bonjour tristesse

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Bonjour tristesse. Eva Madrigal Villar (Clío Dapetiteri) Momentos de lucidez en el mar de locura triste. <<Hay almas que no están hechas para sentir la vida latiéndoles dentro>>, me prometió ella.

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Prroyecto.

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Page 1: Bonjour tristesse

Bonjour tristesse.

Eva Madrigal Villar (Clío Dapetiteri)

Momentos de lucidez en el mar de locura triste.

<<Hay almas que no están hechas para

sentir la vida latiéndoles dentro>>,

me prometió ella.

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Bonjour tristesse.

1

Hechos de agua salada.

—Hueles a sal...

Entró en la habitación y se miró las ojeras. Bird —como soñaba secretamente que

alguien le susurra al oído— contuvo una mueca de decepción. Seguían creciendo.

No desaparecían. Seguían marcándola.

— ¿Has estado en el mar?

Tampoco contestó. Ojalá sus alas le hubieran llevado hasta allá, hasta el mar,

pero Bird habría sido incapaz de mancillarlo con sus lágrimas incomprensivas. El

mar, el océano, era su amigo. Su alma gemela. Ella sólo era capaz de enseñarle

su mejor sonrisa. Ni siquiera Bird misma sabía por qué lloraba, por qué el alma se

le estremecía al andar. Tal vez sus ojos claros al fin habían comprendido el

sufrimiento que rodeaba el mundo. Tal vez se había cansado de ir buscando

siempre el último resquicio de bondad.

Weave entró en la habitación en silencio y apoyó sus labios sobre su hombro desnudo, con ternura. Sopló con suavidad sobre su piel

tersa, con cuidado de no romperla.

— ¿Qué haces? —murmuró ella, sin dejar de mirar su reflejo demacrado.

Los ojos de Weave intentaron no contagiarse de su tristeza y mirar el tatuaje de su espalda.

—Intento hacer volar tus alas...

- Bird.

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Bonjour tristesse.

2

Soñ emos con volar.

—Pasa, Weave.

Lacónico, se sentó en el diván. No apoyó la espalda en el mueble, no se relajó. No podía tolerarlo con una psicóloga. Se cruzó de piernas y

se enfrentó a Mind.

Ella, con su estético peinado. Ella, Mind, la del aspecto perfecto y la sonrisa perenne.

—¿Cómo va todo? —dijo con su sonrisa de estrella.

—Mal. —Weave espoleó su malestar, intentando contagiar a la perfecta alegría de Mind. —Mal, Mind. Yo...

Se le nublaron los ojos turquesa. Se recordó tanto a la rota Bird que consiguió serenarse a duras penas.

—Yo ya no puedo más. La noto irse, Mind. Noto que cada vez la retengo menos en el suelo,

pegada a la tierra. Cualquier día echará a volar, volará hasta el mar, lo único que siente...

Y yo no estaré para retenerla, yo no tendré más fuerzas ni más palabras con las que

suplicarle que se quede.

Mind intentó no pensar en la mirada rota de Wave ni en los celos que sentía

impulsivamente de esa desdichada de Bird. Maníaco depresiva. Bird era una persona de una

mente extraordinaria y sabía dominar unas tendencias suicidas que poseía desde hacía

años, incluso lustros. Pero la apatía podía con ella, la consumía...

Y, pese a todos sus esfuerzos, consumía a Wave también, por su absurda negativa a

abandonarla en su caída, de intentar rescatarla aun cuando todos sabían que el rescate no

era posible.

Apartó el cuaderno de notas.

—Tal vez haya llegado la hora de dejarla echar a volar, Wave —dijo sencillamente.

Wave alzó sus ojos mojados hasta ella y sonrió.

—Tengo sus pájaros revoloteando en mí cada vez que la miro, Mind. Ella algún día romperá a volar, a mí no me quedarán excusas con las que

retenerla en el triste mundo... y simplemente me llevará consigo. Ya no podría volver a posar los pies en el suelo después de haberla visto

tan preciosa, tan bonita, con las alas desplegadas, rumbo a lo que ha esperado toda la vida. A lo que yo le estoy negando por... por puro

egoísmo. Porque no quiero que sea feliz muriendo... no quiero que lo sea sin mí.

- Weave.

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Bonjour tristesse.

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Nubes. —Esponjoso...

Bird abrió un ojo, medio adormilada.

Se había quedado viendo la televisión, ovillada, con las pupilas demasiado mojadas para

distinguir algo más que manchas. La depresión se la estaba llevando en vida. Estaba

acabando con ella, y ella sólo quería ser feliz, como fuera...

Pero no quería, no podía llevarse a Wave por delante. Y tampoco se atrevía a dejarle. Wave

la necesitaba, Wave necesitaba a Bird mucho más que Bird a Wave. Él era el doloroso

soporte que la impedía marcharse. Él la retenía, por su propio bien... sabiendo cuánto daño

le estaba haciendo...

Se había dormido pensando en eso, exhausta, cansada de llorar. Fue el susurro de Wave,

abrazado a ella con una manta, el que la despertó. Tenía el largo pelo sobre la cara y ella se

lo apartó con cuidado.

—Esponjoso... —repitió Wave en sueños.

Abrazaba la mullida manta casi tanto como a Bird.

—¿Qué sueñas? —susurró ella.

—Que vuelo. —él ni siquiera abandonó el sueño, respondió dormido. —Que toco las nubes...

El cielo... Esponjoso.

A Bird se le atragantaron las ganas de llorar por la ternura. Se apretó contra su cuello, se

apretó contra él, intentando mantenerse pegada al suelo. Intentando convencerse de que

todo lo que le quería era suficiente motivo para vencer los deseos de su alma, de sus ojos,

cada vez que los cerraba.

—Así vivo yo, Wave, sabiendo lo que me aguarda ahí arriba, pero sin que me dejes

despegar... —murmuró, secando sus lágrimas contra la piel de Wave.

- Bird.

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Bonjour tristesse.

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-

Que solo la piel nos separe.

Su cabeza se sumergió en el agua.

Wave contuvo el aliento y se le paró la sangre.

—¡¡Bird!! —gritó espantado. Se lanzó al mar de cabeza, peleó con las olas hasta

que la cogió y la sacó fuera, hasta la arena.

Se miraron, asustados.

—¿Qué hacías? —dijo Wave, temblando, no sólo por el frío del agua empapando su

ropa.

Bird abrió la mano y le mostró una pequeña pelota.

—Estaba jugando cuando se la llevó la corriente... —dijo, asustada por los ojos de

Wave.

En ese momento, Arquímedes llegó hasta ellos. Meneó la cola y se sentó a una

distancia prudencial, esperando a que le devolvieran su pelota.

Wave y Bird rompieron a reír por el malentendido con una risa aliviada, pero

aterrada, hasta que las carcajadas se les quebraron en llanto.

