colom gonzález, francisco - max weber teoria de la ciudad

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1 Max Weber y la teoría de la ciudad Una interpretación a la luz de la experiencia hispanoamericana Francisco Colom González (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. España) El texto de Max Weber que ha llegado hasta nuestros días con el título de La ciudad fue publicado por primera vez en 1921 en el Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik. Se trata de un manuscrito póstumo e incompleto encontrado por Marianne Weber entre los papeles de su marido que fue incluido en 1922 en el volumen recopilatorio de Economía y Sociedad. Su redacción se cree que tuvo lugar entre 1911 y 1914 y formaba parte de una serie de escritos sobre historia universal que debía llevar el nombre de Grundriβ der Sozialökonomik, aunque no hay coincidencia entre los especialistas sobre este punto (Nippel 2000, 14-15; Breuer 2000, 76). Una alusión epistolar de Weber a su intención de vincular la tipología de las ciudades a las formas de dominación no legítima llevó a los editores de Economía y Sociedad a incluir el texto en el capítulo dedicado a la sociología de la dominación. Lo cierto es que esta característica de los regímenes urbanos tan sólo es tratada en una parte del escrito, concretamente en la formación de los órganos comunales de las ciudades medievales italianas por medio de la conjuratio de los burgueses. Weber lo interpretaba como un acto político de usurpación original en contra de los poderes legítimos (Weber 2000, 26), pues implicaba una subversión de las formas feudales de asociación y una alteración del patrimonialismo estamental. En el norte de Europa, por el contrario, la formación de órganos comunales culminó generalmente con un compromiso entre las distintas partes implicadas y un reparto de poderes en el marco del principio de legitimidad vigente. Las circunstancias que rodearon el descubrimiento del manuscrito, los cambiantes subtítulos añadidos al mismo (formas de la ciudad; un análisis sociológico; la dominación no legítima - tipología de las ciudades), así como la articulación interna del texto y su ubicación en las ediciones recopilatorias de su obra, han llevado a que se haya perdido buena parte de su sentido original. Así, por ejemplo, en los Estados Unidos el texto se publicó equiparándolo a los estudios de sociología urbana de Robert Park y asimilando su perspectiva a una “teoría sistemática del urbanismo” y al paradigma del behaviorismo social” (Weber 1958, 50-51 y 56). En Francia, Julien Freund lo presentó como un ejercicio interdisciplinar inspirado en la metodología de los tipos ideales y como un anticipo frustrado de un estudio de Weber sobre las ciudades modernas (Weber 1982, 15). En Alemania, por el contrario, la recepción de la teoría urbana de Weber llegó a través de los medievalistas, ya que su tipología contraponía el ethos político- militar de la Antigüedad greco-romana al espíritu fabril y comercial de las ciudades italianas y nórdicas de la Edad Media. La aparición del homo economicus, y con ello de las precondiciones para el surgimiento del capitalismo moderno, estaba ligada para

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Max Weber y la ciudad

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    Max Weber y la teora de la ciudad Una interpretacin a la luz de la experiencia hispanoamericana

    Francisco Colom Gonzlez

    (Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. Espaa)

    El texto de Max Weber que ha llegado hasta nuestros das con el ttulo de La ciudad fue publicado por primera vez en 1921 en el Archiv fr Sozialwissenschaft und Sozialpolitik. Se trata de un manuscrito pstumo e incompleto encontrado por Marianne Weber entre los papeles de su marido que fue incluido en 1922 en el volumen recopilatorio de Economa y Sociedad. Su redaccin se cree que tuvo lugar entre 1911 y 1914 y formaba parte de una serie de escritos sobre historia universal que deba llevar el nombre de Grundri der Sozialkonomik, aunque no hay coincidencia entre los especialistas sobre este punto (Nippel 2000, 14-15; Breuer 2000, 76). Una alusin epistolar de Weber a su intencin de vincular la tipologa de las ciudades a las formas de dominacin no legtima llev a los editores de Economa y Sociedad a incluir el texto en el captulo dedicado a la sociologa de la dominacin. Lo cierto es que esta caracterstica de los regmenes urbanos tan slo es tratada en una parte del escrito, concretamente en la formacin de los rganos comunales de las ciudades medievales italianas por medio de la conjuratio de los burgueses. Weber lo interpretaba como un acto poltico de usurpacin original en contra de los poderes legtimos (Weber 2000, 26), pues implicaba una subversin de las formas feudales de asociacin y una alteracin del patrimonialismo estamental. En el norte de Europa, por el contrario, la formacin de rganos comunales culmin generalmente con un compromiso entre las distintas partes implicadas y un reparto de poderes en el marco del principio de legitimidad vigente. Las circunstancias que rodearon el descubrimiento del manuscrito, los cambiantes subttulos aadidos al mismo (formas de la ciudad; un anlisis sociolgico; la dominacin no legtima - tipologa de las ciudades), as como la articulacin interna del texto y su ubicacin en las ediciones recopilatorias de su obra, han llevado a que se haya perdido buena parte de su sentido original. As, por ejemplo, en los Estados Unidos el texto se public equiparndolo a los estudios de sociologa urbana de Robert Park y asimilando su perspectiva a una teora sistemtica del urbanismo y al paradigma del behaviorismo social (Weber 1958, 50-51 y 56). En Francia, Julien Freund lo present como un ejercicio interdisciplinar inspirado en la metodologa de los tipos ideales y como un anticipo frustrado de un estudio de Weber sobre las ciudades modernas (Weber 1982, 15). En Alemania, por el contrario, la recepcin de la teora urbana de Weber lleg a travs de los medievalistas, ya que su tipologa contrapona el ethos poltico-militar de la Antigedad greco-romana al espritu fabril y comercial de las ciudades italianas y nrdicas de la Edad Media. La aparicin del homo economicus, y con ello de las precondiciones para el surgimiento del capitalismo moderno, estaba ligada para

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    nuestro autor a la distincin conceptual del burgus el habitante de la ciudad- frente al campesino y, ms genricamente, a la diferenciacin social del trabajo en el medio urbano, un factor condicionado por la ubicacin geogrfica de las ciudades -la costa frente al interior- y su posicionamiento con respecto a los intereses y las rutas del comercio. En contraste con la experiencia europea, Weber reconoci la existencia en Oriente de agrupaciones profesionales con competencias y derechos especficos, pero les atribuy un carcter limitado. En China y Japn las asociaciones profesionales llegaron a disfrutar de cierta autonoma administrativa -no as las ciudades- mientras que en India la estructura hereditaria de castas y la separacin ritual de las profesiones habran impedido la aparicin tanto de una burguesa como de comunidades urbanas en sentido estricto: Lo que falta aqu son las cualidades estamentales especficas de los habitantes de la ciudad. Nada de ello se encuentra en China, Japn e India, y slo algunos principios en Oriente prximo (Weber 2000, 13).* Por otro lado, la necesidad de regular las canalizaciones hidrulicas a gran escala estara en el origen de las grandes estructuras burocrticas de las monarquas orientales, una tesis ya avanzada por los economistas clsicos y recogida por Marx en los Grundrisse con su esbozo de las formas precapitalistas de produccin (Marx 1983, 386). Esta nocin fue desarrollada ulteriormente por Karl A. Wittfogel en su teora del despotismo hidrulico, una forma poltica cuya clave estribara en impedir la consolidacin de cuerpos sociales independientes que pudiesen contrapesar o controlar la maquinaria administrativa del poder central (Wittfogel 1966, 71). Algunos especialistas en la obra de Weber han sealado el carcter asistemtico de sus estudios urbanos y el escaso papel que stos desempean en el conjunto de la misma. Durante el inicio de su carrera Weber se ocup sobre todo de la estructura de las sociedades agrarias. Posteriormente, en torno a la primera dcada del siglo XX, le imprimi un nuevo giro al orientarla al estudio de las formas socio-histricas del trabajo, pero no puede encontrarse en su obra un tratamiento sistemtico del capitalismo industrial en relacin con el desarrollo de las metrpolis modernas. El vnculo que une su estudio de las ciudades con las relaciones agrarias en la antigedad y la tica econmica de las grandes religiones viene dado en ltima instancia por la bsqueda de las condiciones genticas del capitalismo moderno (Bruhns 2000, 45). Su teora urbana debe insertarse por ello en el debate propiciado por Werner Sombart a comienzos de siglo con su monumental obra sobre los orgenes del capitalismo. En el volumen dedicado a la economa precapitalista, Sombart asign a las ciudades un papel clave como centros de consumo. Para l, lo que define una ciudad desde un punto de vista econmico es su dependencia de la produccin ajena para el sustento cotidiano (Sombart 1902, 128). Poco tiempo despus, Georg Simmel seal en un difundido ensayo el efecto individualizador que las grandes urbes ejercen sobre la subjetividad * Salvo indicacin contraria, las traducciones del alemn son mas y no siempre idnticas a la edicin de 1964 de Economa y Sociedad en castellano por el Fondo de Cultura Econmica.

