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Allende, caricatura y monumento JORGE MONTEALEGRE ITURRA CARNE de ESTATUA

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Carne de estatua: Allende, caricatura y monumento es un libro imprescindible para entender, desde la caricatura que se hizo de una figura que quedó como un hito en la historia de Chile, lo que ocurrió y que aún en cierta forma no resuelve nuestra realidad. Ya entrando a impresión, su valor y originalidad fue galardonada como mejor ensayo (aún) inédito por el Consejo Nacional del Libro y la Lectura.

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Allende, caricatura y monumento

JORGE MONTEALEGRE ITURRA

CARNE de ESTATUA

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CARNE DE ESTATUA ALLENDE, CARICATURA Y MONUMENTO

Jorge Montealegre Iturra

Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2014)

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Carne de estatua: Allende, caricatura y monumento© Jorge Montealegre

Primera edición: octubre de 2014

Colección Jitanjáfora

Edición al cuidado de Marcelo Mendoza

Edición de imágenes: Fernando Hermosilla

Diseño de la colección: ©MandrágoraDiseñaDibujo de portada: Pekén, 1970.Dibujo de contraportada: Zaratustra (José Palomo), 1971.

Registro de Propiedad Intelectual Nº 246.113ISBN 978-956-9114-17-5

© La Mandrágora Ltda.

Manuel Barrios 4890Santiago de [email protected]

Impreso en Imprenta Maval

PREMIO MEJOR OBRA LITERARIA 2014Género: Ensayo / Categoría: Obra InéditaConsejo Nacional del Libro y la LecturaConsejo Nacional de la Cultura y las Artes

Montealegre Iturra, Jorge 1954- Carne de estatua: Allende, caricatura y monumento [texto impreso] / Jorge Montealegre Iturra; Marcelo Mendoza (editor).-- 1ª ed. – Santiago: Mandrágora Ediciones, 2014. 200 p.: 18x24 cm. ISBN : 978-956-9114-17-5 1. Allende Gossens, Salvador 1908-1973 2. Presidentes – Chile - Biografías I. Título. II. Mendoza, Marcelo (Editor). Dewey : 923.183.-- cdd 21 Cutter : M772c

Fuente: Agencia Catalográfica Chilena

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ÍNDICE

1La figura de Allende/9

2Don Chicho/37

3Sátira y caricatura/61

4La imagen del enemigo/101

5Imágenes fatídicas/133

6La figura desfigurada/157

7La figura espectral/161

8Estatuas y alamedas/179

Bibliografía/193

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En Topaze, julio de 1963. Caricatura de Lugoze (Luis Goyenechea Zegarra).

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1 / LA FIGURA DE ALLENDE

El que ha hecho grotescamente a tus héroes los ha ultrajado y los sigue ultrajando cada día en el monumento deforme.

Lleva a tu patriotismo, como a todo, un sentido de belleza, y no toleres ni el canto patriótico necio ni el discurso patriótico insípido