—No podemos seguir viviendo así, Wave... —sollozó Bird, con el alma mojada de melancolía. —Esto nos está destruyendo a ambos, Wave...

Déjame irme, por favor...

—No puedo. —la abrazó sin dejar de temblar, maldiciendo a la crueldad de su corazón, enamorado de Bird, precisamente de Bird. —No

puedo, Bird, no puedo, te quiero...

Ella dejó que la abrazara y apoyó su frente en su hombro.

—Yo también te quiero, Wave... Pero tú solo no puedes con la tristeza que llevo dentro...

- Bird., Weave.

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Bonjour tristesse.

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«Salta, tú no eres un pájaro enjaulado». Volvió a intentar el salto, preparándose para la caída.

Fue la más dura. El golpe contra la espalda le dejó sin aire en la garganta.

—¡Eh! —gritó alguien.

Wave boqueó y consiguió respirar a duras penas. Un chico se inclinó sobre

él y le ayudó a sentarse. —¿Estás bien?

—Más... —Weave hizo un gesto de dolor. —o menos.

—¿Eres un parkour? —dijo el otro, mirando alrededor. Igual era un

violador,

o algo parecido, saltando en esa zona tan desierta.

Weave se levantó y se sacudió la ropa, llena de tierra, con algo de enojo.

—Lo era. No salto desde los quince años... Pero hoy lo necesito —murmuró

antes de acercarse de nuevo al obstáculo.

—¡Espera! —gritó el otro, cogiéndole impulsivamente del brazo. —Te vas

a matar si sigues haciendo... —los ojos de Wave se anclaron en sus manos

unidas y el chico le soltó, avergonzado. —Lo siento.

—No importa... —murmuró— Necesito saltar, de verdad. Necesito golpes antes de ponerme a pensar.

—Procura no abrirte la cabeza en el proceso... —recomendó con timidez.

Wave se dispuso a intentarlo de nuevo, sonriendo por la vergüenza del chico, por su ternura, su timidez, su forma silenciosa de moverse,

teniendo cuidado con todo. Como si alguien fuese a enfadarse con él si rompía un mundo hecho de cristal.

Antes de saltar, de repetir el golpe, se quedó quieto un segundo.

—¿Te duele algo? —dijo el otro, preocupado. Wave le miró con expresión impenetrable.

—¿Te apetece ir a tomar algo? —sugirió.

La expresión del chico se iluminó, y Wave se vio sonriendo impulsivamente otra vez. No sabía qué tenía aquel chico para arrancarle las

sonrisas... tal vez fuera simplemente el contraste de sus ojos de chispas vivas con las nubes de Bird.

—Me llamo Fate —le dijo con una sonrisa llena de ilusión mal disimulada. El sol comenzó a despuntar en ese momento, y Weave murmuró

para sí que aquel lugar ya no parecía tan sombrío.

- Weave., Fate.

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Bonjour tristesse.

6

Vidas difíciles.

Fate no había tenido lo que se dice una vida fácil.

Su aspecto tierno, de niño casi, había sido una maldición. En el

colegio, por supuesto, pero también en casa.

Nunca fue fácil convivir con su madre alcohólica. Alcohólica y

agresiva. Las marcas de las palizas nunca se le habían quedado

grabadas en el cuerpo o en la piel, pero sí en la mente. Muy

adentro, herido de por vida, sabiendo que jamás sanaría.

Su madre estaba ingresada en el hospital por un coma etílico y, al

enterarse, lo primero que sintió Fate fue alegría. Una alegría

feroz, salvaje y oscura, irreprimible, que le asustó. Cuando su

madre murió, dos días después, la culpabilidad comenzó a

morderle. Ella jamás fue una buena madre. La depresión post

parto la había hundido en la miseria. Fate jamás la había

conocido sobria. Fate siempre había crecido con reproches,

golpes y miradas apagadas... Siempre había vivido en el lado oscuro del mundo, privado de la felicidad.

Por eso los ojos de Wave, rotos, le habían destruido las defensas que había tardado años de adolescencia traumática en crear. Lo derruyeron

todo como un castillo de naipes agitado por un huracán. Wave estaba roto, estaba tremendamente roto...

Y su inocencia le decía que podía ayudarlo, le suplicaba que lo hiciera.

Por eso cuando introdujo la llave en la cerradura no sabía lo que quería su cuerpo. Sólo quería abrazar a aquel desconocido. Por eso apenas

dudó.

—¿Quieres pasar? —dijo sin pensar.

Los ojos nublados de Wave le miraron de cabo a rabo, y volvieron a empaparse de esa chispa tan viva que latía en él. Cogió la mano de Fate

con suavidad y entró en su casa.

- Fate.

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Bonjour tristesse.

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Cerró los ojos, se acarició el pelo.

La cuchilla rozó su piel sin apenas hacerle daño.

Bird lo comprendía. Estaba jugando a un juego peligroso.

Sólo quería comprobar que todavía era más fuerte que la tristeza.

Sí, la cuchilla cortó la piel, pero no las venas. Bird la detuvo con pulso firme. Bird decidió

seguir viva, y tuvo las fuerzas para hacerlo, para evitar un sencillo... un simple

movimiento que lo habría arreglado todo.

La dejó escondida bajo el colchón y volvió a mirarse en el espejo.

Las ojeras seguían creciendo, su propia oscuridad seguía engulléndola.

Sonrió a su pesar antes de enterrar la cabeza entre las manos. Los ojos de Weave. Tal vez

fuera una maníacodepresiva, o como lo llamara aquella psicóloga, pero no era idiota.

Estaba perfectamente lúcida. No se le escapaba que chispeaban... Que habían vuelto a

brillar, habían recuperado un poco de la chispa vital que ella había devorado.

Se arrepentía de algo, estaba claro, pero habían vuelto a brillar. Sin que el propio Weave se diera cuenta todavía. Bird sabía perfectamente

que ella se estaba yendo, ella se le estaba escapando. Ella no era esa nueva luz.

Lo que quería decir que Weave, aunque seguía amándola... estaba encontrando otra persona que le devolviera las fuerzas...

Estaba dejándola machar tácitamente, se murmuró Bird. Al fin iba a dejarla escapar. El pájaro enjaulado tenía óxido en las alas, pero no

menos ganas de probar hasta dónde llegaba.

- Bird.

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Bonjour tristesse.

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Para llorar.

Apoyó la frente sobre el cristal.

—Está ahí dentro...

A Weave se le nublaron los ojos.

—Está ahí tumbada...

Sobrecogido, Fate le estrechó la mano. Weave se escabulló por la puerta.

Fate miró, encogido. Vio los ojos ojerosos de la chica mirar a Weave, reprobatorios, pero débilmente

sonrientes. Vio a Weave mirarla, aguantando estoicamente las lágrimas.

—Has vuelto a impedírmelo... —acusó, seria.

