los recursos (económicos, políticos, culturales) de la sociedad se ve dificultado. Los conflictos lingüísticos son, pues, exacerbaciones de la oposición entre valor de uso y valor de mercado de las lenguas. Ocurre a menudo que las minorías, etnias o nacionalidades sin Estado sean perjudi­cadas económica y socialmente, excluidas de la función pública y, llegado el caso, socialmente proscritas solo a causa de –o en relación con– la baja estima de que goza su lengua en el con ­junto de la sociedad.

2 Este concepto de valor se acerca al de Saussure.

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Adquirir la lengua dominante y altamente valorada no es una alternativa válida para to­dos; en primer lugar, a causa de las barreras sociales educativas; en segundo lugar, porque la mayoría de las veces solo será aceptada mientras la comunidad dominada misma no disponga de una elite que reconozca y atribuya un elevado valor de cambio a su propia lengua y la reva ­lorice, frecuentemente en una combinación que remite a valores tanto intrínsecos (“nuestra lengua es hermosa, armónica, puede expresarlo todo”, etc.) como extrínsecos (“el origen noble —por ejemplo, romano o indoario—, una de las lenguas originarias”, “lengua de los trovadores” o de similares tradiciones literarias prestigiosas, etc.). Provista de tales valoraciones, la lengua, como rasgo de distinción e identidad, es con frecuencia el símbolo más visible de los movi­mientos nacionales que en general persiguen un Estado propio y/o autonomía territorial para armonizar en este marco el valor de uso y el valor de mercado de su lengua. La historia de la formación y afirmación de las lenguas nacionales europeas es, desde el siglo XVI, rica en ejem ­plos al respecto, como lo muestran numerosos ejemplos de la historia de la formación y conso­lidación de las lenguas nacionales europeas desde el siglo XVI.

2.3. Los conflictos en la valoración de las diferentes lenguas, es decir, los conflictos lin­güísticos, son en verdad conflictos ente grupos sociales, son colisiones de intereses sociales: entre etnias o minorías etnoculturales (más exactamente: sus elites intelectuales) y las mayorí ­as responsables del Estado, o entre distintas naciones (o bien entre sus elites). Las atribuciones de valor son el resultado de puestas en escena político-culturales (ideológicas), que remiten a su vez a los intereses (económicos, políticos, culturales, simbólicos) de determinados grupos sociales y de individuos dominantes. Junto al objetivo de atender a los intereses de grupos a ve­ces restringidos resolviendo sus conflictos lingüísticos, se debería reconocer el potencial emancipador de tales intentos de resolución de conflictos, ya que la emancipación lingüística puede abrir o facilitar a todos los miembros de la comunidad lingüística hasta el momento do­minada la posibilidad de contribuir al diseño de los asuntos públicos.

2.4. Como se señaló en 2.1., la confusión entre valor de uso y valor de cambio de las len­guas tanto de parte de no lingüistas como de lingüistas (generalmente comprometidos con la situación) conduce, desde el punto de vista de las políticas lingüísticas, a juicios y valoraciones relevantes que ingresan en las correspondientes estrategias con respecto al corpus y al estatus de las lenguas y tienen consecuencias en las decisiones referidas a aquellas. Atribuciones de va­lor relevantes para las políticas lingüísticas pueden ser, por ejemplo:

2.4.1. Revalorización de una variedad hasta el momento devaluada: postulación de estatus de lengua para una variedad hasta entonces considerada dialecto. La (nueva) valoración se re­fiere en primer término al valor de cambio, que se aumenta en un acto voluntarista, aunque al lado de motivos lingüísticos se recurra también a motivos históricos, culturales y, llegado el caso, inclusive políticos. En consonancia con esa revalorización la variedad debe ser “normali­zada” (“normalización” como concepto clave de la sociolingüística catalana de los años 70) y también deben agregársele medidas para el desarrollo del corpus (ampliación lingüística). Esto último implica reconocer un valor de uso más bajo (“primero debe ser desarrollada para los in­tereses de la sociedad moderna”).