ni el bronce heroico antiestético.(Gabriela Mistral)1

Numerosas obras se han ocupado de la vida de Salvador Allende Gossens. Recopilaciones, ensayos, biografías, que han tratado exhaustivamente su discurso político, sus motivaciones, ideología, la situación económica bajo su gobierno, su vínculo con la masonería, sus características sicológicas, el contexto histórico en que actuó; otras han incursionado en su vida privada. También hay novelas basadas en la figura de Allende. Obras críticas y apologéticas, que satanizan y sacralizan su figura. En general, estas publicaciones son complementadas con elementos de iconografía: fotos (oficiales, informales, en campaña, protocolares, familiares, de infancia). También portadas de publicaciones y afiches. Además, fotografías de estatuas y de señaléticas viales con su nombre. Y más: un cúmulo de antecedentes y apreciaciones de gran valor para acercarnos al conocimiento del personaje. No está en nuestro propósito, ni por asomo, suplir o relevar obras consultables que cumplen su función y tienen su propio mérito. Ojalá sea éste un aporte complementario, considerando que siempre faltarán piezas para terminar el mosaico. Entre ellas, la enorme variedad de imágenes inspiradas, en contra o a favor, por la figura de Salvador Allende. Pero constatamos que las publicaciones aludidas no incluyen caricaturas.Sobre ellas queremos compartir nuestra mirada. Algo más nos dice sobre Allen-de el cómo se le ha representado desde la sátira política y las formas humorísti-cas, entre ellas la caricatura. Expresiones “poco serias”, de menor prestigio que otras fuentes, pero algo verán y revelarán los dibujantes que el resto no vemos: “Las pupilas del caricaturista poseen el secreto de la refracción de la vida. Risa o dolor, triunfo o fracaso, hallarán una interpretación que no imaginamos”.2 Tal vez es cierto. Las caricaturas y los chistes algo tienen que decir: “entre broma y

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broma, algunas verdades amargas”, ha escrito Nicanor Parra haciéndose eco de la sabiduría popular.Se trata de formas externas, suplementarias quizá del hecho que las motiva y que comentan gráfica y verbalmente. También transmiten un discurso y supo-nen una serie de interacciones que contribuyen a la construcción de cada versión de una figura pública que llega a la caricatura. Hay interacción entre el obser-vador y lo observado: entre el lector y el dibujo; entre el dibujante y la figura; entre la mirada editorial y la figura pública representada mediante la caricatura; y entre esa mirada editorial y el dibujante que debe plasmarla en una viñeta. En el inicio, por supuesto, está el individuo observado: el caricaturizable. Así, nece-sariamente, la caricatura se basa en algún elemento que permite la analogía, la similitud y la comparación con el modelo original. A esa figura significante se le agregan contenidos que surgen no solo de lo que se podrían llamar antecedentes fidedignos, sino también de lo que se dice del personaje, lo que se cree de él, lo que se desea atribuirle, lo que él mismo ha dicho o hecho. Mario Navarro, que firmaba Nakor en la revista Topaze, cuenta que, bromeando, “el Mono Tejeda se acercaba, miraba el dibujo y exclamaba: ¡¡Ta’ igual!! ¿Quién es?”. Lo que ilustra que, habitualmente, la caricatura de prensa no está basada en la observación directa del “modelo”, pero debe “parecerse” no solo por sus rasgos físicos sino también por aquellos históricos, sicológicos o morales que se supone lo repre-sentan. En este caso, la figura de Allende dio pábulo para representaciones grá-ficas humorísticas. Para afirmarlo hemos seguido el rastro que deja el propio Allende en sus anécdotas, discursos y el testimonio de quienes lo conocieron de cerca o investigaron con acuciosidad diferentes aspectos de quien fuera un actor protagónico de una circunstancia histórica compleja.

En Topaze, 1952.

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En un principio este libro pudo ser una iconografía humorística del presidente Allende, proyecto largamente acariciado. No mucho más que una colección de anécdotas ilustradas, sin mayores pretensiones ensayísticas. Sin embargo, y en buenahora, la investigación nos mostró que el rol que jugó la caricatura en tor-no a Don Chicho y sus circunstancias trascendió la anécdota e incluso el humor. Se verá. Para ello entenderemos los chistes gráficos con caricaturas de Allende como documentos. Y sacaremos algunas conclusiones: adelantemos que el des-tino fatal del presidente Allende estuvo anunciado y se puede rastrear en las expresiones humorísticas, autoirónicas y tragicómicas.

