borrachera democrática

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LA BORRACHERA DEMOCRÀTICA (Alan Minc) Nuevo Poder de la Opinión Pública Introducción: ¿Estará condenada a morir la democracia precisamente después de haber triunfado? Sin embargo, parece que se viene abajo el soberbio armazón de poderes y contra poderes, de liberalismo y de intervencionismo que había creído asegurarle una supervivencia eterna. Una democracia que había aprovechado 200 años para reforzarse y consolidarse. Enfrentada a sus enemigos, convirtió su debilidad en fortaleza. El sistema representativo se creía la quinta esencia de la política. El Estado providencia, se creía la transcripción social de una justicia cuasi inmanente. Los pueblos (inmensa clase media) comenzaban a creerse y a confundirse con un actor histórico. No ha durado mucho el reino de esta "trinidad" de: la democracia, la redistribución y la clase media. Conoció su época de triunfo económico y social en los "gloriosos años 30" y su momento de triunfo político eco el desmoronamiento del comunismo. En realidad, esta condenada. Y su sitio lo está ocupando un fenómeno al que los optimistas bautizaron como la democracia de la opinión pública. Los pesimistas sólo ven de democrático el uso que hace de los símbolos democráticos tradicionales. Otros dicen que sólo se trata del surgimiento de la opinión pública, de la omnipotencia de los sondeos y de la irresistible ascensión de la televisión. La opinión pública será a comienzos del SXXI, lo que la clase obrera fue en el alba del SXX: una realidad, un mito y una psicosis. No es casualidad que la justicia se esté convirtiendo en el último árbitro social y tampoco que el individualismo (como valor cardinal) y la exclusión (definitivamente el principal fracaso colectivo), doblen las campanas por el sueño confortable de una sociedad solidaria, y por tanto, coherente. Tampoco, que debilitada, la democracia representativa se vea contestada por revoluciones del populismo, del comunismo, los ecologistas, nacionalistas o anti elitistas, y hasta los movimientos de masas inspirados en los nuevos "tiranos mediáticos". La democracia de la opinión pública ha comenzado su reinado. Luchar contra ella es equivocarse de trinchera. Sólo nos queda intentar repensarla. ¿Cómo hacer prevalecer el interés general? ¿Cuál es el papel que pueden desempeñar las elites? ¿Cómo concebir la política? Si no construimos la democracia de la opinión pública, ella lo hará por sí misma. "Ni Dios, ni dueño": esta fue durante siglos, la aspiración de los demócratas, de los liberales y de las elites ilustradas. A nuestra generación le corresponde salvaguardarla, frente al desafío inesperado y brutal de la democracia de la opinión pública. 1. Los Espejismos De La Democracia Tradicional. Se tambalea la santa trinidad (democracia representativa, Estado- providencia y clase media) que, hasta hace poco, parecía constituir la quinta esencia de las sociedades desarrolladas. Para los últimos marxistas, el rol clave en todo este proceso lo desempeñará la explosión de la clase media. Para los socialdemócratas, el sistema redistributivo se había convertido en la garantía de la cohesión social y sus sobresaltos preconizan malestares mayores. Para los actuales representantes de la derecha, hay que buscar la explicación en los fallos de la mecánica política. Para el autor (Alain Minc), el hecho, es que se producen a la vez y hacen "tabla rasa" de una organización social sofisticada. Tendemos a olvidar con facilidad que la misma palabra democracia sólo se impuso con motivo de la Revolución de 1848. Lo único cierto es que hace siglo y medio se abrió un ciclo: estemos atentos para ver que no se cierre. Además de joven, para poder sobrevivir, esta democracia tuvo que ir de metamorfosis en metamorfosis. Después de un primer período parlamentario original, bifurcó hacia un sistema basado en los partidos, para toparse hoy ante esta realidad inaprehensible y dúctil que representa la opinión pública. Y es que el parlamentarismo estaba habitado todavía por las huellas del mundo aristocrático, donde el Parlamento, más que una asamblea, era un club que no se sentía deudor ni de la opinión ni del sentir colectivo. Con la democracia de los partidos, son las masas, esta vez canalizadas, las que consiguen su entrada triunfal en el escenario político. 1

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Borrachera democrática

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LA BORRACHERA DEMOCRÀTICA (Alan Minc)

Nuevo Poder de la Opinión PúblicaIntroducción: ¿Estará condenada a morir la democracia precisamente después de haber

triunfado? Sin embargo, parece que se viene abajo el soberbio armazón de poderes y contra poderes, de liberalismo y de intervencionismo que había creído asegurarle una supervivencia eterna. Una democracia que había aprovechado 200 años para reforzarse y consolidarse.

Enfrentada a sus enemigos, convirtió su debilidad en fortaleza. El sistema representativo se creía la quinta esencia de la política. El Estado providencia, se creía la transcripción social de una justicia cuasi inmanente. Los pueblos (inmensa clase media) comenzaban a creerse y a confundirse con un actor histórico.No ha durado mucho el reino de esta "trinidad" de: la democracia, la redistribución y la clase media. Conoció su época de triunfo económico y social en los "gloriosos años 30" y su momento de triunfo político eco el desmoronamiento del comunismo. En realidad, esta condenada. Y su sitio lo está ocupando un fenómeno al que los optimistas bautizaron como la democracia de la opinión pública.Los pesimistas sólo ven de democrático el uso que hace de los símbolos democráticos tradicionales. Otros dicen que sólo se trata del surgimiento de la opinión pública, de la omnipotencia de los sondeos y de la irresistible ascensión de la televisión. La opinión pública será a comienzos del SXXI, lo que la clase obrera fue en el alba del SXX: una realidad, un mito y una psicosis.No es casualidad que la justicia se esté convirtiendo en el último árbitro social y tampoco que el individualismo (como valor cardinal) y la exclusión (definitivamente el principal fracaso colectivo), doblen las campanas por el sueño confortable de una sociedad solidaria, y por tanto, coherente. Tampoco, que debilitada, la democracia representativa se vea contestada por revoluciones del populismo, del comunismo, los ecologistas, nacionalistas o anti elitistas, y hasta los movimientos de masas inspirados en los nuevos "tiranos mediáticos".La democracia de la opinión pública ha comenzado su reinado. Luchar contra ella es equivocarse de trinchera. Sólo nos queda intentar repensarla.¿Cómo hacer prevalecer el interés general? ¿Cuál es el papel que pueden desempeñar las elites? ¿Cómo concebir la política? Si no construimos la democracia de la opinión pública, ella lo hará por sí misma. "Ni Dios, ni dueño": esta fue durante siglos, la aspiración de los demócratas, de los liberales y de las elites ilustradas. A nuestra generación le corresponde salvaguardarla, frente al desafío inesperado y brutal de la democracia de la opinión pública.

1. Los Espejismos De La Democracia Tradicional.Se tambalea la santa trinidad (democracia representativa, Estado- providencia y clase media) que, hasta hace poco, parecía constituir la quinta esencia de las sociedades desarrolladas. Para los últimos marxistas, el rol clave en todo este proceso lo desempeñará la explosión de la clase media. Para los socialdemócratas, el sistema redistributivo se había convertido en la garantía de la cohesión social y sus sobresaltos preconizan malestares mayores. Para los actuales representantes de la derecha, hay que buscar la explicación en los fallos de la mecánica política. Para el autor (Alain Minc), el hecho, es que se producen a la vez y hacen "tabla rasa" de una organización social sofisticada.Tendemos a olvidar con facilidad que la misma palabra democracia sólo se impuso con motivo de la Revolución de 1848. Lo único cierto es que hace siglo y medio se abrió un ciclo: estemos atentos para ver que no se cierre.Además de joven, para poder sobrevivir, esta democracia tuvo que ir de metamorfosis en metamorfosis. Después de un primer período parlamentario original, bifurcó hacia un sistema basado en los partidos, para toparse hoy ante esta realidad inaprehensible y dúctil que representa la opinión pública. Y es que el parlamentarismo estaba habitado todavía por las huellas del mundo aristocrático, donde el Parlamento, más que una asamblea, era un club que no se sentía deudor ni de la opinión ni del sentir colectivo. Con la democracia de los partidos, son las masas, esta vez canalizadas, las que consiguen su entrada triunfal en el escenario político.

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Se vota más a los partidos que a los candidatos y éstos reproducen con fidelidad la división de la sociedad en clases. Esta rígida mecánica refleja a su manera, la búsqueda inalcanzable de la Política para hacerse eco, en su propio funcionamiento, de las tensiones del enfrentamiento social. Francia fue muy precoz a la hora de ofrecerle a los trabajadores sus derechos políticos, pero también fue la más retrasada en concederle sus derechos sociales. Gran Bretaña hacía el recorrido inverso.En cualquier caso. Este culto a la Política tuvo mucho que ver con nuestras dificultades para admitir el modelo democrático representativo. Se perpetuaba la convicción de que el Estado funciona independientemente del sistema de representación. De ahí, el rechazo de la democracia, sus ridículas ramificaciones, su principal éxito (la elección de presidente de la república por sufragio universal) y sus excrecencias o tumores (el culto de los sondeos).La sociedad francesa cuenta con miles de políticos municipales, de diputados regionales, de parlamentarios y la encarnación del pueblo en la persona del monarca republicano. Pero esa sociedad no sabe deliberar, ni suscitar la adhesión, ni fabricar el consenso. En contrapartida, también puede asirse con mayor facilidad a su viejo anclaje plesbicitario. Por ser menos democrática, está mejor preparada, por muy paradójico que parezca, para la democracia de la opinión pública, que se está imponiendo a marchas forzadas.La democracia tradicional no podrá negar eternamente la decadencia, la disolución y el hundimiento de la representación política. Hay un nivel de abstencionismo que crece excepcionalmente y hay votos de castigo o de protesta.¿Qué peso democrático tiene una elección entre los dos bandos tradicionales, en la que participa un cuarto de los adultos en edad de votar? Ahora es la clase media la que se ha apropiado, para defenderse a sí misma del monopolio de la expresión política.Así pues, alcanzar el 50,1 por ciento permite actuar en nombre del cien por cien. ¿Cómo representar a esa parte casi mayoritaria de la sociedad, que no se expresa mediante el voto y hace ya mucho que en Estados Unidos se viene dando esta situación de progresiva indiferencia política?¿Signos de decadencia? Incluso en los países en que siguen reuniendo a millones de simpatizantes, como en Inglaterra o en Alemania, los "partidos de masa" están perdiendo capacidad de movilización.En una época en que desaparecen las clases sociales tradicionales es tremendamente significativo que los políticos se denominen a sí mismos "la clase política". Es la prueba fehaciente de un grado de solidaridad y de una cohesión que ninguna otra profesión ofrece.Otro signo de decadencia: cuando los debates se plantean en el plano de la redistribución, la política los canaliza con toda naturalidad, pero cuando se desplaza hacia los desafíos del medio ambiente, ya no lo consigue con tanta facilidad.La democracia representativa surge mucho antes que Marx. Sólo se perpetúa gracias a la lucha de clases, con la que alimenta su propio funcionamiento. En cambio, la democracia de la opinión pública se encuentra a sus anchas en medio de los debates que la sociedad soluciona por sí misma, dejando a las instituciones políticas el poder de oficializar sus conclusiones. Al ganar en espesura en sofisticación, la sociedad civil pierde en legibilidad política. Cuando el Parlamento tiene que pronunciarse sobre cuestiones nuevas (ecología, moral, ética médica, etc.) la clase parlamentaria se tranquiliza, los colegiales se lo piensan y sus pronunciamientos reflejan opciones personales y no la sacrosanta disciplina del voto. Es decir, lo esencial irrumpe, como por arte de magia, en la vida pública.Surgía a la luz una nueva "deserción civil". La democracia clásica se desmoronaba y a su hundimiento contribuyó más la irresistible ascensión de la TV que la caída del Muro de Berlín. Se ha instalado u nuevo sistema que se parece a una monarquía moderada por los sondeos.Por doquier se enfrentan cara a cara la figura del jefe político y la opinión encarnada en los sondeos. Incluso en Inglaterra, la cuna del parlamentarismo (fueron los "polls" los que hicieron caer a Margaret Thatcher). En Alemania, el sentimiento de insatisfacción que difundían los sondeos, colocó a Helmut Kohl contra las cuerdas. En USA, el eterno cuerpo a cuerpo entre el Presidente y el Congreso está regido y dirigido por el clima cread exclusivamente por los

