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BIBLIOTECA DiMCO CLAUDIO IY1AGRIS: ¿LOS POETAS EXPULSADOS DE LA REPÚBLICA? POEMAS DE GERARDO DENIZ, VICENTE QUIRARTE Y JOHN HUDCINS IHARA SAIKAKU, ALFONSO MONTELONGO, LUIS RAMÓN BUSTOS J Ε A NHG Β Ν O

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BIBLIOTECA DiMCO

CLAUDIO IY1AGRIS: ¿LOS POETAS EXPULSADOS DE LA REPÚBLICA?

POEMAS DE GERARDO DENIZ, VICENTE QUIRARTE Y JOHN HUDCINS

IHARA SAIKAKU, ALFONSO MONTELONGO, LUIS RAMÓN BUSTOS

J Ε A N H G Β Ν O

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BIBLIOTECA DE MÉXICO

NOL

«ACONACULTA NÚMERO SESENTA Y UNO

ENERO-FEBRERO DEL 2001 · Í30.00

PLAZA DE LA CIUDADELA 4, CENTRO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE MÉXIC

TELÉFONO 57 09 11 07 FAX 57 09 11 73

CERTIFICADO DE LICITUD DE TÍTULO NÚM. 6270

CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4830

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

REVISTA BIBLIOTECA DE MÉXICO

DIRECTOR FUNDADOR: JAIME GARCÍA TERRÉS t

DIRECTOR: EDUARDO LIZALDE

EDITORES: JAIME MORENO VILLARREAL Y RAFAEL VARGAS.

SECRETARIO DE REDACCIÓN: MAURICIO MONTIEL FIGUERAS.

CONSEJO DE REDACCIÓN: JUAN ALMELA. FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO,

JOSÉ DE LA COLINA, SERGIO GONZÁLEZ RODRIGUEZ, MANUEL PORRAS t.

ANTONIO SABORIT, JUAN VILLORO.

COORDINACIÓN ADMINISTRATIVA: MIGUEL GARCÍA RUIZ

DISEÑO: GERMÁN MONTALVO, MELBA ZARED LAMADRID Y MARÍA ARTIGAS

ASITENCIA: PAOLA ÁLVAREZ

COLOR: LASSER REPRODUCCIONES

IMPRENTA: OFFSET ESTILO

PORTADA: DETALLE EN GRANO ABIERTO DE UNA FOTOGRAFÍA DE J05É

REVUELTAS EN LECUMBERRI, 1969, QUE APARECE COMPLETA EN LA PÁGINA 56

I A . FORROS: FOTOGRAFÍA DE JEAN GIONO, CA. 1949

2

40 42 44 47

GERARDO DENIZ ABATE

CLAUDIO MAORIS ¿LOS POETAS EXPULSADOS DE LA REPÚBLICA?

LUIS RAMÓN BUSTOS CALDOS Y LOS VAIVENES DE LA FAMA

ALFONSO MONTELONGO LA RESPUESTA A SOR FlLOTEA O LA VERDAD QUE SE LEVANTA

PHILLIPE OLLÉ-LAPRUNE GIONO, UN ESCRITOR EN BUSCA DE LO ABSOLUTO

BERNARD FAUCONNIER RETRATO DE UN PADRE

VICENTE QUIRARTE SIN CONVITE A TU FIESTA DE FANTASMAS

PIERRE CITRON EL DIARIO DE JEAN GIONC

JEAN GIONO TRES HISTORIAS PARA LA TELEVISIÓN

IHARA SAIKAKU MAESTRA DE ETIQUETA Y DE ESTILO EPISTOLAR

EDUARDO LIZALDE JOSÉ REVUELTAS, 1914-1976

JOSÉ REVUELTAS TRES CARTAS INÉDITAS

PHILLIPE CHERON JOSÉ REVUELTAS: LA CÁRCEL DEL DOGMA,EL ÁRBOL DE ORO DE LA LITERATURA FLORENCE OLIVIER AURA DE LO GROTESCO Y LO MONSTRUOSO EN LA OBRA DE JOSÉ REVUELTAS JAVIER DURAN NOTAS SOBRE EL MÉXICO DE AFUERA

JOHN HUDGINS FAMA

LUIS E. MARENTES EL APANDO: METÁFORA DE LA OPRESIÓN Y LA RESISTENCIA m

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GERARDO DENIZ

A Τ

Cuando deseo escalar primermundo del mío,

me coloco junto a Liszt chocho-

tras el atril aguas entre frondas,

ninfas trescuartos con pincel de guasa,

cuando se las mordisquea,

genial entre troncos aromáticos

surtidores de la Villa d'Este,

trenodias dudando de sí propias

al enlazar talcuál ciprés planchado-

hasta que de pronto se arremanga con soltura,

salta a una escoba (apoyada en el piano

junto a la calabaza con vela arde dentro

aunque en fotos nunca salga)

y huye por la chimenea.

se abren las esclusas del más allá,

que los norteamericanos rigieron con injusticia.

(Liszt, empero, se llevó bien

con las discípulas

asimismo gringas.

¿Cómo desdeñar idiomas —cuales sean- de la fuente,

travesura entre árboles

deletrea

Noche, 1 de noviembre;

Nacido en España en 1934, el poeta y narrador

mexicano GERARDO DÍNIZ acaba de publicar una

breve antología bilingüe con el sencillo título de

Poemas/Poems, bajo el doble sello de Ditona y

Lost Road Publishers.

no de ellas, ni tuyas, sino para

pisarse la sotana?)

A Β Ε

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Se cuenta que Platón, cuando se convir­tió en discfpulo de Sócrates, echó al fuego una tragedia que apenas habla escrito. Ciertamente no lo hizo porque se sintiese insatisfecho del valor poético de aquella obra, con la que, más bien, se había pro­puesto, como refiere Diógenes Laercio, par­ticipar en uno de los más importantes con­cursos literarios de Atenas. De Platón a Kafka -qui~n, antes' de morir le habla encarglldo a su amigo Max Brod que destruyera sus obras inéditas, entre las que se encontra­ban obras maestras como El proceso y El castillo- el gesto del grande que destina sus propios libros a la hoguera nunca nace de una evaluación literaria, sino de razones más profundas. Platón destruye su tragedia -y las otras que se supone que escribió­cuando se convierte en disclpulo de Sócra­tes y se consagra a la filosofla, a la búsque­da de la verdad, que le parece incompati­ble con la literatura -incluso con esa literatura más alta y más amada por él, como Homero y los grandes trágicos, que en un

de bondad y justicia, sino celosos, ávidos, vengativos y violentos- que inducen a los hombres al error y los castigan tras haber­los inducido. En el arte existe la belleza, pero ésta no siempre es, como querrla Platón, la aparición del Bien y de lo Verdadero.

Lejos de ofrecer modelos de vida que eduquen al hombre en la virtud, el arte puede resultar cómplice de la injusticia y la violencia que reinan en el mundd. El arte no es solamente ficticia mimesis, copia de esa engañosa e imperfecta realidad sensi­ble que para Platón es, a su vez, solamen­te una copia de la Idea, única y verdadera realidad. En el arte el individuo le da voz a sus sentimientos; pero de un modo que tennina por coquetear con su propio egoís­mo, para mimar de manera complaciente las miserias, las contradicciones y a veces las trivialidades de su estado de ánimo, para indultar sus propias debilidades y encerrar­se en su narcisismo.

Todo esto hace al arte nocivo para la formación del individuo -por lo menos

menzo en Galilea} de Stefano Jacomuzzi, Jesús dice « .. . icuán difícil es tu ley, Padre, para que nada se pierda! iOh, que tampo­co se pierdan estas nuestras pequeñas vo­ces de tierra, recuerdos, esperas, peque­ñas penas, pequeñas alegrías ... Llévatelas todas contigo, Padre, sálvalas para la eter­nidad!.

Es la literatura la que puede salvar estas pequeñas historias, iluminar la relación en­tre la verdad y la vida, entre el misterio y la cotidianeidad, entre cada uno de los indivi­duos y la Babel de la época. Piénsese, por ejemplo, en la así llamada «novela de for­mación», florecida entre el siglo XVII y XIX no solamente pero sobre todo en Alema­nia, que cuenta cómo es posible que un individuo, creciendo en contacto con una soéiedad cada vez más compleja y laberín­ticél, forme armoniosamente su personali­dad, desarrollándola en todas sus poten­cialidades latentes, o bien sea triturado por el férreo mecanismo del mundo o se in­serte en su engranaje pero a un precio alto,

aos Doetas EXPULSADOS DE LCRE,!UBLICA? LITERATURA y FORMACION DE LA PERSONALIDAD

famoso capitulo de La República son exclui­dos del Estado Ideal y de la fonnación espi­ritual del ideal ciudadano de este Estado.

La sentencia platónica, nacida de una de las mas grandes mentes y almas de la historia, es inaceptable, porque, por doquie­ra que fuese llevada a efecto, arribarla al totalitarismo, al poder absoluto de un Es­tado que no tolera expresiones deformes a su modelo de valores y que ejerce la violencia sobre el individuo y su derecho a la diversidad. Pero para rechazar la conde­na platónica de la literatura -y del arte en general- es necesario saldar muy a fondo las cuentas con ella y con su verdad igual­mente peligrosa y torcida; ignorándola, re­sulta imposible hacerle justicia a la literatu­ra; menoscabarla y, a la vez, reconocer su seducción; atrapar su tiránica y liberadora ambigüedad y por consiguiente el significa­do que ella tiene para la vida de un hombre y para la fonnación de su personalidad.

Una doble marca sella para Platón la exclusión de la literatura. Por un lado la li­teratura muestra, sin dar un explicito juicio moral de ello, lo absurdo y lo injusto de la vida, el abismo de dolor que hiere al ino­cente y la felicidad que halaga al malvado, la perfidia de los dioses mismos -que pueden ser seductores, pero no ejemplos

CLAUDIO MAGRIS para Platón, a pesar de que él amó como pocos su encanto, su fuerza arrasadora y transfiguradora, su capacidad de ver los demonios y los dioses, su «divina manía» que él celebra en el diálogo lone, dedica­do a un aedo. Es posible entender esta contradicción platónica en términos teóri­cos, pero para entenderla en toda su viva realidad, para entender cómo ha nacido y vivido, seria necesario que el arte, la litera­tura, la filosofía y la religión formularan ver­dades y la historia se cerciora de los he­chos, pero únicamente la literatura -el arte en general- dijera cómo y por qué los hombres viven esas verdades yesos he­chos; cómo, en la existencia de los indivi­duos, las universalidades que ellos profe­san se mezclan con las cosas pequeñas, mínimas e ínfimas de las que está concre­tamente tejida su existencia; cómo las ver­dades filosóficas, religiosas o políticas se entretejen con las esperanzas y los mie­dos de los hombres, con su desear, enve­jecer, morir. Si Dios se encarna, es la litera­tura la que puede narrar esta encamación, mostrando el absoluto en las actitudes de cada día. El Evangelio es narración y con­cluye con Jesús resucitado que asa unos peces a la orilla del lago para los apósto­les. En la novela Comincio in Galilea (Co-

3

sacrificando su múltiple riqueza interior, re­nunciando a muchos sueños, pasiones, proyectos, y achatándose hasta convertir­se en poco más que un instrumento de ese engranaje.

La historia narra los acontecimientos, la sociología describe los procesos, la esta­dística proporciona los números, pero es la literatura la que los hace tocar con la mano allá donde ellos toman cuerpo y san­gre en la existencia de los hombres. Sabe­mos qué fue la Francia de la Restauración y qué es la metrópoli contemporánea gra­cias a las tentaculares novelas de Balzac, las que nos dicen cómo hemos amado, deseado o mentido, y gracias a novelas como Berlin Alexanderplatz de Alfred Db­blin y otras obras de vanguardia en las que la complejidad, la organización, la desco­nexión y el caleidoscopio de la vida metro­politana se han convertido en montaje y collage narrativo, estilo y respiro de la na­rración. Por eso Sciascia pudo decir que «la generalidad de los hombres no sabría nada de sí mismo ni del mundo, si la lite­ratura no se lo da a saben>.

La literatura, y en particular la novela o seria mejor decir la épica modema- es mí­mesis de la realidad, de su abigarramiento impuro y fugaz, de su caótica caducidad.

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La literatura se asemeja a un periódico y a

veces a un periodicucho de la vida, de su

cotidianeidad baja y estrujante; Dostoievs­

ky o Dickens -pero también Dante y la Bi­

blia- son cronistas de lo efímero, sobre el

que ellos proyectan la luz de lo eterno, vio­

lenta como un reflector que rasga la no­

che o como la lamparita de bolsillo de un

detective en un lugar tenebroso. En este

descenso al quinto infiemo puede haber sal­

vación, la caridad de quien participa en el

fango de la existencia para asumirlo sobre sí

mismo como un Mesías doliente, pero tam­

bién complicidad, la complacencia en la mi­

seria antes que la esperanza de lenificarla.

En su fidelidad al fluir limoso de los

acontecimientos, la literatu ra también es

un sismógrafo de los acontecimientos po­

líticos, que en el desorden de su inmedia­

tez, a menudo, no dejan entrever su lógica

y su significado. Ca rla Bo, volviendo a evo­

ca r los momentos confusos y dramáticos

en el país y en el parlamento que llevaron

a la elección de Scalfaro como Presidente

de la República, decía que esos turbios y

convulsos acontecimientos parecían estar

esperando a que un narrador les diese for­

ma. En su ensayo sobre las relaciones en­

tre narrativa, periodismo y secciones cultu­

rales, Letterotura bastardo, Claudia Marabini,

recordando que literatura, antes que nada,

significa «ponerse, lo más posible, en los

zapatos de los otros», observa cómo el san­

griento embrollo de los últimos años o lus­

tros de nuestra vida colectiva -el asesinato

de Moro, la muerte de Calvi, «Manos Lim­

pias» y tantos otros acontecimientos ora luc­

tuosos ora tragicómicos- es el material de

un gigantesco, laberíntico feuilleton que

espera a su narrador. Quizá cuando tenga­

mos - si es que llegamos a tener- esta gran

novela, podremos saber qué es lo que ha

sido esta Italia, de la que nadie -ni siquiera

quienes vivieron esos años muy cerca de

los acontecimientos, en el ojo del huracán­

ha logrado verle el rostro.

Quizá nunca como en nuestra época la

literatura ha reclamado y desarrollado una

función cognoscitiva : en el periodo com­

prendido entre el fin de siglo y los años

treinta -la gran estación cultural del siglo

XIX, la frontera más avanzada que haya al­

canzado la literatura- escritores como Mu­

sil , Joyce, Proust, Svevo, Mann, Broch, Faulk­

ner y. otros le exigieron a la narrativa ese

conocimiento del mundo que precisamen­

te el enorme desarrollo de las ciencias no

permitía confiar a estas ultimas, porque ellas,

con su extrema especialización que hacía a

cada una inaccesible para los cultores de

todas las demás y aún más para el hombre

Claudio MagFÍs

medio, habían hecho pedazos todo sentido

de la unidad del mundo. Sólo una novela

que asumiese esas problemáticas científicas,

mostrando cómo vivían los hombres ese

mundo disgregado, podía y puede atrapar

el sentido de la rea lidad y de su disolución,

imitada pero también atrapada a fondo y

dominada en las mismas formas experimen­

tales de la narración, en la disgregación y

recreación de las estructuras narrativas.

La li teratura defiende lo individ ua l, lo

part icular, las cosas, los colores, los sen­

tidos y lo sensible contra lo falso unive r­

sal que regim ienta y nivela a los hom­

bres y se opone a la abstracción que los

esteri liza . A la Historia , que pretende

encarnar y realizar lo universal, la litera­

tura le cont rapone lo que ha quedado a

las márgenes del devenir históri co, dá n­

dole voz y memoria a lo que ha recha­

zado, removido, destruido y borrado de

la carre ra del progreso. La literatura de­

fiende la excepción y lo desechado con­

tra la norma y las reglas ; nos recuerda

que la totalidad del mundo está rota y

que no se puede puede pretender re­

construir una imagen armoniosa y unita­

ria de la rea lidad .

Desde hace casi dos siglos la más alta

literatura occidental se enfrentó a la historia

como la otra cara de la luna, como la zona

4

que ha sido dejada en la sombra por el de­venir y por el curso del mundo. Esta denun­

cia de la insuficiencia de lo existente, este

sentimiento de una gran carencia en la vida

y en la historia, es la exigencia de algo irre­ductiblemente diferente, de una redención

mesiánica y revolucionaria, negada, por otra

parte, por toda revolución históricamente lle­vada a la práctica. Desde su nacimiento -es

decir, desde el Romanticismo y ya desde fi­

nales del siglo XVIII-la literatura contempo­

ránea está marcada por el sentimiento de

una profunda herida que la historia parece

haber infligido al individuo, impidiéndole rea­

lizar plenamente su personalidad en con-

cordancia con la evolución social y hacién­

dole sentir la imposibil idad y la ausencia de

la vida verdadera, el exilio de los dioses y la

fragmentariedad de su propia existencia. El

progreso social, que no es en absoluto des­

conocido a la gran literatura innovadora,

como sucede, en cambio, con las reaccio­

narias nostalgias de resonancias románticas,

pone aún más en evidencia el malestar y la

incertidumbre de lo particular.

La poesía de los modernos -escribe

August Wilhelm Sch legel, fundado r del

Romanticismo- es la nostalgia de una im­

posible plenitud del vivir y, por lo tanto, ex­

presa el vacío, la ausencia, el incumplimien­

to de la vida y de la representación que

pretende serie fiel , sin ceder a la tentación

de embellecerla retóri camente, como si

todo estuviese en su lugar y sin proble­

mas. Gran parte de la literatura contempo­

ránea aún es romántica, en el sentido en

que fue el Romanticismo (observa Giuse­

ppe Bevilacqua) el que soñó la utópica re­

dención global de la sociedad y de la vida

-desi lusionado por el fracaso de la revo­

lución, que por reacción indujó a muchos

románticos a alinearse políticamente en po­

siciones conservadoras y retrógradas- y el

que confió a la poesía la ta rea, igua lmente

imposible, de rea liza r un absoluto poético­

existencial ( la vida verdadera, el vivir poéti-

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c a m e n t e ) e n u n a s o c i e d a d q u e , e n t r e m á s

p e r f e c t a s e p r e t e n d e , m á s s o f o c a n t e e i n -

v i v i b l e n o s p a r e c e .

« Q u e r e r v iv i r e s c o s a d e m e g a l ó m a n o s » ,

e s c r i b i ó I b s e n e n u n a p u n t e , s e ñ a l a n d o así

q u e s ó l o la c e r t e z a d e l o a r d u o y t e m e r a r i o

q u e e s a s p i r a r a la v i d a p l e n a y a u t é n t i c a

p u e d e p e r m i t i r n o s ir h a c i a e l la . El a r t e m o ­

d e r n o h a a s u m i d o , e n s u p r o p i a e s t r u c t u r a

f o r m a l , la d i s o n a n c i a d e la c o n d i c i ó n h u ­

m a n a y h a r e c h a z a d o t o d a c o n s u m a c i ó n

a r t í s t i ca , s i n t i é n d o l a fa lsa r e s p e c t o a la ex i s ­

t e n c i a , c o m o t a m b i é n se r ía fa l sa u n a l l ana

e s t a t u a n e o c l á s i c a d e la V i c to r i a l e v a n t a d a

p a r a c e l e b r a r la d e r r o t a d e l n a z i s m o d e s ­

p u é s d e A u s c h w i t z .

N o s ó l o las o b r a s m á s a r d u a s y d i f í c i l es ,

c o m o las d e J o y c e y d e B e c k e t t , s i n o t a m ­

b i é n a l g u n a s a p a r e n t e m e n t e m á s a c c e s i ­

b l e s p e r o i g u a l m e n t e r a d i c a l e s e n la r e p r e ­

s e n t a c i ó n d e l d e s e n c a n t o y d e la n a d a ,

c o m o La Educación Sentimental d e F lau ­

b e r t , h a n r e c h a z a d o t o d a r e t ó r i c a d e n o b l e

y fác i l h u m a n i d a d . La l i t e r a t u r a q u e h a ex­

p r e s a d o las v e r d a d e s m á s r a d i c a l e s s o b r e

la c o n d i c i ó n e x i s t e n a a l e h i s t ó r i c a e s la l i te ­

r a tu ra d e la n e g a c i ó n y d e l r e c h a z o , q u e

p o n e e l a c e n t o s o b r e e l m a l e s t a r d e la c u l ­

t u r a y s o b r e la l a c e r a c i ó n d e l y o i n d i v i d u a l ,

y a n o S u M a j e s t a d e l Yo q u e e m i t e a c t o s

d e G o b i e r n o , s i n o u n y o c a d a vez m á s e s ­

c i n d i d o y h e c h o a ñ i c o s , r e d u c i d o a u n p r o ­

v i s o r i o y o s c i l a n t e p u n t o i n c o n s c i e n t e d e

a c o n t e c i m i e n t o s y s e n s a c i o n e s , p o c o m á s

q u e e l s e d i m e n t o d e j a d o p o r u n a t r a d i c i ó n

y p o r u n a h i s t o r i a v o l a t i z a d a s .

B a r t l e b y e l e s c r i b i e n t e , e l i n m o r t a l p r o ­

t a g o n i s t a d e l c u e n t o h o m ó n i m o d e M e l v i ­

l le, r e s p o n d e a c a d a p r e g u n t a , o f r e c i m i e n ­

t o u o r d e n : «Prefer i r ía n o h a c e r l o , S e ñ o r » .

En e s t e f i r m e y e x t r e m o no, s e m e j a n t e a la

r e n u n c i a d e los p e r s o n a j e s k a f k i a n o s , ex i s ­

t e u n a m o r a la v i d a m á s p r o f u n d o q u e t o d o

fác i l c o n s e n s o , u n a m o r q u e se e x p r e s a e n

la s o l e d a d , e n e l s i l enc i o , e n u n a a n a r q u í a

m u c h o m á s rad i ca l p o r c u a n t o e s t í m i d a y

h u r a ñ a . T a m b i é n la i r o n í a p u e d e , a la vez ,

o c u l t a r y r eve la r e l a b i s m o , c o m o la l e ve ,

d e m o n i a c a y v e r t i g i n o s a i r o n í a d e S v e v o ,

u n a d e las m i r a d a s m á s i n e x o r a b l e s d i r i g i ­

d a s a la M e d u s a . La e n s e ñ a n z a d e la l i t e ra ­

t u r a , s u p a p e l e n la f o r m a c i ó n d e la p e r s o ­

n a l i d a d es , h o y m á s q u e n u n c a , la l i b e r a c i ó n

d e los f a l s o s í d o l o s , d e t o d o a q u e l l o q u e

p r e t e n d e r e e m p l a z a r los v a l o r e s a u t é n t i c o s .

C o m o d i c e n los v e r s o s d e u n g r a n p o e t a

q u e h a h o n r a d o al S e n a d o , E u g e n i o M ó n ­

t a l e : "Solo esto podemos decine, / lo que

no somos, lo que no queremos". Para la

l i t e ra tu ra v a l e i g u a l m e n t e lo q u e e s t á d i c h o

e n El E v a n g e l i o a p r o p ó s i t o d e la p a l a b r a

d e C r i s t o : t a m b i é n e l la n o s t r ae , n o la paz ,

s i n o la e s p a d a ; v i n o a s e p a r a r al h i j o d e l

p a d r e y al h e r m a n o d e l h e r m a n o , a e s p a r ­

cir d e s a s o s i e g o , a p o n e r e n d u d a t o d o o r ­

d e n soc ia l y p o l í t i c o . B o t e r o , e l t e ó r i c o d e la

Ragion diStato, d e c í a q u e las le t ras n o les

s o n m u y ú t i l es al P r í nc i pe , p o r q u e i n d u c e n

a la m e l a n c o l í a . A c t o d e c o m u n i c a c i ó n y

p o r c o n s i g u i e n t e a c t o soc ia l p o r e x c e l e n ­

c ia , la l i t e ra tu ra t a m b i é n p o s e e s u i r r e d u c t i ­

b l e n ú c l e o a n t i s o c i a l c o m o b i e n l o s a b í a

P l a t ó n . A m e n u d o c o m p r o m e t i d a p o l í t i c a ­

m e n t e , la l i t e ra tu ra e s t a m b i é n s a b o t a j e d e

t o d o p r o y e c t o p o l í t i c o .

E n la n e g a c i ó n la l i t e ra tu ra p u e d e ex­

p r e s a r u n a p a s i o n a d o sí a la v e h e m e n t e

v i d a , c o m o la l l a m a b a S a b a . Ella t a m b i é n

e s l i b e r a d o r a p o r q u e e s t á l ib re d e l p r i n c i ­

p i o d e n o c o n t r a d i c c i ó n ; p u e d e p ro fe r i r ve r ­

d a d e s an t i t é t i cas , p o r q u e n o f o r m u l a j u i c i os

t e ó r i c o s , n i m u c h o m e n o s p r o c l a m a i d e o ­

log ías , s i n o q u e e x p r e s a e x p e r i e n c i a s y p o r

c o n s i g u i e n t e p u e d e e x p r e s a r t a n t o f e e n

D i o s c o m o n e g a r l o , y la l i t e ra tu ra e x p r e s a

e s t a e x p e r i e n c i a s in d e j a r s e c o n s t r e ñ i r e n

la f o r m u l a c i ó n d e c u a l q u i e r c r e d o . En los

c u e n t o s d e S i n g e r se e n c u e n t r a n la e p i f a ­

n ía d e la f e y la e p i f a n í a d e la n a d a m á s

rad i ca l , y n o e s p o s i b l e s a b e r - y c a r e c e d e

i m p o r t a n c i a p r e g u n t á r s e l o e n é s t e y o t r o s

e j e m p l o s d e c o n t r a d i c c i ó n — si S i n g e r e s

c r e y e n t e o n o . S h a k e s p e a r e n o e s r e d u c i ­

b l e al p o e t a d e la f á b u l a s in s e n t i d o n a r r a ­

d a p o r u n i d i o t a , c o m o e s d e f i n i d a la v i d a

e n Macbeth, n i a l c a n t o r d e l e n c a n t o d e

J u l i e t a : e s a m b a s c o s a s , e s t o d o o n a d a ,

t o d o s y n i n g u n o , c o m o t o d o p o e t a d e b e r í a

se r : a l g u i e n q u e d e s a p a r e c e e n u n a p l u r a l i ­

d a d d e h o m b r e s , c o m o H o m e r o .

