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Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique

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Coplas a la muerte de su padre. Jorge Manrique. Poesía medieval española.

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Coplas a la muerte de su padre

de Jorge Manrique

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En cubierta: Pieter Brueghel “El Viejo”, El triunfo de la muerte (hacia 1530-1569), Temple y óleo sobre tabla: 1,17 x 1,62 m. Museo del Prado, Madrid, España.

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Coplas a la muerte de su padre

de Jorge Manrique

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Erika MErgruEn - Revisión de la versión en español actual.

raúl BErEa núñEz - nota introductoria y edición.

FErnando roBlEs otEro - producción.

Ciudad de México, 2007

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Introducción

Jorge Manrique nació en Paredes de Nava, Palencia, en 1440, y murió en en Santa María del Campo, Cuenca, en 1479. Fue des-cendiente de la nobleza castellana, de una rama de la influyen-te familia de los Lara; su padre, Rodrigo Manrique, fue maestre de Santiago y poeta aficionado; sus tíos Gómez Manrique y Juan Manrique fueron también hombres de letras.

Militar desde los 24 años, Jorge Manrique combatió con las tropas del bando de Isabel la Católica en la lucha dinástica contra Juana la Beltraneja, y ganó la capitanía de la Santa Hermandad en Toledo. Murió tras ser herido de muerte en una escaramuza cerca del castillo de Garcimuñoz defendido por el Marqués de Villena. Fue enterrado en el monasterio de Uclés, cabeza de la orden de Santiago. Pocas semanas después de su muerte, Isabel la Católica triunfó y acabó la guerra civil.

Por su forma y contenido, la poesía de Jorge Manrique re-presenta el fin de la edad media; sin embargo, por la forma en que

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se transmitió pertenece al inicio del renacimiento, pues es parte a la primera generación de escritores que se divulgaron en letra impresa y en español. La imprenta llegó a España en 1472 con el impresor Juan Párix de Heidelberg, casi diecisiete años después de que Johannes Gutenberg sacó a la luz su primer libro impreso; además, durante el reinado de los Reyes Católicos, la lengua cas-tellana, que era ya una lengua franca en la península, dejó de ser una lengua vulgar para convertirse en lengua culta con la publi-cación de la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Ne-brija en 1492.

Gran parte de los poemas amorosos de Jorge Manrique fue-ron incluidos en el Cancionero general, recopilado por Hernando del Castillo y publicado en Valencia en 1511. No así las “Coplas a la muerte de su padre”, que se imprimieron por primera vez con las Coplas de Vita Christi, recopiladas por fray Ínigo de Mendoza y publicadas en Zamora en 1483.

Las Coplas se componen de cuarenta sextillas dobles de pie quebrado (8-8-4), donde Manrique desarrolla una breve intro-

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ducción sobre lo efímero de la vida humana (tempus fugit), hace una serie de consideraciones sobre la fugacidad de los bienes te-rrenales y sostiene la virtud de la renuncia ascética al mundo. Aplica el tema del Vbi sunt a personajes de su tiempo como Juan II, Pedro Girón, Álvaro de Luna y Enrique IV, y compara a Rodrigo Manrique con personajes de la historia antigua. Por último, hace una invocación en una escena en la cual el maestre y la muerte dialogan, y elogia la muerte cristiana y familiar de don Rodrigo.

Al preparar la versión en español actual presentada en esta edición se siguieron criterios esencialmente poéticos. Unos cuantos vocablos que se conservaron —y cuyo sentido puede parecer oscuro— están señalados con un asterisco y se recogen en un breve glosario al final del libro.

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I

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo después de acordado da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor.

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II

Y pues vemos lo presente cómo en un punto es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar por tal manera.

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III

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros, medianos y más chicos, allegados son iguales, los que viven por sus manos y los ricos.

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IV

Invocación

Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; no curo de sus ficciones que traen yerba secreta sus sabores. Aquel sólo me encomiendo, aquel sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo el mundo no conoció su deidad.

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V

Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos.

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VI

Este mundo bueno fue si bien usásemos de él como debemos, porque según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos; y aun el hijo de Dios, para subirnos al cielo, descendió a nacer acá entre nos y vivir en este suelo do* murió.

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VII

Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos: de ellas deshace la edad, de ellas casos desastrados que acontecen, de ellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen.

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VIII

Decidme: la hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega al arrabal de senectud.

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IX

Pues la sangre de los godos, el linaje y la nobleza tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se pierde su gran alteza en esta vida! Unos, por poco valer, ¡por cuán bajos y abatidos que los tienen! Otros que, por no tener, con oficios no debidos se mantienen.

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X

Los estados y riqueza que nos dejan a deshora ¿quién lo duda? No les pidamos firmeza, pues que son de una señora que se muda: que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni ser estable ni queda en una cosa.

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XI

Pero digo que acompañen y lleguen hasta la huesa* con su dueño: por eso no nos engañen, pues se va la vida aprisa como sueño; y los deleites de acá son, en que nos deleitamos, temporales y los tormentos de allá, que por ellos esperamos, eternales.

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XII

Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos no son sino corredores* y la muerte la celada en que caemos. No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; de que vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar.

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XIII

Si fuese en nuestro poder tornar la cara hermosa corporal como podemos hacer el alma tan gloriosa, angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta en componer la cautiva* dejándonos la señora descompuesta!

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XIV

Estos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas, con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; así que no hay cosa fuerte que a papas y emperadores y prelados así los trata la Muerte como a los pobres pastores de ganados.

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XV

Dejemos a los troyanos que sus males no los vimos ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias. No curemos de saber lo de aquel siglo pasado qué fue de ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello.

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XVI

¿Qué se hizo el rey don Juan? Los Infantes de Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿qué fue de tanta invención como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos,* bordaduras y cimeras* ¿qué fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras de las eras?