A falta de rasgos distintivos relevantes, se atribuye no pocas veces un valor simbólico des­tacado a características más bien insignificantes desde el punto de vista lingüístico-estructural, pero que tienen gran importancia simbólica como marcadores de identidad para la comunidad en cuestión (ver los marqueurs de la corsité en Marcellesi, y dentro de ellos incluso las variantes fonológicas combinatorias) como frontera respecto de la otra lengua hasta entonces dominan­te. Que los hablantes son a veces absolutamente conscientes de la insignificancia de estas dife­rencias lo revela el silenciamiento del parentesco: en la sociolingüística corsa la referencia al

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italiano se evita de modo bastante consecuente, igual que en la lingüística soviético-moldava se pasó por alto sistemáticamente la relación con el rumano.

2.4.2. Críticas y quejas acerca de la pérdida de valor de la lengua propia en relación con las interferencias de una lengua extranjera, cuyas consecuencias son declaradas como extranjeri­zación, deformación, desnaturalización, perversión, corrupción, etc. En muchos casos se trata de un “discurso poscolonial”, que señala los efectos de las relaciones coloniales o cuasi-colo­niales de dominación. Es una neta discusión acerca del valor de cambio, en la que a menudo se pierde de vista o se soslaya como molestia el hecho de que el valor de uso normalmente no se vea perjudicado, sino que incluso se incremente gracias al enriquecimiento léxico. A pesar de eso, los efectos en las políticas lingüísticas son con frecuencia intervenciones en el corpus lin­güístico motivadas por el purismo (sobre todo la eliminación de “extranjerismos”).

2.4.3. A la inversa, en determinados casos generalmente hablantes no cultos toman el es­caso valor de mercado de la lengua propia como prueba de su igualmente escaso valor de uso, especialmente en el caso de las lenguas minoritarias (ver, por ejemplo, el sentimiento de infe ­rioridad lingüística de los sardos frente a los italianos, de los gallegos frente a los castellanos, de los moldavos frente al ruso, de los gitanos romaníes frente a los hablantes de todas las len­guas en contacto). El sentimiento de inferioridad lingüística de los dominados se corresponde con el sentimiento de superioridad lingüística de los dominadores (muchas veces mayoritarios), quienes por su parte fundan esta pretendida superioridad de su “lengua de cul­tura” en una rica tradición literaria o escrita, en normas abundantemente codificadas, en su uso polifuncional y, dado el caso, en su difusión internacional.

2.5. De todo lo anterior se desprende que la problemática de los valores es de especial sig ­nificación o incluso constitutiva para la política lingüística entendida como intervención en el corpus y en el estatus de las lenguas y como optimización del valor de uso y/o de cambio de las lenguas regida por intereses:

- adecuación del corpus lingüístico a condiciones modificadas de la comunicación (codifi­cación y corrección de las normas, nomenclaturas de ámbitos administrativos, técnicos, co­merciales, reformas ortográficas, etc.)

y/o- adecuación del estatus a cambios en las condiciones sociales (admisión para nuevos ám­

bitos comunicativos de lenguas o variedades hasta entonces prohibidas o a lo sumo toleradas; por ejemplo, lenguas de minorías, variedades dialectales en determinados ámbitos públicos, apoyo a las lenguas de comunicación internacional, etc.). Aquí también cabe incluir pasos cuya motivación es enteramente política o ideológica, como campañas puristas, la creación de len­guas nuevas (bosnio, moldavo), etc.