T o d o e s c r i t o r s a b e b i e n —la a d v i e r t e f ís i ­

c a m e n t e — la d i f e r e n c i a q u e ex i s te e n t r e lo

q u e e s c r i b e p a r a sí m i s m o , p a r a e x p r e s a r

s u p o s i c i ó n o s u j u i c i o , y lo q u e d i c e h a ­

b l a n d o a t r a v é s d e s u s p e r s o n a j e s o d e s u s

pa i sa j es , e s c u c h a n d o lo q u e e l l o s le s u g i e ­

r e n y q u e q u i z á h a s t a e s e m o m e n t o é l i g ­

n o r a b a q u e l l e v a b a d e n t r o d e sí. En la l i te ­

ra tu ra t o d o e s m e t á f o r a , a l g o q u e d i c e a l g o

d e o t r o ; u n no p u e d e s e r u n sí, y é s t a e s s u

l i b e r t a d , s u á n g u l o d e t r e s c i e n t o s s e s e n t a

g r a d o s a b i e r t o s o b r e e l m u n d o . En la l i t e ra ­

t u r a n o c u e n t a n las r e s p u e s t a s d a d a s p o r

u n escr i to r , s i n o las p r e g u n t a s q u e p l a n t e a

y q u e s i e m p r e s o n m á s a m p l i a s q u e t o d a

r e s p u e s t a , p o r c o n c l u y e m e q u e s e a . En la

v i d a , d e la m i s m a m a n e r a , las p e r s o n a s q u e

c u e n t a n p a r a n o s o t r o s n o s o n t a n t o las q u e

c o m p a r t e n n u e s t r a s r e s p u e s t a s a c e r c a d e

las c o s a s ú l t i m a s , c o m o las q u e se p l a n ­

t e a n n u e s t r a s m i s m a s p r e g u n t a s e n t o r n o

a e s a s c o s a s .

La l i t e ra tu ra t i e n e s u f é r r e a n e c e s i d a d ,

p e r o a m a el j u e g o . La n e c e s i d a d s u p r a p e r -

s o n a l , a m e n u d o , t r aspasa e l d e s e o y la v o ­

l u n t a d d e l m i s m o a u t o r ; a v e c e s q u e r e m o s

d e c i r a l g o q u e n o s e s q u e r i d o p e r o q u e e l

t e x t o r e c h a z a , o b i e n s i l enc ia r a lgo q u e e l

t e x t o ex ige . En la f á b u l a La Radura (El claro

del bosque) d e M a n s a M a d i e n , la p e q u e ñ a

D a f n e q u i s i e r a esc r ib i r c u e n t o s s o b r e s u s t r i ­

b u l a c i o n e s p e r s o n a l e s e l i m i n a n d o e l e p i s o ­

d i o d e l m i r l o q u e se t r a g ó la s e r p i e n t e , p u e s

t u r b a su e n c a n t o d e l m u n d o , p e r o s e d a

c u e n t a d e q u e n o p u e d e h a c e r l o . Sin e m ­

b a r g o , la l i te ra tu ra a m a el j u e g o , la l i be r t ad

d e i nven ta r la v ida c o m o el B a r ó n M ü n c h h a u -

s e n ; d e p o d e r h a c e r l igera i n c l u s o a la t r a g e -

El p o p u l a r y a n t i g u o d i c h o : " c r í a

f a m a y é c h a t e a d o r m i r " h a c e r e ­

f e r e n c i a n a t u r a l m e n t e a l a c o n ­

d i c i ó n d e l o s a f o r t u n a d o s m o r t a ­

l e s q u e , e n c u a l q u i e r a c t i v i d a d ,

i n c l u i d a l a l i t e r a t u r a , h a n d e s c o ­

l l a d o s o b r e s u s c o n g é n e r e s y

p u e d e n p e r m i t i r s e p l á c i d a m e n t e

— c o m o t a m b i é n s e d i c e - " d o r ­

m i r e n s u s l a u r e l e s " y n o e s f o r ­

z a r s e n u n c a m á s e n r e a l i z a r l a s

a r d u a s e m p r e s a s c r e a t i v a s q u e

l o s l l e v a r o n y a a l a f a m a o l a c e ­

l e b r i d a d .

P e r o , p o r l o p r o n t o , e n e l t e ­

r r e n o d e las a r t e s y l a l i t e r a t u r a ,

d o n d e l o s j u i c i o s d e v a l o r s o n

s i e m p r e m á s c o n t r o v e r t i b l e s y e x ­

p u e s t o s q u e e n e l t e r r e n o d e l a s

c i e n c i a s , p o r e j e m p l o , e l a s u n t o

d e la c e l e b r i d a d o l a g r a n d e f a m a

p ú b l i c a t i e n e m u c h o s r o s t r o s .

S u e l e u n c r e a d o r — y a l o s a b e ­

m o s , p o r u n g o l p e d e s u e r t e , u n a

c o y u n t u r a s o c i a l f a v o r a b l e o u n a

e x i t o s a p r o m o c i ó n c o m e r c i a l , c o n ­

s e g u i r u n r e c o n o c i m i e n t o u n i v e r ­

s a l g r a c i a s a u n l i b r o , u n c u a d r o ,

u n a o b r a m u s i c a l q u e l o s e s p e ­

c i a l i s t a s e n la m a t e r i a c o n s i d e r a n

m e d i o c r e y a u n m e n o s q u e m e ­

d i o c r e . P e r o t a m b i é n o c u r r e q u e

l o s m á s c a l i f i c a d o s c r í t i c o s , e d i t o ­

r e s y c o f r a d e s d e u n d e t e r m i n a d o

e s c r i t o r , c o n s i g a n la r i q u e z a y l a

g l o r i a p a r a a u t o r e s c u y a s c r i a t u ­

r a s n o r e s i s t e n e l p a s o d e l t i e m p o

y s e d e s p l o m a n e n p o c a s d é c a ­

d a s o q u i n q u e n i o s , a r r a s t r a d o s

p o r l a f u e r z a d e l a s a g u a s e s t é t i ­

c a s , c r u e l e s e i m p r e d e c i b l e s , s o ­

b r e l a s q u e n a v e g a n c r e a d o r e s

m á s v i s i o n a r i o s y a d e l a n t a d o s . S e

d a n c a s o s e x t r e m o s d e c e l e b r i d a d

y r e c o n o c i m i e n t o i n c o n t e s t a b l e s

e n q u e s e f a v o r e c e a c i e r t o s a u t o ­

r e s d e g e n i o d e s d e la a p a r i c i ó n d e

D E L G E N I O Y LOS L A U R E L E S

MENTIBEftt

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dia; como un globo de colores que se esca­pa de las manos y que se va por el aire por su cuenta; de esconder la profundidad en la superficie como decla Hofmannsthal; de disimular los abismos más inquietantes en la levedad de la sonrisa y de lo aparente­mente fútil como sucede en Sterne; y de hacer sentir de tal modo, aún con mas in­tensidad los vértigos de ese oscuro abismo. Inventa el lenguaje, transgrede la gramática y la sintaxis, pero creando un nuevo orden; crea palabras, casi como regresando cada vez al origen de la vida. Esta airosa libertad es quizá el don más grande de la literatura, una levadura que vivifica a la persona.

Hay una irresponsabilidad que la litera­tura reivindica como su derecho inaliena­ble y que protege de la insoportable serie­dad de la vida, de sus obligaciones y de sus tábanos, recordando que es necesario ir a la escuela, pero también irse de pinta. La literatura enseña a reírnos de eso que se respeta y a respetar eso de lo que nos reímos, como sucede en la escuela, con ciertos profesores venerados y de los que uno se burla, con una afeduosa ironía y autoi ronía que es lo opuesto al acre y pre­sumible escarnio. Esta resuelta desenvol­tura de la persona es una aditud clásica y la clasicidad hace libres, como dice un per­sonaje de Fontane, el gran narrador pru­siano del siglo XIX, porque da sentido del espesor, de la complejidad pero también de lo absurdo y de la vanidad de las cosas, enseñando a acepta rlas y amarlas sin lle­gar a idolatrarlas. Entre las tantas razones para estudiar las literaturas y las lenguas clásicas está lo gratuito de esas lenguas muertas, de esas perífrasis, de esas con­junciones y de todos esos «esse videatur¡¡ que no parecen servir para nada y que quizá, también por eso, ayudan a enten­der a los hombres con desilusionada be­nevolencia y sobre todo enseñan, con el

orden del lenguaje, la corrección moral : muchas bellaquerías nacen cuando se en­maraña al lenguaje y se pone al sujeto en el acusativo o el objeto diredo en el nomi­nativo, enredando los papeles e intercam­biando los roles entre vídimas y culpables, aboliendo distinciones y jerarquías en un timo amontonado de conceptos y senti­mientos que deforman la verdad. Quizá, si aprendiéramos lo gratuito de todos esos proparoxítonos y properisponemas o de ese bendito paradigma del verbo hystemi, el resto ya sería ganancia.

Irresponsabilidad, juego de la literatura. Pero el verdadero juego es algo muy serio: lo saben los niños, que juegan a policlas y ladrones conscientes de la ficción, pero con una seriedad y una pasión que raramente, más tarde, investirán en las ficciones apa­rentemente reales de sus adividades de adultos. Existe también un juego estéril y árido, del que a menudo se complacen los literatos, una aridez enmascarada por las palabras que celebran los sentimientos, casi una proterva autorización a no participar en la vehemente vida en el ado mismo en el que se le canta. Quien ame la litera­tura debe hacer cuentas a fondo, como lo aclaró de una vez por todas Thomas Mann, con el peligro - que siempre tiene incum­bencia-, de que el amor por la palabra se convierta en idolatría, fetichismo. En todo escritor, no sólo en un esteta común y co­rriente, serpentea la tentación que la tradi­ción le atribuye, probablemente con injus­ticia , a Nerón, es decir, el impulso a preocuparse, cuando Roma estaba en lla­mas, más en los versos que lloran la ho­guera y sus vídimas que en las vídimas mismas y en su dolor. Muchos escritores, incluso grandes, que han sabido hablarle al corazón han revelado tener un corazón muy pequeño y árido; los grandísimos escritores -basta pensar en Tolstoi o en Dostoievs-

Claudi!» Magris en 1991. Fotografía de Gabriela Bautista

6

ky- han sido, por otra parte, los primeros en denunciar, incluso en sí mismos, esta mezquindad humana de la literatura. Es el mismo ejercicio de esta última -un ejerci­cio ascético y totalizante, que absorbe la atención y la energla de toda la persona­el que comporta este riesgo, inevitable y necesario, de inhumanidad. La escritura busca la vida, pero puede perderla precisa­mente porque está toda concentrada en sí misma y en su propia búsqueda.

Una vez, en París, durante una discu­sión sobre mi Danubio, Maurice Nadeau me preguntó si para mí, viajero danubia­no, la literatura era un medio para alcanzar el sentido de la vida o un obstáculo en dicho camino. Luego de muchas vacilacio­nes le dije que, si realmente tenía que res­ponderle, la literatura era 50,001 salvación y 49,999 perdición y que ella sólo puede ser salvación si uno está consciente de este su alto potencial negativo.

Nadie ha entendido como Kafka este intrincado nudo de bien y del mal enraiza­do en la literatura. ti dice que hubiera que­rido ser Amshel, como suena su nombre judío, es decir, arraigado en aquel tejido de valores y afedos humanos, en aquella ple­nitud vital y moral que para él estaba repre­sentada por el judaísmo. La literatura fue para él el camino de esta búsqueda de lo humano, pero lo enredó en esta búsqueda, a la que él le terminó por dedicar toda su energía y su atención, extraviando la meta porque había sido atrapado por el ansia de llegar a ella. Así, él no pudo convertirse en Amshel, el hombre completo, y se convirtió en Franz Kafka, gran escritor porque es hom­bre manco y culpable de su perfección lite­raria que era también mutilación humana. Pero sin Franz Kafka no sabríamos lo que significa ser Amshel, lo que significa esa vida que al escritor le hizo falta.

Ya desde el más grande de los libros, La Odisea, la literatura es un viaje en la vida. La literatura moderna no es un viaje por mar, sino a través del polvo y de la desolación, como el de Don Quijote, a tra­vés del desierto. La literatura no puede ser reclutada por religión, filosofía o política al­guna que proclame haber llegado ya a La Tierra Prometida o que está a punto de lle­gar a ella, arrastrando trás de sr a sus secua­ces. Sin embargo, la literatura, el arte, seña­lan el camino hacia La Tierra Prometida, la dirección correda. Es comprensible que los poetas sean expulsados de la República, como inmigrantes ilegales y clandestinos. Pero estos vagabundos, al igual que los nómadas del desierto, son los guías que nos muestran las pistas para atravesarlo.

Traducción de María Teresa Meneses

El ensayista y narrador CLAUDia MAGRIS (Trieste, 1939) es uno de los escritores Italianos más difundidos en nuestro idioma. En estos meses Anagrama ha puesto en CIrculación su más re­Ciente libro: Utopla y desencanto.

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lyiENTIBEft» sus Sus Sus primeras obras -as í sean sólo m i e m b r o s de una minoría crítica calificada los que advierten el fenómeno—, pero al f in de cuentas todos los verdaderos innovadores y todos los autores de obras atípicas, inimitables e irrenunciables para los públicos y los artistas de una era o varias, son siempre como bombas de tiempo, de alto poder, que conforme pasan los años, los siglos, y a veces los milenios, con­tinúan expandiendo sus capacida­des de conmoción espiritual en tpdos los ámbitos. Y rara vez, por cierto, esos propios supremos gestores de obras únicas saben en yjda hasta qué punto serán vene­rados por la posteridad, y en mu­chas ocasiones, ni siquiera se ocu­pan de pensar en el tema.

Por eso mismo, la preocupa­ción principal de editores, críticos y escritores sensatos, es impedir que se pierda la memoria de esas figuras capitales, con frecuencia oscurecidas o sepultadas durante décadas por el huracán de los bestsellers y las estrellas golondri­nas que la publicidad, la fortuna, la ignorancia o la moda imponen a las huestes ingenuas de sus se­guidores.

Escritores muy famosos en su momento , pero desaparecidos apenas hace un cuarto de siglo o más, comienzan en México y en otros países a eclipsarse para los lectores; lo que no ocurre con aquellos que se han convertido en paradigmas de una época, una lengua y una cultura entera, sea en los t iempos antiguos o los modernos.

Un personaje de obra tan vasta, singular, brillante y decisiva como Benito Pérez Galdós (1843-1920), pongamos por caso, el Dickens, el Balzac, o el Emilio Zola ibérico, al­canzó grande gloria al final de su vida y se tranformó en el novelista emblemático de su lengua. Pero, como bien lo recuerda Luis Ramón Bustos en el ensayo que aquí pu­blicamos, también sufrió Don Beni-tp el desprecio de sus lectores co­terráneos que durante décadas prefirieron leer por carretadas en malas traducciones españolas a numerosos autores de lengua ingle­sa francesa o rusa, que en su enér­gico y pulcro castellano al autor de Los Episodios Nacionales.

No importa que las obras de Caldos - y los personajes de sus povelas— hayan servido de buen

Y L ü b VAIVENES DE LA FAMA Caldos

Luis RAMÓN BUSTOS

Sucede a menudo q u e los l ib ros m e n o s la b ib l io teca d e m i padre , a lguna m a ñ a n a e n

c o n o c i d o s d e los g r a n d e s m a e s t r o s d e la q u e e s c a p é d e la ob l i gac ión d e la p repara to -

l i te ra tu ra r e s u l t a n ser los m á s i n t e r e s a n t e s na, e n c o n t r é e l t o m o , c o n el sel lo d e a lguna

o e n t r e t e n i d o s . A n d a n d o c o n tal p e n s a - ed i tor ia l e s p a ñ o l a ( n o r e c u e r d o cuá l ) , y lo leí

m i e n t o , acudí a la ca l l e d e D o n c e l e s e n p r i m e r o c o n ret icenc ia y después c o n autén-

p o s d e la n o v e l a El Abuelo, d e B e n i t o Pé- t ico agrado. D e e n t o n c e s a acá, h u b o a lguna

rez C a l d o s . A e s e c o r r e d o r o l o r o s o a p o l v o relectura y d e s p u é s u n o lv ido d e décadas,

d e p á g i n a , d o n d e es p o s i b l e ha l lar d e s d e Pocos m e s e s atrás m e percaté d e q u e esta

l i b ros d e t e x t o has ta e d i c i o n e s d e l Quijote nove la y Misericordia, habían s ido pub l icadas

d e l s ig lo XVII, s u e l o ir e n b u s c a d e los l i - el m i s m o a ñ o ( 1 8 9 7 ) y q u e s o n cons ide ra ­

d o s r anc i os q u e s o n d e m i p r e f e r e n c i a . das po r la crítica c o m o sus ú l t imas nove las

Allí, " Los H e r m a n o s d e la H o j a " ( a c a s o n o d e ca l i dad ; Misericordia t i ene a b u n d a n t e s

sea t a n f o r t u i t o e s t e n o m b r e a l u s i v o a la e d i c i o n e s e n el m e r c a d o , p e r o El Abuelo re-

n o v e l a d e Inc lán , ya q u e lo o f i c i os d e c o n - sul ta casi u n i ncunab le . Recorrí m u c h í s i m a s

t r a b a n d i s t a d e t a b a c o y d e c o m e r c i a n t e d e l ibrerías: e n las de l sur, de l cen t ro y d e la

l i b r o s v i e j o s t i e n e n b a s t a n t e p a r e c i d o ) , C o n d e s a , n o p u d e hallar ni rastro d e el la. En

p o s e e n u n a s e n e d e l ibrer ías d o n d e el i n - Porrúa H e r m a n o s , hal lé a lgunos t o m o s d e

c a u t o p u e d e caer r e d o n d i t o : si u n o va a las Obras completas de Galdós; su tomo VI

v e n d e r l i b ros — s e g u r a m e n t e a p r e m i a d o inc luye mi e lusiva nar rac ión . Pese a q u e es-

p o r n e c e s i d a d h a m b r u n a , resul ta q u e va- t aban i n c o m p l e t a s , n o m e qu i s i e ron v e n d e r

l en u n o s p o c o s p e s o s ( i y a v e c e s ni e s o ! ) ; el t o m o sue l t o y u n t a n t o d e s a n i m a d o p ro -

y si v e n d e u n a b ib l i o teca en te ra , n o p a g a n seguí e n mi a fán . F i na lmen te c o m p r é e l m is -

m á s d e lo q u e va len c i n c u e n t a l ibros n u e - m o t o m o a "Los H e r m a n o s d e la Hoja", po r

vos . Y c laro, c u a n d o u n o es e l c o m p r a d o r , la m ó d i c a c a n t i d a d d e q u i n i e n t o s pesos . M a l

e n t o n c e s los l ibros r e a d q u i e r e n m á g i c a m e n - negoc io , p u e s , para mí , mas e s t u p e n d o para

te su valor, y s o n p o n d e r a d o s s u e d i c i ó n , la los h e r m a n i t o s d e Donce les ,

ca l i dad de l p a p e l , e l q u e es té a g o t a d o e n el Misericordia y El Abuelo, o b r a s d e m a -

m e r c a d o , e l a ñ o e n q u e se p u b l i c ó y sus d u r e z , r e s u l t a r o n u n g u s t o s o p r e t e x t o para

caracter ís t icas t ipográ f icas . Ga jes de l o f ic io , d e s e m p o l v a r a l v i e j o y b o n a c h ó n c a n a r i o ,

d i c e n e s o s m a e s t r o s d e la c o m p r a - v e n t a ; A q u e l h o m b r e c a l l e j e r o y f i s g ó n , q u e c o n

p e r o a m í m e p a r e c e só lo u n vil d e s p o j o . los a ñ o s se n a t u r a l i z ó m a d r i l e ñ o a f u e r z a

M i s d e s e o s d e sabo rea r El Abuelo p r o - d e c u r i o s e a r o b s e s i v a m e n t e p o r esa c i u -

ven ían d e u n v ie jo r e c u e r d o a d o l e s c e n t e : e n d a d , t i e n e a ú n m u c h o q u e d e c i r y a ú n

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Retrato de Benito Pérez Cialdós (1843-1910) por Joaquín Sorolla

más que contar; sólo que las nuevas ge­

neraciones lo desconocen por completo,

pues incluso cuando les obligan a leer

Doña Perfecto o MarianeJa, lo hacen de

mala gana y a ojo de pájaro. Por ello no

es un ejercicio banal retroceder a su épo­

ca y delinear -como quien a hurtadillas

persigue un fantasma añoso- la vida del

autor y 105 vaivenes de su fama literaria.

En aquella España en crisis, plagada por

guerras civiles, revoluciones petarderas, aso­

nadas militares y regresos a la monarquía;

en aquella España de Isabel II (1834-1868),

de la Primera República (1868-1874) y de

la Restauración Monárquica (1875- 1931),

donde la clase media empieza a levantar

cabeza y la clase alta, añorosa de esplen­

dores, se resiste a dejar sus privilegios; en

aquella España ávida de lagrimones román­

ticos y consciente de que los tiempos ha­

bían ya mudado, Benito Pérez Galdós vino

a ser un espejo que reflejó a la sociedad

entera y una pregunta dolorosa -que aún

las nuevas generaciones no responden­

respecto a la debacle del espíritu hispáni­

co. Espejo y pregunta que en un principio

no fueron percibidos cabalmente, ni por la

crítica ni por el público.

Benito Pérez Galdós (1843- 1920) na-

ció en Las Palmas de Gran Canaria; sin

embargo, desde sus primeras novelas -Lo Fontana de Oro (1870), Lo Sombro (1871),

EJ Audaz (1872), Doña Perfecto (1876), Glorio (1877), MarianeJa y Lo FamiJia de León Roch (1878)- describió la vida ente­

ra de la. península. Estos inicios tuvieron

poca resonancia entre la crítica y apenas

despertaron un pequeño eco entre 105 lec­

tores. Igual suerte corrió MarianeJa, su no­

vela de más evidente parentesco con el

folletón romántico, y aunque esta historia

terminó siendo favorita como instrumento

de lectura escolar, en su momento de apa­

rición fue poco apreciada. Décadas des­

pués, con Doña Perfecto ocurrió algo com­

pletamente inesperado: la crítica le favoreció

con entusiasmos desmesurados y con 105

años este reconocimiento decayó y se le

tuvo por un trabajo menor. Giner de 105

Ríos incluso la distinguió como el mejor tra­

bajo galdosiano o el único salvable, ya que

este avispado critico pensaba que nuestro

autor carecía de grandes virtudes. Ahora,

con cientoveintiún años de edad entre sus

páginas, Doña Perfecto sirve casi exclusi­

vamente como libro de cabecera para me­

jor dormir a 105 adolescentes. Con Maria­neJo ocurrió lo opuesto: 105 chamacos

8

secundarinos la leen con gusto sentimen­

talón y poniendo ojitos melosos.

Si con la crítica especializada -siempre

tan sagaz y generosa- el escritor canario

no tuvo demasiados adeptos al comienzo

de su carrera novelística, si con el público

apenas obtuvo algunos reconocimientos,

asaz distinta fue su suerte cuando decidió

publicar sus Episodios Nocionales (bajo el

tutelaje amistoso de su director de El De­bate, José Luis Alvareda), ya que su reso­

nancia fue mayúscula, llegando a ser estos

relatos históricos libros de sobremesa de

muchísimas familias españolas de clase

media y baja. Vamos, que hasta los leían

los más pobres de los pobres, incluso algu­

no que otro ganapán del sur de Madrid, tal

vez hasta uno de aquellos que le sirvieron

de modelo para su Misericordia. El éxito

«masivo» de los Episodios fue punta de lan­

za para intentar todo lo intentable: fraguó

relatos a partir de anécdotas callejeras, pin­

tó tipos estrambóticos y tipos muy comu­

nes, entreverándolos de tal modo que por

su interés dramático despertaran la curiosi­

dad de 105 lectores. Leyó y releyó la historia

de la España decimonónica y con ladrillos

de esa construcción errática forjó estructu­

ras bien sólidas, que fueron un espejo para

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var ias g e n e r a c i o n e s d e p e n i n s u l a r e s . Para

m u c h o s d e e l l os a q u e l G a l d ó s s ign i f i có u n a

r e c o m p e n s a a n t e t a n t a d e r r o t a , u n a m a n e ­

ra d e n o s e n t i r s e t a n v u l n e r a b l e s f r e n t e a

u n m u n d o q u e ya n o c re ía n i m í n i m a m e n ­

t e e n las v ie jas g lo r ias d e E s p a ñ a . Tal vez s u

é x i t o n a c i e r a d e e s t a e s p e c i e d e m e n t i r a

p i a d o s a , a u n q u e t a m b i é n los Episodios t i e ­

n e n e l t o q u e d e s u g e n i a l i d a d na r ra t i va y

e n e l los , c o n a m e n i d a d y g r a n o f i c i o , reve la

h a s t a q u é p u n t o se p u e d e n e n t r e v e r a r los

h i l os q u e u n e n h i s to r i a y n o v e l a .

