cruzando el puente de la razónn - acedo emmerich, gabriela(author

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    Cruzando el pCruzando el pCruzando el pCruzando el puente de la raznuente de la raznuente de la raznuente de la razn

    Gabriela Acedo EmmerichGabriela Acedo EmmerichGabriela Acedo EmmerichGabriela Acedo Emmerich

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    Portada y contraportada: Carlos Luis Muoz Acedo

    2011 SafeCreative 1 edicin ISBN: 978-84-9981-591-6 DL: M-17358-2011 Impreso en Espaa / Printed in Spain Impreso por Bubok

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    Un paso infernal del acoso laboral a la anorexia nerviosa

    Yo te acuso de haberme robado varios aos de mi vida.

    Yo te acuso de haberme utilizado para sentirte ms poderoso.

    Yo me acuso de haber permitido esta situacin sin sublevarme.

    Yo me acuso de no haber denunciado la situacin por simple cobarda.

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    AGRADECIMIENTOS En primer lugar, GRACIAS a mi FAMILIA, mi apoyo, mi rincn de paz y seguridad. Todos y cada uno me habis ayudado a vuestra manera. Gracias Francisco. Gracias mis nios: Fran, Carlos, Maite y Sara. Gracias Grosspapa y Mutti (mis padres). GRACIAS a todos aqullos que me han ayudado y que, por motivos de respeto a su intimidad, no menciono o aparecen con pseudnimo: amigos, mdicos de familia, mdicos inspectores, psiclogos de la sanidad pblica GRACIAS de todo corazn al equipo teraputico de la UTCA en Palma de Mallorca. Vosotros sois realmente los que habis dado el primer y ltimo paso para mi curacin. Gracias por aguantar mis malos momentos, mis malas contestaciones y mis silencios. Gracias por no haberme hecho caso. Vuestras palabras eran a veces duras, pero necesarias. Hoy por hoy y solamente por vosotros puedo decir que la comida no representa ningn problema para m. He recuperado gran parte de mi vida perdida. Y finalmente, gracias por haberos implicado tanto, traspasando con creces vuestra obligacin profesional. Os quiero a todos y cada uno. GRACIAS a ANAMIB (Asociacin de Ayuda por Acoso Moral en el Trabajo), a su presidente Ricardo

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    Prez-Accino y todo el equipo que lo compone. Me habis ayudado y segus ayudando a comprender mis reacciones, a m misma, mi forma de sentir Sin vuestro apoyo no hubiera podido empezar a salir de este abismo en el que me hund tras haber estado sometida a una situacin de acoso. Vuestra ayuda incondicional, me emociona, me hace sentir protegida y comprendida. GRACIAS por vuestro apoyo incondicional, Margi, Esther, Lul y Vito. Me habis acompaado en todo o parte del camino hacia la curacin de la anorexia nerviosa. Sin vosotras, este libro probablemente no se hubiera escrito. Esther, mi alma gemela en este proceso. Nuestras conversaciones me han ayudado mucho. Ahora te toca vivir a ti, es decir, recuperar tu vida y felicidad. S que lo conseguirs. Margi, siempre a mi lado, mi hermana, la segunda mam de mis hijos y mucho, mucho ms. Lul, animando siempre y dejando de lado tus propios problemas. Cudate, alimntate y quirete mucho. No podra soportar que te pasara algo. Vito, mi primera amiga durante el ingreso en la UTCA. Te quiero con todo corazn y s que logrars salir de tu trastorno alimentario. Eres una persona fuerte y junto a tu compaero conseguirs remontar tu vida. Y finalmente GRACIAS a Toni, por tus palabras para mi libro, por tus increbles sesiones o charlas

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    teraputicas. Gracias por ser tan claro, tan altruista, tan humano. Te deseo todo el xito del mundo para tu proyecto (www.humaniza.org) y que el sueo de futuro que tienes se cumpla. Todo se consigue con tenacidad y fortaleza para superar los posibles baches.

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    A Isham, mi sobrinillo. Antes de nacer ya tienes tu libro!

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    NDICE Prlogo 13 02.05.2010 17 Captulo 1 19 Captulo 2 29 Captulo 3 41 Captulo 4 57 Captulo 5 85 Captulo 6 97 Captulo 7 133 Captulo 8 163 Captulo 9 199 Captulo 10 215 19.10.2010 225 Eplogo 229

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    PRLOGO

    Un libro escrito desde el corazn y la sinrazn, desde la sinceridad nunca perdida y la bondad que no han podido arrebatar y que hoy en da se han convertido en la base para empezar a construir de nuevo una vida perdida pero no olvidada.

    Tu cuerpo es tuyo y slo tuyo, pero tu mente a veces puede ponerse en manos de quien ms confas y de quien menos cuidar de ti. ste es el inicio del calvario, el inicio del engrandecimiento del enemigo a costa de tu aliento, la razn se vuelve sinrazn, la cordura deja de estar presente en tu mente para dar paso a la inseguridad y al desconcierto, hacindote fuerte por algn canal de tu cuerpo que empieza a rebelarse contra todo a costa de tu salud.

    Gracias por escribir este libro, por ayudarnos a sentirnos identificados contigo, por ser tan sincera contigo misma, por tener esa fortaleza interior que nadie ni nada podr destruir.

    Esther Ros Bosch Cuando una persona extrava el rumbo de su existencia y divaga por terrenos no explorados se sumerge temporalmente en el caos y la confusin. El relato de este libro corresponde a una de esas personas que, en un momento de su vida, pas por una de esas etapas y se sinti dbil, vulnerable e indefensa ante el miedo y la angustia que se haban instalado en su ser; sin embargo, su historia es mucho ms que eso. Es tambin un relato de lucha, de esfuerzo y de

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    superacin. Cada logro constituye una batalla ganada, una conquista del alma, un nuevo territorio explorado e integrado en el propio ser. Con un lenguaje sencillo y coloquial, su protagonista narra con detalle esa desgarradora etapa de su vida marcada por el dolor y la limitacin invitando al lector a bucear en las profundidades de su alma para ir ms all del infortunio y descubrir los tesoros latentes en su interior. Y es que suele ocurrir que, cuando un ser humano se desorienta y pierde el rumbo, acaba por encontrarse a s mismo. Como deca San Juan de la Cruz, es un perderse para encontrarse, tal es el propsito de las crisis que, como es sabido, en una de sus acepciones significa oportunidad y cambio. Es como aquel que visita una ciudad y slo la descubre verdaderamente cuando se pierde por sus callejas. As sucede con todos nosotros. El cambio llama a nuestras puertas revestido a veces de circunstancias dolorosas pero nos ofrece como regalo el salir de la rutina, conocer a otras personas, romper con viejos esquemas, desnudar el alma para revestirla de nuevo, esta vez con mejores colores. Es abrirse a la vida. Es una invitacin a cantar tu msica, la que cada uno lleva dentro; esa que te hace ser y reconocerte como un ser humano nico; la que te hace brillar en tu humilde grandeza; la que te permite ser, quiz por primera vez en la vida, t mismo. Y entonces se abren ante ti nuevas oportunidades y la vida despliega de nuevo todo su colorido y te brinda sus mejores aromas. De nuevo vuelves a sentirte vivo, ms vivo que nunca. Has librado una batalla contra tus demonios internos y la has ganado. Y ahora eres ms fuerte, no slo por el hecho de haber vencido sino por haber tomado mayor conciencia de tu fortaleza.

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    Y esa larga noche se torna dichosa porque es siempre la promesa de un amanecer que ha de llegar y en lo profundo de tu corazn te sientes ahora sostenido, guiado, acompaado y amado, profundamente amado por quin, sin duda, estuvo contigo todo el tiempo. Y con el devenir de los aos, cuando echas la vista atrs y contemplas el camino andado te das cuenta que aquella noche fue el rengln torcido de la vida en el que se escribiran bellas historias y donde fuiste obsequiado con mltiples bendiciones. Y entonces, la gratitud se instala en tu corazn y encuentras esa paz que siempre estuviste buscando, una paz que procede de encontrarle un sentido profundo a todo lo que te sucede. As ocurre y ocurrir con Gaby, la protagonista de esta historia. Estoy seguro! Antonio de Fuertes. - Psiclogo.

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    02.05.2010 No s con certeza cul es la razn que me impulsa a escribir lo que siento y lo que he sentido estos ltimos aos. Probablemente la recomendacin de mi psiquiatra de escribir todo aquello que no puedo expresar con palabras. He vivido un infierno, una horrible pesadilla y an sigo en este pozo. He sido vctima de acoso laboral y, en consecuencia, he cado en la horrible enfermedad de la anorexia nerviosa. Quizs esto me sirva como desahogo. Muchos terapeutas recomiendan plasmar por escrito tus sentimientos, recuerdos Espero tambin que sea de ayuda a todos aquellos que se encuentran inmersos en un ambiente laboral corrupto y puedan reconocer a tiempo lo que les est ocurriendo. Es difcil ver y aceptar que tu jefe o compaeros te estn acosando. Es difcil no sentirte culpable. En mi caso fue uno de mis jefes, encantador al principio y poco a poco, sutilmente, dira yo, fue cambiando, hasta llegar a unos extremos realmente insufribles. Junto a l y para reforzar la situacin, sus dos secretarias tampoco dejaban de humillarme y anularme. No fui consciente de todo esto ni supe reaccionar a tiempo. Ahora estoy pagando muy caro la situacin vivida: sufro de anorexia nerviosa, un infierno del que es difcil salir. Gracias a Dios, tengo la enorme suerte de tener, tanto el apoyo de mi familia, la cual est sufriendo lo insufrible, como el de un gran equipo de terapeutas de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTCA) y de mis amigos que en ningn momento me han dado la espalda, respetando siempre mis momentos de aislamiento social. Gabriela Acedo Emmerich

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    CAPTULO 1 Paseo, o quizs mejor dicho, deambulo por la calle, sin saber realmente adnde ir. Acabo de dejar a mi hija pequea en el colegio. Pienso en todo el tiempo perdido, en el sufrimiento de toda la familia, mis amigos y, cmo no, en mis pesadillas, que han decidido no abandonar mi mente. Todo comenz un buen da en el que ca en un estado tal de tristeza, que era incapaz de comer y hacer cualquier cosa. Me levantaba y me arreglaba para ir al trabajo, una empresa de economistas con dos socios Caet y Pere. Haba empezado a trabajar all muy animada. Filologa Alemana nunca me haba gustado y menos la salida principal que te permiten estos estudios: profesor. Pero todo lo que se empieza se termina, as que no pens nunca en dejar esta carrera a medias. Desde que haba dado clase en una escuela de idiomas haba sentido una gran atraccin por el trabajo administrativo. Al mismo tiempo la economa y la poltica son temas que tambin me atraan desde jovencita (por ello empec a compaginar mis estudios de Filologa con los de Ciencias Polticas). Digo atraan, porque de momento nada de lo que despertaba antao mi inters ahora me importa. Es ms, son temas que actualmente rechazo totalmente. Era una persona abierta y siempre alegre, puesto que tena todo lo que quera en la vida: una familia unida, una bonita casa en el campo y, por ltimo, haba conseguido un trabajo en una oficina de economistas