CONTEMPLANDO LA HISTORIAEl sentido del humor de Salvador Allende muchas veces se expresó mediante su ingenio autoirónico. Retratándose, con capacidad de reírse de sí mismo, esbozó en simultáneo una caricatura y un monumento para la posteridad. Con aparen-te liviandad o intuición tragicómica, bromeaba sobre la trascendencia histórica del personaje que veía en él. Su propia muerte física, como proyectándose en la inmortalidad, era su argumento; y su cuerpo el soporte del chiste: “Con una mano golpeándose prepotentemente uno de sus brazos, decía, con sobreactuada seriedad: Toca aquí, toca aquí: esta carne es bronce para la Historia.3 Y lo reiteraba con una pequeña variante: Toca… aquí hay carne de estatua. Lo decía bromeando, verba-lizando el desenlace de un guión de vida. Con meditada consciencia se asignaba una misión, una vida, que lo proyectaba en la historia. Y él lo sabía. Lo buscaba. Lo asume con humor, proyectando la propia autoimagen mediante (auto)caricaturas verbales. En cierta ocasión diseña una escena tragicómica con su proyección: una amiga le pregunta por teléfono: ¿Qué estás haciendo? Y él responde: Estoy mirándo-

En Punto Final, septiembre de 1970. Caricatura de José Palomo.

En Ahora, septiembre de 1971. Caricatura de Hervi.

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me en el espejo, porque me encanta contemplar la Historia”.4La estatua, el monumento, esa forma de representación de la posteridad de los prohombres, de la gratitud de las naciones a sus estadistas y próceres, Salvador Allende la tuvo presente desde niño. Al parecer despertaban su curiosidad estos señores de piedra o cemento, de mármol o bronce –de carne de estatua– a los que debía mirar hacia arriba. Dignos de admiración, le interesaba conocer el porqué de ese homenaje: lo que se decía de cada uno de ellos en su pedestal. La situación –la del pequeño Chicho, con su traje de marinero comprado en Gath y Chávez, jugando entre las esculturas– es imaginable gracias al relato que hace la Mama Rosa, quien lo cuidara durante toda su infancia: “Llevaba a mi niño a mirar los monumentos esos que hay en la Alameda y él se aprendía de memoria las lecturas de las estatuas que le iba indicando”. Allende no tendría más de 7 años entonces, cuando su nana le hablaba de las vidas ejemplares de estos san-tos laicos. Después, agrega la señora, “reunía a los niños y, encaramado en un montón de arena, les decía discursos en los que les contaba lo que decían los monumentos”.5 El testimonio de la Mama Rosa se publicó días antes del triunfo de septiembre de 1970, momento en que su niño ya podría entrar a la Galería de los Presidentes de la República para luego tener su propia estatua.Un año después, conociendo o no esta anécdota, el dibujante Eduardo de la Ba-rra –firmando “Jecho” en la revista Punto Final– hizo la caricatura de Allende avanzando cual O’Higgins, como una estatua ecuestre en movimiento o, más bien, una parodia de “La carga de O’Higgins”, cuadro de Pedro Subercaseaux. En el dibujo, don Chicho va con patillas, uniforme de la patria vieja, montado a caballo y sable en mano, bajo el título “El que sea valiente que me siga”. Entre quienes lo siguen está Verdejo, representación gráfica del Pueblo; tras él, una

En Topaze, 1952. Caricatura de Mono (Manuel Tejeda).

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En Punto Final, septiembre de 1971. Caricatura de Jecho (Eduardo de la Barra).

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multitud de hombres y mujeres de trabajo. Con gestos de espanto ante la embes-tida patriota hay un grupo de burgueses, con sombreros de copa, chaqué y fu-mando puros. Al Presidente probablemente le gustó el dibujo. Tal vez su amigo Augusto Olivares, quien era del comité de redacción de la revista Punto Final, le entregó la revista como una primicia, antes de que llegara a los quioscos. La ca-ricatura ocupa toda la contratapa.6 La escena estaba en el repertorio de imágenes que respaldaban simbólicamente los ideales de su gobierno. Ya en el discurso de la victoria, antes de la nacionalización del cobre, había declarado: “Somos los herederos legítimos de los padres de la patria y juntos haremos la segunda Independencia: la Independencia económica de Chile”.7

