copi - las viejas travestis

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Las viejas travestsy otras infamiasCopiTraducido por Alberto Cardn y Enrique VilaMatas Editorial Anagrama, Barcelona, 1978 Segunda edicin, 1989 Ttulo de las ediciones originales: Christian Bourgois diteur, Pars, 1978 Christian Bourgois diteur, Pars, 1972La traduccin de Las viejas travests es de Alberto Cardn. La de El uruguayo de Enrique VilaMaras

Une langouste pour deux Luruguayen

La paginacin se corresponde con la edicin impresa. Se han eliminado las pginas en blanco.

Las viejas travests y otras infamias

EL AUTORRETRATO DE GOYA

La extremada delgadez de la Duquesa de Alba le haba ganado entre sus amistades el poco elegante mote de La Esqueleta, tanto ms humillante para ella, cuanto que su hermana pequea, la Duquesa de Mlaga, era considerada la mujer ms bella de todas las Espaas, en quien haban puesto sus ojos algunas de las ms importantes testas coronadas de Europa, hasta el momento en que, alcanzada la mayora de edad, y teniendo que elegir entre tres jvenes monarcas, decidi imprevistamente entrar en religin. La familia, a pesar de su acendrada religiosidad, qued consternada. El viejo Conde de Salamanca, su padre, que amaba apasionadamente a su hija menor, por el excepcional parecido de sta con su esposa, muerta al darla a luz, mientras que la mayor, la Duquesa de Alba, era el vivo retrato de su padre, a quien en todas las cortes de Europa se9

le haba dado el sobrenombre de Conde del Horror, por su fealdad extremada. D. Jos Ignacio (que tal era su nombre) lleg incluso a amenazar con matarse de un pistoletazo si su hija tomaba los hbitos. Pero la Duquesa de Alba sostuvo con tenacidad la vocacin de su hermana, y se pas noches enteras encerrada con su padre en la biblioteca del palacio, hablndole, con dulzura, pero con firme conviccin, de Dios, y de la voluntad de su madre difunta, a quien el Seor tena en su Gloria, hasta lograr conmover el corazn del viejo, que acab por ceder. La Duquesa de Mlaga traspuso as las rejas del Carmelo, y la pesada puerta se cerr tras ella. El viejo Conde sollozaba convulsivamente, apoyado en el hombro de su hija mayor, a la que una sonrisa beatfica iluminaba su perfil aquilino. Despus de esto, la salud del Conde comenz a declinar, haba perdido el gusto de todo y empez a dejarse morir, asistido y tal vez ayudado por una negligencia de la Duquesa, que una noche carg un poco demasiado la mano en la belladona que cada noche, al sonar las doce, llevaba a su padre, que dormitaba en su butacn, con el eterno Don Quijote de pergamino en las manos, y las gafas de leer colgndole de la punta de la nariz. La Duquesa de Mlaga sali por ltima vez del Carmelo para asistir, en la Catedral de Toledo, a los funerales por el alma de D. Jos Ignacio, a los que10

haban acudido todo el Gotha europeo. En el momento preciso en que ambas hermanas se disponan a ponerse de rodillas para entonar el Te Deum, el joven Rey de Espaa, transido de pasin, se arroj a los pies de la Duquesa de Mlaga, exclamando: Te amo!. La Duquesa, levantndose con presteza, sali de la iglesia, mont en una carroza, y fue a encerrarse, para no salir ya ms, en el convento. Recin cumplidos los veintin aos la Duquesa de Alba se encontr duea y seora de cuarenta y tres ducados, diecisiete condados, cinco castillos, repartidos por todos los rincones de Espaa y la ganadera ms afamada de toda Andaluca, al haber hecho su hermana voto perpetuo de pobreza. Durante un ao se vio obligada a guardar luto por su padre, limitando sus visitas a las de unos pocos nobles ntimos a los que ofreca suntuosas cenas en las que coma como una energmena, sin llegar a sobrepasar, no obstante, su peso de treinta y nueve kilos, toda ella nervio y hueso. Haba intentado en numerosas ocasiones trabar conocimiento con algn joven noble, con ocasin de coronaciones, o fiestas nupciales, pero su fealdad levantaba un muro de frialdad en torno suyo; en las fotos oficiales se la situaba siempre en la ltima fila, tapada en general por el sombrero inmenso de la Reina Madre de Grecia, a pesar e ser su abolengo mucho11

ms rancio. Poco a poco fue recluyndose en su castillo de El Escorial, sin atreverse jams a pasear por Madrid a no ser encerrada en su carroza, a la que haba hecho poner cristales negros, para evitar las burlas de los nios madrileos, inmisericordes con su fealdad. Los viejos nobles a los que reciba en sus salones eran amigos de su difunto padre, y tan feos como ella. El viejo Conde de las Asturias estaba cubierto de verrugas, y el Duque de Castilla, su padrino, era jorobado. El Duque de Castilla haba conocido a un joven argentino, campen de tenis, en casa de una de sus primas: se decidi a invitarlo a cenar en casa de la Duquesa de Alba, al ocurrrsele que su ahijada, en realidad, no frecuentaba ms que gentes aburridas, o demasiado viejas. El Prncipe Florencio Goyete Sols, nacido en Argentina del matrimonio del Prncipe Goyete con una descendiente de la nobleza azteca, haba conservado, a pesar de sus cuarenta y cinco aos, una sonrisa juvenil, la piel bronceada, un collar de dientes de foca, unas gafas negras, y una gorra de marino. Se sinti encantado de ser recibido por la Duquesa de Alba, cuya considerable fortuna y extremada piedad le eran bien conocidas (se deca que dorma de rodillas sobre su reclinatorio), as como las numerosas tragedias que pesaban sobre su familia. Pero tena, sobre todo, curiosidad por ver a la Duquesa, a causa de12

su famosa fealdad, de la que toda la nobleza europea se haca lenguas. Florencio penetr en un inmenso patio andaluz en el que la Duquesa se mantena en la penumbra, escondida tras una planta de jazmn, y el rostro disimulado bajo una gran mantilla negra. Pasaron de inmediato al comedor. La mesa, abundantemente provista de platos de carne a la brasa, se hallaba iluminada por una sola vela. Florencio se sent entre el Duque de Asturias y el Duque de Castilla, la de Alba se situ en el extremo opuesto de la mesa. Florencio termin por habituarse a la penumbra reinante, lo bastante como para poder observar el rostro de la Duquesa que, de cuando en cuando, levantaba con rpido movimiento la mantilla para introducirse en la boca un buen trozo de carne con un tenedor de plata. No fue la fealdad la que, al cabo, impresion ms a Florencio en la Duquesa, sino su extremada flacura, la piel pegada a los huesos, sus ojos negros hundidos en las rbitas, la prominencia de sus dientes y su piel de color blancogrisceo. Durante toda la cena, la Duquesa no pronunci palabra, demasiado ocupada en devorar ella sola un lechn casi crudo que tena ante s, lo que hizo a lo largo de cuarenta minutos, mientras los dems parloteaban sobre la dinasta Hohenzollern, con la que Florencio se hallaba emparentado por lnea materna. Cuando finalmente pasaron al saln, en el que dos13

discretas bujas iluminaban respectivamente a la Maja Desnuda y la Maja Vestida de Goya, los clebres retratos de la clebre Duquesa de Alba, tatarabuela de la actual, el Conde de Castilla y el Conde de Asturias se disculparon de inmediato, se pusieron sus capas y partieron en sus carrozas, mientras Florencio aceptaba un ltimo jerez para quedarse a escuchar la orquesta de la Duquesa, treinta guitarras alrededor del patio del palacio. Los dos viejos condes se felicitaron por su iniciativa; haban credo discernir en el comportamiento, ligeramente ms parsimonioso que de costumbre, de la Duquesa los signos de una cierta turbacin, y el muchacho les pareci de lo ms correcto; ya que la Duquesa de Alba no poda aspirar a ninguno de los buenos partidos europeos por qu no orientarse hacia la nobleza argentina que, aunque un tanto dudosa, se llevaba cada vez ms en Espaa? La Duquesa se envolvi en un mantn de manila, rog a su husped tomar asiento en el centro del patio y ella se sent tres pasos detrs de l, a la sombra de una magnolia. Los guitarristas, ciegos todos, haban sido colocados en crculo alrededor del patio por el viejo mayordomo de palacio, que tena todas las trazas de uno de los monstruos de Goya; por el momento pareca ser el nico miembro del servicio del inmenso castillo. La orquesta atac un cante jondo; un viejo ciego comenz a14

lanzar lamentaciones que ponan los pelos de punta; as transcurri ms de una hora. El gigol argentino observaba con el rabillo del ojo a la Duquesa, que se mantena tiesa e inmvil bajo la mantilla. Por primera vez en su vida se senta intimidado ante una mujer. Florencio Goyete y Sols haba sido campen de tenis de su club, en el barrio sur de Buenos Aires. Su precoz notoriedad le vali un ventajoso matrimonio con la hija de un industrial fabricante de raquetas. Pero ocurri que Pern subi al poder (era en el 45), y la familia del industrial qued arruinada. l se divorci para seguir a Ro a una viuda brasilea, luego cambi a una norteamericana, y finalmente a una venezolana con la que estuvo diez aos, y que lo ech de su yate en Torremolinos con un cheque de mil dlares y sus maletas. De esto haca un ao. Haba intentado en este tiempo introducirse en todos los salones de Espaa; las mujeres espaolas no eran fciles: o demasiado beatas o demasiado pobres. Era un poco como en Argentina: haba que pasar por el matrimonio. Pero, a los cuarenta y cinco, no se puede aspirar a una heredera cuando no se posee ms que un ttulo dudoso y una raqueta de tenis; la Duquesa de Alba era la primera oportunidad seria que se le presentaba desde su llegada a Espaa. Decidi pues jugar fuerte. Se levant de su butaca de bamb15

negro, se aboton su blazer azul y se acerc a la Duquesa, haciendo una profunda inclinacin: Quiere Vd. bailar, Duquesa? La Duquesa se qued por un momento atnita. No haba bailado en su vida, ni visto bailar, a no ser en el cine. La nica msica que le pareca decorosa era el cante jondo. Pero esto se escuchaba, no se bailaba. Tambin le gustaba la msica sacra, pero slo la de las misas solemnes. El prncipe argentino le pareci de lo ms inapropiado: llevaba una gorra de marino en lugar de una corona, y una raqueta en vez de un cetro. Lo haba invitado a escuchar el cante jondo de cada noche por mera deferencia hacia el Conde de Castilla, que era quien lo haba trado, y no se senta en absoluto atrada por aquella parodia del Gotha autntico, que el prncipe criollo slo conoca sin duda por las fotos de las srdidas crnicas sociales. Yo nunca bailo, vuelva a su asiento, le dijo con tono seco. l volvi a sentarse y esper pacientemente a que acabara el cante jondo, aunque haciendo comprender a la Duquesa, mediante un discreto golpeteo de mocasn en el suelo, que hubiera preferido un contacto ms franco. El calor, por lo dems, empezaba a hacerse insoportable; Florencio se desanud levemente el pauelo de seda blanca que llevaba al cuello. El cricri de los grillos tapaba casi por completo el cante. De pronto, un relmpago surc el cielo, y16