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    donde se me haba contratado pese a no tener experiencia en este sector. Al final del verano del ao 2006 me presento en la oficina. Mi primera impresin fue bastante buena. Caet y Pere haban sido muy amables aunque haba algo en la cara de Pere que me echaba un poco hacia atrs. -ste es un puesto de trabajo muy importante. Yo dira que el ms importante de la oficina puesto que sers la persona que ms trate con el cliente, dijo Pere. -Necesitamos una secretaria que sea culta, que pueda redactar cartas en espaol, alemn e ingls y sepa traducir y atender al cliente. Yo, particularmente tengo varios clientes alemanes, aclar Caet. -Mi nivel de ingls no es muy alto, coment, pero a nivel oral no tengo ningn problema. -No tiene mucha importancia, pues aqu hablamos ingls (excepto Carmela y Natxa). Realmente importante es el alemn, me aclararon ambos. Muy bien, era justo la combinacin de tareas que me atraa: traducciones de ndole econmico, redaccin de cartas, trato directo con el cliente A los pocos das recibo una llamada de la misma para comenzar a trabajar. Con gran entusiasmo acudo pues a trabajar en la empresa. Me presento a las nueve menos diez en la oficina y Natxa, una de las dos secretarias desde hace muchsimos aos de Pere y hermana de Carmela, ya secretaria del progenitor de Pere, me sienta al lado del

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    telfono. Yo me quedo algo extraada. Nadie me ha dicho que iba a ser telefonista. Pedan una secretaria de direccin! Mi primer error: callarme. Nunca olvidar el primer da. Las dos hermanas no paraban de mandarme hacer cosas: fotocopias, naturalmente atender el telfono y pasar las llamadas (que lo), vaciar las papeleras de los jefes Caet y Pere, limpiar la mesa de la sala de reuniones etc. etc. Ya empec tambin a escuchar las primeras impertinencias: -Me puedes echar una mano con esto? Es la primera vez que lo hago, pido a Carmela. Ella me mira con cara de pocos amigos y expresin de soberbia. -Lo tienes que hacer t sola! Es tu trabajo! -Mi trabajo?, me pregunto en silencio. Sale de mi oficina, si se puede llamar oficina a ese cuchitril sin ventanas y lleno de papeles descolocados por todos los lados. Tendr un mal da. Maana cambiar todo, intentaba justificarla en mis adentros. Aqu hay que hacer orden, pens y comenc a clasificar toda la documentacin y a colocarla en cajones por orden alfabtico. Ya pareca un lugar decente. No s si adrede o involuntariamente Natxa y Carmela entraban constantemente y dejaban papeles por todos los lados. Pere, con el tiempo, cuando dej de ser tan encantador conmigo, tambin pasaba por mi mesa y me tiraba papeles para que los tirara a la basura, cuando l mismo tena una papelera al lado de su mesa. Un da me sublev y habl con Pere.

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    -Si esto no cambia dejo la oficina antes de que acabe el mes de prueba. A m se me contrat para desempear otras funciones y no ser la criada de todos. -Con quin tienes problemas? Con mi hermana?, me pregunta de forma encantadora. -No, con ella no tengo ningn problema, le respondo, son tus dos secretarias que me tratan como un trapo viejo. -No te preocupes, hablar con ellas. Esto son simplemente celos. Djame que lo arregle yo, me dijo con su agradable sonrisa. Sal del despacho de Pere bastante tranquila y segura de que esto se arreglara. No obstante me llam la atencin la palabra celos. Celos de qu? Quizs se sintieran las dos hermanas inseguras porque eran las nicas en la oficina sin estudios universitarios? Pero el cambio esperado no llegaba. Normalmente el telfono no paraba de sonar y era precisamente en esos momentos cuando Natxa se acercaba a mi mesa para imponerme ms tareas. Empleo el trmino imponer porque siempre se acercaba altiva y me hablaba de forma poco respetuosa y con voz de mando. Por favor y gracias eran palabras que desconocan, por lo menos conmigo. Al cabo de unas semanas, yo ya no entenda nada. Seguramente la culpable era yo. Haba estado varios aos apartada del entorno laboral para criar a mis hijos y quizs necesitara un tiempo de adaptacin. Por un lado me extraaba, porque nunca haba tenido problemas de esta ndole, pero las personas cambiamos

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    y tal vez ese sea mi caso. Me tengo que acostumbrar, me repeta incesantemente. Cada vez estaba ms sometida a las rdenes de las dos hermanas, ante todo de Natxa. Fui ciega y tonta y notaba que me anulaban por completo. Llegu a obedecer sin rechistar, para evitar gritos y caras de mal humor. Llegu incluso a firmar un contrato sin leerlo, cosa que nunca antes haba hecho. Recuerdo que Carmela se acerc con los papeles a mi mesa y me seal un hueco diciendo: -Frmalo! Cuando al cabo de unos das me entregaron el contrato, pude leer la categora profesional: auxiliar administrativa!!!, sabiendo ellos perfectamente que era universitaria y que eso no es precisamente lo que me dieron a entender en el proceso de seleccin ni lo que buscaban en el anuncio publicado. Cuntas veces me he arrepentido de no cortarles desde un principio! Si lo hubiera hecho no hubiera ocurrido lo que ocurri. Pere cambi poco a poco y estuve una larga temporada escuchando gritos, comedidos, eso s, e insultos del tipo tonta, histrica. Me daba a entender que tena problemas mentales. Sus burlas sobre mi forma de ser eran constantes. Me asignaba trabajos a ltima hora, imposibles de acabar, etc. etc. Sumida en estos recuerdos vuelvo al coche para ir a casa y preparar la comida para mi familia: mi marido y mis cuatro hijos. No puedo ms, parezco una zombi haciendo cosas en la casa. Me mareo mucho. No puedo

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    parar de llorar. Aprovecho los momentos en los que estoy sola. No quiero que mis hijos y mi marido me vean as. En este momento empieza mi doble vida: una cara hacia los dems y otra cuando estoy sola. Siempre recordar los ltimos das que iba en coche a la oficina. No poda dejar de llorar. Cuanto ms me acercaba a la ciudad, ms miedo tena. Qu ocurrir hoy? Qu me harn Pere o sus dos amadsimas secretarias Carmela y Natxa? En mi interior estaba deseando tener un accidente para no tener que acudir al trabajo, o incluso dejar esta vida, porque era un infierno. Urda una forma de morir que no pareciera un suicidio. Yo no poda, sin embargo, provocar un accidente porque hara dao a otro conductor. Necesitaba que algn loco en carretera me matara con el coche. Mi familia y seres queridos no podran superar un suicidio, pero quizs s una muerte por accidente. Lo nico que me detena eran mis hijos. Me pareca un acto egosta con el que no haca otra cosa que provocar sufrimiento a mis seres queridos. An as cada vez jugaba ms con este pensamiento, hasta que un da decid acudir a mi mdico que diagnostic un estado ansioso-depresivo. Ya me haba dicho hace varias semanas que abandonara el trabajo. Se haba dado cuenta que ocurra algo raro aunque yo era incapaz de verbalizarlo. Slo admit una vez que no me trataban muy bien en la oficina. No acudo pues ya al trabajo y a partir de entonces es cuando percibo realmente en qu infierno haba estado metida. Tengo pnico de ver a personas y salir a la calle. No paro de tener imgenes de la oficina y, en particular,

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    de Pere cuando me gritaba, me miraba con asco y desprecio. Cada vez que suena el telfono en casa me sobresalto de forma exagerada y mi corazn golpea fuertemente mi pecho. Decido acostarme todo el da en el sof para intentar dormir y no pensar ni recordar. Pero nada funciona y s que necesito ayuda de profesionales. Por otro lado no quiero hablar del tema laboral. Estoy hecha un lo. Nada de lo que me haca ilusin me importa. Slo quiero dormir, dormir y borrar imgenes y recuerdos. Tampoco puedo ni quiero comer y empiezo a perder peso rpidamente. Lucho interiormente por vencer el pensamiento de desaparecer de este mundo. Esta lucha es cada vez ms fuerte. Es mi secreto y nadie se enterar de lo que ocurre en mi cabeza. Grito de noche, pido ayuda pero siento que nadie me escucha. Al cabo de unos meses mi mdico me manda a una psicloga. Simplemente le dije unas palabras y ella fue rpida en su diagnstico: -T has sido vctima de acoso laboral. Yo me qued algo perpleja porque no estaba familiarizada con este tema. -Cmo? A m nadie me ha hecho nada. -No te han gritado, no te han insultado? Nadie tiene derecho de tratar as a una persona. -Quizs haya hecho cosas que hayan disgustado a Pere. La psicloga me habl tajante y claramente: -Te voy a mandar a Salud Laboral. Estas situaciones hay que denunciarlas.

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    -Denunciarlas??? El pnico empezaba de nuevo a apoderarse de m, como cuando coga el coche por las maanas para ir a la oficina. Ya me vea cara a cara con Pere y quizs con sus dos secretarias y eso era algo que no podra aguantar. Empec a ser consciente de muchas cosas y eso tambin me atemorizaba. -No quiero denunciar a nadie, dije cabizbaja. -Es preciso que se denuncie. Si no lo haces otra persona podra sufrir lo mismo que t. Me qued en silencio y la psicloga me repiti esta vez en tono de reprimenda: -Nadie en el mundo tiene derecho a tratar de esta forma a una persona! Ella quera que yo reaccionara, que la escuchara. Sal de all derrumbada, quizs porque fuera la primera vez que me enfrentaba a la realidad. Nos despedimos hasta la siguiente cita. -Hasta que no tengas la cita con la psicloga de Salud Laboral, hablars conmigo. No quiero que te quedes tanto tiempo sin terapia. . Ahora s que empezaba a hundirme en el ms profundo abismo. Por qu nadie me puede ayudar??? , gritaba interiormente. Quiero llorar, quiero que me abracen fuertemente y quiero sentirme comprendida. Esto ltimo era realmente difcil porque me encerraba en mi misma y no quera hablar con nadie.

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    -Cmo voy a denunciarlos?, me preguntaba constantemente. -Tendra que verles las caras y no puedo, segua pensando. Tan slo estos pensamientos ya provocaban en m una gran desazn y un pnico increble. Adems de tener que enfrentarme fsicamente a ellos, seguramente Pere seguira con sus burlas y volvera a dar a entender que tengo problemas psquicos. No podra soportarlo. Esto hubiera acelerado mi destruccin emocional ms, seguramente hasta un punto ya irreparable. Por cobarda, por falta de fuerza y de voluntad, decid no pensar de momento en este tema.

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    CAPTULO 2 Haba adelgazado ya bastante y un buen da, no s realmente cundo, decid que quera adelgazar ms. Empec a vomitar muchas veces al da. No quera tener ni una msera manzana en mi cuerpo. Cuanto ms adelgazaba, ms quera adelgazar. Aborreca los vmitos, pero no poda dejarlos. Cuando por fin tuve mi cita con la psicloga de Salud Laboral, me encontraba ya en un estado desastroso y descontrolado. Respond a sus preguntas y decid hablarle de los vmitos. Era una persona adorable, preciosa y enseguida conect con ella. -Busca inmediatamente ayuda especializada, me dijo, y cuando comas algo vete, sal enseguida al campo y da un paseo o haz otra cosa para evitar ir al bao. Sent que tena que hacerle caso, que no era normal vomitar todo, absolutamente todo lo que entraba por mi boca. -Yo no puedo ayudarte en todo esto, porque ya te han despedido del trabajo durante la baja y ya no es incumbencia de nuestro departamento. Pero te recomiendo acercarte poco a poco de nuevo a la oficina a modo de terapia. -No puedo, no puedo, dije sin poder contener las lgrimas. .Ella sonri cariosamente y me volvi a recordar que buscara ayuda profesional. Le agradec mucho su preocupacin. Nos despedimos.