Para c u a n d o las s igu ien tes g e n e r a c i o n e s

d e e s p a ñ o l e s i lus t rados e n t r a n e n c o n t a c t o

c o n sus l ibros, los v i e n t o s le f a v o r e c e n c o m ­

p l e t a m e n t e . Hac ia la vue l ta de l s iglo XIX, Ga l ­

d ó s e ra ya El Escri tor d e España , el d r a m a t u r ­

g o d e los tea t ros a reventar, e l h is to r iador q u e

c o n t o q u e risueño hac ía c o t i d i a n o el p a s a d o ,

el nove l is ta q u e p i n t a n d o t i pos s ingu la res y

s i m p l o n e s ret rataba la m a n e r a d e ser d e t o d o

u n p u e b l o . Exitoso, g a l a r d o n a d o , se p a s e a b a

p o r M a d r i d d e s p e r t a n d o cu r i os i dades o ve ra ­

n e a b a e n S a n t a n d e r , e n t r e m u r m u l l o s d e

escr i to res n ó v e l e s q u e a c u d í a n a su ter tu l ia .

C o n s a g r a d o p l e n a m e n t e , sus tex tos c i rcu la­

b a n p o r t o d a s las au las de l país y n o hab ía

b ib l i o teca q u e carec iera d e e l los.

G r a n d e s espec ia l i s tas e h i s t o r i a d o r e s d e

la l i t e ra tu ra e s c r i b i e r o n e n s a y o s y b i o g r a ­

f ías d u r a n t e a q u e l l o s a ñ o s : N a v a r r o L e d e s -

m a , C la r ín , M e n é n d e z Pe layo , E m i l i o P a r d o

B a z á n y o t r o s . P e r o q u i e n r e a l m e n t e le e s ­

t u d i ó a f o n d o y a p o r t ó las l í n e a s c l a v e s d e

s u t r ayec to r i a l i terar ia f u e A z o r í n , q u e c o n

s u s d o t e s g e n e r o s a s d i o la s e ñ a l pa ra u n a

r e v a l o r a c i ó n d e la o b r a g a l d o s i a n a . S in A z o ­

r ín , s in s u s t e x t o s p e n e t r a n t e s y e s c l a r e c e -

d o r e s , la o b r a cr í t ica d e C a s a l d u e r o , Ricar­

d o G u l l ó n , Pa t t i son , B e r k o w i t z , Ju l ián M a r í a s

y J o s é F. M o n t e s i n o s , s u s b i ó g r a f o s e h i s t o ­

r i a d o r e s m e j o r d o t a d o s , ser ía f r a n c a m e n t e

i m p o s i b l e . D e A z o r í n , d e s u p l u m a , sa l i e ­

r o n los p u n t o s c a r d i n a l e s q u e d i e r o n d i r e c ­

c i ó n a t o d o s los e s t u d i o s p o s t e r i o r e s . S in

e m b a r g o , pa ra e l r es to d e la G e n e r a c i ó n

d e l 9 8 y p a r a casi t o d o s los q u e p e r t e n e ­

c i e r o n a la d e l 27 , B e n i t o Pé rez G a l d ó s s ig ­

n i f i có p o c o . Se le l l egó a m o t e j a r d e e s c r i ­

t o r g a r b a n c e r o p o r s u s u p u e s t a í n d o l e

g r o s e r a y p o p u l a r ; los t i e m p o s a p u n t a b a n

— c o n e l a r t e d e l s ig lo XX d i r i g i d o p o r las

v a n g u a r d i a s — hac ia u n a s o f i s t i c a c i ó n q u e ,

e n s u c e g u e r a e l i t i s ta , n o p u d o a p r e c i a r su

p r o f u n d o h u m a n i s m o . C e g u e r a s d e a n t a ­

ñ o q u e n o se c u r a r o n e n E s p a ñ a has ta m u y

r e c i e n t e m e n t e , p u e s a ú n e l c e n t e n a r i o d e

s u n a c i m i e n t o ( 1 9 4 3 ) n o t u v o e l l u c i m i e n ­

t o i n t e l e c t u a l q u e se e s p e r a b a , ya q u e e l

h o m e n a j e c o r r i ó a c a r g o d e l g o b i e r n o y d e l

p u e b l o , s in u n a p r e s e n c i a s ign i f i ca t i va d e

los esc r i t o res . En la a c t u a l i d a d , c o n la p e r s ­

p e c t i v a d e u n a c e n t u r i a , s in los d o g m a s q u e

h a c e n q u e u n a g e n e r a c i ó n l i terar ia n u e v a

r e c h a c e v i r u l e n t a m e n t e a la an te r io r , c o n e l

t r a b a j o d e m u c h o s g a l d o s i a n o s q u e lo h a n

a q u i l a t a d o s e r e n a m e n t e , s u f i gu ra a d q u i r i ó

s u v e r d a d e r a m e d i d a y e s ya , o t ra vez, m a e s ­

t r o i n d i s c u t i d o . 1

En M é x i c o , los v a i v e n e s d e su f o r t u n a

l i terar ia h a n c o r r i d o p o r d i f e r e n t e s s e n d e ­

ros. Hac ia e l s ig lo XIX, s u s c o n t e m p o r á n e o s

d e acá n o le v a l o r a r o n d e b i d a m e n t e , u n

p o c o p o r i g n o r a n c i a y u n m u c h o p o r q u e se

t r a taba d e u n escr i to r e s p a ñ o l ( e n a q u e l l o s

t i e m p o s a f r a n c e s a d o s n a d a d e a q u e l pa ís

i n t e r e s a b a ) . N u e s t r o s esc r i t o res d e f i n e s d e l

s ig lo XIX lo l e y e r o n m u y p o c o y f u e r a d e

a l g u n a s no t i c i as supe r f i c i a l es , e n r e a l i d a d

d e s c o n o c i e r o n su h o n d u r a , su g r a n o f i c i o y

c a l i d a d . C o n e l a u g e d e la N o v e l a d e la Re­

v o l u c i ó n M e x i c a n a , c o n e l i n t e rés d e s p e r t a ­

d o p o r la p r o b l e m á t i c a soc ia l e n la l i t e ra tu ­

ra, e l n o m b r e d e G a l d ó s , c o m o f ie l re t rat is ta

d e t o d a s las c lases soc ia les d e España , f u e

r e c u p e r a d o y e n s a l z a d o . Sus l ib ros c o n o ­

c i e r o n m e j o r e s t i e m p o s y las e d i c i o n e s e s ­

p a ñ o l a s y a r g e n t i n a s d e sus o b r a s l l ega ron

a m p l i a m e n t e a n u e s t r a s l ibrer ías.

H a c i a los a ñ o s c u a r e n t a , A g u i l a r Ed i tor ,

h i z o c i rcu la r c o n m a y o r p r o f u s i ó n s u s o b r a s

c o m p l e t a s , y e n t o n c e s p u d i e r o n c o n o c e r ­

se a l g u n a s a n t e s l e ídas . Po r e j e m p l o , s u s

t e x t o s b i o g r á f i c o s , s u s ú l t i m a s n o v e l a s y

Episodios Nacionales, s u s b i t á c o r a s d e v i a ­

je , s u s a m o r o s o s b o c e t o s d e T o l e d o , s u

G u í a d e M a d r i d y o t r a s o b r a s r e u n i d a s b a j o

e l t i t u l o g e n é r i c o d e Miscelánea. N u e s t r o s

e s c r i t o r e s , n u e s t r o s l e c t o r e s , p o r v o c a c i ó n

rea l i s ta , a c o g i e r o n c o n b e n e p l á c i t o d i c h a

e d i c i ó n . I n c l u s o e n p r i m a r i a s , s e c u n d a r i a s

y p r e p a r a t o r i a s , a l g u n a s d e e l l as t u v i e r o n

c a b i d a : Doña Perfecta, Mananela, Trafal­

gar, La Corte de Carlos IV, Fortunata y Ja­

cinta, s i r v i e r o n d e i n c i t a c i ó n hac ia la l e c t u ­

ra a m u c h o s p r o f e s o r e s d e e s p a ñ o l y

l i t e ra tu ra . A h o r a e n e s t o s t i e m p o s d e c o m ­

p u t a c i ó n d e s a f o r a d a , y p r o g r a m a s t e l e v i s i ­

v o s in te rga lác t icos , los p r o f e s o r e s c o n t i n ú a n

b u s c a n d o i n t e resa r a los j ó v e n e s e n d i c h a s

n o v e l a s . P e r o si e l m i s m í s i m o Principito

c a u s a b o s t e z o s , q u é e s p e r a r d e Fortunata

y Jacinta o Doña Perfecta q u e , c o n su ex­

c e s o d e p á g i n a s y s u o l o r a ve jez , e s c a s a ­

m e n t e p a r e c e n a t rac t i vas .

L e y e n d o El Abuelo — c o m o q u i e n r e c o n o ­

ce lo ya a n d a d o - , m e fu i a d e n t r a n d o g u s t o s o

e n la char la d e a q u e l cu r ioso e m p e d e r n i d o ,

d e a q u e l infat igable c a m i n a d o r d e la c i u d a d

d e M a d r i d q u e f u e Ben i t o Pérez Ga ldós . Su

t r a m a senci l la, basada e n la f ábu la m e d i o e v a l

de l Rey C iego q u e d e b e r e c o n o c e r a su ver­

d a d e r a n ieta, m e devo l v i ó a los a ñ o s e n q u e

la lectura era para m í u n g ran placer, n o u n a

ob l igac ión d e t rabajo. N o v e l a d ia logada , t rans­

p a r e n t e y l ímp ida , i n g e n u a y sabia, q u e revela

la m a n o de l maes t ro , e n sus pág inas s u p e

reencon t ra ra ese escri tor i m p e r e c e d e r o , s i e m ­

p re j o v e n y s i e m p r e actua l .

Luis RAMÓN BUSTOS (México, D . R, 1 9 5 5 ) Ensa­

yista y per iodista, es un a tento lector de la

literatura del siglo XIX, c o m o lo p robó desde su

pr imera colaboración con esta revista, el ensayo

sobre la correspondencia entre el portugués Ega

de Queiroz y el brasi leño Machado de Assis,

aparecido en nuestro n ú m e r o 5 2 .

p a s t o a l o s p r o d u c t o r e s c i n e m a ­

t o g r á f i c o s y s e r i e s h i s p a n a s p a r a

la T V ( m u c h a s d e e l l a s m a g i s t r a ­

l e s c o m o Fortunata y Jacinta); e l

g r a n p ú b l i c o s u e l e a d m i r a r e s a s

o b r a s s i n a d v e r t i r la e s t a t u r a d e l

e s c r i t o r e n q u e s e a p o y a n y, p o r

s u p u e s t o , s i n a n i m a r s e a c o m p r a r

y l e e r s u s l i b r o s .

M u c h o s o t r o s e s c r i t o r e s f a v o ­

r e c i d o s p o r l a f a m a y e l p r e s t i g i o

i n t e l e c t u a l s u e l e n s u f r i r e l d e s c o n ­

s u e l o d e n o s e r e n s a l z a d o s p o r

a l g u n a s e c c i ó n d e s u o b r a q u e s u s

l e c t o r e s n o a p r e c i a n . P o r e j e m p l o ,

J e a n G i o n o , d e q u i e n se p u b l i c a n

a q u í f r a g m e n t o s d e s u Diario y t r e s

d e s c o n o c i d a s h i s t o r i a s s u y a s p a r a

la t e l e v i s i ó n , h u b i e r a q u e r i d o a l ­

c a n z a r a l g ú n r e c o n o c i m i e n t o c o m o

a u t o r d e c i e r t a s o b r a s d e f i c c i ó n ;

as í l o h a c e v e r l a e n t r e v i s t a d e B e r ­

n a r d F a u g o n n i e r c o n S y l v i e G i o n o

( " M i p a d r e " , q u e t a m b i é n p u b l i c a ­

m o s ) , c u a n d o a f i r m a q u e f u e " u n

f a b u l a d o r i n j u s t a m e n t e s o s l a y a d o

τ n u e s t r a s l a t i t u d e s " .

A u n l o s a u t o r e s d e o b r a s m a -

ú s c u l a s , q u e s o n la p i e d r a a n g u -

a r d e l o s c i n c o s i g l o s d e l i t e r a t u ­

r a q u e l o s s u c e d e n , l l e g a r o n a

c r e e r q u e n o e r a n e s a s , s i n o o t r a s

p r e d i l e c t a s s u y a s l a s q u e l o s c o n ­

d u c i r í a n a l a p o s t e r i d a d . N o e s

n e c e s a r i o o f e n d e r l a c u l t u r a d e

n u e s t r o s d e s o c u p a d o s l e c t o r e s

r e c o r d a n d o q u e e l p r o p i o d o n

M i g u e l d e C e r v a n t e s t e n í a e n m á s

a l t a e s t i m a e s t é t i c a s u Persiles q u e

s u Don Quijote.

E n l a p r e s e n t e e n t r e g a d e la

r e v i s t a , y p a r a c o n m e m o r a r e l v i -

g é s i m o q u i n t o a n i v e r s a r i o l u c t u o s o

d e J o s é R e v u e l t a s ( 1 9 1 4 - 1 9 7 6 ) ,

p u b l i c a m o s t r e s c a r t a s i n é d i t a s

s u y a s d e l o s a ñ o s 3 0 , c o n u n a p u n ­

t e d e A n d r e a R e v u e l t a s y u n e n s a ­

y o d e P h i l i p p e C h e r o n ( a m b o s

e d i t o r e s d e l a v a s t a o b r a c o m p l e t a

d e l a u t o r d e Los Días Terrenales),

s o b r e la o b r a n a r r a t i v a d e l a u t o r

d e e n o r m e t a l e n t o , q u e a d q u i r i ó

d e s d e l a j u v e n t u d c o n s i d e r a b l e

f a m a y f u e o b j e t o d e c o n t r o v e r s i a

p o l í t i c a c o n s t a n t e , p e r o q u e n o

c o n s i g u i ó t a m p o c o e l a p l a u s o

m a y o r p o r l a s e c c i ó n d e s u t r a b a j o

n o v e l í s t i c o y e n s a y í s t i c o , a u n q u e sí

l o h i z o p o r s u s m a g i s t r a l e s c u e n ­

t o s y r e l a t o s c o r t o s d e la j u v e n t u d

y d e l a m a d u r e z , d e s d e s u Dios en

la Tierra, d e 1 9 4 4 , h a s t a Dormir

en Tierra, d e 1 9 6 0 , El Apando, d e

1 9 6 9 o Material de los sueños, d e

1 9 7 4 . E n p á g i n a s i n t e r i o r e s h a c e ­

m o s o t r o b r e v e c o m e n t a r i o s o b r e

R e v u e l t a s y s u o b r a .

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ESPUEST

o l a v e r d a d q u e s e l e v a n t a ALFONSO MONTELONGO

LA A

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Loin d'étre oux lois d'un homme osservie,

Moriez-vous, mo soeur, o la philosphie l

Moliére

A más de trescientos años de que murió sor Juana, nues­

tras certidumbres acerca de su vida no son tantas como

podría creerse, dada la cantidad de escritos que ha suscita­

do. El crítico maneja un conjunto de datos sospechosos, pues

no hay otros; acepta algunos, rechaza los demás, y sobre tal

fundamento edifica biografías verosímiles y/o agradables a

su paladar. Este carácter especulativo general no quiere de­

cir que todos los ensayos biográficos sorjuanescos sean igua­

les, claro; hay algunos que arrastran al lector con blanda y

apetecida violencia, que provocan admiración no sólo por la

poetisa, sino también por el crítico. Tal es el caso de Sor

Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, de Octavio Paz,

y «Sor Juana y los hombres», de Antonio Alatorre. Éstos son

los que me han impulsado a escribir lo que sigue.

Correré el riesgo de establecer relaciones descabella­

das, pero aspiro a tener antepasados ilustres: Alfonso Reyes

equiparó a sor Juana con Paul Valéry; Paz, con Stéphane

Mallarmé; Robert Graves descubrió lo irlandés de la monja y

por eso la comparó con la poetisa medieval Liadan de Cor­

kaguineyJ ; yendo un paso más lejos, Xavier Villaurrutia la

equiparó a Simbad y Ulises, figuras francamente mitológi­

cas. Aunque por supuesto no me creo capaz de igualarlos,

me propongo analizar el principal documento sobre la vida

de la poetisa, su Respuesta a sor Filoteo de la Cruz, aplican­

do un concepto actual de autobiografía. Para terminar me

uniré al coro de especulaciones sobre la «conversión» de la

inmensa escritora colonial.

A continuación refiero en pocas palabras la historia de la

Respuesta. En 1690, a instancias del obispo de Puebla,

Manuel Fernández de Santa Cruz, sor Juana escribió la Carta

otenogórica en la que criticaba un sermón pronunciado por

el célebre pensador jesuita Antonio Vieira unos cuarenta años

antes. Se dice que este acto fue de rebeldía y causó represa­

lias contra su autora. Me permito dudarlo, pues el teólogo

portugués le había mejorado la plana a San Agustín, Santo

Tomás y San Juan Crisóstomo, por lo que sor Juana defen­

dió a las grandes autoridades de la Iglesia; pero ya volveré a

este punto. De cualquier modo, en noviembre de ese año el

obispo publicó la Carta junto con una admonición a la mon­

ja firmada por él con el seudónimo de sor Filotea. En ésta la

'Éstas son las palabras del gran escritor: Now, though both Liadan and Juana were young and famous women poets who took vows of celibacy and submitted to ecclesiastical discipline, it was Juana's Irishness, rather, that the first led me compare them. Juana not only combined Christian ethics with pagan emotion, and profound learning with easy Iyricism, like the o/lomhs, but had inherited their technique by way of the early medieval Latin hymns and the anti-monastic ballads of the Gol-liards. ." •

Ahora bien, aunque tanto Liadan como Juana fueron poetisas jóvenes y famosas que hicieron votos de celibato y se sometiron a disciplina eclesiás­tica, lo irlandés de Juana fue lo que me llevó a compararlas. Juana no sólo combinaba la ética cristiana con la emoción pagana y el saber profundo con la facilidad lírica, como los o/lomhs, sino que había heredado su técnica a través de los primeros himnos latinos medievales y las baladas antimonás­ticas de los goliardos. Las traducciones de citas son mías. (A)

11

exhortaba a dejar las letras profanas por las sacras y crit ica ba

su opinión de que «la mayor fineza de Cristo» (la mejor prueba

de su amor) es no hacer ninguna, lo cual, en el catolicismo,

es atribuir demasiada importancia al libre albedrío.

Luego de tres meses, sor Juana contestó con la Res­

puesta, la cual, como afirma Paz, es «un documento único

en la historia de la literatura hispánica, en donde no abun­

dan las confidencias sobre la vida intelectual, sus espejis­

mos y sus desengaños». En ella expone estos puntos bási­

cos: la contradicción entre vida religiosa y estudios profanos

es formal, no esencial; éstos últimos son peldaños legítimos

hacia los sacros, más arduos y elevados; el ejercicio honesto

de la poesía no es censurable; todas las mUjeres merecen la

oportunidad de cultivarse en las artes y ciencias, tantos las

sacras como las profanas; nada de lo anterior contraviene

los mandatos de la Iglesia.

Desde el punto de vista de la retórica clásica,2 la Res­

puesta es una cruza de discurso forense (oratio ) y «carta

familiar», género derivado del anterior; sor Juana demuestra

manejar ambos con virtuosismo. Su estructura corresponde

a la del primero: «exordio» (o introducción), «narración» (re­

cuento de los hechos del caso, líneas 216-844), «prueba»

(confirmación o demostración del argumento y refutación

de las afirmaciones contrarias, 11. 845- 141 8) Y «peroración»

(o conclusión, 1419-38). Dada su intención de informali­

dad, la «narración» es la parte más extensa, no la «prueba», a

diferencia de la Carta otenogórica.

Esta aparente informalidad se debe a que el obispo la

había reprendido por sus «excesivos» conocimientos profa­

nos. No le convenía responder con un despliegue de saber

escolástico en tono formal ; por eso disimuló el carácter de

su contestación, defensa de sus derechos intelectuales, con

el maquillaje de la confidencia.

El «exordio", cuya función es obtener la atención y bene­

volencia del destinatario, introduce la nota de «modestia afec­

tada» que recomienda Cicerón ; luego sor Juana presenta

cautelosamente parte de la exposición. Tras declararse hu­

milde y arrepentida (11. 117-20), justifica su inclinación a las

letras, por ser un impulso de origen divino, y su escaso cul­

tivo de las letras sacras, porque se las prohibe «el sexo, la

edad y, sobre todo, las costumbres». Después, apelando a la

simpatía del destinatario, refiere las amonestaciones y difi­

cultades que ha padecido. Para terminar esta sección pro­

mete decir cosas que nunca ha dicho (11. 207- 14).

A lo largo de la carta sor Juana insiste en presentarse

como servidora humilde y respetuosa. Por un lado pone a

su interlocutor en las nubes; por otro, rebaja sus propios

méritos hasta el punto de que considera necesario anticipar­

se a la acusación de insinceridad (11. 44-45) .

En la «narración» muestra qué la lleva a estudiar y los

sufrimientos que le ha acarreado hacerlo; tanto el principio

como el fin de esta parte están claramente señalados, lo

cual puede ser indicio de la importancia que le atribuye. En

ella expone sus méritos y los obstáculos que ha vencido.

En las líneas 835-38 presenta sus puntos principales; luego

pone el caso en manos del juez (11. 840-42), cambiando al

tono más formal de la «prueba», que defiende el derecho

'En este párrafo y los siguientes seis adopto ideas de Rosa Perelmuter Pérez.

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femenino a estudiar y escribir, enumerando mujeres céle­bres por su saber en la antigüedad y en su propia época.3

Demuestra que redactar la Corto no fue un delito, que no lo es componer versos, y que su condición femenina no po­dría volver criminales dichas actividades. Sor Juana dedica el resto de la « prueba» a mitigar la impresión de que ha escrito una defensa, llegando a negar abiertamente el carácter de la misiva (11. 1303-10). Después vuelve al tono h"umilde em­pleado en el «exordio» (11. 1321 -52) . Para terminar esta sec­ción vuelve a subrayar los aspectos favorables de su carácter (generosidad, indiferencia ante la fama, etc.).

Para no destruir el efecto de intimidad creado, la «pero­ración» apela a las emociones del juez (en lugar de recapitu­lar los argumentos, como el discurso forense tradicional), siguienJo una recomendación de Quintiliano.

El propósito de esta descripción detallada de la Res­puesto es subrayar su carácter artificioso, que es precisa­mente lo que deseo comentar. Varios poetas ilustres han interpretado la vida y obra de sor Juana: Octavio Paz, Gabrie­la Mistral, Pedro Salinas y Amado Nervo; el padre Diego Ca­lleja es el primero reconocido como tal, pero, en mi opinión, la propia monja debería encabezar la lista.

Frederick Luciani nos recuerda que, cuando sor Juana es­cribió la Respuesto, los lectores de ambos lados del Atlántico la llamaban ya Fénix y Décima Musa; no podía sino tener presen­te a la sor Juana textual que circulaba. Es seguro que también ella releyó su vida en términos literarios, que le sirvieron de paradigma las biografías de mujeres (históricas y ficticias) que habían leído. Así, es muy posible que se apropiara de una for­ma literaria como la erudita «mujer esquiva» de las comedias del Siglo de Oro (entre otras, la doña Leonor de Los empeños de uno coso), que solía disfrazarse de hombre, e inventara algunas anécdotas como parte de su defensa feminista. Decir esto no significa cuestionar su validez fundamental, ya que sor Juana vivió la mayor parte de su vida en el reino de los libros.4

En la Respuesto hay mentiras evidentes que apoyan esta idea. Por ejemplo: no juzgo que se habrá visto una copla mía indecente. Demás, que yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos» (11. 1263-65); «en lo poco que se ha impreso mío, no sólo mi nombre, pero ni el consentimiento para la impresión ha sido dictamen propio, sino libertad ajena que no cae debajo de mi dominio» (11. 1384-87). Respecto a la decencia de sor Juana, recuérdense los sonetos satírico-burlescos que le debemos;

'Aquí viene a cuento esta afirmación de Angelo Morino: [L)o que Sor Juana Inés pretende fundamentar, con su búsqueda de testi­monios del pasado, es una tradición inexistente. La monja alcanza sólo a trazar una línea de excepciones nunca organizadas en un sistema reconoc­ido. (27) ' Luciani termina su atinada crítica a Las trampas de la fe con estas pala­bras: [L)ike the Sor Juana of the Reply of Sor Filotea, the Paz of the Pitfalls of Faith is "late Paz", a Paz who has long ago passed into the literary canon ... He is also, like the late Sor Juana, a writer at the peak of his talents. That is why Sor Juana he "restores" seems so palpably alive, despite the obvious -and acknowledged- lIusioriness of the portrait. as consummate writer, Paz can­not read fidions without engendering new ones, or dissed a metaphor without bringing it to new life. (22) Al igual que Sor Juana de la Respuesta a Sor Filotea, el Paz de Las trampas de la fe es "Paz maduro", un Paz que lleva mucho tiempo de pertenecer al canon literario ... Además, al igual que la Sor Juana madura, es un escritor en la plenitud de su talento. Por eso la Sor Juana que "reconstruye" parece tan viva, no obstante el obvio (y reconocido) caráder ilusorio del retrato. Como escritor consumado, Paz no puede leer ficciones sin engendrar otras, ni analizar metáforas sin darles vida nueva.