Florencio aprovech para echar un vistazo a la Duquesa; se qued casi espantado de su expresin cadavrica, pero se dijo que seguramente era un efecto del resplandor del relmpago. Un fuerte viento comenz a soplar de improviso, las luces se apagaron y se puso a llover a cntaros. Florencio se precipit a ayudar a la Duquesa que rodaba por el suelo, empujada por el viento, en mitad de un parterre convertido en cinaga; se hallaba casi desvanecida por el golpe. La levant como si fuera una pluma en sus brazos de coloso y se dirigi hacia el saln donde las vacilantes bujas continuaban alumbrando a las dos Majas. Cerr la puerta que daba a la veranda. Fuera, los msicos ciegos chocaban entre s, trastabillando entre las cuerdas y el agua; los relmpagos y los truenos se sucedan sin cesar. Florencio Goyete y Sols deposit a la desvanecida Duquesa sobre un divn del saln, el mismo (de esto se dio cuenta de inmediato) que apareca retratado en los dos cuadros. Acerc un candelabro al divn donde reposaba la Duquesa, que empezaba a volver en s. Esta comenz a hipar y vomit toda la carne de cerdo que haba engullido durante la cena, luego dijo: Es Ud., Prncipe Soln? Acrquese a m. l se sent en una esquina del divn, conteniendo las nuseas que le produca el olor del vmito. La Duquesa le apret la mano tan fuerte que casi le dio un calambre, y le dijo: Ay17

dme a levantarme. l obedeci. Por aqu! dijo ella, sealando con su dedo sarmentoso una enorme puerta. Florencio la ayud a avanzar hasta la puerta, y abri una de sus hojas: era una inmensa biblioteca, mayor an que el patio, en la que los pergaminos, apilados hasta el techo, situado como a cuatro metros del suelo, se apretujaban entre los estantes. El viejo servidor monstruoso iba encendiendo los candelabros situados cada diez metros. Al fondo poda verse un inmenso escritorio, tras el cual se ergua, como un trono, una silla de madera negra esculpida de unos tres metros de altura, sobre la que el viejo monstruo escal para alumbrar un retrato colgado del muro, desapareciendo a continuacin por una puerta falsa. La Duquesa recobr su aplomo para tomar a Florencio del brazo y hacerlo avanzar lentamente a travs de la biblioteca, hasta el escritorio. A izquierda y derecha, los cuadros de Goya salpicaban las paredes. He ah el autorretrato de Goya de joven dijo ella, sealando el cuadro situado sobre la silla negra. Florencio no daba crdito a sus ojos: el autorretrato se le pareca como dos gotas de agua: la forma de la cara, el bigote, la mirada, todo idntico. Se volvi para mirar a la Duquesa, que le sonrea enseando toda su dentadura de oro y todas sus encas. Vd. va a hacerme ahora mi retrato, dijo ella, dejando caer por tierra la mantilla, y des18

cubriendo sus brazos cadavricos. Empez a desvestirse, lo que tom su tiempo, dada la cantidad de ropas y enaguas que recubran su cuerpo esqueltico. Florencio Goyete y Sols se hundi lentamente en la silla negra y encendi un puro. Por un azar fabuloso, estaba a punto de colmar sus ilusiones. Se casara con la Duquesa y, luego, se deshara de ella. Nadie podra asombrarse de que aquella jorobada de treinta y nueve kilos muriera al dar a luz, despus de haber representado, por supuesto, durante dos o tres aos el papel de marido amoroso. La Duquesa de Alba se senta transformada por Dios sabe qu milagro; se imaginaba poseer el cuerpo y la cara de la Duquesa de Mlaga, su bella hermana, enclaustrada en el Carmelo. Conserv su mantilla negra sobre su cuerpo desnudo para acercarse pdicamente a Florencio, a continuacin salt sobre su bragueta, la abri con un gesto seco y se meti su sexo en la boca. Absolutamente ignorante de las cosas de la reproduccin, se imaginaba que era as como las mujeres eran fecundadas. Florencio cerr los ojos e intent recordar a una muchachita de su barrio de Buenos Aires que, durante toda su infancia, se la pona tiesa de inmediato con slo pensar en ella, pero el sexo no cobraba vida. La Duquesa le morda el glande con demasiada fuerza. Intent apartar delicadamente la cara de la Duquesa con una mano, y cayeron al suelo la mantilla y19

la peluca. La Duquesa de Alba, por primera vez en su vida, experimentaba placer, y apret los dientes, Florencio lanz un grito, dio un salto de dos metros y fue a estrellarse contra una de las vidrieras de la biblioteca. La atraves y cay al jardn sobre un parterre de violetas, en medio de la lluvia, perdiendo sin cesar sangre por el abierto agujero de su sexo que la Duquesa le haba seccionado con sus dientes. Tuvo un ltimo pensamiento piadoso para su madre, luego dijo en voz alta: Qu cosa, che!. Y expir.

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LOS CHISMORREOS DE LA MUJER SENTADA

Truddy Lorele se sent sobre su mochila, de mal humor. Acababa de perder su tren para Loir etCher. Se compr un pirul de estilo french, pequeo y con franjas oblicuas. La estacin de Lyon le revolva las tripas, estaba terriblemente sucia, y adems estaba llena de negros que conducan una especie de segadoras automticas a toda mecha, haciendo como que iban a atropellar a la gente. Tena que llegar al American Express de LoiretCher antes de que cerraran las taquillas. No le quedaban ms que dos billetes de un dlar, tres de diez francos, y algunas fichas de telfonos, todo ello estrujado en el bolsillo posterior de sus jeans. Entre las fichas haba una francesa: decidi telefonear a una chica francesa que haba conocido en Amsterdam, para pasar el tiempo. Se coloc la mochila a la espalda y se dirigi hacia las cabinas telefnicas. Una21

de aquellas mquinas monstruosas la empuj al pasar a su lado, el negro que la conduca le grit algo que ella no pudo comprender, bascul bajo el peso de la mochila y cay a tierra, lastimndose una rodilla. Se pregunt si en estos casos poda hacerse una reclamacin, como se hace en los U.S.A., cuando un anciano caballero, tremendamente parecido a Charles Boyer, le ayud a levantarse, Gracias, le dijo en el mejor francs que supo, y continu su camino cojeando hasta la cabina telefnica. Marc el nmero, despus de haber dejado en el suelo la mochila. Truddy era muy gorda, el pelo largo, rubio y muy fino peinado al estilo afro, y los ojos muy maquillados en negro, llevaba un conjunto jean de dos piezas, zuecos negros, y su boca carnosa pintada de rojo carmn. El telfono de Franoise comunicaba. El anciano parecido a Charles Boyer la contemplaba desde el otro lado del cristal de la cabina; la haba seguido. Volvi a marcar el nmero. Ahora daba lnea. Franoise? Soy yo, Truddy Lorele! Al otro lado de la lnea se produjo un momento de silencio, y luego la voz de Franoise Truddy, querida! dnde ests? I am gare de Lyon! dijo Truddy. Vuelve a llamarme la prxima vez que pases por Pars dijo la voz de Franoise, y colg. Truddy se qued de una pieza. Haba alojado a Franoise durante una semana en Amsterdam, ha22

ban tomado cido juntas, Franoise haba querido tirarse por la ventana porque su marido fotgrafo se haba acostado con un travest alemn. Truddy haba logrado alcanzarla en el borde mismo de la ventana y haba estado hablando con ella toda la noche, reconfortndola lo mejor que supo con sus pocas palabras de francs. Franoise se haba marchado al da siguiente, robndole dos billetes de cincuenta dlares, y dejando la puerta abierta. Truddy haba estado enfadada durante varios das, luego pens que Franoise tena ms necesidad que ella de aquel dinero; y se puso a admirar el valor de aquella muchacha francesa que se haba casado con un homosexual sin saberlo, educaba ella sola a su hija de tres aos en una buhardilla, dando cursos de claqu y sufriendo terribles depresiones cuando no tena alumnos, y adems con una patrona que quera echarla a la calle porque deca que su hija gritaba demasiado por la noche, y segua siendo fiel a su marido, esperando su vuelta. Pero el marido se haba teido de rubio y se haba puesto todo de pailletes; haba ido a rehacer su vida en Amsterdam, Franoise fue a verlo una ltima vez para suplicarle que volviera con ella y con su hijita, pero el marido la abofete delante de todo el mundo en un vernissage al que Truddy Lorele haba acudido por casualidad; tom entonces la jefatura de las mujeres de pintor presentes en23

el vernissage, y entre todas pusieron al marido travest de patitas en la calle. La joven Franoise sollozaba en un rincn, entre dos estatuas de plstico verde. Las mujeres de pintor la rodearon y la adoptaron de inmediato. Fue Truddy quien la llev aquella noche a dormir a su casa.

Truddy vio a travs del cristal de la cabina al anciano caballero parecido a Charles Boyer, que no paraba de mirarla. Sac un pltano de uno de los bolsillos del chaquetn, lo pel como hacen los monos y se puso a comerlo. Truddy se pregunt qu podra hacer en la hora que an tena por delante; pens que no estara nada mal comerse un sandwich, ech de menos de antemano el ketchup, pero se dirigi de todos modos a paso lento a la cafetera. Dijo Un sandwich, Mademoiselle. Era, ms o menos, todo lo que saba decir en francs, as que lo deca con mucha autoridad. Pat, salchichn, picadillo, camembert o gruyre? Camembert!, dijo Truddy, que detestaba el camembert, pero era la nica palabra que haba entendido y, adems, pens que era lo menos caro. El anciano caballero parecido a Charles Boyer vino a acodarse a su lado en la barra. La camarera le dijo: Monsieur Boyer, cunto tiempo sin verle por aqu!. Le dio el sandwich a Truddy y sta le pag24

con un billete de diez francos. M. Boyer se ech al coleto un vasito de ctesdurhne mientras charlaba con la camarera. Truddy no comprenda una palabra de la conversacin; masticaba con rabia su sandwich, estaba furiosa contra Franoise. Haba pensado ir a recoger su asignacin al American Express de LoiretCher, volver a Pars y alquilar un pequeo estudio con Franoise y su hijita para aprender el francs. Luego, volvera a los U.S.A. a dar algn curso de francs en la Universidad de Maryland; con Franoise tambin, por supuesto. Pens que era estpido interesarse de aquella manera por esa francesita tan pretenciosa y maleducada. Con el dinero que esperaba se marchara a pasar el verano en Grecia. La camarera le dio la vuelta; haba devorado el sandwich entero sin darse cuenta. El anciano caballero parecido a Charles Boyer le pellizc la nalga derecha, lo que la hizo dar un brinco y soltar el platillo con la vuelta, que ech a rodar por tierra. El viejo sdico se rea a mandbula batiente, la vieja de detrs de la barra tambin; cuando Truddy se agach para recoger las monedas, le dio unos palmetazos en las nalgas; algunos de los clientes, acodados en la barra, rean tambin de buena gana, Truddy le grit al viejo: You, pig! Pig!, cogi su mochila y se fue hacia el vestbulo de la estacin sin volver la cabeza; todo el restaurante estall en grandes carcajadas cuando,25

al ir a cruzar la puerta, tropez y cay al suelo. Una de las mquinas parecidas a trenes de Walt Disney estuvo a punto de aplastarla. El negro que la conduca, muerto de risa, dio un golpe de volante y se lanz de nuevo sobre ella. Truddy tuvo an la sangre fra de precipitarse al interior de la cafetera, golpendose la cabeza contra el vidrio; la mochila cay por el suelo, se desparramaron Tshirts, un par de alpargatas y un foulard indio. El anciano parecido a Charles Boyer se precipit a ayudarla. La hizo sentar en una silla y le abri el chaquetn de jean, del que salieron sus grandes tetas llenas de manchitas rojas. La vieja de detrs de la barra se acerc con un pao lleno de cubitos de hielo que puso sobre la frente de Truddy, mientras el negro estrellaba su mquina contra la vitrina de la cafetera y la haca volar en mil pedazos. Los clientes que se hallaban en el interior, enloquecidos, echaron a correr hacia la salida, mientras el negro daba marcha atrs y meta de nuevo la mquina por el agujero que haba hecho en la vitrina. La mquina penetr en la cafetera y se dirigi hacia Truddy volcando mesas y sillas. Truddy consigui deslizarse debajo de una banqueta, El anciano parecido a Charles Boyer sac de su bolsillo una pistola y dispar sobre el negro, que cay muerto sobre el enlosado. La mquina, sola, fue a estrellarse contra la vitrina de la cafetera que daba sobre la acera y, atravesndo26