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    moderna (Simmel 1903). Weber coincidi con ambos autores en la fundacin de la Sociedad Alemana de Sociologa y la influencia de sus ideas es reconocible en su obra. De hecho, su caracterizacin de la ciudad occidental recoge el debate de Sombart con los principales historiadores urbanos de la Alemania de la poca Otto Kallsen, Willi Varges y Georg von Below- pero a diferencia de Sombart, Weber intent esbozar un concepto poltico-administrativo de la ciudad a fin de contrastarlo con distintas pocas y culturas. Para l, lo caracterstico de la ciudad occidental no estriba en la diferenciacin de los medios rural y urbano, sino en la organizacin autnoma de su vida comunitaria, en el hecho de constituir una corporacin de derecho pblico y en sus privilegios colectivos frente a su entorno:

    No toda ciudad en el sentido econmico, ni toda fortaleza que en un sentido poltico-administrativo supusiera un derecho particular de sus habitantes, constitua una comunidad. La comunidad urbana [Stadtgemeinde], en el pleno sentido del trmino, tan slo ha existido como fenmeno extendido en Occidente [] Para ello es preciso que se trate de asentamientos con un marcado carcter industrial-mercantil en el que coincidan los siguientes rasgos: 1- la fortificacin, 2- el mercado, 3- tribunales y, al menos en parte, un derecho propio, 4- carcter asociativo y, unido a ello, 5- autonoma y autocefalia parcial y administracin por medio de autoridades en cuyo nombramiento participen de alguna manera los burgueses (Weber 2000, 11)

    De nuevo, los rasgos generales de esta perspectiva haban sido esbozados por Marx medio siglo atrs al sealar que: La historia antigua clsica es historia urbana, pero de ciudades fundadas en la propiedad de la tierra y la agricultura. La historia asitica es una especie de unin indiferenciada entre la ciudad y el campo (las grandes ciudades pueden considerarse aqu como un mero campamento regio, una superposicin sobre la construccin propiamente econmica). La Edad Media (la poca germnica) parte del campo como sede de la historia y se desarrolla a continuacin como oposicin entre la ciudad y el campo. La [historia] moderna es ciudadanizacin [Verstdtischung] del campo, no ruralizacin [Verlndlichung] de la ciudad, como entre los antiguos (Marx 1983, 390-91) Weber se centra as en las ciudades medievales europeas y en sus libertades corporativas como un episodio de la transicin histrica al capitalismo moderno. En ltima instancia su inters apunta a las razones por las que, siendo la ciudad un fenmeno geogrficamente ubicuo, tan slo en Occidente alcanz a emerger una burguesa polticamente autnoma. Los asentamientos que combinaban las funciones militares con las comerciales fueron un fenmeno ampliamente extendido en Oriente y en Occidente, pero slo en la Europa medieval lleg la ciudad a desarrollar un carcter asociativo (Verbandscharakter). La ciudad oriental fue por lo general sede de formas de dominacin tradicional ms amplias, con su variante patrimonial extrema en el

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    sultanismo islmico, de jerarquizacin estamental en la China imperial y de feudalismo prebendario en el Imperio Otomano. Todas estas versiones suponan la supeditacin poltica de la ciudad a una estructura territorial ms extensa y su obligada contribucin a los costes de sostenimiento de la misma. El tipo weberiano de la ciudad oriental destaca el sometimiento de sta a una doble estructura de dominacin patrimonial: la de las autoridades polticas estatales y la de la autoridad seorial local. Esta duplicidad no fue desconocida en Europa, pero aqu las ciudades lograron un grado transitorio de autonoma poltica y jurisdiccional inexistente en otras latitudes. La nica similitud histrica que Weber reconoce con la ciudad europea medieval es la antigua polis griega. La polis clsica, sin embargo, nunca lleg a superar la naturaleza eminentemente militar de sus fratras ni su orientacin econmica hacia el botn de guerra. La asociacin de ciudadanos libres con privilegios estamentales ligados a su especializacin econmica cofradas, gremios de artesanos y guildas de comerciantes- constituye para Weber una caracterstica novedosa y especficamente occidental que impuls la autocefalia de las ciudades medievales, erosionando as el rgimen feudal e impulsando la racionalizacin esto es, la despersonalizacin- del derecho. Por detrs de tales formas horizontales de socializacin Weber reconoce unas pautas de confraternizacin (Verbrderung) poltica ausentes en otros contextos histricos. A diferencia de las formas naturales de asociacin ligadas al parentesco o la descendencia (como la phyl griega y la gens romana), las corporaciones urbanas medievales eran agrupaciones arbitrarias que amparaban la igualdad jurdica de sus integrantes. En la ciudad occidental, la disolucin de los vnculos clnicos se vio favorecida por el universalismo cristiano, una funcin que la religin islmica y el hinduismo fueron incapaces de desempear en las sociedades orientales:

    Al fundarse las ciudades, el burgus ingresa a la ciudadana como individuo y como tal jura la conjuratio. Su posicin jurdica como burgus viene garantizada por su pertenencia personal a la asociacin urbana local, no al clan o a la tribu [] Lo decisivo en el desarrollo de la ciudad medieval hasta llegar a convertirse en una asociacin fue que los burgueses, en una poca en que sus intereses econmicos les impulsaban a una socializacin de tipo institucional, no se vieron impedidos en ello por limitaciones mgicas o religiosas ni por la administracin racional de una asociacin poltica superior (Weber 2000, 24 y 26)

    Para ilustrar este proceso Weber recurre al ejemplo de las ciudades hanseticas, gobernadas por corporaciones de comerciantes, y lo contrasta con la conjuratio y el nombramiento de Capitani del Popolo en los rganos comunales las ciudades italianas. El Popolo de la Italia medieval era un concepto heterogneo que agrupaba a distintos sectores comerciales y fabriles (popolo grasso y popolo magro) de las ciudades opuestos al dominio del estamento seorial urbano (magnati). Su autonoma financiera, administrativa y militar con respecto al primer magistrado de la ciudad (el podest) lo converta, segn Weber, en una agrupacin poltica conscientemente ilegtima y

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    revolucionaria (Weber 2000, 58). Siguiendo una interpretacin extendida en su tiempo, Weber consideraba que los derechos urbanos medievales derivaban de una usurpacin de privilegios arrancados a los estamentos seoriales. Tales privilegios, presentados por los interesados como derechos originarios, escapaban al rgimen vigente de dominacin legtima, si bien con el tiempo solan ser sancionados por las crnicas como una concesin seorial. Estos derechos corporativos de naturaleza urbana entraron finalmente en conflicto con las emergentes monarquas absolutas y sufrieron el declive de las formas econmicas feudales. De hecho, al comienzo de la Edad Moderna la mayora de las ciudades europeas estaba regida por castas de notables de origen burgus o por una nobleza aburguesada. Weber atribuye esa decadencia de la autocefalia municipal a la creciente concentracin de las lites urbanas en actividades lucrativas, a la profesionalizacin de las funciones militares y al desarrollo de un estamento de notables urbanos interesados en los asuntos de la corte. El burgus (Brger) fue as para nuestro autor el producto de una determinada fase de la historia europea, un intermezzo tras el cual la ciudad dej de tener relevancia y se vio sustituida por el Estado como marco institucional para el desarrollo del capitalismo. La heterogeneidad de las tipologas urbanas identificadas por Weber ha llevado a cuestionar en ocasiones la coherencia de sus criterios. En el primer captulo de su texto Weber clasifica someramente las ciudades en funcin de su especializacin econmica - de consumidores, de productores y de comerciantes. Esa tipologa, sin embargo, no vuelve a aparecer. En el segundo captulo distingue entre la formacin de los rganos comunales a travs de la conjura de los ciudadanos, tpica de las ciudades medievales italianas, y el modelo nrdico fundado en la confraternizacin de las corporaciones urbanas y su reparto del poder con los estamentos seoriales. Ms adelante vuelve a distinguir entre ciudades patricias y plebeyas en funcin de la extraccin social de sus clases dirigentes. Finalmente, tales distinciones se subsumen en el tipo ms amplio de la ciudad occidental, cuyo contraste con la ciudad oriental volver a aparecer en sus estudios sobre la religin. Todo ello ha alimentado la impresin de que el texto sobre la ciudad podra ser en realidad un ensamblado de varios fragmentos en el que la primera parte fue aadida a posteriori. - La ciudad colonial hispanoamericana como variante de la ciudad occidental. La obra de Weber estuvo muy pronto disponible en castellano, gracias en buena medida a los esfuerzos de algunos acadmicos espaoles exiliados en Mxico tras la guerra civil, con Jos Medina Echevarra a la cabeza (Morcillo Laiz 2008). Su recepcin en Amrica latina se vio pese a todo condicionada por diversos factores, como la precaria estabilidad profesional de sus introductores y la larga hegemona acadmica del marxismo en la regin. Adicionalmente, en su traduccin de Economa y Sociedad Medina y sus colegas cedieron ante el criterio del editor alemn de Weber, Johannes Winckelmann, quien decidi expurgar su obra de toda referencia a la coyuntura poltica original:

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    De este modo [los traductores] concluyeron acentuando el sesgo abstracto de los conceptos tpico-ideales que abundan en su obra pstuma. As, las teoras de Weber sobre las formas de dominacin, la burocracia, las clases, los estratos sociales y el liderazgo quedaron desprovistas de toda referencia fctica e iniciaron el camino de una modelizacin tan del gusto de los tericos generalistas que, durante las dcadas de los 50s y los 60s, se esforzaron por disponer de una teora general del sistema social (Pen 1998, 57)

    La descontextualizacin de la obra de Weber, su fragmentacin a travs de las distintas disciplinas y sus escasas menciones directas al mundo ibrico lo tornaron escasamente asible para generaciones enteras de estudiosos iberoamericanos.** Aun as, algunas categoras de su sociologa de la dominacin como el patrimonialismo y el liderazgo carismtico- han encontrado frtil aplicacin en la interpretacin de las sociedades y de la cultura poltica de la regin (Morse 1964; Gngora 1998; Dealy 1977; Paz 1983; Zabludovsky Kuper 1993). El manuscrito de Weber sobre la ciudad incluye implcitamente una subtipologa de la ciudad mediterrnea, pero no alude a Espaa ms que una sola vez. Tampoco existe mencin alguna de las ciudades latinoamericanas ni de las civilizaciones urbanas precolombinas. Con todo, dado el papel clave que las ciudades desempearon en la colonizacin de la Amrica espaola y en su posterior evolucin, la teora urbana de Weber posee un potencial que ha sido escasamente aprovechado. Desde el municipium romano, las cartas pueblas de la Edad Media y la colonizacin de Amrica, hasta las sublevaciones independentistas, la proclamacin de las soberanas nacionales y los movimientos populistas del siglo XX, uno de los rasgos ms caractersticos de la tradicin poltica hispana su nomos, por emplear la categora schmittiana- ha estribado continuamente en una ntima conexin con las formas urbanas. Este rasgo alcanz su ms pleno significado en la empresa americana. Atenindonos a la definicin esbozada por Carl Schmitt:

    El nomos es la forma inmediata en la que se torna espacialmente visible el ordenamiento poltico y social de un pueblo []. En las palabras de Kant, es la ley distributiva de lo mo y lo tuyo. Nomos es la medida que divide y asigna el territorio en un ordenamiento determinado y la forma del ordenamiento poltico, social y religioso definido por ella. El nomos con el que una estirpe o una hueste o un pueblo se hace sedentario, esto es, se establece histricamente y convierte un trozo de tierra en el campo de fuerza de una ordenacin, se revela en la apropiacin del terreno, en la fundacin de una ciudad o de una colonia (Schmitt 1974, 39-40)

    La contextualizacin de la teora urbana de Weber en Iberoamrica nos obliga a recordar que las sociedades coloniales, aunque sometidas a un rgimen de dependencia de las metrpolis, fueron tambin a su manera sociedades occidentales. El hecho de que las Comunidades de Castilla y las Germanas valencianas cayeran ante Carlos V prcticamente al mismo tiempo que lo hiciera Tenochtitln ante Hernn Corts adquiere ** Agradezco a lvaro Morcillo la informacin sobre distintos pasajes en los que Weber alude a la pennsula ibrica y a Iberoamrica.

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    por ello un significado especial. Estos acontecimientos marcaron el ocaso poltico de las ciudades en la pennsula ibrica, pero anunciaban el nuevo protagonismo que stas asumiran en la ocupacin fsica y poltica del Nuevo Mundo. La ciudad se convertira en el ncleo poltico de la sociedad hispanoamericana y en el lugar por excelencia de su vida cultural. A diferencia de Brasil, donde la colonizacin se apoy en factoras costeras y gest inicialmente una sociedad de grandes propietarios agrarios, o de la Nueva Inglaterra, donde los colonos puritanos se identificaron con valores religiosos encarnados en la vida rural, la Monarqua Hispnica organiz su imperio colonial desde el principio con una mentalidad decididamente urbana. Esto no quiere decir que se desentendiese de la explotacin de las tierras, las encomiendas y las minas. Ms bien significa que la administracin de las posesiones coloniales se organiz como una red jerrquica de jurisdicciones urbanas. Desde entonces, el poder poltico en Iberoamrica ha residido tradicionalmente en las ciudades. En 1580 se contaban ya ms de doscientas ciudades y villas en las Indias. Hacia 1630 el nmero se haba incrementado por encima de las trescientas (Elliott 2006). La fundacin de ciudades representaba la materializacin de los derechos territoriales concedidos por la Corona mediante capitulacin, pero reflejaba adems todo un cuerpo de ideas y valores (Morse 1972; Romero 1976). El espritu urbanocntrico de la colonizacin espaola replicaba la concepcin clsica de la vida ciudadana como la forma ms perfecta de sociabilidad. sta era una idea muy extendida en las corrientes escolsticas, humanistas y quilisticas que dominaban la teora poltica ibrica de los siglos XVI y XVII. Para la mentalidad renacentista espaola, impregnada de valores aristotlicos y ciceronianos, slo la vida urbana y su correlato arquitectnico reflejaban formas de vida civilizada. La ciudad, segn recogan los comentarios de Santo Toms a La poltica de Aristteles, es una sociedad perfecta, ya que en ella en sus condiciones materiales, jurdicas y polticas- encuentran los hombres todo lo necesario para la vida buena. Por ello el bien comn de la ciudad difiere cualitativamente del bien particular (Summa Theologica II IIae 58, 7). Respondiendo a esta mentalidad fray Martn de Mura, uno de los primeros cronistas del Per, parangon la sabidura poltica del antiguo inca Tpac Yupanqui con la de los clsicos europeos, pues haba puesto toda la tierra de su seoro en concierto y orden con tanta prudencia, que si hubiera ledo las Polticas de Aristteles y todo lo que la filosofa moral ensea, no pudieran haberse aventajado tanto (Mura 1962-64, 68). Juan de Solrzano, en su Poltica indiana, record igualmente que la obligacin de la Corona consista en mover a los indios a vivir con forma poltica, sacndolos de su hbitat natural para reducirlos en poblados:

    Los reyes y prncipes que tienen el gobierno a su cargo, pueden mandar, obligar y forzar a aquellos vasallos suyos que viven esparcidos y sin forma poltica en los montes y campos que se reduzcan a poblaciones, usando y ejerciendo en esta parte uno de los fines para que fueron constituidos, y como buenos tutores y curadores, dirigiendo y persuadiendo a los que por su barbarismo o rusticidad no lo alcanzan, lo mucho que les importan estas agregaciones; y dejarse guiar y

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    gobernar en la forma que les granjea tantos provechos y es ms ajustada a la razn natural (Solrzano Pereira 1648, 204)

    Mucho se ha debatido sobre la genealoga de las ciudades hispanoamericanas. Es difcil negar que su concepcin, rituales fundacionales y ordenamiento urbano, tal y como quedaron recogidos en las Ordenanzas de descubrimiento, nueva poblacin y pacificacin de las Indias de 1573, reflejan las doctrinas de Vitruvio, muy difundidas durante el Renacimiento. En la tradicin etrusco-latina la fundacin de una ciudad representaba una fecundacin de la tierra virgen y se inscriba en el espectro ms amplio de los ritos de construccin, que englobaba la ereccin de altares, templos, casas, castros y, en general, cualquier ordenacin del territorio (Ryckwert 1976). La inauguratio romana constitua un ritual complejo que inclua plegarias, auspicios y la organizacin simblica del terreno. Estas prcticas inaugurales perseguan la creacin de un orden: establecer un centro en la tierra a partir del cual repetir la cosmogona, rememorando as el acto primordial de la creacin. Toda fundacin urbana se hallaba por ello impregnada de un sentido religioso y estaba vinculada a un hroe fundador, convertido en protector de la ciudad. Tambin los conquistadores espaoles bautizaron las nuevas ciudades americanas con homnimos de sus tierras de origen o con nombres extrados del santoral catlico, a los que fiaban su patrocinio. La poltica espaola en Amrica impuso un patrn uniforme y un sistema jerrquico de ciudades que, como advirti Solrzano, replicaba el modelo romano de las metrocomiae. En un mismo sentido Braudel, al contrastar la ciudad colonial con las ciudades amuralladas de la Edad Media, record que su diseo -abierto a su entorno, salvo las plazas fuertes costeras- y su extensa jurisdiccin representaban en cierta manera un renacimiento de la ciudad antigua (Braudel 1965). En cualquier caso, la ubicacin fsica de las nuevas ciudades ultramarinas sola responder a necesidades prcticas y estratgicas. Su planta ortogonal orientada segn el eje solar permita replicar un modelo sencillo de ordenacin urbana sin necesidad de grandes recursos tcnicos, al tiempo que posibilitaba la ampliacin de la ciudad al hilo de su crecimiento demogrfico. La caracterizacin de las ciudades ibricas medievales resulta de especial importancia para comprender los patrones polticos, jurdicos e institucionales que impregnaron el proceso de urbanizacin en Amrica latina. Como es sabido, Weber cifr la especificidad de la ciudad europea medieval en su consecucin de una autonoma poltica y administrativa que se apoyaba en los intereses econmicos y anti-seoriales de los estamentos urbanos. Este proceso tuvo una variante septentrional y otra meridional. Al norte de los Alpes se dio una neta separacin entre el medio urbano de los burgueses y el hbitat rural de los seores, as como una temprana disolucin de los vnculos clnicos. La funcin protectora de stos fue suplida por guildas y gremios, que asumieron un papel central en la creacin de los rganos municipales. En el sur de Europa, por el contrario, el vigor de las ciudades atrajo a su seno a la clase nobiliaria. En Francia, y sobre todo en Italia, la constitucin de las comunas tuvo generalmente lugar mediante la expropiacin de los poderes seoriales mediante una conjuratio de los burgueses. La combinacin de los actores fue, pues, distinta en cada caso:

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    Las ciudades no han surgido, como a menudo se cree, de las guildas. Ms bien ha sucedido al contrario: han sido las guildas las que han nacido en las ciudades. Por lo dems, las guildas solo han logrado el dominio de las ciudades en contados casos (en el norte, especialmente en Inglaterra, como summa convivia). La regla fue ms bien que el dominio de la ciudad lo tuviesen en un principio las familias patricias, que son distintas de las guildas. Tampoco las guildas eran idnticas a la conjuratio, la unin jurada de ciudadanos (Weber 2000, 31)

    En su obra Weber tan solo menciona las ciudades espaolas de pasada, y cuando lo hace es para calificar de transitoria su autonoma (Weber 2000, 73). Una consideracin ms detallada nos revela, sin embargo, el ambiguo encaje de las ciudades ibricas en su tipologa urbana. Las ciudades medievales que florecieron a lo largo del Camino de Santiago reprodujeron algunos rasgos de las ciudades nrdicas como sus gremios y cofradas- y de las ciudades meridionales las conjuras de los burgueses francos contra los poderes de abades y seores, tal y como ocurri en Sahagn, Lugo, Carrin, Burgos, Palencia y Santiago. Ms al sur el patrn fue muy distinto. El factor que marc decisivamente el proceso de urbanizacin en la pennsula fue su peculiar rgimen feudal, condicionado por la reconquista de los reinos musulmanes. Los reyes cristianos dependan de la concesin de mercedes y privilegios a sus sbditos para ganar nuevos territorios. La repoblacin del valle del Duero fue llevada a cabo durante el siglo X por particulares y pequeos monasterios al amparo de concesiones alodiales (el derecho de presura). En una segunda fase la colonizacin se organiz mediante concejos urbanos, a los que se asignaba su correspondiente alfoz. Al sur del ro Tajo el protagonismo corri a cargo de las rdenes militares, mientras que durante el ltimo perodo se recurri al sistema de donados y repartimientos entre la nobleza, las rdenes y los concejos. En estas circunstancias, las ciudades cristianas a diferencia de las musulmanas- se vieron abocadas durante largo tiempo a funciones defensivas, eclesisticas y agropecuarias en detrimento de las actividades comerciales (Powers 1988). Esto permiti la consolidacin de una clase hidalga urbana los caballeros villanos e infanzones- y la obtencin de un estatuto propio -los fueros- que las protega frente a las servidumbres feudales. Para una ciudad espaola, ser libre significaba estar bajo la jurisdiccin directa del rey y, por tanto, no estar sometida al vasallaje de ningn seor. El rey poda modificar las leyes y alterar los fueros, pero en cuanto patrimonio real, el territorio de la ciudad era inalienable. Slo los ncleos mediterrneos con una fuerte proyeccin comercial y manufacturera -Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca- experimentaron conjuras comunales similares a las francesas e italianas. En Castilla, por el contrario, fueron escasas las formas usurpatorias en la creacin de las corporaciones urbanas. Esta combinacin de iniciativa privada y estmulos reales volvera a repetirse en las conquistas de ultramar, un rasgo que, unido a la debilidad de las tradiciones burguesas ibricas y al surgimiento de una nueva casta seorial, marcara la naturaleza patrimonialista del Estado indiano y el perfil de las ciudades coloniales (Morse 1972, Gngora 1998).

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    El acto formal del establecimiento de una nueva comunidad urbana en Amrica se inscriba en las prcticas simblicas de apropiacin del territorio. Las ciudades coloniales trataban de fijar fsica y jurdicamente la poblacin al terreno, mitigando as los efectos disgregadores de las expediciones de conquista. Esta frmula tambin permita legitimar algunas maniobras polticas en las conflictivas relaciones de los conquistadores entre s y con la Corona. Conviene recordar, por ejemplo, que el pacto con que sell Corts su determinacin de conquistar el imperio mexica se plasm en una fundacin urbana, la de la Villa Rica de la Vera Cruz, lo que le permita paliar su carencia de unas capitulaciones y el haber desobedecido a su superior Diego Velzquez, gobernador de Cuba. De acuerdo con el derecho municipal castellano, la fundacin de una ciudad autorizaba a formar Cabildo, elegir al capitn de la tropa y apelar directamente al rey (Frankl 1962). Un ritual similar, la fundacin de Santiago de la Nueva Extremadura, le sirvi a Pedro de Valdivia en Chile para reafirmar su autonoma frente a Almagro y los hermanos Pizarro. Aun tratndose de un simple campamento, la ereccin jurdica del mismo con nombramiento de alcaldes y regidores lo transformaba legalmente en una repblica de moradores. La fundacin de una ciudad testimoniaba ante la Corona la poblacin efectiva del territorio y el derecho de precedencia frente a posibles huestes rivales. Por ello la ciudad segua siendo la misma aun cuando cambiase de emplazamiento, como ocurri con frecuencia durante el perodo inicial de la conquista. Lo que le confera su derecho de ser eran los vecinos, ya que por muy importante que sea su fundador, y por muchos ttulos que posea para erigirla, [la ciudad] es inexistente sin los vecinos, como se extingue cuando stos la abandonan, esto es, la despueblan (Ramos Prez 1983, 129). Estas prcticas de apropiacin del territorio contrastan con las de otros grupos colonizadores. Entre los colonos ingleses, por ejemplo, el reconocimiento de la propiedad de la tierra dependa de la construccin de una morada y del cercado y cultivo del terreno (to make habitation and plantation). La creacin de una nueva comunidad civil no se plasmaba necesariamente en un ritual jurdico, al estilo de las Ordenanzas de descubrimiento, sino por la invocacin de una alianza teolgica ante Dios y los dems, como hicieron los puritanos del Mayflower (Seed 1995; Bradford 1952). El modelo urbano de la colonizacin espaola difiri tambin de los sistemas seoriales que, con distintas variaciones, ensayaron en Amrica portugueses y franceses. Las capitanas donatarias, empleadas en Brasil para proyectar hacia el interior del continente la empresa colonizadora, hacan recaer en sus beneficiarios la responsabilidad de desarrollar, proteger y administrar el territorio. Los senhores donatrios disfrutaron as de derechos jurisdiccionales negados a los encomenderos espaoles. Las Cmaras municipales brasileas preservaron un mayor grado de representatividad poltica que los Cabildos hispanoamericanos, ya que sus oficios nunca fueron venales. Sin embargo, en su conjunto, la funcin colonizadora del sistema de donaciones fracas, siendo sustituido a mediados del siglo XVI por gobernadores dependientes directamente de la autoridad real. El sistema de seigneuries practicado por los franceses a orillas del ro San Lorenzo se asemejaba en algunos aspectos al rgimen brasileo, aunque a menor escala. El seigneur de la Nouvelle France, como el donatario

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    portugus, asuma el compromiso de poner en valor el terreno otorgado por la Corona. Para ello deba repartir lotes de tierra entre sus censatarios, que quedaban ligados al seor por obligaciones tributarias y de corvea. Este sistema resultaba particularmente eficaz para el aprovechamiento de las redes fluviales que, desde la Gaspsie hasta Luisiana, servan de base a la colonizacin francesa en Norteamrica, pero dificultaba sobremanera la formacin de ncleos urbanos. La proliferacin de pequeas explotaciones agrarias a lo largo de la baha de Chesapeake, en Virginia, ejerci un similar efecto disgregador entre los colonos ingleses de la zona.

    - Patrimonialismo y gobierno local en la sociedad colonial.