11

en cuanto a su indiferencia ante las publicaciones, Octavio Paz describe sus afanes por verse en letras de molde: juntó sus poemas, los mandó copiar, los envió a España y escribió un prólogo en verso que va al frente del volumen. Los textos que componen el segundo tomo de sus obras también fue­ron recopilados, copiados y enviados a España por ella.

Estas reflexiones suscitaron otras sobre la naturaleza de la Respuesto. En primer lugar, ¿es autobiografía? En segun­do, ¿cuál es el valor documental de una autobiografía? Se­gún los criterios de Philippe Lejeune (para mí, por ahora, la máxima autoridad en este campo), la Respuesto tiene mu­cho en común con la autobiografía, y lo que la diferencia no es su carácter de autodefensa. En efecto, el documento re­úne las características definitorias del género:

1. La forma del lenguaje: a) relato b) en prosa

2. El tema tratado: vida individual; historia de una personalidad

3. La situación del autor: a) identidad del autor con el narrador y el personaje b) visión retrospectiva del relato

Lejeune sitúa el nacimiento de la autobiografía alrede­dor de 1760; al igual que a su coetáneo, el diario íntimo, la considera uno de los signos de la transformación del con­cepto de persona ligado íntimamente al comienzo de la civi­lización industrial y al encumbramiento de la burguesía. Para él, emplear esta categoría para clasificar textos anteriores es exponerse, por una parte, a errores de lectura (falsear los textos para hacerlos entrar en nuestras categorías) ; por otra, a un error global sobre la literatura de esa época. La existen­cia de una verdadera historia de la personalidad, el senti­miento de la originalidad e incluso la distinción entre biogra­fía y autobiografía son fenómenos modernos. Sin embargo, me gustaría señalar los principales rasgos que la epístola de sor Juana comparte con género tan actual.

En primer lugar tenemos un «pacto autobiográfico» (una especie de acta de nacimiento del discurso) en el que el autor se interroga sobre el sentido, los medios y el alcance de su gesto; afina la voz, elige el tono, el registro en el que va a hablar; define a su lector y a las relaciones que se pro­pone tener con él; en general. escoge su papel. Es la clave del discurso: «y hablando con más especialidad os confieso, con la ingenuidad que ante vos es debida y con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre ... » (11. 128-31). Además, no basta que el autor use palabras como éstas, es menester que el lector tenga razones para creerlas.

En segundo, esa conducta exhibida, esa interrogación sobre lo que se hace no termina con el pacto autobiográfi­co; a lo largo de la obra la presencia del narrador sigue sien­do explícita y a veces indiscreta. Esto es lo que distingue al relato autobiográfico de otras formas de relato en primera persona : establece una relación constante entre el pasado y el presente; pone en escena la escritura.

En tercero, la autobiografía no es simplemente un relato en el que predominan los recuerdos íntimos; implica un esfuerzo de ordenar esos recuerdos y formar una historia de la personalidad del autor. Escribir una autobiografía es tratar

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de captar la propia persona en su totalidad, en un movimien­to de recapitulación y síntesis del yo. Uno de los medios más seguros para reconocer una autobiografía es ver si el relato de la infancia ocupa un lugar significativo o, más en general, si el relato pone el acento en la génesis de la personalidad.

En cuarto, la retórica de la autobiografía se desarrolla en dos direcciones: lo inconfesable y lo inefable. Por un lado, mos­trándose al destinatario por amor a la verdad, el autor tiene que vencer la vergüenza. Lo que da valor a la confesión es la reti­cencia, por lo que es necesario exhibirla : «Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo, Señora mía, creo que sólo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi boca jamás, excepto para quien debió salif) (11. 207-10). Por otro, el autor no se cree capaz de referir ciertas emociones; hay momentos misteriosos, cuya vibración percibe, que están más allá de todo lenguaje: « ...

de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decif) (11. 79-83).

En quinto y último, el autor escribe casi de mala gana, a pesar de su vanidad ; lo hace por altruismo, por generosidad o por sentido del deber:5

Y, a la verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar gusto a otros; no sólo sin complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio que pide la obligación de quien escribe. (11. 167-72)

Examinemos ahora la veracidad de la autobiografía. No es seguro que la verdad exista independientemente de quien la busca e independientemente del tipo de discurso que emplea. Sin embargo, a diferencia de la mitomanía ingenua que diariamente ejercemos al pensar en nosotros mismos, el autobiógrafo intenta hacerse consciente de su mito y darle el máximo de realidad. En ello insiste Ralph-Rainer Wuthenow:

11 faut tenir compte du fait qu'on ne peut qu'assez naivernent considérer une histoire de soi comme source historique ou docu­ment d'une vie qui serait hors de toute fidion. Au contraire: la fic­

tion y entre malgré I'intention de l' auteur d' etre sincere, car se souve­nir c'est aussi un peu s'inventer.

[Hay que tener en cuenta el hecho de que sería muy ingenuo ver

una historia de sí mismo como fuente histórica o documento de una vida, al margen de toda ficción. Al contrario, la ficción se mezcla aunque el autor tenga la intención de ser sincero, pues recordarse también es un poco inventarse.]

Si bien tenemos el derecho de exigir a la autobiografía un proyecto de sinceridad, tenemos el deber de no dejarnos

engañar por la oposición sinceridad/ficción que implica. Debemos tener presente que la autobiografía no es más que una ficción producida en condiciones particulares.

Es interesante observar los paralelismos de la Respues­ta con otras ilustres autobiografías. A continuación señalaré (y nada más) algunos.

1. El Discours de la méthode de René Descartes tal vez

' Los autobiógrafos religiosos anteriores a la Revolución Industria l escribier· on casi siempre por órdenes de sus superiores; su relato debía servir de obra para la edificación de la comunidad o de base para alguna hagiografía.

13

sea el prototipo de la autobiografía por la forma al mismo tiempo sencilla y poderosa en que el relato exp li ca cómo se construye una personalidad intelectual en reacción contra el mundo que la rodea ; además, el Discours ocupa un sitio

muy especial en la producción de Descartes: no funciona como obra teórica, sino como balance personal.6

2. La experiencia que inspiró Les confessions de Jean­Jacques Rousseau fue la de una gran inadaptación: su lucha se debió a que en realidad nunca pudo encontrar su lugar en su profesión ni en algún estado civi l (padre de

familia, esposo, etc.) . Me parece que esta experiencia tie­ne mucho en común con la de sor Juana. Por otra parte, como bien señala Marie-Cécile Bénassy-Berling (<<I ntellec­tuelle»), ambos describieron en forma similar el inextrica­ble tejido que forman las ciencias. Compárese el sigu ien­te pasaje con las 11. 410-17 de la Respuesta:

Pour peu qu'on ait un vra i goüt pour les sciences, la premié­re chose qu'on sent en s'y livrant, c'est leur liaison, qui fait qu'elles s'attirent, s'aident, s'éclairent mutuellement, et que I'une ne peut se passer de I'autre. Quoique I'esprit humain ne puisse suffire á

toutes, et qu'il en faille toujours préférer une comme la principa­le, si ron n'a quelque notion des autres, dansla sienne me me on se trouve souvent dans I'obscurité. Les confessions, (la. parte, libro sexto)

[Si uno tiene aunque sea leve inclinación a las ciencias, lo

primero que siente al entregarse a ellas es su relación, que hace que se atraigan, se ayuden, se expliquen mutuamente,

y que no pueda una prescindir de otra. Si bien el espíritu humano no puede abarcar todas, y siempre hay que desig­nar a una la principal, si no tiene uno cierta noción de las otras, es frecuente que se halle a oscuras en la propia.]

6LeJeune indica el posible anacronismo de leer el D/scours como obra au· tobiográfica, ya que esta interpretación, relativamente reciente, apenas se remonta a Paul Va léry.

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3. Los escritos científicos de Johann Wolfgang von Goethe

contienen muchas reflexiones de carácter autobiográfico; el

autor explica las circunstancias personales de sus observa­

ciones, experimentos y descubrimientos, pues no quiere

separar las ciencias naturales del individuo que se ocupa de

ellas. Como el individuo es quien practica el conocimiento

de la naturaleza, empieza a conocerse dirigiéndose a la na­

turaleza en vez de observarse a sí mismo. Esto es lo que

hace sor Juana en las 11. 736-834 de la Respuesto . 4. Las circunstancias en las que el cardenal John Henry

Newman escribió su Apología pro vito suo hacen sospe­

char de su franqueza : en lugar de la tranquila relación

retrospectiva del autobiógrafo tradicional, es una obra pu­

blicada en siete partes semanales para responder a una

acusación de falsedad.

Por último, como dije al principio, quiero dejar claro que

no estoy de acuerdo con la opinión dominante (la de Paz)

sobre la «conversión» final de sor Juana: que fue víctima de

una intriga entre jerarcas de la Iglesia. Según esta hipótesis,

el obispo de Puebla estaba resentido con el arzobispo de

México, Francisco Aguiar y Seixas, quien se había valido de

artimañas para apoderarse de ese puesto, que Fernández

de Santa Cruz merecía. Así pues, indujo a la monja a escri­

bir la Corto otenogórico, que atacaba a Vieira e indirecta­

mente a su amigo Aguiar y Seixas; después la publicó, fin­

giendo reprender a su autora. Esta contestó con la insolente

Respuesta, que la hizo perder a su protector y ganar el

odio del arzobispo. Aterrada por vagas presiones de esos

dignatarios, resolvió abandonar su verdadera vocación para

salvar una vida que así despojada carecía de valor.

Este final no está a la altura del mito de sor Juana. No se

entiende cómo podía cerrársele el mundo a una mujer que

había demostrado tanta habilidad en los asuntos terrena­

les. Yo preferiría creer que fue una decisión libre, tan libre

como puede ser una decisión humana. Reyes lo dice así:

«Cuando ya nada le faltaba, descubre que le falta todo»

(106). En los artículos «Hipótesis sobre la 'conversión' final

de sor Juana» y «Más sobre la conversión de sor Juana»,

Bénassy-Berling apuntala esta idea. Sus argumentos son

los que siguen:

a) En la Respuesto la monja no se muestra particular­

mente medrosa. No hablaría de la Inquisición si ésta la

hubiera amenazado; no compararía sus padecimientos con

los de Cristo si altos clérigos hubieran intentado someterla

al orden.

b) Al obispo de Puebla no le desagradó la Respuesto, puesto que, unas semanas después de recibirla, dio su visto

bueno para la impresión de los Villancicos o Santo Cotorino, aún más atrevidos que la misiva. Por otra parte, Fernández

de Santa Cruz ayudó a sor Juana, pero no podía defenderla

más abiertamente: habría sido inmiscuirse en los asuntos

de una diócesis ajena.

c) No es probable que hubiera enemistad entre el obispo

de Puebla y el arzobispo de México. En realidad, Fernández

de Santa Cruz rechazó otros altos cargos: desde 1692 insis­

tió en renunciar a su obispado y, en 1696, no aceptó el

cargo de virrey de la Nueva España.

d) En enero de 1692, tras la publicación de los Vi­llancicos, sor Juana compró una celda (de varias habita­

ciones) en el convento. Esto iba contra su voto de pobre­

za, por lo que requería una dispensa del arzobispo; éste

15

le demostró su «i nquina» concediéndosela en menos de una semana.

e) Lo que sor Juana hizo en 1694, ya lo había intentado

en 1667, cuando pasó tres meses en un convento de car­melitas descalzas.

Pasando al terreno de las especulaciones, postulo que

en ese tiempo la monja resolvió que le era imposible su­

perarse en lo artístico y por ello decidió cambiar de vida.

Otros grandes autores han renunciado a la escritura : Niko­

lai Gogol, Arthur Rimbaud, Juan Rulfo ... Para mí, estos ca­

sos son del todo incomprensibles, pero su realidad es sóli­da, contundente, irrefutable.

Obras citadas

A1atorTe, Antonio. «Sor Juana y los hombres.» EstudioS [ Méxlcol7 ( 1986): 7-27

Bénassy-Berling, Marie-Cécile. «Hipótesis sobre la 'conversión' final de sor Juana.» UniverSidad de MéXICO 30.3 (1975): 21-24.

- «Une intelleduelle dans I'Amérique coloniale: Sor Juana Inés de la Cruz.» Les longues néolotlnes 187 (1968) : 3-35.

- «Más sobre la conversión de sor Juana.» Nuevo Revisto de Fdologío Hispánica 32 (1983) 462-71.

Cruz, Sor Juana Inés de la. Corto otenogórlco. Obras completos. Ed. Al­berto G. Salceda. Vol. 4. México: Fondo de Cultura Económica, 1957. 41 2-39

-- Festejó de los empeños de uno caso. Obras completos. Ed. Alber­to G. Salceda. Vol. 4. México: Fondo de Cultura Económica, 1957 3- 184

-- Respuesto o sor Filo tea. Obras completos. Ed. Alberto G. Salceda.

Vol. 4. México: Fondo de Cultura Económica, 1957440-75

Graves, Robert. «Juana Inés de la Cruz.» Encounter 1.3 ( 1953) : 5- 13 ..

Lejeune, Philippe. L'outoblógrophle en Fronce. Paris: Armand Colin, 197 1.

Luciani, Frederick. «Odavio Paz on Sor Juana Inés de la Cruz: The Meta­phor Incarnate.» LoM American Llterory Revlew 15 (1987): 6-25.

Morino, Angelo. «Respuesta a sor Juana Inés.» Cuadernos Hispanoame­

ricanos die. 1987: 7-36.

Paz, Odavio. Sor Juana Inés de lo Cruz O los trompos de lo fe . 3a. ed.

México: Fondo de Cultura Económica, 1983.

Perelmuter Pérez, Rosa. «La estrudura retórica de la Respuesto o sor

Flloteo.» Hlspomc Revlew 51.2 (1983) : 147-58

Reyes, Alfonso. «Vi rreinato de filigrana.» Letras de lo Nuevo España. Por

Reyes. Tierra Fi rme, México: Fondo de Cultura Económica, 1948. 87-1 18.

Villaurrutia, Xavier. «Sor Juana Inés de la Cruz.» Obras. Por Vi llaurrutia.

2a. ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1966. 773-85.

Wuthenow, Ralph-Rainer. «Le passé composé.» Auloblogrophle el blo­graphle: Colloque de Heidelberg. Ed. Mirei lle Calle-Gruber y Arnold Rothe.

Paris: A.-G. Nizet, 1989. 39-52.

El escritor mexicano ALFONSO MONTELONCO, profesor de literatura en la State University of New Jersey, Rudgers, ha colaborado en dos ocasiones más con nuestra revista (véanse los números 43 y 55).

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Escritor anclado en el siglo XX, combatien­te asqueado de la Primera Guerra Mundial y feroz pacifista durante la segunda, Jean Giono fue un autor celebrado por sus con­temporáneos. Hundido durante largo tiem­po en el olvido, su obra ha vuelto a colocar­se recientemente en un primer plano.

A veces resulta más simple dejar que un escritor se asemeje a una suma de cli­chés; el discurso sobre su obra es previsi­ble y sus libros son fáciles de captar, pues han sido pasados por el molinillo de los lu­gares comunes. La tentación es aún más grande cuando conllevan un rasgo de exo­tismo o de folklore fácilmente identificable. Para el lector de hoy el caso de Jean Giono es ejemplar en este sentido. El redescubri­miento de su obra es un signo de los tiem­pos: hoyes posible consagrar a un escritor sin que el color local o la filiación filosófica sean tomados en cuenta. Sin duda Giono huele a carrascal, a queso de cabra y a la­vanda':Su universo novelístico está construi­do casi exclusivamente alrededor de su tie­rra natal. Sin embargo, destaca la oposición a Marcel Pagnol, relación amistosa pero bo­rrascosa con frecuencia: éste no ha descrito el sur de Francia sino por amor al terruño y la celebración un tanto limitada de un re­gionalismo de poca monta. Giono procede de otra manera: al igual que Faulkner (al que adoraba) u Onetti, utiliza muchas ve­ces -sin ubicarlos con precisión- los luga­res de su vida cotidiana y transforma ese espacio, casi mítico, en representación del universo. Manosque, donde residirá toda su vida, y la Provenza en general, son los esce­narios en los que se desarrollan sus nove­las. Escritor hogareño, no viajará sino a edad muy avanzada, y en buena medida para descubrir las raíces de su familia en el norte de Italia. Aunque es muy apreciado en los círculos literarios parisinps, nunca se sentirá a gusto en la capital a donde no irá si no se ve obligado a hacerlo -le parecía que el monumento más hermoso de Paris era la estación de Lyon, donde tomaba el tren para regresar a su tierra querida.

A Giono no le gustaba el mundo de las ideas y prefería elaborar historias sin esa carga filosófica que fue durante mucho tiempo crite­rio de calidad; para un novelista francés de la época de Sartre, Camus o Malraux. era difícil imponerse si sus relatos no contenían una

PHILLlPE OLLÉ - LAPRUNE moraleja fácilmente descifrable. No será céle­bre y reconocido sino hasta la Segunda guerra mundial. Sus dos editores, Grasset y Gallimard, se disputarán sus novelas a brazo partido. Es simpatizante de la izquierda que denuncia al nazismo pero, pacifista intransigente, se mal­quistará con todo grupo organizado o partido establecido; en una época en la que es indis­pensable tomar partido, Giono se rehusa a com­prometerse. Encarcelado al comienzo de la guerra a causa de sus convicciones, vivirá el conflicto mundial aislado en su casa y no obs­tante se verá amenazado por los militantes de la resistencia. La liberación permite a sus ene­migos comunistas condenarlo y encarcelarlo de nuevo. Saldrá lastimado de tales ordalías, pero más apegado que nunca a los valores anarquizantes que ya su padre había defendi­do. Así, sus libros pasan de un lirismo que a veces se antoja desbocado, a un arte más con­trolado, y más sue~o también. Sin duda el mun­do es menos una fuente de excitación que de interrogación; todas las grandes novelas que escribe a partir de ese punto, tienden más a la lucidez que al éxtasis lírico de sus libros inicia­les. Hay en esos textos un soplo que puede recordar a Melville (Giono tradujo Moby Dick) o a Stevenson y que le fascina a otro escritor norteamericano: Henry Miller. Giono se opo­nía a las explicaciones que despojan al mundo de sus misterios; Echaba pestes contra aque­llos que anhelaban suprimir los enigmas que hacen que la realidad se asemeje a una pagina de poesía. Si eligió su terruño para darle vida a sus personajes, fue porque sentía que las an­gustias y los placeres del mundo tenían lugar en ese espacio. Giono fue ante todo un fabula­dar genial y un desengañado amante del ab­soluto: adoraba los cielos azules de Provenza y de Italia, la paz de la que hizo su sola bandera y rechazó la literatura impregnada de explica­ciones reduccionistas tan queridas por los bu­rros pedagogos que él detestaba. Autodidacta, Giono jamas fue un hombre de ideas. Su arte consistió en construir personajes y situaciones que entrañan una extraordinaria carga moral. casi simbólica aunque involuntaria.

Por tal razón es normal que haya teni­do una relación muy estrecha con el cine. Pues de entrada sus novelas se prestan a la adaptación cinematográfica. Sus prime­ras experiencias en éste sentido son obra de su "hermano enemigo", Marcel Pag­nol, quien no consigue transmitir la ma-

17

jestuosidad de la obra de Giono, pues no conserva más que el aspecto folklórico y, con frecuencia, soslaya los elementos más perturbadores de sus relatos. Pero la de Giono y el cine es una historia que cobra­rá relevancia sólo en 1955. Anteriormen­te había propuesto varios proyectos de adaptación que no se realizaron, por lo cual se convirtió en guionista (de documenta­les, y de su novela Un roi sans divertisse­

ment) , productor (merced a la asociación Les Films Jean Giono ), director (con la película Crésus) e incluso, una vez, en teó­rico (con su libro Écriture etcinéma) . Aque­llo que podría llamarse su estilo cinema­tográfico se sitúa entre la vanguardia de Cahiers du cinéma y el "western" más que en la tradición de las cintas francesas de la época. Lo que le gusta, sobre todo, es el color de las imágenes y la depuración de una forme de expresión que prefiere sugerir.

Al final de la guerra, los periodistas norte­americanos de una prestigiosa revista comer­cial, lo visitan para solicitarle una historia ori­ginal. Giono no se hace del rogar y cuenta la aventura de los oficiales alemanes que fueron petrificados en un bosque cerca de Manosque. Los periodistas exigen pruebas y testimonios. El narrador se toma su tiem­po, gana algunos días, presionado por los periodistas ávidos de noticias sensacionales. Finalmente presenta a un personaje que ha­bía conocido a alguien que había visto alas autores de ese prodigio. Crispados, los re­porteros comienzan a acusarlo de mentiro­so. y Giono, que había cobrado ya una bue­na cantidad por su relato, exclama: « ¡cómo, señor periodista, usted no sólo me pide una historia sino que además quiere que sea verídica! ¡Sea usted civilizado!».

Hombre de lo fabuloso y lo imaginario, Jean Giono fue fiel toda su vida a un sim­ple principio creador: «Cuando se mira, ya no es posible imaginan>.

PHILUPE OLL~-lAPRUNE reside en México desde hace poco más de un lustro, a lo largo del cual ha promovido y auspiciado la traducción y edición de más de un centenar de libros de autores fran­ceses. Actualmente es director de la Casa Refu­gio Citlatépetl, afiliada al Parlamento Internacional de Escritores, así como de la revista de esa mis­ma institución : Líneas de fuga

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s Sylvie Giono dedica a su padre un hermoso libro de devoción filial, j

La Provence gourmande de Jean Giono, servido con espléndidas fotos de

André Martin. En una obertura y cuatro estaciones, entramos primero a los !

paisajes de Giono a través de una antología de textos en donde canta a la gloria de los sentidos. Luego, Sylvie Giono presenta algunas recetas de

platillos que se encontraban en la mesa del Paráis. Al final del volumen I

venen i a s «recetas literarias» del mismo Jean Giono.

Uno de los rasgos característicos del escritor fue la relación distante que a

veces mantenía con la realidad, por lo que no se gar^gtiza jpie sus recetas

aparezcan en los platos tal y como él las .(Ni J

Actualmente, la casa del Paráis en Manosque, provista de verdaderas

riquezas, ha permanecido tal y como estaba cuando Giono vivía. La asocia­

ción que administra el patrimonio Giono, una especie de multinacional fami­

liar dirigida por su hija, se ha instalado allí y la viuda del escritor, casi

centenaria, sigue viviendo en ella. Amplia, llena de libros V rodeada de

un jardín, domina la ciudad. Desde su estudio en el primer piso, Giono veía

los techos de Manosque que le hicieron imaginar la aventura de

Angelo en Le hussardsurle toit (El húsar en el tejado). En una de las recáma­

ras de la planta baja, en donde a Giono le gustaba fumar su pipa después de

comer y antes de retomar el trabajo, yace una magnífica cabeza tallada en

piedra, manchada por la transpiración de la palma de su mano, que parece

un vestigio precolombino. De hecho, ésta adornaba la fachada de

una granja en la región de Die, y tanto había impresionado a Giono, que para

comprarla tuvo que adquirir la granja al campesino que se negaba a venderle

solamente la cabeza. La biblioteca , de una riqueza prodigiosa, revela el eclecticismo y la bulimia de lectura de Giono.

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Con su hija Sylvie

eun (ENTREVISTA CON SYLVIE GIONO)

Hablemos primero de su libro. Giono goloso es un buen pretexto para entrar en la familiaridad del personaje ... Así es, se trata de un paseo por los gustos de mi padre. Son los platillos que él comía, que su madre le hacía, que mamá continuó haciéndole, y después, cuando venía a comer a casa, le hacía yo. Él se alimentó de todas esas recetas porvenzales.

¿Cuáles eran sus gustos culinarios? Era un hombre de olfato muy fino. No le gustaban los platillos complicados. Habría detestado la llamada «nueva cocina»; to­das esas mezclas estéticas de salado-dulce, de kiwis, de pe­queños jitomates no le importaban en lo más mínimo. Lo que le gustaba eran los abundantes platillos familiares; nada de entradas y nada de postres ni ensaladas. Estofados, ence­bollados y demás platillos copiosos y cocidos a fuego lento, o simplemente picar: gruesas rebanadas de pan de campo un­tadas con ajo y aceite, salchichón o queso de cabra. Cuando se iba a caminar por las colinas, ésa era su comida -pan de campo, salchichón y queso-, y después, a la hora de la comi­da, sus suculentos platos. Es lo que le hizo tanto daño. Adora­ba las menudencias -higado, corazón, riñones, tripas- y el queso de puerco lo volvía loco. Pero todo eso, junto con los platos de carne de animales silvestres y los estofados, le produ­cía gota, que desgraciadamente tuvo en el pulgar del pie dere­cho. Cuando tenía crisis de gota no podía escribir, y en esos momentos decía que sufría una crisis de injusticia aguda ...

¿Solía ir de caza? Para nada. Comía carne de animales silvestres cuando al-

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guien le llevaba, pero si hubiese tenido que alimentarse de la caza, se habría vuelto vegetariano. Mi padre nunca tuvo una escopeta o cualquier otra cosa que pudiera matar.

Pacifista hasta el final .. Sí, pero también algo cobarde, pues teníamos un gallinero y de vez en cuando teníamos que sacrificar una gallina vieja para prepararla a la cacerola, y tenía que venir el vecino a matarla ¡porque mi padre jamás habría matado una gallina l

¿Esta casa no ha cambiado desde su muerte? La casa sigue como si mi padre estuviera en ella; trabaJa­mos, siempre es alegre, mi madre está aquí. ..