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sondeos. En Francia, eligen cada siete años un monarca dotado de todos los poderes (salvo en períodos de cohabitación). El peso del Presidente parece tan preponderante que ninguna fuerza social parece preparada para hacerle frente. Sólo queda el latido del pueblo sencillo. Por eso Francois Mitterrand llegó a decir: "la disuasión soy yo". Pero detrás de su pose real, el monarca republicano sólo depende de su "cuota" de popularidad: lo demás no existe. En materia de asuntos públicos, el ciudadano francés es el más consultado de todo el mundo por las encuestas de opinión. Así, cuanto más se debilitan los cuerpos intermedios, más invasores se hacen los sondeos. Estos rebajan el "coste de la representación política": exigen menos sacrificios que la vieja militancia, ocupan menos tiempo que las manifestaciones, suponen menos renuncias personales que la participación en la vida pública y se corresponden admirablemente con los criterios de una sociedad hedonista e individualista.Pero al mismo tiempo, qué les queda por encarnar a las minorías activas, a la confrontación de las ideas. En cierto sentido, la "tiranía de la opinión pública " y el movimiento de la sociedad civil son contradictorias. La primera súper valora las reacciones instantáneas, el segundo hunde sus raíces en los comportamientos históricos. La primera concede la primacía a la mayoría; el segundo da más importancia a los hombres, a las ideas y a las circunstancias. En los sondeos, la emoción colectiva se expresa de una forma bruta, sin el menor filtro; en la dinámica de la sociedad civil, el debate colectivo se pone en marcha siguiendo senderos muy complejos.Pero el culto de los sondeos no refleja, la creciente sofisticación de la sociedad. Al contrario, ratifica su regresión hacia un funcionamiento más primario. Los sondeos juegan un papel decisivo, proporcionando "el" tono del sentir colectivo. Tanto es así, que no cesan de influir en las estrategias y en los discursos.En las elites crean un fenómeno ambiental: cuando más sobre valora un país, el peso del Estado, y, por tanto de la Política, más tienden sus políticos a posicionarse en sintonía con el poder constituido y con el poder que se vislumbra en el futuro. Por último, el conjunto de la propia opinión pública se muestra más indiferente a su propia opinión. Hasta ahora por lo menos no se da el efecto "bola de nieve" ¿No será, en este terreno, mucho más sabia la opinión pública que los mercados?Los discursos de los políticos, e incluso sus actos, se ciñen a la búsqueda del mayor impacto sobre las encuestas y sur pensamientos, a los gestos más eficaces de cara a ellas. En medio de este juego, la política no deja sitio alguno para los proyectos, las ambiciones, los sueños, ni siquiera para los fantasmas, los compromisos o los acuerdos.En un sistema político que ofrece un espacio cada vez mayor a la "personalización" del poder, la designación de los líderes putativos sólo puede tomar tres vías: las primarias, al estilo americano; la captación del poder de designación por parte de los partidos o de lo que de ellos queda y el diagnóstico de los sondeos. Excepto Estados Unidos, ningún país occidental supo adoptar el sistema de las primarias, si bien es verdad que implican un profundo moralismo ambiental. Para funcionar, el artificio requiere partidos a la vez poderosos y débiles. Poderosos, hasta el punto de que millones de electores simpaticen con ellos. Débiles, de manera que sus aparatos no puedan ni soñar con adueñarse del procedimiento en provecho propio.Por lo que respecta a los sondeos, es evidente que influyen en estos procedimientos, condicionando las candidaturas en las primarias de USA y restringiendo en los demás países la tentación de los partidos a funcionar in abstracto, como si la opinión pública fuese algo secundario. De todas formas, les resulta complicado, por ejemplo, influir en el juego sutil de los elegidos por el corazón de la opinión pública y los elegidos por los aparatos de los partidos.Paradójica situación: los sondeos han conquistado la vida pública y, sin embargo, patinan ante el corazón del sistema, que es la designación de los candidatos. A fuerza de pretender encarnar a la opinión pública, los sondeos condicionan la acción política e, incluso, la domestican y la alienan; y sin embargo, siguen siendo marginados por los viejos aparatos y por los juegos casi seculares de la influencia allí donde serían más útiles, en la anticipación de los lazos íntimos que unen a un hombre público con su electorado. Así pues, de esta omnipresencia de los sondeos sacamos lo peor, pero nunca lo mejor.

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¿Hacia dónde vamos? Según los mejores teóricos de la democracia política, estamos franqueando simplemente una nueva etapa del sistema representativo. Incluso llegan a comparar estos tres sistemas desde varios puntos de vista y desde diversos criterios: la elección de los gobernantes, el margen de independencia de los elegidos y la libertad de la opinión pública. En el primer ámbito (elección de los gobernantes) el parlamentarismo se basaba en los mecanismos más clásicos de la dependencia social. La democracia de los partidos lo sustituyó por el voto partidista, dejando un espacio mucho más reducido a los candidatos. La "democracia del público" reintroduce una fuerte personalización y vuelve a basarse de nuevo en un contrato de confianza entre el elector y el elegido, aunque este último, nace de una nueva alquimia entre la opinión pública y un hombre, y por lo tanto, la forma de designación del candidato determina el grado de libertad del elegido. El candidato actual basado en su capital personal sólo es prisionero de la imagen que de sí mismo ha transmitido a sus electores. La opinión pública por su parte, ocupa en cada una de estas situaciones una posición diferente. En tiempos del parlamentarismo podía ser ignorada por los elegidos, que tenían todos los derechos y cuya legitimidad se basaba en su filiación aristocrática. En un mundo dominado por los partidos, la opinión pública permanece muda: Le está prohibido pasar de un lado al otro de la frontera partidista.Con el nuevo fenómeno de la democracia del público, la situación se complica. El voto traduce el estado de ánimo instantáneo de la opinión pública, pero como ésta es cambiante, se corre el riesgo de desencadenar un hiato entre una situación política fija hasta el próximo escrutinio y el sentir popular que la representación institucional ya no expresa.De ahí que los sondeos, sirven de puente entre ambos extremos, informando al gobierno del estado de ánimo de los gobernados y obligándole al tenerlo en cuenta. De ahí surge que las ideologías ya no cuentan u que la política se torna, como antaño, una competición entre dos equipos rivales. De ahí que el poder es una técnica para poner en práctica los deseos cambiantes de la opinión pública. Este análisis desemboca en la impresión de que el orden político se ha aprovechado de las metamorfosis de la sociedad y que por tanto, todo va de maravilla en el mejor de los mundos.Otra concepción positivista preconiza que la soberanía popular y la opinión pública constituyen el anverso y el reverso de una misma realidad: la primera representa el fundamento político; la segunda, la matriz social. Así, el sistema político se ve obligado a estar permanentemente conectado con la gente. Sin embargo, tiene un defecto: postula que la política ha dejado de tener identidad propia respecto a la sociedad, convirtiéndose en su muda servidora.Otros grandes pensadores, demuestran que la irrupción de los sondeos constituye una forma absoluta de corrupción cívica. Por ejemplo: los propios hombres políticos que pierden toda capacidad de enjuiciamiento y limitan sus reflexiones a imaginar con anticipación lo que los sondeos esperan de ellos; todos los que gravitan alrededor de la política y se convierten en portavoces del estado de ánimo colectivo, confundiéndolo con un puñado de cifras; los mismos ciudadanos que no han cambiado una concepción política por otra, sino que se han contentado con cambiar su adhesión a un sistema de valores colectivos; el mismo estado de ánimo de la sociedad que saca de esta visión consumista de la política la mejor justificación para despreciarla.No se puede decir que ha llegado el final de la democracia representativa simplemente porque los sondeos se hayan convertido en un fenómeno omnipresente. En realidad, la democracia de la opinión pública se está imponiendo porque encarna transformaciones que superan el ámbito del simple juego político.

2. El Hundimiento De La Democracia SocialSi el sistema representativo hubiera sido el único receptáculo de las luchas de clase, sin duda se habría venido abajo desde hace tiempo por muchas razones. Afortunadamente, para el sistema representativo, surgió, se instaló a su lado y le complementó la democracia social. Esta mecánica demasiado perfecta comenzó a degradarse cuando los corporativismos fueron sustituidos poco a poco por actores sociales empeñados en imponer su utopía o su visión del bien común. Y ahora esta maquinaria casi perfecta está a punto de explotar.

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La democracia social se descompone, siguiendo los mismos pasos que la democracia representativa, de tal forma que el declive de una y el hundimiento de la otra se corresponden mutuamente. Al final, tanto en el ámbito social como en la esfera política, sólo queda el cara a cara inquietante entre el Estado y la opinión pública.Y eso que el Estado-providencia se había dotado de un aparato aparentemente indestructible. Sus ingredientes principales eran: universalismo de los derechos, igualdad de los ciudadanos y seguridad social para todos. El liberalismo intentó introducir un mínimo de flexibilidad, pero se topó con una doctrina que convertía el principio de iguales prestaciones para todos en el fundamento de la igualdad.Se creía que una redistribución en aumento cada año inventaría democráticamente lo que el socialismo pensaba establecer a sangre y fuego. Todavía hoy, algunos defienden un sistema que beneficia mucho más a las categorías superiores que a los excluidos, a los burgueses que a los obreros, a los cuadros dirigentes que a los empleados.Defensores de los asalariados en la empresa y gestores del Estado-providencia, los sindicatos se convirtieron en un híbrido: progresistas en un nivel, funcionalmente conservadores en el otro; nunca se quejaron de esta extraña dualidad, que al final, terminaría por acelerar su decadencia. Esta ambivalencia de unos actores, a la vez contestatarios y responsables, fundaba en cierto sentido la democracia social, encontrando en ella, el medio de una integración casi perfecta de las clases desfavorecidas, o al menos de sus representantes.La democracia política se dota de un doble que la exonera de ciertas responsabilidades, y al mismo tiempo, la refuerza. Los códigos y los ritos de la democracia social no tienen nada que envidiar a los de la democracia política. Así, por ejemplo en Alemania, de denomina a las "huelgas" como las "grandes misas sociales". Su objetivo es santificar, convertir estas reuniones duras y tensas en un momento fundante de la vida colectiva, que así, sale fortificada de ellas. Cuanto más formal es el debate, menos grave es el riesgo social.La democracia política tradicional necesitaba a la democracia social de una manera vital. Desde el momento en que las dificultades sobrepasaban lo normal, sentía la necesidad de compartirlas con su "gemela". Pero al caer el Muro de Berlín, el gobierno alemán decide la unión monetaria y busca, con un acuerdo salarial sobre los "Länder del Este", el signo de que Alemania Occidental asume, al fin y al cabo, el precio de la unidad. Berlusconi conquista el poder y abre un debate con los actores sociales incluso antes de tratar con los actores políticos. La democracia política consigue dar la impresión de fortaleza en la vida cotidiana, pero frente a las sacudidas, se siente impotente y busca el refuerzo decisivo de su doble social. El individualismo y la evolución de los valores las atacan lógicamente al mismo tiempo.El Estado-providencia se está haciendo cada vez más caro y más ineficaz. En este terreno, la posición de Francia se desliza por una pendiente que la conduce hacia una sociedad americana, pero con unos costos colectivos dignos de la socialdemocracia. Por ejemplo, desde 1960 el poder adquisitivo de las "personas pasivas" no ha cesado de aumentar, a costa de las personas activas. Ha aumentado también la tasa del desocupación. La paradoja de la situación en Francia se debe a un triple fracaso. En primer lugar, esta espectacular subida de los gastos sociales no les ha proporcionado un Estado-providencia mejor que el de sus vecinos. En segundo lugar, esa subida redundó en una tasa de desocupación más elevada que en otras partes. Y tercero, se acentuó muchísimo la exclusión en el ámbito mismo de la desocupación, a causa del aumento del número de desocupados de larga duración.Denis Oliviennes asegura tajantemente que la desocupación no es un problema, sino una solución, como lo fue en su momento la inflación. La sociedad francesa hizo todo lo contrario que la americana, la cual protegió el empleo, compensando las cuotas mediocres de productividad a través de un freno más que proporcional de los salarios reales. Detrás de esa subida del poder adquisitivo causante de la a mayoría del paro, las cargas sociales se han disparado desde 1980. Oliviennes subraya otras razones: Las tensiones en las empresas, de las que se han beneficiado los trabajadores más cualificados, o el hecho de que los excluidos del mercado laboral se marginalizan con tanta rapidez que dejan de ser competidores para los asalariados con trabajo.

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Aunque en apariencia sea la medida más estricta a la hora de tener en cuenta los ingreso, el subsidio de vivienda beneficia a una población mucho más numerosa que el subsidio familiar, a pesar de que en este último, no se tiene en cuenta para nada los ingresos y ni siquiera está sujeto al impuesto sobre la renta de las personas físicas. Una situación absurda que desemboca, por un lado en la insatisfacción de las familias privadas de los beneficios de ciertas prestaciones, y por el otro, afecta a la práctica totalidad de las clases medias.Hay estudios que demuestran que el consumo de los servicios colectivos está relacionado con el nivel social originario. Por ejemplo, la educación y la sanidad son dos ámbitos de los que se benefician mucho más las clases acomodadas que los obreros o los agricultores. El abanico de las jubilaciones es más abierto que el de los salarios y los sistemas de transferencias aceleradas de personas activas hacia las jubilaciones no cuestionan esta evolución.El sistema funciona, pues, con una eficacia redistributiva incierta en el seno de la clase media. La clase obrera ha desaparecido y se ha fundido con la clase media, pero la pobreza ha vuelto a salir a la superficie.¿Cuál es la diferencia entre un actor social (categoría respetada) y una corporación de contornos venenosos? El primero, por encima de los intereses directos de sus mandatarios, conserva una visión del interés general; la segunda, sólo existe en función de la defensa egoísta de sus miembros. El primero está dispuesto a compromisos de larga duración; la segunda se lanza al asalto de beneficios sociales. Los actores sociales tienen que reunir una multitud de gente con sus propias aspiraciones, lo que inevitablemente les conduce a buscar un punto de equilibrio. En las corporaciones, los efectivos son mucho más limitados, las reivindicaciones mucho más explícitas y sus posicionamientos mucho más radicales.Mientras el crecimiento ayudó a saldar las cuentas, estos procedimientos funcionaron, pero a un precio más alto que en otros países. Entonces, el peso de la crisis fue pasando de colectivo en colectivo, hasta caer sobre los hombres de aquellos a los que nadie protege y por los que nadie se preocupa.Los sindicatos tampoco se salvaron de la tendencia corporativista que agravó sin duda su decadencia. Las corporaciones no necesitan muchos miembros, pero necesitan instrumentos de chantaje frente a toda la sociedad y frente al Estado. Esta es la lógica de la "democracia corporativista". Cada reglamentación, cada ley, cada derecho adquirido hace nacer un lobby; y cada lobby se esfuerza por hacer aprobar nuevas reglas que le protejan todavía más. La abstención aumenta en las elecciones sindicales; en definitiva, se cuestiona la representatividad de los sindicatos, y su derecho a gestionar la quinta parte del producto interior que transita por los circuitos del Estado-providencia.Las únicas organizaciones sindicales que se salvan son los sindicatos de agricultores y maestros. Es que, así como la democracia social constituía la pareja de la democracia representativa, la democracia corporativista representa el corolario de la democracia de la opinión pública.La democracia social es incapaz de resolver sus contradicciones a través de los mecanismos que permitieron su nacimiento; no sabe autorregularse.Cuando la democracia social conserva todavía intacto su vigor, se impone un acuerdo entre los agentes sociales, después de una larga negociación. En Francia, los que intentasen lograr un consenso entre el gobierno, la oposición de izquierda, los sindicatos y la Confederación de Sindicatos Médicos serían inmediatamente tachados de iluminados.La única salida pasaba por la concienciación del país y, después, la capacidad de un poder político en el cenit de su credibilidad para poner en marcha una reforma brutal, puenteando a los agentes sociales. Parece imposible, pero no lo es.En el seno de la democracia de la opinión pública se abren pequeñas ventanas o rendijas que hay que aprovechar al vuelo. En la democracia social el tiempo representa un aliado más que un adversario. En el primer caso, la reforma exige una conjunción casi aleatoria de factores culturales y políticos, independientes unos de los otros. En el segundo caso, funcionan de una forma incansable, las fuerzas del consenso. Una democracia social fuerte es capaz de autorregularse, una débil no puede hacerlo. La evolución ideológica apunta en la misma dirección.