10. Concepciones de política lingüística, planificación del lenguaje y glotopolítica

La escuela sociolingüística catalana advirtió que el bilingüismo social y la diglosia no eran fru-to de la evolución “natural” de una comunidad, sino consecuencia de procesos históricos y políti-cos. Así, muchos indígenas sudamericanos cambiaron de lengua a consecuencia de la conquista española y portuguesa. Por otra parte, tradicionalmente los estudios lingüísticos habían considera-do que los cambios de las lenguas tenían tanto motivos internos, como la llamada “economía lin-güística” (que las lenguas tienden a suprimir las distinciones que no necesitan, como la que había

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entre la b bilabial oclusiva y la v labiodental fricativa en español) como externos: las migraciones, los genocidios, las invasiones, y también los descubrimientos, las invenciones (“pararrayos”, “lá-ser”), el conocimiento de nuevas realidades (“puma”, “ñandú”), la caída en desuso de palabras por cambio de costumbres (“ebúrneo”, “candil”, “retracto entre coherederos”). Pero hasta hace unos cuarenta años no se estudiaba científicamente otro factor: el hecho de que las lenguas cambian y los hombres cambian de lengua también por decisiones, tomadas generalmente por gobiernos, sobre

el uso público de las lenguas. Esto es lo que llamamos política lingüística, que suele estudiarse en el marco de la sociología del lenguaje. Y llamamos planificación lingüística (o “planificación del lenguaje”) la puesta en práctica de una política lingüística. Un tercer término se introdujo hacia 1985: glotopolítica, el cual, si bien en griego “glotta” significa “lengua”, como no muestra tan cla-ramente la diferencia entre “lengua” y “habla” en el sentido de Saussure, abarca tanto las accio-nes sobre la lengua como sobre las prácticas discursivas, y no incluye únicamente las acciones es-tatales sino también las de colectivos o personas con influencia pública, como por ejemplo las editoriales de manuales de lengua argentinos que deciden incluir, o no, el voseo en el paradigma verbal. En cuanto a la (inter)disciplina que estudia las políticas lingüísticas, quienes usan “glotopolí-tica” suelen proponer que también sea ese el nombre de esos estudios.

Otros dos conceptos importantes son los de planificación del corpus y planificación del esta­tus. Mientras que el primero suele referirse a las medidas que se toman con relación a, por ejem-plo, la ortografía, el léxico, la escritura, la selección de un dialecto para que funcione como están-dar (como el habla culta madrileña en el caso de la Real Academia Española) —es decir, a acciones que afectan al código—, el segundo tiene que ver con las medidas que promocionan una lengua, le confieren un lugar determinado en la vida social (por ejemplo, declararla oficial o cooficial, como ha sucedido con el guaraní en el Paraguay y con las lenguas regionales en España) o la defienden (como lo hace la Unión Latina, en general frente al avance internacional del inglés).

11. Bases para la determinación de una política lingüísticade la Ciudad de Buenos AiresRoberto Bein y Lía VarelaExtracto de un trabajo escrito en 1998 para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

IntroducciónEste trabajo está destinado a presentar un panorama de las condiciones y los alcances de

una política lingüística para la Ciudad de Buenos Aires, sobre todo en materia escolar.

Aspectos teóricosDefinición y alcancesDesde que hay historia, los hombres tomaron decisiones que afectaron el uso y la forma

de las lenguas. Así ocurrió en los tratos con otros pueblos, en los cultos religiosos, en las universidades medievales, en las conquistas territoriales. Estas decisiones tomaron perfiles más definidos en la modernidad con el surgimiento del Estado-nación, y tuvieron puntos de inflexión en momentos de acontecimientos históricos importantes, como la Revolución Francesa, el kemalismo en Turquía y la independencia de la India. Pero hace solo medio siglo desde que estas decisiones son tomadas conscientemente con la formulación explícita de políticas lingüísticas, en consonancia con factores como (a) los procesos de descolonización, la constitución de nuevas entidades políticas y organizaciones supranacionales y la formación de grandes núcleos urbanos multiculturales, que plantean nuevos problemas en el terreno lingüístico y (b) la asunción general de que las decisiones sobre las lenguas son una cuestión

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política con amplias consecuencias sobre el desarrollo nacional y regional, la construcción de las identidades colectivas, el intercambio comercial, científico y cultural y el desenvolvimiento cognitivo individual. Y no es sino en las últimas tres décadas que se han desarrollado interdisciplinas que vinculan las ciencias del lenguaje con otras ciencias sociales y que intentan dar respuesta a estos problemas y acompañan los procesos de tomas de decisiones.