    Aunque derivado del feudalismo ibrico, el rgimen colonial espaol tuvo que acomodarse a las condiciones de la nueva sociedad. sta se sediment muy pronto en un sistema de castas que difera de la sociedad matriz en aspectos importantes. Espaoles y naturales estaban obligados por ley a morar en sus respectivas repblicas, pero la dependencia de la mano de obra nativa oblig a que las ciudades de espaoles se rodearan usualmente de barrios o pueblos de indios. La reduccin de los nativos a formas de vida urbana semejantes en apariencia a las castellanas gener procesos sociales con caractersticas propias. Los Cabildos indgenas gozaron de cierta autonoma, pero la oposicin entre las instituciones del cacicazgo, el municipio y el corregimiento corra necesariamente en detrimento de los indios del comn y vaci progresivamente su significado (Solano 1983). Aun as, las repblicas de indios lograron pervivir en algunos casos hasta la independencia. Al margen de la estructura institucional de las dos repblicas, con el tiempo aparecieron otros grupos sociales que adquirieron un peso creciente en la vida de la colonia. De entre ellos sobresali el de las castas, una imprecisa categora multitnica que inclua a libertos, mulatos, mestizos, zambos e indgenas alienados de sus comunidades, cuya caracterstica comn se limitaba a su exencin de la servidumbre personal y del pago del tributo real. Entre los estamentos criollos, alimentados continuamente por las oleadas migratorias, la posesin seorial de la tierra y el trnsito generacional del comercio al latifundio constituan la fuente de prestigio y la certificacin del ascenso en la escala social. Pero si la propiedad de la tierra otorgaba estatus, era la vida en la ciudad lo que permita hbitos civilizados. Las casas blasonadas que todava hoy salpican el centro de las antiguas ciudades coloniales atestiguan la vocacin urbana de sus clases propietarias, quienes solan buscar en los cargos pblicos una fuente adicional de relumbre e influencia. La mentalidad de la lite criolla fue por ello decididamente urbana, pero no se acomod al modelo de la ciudad mercantil y burguesa, sino al de corte o, por emplear la categora de Richard Morse, al de ciudad agro-administrativa (Morse 1971), dependiente para su subsistencia de su posicin en la red de jerarquas urbanas y de los ingresos derivados de la agricultura, la ganadera y la minera. Cada ciudad cabecera contaba as con un hinterland de poblaciones subordinadas. La ciudad de Mxico, por ejemplo, sede cortesana de la Nueva Espaa, acumulaba en su seno la autoridad poltica, econmica y eclesistica del Virreinato. Ms all de este esquema general, la tipologa

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    funcional de las ciudades hispanoamericanas se decidi durante el trnsito de la conquista a la colonizacin (Lucena Giraldo 2006). Muy pronto las ciudades constituidas en sedes virreinales o de Audiencias, Capitanas y obispados (Mxico, Lima, Panam, Santo Domingo, Guatemala, Bogot, Santiago) se diferenciaron de sus subordinadas, pero tambin de aqullas en las que se asentaron los encomenderos y los mineros acaudalados, como Zacatecas, Huancavelica o Potos. Algunas ciudades costeras como Veracruz, Cartagena y Portobelo, cabeceras regionales de las flotas de Indias, se especializaron en la exportacin de plata, el comercio con la pennsula y la importacin de esclavos. Ms al sur, Valparaso y Buenos Aires se convirtieron en activos puertos de contrabando hacia el interior del continente. El perodo fundacional estuvo marcado por la pugna entre las ambiciones patrimonialistas de la oligarqua colonial y los esfuerzos de los funcionarios reales por circunscribir sus privilegios. Tan pronto como el mundo pico de la conquista se transmut en un entramado jurdico regido por funcionarios y leguleyos -la ciudad letrada famosamente descrita por ngel Rama (2004)- la hidalgua se torn en la ideologa social hegemnica. La actividad mercantil no estaba reida con ello. De hecho, todos los funcionarios reales, desde el Virrey hasta el corregidor, se lucraban con las oportunidades ofrecidas por la nueva sociedad de frontera, pero el comercio con las Indias qued muy pronto confinado en redes familiares controladas desde la Casa de Contratacin y los Consulados de mercaderes. La estratificacin tnica y la dependencia del patrimonialismo burocrtico crearon as un patriciado urbano ajeno en su composicin social y actitudes seoriales al desarrollado por el mercantilismo europeo. Su condicin oligrquica descansaba en el usufructo monopolista de la fuerza de trabajo nativa a travs de la encomienda y el repartimiento. Hasta la importacin masiva de esclavos africanos esta fue la nica fuerza laboral disponible, ya que tanto criollos como peninsulares desdeaban el trabajo manual. Su asignacin, sin embargo, competa en exclusiva a la autoridad de la Corona. Los conquistadores y sus descendientes intentaron transformar el reconocimiento de su empresa pica en un estatus feudal. Este peculiar proceso de seorializacin, nunca concluido a total satisfaccin de los interesados, supona sancionar de una sola vez lo que en Europa, en el mejor de los casos, hubiese requerido varias generaciones. Pero a diferencia del feudo medieval, la encomienda americana representaba una asignacin temporal de trabajo vivo, no de patrimonio fundiario. Tras un lapso de tiempo que vari con las sucesivas reformas de la institucin, el derecho de usufructo de la misma reverta en la Corona, quien nunca estuvo dispuesta a reconocer competencias jurisdiccionales a los encomenderos. Era, pues, exclusiva potestad de la Corona adjudicar las encomiendas, otorgar o vender cargos pblicos, hacer mercedes de tierras y ejercer, al menos nominalmente, la tutela sobre los nativos. La monetarizacin del tributo indgena, convertido en un impuesto de capitacin a mediados del siglo XVI, vino a equiparar la relacin entre indios y encomenderos a la de los pecheros castellanos con sus seores, pero la reversibilidad de la encomienda y su celoso control por la Corona socavaron los cimientos del rgimen seorial indiano, que qued a medio

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    camino entre el feudalismo tributario y el Estado patrimonial burocrtico (Gngora 1998). En la cspide de la estructura burocrtica laica de la colonia se ubicaban los virreyes y gobernadores, as como los oidores y fiscales de las Audiencias. Estos cargos representaban directamente la autoridad de la Corona y solan ser ejercidos, aunque no de forma exclusiva, por peninsulares. En cualquier caso, implicaban su desempeo fuera de la regin de origen de sus titulares. En un segundo nivel se situaban los funcionarios de los tribunales de cuentas, empleados reales y oficiales medios de las Audiencias. Los cargos militares y municipales que suponan jurisdiccin sobre espaoles (capitanes generales, alfreces mayores, alcaldes mayores y corregidores) solan reclutarse entre la casta de notables locales. Al final del escalafn y del nivel de prestigio se encontraban los empleos destinados al control de los indgenas, como el de corregidor de indios. Por detrs de la lgica patrimonial que rega todo este sistema es posible, sin embargo, reconocer un ncleo de valores racionales en el sentido weberiano del trmino. Estos valores se resuman en:

    Una formacin profesional acadmica basada en la herencia del derecho romano; una visin de la sociedad como idealmente debera ser, lo que reflejaba una visin coherente del mundo consagrada en el derecho natural y divino; una tendencia a la organizacin sistemtica en el nombramiento de los oficiales reales []; una supervisin de sus vidas privadas con el fin de asegurar el cumplimiento de sus deberes pblicos o, en otras palabras, con el fin de asegurar el ideal de la burocracia como institucin (Gngora 1998, 101)

    El Estado indiano mostraba una serie de similitudes y diferencias con el sistema burocrtico peninsular. Entre los rasgos peculiares de su cultura administrativa destacan la elasticidad en la aplicacin de las leyes, el solapamiento de funciones y la necesidad de labrar amplios consensos entre los intereses dominantes de la sociedad colonial. La negociacin constante con la Corona sobresale como un imperativo central del sistema. Los criollos demostraron ser excelentes negociadores y aprovechaban las coyunturas para modular la aplicacin efectiva de las leyes, lo que se tradujo en toda una serie de convenciones jurdicas y acomodos administrativos, como el de suspender cautelarmente las rdenes de la Corona. Por otro lado, la superposicin de competencias y el juego de intereses contrapuestos le permitan a sta ejercer el control remoto sobre las autoridades coloniales. Este complejo entramado de normas y prcticas responda al tipo de racionalidad que Weber calific de sustantiva, esto es, una racionalidad atenida a la consecucin o mantenimiento de un postulado valorativo ltimo: en este caso, la salvaguardia de los intereses de la Monarqua en Amrica.

    El administrador colonial espaol tena que orientarse por los objetivos reales de sus superiores, a menudo no reflejados en las instrucciones efectivas que llegaban de Espaa. De acuerdo con esto, la frmula se acata, pero no se

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    cumple aparece como un dispositivo institucional para la descentralizacin de la toma de decisiones (Phelan 1960, 13-14).

