critica de la razon neocolonial

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critica de la razon neocolonial

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    Aunque no escaseen las obras acadmicas o populares sobre Jean-Paul Sartreo sobre los intelectuales con los que debati en la Francia de posguerra, amedida que crece su nmero, los temas de los que se ocupan tienden a men-guar en proporcin inversa: amistades, amoros y rias aparecen entrelaza-dos en narraciones moralizantes ms amplias sobre supuestos deslices deSartre en relacin con los campos de internamiento y los juicios-farsa en laUnin Sovitica y los regmenes satlite en Europa oriental. Esta tradicin en-contr un estridente paladn en Tony Judt, cuyo Past Imperfect (1992) [ed.cast.: Pasado imperfecto, los intelectuales franceses 1944-1956, Taurus, 2007]trataba del silencio o complicidad de los intelectuales dentro y fuera del PCFque, en nombre del proletariado y de la lucha de clases, contribuyeron in-sistentemente a la legitimacin del sometimiento de los pases satlite. Des-de entonces se ha ido consolidando cierto consenso metodolgico en tornoa la obra de Anna Boschetti [ed. cast.: Sartre y Les Temps Modernes, BuenosAires, Nueva Visin, 1989], entroncada en la escuela del socilogo PierreBourdieu, que interpreta la larga carrera de Sartre a travs de la lente de laautopromocin competitiva tendente a la acumulacin de capital intelectual.

    Esos enfoques, dominantes desde mediados de la dcada de 1980 cuandomenos, necesitan una revisin. No slo es que hayan envejecido mal des-de las polmicas suscitadas por el final de la Guerra Fra, sino que solanpresentarse en el marco de mojigatos autos sacramentales antitotalitarios,con una mise-en-scne bastante rudimentaria, que asignaba a Sartre el pa-pel de Judas e ignoraba prcticamente su porfiado anticolonialismo: mul-titud de ensayos, artculos periodsticos, conferencias, entrevistas, cartas ygiras muy publicitadas, desde el periodo de la inmediata posguerra hastala dcada de 1970. Una parte de Europa sobre la que los franceses no ejer-can control ha oscurecido los debates sobre el vasto imperio cuyo desti-no Francia nunca dej voluntariamente de dirigir. Sartre proclam la nece-sidad de la independencia colonial mucho antes que sus censores morales,e hizo ms que la mayora de ellos por asegurar su realizacin prctica.

    ALEXANDER ZEVIN

    CRTICA DE LARAZN NEOCOLONIAL*

    * Paige Arthur, Unfinished Projects: Decolonization and the Philosophy of Jean-Paul Sartre,Londres y Nueva York, Verso, 2010, 233 pp.

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    ATal revaluacin es necesaria, no slo para dar coherencia a los diversos ale-gatos tericos de Sartre sobre el racismo y el antisemitismo, la amplitud yconfiguracin de la libertad humana o el significado del compromiso lite-rario, sino tambin para apreciar la constelacin intelectual en la que esta-ba inserto. Les Temps Modernes, la revista que fund en 1945 junto a RaymondAron, Simone de Beauvoir, Michel Leiris, Maurice Merleau-Ponty, AlbertOllivier y Jean Paulhan, adopt desde un principio una actitud firmemen-te internacionalista. Sartre y Beauvoir tambin viajaron repetidamente enmisiones intensivas de comprobacin de hechos. La informacin que reu-nieron sobre las relaciones intertnicas en Estados Unidos durante sus via-jes en 1945 y 1947, respectivamente, apareci transformada en novelas,memorias, reportajes y piezas teatrales. Su viaje a Cuba en 1960 dio lugara entrevistas, conferencias y artculos destinados a dar publicidad a la re-volucin en todo el mundo.

    Su crtica del racismo, el colonialismo y el neocolonialismo, cada vez msacerada, fue extensa y variada. Present el problema racial en Estados Uni-dos como tema de varias obras al finalizar la guerra, incluida la pieza tea-tral de 1946 La Putain respectueuse, ambientada en algn lugar del sur, enla que una prostituta duda en proteger a un hombre negro acusado de ha-berla violado. La contribucin de Sartre al primer nmero de Prsence Afri-caine (1947) y su introduccin a una seleccin de poetas francfonos en 1948marc su temprana apreciacin del movimiento de la ngritude y del im-portante papel que sus poetas podan desempear, al remodelar la lenguafrancesa para sus propios fines, en el proceso de emancipacin colonial.Ya en 1956 Sartre argument en su estudio El colonialismo es un sistemacontra la idea de que las reformas econmicas pudieran atenuar sustancial-mente la reivindicacin poltica bsica de la independencia argelina (LesTemps Modernes tambin lo hizo, un ao antes, en LAlgrie nest pas laFrance). Su prefacio en 1962 a los escritos polticos de Patrice Lumumbaanalizaba los retos que afrontaban los nuevos estados independientes en unmundo en el que haban surgido nuevas formas de dominacin como sus-tituto de la colonizacin formal. En 1967 Sartre acept presidir el TribunalRussell sobre los crmenes de guerra estadounidenses en Vietnam, y aun-que su salud haba comenzado a deteriorarse seriamente, su activismo semantuvo durante la dcada de 1970.

    Pese a la amplitud cronolgica y temtica de esos escritos y al cambio dedireccin del viento, que llevaba a los analistas a priorizar las historias glo-bales del imperio, se les ha prestado poca atencin sistemtica, ya sea enfrancs o en ingls. Unfinished Projects: Decolonization and the Philo-sophy of Jean-Paul Sartre, de Paige Arthur, junto con la traduccin al inglsde algunos de los escritos anticoloniales de Sartre, publicados en 2001 porRoutledge (Gallimard los haba publicado originalmente en francs en 1964como Situations V), sugieren un renovado inters entre los analistas angl-fonos por este aspecto de la obra de Sartre. El estudio de Arthur dedica ladebida atencin a sus escritos anteriores a la dcada de 1960, intentandosituar su muy famoso y controvertido prefacio a Los condenados de la tie-

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    A rra, de Franz Fanon (1961) [ed. cast.: Txalaparta, 1999], en el contexto deun compromiso continuo y menos circunstancial con el Tercer Mundo. Sucontribucin a la ms reciente sedimentacin acadmica sobre Sartre esdoble: por un lado, llena un vaco en los feuilletons biogrficos reunidospor Annie Cohen-Solal y Bernard-Henri Lvy, que omiten cualquier men-cin al anticolonialismo de su protagonista antes de 1961; por otro, com-parando ese prefacio con otros escritos de Sartre sobre el colonialismo yel neocolonialismo, sugiere que su actitud hacia la violencia nunca fue lau-datoria ni curiosamente ambivalente, sino histricamente justificada y ex-cepcionalmente coherente.