Se miró las muñecas, vendadas con firmeza y descansando sobre el colchón.

—Ya había desplegado las alas, Weave... Ya me había decidido... —volvió a mirarle a él, inmune a sus ojos

mojados. —¿Por qué no me dejaste terminar el vuelo?

—Voy... voy a ayudarte, Bird... Voy a intentar que no te alejes. Te lo prometo. —se inclinó sobre ella para

besar su frente, pero ella •sonrió débilmente.

—Nadie podrá impedirlo eternamente, Weave, si no has podido tú...

Weave, de espaldas, listo para salir, miró a los ojos de Fate para vencer el nudo de su garganta.

—Allí sí podrán, Bird, allí sí. Aunque... aunque tengan que cortarte las alas. —cerró la puerta detrás de sí, con rapidez, con

cuidado, con ganas de derrumbarse, y miró a Fate.

—Lo he hecho —murmuró, sonriendo amargamente, antes de enterrar la cara en las manos y romper a llorar.

- Bird., Weave.

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Sobredosis de realidad.

El golpe le tiró al suelo.

Se apoyó en los codos para no tocar la suciedad de la tierra, consiguió que

sus brazos trémulos le sostuvieran mientras escupía la sangre.

—Mi hijo... un... un... — escupió su padre.

Su corazón chispeó, encendido, prendido de rabia, por un insulto que no le

alcanzaba solo a él. También a Wave.

De repente, sobre el hombre de casi dos metros se abalanzó una pequeña

masa de ira y odio que no pudo evitar mezclar sus golpes con la sal de sus

ojos. No pudo detenerse hasta que le hizo caer, sin fuerzas para levantarse,

no como acababa de hacer él.

Entonces se le evaporó la furia.

—Eres peor que ella —entendió en un instante, antes de escupir sangre a sus

pies. —Que te den. Que te den, joder.

Echó a correr y no paró hasta que llegó a la casa. No tenía llaves.

Se dejó caer sobre el bordillo, roto por dentro, doliente por fuera, en una sobreingesta de dureza.

Así le encontró él, cuando Fate le miró con una sonrisa de disculpa y unos ojos ahogados de lágrimas.

—No tengo llaves —dijo, con dificultad por la cara hinchada.

El cielo tronó. Wave no dijo nada.

Se arrodilló junto a Fate y le besó la mejilla herida, con cuidado, con suavidad, muriéndose por sanarle por dentro.

Pensó que no debería estar pensando cómo consolarle. Era Weave el roto. En teoría. Pero le miraba con aquella mirada. Rozó su piel,

deseando besarle, deseando acariciarle, deseándole.

Fate rompió a llorar. Entonces fue cuando Wave le abrazó, temiendo romperlo más.

- Fate.

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Aves.

Le divertían aquella especie de guardaespaldas. Como si en cualquier momento fuese a coger una silla, lanzarla

por la ventana y arrojarse tras ella.

Ella planeaba bien sus movimientos.

La dejaron en el patio, vallado con un feo alambre de plata. Como un ave de alas rotas. A Bird no le

importó, solo echó a volar a su manera. Cogió su cuaderno y emprendió los trazos.

Le temblaban las manos y le dolían las muñecas. Tras cinco líneas temblorosas se dio por vencida. Arrancó

la página con frustración -en aquel brusco movimiento pareció que el dolor se atenuaba por la ira- y dejó

que se le escapara entre los dedos, como el Arte. Se frotó las heridas, mirando hacia el mar.

Se le apaciguó el alma al contemplarlo. Era curioso, curioso destino, que su cárcel estuviese junto a la

libertad.

Oyó los pasos y tardó en mirar al hombre que la observaba.

—Hola, Bird. Soy Soul.

Le dolió que allí también la llamasen Bird. Ahora que le habían tullido las alas.

—No vas a poder ayudarme —susurró. Él la oyó.

Se acercó hasta ella, hasta su espalda, y sacó algo de sus amplios bolsillos. Se lo tendió.

Bird lo cogió con cuidado, mucho cuidado. Le pareció que olía a sal.

— ¿Lo has hecho tú? —dijo en voz muy baja, no fuera a romperlo.

—Yo y todos mis pacientes. —le respondió con una voz más tierna de lo que ella esperaba.

Se arrodilló y miró el mar gris mientras hablaba. —Cada uno me dio una cosa. Un trozo de tela, la

mayoría... —lo miró con ojos risueños. —Cada uno puso su grano de arena. Todos nos sentimos así, Bird.

Todos volamos con el corazón.

Bird hizo ademán de devolverlo, pero el médico, tras dudar un instante, sacudió la cabeza.

—Quédatelo tú, Bird. Tal vez yo no pueda retenerte —la miró a los ojos—, pero tal vez él sí.

- Bird.

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Telarañ as difíciles de evitar.

El edificio era gris.

Profunda, mortecinamente gris.

Weave lo veía perfectamente desde su asiento. Había llegado muy temprano, con la

tenue esperanza de verla en el patio sin formular siquiera en su cabeza. Y el frío del día

que ya ha perdido el sol empezaba a calarle los huesos.

Pero se negaba a irse, con un híbrido de ansiedad y culpabilidad anidando a buen

recaudo en su estómago.

De repente, se vio abriendo el teléfono y respondiendo la llamada sin recordar siquiera

que hubiera sonado.

—Vuelve a casa, Weave —susurró su voz suave.

Él cerró los ojos, dejó que la ternura y la preocupación le acunasen. Hacía tanto tiempo

que nadie se preocupaba por él. Siempre era Weave el que tenía el alma en vilo por los

demás.

Era tan extrañamente atrapante, dejar que se preocupasen. Un hechizo difícil de evitar.

—No lo entiendes, Fate. —le respondió, en voz baja, temeroso de quebrar el aire si hacía ruido y no poder permanecer en ese precario

equilibrio silencioso.

Desde detrás de las rocas, Fate le vio cerrar el teléfono y quedarse inmóvil, como antes, mirando el edificio. Callado, sobrecogido. Y él,

profundamente apenado.

—Te extrañaría todo lo que entiendo —murmuró Fate, dándole la espalda y alejándose del solitario páramo, poniendo cuidado en no ser oído.

- Weave., Fate.

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Parásitos envenenados.

Soul no tuvo más remedio que coger los papeles que llevaba todo el día posponiendo.

Empezó a mirar el expediente con temor y acabó con fascinación. Justo como le habían dicho.

Un historial cuasi perfecto. Algo totalmente increíble para alguien con un trastorno neurótico

tan profundo.

Realmente debía querer mucho a su novio, murmuró Soul. Su único vínculo con el mundo real

que, como todos sabían, había dejado de ser suficiente. Vínculo que, Soul sospechaba,

comenzaba a emponzoñarse con el mismo virus. Derrotado.