¿Qué edad tiene su madre? Va a cumplir 98 años el dos de febrero, el día de las crepas. Mi padre le llevaba dos años.

Giono salía poco de esta casa ... Era un viajero sentado. Viajaba a través de sus libros. Pero salía todos los días, iba al correo, se paseaba por el canal de riego que pasa justo detrás de la casa, y al borde de la coli­na, a ocho kilómetros, hay una vista espectacular del valle del Durance.

Sus viajes ... Los hizo muy tarde. Tenía ya más de cincuenta años cuando empezó a viajar. Mi hermana y yo hicimos un viaje a Italia cuando jóvenes. Regresamos llenas de entusiasmo y le con-

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tamos' nuestra visión de Italia (por una vez nos tocaba hablar en lugar de él) y él quilO ir a ver por sí mismo. Preparó su viaje durante dos años, como un alpinista que va a escalar una mon­taña muy lejana, y se fue con unos amigos y mi madre en un automóvil pequeño. Fue en 1954 o 1955. Después volvió varias veces. Adoraba Italia; allí encontraba sus raíces. También fue a visitar a mi hermana que trabajaba como maestra en Chichester, en Inglaterra, y viajaron por Escocia, donde descubñó el país en que le habría gustado vivir, pues es un país de brumas, de mon­tañas, un país poco habitado. A él no le gustaban los lugares en donde hay demasiada gente. Le gustaba Manosque cuando sólo tenía cinco mil habitantes; cuando comenzó a volverse una ciu­dad importante y fea por crecer anárquicamente, sin planeación arquitectónica y de mal gusto, le desagradó profundamente. En Escocia no había falta de gusto ... Regresó muy asoleado, mien­tras que aquí no le gustaba el sol, siempre se tapaba.

Él mismo decía que se sentía más hombre del norte que del sur Ciertamente, él tenía la piel blanca, los ojos azules, el cabe­llo claro y su madre era de Picardie ... pero en ese sentido era un verdadero provenzal. Los provenzales desconfían del sol, pues quema; nunca verá usted a un campesino sin camisa. Aquí todos se cubren para salir al sol. Hay que ser parisino para tirarse desnudo al sol. Él detestaba esos cuerpos des­nudos estirados sobre la playa, ipara él era como carne se­cándose l

Su padre tenía hábitos de trabajo muy regulares. En esta casa ustedes lo vieron durante años, ¿cómo era Giono en la vida cotidiana? iEra muy sencillo! Teníamos la posibilidad de tener a nuestro padre todo el tiempo aquí. iÉI no necesitaba salir para traba­jar! Se levantaba por la mañana después de que nos íba­mos, desayunaba y subía tranquilamente a su estudio. Tra­bajaba la mañana, atendía su correspondencia, luego otra vez en la tarde. De hecho, trabajaba todo el tiempo. Para él la palabra «trabajo» nunca existió, era su placer.

No era muy madrugador. .. No, pero eso no quiere decir que no trabajaba. En su cama, a medio dormir, ya empezaba a trabajar. A fin de cuentas, creo que lo que se llama la verdadera vida, la vida activa, la vida real, no le interesaba. Para él, el trabajo era un estado, un estado de gracia, era encontrar un equilibrio. Murió cuan­do ya no pudo escribir más. Ya no tenía razón de ser.

¿Alguna vez lo escuchó quejarse de la falta de ganas o de insipración, de la dificultad al escribir un libro? Claro, había momentos en que la inspiración se acababa, en los que se bloqueaba. Entonces no insistía, hacía otra cosa. Escribía, siempre escribía. Comenzaba otra novela o escribía una crónica, o hacía un prólogo ... Siempre tenía algo a la mitad. Eso no le angustiaba. Por ejemplo, le llevó años escri­bir Le hussord sur le toit, pero entre tanto escribió Noé, En­nemonde y Un roi son s divertissement, todo en paralelo.

iLlegó a suceder que su hermana y usted entraran a su estudio? ¿Verlo trabajar? iLas aceptaba? iLas sacaba de allí?

iJamás, jamás l Mi padre era la amabilidad en persona y

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teníamos permiso de hacer cualquier cosa. No abusábamos, pues teníamos mucho respeto por lo que él hacía. Sabía­mos que él trabajaba. Decíamos que él hacía su tarea. Pero no teníamos prohibición alguna, podíamos ir a molestarlo cuando quisiéramos, incluso cuando escribía ... Sentíamos que le molestaba, pero nunca tuvo para nosotros alguna palabra mala o agresiva. Cuando sentía que lo necesitábamos -te­nía mucha psicología-, nos mantenía junto a él y nos daba libros, de los ilustrados, y continuaba escribiendo.

iLas ayudaba con sus tareas de la escuela? No, ilo detestaba! Sólo le encantaba ayudarnos en nuestras tareas de matemáticas. No era muy ducho en ellas, pero quería ayudarnos. Tal vez era un genio matemático, pues cuando nos ayudaba el desarrollo de las operaciones era completamente falso, pero siempre llegaba a resultados ver­daderos, lo que ocasionaba que tuviéramos pésimas notas y que algunas veces nos castigara el profesor, pensando que habíamos copiado y pegado el resultado a un razonamiento completamente falso ...

¿Era un padre autoritario, un pater familias provenzal, o un padre liberal? iMuy liberal! En aquella época mi hermana y yo debimos haber sido las únicas en hacer exactamente lo que quería­mos. iNo se inmiscuía más que en las matemáticas! A tal punto que el año en que pasé mi examen de bachillerato, regresé de Digne muy insatisfecha del examen y no sabía cómo decírselo a mis padres. Llegué, mi hermana me abrió la puerta y me dijo: «iVen pronto! Papá acaba de recibir un nuevo disco de Vivaldi». Nos sentamos a la mesa, hablamos de todo, de Vivaldi, de las pastas, y nadie me hizo una sola pregunta sobre el examen que acababa de hacer. Al fin, en la tarde, papá me dijo: «Por cierto, ¿cómo te fue?» Le dije que no estaba contenta, y el me dijo: «Querida, no importa. Si no lo pasas, lo volverás a presentar, y si lo pasas, iqué bueno!» Le valía por completo.

No tenía parámetros sociales ... Ninguno. Él era autodidacta y se las arreglaba muy bien, por lo que para él los exámenes no tenían ningún valor. Lo que contaba era el carácter.

(Tuvo la sensación o le hicieron sentir que usted era la hija de un padre célebre? En lo absoluto. En primer lugar, no sabíamos muy bien qué es lo que hacía nuestro padre, e incluso había cierto despre­cio hacia él porque no era ca mpesino ni comerciante. La gente se preguntaba cómo hacía para vivir bien sin salir de su casa. Había una cierta curiosidad cuando, al iniciar cursos, el maestro nos preguntaba el oficio de nuestros padres, y yo decía: «Hombre de letras». Me ponía muy contenta porque era la única, pero después no se hablaba más del asunto.

Hacía algunos viajes obligatorios a París. Le agrada­ban, siempre y cuando no duraran mucho.

Decía que el monumento más hermoso de París es la estación del ferrocarril que va a Lyon ... Sí, el reloj de la gore de Lyon, pues lo veía en el momento en que iba a tomar el tren de regreso. Cuando mi hermana Aline v:vió en París le gustaba ir allá y pasear con ella, pero

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era muy tímido. Le gustaba más bien que la gente lo visitara aquí, en pequeños grupos. Se sentía con energía. Los reci­bía, contaba historias, era el más feliz. Le agradaba seducir, pero no era de espíritu muy vivo, que brillara, como el espí­ritu parisino.

lríene recuerdos de momentos difíciles de su vida? La guerra, la cárcel ... La primera vez que lo llevaron a la cárcel, en 1939, yo tenía sólo cuatro años y no recuerdo nada, pero mi madre me decía que yo estaba muy orgullosa de mi padre. Yo iba a la escuela y al estar brincando la cuerda, cantaba: «Mi papá está en la cár­ceL» y qué, ¡él no había matado a nadie!, fue por delito de opinión. ¡No veo porque no podría estar orgullosa de mi padre! Después, la época de la guerra fue un momento muy difícil. No teníamos dinero en la casa, mi padre ya no se leía, ya no se editaba. Tengo toda la correspondencia con Grasset y Gallimard, en la que él mendigaba sin parar mil francos para terminar el

estaba moralmente obligado a hacerlo para poder conservar su influencia en el movimiento. Mi padre le dijo que ¡mejor habría sido que le previniera para hacemos salir de la casa! Después lo volvieron a meter a la cárcel, por cierto, gracias a los habitantes de Manosque. Estuvo diez meses en Saint-Vincent Nosotras lo íbamos a ver con mi madre. El autobús nos dejaba abajo y debíamos subir toda la cuesta a pie en la nieve. Pero todo esto pasaba sin angustia. Él se fue prometiéndonos que todo saldría bien. Trataba siempre de tranquilizamos, y cada vez que había problemas, incluso problemas de dinero, nos enterábamos después, nunca en el momento. Teníamos que vivir felices. Toda su vida qUilO protegemos.

En la cárcel, incluso si sentía amargura, no nos lo decía. Eso se vertía en sus novelas. Estaba lleno de historias, y esas cárce­les eran una mina fabulosa para contamos historias. Sin duda estaba amargado, pero eso se encuentra en su estudio del carácter, después de la guerra. Esa fue su terapia.

Contaba historias todo el tiempo. Vivimos una vida de imagi-

Jean Giono escribiendo una novela, y con sus dos hijas: Alma y 5ylvie

mes, dos mil francos para pagar los impuestos ... Y durante todo ese tiempo eramos doce o catorce los que comíamos aquí, pues él recibía a todo mundo: primos comunistas que habían llegado sabiendo que él los protegería; un alemán, Charles Fie­dler, que huía de la Gestapo y que vivió aquí cuatro años ... La mesa estaba siempre llena y mamá tenía enormes dificultades para dar de comer a tanta gente. Por suerte teníamos una gran­ja. Papá se iba en bicicleta a buscar provisiones a la granja. Para mí, toda esta época está llena de buenos recuerdos. La casa estaba siempre repleta de gente ... En esta época había muchas dificultades para poder escribir. Una noche, la casa sufrió un atentado con explosivos. Debió haber sido en 1942. El muro casi mata a mi hermana. La casa fue invadida por la policía. Fue un miembro de la Resistencia que lo hizo, un amigo de papá. Poco después le escribió para disculparse, explicándole que

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nación y no una vida real. Lo real no nos interesaba, lo que nos interesaba era la vida imaginaria que nos hacía vivir nuestro padre.

Al terminar la guerra él sufrió mucho por traiciones a la amistad, pues tenía un gran sentido de la amistad. En ver­dad, para él no contaban más que los sentimientos. Fue a partir de ese momento que dejó de creer en el hombre y se interesó en hacer estudios de caracteres duros. Hasta en el héroe de novela del ciclo de Le hussord hay una dureza terrible, una indiferencia, un desprecio ... El retrato de Angelo corresponde verdaderamente a los sentimien­tos que experimentaba mi padre en ese momento.

ita resintieron ustedes en la vida cotidiana? Para nada. Mi padre siguió siempre tan apasible, plácido, gene­roso, afectuoso, amante de las bromas, sonriente ... Uno se da

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Giono en compañía de sus dos. hijas Aline y Sylvie (Manosque. 1938)

cuenta solamente en sus escritos, en donde se desahogaba, exactamente como un asesino que necesita matar para recu­perar la calma. Cuando mataba en sus libros volvía a ser normal.

Le gustaba mucho la música ...

En casa había música todo el tiempo. Desde que pudimos tener un gramófono «La voz de su amo» no dejó de girar la manivela; él comenzó a tener discos de 78 revoluciones que le llevaba Lucien Jacques. Lucien se escapaba siem­pre a Niza, a París, al extranjero, y traía cosas extraordina­rias, principalmente música. Fue gracias a él que la música entró en la familia . Empezamos con Bach. Recuerdo que

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en esta terraza, allí atrás, poníamos el gramófono bajo el árbol y escuchábamos los Conciertos de Brondenburgo.

Yo tenía cinco o seis años y brincaba la cuerda a ritmo de los concierto brandenburgueses.

Cuando él era joven iba con mi madre a los conciertos en Marsella. Eran casi dos horas de tren, escuchaban el concier­to, dormían en un hotel; toda una expedición. Más adelante, a partir de 1949, asistía siempre al festival de Aix. Para él era un gozo inmenso. Era su Mozart, Mozart solo. Ocho días antes ya hablábamos de ello. Regresábamos tarde, por la noche, en taxi, chiflando todas las arias de Don Juan o de Casi fon tutte.

Conocíamos todas las óperas de Mozart de memoria.

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¿Cantaba bien? No, pero silbaba como un pájaro, con gorgoritos y trinos;

podía hacer lo que quisiera. Tocaba un poco la armónica.

Cuando se conocen bien sus obras y se leen sus cuadernos

de trabajo, en los que anota, por ejemplo: «Quisiera que

este pasaje fuese escrito como Bach escribió sus fugas», se

da uno cuenta que siempre hay una referencia a la música.

Mucha gente pasaba por esta casa, con frecuencia per­sonajes célebres. iTiene recuerdos precisos de todas esas personas? No. Yo era pequeña cuando ellos venían. La única cosa es que

comían con nosotros, pues papá no podía recibir a alguien a las

once del día sin que fuera invitado después a comer. Nosotras

estábamos siempre en las comidas, no nos hacían a un lado. Y

al momento de regresar a clase, cuando la conversación estaba

muy interesante, nos decía a mi hermana y a mí: «Es la tarde;

no vale la pena ir a clase. Lo que aquí escucharán es mucho

más interesante que lo que van a aprender en la escuela». Y

luego, por supuesto, nos preparaba exquisitos escritos que jus­

tificaban la falta. Lo que es curioso, es que cuando venían aquí

hombres de letras, ellos no hablaban mucho, más bien escu­

chaban a mi padre, escuchaban al narrador.

¿Llegaba a hacer comentarios ácidos de algunos de ellos? Estaba lleno de contradicciones y de una mala leche terrible.

Podía decir las cosas más feas sin pensar una sola palabra.

Lo que es duro para un hombre de letras, cuando lleva un

diario, es que eso perdura, y luego es en eso que los demás

se fijan y lo vuelven definitivo, mientras que eso podría ser

sólo un impulso ocasionado por su humor ... Era un hombre

profundamente bueno, no era malo. Pero sus palabras po­

dían serlo algunas veces.

Sin embargo, para las heridas profundas podía ser muy

rencoroso. Nunca perdonó a los del Contadour. Se dio cuenta

que había sido utilizado por gente que lo ponían por delante

para defender sus ideas. Y él se dejó porque era demasiado

ingenuo, y digo «ingenuo» para no ser dura; era idiota. Pero

la traición a la amistad era algo definitivo, como una barrera

que se levantó. Nunca lo perdonó.

¿Sufrió por el malentendido acerca de su regionalismo? Sí, porque él no se sentía nada regionalista. Ahora se habla

menos de ello, creo que la gente lo ha comprendido. Si leen

las obras de mi padre pensando que es un regionalista, ¡es

que no saben leer!

Quzá vale la pena repetirlo ... ¡No era más regionalista que Shakespeare! Describía la

Prevenza porque era el paisaje que tenía frente a los ojos.

De hecho, es una Provenza transfigurada . Les ames far­

tes, que es un gran libro, no sucede en Provenza, es un

estudio acerca del carácter de los hombres y puede suce­

der en cualquier parte.

Le irritaba que lo compararan con Pagnol... ¡Me esperaba eso! -risas-, ¡claro que le irritaba! Eran amigos,

se hablaban de tú, eran dos hombres de la región del Midi,

eran dos narradores. Se querían mucho, pero uno era inge­

nuo y el otro era un comerciante un tanto timador. Mi padre

lo llevó a procesos legales. ¡Pobre desdichado! A cada vez

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tenía que esperar años antes de iniciar un proceso. Pero cuando

el otro se pasaba, cuando hacía desaparecer su nombre del

cartel de Lo femme du baulonger, lo llamaba y le decía «Ca­

ray Marcel, ¿por qué haces eso!», y Marcelle respondía : «No

lo puedo evita o>. Y papá se veía obligado a atacar, no sola­

mente para recuperar sus derechos comerciales, sino, decía:

«Es mi obra, ¡es mía!» Era como si le hubieran arrancado un

hijo. Quería su nombre en lo que él había escrito.

Pero le hacía muy feliz que lo compararan con Faulkner,

pues era un hombre del sur, como él.

¿Hablaba con la familia de su trabajo? Hablaba a la hora de comer. Todos los días nos leía lo que

acababa de escribir, nos hablaba de sus dificultades, de lo

que quería hacer. Acerca de este punto trata Noé, que es la

novela del novelista; de cómo los personajes lo incitan, de

qué manera forman parte de su vida .. . A través de mí él veía

a Langlüis llegar a caballo ... Pero mi hermana y yo no le

servimos de modelo para sus personajes. Éramos demasia­

do cercanas a él y carecíamos por completo de algo nove­

lesco. Estábamos demasiado vivas yeso no le interesaba.

Cuando alguien venía a verlo y le decía : «Señor Giono, mi

vida es una verdadera novela, debería escribirla», él respon­

día : <dEs formidable, pero no hace falta que sea escrita l» El

personaje que más le interesó fue su abuelo, a quien no

conoció, pero que tuvo una vida un poco brumosa, un poco

misteriosa, novelesca. De ella se sirvió en Le hussord.

Usted es la depositaria de los derechos de autor de su padre. Sí, pero casi no tengo necesidad de moverme. Es la gente

que se abre cada vez más a la lectura de su obra. Se ha

traducido en todas partes, en el mundo entero. Si yo no

estuviera, la obra de mi padre seguiría viviendo, lo que es

muy tranquilizador, pues sé que con mi padre puedo come­

ter todos los errores posibles y que, de cualquier manera,

siempre le irá bien. Si el libro que ahora publico es bueno se

debe a los textos de mi padre. Es una pedacito de la biogra­

fía familiar a través de sus recetas. Yo recogí las recetas que

se encontraban en su plato. También hay recetas literarias, y

si la gente quiere prepararlas, ¡se podrían llevar una sorpre­

sa! Cuando él se metía a preparar la comida, no podía evitar

ponernos a trabajar, así que mejor le pedíamos que se que­

dara muy tranquilamente en su estudio, si no, terminába­

mos completamente agotadas cuando llegaba la hora de

comer. .. ¡Pero siempre iba a probar los platillos l Le gustaban

los sabores fuertes. Para él, la ensalada, los frijoles, eran algo

desangeladas. Mi padre era una persona sensitiva; conocer

todo por medio de todos los sentidos ...

Bebíamos poco vino, pues le impedía trabajar. Pero era

un catador de agua; probaba agua de todos los manantiales

y le gustaba la de Bordeaux. Para él tenía un valor curativo.

Cuando nos recuperábamos de una enfermedad, él abría

una botella de agua de Bordeaux y nos hacía beber un vaso.

Se nos subía a la cabeza. ¡Nos encantaba l

Traducción : César Carrillo Trueba

B ERNARD FAU(ONNIER es colaborador habitual de la célebre Magazine Lftteraf­

re, de uno de cuyos números hemos extraído esta entrevista

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Sin CQJ1vite a tu tiesta de tantasmas

A la memoria de mi hermano Ignacio (1951 -1998)

VICENTE QUIRARTE

'Fragmentos del libro del mismo título

Vla NTE Q UIRARTE (1954), poeta, ensayista, dramaturgo, editor e investigador literario, es el actual director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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Le malade se rend parfaitment compte du péril qui le

menace au dedans de lui méme; iI se sent devenir

d' heure en heure plus dangereux pour son prochain; et

cependant /'orgueil et la crainte d'avouer son mallui

imposent un crimine! mutisme. Son unique préocupa­

tion sera désormais de fuir /'infernal Sosie installé dans

son ame ténebreuse.

Jugábamos al monstruo.

OV de L. Milosz,

~amoureuse initiation

En los antiguos baños del convento

habilitados como lavaderos

vimos llamas azules por el aire

y oímos las cadenas de los monjes.

Mamá nos invitaba

a recoger la ropa en la azotea

donde -dicen- espanta todavía

un hombre sin cabeza.

Por la escalera de caracol

una vieja señorita, profesora de piano,

invocaba en sus teclas a un demonio

que años después se llamaría

Johann Sebastian Bach.

Eran los fantasmas nuestros cómplices

y amábamos el miedo.

A la salida del programa triple

Lugosi, Karloff y Vincent Price

-barones de la noche- nos montaban

en la yegua de sombra.

No entrábamos al baño

sin que tú, con tu fuerza, nos guardaras.

Hoy que eres el muerto

y no estás para cuidarme,

no tengo ganas de jugar.

Otro es el monstruo. Ese animal tangible

crecido en nuestros miedos,

te colocó en su mira.

Hubo tiempos en que supimos evadirlo

y a veces hasta creímos

haberlo aniquilado.

Nunca lo sospechamos:

conservabas intactos los conjuros

del Necronomicon de nuestra adolescencia.

Tú, jefe de la manada,

hijo de tigre,

primer oficial del capitán perdido,

hermano mayor de nuestro miedo.

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* Nuestra infancia. Ese país lejano

donde vuelvo a buscarte.

¿Recuerdas aquel episodio

del Deslizador de Plata

donde enciende una llama votiva

en homenaje al sacrificio de un hombre

que murió en beneficio de la especie?

Tú nada más moriste y nuestros nombres

aparecieron juntos

en una edición de Últimas Noticias, esa suma de duelos y quebrantos.

Leo el libro de Vladimir Marinovich Posso

Los últimos pasos del poeta Raúl Gómez Jattin. Cóleras, miserias, humillaciones inflingidas

por el ilustre muerto se perdonan

-incluso se celebran- porque fue poeta.

De ti no puedo hablar sino en voz baja

porque no hiciste ruido para irte,

como si no quisieras más decir presente

cuando pasaban lista

y soñabas con ser hombre invisible.

* Ayer domingo levantamos tu casa.

Pusimos en cajas cuanto sigues siendo,

aunque ya no estés.

Empacamos, atamos, rotulamos

todo cuanto formaba parte de la vida,

con la que ya nada querías,

con la que ya no podías.

Javier miró por la ventana y descubrió

la cola de una ardilla. Yo miraba el prodigio

del cacto que alzaba su soberbia

entre los roquedales, en ese mar de lava

que tardó tantos siglos en enfriarse.

Por qué, de la belleza, separarse.

Que el agua limpie la garganta

y al cumplir su tarea

resucite el milagro.

Que podamos vivir para tenerla.

No hay otra transparencia.

No hay oro que la compre.

Pero tú no sabías. Pero ya no sabías.

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* Nuestra Señora de la Muerte tejió toda la noche.

La ciudad despertó en daguerrotipo.

El suicida encontró razones de sobra para ser.

El día fue la ofensa del taxista, el regalo de niños

que salieron con traje de astronauta

a inventar un planeta sin sonido.

La nieve cayó en silencio durante horas,

las últimas del siglo.

Sea feliz, sonría, vea el futuro.

El mundo en blanco y negro. Sus horrores.

La tersa nieve que cambiará su albura

por la mugre y la sal y la caída.

Por el East River, un carguero

con voz de bajo profundo,

rojo y elemental, como un juguete. El milagro de estar.

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El diário inédito de Jean Ciono aparece este año encabezando un nuevo volumen de la colección La Pléiade, cuyo título será Diario, poemas, en­sayos. Este tomo se sumará a los siete que han sido publicados desde 1971, completando así una gran obra, y enriquecerá la serie de diarios ínti­mos que contribuyen a dar vida a la imagen que tenemos de la literatura francesa del siglo XX: Cide, Du Bos, Claudel, Cocteau, Werth, Martin du Card, Copeau, Drieu de La Rochelle, Catherine Pozzi y tantos más.

Ciono mantuvo un diario únicamente durante dos épocas de su vida: de abril de 1935 a junio de 1936,

y a lo largo de un año, e~tre 1943 y 1944. Dos perio­dos cruciales en su eXistencia; el primero es

obras en curso, con el fin específico de insertar­los en su diario. Finalmente, Iv,rios. textos escritos por él-artículos pO emICOS, pre­sentaciones de pintores-, copias de muchos de sus propias cartas y, sobre todo, cartas recibidas de muy diversas personas, algunos desconocidos y otros de renombre: Cide, Aragon, Paulhan, Cuéhenno, Ramuz, Max Jacob y Chamson, entre otros. Había decidido intercalar todo este mate­rial porque le parecía que poseía una importancia personal. La política ocupa un lugar relevan­te, aunque no preponderante, en particular lo ocu­rrido durante la crisis de Munich en septiembre de 1938 y, un poco después, el delirante proyecto de encuentro con Hitler en favor de la paz.

PI ERRE CITRON

el de su militancia pacifista, que termina poco antes del inicio de la guerra; el segundo termina con su arresto en septiembre de 1944. Ciono quizo, tal vez inconscientemente, encontrar sus pun­tos de referencia en un mundo en donde el peligro se cernía sobre él.