Podemos definir la política lingüística, entonces, como “la determinación de las grandes opciones en materia de relaciones entre las lenguas y la sociedad” (Calvet, 1997 1). Como las otras, la política lingüística y la planificación a través de la cual se la pone en práctica son generalmente ejercidas por gobiernos, directamente o por delegación. Así, en Francia y en el Quebec (Canadá), por ejemplo, hay organismos de los respectivos gobiernos encargados de la política lingüística; en los Estados Unidos de América las políticas se rigen tanto por leyes federales y estatales como por la jurisprudencia en casos individuales que se constituyen en antecedentes. En España, el marco general está establecido por el art. 3º de la Constitución (oficialidad del español en todo el Estado y cooficialidad de las demás lenguas en sus respectivas regiones), por leyes nacionales y sus reglamentaciones; en las comunidades autónomas españolas, como Cataluña, el marco general no puede contradecirse con las determinaciones panespañolas, pero se particulariza en su propia Constitución (el “Estatuto de Autonomía”) y en leyes propias, y el gobierno autónomo tiene una Dirección de Política Lingüística que supervisa la planificación. Al mismo tiempo, estas políticas están condicionadas por los acuerdos sobre lenguas en el seno de la Unión Europea.

También en nuestro país ha habido acciones político-lingüísticas propias –no fijadas por España– desde la Revolución de Mayo. Así, la Asamblea del año XIII publicó sus documentos en castellano, guaraní, quechua y aymara “para la común inteligencia”; en otros momentos, el Estado fue fijando la inclusión de lenguas extranjeras en la currícula escolar e integrando lingüísticamente a las masas inmigrantes a través de la escolaridad primaria obligatoria. Sin embargo, la nueva concepción de la política lingüistica diseñada sobre bases científicas y como factor de integración y desarrollo nacional está en sus comienzos en la Argentina y destinada sobre todo al ámbito escolar2. Conforme a las competencias que, de manera implícita, otorga la Ley Federal de Educación en esta materia, es atribución de las jurisdicciones establecer su propia política lingüística dentro del marco general fijado por el gobierno nacional, el cual, a su vez, debe respetar compromisos en materia de lenguas en los acuerdos del Mercosur.

La política lingüística consiste, pues, en decisiones que parten de la historia del país –lenguas de la población nativa, migraciones, modificaciones territoriales como secuela de tratados, guerras interestatales y civiles, procesos de descolonización y de integración supraestatal, presencia de bloques hegemónicos– y que repercuten sobre la realidad lingüística, cultural, identitaria y la integración económica y social; en el caso de Estados que tienen una política lingüística exterior, esta también puede ejercer su efecto en terceros países.

1 Louis-Jean Calvet: Las políticas lingüísticas, Buenos Aires, Edicial, 1997.2 Acciones de esta naturaleza son, por ejemplo, la convocatoria del Ministerio de Cultura y Educación

de la Nación al seminario “Multilingüismo, planificación lingüística y equidad” (diciembre de 1997) y la aprobación del Acuerdo 15 sobre lenguas extranjeras por parte del Consejo Federal de Cultura y Educación (mayo de 1998).

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Una política lingüística puede lograr su cometido o fracasar.3 Para que resulte exitosa debe conjugar criterios científicos, información sobre la situación real, factibilidad política y consenso democrático, aun cuando este último no pueda basarse en la búsqueda ilimitada de acuerdos, que paraliza la acción. Debe asimismo conceder las suficientes atribuciones a todas las regiones, para que estas puedan adecuar la política a las circunstancias locales. En consecuencia, los gobiernos nacional y regionales deben desarrollar lineamientos propios, a condición de que estén garantizados los mecanismos democráticos para modificar y corregir el rumbo.