En contraste, basada en la misma escena ecuestre y parodiando la arenga como “El que sea valiente que se oponga”, en la revista SEPA –en octubre de 1972– la figura de Allende está caracterizada como El Reyecito, borracho, blandiendo en lugar de sable una botella de whisky, pisoteando con el caballo a niños y mujeres que se escudan con la bandera chilena, en un lugar que parece destruido por una guerra.Catorce años después del Golpe –en la revista SEPA de 1987– nuevamente apa-rece el símil Allende-O’Higgins en una caricatura de contraportada. Esta vez se trata de la escena que evoca la abdicación, incluyéndose en el dibujo el casco y la metralleta del 11 de septiembre sobre el sillón del Salón Independencia. También una botella de Chivas Regal al cinto de don Chicho-Director Supremo. Alrededor están Altamirano, como loco, y otros señores políticos que simbolizan el regreso de la política (Aylwin, entre otros). Todo esto, envuelto en un globo de cómic que contiene la pesadilla del personaje huaso “Guatón Loyola”.8 La figura de Allende, inscrita en la historia y como un espectro evocativo, seguía

En SEPA, 3 de octubre de 1972. Caricatura de Nelson Soto.

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En Sepa, 1987. Caricatura de Rein (Reinaldo Goyenechea).

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presente en el imaginario de quienes lo derrocaron también en su representación caricaturesca.

LA FIGURA DE ALLENDEEn términos sencillos, en este trabajo nos ocupa la figura de Salvador Allende. En lenguaje corriente se llama “figura” a una persona que se destaca en lo suyo, que alcanza notoriedad pública, cierta celebridad; así, hay “figuras famosas” del deporte, del espectáculo, de la política. En ese sentido, Salvador Allende fue desde temprano una personalidad destacada, conocida: una figura pública. No es de extrañar, entonces, que la antigua revista Vida Médica le dedicara su sección “Figuras del momento”,9 en portada y con fotografía. En ese contexto, la figura se entiende como expresión de una imagen –en este caso positiva, de prestigio– que se hace pública, que pasa de la idea a una forma externa, visible, reconoci-ble. La figura, así, es la representación, la apariencia, de una persona-personaje que creemos conocer. Es decir, la figura –la veamos como retrato, caricatura, efigie o monumento– siempre será comparable con su modelo, con su referencia humana, en cuanto es una personificación que supone una semejanza con la imagen que nos hemos formado del “original”.En este cruce de miradas es significativo considerar que la palabra mito entre los griegos significó primitivamente figura10 y que en latín la palabra persona significa máscara. Siempre nos estamos enfrentando a una representación y a un relato, a la resonancia del quehacer y la voz, que en este caso se encarnan en las apariencias y comportamientos de la reconocida figura de Salvador Allende. Más aún, en esta sucesión de máscaras nos enfrentamos a las expresiones –dibujos, esculturas– que inspira la figura en los diversos puntos de vista desde los cuales es observada para

En diario La Nación, 4 de septiembre de 1973.

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su imitación. En efecto, al ser públicas, las figuras están expuestas al escrutinio de quienes observan; son susceptibles de rumores, prejuicios, mitificaciones, inju-rias. Vale decir: la gente –la sociedad– se forma una opinión de ellas, las incorpo-ra a su realidad y hace atribuciones con mayor o menor fundamento. La llamada opinión pública agrega o resta características a la figura pública, enalteciéndola (por ejemplo, erigiéndole un monumento) o desvalorizándola (por ejemplo, ha-ciéndole una caricatura). En otras palabras, la figura es parte de un proceso de construcción social de la realidad donde cabe, como parte de ella, también la mitología. Así, la figura es una personificación propuesta desde hechos y per-cepciones, desde representaciones mentales, desde una objetividad que enten-demos como una subjetividad validada socialmente. En ese entendido la figura también es un retrato de la fantasía, teñido por el contexto y las circunstancias de su construcción y posteriormente de su lectura.La figura de Salvador Allende, por su trayectoria y trascendencia, ha sido repre-sentada como caricatura y monumento; imágenes estereotipadas, que general-mente representan polos opuestos. La reverencia y la irreverencia. Dos expre-siones que, por ridiculización o enaltecimiento, deforman al modelo de referencia. En ambas está la imitación, la búsqueda del símil, que se plasma en una ficción gráfica y plástica, en la que se enfatizan ciertos rasgos del retratado. La figura de Allende está registrada en las dos modalidades de representación con las respecti-vas atribuciones de discursos asignadas desde la construcción externa. Entre estos extremos, de la exaltación tanto de los defectos como de las virtudes, estaría como referente el ser humano: el sujeto que deviene personaje público, representable, susceptible de provocar la declaración de sentimientos, reales o fingidos; de ser objeto de la propaganda negativa y de la apologética; la persona cuya figura puede