la, inici una carrera enloquecida por la estacin. Truddy se puso en pie como mejor pudo, senta un gran dolor en la pierna, la mquina le haba hecho un gran moretn en el tobillo y haba perdido sus zuecos. La polica empezaba a hacer su aparicin, el caballero parecido a Charles Boyer la cogi del brazo y la oblig a entrar en los servicios, justo en el momento en que empezaban a estallar las bombas lacrimgenas en el interior de la cafetera. Truddy tuvo an tiempo de ver a los clientes refugiarse detrs de la barra y empezar a lanzar botellas contra los guardias. El caballero parecido a Charles Boyer la apunt con el revlver y le dijo: Bjate las bragas! Sin comprender palabra, Truddy entendi el sentido del gesto y empez a hacer lo que le ordenaba. El viejo la abofete, la oblig a ponerse de rodillas, y despus de golpearle la cabeza con el revlver, se lo introdujo en el ano; ella senta que le haca mucho dao, pero no pronunci una sola palabra, por miedo a que el viejo apretara el gatillo. l, con la mano libre, entretanto, se masturbaba, y empez a jadear de gusto en el preciso momento en que los guardias empezaban a golpear la puerta. l se desliz el revlver en el bolsillo y escondi su sexo bajo el impermeable. Truddy temblaba de miedo, arrodillada ante los urinarios, donde el viejo la haba obligado a sorber la orina; su cara y sus hermosos27

cabellos rubios estaban recubiertos de excrementos; de manera instintiva, se subi de nuevo los pantalones en el momento en que el viejo abra la puerta a los guardias, diciendo: Aqu est, seores, yo la he detenido! Y le tendi el revlver a uno de los guardias. Otro de ellos se precipit sobre Truddy y la arrastr fuera, mientras un tercero le colocaba las esposas. Se la sac de inmediato a la cafetera, donde las conversaciones tumultuosas quedaron cortadas de repente. Todos los cristales haban volado hechos trizas, incluidos los espejos, las botellas y los vasos. Las sillas y las mesas estaban todas volcadas, varias personas se hallaban heridas por el estallido de los cristales; una ambulancia se haba llevado ya a veinte de ellos. El cadver del negro se hallaba tendido en medio de la sala, sobre una banqueta, con un hilillo de sangre corrindole por la comisura de los labios. Un guardia lo cubri con un mantel a cuadros. La patrona se lanz contra Truddy gritando: Asesina! Asesina!, mientras que un centenar de personas apelotonadas en el vestbulo de la estacin se pona a gritar a su vez: A muerte! A muerte! . Un cordn de policas intentaba mantenerlos a distancia. Entre los diversos gritos de la gente, Truddy consigui entender en varias ocasiones la palabra guillotina, una de las pocas que conoca en francs. Se puso a gritar: Help! Help! Help! e in28

tent abrirse camino hacia la ambulancia, pero los enfermeros la rechazaron, y uno de ellos le dio incluso un golpe en la cara, y otro un puntapi en la espinilla, los guardias llegaron justo a tiempo de protegerla contra la amenazante muchedumbre. Mientras dos de ellos la golpeaban con sus porras, los dems hacan otro tanto con el nmero cada vez mayor de personas que se apretujaban intentando lincharla. Le arrancaron el chaquetn, hecho jirones, y la arrojaron al interior de un coche celular que cerraron con gran estrpito. Se encontr as, llena de magulladuras, en el suelo del vehculo, zarandeado por la muchedumbre que intentaba volcarlo. Logr arrastrarse hasta una rejilla y mir al exterior. Los guardias apuntaban a un grupo de civiles que se hallaban de cara a la pared y con las manos sobre la nuca. Varios nios corran de un lado a otro, llorando. El viejo M. Boyer iba de un grupo a otro de guardias, dando rdenes. El cadver del negro fue instalado en una camilla y lo introdujeron en el interior del coche celular por la trampilla del enrejillado. Truddy, aterrada, se acurruc en el fondo del coche. Los guardias se llevaron la camilla, despus de arrojar el cadver al interior. Fuera, M. Boyer daba instrucciones con un megfono; la muchedumbre se dispers, y los guardias subieron a los coches. La duea de la cafetera encendi una tea y la arroj contra el coche29

en que se hallaba Truddy. Con gran prontitud, uno de los bomberos llegados con la polica roci el coche con un extintor, pero el interior ya estaba inundado de agua e invadido por una espesa humareda. Truddy recibi un chorro de agua en plena cara, empez a toser, el humo no la dejaba respirar; se refugi en el suelo, al lado del cadver del negro, donde la humareda era menos densa. De pronto la camioneta se puso en movimiento, y las sirenas empezaron a sonar. El humo se dispers lo bastante como para que Truddy pudiera arrastrarse hasta la reja posterior. M. Boyer le segua conduciendo una limousine negra. Dos hileras de motoristas protegan a la comitiva de los gritos hostiles de la muchedumbre que se arremolinaba en las aceras. La palabra guillotina era coreada cada vez con ms fuerza. Truddy, agarrada a las rejas gritaba Help! Help! Help! con todas sus fuerzas. El coche celular fren de golpe, y Truddy rod por tierra sobre el cadver del negro, al que se abraz de manera instintiva. Afuera, la barahnda era inmensa, una gran confusin de sirenas, gritos y silbatos. La puerta celular se abri, el anciano parecido a Charles Boyer subi a su interior, y el coche arranc de nuevo. Se sent en uno de los bancos laterales, sac una radio de pilas del bolsillo y se puso a escucharla con toda atencin, sin ocuparse para nada de Truddy. El coche se detuvo30

finalmente, con suavidad, en medio de una msica de campanas. M. Boyer sac un peine del bolsillo y se repas el bigote en el momento mismo de abrirse la puerta. Truddy vio entonces, por primera vez en su vida, la flecha de la SainteChapelle, que slo conoca por las postales. Se hallaba incrustada en el interior del gran edificio cuadrado y gris que rodeaba al patio donde el coche celular se haba detenido. El caballero parecido a Charles Boyer baj del coche sin mirarla y desapareci de su vista. Ella se precipit hacia la reja lateral del coche celular para ver a la muchedumbre arremolinada en el patio, cantando la Carmaola, cancin que ella conoca por haberla odo en una pelcula francesa. Detrs de la muchedumbre y los edificios de seis pisos, Truddy vio las dos torres de NotreDame, sobre las que flotaban dos banderas francesas recortndose sobre el cielo azul de un domingo de mayo. Un hombretn de grandes mostachos rojos, vestido de carnicero francs, salt al interior del coche celular y se ech el cadver del negro a las espaldas. Alguien cerr la puerta. Truddy escuch las risas de la gente; ahora los guardias preparaban una hoguera en otra esquina del patio. El carnicero arroj al negro sobre una mesa de madera, lo desvisti con gran rapidez y comenz a partirlo en trozos con la ayuda de diversos cuchillos que un joven rubianco no cesaba de afilar al efecto. Esto dur un31

buen rato. Los guardias encendieron la hoguera con carbn de lea; pronto se convirti en un verdadero horno; la muchedumbre gritaba Bravo! cada vez que el carnicero cortaba un nuevo miembro del cadver del negro, que el ayudante iba arrojando a la hoguera. Un olor de carne quemada comenz a inundar el aire, la gente imitaba los gritos de los indios. Los guardias sacaban de la hoguera los trozos ya bien rustidos y se los pasaban a la muchedumbre a travs de las rejas. El cadver del negro desapareci as en pocos minutos. Luego el aprendiz y el carnicero hicieron unas cuantas piruetas alrededor de la mesa; el aprendiz cogi un tizn del fuego y comenz a escupir fuego danzando sobre la mesa, mientras el carnicero se pona un capuchn negro con agujeros para los ojos, el bigote y la boca, y se colocaba con los brazos cruzados en lo alto del entarimado de la guillotina. La multitud lanzaba gritos histricos, Truddy temblaba de miedo. Corri a la reja central del coche celular para ver la fanfarria de los bomberos que bajaba por la escalera central del Palacio de Justicia tocando la Marsellesa. Detrs de ellos entraron dos hileras de viejos cubiertos de medallas y, en medio de ellos, vestido con una larga tnica negra y una peluca blanca rizada sobre la cabeza, M. Boyer, con una balanza en la mano. La multitud ante su aparicin lleg al delirio. M. Boyer se32

detuvo en lo alto de la escalera e hizo un gesto para imponer silencio. Pronunci un discurso del que Truddy slo pudo comprender dos palabras que se repetan sin cesar: justicia y guillotina. Las rejas cedieron ante el empuje de la muchedumbre. El patio se vio invadido por centenares de personas, y algunos jvenes con casco y bufanda arrastraron a Truddy fuera del coche celular a puntapis. Ella logr levantarse haciendo un esfuerzo y se precipit a todo correr hacia la guillotina. No quera morir linchada. Al pasar, la gente la golpeaba, pero consigui llegar arrastrndose hasta el entarimado. El verdugo la ayud a subir las escaleras; luego, la bes largamente en la boca, mordindole salvajemente los labios, al tiempo que le apretaba el cuello y la nuca con unos dedos fuertes como tenazas. Truddy no tena fuerza ya en ninguno de sus msculos, el verdugo la sujetaba por los cabellos como si fuera un monigote, a pesar de sus noventa kilos. La gente rea enloquecida y arrojaba adoquines sobre ella. El carnicero le coloc la cabeza en el cepo, ella fij los ojos en el tejido del cesto y se dijo a s misma No puede ser cierto, en el momento mismo en que la cuchilla le segaba la cabeza. En un ltimo destello, pudo ver la cara de su madre, muerta al nacer ella, y a la que slo haba conocido en foto. La muchedumbre danzaba en torno a la guillotina y a la hoguera todava33

humeante, entre cuyas cenizas algunos nios hurgaban para encontrar an algn hueso del negro que roer. M. Boyer se dio media vuelta, ascendi las escaleras del Palacio de Justicia, y cerr tras de s la puerta principal, dejando fuera a la multitud enardecida. Dej caer al suelo el ropn negro y arroj la peluca contra la puerta lanzando un suspiro de hasto.