    El Cabildo, constituido por dos alcaldes ordinarios y un cuerpo de regidores, funcionaba como unidad de gobierno local. Se trataba de un rgano corporativo de carcter consultivo y con limitadas competencias judiciales que se encargaba de aplicar las rdenes recibidas de la autoridad real. Frente al Cabildo, las Audiencias servan como una alta magistratura dotada de una amplia gama de competencias extrajudiciales, entre las que se contaba la supervisin de los municipios. La autoridad del Virrey se centraba en las tareas generales de gobernacin, la defensa militar del territorio, el ejercicio del patronato eclesistico y el control de la tesorera real. La personalidad jurdica y poltica de los colonos estaba constituida a la manera castellana, por su insercin social en calidad de vecinos, esto es, de propietarios urbanos y cabezas de familia. Pese a todo este entramado de cuerpos intermedios entre los sbditos americanos y el monarca, la sociedad colonial careca de los dispositivos contractuales tpicos del mundo feudal europeo. Dado el rechazo de la Corona a permitir la convocatoria de Cortes en las Indias, las nicas corporaciones territoriales con un precario carcter representativo fueron las juntas o ayuntamientos generales, que reunan a los procuradores de diversas ciudades con instrucciones concretas sobre los problemas y las peticiones a tratar. La junta celebrada en Santo Domingo en 1518 tuvo una especial trascendencia, ya que fue elegida directamente por los vecinos y sirvi para medir los intereses de la primera generacin de pobladores. Durante el siglo XVI se celebraron juntas similares en la Nueva Espaa, Per, Nueva Granada y Chile (Borah 1956), sin duda una concesin de la Corona para incentivar el desarrollo de los nuevos territorios. Hay que resaltar que estas libertades municipales se concedieron en Amrica cuando ya en la pennsula las corporaciones haban dejado de disfrutarlas. Con la consolidacin de la conquista, sin embargo, las frmulas representativas fueron suprimidas y la eleccin vecinal de alcaldes y regidores se vio sustituida por un criterio de cooptacin, segn el cual el Cabildo saliente designaba los cargos de la regidura entrante. Presionados por las necesidades financieras, los ltimos Austrias se vieron abocados a poner a la venta los empleos de la Corona. Si inicialmente tan slo se subastaron oficios pblicos considerados menores, el sistema se ampli posteriormente a puestos clave. En 1606 una real cdula permiti el traspaso en heredad de los cargos adquiridos en Indias (Harry 1953; Toms y Valiente 1972). La Monarqua vio as progresivamente enajenada su capacidad para administrar las posesiones americanas de acuerdo con sus intereses. En este proceso los Cabildos perdieron su precaria autonoma, quedando convertidos en un reducto de la oligarqua criolla. El resultado de todo ello fue una decadencia generalizada de la funcin municipal. Los libros de actas de los Cabildos revelan el absentismo y el manifiesto desinters de sus miembros por las tareas de gobierno, un rasgo atribuible sin duda a la declinante rentabilidad de sus oficios, pero tambin a la inanidad poltica de las instituciones coloniales (Pike 1960). Los tiempos heroicos, cuando los Cabildos podan oponerse a la Audiencia o desafiar a los gobernadores, eran

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    ya en el siglo XVII cosa del pasado. En circunstancias extraordinarias, como la vacante del puesto de gobernador, la necesidad de recolectar un nuevo tributo o de hacer frente a una rebelin, caba la convocatoria de un Cabildo abierto, en el que participaba la parte principal y ms sana del vecindario. En tales ocasiones las corporaciones coloniales revivan el espritu de autonoma de los viejos ayuntamientos castellanos, aunque sola ser el factor aristocrtico el que sala fortalecido, pues los vecinos tendan a aliarse con sus notables en contra de los funcionarios reales y la legislacin de la Corona. El sistema de intendencias implantado por los Borbones a lo largo del siglo XVIII puede entenderse como una reaccin a esta situacin generalizada de impotencia poltica. Con l la Corona trat de uniformizar el modelo administrativo de Espaa e Indias y recuperar el control administrativo, fiscal y militar sobre sus dominios. El refuerzo del poder ejecutivo a travs de la figura del Intendente, tanto como la reordenacin de las jurisdicciones coloniales, propiciaron conflictos con las Audiencias americanas y una serie de litigios competenciales que, en algunos casos, se prolongaron hasta el perodo de la independencia. El nuevo modelo afect tambin al municipio, que vio sus cargos sometidos al veto de intendentes y gobernadores. En cualquier caso, desde un punto de vista jurdico, sera inexacto afirmar que el nuevo sistema arrebataba a los Cabildos unas competencias que, en realidad, jams haban posedo (Lynch 1958, 212). La evidencia acumulada durante las dcadas iniciales de la Ordenanza de Intendentes en el Ro de la Plata, el primer dominio americano en llevarla a la prctica, revela una reactivacin general de la administracin pblica y un incremento de la tensin poltica local. La mayor capacidad recaudatoria del nuevo modelo y la supresin de la venalidad en los oficios municipales se tradujo en una revitalizacin del espritu pblico que terminara por volverse en contra del sistema que lo haba generado. La creciente resistencia de las corporaciones municipales a aceptar las iniciativas emanadas de los rganos de la Corona se ha interpretado como una consecuencia de la declinante calidad los funcionarios reales y del mayor celo municipal por la autonoma de sus funciones. As, por ejemplo, el Cabildo de Buenos Aires, tras liderar la resistencia contra las invasiones inglesas de 1806 y 1807, reclam para s el ttulo de Defensor de Amrica del Sur y Protector de los Cabildos del Ro de la Plata, erigindose con ello en protagonista de la incipiente vida poltica del Virreinato. De hecho, el papel de las corporaciones municipales sera decisivo durante los primeros episodios de la independencia, cuando diversos movimientos de base local intentaron entre 1808 y 1810 reasumir la soberana de la que Fernando VII haba abdicado. El resurgimiento de la iniciativa poltica urbana en el mundo hispnico se plasmara en la importancia concedida por la Constitucin de Cdiz al rgimen municipal. Aunque la extensin de la insurgencia en las colonias lamin las posibilidades de su aplicacin prctica, su relevancia no debe evaluarse por los aos en que se mantuvo vigente, que fueron pocos, sino por la repercusin histrica de sus iniciativas. El decreto de las Cortes de 6 de agosto de 1811 supuso un hito en la desarticulacin de los ltimos vestigios feudales en el sistema de administracin territorial. Con l se declar extinto el

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    tratamiento de vasallo. Tambin se abrogaron los seoros jurisdiccionales y, con ellos, el nombramiento privado de corregidores y alcaldes mayores en los pueblos de seoro. La justicia ordinaria y las prerrogativas de los alcaldes quedaron incorporadas a la nacin a travs de los nuevos ayuntamientos constitucionales, las nicas instituciones de naturaleza territorial dotadas de autonoma poltica y funcin representativa. Por otro lado, los convenios consuetudinarios de los seoros territoriales (arriendos, censos, aprovechamientos, etc.) fueron transformados en contratos de derecho privado. El efecto ms destacable del nuevo decreto fue el permitir a la nobleza y a la Corona eludir la nacionalizacin de sus propiedades, convertidas en bienes capitales de un incipiente mercado nacional. Por el contrario, las tierras de seoro eclesistico y, en Amrica, tambin las tierras comunales de los pueblos indgenas seran objeto de desamortizacin a lo largo del siglo XIX. El rgimen municipal gaditano tuvo consecuencias dispares en Amrica y en la pennsula. Con el fin de liquidar el viejo sistema de privilegios territoriales, las Cortes recurrieron a criterios demogrficos para delimitar la funcin representativa de los municipios. Las dificultades de conocimiento fsico y administrativo del territorio americano llevaron a que el cmputo de la representacin se realizase en la pennsula por almas, mientras que en las Indias lo fue por ciudades. Fiel al principio de las jerarquas urbanas de la colonia, el proceso de eleccin de los diputados americanos se hizo recaer en las ciudades cabeceras, con la consiguiente protesta de las ciudades excluidas. Esta estrategia simplificaba el clculo electoral y reproduca la estructura urbanocntrica de la Amrica espaola, pero chocaba frontalmente con la imaginacin poltica liberal y su principio de representacin, quebrando la ficcin igualitaria entre ambos continentes. En ltima instancia, lo que se reclam de Amrica fueron informantes y peticionarios, no representantes polticos en el sentido moderno del trmino. La determinacin de las nuevas unidades jurisdiccionales tuvo otros efectos adicionales, como se hizo evidente cuando hubo que decidir las funciones de las diputaciones provinciales. Los representantes americanos, con el fin de contrarrestar la hegemona poltica peninsular, respaldaron la proliferacin de ayuntamientos y diputaciones, vislumbrando en estas ltimas un posible instrumento para la autonoma territorial. La Constitucin, sin embargo, desactiv polticamente las diputaciones convirtindolas en cuerpos de naturaleza puramente econmica bajo el control directo del jefe poltico de cada provincia. La nueva organizacin por provincias, junto con el sistema de diputaciones y la proliferacin de municipalidades, dinamit as las viejas jurisdicciones urbanas del sistema colonial. Lo ms llamativo de este proceso es que fueron los propios diputados criollos quienes provocaron la desintegracin al obedecer los mandatos profundamente localistas de sus lugares de origen. Con ello se acept el desmembramiento de las antiguas unidades territoriales y se transfiri un considerable volumen de poder a los nuevos municipios electos. All donde triunfaron los insurgentes, la dinmica de fragmentacin territorial no fue muy distinta, si bien discurri por otros cauces. As, por ejemplo, tan pronto como en Santaf, Buenos Aires