    Su atencin simultnea a los escritos filosficos de Sartre y a la forma enque cuestionan, modifican o crean marcos tericos en los que entender suanticolonialismo se concentra en cuatro momentos particulares: un tempra-no conjunto de obras, desde la publicacin de El ser y la nada en 1943 hastalos Cuadernos para una moral de 1948*; el periodo entre 1957 y 1960, enel que escribi y public la Crtica de la razn dialctica, en parte comorespuesta a los acontecimientos de Argelia; a continuacin, el tercermun-dismo del que hizo gala en ciertos textos sobre el Congo, Vietnam y Boli-via, de 1962 a 1968. Los ltimos captulos contienen una evaluacin de lasintervenciones de Sartre en favor de los obreros inmigrantes y los movi-mientos nacionalistas en Francia y Espaa a principios de la dcada de1970. Esos aos de la gauche proltarienne ofrecen lecciones para la Fran-cia actual, donde la mencin de boquilla de los derechos humanos no lo-gra encubrir el fracaso de los planes polticos enfocados a la integracin yasimilacin de los immigrs.

    Lo que Arthur acaba presentando es menos una genealoga que una espe-cie de polinizacin cruzada entre las ideas filosficas de Sartre y su antico-lonialismo. Su introduccin Orfeo negro a la seleccin de poetas franc-fonos [Anthologie de la nouvelle posie ngre et malgache (PUF, 1948)],realizada por el que ms tarde sera el primer presidente de Senegal, Lo-pold Sdar Senghor, presentaba la poesa de la ngritude como quintae-sencia de la literatura comprometida, concepto elaborado anteriormentepor Sartre en su presentacin de Les Temps Modernes en 1945 y desarrolla-do en las sucesivas entregas de su ensayo Qu es la literatura? a lo largode 1947. Las pginas de los Cuadernos para una moral publicadas en Com-bat en 1949 describan la mala fe de los propietarios de esclavos en el surestadounidense, obligados a reconocer su pertenencia al gnero humano(tanto en las precauciones tomadas contra la posibilidad de su huida comoimpidiendo que aprendieran a leer y escribir), para luego reducirlos al es-tatus de subhumanos, una categora a la que Sartre volvera repetidamentepara describir el racismo de los colonos en Argelia. El compromiso de Sartrecon los negros norteamericanos en la inmediata posguerra resulta especial-mente significativo, argumenta Arthur, porque le llev a entender que el co-

    * Publicados pstumamente por Gallimard en 1983 [N. del T.].

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    Alonialismo europeo se apoyaba en un racismo estructural. En 1946 dedicnmeros especiales de Les Temps Modernes a Estados Unidos, con relatos deRichard Wright y su Introduccin a Black Metropolis, de Horace Cayton Jr.y St Clair Drake. Sartre describa cada uno de aquellos artculos como unrostro, un visage inquiet, dune mouvante libert. En su contribucin a lanueva revista Prsence Africaine, de Alioune Diop, adverta, no obstante, con-tra la complaciente indignacin francesa frente a la segregacin en EstadosUnidos. Los pocos senegaleses, martiniqueses o congoleos a los que se per-mita quedarse en Francia esos atractivos y educados extranjeros que bailancon nuestras mujeres o frecuentaban conciertos y estudiaban en las univer-sidades parisinas eran rehenes y smbolos, cuya aparente igualdad en lametrpoli tena como contrapartida su estricta exclusin de la sociedadblanca en las colonias. Quiz vale la pena insistir en el extraordinario inter-nacionalismo de Les Temps Modernes. Tan slo entre 1945 y 1951 aparecie-ron en sus pginas diecisiete artculos sobre Indochina, y treinta y uno so-bre las luchas independentistas en Madagascar, Costa de Marfil, Martinica,Guadalupe, Sudfrica y Argelia. En la dcada de 1960 esa cobertura se ex-tendi al Congo, Guinea-Bissau, Ruanda, Angola, China, India, Laos, Vietnam,Egipto, Brasil, Cuba, Tahit y los movimientos por los derechos civiles y elpoder negro en Estados Unidos.

    Orfeo negro es el ncleo determinante de la investigacin de Arthur. Laadmonicin de Sartre a los lectores blancos comenzaba con una mencin delas desafiantes miradas cruzadas en El ser y la nada: Pensabais acaso quecuando se alzaran de nuevo leerais la adoracin en los ojos de esas cabe-zas que nuestros padres obligaron a humillarse hasta el suelo?. Y prosegua:Ah tenemos negros en pie, mirndonos, y espero que sintis como yo elestremecimiento de ser mirados. La poesa de la negritud era la nica revo-lucionaria que se escriba en francs, y el desgarrado lirismo de Csaire notena nada que envidiar a los residuos surrealistas de luard o Aragon. Perola negritud y la idea de un alma negra, insista Sartre, eran reivindicacionestransitorias. Los negros diferan de otras vctimas del capitalismo: no podanoptar por negar su diferencia, como podan hacer algunos judos, y, a dife-rencia de sus colegas blancos, un campesino o un obrero negro, oprimidoen su raza y debido a su pertenencia a ella, tena que cobrar conciencia enprimer lugar de esa pertenencia. El reflejo identitario era la condicin pre-via para una solidaridad ms amplia con la clase obrera europea. Como esel ms oprimido escriba Sartre, en una reformulacin de la frase de Marxa la que volvera insistentemente durante la dcada de 1960, al esforzarsepor su propia liberacin, acomete necesariamente la liberacin de todos.

    Esos textos de finales de la dcada de 1940 presagian las cogitaciones so-bre la alteridad y la formacin de grupos revolucionarios fuera de las co-lectividades serializadas en la Crtica de la razn dialctica, el siguientepaso en la revisin que Arthur realiza de las perspectivas filosficas de Sartre.Aunque le preocupen menos los aos intermedios, la propia Crtica sirvede fundamento para posteriores reflexiones sobre la tica de la violencia. Elanlisis de Argelia en la Crtica gira en torno a dos ejes conceptuales: las