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    -Te puedo dar un beso?, le pregunt al lado de la puerta Ella me dio un abrazo tan fuerte que nunca olvidar. Se qued para siempre en mi corazn. Creo que ella no sabe realmente cunto me ha ayudado con sus palabras. -Ya sabes, si un da te encuentras muy mal me llamas por telfono. Estar en cualquier momento para ti, se despidi. Sus palabras me impactaron mucho y pienso que tengo que seguir sus consejos. Doy el primer paso. Hablo con mi mdico-inspector de la mutua, una mujer, al principio algo fra pero despus encantadora. Me imagino que por su trabajo como inspectora deba mostrarse neutral, firme e incluso algo dura. Pero esta actitud desapareci a los pocos minutos. Su mirada se torn cariosa mientras me deca: -Tengo una amiga que te puede ayudar. Ayud mucho al hijo de otra amiga ma. Es psiquiatra. Te dar hora para que acudas a su consulta y luego vuelves aqu. Le di las gracias. La verdad es que nunca hubiera podido imaginar recibir tanta comprensin de un inspector mdico. Nunca haba tenido una baja pero siempre se oye hablar de ellos de forma negativa. Acudo pues a la cita de la psiquiatra, que resulta ser tambin de la mutua. Tiene cara agradable y transmite tranquilidad. Me hace una serie de preguntas a las que respondo con la mayor franqueza posible: -Cunto pesas ahora? -51 Kg, respond -Y antes?

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    -61, dije -Peso que an es poco para tu altura, me dice. Lo cierto es que unas semanas ms tarde, nos dimos cuenta de que la bscula en casa no funcionaba correctamente y haba que quitarle tres kilos, tanto al peso inicial como al actual (los 61 kg eran realmente 58 y los 51 kg actuales 48). -Quiero dejar los vmitos pero bajo ningn concepto engordar, le digo convencida. Me mira fijamente y decide remitirme a la UTCA. -A la UTCA?, pregunto sin entender el trmino. -S, es una Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria, me explica. Nunca haba odo de la existencia de una unidad de este tipo. Tambin es cierto, que era la primera vez en mi vida que tena un problema relacionado con la alimentacin. Realmente yo no era muy consciente de todo lo que ocurra. Lo nico que no me pareca un comportamiento normal eran los vmitos. -Enviar un informe a tu mdico inspector. Ella te lo dar e irs con l a tu mdico de cabecera. As aceleramos el proceso. Recuerdo que sal de all bastante confusa. Interiormente me preguntaba: -Tengo un problema tan grave con la alimentacin que tengo que ir a un sitio especializado?

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    -Para parar con los vmitos, no necesito tanta terapia, me segua diciendo, qu exagerados que son los mdicos! Poco a poco, comienzo a controlar las caloras de los alimentos. Pienso que es la nica manera de controlar los vmitos. Me siento mejor, ms segura. Nadie en casa sabe nada. Cocino mucho para mi familia y como a solas. Cada da me invento otra escusa. Parece mentira y es difcil de comprender, pero la cabeza empieza a ingeniarse tretas alucinantes. Siento que puedo controlar la comida. El pensar en ella me ocupa mucho tiempo, pudiendo as evitar recordar a Pere y la oficina. Cada vez que tengo imgenes de ella, las intento borrar en la cocina. Preparo platos que nunca haba hecho, pero yo no los pruebo. Digo simplemente que ya he comido. Evito comer con la familia. Ellos empiezan a notar que vuelvo a estar ms alegre. No saben que la felicidad que siento es por perder ms y ms peso y por poder controlar los pensamientos desagradables a costa de la alimentacin. Pero un da mi gran secreto sale a la luz. Estoy cambindome en mi habitacin cuando entra mi hijo mayor. Estudia enfermera y en las temporadas de prcticas hospitalarias se queda a dormir en casa de sus abuelos paternos. Haba estado pues algn tiempo fuera de casa. Cuando me vio grit: -Mam, qu te pasa??? Ests en los huesos! El pobre se asust horriblemente. Supo enseguida lo que me ocurra y aqu empez lo que yo vea como un nuevo calvario: controlaba mis comidas. Habl con

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    toda la familia y cada vez me senta ms controlada. Qu desesperacin! Intentaba tranquilizar a mi familia: -No os preocupis. Est todo controlado. Empiezo con terapia en la UTCA. Evidentemente no saban nada ni de los vmitos ni de mis tretas. Mi cabeza era una fbrica maquinando nuevas formas para evitar ingerir alimentos. Cada vez me veo ms gorda y me desprecio: -Gorda asquerosa, grita mi cabeza. -No sabes hacer nada bien. No vales para nada. No has podido ni adaptarte al trabajo y has conseguido provocar constantemente a Pere sacndole de sus casillas, me deca mi otro yo. -Slo t eres culpable de todo, te lo mereces por tonta, segua machacndome. Recordaba situaciones en la oficina y me senta mal porque pensaba que haba hecho algo para que stas se produjeran. Incluso me senta peor por no saber realmente en qu haba fallado... Tambin recordaba que una vez, slo una vez, Pere me pidi disculpas despus de gritarme e insultarme: -Ya s que no debo comportarme as. Pero todos son unos imbciles y me sacan de mis casillas. Fue un da en el que sent tanto miedo que tuve que refugiarme en un pequeo cuarto que serva de cocina de la oficina. Senta como l iba por el pasillo todo el rato detrs de m gritando de forma amenazante:

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    -Cmo es posible que no sepas hacer una cosa tan fcil? No hay que ser muy inteligente para poder hacerlo! No paraba de gritar y me segua. Creo que si no me hubiera alejado rpidamente me hubiera agredido. Esa era al menos mi sensacin. Adems estaba recibiendo esta reprimenda por algo que no tena que hacer yo sino su secretaria Carmela. En los ltimos meses la situacin se haba agravado de tal forma, que todo lo haca mal y no haba da en el que no se me atacara de alguna forma. Como en tantas ocasiones nadie acudi en mi defensa. Todos miraban hacia otro lado y me senta abandonada, con pnico. Me faltaba la respiracin y me mareaba. Creo que ste fue, si no mi ltimo, uno de mis ltimos das en la oficina. El primer jueves por la tarde, tras este suceso, acud a mi mdico de cabecera que me extendi la baja. En mi vida podra imaginar que mi situacin se prolongara ms all de dos semanas o a lo sumo un mes. -Slo necesito un descanso, digo a la doctora, mi mdico de cabecera, que tambin me ayudara mucho durante todo el proceso. -Un descanso, responde riendo. -Creo que necesitars algo ms que un mero descanso, aade. -Quizs reaccionen y cuando vuelva todo haya cambiado para bien, le digo. -Este tipo de personas no cambian nunca, me asegura. El tiempo le dio la razn. La baja se alargaba y mi marido se dedicaba a llevar los partes a la oficina.

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    Evidentemente no fue saludado ni nadie pregunt por m. Una sola vez me llam Natxa, seguramente no por inters sino porque ahora tena que hacer todo su trabajo que haba delegado en m. Ahora volva a tener que vaciar papeleras, abrillantar la mesa, hacer fotocopias, llamar a todos los clientes y no poda pasarme las tareas que le mandaban hacer los jefes a ella. Adems si tanto se preocupaba por m, por qu nunca me defendi o por lo menos me intent animar? Me encontraba sola. El equipo de contabilidad, que eran tres, estaban abajo en otra oficina. Eran personas amables, a las que se poda hablar. Nadie soportaba a Pere y a sus dos secuaces y comprendan en parte lo que me estaban haciendo. Digo en parte porque lo peor nunca lo comentaba. Me daba vergenza y miedo hablar del tema. Me senta culpable y tonta, puesto que todo, absolutamente todo lo haca mal. Al final ya no sabes qu hacer y ello te lleva a preguntar antes de tomar una decisin. Resultado: ms tonta eres todava. Una vez fuera y tras un mes de baja me llam Carmela. Yo no coga el telfono sin mirar el nmero pero aquella vez, no s porqu, lo hice. -Hola, soy Carmela -Carmela?, pregunt respirando hondo. Saba perfectamente quien era. Mi corazn comenz a dar martillazos pero quera mostrarme fra y distante. -S, Carmela de la oficina. Qu rpido te olvidas de nosotros! Quera preguntarte por tu estado, me deca con voz melosa.

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    -No estoy muy bien, repuse deseando que colgara el telfono. Me pareca muy extrao que me llamara precisamente ella. -Tengo que preguntarte tu opinin respecto a un asunto. Los jefes dicen que podras pasar a cobrar directamente de la seguridad social, me dijo con la misma voz encantadora. Claro, estaban hablando de despido, aunque no queran utilizar esta palabra. Qu casualidad! Justo cuando saban que tena cita con la psicloga de Salud Laboral. Por otro lado mi marido les haba llevado ya hace algunas semanas mi juego de llaves para que las guardaran en mi cajn. Yo no soportaba verlas en casa. -Hablas de despido? Me parece una actitud poco tica, cuando precisamente estoy as por la oficina, dije claramente y con cierta rabia que no dejaba traslucir. -No, no hablo de despido. Tu puesto de trabajo te est esperando. Ya sabes que estaramos encantados de verte pronto de vuelta. Adems piensa que yo slo soy una mandada (una mandada?), si quieres te paso a uno de los jefes y hablas con ellos. -No puedo, dije angustiada. Lo que me faltaba! As termin la conversacin y al cabo de pocos das sin mediar escrito ni aviso alguno haban ingresado en mi cuenta la parte proporcional que faltaba del mes y lo que ellos, economistas, calcularon como finiquito. Por supuesto que mal calculado. Realmente no haban ingresado el finiquito. Como yo no quera saber nada del tema lo arregl mi abogada. Gracias a Dios no tuve

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    que presentarme en ningn sitio. Tena pnico de verles. Slo en casa me senta medio segura. El finiquito era realmente una cantidad msera pero mi marido no iba a permitir que me engaaran en esto. l mismo haba sentido en su propia carne el desprecio con el que me trataban, cuando llev la primera baja. Realmente, tras pagar los servicios de mi abogada, apenas quedaba dinero. Pero eso era lo menos importante. El significado de exigir el pago de lo que me corresponda tendra seguramente el significado de: BASTA. Mi mdico de cabecera, me segua extendiendo las bajas sin preguntar nada. Creo que lo vea todo en mis ojos. Eso s, un da me dijo: -Cmo vas de peso? Yo, que ya haba ido a la psiquiatra de la mutua y sabia que sera tratada por la UTCA, le pregunt: -Por qu me pregunta eso? Ella se ri y respondi: -Por nada en particular. Veo que has adelgazado mucho. Asent y no era capaz de mirarla a los ojos. De mi boca no sala palabra alguna. Ella rode mis hombros con su brazo y no dijo nada ms. Creo que se imaginaba que haba un problema. -La inspectora de la mutua me ha remitido a la psiquiatra. La prxima semana tendr su informe, le dije cabizbaja.

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    Quedamos pues que a la semana siguiente le llevara el informe. Y as lo hice. Recuerdo que yo ya lo haba ledo y en su contenido llamaba la atencin el tema de los numerosos vmitos diarios. Era un informe muy fuerte, aunque naturalmente ajustado a la realidad. Una profunda vergenza me invadi. Entr en su consulta y sin mediar palabra le di el sobre que contena el informe. Ella suspir profundamente y dijo: -Madre ma! Pareca impactada y al mismo tiempo enfadada. Eso era por lo menos mi impresin. -Deb haber tenido ms confianza con ella y haberle hablado del tema, pens Yo miraba todo el tiempo el suelo mientras ella pensaba y escriba en su ordenador. Al cabo de unos minutos se levant y me dijo: -Vamos a pedir rpidamente hora en la UTCA. Habl con la secretaria que llam inmediatamente al Hospital para solicitar hora. All se le inform que necesitaba tambin un informe de mi psicloga de la Seguridad Social. -Llamar ahora desde casa a mi psicloga. Es muy buena persona y estoy segura de que me har el informe inmediatamente. Y as fue. Nada ms llamarla me dijo que fuera el da siguiente a primera hora y ella me lo dara. Ella tambin se sorprendi al leer el informe de la psiquiatra.