— ¡Doctor! —gritó una enfermera, sobresaltándolo. —¡Hay una paciente dando problemas!

«Ella no» rezó Soul corriendo tras la enfermera. Ni siquiera había superado el mes de prueba.

Pero era ella. Bird, con los ojos hechos un mar de lágrimas, en ropa interior y con un cuchillo

apuntando a un celador.

—¡No te acerques a mí! —chilló.

—¡Bird! —chilló él. Ella le miró, pero no la dejó excusarse. —¿Qué pasa?

—¿Han intentado violarte alguna vez? —dijo con dureza. Sobrecogido, no tuvo tiempo de sacudir

la cabeza. —¿Repetidamente? ¿Hasta romperte por dentro? A mí sí. Y no voy a tolerarlo de

nuevo. Hago lo que puedo, pero antes que eso prefiero...

Soul se colocó directamente delante del cuchillo y avanzó sin miedo hasta echarle su bata por

encima.

Esquivó el cuchillo con suavidad para atraerla contra sí sin ninguna resistencia.

—Aquí no pasa eso, Bird —le susurró al oído. —Aquí ya no tienes que... tener miedo.

Ni toda la psicología ni toda la psiquiatría hubieran podido simular la emoción que encerraron sus palabras intentando ayudar a aquella

alma rota.

- Soul,

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Triste cronista.

Wave rodeaba con sus brazos el cuerpo desnudo de Fate.

Enredaba sus dedos en su pelo lacio. Fate era consciente de que no estaba acariciándolo a él. No era su

cuerpo el que mecía, no aquella vez. Pero le dejó hacer.

—Una vez —dijo Wave con voz ronca—, una vez me dijo que le gustaría cerrar los ojos y que las ganas de

lanzarse al mar se fueran.

Se quedó callado un instante. Le oprimió con más fuerza contra sí.

—«Quiero cerrar los ojos y que, cuando lo abra, mis sombras ya no estén ahí», me dijo. Recuerdo que...

cerró los ojos... Cogió aire, se tragó el aire del mar... Y no quería abrirlos. «No funciona así», le dije yo,

medio llorando.

Fate se quedó sin aliento por la fuerza de Wave, pero no pudo, no quiso interrumpirle.

Que lo soltara, que lo dejara ir de una vez, que respirasen ambos al fin.

—Me miró... con esos grandes ojos que sólo ella tiene... como nadie es capaz de mirar... y me dijo «quizás debería».

Ella, el fantasma neblinoso que engullía la vida de Wave. Ella, el ánima... Wave lo había dicho implícitamente... que nadie es capaz de

suplantar.

- Bird., Weave.

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Bonjour tristesse.

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Benditos inconscientes.

— ¿Bird?

La interrogación flotó en el aire mientras apartaba los nudillos de la puerta. Se sentía tan incómodo sin la

bata. Sin su escudo. La ropa de calle siempre le hacía sentirse humano. Y odiaba la sensación. Siempre

dudaba. Empezaba a dudar que Bird realmente quisiera ir con él a aquella excursión. Comenzaba a

replantearse cada cosa.

—Adelante. —su tono sonó misterioso, cautivador. Le arrancó las dudas.

Cerró la puerta con cuidado y miró en la pequeña habitación. Bird no estaba en ninguna parte.

Entonces oyó el rumor del agua.

No pensó. Actuó. Actuó, se movió, entró en el baño.

Bajo una manta de espuma estaba el cuerpo de Bird. Ella le miraba, sin sonreír, grave. Serena.

Comenzó a incorporarse, pero él no apartó los ojos. Esperó, sin reaccionar. Esperó hasta que ella, sin decir

nada, salió del agua, se puso la ropa y le cogió de la mano para llevarle fuera del hospital, hasta los páramos,

hasta la tranquilidad del atardecer de un enclave en la soledad.

—Qué he hecho —susurró Soul, a punto de echarse a llorar.

Bird se le había adelantado. Dejó que las lágrimas le mojaran la ropa antes de atraer al médico contra sí.

La abrazó, la abrazó por segunda vez, pero esa vez era él el que temblaba, no ella, ella solo cerró los ojos y se apretó contra su pecho

mientras los labios de él buscaban los suyos, autónomos, inconscientes, bendita inconsciencia.

- Bird., Soul.

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Mundo incongnoscible.

Sueños.

Quimeras destructoras de esperanzas. Rescatadores de recuerdos, no, gracias. Precipicios sin fondo ni principio. Caída. Sólo caída,

precipitación contra el duro borde que parte los huesos y rompe cualquier ilusión.

Esos pequeños trozos de muerte, cómo los odio. Esos pequeños vestigios de una fantasía esbozada que rompe, que no queremos creer. Que

deja la boca con sensación de vacío y los labios dolorosamente secos. Y el corazón... Ah, el corazón. Latidos incoherentes de necios cuyo

subconsciente quiere crear otros mundos. Otros mundos más perfectos, tan bonitos que contrastan con la realidad y chocan, estallan en

pedazos y se acaba.

Por mucho que bastara un gesto, estirar las manos y al traste con los pensamientos, tener la realidad en las manos,

yo te quiero a ti.

Sueños realistas que destrozan más que otros.

Sueños monocromáticos que rompen. Imposibles en forma de fantasía

desbordante con tatuajes de alas a la espalda.

- Weave.

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Bonjour tristesse.

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Hay días…

Le dolía el cuerpo. Dios, cómo la echaba de menos.

Ninguna reunión hubiera podido extirparle aquella nostalgia del alma. Echaba de menos cada poro suyo. Su aliento. Su olor. Su aire, su

alma.

Necesitaba respirarla, comprendió con dolor. Adicto a ella hasta la médula. Más letal que cualquier clase de coca.

—Soul. —le llamaron suavemente.

Consiguió enfocar la mirada.

—¿Qué tal va su nueva paciente?

Se le escapó la mente hasta el recuerdo de su piel, suave, perfectamente

imperfecta, hasta ella. Se le escapó un suspiro cargado de incertidumbre, de miedo,

de amor doliente.

—Como todos. —respondió, despacio. —Hay días...

Jamás había pasado una noche tan dulce... Sólo quería volver a perderse en su

sabor, en ella. En su cuerpo y en ella.

Jamás olvidaría la sonrisa de esa alma rota. Cuando le miraba, cuando parecía

rearmarse.

—A veces mejor...

Ilusiones de mago principiante para engañar corazones soñadores. Ilusiones para que lo irresoluble pareciera perfecto.

«Soy un veneno. Soy lo que lo corrompe todo. Me impregno en aquellos que me tocan. Y ni todo lo que siento puede salvarlos. Los

marchito. Se pudren por dentro».

Jamás olvidaría aquella noche, con sus ojos llenos de pena.

«Yo soy tristeza, Soul. No dejes que empiece a devorar también tu alma».