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    A estructuras prctico-inertes erigidas por colonizador y colonizado y las pra-xis o vnculos de alteridad y reciprocidad entre individuos y grupos. Encuanto al primero, Sartre presenta la historia de la colonizacin francesa enel norte de frica desde Carlos X y las pacificaciones del gobernador ge-neral Bugeaud, centrndose en el papel de los bajos salarios como fuerzaimpulsora de la expansin francesa del siglo XIX y en la necesidad de man-tenerlos bajos para que colonizador y colonizado mantuvieran sus respec-tivos estatus durante el siglo XX. Al llegar la dcada de 1950 la nica res-puesta posible a una historia de expropiacin y explotacin, conquista yocupacin era devolver la pelota a la metrpoli mediante una praxis par-ticular, encarnada en el FLN. Para Arthur la defensa de la violencia revo-lucionaria del FLN en el prefacio a Los condenados de la tierra al ao si-guiente debe leerse en el contexto de la Crtica, por dos razones. El rechazode Sartre a cualquier solucin de compromiso se explica meridianamentea la luz de su informe sobre la violencia petrificada: la poltica del presidenteJules Ferry durante las ltimas dcadas del siglo XIX, la creacin de los pri-meros bancos coloniales y transportes martimos, el ejrcito a la vez comoinstitucin y como mquina de guerra, junto con los administradores co-loniales, haban convertido la violencia en la relacin fundamental de la vidacotidiana en la Argelia francesa. Por otro lado, su pesimismo de la inteli-gencia templaba el retrato un tanto apasionado del FLN y sus perspectivaspolticas en el prefacio. En la Crtica Sartre era consciente de la tendenciade los grupos-en-fusin a recaer en colectividades seriales o a replegarsehacia adentro, lo que poda dar lugar a un bao de sangre fratricida. La cr-tica de su adhesin a la violencia planteada por Raymond Aron y torpe-mente retomada por Judt resulta bastante insostenible. Para Sartre, la luchaarmada no era una forma de negacin imprescindible en la ruta hacia lalibertad, ni un fin en s misma, sino un instrumento de contraviolencia alque los obreros, los campesinos o los colonizados recurran en determina-das situaciones histricas.

    Durante la dcada de 1960 se produjo un giro de los acontecimientos pa-recidamente contradictorio para Sartre: por un lado la erosin de su pree-minencia en Francia, debido al reto planteado por el estructuralismo; porotro, el inicio de una nueva fase de importancia intelectual y poltica anun-ciada por la Crtica de la razn dialctica. Ese inicio, indica Fredric Jame-son, coincidi con la Revolucin cubana, la radicalizacin del movimien-to por los derechos civiles en Estados Unidos, la intensificacin de la guerrade Vietnam y el desarrollo a escala mundial del movimiento estudiantil. Enel Tercer Mundo, la capacidad revolucionaria de los colonizados, en la queantes haba insistido tanto Sartre en ensayos como Orfeo negro, haba vuel-to como movimiento y coyuntura. Sartre estaba profundamente implicadoen todos ellos: la firma del Manifiesto de los 121 en 1960; los prefacios alos textos de Fanon en 1961 y de Lumumba en 1963; las intervenciones endefensa de Rgis Debray, la presidencia del Tribunal Russell sobre los crme-nes de guerra en Vietnam y las visitas a Egipto e Israel en 1967. Arthur podrahaber incluido tambin su viaje con Simone de Beauvoir a Cuba en 1960,una escapada personal y poltica para evitar ahogarnos en la miseria fran-

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    Acesa. Los encuentros con el Che Guevara y los estudiantes universitariosen La Habana, las salidas al campo en compaa de Fidel Castro y la asis-tencia al funeral por las vctimas de la explosin de La Coubre ejercieronun profundo impacto sobre Sartre. Apoy la joven revolucin, necesitadade amigos en el extranjero, como un modelo popular slo parcialmenteprevisto en la Crtica. En el verano de 1960 public en la revista FranceSoir un reportaje en diecisis entregas titulado Tormenta sobre el azcar,al tiempo que argumentaba en foros de debate, entrevistas y ensayos quelos cubanos estaban forjando su ideologa a partir de la praxis, radicalizn-dose como respuesta a las presiones externas desde Estados Unidos y a lanecesidad objetiva de alterar el proceso de produccin en su economa demonocultivo. En 1968, demasiado enfermo para viajar a una conferenciacultural internacional en La Habana, escribi al peridico Granma: Creoque en el momento actual es en Vietnam, Cuba y Latinoamrica donde esten juego el propio destino de Europa. Arthur entiende que sta y otras ex-presiones parecidas de intelectuales occidentales en apoyo al Tercer Mun-do representaba una nueva tica de responsabilidad personal, basada enla idea de que, en un mundo cada vez ms interconectado, las acciones de lagente pueden tener consecuencias a distancia. A fin de explicar este girotico se concentra en tres momentos particulares del compromiso de Sar-tre: su prefacio a los escritos y discursos de Patrice Lumumba, asesinadoen el Congo en 1961 por fuerzas rebeldes respaldadas por Estados Unidosy Blgica; sus conferencias en Roma en 1964; y su presidencia del TribunalRussell.

    El prlogo de Sartre es un sutil retrato de Lumumba y de las fuerzas queconspiraron, tanto en su propio ascenso social como volu colonial comoen la forma, tutelada por Blgica, bajo la que se desarroll la descoloniza-cin, para derrotar su esfuerzo por una independencia real para el Congo;pero cabe argumentar que la tica es una caracterstica ms prominentean en las conferencias de Roma y en las declaraciones del Tribunal Russell.En las primeras, argumenta Arthur, Sartre intent asentar una base tica parala resistencia frente al colonialismo y al neocolonialismo, que convertan alos individuos en subhumanos cuyo acceso a la condicin humana se con-ceba en trminos estrictamente pasivos. Para los colonizados, la libertadreal significaba arriesgar la propia vida para obtenerla. En el ensayo Ge-nocidio, que Sartre escribi en relacin con el Tribunal Russell (publicadoen esas mismas pginas), Arthur encuentra otro ejemplo de su tica de losdesfavorecidos. La asimetra de poder entre Estados Unidos y su enemigocampesino significaba que cualquier guerra en Vietnam tena que ser, porfuerza, genocida. Las tcticas de guerrilla empleadas por los vietnamitas,las nicas con las que tenan alguna probabilidad de xito, hacan sospe-chosa a toda la poblacin. Dado que los nicos enemigos visibles eran losciviles, su exterminio se convirti en condicin para la victoria. El impe-rativo moral de resistir funcionaba en ambas direcciones. Estadounidensesy europeos tenan la responsabilidad de apoyar a los vietnamitas, quienes,al resistirse a los designios hegemnicos de Estados Unidos, estaban lite-ralmente combatiendo por todos nosotros.