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    -No saba nada. No me dijiste nada al respecto. -Es verdad. Me cuesta hablar del tema. Me da vergenza. Inmediatamente rellen el formulario de peticin para entrar en la UTCA y se despidi de m con un fuerte beso: -Te deseo toda la suerte del mundo, me dijo con una agradable y clida sonrisa. -Muchas gracias por todo, le dije y nos despedimos.

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    CAPITULO 3 Recuerdo cmo empez mi terapia en la UTCA. Estaba sentada en la sala de espera con mi marido. El pobre tena que llevarme a todos los lados pues haba desarrollado tales fobias en mi mente que era incapaz de conducir y acercarme a Palma. No quera ver a nadie ni que nadie me mirara y mucho menos hablar o que me hablaran. Se acerca a m una seora pidindome que la siguiera. Se llamaba Julia e iba a ser mi psicloga y terapeuta de referencia en esta Unidad. Hablamos unos minutos rellenando formularios y me enva a la consulta de una enfermera (Elena) para pesarme. Era la enfermera del Hospital de Da y estaba cubriendo temporalmente el puesto de Mamen, la enfermera encargada de pesar y controlar los registros alimentarios de los pacientes en rgimen ambulatorio. -Has de quitarte la ropa y todo lo que llevas encima. Slo puedes quedarte en ropa interior, me dijo. Obedec como una mquina porque mi cabeza estaba muy lejos de all. Mi peso era tan bajo que tem tener que quedar ingresada. Pero no! Tras volver a la consulta de la psicloga, sta me impuso una serie de pautas que tena que seguir en casa. Ante todo apuntar cualquier alimento que ingiriera y mi reaccin ante ellos. La lechuga haba llegado a ser mi amiga ms fiel. Vomitaba muchas veces al da y tena que apuntarlo en el registro de alimentos. Bueno, pensaba, una tarea ms para mantener mi mente ocupada y olvidar la oficina. Sin embargo las pesadillas no me abandonaban. Vea,

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    como en una pelcula, situaciones desagradables del trabajo, an sabiendo que nunca ms volvera a l. Sigo una terapia ambulatoria pero intensiva en la UTCA con Julia, mi psicloga. Asisto a cursos de anorexia nerviosa y bulimia. Nadie all creo que sabe all la razn de mi depresin. Evito hablar de Pere y sus compinches Carmela y Natxa. Cuanto menos diga, mejor para m, decido interiormente. A mis 45 aos me convierto en una persona pasiva, miedosa y con la mirada perdida. Fran, mi hijo mayor, insiste en hablar con mi psicloga. Est realmente preocupado y convencido de que no he dicho toda la verdad. Le pido hora y vamos juntos el da establecido. Aparece Julia: -Entras t tambin? -Prefiero quedarme fuera, digo. Pasa pues Fran solo y luego me comenta parte de la conversacin: La postura de tu madre es la de una nia que mira el suelo y se abraza, le comenta Julia a mi hijo mayor. -Qu ocurre si decids que tiene que ingresar y ella se niega?, le pregunta Fran. -Por ello no te preocupes. Podemos obligar a ingresar a una persona y despus solicitamos la orden judicial, le respondi.

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    Es lo nico que me explic Fran de su conversacin. Me imagino que para asustarme, pero en aquel momento yo estaba totalmente ajena a todo. No me importaba nada de lo que pudiera ocurrir conmigo. Viva en el mundo de la apata y me importaba poco lo que los dems pensaran de m. No soporto los gritos, quiero estar sola, que no suene el telfono. Abandono todos los hobbies que tena antes. Los recuerdos y las imgenes me siguen torturando. Cada vez como menos. Cada cien gramos perdidos son una victoria y me siento feliz. Todo lo contrario cuando los recupero. Siento entonces que todo se derrumba, que la comida me domina igual que Pere y sus secretarias. Eres una histrica, fue la primera frase desagradable que me dijo o por lo menos que recuerdo. Aunque sus miradas de desprecio y sus humillaciones en cuanto a las tareas a realizar ya haban empezado hace tiempo. Sus dos secretarias, sentadas cada una en su silla, Carmela leyendo el peridico y retocndose los labios cada dos por tres y Natxa trabajando a ritmo de mosquito, moviendo el ratn del ordenador de vez en cuando para disimular y no parando de suspirar para demostrar la cantidad de trabajo que tena. Trabajo? Si toda la parte de su trabajo que le pareca denigrante o simplemente no le apeteca hacer, la haba delegado en m. Esto ya haba ocurrido desde un principio cuando Pere era an encantador conmigo: -Son celos, me volvi a repetir Pere justificando a Carmela. Los celos se traducan en crticas,

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    impertinencias y trabajos de limpiadora. Me senta constantemente humillada. Uno de esos das aparece en mi mesa y sin saludar ni decir nada me dice con cara fra y altiva: -Abre tu programa de mail! Lo abro extraada y ella empieza a controlar todos los recados telefnicos que dejaban los clientes a Pere o a Caet. Ya haba comentado que el telfono no paraba de sonar y muchas veces o no estaban los jefes o no queran ponerse al telfono. En estos casos tena que anotar por mail interno lo que quera el cliente. Tena que hacerlo a toda prisa porque el telfono ya sonaba con el siguiente cliente, as que empleaba muchas abreviaturas: Tel. del Sr. X, por ejemplo. Cuando Carmela lo vio me dijo: -As no escribas las anotaciones a los jefes. Has de usar las palabras sin abreviaturas. A ellos no les gusta esto. -Es imposible, Carmela, t misma sabes que el telfono no para de sonar y no tengo tiempo para poner frases enteras. No s porqu, llegu a la conclusin de que era una forma para mostrarme que era superior a m. Entonces yo le dije: -Si les molesta a los jefes, por qu no me lo dicen ellos y yo les doy la explicacin pertinente? -Porque aqu soy yo la que te dice las cosas!, y sali de la oficina.

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    An recuerdo claramente el primer da en que perd los nervios. Estaba sentada ante mi mesa, haciendo una traduccin urgente. Al mismo tiempo no paraba de sonar el telfono y Natxa me adjudicaba todo tipo de trabajos estpidos, que seguramente ella no quera hacer. Se senta fuerte mandando y me haba elegido a m para ello. Yo callaba y lo haca todo. Entre otras cosas tena que mandar felicitaciones de navidad a los clientes. Tan slo llevaba dos meses en la oficina y no saba qu cliente se corresponda a qu empresa. No haba ninguna lista con estos datos. Todo era catico. Me busqu la vida como pude, pues, evidentemente, no poda esperar ayuda de las dos hermanas. A trancas y barrancas lo consegu, aunque algunas felicitaciones fueron devueltas por direccin incorrecta (no me haban avisado que las direcciones registradas no estaban actualizadas). Buena bronca me llev. Es el peor ao de todos, nunca ha sido tan desastroso el envo de felicitaciones, me dijo Natxa. Sent que explotaba y a duras penas consegua contener las lgrimas. Natxa fue a hablar con Pere y en el pasillo de la entrada Pere me hablaba enfadado. Romp a llorar y le dije: -No te enfades t tambin conmigo por favor, le dije. Me puso el brazo sobre los hombros y me apret contra l. Me sent mal, muy mal. No me gustaba ese gesto tan ntimo. Quit su brazo de mi cuerpo bruscamente y me encerr en el bao. Senta que me ahogaba, me mareaba Fue el primer ataque de ansiedad de mi vida. Cuando sal fui al despacho de Pere y le dije que me iba. Le daba un mes para buscar a

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    alguien y otro mes para que mi sustituto pudiera familiarizarse con el puesto. Su desprecio hacia m fue evidente. Al da siguiente no tuve que acudir a la oficina, pues tena diez das de vacaciones por navidad. Cuando dije adis a todos, me miraban con frialdad y caras muy serias. Caet fue la nica persona que me dedic unas palabras amables: -Disfruta de tus vacaciones. Mientras luchaba contra estos recuerdos, luchaba con la comida. Gracias a un grupo de terapia llevado por Marc, psiquiatra de la unidad y Julia, mi psicloga, consegu dejar los vmitos. All conoc a bastantes personas bulmicas. Tenan una relacin muy distinta a la ma con la comida. Yo consegua controlar la cantidad que ingera mientras que ellas coman cantidades ingentes y despus iban al bao a vomitar, aunque esto ltimo no todas. T no perteneces a este grupo, me dijo el psiquiatra. Yo tambin me haba dado cuenta pero, curiosamente, a pesar de ello no me senta extraa ni diferente. Nos una a todas unos sentimientos comunes frente a la alimentacin. Simplemente tenamos una forma diferente de expresar los mismos. Una compaera del grupo me describi su comportamiento: -Cocino un potaje y ya no como ni del plato. Cojo una cuchara y me lo como todo yo, directamente de la cazuela. No puedo parar.

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    Me costaba entender esta actitud frente a la comida. -Yo soy incapaz de comer esas cantidades. Me resulta fcil controlar las ingestas y me siento bien conmigo misma cuando lo hago, le expliqu Segu asistiendo al grupo pues notaba que me ayudaba. Yo tambin vomitaba aunque desconoca lo que era un atracn. Aprend muchas cosas. Los vmitos no adelgazan. El bulmico ingiere una cantidad ingente de alimentos y al vomitar tan slo se consigue eliminar parte de lo ingerido. El sobrepeso, pues, asegurado. Aparte, dientes caticos: los cidos estomacales los destrozan. Posibles lesiones en garganta. Y una sensacin de descontrol y locura que no desaparece. Ests metido en un crculo vicioso del cual es cada vez ms difcil salir. Si alguien piensa que los vmitos ayudan a controlar el peso est muy, muy equivocado. Una vez que haba conseguido dejar los vmitos, empec a sentirme mejor. Es ms, consideraba que ya no estaba enferma. No era realmente consciente de que mi problema real era el no comer, que tan slo haba superado un bache. Llevaba ya aproximadamente un ao enferma, cuando mi psicloga me puso un ultimtum: -O recuperas (no podemos decir engordar!) peso o despus de Navidad tomamos medidas ms drsticas. -Qu medidas?, pregunt con un nudo en la garganta. -Hospital de Da o ingreso, fue su respuesta. Me derrumb. Me vinieron a la mente las palabras de mi hijo mayor acerca de su conversacin con la psicloga:

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    -Mam, si en la UTCA deciden que debes ingresar y t te niegas, lo harn por va judicial. Esto no puede pasarme a m, eran mis pensamientos. Yo no estoy mal. Cmo exageran todos! Bueno, en el peor de los casos podra proponer ir al Hospital de Da. Entras por la maana y despus del descanso obligado tras la comida de una hora puedes ir a casa. En casa, para no coger ni un gramo no cenara y ya est. Adems aparcara el coche un poco lejos y as tendra que andar mucho y quemara caloras. Esas Navidades com algo ms. Digo algo, porque era ms que simplemente lechuga. Aad algunos alimentos bajos en caloras y diurticos que no mencionar aqu para no dar ideas a nadie. Me hice una autntica experta en el tema del valor nutricional de los alimentos. Me permita un mximo de 800 caloras al da que posteriormente reduje a 500. No s cmo un da tuve una idea genial: probar un laxante! No iba al bao cada da (lgico, con una ingesta tan escasa pocos residuos poda generar mi organismo). No soportaba la sensacin de tener algo en mi estmago y los vmitos me daban tal asco y rechazo que estaban totalmente prohibidos para m. Ya haba encontrado pues la solucin ideal, pensaba yo. Primer da una dosis de laxante, segundo da dos, tercer da tres. Llegu a tomar ms de 20 dosis diarias. Y a eso le llamaba yo liberacin! Qu absurdo! Todo el da sentada en el bao con unos clicos impresionantes. Adems no estaba consiguiendo mi propsito: olvidarme de una vez de la oficina. Creo que un da mi cabeza dijo BASTA! Basta de luchar, basta de hacer lo que los dems me piden. Entr