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MADAME PIGNOU

Mme. Pignou se detuvo extasiada ante el escaparate de huevos de pascua de la esquina de HenriMonnier y VictorMass. Llevaba sin comer una semana, no por falta de pan, ciertamente, sino por glotonera. No compraba ms que un huevo de pascua cada ao, y ayunaba durante una semana, relamindose por todos los escaparates del distrito 9 antes de elegir el huevo de pascua de sus sueos. Este era el adecuado. Sac de su estuche, que guardaba en su viejo bolso de cuero negro, unos anteojos para mirar los precios. Se pregunt si cien quera decir diez francos o mil, y finalmente, ya decidida, entr en la confitera, e hizo sonar el timbre de la caja, que en este momento se hallaba vaca. Una joven prostituta, de tez fresca y un pequeo caniche bajo el brazo, por poco la atropella, entrando casi al mismo tiempo que ella. Quiero35

una pizza, le dijo a la confitera, que en aquel momento sala de la trastienda. La confitera envolvi la pizza en un papel y se la dio, diciendo: Tres francos con cincuenta, gracias. La otra cogi la pizza y comenz a comerla, dndole las migas al caniche. Qu huevo de pascua me aconseja Vd.? pregunt Mme. Pignou a la confitera. Depende de la edad respondi aqulla. Es para m dijo Mme. Pignou, y oy la risa de la prostituta a su espalda. Mme. Pignou se volvi, indignada. Seorita, dijo la confitera, las pizzas se comen fuera, si hace el favor. La joven prostituta sali, empujando con un codo la puerta de cristal, y con el perrito en la otra mano. Yo haba pensado en el huevo del medio dijo pensativa Mme. Pignou, el de la cinta rosa. La confitera se dirigi a buscarlo. Pero es intolerable! grit al llegar al escaparate, la chica esa est poniendo a mear a su perro en mi acera! Y sali de la confitera apostrofando a la joven prostituta. Mme. Pignou se acerc al escaparate, pero no pudo or nada. La confitera gesticulaba, el caniche la mordi en la pantorrilla, la joven prostituta cogi el perrillo y huy con l hacia la Rue Frochot. Mme. Pignou abri la puerta y va hacia la confitera que camina trabajosamente; sta le dice educadamente a Mme. Pignou: No es nada, madame, se lo agradezco. Venga, entremos en la confitera an nos queda36

mucho por sufrir! Y, primero, cerremos la puerta con llave! Hizo sentar a Mme. Pignou en una silla de frmica y fue a cerrar la puerta con llave. Cojeando an, la confitera trajo una barra de hierro que cruz sobre la puerta de vidrio, luego se escurri detrs de la caja y se puso a sollozar. Mme. Pignou se levant de la silla de frmica y fue hacia el escaparate. All, escondida tras las filas de huevos de pascua, mir a derecha e izquierda. La calle HenrieMonnier estaba desierta, como todos los domingos por la tarde; slo la joven prostituta, con el caniche debajo del brazo, se mantena parada delante del escaparate de la confitera. Cuando descubri a Mme. Pignou entre los huevos de pascua, lanz con todas sus fuerzas contra la vitrina el trozo de pizza que an le quedaba, que qued all pegado; Mme. Pignou sinti como un sobresalto. Tras la pizza, que se escurra por el vidrio del escaparate, la joven prostituta rea a grandes carcajadas. La confitera sollozaba cada vez ms. Es mi hija! consigui farfullar. Mme. Pignou busc nerviosamente sus anteojos en su estuche, mir primeramente a la joven prostituta, que le haca muecas, lamiendo con su larga lengua la pizza pegada al vidrio. Luego, Mme. Pignou, atravesando la confitera, observ los rasgos de la confitera sacudida por los sollozos detrs de la caja. Mme. Pignou sinti el sudor fro del miedo recorrerle la espina37

dorsal. Volvi a sentarse en la silla de frmica. La confitera vino hasta ella cojeando y le dijo: Se siente Vd. bien, madame?; por primera vez tomaba conciencia de la avanzada edad de Mme. Pignou y tuvo miedo de un posible infarto. Pero Mme. Pignou tena un corazn slido. Dijo con la mxima firmeza posible: Estoy bien, gracias. Esto sirvi de pretexto a la confitera para ponerse a sollozar de nuevo y a la joven prostituta para empezar a pegar puetazos y patadas en el escaparate, hasta llegar a hacer temblar los huevos de pascua expuestos en l, lo que enfureci a la confitera, que se precipit hacia el cristal gritando Cochina! Cochina! adoptando los mismos gestos que la otra, al otro lado del escaparate. Mme. Pignou sac un pauelo de viejo encaje de su bolso y se enjug la frente; sobre el pauelo quedaron motas de polvos blancos. Oy entonces el llanto de un beb en la trastienda, intent alertar a la confitera, pero ni una palabra lograba salir de su boca, se haba quedado completamente muda. Un beb apareci gateando por detrs del mostrador, en un estado de suciedad indescriptible y lleno de chocolate hasta los pelos. Era una nia. Se arrastr hasta Mme. Pignou y se agarr a su falda, manchndola de chocolate. La confitera se precipit sobre ella, abofetendola violentamente. Nadia, Nadia gritaba, vas a dejar de molestar a la seora? Tom a la peque38

a en brazos y entr cojeando en la trastienda. La joven prostituta aplast la mejilla contra el cristal del escaparate y se puso a llorar convulsivamente. Tambin es desgracia dijo la confitera volviendo de la trastienda, no solamente me dej su criatura, sino que adems viene a hacer la calle delante de la confitera!. Mme. Pignou tosi y recobr el uso de la palabra. Vd. estaba en la confitera de la esquina Rue des Martyrs y VictorMass? le pregunt. La confitera se mostr sorprendida. Estuve all como aprendiza hasta los dieciocho aos, respondi. Me acuerdo de Vd., dijo Mme. Pignou. Vd. era la huerfanita de las gafas. Es Vd. del barrio? pregunt estpidamente la confitera. Lo frecuentaba en otro tiempo dijo Mme. Pignou. Mir en torno suyo los huevos de pascua colocados en apretadas hileras, sobre pequeos estantes que llegaban casi hasta el techo. Para sus ojos fatigados, todos los huevos se confundan entre s; sac sus gafas. En efecto, todos los huevos eran parecidos: aproximadamente quince centmetros de altura; diferan, sin embargo, en un punto: unos tenan una cinta rosa y otros una cinta azul. El rosa es para las nias, y el azul para los chicos dijo la confitera, como si hubiera adivinado sus pensamientos. Mme. Pignou se llev maquinalmente la mano a la garganta y te sac la estrecha gargantilla de terciopelo negro que la rodeaba,39

luego su mentn empolvado, y sus escasos cabellos de un blanco inmaculado. Se apoy en su bastn para levantarse y fue a mirarse en un espejo situado entre dos huevos de pascua. Permaneci as durante casi un minuto, observando la escena que ocurra ahora en la confitera, sin llegar a creerlo del todo. La joven prostituta se haba puesto a mear en la acera (para hacerlo se haba levantado la minifalda de lame, debajo de la cual no llevaba nada, y el pequeo caniche en tanto lama la orina que arroyaba), la confitera haba ido a buscar a la nia en la trastienda y volva con ella en brazos. A travs del espejo Mme. Pignou se dio cuenta de que la nia no estaba cubierta de chocolate, sino que era negra. Llevaba prendida una cinta rosa resplandeciente en su pelo crespo. Fue con un negro con quien pec dijo la confitera, sacudiendo a la nia para que se callara. Mme. Pignou se desinteres de la escena. Fij en el espejo sus propios ojos y no vio sino dos moscas sobre un huevo, se ajust mejor las gafas, observ, y vio su catarata: el azul con tierra de siena alrededor, se confunda con el blanco de zinc y, en el centro, un pequeo punto negro. Intent fijar el pequeo punto negro, pero fue imposible. Me estoy haciendo vieja dijo en voz alta. Tiene Vd. suerte, madame respondi la confitera de inmediato, Vd. al menos vive en paz. Y la nia se40

puso a llorar de nuevo. Yo tambin hice la calle, ahora soy una vieja dijo Mme. Pigou. La confitera no la escuchaba. Sacuda a la nia para que se callara. Mme. Pignou entrecerr los ojos, intentando reconocer en el espejo la cara altiva de otros tiempos, cuando suba y bajaba la Rue des Martyrs en busca de un hombre que le llenara la alcanca. Se acord del ltimo, M. Pignou, que la sac del arroyo y le leg un pequeo apartamento de dos piezas en un quinto piso sin ascensor de Rue Houdon. Todo lo que ella haba ido ahorrando entretanto haba venido a parar a su hija, que era ni ms ni menos que la confitera que vea en el espejo. Qu precio tiene el huevo? pregunt. Cinta azul o cinta rosa? pregunt a su vez la confitera. Rosa dijo Mme. Pignou. Rosas hay varios dijo la confitera, tenga! sostngame esto. Y le pas a la pequea mulata, que se puso a llorar de nuevo. Mme. Pignou no haba cogido jams un nio en sus brazos. Se desplom en la silla de frmica y la apret contra s muy fuerte, lo que irrit a la pequea, que empez a araarla cruelmente en la cara, pero el miedo a dejarla caer era demasiado fuerte en Mme. Pignou para poder reaccionar. La confitera, por su parte, haba ido a la trastienda y volva ahora con una escopeta de caza. Apunt con ella al escaparate y dispar muchas veces, los huevos volaron hechos trizas. La joven prostituta dio un grito41

y fue a esconderse detrs de un coche. Se me ha escapado la muy puta! grit la confitera. Lstima que no tenga ms cartuchos! La joven prostituta salt de detrs del coche y lanz un adoqun contra el cristal del escaparate, que salt en mil pedazos. Mme. Pignou fue alcanzada en la frente por una esquirla de cristal. Apret an ms fuerte contra s a la pequea Nadia, que aullaba cada vez ms fuerte, y fue a esconderse detrs del mostrador, entre los sacos de harina. La pequea, felizmente, no estaba herida, pero Mme. Pignou sangraba abundantemente por la frente. Meti la cabeza detrs del mostrador en el preciso momento en que la joven prostituta, lanzando un grito de guerra indio, penetraba en el interior de la confitera por el boquete del escaparate. Se sac una navaja automtica del escote y apual salvajemente a la confitera en la garganta, que, jadeando, intent agarrarse a los estantes, derribndolos todos sobre s. La joven prostituta se ensa an en el cuerpo de la confitera, clavndole varias veces la navaja en el vientre y en la espalda; la otra acab hundindose en un mar de sangre. La joven prostituta se levant lentamente, apoyndose en el cadver de la confitera, y se ech para atrs la mecha rubia que le caa por la frente con el revs de la mano cubierta de sangre. Hala! dijo, y escupi sobre el cadver de la confitera, propinndole adems una pa42

tada en la cara. La pequea Nadia, a la que Mme. Pignou apretaba en sus brazos, bata palmas y se rea a mandbula batiente. La joven prostituta se derrumb en la silla de frmica y se puso a sollozar, manchndose las mejillas con las manos inundadas de la sangre de la confitera. Luego cubri el cuerpo de la confitera con sacos de harina y los reg de ron. Mme. Pignou apretaba tanto contra s a la pequea Nadia que tuvo miedo de asfixiarla. Voy a salir se oy decir con voz firme. La joven prostituta no la oy. Fue a buscar una caja de cerillas detrs de la caja riendo como una loca. Prendi el ron de los sacos, que echaron a arder al instante y se puso a saltar entre las llamas, lanzando gritos. Mme. Pignou recobr sus bros juveniles, se precipit sobre su viejo bolso de cuero negro cado en tierra, e introdujo en l a la pequea mulata. Se dispuso a atravesar el escaparate. La joven prostituta se haba convertido en una antorcha viviente que corra en todas direcciones, estrellndose contra los espejos y hacindolos pedazos. Mme. Pignou se arm de valor y atraves la confitera con su bolsa, en la que iba metida la pequea Nadia bajo el brazo. A punto estuvo de caerse al tropezar con el cadver de la confitera. Finalmente logr trepar por el escaparate, y se dej caer al exterior. Las llamas haban alcanzado ya toda la confitera, y una inmensa humareda empezaba a extenderse43