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    A Aunque la ceguera y otras dolencias frenaron su ritmo durante gran partede la siguiente dcada, Sartre sigui contribuyendo con textos como El Ter-cer Mundo comienza en la banlieue y El nuevo racismo, as como con al-gunas conferencias cortas sobre el tema de la inmigracin y los obreros in-migrados, o el de los derechos nacionales de vascos, bretones y otros en suprlogo a Le Procs de Burgos [ed. cast.: Venezuela, Monte vila Editores,1972], aplicando anlisis del colonialismo desarrollados anteriormente a nue-vos contextos en el interior de Europa. Sartre explicaba en El Tercer Mun-do comienza en la banlieue que, del mismo modo que las metrpolis ha-ban importado anteriormente materias primas de sus colonias, hoy extraande ellas fuerza de trabajo humana: obreros no especializados cuyos bajos sa-larios permitan a Francia seguir siendo competitiva en Europa y a los que,como en el Congo, se les negaba formacin profesional debido a su raza.El proceso de reconstruir en su interior las colonias que haba perdido [enel exterior] se materializaba fsicamente en los barrios que crecan alrededorde Pars y en la farsa de la clandestinidad, el tipo de inmigracin preferidopor los empresarios. Era un rgimen laboral ideal, en el que los obreros es-taban bajo la permanente amenaza no slo del despido, sino de la expulsin.Al ao siguiente la abogada y defensora de los derechos civiles Gisle Ha-limi acudi como observadora al consejo de guerra sumarsimo contra die-cisis miembros de ETA en la ciudad de Burgos y public un volumen al queSartre contribuy con un prlogo, en el que argumentaba que el xito delas luchas de liberacin nacional en Cuba, Argelia y Vietnam haba suscita-do movimientos anlogos en Europa, donde las divisiones geopolticas co-menzaban a parecer tan arbitrarias como los departamentos impuestos porla fuerza en Argelia. Sus militantes, espabilados por las luchas del TercerMundo, tenan, adems, todo el derecho a defender su singularidad lings-tica y cultural, frente a un universalismo abstracto impuesto por el Estadocentralizador. Pese a su sagaz previsin, esas ltimas intervenciones fueronignoradas por el Partido Socialista francs, como observa Arthur, en favor deuna nueva forma de universalismo que valoraba los derechos humanospor encima de la proteccin de identidades particulares.

    Los Unfinished Projects de Arthur llevan la marca de las condiciones en lasque se escribi el libro. Su inters por la defensa de los derechos humanosy la responsabilidad global, la tica de la violencia, la justicia internacio-nal y la identidad cultural responde tanto a las tendencias acadmicas dela historia intelectual como a las ocupaciones de Arthur desde que aban-don la direccin de Ethics & International Affairs en 2006, pasando a ocu-par la vicedireccin de investigacin del International Center for Transitio-nal Justice, una ONG financiada por la fundacin Ford, cuya oportunapresencia en la antigua Yugoslavia, Sierra Leona o Iraq, donde todava nose ha asentado el polvo levantado por la intervencin, alienta a los que to-man las decisiones a perseguir los abusos de antiguos regmenes contra losderechos humanos. La atencin de Arthur hacia la tica sartreana se vemodulada por su trabajo en un centro que ofrece orientaciones sobre lasgrandes cuestiones morales de la guerra, la paz y la justicia social. Si la in-fluencia de la revista prointervencionista antes mencionada, que dirigi

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    Adurante ms de cinco aos, es evidente en el tipo de cuestiones que plantea,Unfinished Projects es, sin embargo, hasta cierto punto crtico sobre el girohacia los derechos humanos y la poltica identitaria. Aun as, su positiva su-gerencia, en principio agradablemente imprecisa que el valor de uso ac-tual de Sartre reside en ayudarnos a repensar nuevas relaciones entre iden-tidad y democracia en la era de la globalizacin, podra ser menosaquiescente de lo que suena.

    Resulta notable que en un estudio aparentemente dedicado a relacionar lahistoria de la descolonizacin con la obra filosfica de Sartre, las propiasguerras coloniales las principales insurrecciones, batallas y derrotas; loscismas parlamentarios, investigaciones y escndalos que provocaron; y laaparentemente continua amenaza de intervencin de De Gaulle al frentedel Ejrcito* sean raramente mencionadas. El libro de Arthur le hace a unosuponer que Sartre entr en la lucha anticolonial gradualmente pero antesde tiempo, y que su compromiso literario de posguerra prevaleca de algnmodo sobre los encuentros empricos con cuestiones raciales en EstadosUnidos y en Francia, permaneciendo el humanismo en su horizonte filos-fico durante las tres dcadas siguientes. Los lectores que deseen conocerla historia del anticolonialismo de Sartre tienen, no obstante, derecho apreguntarse por qu puerta les propone entrar Arthur. El resultado de suformulacin inicial que la teora del colonialismo de Sartre se basaba tan-to en un anlisis de las fuerzas materiales (esto es, econmicas) que danlugar al desarrollo de estructuras de explotacin, como en un anlisis delas condiciones fenomenolgicas de opresin que sitan a los individuosen relaciones de reconocimiento asimtricas lleva, sin embargo, a la de-saparicin de la primera variable y al dominio analtico de la segunda. Lacronologa individual cede el paso a una homologa imagista**, y el estu-dio de los textos individuales salta veleidosamente entre artculos y entre-vistas de distintas dcadas (un comentario de Sartre en 1967, afirmandoque slo un enfoque histrico puede explicar al hombre, le sirve para in-troducir el reto planteado por la antropologa estructuralista de Lvi-Straussdurante la dcada de 1950), u opta por volver, una y otra vez, a cuestio-nes tratadas fragmentariamente en otros lugares.

    A diferencia de Noureddine Lamouchi en Jean-Paul Sartre et Le Tiers Monde(1996), por otra parte excelente, Arthur se niega acertadamente a dividir laobra de Sartre entre un temprano anticolonialismo abstracto y humanistay una radicalizacin total a partir de 1956. Pero ms all de las toscas di-visiones cronolgicas sealadas anteriormente, no ofrece fundamento te-rico para ninguna periodizacin alternativa. Cmo explicar, entonces, elcambio que se produjo entre los escritos de Sartre sobre la literatura negra

    * Que, efectivamente, se materializ en 1958 con la fundacin de la Quinta Repblica [N. del T.].** El imagismo fue una corriente esttica de la poesa angloamericana de comienzos del si-glo XX tendente a la precisin de la imagen mediante un lenguaje difano y el uso de lo queEzra Pound llam detalles luminosos, yuxtaponiendo casos concretos para expresar unaabstraccin [N. del T.].

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    A en el sur de Estados Unidos, el Caribe o frica, y su anlisis de la torturapracticada por el ejrcito francs en Argelia? La etizacin del anticolonia-lismo sartreano que presenta Arthur es equvoca en un doble sentido: noslo pasa por encima de sus importantes anlisis econmicos de la explo-tacin en Argelia, el Congo o Vietnam, sino que tambin ignora sus mo-dulaciones intelectuales y polticas a lo largo del tiempo. El compromisometodolgico de Sartre con el marxismo a partir de 1952 implicaba la des-colonizacin como praxis. Cuando escriba sobre la responsabilidad o la re-belin, Sartre no estaba, en general, hablando en un registro tico, sino po-ltico, y la fuerza de las circunstancias de posguerra est a menudo ausenteen Unfinished Projects.