La naturaleza de estos dos diarios es bastante distinta. Los documentos que conforman el de 1935 a 1939 son de tres tipos. En primera instan­cia, un diario manuscrito llevado inicial­mente con regularidad y después de manera más esporádica; en seguida, extractos de cartas dirigidas a Hélene Laguerre, quien se desempe­ñaba en París como su secretaría informal, reunía alrededor de ella a sus amigos del Contadour, y a quien pedía escribir a máquina los pasajes de sus cartas que tenían que ver con el avance de sus

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En cuanto al Diario de lo ocupación -el nombre es del mismo Ciono-, es mucho más homogéneo. Del 10 de septiembre de 1943 al 8 de septiembre de 1944, casi cada día, en ocasiones varias veces al día, Ciono lleva el registro de su vida en Manosque; una vida sencilla, sin viajes -con excepción de al­gunas visitas a Marsella. Nada de documentos in­tercalados, ni de cartas recibidas. En sólo doce me­ses, 170 páginas de Ciono puro. Pocos diarios íntimos en este siglo que se extiendan tanto -sin la sensación de que sean largos- en un periodo rela­tivamente corto.

A lo largo de las 470 páginas de la edición de La Pléiade, Ciono se refiere poco a los acontecimien­tos del momento, incluso a aquellos de importan­cia vital. ¿Qué sentido tiene publicar sus dia­rios? Se trata esencialmente de él. Ciono mantiene

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antes que nada el diario del escritor. La génesis de sus libros de ,Ssa época emerge de~de el momento en que suena sin haber escrito una sola lí­nea. Los personajes y los episodios surgen, se transforman, y a veces son abandonados. Por mo­mentos entusiasta y por momentos crítico virulento, Giono juzga poco a poco a la obra en su devenir. De esta manera, el diario de 1935 a 1939 comenta Les v,aies ,ichesses (Las verdaderas rique­zas), Batailles dans la montagne (Batallas en la montaña), Le Poids du ciel (El peso del cielo) y Deux cavalie,s de I'o,age (Dos caballeros de la tormen­ta). El Dia,io de la ocupación comprende Vi,gile (Vir­gilio), la obra Le voyage en caleche (El viaje en cale­sa) y F,agments d'un pa,adis (Fragmentos de un paraíso}. Pero también se evocan proyectos de novelas que no se realizarán, principalmente en la época anterior a la guerra de 1939, como Fetes de la mo,t (Fiestas de la muerte) y Les G,ands chemins (Los grandes caminos) -una obra totalmente distin­ta a la que será publicada con ese título en 1951. Al margen de la escritura están también las relaciones con los editores y en ocasiones los dramas con éstos, como el ocurrido con Grasset.

Giono anota también sus lecturas, y es raro que no reaccione vivamente ante un giro de lenguaje, una página o incluso el libro entero que lee, a veces ante una frase o una palabra que le maravilla o le horroriza. Se exaspera al leer Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell -que para él carece de vida-, Vo,ge cont,e Quinette de Jules Romains, o Les noye,s de 1'Altenbu,g (Los ahoga­dos del Altenburg) de Malraux, del que Les Lett,es f,an~aises clandestines publicó algunos extractos. Se irrita con Bé,énice de Racine, o al menos contra el personaje de Titus: ((Que se case y se quede con Berenice a pesar de todo. Que diga a esos sujetos: así es, es lo que me place y si no les agrada les doy una patada en el culo. y si no, quiere decir que no ama a Berenice, 1. entonces ¿en donde está la trage­dia?)) O se indigna ante una antología de poe­sía alemana que le enviaron, en la que excluyeron a los autores judíos y a los opositores al régimen nazi.

SUS entusiasmos se expresan también. Una sola palabra basta para los escritores que tan­to admira: Stendhal y Cervantes; más extensamen­te en torno a otros que no logramos imaginar cómo lo pudieron conmover, ya que por otro lado los ata­ca con dureza: Balzac, de quien lee Les Chouans, Le Député d'A,cis (El diputado de Arcis), La muse du deparlament (La musa de departamento) La Raboui­IIeuse y anota en ese momento: ((Hasta sus exage­raciones son verdaderas)); con Cabinet des Antiques (Gabinete de antigüedades) constata que se deja uno llevar hasta por las descripciones. ((Pero cuidado, no imitarlo. Es Balzac. Reverenciarlo, admirarlo, pero no copiarlo; no somos más que hombres ordinarios)). Lo más asombroso es ver a Giono imaginar una película basada en La Náusea de Sartre, con los pasajes que hay que llevar a escena, los persona­jes, el tempo.

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Sin embargo, aunque no deja de ser escritor y un apasionado de la lectura, Giono no se encierra en un universo literario. Su diario nos hace vivir ampliamente su vida cotidiana. En el periodo de 1943 a 1944 tiene problemas económicos. Los dere­chos de autor no llegan. A veces tiene apenas con que vivir quince días. ¿De qué manera alimentar a los suyos y a los que ha recoSido? ¿Cómo pasar al fisco?

Está la vida de familia. Sus dos hijas con problemas de salud, sus estudios, sus palabras es­pontáneas; su mujer Elise, cuya ayuda infalible provoca en él tiernas frases. Pero también las difi­cultades con su madre, autoritaria, que pretende regir la casa y es incapaz de entender lo que escribe su hijo; y el tío que vive allí, borracho, flojo, malva­do y limitado, a quien Giono detesta, y que sin em­bargo llega a enternecerle en sus últimos días y ter­mina casi queriéndolo.

Su preocupación por ayudar a los de­más es constante, por aquellos a quienes ha dado cobijo o ayuda. Judíos como el compositor Meye­rowitz, inquieto, agitado, en ocasiones insoportable, pero a quien Giono fue a buscar a un campo de con­centración para salvarlo; comunistas como Charles Fiedler o el primo de Elise, André Maurin, y todos aquellos a quienes el aporta una ayuda financiera a pesar de sus propias dificultades de dinero. Lo ve­mos trastornado por los muertos que se multiplican alrededor de él: su amigo de Contadour, Jean Bouvet, asesinado por la milicia; el joven resistente Roger­Paul Bernard, caído a manos de los alemanes.

Giono se interesa por el destino de la gente del pueblo en que vive. Ellos sienten su simpatía y acuden a él para pedirle consejo. Mira acuciosa­mente al pueblo de Manosque durante los días de la Liberación, sus entusiasmos, pero también los falsos rumores, el candor, el oportunismo, los as­pavientos teatrales.

No siempre es el mismo, ni está pen­diente de sus actos. Su humor cambia y también sus opiniones. Llega a despotricar contra algunos de sus seres más queridos: sus grandes amigos Lucien Jac­ques y Henri Fluchere, o incluso su hija Aline. Des­pués se retracta de sus acciones impulsivas, pero nun­ca tacha de su texto los párrafos de irritación; el primer in!pulso subsiste invariablemente.

Nunca deja de maravillarse por la naturaleza que le rodea: el paisaje, el cielo, las tormentas. Su diario está salpicado de breves evocaciones: <mem­po de ojos grises. Mayo polvoso de polvos celestes. El cielo como una senda de gis, caliente)). «Frescura, y esta laciedad del cielo y de los colores de la tierra que anuncia el otoño. El sonido de la campana que repica al mediodía ondula en el viento como un lati­gazo. Respirar el aire es suculento)).

Todo esto sin orden alguno, 1. apenas menciono una décima parte. Se trata de un diario rico, espon­táneo, diverso, vivo, que deja ver a un gran escritor, al mismo tiempo que un hombre sensible, generoso, ple­no de humor; un hombre tal y como es, que no está preocupado en levantar SU estatua.

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Durante la redacción de Vrais Richesses (1935)

9 de octubre El trabajo ha recomenzado, y bien reco­menzado. Hoy escribí por la mañana 3 páginas excelentes y seguro de escribir otro tarito esta noche. Todo va bien. Este libro será algo útil e importante. Trabajo 12 y a

. veces 15 horas por día.

10 de octubre El trabajo ha recomenzado. Magnífico yaún mejor de como estaba. André Gide va a venir a pasar algunos días aquí. Me pre­guntará, lejos de París, acerca de la posi­ción que he tomado ante todos los parti­dos políticos -incluso los comunistas-, que es PAZ por todos los medios y contra todos los gobiernos. El está de acuerdo con­migo, pero no se atreve a decirlo. Yo lo haré atreverse. Pero si no se atreve, me da lo mismo estar solo, ya que tengo razón. Y al final tendré razón.

12 de octubre El trabajo se ha convertido en un paraíso desde hace cuatro días y todo anda bien, y lo árboles, los pájaros y los mundos admi­rables llegan a la pluma en el momento en que son necesarios. Todo va bien. Voy a terminar el capítulo 3 y el libro tendrá 5 en total, tal vez 6. Veo el último capítulo, e incluso la última palabra.

1 5 de octubre El trabajo marcha y adelanta, yes hermoso. Me retrasaré muy poco para entregar. Esta mañana trabajé de la 6 a las 12. Hace cinco días que no me rasuro, ni me lavo, ni me visto (training), pero desde entonces hay veinte páginas de más que son lo más puro que he escrito, lo más útil, lo más bello se­guramente. Y la juventud lo escucha, y pa­rece entenderlo cada vez más. En muchas partes los estudiantes se agrupan bajo mi nombre, en Aix, Lyon, Poitiers, Grenoble, París, Nancy. Lo que ahora escribo los va a dejar completamente fríos.

16 de octubre La redacción de Vrais Richesses avanza. Este libro será más valioso que los otros ( ... ) Firmé el manifiesto de los intelectua­les antifacistas contra la guerra de Italia. De acuerdo con las sanciones contra el gobier­no italiano, pero sólo por la apatía del gob. francés. Lava I es miserable. Ni un solo hom­bre capaz de tener valor. Cretinismo de la burguesía francesa. Cada vez desconfío más de los comunistas.

Durante la redacción de Batailles dan s la montagne (1937)

27 de enero En medio de una tormenta de granizo y de viento, y de lluvias de carbones que

<1 Giono en 1914

marchan a través del sol, con el trueno y el estremecimiento de todo el país, todo al­rededor, en una tormenta de fin de mun­do hice once páginas esta mañana, sin arrancar, y ahora dos, estremecido en todo momento por páginas que suben, corren, se doblan y se van volando como el vien­to. Acabo de poner el primero y el cuarto movimiento de la Séptima. Engreído de todo lo que debe salir de un golpe. Quien sabe cuanto esta noche: quizá 20 páginas, pero de cualquier manera una tempestad de hombres y mujeres alrededor de ese vino que bebieron al amanecer. Y después habrá que hacer brotar la declaraación de amor como el estallido de dos flautas y en­tonces iellibro habrá llegado a su cima! iHace cuánto que subo! iYa veo la cima! Después habrá que descender lentamente.

8 de marzo Carta a los poderosos ** -Su poder, que hay que decirlo, no es inmenso -ni eter­no, y que los devora aún más de lo que nos devora. Que ustedes sean Mussolini con el torso desnudo o en la nieve, o Sta­lin escondido tras su bigote y su uniforme, o Hitler rodeado de antorchas. Porque uste­des han emprendido tareas inhumanas, la primera revuelta contra ustedes viene de ustedes mismos. Su cuerpo se rebela con­tra ustedes mismos. Ustedes desaparecen día con día en las fauces de su poder, y su deseo de crueldad no es más que la histe­ria de su debilidad. El cansancio de sus nervios, ese envejecimiento prematuro que sienten en ustedes. Es inhumano querer dirigir tantos hombres. Es inhumano e in­útil. Ustedes no son nada, lo olvidan, y pagan duramente su olvido en su propio cuerpo. Envejecen, los vemos envejecer en tiempos que se multiplican por diez. En los minutos en que a nosostros nos sobra tiempo, ustedes no tienen más que tem­blequeas. Quebrantados por el cataclismo personal de su poder, cuando los volve­mos a ver, decimos, como ha envejecido. En la magnífica justicia del mundo, la muer­te los busca en medio de nosotros como a una espiga en particular. En medio de nosotros, que ella abandona a su suerte, ella se ocupa de ustedes y su cercanía los marchita minuto tras minuto.

9 de marzo No más reposo ni interrupciones mientras Batailles no esté terminada. Pues detrás de Batail/es está todo atorado y todo qui­siera salir y brotar.

Diario de la ocupación (1943)

13 de octubre Esta tarde, a las 6, Aline llegó a anunciar­me la visita de dos gendarmes. Le dije que los hiciera subir. Vienen a pedirme infor­mación acerca de Lucien Jacques. En un principio parece tratarse de abastecimien-

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too LAbastecimiento? Que, ¿mercado negro! iEs un chiste! Les bastaría, señores, con ver a L.J . cinco minutos para que se den cuenta del chiste que es esto, pero ellos insisten y yo insisto; él es pobre, no le importa el di­nero, está enfermo, vive solo. No tiene ne­cesidad. Entonces, precisan, no habría, al parecer, una situación preponderante en el abastecimiento de los rebeldes. De nuevo río señores, y con ganas. Lucien no se mete nunca en política. Nunca ha participado en la política, se mantiene alejado de todo (mientras tanto he tenido a bien precisar que Lucien Jacques es un Señor. No se fíen de lo que he dicho, que él es poeta y pin­tor, ni si ven su casa, que es pobre. Es un hombre muy importante, muy conocido. Hay que precisa r siempre esto, pues poeta, pintor, pobre es mal visto por un gendar­me. Parecen interesados cuando digo que él conoce muy de cerca a personajes im­portantes). Por último, uno de los gendar­mes me dice: «y usted, ¿a qué se dedica exactamente! Pues, ve usted, yo escribo, obras de teatro, por ejemplo; en este mo­mento, mire, una obra de teatro. -LTie­ne alguna relación con el francés! (sic)!1 -¿¿Cómo!? -Sí, dice, con el francés (creo entender que El Francés es tal vez un perió­dico en el que se imaginan que colaboro, y estoy a punto de decir que no, pero enton­ces me arriesgo:) -LUsted quiere decir la composición francesa! (alivio del gendar­me). -Sí, eso es, la composición francesa. -Pues sí, digo yo, tiene que ver con lo que hago, es un poco de composición francesa. -Ah, dice el gendarme, porque justamente yo debo hacer una composición francesa» (idebo haber hecho una ca ra muy extra­ña!), y al cabo de un momento pregunto: «¿y de qué se trata esta composición fran­cesa? -Seguido se miente a los superiores, algunas veces a los iguales, jamás a los su­bordinados (sic). (iMe quedo literalmente sin aliento! iiLe hago repetirlo tres veces!I) . Le digo: «En verdad, a mi me pondría en aprietos». A pesar de todo, trato de explicar­le que, por ejemplo, se miente a los jefes para esquivar una responsabilidad ; a sus iguales para parecer superior (!) y jamás a los subordinados iporque bosta con mon­darlos! Esto lo entiende muy bien el gen­darme. Pero le diigo: «Digame, (son muy extrañas las preguntas que les hacen allí? Después de eso les van a decir: ¿entonces usted miente a sus superiores?» Se queda perplejo. Yo también. «Empiecen entonces, digo, diciéndoles que no se debe mentir en ningún caso. Porque, a en mi opinión, digo, esta historia es una trampa». Ríe silenciosa­mente y dice: «No me extrañaría».

Por un momento me pregunté si no serían falsos gendarmes. Me preguntaba si no irían a sacar sus revólveres y formar una balacera. Eso duró el espacio de diez segundos. Diez segundos muy fríos. Yo continuaba contando la historia de la com­posición francesa, pero la atmósfera se había vuelto glacial.

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2 de noviembre

Aline tuvo una fuerte angina que resistió

tres días de aplicaciones de azul de meti­

leno. Ya no tenemos algodón, ya no tene­

mos preparación; al fin hoy parece que ya

paró. Elisa estuvo tres días en cama y no

quedó del todo recuperada de una espe­

cie de problema digestivo indefinido. Syl­

vie está mejor y hace sus tareas. Comencé

a releer la Eneldo para cotejar la mejores

200 páginas de Correa. No encuentro en la

traducción publicada por Les Belles Lettres

la colorida emoción de la traducción Hins­

tin publicada por Lemerre, que yo leía en el

jardín, el domingo, en la primavera y la ju­

ventud (a verificar, de cualquier manera) .

Llueve una lluvia china. Unas mujeres

negras suben lentamente la pequeña coli­

na bajo mi ventana, protegidas con gran­

des paraguas. Todo el paisaje rayado con

líneas blancas. Los pinos encorvan la espal­

da en sus gruesos abrigos. Comienza a ha­

cer frío en casa. Desholliné mi estufa con

Charles e hicimos nueva instalación de ca­

lefacción en la chimenea grande que no

funciona bien. La estufa con sus mangue­

ras funciona bien, hasta demasiado, y re­

suella, lo cual detesto. Miedo incotrolable al

fuego. ¿Por qué? LAtavismo? Ese incendio

narrado con frecuencia por mi padre, en el

que su padre perdió todo su patrimonio y

la paga de los obreros del Taller Zola, cerca

de Aix. Fue la primera vez que vi la luna, me

dijo mi padre. Él tenía nueve años pero,

educado muy severamente, se acostaba

todos los días a las 6 de la tarde. Aquella

noche lo sacaron en pijama de la casa en

llamas y sobre las rodillas de su madre, en

el campo, vio la luna. Lo impresionó más

que el incendio en el que hubo dos hom­

bres carbonizados. De todas formas debe

haber tenido miedo y éste debió haber pa­

sado a mí, pues yo nunca he presenciado

un incendio. Por miedo estoy asegurado y

recontra-asegurado. Tengo terror casi que

de una estufa que resuella. Mi estufa reins­

talada en la campana de la chimenea gran­

de resuella terriblemente. Usé el incendio

en CoI/liJe (Colina). Lo describía con delei­

te, recuerdo, por la mañana, en invierno, en

mi cuarto tan frío que mis dedos se conge­

laban. Elise me insistía que prendiera el fue­

go. No lo habría hecho por todo el oro del

mundo. Hubiera preferido dejar de escribir.

Fue en la gran casa negra de la Grand-rue.

En el antiguo taller de mi padre en donde

habíamos instalado nuestra cocina después

de su muerte, en donde vivíamos Elise, mi

madre, mi tío y yo. Acababa de nacer Al ine.

Diario de la ocupación (1944)

Jueves 6 de septiembre *** ( .. .) El fastidio de quedar abandonado a

las humillaciones de toda esta población

desequilibrada y furibunda como la mala

leche. Ciertamente no se trata de una fies­

ta. En verdad no temo al Comité de sa lva-

Jean Giono (Manosque, 1938)

mento público. Al contrario, esto me per­

mitirá hacer publicidad acerca de la verda­

dera actividad que tuve durante la ocupa­

ción. Me imagino que es muy fácil hacer

un resumen de hechos perfecta ~I fácilmen­

te comprobables que hará a esos Señores

caer de nalgas. Pero, ¡es tan sorprendente

compararlos con la leyendal Lo que es tran­

quili za nte es que todo es perfectamente

comprobable con testimonios y que esos

testimonios provienen de testigos de quie­

nes es imposible sospechar. Pensado esto,

bajaré a comer y no diré nada a nadie. Pero

mañana enterramos a la tía Noémi, que

finalmente murió de du «eclosión intesti­

nal», y para explica r que no puedo ir al

entierro es necesario que le comunique la

noticia a Elise. Ella la recibe con mucho

valor. Espero toda la mañana, luego todo

el día, y nada llega. En ese tiempo decido

adelantarme. Inútil ir a enmoh ecerm e

quien sabe cuánto ti empo en esa prisión

de Digne, sobre todo con gente del otro

bando; dicen que hay diez o doce en cada

celda con una simple sopa de agua una

vez al día. Aun así acepto la situación sin

gran temor. Sé que incluso allí tengo enor­

mes alegrías. Pero lo insoportab le es es­

perar. Cada vez que suena el timbre digo

«aquí están». Cada vez es no y otra vez

empezar a esperar. Hago entonces un re­

sumen de los hechos comprobables, y

después de haber llamado por te léfono a

Curet, quien acepta defenderme, le envío

el resumen para que pueda consolidar lo

:51

esencial de m i defensa.

Ah, llueve, el cielo está negro, baJO,

afelpado, la lluvia ahoga la lejanía en le­

che, está tan fresco que me pongo un

sueter. Se ve gozar al fo llaje de los árbo­

les negros. ¡Qué descanso l Al paso de la

mañana la lluvia se vuelve cada vez más

admirable. Apenas hay luz en mi casa. Los

brotes de los casta ños cantan con toda

su fu erza. Resplandecientes hileras de llu­

via de plata avanza n desde el fondo del

va lle. Y sobre todo este delicioso aire hú­

medo, fresco y graso, que aceita todo el

cuerpo. Pero desafortunadamen te el vien­

to está al norte. Qué admirable amonto­

namiento de ca rbón en el Sur.

Esta vez me fascino con Retz, un poco

de Astr-ée, un poco de Don QuijOte, la Co­rrespondencia de Stendhal (182 5, tan rica,

Divan VI), algunas veces Saint Simon, que

sigue reseco (a veces diamante, pero a ve­

ces árido) (sobre todo después de haber

leído Retz, tan graso, tan parecido al cl ima

de hoy). Y qué más: lo mezclo con viejos

volúmenes de Tour du monde de 1868, un

estudio muy vasto sobre la novela utópica

en la li teratura inglesa; éstas son mis lectu­

ras de ahora. He abandonado a Proust.

Traducción: César Carrillo Trueba

Poeta y editor, PII.RRE GIRaN es sin duda el mayor especialista en la vida y obra de Jean Giono. Editions de Seuil imprimiÓ en 1990 la esmerada y volUminosa biografía que escribió sobre este autor.

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Contemporáneos puntuales, Jean Giono y el cine

trabaron estrechas relaciones. Adaptando novelas

para la panta l la , escribiendo guiones ori­

ginales, produciendo, dirigiendo e incluso

teorizando, Giono desplegó una vasta y desper­

digada obra cinematográfica que complementa y

enriquece su universo novelesco. Pero Giono es ante todo hombre de palabras.

A su pluma debe el Midi francés - la

Francia mediterránea- un alto porcentaje del

encanto que se le atribuye.

Las Tres historias para la televisión, plagadas

de referencias ailtoblOgráf ICaS, fueron

escritas en 1959 y terminaron en el fondo del ca­

jón. Nos revelan lina faceta poco conocida

-el relato fantástico- de la obra de un gran fabula­

dor injustamente soslayado en nuestras latitudes.

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I Tres amigos deciden partir de viaje, con Roma como destino último, valiéndose del automóvil como antaño se usaba la diligencia, es decir, viajando lentamente de etapa en etapa, tomando pequeñas rutas apenas transitadas, huyendo de las gastronomías turísticas, intentando ver lo esencial de las regiones atravesadas en sosegada y amorosa búsqueda de la anécdota y del rasgo de cáracter (viajar como Brosses, Montaigne, Stendhal).

Una noche, sufren una avería en los grandes bosques mon­tañeses de la región de Die. El punto habitado más próximo en el mapa es La Vachette, a nueve kilómetros, al parecer un pe­queño caserío. Mientras están entretenidos en calcular sus pro­visiones, escuchan ruidos en el negro bosquecillo y ven salir de él a quien, en nuestro siglo, se consideraría un cazador, es decir, a un hombre con morral en bandolera y fusil al hombro. La noche, el paraje solitario, dan al hombre un aspecto feroz y les resulta grato poder imaginarlo como cazador. Les dice que no hay ni mecánico ni garajista en La Vachette, mera aldehuela de cuatro casas. Hay, sin embargo, una cabina telefónica. Se ofre-

defenderse más contra misterios que contra peligros catalo­gados. Nada, en los alrededores, podría atacarla, salvo la sole­dad y la melancolía. Al contrario de este bosque profundo que aquí nos rodea, Taravellier Marcel tenía ante los oJos una suerte de rubia Judea apenas marcada por almendros de negros troncos y por pequeños valles llenos de hayas. La granja más próxima estaba a tres kilómetros y era necesario todo un día de marcha para llegar por los senderos a una pequeña aldehuela de treinta granjas. Taravellier explotaba las lavandas sa lvajes de sus tierras sin cultivar y vivía con quinientos quinta­les de trigo, una pequeña hortaliza, seis puercos y veinte ove­jas. Iba tres veces por año, para las ferias, a la cabecera del cantón, y cazaba los domingos de invierno.

Perdió a su mujer, quien lo dejó sin hijos. Volvió a casarse con una italiana de su edad quien tenía un hijo de diecisiete años. Vivían con la familia, a la manera patriarcal, un ayudan­te de granja y un pastor. Taravellier se entendía muy bien con la italiana, y el hijo de ésta era gentil.

Cierta noche de fines de otoño, estando ellos a la mesa,

Jean Giono: tres historias para la televisión ce a llamar por teléfono a un garajista que vendrá a repararles el auto. Lo importante es que llegue a tiempo a La Vachette, pues una vez pasadas las nueve de la noche no hay ya con­tacto telefónico. Antes de partir, los pone en guardia: las aves de corral de la región y los pequeños rebaños están, desde hace algún tiempo, siendo diezmados por un animal desco­nocido, harto más grande que un zorro a juzgar por los estro­picios que hace y por la calidad de las heridas que inflige a sus víctimas. El animal llegó incluso a degollar la mula de un campamento de carboneros. Él-el cazador- y cuatro o cinco habitantes de la región batieron el bosque todo el día en bus­ca de esa fiera que acaso sea un lobo, uno de los últimos lobos. Lo oyeron gruñir en el monte baJO, pero sin poder verlo.

Los tres amigos se instalan en el auto y aguardan. Conver­sación. Ese hombre, ¿irá a telefonear? ¿Verdaderamente se dirige a La Vachette? Al partir no siguió por la ruta, sino que de inmediato salió oblicuamente del camino. ¿Será un atajo? El hombre, ¿es verdaderamente un cazador? El fusil que llevaba al hombro no esa un fusil de caza de dos tiros, sino un mos­quetón de caballería de la guerra. Debe ser porque esperaba cazar un lobo, o quizás algo peor. No hay ya lobos desde hace mucho tiempo, todo el mundo lo sabe. Y «algo pea!) jamás lo hubo: no estamos en un país de fieras.