Puesta en práctica: la planificación lingüísticaLa política lingüística se realiza en forma de acciones sobre

• la lengua, cuando, por ejemplo, se fija una grafía, se introducen reformas ortográficas, se determina qué variedad del castellano se privilegiará en el ámbito escolar (si se adopta el voseo o el tuteo, si se aceptan distintas variedades dialectales o se opta por una única norma, etc.);

• las lenguas, esto es, la asignación de espacios y funciones a las distintas lenguas que conforman el paisaje plurilingüe de un Estado: decisiones acerca del lugar de la lengua materna en la escolarización de niños alófonos (aborígenes o inmigrantes), elección de las lenguas que se enseñarán como materia escolar, reglamentación sobre la radiodifusión en lenguas autóctonas o extranjeras, o sobre la obligatoriedad de traducción en prospectos de productos importados, etc.;

• las prácticas discursivas, es decir, lo que se refiere a las distintas formas del hacer con el lenguaje: determinación de los tipos de textos que se enseñarán, del espacio reservado a la oralidad o la escritura, etc. La adopción de la “perspectiva de género” por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, arts. 24 y 38) va necesariamente acompañada de acciones que corresponden a este campo de la política lingüística.

La efectividad de una política lingüística depende de la instancia de planificación, inseparable del acto de toma de decisiones. Entre los antecedentes históricos de la diferencia entre política y planificación podemos mencionar la creación de la Real Academia Española: mientras que la Corona le delega la función de planificar acciones sobre la lengua, el acto de su creación es una acción político-lingüística. La planificación lingüística, entonces, constistirá en la gestión de los recursos (a través de la reglamentación de leyes, la determinación de objetivos, etapas y plazos, la elaboración de currícula, materiales de trabajo, diccionarios, glosarios para la industria y el comercio, instrumentos de evaluación y seguimiento, la formación, la capacitación y el perfeccionamiento docentes) y acciones de promoción necesarias para la puesta en práctica de las políticas adoptadas4.

Una política lingüística adopta formas específicas según cuál sea su ámbito de aplicación:

3 En Israel, por ejemplo, se ha logrado imponer el hebreo a una población que cincuenta años atrás ha­blaba decenas de lenguas distintas con sistemas gráficos diversos; aquí privaron seguramente una vo­luntad política de homogeneización, la necesidad de diferenciarse de los vecinos y una representación étnica y religiosa de “pueblo judío”; en cambio en la India fracasó, en la misma época, el intento del imponer el hindi como única lengua oficial y general, porque los hablantes de bengalí, urdu y otras lenguas no aceptaron lo que consideraban la concesión de la hegemonía étnico-lingüística a los hindi.

4 Para que el “derecho a una educación bilingüe e intercultural” reconocido en el art. 75, ap. 17 de la Constitución Nacional en verdad se pueda ejercer se debería formar a los maestros, crear los materia­les de estudio correspondientes y hacer partícipe también a la cultura mayoritaria de la cultura mino­ritaria.

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a. El sistema escolar: en este ámbito las decisiones afectarán la transmisión de lenguas —la enseñanza del castellano como primera o segunda lengua, la de lenguas extranjeras y aborígenes y las habilidades a alcanzar en cada una de ellas— y de un saber sobre el lenguaje —aprendizaje por parte del alumno de un metalenguaje y estrategias de reflexión y análisis lingüísticos—, la interrelación entre estos conocimientos y las demás materias de la currícula, la elaboración de materiales y métodos de enseñanza, la formación de docentes capaces de implementar los lineamientos político-lingüísticos, etc.

b. La política social: la integración política y económica de los distintos sectores sociales requiere una serie de acciones político-lingüísticas. Por ejemplo, en el caso de los inmigrantes recientes, la preparación y oferta de cursos de castellano como lengua extranjera, la elaboración de pruebas de nivel; eventualmente, decisiones que garanticen la legibilidad de textos burocráticos, el acceso al lenguaje del sistema judicial, de la salud y la educación pública.

c. El entorno gráfico urbano. En una política de integración de minorías (inmigrantes, no videntes, sordos, etc. -cf. Constitución de la CBA, art. 42-) o de impulso al turismo, se debe atender a la señalización vial y la información y propaganda institucional en los espacios públicos.