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    o Caracas se constituyeron juntas soberanas, muchas de las ciudades de su entorno se negaron a aceptar la supeditacin poltica. Esta dinmica, extendida por todo el continente, abri una lucha por la preeminencia territorial que se prolongara durante el primer perodo de la independencia. El intento de las Cortes de Cdiz de convertir la Monarqua Hispnica en un Estado nacional centralizado se sald, por consiguiente, con un proceso territorialmente centrfugo. Con ello se sentaron las bases para un nuevo sistema que, sin embargo, todava no era nacional. En Hispanoamrica, la ruta que conduce a los Estados nacionales arranc de las ciudades, ya que fueron literalmente los pueblos (no el pueblo) esto es, sus Cabildos y rganos rectores- los que reclamaron la soberana. Pero para culminar este proceso fue preciso que se consolidaran unos nuevos centros poltico-territoriales capaces de imponerse sobre los mltiples poderes locales en pugna. Desde una perspectiva weberiana resulta interesante comparar las Juntas y Cabildos abiertos que tuvieron lugar entre 1808 y 1810 con las conjuras de los ayuntamientos europeos medievales. Ciertamente, los movimientos juntistas americanos y la deposicin de los funcionarios de la Corona pueden interpretarse como una usurpacin de los poderes legtimos del sistema patrimonialista espaol, aunque en todos los casos esas acciones se llevaron a cabo en nombre de los derechos de Fernando VII. La iniciativa surgi en las instituciones de gobierno local y estuvo rodeada de debates sobre los pasos a seguir ante una situacin de vaco legal y poltico. Por lo dems, sus protagonistas difcilmente pueden adscribirse a una clase burguesa que en la Amrica espaola de principios del XIX brillaba por su ausencia. Tampoco puede reconocerse en ellas los rasgos de las ciudades plebeyas descritos por Max Weber. La movilizacin popular tuvo en todo caso lugar en una fase posterior de las guerras de independencia, y nunca en el mbito del gobierno municipal. La relacin de participantes en los Cabildos y juntas insurgentes revela por el contrario una presencia abrumadora de notables locales: terratenientes, nobles, funcionarios, clrigos, militares y, en menor medida, comerciantes y caciques indgenas. Las agrupaciones gremiales apenas jugaron un papel y all donde lo hicieron, como en el caso del Consulado de comerciantes de Mxico, controlado por peninsulares, fue para frustrar la iniciativa del Virrey y del Cabildo de convocar una junta general. - La ciudad y el carisma: el espacio del populismo latinoamericano. Las ciudades han jugado un papel fundamental en el trnsito hacia el Estado nacional en Amrica latina, pero su papel a lo largo del siglo XIX fue cambiante. La inestabilidad de las nuevas repblicas propici un desplazamiento general de la iniciativa poltica desde las ciudades al medio rural y, en algunos casos, un declive demogrfico (Morse 1974). Este es un perodo plagado de pronunciamientos, caudillos, luchas entre centralistas y federales y de oposicin entre los intereses del campo latifundista y los del comercialismo urbano. En cualquier caso, las ciudades de este perodo no son ya las poblaciones barrocas y aristocrticas del perodo colonial, sino unas nuevas ciudades patricias controladas por unas clases rectoras amalgamadas durante las guerras de

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    independencia y los procesos de mercantilizacin capitalista posteriores. La crisis finisecular del modelo agroexportador y del sistema oligrquico ligado a l convirti en el nuevo siglo a las grandes ciudades latinoamericanas en palestra de movimientos de masas impulsados por las expectativas de justicia social. La fuerza de esta irrupcin de las clases populares en la esfera poltica no hizo ms que replicar las dimensiones alcanzadas por las nuevas megalpolis. Una vieja figura autctona, la del cacique poltico, perdi as sus connotaciones rurales para transmutarse en una de las expresiones ms caractersticas de la cultura poltica latinoamericana: la del caudillo populista. Desde Elicer Gaitn, Ral Haya de la Torre y Lzaro Crdenas hasta Carlos Ibez, Jos Mara Velasco Ibarra y Juan Domingo Pern, los movimientos populistas latinoamericanos han sido fenmenos eminentemente urbanos. A diferencia de populismos de base agraria como el estadounidense, ligado a la tradicin democrtica jacksoniana, o del populismo ruso, asentado en formas de vida precapitalistas:

    El populismo urbano latinoamericano ha estado condicionado por el surgimiento prematuro de una sociedad de masas cuyo origen debe buscarse en la migracin creciente de los habitantes de la campaa hacia los centros metropolitanos, donde [] no se creaba ocupacin con velocidad suficiente para absorber dicho incremento [] Queda as una masa disponible que los polticos de clase media pueden manipular. [El populismo] se convierte en un puente entre la ciudad y el campo que brinda un mecanismo para la incorporacin de los migrantes a la vida urbana (Hennessy 1970, 43-44)

    La diferencia entre los viejos caciques o gamonales del siglo XIX y los caudillos populistas del siglo XX no estriba tanto en su respectivo origen rural o urbano como en el estilo de liderazgo y su tipo de relacin con el centro poltico. Los caciques decimonnicos pugnaban por dominar los segmentos perifricos de un orden que se haba desintegrado con la independencia. El populismo moderno persigue, en cambio, recrear un centro poltico nacional integrando a los sectores rurales y urbanos. Para ello recurri con frecuencia a modelos corporativos que permitan organizar y controlar los distintos intereses sectoriales. En todos los casos se pusieron en juego prcticas patrimonialistas y redes clientelares, pero el populismo, a diferencia del caciquismo decimonnico, busca una relacin directa con las masas. Los caudillos populistas ocuparon un espacio poltico que contaba ya con un centro hegemnico -la capital de la nacin- y lo hicieron a travs de la movilizacin social y la comunicacin poltica. Aunque las connotaciones peyorativas del trmino han impedido una tipificacin consensuada del fenmeno, el populismo se caracteriza a grandes rasgos por la movilizacin intensiva tras un lder carismtico, un bajo nivel de institucionalizacin partidista, la bsqueda de alianzas interclasistas para sus programas de reforma y la activacin de una cultura popular de corte nacionalista (De la Torre 1994). Sus pautas de comunicacin poltica dependen de la identificacin simblica entre el caudillo y la multitud, as como de frmulas de motivacin subjetiva que lleven a sta a movilizarse. El recurso a los medios de comunicacin de masas y al discurso encendido desde el

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    balcn en la gran plaza ha constituido por ello un instrumento crucial para la proyeccin del potencial poltico populista. El perodo clsico del populismo en Amrica latina abarca desde los inicios de la Gran Depresin hasta finales de los aos cincuenta, y coincidi con la ampliacin del sufragio electoral y la puesta en marcha de programas de desarrollo a travs de la sustitucin de importaciones (Freidenberg 2007). Su vigencia, bajo nuevos parmetros, ha perdurado hasta el da de hoy. Ideolgicamente, los populismos latinoamericanos han encontrado acomodo tanto a la derecha como a la izquierda del espectro poltico. Esa maleabilidad doctrinal obedece, segn Ernesto Laclau, a su propia vacuidad semntica, que les permite abrazar creencias polticas dispares, cuando no contradictorias, hacindolas valer como equivalentes frente a un antagonista comn (Laclau 2005). Esta es la razn por la que el populismo carece de un contenido especfico, ya que su funcin consiste en articular demandas dispersas. El populismo apela genricamente al pueblo, entendido como una totalidad homognea en virtud de formas compartidas de exclusin, y para realizar su mensaje emancipatorio postula acciones contundentes y soluciones inmediatas que superen el status quo. Las conflictivas relaciones del populismo con la democracia pueden estudiarse a partir de las consideraciones de Weber sobre la dominacin carismtica. Por sus caractersticas extraordinarias y ajenas a lo cotidiano, en su tipologa la dominacin carismtica se opone a las formas rutinarias de la dominacin racional y tradicional, especialmente la patrimonialista. Sus protagonistas se sienten portadores de una misin (Sendung), pero el reconocimiento de la misma no se constituye en fundamento de su legitimidad, sino que es fruto de la presin psquica ejercida por las cualidades carismticas, un deber de quienes se sienten apelados por ellas: una entrega enteramente personal y llena de fe nacida del entusiasmo, la indigencia o la esperanza (Weber 1972, 140). Weber asocia el carisma a figuras como profetas y hroes militares, y lo considera la gran fuerza revolucionaria en las pocas vinculadas a la tradicin. Sin embargo, en esa tipologa incluye tambin al dominador plebiscitario (plebiszitre Herrscher) y al jefe carismtico de partido (charismatische Parteifhrer). Por otro lado, el carisma es hasta cierto punto falible: est sometido a prueba y necesariamente cambia con el tiempo. Si la jefatura carismtica no aporta ningn beneficio a los dominados, existe la posibilidad de que el carisma se disipe. Si se transforma en una relacin duradera, tiende a su rutinizacin (Veralltglichung) en un sentido racionalista (transmitido por leyes) o tradicionalista (mediante la bsqueda de seales, revelacin, designacin o herencia):