No estamos en un país de fieras, pero algo peor que un lobo bien podría existir. Ya que vamos rumbo a Roma, quizá no sería tan malo que esta noche nos topáramos con el de­monio. Hacia 1920, en una región casi tan salvaje como ésta, tenía un amigo llamado Taravellier Marcel que explotaba una granja en esos parajes desiertos. Aunque la tierra que poseía era poco fértil, las construcciones de la granja eran considera­bles y de importan!ia. Habían sido edificadas en una época en que todas las granjas del país eran otras tantas fortalezas. Uno sentía que ésta había sido construída para defenderse, y

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tocan a la puerta. Y, como se estila en esas regiones, alguien entró sin esperar a que le abrieran. Era uno de los granjeros vecinos. Llevaba el fusil a la mano y era también un mosque­tón de cavallería como aquél que hace un rato portaba el cazador que nos intriga. Se trataba, sin embargo, de un mos­quetón de la guerra del 14 mientras que el de hace un rato era un mosquetón del 39.

El visitante dijo que había venido a prevenirlos. Él y otras cuatro o cinco personas estaban patrullando los alrededores. Hacía un rato, al comenzar la noche, una fiera (aquella vez se dijo todavía «un lobo») había entrado a su establo y había degollado a todas las gallinas, a las diez o doce ovejas e inclu­so al caballo. Éste último, al que aún intentaban sa lvar, tenía en el cuello una pavorosa herida. El veterinario que estaba allá había dicho que jamás había visto una herida más profun­da, más lacerada, más grande. Si no estuviera en Francia, él (el veterinario) diría que los dientes y las mandíbulas que habían desgarrado el cuello del caballo eran los dientes y las mandíbulas de un león o hasta de un tigre. Ningún animal había sido devorado. Se los había matado, así, sin más.

Taravellier se ofrece para participar en la batida. El visitante, sin embargo, le dice que para esa noche ya no vale la pena: todos van a regresar a sus casas, la noche está negra como

un horno y, además, la fiera debe haberse alejado a las alturas donde es imposible, a esta hora, intentar rastrearla. Vino, más que nada, a prevenirlo para que Taravellier montara guardia.

Eso hace; son cuatro hombres: el ayudante, el pastor, el hijo de la italiana, y él mismo. Toman sus fusiles (y entre el lote hay aún un mosquetón de caballería. Después de tantas guerras, hay siempre mosquetones de caballería en todos los rincones de la campiña) y montan guardia alrededor de la granja. La italiana prepara café. Noche apacible. Y no obstante parece que se escucha rugir o aullar o gruñir en las alturas de

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la montaña. Al alba, nada ha pasado, y, como la catástrofe ha ocurrido en casa del vecino, se la olvida pronto.

Pasan algunos días y, de nuevo, un establo es saqueado. Patos, gallinas, conejos son no sólo degollados sino despeda­zados; esta vez fue un chivo, con reputación de malvado, el que fue desangrado como un vulgar conejo.

La repetición de la carnicería despierta los egoísmos. Aún se patrulla, se escuchan (o aún creen escuchatse) aulli­

dos y gruñidos, se disciernen rastros en el barro de los abreva­deros en la montaña. Nada lo prueba, pero se imagina fácil­mente en esos desiertos el deambular solitario de un monstruo.

Se piensa en la bestia de Gévaudan. Hacia el fin de la siguiente semana, es la granja misma

de mi amigo Taravellier la que es visitada de noche por la fiera. Como en los otros lados, ésta masacra el gallinero, pero se ensaña sobre todo con un potrilla que era propie­dad del hijo de la italiana: Tino. Ese portillo está literalmen­te destazado y parece que la fiera tuvo un particular placer por desgarrar las entrañas. Allí, como en los otros lados, ninguna víctima es raptada, ninguna víctima es, a decir ver­dad, comida. No hay sino ruina y masacre.

Se organizan batidas que incursionan más y más profun­damente en la montaña. Tino, desesperado por la muerte de

su potro (al que cuidaba tiernamente y que era su orgullo. Era la primera vez que poseía algo propio.), patrulla encarnizada­mente, a veces con los vecinos, de seguido solo, buscando los rastros de la fiera, con la nariz sobre las pistas como un perro de caza.

Tal estado de cosas dura hasta el domingo 23 de noviem­

bre. Es un día triste y nublado. Las nubes cubren la montaña. Hacia las seis de la mañana, un hombre enloquecido llega al poblado. Encontró, en el lugar llamado «Champ Bernard», el cadáver de un pastor atrozmente desfigurado. Se da aviso a la brigada de gendarmería de v. .. Mientras que se espera a los gendarmes, cuatro habitantes del poblado, armados hasta los

dientes, suben hasta Champ Bernard. En el camino, pasan por una pequeña fábrica de carbón vegetal que explotaba una familia piamontesa. Son, para ese momento, las ocho de la mañana; aún no ha terminado de amanecer. En la semi­

obscuridad, ven que la carbonera está en llamas. Ahora bien, nadie se empeña alrededor para extinguir el fuego que devo­ra el carbón vegetal. Llaman; nadie responde. Finalmente, encuentran alrededor de la carbonera seis cadávers: el Pia­montés, su mujer, sus dos ayudantes, su hijo mayor, su pe­

queña hija. Todos, los seis, han sido atrozmente desgarrados por la pavorosa mandíbula. Al anochecer, cuando se hayan bajado las siete víctimas al poblado (contando al primer pastor) y mientras se esté realizando la primera autopsia sumaria, se descubrirá aún otro cadaver, de un pastor. Con ese suman ocho muertos en total. El mayor terror reina en la región.

Están inquietos también por Tíno. Partió desde la mañana a

buscar a la fiera como ha hecho cada día después de la muerte de su potro. Se teme, pues, que haya una nueva víctima. Tara­vellier parte en busca de Tíno, pero pronto se ve rodeado de niebla y, juzgando inútil su búsqueda, regresa a la granja. Se monta guardia toda la noche en la granja de Taravellier.

Habiendo terminado su turno de guardia, el pastor va a acos­tarse. Duerme en el granero, sobre el heno. Está en su cama desde hace a penas diez minutos cuando escucha la gran puerta que se abre suavemente. Algo se mueve en silencio entre las sombras. El pastor está desarmado. No tiene más que su

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cuchillo. Cuchillo en mano, trata de distinguir. Alguien trepa por el heno. Armándose de valor, el pastor prende su encen­dedor. Es Tíno. Pero un Tíno de mirada extraviada. «LOe dón­de vienes? -No lo sé.» Y bruscamente el pastor comprende. «(Qué has hecho? -No lo sé. -¿Eres tú el que mató a todas esas gentes? -No lo sé. -¿Eres tú la fiera? -No lo sé.» Tíno se deja deslizar del montón de heno y sale del granero. Lleva su fusil en la mano.

El pastor corre a la granja. Nadie, de entrada, quiere creér­le. Después se sabe que todas las víctimas fueron antes aba­tidas a tiros (un mosquetón de caballería, balas que son iden­tificadas como salidas del fusil de Tíno). Las pavorosas heridas eran infligidas a las víctimas con ayuda de una trampa para zorros que tomaba el lugar de unas mandíbulas. Se encuen­tra la trampa para zorros bajo la cama de Tino. Pero, ¿por qué mató a su propio potrill07 Nadie puede explicárselo. «Los que sabemos que se mata siempre aquello que se ama podemos explicárnoslo», dice un comisario erudito.

Se rastrea a Tino. Se ha refugiado en un pequeñ granero solitario. Se le sitia. Se le conmina a salir. No responde. Se

disparan al granero más de doscientos tiros de fusil y de cara­bina. Él no dispara. Por agotamiento, se prende fuego al gra­nero donde él arde sin un grito. Extinto el fuego, se le encuen­tra muerto y parcialmente carbonizado contra un muro sobre el cual dejó su imagen: vino a esconderse ahí y se puso de rodillas contra el muro. De allí no se movió.

La historia ha terminado, los tres amigos continúan averia­dos en medio del bosque. Escuchan y ven los faros de un auto que se acerca. Uno de ellos sale del coche y se para a mitad del camino para obligar al auto a detenerse. Éste no parece tener intención de detenerse y se precipita sobre el hombre que está enmedio del camino ...

(Continuará en el próximo episodio.)

Encadenamiento entre la primera y la segunda historia

El auto, que parecía precipitarse sobre el personaje que le

hacía la señal de detenerse, se detiene. Era, simplemente, conducido por un campesino poco diestro. Puesto al corrien­te de la descompostura, éste les propone remolcarlos hasta La Vachette. Lo hace. En La Vachette, contra lo que espera­

ban, hallan un albergue aceptable, una buena cena, un buen fuego. Mientras nuestros amigos se calientan tras la cena fu­mando pipa y bebiendo ponche, se asombran por la belleza y el noble porte de una mesera. Claro es que nada tiene de campesina. Resulta tan insólita allí como una locomotora en el retrato de la Gioconda. Entre más la examinan y la obser­va n, más se convencen de que en el menor de sus gestos

hay una insólita nobleza, una grandeza estupefaciente. Estoy seguro, dice el orador, de que estamos ante la pre­

sencia de uno de los misterios más cautivantes del mundo moderno. Me fue concedido, hace algunos años, acercarme a ese misterio casi hasta su esencia misma.

11 Tengo un amigo que posee una propiedad en uno de los paisa jes franceses más admirables del mundo. El parque

de tal propiedad se extiende por las colinas sa lvajes; pero

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no son salvajes a la manera gala, como las que aquí nos rodean, sino en un estilo griego: desiertos de cistáceas y pinos negros quemados por el sol, peñascos blancos, un

río de tiza y juncos semejante al Eurotas, montes Olimpo de un azul puro. En el fondo mismo de ese parque -o mejor dicho, de ese desierto-, en los repliegues enmara­ñados de un pequeño valle, quedan incluso las ruinas de un templo. No se sabe a quién estuvo antaño dedicado. Unos sabios vinieron a examinarlo y a estudiarlo (puesto que las ruinas son muy bellas), y no lograron ponerse de acuerdo. En los alrrededores del pequeño valle se desen­

tierran a veces medallas y lámparas votivas de arcilla . Se habría podido, gracias a las medallas, identificar al dios o los dioses que tuvieron aquí su templo, pero todas las medallas están muy gastadas o, cuando se las halla intac­tas, su acuñación se borra velozmente al entrar en contac­to con el aire. Mi amigo tiene toda una colección de ellas que no sólo han perdido todo su relieve sino que día con día lo pierden, casi ante la vista de uno, hasta volverse tan anónimas como fichas de un juego de damas. Tal particu­laridad no interesó a los sabios.

Cierto día, en la propiedad, viene en falta una nueva ayuda doméstica, más exactamente, alguien que lave los platos. La mujer que había tenido hasta entonces aquel puesto se había clavado una espina en el dedo yendo a recoger varas para escoba en las landas y la espina le había provocado un pana­dizo. Antes incluso de se comenzara a buscar una lavandera de loza entre las campesinas de los alrededores, una joven se presenta. No se lo piensa más, al momento se le contrata, y

no es sino hasta días después que surge la duda de de dónde viene: no es la hija de nadie, ni viene de esta granja o aquella otra, no es de aquí y cuando se le pregunta de dónde es responde vaga aunque muy genti lmente. Es tan naturalmen­te encantadora que se aceptan sus explicaciones (que no

satisfacerían a nadie si se tratase se alguien menos encanta­dor). No solamente lleva a cabo su humilde tarea a satisfac­ción de todos, sino que debido a que es ella quien la desem­peña la tarea ya no parece humilde. Todo, además, parece conspirar para que todo el mundo se entregue a la indulgen­

cia, e, incluso, a la despreocupación gozosa. El negro fin de otoño que transcurría -días grises, lluvias, borrascas- se trans­forma casi súbitamente en una estación rosada y vermeja. Hay un resurgir de flores en el jardín, los rosales dan rosas exquisi­tas; hay incluso en el aire como un perfume azucarado seme­jante al de las acacias en mayo. Incluso ciertas preocupacianes que nada tienen que ver con la estación se disipan, los embro­llos se disuelven, no se reciben sino buenas noticias, etc. Pasa

el invierno, que resulta exquisito. Y curiosamente exquisito, porque a pocos kilómetros de allí, al otro lado del río por ejem­plo, o detrás de las colinas, hace frío, llueve o neva, y las cosas transcurren como de costumbre. Pero aquí hace buen tiempo. Pasa pues el invierno y se ven obligados a echar al chofer. Ha

cometido diferentes hurtos en la granja: huevos, aves de corral que ha ido a vender al mercado para provecho personal; ha alterado las notas de gasolina y sobre todo, después de una pesquisa de la comisaría, se ha sabido que el hombre, ampa­

rado con papeles falsos, era en realidad un prófugo de la justi­cia, chulo notorio de Marsella que había huído a la campiña después de un pequeño asalto frustrado. Parte, no sin escán­dalo, y le dice a mi amigo que en lugar de tomarla contra él haría mejor en vigilar a Julie (que así se llamaba la lavandera

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de loza). Se le piden explicaciones y las proporciona. Afirma que desde que Julie fue contratada, y seducido como

todo el mundo por su belleza pero teniendo ideas precisas sobre la utilidad de la belleza de las mujeres, trató de ir a buscarla a su alcoba. Desde la primera noche, la alcoba esta­ba vacía. Julie se había levantado de la cama todas las no­ches. Nunca supo él como hacía ella para irse, ni a dónde iba. La había vigilado de muy cerca, y había sido burlado cada vez. Es un misterio, pero a su parecer, ese misterio debe esconder bajezas más grandes que las suyas.

Se vigila a Julie. Lo que el chofer dijo resulta verdad: des­aparece todas las noches. Desaparece es la palabra justa, pues no se sabe cómo hace: a las nueve (por ejemplo) está allí; a las nueve y uno ha desaparecido. Las puertas están cerradas, las rejas están cerradas, los perros se quedan atrás en un minuto, en menos de un minuto. Por la noche, desaparece en cosa de segundos. En la mañana allí está, no como una

aparición, sino como una mujer carnal que duerme en su cama, se asea, se peina, se refresca el rostro con agua de colonia, baja las escaleras, desayuna, ríe, se involucra en la vida, trabaja. Pero en la noche, su alcoba está vacía. Y se sien­te que está vacía incluso si se va a visitar la alcoba durante el día como lo hace una vez -para cerciorarse- el dueño de la propiedad. Se percatan -tras una pesquisa- de que no tiene amoríos en los alrededores, que nadie la conoce, que los animales le guardan un afecto peculiar que raya en la adora­ción: perros, caballos, vacas, puercos, gallinas, avecil las silves­tres e incluso animales sa lvajes. El hija de un granjero, caza­dor por excelencia, certifica que un día en que cazaba zorros vio a la bestezuela correr hacia ella -que regresaba de los

lavaderos- y refugiarse en sus faldas. Y ella tomó a la zorra en sus brazos como si de un gato se tratara. Se le advierte que hay en la propiedad un enorme gato rojo de angora que ase­meja, de lejOS, un zorro. Sin duda era al gato al que cazaba. Él se defiende. Asegura que era un zorro.

Ella, sin embargo, recibe cierto día una visita. Es un hom­

bre joven, grande y rubio, muy bello también él, muy noble, muy luminoso. A no ser porque iba vestido de overol se le tomaría por un aristócrata. Es cortés, habla bien, dice ser

empleado de la planta nuclear que está adelante del Rhóne.

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Su conversación, por lo demás, lo demuestra : emana de él

cierta irradiación verbol como la que emana de ciertos inge­

nieros superiores.

Al reflexionarlo, se preguntan qué medio de locomoción

lo habrá traído: no vino en moto, no vino en automóvil; no

vino en transporte público y la planta está demasiado dis­

tante para imaginar que hubiera venido a pie. Él y ella (que

pidió dos horas de permiso) se pasean por el prado'. Son tan

bellos y parecen tan bien pareados que se les pregunta, en

broma, «¿para cuándo la boda7». Ambos rompen a reír. Se

percibe en sus risas una ironía sumamente curiosa. Lo que

también resulta curioso es que el visitante parece dotado

del mismo don de desaparición que Julie. Estaba, hace un

instante, con ella en el prado, y ahora ella está ahí, sola, y

regresa a la casa. Tan lejos como se alcanza a ver, 105 prados

están desiertos.

En la quinta se la ve tan amable, tan bella, tan noble, tan

graciosa, que se le confía un trabajo distinto al de lavar la loza.

Se convierte en ayuda de cama. Primero un tanto recelosa, la

señora de la casa termina por aficionarse genuinamente a

aquella muchacha que le prodiga cuidados tan exquisitos, tan

extraños, y que parece conjurar, con sus dedos y sus gestos, a

la belleza misma. Después de que Julie arregla a la Señora, la

Señora se pone muy bella.

Pero cada noche Julie desaparece.

Una noche de invierno, el guardamonte pide ser recibido

por el patrón. Algo extraño ocurre en el páramo. Estaba (él, el

guardamonte) en ronda la noche anterior y pasó por el pára­

mo. Eran las siete de la noche. Vía luz en el vallejo de las ruinas.

Fue a averiguar. Al acercarse, se percató primero de que la luz

era de un curioso color; que no provenía de una fogata, ni de

una linterna, ni de varias lámparas eléctricas de mano; esa sim­

plemente una luz muy viva, que de cuando en cuando mostra­

ba colores como los del arcoiris. -y sin embargo no llovía y era

de noche. No, no llovía y era, en efecto, de noche, pero hay

algo más curioso aún : había, allá entre las ruinas, justo en don­

de están las columnas tiradas, una asamblea de unas quince

personas. Entre esas personas él (el guardamonte) reconoció

en primer lugar a Julie (que se mantenía un poco apartada), y

al joven rubio y grande que trabaja en la planta atómica, quien

estaba mezclado con el grupo. Allí estaba, por otra parte, el

herrero de Vente rol (un pueblo que queda a seis kilómetros) .

Ese tipo rechoncho, mal vestido y cojo, que tiene una mujer en

verdad bella (quien estaba alIQ, esa mujer, usted sabe, ligera,

que da mucho de qué hablar, que tiene enredos con un co­

mandante de aviación del campo de Salan, piloto de avión

supersónico. Sabe usted, él también estaba allí, el comandante.

y también estaba, sobre todo, ese viejo barbón, de grandes

barbas blancas que es zapatero en Saint-Chritol (un pueblo a

tres kilómetros). Ese tipo, derecho como vara, hombre muy

apuesto y fornido, un tipo que tiene, no sé, quizá setenta años,

quizá setenta y cinco, quizá más, quizá menos, habría que verlo

sin barba, pues tiene un rostro joven. Usted lo ha visto. Usted lo

conoce, allí estuvo para las elecciones, llevando la contraria a

todo el mundo. Es él quien tenía el aire de jefe. Y toda la banda

hablaba en una lengua que no comprendo. Puede que sea

ruso, quién sabe. También había otras gentes que no reconocí

pero que, cosa rara, no parecían extranjeros. Me parecía cono­

cerlos. LOe cuánd07 No lo sé decir.

Intenté acercarme para ver mejor, y entonces vi a ese

zapatero de la barba blanca hace r hacia mi dirección un

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pequeño gesto con los dedos. No sé si dijo alguna cosa

porque justo en ese momento, cayó un rayo (sí, dice el

partón, escuché el trueno ayer por la noche. Incluso me

extrañó, pues el cielo estaba despejado y soplaba un

poco de mistral) y quedé plantado en la tierra sin poder

mover un dedo. Después se hizo la noche y al cabo de

no sé cuánto tiempo pude moverme de nuevo. Primero

creí haberlo soñado, después pensé que más valía venir

a contárselo.

Intrigado, mi amigo (el patrón) manda llamar a Julie a

su despacho. Ella acude, sonriente; es la gracia misma. Él

le refiere la visión del guardamonte. Allí está ella, la gracia

misma, pero muda. Mi amigo insiste, perturbado por la

belleza, la gracia, la nobleza y por un inmenso sentimiento

de respeto inexplicable. Ella sólo sonríe, no responde. Pa­

rece que dice: «¿Comprende usted7 ¿Necesita de alguna

explicación?» En el momento en que mi amigo va a res­

ponder esa pregunta muda cae un relámpago fulgurante

que sacude violentamente la casa. Mi amigo cierra instinti­

vamente los ojos. Cuando los abre, Julie aún está allí, pero

es una muchacha común y corriente que responde torpe­

mente : «No sé, Señor.» Al día siguiente ha desaparecido.

Se pregunta en Ventero!: el herrero y su mujer se han ido.

La fragua está cerrada. En Saint-Christol, el gran zapatero

se ha marchado. En la planta atómica, el obrero se ha ido.

En el campo de aviación, el comandante ha sido transferi­

do a no se sabe dónde. El oficio en que se ordenaba su

transferencia ha desaparecido.

(Continuará en el próximo episodio.)

Encadenamiento entre la segunda y la tercera historia

Uno de los tres amigos dice: «Los antiguos dioses, los dioses

griegos. Reconocí a Zeus, Vulcano, Afrodita, Apolo, Marte, y

Julie sin duda era una ninfa.» En ese momento, la joven me­

sera atraviesa el salón, es la gracia misma, la gracia que son­

ríe. Una gracia inquietante. La puerta se abre. Entra un hom­

bre grande y apuesto, de barbas blancas, lleno de majestad.

Los amigos interrogan al patrón del albergue: «¿que quién es

ese7 -Es el zapatero. Formidable, ¿no?» Se escucha rodar un

trueno por las montañas.

«Si desean que les muestre sus cuartos ... », dice el patrón.

Son cuartos cómodos. Comodidad campesina sin agua

corriente pero con pequeños lavamanos de palanganas de­

coradas. Camas blancas y antiguas. Nuestros amigos, intri­

gados por la llegada del zapatero parecido a Zeus y des­

pués del trueno intempestivo, se reúnen en una de las

habitaciones para conversar antes de acostarse. Unos gra­

bados cuelgan en las paredes: Ruinas de Roma, copias de

las Prisiones de Piranesi ; asombro al encontrar allí esos

valiosos grabados en lugar del habitual Angelus de Millet.

El que habla se levanta a abrir la puerta hacia el corredor y

regresa. «Fui a ver, dice, si el pasillo aún estaba en su lugar.

-¿y dónde quieres que esté7- En estos remotos recodos

de provincia, dice, llega a suceder que los pasillos estén

dotados de una vida particular, una vida de pasillo, eviden­

temente, pero cuando esa vida de pasillo se entrecruza

con una vida de hombre o simplemente, como me suce­

dió, con un hombre en la noche, ocurren aventuras abra­

cadabrantes.»

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111 Allá por 1920 -volvía de la guerra, estaba joven- era mi oficio recorrer los campos para provecho de un gran banco para el que repartía certificados de valores. Mis clientes estaban dis­

persos por un territorio muy extenso. No sabiendo conducir automóviles, me valía, para desplazarme, de los pequeños ca­rros campesinos de horarios inverosímiles. Uno de ellos, nota­blemente, partía de mi residencia hacia las cuatro de la tarde para arribar a eso de las seis -en plena noche de invierno- al pequeño pueblo de v. .. en el corazón de una comarca aislada, extraña y montañosa. Allá dormía, una pequeña taberna me reservaba un cuarto. Otro, por lo demás, no había. En ocasio­nes, para ocupar el tiempo antes de la cena, hacía ciertos nego­cios en el pueblo. Era una hora conveniente, la gente, habiendo vuelto de los campos, se aburría al lado de la estufa y me escuchaba de buena gana. Otras veces, cuando sabía que me

había hecho, por el momento, de todos los ahorros de mis clientes, me quedaba en la sala de la taberna hasta la cena, después me iba a acostar, reservando para el día siguiente, en la mañana, la visita de las granjas y el castillo que estaban, el uno y las otras, algunos kilómetros más retirados en el campo. Kilómetros que remontaba a pie; campos que en nada incita­ban a los paseos nocturnos por tratarse de un país de sombras y de ecos cargado de reminisencias novelescas.

Las veladas pasadas en el café no me eran muy gratas. Era yo el único cliente, o si no, el único consumidor; verdad es que los demás, dos o tres viejos de más de ochenta años, en asamblea en torno de la estufa, no consumían más que calor.

Yo me bebía un vaso de agua de Vittel (que salía directamen­te del grifo -agua excelente, por cierto). Para la pequeña asam­blea, no se encendía más que una lámpara, eléctrica eviden­temente, pero que no emitía más que una débil luz rojiza. La

sala del café (que se llamaba El círculo republicano) era in­mensa; servía de sa la de baile en las grandes ocasiones. La atmósfera no predisponía a la alegría loca. Encima de eso, la historia de la región hormigueaba con aventuras trágicas, que habían tenido lugar hacia fines del siglo XIX. El pueblo había sido, en 1880, lugar de reunión de una banda, llamada la

banda de la Taille, que detenía a los viajeros, a los carros pú­blicos, y había quemado algunos pies. Más atrás en el tiempo, en la época revolucionaria, allí mismo se habían cortado vil­mente algunos cuellos, incluso cuellos de mujeres y niños. Ese salón del Círculo republicano había tenido, casi en todos los casos, que desempeñar un papel.