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    en una especie de sopor y constru un muro infranqueable para los dems. Asenta a todo lo que se me deca y evitaba as tener que luchar. Ya s, fue decidirme por tomar el camino fcil, pero francamente ya no poda ms. La lucha haba menguado mi fuerza psquica y fsica. -Mam, tu quieres morir. No comes para conseguirlo, me dijo mi hijo mayor. Lo negu rotundamente pero hoy en da creo que tena toda la razn del mundo. Sin embargo, ni estas horribles palabras de mi hijo me hicieron reaccionar y salir de mi mutismo. Me jur a m misma que no hablara ms de m misma, pues cada vez que lo haca, senta que ello traa consecuencias negativas para m. Qu equivocada que estaba! Cuelgo la ropa y tan slo con mirar hacia arriba me mareo. -Ahhh, no pasa nada, yo estoy muy bien, trato de engaarme a m misma. Intento no pensar en nada. El futuro no me importa, slo quisiera dormir, dormir y dormir. No tengo ninguna ilusin por vivir. Al contrario, pienso que quizs sera mejor desaparecer y as no hacer sufrir ms a nadie. -No, no puedo! Mis nios, mi familia!, deca una vocecita dentro de m. Me siento asquerosa, repelente, horrenda, cobarde y, por supuesto, como una foca. -No valgo para nada. Todo lo hago mal. Lo que me ha ocurrido en la oficina me lo tengo merecido.

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    Estos y otros pensamientos no dejaban de rondar en mi cabeza. Interiormente peda ayuda a gritos. Deseaba que alguien me abrazara fuertemente, pero curiosamente demostraba lo contrario: frialdad e indiferencia. Deseaba salir y moverme (para perder peso evidentemente) pero mis fuerzas flaqueaban demasiado. Ms de una vez ca al suelo y lo justificaba con la frase: -Que torpe que soy! He tropezado. -EGOISTA, eres una egosta! No ves cunto sufrimiento provocas a tu familia? Te da lo mismo ver llorar a tus amigos?, me pregunto yo misma No, no me da lo mismo. No saben cunto me ayuda el sentirme querida y respaldada por ellos. Pero en mi lucha interna vence la bscula. DICHOSA BSCULA. Mi perfecta aliada y a la vez mi peor enemiga. -Pareces un cadver viviente. No puedo verte as, me dice una ntima amiga sin poder contener las lgrimas. La gente est loca, no ven mi grasa, no ven mis muslos: qu est pasando? Tengo que adelgazar ms. Es la nica manera de sentirme mejor. La comida es mi enemiga, slo me quiere hacer dao y dominarme como lo hizo Pere apoyado por sus dos secretarias Carmela y Natxa. -Basta ya! Nadie ni nada me va a hacer ms dao. Soy duea de mi vida y decido por m misma, me deca y me senta mejor. Me subo a la bscula: 100 gramos menos. Me siento eufrica, feliz, como si hubiera vencido en una batalla. No me atrevo ni a beber agua pues todo engorda. An

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    no percibo el calvario que estoy viviendo. Rehyo a todo el mundo. Soy incapaz de acercarme a la oficina. Es ms, me da autntico pnico recorrer las calles por las que tena que ir. Cuando tengo que ir a la UTCA, es decir, a Palma, siento un nudo en la garganta. Mi corazn late con fuerza y me falta aire. Mi marido me acompaa a todos los sitios. Todo me recuerda a la oficina. Fuera de casa me siento insegura, desprotegida y temo perder la razn por completo. Recuerdo perfectamente el da en el que mi psicloga me dijo que tena que ingresar. Era un jueves y tena hora bastante temprano por la maana. Despus haba quedado con mi amiga/hermana Margi para dar un paseto. No me senta mal. Antes de pasar a la consulta de Julia, tena que pasar siempre por el control de peso y de registros alimentarios. Mamen, la enfermera que se ocupa de esto y que ya se haba reincorporado a su puesto, me pregunta muchas cosas. Es la primera vez que la veo, pues hasta la fecha me haba estado pesando y controlando los registros Elena. No miento pero doy la mnima informacin posible. -Vomitas?, me pregunta. -No, no. Eso ya lo he dejado hace tiempo y no volver nunca ms a meterme en ese crculo endiablado, respond sinceramente. Ella, sin embargo, vuelve a preguntar: -No vomitas ni haces nada raro? No quiero mentir y respondo: -No vomito. Ella:

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    -Entonces qu haces? Tomas laxantes? Yo: -S. Ella: -Desde cundo? Qu cantidad? Yo: -Desde hace algn tiempo y bastante. Ella: -Bastante, cunto es? Yo, agotada ya por este aluvin de preguntas: -Veinte o ms dosis diarias. Ella: -Lo sabe Julia? Yo: -No, no me lo ha preguntado. Me manda salir. Vuelvo a la sala de espera hasta que me llama la psicloga. Normalmente viene ella a buscarme, pero esta vez es Mamen quien dice que entre en la consulta. Nunca podr olvidar su cara. Creo que ni me sent. Su mirada es seria y determinante: -Cmo ests?, me pregunta. -Bien, le contesto. -No, no ests bien y hasta aqu hemos llegado. Es urgente tu ingreso. Ms urgente que el de cualquier otra paciente.

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    Yo escucho en silencio, no me salen las palabras. Mi cabeza est en blanco aunque no logro entender por qu emplea la palabra urgente. SI YO ESTOY BIEN. Ella me reprocha: -Por qu no me habas dicho antes que empleabas laxantes? Mi respuesta: -No me lo habas preguntado. Su mirada segua siendo seria, preocupada y casi severa. Intentaba rehuirla, no la soportaba. Por qu est enfadada conmigo? Dnde est su sonrisa y su manera de hablar suave y carioso? Me senta como una nia perdida, incomprendida. Todo esto no me est pasando a m. Tengo que despertar del sueo. Por qu me quieren encerrar? No se dan cuenta de que no estoy tan mal. Es que nadie lo ve? Mi psicloga se levanta y me dice: -Voy a preguntar a Marc si hay camas libres. -Pero tengo que ingresar ya?, pregunto asustada. -S, ya te he dicho que tu ingreso es urgente, vuelve a repetir con firmeza. Otra vez la dichosa palabra urgente. Es que aqu estn todos locos? Sale de la consulta y me quedo unos minutos sola. Por mi cabeza ronda la idea de escapar pero no consigo olvidar las palabras de mi hijo: -Si no ingresas voluntariamente pueden solicitar una orden judicial.

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    Decido no darle ms vueltas al asunto y dejarme llevar por el inmenso vaco que senta. Las fuerzas, mejor dicho, la poca fuerza que me quedaba, me abandona. Mi cabeza en blanco. Siento como si hubiera llegado el fin. Al cabo de unos minutos, que me parecan una eternidad, vuelve a entrar Julia. -Hay camas libres. Marc dice que puedes ingresar el lunes para preparar a tu familia. -La enfermera te explicar lo que has de traer para tu estancia, me dice a modo de despedida. Salgo de la consulta. No s siquiera si me desped. Entro como una autmata en la consulta de enfermera y recibo un aluvin de informacin junto a un folleto explicativo sobre lo que puedo y no puedo llevar. Ya lo mirar en casa, pienso. Ahora slo quiero salir de all y no pensar en nada. Con la mente en blanco bajo a la calle y me encuentro con mi amiga/hermana Margi que me estaba esperando. -El lunes tengo que ingresar, fueron mis nicas palabras. Ella me habla pero yo no escucho. Mi cabeza est en blanco. Comenzamos a caminar por la calle y de repente pienso: -Qu ocurre con la fiesta sorpresa de cumpleaos de mi hijo mayor? La tenamos medio organizada para el domingo en diez das. Se lo digo a Margi y ella, como siempre, encuentra la solucin apropiada: -La haremos este domingo.

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    Me dejo llevar, ella piensa y organiza por m. Sabe lo importante que es para m demostrarle a mi hijo que era consciente de su amor incondicional. Todos sus enfados, preocupaciones etc. eran reflejo de cunto me quera. Mis cuatro hijos son los ms importante en mi vida y siempre me he sentido muy querida por ellos. Ahora los tena que abandonar! Vaya madre que tenan los pobres. Vuelvo a casa y les explico la situacin. Tambin tengo que llamar a mis padres. Mi sorpresa fue descomunal: todo el mundo se alegraba de que ingresara. Para ellos era un alivio y un principio de curacin. Tenan todas sus esperanzas puestas en este ingreso.

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    CAPTULO 4 Hoy me siento vulnerable. Los recuerdos, ms que recuerdos, una clara sucesin de imgenes, me torturan. Estoy sentada en el porche con mi laborterapia (lo aprend en la UTCA) y soy incapaz de concentrarme. Parece que el tro de la oficina (Pere, Carmela y Natxa) llena todas mis clulas. Recuerdo la impotencia que senta al verme rechazada por el grupito. Se juntaban y rean y yo era como una estatua a la que no se vea. Raramente me dirigan la palabra. Recuerdo mi lucha constante por hacer las cosas mejor y conseguir una palabra agradable de sus bocas. Recuerdo cuando hacamos el caf en la oficina y todos se tomaban su buena pausa y yo tena que atender el telfono. Recuerdo cuando Caet me mandaba hacer algo a ltima hora y Pere me colmaba de trabajos absurdos a propsito. Recuerdo las llamadas de Pere para que fuera a su oficina y lo nico que me deca era que su colega era un gi. Recuerdo cuando desapareci una documentacin importante y, qu casualidad, la encontr Carmela. Tena un par de das de vacaciones y haba dejado los papeles en una bandejita de documentacin a entregar, avisando a las dos hermanas. Cuando volv de mis das libres recibo una llamada del cliente preguntando por la documentacin. Todo el mundo me sealaba a m como culpable de haberla perdido, pero yo estaba segura de que la haba dejado en su sitio. Nunca dejo algo para ms tarde y, la verdad, soy bastante ordenada y organizada en estos temas. Dios, Qu ciega que estaba! Esas miradas de reproche constante por algo que no haba hecho. Una

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    compaera, que por fortuna, trabajaba en una oficina algo apartada, me dijo que dejara constancia escrita con fecha y dems datos de todo lo que haca. Y as lo hice. Cuando surga un problema yo iba a mi diario y presentaba a Pere los datos recogidos. l, sin embargo, sonrea con sorna y desprecio y no me permita hablar. De poco me sirvi apuntarlo todo. Es, en estos momentos, cuando las vivencias me abruman, que siento la necesidad de controlar algo en mi vida: la comida. El tro de la oficina pudo dominarme y convertirme en un mueco de trapo, pero la comida NO. Curiosamente esta idea me da fuerzas para seguir adelante. Cun complicada es la mente! S que tengo que aprender a disociar estos dos temas, pero es ms difcil de lo que pensaba. Cada vez que voy a terapia me siento mal, muy mal. Al principio no entenda la razn. Posteriormente llegu a la conclusin de que el motivo de esta pesadumbre era el enfrentamiento con la realidad. Durante el ingreso tuve mucho, mucho tiempo para reflexionar. Recuerdo el da del ingreso. Era un lunes a finales de marzo. Antes de ingresar Marc me explica un poco el funcionamiento. -Esto es un rea psiquitrica con unas normas muy estrictas, me dice muy seriamente. Bueno, la verdad es que esto no me asustaba. Saba que me adaptara. Mi miedo radicaba en que all estaba obligada a comer. -Me encierran para cebarme como a un cerdo, eran mis pensamientos.