d. Comercio e industria. La protección del consumidor local, así como el ordenamiento de las prácticas de comercio exterior, requieren decisiones en materia de lenguas en la publicidad, prospectos de medicamentos, etiquetas, manuales de uso, etc. (cf. Constitución de la CBA, art. 46).

e. Comunicación masiva. Organismos específicos legislan sobre las lenguas, variedades y registros en que se difundirá la programación local.

f. Ambito burocrático. Las decisiones acerca de idiomas oficiales y del tipo de lenguaje a emplear en organismos estatales y supraestatales son también materia de política lingüística.

12. Política lingüística liberal o dirigista, práctica o simbólica, “in vivo” e “in vitro”

Una política lingüística puede ser liberal o prescriptiva, dirigista. Una política lingüística liberal consiste en dejar que las cosas sigan su curso sin intervención del Estado. En ese sentido se pue-de decir que los países de lenguas latinas (Francia, Italia, España), que cuentan con academias de la lengua desde los siglos XVII-XVIII, tuvieron políticas mucho más dirigistas que Gran Bretaña y Ale-mania, donde privó el “libre mercado” lingüístico. Baste recordar que no hay en inglés ni en alemán un diccionario normativo como el de la Real Academia Española; en inglés, desde el siglo XIX los norteamericanos no se rigieron por los diccionarios de Oxford o de Cambridge, sino por el Webster, y que las diferencias abarcan tanto el léxico (lift/elevator) y la ortografía (behaviour/behavior) como la sintaxis (yours sincerely/sincerely yours). En alemán funcionó como diccionario de referencia el Duden, que era, sin embargo, una empresa particular; recién desde la última reforma ortográfica, aún en curso, tiene un papel mayor el Institut für deutsche Sprache.

Claro está que según la potencia que tengan los países dominantes cuyas lenguas son domi-nantes en el mundo, los países que no tengan una política lingüística propia se ven sometidos a la influencia de la de otros países. Esta política se puede manifestar de manera directa (castellaniza-ción de Galicia, el País Vasco, Cataluña y las colonias americanas de España) o a través de políti-cas de promoción editorial e instituciones que enseñan las lenguas.

Llamamos política lingüística “práctica” aquella que se aplica en la realidad; la política lingüís-tica “simbólica” es aquella que levantan como bandera nacionalista los movimientos y partidos que no están en el poder. Así, durante la resistencia antifranquista los movimientos y partidos autono-

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mistas vascos y catalanes propugnaban la vuelta al euskara y al catalán, respectivamente, pero como no podían aplicar esa política, esta revestía carácter de símbolo.

Una política liberal lleva a que la gente solucione sus problemas de comunicación de alguna manera: así surgen interlenguas (el “portuñol” en la frontera argentino-brasileña), criollos, pidgins, se apela a terceras lenguas o la población termina por aprender la lengua (que se vuelve) dominan-te. Esto es lo que Louis-Jean Calvet denomina política lingüística “in vivo”. Llama en cambio “in vi-tro” la política que se piensa desde un despacho, desde un organismo gubernamental. Para que la política “in vitro” tenga éxito no debe diferir demasiado de la política “in vivo”.

13. El modelo gravitacionalLouis-Jean Calvet y Lía VarelaFragmento del artículo “Frente al fantasma que recorre el mundo. Las políticas lingüísticas de Francia y la Argentina”, en Roberto Bein y Joachim Born (eds.), Políticas lingüísticas, norma e identidad: estudios de casos y problemas teóricos en torno al castellano, el gallego, el portugués y lenguas minoritarias, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras (UBA), 2001.

El modelo gravitacional (Calvet, 1999) parte del principio de que las lenguas están vincula­das entre sí por hablantes bilingües, y presenta las situaciones plurilingües en forma de una gravitación de lenguas periféricas alrededor de una lengua central, es decir, de una tendencia al bilingüismo orientado hacia el centro. En Francia, por ejemplo, un bilingüe francés/bretón o francés/alsaciano tiene todas las chances de ser de primera lengua bretona o alsaciana, del mismo modo que un migrante bilingüe francés/árabe o francés/bambara es muy probablemen­te de primera lengua árabe o bambara.