    Simone de Beauvoir describi cmo cobr conciencia de la desgracia yvergenza del colonialismo al mismo tiempo que se converta al interna-cionalismo y antimilitarismo en La Sorbona, aunque su politizacin activatuvo que esperar a que acabara la guerra. La literatura pudo ser una de lasformas en que Sartre cobr conciencia de la lucha por la emancipacin co-lonial, pero no fue la nica. Insista en que los lendemains de guerre no eranlo mismo que la paz; a continuacin vendra la Guerra Fra, y en octubrede 1945, en La fin de la guerre, contaba la historia de una joven, nacidaen Rusia pero ciudadana francesa, que el Da de la Victoria gritaba: Soy deun pas minsculo! Me gustara ser de un gran pas, una potencia autnti-camente victoriosa!. En 1946 comenz la guerra en Indochina y Les TempsModernes argumentaba que para Francia permanecer all, porque finalmen-te hemos encontrado, en nuestra decrepitud, un pas ms dbil que el nues-tro, sera la peor de las parodias. Cuando Franois Mauriac objet ese edi-torial Et Bourreaux et Victimes [Verdugos y vctimas], alegando que no sepoda comparar la benfica presencia francesa en el Lejano Oriente con laocupacin nazi de Francia, Les Temps Modernes respondi dedicando lamayor parte de su nmero de marzo de 1947 a los sucesos de Indochina.Se argumentaba que si los alemanes hubieran permanecido tres cuartos desiglo en Francia tambin habran construido algunas fbricas y carreteras, yque dado que la reconquista militar se demostrara desastrosa, la descolo-nizacin era la nica opcin posible. El propio Orfeo negro explicaba elpoder de la negritud no como la mera inversin de una mirada impersonal,sino en trminos del alterado equilibrio de poder en Europa, as como en-tre Francia y sus colonias:

    Si en otro tiempo ramos europeos por derecho divino, ya venamos sintien-do que nuestra dignidad se hunda bajo la mirada estadounidense o soviti-ca; Europa ya no era ms que un accidente geogrfico, la pennsula con queAsia se extiende hasta el Atlntico. Esperbamos encontrar al menos parte denuestro esplendor perdido reflejado en los ojos domesticados de los africa-nos. Pero all ya no hay ojos domesticados; son miradas salvajes y libres, quejuzgan nuestro mundo.

    En 1950 la intensificacin de la Guerra Fra situ al colonialismo ms en elcentro, y no menos, de los debates intelectuales en Francia.

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    AEl editorial de Les Temps Modernes sobre el Gulag (Les Jours de Notre Vie,escrito por Merleau-Ponty y firmado por l mismo y por Sartre) afirmabaque, aun sin absolver los crmenes soviticos, tampoco debemos hacerpactos con sus enemigos. Atacar nicamente a la Unin Sovitica signifi-caba absolver a Occidente y su sombro historial. Las colonias son muta-tis mutandis nuestros campos de trabajo esclavo. Beauvoir recordaba que,en el momento de su publicacin, los corazones de la burguesa, totalmen-te indiferentes a las 40.000 personas muertas en Stif, los 80.000 malgachesasesinados, el hambre y la pobreza en Argelia, los aldeas incendiadas en In-dochina, los griegos que moran en campos de concentracin y los espa-oles fusilados por Franco, estallaron de repente al tener noticia de las des-gracias de la gente encarcelada por los rusos. El punto de ruptura al quelleg Sartre en 1952 recibe escasa atencin de Arthur. Seala que su giro ini-cial hacia el PCF aquel ao se debi al escndalo Henri Martin; pero slole parece interesante que ste, un marinero comunista que particip en elbombardeo francs de Haifong en 1946, fuera detenido en la base de Toulonen 1950 y condenado a cinco aos de prisin por distribuir propaganda con-tra la guerra, presentando la denuncia de Sartre como una cuestin de incli-nacin personal, de su pasin por defender a los acusados injustamente. Laruptura de Sartre con Camus aquel mismo ao tena tambin races colonia-les; se remontaba a la condena por este ltimo de la violencia en las pgi-nas de Combat en 1946, omitiendo el hecho de que en aquel mismo momen-to Francia estaba asesinando a vietnamitas en Indochina. En el momento desu ruptura pblica en 1952, Sartre respondi a la acusacin de que habapermanecido en silencio sobre los campos soviticos cuando vinculaba laGuerra Fra con el colonialismo: S, Camus escribi, como t, juzgo esoscampos inadmisibles, pero igualmente inadmisible es el uso que la prensa lla-mada burguesa hace de ellos cada da. No digo los malgaches antes que losturquestanos, sino que digo que no se pueden utilizar los sufrimientos in-fligidos a los turquestanos para justificar los que nosotros infligimos a losmalgaches. No se trata de sustituir el relato de la Guerra Fra por el de la des-colonizacin y el Tercer Mundo, como Arthur sugiere, sino de discernir lasintrincadas formas en que se interconectaban.

    Si por un lado la falta de contextualizacin histrica priva al anticolonia-lismo de Sartre de gran parte de su temprana coherencia poltica, tambinnos lleva a una pista falsa como explicacin, reforzando el equvoco tra-tamiento de su giro tercermundista al presentarlo primordialmente comoun compromiso tico. Les Temps Modernes se mostr especialmente cau-telosa en cuanto al comportamiento tico de los principales protagonistasde la guerra de Argelia, tanto de los colonizadores como de los coloniza-dos. Tampoco dedic especial atencin a los debates sobre la identidadcultural, la alteridad o el universalismo republicano, temas a los que se de-dica prioritariamente Arthur (al igual que muchos otros historiadores con-temporneos). En octubre de 1955, cinco meses antes de que comenzarala guerra, un artculo titulado Negativa a obedecer describa a Argelia pers-picazmente como una colonia [...] sometida a la explotacin ms obvia.Sobre la cubierta de noviembre se lea el titular: Argelia no es Francia. En

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    A su ensayo El colonialismo es un sistema, de 1956, Sartre rechazaba todaslas propuestas de reforma que las mejoras econmicas pudieran o debie-ran preceder a las polticas, que la educacin de la poblacin nativa fuerani siquiera posible para mantener la rentabilidad de la colonia como unamistificacin neocolonialista o cnica. La gente que habla del abandono deArgelia es imbcil deca; no se puede abandonar lo que nunca se ha po-sedo. En el prefacio a La Cuestin, de Henri Alleg publicado en LExpressen 1958, despus de que el Estado francs confiscara toda la tirada impresadel libro, Sartre expona que en 1943, bajo la ocupacin alemana, lo ni-co que nos pareca imposible era que algn da se hiciera aullar de dolor ala gente en nuestro nombre; y prosegua: Si 15 aos son suficientes paratransformar a las vctimas en torturadores, es porque slo dictan las circuns-tancias. Dependiendo de las circunstancias, cualquiera se puede convertir,en cualquier momento, en una vctima o un verdugo. Resultara intil in-tentar discernir el cdigo de conducta tica oculto tras ese panorama dedominacin colonial.