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    -Pues bien, comer todo, recuperar rpido mi peso para volver pronto a casa y volver a perderlo, mi cabeza no paraba de trabajar. Me pedan un peso mnimo de 57 kilogramos, que se corresponda a un IMC de 19, valor de referencia para conseguir el alta. Mi cabeza trajinaba todo esto, mientras esperaba en la sala de espera, junto a Margi, para que me ingresaran. Vino mi psicloga Julia, de nuevo muy, muy cariosa. -Tu ingreso es necesario y t lo sabes, me dijo rodendome por la cintura. Sent la necesidad de abrazarla y darle un beso. Aparecen dos enfermeras. Me despido de Margi, le entrego mi bolso de mano y acompao a las enfermeras. Se abre una puerta con llave, pasamos y se vuelve a cerrar. La sensacin de encierro no se puede plasmar en palabras. Miro por ltima vez a Margi y su expresin de cara era de una gran pesadumbre. Creo que ni ella ni yo nos podamos imaginar que las puertas se cerraban con llave, para evitar que alguien se escapara. Pensaba volverme ms loca an. Opto, una vez ms, por no pensar y dejarme llevar. Las enfermeras colocan mi maletn encima de mi cama y revisan pieza a pieza todo, absolutamente todo. Apartan las piezas eventualmente peligrosas: cordones, peluches etc. y las llevan a la habitacin nmero cuatro, que es donde las pacientes ingresadas dejan sus bolsos etc. y se cambian de ropa para salir a la calle. Este cuarto se encuentra fuera de la zona de hospitalizacin. Una vez controlado todo me tengo que quitar la ropa y me pesan y miden. Luego vuelvo a mi habitacin en la

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    que he de quedar aislada veinticuatro horas. Si no como todo lo que me dan, este aislamiento se prolonga. Me meto en la cama y decido no pensar. -Intentar dormir, pienso. La cama me protege, nadie me ve. Ni Pere ni sus compinches saben dnde estoy. Esto me da algo de seguridad. A las once entra un enfermero con la merienda matinal: una manzana. La como sin problemas. Todo bajo la ms estricta vigilancia. Tengo que ir al bao. Est cerrado con llave. Me abren la puerta y observan y controlan todo el tiempo. Aqu no existe intimidad alguna. Vuelvo a quedarme sola con mis pensamientos. No, no quiero pensar. Cierro los ojos para dormirme, cuando entra Marcel.la, la psicloga de hospitalizacin. La conoca slo de vista. Soy incapaz de levantarme. Ella me pregunta: -Sabes por qu ests aqu? Mi respuesta corta y directa: -Por no comer. -Y qu piensas de todo esto?, me sigue preguntando -No entiendo nada. No veo la necesidad de este ingreso y mucho menos que sea urgente, le respondo convencida. -Ests temblando. Tienes fro, verdad?, dice Yo asiento con la cabeza. Slo estoy tapada con una fina sbana y la colcha, igual de fina, tpica de los hospitales. -Sabes muy bien la razn de estar helada, prosigue.

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    La miro con extraeza, pues siempre he sido una persona friolera. -Se debe al estado de desnutricin en el que te hayas, aclara. Siempre con el mismo tema. Todo se debe a la desnutricin. Estoy harta de or cada da, cada hora, cada minuto, lo mismo. No tengo ganas de hablar. Slo quiero estar sola y que todos olviden mi existencia. Intento sonrer para que piense que estoy bien y me deje en paz. Ella me habla y yo escucho pero mis pensamientos estn muy lejos de all. As transcurre mi primer da. Me haban prescrito una dieta de unas mil caloras, porque mi organismo no estaba acostumbrado a recibir alimentos. La comida fue ligera y no constitua un gran problema. Adems, no merece la pena pensar, pues hay que comrselo s o s. La cena ya supuso un afrontamiento ms fuerte. Me haban puesto un trozo de pollo al horno. No pude con la grasa ni con la piel. La verdad es que dej el plato con bastantes restos. -Por hoy te lo dejo pasar, me dice la enfermera que supervisa los platos. -A partir de maana, no puedes dejar ni una miga. En caso de que no comas absolutamente se te aislar y adems se te obligar a tomar un complemento hipercalrico en forma de batido, me explic seria pero amable.

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    Escucho e intento memorizar todas las normas. Todo ello con un sentimiento de pasividad y dejndome llevar. -Intentar hacerlo todo bien, me deca Saba que si no cumpla con todas las normas tardara ms en poder ver a mi familia, a mis hijos. No verles ni tenerles a mi lado me desesperaba, me haca sufrir lo indecible. -Har lo que quieran y ordenen los loqueros, pensaba con prepotencia, as limito mi estancia en esta crcel al mnimo. En aquel momento era realmente una crcel para m. Todo estaba controlado. Cada tarde hacan revisin en las habitaciones, mirando hasta debajo de los colchones. Slo podamos lavarnos los dientes dos veces al da. No podamos tener nada en los baos. Todo estaba en las taquillas cerradas con llave etc. etc. Pensaba que todo el mundo estaba en mi contra. Nadie me entenda. En el fondo los locos eran ellos. Queran dominarme e imponerme sus ideas. Pues bien, lo harn durante un breve tiempo. Una vez fuera volver a hacer lo que considere oportuno, sin que nadie me controle ni obligue a hacer ciertas cosas. Ayer no pude escribir nada. Sigo las recomendaciones de los terapeutas para superar mi fobia. Tengo que acercarme poco a poco cada vez ms a mi zona cero. Pues bien, yo lo hago. Siempre acompaada por mi amiga Margi, nos vamos acercando cada vez ms al centro de Palma y a la oficina. Suelo aprovechar los

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    das en los que estoy mejor de nimo. Ayer fue un da de estos. Haba hecho todo bien con respecto a la comida y me senta fuerte y orgullosa de m misma. Fui a Palma y Margi y yo dimos nuestro paseo direccin a la oficina. LE V. Me qued en blanco unos segundos y despus dije a Margi: -All est Pere. Ella me dijo: -Aljate por esa callejuela y quedamos all. Voy a acercarme para verle mejor. De repente Margi haba desaparecido de mi vista y por la acera de enfrente de donde yo me mantena escondida, apareci Pere hablando con otra persona. Una angustia horrible se apodera de m. Senta pnico, me faltaba el aire y tena ganas locas de llorar y gritar. Crea que perda el control. -Tienes que dominarte. Hay mucha gente en la calle, me deca una voz interior. Me puse de espaldas y, en un momento que una furgoneta aparcada le tapaba, corr hacia otra callejuela paralela, pero l segua andando hacia mi direccin con el otro hombre. Buscaba desesperada un portal abierto para meterme pero no haba nada. Me encog lo mximo posible mirando hacia el suelo. As no me vera, pensaba yo. Estaba sola, en el sitio que tanto pnico me daba, a unos pasos de Pere y al lado de la oficina, de donde podran bajar Carmela o Natxa. Y encima me haba apartado del lugar en el que haba quedado con Margi. Cmo puedo tener tanto miedo a este hombre y a sus secuaces? Ser capaz algn da de enfrentarme a l? Me siento culpable, muy culpable.

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    Por mi cobarda quizs otra persona est aguantando una situacin similar. Con su carita angelical y una sonrisa realmente bonita engatusa al cliente y a los posibles nuevos empleados en la entrevista inicial. Al principio encantador. Poco a poco descubres una cara totalmente opuesta. No haba conocido nunca a nadie as. Lo peor de todo, a veces siento pena. Vuelvo a casa y no tengo ganas de hablar con nadie ni de comer, evidentemente. La recada acecha. Necesito hablar con Marc pero no tengo cita con l hasta dentro de dos semanas. Adems si mi peso no llega a 54 kilos se me castiga y no puedo tener mi terapia con l. Tengo que comer, tengo que comer, tengo que comer! Cunto me gustara acercarme a la oficina con Marc o Marcel.la. Con ellos me sentira protegida, pero es algo que no puedo pedirles. Voy a acostarme. Es mejor no pensar. Si lograra dormir! SUEO: Tengo terapia con Marc. Acudo pues puntualmente a la cita. Espero sentada en la sala de espera hasta que aparece y me pide que le acompae. Estoy sentada ante l en su consulta y de repente me dice: -Un momento, ahora vuelvo. Me quedo sola en la habitacin y unas voces se van acercando. Reconozco la voz de Marc y otra tan conocida por m. El terror se apodera de mi cuerpo y mi mente. -No puede ser cierto, pienso. -Marc no pude traicionarme de tal manera, sigo pensando.

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    Lentamente se van acercando cada vez ms las dos personas, Marc y Pere!, a la consulta. Mi vista pasa rpidamente por todos los posibles escondites. Debajo de la mesa no es posible, me vera enseguida. En mi desesperacin me levanto de la silla y me acurruco rpidamente en el rincn ms alejado, tapndome la cabeza. Hoy me he levantado triste, muy triste. Nadie se puede dar cuenta. Es el cumpleaos de Carlos, mi segundo hijo, y quiero que disfrute de su da. Aprovechar estos momentos en los que estoy sola, porque todos duermen an, y me desahogar contigo, mi libro personal, mi diario, que me escucha sin deprimirse. Reflexionando he llegado a la conclusin de que he cado en una enfermedad de la que es muy, muy difcil salir. El peso siempre acecha, sobre todo en momentos bajos. Yo, madre de cuatro hijos, que siempre he predicado que los extremos no son buenos y que en la vida hay que pensar siempre en los dems y no hacerles dao, estoy haciendo todo lo contrario. Me explico: pesarme veinte veces al da es una actitud obsesiva, o sea, un extremo. Odiar a Pere y a sus dos secretarias tampoco est bien. Al fin y al cabo Pere es el enfermo. -Es un psicpata, me haba explicado una psicloga. No s yo si realmente este tipo de personajes son conscientes de su comportamiento. S que Pere, a pesar de que nadie en la oficina le quera excepto Carmela y Natxa (se le describa como un falso), estaba convencido de su bondad y su encanto. El malo era Caet, su ntimo amigo y colega de oficina. Si l supiera que todos los empleados, excepto las dos seoras

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    secuaces, apoyaban al malo incondicionalmente. Caet era un grun que deca las cosas tal y como las senta. Con l tena una relacin estupenda, lo cual provocaba celos en Pere. Caet estaba enamorado de la forma de trabajar de Gabi y Pere no lo pudo aguantar, fue una frase de una compaera y amiga, que afortunadamente ya no trabaja all. He reflexionado mucho sobre estas palabras y creo que fue el punto de partida de todo lo que tuve que vivir. Cuanto mejor me llevaba con Caet mayores eran los maltratos de Pere, llegando a unos lmites difciles de describir y entender. Ironas, burlas, sadismo, insultos, gritos, pero siempre contenidos y de forma sutil. Enfermas poco a poco, pero no sabes realmente qu est ocurriendo. Te sientes culpable, tonta, nada de lo que haces est bien. Llegas por la maana pensando con impotencia: -Hoy que me espera? En el ingreso en la UTCA, es donde realmente he llegado a ser consciente de todo lo que haba pasado. All tienes mucho tiempo para reflexionar. Evadirse en muy difcil, sobre todo al principio. Mi lucha era doble: conseguir borrar de mi cabeza las constantes imgenes de la oficina y la comida. Me senta rodeada de enemigos, por la simple razn de que una vez ms tena que hacer lo que se me impusiera. Estaba indefensa, igual como en la oficina. Despus del primer da de aislamiento, poda salir a las once de la maana de la habitacin y reunirme con las otras pacientes ingresadas. En ese momento no pude contener las lgrimas. -Quiero estar sola, no quiero salir, fueron mis palabras.