A su vez, las lenguas centrales de estos subgrupos pueden no estar ligadas entre sí (por medio de bilingües}, sino estarlo todas ellas a una lengua súpercentral y las lenguas supercen­trales pueden a su vez estar ligadas de la misma manera a una lengua hípercentral, núcleo del “sistema gravitacional lingüístico”. Tenemos así un modelo de cuatro niveles que permite dar cuenta de la situación mundial del siguiente modo:

En el nivel uno, una lengua hípercentral, que hoy en día es el inglés, pivote de todo el siste­ma; los hablantes que la tienen como lengua primera tienden fuertemente al monolingüismo.

En el nivel dos, una decena de lenguas supercentrales (árabe, ruso, swahili, francés. hindi, malayo, español, portugués, chino, etc.) cuyos hablantes que las tienen como lengua primera tienden al monolingüismo o bien al bilingüismo con una lengua del mismo nivel (bilingüismo horizontal) o con la del nivel uno (bilingüismo vertical). Desde luego, estas lenguas se hallan entre las más habladas en el mundo. pero este criterio cuantitativo no basta para conferir el es­tatuto de lengua súpercentral: el alemán y el japonés, por ejemplo, que superan los cien millo­nes de hablantes, no cumplen este papel.

En el nivel tres, un centenar de lenguas centrales (el wolof y el bambara en África, el que­chua en América del Sur, el checo y el armenio en Europa del este, etc.), cuyos hablantes pre­sentan una tendencia al bilingüismo con una lengua del nivel dos ( bilingüismo vertical).

En el nivel cuatro, lenguas periféricas cuyos hablantes tienden al plurilingüismo horizon­tal y vertical.

El modelo se basa entonces en la organización de los bilingüismos verticales, de las len­guas periféricas a la lengua hípercentral pasando por las lenguas centrales y supercentrales. Cuanto más se va hacia el centro de este sistema gravitacional, mayor número de hablantes tie­nen las lenguas y más sometidas están a variación hasta el punto en que se puede dudar de la unidad de lenguas como el inglés, el francés. el español o el árabe, por ejemplo. El español en la

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Argentina, como el portugués en Brasil o el francés en el Québec, son el resultado lingüístico de fenómenos coloniales y se han desarrollado lejos del centro de producción de su norma (Ma­drid, Lisboa, París). Pero, si bien la variación es evidente, la unidad se manifiesta a la vez en el plano de las representaciones (la gente “piensa” o “pretende" hablar español, francés, etc.) y en el plano institucional (el francés o el español son lenguas oficiales de la ONU, la UNESCO, etc.), sin que la variación plantee problemas.

El sistema es, por cierto, un producto de la historia, y como tal está atravesado por fuerzas sociales y políticas contradictorias. Así, una lengua periférica puede cambiar de gravitación: es lo que está ocurriendo en Ruanda, por ejemplo, donde el kinyaruanda podría cambiar de len­gua central, pasando del francés al inglés. La lengua hípercentral también puede cambiar, aun­que con menor rapidez: el francés, por ejemplo, cedió su lugar al inglés a comienzos del siglo XX. De manera más general, los factores de cambio en esta organización gravitacional son las políticas lingüísticas nacionales, las reivindicaciones lingüísticas de los grupos minoritarios, el militantismo, las eventuales políticas lingüísticas internacionales (por ejemplo, en el Mercosur o la UE), las relaciones entre estas organizaciones internacionales y otras entidades económi­cas y políticas (los Estados Unidos) y las relaciones de fuerzas económicas y políticas a escala mundial. En esta perspectiva, los problemas de política lingüística podrían comprenderse como problemas de gestión, en un territorio dado, del sistema gravitacional que, en el actual orden global, afecta a todas las lenguas del mundo.

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