    La importancia filosfica y poltica de la lucha armada sintetizada como vio-lencia es otra cuestin que aparece abstrada de sus amarras histricas, enparticular de los conflictos del Tercer Mundo, dndole, por el contrario, untratamiento tico. Aunque pide la contextualizacin del prefacio a Fanondentro de la totalidad de la obra de Sartre, Arthur no queda tranquila. Trasdefender la posicin de Sartre sobre la violencia como algo contingente y re-lacional, acaba mostrndose de acuerdo con Aron en el terreno normativo,ya que Sartre nunca describi realmente qu violencia o norma imperativa(si es que hay alguna) podra defenderse. Quiz le resulta difcil respaldarplenamente ese prefacio, en que hablando de los rvolts coloniales, Sartreobserva framente que matar a un europeo es matar dos pjaros de un tiro,eliminando al opresor y al oprimido al mismo tiempo; lo que queda es unhombre muerto y un hombre libre. Puede parecer una floritura retrica cho-cante, pero Sartre no haca ms que reiterar la misma posicin que quinceaos antes haba llevado al equipo editorial a criticar el artculo de CamusNi vctimas ni verdugos. El sptimo ao de la guerra de Argelia, Sartre es-criba: Debemos afrontar ese espectculo inesperado: el striptease de nues-tro humanismo, que no era sino una ideologa ilusoria, una justificacin parael pillaje. Los no violentos parecen satisfechos de s mismos: Ni vctimas, niverdugos! Adelante!. Lejos de volver a una prctica de etizacin desprecia-da por Beauvoir como una ilusin compartida por los intelectuales burgue-ses y de la que Camus no supo curarse, los escritos de Sartre, a partir de ladcada de 1950, se caracterizan por el anlisis de la transformacin de unaforma de imperialismo en otra: el neocolonialismo.

    Patrice Lumumba fue vctima de una metamorfosis de la que en 1963 toda-va era necesario extraer conclusiones. Lumumba cobr conciencia, comoSartre vena argumentando desde al menos 1956 con respecto a Argelia, deque primero era necesario conseguir la independencia, y de que las reformaseconmicas no eran ni siquiera posibles en el marco del colonialismo. Sartreexplicaba en su contribucin a Prsence Africaine que el error de Lumum-

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    Aba haba sido doble: por un lado, haba valorado insuficientemente a su ene-migo, que ya no era un colonialismo directo moribundo, compuesto por pe-queos colonos y administradores, sino un neocolonialismo tan odioso comohbil. Frente a la perspectiva de crisis semejantes a la de Argelia, los gobier-nos imperialistas y las grandes empresas haban decidido conceder el podernominal a los nativos en este caso, la pequea burguesa de empleados yadministrativos entrenados por los belgas, que gobernaran, ms o menosconscientemente, de acuerdo con los intereses coloniales. En el futuro ya nosera suficiente la independencia sin reforma agraria y sin la nacionaliza-cin de los negocios coloniales. El caso Lumumba ofreca otra leccin. Laindependencia en el Congo no se haba obtenido como resultado de una vic-toria, sino que haba sido concedida por el antiguo amo colonial, y ste noera tan slo un problema existencial la libertad no se recibe, se toma, sinopoltico. Tal como explicaba Sartre, en Vietnam y en Argelia, cualesquieraque sean las actuales dificultades, la unidad y la centralizacin precedierona la independencia y eran su garanta. Sus dirigentes, Ho Chi Minh y BenBella, haban tomado el poder contra los deseos de la metrpoli, al frente demovimientos armados que no slo aseguraban su legitimidad personal, sinotambin la soberana nacional. Tras el asesinato de Lumumba y el reparto delos despojos entre Estados Unidos y Blgica bajo la cobertura de un manda-to de la ONU, Sartre evocaba el posible surgimiento de un Castro congole-o que redimiera a Lumumba como Castro haba hecho con Mart.

    Los textos escritos en relacin con el Tribunal Russell, reunidos en Situa-tions VIII, ardan de indignacin frente a la poltica estadounidense, pero erandemasiado custicos como para sacar de ellos conclusiones morales. Cuan-do Sartre cancel su viaje a la Universidad Cornell en 1965 no fue porquepensara que todos los estadounidenses eran igualmente responsables de laguerra; hasta 1965 un europeo poda viajar a Estados Unidos, porque mien-tras el Vietcong iba ganando en el sur, se tena la impresin de que se habainiciado un periodo de reflujo imperial y de que los estadounidenses ha-ban comenzado a darse cuenta de lo absurdo de su poltica. La decisin debombardear el norte haba cambiado la guerra cualitativamente. Ofrecer unseminario en Ithaca slo servira para dar la impresin de que todava eraposible una discusin tranquila con un enemigo empeado en una guerra deagresin imperialista, no slo en Vietnam, sino [tambin] en Sudamrica, enCorea y en todo el Tercer Mundo. La mejor forma de sensibilizar a la opi-nin estadounidense, en su opinin, era desde fuera manifestar una con-dena brutal y total [...] e instigar, all donde sea posible esto es, en Europa,manifestaciones de protesta. En cuanto a los aspectos morales de su visitacancelada, o la capacidad de una izquierda estadounidense todava embrio-naria de cambiar la poltica exterior estadounidense, Sartre era muy claro: Es-tados Unidos evolucionar, con seguridad, lentamente, muy lentamente,pero ms si les hacemos frente que si predicamos sermones morales.