desde el interior. Arrastr algunos metros el bolso que contena a la pequea Nadia, se sent sobre la acera y lo abri. Del bolso sali una espesa nube de humo, la pequea Nadia haba muerto asfixiada. Mme. Pignou la deposit en el agua de la cuneta, que corra abundantemente. Se puso en pie, apoyndose en el parachoques de uno de los coches aparcados y se volvi para contemplar el escaparate de la confitera, cuyas llamas alcanzaban ya ms de dos metros. Los vecinos salan a observar, se oan las sirenas de los bomberos. Mme. Pignou recobr su porte de antao para recorrer los pocos metros que la separaban del incendio. Ya ante la vitrina, tuvo un momento de vacilacin. Una explosin hizo volar lo poco que quedaba del escaparate. El interior de la confitera era como una marmita de chocolate hirviendo. Los cadveres de la confitera y la joven prostituta flotaban all enmedio. Una espesa humareda sala de la trastienda. Mme. Pignou frunci los ojos, y vio en medio de la humareda la cara de su madre, lavandera del Canal St.Martin, a la que no haba podido conocer. Vio la cara de su madre como en un medalln, tal como siempre se la haba imaginado. Los bomberos detenan sus coches delante de la confitera. Mme. Pignou continu su camino, lleg a la esquina de la Rue Frochot y se volvi. El fuego se haba extendido a todo el edificio, haba heridos graves;44

intentaban reanimar a la pequea Nadia con un baln de oxgeno. Mme. Pignou sac sus gafas para ver la escena ms de cerca. Los cadveres de la confitera y la joven prostituta haban sido colocados en sendas camillas y subidos a una ambulancia. En cuanto a la pequea Nadia, el equipo de mdicos se esforzaba por salvarla, los vecinos se precipitaban a ofrecer su sangre. Mme. Pignou recogi su bolso, dej caer las gafas. Subi trabajosamente la Rue Frochot, toda llena de moretones, su viejo vestido negro hecho jirones, un chichn en la frente, y la cara cubierta de sangre. Al llegar a Place Pigalle, fue a refrescarse la cara en la fuente. La vendedora de peridicos del domingo vino a ver qu le ocurra, y le gru: Otra vez ha vuelto a caerse en la cuneta, Mme. Pignou es usted incorregible! Mme. Pignou sacudi la cabeza de izquierda a derecha, y seal con mano temblorosa la columna de humo que se vea salir del comienzo de Rue Frochot; la vendedora de peridicos, lanzando un grito, se dirigi corriendo al lugar del siniestro. Varios coches de bomberos llegaban de Place Clichy. No es verdad se dijo Mme. Pignou. Recogi del suelo su huevo de pascua, que se le haba cado, y subi hacia su casa, un quinto piso de la Rue Houdon. Se sent a la mesa y devor el huevo en tres minutos.

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LA CRIADA

La rata sac el hocico del bolsillo de la americana griscea y se sacudi los bigotes; oy los pasos del propietario de la americana, M. Alphand, que entraba en la biblioteca furioso, golpeando con su bastn el respaldo de la silla donde se hallaba colgada la americana; la rata lanz un chillido y corri a esconderse entre los libros. M. Alphand apunt hacia la rata con su bastn y la recrimin en francs. La rata empez a lanzar pequeos chillidos y se puso a saltar por las estanteras, tirando al suelo dos gruesos volmenes de pergamino. La rata haba tomado posesin de la biblioteca de M. Alphand, pero Alphand no se atreva a llamar al servicio de desratizacin del distrito 14 porque su criada haba amenazado con despedirse si echaba a la rata, a la que haba tomado un gran afecto. La criada vino a ver lo que pasaba; M. Alphand tem47

blaba de ira, la rata le haba rodo un trozo de la miniatura sobre la que trabajaba en aquel momento. M. Alphand pintaba pequeas miniaturas de inspiracin persa que luego venda en la galera de unos amigos suyos. La precisin de su pincel haba llegado a hacerse clebre al cabo de sesenta aos de esfuerzos. Fue por estas fechas cuando la criada, a la que nunca en su vida haba mirado, le propuso casarse con ella. l rehus lo ms cortsmente que pudo, arguyendo que a su edad, etctera. Desde entonces la criada le odiaba. Le pona polvos de estornudar en las acuarelas, y lo trataba de impotente delante de su nico amigo, Tommi Panthor, otro clebre miniaturista de los aos locos de Montparnasse. Tommi, desde haca algunos meses, encontraba siempre las ms vulgares excusas para dejar de acudir a la partida de ajedrez que solan celebrar los jueves por la noche. Un da, la criada lleg a casa con una rata metida en la cesta de la compra, diciendo que se trataba de una rata hurfana que haba encontrado a la puerta de casa. La rata, durante algunas semanas, se qued tranquila en el interior de la cocina, luego empez a tomar la costumbre de deslizarse en la biblioteca, que M. Alphand mantena siempre en el ms estricto orden; conoca el emplazamiento exacto de cada uno de los libros antiguos, y sus pginas se hallaban grabadas en su memoria de48

manera indeleble; era capaz de recordar el lugar exacto de un libro que no haba abierto desde haca al menos treinta aos, y de la pgina exacta de donde poda extraer una inspiracin. Desde la llegada de la rata aquello haba empezado a convertirse en un infierno. Le arrancaba pginas para roerlas, o bien haca bolas con ellas que haba que tirar a la basura. La criada dijo a M. Alphand: Es culpa suya! No deje tiradas sus miniaturas por todas partes! M. Alphand ni siquiera se tom el trabajo de responder. La sirvienta tom a la rata en brazos y dijo: Es la hora de darle el bibern! Sali de la biblioteca dando un portazo y se encerr en la cocina, otro portazo. M. Alphand empez a dar gritos histricos, a darse cabezazos contra las estanteras, e incluso a arrancarse los cabellos. Cuando por fin se calm se dijo que ya era hora de tomar una decisin. Descolg su viejo telfono de trompetilla y marc con dedo tembloroso el nmero de su viejo amigo Tommi Panthor, quien descolg su propio telfono con mano temblorosa. La nica persona que a veces lo llamaba era Julien Alphand, y siempre para crearle engorros. La criada, al or el clic del telfono, dej a la rata con su bibern sobre la mesa de la cocina y atraves el pasillo de puntillas para ir a pegar la oreja a la puerta de la biblioteca. Necesito tu ayuda susurraba M. Alphand al telfono,49

es preciso que me dejes mudarme a tu casa! Tommi Panthor se sobresalt. En su apartamento de tres habitaciones de la Rue Vavin, nadie aparte de l haba entrado en los ltimos diez aos. Es verdaderamente necesario? pregunt, La rata ha dado un mordisco a mi miniatura susurr Julien Alphand. Tommi Panthor estaba ya ms que harto de los problemas de Julien, siempre de orden absolutamente imaginario. Creo que eso no es razn suficiente replic, y colg. M. Alphand se qued tan totalmente sorprendido de la respuesta, que qued por un momento suspenso, con el auricular en la mano. Nada ms colgar, el telfono son de nuevo, De qu rata se trata? le grit, de mal humor, Tommi Panthor desde el otro lado del hilo. T sabes muy bien que tengo una rata en mi biblioteca! Tommi jams haba podido creer la historia de la rata de Julien. Saba que empezaba ya a chochear. Haca algn tiempo que apenas prestaba atencin al juego, cuando echaban la partida de ajedrez; se pasaba horas y horas meditando la jugada, y luego mova, por ejemplo, la torre blanca cuando sus fichas eran negras, etc., lo que haca montar en clera a Tommi Panthor; hasta que Tommi prefiri quedarse en casa los jueves para or los conciertos de la radio, odiando adems como odiaba a la criada de Julien, una vieja sucia y repulsiva, que tena la costumbre de rascarse la50

cabeza mientras serva unos espaguetis sin sal y siempre pegados al fondo de una cazuela ya de por s calcinada. En su juventud haba sido bella, no una belleza llamativa, pero haba llegado a tener una cierta fama en la Coupole, donde an poda vrsela reproducida desnuda, vestida de odalisca persa, en una de las columnas pintadas por un joven de la poca, imbcil a ms no poder, que le pagaba as sus servicios. La criada conservaba an la costumbre de ir a sentarse los jueves (entonces el da de moda) a tomarse un pasts en la Coupole a medioda, frente a su desnudo juvenil, vestida con la nica ropa que posea, un viejo vestido de blonda negra bastante vase, que dejaba ver sus botines de cordones, y un renard apolillado sobre sus hombros, siempre el mismo. Deca siempre buenos das a JeanPaul Sartre y a Simone de Beauvoir que se sentaban enfrente suyo, bajo el desnudo, y stos le respondan con un movimiento de cabeza; luego, Simone de Beauvoir continuaba leyendo en voz alta y a toda prisa los peridicos, mientras Sartre mojaba su croissant en una taza de caf y rea. La criada aprovechaba para or las noticias del da, pero como crea que eran las de la semana, no se enteraba de gran cosa. En varias ocasiones haba sugerido a M. Alphand (que no tena ni radio ni tele) incluir en su presupuesto el precio de un peridico, pero l siempre se haba negado a ello.51

Tomaba su pasts mientras fantaseaba, aprobaba con la cabeza cada vez que Sartre golpeaba la mesa, y pagaba su pasts con los cinco francos con sesenta que M. Alphand le daba cada jueves por la maana, debiendo luego llevarle el ticket. Tommi Panthor se dijo que, despus de todo, no era raro que Julien se hubiera vuelto loco: viviendo con una mujer semejante! La criada dio un portazo al entrar en la cocina, lo que hizo comprender a M. Alphand que haba escuchado toda la conversacin. Pens que no poda contar con la colaboracin de aquel viejo cobarde de Tommi Panthor. Se enfil entonces su chaqueta gris, cruz el pasillo, y golpe con el pomo de su bastn en la puerta de la cocina. La criada grit: Quin es? Soy yo grit a su vez M. Alphand, slo dos palabras! Abri la puerta de la cocina y un fuerte olor de coliflor le dio en la cara. La criada se hallaba sentada en una silla de frmica, con la rata en sus rodillas, a la que haca eructar. Sobre la mesa de la cocina, un tren elctrico, el juguete preferido de la rata, corra a toda velocidad. La criada se lo haba comprado a plazos en Navidad. La rata salt sobre uno de los vagones y lanzaba grititos cada vez que cruzaba ante una estacin, lo que notaba por los cambios de luz en el semforo. La criada le grit a M. Alphand: No se ha limpiado los pies antes de entrar en la cocina! M. Alphand lo hizo sin52

decir palabra. Tome asiento le grit ella, y M. Alphand se sent en otra silla de frmica, apretando nerviosamente con la mano derecha el pomo de su bastn. Le estoy preparando pasta le grit ella, que tena costumbre de gritarle como si fuera sordo, aunque M. Alphand oa perfectamente. La coliflor es para la rata. La criada preparaba platos extremadamente elaborados para la rata; M. Alphand slo tena derecho a pasta, siempre la misma, y demasiado hervida, o incluso quemada, lo que era motivo de continuas disputas. Adems, se vea forzado a comer en el escritorio de la biblioteca, habiendo instalado la criada una especie de Beln sobre la mesa del comedor, hecho de figuritas de plomo, de las que haba robado ms de un millar en el supermercado, y en medio del cual dorma la rata en una cuna destinada sin duda a un gato peripattico, toda ella forrada de satn rosa. Est usted despedida ! se puso a gritar M. Alphand en el momento mismo en que el telfono comenzaba a sonar. Cruz el pasillo, dando un portazo a la puerta de la cocina, y fue a coger el auricular a la biblioteca, dejando la puerta abierta. La voz de Tommi Panthor le dijo, con la voz ms tranquila del mundo: Deberas cambiar de criada, Julien. Haz como yo, tengo una portuguesa que me viene una vez por semana a pasar la gamuza y el aspirador, limpiar la cocina y el cuarto de53