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XVII

¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar y aquellas ropas chapadas que traían?

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XVIII

Pues el otro, su heredero, don Enrique, ¡qué poderes alcanzaba! ¡Cuán blando, cuán halaguero,* el mundo con sus placeres se le daba! Mas verás cuán enemigo, cuán contrario, cuán cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuán poco duró con él lo que le dio!

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XIX

Las dádivas desmedidas, los edificios reales llenos de oro, las vajillas tan fabridas,* los enriques y reales del tesoro; los jaeces y caballos de su gente y atavíos tan sobrados, ¿dónde iremos a buscarlos? ¿qué fueron sino rocíos de los prados?

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XX

Pues su hermano el inocente que en su vida sucesor le llamó, ¡qué corte tan excelente tuvo y cuánto gran señor que le siguió! Mas, como fuese mortal, metióle la muerte luego en su fragua. ¡Oh, juicio divinal, cuando más ardía el fuego, echaste agua!

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XXI

Pues aquél gran Condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que de él se hable, sino sólo que lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas, sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros? ¿qué fueron sino pesares al dejar?

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XXII

Pues los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, a los grandes y medianos trajeron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad que tan alta fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue matada?

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XXIII

Tantos duques excelentes tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes, di, Muerte, ¿do* los escondes y los pones? Y sus muy claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruel, te ensañas, con tu fuerza las aterras y deshaces.

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XXIV

Las huestes innumerables los pendones y estandartes y banderas, los castillos impunables, los muros y baluartes y barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada todo lo pasas de claro con tu flecha.

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XXV

Aquél de buenos abrigo, amado por virtuoso de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tan famoso y tan valiente, sus grandes hechos y claros no cumple que los alabe, pues los vieron, ni los quiero hacer caros pues el mundo todo sabe cuáles fueron.

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XXVI

¡Qué amigo de amigos! ¡qué señor para criados y parientes! ¡qué enemigo de enemigos! ¡qué maestro de esforzados y valientes! ¡qué seso para discretos! ¡qué gracia para donosos! ¡qué razón! ¡cuán benigno a los sometidos! ¡y a los bravos y dañosos, un león!

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En ventura, Octaviano; Julio César en vencer y batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber y trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su brazo, Aureliano; Marco Tulio en la verdad que prometía.

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XXVIII

Antonio Pío en clemencia, Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en elocuencia, Teodosio en humanidad y buen talante; Aurelio Alejandro fue en disciplina y rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el gran amor de su tierra.

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XXIX

No dejó grandes tesoros ni alcanzó muchas riquezas ni vajillas; mas hizo guerra a los moros ganando sus fortalezas y sus villas; y en las lides que venció, caballeros y caballos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas y los vasallos que le dieron.

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Pues por su honra y estado en otros tiempos pasados ¿cómo se hubo? Quedando desamparado, con hermanos y criados se sostuvo. Después que hechos famosos hizo en esta dicha guerra que hacía, hizo tratos tan honrosos que le dieron muy más tierra que tenía.

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Estas sus viejas historias que con su brazo pintó en la juventud, con otras nuevas victorias ahora las renovó en la senectud. Y por su gran habilidad, por méritos y ancianía bien gastada, alcanzó la dignidad de la gran caballería de la espada.

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XXXII

En sus villas y sus tierras ocupadas de tiranos las halló; mas por cercos y por guerras y por fuerza de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portugal y en Castilla quien siguió su partido.

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XXXIII

Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que no puede bastar cuenta cierta, en la su villa de Ocaña vino la muerte a llamar a su puerta.

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XXXIV

Diciendo: —«Buen caballero, dejad el mundo engañoso y su halago; vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso vuestro corazón de acero en este trago; y pues de vida y salud hicisteis tan poca cuenta por la fama, esfuércese la virtud para sufrir esta afrenta que os llama.

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XXXV

«No se haga tan amarga la batalla temerosa que esperáis, pues otra vida más larga de fama tan gloriosa acá dejáis, aunque esta vida de honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas con todo es muy mejor que la otra temporal, perecedera.

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XXXVI

«El vivir que es perdurable no se gana con estados mundanales, ni con vida deleitable en que moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones y con lloros; los caballeros famosos, con trabajos y aflicciones contra moros.

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XXXVII

«Y pues vos, claro varón, tanta sangre derramásteis de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganásteis por las manos; y con esta confianza, y con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperanza que esta otra vida tercera ganaréis.»

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[responde el Maestre]

—«No gastemos tiempo ya en esta vida mezquina por tal modo que mi voluntad está conforme con la divina para todo; y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara y pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura.

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[Oración]

Tú, que por nuestra maldad tomaste forma servil y bajo nombre; tú, que en tu divinidad juntaste cosa tan vil como el hombre; tú, que tan grandes tormentos sufriste sin resistencia en tu persona, no por mis merecimientos, mas por tu sola clemencia me perdona.»

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[Cabo]

Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio, el cual la ponga en el cielo y en su gloria, y aunque la vida murió, nos dejó harto consuelo su memoria.

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Glosario

Cautiva: señora.

Cimeras: parte superior del morrión, o casco de la armadura, que se solía adornar con plumas.

Corredores: el soldado o soldados que se envían para explorar la campaña.

Do: donde.

Fabridas: labradas, fabricadas. Se decía de las vajillas pues éstar se hacía de metales preciosos.

Halaguero: variante antigua de halagüeño.

Huesa: fosa.

Paramentos: adornos o atavíos, en particular las mantillas de los caballos.

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Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique se terminó de imprimir en la Ciudad de México en agosto de 2007.

En su composición se usaron tipos de la familia Palatino.