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    Pensaba en mi casa, en mi familia, sobre todo en las ms pequeas. De vez en cuando entra una enfermera para acompaarme hacia el saloncito, pero cuando me ven as me dejan un rato ms sola. Finalmente vino una auxiliar que me dice enrgica pero cariosamente: -Vamos, lvate la cara y salimos. Me lleva al saln y all me saludan las que seran mis compaeras. Miro un poco a mi alrededor. Todas las pacientes estaban sentadas ante una mesa que serva de comedor y para hacer las terapias en grupo o manualidades. En el otro lado haba 8 sillones, en los cuales tenemos que hacer los reposos obligatorios tras las comidas: media hora despus del desayuno y una hora despus de la comida y cena. Todo bajo la estricta vigilancia de una enfermera o auxiliar. Me siento como una prisionera. Quisiera ser invisible o poder esconderme. Soy, sin embargo, consciente de que estoy en un territorio en el cual no tengo que sentir ningn miedo de ver a Pere. Esto me ayuda mucho el primer da en el que salgo del aislamiento de la habitacin. Pienso (cun equivocada que estaba!) que mi lucha sera slo con la comida. Estaba a salvo de mi torturador, o mejor dicho, mis torturadores. Me acuesto en el ltimo silln, el ms alejado de mis compaeras, con todos estos pensamientos. Me siento mejor all, ms aislada, sin tener que hablar. De vez en cuando la enfermera me pregunta: -No quieres sentarte con nosotras y hacer cajitas o bisutera? -No, gracias, respondo tranquilamente.

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    En mi interior gritaba: -Me queris dejar en paz? No me hablis! Olvidadme!. Pero claro, no poda decirlo abiertamente. Ellas lo hacan con su mejor voluntad. Cinco minutos antes de la una del medioda nos abren los baos. Siempre hay que ir al bao antes de la comida. Despus est totalmente prohibido, por razones obvias. A la una, puntual como un reloj, nos sentamos a la mesa. Las bandejas de la comida estn fuera y no te dejan ver su contenido. Recibes tu primer plato y cuando lo acabas te dan el segundo y despus el postre. No puedes dejar ni una miga de pan. Tienes un tiempo lmite. Ya sabes que si no cumples con las normas vuelven a aislarte en tu habitacin. Cada cuchara es un suplicio y eso que empiezas con una dieta hipocalrica porque no es bueno para el organismo atiborrarle de comida cuando lleva tanto tiempo sin recibir apenas alimentos. Nunca podr olvidar el segundo plato que me presentaron aquel da: una enorme hamburguesa. Me qued mirndola sin atreverme a tocarla. Cris, una compaera y amiga argentina me pregunt rindose: -Qu pasa? Respond susurrando (porque est prohibido hablar de comida): -Esta hamburguesa es monstruosa. Ella: -Qu dices? T la ves grande porque tienes la imagen distorsionada. En realidad es pequea.

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    Acab rindome y me la com. Me llev mi primera regaina de una auxiliar: -Dejas demasiadas migas de pan en la mesa. Tienes que comrtelo todo, absolutamente todo, me dijo -Ufff, aqu parezco un cerdo de engorde, dije a mis compaeras en voz baja. Te res pero en realidad sufres mucho, lo indecible, teniendo que comrtelo todo. La bscula est presente en tu cabeza y la aguja se mueve rpidamente. Poco a poco te vas acostumbrando, pero entonces ya te suben la dieta y vuelves a tener una lucha interior fuerte e indescriptible. Nos hacemos una pia todas las pacientes, pero curiosamente no nos damos ideas para hacer trampas. Por lo menos no en mi grupito. Me ayudan mucho. Con una de ellas, Vito, tengo una relacin especial. Va a ser y es una amiga ntima y una vez fuera nos ayudamos mucho. Despus de comer viene el temido reposo. Temido, porque tienes ganas de correr o saltar para eliminar el mximo de caloras posibles. Pero no, tienes que estar acostada y sin moverte. Es tambin hora de terapia individual. Prcticamente cada da hay terapia con la psicloga Marcel.la o con el psiquiatra Marc. Vienen a la sala-comedor y llaman al paciente con el que quieren hablar. Yo no quiero hablar con ninguno de los dos, contrariamente a la mayora. Tengo pnico de hablar sobre el trabajo. Quiero olvidarlo. Si hablo las imgenes sern ms fuertes y no podr soportarlo. Adems soy incapaz de llorar delante de ellos. Estoy constantemente con un nudo en la garganta. Cuando les veo en la Unidad me quiero hacer pequea, invisible.

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    Me llama Marcel.la. La sigo con miedo y pocas ganas de hablar. Simplemente respondo a sus preguntas. Lo hago de forma escueta para no meter la pata y que no se me escape algo que d lugar a hablar de Pere. Recuerdo que me sent en la cama y ella y una estudiante de psicologa en prcticas, en los dos sillones disponibles en cada habitacin. Yo no miraba a ninguna. Miraba el suelo y me concentraba en medir mis palabras. Saba que si empezaba a hablar se me escapara algo relacionado con la oficina y no quera, bajo ningn concepto, tocar este tema. Era algo que tena guardado para m. Ya me bastaba revivir las situaciones en mi mente y en mis sueos. Por otro lado, tambin tema que una palabra en falso podra prolongar mi estancia en la crcel, como yo llamaba la zona de ingreso hospitalario de la UTCA. -Me da la impresin de que crees que te vamos a hacer un lavado de cerebro y por eso no hablas, me dice Marcel.la. -No, respondo francamente. Un lavado de cerebro es precisamente lo que necesitara, para poder olvidar todo esto, pens sin verbalizarlo. Despus de responder algunas preguntas sobre mi familia y naturalmente sobre mi comportamiento hacia la alimentacin, da por terminada la sesin. Regreso a mi silln o butaca del saloncito. Me siento decada, muy decada. No tengo ganas de ver a nadie. Mis compaeras me preguntan, pero no me apetece hablar. Una compaera se me acerca y empieza a explicarme muchas cosas. Es agradable, cariosa. Parece un angelito. Me dice que se llama Vito y que me ayudar en todo momento. Quin

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    imaginara en aquel momento que iba a ser una de mis mejores amigas? Adems, est totalmente prohibido relacionarse con otras enfermas una vez fuera del hospital pero an en tratamiento. A las cuatro de la tarde se preparan para salir. Tienen ya tres horas de permiso para pasear, siempre acompaadas de un familiar. Me quedo sola con las enfermeras y auxiliares de turno. -Quieres hacer algo?, me preguntan. -No, gracias, respondo. -Podemos jugar a las cartas o a algn otro juego, insisten. Tena unas inmensas ganas de llorar, de estar sola. Era desesperante esta insistencia. Pero saba perfectamente que lo hacan por m, as que era incapaz de darles una mala contestacin. Demasiado sufran y aguantaban las pobres con nosotras. Me acurruco en mi silln e intento dormir. No puedo. Mi cabeza me traiciona como tantas veces y me recuerda la cara de asco y desprecio con la que me miraba Pere. Creo que esta expresin suya se quedar grabada en mi mente para siempre. Mis sentimientos son contradictorios: a veces me da pena y me siento culpable (algo habrs hecho para que reaccione as, pienso en esos momentos) y, otras veces, siento una rabia infinita, queriendo gritar a los cuatro vientos cmo es este personaje y cmo ha conseguido anularme por completo. Me ha robado mi alegra, mi seguridad, mi paz interior, y, cmo no, mi libertad. No hay nadie en el saloncito, puedo llorar. Soy incapaz de olvidar y encima no puedo consolarme controlando la comida. Estoy encerrada, como una

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    presa, no puedo ver a mi familia, sobre todo a mis hijos hasta el fin de semana y tengo que hacer exactamente lo que se me ordena, igual que en la oficina. -Pere, vete a la m.!, gritaba interiormente. -Dejadme en paz todos aqu. Slo queris hacerme engordar, sabiendo que me hace dao. Pere pudo dominarme pero la comida la domino yo y slo yo, segua gritando. stos eran mis nicos pensamientos, prometindome que por la noche no cenara. Al cabo de un rato, ya ms tranquila reflexiono: -Si esta noche no ceno me aslan y esto significa ms tiempo sin ver a mis hijos. Ellos me daban fuerza para hacer las cosas bien. Son las siete de la tarde. Vuelven mis compaeras de su salida. Se vuelven a poner el chndal o ya el pijama y hacemos la sesin de relajacin antes de la cena. Yo, la verdad, no consigo relajarme. Me torturan los pensamientos. Mantengo mi cuerpo inmvil para que parezca que participo. Creo que nadie se da cuenta. Cenamos. Luego el reposo de una hora con la televisin encendida. Podemos ver todo excepto programas de alimentacin o de esttica con referencia al peso corporal. Solemos ver siempre el mismo programa a base de juegos de palabras y posteriormente las noticias. Tras la hora de reposo hablamos un poco, leemos o jugamos (yo prefiero estar echada en mi silln sola). Tenemos que hacer tiempo hasta las once de la noche, pues a esa hora nos toca el resopn (un vaso de leche con caf o cacao y azcar obligatoriamente. A veces, en

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    dietas de refuerzo o hipercalricas, tambin un paquetito de galletas mara). Despus vamos todas al bao y a la cama. Mircoles, da de peso y pautas. Por la maana, antes de ducharnos pero despus de ir al bao, nos pasan de una en una a un cuarto donde est la temida bscula. Nos hacen quitar toda la ropa excepto las braguitas y subimos de espaldas a la bscula. Nos pesan ms veces a la semana pero el mircoles nos dicen lo que pesamos. La cara del paciente cuando sale del cuarto lo dice todo: He engordado un kilo, o no he engordado nada etc. etc. Despus nos duchamos y vestimos (o sea nos ponemos el chndal que es la nica prenda permitida aparte del pijama) y desayunamos. Se respira cierto nerviosismo porque esperamos a Marcel.la y a Marc para darnos las famosas pautas semanales (privilegios o castigos dependiendo del comportamiento durante la semana anterior y de la oscilacin del peso de cada uno). Todos esperamos con impaciencia. A m me dicen que ya puedo hablar por telfono cada da diez minutos con una persona y recibir una llamada de otra. Decido llamar a mis padres para tranquilizarlos y que mi familia sea mi llamada recibida. Adems puedo recibir visita diaria de mi familia a partir del sbado de cuatro a siete de la tarde!!! Qu alegraaaaaaaaaaa! Percibo que la parte ms dura del ingreso est prximo a su fin. Aunque tenga que quedarme unos dos meses podr ver cada da a mis nios!!! Hoy me he levantado bastante animada, aunque los pensamientos negativos me siguen avasallando. Estoy

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    recordando uno de esos das en la oficina en las que, como siempre, estaba sobresaturada de trabajo. Suena el telefonillo interior. Es Pere. -Gabriela, ven!, me dice. Me levanto y voy a su oficina y me lo encuentro medio recostado en su butaca de ejecutivo con los pies sobre la mesa y actitud pedante y soberbia: -Cierra la cortina, me ordena. Realmente soy su esclava y criada, siento como otras tantas veces. l, precisamente l, a quien yo haba dicho hace tiempo que no poda ser interrumpida constantemente cuando haca traducciones, pues eran siempre textos tcnicos complicados y en los que se precisa mucha concentracin, me llamaba sin parar para ordenarme hacer cosas que desde luego no me correspondan. Recuerdo cuando avis que iba a abandonar la oficina dndoles el plazo de dos meses, como ya he comentado anteriormente. Se acercaba ya el final del plazo y un da se me acerca Pere y se pone de rodillas a mi lado (demasiado cerca para mi gusto) suplicando: -No te vayas Gabriela, no nos dejes por favor. Yo estaba muerta de vergenza. No saba qu hacer. Esa fue realmente la primera vez que pens que algo no cuadraba. Sin embargo, fui tan tonta que alargu el plazo de permanencia en la oficina, porque no haban encontrado a ningn sustituto que les gustara. Puse mis condiciones: entre otras hacer slo horario de maana, para poder pasar la tarde con mis hijos.