bao, el resto lo hago yo, y le encargo a la portera que me haga las compras. Mientras tanto, la criada haba entrado en la biblioteca con una cacerola de patatas, cuyas peladuras iba dejando caer sobre los tapices persas. La rata haba venido tras ella, dando saltitos, y se dedicaba a comer las peladuras, mezclndolas primero con sus cagarrutas. Yo jams dejo entrar a nadie en mi biblioteca continuaba Tommi Panthor por telfono, ah soy siempre yo quien pasa la gamuza hasta me subo a una escalera para hacerlo! Por cierto, estara bien que me devolvieras mi incunable de BoulaTamari, querra ver de nuevo con detenimiento el dibujo de la torre de Babel que ilustra la pgina diecisis. Vuelvo a llamarte de nuevo dentro de un rato dijo Julien, y colg. Se puso de pie detrs de su escritorio y dijo con voz firme: No me ha odo usted? Est usted despedida! Vaya a hacer sus maletas! La criada dej la cazuela en el suelo, cogi a la rata en sus brazos, acaricindole la nuca para tranquilizarla. Un par de gruesos lagrimones surcaban su maquillaje, ya de una semana, y que slo renovaba los jueves, para ir a la Coupole. De verdad me echa usted a la calle, M. Alphand? dijo con voz dulce, adonde voy a ir? En todo caso tendr que darme dinero murmur ella. No le dar ni cinco me entiende? Se ir con lo mismo que trajo el da que lleg! El telfono empez54

a sonar de nuevo. Tommi Panthor gritaba furioso, al otro lado del hilo: Me has colgado en mis mismas narices! Con lo que cuesta cada llamada! Julien dej el auricular sobre la mesa, saba que cuando Tommi montaba en clera, la cosa poda durar cinco minutos. Le dar algunos luises de oro, Ginette le dijo a la criada; sac algunos de un cajn de su escritorio, los introdujo en un sobre y se los dio con mano firme. Gracias, M. Alphand dijo la criada, y sali de la biblioteca, cerrando la puerta suavemente. La rata, sin embargo, se haba quedado royendo el hilo del telfono. M. Alphand se precipit sobre ella amenazndola con el bastn. La rata dio unas cuantas piruetas en el aire y fue a esconderse en una estantera, pero ya haba conseguido cortar el hilo del auricular, donde la voz de Tommi Panthor haba quedado cortada en seco. La rabia de M. Alphand lo ceg por completo. Se puso a perseguir a la rata que trotaba entre los libros, intentando darle con el bastn, pero sta se escurra de tal manera que no consigui propinarle un solo golpe. En su persecucin, M. Alphand tir al suelo casi la mitad de sus libros. Se sepult en la butaca y empez a arrancarse los cabellos de rabia y a dar aullidos. La criada observaba por el agujero de la cerradura. Vio a la rata posarse en el respaldo de la butaca de M. Alphand, sin que ste se diera cuenta, saltar luego55

rpidamente sobre l y morderle la oreja. Antes de que M. Alphand lograra reaccionar, la rata dio un brinco, se desliz entre las dos hojas de la puerta, que no cerraban bien, y fue a refugiarse en brazos de la criada, temblando de miedo. M. Alphand, por su parte, emita una especie de grito sostenido, e intentando apoyarse en uno de los estantes, tir la estantera entera, cayendo al suelo en medio de un montn de libros. La criada se alej por el pasillo, de puntillas, apretando a la rata contra su pecho, volvi a la cocina, y cerr la puerta, esperando que M. Alphand se calmara. Abri el sobre que ste le haba dado y encontr dos luises de oro. Pens que con ellos poda muy bien pagarse una cena en la Coupole con la rata. Sac del aparador su noir de Chine de Jouvency, y se retoc los ojos de la manera habitual, sin tener siquiera que mirarse al espejo para hacerlo. Le puso a la rata un pequeo lazo rosa en el cuello, se sec las manos en el viejo delantal, que dobl y coloc en el aparador. Aprovechara la ocasin para presentarle la rata a Sartre y a Simone de Beauvoir; esto le permitira establecer con ellos nuevos lazos de amistad, despus de todo el tiempo que venan encontrndose en los mismos lugares. All por los aos cuarenta, la criada sola ir a tomar el aperitivo al Flore, mientras Simone y Sartre escriban en la mesa de enfrente, la saludaban siempre con la ca56

beza. Un da, se haba armado de valor y haba ido a sentarse a su mesa para pedirles que le escribieran canciones existencialistas. Sartre y Simone de Beauvoir se haban excusado con mucha educacin, y continuaron saludndola con la cabeza. Pero, en la imaginacin de la criada (que quizs estaba en lo cierto), Sartre y Simone eran las nicas personas que se interesaban un poco por ella. M, Alphand se haba calmado; escuchaba un disco de Wagner, sentado en la butaca de la biblioteca. La criada sali de la cocina de puntillas y subi la escalera hasta su habitacin, en el sexto piso, con la rata trotando detrs suyo, sac su maleta de cartn de debajo de la cama, y meti en ella sus viejos cachivaches y los juguetes de la rata. Pein los bigotes de la rata con gomina, la meti en su viejo bolso negro, dejndolo abierto para que pudiera respirar y llenndolo de golosinas para que se estuviera tranquila, cogi su maleta en una mano y su bolso en la otra, baj las escaleras, y se detuvo en el segundo piso. Hizo un gesto de silencio a la rata y avanz sigilosamente por el pasillo del apartamento, con la rata siguindola en silencio. M. Alphand haba logrado reparar el cable del telfono e insultaba a Tommi Panthor, tratndolo de viejo cobarde. La criada se desliz como una sombra hacia la cocina sin luz y tom del aparador el viejo cuchillo. La rata salt al interior de la bi57

blioteca, brinc sobre M. Alphand y le mordi la nariz, lo que le hizo dar un gran chillido. M. Alphand cerr los ojos y golpe en el aire con su bastn. Tommi Panthor gritaba Al? Al?, desde el otro extremo de la lnea, pensando que su viejo amigo se haba vuelto loco. La criada entr justo en el momento en que Julien abra de nuevo los ojos. Avanzaba blandiendo el cuchillo; apenas tuvo tiempo de reaccionar, cuando ya tena la garganta cercenada, mientras la rata se ensaaba con su nuca. Se desplom sobre el escritorio, agarrndose, como a algo firme, a su pequea miniatura inacabada. La criada tom el telfono, donde segua oyndose la voz de Tommi Panthor que gritaba Al? Al? Es usted M. Panthor? pregunt la criada. M. Julien Alphand se ha ausentado. Tommi Panthor comprendi que haba ocurrido lo peor. Colg el telfono y se puso su viejo traje negro, dicindose que era su deber ocuparse de los funerales de Julien. La criada, entretanto, rociaba de gasolina el cadver de M. Alphand y le prenda fuego. Al momento la biblioteca se convirti en una gran hoguera. Tom de nuevo su maleta y su viejo bolso, al que la rata salt con presteza. Cerr la puerta con llave, baj los dos pisos, atraves CampagnePremire y torci a la derecha por Boulevard Montparnasse. Era sbado por la tarde y la calle estaba llena58

de gente. Al cruzar por Boulevard Raspail, la criada se dio cuenta de que era ms de medianoche. Se pregunt si no sera quizs un poco tarde para lograr ver a Sartre y Simone de Beauvoir. Tal vez podra pedirle a M. Laffont, el dueo de la Coupole quedarse a dormir en su mesa hasta la hora del aperitivo, cuando estaba segura de poder encontrarlos. Les explicara su caso, ellos le haban demostrado siempre una extremada deferencia, sobre todo Simone de Beauvoir, que un da le haba dado un prospecto en el mercado de Aligre. Entr en la Coupole, alguien le sostuvo la puerta, y tard casi quince minutos en poder llevar su maleta hasta el lugar donde se hallaba el fresco de la odalisca, tan lleno de gente estaba. Dej la maleta en el pasillo y se sent en su sitio. Abri discretamente el bolso y le mostr con un dedo a la rata su fresco de odalisca sobre la columna. Una mujer prxima a su mesa lanz un grito, un joven dej caer al suelo un plato, otro se arroj sobre el bolso, la rata salt y se puso a correr bajo las mesas. La gente se suba a las mesas chillando sin parar; la rata, enloquecida, corra por encima de las mesas, mordiendo las rodillas de las mujeres. Finalmente uno de los jefes de camareros le arroj un cuchillo, y la rata qued clavada en una mesa, dando aullidos; la criada intent abrirse paso entre la gente, mientras la rata era tirada a la basura, pero59

fue expulsada rpidamente por dos camareros, que le impidieron as hacer nada. Se volvi para echar una ltima mirada a su desnudo juvenil, se apoy en el respaldo de una silla, y empez a sumergirse en la ltima oscuridad.

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UNA LANGOSTA PARA DOS

Marina sacudi sus trenzas pelirrojas al salir del agua con su hijo de tres aos, Ludovic, que haba estado a punto de ahogarse. Lo haba salvado otro nio, tirando de l por un pie; la madre del pequeo salvador se acerc corriendo, y las dos mujeres empezaron a parlotear. La otra madre se llamaba Franoise, era francesa y morena. Las dos esperaban a sus maridos, que tenan que llegar a Palma al da siguiente en un charter. El pequeo Franois, el hijo de Franoise, moreno y bronceado como un indio, se puso a mear sobre el pequeo Ludovic. Las dos madres se precipitaron riendo, los lavaron a ambos en las olas, y los metieron en un barquito hinchable, dejndolos en l a su aire, mientras ellas iban a tomarse un oporto a la cafetera. Nada ms sentarse, un espaol muy peludo se les acerc y les cant algo en flamenco; ellas le61

dieron unas pesetas. Se alojaban por casualidad en el mismo hotel, el Palma. Decidieron acostar temprano a los nios y salir juntas por la noche. Los nios quedaron acostados juntos en la habitacin de Marina, que tena una cama ms espaciosa; tan pronto ellas apagaron la luz y se marcharon, el pequeo Franois se puso a zurrarle al pequeo Ludovic con su paleta de playa; Ludovic se puso a llorar, pero su mam no estaba ya all, estaba en aquel momento mirndose sus rojas trenzas en un espejo del hall, mientras Franoise llamaba una calesa. El pequeo Ludovic intent esconderse bajo la almohada. El otro se puso a pegarle furiosamente en las piernas con la paleta. Entre tanto, las dos flamantes amigas se suban a una vieja calesa y empezaban su recorrido nocturno por Palma. Eres feliz? pregunt Franoise. Marina suspir. Oa el rumor de la mar, senta el fuerte olor de las palmeras, y se senta, en efecto, completamente feliz en aquel momento. Apret con fuerza la mano de Franoise. Si no fuera que mi marido es homosexual suspir. El mo tambin dijo Franoise. El conductor de la calesa era un viejo delgado. Se qued dormido. El caballo tambin; marchaba por la vieja rambla de manera maquinal. Franoise apret ms fuerte la mano de Marina, y vio por el rabillo del ojo el brillo de una lgrima al pasar ante una farola. Pero lo amo, as y todo suspir62

Marina. Yo tambin dijo Franoise con voz ms firme. El caballo se detuvo en seco, y se puso a pastar entre las violetas de la rambla. El viejo calesero se despert y le dio un buen golpe de fusta, el caballo empez a trotar de nuevo, masticando las violetas. Entre tanto, el pequeo Franoise le abra la cabeza de un paletazo al pequeo Ludovic, que empezaba a gemir en medio de la cama, perdiendo sangre por la nariz. Franois le meti el mango de la paleta por el ano y se puso a saltar sobre l; Franoise entre tanto, apretaba la mano de Marina. Le confesaba en voz baja: Quera tener un hijo mo, para m sola, soy lesbiana. El caballo se detuvo por s solo delante de la Hostera Azul. Le pagaron al flaco cochero, medio dormido an, con un fajo de pesetas, y entraron en el restaurante. El maitre las coloc en una mesa tranquila, donde siguieron hablando con franqueza de sus vidas, delante de una langosta para dos.