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El modelo bismarkiano de la seguridad social habrá funcionado un siglo, porque era un modelo que se negaba a distinguir "tipos de riesgos" en el seno de la población, y la consideraba como una única clase social. De esta forma los sanos pagaban por los enfermos, las personas activas por las inactivas, pero no los ricos por los pobres, porque la renta no constituía un instrumento de discriminación. En paralelo a este principio, se aplicaba otro, que convertía a la sociedad en responsable de los daños y prejuicios ocasionados y no a los que los causaban.El americano piensa en reparación, donde el francés pensaba tradicionalmente en seguridad social. Las mutualidades profesionales y privadas fueron las primeras en plasmar solidaridades de grupos o de corporaciones que querían prescindir de la filosofía original de los seguros sociales. El principio de la solidaridad, origen de la seguridad social, cede su puesto a mecanismos privados de prevención. El mismo cortocircuito que coloca en vanguardia al asalariado, se produce en las empresas. En vez de reforzar la institución sindical, la Ley Aroux aceleró, por el contrario, la evolución hacia el diálogo directo, dotándole de un marco jurídico y de legitimidad propia.El referéndum de empresa constituye el punto culminante de esta evolución. O bien funciona como el instrumento natural del diálogo social, y entonces ratifica la desaparición de los sindicatos. O bien sirve, siguiendo el ejemplo de Air-France, para obviar las resistencias corporativistas y acelera el debilitamiento de los actores sociales. En ambos casos ratifica el "cara a cara" de la autoridad suprema y de las bases. En su vida social, el individuo ya no espera la salvación de las instancias intermedias o de los sistemas colectivos.El retorno del individuo al primer plano no es sinónimo de regresión colectiva, si es un individuo más maduro y reflexivo. El hundimiento de las organizaciones intermedias no es un signo absoluto de decadencia. Puede esconder lo mejor o lo peor.Sin otra ideología que la de preservar los beneficios adquiridos por la clase media, la democracia social parece tanto más condenada cuanto es incapaz de abordar, siguiendo sus ritos y sus códigos, los nuevos problemas que se le plantan. De ahora en adelante, el peligro para la clase media se encarna y procede de los suburbios, como antaño procedía de las revueltas obreras.¿Qué tipo de intercambio duradero se puede poner en marcha con la sociedad institucional? ¿Con qué interlocutores? Hoy por hoy, los pilares del Estado-providencia responden a estos interrogantes decisivos con el vacío.Si la democracia social se muestra impotente ante la "cuestión social" -con todo el énfasis y la carga que encierra este concepto- de este fin de siglo, ¿para qué sirve? La democracia social se encuentra en manos de la opinión pública, para lo peor o para lo mejor. Para lo peor, si inconsciente de lo que se juega, la opinión pública sólo representa a su oposición la suma de los corporativismos, en cuyo caso sólo hará más difícil cualquier regulación. Para lo mejor, si alertada por la realidad, se revela más madura que los cuerpos intermedios y, por tanto, se muestra dispuesta a aceptar una serie de reformas que el juego de los intereses adquiridos está bloqueando. En el ámbito económico, una vez que se ha asumido, por ejemplo, la opción de una moneda fuerte y el formar parte del sistema europeo, todo viene rodado y las variables (productividad, inflación, etc) terminan por alinearse. En el ámbito social, las presiones pasan a través del rechazo colectivo de ver aumentar los impuestos, muestra de la primera intervención de la opinión pública. Dado que los actores sociales son incapaces de hacerlo, la opinión pública exige que el estado aplique el bisturí. Como animal político que es, éste sólo se presta a este juego si está seguro de que corre riesgos mínimos. Y aquí se produce la segunda intervención de la opinión públicaAsí pues, nada le es imposible, pero en su caso, la parte de aleatoriedad, de riesgo y de misterio es mucho más decisiva que en la socialdemocracia clásica, tan intensa como previsible y tan aparentemente conflictiva, precisamente por basarse en el consenso.A una clase media estructurada y optimista y en pleno desarrollo, le habría correspondido una opinión espontáneamente razonable y previsible.

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3. La Explosión De La Clase MediaDesde hace dos siglos la lucha política se identifica con una eterna batalla por la conquista de las clases medias. Cuando Valéry Giscard d’Estaing quería gobernar para "dos franceses sobre tres", lo que realmente tenía en la mira era la "clase media". Nunca antes un político había hecho tan explícito su objetivo en término de clases sociales, si exceptuamos a los comunistas en relación con la clase obrera. Más aún, apoyándose en las categorías más activas de esta nueva "pequeña burguesía", Francois Mitterrand pudo, paradójicamente, vencer en 1981 a su adversario, heraldo de la clase media.Sin anclaje social, un sistema político se convierte en un barco a la deriva. La metamorfosis de la clase media doblaba, sin saberlo, las campanas por la sociedad industrial y por consiguiente, por su análisis, prioritariamente marxista. Mientras los intelectuales creyeron ver en este fenómeno la mano del "gran capital" para impedir a estas categorías sociales la alianza con la clase obrera, la clase media verificaba la precisión de su visión del mundo. Si la sociedad produce una "clase universal", es la prueba más evidente de que la economía post-industrial es incapaz de segregar una dinámica de lucha de clases y de conflictos al igual que el capitalismo industrial. Y si, además la nueva pequeña burguesía se convierte a su vez en un "horizonte insuperable", la lucha está de forma definitiva entre área. Cuando esta clase media termine por absorber a todas las demás, llegaremos a la "igualdad creciente de las condiciones sociales".La posguerra nos proporcionó la ilusión del surgimiento de esta clase universal. Con una forma de vida cada vez más uniforme y con unos asalariados modestos imitando a los más privilegiados. Y sobre todos, con una formidable maquinaria de igualdad de condiciones. Los más ricos se empobrecían y los que se endeudaban, se enriquecían. De esta forma, la vivienda no cesó de difundirse, dando lugar a una Francia de pequeños propietarios. Pero eso no era suficiente par a inculcarles una ideología conservadora.Cuando al patrimonio, los ingresos, etc, se añade un Estado- providencia que trata, en teoría, a todos los ciudadanos en pie de igualdad, aparecen todos los ingredientes de una clase universal. Aunque Francia estaba, a comienzos de la década de los '80, todavía bastante alejada del nirvana socialdemócrata sueco u holandés, había entrado ya en esta vía, tanto más cuanto esa misma ideología igualitaria presidía el funcionamiento del sistema educativo.Gracias a la reforma del rector Haby, todos los niños entre 11 y 16 años han accedido, sin distinción alguna, a un primer ciclo de "enseñanza igual para todos". En cierto sentido, la "clase universal" había inventado su escuela. Años después se ponía en marcha la idea de una carrera escolar idéntica para todos. La utopía educativa se asociaba el principio de la ascensión social, fundamental en la Francia igualitaria, con el primado de la clase media.Desde el comienzo de la Tercera República, el camino de la burguesía discurría a través del caricaturesco recorrido: abuelo labrador, padre maestro, hijo ingeniero. En Francia, la movilidad y el ascenso sociológico no se llevaron a cabo con dinero, sino con diplomas. Hasta que en los '90 comenzó a ponerse de relieve la pérdida de valor de los diplomas como consecuencia natural de su multiplicación, lo que atentaba de lleno contra un tabú nacional. Desde ese momento la rebelión era inevitable.En la mentalidad colectiva el sistema sólo funcionaba en un sentido, a remolque del mito americano que considera el hundimiento sociológico como la contrapartida natural de sus posibilidades de ascensión.Durante siglos, la sociedad francesa ha vivido plenamente convencida de dos cosas: que el diploma era un pasaporte universal y que con él, era imposible no triunfar en la vida.Cuando en la Tercera República la escuela representaba la única raíz colectiva, quedaba abierto un espacio infinito a las diferencias sociales. Comportamientos, códigos, lecturas, formas de vestirse, modos de vida, gustos: los estratos de la sociedad podían distinguirse, sin dificultades, unos de los otros. Y la promoción social exigía que, en cada etapa, una serie de afortunados le rindiesen homenaje con los ritos de paso. Pero ahora se han nivelado las diferencias: la TV, la influencia de las costumbres americanas, los efectos del baby-boom y la dinámica social son causas reales, pero insuficientes para justificar esta evolución. A fines de los '30, la clase media

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era más homogénea por sus valores y por su forma de vida que por sus ingresos o por su patrimonio. Respetuosa con la primacía de las clases superiores, sólo tenía un sueño: imitarlas. En ese mundo sólo existía una ideología: la creencia en el progreso social indefinido. Ni marginados, ni excluidos, ni abandonados.La salvación colectiva existía gracias al aumento natural del nivel de vida. Y la salvación individual parecía garantizada al menos durante una o dos generaciones, a todos los que hiciesen gala de una buena capacidad intelectual.Pero en el '68, un sistema social aparentemente infalible descubría la ruptura psicológica. Hasta entonces la clase media marchaba viento en popa con un crecimiento económico sin precedentes. Los mecanismos clásicos de la democracia representativa inducían a los lectores políticos a una emulación permanente para atraerse sus favores. Y la enorme maquinaria de la democracia social cumplía una función cuasi-divina, de la que ella era el único beneficiario.Este contrato social que se quiebra, hace que la sociedad francesa viva una fase de crecientes desigualdades: en materia de empleo, en el campo financiero, educativo, sanitario y cultural. Cada país afronta esta realidad a partir de su propia tradición ideológica y, sobre todo, a partir de su propia concepción de la igualdad.La sociedad acumula desigualdades, hasta el punto de poner en peligro la perspectiva de una clase media cada vez más universal. Dinero llama a dinero. Antes, cuando la inflación era superior a los tipos de interés, el que poseía patrimonio se empobrecía y el que se endeudaba, se enriquecía. Ahora, el que posee poseerá más todavía y el que se endeude se empobrecerá. Los activos inmobiliarios han experimentado una subida espectacular.En Francia, el dinero heredado todavía es legítimo, y en cambio, el adquirido, no. Según la Teoría de Hirschmann, Francia está atravesando una de las épocas más individualistas y discriminatorias de la historia. El sistema económico funciona de nuevo de una manera discriminatoria, con una mayor jerarquización en las funciones, con nuevas formas de gestión de empresa que, so capa de flexibilidad, rechazan una parte de la mano de obra hacia la periferia, con una integración social a través del trabajo cada vez más incierta, y con una personalización de las relaciones que, en nombre de una mayor eficacia, rompe el entramado de la solidaridad.Así, de 1979 a 1988, se constata en Francia una ligera mejora de las condiciones de vida, con desigualdades crecientes entre los extremos: los privilegiados no cesan de aumentar sus ventajas y los más desfavorecidos ven crecer sin parar sus retrasos y sus desventajas. Diferencias entre los privilegiados, que disponen de las mejores escuelas primarias y de los colegios más prestigiosos hasta desembocar en las mejores facultades universitarias de ingenieros, y los 200.00 jóvenes que salen del sistema escolar sin la menor cualificación. Diferencias entre los poseedores de diplomas distribuidos a granel y los títulos de los estudiantes de los colegios especializados. Diferencias entre los alumnos que, en el seno de una escuela presuntamente única, frecuentan establecimientos escolares cada vez más heterogéneos. Diferencias entre los mejores establecimientos de enseñanza técnica y una multitud de escuelas que dispensan certificados y diplomas sin la menor perspectiva de salida profesional. La maquinaria educativa es el crisol de la sociedad, pero también su reflejo. La sanidad también está sufriendo la misma evolución. Las investigaciones demuestran que el gasto en cuidados sanitarios es proporcionalmente inferior a los ingresos y al nivel cultural. Lo mismo le está ocurriendo a los servicios. La década de los '80 asistió al retorno del capital financiero y a la resurrección de los rentistas, pero también favoreció, sin darse cuenta, una acumulación paralela del capital cultural. Francia sigue siendo un país aristocrático, donde los "títulos de caballeros" se conceden a los 20 años, sirven toda una vida y aseguran una protección definitiva. Dominar las reglas del saber a la francesa vale todavía más caro hoy que ayer.Los grandes beneficiarios de las últimas décadas han sido los jubilados. Mientras innumerables funcionarios están en el frente, otros muchos forman parte de las plantillas de los servicios del Estado, de las colectividades territoriales y del los organismos sociales, gozando de una relativa quietud, muy protegidos por las reglas de la cogestión establecidas con los sindicatos.En una economía cada vez más competitiva, las tensiones tienden a desarrollarse. O prevalece el modelo liberal (lo cual es probable), o las diferencias entre unos y otros suscitarán auténticos