    La ltima dcada de la vida de Sartre es tratada por Arthur como un perio-do de reaccin intelectual contra el tercermundismo, y por extensin con-tra el propio Sartre. Considera emblemtico el debate organizado por Le Nou-

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    A vel Observateur en 1978, El Tercer Mundo y la izquierda, en el que JacquesJulliard aseguraba que no habr ningn socialismo africano que no sea to-talitario. Pero dado que el nombre de Sartre estaba ausente de ese debate,Arthur debe recurrir a la prestidigitacin, y lo que hace es adelantarse cua-tro aos a la publicacin del libro de Pascal Bruckner Le Sanglot de lhom-me blanc: Tiers-Monde, culpabilit, haine de soi [El sollozo del hombre blanco:Tercer Mundo, culpabilidad y odio a s mismo] (1983), un texto tan histri-co y desquiciado que apenas vale la pena discutirlo. Aunque no se puedaacusar a Sartre de masoquismo nacional, se apresura a aadir Arthur, tam-poco tiene mucho en comn con una forma de poltica identitaria ni conel discurso contemporneo sobre el derecho a la diferencia que todava si-gue estando de moda en Francia. Pero aparte de algunas referencias intro-ductorias a una o dos feministas que han sugerido emplear los textos de Sar-tre con ese propsito, no est claro con quin est discutiendo Arthur.Menciona el giro hacia los derechos humanos, la influencia de Levinas enla tica, el ascenso de los nouveaux philosophes y su crtica del totalitaris-mo, pero dado que todos ellos rechazaban ms o menos explcitamente eltercermundismo de Sartre, cmo podran representar tambin su mal usoen la actualidad? De hecho, el silencio en torno al anticolonialismo de Sartreha sido ms significativo y ms duradero que su caricatura. La propia Arthursugiere otro tanto, aunque su forma de hacerlo concluya en la trivialidad dela queja de que no se encuentre en el panten de los pensadores poscolo-niales ni en el programa de los departamentos universitarios dedicados a esarama acadmica tan vital.

    Ese oscuro desenlace historiogrfico se vea augurado por algunas decla-raciones desconcertantes de Arthur, entre otras cuando dice que una in-terpretacin que considere a Sartre nicamente como un anti-colonialis-ta entendera su pensamiento poltico con respecto al colonialismo y todosu legado como de oposicin, resultando as en cierto sentido incapaz deescapar a las antiguas categoras colonialistas. Quiz esto d cuenta de supropio pacifismo acadmico una diplomacia de citas que pretende tanclaramente recuperar cuanto sea polticamente correcto de Sartre que amenudo deja dispersas tras las lneas enemigas partes esenciales de supensamiento. Arthur discrepa de la presentacin que hace la socilogaAnna Boschetti de la intervencin de Sartre en el proceso Jeanson* en 1960,como una artimaa cnica destinada a promover su propio ascendiente in-telectual; pero retoma el argumento de Boschetti cuando pretende vincu-lar el activismo de Sartre durante las dcadas de 1950 y 1960 con los mo-vimientos polticos e intelectuales que le siguieron. La posicin de Sartrecon respecto a los movimientos de liberacin del Tercer Mundo escribele ayud a mantener un vanguardismo necesario para su propia reputacin,desde las protestas de mayo del 68 a su inters posterior por el racismo yla inmigracin. En lugar de recordar lo impopulares que fueron sus inter-

    * Francis Jeanson fue un periodista y filsofo que en 1957 cre una red destinada a facilitarfondos al FLN argelino. Juzgado en rebelda, fue condenado a diez aos de prisin [N. del T.].

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    Avenciones en favor del FLN, simplemente menciona de pasada que el an-ticolonialismo de Sartre encontraba un difcil acomodo con la sensibilidaddel pblico en general y la de muchos intelectuales de derecha e izquierda.La presencia en su libro de Bernard-Henri Lvy es an ms frecuente y pro-blemtica. Arthur lo cita, junto con el bigrafo Cohen-Solal, como un sim-patizante crtico, cuyo Sicle de Sartre (2000) trata de restaurar su preemi-nencia intelectual, censurando y olvidando, por supuesto, su periodo decooperacin con el PCF entre 1952 y 1956 y su marxismo.

    El recurso de Arthur a Lvy y Boschetti revela un problema mucho ms sig-nificativo de sta y cualquier otra obra que pretenda situar a Sartre en elmarco de las polmicas de posguerra sobre la descolonizacin. Aceptar ladistincin de Lvy entre las opciones equivocadas de Sartre en favor delcomunismo y las acertadas en favor de la descolonizacin es, obviamente,un error, ya que el asunto Henri Martin llev a Sartre a abrazar ambas anms estrechamente. Decir que el tercermundismo de Sartre estaba relacio-nado con su compromiso con el comunismo, sin reducirse a l, dado, enparticular, que ese apoyo a veces lo enfrent con el Partido Comunista, esuna variacin sin sentido de la misma distincin. La relacin de Sartre conel partido fue mucho ms conflictiva, llegando a ser calificado por stecomo una hiena. Entre 1952 y 1956 dirigi repetidamente sus dardos con-tra LHumanit y exhort al partido, en Le Rformisme et les Ftiches, aabandonar las polmicas estriles y a intentar crear en Francia un marxis-mo vivo. En 1956 conden la represin sovitica en Hungra al tiempo quevaloraba su importancia para la izquierda en Francia: la respuesta del PCFa los sucesos de Budapest y la decisin de la SFIO de lanzar a Francia enel mismo momento a una invasin de Suez revelaba su senilidad institucio-nal. En Le Fantme de Staline conclua que la democratizacin, la deses-talinizacin, la reanudacin del contacto con las masas y su movilizacin,en primer lugar contra la guerra en Argelia, eran las condiciones previaspara resucitar la unin de la izquierda. Que todo ese periodo las dcadasde 1950 y 1960 sea atribuido en bloque por el patolgicamente descuida-do nouveau philosophe al segundo Sartre totalitario apenas puede sorpren-der a nadie, pero que constituya un importante marco de referencia paraArthur es verdaderamente notable. Lvy no slo minusvalora el anticolo-nialismo de Sartre, sino que lo impugna como una malvada emanacin delsegundo Sartre, como aquellas imgenes familiares y terribles de Sartre yBeauvoir en la Unin Sovitica y Cuba, sus visitas a China o su relacin conlos maostas franceses. La admiracin de Sartre por Castro, abiertamente de-clarada en 1960, era simplemente insensata, o, peor an, era ingenua, yaque, segn afirma incorrectamente Lvy, los cubanos ya se haban arrojadoen brazos de los soviticos y pocos meses despus estall la llamada crisisde los misiles. Lvy califica el antirracismo de Sartre Orfeo negro, el pr-logo a Los condenados de la tierra y los apartados de la Crtica dedicadosa la colonizacin como una traicin. Para concluir, era un error llamar ge-nocidio a la guerra de Vietnam en la que se arrojaron ms bombas que entoda la Segunda Guerra Mundial, y su segundo peor crimen, tras su com-plicidad con la tirana sovitica, era su antiamericanismo. Las protestas con-

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    A tra la represin francesa en Argelia eran admisibles hasta cierto punto, peroLvy descalifica ridculamente cualquier antiimperialismo ms amplio comouna emanacin de la extrema derecha. Por la misma razn, el enaltecimien-to de las multitudes del que Sartre hace gala en la Crtica le suena comoreverso de la condena de las bandas racistas protagonistas de los pogromosen Rflexions sur la question juive, mientras que su declaracin, en 1961, deque un anticomunista es un perro le recuerda en ltimo trmino la de LouisDarquier de Pellepoix en 1978, de que en Auschwitz slo se gaseaban pio-jos! La reprobacin por Lvy de su apoyo a las luchas populares dentro yfuera del Tercer Mundo es tan completa que en una ltima inversin es elSartre de La nusea el absolutamente rebelde. Arthur no repite prctica-mente ninguna de esas perversas formulaciones perversas, pero al hacersuya la falsa divisin entre dos Sartres, aunque slo sea ignorando a uno deellos, perpeta lo que solamente puede entenderse como una demolicinparcial de su biografiado.

