Anabel nació en el preciso instante en que elSol tenía cita con la Luna. Una cita de amor...Aquella mañana, los dos astros más bellos del uni-verso avanzaron, lentamente, hasta tocarse. Ella,vestida de nácar y escarcha. Él, de fuego. Y consus labios de plata, la Luna le dio un beso al Sol.Un beso tan largo que el Sol se apagó y un mantode oscuridad cayó sobre la Tierra.

La madre de Anabel sintió que un escalofrío re-corría su cuerpo de arriba abajo y tuvo una corazo-nada:

–Anabel no será una bruja como las demás –ledijo a su hermana Filipa con un temblor en la voz.

–¿Y por qué no? –respondió ella. –Será rara, será rara... –añadió susurrando–.

¿Acaso no has visto el cielo? Anabel ha venido al

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EL BESO

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mundo justo en el momento del eclipse. Cuando laLuna besaba al Sol. Por eso me temo lo peor.

–¿Lo peor? ¿Qué quieres decir? ¿Que tienesmiedo de que no sea una bruja mala?

–Sí..., exactamente. O incluso..., incluso...Su voz se quebró. Unas lágrimas tibias y gran-

des como cacahuetes rodaron suavemente por susmejillas.

–¡Vamos, habla! ¡Me estás poniendo nerviosa!–gritó Filipa.

–Incluso se podría enamorar.Filipa, la bruja más mala del mundo, no podía

tolerar que su sobrina fuese una de esas chicascursis que se enamoran. Sólo de pensarlo, una ra-bia sorda le atravesó la espina dorsal y se puso pri-mero morada y después verde de ira. Y las rabietasde Filipa eran temibles, porque tenía tan mal genioque empezaba a vociferar y lanzar sapos y cule-bras a los cuatro vientos. Así pues, comenzó a darvueltas por la habitación como gato encerrado,arrastrando, agitada, los faldones negros que cu-brían sus puntiagudos zapatos y, gesticulandocomo una fiera, dijo chillando:

–¿Enamorarse? ¡Eso sí que no! ¡No, no y no!¡No lo permitiré jamás! ¡Si es necesario, la vigi-laré las veinticuatro horas del día para que seme-jante desdicha no ocurra nunca en nuestra familia!

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¡Una bruja no se enamora! ¡Aj! ¡Qué asco! ¡Sólode pensarlo me dan ganas de vomitar!

Y dicho esto, salió dando un portazo que re-tumbó por toda la casa.

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Pasaron los años y Anabel fue creciendo sindarse cuenta de que era diferente, rara, como lopresagió su madre el día en que la Luna le dio unbeso al Sol. Descubría que no le gustaban las mis-mas cosas que a sus amigas. Ellas se divertíancomo locas cazando ratones en el bosque: los co-gían por la cola, y después, ¡zas!, los lanzaban alaire con todas sus fuerzas. Incluso hacían concur-sos para ver quién los podía tirar más lejos. Anabel,en cambio, cazaba mariposas, y apenas les tocabalas alas para no hacerles daño. Luego, las guardabacuidadosamente en una caja de cerillas hasta quelas volvía a soltar, y nunca las tenía presas más decinco minutos por temor a que se asfixiaran.

A la hora de cocinar, a todas ellas les encantabaremover en una gran cacerola el pan empapado en

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MAGDALENAS CON MIEL

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leche. Lo hacían por turnos, pasándose unas aotras el cucharón de palo. Y les chiflaba prepararsu postre preferido: ¡magdalenas! Pero Anabel laspreparaba en una cazuela aparte, porque ella noutilizaba los mismos ingredientes que las demásbrujitas... Mientras que las magdalenas de susamigas estaban hechas de cola de lagarto, arañas yciempiés, y apestaban, las suyas eran de frutos sil-vestres, manzanas maduras y miel de abejas, y suaroma acaramelado impregnaba toda la cocina enun abrir y cerrar de ojos. Anabel las encontrabadeliciosas y le gustaba comérselas recién salidasdel horno, tibias y suavecitas. Pero sus amigas lasaborrecían y le decían que sus magdalenas eran re-pugnantes y que era la peor cocinera que había so-bre la faz de la tierra.

Con el paso de los años, lo que las separaba co-menzó a ser tan grande como una montaña, y loque las unía tan diminuto como un granito dearena. La gota de agua que colmó el vaso tuvo lu-gar el día en que la hermana mayor de Anabel,Aniseta, cumplió diez años y dio una fiesta en casapara celebrarlo.

Acudieron todas las brujitas del barrio y juga-ron a darse patadas en la espinilla y a tirarse de lospelos. Anabel, en cambio, se puso una falda conflecos y empezó a bailar, sola, el charlestón.

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–¿Qué haces, Anabel? ¿Estás loca o qué? –lepreguntaron.

–Bailo porque me gusta la música y adoro elcharlestón.

–Uhhh... Uhhh... –murmuraron las demás encoro–. Eres rara, eres rara.

Y ése fue el primer día en que Anabel las oyódecir: «Eres rara»..., pero no sería el último.

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