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conflictos de intereses. La ley de bronce del gran mercado y de la internacionalización ha ahogado con toda naturalidad los procedimientos de la redistribución. La opinión pública es cada vez más consciente de las desigualdades existentes entre las regiones del gran arco europeo (de Londres a París o Milán) y las zonas en vías de desertización, entre monopolios terciarios y ciudades en plena desindustrialización, entre un mundo urbano todavía rico y un mundo rural que ha querido alinearse, durante una generación, con el modelo de vida dominante y que ahora palpa, de nuevo, su pauperización y su marginalidad.La idea del progreso no ha muerto, pero ha pasado de la colectividad hacia el individuo, validado empíricamente el postulado de Hirschmann sobre la alternancia de períodos, unos dominados por valores colectivos y otros en los que predominan los valores individuales. Rawls dice que hay que reducir la desigualdad, pero sólo hasta el mínimo exigido por la justicia. La salvación ya no es colectiva, sino individual. El individualismo ha triunfado y los ciudadanos sólo sienten hacia el Estado y hacia los grandes sistemas sociales un sentimiento utilitarista. El consumismo religioso es una tendencia que conduce a las personas más religiosas a fabricarse su propio credo a la carta, y de esta forma el dogma católico es confeccionado a medida, incluso por los más píos parroquianos, ávidos de consumir el menú religioso a su gusto. Todo está muy relacionado y en sintonía. Se relajan todas las prácticas cotidianas, desde la asistencia a la misa dominical hasta la compra del periódico.Ante el irresistible ascenso de una infra-sociedad de marginados, la clase media ha renunciado, en realidad, a su vocación de encarnar el "futuro de la humanidad". Cuando funcionaba el modelo de la promoción social, cada cual podía soñar con acceder y ver a sus hijos acceder a la clase media, ella misma trampolín para el acceso a las clases superiores. Ahora, la clase media se ha tornado insegura para los miembros de una sociedad institucional que abarca desde el obrero cualificado al mandarín.Tiene razón Touraine al subrayar el paso de una "sociedad vertical”, es decir, de una sociedad de clases que gira en torno al pivote de nuestra querida clase media, a una "sociedad horizontal" dividida entre un centro inmenso y la periferia. La cuestión, como él dice, ya no es up o down, sino in u out. Desde este punto de vista, los jóvenes de la periferia están todavía en una situación intermedia. Atraídos culturalmente por el centro, pero rechazados socialmente, lo que atenta contra del melting-pot tal y como ha funcionado durante tanto tiempo en USA.El "melting-pot” americano (amalgama de razas, cultura) aseguraba la integración social, pero evitaba la integración cultural. Como repite Touraine, en la sociedad ya no se lucha, se corre. En la psicología colectiva el mito de los suburbios encarna esta nueva realidad. Este mito cristaliza todos los miedos de la población; es decir, una lógica de apartheid. Con este telón de fondo sociológico, la ideología de la clase media se deshace en añicos. Pierre Bourdier ha llegado a construir la Teoría de la resignación y de la sumisión ante lo irremediable: la enfermedad social. La dinámica social es imposible y la asistencia seguirá siendo el único instrumento a disposición de la sociedad institucionalizada para evitar confrontaciones demasiado violentas. Pero otros signos apuntan en dirección contraria a la pesimista profecía de Bourdieu. Muchos están asistiendo a una floración de iniciativas, a una miríada de organizaciones espontáneas, de fenómenos de concienciación colectiva. Aseguran incluso que se están poniendo las premisas de una vida comunitaria más rica que la de la sociedad tradicional.Según Martine Aubry, el contrato social será reemplazado por un extraño movimiento solidario entre comunidades, tribus y grupos, cuyo resultado será una dinámica que superará las espantosas fronteras entre los que están in y los que están out. Según esta hipótesis, nada estaría definitivamente perdido. Se trataría del triunfo del un nuevo melting-pot, que aseguraría un mínimo de fluidez social entre las comunidades, sin que, por ello, tuviesen que renunciar a su propia identidad.DEMOSCOPIA = encuesta (estudio de la orientación de la opinión pública)Según Alain Minc, la explosión de la clase media conduce a una democracia sin un verdadero estabilizador sociológico. ¿Puede encontrar su sitio, en esta perspectiva, la democracia demoscópica? Para eso necesitaría apoyarse, todavía más que los regímenes anteriores, en una gigantesca clase media, asegurando un mínimo de cohesión, evitando los desbordamientos

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incontrolados, garantizando por su volumen y por su estabilidad sociológica que las sacudidas psicológicas no pongan en peligro el edificio. Una sociedad civil fragmentada por la exclusión, conquistada por el individualismo, sin utopía de progreso social, sin optimismo y sin clase estabilizadora. No hay democracia representativa sin democracia social. No hay democracia social sin clase media triunfante. Y en el horizonte se vislumbra un nuevo regulador que, por ahora es sinónimo de una democracia de la opinión pública, que está todavía en el limbo.

4. Una Nueva Santa TrinidadUna trinidad desaparece, fundamento de la democracia representativa, y entra en escena una nueva, compuesta por los jueces, los medios de comunicación y la opinión pública. Inicialmente contrapoder, esta trinidad se ha convertido en poder porque por su sola existencia, consigue inhibir a la política. En este juego los medios de comunicación parecen el actor decisivo. Esta metamorfosis se está produciendo en este mismo momento, en la mayoría de los grandes países del mundo. Esto se da gracias a la explosión de los medios de comunicación, las mutaciones de las clases dominantes, etc.Políticos, empresarios, periodistas y todos los demás miembros de la elite tendrán que pasar por las horcas caudinas de la opinión pública y su exigencia de transparencia. A más transparencia, mayor democracia, pero siempre que el juego democrático cuente con sus reglas, sus instituciones y sus estabilizadores. Y ese no suele ser el caso. Cuando el reino del derecho vacila, la sociedad tiembla y huele a confrontación social de una forma casi irresistible. Pero la santa trinindad (jueces, medios informativos y la opinión pública) no sólo funciona en el ámbito moral, sino que está a punto de acaparar lo esencial del juego democrático.En esta partida a tres bandas, la relación medios de comunicación-jueces es decisiva. Su complicidad no data de ayer, sino que se forjó a lo largo de una emancipación casi simultánea para ambos. Durante siglos, el Estado quiso domesticar a unos y otros en nombre del centralismo y de una visión que, desde toda la eternidad, convirtió al poder público en el único garante del bien común. Tuvieron que pasar siglos para que el procedimiento penal escapase de las garras de la opacidad y ofreciese un mínimo de garantías a los inculpados.El control de los hombres se sustituyó por el control de las instituciones. En cuanto a los periódicos y a los periodistas, el control se ejercía a través de una mezcla sutil de presiones capitalistas, prebendas individuales y connivencias institucionales. La justicia y los periódicos se liberaron con su propia praxis y no a través de nuevos textos legales más liberales o a través de una evolución del accionariado de la prensa, que sigue estando en manos de unos pocos actores económicos. Y dado que se parecen, los nuevos magistrados y los nuevos periodistas están hechos para entenderse.Medios de comunicación y justicia se alimentan mutuamente; el juez de instrucción, que ya era "el hombre más poderoso de Francia", a juicio de Napoleón, se convierte en un poder cuasi-omnímodo cuando utiliza la prensa como caja de resonancia. Y es que una inculpación pública equivale a un juicio, y el verdadero juicio en primera instancia se asemeja a un veredicto de la opinión pública. Pero esta tendencia no proporciona un nivel jurisdiccional suplementario para mayor protección de los encausados, porque el primer juicio, el de la opinión pública, equivale siempre a una condena. El procedimiento judicial se asemeja a una enorme maquinaria, cuyo único fin es dar a conocer lo mejor posible la instrucción que, en la mentalidad popular, equivale a la inculpación.Entre Francia, donde un juez de instrucción convoca la prensa antes de efectuar una serie de pesquisas en la sede del partido socialista, e Italia, donde la operación "manos limpias" desemboca en procesos televisados en directo, sólo hay una diferencia de grado. Pero los medios de comunicación no se contentan, evidentemente, con el papel de ser cajas de resonancia de los tribunales de justicia ¿Qué mejor criterio de eficacia para el periodismo de investigación que el ser capaz de poner en marcha el aparato judicial? Una inculpación representa, para el periodista que destapó el caso un premio importante, y una condena, equivale al Pulitzer. Esta contrastación no quiere ser una acusación. Pero cuando el sistema patina, la democracia pierde

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todo lo que le había hecho ganar una prensa seria de investigación (acusaciones no verificadas, investigaciones hechas deprisa, emisiones que bajo pretexto de imitar los procedimientos judiciales, intentan sustituirlos en la mentalidad popular, con el riesgo de descalificar a la auténtica justicia). La "verdad mediática" ha sustituido a la "verdad auténtica". En cualquier caso, no son las reglas tradicionales las que pueden proteger a los ciudadanos de hoy.A la democracia representativa le corresponden procedimientos tradicionales; a la democracia de la opinión pública, nuevos mecanismos. Ambas pretenden actuar en nombre de la igualdad, convencidas de que, frente a la presión de los poderosos y de los ricos, sólo una acción conjunta y pública puede garantizar el ejercicio normal del contrapoder judicial. Detrás de estos discursos de jueces y periodistas, el viejo fondo marxista sale de nuevo a la superficie, así como ciertos resabios anarquistas y el odio católico hacia el poder y hacia el dinero. Esto hace funcionar al poder de los medios de comunicación-justicia en nombre de convicciones hoy obsoletas, sobre el funcionamiento de la economía y de los enfrentamientos sociales.En este juego 2 a 2 de nuestra santa trinidad, las relaciones entre los medios y la opinión pública son de otra naturaleza. La tentación de sentar en el banquillo a la prensa y a la TV, parece irresistible.¿Información o espectáculo? La emoción paga más que la razón. La guerra en directo o una imágenes impresionantes garantizan mejores índices de audiencia que los debates, las discusiones y la pedagogía.¿Información-mercancía? El mercado representa para la información la última ratio, los índices de audiencia doblegan siempre las intuiciones creadoras; los productos de marketing reemplazan a las creaciones intelectuales. Y la comunicación avala subrepticiamente el principio de una información dirigida.¿Medios de comunicación contra la democracia? En la actualidad alimentan la primacía del tiempo mediatizo, convertido en la medida de todo, la explosión de los rumores que sustituyen clandestinamente a los hechos, la multiplicación de emisiones mediocres destinadas a entretener más que a educar, a gustar más que a convencer. La autoridad de la opinión pública no sólo se impone a todas las demás autoridades, sino que, además, su omnipotencia debilita el principal resorte de toda democracia. Prima la información más rápida, la repetición infinita de las mismas noticias y una capacidad de amnesia a la medida del continuo bombardeo informativo. Y, como contrapeso, los medios creadores de un "sentido" cada vez más evanescente y que cada vez pasa más de la historia en profundidad, de los principios de la moral, de los reflejos éticos, o del sentido común simplemente.Se acredita así la existencia de un "homo mediaticus" conectado a la información y convertido en el electrón de base de nuestras sociedades modernas. En definitiva, la opinión pública parece condenada a ser gobernada por los medios tan firmemente como la sociedad civil pudiera serlo por tal o cual partido totalitario. Con este telón de fondo, la política es la primera que está condenada a caer en la esclavitud.En este juego de espejos, la legitimidad ha cambiado de sentido y pertenece más a los medios que a los políticos. De ahí, esa búsqueda incesante y justificada de bajas negras, de sobornos y de todas las huellas de corrupción política, sin que se vea, al mismo tiempo, que la inmoralidad creciente de la clase política no es más que la punta del iceberg de la inmoralidad que sumerge a la sociedad entera. Es fácil decir "todos son iguales, todos son unos ladrones, todos están podridos", sin reconocer que la clase política forma un todo con Francia y que, si la primera pierde su virginidad, la sociedad hace tiempo que está desvirgada.Por encima de esto, es la misma profesión política la que sale muy tocada en su enfrentamiento con los medios de comunicación. Está claro que el totalitarismo de los medios cambia la acción política. Primero modifica los tiempos y los ritmos. Existe una dramatización de la crisis política bajo la presión de las cámaras que exige situarse en los extremos. Una dramatización que implica una presión máxima, antes de que el poder político pueda solucionar el drama, aunque sólo sea dando marcha atrás en sus decisiones. Pero además, los medios de comunicación imponen un ritmo a la hora de la capitulación. La omnipotencia mediática llega a abolir la acción en provecho exclusivo de la reacción.