Nadie podría haber impedido aquel desastre que se aproximaba, aquella catástrofe que sólo mataba. Que él saboreaba, congratulándose

por su impotencia. Ningún pirómano quiere extinguir el fuego que le devora.

—A veces peor.

- Soul.

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Bonjour tristesse.

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Que se la lleve.

Un día le pilló vaciando botes en el fregadero.

Se acercó a él, todavía con cara de sueño. No se volvió.

—¿Qué haces? —murmuró Fate.

—Quiero que la consuma el desagüe. —replicó.

Siguió agitando los botes de pintura enérgicamente.

—Quiero que se la lleve el agua para siempre. Quiero que se pierda. Que vaya a besar

al fin su océano. Que él le dé la felicidad que no pude darle yo.

Sin decir nada, Fate le rodeó con los brazos, con ternura, notando que las lágrimas de

Weave le mojaban la piel.

—Quiero saber por qué me sigue haciendo daño, Fate... —sollozó, mientras los botes

se escurrían entre sus dedos para ahogarse en el mar de pintura.

—Por qué no se me quita su tristeza del alma...

Fate, en silencio, apoyó su barbilla sobre su hombro y cerró los ojos.

Wave notó su respiración, suave, como si intentara hacer volar sus alas. Las plumas del alma se estremecieron.

—Hueles a sal... —murmuró con voz ronca.

- Fate., Weave.

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Bonjour tristesse.

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Niisu, triste espíritu de ideogramas rotos.

Sus dulces rasgos asiáticos hace tiempo que han perdido su atractivo.

Los bellos ojos almendrados se han ensombrecido por una edad que ni siquiera se ha

dignado a dejar arrugas que oscurezcan su mirada. La edad se manifiesta de otra

forma, es una sensación que transmite, no algo visible que pueda intentar erradicar.

El maullido la saca de sus pensamientos. Tarda unos segundos en abrir la lata y

verter la comida en el cuenco, para exasperación del felino.

—Mis ojos ya no son lo que eran —se disculpa con un rudo acento.

El corazón sigue siendo el mismo órgano molesto que de joven.

Vuelve a sentarse en la cama y mira la maleta a medio hacer. Media vida enterrada

que aún no ha sido capaz de completar.

Ah, ni va a serlo. Sorpresa de cumpleaños.

El teléfono pita y ella lo mira con desdén. No necesita acercarlo para saber qué dice el mensaje.

Aún me acuerdo de ti, princesa.

Princesa sin corona, se dice Niisu con amargura. Princesa sin tierras. Tierras arrebatadas por un pájaro de alma... perdón, de alas

rotas, se corrige Niisu con rapidez y una sonrisa apenas dibujada en su boca torcida. Conoce bien a su enemiga. Sabe lo que

atormenta su almita...

Sabe a la perfección qué plumas hay que arrancar para hacer daño al pájaro caído.

Y al pajarero, por extensión.

- Niisu.

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Bonjour tristesse.

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Intentando matarse en silencio.

—Tengo buenas noticias, Bird. —ella le miró con una sonrisa, desganada, como toda ella. —Ha venido a verte tu madre.

Jamás olvidaría el terror de su expresión, ni los veinticinco minutos que hicieron falta para convencerla de que fuera a la sala de visitas.

Aunque fuera sin soltar su mano.

Soul no había pensado en la madre de Bird. Pero no podría ser de otra manera. La vio mil años antes, joven, prendida de la misma ponzoña

humeante. Una figura deformada por los años, los malos hábitos y las penurias.

Una Bird sin el Arte, pensó instintivamente.

Las palabras de Bird le sacaron de su ensimismamiento.

—Vete de mi vida otra vez, mamá, y no vuelvas para asomar la cabeza como la rata

que eres cuando las cosas se tuercen.

—¡Bird! —susurró él, pero ella ni siquiera le quitó los ojos a su madre.

La mujer no pareció sorprenderse del recibimiento. Cogió aire de su cigarrillo. Soul

nunca había visto a nadie fumar así. Inhaló con fuerza, hasta que aquel veneno no le

cupo más en los pulmones, como si quisiera estallar o ahogarse violentamente. Lo

echó por la nariz, fría, mirando a Bird.

—Creo que será mejor que os deje... —empezó Soul.

—¡No! —chilló Bird. Aferró su mano y olvidó su frialdad. —No me dejes sola con ella —

susurró.

Las verdades a medias ya no bastaban, le dijo Soul con los ojos. Bird intentó renovar su coraza.

—Un hombre puede violar a una niña, Soul —susurró sin voz, para que ella no lo oyera—, pero necesita un cómplice.

—Veo que sigues sin entender lo que hacen los mayores por ti, niña Bird —suspiró la mujer, pisando su cigarro con los tacones. —Sigues tan

sembrada de tristeza como entonces. Bien, sigue hundiéndote. Ya me cansé de ir tras de ti para ayudarte.

Soul reconoció en ella la figura que había imaginado que había hecho tanto daño a Bird.

Soul no entendía del todo, pero no importó, olvidó cerciorarse de que nadie le veía cuando avanzó un par de pasos -sin soltar los dedos de

Bird- y dijo despacio:

—Si vuelve a dirigirle una sola palabra, la mataré —siseó con calma.

- Bird., Soul.

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Bonjour tristesse.

20

Casi podría.

Se lo había hecho jurar una noche de sábanas furtivas.

—Te lo prometo —dijo Soul sin aliento—, te lo juro, algún día.

—Ya te he traído a conocer el mar. — murmuró. —El mar más hermoso que he podido

ver nunca... El océano, mi océano, Bird.

Estudió su reacción con cuidado. Ojalá algún día comprendiese la relación de su

gaviota triste con el agua.

—¿Por qué no querías venir antes?

Se le empañaron los ojos mientras el suave vaivén del barco y los crujidos de la

madera al resistir el envite de las olas casi le hacían creer que estaba bien.

Arañó con la yema de los dedos la barandilla. El sol brillaba, y... Y si el mundo no se

empeñara en volver a girar y arrancarle ese momento... Ella se dijo que congelada en

ese instante eterno casi podría ser feliz.

Casi. La ilusión nunca duraba. Su mente volaba de golpe de vuelta

al cuerpo roto y diferente que tenía.

—Puedo ensuciar el aura de otras personas. Puedo empaparlas de tristeza también.

Pero no puedo con él... No con el mar... — susurró, la tristeza a punto de quebrarla.

- Bird., Soul.

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Bonjour tristesse.

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Perfecta mezcla entre amargo y ácido puro.

Había tardado semanas en conseguir que Wave aceptara hacer una limpieza de sus cosas, así que Fate se puso manos a la obra en cuanto

obtuvo el consentimiento. Llevaba ya horas buceando entre polvo y retazos de recuerdos. Wave había ido a la cocina a preparar café.

Entonces encontró la fotografía.