En Topaze, abril de 1944. Marmaduque Grove le dispara a la imagen de Allende.

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ser motivo de chistes o –como decía Allende– carne de estatua, degradada o enal-tecida, beneficiaria y víctima de las subjetividades y de los propios elementos que entrega voluntaria o involuntariamente para su admiración o burla.

LA AMBIGÜEDAD DEL HUMORLa iconografía humorística de Salvador Allende es amplia. La justifica su larga y destacada vida pública, desde que fuera dirigente estudiantil, luego ministro de Salubridad y Previsión Social a los 30 años, hasta las cuatro campañas presidencia-les que tuvo a su haber, sin olvidar que fue fundador de partido y parlamentario. Nunca fue un político del montón, sino un agitador y líder republicano con un in-nato sentido de la historia. Siempre fue una figura pública para cuya historicidad es ineludible considerar sus representaciones gráficas.Entre éstas se encuentran las representaciones gráficas humorísticas y, en ellas, la caricatura política. Valga aclarar en este punto que el humor es una expresión amplia, aunque en este campo se asocia comúnmente a manifestaciones de alegría o de agresión. Ensayando una definición sencilla, podemos decir que el humor es una cualidad que permite percibir y crear situaciones jocosas, provocando manifestaciones externas o íntimas, de alegría, reflexión o desagrado. Entre las acciones que habitualmente provocan hilaridad –risas, sonrisas– están la detec-ción, revelación y representación del absurdo: la desnudez de la incongruencia y la falta de coherencia, propia o ajena, que deviene ridícula. En política no es difícil encontrar motivos de risa.Tras el hallazgo de lo cómico y la participación en acciones con fines y resulta-dos jocosos –como sería una caricatura política–, las motivaciones pueden ser intrascendentes o profundas, con intenciones loables u objetables, de efectos

Dibujo de Antonio Romera: Allende como ministro del presidente Aguirre Cerda, 1942.

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divertidos o depresivos. La acción humorística puede ser desvalorizadora o es-timulante, integrar o disociar, ser conservadora o excéntrica, despectiva o enal-tecedora. La risa puede expresarse sonoramente, pero también hay una (son)risa interior. En La psicología del humor, Rod Martin asevera esto al afirmar que el humor, debido a su ambigüedad inherente, puede emplearse para una variedad de propósitos contradictorios: “Para unir a las personas o para excluirlas, para violar normas sociales o para reforzarlas, para dominar y manipular a la gente o para congraciarse con otros. El humor también puede emplearse para reforzar estereotipos o destruir prejuicios, para resolver conflictos en las relaciones o para eludir temas problemáticos, para transmitir sentimientos de afecto y tolerancia, o para denigrar y expresar hostilidad”.11

Esta “ambigüedad inherente” descarta la calificación del humor como algo posi-tivo o negativo, bueno o malo de por sí. Es necesario tenerlo presente y, conside-rando aquello, es innegable que en una situación de confrontación política es un recurso que puede ser utilizado, con diversas motivaciones, tanto por opositores como por oficialistas para atacar al respectivo adversario. Salvador Allende, en este marco, fue representado con humor y malhumor recibiendo halagos y ata-ques mediante las caricaturas.