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A menudo las imágenes televisivas condicionan la política exterior mucho más que os cálculos diplomáticos de las grandes potencias. Con ciertas excepciones, que son la prueba de un orden en vías de desaparición, el dominio mediático parece irresistible. Como señala un estadista del tercer mundo: "60 muertos en directo en Sarajevo hacen política, 60 muertos a la misma hora en Jartum apenas merecen un breve". Quiere dejar sobreentender que las cámaras siguen al Occidente y reflejan sus relaciones de fuerza.¿Qué hace el político en este nuevo contexto? Al principio, intenta controlar los medios, pero pronto se da cuenta de que estos intentos, residuos de otras épocas, son vanos, y de pronto surge a su lado "el asesor de imagen". Y así, el político se convierte en publicitario: un político siempre pendiente de esa "fuerza tranquila" de la opinión pública.A este "comunicador" todavía frustrado le sucede otro, infinitamente más sutil: una alianza entre el hombre de Estado y su asesor de imagen. Pero como esta dinámica no basta para neutralizar los medios, el político moderno no repara en cualquier otro medio para conseguirlo. Y dado que el control capitalista se ha convertido en la vía más aleatoria y más traicionada, se afana en lograr su objetivo por otros caminos (por ejemplo, a través de la amenaza). Otro método es la manipulación (inventar falsas informaciones frente a un periodismo de investigación suficientemente primerizo). Otro camino es el de la súplica. Lo único que funciona con los medios es la seducción. Más aun, este resorte sólo funciona en Francia. Ni en USA, ni en Gran Bretaña, ni en Alemania podrían funcionar tales artimañas. En todos los casos el duelo entre el político y el periodista es desigual.El periodista se mueve en un ambiente de cuasi-impunidad. Tiene que cometer enormes "pecados" para que pierda su credibilidad. En cambio, para el político, la sanción psicológica es instantánea, el paso en falso es penalizado inmediatamente. De esta forma la política es la víctima más clara de esta nueva santa trinidad.Surge entonces un nuevo tipo de hombre público: inquieto ante el juez, angustiado ante los medios y obsesionado por los sondeos. Ya no rigen los cánones clásicos del hombre de estado reflexivo, decidido, autoritario y, a ser posible, carismático. Las cualidades del nuevo político son: la ductilidad, la flexibilidad y la facilidad de palabra.De los tres miembros de la trinidad, la opinión pública es la más equilibrada. Pero incluso, partiendo de esta perspectiva, aparentemente tranquilizadora, la democracia demoscópica sigue siendo intrínsecamente inestable. Bajo el fuego cruzado de los jueces y de los medios de comunicación, corre el riesgo de transformarse en un barco borracho y a la deriva. Ejemplo: En Italia se prefigura la resistible ascensión de los jueces, apoyados en un movimiento de opinión sin precedentes, hasta el punto de aplicar prácticas poco conformes con las reglas del habeas corpus, desde la prisión preventiva para los delincuentes y los malhechores, con el objetivo de hacerles confesar, hasta esos procesos en directo que atentan contra las reglas más elementales del procedimiento judicial. La Italia de hoy ya no respeta los equilibrios de la democracia representativa.¿Dónde están los contrafuegos constitucionales, los contrapoderes, las fuerzas sociales, las reglas del juego? Con la omnipotencia de los medios de comunicación, hasta el punto de que, en casos extremos, su poder se confunde con el poder político. Con la inclinación del poder político ante los menores sobresaltos de los sondeos.¿Existirán varias democracias de la opinión pública, como existieron varias versiones de la democracia representativa? Eso depende, ante todo, de la misma opinión pública, siempre enigmática y misteriosa.

5. El Enigma¿Qué es la opinión pública?: A su manera, la opinión pública se ha convertido en un fenómeno omnipresente y totalitario. "Una especie de presión inmensa de la mentalidad de todos sobre la inteligencia de cada cual". "El individuo está dispuesto a reconocer que está equivocado, cuando la mayoría lo afirma". "…es la única guía que le queda a la razón individual en los pueblos democráticos y tiene un peso enorme en la conciencia de cada individuo". "La fe en la opinión pública se convertirá en una especie de religión, en la que la mayoría será el profeta".

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A pesar de la calidad de la intuición, los postulados de Tocqueville sobre la opinión pública no tienen nada que ver con la opinión pública fabricada por nuestra sociedad, tal y como nosotros la conocemos hoy. En efecto, la opinión pública en la sociedad actual es una ilusión que interpreta para sí misma la comedia de la realidad: sondeos y medios cultivan la opinión porque esta se ha convertido en su portavoz. La evidencia ocupa el sitio de la realidad. El Estado se ha convertido en el "Estado-Polaroid", prisionero del culto a la instantaneidad, esclavo de la sociedad civil, y no, su tutor. El sondeo, se ha convertido en algo tan naturalmente legítimo, que cuando la elección se aleja de los resultados previstos, casi da la sensación de que los electores se han equivocado, que no han querido respetar los "ucaces" de las compañías demoscópicas. Con los sondeos y con las elecciones pasa lo mismo que con los consejeros más serviles del monarca, que sueñan con "cambiar de pueblo, cuando el pueblo no está contento". Si el instrumento es tan poderoso, ¿por qué no utilizarlo para medir, en tiempo real, los gustos y las aspiraciones de la población?Así, de sondeo en sondeo, va tomando cuerpo una extraña vox populi, tan irresistible como incierta, tan irrefutable como incompetente. En el preciso momento en que los actores políticos renuncian a presentar programas electorales demasiado exhaustivos, la sondeomanía no duda en evocar los temas más candentes y profundos, a menudo fuera del alcance de las mismas elites. De esta forma, se instaura la convicción de que la opinión pública equivale a la suma de todas las opiniones individuales, tal y como las aprehende la técnica de los sondeos.Este transfert de las ideas individuales hacia la sacrosanta opinión pública no es ni natural ni inocente. Oculta, so capa de evidencia, lo que configura una sociedad: el tejido de las memorias, de los comportamientos y de las fuerzas sociales. Lo único que hace, en realidad, esta orgía de sondeos, con su pretensión de reflejar la verdad y con su ilusión de aprehender el sentimiento colectivo, es convertir en vencedor al periodista. Su estatus se metamorfosea, sin que apenas nadie se dé cuenta. Antaño, no disponía, frente al político, más que de las armas del sentido crítico y de la investigación. Ahora, en cambio, hele aquí capaz de hablar en nombre de los ciudadanos. Sabe lo que piensan, proclama lo que quieren y utiliza lo que cree que cree el pueblo.Durante siglos el político creyó ser el portador del interés nacional. Ahora se encuentra enfrentado a un competidor que, a través del milagro del simulacro de los sondeos, no sólo le quita el puesto, sino que, además, le mira por encima del hombro y le juzga. De esta forma este poseedor de una legitimidad imaginaria se impone frente al titular de la verdadera legitimidad, la que confiere la vieja democracia electiva.A fuerza de pretender existir, esa supuesta opinión pública termina existiendo. La prueba de ello es la obediencia de los políticos que se someten a ella y la justifican. ¿Qué les podría pasar a los políticos, si se atreviesen a rechazar este postulado? No se atreverán a hacerlo, porque conduciéndose como si la opinión pública fuese una realidad, no se corre peligro alguno: ignorándola, se multiplican. Es, pues, enorme la tentación de rechazar, aunque sólo sea por estética, el postulado " opinión pública = sondeos + periodistas". El periodista, aunque practique la introspección y se imponga reglas éticas severas -a no ser que quiera atentar contra sí mismo- no puede cuestionar el principio fundante de su profesión: pienso, luego soy la opinión pública.En cuanto a los sondeos, Bourdieu proclama, en contra del sentir general, que: "la opinión pública no existe, es un artificio"; porque el sondeo se basa en la igualdad de las respuestas, mientras los detentadores del "capital político", se aprovechan, en realidad, de una ventaja decisiva, de tal forma que la suma de juicios no puede reflejar las posiciones relativas de poder y las relaciones de fuerza; artificio porque las encuestas de opinión no tienen en cuenta ni la alienación de unos ni la dominación de los demás. También porque la veracidad de los tratamientos estadísticos refleja la imprecisión de las preguntas, la inseguridad de las respuestas y la aleatoriedad de los análisis. Desde este punto de vista, a los sondeos les pasa lo mismo que a los análisis del funcionamiento de los mercados. Artificio por "la espiral del silencio", porque para Noelle Newmann, el silencio es la clave de la opinión pública. Es la apatía de unos la que garantiza la influencia de los demás, en este caso de las elites. Si esto es así, el único objetivo

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de un actor social interesado es intentar expandir el sentimiento de que la opinión pública ha cambiado y, si lo consigue, habrá cambiado realmente.Actuar sobre la opinión pública es sustituir un silencio por otro. Surgen así las minorías militantes, las fuerzas sociales y los líderes de opinión. ¿Qué lugar dejan las encuestas a los conflictos, a las ideologías o a los gestos militantes? Traducen por definición, las aspiraciones de la mayoría silenciosa.Este es el misterio de esta nueva forma de opinión pública, que no es más que un compuesto químico de sondeos y medios de comunicación, que cada vez se parece menos a ese "poder social" que tan profundamente inquietaba a Tocqueville. Siguiendo la terminología de Habremos, la esfera pública se retracta. Antes, vivía debates colectivos, enfrentamientos ideológicos, conflictos sociales, acciones simbólicas y gestos emblemáticos. ¿Cómo se conquistaron los derechos de las mujeres, la preocupación por la ecología, las aspiraciones cosmopolitas o las manifestaciones interculturales? A través de la discusión, del símbolo e incluso, de la provocación. Si estas nuevas ideas sacaran su fuerza sólo de su ascenso en los sondeos, se habrían quedado para siempre en el limbo. Lo único que han hecho las cifras es traducir a posteriori su triunfo y, a veces, de una forma parcial y reductora.Si la discusión colectiva continúa debilitándose y si las aspiraciones colectivas sólo se concretan a través del culto a las cifras, la dinámica social habrá muerto recién nacida.A una sociedad que vive con intensidad le corresponde un juego político clásico; a una sociedad enfermiza y debilitada, un sistema político troceado, que se pierde entre un cúmulo de aspiraciones parciales y descuida el enfrentamiento y el diálogo entre los proyectos globales.Para que haya debate tiene que ser planteado por las fuerzas sociales; y como sabemos, todas ellas están en decadencia. Partidos, sindicatos, iglesias y asociaciones: ninguno parece tener futuro. Y por lo que respecta a los movimientos marginales, es obvio que no tienen el poder de sus predecesores. Una sociedad sin estímulos se empobrece.De esta forma se separan, casi sin darnos cuenta, dos nociones fundamentales de este fin de siglo: la opinión pública y la sociedad civil. Su divorcio parece programado, a pesar de que las democracias de nuevo estilo creían que eran dos categorías que irían siempre del brazo.La democracia de la opinión pública y la economía de mercado se han convertido en una pareja tan indisociable que inducen a asimilar opinión y mercado. En un mundo que yace a los pies de la economía y de la moneda, nada parece más natural.El mismo juego puede aplicarse a los grupos de presión que sustituyen a los acuerdos entre empresas, con el fin de cortocircuitar los precios y obtener ventajas superiores a las derivadas de su sólo peso electoral.¿Cómo se programa unas elecciones si no es como la delicada suma de diferentes electorados, siguiendo el ejemplo de los segmentos de un mismo mercado que quiere ocupar una empresa? Es cierto que, de tanto confundir electores y consumidores, numerosos políticos se equivocaron haciendo caso omiso de la evidencia que distingue el espacio simple, con dos dimensiones, del consumo y el espacio complejo, con tres dimensiones (o ventajas) de la política.Mientras el paralelismo entre elección y consumo no da la talla, en cambio, la cercanía entre opinión pública y mercado, sobre todo si se trata de los mercados financieros, parece fascinante. Simetría por simetría, la opinión pública desborda el fenómeno electoral, al menos tanto como el juego de los mercados desborda el simple acto del consumo.La opinión pública está sujeta a múltiples percepciones, simultáneas o no, contradictorias o no, de un acontecimiento, de la misma forma que los mercados cambiarios. Cuanto más a largo plazo sea la comprensión de un fenómeno, más aleatoria e imprevisible es la interpretación colectiva. De ahí que en nuestras sociedades sofisticadas la misma volatilidad recubra los fenómenos de opinión y las evoluciones monetarias.En este juego, el hombre de Estado ya no se mide por su gran capacidad de decisión, sino por su poder de convicción o de seducción ante la opinión pública. Su tarea consiste en ayudar a la opinión pública a asumir su propia inteligencia y no en golpearla o sacudirla con la esperanza de que, a base de golpes, se haga razonable. Esta opinión pública cuasi-perfecta se parece al público de televisión, que Walton define como: "un público espontáneamente inteligente"; que

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corrige los excesos, reinterpreta los abusos, sublima las tonterías, trasciende las incertidumbres y restablece la verdad, la belleza, la justicia. Un público tan espontáneamente cultivado que ni siquiera puede ser embrutecido por la incultura de la TV.En realidad, su inteligencia consiste en el más profundo distanciamiento. En efecto, la credibilidad de los medios de comunicación está cayendo en picada. Si la opinión pública está madura, de hecho, están permitidos todos los patinazos posibles porque no implicarán consecuencia alguna. El abuso de poder mediático resbala por encima de la madurez colectiva, como el agua sobre las plumas de un pato. Por un lado, la seriedad de la opinión pública, su comprensión de los fenómenos, constituyen una garantía última y, en el marco de esta santa trinidad que forma junto a los medios y a la justicia, es paradójicamente, la más estable de los tres actores sociales.Por otra parte, esta sensatez no dispensa a todo el mundo y en especial a la política de intentar comprender sus resortes, porque un poder desprovisto de un equipo de interpretación es un poder ciego. Los responsables políticos no deben contentarse con el paralelismo de la opinión pública con el mercado.Vista desde el centro del poder, la opinión pública se confunde con la sociedad civil y por eso, una se intenta adivinar con los instrumentos de conocimiento de la otra. En el fondo, los análisis del tipo de las grandes empresas de sondeos han ayudado a la democracia representativa a progresar. Le indican claramente a los actores sociales en qué dirección tienen que orientar sus procesos ideológicos. Muestran a los políticos los resortes sobre los que tiene que volcarse. En definitiva, enmarcan loas transformaciones de un universo conocido. Pero, frente a la "terra incógnita" de la democracia de la opinión pública, los sondeos se muestran impotentes, salvo para diseñar un impreciso telón de fondo. La sociedad civil representa, desde este punto de vista, el decorado ante el que surge la opinión pública.Con un telón de fondo muy lejano, se diseña el escenario en el que se mueve nuestra inaprehensible opinión pública: la memoria, los comportamientos, los reflejos adquiridos y todo lo que conforma la identidad de un pueblo.El "homo economicus" se comporta en la realidad casi como en la teoría. No existe el "homo opinionus" y no puede conformarse con la típica clasificación de los sondeos. Tampoco se parece a una masa moldeada sólo por la mano de los medios. Eso es lo que quieren creer los periodistas, para darse importancia: y por eso son los únicos que se dejan engañar por sus propias ilusiones. Sin opinión pública, los medios son impotentes. Tienen que postular su presencia, al menos tanto como toda teología tiene que postular la presencia de Dios. Pero a la inversa, sin medios, sigue existiendo la opinión pública, por muy enigmática que siga siendo.¿Está la opinión pública menos definida que "el soberano" entre los filósofos del SXVIII, el "pueblo" entre los teóricos revolucionarios o el "proletariado” para los marxistas? Evidentemente NO.Lo que ocurre es que estos mitos fundantes prometían al menos establecer un sistema social o una cosmovisión que, a su vez, les legitimaba y de esta forma, terminaban por existir. La opinión pública está todavía muy lejos de tal transustanciación. Muy pronto se impondrá una manera de pensar la democracia de la opinión pública, que después de organizarla, abarcará el fenómeno, con la misma seguridad con la que, para bien de todos, la socialdemocracia hizo caer en la trampa a la clase obrera.Durante el tiempo en que la opinión pública siga siendo un enigma y no se transforme en mito fundador, nada podrá detener la irresistible ascensión de los jueces.