Era una chica tan viva, tan joven. Debía ser mayor que él mismo, pero a los ojos atemporales de Fate aquella chica era Juventud, era Vida

rezumando de sus poros al máximo, con la adrenalina de las ganas de vivir. Sin que el día gris que había quedado perpetuado en la imagen

envejecida pudiera amedrentarla.

—Weave —llamó, sobrecogido. Le enseñó la imagen. —¿Quién es?

Weave la miró unos segundos, totalmente cautivado por la imagen que sus dedos torpes supieron atrapar siglos atrás. Ojalá los recuerdos

pudieran ser agridulces, y no una mezcla entre amargo y ácido puro.

—He olvidado hace mucho su nombre... —le tendió la foto. —Pero aún recuerdo que a ella le gustaba que la llamaran Bird al oído.

Sonrió tristemente al atónito Fate, que volvía a sumergirse en

la perdida magia de la fotografía.

—A todos nos llega la hora de que se nos mueran las ganas,

Fate.

- Bird., Weave., Fate.

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Bonjour tristesse.

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Susurrando confidencias a las olas.

Ya era el quinto día que Soul le veía allí parado, sobre las rocas, contemplando

de lejos el gris hospital.

Se cercioró de que nadie miraba y besó suavemente su pelo castaño.

—Voy un momento fuera.

Ella sonrió sin asentir y siguió pendiente de sus líneas, sus dibujos.

Soul se estremeció ante el aire congelado y se encaminó hacia las rocas, pero la

figura solitaria ya no estaba allí. Se giró, desorientado, hasta ubicarle. De pie, a lo

lejos, sobre las rocas, a riesgo de que una ola demasiado adulta se le llevara

consigo.

—¡Eh! —gritó a la figura. Le pareció que le miraba.

Se quedó a la orilla del abismo, incapaz de avanzar. Entonces el chico —ya podía

distinguirlo— saltó por las rocas para llegar hasta él, ágil, certeramente. El

desconocido sonrió al ver su expresión difícilmente disimulada. Miró de reojo el

mar, se empapó de las olas un segundo mientras el médico recomponía sus pensamientos.

—¿Wave? —susurró impulsivamente el médico.

El brillo de reconocimiento centelleó en las pupilas de los dos hombres, enfrentándose.

—Huum. —masculló Weave. —Supongo que no te imaginaba exactamente así. ¿Ha vuelto a dibujar?

A Soul se le escaparon las letras.

—Sí...

—Perfecto... —dijo con melancolía. Wave apoyó una mano sobre su hombro antes de marcharse. —Entonces sólo le queda evitar que le

lleve consigo cuando eche a volar.

Soul volvió a sentarse a la mesa de Bird con un suspiro pequeño. Ella le miró de reojo.

—¿Todo bien? ¿Qué pasaba? —susurró ella.

Ojeó el dibujo, un pájaro surcando el aire con el mar a sus pies.

—Nada... Fui a hablar con las olas —respondió en voz baja.

- Soul., Weave.

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Bonjour tristesse.

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Que solo la piel nos separe.

Hay días mejores y días peores. Hay momentos, incluso -añadiría él- en los que dejarse apagar hasta le disgusta. A veces creía que estaba

bien, incluso. El mundo giraba un poco mejor, oía la alegre risa de Fate y diluviaban sonrisas y carantoñas.

Hasta que salía de la cama y la soledad se le venía encima a sepultarle, Edipo derrotado por la quimera en forma de destino. Enterraba las

ganas de salir a vivir junto a las de Bird. La dejó atrás con el corazón sesgado para que pudiese seguir latiendo y en su lugar se estaba

desangrando.

Pero Bird era un pajarito roto que tenía una extraña forma de volar. Bird era así. A Weave la tristeza le inundaba las venas, le ahogaba, le

salía de los poros quemando. Wave estaba empapado hasta calarse, Wave no estaba hecho para vivir así... y eso consume.

(Abajo, lejos, demasiado lejos para que humano alguno las conquistara).

- Weave.

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Nos rompamos en sal.

—Quiero salir a ver el mar...

La brisa le robaba el pelo, lo hacía suyo, jugaba con él describiendo formas

bellas e imposibles. Cómo podría él decirle que no.

Se escaparon cuando nadie vigilaba, en un atardecer con el rojo teñido de gris

por nubes de plomo, dejando el edificio opresor, depresor, a sus espaldas. Bird

saltaba las olas, reía con ellas. volaba con ellas. Se transformaba en una

persona de verdad, observaba Soul fascinado. Totalmente fascinado.

Estaba en el mismo lugar que aquel chico semanas atrás. La similitud le apenó.

—No eres un médico de mente, Soul. —le gritó Bird entre carcajadas y crepitar

de olas. Él la miró, interrogante. Perdido. —Eres un médico de alma... Ves el

alma, intentas curarla...

Soul le sonrió, fugaz, pero ella le miraba fijamente. El viento usó su pelo para

emborronarle la vista.

—Pero a veces las almas están rotas y no tienen cura...

Un susurro a su espalda -un pájaro torpe- hizo que Soul se volviera un instante. Buscó a Bird con la vista.

El mar se había llevado a Bird. Se había esfumado, como humo, un instante, en un maldito nanosegundo, como hizo él.

El pánico se adueñó de Soul hasta que el oleaje se desvaneció y una Bird empapada apareció mojada por espuma salada.

—Hay almas que no están hechas para sentir la vida latiéndoles dentro —le dijo, sombría, haciendo que se estremeciera.

Solo volvió en sí cuando Bird le sonrió y saltó desde las rocas hasta la orilla, seca y segura.

—No olvides nunca —susurró antes de darle un pequeño beso en la mejilla con sus labios salados— que a ti te quiero tanto como a él.

- Bird., Soul.

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Bonjour tristesse.

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Vuela.

La enfermera la cogió con fuerza, como si fuera un pez dispuesto a coletear por su vida, y la arrastró por los edificios.

—¿Dónde está el doctor Soul? —dijo con voz ahogada.

Niisu apretó el paso, contrayendo las mandíbulas. Doctor Soul le llamaba ahora, después de tenerle en su cama cada noche como una vil

puta.

—Hoy yo me haré cargo de ti —masculló, forzando su acento para que le costara entenderla.

El temor de la joven alimentaba su ira en lugar de saciar su sed. Le gustaba notarla aterrorizada. Le complacía saber que se movía como

un fantasma por el mundo y ella, la insignificante enfermera, era capaz de arrancarle chispas de vida temblorosa y asustada.

—¿A dónde vamos? —•dijo con voz más baja. La enfermera se permitió el lujo de no contestar.

De su cuerpo extremadamente delgado la paciente sacó una inusitada fuerza para retorcerse de golpe y liberarse de la tenaza de su mano.

—¿Sabe el doctor Soul algo de esto? —le dijo a la cara, respirando agitadamente.