    El carisma es un fenmeno inicial tpico de de las dominaciones religiosas (profticas) o polticas (de conquista), pero cede ante las fuerzas de lo cotidiano tan pronto como la dominacin est asegurada y, sobre todo, tan pronto como asume un carcter de masas (Weber 1972, 147)

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    La racionalizacin del carisma puede conducir a que el reconocimiento de sus cualidades llegue a ser visto como fundamento -y no como consecuencia- de la legitimidad. En tal caso podemos asistir a una transformacin antiautoritaria del carisma, esto es, a la gnesis de una legitimidad democrtica que tienda a minimizar la dominacin de los hombres por los hombres: a que la designacin realizada por el cuadro administrativo sea vista como preseleccin, la realizada por los predecesores como propuesta y el reconocimiento por la comunidad como eleccin (Weber 1972, 156). En el curso de ese proceso se encuentra una pauta transicional o intermedia de dominacin que Weber califica de plebiscitaria:

    La mayor parte de sus tipos se da en la jefatura de partido en el Estado moderno. Existe sobre todo donde el dominador se siente legitimado como hombre de confianza de las masas y es reconocido como tal. El medio adecuado para ello es el plebiscito (Weber 1972, 156)

    Weber considera a la democracia plebiscitaria como el tipo ms importante de la democracia caudillista (Fhrer-Demokratie). Se trata de una variante de la dominacin carismtica oculta bajo formas democrticas o electivas, de manera que el poder del caudillo busca legitimarse mediante su reconocimiento plebiscitario por el pueblo. Para nuestro anlisis resulta particularmente interesante el hecho de que muchos de los ejemplos que Weber aporta sobre este tipo de caudillismo tengan a las ciudades como escenario:

    Su tipo lo dan los dictadores de las revoluciones antiguas y modernas: aisymnetas, tiranos y demagogos griegos, en Roma Graco y sus sucesores, en las ciudades italianas los capitani del popolo y burgomaestres (el tipo para Alemania: la dictadura democrtica de Zrich), en los Estados modernos la dictadura de Cromwell, los poseedores del poder revolucionario y el imperialismo plebiscitario en Francia (Weber 1972, 156)

    Uno de los rasgos propios de la dominacin carismtica consiste en su escasa profesionalizacin organizativa. El lder plebiscitario busca apoyarse en equipos de gestores que funcionen de manera rpida y sin obstculos. Su cuadro administrativo (Verwaltungsstab) no es una burocracia: en l no hay carrera, jerarqua, jurisdiccin, competencias ni reglamentos. Su calidad operativa es por consiguiente menor que la de la dominacin racional. Weber propone el bonapartismo como paradigma clsico del caudillismo plebiscitario, pero algunas experiencias del populismo latinoamericano encajan igualmente bien. El corporativismo de los gobiernos de Crdenas en Mxico, de Vargas en Brasil, de Pern en Argentina y de Ibez en Chile tendi a fundir las estructuras administrativas del Estado con los cuadros gestores de su propio movimiento poltico. Quiz el caso ms conspicuo, por su xito a largo plazo, haya sido el del cardenismo, calificado en ocasiones de populismo de Estado. En 1938 Lzaro Crdenas disolvi los restos del movimiento revolucionario de 1910-17 para fundar el Partido de

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    la Revolucin Mexicana, antecedente inmediato del PRI, ligndolo al aparato sindical e integrndolo en la estructura del Estado (Horvth 1998). - Conclusiones. Los estudios urbanos de Weber se plantearon la excepcin histrica que supuso la emergencia en Occidente de una clase urbana comercial polticamente autnoma. Segn su interpretacin, las ciudades medievales europeas contribuyeron a la configuracin del burgus e, indirectamente, a la racionalizacin de las prcticas polticas y jurdicas feudales. La autonoma poltica de las ciudades se consigui, bien por va usurpatoria o mediante estrategias cooperativas, a partir de la confluencia de los intereses antiseoriales de los estamentos comerciales urbanos. Esta fue en todo caso una fase transitoria en la gestacin del capitalismo occidental, ya que las ciudades cayeron pronto bajo el dominio de una nueva clase de notables y la iniciativa poltica sufri un desplazamiento hacia los Estados. Las consideraciones de Weber poseen un notable inters al contrastarlas con la experiencia hispanoamericana. Las ciudades coloniales surgieron como parte de un proceso poltico de apropiacin y explotacin del territorio patrocinado a distancia por la Corona. Por su funcin y ubicacin, estos ncleos urbanos respondieron a una tipologa mixta -agraria y administrativa- distinta de la vocacin primordialmente comercial de las ciudades europeas. Su organizacin interna obedeca a un tipo de dominacin patrimonialista de corte tradicional, pero en el que resulta posible reconocer unos principios burocrticos racionales. Aunque el imperio espaol en Amrica se dise como una red de jurisdicciones urbanas, las ciudades coloniales nunca fueron autocfalas: formaban parte de un espacio poltico jerrquico y exocntrico. Los funcionarios reales eran figuras intermediarias, y por tanto reemplazables, lo que resultaba en un sistema sin un centro de gravedad propio. La jerarquizacin tnica y la dependencia de una burocracia patrimonialista crearon un patriciado urbano ajeno en su composicin y actitud al del mercantilismo europeo, pero tambin al de la tipologa weberiana de la ciudad oriental. A comienzos del siglo XIX, las ciudades coloniales y sus instituciones fueron escenario de prcticas polticas usurpatorias por parte de los sectores criollos que se asemejan formalmente a los procesos identificados por Weber en las ciudades medievales. Las ciudades se convirtieron as en la plataforma de la construccin de los Estados latinoamericanos, si bien los nuevos espacios nacionales tan slo pudieron consolidarse hacia finales de siglo, cuando los nuevos centros poltico-territoriales lograron imponerse, de manera precaria en muchos casos, a las tendencias centrfugas de los poderes locales. Por ltimo, la proliferacin en el continente del estilo poltico caudillista, como caciquismo regional primero y como populismo en el siglo XX, se presta a un anlisis a partir de las categoras weberianas sobre las formas de dominacin carismtica. Los movimientos populistas pueden encuadrarse as en el paradigma del caudillismo plebiscitario, un fenmeno que en Amrica latina ha sido de naturaleza tradicionalmente urbana.

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    Bibliografa Borah, Woodrow W., Representative Institutions in the Spanish Empire: the New World, The Americas, 12, 3 (1956), 246-257 Bradford, William, Of Plymouth Plantation, 1620-1647, ed. por Samuel Eliot Morison, New York: Knopf, 1952 Braudel, Fernand, L'Espagne au temps de Philippe II. Paris: Hachette, 1965 Breuer, Stefan, Nichtlegitime Herrschaft, en Max Weber und die Stadt in Kulturvergleich, eds. Bruhns, Hinnerk y Wilfried Nippel, 63-76. Gttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2000 Bruhns, Hinnerk, Webers Stadt und die Stadtsoziologie, en Max Weber und die Stadt in Kulturvergleich, 39-62 De la Torre, Carlos, Los significados ambiguos de los populismos latinoamericanos, en El populismo como problema, ed. Por lvarez Junco, Jos y Ricardo Gonzlez Leandri, 39-60. Madrid: Catriel, 1994 Dealy, Glen C., The Public Man. An Interpretation of Latin American and other Catholic countries. Amherst: University of Massachusetts Press, 1977 Elliott, John H., Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in America (1492-1830). New Haven London: Yale University Press, 2006 Frankl, Victor, Hernn Cortes y la tradicin de las Siete Partidas, en Revista de Historia de Amrica, No. 53-54 (Junio-Diciembre 1962), pp. 9-74 Freidenberg, Flavia, La tentacin populista. Una va al poder en Amrica latina. Madrid: Sntesis, 2007 Gngora, Mario, Estudios sobre la historia colonial de Hispanoamrica. Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1998 Harry, John H., The Sale of Public Office in the Spanish Indies under the Hapsburgs. Berkeley: University of California Press, 1953 Hennessy, Alistair, Amrica latina, en Populismo. Sus significados y caractersticas nacionales, comps. Ionescu, Ghita y Ernest Gellner, 39-80. Buenos Aires: Amorrortu, 1970. Horvth, Gyula, Cuatro estudios sobre el populismo latinoamericano. Szeged: Hispnia Kiad, 1998 Laclau, Ernesto, La razn populista. Mxico: Fondo de Cultura Econmica, 2005 Lucena Giraldo, Manuel, A los cuatro vientos. Las ciudades de la Amrica hispana. Madrid: Fundacin Carolina Marcial Pons, 2006

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