6. El Triunfo De Los Jueces¿No habrá llegado el momento en que el juez, en una democracia envejecida y tan sacudida por las mutaciones de su tiempo como la actual, conquiste un poder cuasi-soberano en una sociedad sin soberanía? De esta forma profetiza Bredin el triunfo de los jueces. Un triunfo que desborda la gloria actualmente irresistible del juez de instrucción, convertido por fin en "el hombre más poderoso de Francia".La victoria del derecho sobre la política es apabullante. Este cambio de 180 grados en el orden institucional clásico, responde a las expectativas de una sociedad que ve desarrollarse el

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consenso, la transparencia y el arbitraje y que encuentra en los mecanismos arbitrales la única respuesta a la vigencia cada vez mayor de los litigios y de la búsqueda de las responsabilidades individuales.El juez aparece, pues como el regulador de todos los conflictos: institucionales, sociales, morales. Detrás de esta evolución aparece el interés general, pero ya no se confunde con el Estado; y la regla del derecho, al defenderse a sí misma, se ha convertido en una mejor encarnación del mismo. Se trata de una nueva concepción de la democracia que se desliza subrepticiamente, desde hace unos 20 años, por el corazón de la vieja tradición estadista francesa. Para el estado de Derecho, la sociedad misma fabrica sus normas y sus reglas, a partir de la libre competencia entre los poderes, los intereses y las ideas. La política no es, pues, más que uno de los jugadores, aunque sea el 1ro de todos ellos. Y los jueces se convierten en cambio, en los árbitros de los roces que surgen entre todas estas fuerzas contradictorias. En este partido, la opinión pública encuentra su sitio con toda naturalidad. Su presencia es indispensable y decisiva. Y las elecciones sólo son, para ella, un medio privilegiado de expresión, pero no su única forma de hablar ni su única forma de existir.Este régimen está a años luz de la democracia tradicional a la francesa, tal y como se desarrolló con el sufragio universal. Una mayoría a la que la minoría reconoce el monopolio del interés general y el sistema político.Derecha e izquierda, cada cual en su momento han maldecido alternativamente al Consejo, que así, fue aumentando su legitimidad. A fuerza de golpes, los jueces del constitucional terminaron por acumular precedentes, antecedentes, principios y reglas de jurisprudencia, que van creando un yugo del que ellos son las primeras víctimas.Este "transfer" no es neutro: el derecho domina a la política porque el estado francés (mítico y absolutista) puede verse condenado por un areópago de jueces con sede en Luxemburgo o en Estrasburgo. Por otra parte, a través de una extraña distribución de tareas, mientras el modelo francés se impuso en las instituciones administrativas europeas, la cultura anglosajona prevaleció en las instancias jurisdiccionales. A través de la mediación europea se ha inoculado en la práctica jurídica francesa principios, reglas y mecanismos que refuerzan más la tradición del Estado de Derecho que la del Estado jacobino.Nada más elocuente para comprender el papel de regulador último que ejercen los jueces en las sociedades complejas que el ver a un tribunal internacional ejercer acciones judiciales contra un estado, un Estado contra otro o un tercer Estado contra la Comisión. Estados que, en su propia casa, siguen jugando a ser "Leviatan", se convierten en estas instancias, en unos poderes más entre otros: con todos sus derechos, pero también con sus deberes.Así pues, la política no sólo padece el triunfo del derecho, sino que lo acepta con concupiscencia o, incluso lo aplaude. Por ejemplo, las cuestiones de ética médica: durante años dependieron de un comité encargado de anunciar ceremoniosamente lo que el sentido común demanda, hasta el momento en que la aceleración de las técnicas ha obligado a la política a salir de esta situación tan confortable y proponer un proyecto de ley sobre todos estos problemas.Tiene que clarificar a la opinión pública y aceptar las decisiones que, por naturaleza, siguen siendo patrimonio del gobierno y del Parlamento. En el fondo, no es más que una forma especial de debate público. Es Estado delega en otras instancias una misión pedagógica o provocadora, que no procede del corazón de sus atribuciones originales. Estas mutaciones sólo se producen con la aceptación tácita de la sociedad.Un juez, por muy alto rango que ocupe, es sensible a la mentalidad de los tiempos. Puede ir en contra de ella una o dos veces, pero al final, termina por ceder a su impregnación. Pero a medida que se va produciendo este ascenso del Consejo Constitucional, lejos de mostrarse hostil hacia él, la sociedad oscila entre la indiferencia y la aprobación de su papel. Quizás, no sea capaz de sopesar, ante cada una de sus sentencias, su profundo significado y sus consecuencias, pero el clima colectivo es naturalmente receptivo.Desde entonces, los jueces no han dejado de afirmar su preeminencia, hasta llegar a su actual situación de "éxtasis", con la ayuda concupiscente de sus cómplices, los medios de comunicación. En un universo que asistió a la disolución de las mitologías del bien y del mal, la justicia sirve de

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sustituto natural. Nos retrotrae a situaciones sencillas: los buenos contra los malos, la honestidad contra las tentaciones, la honradez contra el vicio. Una vez más, el derecho se desliza hacia el vacío ético y sirve de cómodo sustituto a la moral.Lejos de las costumbres americanas, donde los abogados cobran en relación con los beneficios obtenidos y se convierten en auténticos maestros cantores que se introducen por las rendijas del sistema y deambulan entre numerosos procesos. Pero lo que todavía ayer era inconcebible en Francia, hoy se convierte en posible. Las denuncias contra los médicos se multiplican, hasta el punto de hacer inevitable una ley sobre los riesgos terapéuticos. Nuestra cultura nos prohibe dejar estos asuntos a la iniciativa de los querellantes. Socializar el riesgo no es negarlo, sino hacer obligatorio el seguro. Los franceses, cada vez menos familiarizados con los accidentes naturales, reclaman también poder asegurarse frente a ellos. La revolución jurídica parece irresistible. Y sin embargo no es incontestable ni contestada. La justicia sufre pues, de un formidable déficit de legitimidad entre la opinión pública reforzado por numerosos arcaísmos y anomalías.La independencia de los jueces constituye, en buena dosis, una garantía para la democracia. Su exceso de independencia terminaría por convertirse en una amenaza. Atrapados entre dos sentimientos: la arrogancia nacida de un peso social creciente y la humildad inducida por sus miserables remuneraciones y sus infames condiciones de trabajo, la magistratura no encontró todavía su equilibrio.Pero, por encima de esto, la sociedad no parece dispuesta a seguir aceptando que esta "justicia", siga siendo un servicio público miserable, infra equipado, infradotado, infrarremunerado y cuya falta de diligencia y de medios se mide por los casos que se acumulan en los juzgados y por la absurda duración de los procedimientos.Con el paso del tiempo descubriremos que al contrario de la democracia representativa, la democracia de la opinión pública puede seguir varios recorridos: cuanto más le sirva de regulador el derecho, más sofisticado y civilizado, se muestra el modelo. Existen democracias demoscópicas mucho más rudimentarias, a merced de la menor pulsión populista y las sacudidas por todo tipo de emociones colectivas. Latinoamérica es un ejemplo paradigmático de este tipo de democracias, y el peronismo, su ave Fenix, tanto en Argentina como en la Europa continental, en el Este como en el Oeste. ¿Qué otra cosa encarnan sino Berlusconi o Tapie, sino es un peronismo mediático, con los medios jugando el papel desempeñado, antaño por los militares?La democracia de la opinión pública reencuentra su nobleza cuando el derecho la sobrevuela. Porque este no sólo sirve de contrapeso a la opinión pública, recreando una afortunada dialéctica entre el poder y contrapoder, sino que además se muestra como el regulador entre intereses, instituciones y fuerzas que arrstran las sucesivas oleadas de esa misma opinión pública.La omnipotencia de los principios generales del derecho se impone al legislativo y al ejecutivo, y las autoridades autónomas se ven transferir responsabilidades legislativas. De esta forma, y en paralelo a la ascensión de la democracia de encuestas, se diseña una democracia dividida entre un ámbito influido por la opinión pública (sustituto moderno del pueblo) y una serie de responsabilidades transferidas, en nombre de una legitimidad u otra, a instancias que pueden aparecer, en relación con los cánones tradicionales, con las más antidemocráticas posibles. Esta es la paradoja de la democracia de la opinión pública: En vez de garantizar "urbi et orbi", la omnipotencia de la opinión pública, coloca al mismo tiempo, al abrigo de sus cambios, atributos tan consustanciales al poder político como los fundamentos del derecho y de la moneda. ¿Esta democracia de la opinión pública consolidada estará intentando, por presciencia o por prudencia, protegerse del pueblo?

7. Una Sociedad OpacaLa democracia demoscópica alimenta las más variadas ilusiones. Además de hacer creer que representa la quinta esencia de la democracia, porque juega con la apelación directa al pueblo, se ampara también en la idea de que es ella la que dota de transparencia a la sociedad y la hace legible y fácil de entender.

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Craso error. Cuanto más omnipresente parecen los ritos y los códigos de esta rara democracia, más opaca se convierte la sociedad. Cuanto más democrático y transparente parece el sistema, más se esconde la sociedad.En su apogeo, la democracia social pretendía encarnar la transparencia absoluta: con mecanismos de redistribución destinados a sectores de la población bien determinados; con sus beneficiarios y sus excluidos, sus contribuyentes y sus rentistas. Pero el Estado-providencia nunca funcionó tan sencillamente. El sistema social francés se parece, cada día más, a esos agujeros negros tan célebres de los astrofísicos. Un pozo negro sin fondo, decisivo y desconocido.En esto, tiene mucho que ver la mediocridad de la información social. Lejos de la realidad económica, que baña todas nuestras preocupaciones. El ámbito social sigue siendo una "terra incógnita": Ni datos globales, ni conocimiento preciso de los sectores afectados, ni interés de la sociedad por un tema que sin embargo, determina su vida cotidiana. Los ciudadanos no saben de qué lado del contrato social están; no saben si son contribuyentes o beneficiarios; y cuando una sociedad deja de conocerse, termina por perder su identidad. Hoy, un mismo individuo, es a la vez asalariado, consumidor, ahorrador y contribuyente, y ninguna de estas situaciones está por encima de las demás (de ahí los comportamientos contradictorios). El ciudadano actual vive en una permanente esquizofrenia, si exceptuaramos la "memoria", la herencia cultural, la ideología, la red natural de solidaridades, en la que se halla inmerso el "homo economicus". Vive sometido a varias fidelidades; se identifica consciente o inconscientemente, con intereses contradictorios. Esta realidad, representa a la vez, una causa y una consecuencia del hundimiento de la democracia social.Detrás de la debilidad de los actores sociales, que marca la transición de esta democracia demoscópica, se perfilan también las consecuencias de estos múltiples desdoblamientos de la personalidad del ciudadano. La democracia de la opinión pública, con sus pobres conceptos, no se ha instalado porque el ciudadano sea más sencillo. Al contrario, la democracia demoscópica reina porque el ciudadano es muchísimo mas complejo y sofisticado.La opacidad aumenta con el resquebrajamiento social. La tribu no encarna ya una filiación histórica o religiosa, sino, una "cultura contestataria". Más aún, cuando el islam sirve de referencia pública, la provocación supera a la adhesión religiosa, y de ahí que estas tribus prefieran a Sadam Hussein a Mahoma. La etnicidad se convierte en el receptáculo de todos los malestares, de todas las frustraciones y de todas las desesperanzas. Este resquebrajamiento constituye, una oportunidad para la democracia demoscópica. Para ella un joven cuya única expresión social es su pertenencia a una banda, representa al ciudadano de base, al mismo nivel que el miembro activo y tranquilo de la clase media. Esta democracia no distingue almas ni electores. De ahí su paradoja: que se imbrica no con una sociedad homogénea y unificada, sino, al contrario, con una sociedad resquebrajada.En paralelo a la multiplicidad de adhesiones y de grupos, se manifiestan con una intensidad sorprendente fenómenos de clanes, de redes y de masonerías. Vuelve la moda de las sociedades secretas, y las más aficionadas a ellas son las clases dirigentes (cuando el mundo se torna peligroso, es mejor cazar en bandada, cuando los puntos de referencia desaparecen, es mejor correr en grupo). El "clanismo" es un corolario de la democracia de la opinión pública. Cuanto más fuerte es el proyector de los medios de comunicación y más omnipresente se hace el derecho, más necesitarán los mismos ciudadanos, que participan en esos movimientos de opinión, reinventar seguridades tribales. Cada actor social se metamorfosea, en busca de opacidad y de influencia. Estas mutaciones se realizan en el seno de la sociedad establecida y visible. De esta forma, el mercado sin derecho se convierte en jungla y la elite empresarial, en mafia. Esta sombra de ilegalidad aumenta la opacidad de la sociedad y se ve reforzada por la explosión de la corrupción, cuyos primeros incidentes judiciales ponen de manifiesto su amplitud. Corrupción de los circuitos políticos, agravada por la descentralización, acentuada por las necesidades de financiación electoral cada vez mayores, simbolizada en verdaderos casos de enriquecimientos individuales. Corrupción de las esferas económicas, del universo mediático (desde la dudosa compra de espacios publicitarios hasta las coproducciones de películas), de los espíritus de los ciudadanos que abandonan su jerarquía de valores. Corrupción de la moral

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pública. Por encima de la opacidad de la sociedad se perfila un mundo cada vez más invasor, cuya materia prima y protección es la opacidad. En el SXIX también existían ámbitos invisibles como clubes secretos, masonerías, espacios enteros que no conocían para nada la presencia del Estado republicano. Cuanto más instantáneamente triunfan las pulsaciones y los sentimientos, menos sencilla y natural es la sociedad. Por eso, no cesa de aumentar la separación entre la ilusión del sentimiento colectivo y la realidad de juego social, entre la opinión pública y la complejidad del país.