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    Estuve un mes trabajando sin contrato y despus me hicieron fija. No s cmo me dej embaucar y segu all. Ese fue el mayor error de mi vida. Ya a las pocas semanas empez de nuevo mi calvario. Carmela y Natxa, me imagino que celosas por mis privilegios, me empezaron a abrumar de trabajo, sobre todo la ltima. Curiosamente Pere me haba dicho que Natxa me ayudara en lo que necesitara. Ayudarme? No paraba de mandar y observar mientras yo no tena tiempo para respirar. Todos, inclusive Pere, se daban cuenta, pero nadie deca nada. Por detrs los comentarios de los dems empleados eran mltiples pero claro, teman por su puesto de trabajo. Recuerdo una maana en la que yo ya estaba en mi sitio y empezaron a llegar los dems. Primero entra Carmela, me mira y sin saludar me dice: -La luz de fuera no funciona. Yo pens: -Pretende que la arregle yo. Al cabo de cinco minutos llega Natxa y me dice con cara muy seria y naturalmente sin saludar: -La luz de la entrada no funciona. Hay que mirar de cambiar la bombilla. Otra vez lo mismo. Ya basta, si les molesta que lo hagan ellas o llamen al servicio tcnico. Llega Pere y otra vez la misma frase: -Gabriela, la luz de fuera no funciona. Yo me deca para mis adentros: No lo hagas, no es tu trabajo. Ya te han humillado bastante obligndote a

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    vaciar papeleras, a mantener limpia la mesa de reuniones, a cerrar cortinas etc.etc. Permanezco pues impasible ante el asunto y sigo trabajando en mis traducciones y cartas al cliente. De repente sale Pere de su oficina y se coloca ante m y me dice: -Gabriela, arreglar la lmpara de fuera no es tan difcil. Slo hay que levantarse de la silla, mover los pies en direccin a la cocina y coger de all la escalera, traerla, subirse a ella y cambiar la bombilla. Su expresin reflejaba una mezcla de soberbia, burla y desprecio. Yo ya no entenda nada. Tanto teatro para que no abandonara la oficina! Ese da por fortuna y ya bajo los efectos de medicamentos, prescritos naturalmente por mi mdico de familia, me sublev y le dije tranquilamente: -Yo no voy a arreglar la lmpara ni a cambiar la bombilla. Si quieres te ayudo y te traigo la escalera. Su desconcierto era bien patente y yo me senta por fin vencedora. Era la primera vez que haba tenido fuerza para negarme a hacer algo. Pens que a partir de ahora se me respetara ms. Naturalmente ocurri todo lo contrario. Todas estas imgenes se repetan constantemente durante mi ingreso. Intentaba encontrar una respuesta a todo, pero era imposible. Mi deseo de aislarme era cada vez ms intenso. No quera que nadie leyera mis pensamientos. Segua temiendo las horas de terapia individual. Cada vez que entraban la psicloga y el psiquiatra en la zona de hospitalizacin me pona tensa y rezaba para que no me llamaran. Quera pasar desapercibida y me colocaba en el sitio menos visible,

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    o, si era la hora del reposo, me haca la dormida. Mis compaeras se rean pero me apoyaban. Claro que estas tretas no servan para mucho. Admito que era una paciente difcil por no expresar mis sentimientos. Sumida en estos pensamientos oigo: -Gabi, puedes venir por favor?, es la voz de Marcel.la. El corazn me da un vuelco. Me levanto y la sigo hasta mi habitacin. All ella se sienta en una butaca y yo en la de al lado. La estudiante en prcticas se sienta en mi cama y observa totalmente en silencio. Tiene una cara muy agradable y me siento respaldada. Tengo como siempre un mal da aunque intento disimularlo sonriendo. -Cmo te encuentras?, me pregunta Marcel.la. La miro sonriendo y respondo: -Muy bien, gracias. Empezamos a hablar de la imagen corporal. La tengo bastante distorsionada. -Quin de tus compaeras te parece demasiado delgada?, me pregunta. Pienso y le digo un nombre, Vito. Las dems, aunque se supone que tambin estn por debajo del peso ideal, las veo bien. -Curioso, me dice, ves a tu compaera demasiado delgada y no te das cuenta de que t lo ests ms. En esos momentos tengo ganas de gritar. Pienso que todos estn ciegos. No veis mi grasa? Qu os pasa? Por qu intentis engaarme? S perfectamente que

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    estoy gorda y vosotros slo pensis en cebarme ms y ms. -Vamos a cambiarte de dieta. Aumentaremos las caloras, aade. S, claro, pienso, Estis compinchados. No paris de insistir en que estoy desnutrida. Desnutrida yo? A m no me engaa nadie. Poco a poco se va desviando la conversacin. Mi cuerpo se pone tenso y en alerta. NO ME HABLES! DEL TRABAJO, NO, NO Y NO!!! La psicloga permanece unos segundos en silencio. A m me parecen una eternidad. Miro al suelo, no puedo mirarle a los ojos. Tengo una opresin inmensa en el pecho. Quisiera abrazar mi almohada o algo para sentirme ms protegida pero no tengo nada a mano. De repente la temida pregunta: -Qu te pas en el trabajo? La opresin era tal que no poda abrir la boca. -Te gritaban, te hacan sentir tonta, insista ella. La miro suplicante pidiendo en silencio: -Djame por favor! No me hagas esto!. Cunto deseaba en ese momento que me estrechara fuertemente entre sus brazos, pues me senta totalmente desvalida, con mucho miedo y necesidad de proteccin. -Por qu no lloras? Ests deseando llorar. Llora! Desahgate!, me dice con firmeza y voz tajante. No poda y la vuelvo a mirar suplicando interiormente: BASTA!. Un nudo en la garganta me impide hablar. Quiero estar sola y por otro lado quiero que te

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    quedes. Tengo miedo, miedo de hablar, miedo de recordar, miedo de la vida. Quiero esconderme debajo de las sbanas o acurrucarme en un rincn y que las paredes me protejan. Parece que est leyendo mis pensamientos, me sonre cariosamente y se despide. Ha terminado la sesin pero yo sigo con el nudo en la garganta. No puedo ni quiero salir de la habitacin, aunque tampoco nos dejan quedarnos all. Necesito unos minutos para recomponerme. Me escondo en una esquina que no se ve desde la ventanilla de la puerta y empiezo a llorar. No puedo parar pero no quiero que alguien me vea as. S que en cualquier momento puede entrar una enfermera o una auxiliar. Intento controlarme, respiro hondo un par de veces y salgo. Veo que Marcel.la est hablando con Sofa, la enfermera de turno, en el office y la puerta est cerrada. Me voy a la salita y me acurruco en mi silln. Tengo un libro en mis manos para que parezca que leo. As nadie intentar hablar conmigo. La psicloga ya se ha ido y Sofa no para de seguirme. No me deja ni un segundo sola. Voy a la habitacin para coger pauelos de papel y a los dos segundos est ella all. Le digo: -Ahora voy al saln. Ella permanece en la habitacin a la espera. No consigo que me deje sola. Parece mi sombra y me siento muy presionada.

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    Es, como todas en la UTCA, una enfermera muy cariosa y dulce. Su manera pausada de hablar es un sedante. Sin embargo, es un momento en el que quiero estar sola, en mi intimidad. Creo que temen que pueda hacer alguna tontera. Pero lo cierto es que, en esos momentos, soy incapaz de maquinar alguna forma de escapar de la vida, ni de lesionarme. Adems nunca me he autolesionado, accin, parece ser, no tan inusual entre los que padecemos trastornos de alimentacin. Poco a poco me voy adaptando y encontrando mejor, aunque el no poder salir a la calle me agobia cada vez ms. Este fin de semana ya puedo recibir visita de mi familia y naturalmente de Margi, que est sustituyndome en mis funciones de mam. Lo hace mejor que yo. Mis hijos y marido la quieren muchsimo. Es realmente parte de nuestra familia. El sbado, puntuales, a las cuatro de la tarde, aparecen todos. No pueden entrar ms que dos a la vez, pero como todas mis compaeras han salido de fin de semana (tienen el alta ya muy cerca) hacen una excepcin y entran en dos turnos de tres personas. Primero entra Margi con mis dos hijas. La mayor llora y se abraza a m fuertemente. La pequea, con una madurez inusual a su edad, me abraza y me pregunta: -Mam, has engordado ya algo? Es lo nico que le preocupa, pues sabe que cuanto antes alcance el peso exigido, antes vuelvo a casa. Verlas me parte el corazn y al mismo tiempo siento una alegra infinita. Estamos un buen rato juntas, salen

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    y entran Francisco, mi marido, y los dos nios, que son los mayores. Ellos se quedan tan solo un ratito para volver a dejar entrar a las nias. Qu corta se me hizo la tarde! Cmo aoraba a mi marido y a mis hijos! A las siete de la tarde se tienen que ir, pero ya no es una despedida, porque a partir de este momento, siempre y cuando yo haga las cosas bien, nos podemos ver cada da. Empiezo a hacer laborterapia. Descubro que hacer bisutera es algo relajante y realmente precioso. An en la actualidad hago cada da. Es una buena manera para que el tiempo pase ms rpido y, a su vez, una forma de evasin. Pasa el fin de semana y vuelven mis compaeras. Todas vienen animadas y cuentan lo que han hecho. Traen el registro de alimentacin que es controlado por la enfermera. Una de ellas, Cris, ya slo permanecer tres das ms ingresada. Ella no quiere irse. -He encontrado aqu una paz interior que nunca tuve fuera, dice. Creo que puedo entenderla. Dentro de la UTCA es relativamente fcil hacer las cosas bien. Te lo dan todo hecho. Simplemente has de respetar las normas. Cuando sales te tienes que enfrentar a la realidad y ser muy fuerte. Adems est el proceso de adaptacin, como tras un largo viaje. Su vida fuera era dura y tena miedo de afrontar sus problemas. Los das transcurren de forma muy organizada. En el saln hay un horario colgado en la pared. A m me gusta mucho este orden. Lo necesito. Slo hay dos cosas que temo: la hora de la comida y la terapia.

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    Despus de la comida, en el reposo, oigo los pasos de Marc y me intento esconder. Qu absurdo!: pienso que si miro hacia otro lado no me ve y no me llama. Mi corazn empieza a latir fuertemente. Me tapo con una chaqueta. Pero no me salvo. Oigo su voz que dice: -Gabriela, puedes venir? Me levant