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LAS VIEJAS TRAVESTS

Mim, atiende, hay un negro que nos mira dijo Gig. Eran dos viejas travests con pelucas rubias que hacan la calle por la acera de Rue des Abbesses. El hecho de vestirse como si fueran gemelas les conservaba una cierta clientela, a pesar de sus sesenta aos bien cumplidos. Mim, que era muy miope, grit Vienes, querido?, dirigindose a una farola. Gig lanz una carcajada. Eres la maricona ms bruta que he visto nunca dijo desternillndose de risa. El prncipe Koulot sac una petaca de oro del bolsillo interior de su gabardina blanca, extrajo un Kool, y lo encendi con su mechero de laca china. Te vienes, pues, querido? se pusieron a chillar las dos travests desde el otro lado de la calle, haciendo restallar sus ltigos sobre la acera. El Prncipe Koulot, tras haber encendido su cigarrillo, atraves la calle y fue a in65

clinarse ante ellas. Yo querer ofreceros mi reino! Y sac de su billetera de cocodrilo verde una tarjeta dorada en la que se hallaba escrito su nombre con gruesos caracteres, sobrevolado por una corona. Vosotras, mujeres ms bellas universo! aadi, inclinndose hasta casi tocar el suelo con la frente. Gig le dio un codazo a su amiga. Has odo eso? dijo. Cunto pagas por hacerte azotar por las gemelas rubias? le grit Mim, haciendo chasquear su fusta. Yo amor sincero dijo el Prncipe, cruzando las manos sobre el pecho y ponindose de rodillas. Gig le larg un fustazo a su panam blanco, que cay a la calzada. Entonces te gustan mis tetas, querido? dijo Mim, desabrochndose su cors de cuero y dejando ver sus grandes prtesis de parafina. Gig le sac la billetera del bolsillo interior; un taco de billetes de quinientos francos rod por la acera. Las dos viejas travests se precipitaron a recogerlos, los metieron en uno de sus bolsos y corrieron hasta la esquina de la Rue des Martyrs. Una vez all, miraron hacia atrs. El Prncipe Koulot permaneca inmvil en el mismo sitio, bajo la luz de la farola. Est lelo dijo Gig; y se pusieron a contar los billetes de quinientos francos. Haba un centenar. Es una millonaria! grit Mim. Y se volvieron corriendo hacia Koulot. Estamos enamoradsimas, sabes? dijo Mim. Le tomaron cada una por un brazo y66

lo ayudaron a levantarse; lo arrastraron hasta Rue des Martyrs, hacindolo subir uno a uno los escalones de su edificio, hasta un quinto piso, donde tenan alquilado un destartalado apartamento de dos piezas. Todo el suelo estaba recubierto de pieles de cabra. Koulot se dijo que nunca en su vida haba encontrado unas mujeres tan encantadoras. Haba desembarcado en Orly a las cuatro de la maana y haba alquilado un Cadillac blanco para precipitarse hacia Pigalle, que l consideraba el centro del mundo. Y haba tropezado con las dos viejas travests, que eran las ltimas que estaban haciendo an la calle por no haber encontrado clientela. Qued inmediatamente prendado de sus vestidos de cuero y sus gafas de brillantes; par el Cadillac en la esquina de Rue des Martyrs y se acerc a ellas tmidamente. El modo como lo haban tratado no le choc lo ms mnimo; encontraba a los dos travests adorables y se puso caliente de inmediato. Mim lo acost sobre las pieles de cabra del suelo, le abri la bragueta y le mordi el sexo, mientras Gig se quitaba las bragas y le frotaba el suyo contra la cara. El olor de pachul de Gig le hizo dar vueltas la cabeza. Eyacul hundiendo la cara entre las piernas de Gig, que le orin en la boca; Mim le mordi al mismo tiempo los testculos hasta hacerle llorar; el Prncipe eyacul por segunda vez, sollozando, mientras Gig le67

arrancaba su reloj de pulsera de oro y Mim le registraba los bolsillos, donde encontr una postal de Koulata: un lago en el que se reflejaban las trescientas sesenta y tres torres del palacio del Prncipe Koulot, en pleno centro de frica. Las viejas travests se miraron entre s. Despus de sesenta aos de humillaciones (o casi), haban encontrado al fin el hombre de sus vidas. Se besaron diez veces en las dos mejillas y se pusieron a bailar una java al son de un viejo disco de Yvette Horner. Koulot, que nunca haba visto bailar a mujeres blancas de carne y hueso, crey morir de asombro. Se abroch la bragueta y pregunt: Cuarto bao? Hala a baarte! ri Gig, mientras Mim le empujaba hacia el interior de su minscula cocina, donde Koulot pudo lavarse la cara y el sexo con la ayuda de un pao de cocina que apestaba a moho, pero que l tom por el colmo del refinamiento en materia de cosmtica parisin. Entre tanto, las travests bajaban sus maletas de cartn de encima del armario y metan dentro todos sus cachivaches gemelos: dos pares de botas de tacn de aguja en plstico dorado, dos pares de pantuflas totalmente gastadas, unos cuantos pares de medias de malla desparejados, dos petos de cuero con agujeros para dejar ver los senos, dos minifaldas de esponja color naranja y dos pantis de piel de cebra sinttica. Mim meti en su maleta los cosmticos y las hor68

monas y Gig las cosas de aseo en la suya: un cepillo de dientes comn, una piedra pmez, una vieja pera de lavajes y pegamento dental para las dentaduras postizas, que al mismo tiempo les serva como lubrificante para el ano. El Prncipe Koulot se inclin para recoger las dos maletas y sali al pasillo, mientras las dos viejas travests se dedicaban a romper todo lo que quedaba en el apartamento. Destriparon los colchones, hicieron trizas el espejo del armario, arrojaron la mesita de noche por la ventana, y dejaron abierto el gas y los grifos del agua. Luego se colocaron sus impermeables de piel de pantera sinttica y bajaron las escaleras del inmueble, ante los vecinos que, despertados por el escndalo, se agolpaban en los rellanos. A menudo les haban causado molestias, debido a lo especial de su clientela, pero esta vez no se atrevieron a insultarlas como haban hecho otras veces, a la vista del negro que las segua: un gigante de casi dos metros, bello como un dios. Mme. Pignou, en camisn, susurr a su vecina de escalera: Si es el Prncipe Koulot! Haba visto su foto en un vespertino. Descendiente de la Reina de Saba, por parte de madre, tena fama de poseer el rostro ms perfecto de toda la raza negra. La gracia de su sonrisa y su mirada de gacela volvan locas a las lectoras de revistas del corazn del mundo entero, desde que haba entrado en pose69

sin de la ms fabulosa fortuna de la tierra. Era el jefe espiritual de doscientos millones de almas extremadamente piadosas que, cada viernes, le regalaban su peso en diamantes, y un pjaro de papel, emblema de su dinasta. El Prncipe Koulot abri el portamaletas del Cadillac blanco donde meti las dos maletas de cartn; abri luego la puerta trasera a las dos viejas travests y se sent en el lugar del conductor. De inmediato, corrieron rumbo a Orly, atravesando el Pars desierto de las cinco de la madrugada. Las dos viejas travests, que haca siglos que no salan de Pigalle, lanzaban gritos de alegra cada vez que vean un monumento. Koulot estaba radiante de alegra. Una vieja leyenda africana deca que el dios del Universo Futuro nacera de la coyunda de un rey negro y dos mujeres idnticas de cabellos rubios, que tendran pene y que llegaran a su reino en un pjaro metlico. En Orly, un avin construido en forma de ave del paraso, sutilmente pintado por los ms grandes artistas del reino Koul, resplandeca bajo el primer sol de la maana, con los motores ya en marcha. Las dos viejas travests aplaudieron y se pusieron a bailar de alegra en la misma pista de aterrizaje, ante la mirada de asombro de la tripulacin, compuesta por eunucos vestidos con tnicas de pluma blancas. Una joven impber, negra como el bano, des70

cendi completamente desnuda la escalera del avin, con un brillante grande como un puo en cada mano; dio unos pasos de danza extremadamente graciosos y tendi un brillante a cada una de las travests; ellas los metieron en sus viejos bolsos de lona encerada. A continuacin, toda la corte entr en el avin, los dos travests a la cabeza, cantando: Il est cocu, le chef de gare! Los indgenas acompaaban el estribillo con su acento melodioso. La puerta del ave del paraso se cerr y el Concorde despeg. La Corte del Prncipe Koulot respir al fin, viendo, por primera vez desde su ascensin al trono, brillar el sol de la felicidad en la imberbe cara de su jefe espiritual, mientras las viejas travests se ponan moradas de champn y se metan una a la otra los cuellos de las botellas en el culo, saltando sobre los respaldos de los asientos. Y cuando, completamente mareadas, se pusieron a vomitar, los eunucos las acostaron en dos divanes recubiertos de piel de nutria negra. Mim, con el vientre sobresaltado por tantas emociones, se cag. Los eunucos la perfumaron con incienso; el Prncipe Koulot la cubri de besos mientras ella roncaba como un loro. Gig, en cambio, rea en sus sueos como una loca. Una hora antes de llegar al aeropuerto del reino, los eunucos despertaron a las dos viejas travests, para colocarles dos hermosos vestidos recamados de per71

las negras que llegaban hasta el suelo, con rubes en la parte de los senos. Ellas se echaron a rer al verse en el espejo del lavabo. El Prncipe Koulot abri la puerta y pis el primero la inmensa escalerilla del avin, toda ella tapizada de piel de visn blanco. Afuera, una muchedumbre imposible de abarcar con la vista aguardaba desde la noche anterior, esperando la llegada de las dos travests anunciada a todo el pas por las radios de transistores. Trescientos sesenta y tres elefantes, pintados de mil colores, arrodillados al principio de la pista, esperaban. Cada uno de ellos llevaba encima una palmera rosa, con un joven negro colgado de ella en posicin artstica, mostrando una banana rosa en la mano. El Prncipe Koulot, que se haba puesto una chilaba de lino blanco y un turbante del mismo color, se inclin ante las dos travests que, locas de alegra, se pusieron a cantar la Marsellesa. Koulot tom a cada una de un brazo y baj la escalerilla del Concorde, aclamado por la multitud indgena. Gig y Mim ingresaron as, con gran naturalidad, en el destino de su sueo comn, que haban presagiado desde siempre.