    Su lenidad con Boschetti representa otra oportunidad perdida de aportarclaridad a un campo histrico lastrado por su dependencia de las catego-ras bourdieusianas. Si se tiene en cuenta el temprano y duradero compro-miso de Sartre con la descolonizacin, parece poco probable que se puedadecir de l, como hace James Le Sueur otro discpulo de Bourdieu enUncivil War (2001), que pronto le qued claro que su legitimidad intelec-tual iba a ir estrechamente ligada al anticolonialismo, y que consciente oinconscientemente vincul su carrera al movimiento anticolonialista. Mu-chos, incluido Sartre, arriesgaron mucho criticando las guerras colonialesfrancesas. Incluso cuando en 1960 se dibujaba en el horizonte alguna for-ma de acuerdo negociado en Argelia, la declaracin realizada en nombrede Sartre en apoyo de los porteurs de valises* fue muy censurada, juzgn-dola como una especie de traicin a la patria que respaldaba la violenciacontra los soldados franceses en Argelia. Colaboradores habituales de LesTemps Modernes se abstuvieron de adherirse al manifiesto, como si supie-ran por adelantado sus consecuencias; de hecho, ni unos ni otros supieronpredecir lo que iba a suceder. En 1961 Sartre todava crea imposible queDe Gaulle resolviera la crisis provocada por el Putsch dAlger, y conside-raba posible que los generales lo destituyeran si propona negociaciones oaceptaba las resoluciones resultantes. Las dos bombas que la OAS le pusoa Sartre en 1961 y 1962 son slo la prueba ms espectacular de las even-tuales consecuencias de su compromiso. El hecho de que expresiones deapoyo a la descolonizacin se hayan banalizado como moral o histrica-mente inevitables es consecuencia, al menos en parte, de las posicionesadoptadas por publicaciones como Les Temps Modernes; no era una verdadtransparente desde la que slo cupiera obtener mayor prestigio intelectual.Y lo que es ms importante, si todo el periodo de la descolonizacin se con-sidera determinante en alguna medida de las opciones polticas con res-pecto a Estados Unidos y la Unin Sovitica, el PCF, el gaullismo, el lega-

    * Quienes, como Francis Jeanson, transportaban ayuda a los combatientes del FLN [N. del T.].

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    Ado de la Resistencia y la memoria de Vichy, entonces todo el panten deintelectuales ejemplares, y con l el propio campo de las ideas, debera serreexaminado. Es seguramente significativo que las heroicas figuras que Judtdestaca en The Burden of Responsibility: Blum, Camus, Aron and the FrenchTwentieth Century (1998) tuvieran relaciones ambiguas o torturadas con elproceso de descolonizacin en Argelia, o bien, en el caso de Lon Blum, conla guerra de Indochina, iniciada cuando todava presida el Gobierno Pro-visional de la Repblica Francesa.

    Les somnambules*, un ensayo sobre el comportamiento de los parisinosel da que se firm el alto el fuego en Argelia, es una expresin de disgus-to que deja claro que para Sartre la resolucin con xito de la guerra de-penda de la movilizacin de masas y la reorganizacin y llegada al poderde la izquierda, a la que reprochaba su desidia y su desunin. El hecho deque un gobierno [resultante] de un golpe de Estado se vea obligado a dar-nos lo que tmidamente reclambamos hace siete aos deca no era uncompromiso sin vencedores ni vencidos, sino una victoria slo para losargelinos, gracias a su extraordinaria tenacidad y disciplina. El Tercer Mun-do le interesaba a Sartre no slo, ni siquiera primordialmente, porque vie-ra en l la victoria local de los menos favorecidos, sino porque su luchapor la independencia pareca proporcionar el ejemplo y el detonante parauna solidaridad revolucionaria mucho ms amplia. La capacidad de Cubay Vietnam de resistir los golpes aplastantes del ejrcito y el poder econ-mico estadounidenses pareca ofrecer una va similar a los occidentalesque supieran tomar la iniciativa. En lugar de tratar de exculparlo de lasacusaciones de eurocentrismo, ingenuidad o violencia revolucionaria, de-beramos aceptar que el anticolonialismo de Sartre mantiene toda su fuerza.Las nuevas aventuras imperiales en el norte de frica suscitan ciertas com-paraciones. Cuando se vio obligado a explicar por qu haba puesto en li-bertad a Sartre en 1968, De Gaulle respondi: No se encarcela a Voltaire.Los imperialistas de nuestros das lo tienen mucho ms fcil: los philoso-phes franceses realizan llamamientos en favor del bombardeo de Libia ymantienen conferencias de prensa conjuntas con el presidente de la Rep-blica mientras meritorios sin paga se encargan de recabar y hacer circularpor las redes sociales las peticiones firmadas por tipos guay reconocidos:Cohn-Bendit, Glucksmann, Bernard-Henri Lvy.

    Ante esas tersas declaraciones que pretenden explicarnos el verdadero sig-nificado de la justicia, vale la pena recordar a Sartre, quien en 1961 no ha-ba dejado ni un momento de proclamar sus convicciones, y que al ver a j-venes debatindose por liberarse del cadver podrido de la izquierda enaquella provincia atrasada que era Francia, se preguntaba: Les diremosSed cubanos, sed rusos, sed chinos, o, si lo prefers, sed africanos? Respon-dern que es un poco tarde para cambiar el sitio donde uno ha nacido.

    * Les Temps Modernes 191, abril de 1962 [ed. cast.: Colonialismo y Neocolonialismo (Situations V),Buenos Aires, Losada, 1965] [N. del T.].

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    A Pensaba que su viejo amigo Paul Nizan, muerto en 1940 durante la ofensi-va alemana contra Dunkerque, les habra podido transmitir su desnuda re-vuelta, sus negativas, su odio de clase, su furiosa confianza, su desenmascara-miento de la impostura intelectual, todo ello preservado por su prematuramuerte. Hoy es la voz de Sartre la que proporciona un antdoto a los mani-fiestos facilones en favor de las guerras neocoloniales, y su irreductible agu-deza es el mejor argumento contra los atildados cirujanos intelectuales quepretenden cortarlo en dos.

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