CARICATURA Y MEMORIAEl humor gráfico político, y en él la caricatura, es una fuente pertinente tanto para ilustrar un período histórico como para desprender de sus discursos –icóni-cos y textuales– las diversas subjetividades que prevalecen en las distintas situa-ciones compartidas en sociedad. En sus diferentes expresiones, es un elemento que contribuye –en tanto fuente atípica– al conocimiento de la vida cotidiana

En Topaze, 1952. En Topaze, 1952. Caricatura de Lugoze.

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del pasado reciente, en una clave diversa a las utilizadas por las llamadas his-torias oficiales. Salvador Allende es un caso poco rastreado en esta perspectiva, siendo los chistes gráficos en los que aparece artefactos culturales ilustrativos de las formas de pensamiento del entorno en el que estaba situado. Sus caricaturas no solo hablan de él sino también de sus tiempos y lugares.En otras palabras, cada chiste político, cada caricatura, es un lugar de memoria donde ella “se enraíza en lo concreto, el espacio, el gesto, la imagen y el objeto”.12 En esa línea cada pieza humorística es un lugar de memoria consultable al que podemos acudir; que tiene su discurso, junto con ser un artefacto cultural que es un testimonio de sí mismo: una prueba material que refuerza el relato con un “pedazo de realidad” que es un lugar de memoria en que podemos reconocer lo que Pierre Nora llama “la dignidad virtual de lo memorable”.13 Las caricaturas de una personalidad notable y trascendente, como lo es un Presidente de la Re-pública, alcanzan esta dignidad de fuente y lugar de memoria. Así, la figura de Allende transfigurada en caricatura –material, publicada, consultable– nos en-frenta a un personaje evocador cuyas representaciones humorísticas se pueden leer, con sus dibujos y globitos, como si fueran fragmentos de una narración que contribuye a un relato mayor.Más allá de la calidad estética, humorística y ética de las caricaturas referidas a Allende (algunas grotescas, como veremos), su materialidad, narrativa y ex-presión gráfica hacen de ellas documentos que constituyen un aporte a la ico-nografía de una época. Se trata en algunos casos de representaciones visuales aparentemente desechables (de panfletos y pasquines) que, no obstante, pode-mos poner en valor y dignificar como fuente y como productos realizados en los diversos momentos de un período convulsionado. En este caso, las caricaturas

En Topaze, 1952. Caricatura de Click (Melitón Herrera).

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La figura y el legado de Salvador Allende quizás es uno de los “temas” más hablados y escritos en Chile, y el Presidente inmolado en La Moneda es el chileno del siglo XX más emblemático en el mundo. Sin embargo, no se había hecho un libro como éste: un ensayo sobre cómo se le caricaturizó, desde su juventud hasta su último día.La ardua tarea en la que se empeñó Jorge Montealegre no solo es una exhaustiva indagación sobre este imaginario que fue construyéndose, sino que se dio el trabajo por años de recopilar las caricaturas que se hicieron de Allende en Chile en toda su vida, y que ahora recorren estas páginas.Desde muy joven Salvador Allende se vio como un personaje histórico y practicó un ejercicio de autoironía al advertir a quien se le pusiera por delante que se acercaran a tocarlo porque la suya era “carne de estatua”.Tras recorrer este libro se puede constatar cómo en toda su vida adulta se hizo humor con Allende, a veces en buena lid y, cuando ostentó la Presidencia de la República, llegándose a la injuria y a la morbosa odiosidad y maledicencia. Para los que no lo imaginan, eso habla además del alto grado de libertad de expresión y de prensa que se toleró en el gobierno de la Unidad Popular y por el principal afectado: Allende mismo.

Carne de estatua: Allende, caricatura y monumento recibió el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura al mejor ensayo (inédito) de 2014.