8. La Amenaza PopulistaLa democracia de la opinión pública tiene que librarse de sus demonios, todos ellos representan la resurrección del "populismo". Después de la Segunda Guerra Mundial, las utopías del SXVIII parecían triunfar, y gracias al Estado-providencia y a la eficacia del modelo socialdemócrata, la Razón parecía cobijar bajo sus alas protectoras a toda la sociedad; pero estos sueños sólo duraron el tiempo de las posguerras.Entre los sobresaltos de la opinión pública se desliza la aspiración de verse representada fuera de los esquemas clásicos. Se produce así la irrupción del "populismo" en una democracia de la opinión pública. Las circunstancias sirven de abono a las ideologías reaccionarias, que sacan partido de la irracionalidad y del triunfo de la emoción. El populismo se apoya sobre un mito fundante: "el pueblo"; pero el pueblo de los populistas, no tiene nada que ver con el de los demócratas, los liberales o los socialistas. Es un ser en fusión, una idea en perpetuo devenir (Alemania sigue siendo un pueblo-nación más que un Estado-nación). La misma palabra "pueblo" puede tener, en la tradición francesa, una connotación demasiado fuerte o ambigua y, por eso se echan en brazos de la opinión pública. No de la opinión enigmática y cambiante, sino en manos de un organismo en ebullición, con fulgurantes cambios que sólo puede captar un hombre dotado de una gracia especial. Para un populista, la opinión pública debe engendrar lo que él espera del pueblo: "un jefe", cuya misión es obedecer al pueblo y convertirse en su portavoz o en su intérprete. El político debe convertirse en el ejecutor de una fuerza que le supera.El pueblo no necesita mediadores, representantes ni parlamentarios, porque las elites, gestionan la sociedad sólo en provecho propio; son narcisistas, incompetentes y responsables de todo lo que no funciona; son sordas: no saben captar los deseos de la opinión pública y menos, dar soluciones a sus problemas. Porque están aisladas y separadas de la realidad, tanto por su manera de comportarse como por sus raíces aristocráticas, burguesas o cosmopolitas.De esta forma se impone un extraño culto a lo inmediato, que practica con toda naturalidad la TV: hay que captar los deseos de la opinión en inclinarse ante ellos, en cada instante y en cada situación. Frente a los partidarios de la emoción se alza, por oposición, el campo de la razón, y cada uno recluta a sus fieles. El populismo nunca se encuentra más a gusto que cuando la sociedad cede a sus peores tentaciones. Cuanto menos sabe la sociedad regular sus tensiones y conflictos, más presente se hace el populismo; y no necesita jefes carismáticos, pero si cuenta con un líder del movimiento alcanza mayores cotas.El populismo es tanto más poderoso cuanto más débiles son la democracia prepresentativa y la democracia social (Alemania es el efecto contrario del populismo). Cuando menos rica y diversificada en instituciones (sindicatos, iglesias, fundaciones) es una sociedad, más tiende a convertir a la TV en lugar exclusivo del debate colectivo; la obsesión de la tele por la audiencia hace el caldo gordo al populismo político. Italia alcanza el nivel máximo de populismo de los países occidentales. El populismo es el compañero natural de la democracia de la opinión pública. Cuanto más triunfa ella, más prospera él. Desde el momento en que ella encuentra dificultades, tampoco él marcha bien. Hoy, la opinión pública se entrega en manos del mejor populista que encarna en su persona la fusión con el universo mediático.El populismo necesita al juez. Tiene que apoyarse sobre los medios de comunicación con el fin de cortocircuitar a todos los intermediarios clásicos y dirigirse al elector, bajo pretexto de un diálogo directo con el telespectador. Forma un todo con la opinión pública, de la que, por definición adopta sus emociones y sus frustraciones para amplificarlas y verterlas en el molde del discurso político. Esta alianza de jueces, medios y opinión pública, desemboca, con toda

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naturalidad, en términos políticos, en el populismo. Cuanto más se asienta la democracia de la opinión pública, más variadas se vuelven las formas ideológicas del populismo.Ninguna fuerza política estructurada podría unir discursos tan extremistas y propuestas tan contradictorias, sin perder con ello su crédito. Pero el populismo, sí. Porque representa una reacción visceral y se protege del razonamiento que cualquier persona con dos dedos de frente podría hacer: porque es hijo del instante presente y, por eso, apuesta sobre la inmensa capacidad de amnesia de la población. Porque está en perfecta ósmosis con la opinión pública y ésta le perdona sus contradicciones, porque también ella las comparte. Ignora el tamiz de la razón a la que se someten los procedimientos democráticos clásicos y no se siente afectado por ese juego.

9. La Nueva Traición De Los ClérigosCon el hundimiento de las estructuras de representación, las elites son más poderosas que nunca. Porque la única oligarquía que queda es la democracia de la opinión pública. Pero, por otra parte, dichas elites están más expuestas que nunca.En la democracia demoscópica las elites no se han hecho más poderosas únicamente por la fuerza de las circunstancias, sino porque constituyen el principal contrapoder a esta misma opinión. Ellas son, a la vez, un poder y un contrapoder, un actor y un lobby del interés general. Ante todo, se perfila el riesgo enorme de una "nueva traición de los clérigos" o, al menos, de su fracaso, lo que representaría una auténtica catástrofe.Facilitados por los años '80 y de unas cuantas dinastías industriales apenas más numerosas, el poder pertenece a un grupo cada vez más restringido de antiguos funcionarios, convertidos de pronto en empresarios y en banqueros del más alto nivel internacional, pero a los que su endogamia sociológica y su medianía cultural terminan por inhibir.El poder intelectual también ha padecido las iras de la democracia de la opinión pública y, por tanto, de la omnipotencia de los medios de comunicación, que se ha concentrado en manos de algunas personalidades que han admitido la regla de que, en la sociedad contemporánea, "el estilo y la cámara" van de la mano.Cuando se está al lado y se comparten los mismos ritos sociales que las personas a las que hay que criticar, el juicio crítico se resiente. Y estas son precisamente las relaciones que mantiene, con las lógicas excepciones, el mundo capitalista con el universo de los medios de comunicación. Sólo queda, pues, la oligarquía político-administrativa con su cortejo de consanguinidad intelectual y cultural, de torpeza institucional, de permeabilidad de los dos ámbitos, el político y el teocrático, de invasión del mundo político por la tecnocracia, de confusión, etc.Al final, la adición de estos microuniversos (económicos, intelectuales, mediáticos, administrativos y políticos), que se superponen estrechamente, desembocan en la configuración de la clase dirigente, quizá la más restringida y la menos homogénea del mundo.En Francia, el poder es oligarquía. Una "tribu endogámica" domina el país, y cuanto más triunfa la democracia de la opinión pública, más se parece su dominio a un monopolio.Esa elite segura de sí misma y dominadora, posee hoy una incierta legitimidad. Su homogeneidad cultural y social no refleja la realidad de la sociedad francesa.¿Dónde está la línea divisoria entre la responsabilidad política y la ejecución tecnocrática? ¿Cuál es el papel institucional de los Consejos de ministros? Son cuestiones que seguían siendo patrimonio de una minoría, hasta que estalló, el caso de la sangre contaminada. La contaminación de hemofílicos se produjo en la mayoría de los países occidentales. Algunos gobiernos, como el inglés, fueron más hábiles a la hora de abordar el problema, pero ése no fue, por ejemplo, el caso de Alemania, sin embargo el escándalo se mantuvo dentro de unas "proporciones razonables". En Francia es la hora de hacerle un proceso a las elites.Si en política el consentimiento de la opinión pública permite forzar el paso de las inhibiciones de los cuerpos intermedios, en el ámbito económico no ocurre lo mismo. La confianza sigue siendo patrimonio de las elites, porque en un país sin congestión, son ellas las únicas que deciden. Nadie puede pasar de ellas durante mucho tiempo. Lo único que queda es predicarles las verdades que la opinión pública ha aceptado ya.

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1ª verdad: Nadie puede inventar por sí solo el relanzamiento en un contexto que lo ignora.2ª verdad: La bajada de los tipos de interés es una condición necesaria pero no suficiente para el relanzamiento. Este sólo puede llegar de manos de la demanda interior o del crecimiento de las exportaciones.3ª verdad: Ninguna manipulación financiera o monetaria puede funcionar a escala de un sólo país, al igual que el socialismo no podría funcionar en un sólo país.4ª verdad: Si nuestra industria sufre hoy por la devaluación de la libra, la lira y la peseta, también se aprovechó, durante muchos años, de su hipervaloración.Si en vez de creer en los milagros, nuestros clérigos económicos se sacrificasen a sus deberes para con el Estado, tendrían verdaderos temas de los que ocuparse.El reparto renta-empleo está en boca de todo el mundo. Nos toca a nosotros, los clérigos intelectuales, tomar la pelota al vuelo, elaborar propuestas, enunciar, llegado el caso, exigencias y revitalizar, en este campo, la vida contractual. Vamos hacia una economía en la que, si los capitales y las tecnologías continúan circulando como hoy, aparecerán de nuevo las "barreras" entre las diversas zonas comerciales del planeta. Corresponde a las elites cimentar una posición unánime sobre este tema, con el fin de hacérsela compartir a los alemanes, a los que sus propias dificultades van a hacer más receptivos.Una sociedad está enferma cuando la opinión pública es más madura que sus elites. Si los dirigentes ceden primero que sus dirigidos a los fantasmas, a la angustia, a la irrealidad, socavan, sin saberlo, el fundamento mismo de la democracia. ¿Quién mejor que los intelectuales para reconocer que sólo existe una política global, para enseñar a la opinión pública que la acción política es ante todo la búsqueda incansable de una difícil convergencia entre la utopía y la realidad? Cuando pecando contra esta exigencia pedagógica, los clérigos intelectuales añaden desprecio e injuria sobre la clase política, están olvidando sus propios deberes.Estas meteduras de pata no tendrían consecuencias si la sociedad no tuviese una necesidad absoluta de elites incontestables y legítimas.Con el irresistible ascenso de la democracia demoscópica, las elites constituyen, junto a las instituciones de la Quinta República, uno de los raros puntos de anclaje frente al riesgo de ver imponerse la borrachera democrática. La violencia populista hacia ellas es la prueba más evidente. Así, les rinde homenaje la democracia de la opinión pública. Si las elites están ausentes, el populismo se instala a los mandos y una parte de la clase política se le somete retomándolo a su vez. Las elites son el actor social principal en la democracia de la opinión pública, mucho más incluso que en la democracia tradicional.Las elites son las que tienen que jugar el papel del "lobby del interés general" frente a las pulsiones y a las presiones. Un lobby de interés general no se ve conceder poder alguno por la Constitución o por la Ley. Sólo existe si es respetado y aceptado, es decir, si la opinión pública, convertida en "alma mater" de la sociedad le reconoce y acepta su legitimidad. Ella es la que decide.Para ganar esta partida ante la opinión pública, las elites se encuentran ante uno de los retos más difíciles que hayan tenido que afrontar a lo largo de su historia. Necesitan virtud, legitimidad, capacidad de anticipación y, la inteligencia de la acción.Ya no es la alternativa entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, la que divide a las elites. Si quieren convertirse en la garantía del interés nacional general deben poseer ambas.