Niisu se volvió sin decir nada y abrió la puerta que tenía detrás.

La joven se asomó por encima de su hombro, aterrada.

Niisu aprovechó su miedo. Se giró, veloz como un rayo, la cogió del cuello y apretó

con todas sus fuerzas. Paralizada, la empujó dentro de la sala.

—¡No! —chilló la chica, la voz desgarrada.

Niisu cerró la puerta con violencia y echó la llave.

—Tienes un historial interesante, pajarito. —dijo con desdén, segura de que se la

oía dentro. —A ver cómo la depresión crónica y la claustrofobia superan esto. ¿Sabes

por qué, pequeño pájaro? Por jugar a lo prohibido. Por tratar de vencer la fuerza de

tu alma que la empuja al más allá. Por enamorarte de quien no correspondía.

Se marchó con pasos rápidos y una sonrisa satisfecha, oyendo decrecer un suave llanto.

- Niisu.

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Bonjour tristesse.

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de primeros encuentros.

—La conocí... huyendo. Era una cría que se había puesto a beber en la calle... —rió,

quedamente. —No la he vuelto a ver beber. A una chica como ella sólo podías encontrarla

metida en líos. En uno de los gordos.

—¿Sólo ella se metía en problemas? —Fate sonrió, burlón. —Cuando tú y yo nos conocimos,

pensé que te habías matado del golpe en la cabeza.

—Tengo la mollera dura. —suspiró con una sonrisilla. —Por eso creí que podría llegar a

ayudarla.

—La ayudaste. Mucho tiempo. Al final, terminó por romperse, pero... pero tú la sostuviste

mucho tiempo. Y eso es importante.

Se alejó de Fate. Al terminar los recuerdos y pasar a la realidad, la tristeza le robó las ganas.

—¿Qué pasa si te privan mucho tiempo de algo sin que puedan quitarte la sed, eh, Fate...? Que

vuelves a caer. Con muchas, muchas más ganas.

- Fate., Weave.

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Bonjour tristesse.

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Decena arriba, decena abajo.

Vigésimo primera copa de vino, botella arriba botella abajo.

Niisu la sirve radiante, con una sonrisa triunfal pintada en la boca. Se la tiende al doctor.

El doctor. La asiática está casi sorprendida de que aún siga en pie. Coge la copa con la mirada errática.

—Se ha ido, Niisu —solloza.

Remueve el hielo con el dedo.

—Algo harías, Soul.

Sacude la cabeza varias veces, con los ojos vidriosos y el cuerpo trémulo.

—No sé el qué...

—Olvídala, Soul. Tu pájaro ha echado a volar sin ti. Le llegó el momento. A todos nos pasa. —se encoge de hombros. —Pasa página.

—Tienes razón. —es difícil entenderle. Demasiado alcohol. —Nunca debí irme de tu lado, Niisu, princesa.

Al fin.

—Voy a por otra copa —decide él y se levanta, errático. Logra echarla sin derramar demasiado y se la tiende. —Por nosotros.

Niisu bebe con una sonrisa.

En cuanto el líquido traspasa su garganta, los músculos se le quedan congelados. De repente, Soul deja de temblar. Sus ojos se vuelven

endemoniadamente lúcidos.

Le enseña la llave de la sala de fuerza, la llave que estaba en su bolso.

—No olvides que fui yo el que te lo enseñó todo, Niisu. —dice, frío y claro. —Incluido el hospital.

Coge su abrigo y se dispone a salir, pero antes recuerda añadir una cosa.

—Ah... también te enseñé hasta dónde podía llegar por amor. Esta vez no vas a ser tú la protegida si a ella le pasa algo... princesa.

- Soul., Niisu.

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Bonjour tristesse.

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Helio ahogando desde las venas.

—Pasa, Weave...

—Tristeza, Mind.

Miró a aquella mujer con desafío. Sin importarle lo más mínimo la posible nota de Mind en su

libreta. Después de todo, Mind, maldita cómplice, ya ni siquiera podría chivarse a Bird.

Wave hizo un pequeño gesto de amargura mientras Mind entrecerraba los ojos para calibrar a lo

que parecía un rival. Ese fue el trato con Bird cuando ella comprendió que le quería. A Wave le

pareció ridículo, pero aceptó. Años habían hecho falta para comprender lo astuta que podía llegar

a ser Bird, momentos de lucidez en el mar de locura triste.

—Usamos muchas veces esa palabra. Yo la usaba a menudo antes de conocer a Bird. Cuando creí

entender que lo suyo era diferente, intenté evitarla. Tabú. Ahora realmente comprendo a Bird.

Los ojos de la psicóloga centellearon de alarma.

—Weave, tú...

Se miraron, él con desdén, ella con renovada frialdad.

—Yo he acabado como Bird dijo que lo haría. Anoche tuve un sueño —pareció que su tono se

iluminababa. — Había dos niños en una playa extraña, bañada por un mar gris. El fin del mundo,

como yo lo imaginaba de crío. Nunca he visto fotos de Bird de pequeña, pero aquellos niños éramos nosotros. Yo tenía unos globos grises y

apagados. Ella me sonreía y me daba uno de los suyos, rosa, alegre, vivo...

De repente, Wave se inclinó con brusquedad sobre el suelo y vomitó.

—Ella me entregaba la tristeza como si fuera el regalo de ver el mundo como es. —masculló con voz ronca para sí mismo.

- Weave.

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Ojalá. Se le mueren.

Las plumas, las ganas de volar. Ellas también se le mueren, puede verlo. Palidecen sobre su piel.

—No, no, no —escriben sus labios sin hallar voz.

Se apaga. Se desvanece el alma. Casi puede verlo, como si ocurriera ante sus ojos, pero ojalá, ojalá hubiera pasado ante él, para que no

estuviese nunca más sola, nunca más volviera a estarlo. Para ver la magia por última vez, no toparse con las ruinas del hechizo hecho

pedazos.

Se le mueren. Se le mueren los sueños, esos que una parte aún conservaba, lo bastante escondidos como para creer que se habían ido en

un viaje de no regreso. Se le escapa el ahlma entre los dedos.

—Que yo te quiero —le solloza al bulto ensangrentado sobre el suelo blanco.

Tiembla.

Sonríe.

—Y yo...

Ojalá volar sobre la carretera hubiera servido, ¿verdad? Ojalá hubiera llegado antes a aquella diabólica habitación. Ojalá se moviera

también en la realidad en la que sólo una de las dos personas respira, ojalá hablase, se sacudiese,

ojalá también todavía viviera realmente.

- Bird., Soul.

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Bonjour tristesse.

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Sano y salvo.

Fate le encontró sentado delante de la televisión apagada como si esperase que un

poltergeist viniera a espabilarle.

—Estoy triste, Fate.