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EL ESCRITOR

Gracias a Dios! se dijo el escritor, hoy puedo comer! Uno de sus hijos, el abogado, haba venido a verlo. Impresionado por la extremada miseria de su padre, al que no haba visto desde haca treinta aos, le haba dejado cincuenta francos, prometiendo enviarle todos los principios de mes un cheque de 1.000 francos, pensando que tanto daba si su mujer se quedaba sin la segadora de csped de sus sueos. El escritor haba sido farmacutico hasta la edad de cincuenta aos. El da de su aniversario, abandon la farmacia muy temprano, sin decir adis a su mujer, ni a sus hijos. Tena cuatro: la mayor (la nica hija) era dentista; el segundo, un barbudo muy alto, mdico. El tercero haba salido monglico y lo haban colocado en una casa de73

beneficencia. En cuanto al pequeo, haba obtenido su diploma de abogado el mismo da de la marcha de su padre. A pesar de ello, el escritor no se haba acordado hasta ese da de su existencia. El viejo haba abierto la puerta de su apartamento de dos piezas de la Rue Houdon, y haba mirado con desconfianza al hombre que tena frente a s. Crey al principio que se trataba del cobrador del gas, que llevaba ya tres meses sin pagar. Soy tu hijo dijo el abogado con voz firme. El escritor pens que se trataba de su otro hijo, el mdico, a quien detestaba, y le replic No necesito nada! cerrando la puerta de golpe. El abogado desliz un billete de diez francos por debajo de la puerta. Esto le hizo la boca agua al viejo, que abri y lo dej entrar. Esto no est muy limpio dijo el escritor. Un amasijo de manuscritos se hallaban tirados en montones por el suelo, y haba que deslizarse entre los pergaminos, escritos con pluma de oca, para conseguir sentarse en el viejo butacn del apartamento. Mam ha muerto dijo el abogado. El escritor tosi. Querramos que vinieras al entierro. El escritor tosi por segunda vez y pretendi convencerlo de que no sala nunca. Explic a este respecto una confusa historia, de la que se deduca que su editor esperaba con toda urgencia su manuscrito, y rog al abogado que se fuera. Fue en74

el umbral de la puerta donde el hijo, conmovido, y con los ojos arrasados en lgrimas bajo los anteojos, le tendi los cincuenta francos y le prometi el cheque mensual. El escritor cerr la puerta y se frot las manos. Con los 60 francos (10 + 50) podra invitar a cenar a Mme. Pignou, su vecina de escalera, una viuda ms bien rolliza. Se pein el pelo con gomina y fue a llamar a su puerta. Ella estaba ya lista: con la oreja pegada al tabique, haba podido orlo todo. Se puso encima su viejo renard y salieron los dos, en direccin a Pigalle. Haba cantidad de gente. Miraron los precios de los restaurantes: no haba platos de menos de veinte francos. Se fueron pues a comer un Mac Donald regado con cerveza; esto hizo diecisiete francos con cincuenta cntimos, que el escritor pag de buena gana, alargando los billetes con una mano y palmeteando las nalgas de Mme. Pignou con la otra. Luego compraron una botella de Mosela, volvieron hacia Rue Houdon y subieron la escalera hasta el segundo piso, donde Mme. Pignou abri coquetamente su apartamento de dos piezas e invit al escritor a entrar. Nunca haba entrado antes en casa de Mme. Pignou, y qued confundido. Todo all estaba limpio y reluciente. Ella coleccionaba teteras, y las piezas de la coleccin se hallaban expuestas por las paredes. El escritor pens que nunca podra invitar a Mme. Pignou a75

su apartamento, en el estado en que se hallaba. Se sent. Mme. Pignou empez a desvestirse con lentitud, descubriendo primero sus redondas y pesadas nalgas que, por primera vez en diez aos, se la pusieron tiesa al escritor. Se acord de su esposa, una delgaducha. Mme. Pignou se quit su cors, cayndole los senos casi hasta la cintura. El escritor se sac el cacharro de la bragueta y empez a masturbarse. El t estaba a punto de ponerse a hervir: reajustndose el liguero, Mme. Pignou se precipit hacia la cocina. El escritor se haba corrido. Se meti de nuevo el cacharro en la bragueta y se olvid de cerrarla. Mientras Mme. Pignou serva el t, se desliz furtivamente hacia el descansillo y entr de nuevo en su casa. Busc nerviosamente su pluma de oca: haba tenido una idea para su prxima novela, y se haba olvidado ya por completo de su hijo y de Mme. Pignou.

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El uruguayo

PRESENTACIN *

Escribir es cada vez menos costoso, el papel es ms feo pero ms barato, ya no es necesario comprar tinteros y han desaparecido los gastos de reparacin de plumas estilogrficas que se torcan o se rompan, de modo que todo el mundo escribe, publica, hay un increble trfico de cosas impresas; quienes antes vendan corbatas dentro de un paraguas o naranjas pasadas en sus carritos o fotos pornos bajo el gabn entreabierto, ahora venden libros, por no hablar de los falsos africanos que se han pasado al betn Baranne y te detienen en boulevard SaintMichel preguntando Es usted racista?, pegndose a ti con su coleccin, a precios imposibles, de lamentables poemas, por no hablar* A modo de prlogo, hemos utilizado la recensin de Michel Cournot, brillante novelista, crtico y cineasta ocasional, aparecida en Le Nouvel Observateur, a raz de la edicin francesa de El Uruguayo. (N. del E.)

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de los falsos tipos del Tibet, de cabeza rapada, que te incordian disparndote una bocanada de H en pleno rostro para endilgarte un texto apcrifo de Milarepa en edicin pirata, y quiz lo peor de todo en realidad sean las pretendidas novelas autnticas publicadas en Gallirion o Flammimard, todas estas empresas especializadas; en suma, que se parlotea en todas partes, y uno ya no sabe lo que lee, la cabeza le da vuelta, reclama silencio, papel en blanco, libros simulados; uno est dispuesto a quemar todo esto, como los soldados de Chile, y justo en ese instante aparece un individuo genial que hace que olvidemos esta pesadilla, un individuo que cae del cielo: El uruguayo, de Copi.

La ley de la plumagoma de borrarDurante bastante tiempo se crey que Copi dibujaba porque no saba escribir. Absurda idea que impeda ver que Copi, que, en efecto, no sabe escribir, tampoco dibuja. El caso se haba ya producido con Jeanne dArc: los eruditos discutieron durante cinco siglos sobre si saba escribir o no, hasta el da en que descubrieron que, sin saber escribir, haba aprendido, en primer lugar, a trazar muy bien las siete letras de su nombre, Jehanne, para firmar ella sola, y despus las letras de un80

montn de palabras para escribir cartas enteras ella sola, pero durante este perodo ella segua sin saber escribir en absoluto, de modo que sus cartas no eran banales, no hay duda alguna, y quienes las reciban, el duque de Bourgogne o el general Falstaff, no las lanzaban a la cesta, como hacan con todo el correo, no; desde la primera ojeada, la letra de Jeanne dArc les dejaba como encantados por una serpiente, no podan apartar los ojos, no comprendan qu les ocurra, eran vctimas de una violenta diarrea y finalmente se escondan, dejando caer sobre la hierba dos tercios de su armadura, y as fue cmo, entre otras estratagemas, Jeanne dArc hizo ganar media docena de batallas: escribiendo sin saber escribir. Lo mismo pasa con Copi. No lo oculta e incluso es lo primero que anuncia en su libro: no tiene ni idea de escribir en francs, l es uruguayo* que ha olvidado el uruguayo desde que dej Montevideo; sabe muy bien que lo que escribe no es legible y recomienda encarecidamente al lector tomar una gruesa goma de borrar para leer El uruguayo, y borrar todas las lneas del texto a medida que las recorra, evitando as rencores y necedades.* Todo el mundo (y Michel Cournot el primero) sabe que Copi es argentino y no uruguayo. Precisin sin duda intil: aquellos de nuestros lectores que son poetas y creemos que lo son la mayor parte ya lo habrn rectificado. (N. del N.O.)

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Y qu escribe Copi en el tono inimitable y al fin audible de quienes no saben escribir? Escribe que, pese a las apariencia, no est en Pars, que sigue estando en su casa de Montevideo, y cuenta lo que pasa en Montevideo, el verdadero, el Montevideo en el que Copi se ha quedado. Cosas ms bien sorprendentes, que uno no ha ledo nunca en ninguna parte y no quiere adelantar para no restar fuerza al texto de Copi.

La obsesin de la sillaNo es nada habitual que la polica y las familias dejen a un loco peligroso tomar la palabra en pblico usurpando el lugar de las viejas medusas. Una vez, las gentes se detuvieron para escuchar a Lautramont, pero Lautramont tena una sonrisa sinuosa. Copi no. Una vez escucharon un delirio de algunas pginas, la Ralentie de Michaux, pero Michaux hablaba desde muy lejos, a distancia, como un mdium a la inversa, y no se plantaba en mitad de la calle, como Copi. Est tambin Au 125 du boulevard SaintGermain, de Benjamin Peret, pero Peret era surrealista, o sea un mentiroso, todo lo contrario de Copi. En fin, est tambin En bas, de Leonora Carrington, otra Jeanne dArc que no aprendi a escribir, pero Leonora Carrington se82

expresaba con los miembros encorsetados por una camisa de fuerza, lo que la molestaba un poco, mientras que, en cambio, Copi ha hecho trizas todas sus camisas de fuerza. Eso es todo. En el gnero no ha habido antes de Copi ms que estos cuatro casos, lo que muestra hasta qu punto El uruguayo merece ser ledo, y ms si pensamos que estos cuatro ahora han cerrado el pico, o han rebajado el tono, mientras se dira que Copi, que se desbloquea todava mejor y an ms fuerte, no ha hecho ms que empezar. Y no corre el riesgo de deteriorarse, de escribir algn da menos bien, pues no sabe escribir, ya lo he dicho, ms que en el uruguayo que ha olvidado, y que quiz no ha sabido nunca. Aun tratndose de un gran y maravilloso delirio, el libro de Copi, hay que advertirlo, nos pone un nudo en la garganta, porque es la primera vez que el exilio grita con todas sus fuerzas su amor y, a la vez, su odio hacia el pas que ha dejado y hacia el pas en el que se encuentra, l es el exilio. No el exilado, insisto, sino el exilio, ese gran engendrador de crmenes, suicidios, genios sin silla donde sentarse, sin plaza del pueblo adonde ir.

El uruguayo es un cuento gigantesco, maravilloso. Algo difcil de presentar, como todo lo que no tiene lmites. Pero podis ir all, no exagero, ya veris. Y no olvidis la goma, para borrar todo83

el texto a medida que lo leis, como pide muy inteligentemente Copi, lo que obliga a comprar de golpe diez ejemplares de El uruguayo para asegurarse diez lecturas (un primer estadio). Diez lecturas, y cada vez un libro bien nuevo. La gran vida. MICHEL COURNOT

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Al Uruguay, pas donde pas los aos capitales de mi vida, el humilde homenaje de este libro, escrito en francs, pero pensado en uruguayo.

A Roberto Plate

Querido Maestro: Sin duda le sorprender recibir noticias mas desde una ciudad tan lejana como Montevideo. La razn por la que me encuentro aqu, confesmoslo de entrada, se me escapa. Si me permito dirigirle esta carta, sin duda irritante, es ms por ser ledo por usted que por lo que le voy a contar: no le ofender pensando que mi historia le interesa ms que a m. Le estar, pues, muy agradecido si saca del bolsillo su estilogrfica y tacha, a medida que vaya leyendo, todo lo que voy a escribir. Gracias a este simple artificio, al trmino de la lectura le quedar en la memoria tan poco de este libro como a m, puesto que, como probablemente ya habr sospechado, prcticamente ya no tengo memoria. Le imagino dudando, con su estilogrfica en la mano, al ver que la frase anterior presenta varios ejes a partir de los cuales puede empezar a tachar;89

yo dudo como usted. Dejo esta decisin a su libre arbitrio. Escribiendo me doy cuenta de que ciertas frases me quedan extraas, como esta ltima (dejo esta decisin, etc.) sin duda porque, en los ltimos tiempos, he practicado mucho ms la lengua que se habla en este lugar que el francs y probablemente volver a un lenguaje normal me es ms difcil de lo que crea. Le ruego, pues, que excuse alguno de mis giros. El pas se llama Repblica Oriental del Uruguay. Y el Uruguay, siendo naturalmente un ro que est al occidente de la Repblica, es un nombre que, en indio, podra traducirse por la Repblica (URU) est en Oriente (GUAY). Aqu tiene la primera cosa rara. La segunda es sta: la ciudad se llama Montevideo y ellos te explican tranquilamente que esto en portugus quiere decir: h