10. El Interés General O La Búsqueda Del Santo GrialEmotiva, inestable e insegura, la democracia de la opinión pública debería favorecer el retorno de las utopías e incluso, la explosión de todo tipo de fantasmas. Y sin embargo no es así, sino a la inversa.Ninguna de las utopías fracasa porque la democracia de la opinión pública constituye el peor terreno para los sueños o las aspiraciones marginales. Y las fuerzas sociales susceptibles de asumirlas se desvanecieron en la naturaleza, los medios sólo sirven de caja de resonancia de tal o cual aspiración cuando la opinión pública las ha adoptado. Y no son los sondeos los que pueden

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asegurar su promoción; estos erradican todo lo que se sale de la norma común y de la media. Una sociedad es ahora cuando ya no consigue hacer un sitio a sus sueños y a las minorías activas. Se perfila, entonces, una tiranía de la opinión pública.Sin pedir al consenso más que la aceptación por fin unánime del principio de la realidad económica, sin aceptar que la opinión mayoritaria defina por principio el bien, una democracia de la opinión pública debe buscar el interés general más que ninguna otra. Cuando la democracia representativa y la democracia social funcionan con eficacia, es posible postular que desemboquen en una dinámica que fundamente el interés general. En la democracia de la opinión pública no existe tal paralelismo. Ha muerto el mito que relacionaba política keynesiana, redistribución y bien común.El inaprehensible interés general se vislumbra también, a través de otras formulaciones. Para cualquiera que admita que la sociedad no puede resumirse en el mercado, la exclusión aparece como una provocación mucho más insoportable que la desigualdad; la exclusión es la negación misma de la idea de sociedad.Sólo nos quedan dos motores para luchar contra la exclusión: la opinión pública. y la regla del derecho. La primera puede hacer causa con los excluidos y aceptar los inevitables sacrificios que entrañan por los contribuyentes, basándose en sus buenos sentimientos, en su emotividad y en una conciencia difusa del riesgo de explosión social. La segunda, por su dinámica propia, tiene la posibilidad de imponer a la sociedad la obligación de tener en cuenta este problema.Son ejemplos del interés general: las políticas macroeconómicas que permiten optimizar el crecimiento o limitar la recesión; las exigencias de una igualdad de oportunidades razonable; que el libre juego de mercado esté encuadrado por normas en materia de transparencia, de concurrencia y de comportamientos individuales. Pero todos estos no son productos naturales de la democracia de la opinión pública. En el antiguo sistema, los patronos se centraban en las exigencias de una buena gestión económica; los sindicatos, en la lucha por la igualdad y por la redistribución; y los consumidores, en la instauración de normas.Después de haber funcionado eficazmente durante décadas, el sistema representativo y el Estado-providencia le ofrecieron a la democracia de la opinión pública, un legado fundamental, una visión mínima del interés general. El partido ya no es el mismo, porque los jugadores han cambiado y los sumos sacerdotes de la vida colectiva son ahora "la opinión pública, los jueces y los medios de comunicación". La opinión pública puede hacerse cargo del interés general y los otros dos actores seguirán su dinámica; pero también puede suceder lo contrario.¿Cómo se puede pretender imponer una visión del mundo contraria a la opinión pública, a la forma contemporánea de soberanía, contraria a la voluntad popular? (Minc da un tirón de orejas al presidente de Francia).Responde a sus propios interrogantes diciendo que hay que señalar que el interés general no cae del cielo; nació cuando el sistema anterior (sistema representativo y Estado-providencia) funcionaba eficazmente. La transición hacia la democracia de la opinión pública no representa precisamente un progreso, si no tenemos en cuenta el pasado.Las raíces intelectuales e ideológicas que subyacen a tal contrato social se han situado siempre del bien lado de la historia, del lado de la democracia y de la libertad, mientras que la democracia del a opinión pública no puede afirmar lo mismo. Asumamos entonces el principio de una soberanía compartida.

11. La Soberanía Compartida"La tiranía es un régimen donde hay muchas leyes y pocas instituciones; la democracia, un régimen donde hay muchas instituciones y muy pocas leyes" (Gillez Deleuze). En un contexto tan volátil como el nuestro, es posible enraizar el interés general a través de un reforzamiento de las instituciones y de una red de relaciones más estrechas y complejas. Francia debe admitir que el interés general ya no es el único patrimonio del Estado y que la realidad no se reduce a una alternativa entre el poder público y el mercado.

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En la primera concepción de democracia ningún freno puede actuar contra la democracia de la opinión pública, y la primacía del sufragio universal cede de forma progresiva el paso ante ese ser social enigmático e inaprehensible, que es la opinión pública. En la segunda aproximación, simplemente la naturaleza y la intensidad de los poderes y contrapoderes son los que cambian. Hay que asentar ciertas instituciones y llevar el reparto de responsabilidades hasta una "soberanía compartida". Esta no aparece como la reencarnación del despotismo ilustrado, sino como un nuevo compromiso de los más clásicos "checks and balances", adaptado esta vez a las exigencias de un mundo dominado por los medios de comunicación.Esta evolución hacia la soberanía compartida comenzó en paralelo a la instauración de la "democracia de la opinión pública ", sin que ésta tenga la menor influencia sobre ella. El ascenso del derecho y su primacía reconocida sobre la ley, expresión cuasi-directa de la voluntad popular.La independencia de la justicia se impone de forma espontánea, como corolario de la mayor legitimidad del derecho. En Francia, tradicionalmente el estado dictaba justicia e imprimía la moneda. Ahora, ya no puede asegurar con total libertad la primera misión, y la segunda se escapa definitivamente de las manos.Mientras la democracia de la opinión pública siga siendo razonable y mantenga sus aspiraciones en un registro clásico, permanece prisionera, en el ámbito internacional, de las herencias históricas, de las tradiciones, y sobre todo, del principio de la realidad. En teoría, puede formular otra política exterior, cuando esta opción le está prohibida en el ámbito monetario; de hecho, ve su libertad de acción encajonada y limitada.De ahora en adelante, se impone la soberanía compartida en el ámbito del poder político, aunque esté menos presente en el ámbito de la sociedad civil. Es una gran revolución para una democracia como la nuestra reconocer que el Estado no es la única encarnación del interés general y que puede ser llamado a expresarse fuera de las estructuras del poder público y lejos del mercado. Por otra parte, ese mismo interés general no se identifica con el compromiso social, tal cual resulta de los arbitrajes entre los diversos grupos de presión.Los partidos políticos se han convertido en corporaciones de elegidos. Las Iglesias hacen como si además de sus clérigos, contasen con masas de laicos dispuestas a servirles. La escuela ya no asegura la inserción social ni el acceso a un puesto de trabajo. Los sindicatos parecen máquinas burocráticas que funcionan por y para sus dirigentes, y las asociaciones se convierten en prisioneras de sus miembros. ¿Son éstos los "actores del interés general", esas instituciones susceptibles de anclar la sociedad y de precaverla contra el agitado doble de la opinión pública, con el que convive?Preservemos los sindicatos y las demás instituciones el mayor tiempo posible, y por otro lado, hay que inventar nuevos actores colectivos para convertirles en garantes del interés general en el seno de la democracia de la opinión pública. "Nos corresponde a nosotros" hacer surgir nuevas personas morales, que no sean emanaciones del poder público ni meros jugadores de la esfera privada, sino que se entreguen con todo su ser a la misión que les ha sido confiada.Delegar, todavía tiene un pase para el poder. Pero abandonar la responsabilidad en manos de otros sigue siendo un tremendo tormento para una administración cuyo credo consiste en reafirmar el monopolio que cree que ejerce en interés de todos.¿Cómo acelerar en el movimiento hacia una mayor soberanía compartida, teniendo en cuenta el ritmo infernal sobre el que instala sus cuarteles la democracia de la opinión pública? Se ha iniciado una carrera involuntaria entre una democracia de la opinión pública, omnipresente y la puesta en marcha de instituciones ajenas al juego político que sirvan de anclaje a los imperativos del interés general. O los políticos actuales se tornan conscientes de que son los últimos representantes de un sistema moribundo o no se enteran a lo que están jugando, o creen que sacarán provecho de la democracia de la opinión pública.Es urgente que la opinión pública encuentre sus propios procedimientos y su propia institucionalización. Si llega a definirse mejor, a canalizar sus humores con reglas políticas o institucionales, y si se tranquiliza y escapa a la tentación populista, aceptará de mejor grado que

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se extienda el principio de la soberanía compartida. Cuanto más sectores de interés general pongamos al abrigo, mejor funcionará la democracia de la opinión pública.

12. El Imperativo ReformistaDejar a la democracia de la opinión pública funcionar a nivel informal es cultivar sus peores defectos. La democracia democrática tiene que encontrar su lugar. Es una condición previa para poder tratar algún día de forma conveniente la cuestión fundamental del cambio y de la reforma de nuestras sociedades. La mecánica reformista clásica ya no funciona; hay que inventar medios y vías que permitan apoyarse sobre la opinión pública cuando ésta es consciente, y de hacerla madurar cuando todavía es prisionera de vanas ilusiones. Sólo así se diseñaría una sana dialéctica entre la Política, las elites y la opinión: el buen funcionamiento de esta trinidad puede evitar los deslices de la otra trinidad, la de la opinión pública, medios y jueces.Cuando más se debilita el juego político clásico, mejor apariencia presentan nuestras instituciones.Con la elección de Presidente por sufragio universal, el sistema desemboca en un cara a cara entre el monarca republicano y los sondeos (como contrapoder). La opinión pública no puede encarar al soberano y preguntarle ¿Quién te ha coronado rey? Porque sólo ella lo coronó.Mint dedica muchas páginas hablando del Tratado de Maastricht; de un recurso al referéndum para descentralizar la educación; De un referéndum de iniciativa popular; de un referéndum de empresa. Dice que la sociedad francesa, hace años, practica el reformismo "por fatalidad", un reformismo consensuado. Ej: Tratados de Libre Comercio, Tratado de Roma, la moneda única, los acuerdos del GATT.Francia tiene un Estado en vilo. En vez de actuar de árbitro entre la patronal y los sindicatos, se coloca en primera línea de fuego e introduce nuevas reglas de juego. Lanza una iniciativa que tiene por único interlocutor a la opinión pública, al no disponer de ninguna otra procedente de los agentes sociales.Tenemos que inventar otro método social, adaptado a la democracia de la opinión pública que es la que nos rige, al igual que el compromiso social era el método que se adecuaba a la democracia representativa, hoy contestada. Un nuevo método social que dé por hecho el inevitable cara a cara entre el Estado y la opinión pública. Un método que transforma el poder público en pedagogo; que lucha por la adopción de medidas con efectos diferidos. El método de la reforma en la democracia de la opinión pública.El canal de comunicación con la opinión pública no goza de una expresión constitucional, equivalente a lo que sería el referéndum en el ámbito político. Por eso hay que "martillear" a la opinión pública en nombre del interés general, hacerla madurar, crear una conciencia difusa de las realidades.Si la sociedad acepta una verdadera "soberanía compartida", la reforma encontrará numerosos portavoces. En cambio, el camino se irá haciendo al andar, en base a un tanteo permanente por medio de debates públicos. En este universo, el poder ya no puede ejercer a la antigua, de forma autoritaria, hierática o regalista, bajo pena de que la opinión pública lo reduzca a la impotencia. Explicar, dialogar, intercambiar opiniones, para después decidir, constituye la guía del hombre de Estado en la democracia de la opinión pública. Fuera de la buena gestión cotidiana, el poder político sólo puede asignarse unos cuantos objetivos fundamentales. La sociedad es más fuerte que la política, sus tiempos no son iguales.

13. Carta Abierta Al Nuevo Presidente De La Republica FrancesaSeñor Presidente de la República:Aunque Ud. todavía es un desconocido para nosotros, la verdad es que detrás de los pronósticos y las preferencias, se está jugando nuestro futuro. En realidad, esperamos de usted mucho más de lo que puede darnos. En cualquier caso, llega Usted en un momento crucial. El hombre de Estado de nuestros sueños se parece a Jano: tiene que tener cualidades contradictorias. Es evidente que tiene que poseer firmeza de espíritu, tener inteligencia conceptual y sentido de la improvisación, tener una presencia y una autoridad paternales. Además, deberá hacer gala de una personalidad

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muy distinta hacia el interior. Tendrá que ser ambivalente, pero de otra forma. Protector frente a lo imprevisible, audaz, dotado de una gran capacidad de escucha. Inflexible cuando la opinión pública se equivoque y trate de hacerle partícipe de sus errores. Respetuoso con los cuerpos intermedios. Necesitamos que sea un hombre de estado de la tercera dimensión.Su itinerario no puede ser el establecido en los programas electorales, porque su itinerario debería ceñirse a una lenta impregnación de unos cuantos principios de interés general a lo largo y ancho de todo el país. Francia no espera que intente rehacerla, pero tampoco le perdonará que siga la política de siempre. Lo que sí espera de usted es un gran plan para la posguerra fría. Sólo nos sentimos realmente libres si tenemos entre manos un auténtico proyecto de futuro. Le corresponde enunciarlo, ponerlo en práctica y adosarlo a la Historia, como hizo De Gaulle o como hizo Mitterrand. Y no se preocupe por la opinión pública que tanto me obsesiona. En este terreno, la opinión pública le dejará tranquilo. Tanto usted como sus contrincantes proclamaron que el empleo es su obsesión. No se engañe ni nos engañe. El país también sabe que tiene que ponerlo a dieta al Estado-providencia y obligarle a volver a ganar eficacia, productividad y esos puntos del producto nacional que gastamos inútilmente. Tendrá que frenar la subida de los gastos, controlar la oferta de servicios sanitarios y reestructurar los hospitales. La tarea es ingrata, humilde y difícil. Estoy seguro que intentará y conseguirá llevar a buen puerto esta reforma institucional. Antes de poner a andar cualquier reforma importante, tiene que actuar en tres ámbitos: Diálogo con los actores sociales; capacidad pedagógica suya pero también de las elites y de las instituciones de interés general; y búsqueda del latido profundo del país a través de los sistemas más empíricos y más aleatorios. Y por favor se lo pido: no se deje atrapar, en este terreno, por los sondeos y sus técnicos, que intentarán venderle en mano sus productos. En esta partida, su mano tiene que ser a la vez fuerte y débil. Debe convertir al tiempo en su aliado para que el pueblo vaya asumiendo poco a poco los cambios más profundos. Imponeros la disciplina naturalmente difícil, una sociedad compleja no espera de su último delegado una autoridad caricaturesca, binaria o jerárquica.En la democracia de la opinión pública, su función cambia de naturaleza. La Constitución le ordena velar por el "normal funcionamiento de los poderes públicos". Pero la realidad le obligará a establecer un equilibrio entre estas dos fuerzas a menudo contradictorias: la opinión pública y el interés general. El más clásico de los contrapoderes, los medios de comunicación, se han convertido en el cuarto poder, y a veces juega incluso a ser el primero. El derecho planea por encima de la sociedad y el juez, se alió con la opinión pública y con los medios de comunicación. No deje Señor Presidente que triunfe el hábito y la rutina. El riesgo es demasiado grande para usted, para nosotros y para la democracia. La historia le ha colocado en el lugar que ocupa con un deber esencial: "dominar la borrachera democrática que nos acecha y que, insidiosamente, comienza a conquistar nuestros espíritus. Ayúdenos, pues, Señor Presidente, a defendernos de nosotros mismos.FIN.

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