Dejó resbalar la compra hasta el suelo y se arrodilló junto a Wave, que le miraba con una

especie de sonrisa a medio dibujar en la piel.

—Por primera vez, entiendo qué es eso. Triste. Tristeza... —se miró la mano, cerrada en

un gesto de impotencia.

Fate le abrazó con fuerza, impulsivamente. De pequeño, los abrazos siempre le hacían

sentir a gusto. A salvo. Protegido de las garras de su madre y del mundo frío. Quería calor

y esa era la única forma de sentirlo entonces.

—Tengo que irme —murmuró entonces Wave, cerrando los ojos y jugando con su pelo lacio.

—¿Qué? —dijo Fate sin voz, pero Wave entendió, sonriéndole al mirarle, tristemente.

—Tengo que marcharme... Tengo que moverme, Fate. —se estremeció al ver su expresión. —Entiéndelo...

Fate se puso en pie de un salto y se puso en la puerta de la entrada, temblando.

—No te vayas... —susurró. —No quiero que te vayas... No te dejaré irte.

A Wave se le dibujó una sonrisa torcida y se puso en pie trabajosamente. Se acercó a Fate, despacio, y se hundió en un nuevo abrazo con él.

Fate no notó el golpe hasta que la rodilla de Weave se hundió en su estómago hasta dejarle sin aire, sin fuerza. Se desplomó sobre las

rodillas, cegado por el dolor.

—Yo te quiero, pequeñín —oyó susurrar a una voz rota, antes de escuchar el tintineo de unas llaves y la puerta cerrándose.

- Weave., Fate.

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Bonjour tristesse.

31

D e s p u é s .

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Bonjour tristesse.

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Llévame a casa.

Fueron muchas mujeres.

Apenas hubo hombres. De repente, Wave era incapaz de acostarse con ellos.

Después de todo, Fate seguía vivo. Y esperando. Pero ya nunca habría una Bird.

Era curioso. Wave solía sentarse frente al mar y pensar en Bird y en todas ellas. Pero no

recordaba un solo gesto suyo. Recordaba momentos. Recordaba atisbos de ellas, guiños que

habían compartido. Pero ninguna cara.

Y lo peor era lo que más había temido desde el primer momento que había atisbado la pena de

Bird. El veneno que el viento le había arraigado dentro. Olvidarla. Olvidarla, perder lo único que

le quedaría el resto de sus días de ella: el recuerdo. Ella en estado puro, anexionada a su

memoria para siempre, y ella se iba poco a poco. Devorada, maldito monstruo atrapado en el

reloj.

Pero la chica de las alas de pájaro en el alma liviana seguía

presente. Desdibujada, irreal, fantasma, totalmente diferente,

pero seguía. Sólo que no era la única.

Ya ni siquiera la más importante.

Wave abrió la puerta de la casa con cuidado. Se complació con el escalofrío al escuchar, en el silencio del amanecer, aquel móvil de

cristal tintineante.

Un escalofrío menos placentero se adueñó de él al pensar en el tiempo que había pasado fuera. Ni siquiera llevaba la cuenta... La

tristeza que había logrado erradicar casi por completo fue sepultada por el pánico. Se pasó la mano por el rostro, cansado y más

delgado, cubierto de una fina barba.

—Debería haberme afeitado —se lamentó en un susurro mientras cerraba la puerta a su espalda.

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Bonjour tristesse.

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La casa estaba un poco cambiada. Algo de polvo, unos muebles cambiados, otros en diferentes sitios. Pero era la misma esencia.

Era el mismo refugio al que había acudido con un desconocido cuando ni siquiera sospechaba la fuerza de la tristeza con nombre

de pájaro.

Se deslizó con cuidado hasta la habitación de Fate. Se le desvanecieron los miedos al encontrarle como siempre, envuelto en

uno de los pijamas viejos de Weave, medio destapado y con su expresión -Wave jamás cometería el pecado de intentar

atraparla en una palabra-. Había llegado a tiempo. Aún no era tarde.

Weave salió a la terraza con sumo cuidado. Dejó la puerta abierta y los primeros rayos de sol iluminaron la suave brisa.

Se apoyó en la barandilla y miró el sol despuntar sobre el mar. No había dedicado todo aquel tiempo a hacer ejercicio,

precisamente, pero se sentía exhausto. Anciano y magullado. Por alguna rara razón, estar ahí, esperando el amanecer, le dio

fuerzas. Ya había comprendido que nunca podría extirparse a Bird del alma. Los años gastados en aprender la lección, qué

importaban. Estaba de vuelta.

Como siempre, Fate hizo una especie de ronroneo cuando salió el sol. Wave le miró de reojo con una pequeña sonrisa. Una

sonrisa más madura que antes, pero la misma esencia.

Como siempre también, Fate abrió un pequeño ojo para buscar el sol, con el que siempre despertaba. Pero su corazón se detuvo

cuando no pudo creer la silueta que se recortaba contra el astro en la semipenumbra de aquella madrugada.

—Estoy de vuelta en casa, pequeñín —sonrió Wave.

- Weave., Fate.

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( E o n e s )

m á s

t a r d e

.

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Resurrección y reencarnación, mi querida ave (fénix). —Dicen que es un buen médico, papá.

—Es un hombre roto. —gruñó él. —Créeme, Ali, le conozco desde hace muchos años y sé lo que me digo.

La vejez. El agridulce momento de la vida en el que todos te señalan porque has envejecido.

—Bueno, ¿qué tiene que ver con lo bien que haga su trabajo? —se rebeló la chica.

—Una herramienta rota no puede arreglar.

—Eso lo dices tú. —sentenció Ali, frontalmente en contra, antes de abrir la puerta.

El médico ya estaba esperándoles. Les sonrió. Ali se sintió triste sólo de verle.

—Hola, doctor...

La muchacha se volvió hacia su padre, con suavidad. Soul palideció al ver la marca de aquel fantasma.

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—Espera fuera, papá —ordenó con cariño.

Soul parpadeó atónito unos segundos antes de recobrar la sonrisa. La sonrisa alegre que creía extinta.

—Alicia... A mi mujer le encantaba ese nombre —comentó, intentando no parecer emocionado.

—No sabía que hubiera estado casado —dijo Alicia con otra sonrisa.

—Llevo veintiún años casado con su recuerdo. —soltó una carcajada, pequeña, suave. —Dime, Ali... ¿Cuántos años tienes?

—Veintiuno.

A Soul se le escapó aquel recuerdo desvaído, corroído por el tiempo hasta dejarlo curiosamente pálido y claro.

«Menos mal que yo siempre he creído que los pájaros volverán a echar a volar», dijo la chica de los pájaros, veintidós años antes, con una

sonrisa y las evidentes alas para surcar el aire plasmadas en las pupilas.

- Soul.

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Bonjour tristesse.

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(tristesse).

Bonjour tristesse

(o cuando echó a volar

la chica de los pájaros).