Una noche aún más particularmente siniestra -había cer­ca de la estufa un vejete asmático que se ahogaba en esterto­

res- me armé de coraje y decidí irme, en ese mismo mo­mento, al castillo donde tenía asuntos pendientes. El camino

atravesaba un llano, una colina, otro llano, y el castillo queda­

ba en el flanco de la siguiente colina. Había que atravesar saucedales, bosques de robles y un trecho de matorrales, en total, unos dos kilómetros a lo más. Llovía. Soplaba un poco de brisa, las sombras cobraban vida. Yo me aferraba a mi valor y mataba a mi imaginación pensando en esas noches de

guerra en las que no había fantasmas, sino peligros concretos de los que estaba felízmente a sa lvo. El casti llo es de un siglo XVII, retocado de XVIII, retocado de XIX, retocado de XX, siem­pre con retraso con respecto a las comodidades de la época

(así, para el siglo XX, se había de hecho quedado en 1907).

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De sus orígenes conservaba sus dimensiones colosales, las espaldas ásperas, el pecho abrupto, la tez oIivácea y una pro­pensión a la voz fúnebre. Debía al siglo XVIII los enyesados con polvo de arroz perfumado, los estucos galantes, los afei­tes dispuestos aquí y allá sobre los muros de galerías, alcobas y corredores; el XIX le dió algunas estufas de cañerías fantás­ticas y el XX una sala de baño, la única para cuarenta y ocho habitaciones, pero vasta como estación de trenes, orientada hacia el norte y tan fresca que allí se conservaban, en verano, la carne y el pescado.

Es la morada de Anselmo de B ... , último descendiente del linaje, soltero, sesenta y tres años (murió en 1945 -de muerte natural). Vivía solo en ese inmenso castillo con un ama de llaves conveniente, barbuda, irreprochable salvo sobre el asun­to de las cuentas, como se vió a su muerte (1953), para gran regocijo de tres de sus sobrinos (que después cambiaron el

tono: procesos, demandas, e incluso insultos y golpes, sucesos consignados en L'lndépendace du Var del 16 de enero de 1954). El ama de llaves, la Srta. Barbe (la bien llamada), de gran osa­menta, gran cuerpo de mujer, construída -como el castillo- a la usanza del siglo XVII, con carnes del XIX cuando la abundan­cia no le metía miedo a nadie. Anselmo, fin de raza, incluso extremo fin, un poco de anglomanía en las polainas. Ésta le viene de su padre, quien se enlistó en la guerra de los Boers, del lado de los Boers, evidentemente. Anselmo, como segun­do nombre, se llama Kruger. Además de su anglomanía, canti­dad de otras manías más internacionales: gran lector de perió­dicos, pero únicamente periódicos y Jamás libros, gran amante de la siesta, manía de adormecerse junto al fuego, manía de la ociosidad total, manía de canturrear a labios cerrados, manía de llevar el compás con el pie sobre los morillos de la chime­nea, compás por compás, viene al caso decirlo, ya que la músi­ca le es completamente ajena. De hecho, para la música no está más dotado que un mojón, sabe sin embargo que la cosa existe, pero apenas, yeso es todo; manía del porte real, en la que tenía éxito: siendo un hombre apuesto, tuvo sus aventuras,

creo que una vez con alguien bien que ya no regresó, y nume­rosas veces con campesinas, con granjeras que, aunque sin imaginación, todavía están atónitas del vacío total con el que se entregaron al placer. Algunas de ellas se volvieron novelescas y, favorecidas por el mercado negro, se compraron sus pianos.

Reflexiones de hoy. En aquella época, estaba lejos de encontrar simpático a Anselmo de B ... y a la Srita. Barbe, sobre todo de noche, sobre todo en invierno, sobre todo con un trabajo que dependía de ellos.

Tuve que servirme de mi lámpara sorda para hallar la en­trada del castillo; era sin embargo majestuosa, aunque estu­viera escondida tras la hiedra. Las primeras gotas empinadas de un chaparrón crepitaban en esa hiedra. La Srita. Barbe no se asombró de mi llegada tan tardía : puesto que yo «trabaja­

ba» para el castillo, cualquier hora era buena. Me anunció no obstante que el Señor barón estaba ausente, que se había visto obligado a transladarse precipitadamente a Toulon, pero

que me había dejado instrucciones en manos de su prima. No le conocía yo ninguna prima.

Tal prima, me informó la Srta. Barbe, estaba en el castillo

desde hacía ocho días, y ella misma me condujo a la salita de música donde la Sra. baronesa Agnes se ca lentaba los pies.

La Sra. baronesa Agnes, a quien veía por vez primera, era un gran caballo, pero un gran caballo de batalla. En los cin­cuenta o sesenta años, bien conservada, aunque agrietada en

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ciertas pártes. Rosada, de voz fuerte, una especie de Napo­

león, no solamente femenino, sino del norte, y gigante.

Supo darme, en efecto, todas las instrucciones que se pre­

cisaban y arreglamos el asunto en curso con bastante rapidez.

Para esas horas, se había desatado en el exterior una de esas

violentas borrascas que son el principal encanto de la región.

A pesar de su anchura de espaldas siglo XVII, el castillo gemía

en todos sus entablados y crujía en todos sus goznes. Las chi­

meneas rugían y el granizo crepitaba en los vidrios. «No puede

usted partir con este tiempo», me dijo la baronesa Agnes.

Charlamos cerca del fuego esperando de la tormenta una

ca lma que no llegó, al contrario. Hacia las nueve de la no­

che, el tiempo, decididamente horroroso, estaba de no po­

ner un pie a la puerta. «Va usted a compartir mi huevo pasa­

do por agua», me dijo la baronesa Agnes.

Era, felizmente, sólo una expresión, tuve un huevo pasa­

do por agua, entero, para mí. De nuevo charla, de nuevo

borrascas que empeoraban. Mientras, largos relámpagos di­

fusos estremecían las ventanas y el trueno cavaba en la no­

che ecos profundos.

«Va usted a dormir aquí, me diJO la baronesa Agnes, Bar­

be le hallará una recá mara .»

Barbe la halló. Era una recámara de pesados cortinajes en

rojo y oro; tenía tres puertas que castañeteaban los dientes.

Llevaba acostado diez minutos y apenas entraba en ca lor,

pues encontré las sábanas heladas y ligeramente húmedas,

cuando me aterrorizó la idea de tener que leva ntarme al

baño. Ma l que bien me aguanté cerca de una hora, des­

pués, me decidí a pararme. El cuarto era glacial. Abrí una de

las puertas que seguían castañeteando del pestillo. Daba a

un corredor, la otra también. La tercera abría al corredor por

donde había venido. Era alrededor de medianoche. Todo el

castillo estaba silencioso. Afuera, truenos y relámpagos de

azufre, aunque no se trataba del diablo. Me puse el panta­

lón y tomé mi ca ndelero. Primer corredor. Por él se iba hacia

el Este; hacia el Este y finalmente, hacia una escalera. Bajo la

esca lera : un nuevo corredor. Lo recorro: cinco puertas. In­

tento abrir la primera: cerrada. Tengo la mano sobre el pica­

porte de la segunda cuando me digo: ¿y si fuera la puerta de

la Sra. baronesa Agnes7 En fin, trato de abirla. Cerrada. Inten­

to en la tercera: abierta. La empujo, gemidos lúgubres que

desperta rían a un muerto. Me hielo, me paralizo, aguardo.

Nada. Levanto mi vela. Estoy en un sa lón de gala, con tapi­

ces en los muros, El león de Nemea, si no me equivoco. Mi

mirada recorre la pieza. Se me encoge el cora zón: una cama

con un baldaquín, pero feli zmente, vacía. Si tiene baldaquín,

esta recámara debe tener un baño. En los muros del cuarto

hay cinco puertas (un muro cuenta con dos). Abro una de

ellas: armario. Abro otra: pasillo. Abro una tercera: baño, ru­

dimentari o, pero ¡ufl

De regreso a la recá mara, la examino. Cama con balda­

quín, además si llones Luis XIII y bibelots que las sacudidas

de la borrasca hacen sonar. Los tapices, efectivamente son

de El león de Nemea. Ahora se trata de regresar a mi alcoba.

Corredor, esca leras que remonto. Hace un rato no me per­

caté de que a lo largo de la escalera había una ga lería de

retratos ariscos: hombres de ley, obispos, arzobispos, viejas

desagradables. He ah í el corredor superior, una puerta, he

ah í la mía. Abro: estupor: no es, de ninguna manera, mi

cuarto roJo y oro. Es un gabinete de trabajo: bib lioteca, escri­

torio atestado de papeles. Sin embargo, seguí bien, en sen-

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tido inverso, el camino que llevaba a la recámara del balda­

quín. Veamos, rememoro, corredor, escalera, corredor, ter­

cera puerta, no hay duda y sin embargo, aquí tampoco cabe

duda. Es un gabinete de trabajo.

Bien, no se trata más que de regresar a la habitación de la

cama con baldaquín, es allá donde me debo haber equivo­

cado de puerta (allí eran cinco), debo haber tomado un

corredor en vez del otro. No se trata más que de estar aten­

to. Entonces, corredor, bajar las escaleras, tercera puerta a la

izquierda. Abro : estupor, no es la habitación de la cama con

baldaquín, es un sa loncito. Comienzo a sentirme seriamen­

te fastidiado. Me digo que hace falta reflexionar. Reflexiono,

y entre más reflexiono más perdido me veo entre el rojo y el

oro, el baldaquín, El león de Nemea. Me digo: ya perdido,

no queda más que ir hasta el final del corredor, que bien

debe terminar en algún lado. Es más: a grandes males, gran­

des remedios. Camino, vuelvo a bajar una escalera, subo

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por otra, doy vuelta a la izquierda, doy vuelta a la derecha. El corredor no tiene fin, debe dar vuelta a todo el edificio. Lo fastidioso es que no me habían dado más que un cabo de vela que se consume con mucha rapidez. No nos aloque­mos. Creo reconocer una puerta. La empujo. iAh!, magnífi­co, es el cuarto de la cama con baldaquín. Pero, ¿miré bien

hace rato? LOe donde saqué se me ocurrió eso del león de Nemea? Los tapices representan a Don Quijote y a Altisidor, sin duda. Debo haberme equivocado hace un rato. Las cin­co puertas, helas aquí. No, cuatro: un, dos, tres, cuatro. Esto me parece ya prodigiosamente fastidioso. Tengo frío ade­más. Deben ser bien entradas las dos de la mañana.

Bueno, prosigamos. No veo. Por un momento pienso que lo más sencillo sería que me acostara en la cama del balda­quín que está allí, pero la cama no está tendida, no hay sába­nas, no hay más que una colcha. Busquemos una cama. Co­rredor, escalera, he aquí de nuevo la galería de retratos. No,

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me parece que en ésta hay más obispos que en la otra, o más viejas, en fin, no lo sé. Una, dos, tres, tercera puerta, abro: un pequeño gabinete de lectura (sin mesa, sin papeles), una, dos, tres puertas, abro: nada, un guardarropa vacío.

Puetra, puerta, puerta; armario de blancos, de trastos, cocina fuera de uso, corredor, escalera, puerta: una alcoba azul, verde, blanca, en ninguna está tendida la cama. ¿Será que cambié de piso? Esas alcobas parecen menos lujosas, menos cuidadas. Debo estar en un área de cuartos comu­nes. Empujo puertas con desenvoltura y alguien lanza un grito. Fatal. Estoy en la alcoba de la baronesa Agnes.

Me excuso, me explico, ella tiene tanto miedo que a su vez se excusa y se explica: escuchó a alguien rondar afuera de su alcoba y hace un cuarto de hora que esconde la cabe­za bajo las sábanas. Finalmente, una vez tranquila, me dice:

«Sa lga un par de minutos, me pongo una bata y lo acompa­ño a su cuatro. Es cosa de niños. Conozco este castillo como la palma de mi mano.»

Me alcanza afuera, vela en mano también, y partimos. Corredor, escalera, galería de antepasados (me parece que hay más guerreros que la vez anterior), corredor y henos aquí. «Muchas gracias, Señora», abro la puerta. No hay ninguna duda, ese no es mi cuarto. ¿Cómo que no es su cuarto? No, imirel

En efecto. Ah, sí, cómo soy tonta, - sí, sí, es sencillo. Esta es la recámara del condestable, había que torcer a la derecha, pero claro, cómo soy tonta, discúlpeme, venga. Corredor, escalera, galería de antepasados (no los miro más), corredor, puerta, henos aquí. No lo creo, Señora, mi puerta era cuadrada, ésta es redonda. No, de ninguna manera, abra usted y verá. Abro.

No es lo, sino uno recámara con cama de baldaquín, hay también un tapiz: El elefante del rey de Siam.

Estupefacta, la baronesa me dice: «iNo conozco esta alco­ba l» Nos quedamos fríos. Fríos es poco decir: estoy helado.

«Volvamos a mi cuarto», dice la baronesa. Bien lo quisiera,

pero es fácil decirlo y difícil hacerlo: corredores, escaleras, corredor, baldaquines, tapices (todo sucede en ellos: el Or­lando furioso, el Coloso de Rodas, la jirafa, Pablo y Virginia, etc.), galería de antepasados (todo Saint-Simon). Vamos a parar a una especie de locutorio de muros desnudos, con

asientos de madera y un gran crucifiJO. «Es la primera vez en mi vida que vengo aquí», dice la baronesa. También yo. Abri­mos una puerta. Da a una terraza, un soplo de viento nos

apaga las velas. Terminamos la noche, la baronesa y yo, lado a lado sobre

una poltrona, no del sino de un salón de música, miserable­mente envueltos en un tapete para Jugar a las cartas. «Estré­chese contra mí, no tenga miedo, vamos, vamos», me decía la baronesa Agnes en una voz desprovista de toda ternura.

Encadenamiento con una próxima historia.

Pero los pasillos del albergue están en sus respectivos luga­

res. Nuestros amigos han pasado un buena noche. Desde la mañana, un tiempo radiante. Han coseguido gasolina y la avería ha sido reparada (no era nada, ha bastado con el muchacho

de la tienda quien apretó quién sabe qué.) Ruta magnífica, un gran sol. Paisaje a la Poussin, cada vez

más novelesco. «Qué admirable país», dicen. Vemos, sobre el

camino, crecer un castillo.

Traducción de Alain-paul Mallard

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M~estra. de etiqRAu.,ta y de estilo epistolar «Ha tenido usted la amabilidad de en­

viarme unos soberbios lirios que no

dejo de contemplar con un placer ex­

tremo.» Es así como escriben en la

capital las maestras de estilo epistolar.

Después de haber servido en casa de

algún noble donde aprendieron la

mayor parte de las reglas de la etique­

ta que deben observarse en el trans­

curso de un año, muchas mujeres se

establecen finalmente en esta profe­

sión, y un buen promedio de padres

que cuentan con buenos recursos en­

vían con ellas a sus hijas para que se

formen mediante el ejemplo de las

buenas maneras.

Gracias al hecho de que en otro tiem­

po serví en casas de gente de condición

noble, me fue posible impartir un curso

de caligrafía para muchachas. Muy con­

tenta de poder alojar en mi casa, colo­

qué sobre uno de los pilares de la puer­

ta de entrada un cartel en el que decía:

«Cursos de caligrafía femenina.» Ocupa­

ba para ello un pequeño salón que arre­

glé a fin de darle un aspecto agradable;

tenía a mi servicio a una sirvienta no ins­

truida que acababa de llegar de la mon­

taña. Consciente de la importancia de

mis obligaciones con las Jóvenes que se

me habían confiado, cada día, sin des­

canso, corregía sus tareas de escritura

copiadas en limpio y les enseñaba las

regla s de la urbanidad y

de la compostura que las mujeres de­

ben conocer. Puse final completamente

a cualquier ligereza de conducta, sin pen­

sar siquiera en ello. Pero un día un jo­

ven, de una edad en la que la pasión

amorosa se encuentra en su punto más

ardiente, me pidió que le llevara su co­

rrespondencia de enamorado. Por ha­

ber ejercido en otra época el oficio de

cortesana, entendía a fondo los princi­

pios que unen a los hombres y a las

mujeres, de la misma manera que los

pájaros hiy'oku están unidos por el cuer­

po y vuelan de común acuerdo, o como

los dos árboles reunidos por una rama

común renri. Mis cartas, de una seduc­

ción que tocaba exactamente el punto

sensible, no dejaban de conmover el co-

razón de aquellas que las recibían. Los

procedimientos, no obstante, diferían se­

gún si se trataba de una joven ingenua

cuyo sentimiento era rápidamente ca­

lado de parte a parte, o bien si se trata­

ba de una de esas mujeres al día, curti­

da en las intrigas galantes: pero no hubo

una sola que no se rindiera.

Con excepción de una carta, no

existe prácticamente manera alguna

que sirva para conocer a las mujeres

de los demás. Sea cual fuere la dis­

tancia del país, el pincel expresará los

pensamientos. No importa si una car­

ta incluye una larga sucesión de fra­

ses: si son engañosas, acabará uno

cansándose lógicamente de su lectu­

ra y no se lamentará el arrojarla a la

basura. La evolución de un pincel sin­

cero llegará naturalmente hasta el co­

razón: se tendrá la impresión de un

encuentro real con el escritor.

Cuando servía en el barrio de las

cortesanas, entre mis muchos clien­

tes había uno por el que me encon­

traba lejos de sentir aversión. A cada

encuentro, me confiaba a él, olvidan­

do que era una cortesana. Le habla­

ba francamente y con el corazón en

la mano acerca de todo. Él no me ha­

bría abandonado; pero por haberme

ido a ver con frecuencia, le resultó fi­

nalmente imposible volver a hacerlo,

debido a un exceso de gastos. Me sen­

tía tan triste que todos los días, en

secreto, le hacía llegar noticias mías.

Entonces le parecía que me veía. Des­

pués de releer va rias veces mi carta,

recostado en su solitario lecho, la apre­

taba contra su pecho. Una vez, en sue­

ños, la carta tomó mi aspecto y, con­

versando con ella toda la noche,

sorprendió los oídos de todos los que

estaban acostados cerca de él. Más

adelante pudo disponer nuevamente

de recursos, y yo pude verlo como

antes. Entonces me contó, resumien­

do, lo que le había sucedido, y en ese

momento entendí que los inquietos

pensamientos que yo había alimen­

tado cada día respecto a él, encontra­

ron un eco fiel en su persona. iY así

40

debió haber sido, pues cada vez que

le escribía olvidaba todo, menos el úni­

co pensamiento que me absorbía y

que seguramente no habría podido

desviarse de su destino!

Cuando las personas me pedían

que les escribiera alguna carta, yo les

garantizaba que su amor sería corres­

pondido según su deseo, cualquiera

que fuese la indiferencia del destina­

tario. Como yo ponía todo mi corazón

redactando las cartas para el citado mu­

chacho, éste por su parte se turbó y

yo empecé a sentir afecto por él. Una

vez, con el pincel en la mano, hice

como si reflexionara durante un mo­

mento, y enseguida lo dije, dejando

de lado toda vergüenza: «iAtormentán­

dolo a usted de esa manera y portán­

dose cruel hasta el grado de no co­

rresponder a sus sentimientos,

seguramente no existe en el mundo

una mujer tan despiadada! En lugar de

continuar un cortejo que no tiene éxi­

to, ¿por qué no mejor vuelve su amor

hacia mí? Todo está en

comprenderse. No

se trata de

comparar las

cualidades

y los de­

fectos de

esta mu­

jer con los

míos. Bue­

nos senti­

mientos por

parte y, paraus­

ted, una inmediata

satisfacción en amor,

¿no resultan por el

momento una ven- ..

taja para usted?» ~;...:; . ,~

Sorprendido, el hom- ~

bre no pudo articular .~--,,-­palabra por unos instantes. . ~

¿Pensó acaso que el corazón de la mu-

jer a la que amaba no estaba seguro y

que más valía tomar por el camino más

cort07 También, particularmente, no-

taría que yo tenía los cabellos ligera-

mente crespos, los dedos gordos de

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los pies levantados y la boca pequeña ,

al r e s p o n d e r m e : «Para n o ocu l ta r le

nada, no estoy d ispuesto a gastar d i ­

nero, incluso en la mu je r a la que lo

hago la corte. En cuanto a usted, no

podría ni siquiera ofrecerle un c in tu-

rón. Incluso después de hacernos to ­

ta lmente ín t imos, a la pre­

gunta de : "¿Tiene usted a

a lgún v e n d e d o r d e te las

entre sus conocidos?" real­

men te no podría responder­

le hac iéndole la p r o m e ­

sa d e u n

d o b

r e t a z o

de seda

ni la de

m e d i o retal de un doble forro momi

rojo. Tengo q u e advert í rselo desde

ahora, al no poder cumpl i r con lo que

habría p r o m e t i d o en un principio.»

Siendo que yo le otorgaba tanta pre­

ferencia, la impert inencia de sus pa­

labras hizo que lo encontrara od ioso

e innoble. En los barrios de esta gran

capital seguramente no había "se­

qu ía" de hombres y m e ima­

ginaba que m u y b ien po­

d r í a e n c o n t r a r a o t r o

cuando precisamente en

ese m o m e n t o , en la pe­

n e t r a n t e t r a n q u i l i d a d

provocada por la lluvia

de verano que había e m ­

pezado a caer, un gorrión,

proveniente de una maleza

de bambúes, entró volando

por la ventana y extinguió

la luz. Ayudado por la

oscuridad, el hombre

m e atrapó vigoro­

samente. Empe­

zaba a res-

p i r a r

con fuerza; extendió cerca de la almo­

hada algunos pañuelos de papel de

nombre «Kosugiwara»; y m e dijo, gol­

peándome ligeramente la cintura: «¡Tuyo

por cien años! i Estúpido temerario, ig­

norante de los peligros de la existencia!

¿Acaso crees que te dejaré vivir noven­

ta y nueve? iLo que m e dij iste hace

un m o m e n t o fue m u y vejator io! En

m e n o s de un año te obl igaré a cami ­

nar con un bastón, te demacraré la

barbil la y haré que te desp idas de

este m u n d o efímero.» Así pensaba yo.

Y a partir de en tonces , de día y de

noche, lo provocaba a la forn icac ión.

Cuando se sentía débi l , lo hacía que

t omara un caldo de locha, huevos y

ñ a m e s de m o n t a ñ a . C o m o lo había

previsto, el h o m b r e se agotó poco a

poco . Sucedió algo lamentab le : en el

cuar to m e s del año siguiente, hacia

la época en la que se efectúa el c a m ­

bio de ropa forrada de a lgodón por

la de en t re t i empo , a él lo resul tó im­

pos ib le . Permanec ió vest ido con un

traje d o b l e m e n t e forrado. Desahucia­

d o por la mayor parte d e los m é d i ­

cos, con la barba larga y e n m a r a ñ a -

las uñas crec idas, ob l i gado a

colocarse la m a n o en la oreja

para poder oír, sacudía la

IHARA SAIKAKU ( 1 6 4 2 7 - 1 6 9 3 ) , es una de las figuras más brillantes de la literatura

japonesa del siglo XVII. Célebre por su asombrosa facilidad para c o m p o n e r haikús, es considerado también c o m o el renovador de las artes narrativas de su t iempo.

aspecto rencoroso, inc luso

cuando se contaban de lan-

k te de él agradables his-

tonas sobre mujeres.

Traducción de Glenn

\Gallardo y Mar¬

k ta I V H I Í C

c a b e z a

c o n u n

.o, inc luso

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Febril revolucionario desde la adolescencia, José Re­vueltas ya militaba a los 14 años en las filas del soco­rro Rojo Internacional y en 1932, a los 18 años de edad, se afiliaba al Partido Comunista Mexicano para capitanear de inmediato la organización de las juven­tudes comunistas en el país. Comprometido desde entonces con los movimientos sindicales, y durante un conflicto huelguístico en la fábrica de El Buen Tono, fue aprehendido y condenado a su primera prisión en el penal de las Islas Marias, cuyo director era el general Francisco J. Múgica . Los muros de agua, su primera novela es fruto de esa reclusión de cinco meses, de la que seria liberado (era me­nor de edad) gracias a las gestiones del propio ge­neral Múgica .

Desde esos tempranos años, de escritor y de militante revolucionario, aceptó su destino penoso de implacable crítico y osado opositor tanto de las fuerzas políticas de la derecha, el fascismo y el capitalismo nacionales e inter­nacionales, como de los complacientes simuladores de la izquierda marxista y las organizaciones obreras, que a juicio de los militantes no ortodoxos del mundo entero no cumplían con el papel histórico y moral que estaban obligados a cumplir. De una segunda reclusión en las Islas Marías, adonde fue enviado (aunque continuaba siend!J menor de edad), lo libraría una orden del Presi­dente Lázaro Cárdenas. Pero retornó de inmediato a la lucha revolucionara de militante y de periodista para afron­tar el resto de su vida -como se sabe- innumerables en­carcelamientos y condenas por supuestos delitos políti­cos (la última de ellas la purga en Lecumberri tras los sucesos violentos de 1968 en Tlatelolco).

En el campo de sus propios correligionarios -los par­tidos y grupos de la izquierda radical a los que perte­neció-, las expulsiones y las condenas ideológicas fue­ron tan numerosas para Revueltas como las que sufriera a manos de las autoridades judiciales y políticas del país. Desde su primera expulsión del PCM en 1943, junto a otros disidentes marxistas, recorrió un largo ca­

mino de ingresos, reingresos y nuevos repudios tanto

1914

, EDUARDO LIZALDE

s en el Partido Popular, como en el propio PCM, el POCM y la Liga Leninista Espartaco, que fundó en 1960 y de la que fue expulsado con un pequeño grupo de militantes en 1963. La historia consta en múltiples libros de José Revueltas y otros autores.

En estas cartas inéditas del final de los años 30, que aquí se publican -una de ellas a un no identificado ca­marada y poeta, la de mayo de 1938 a su compañero del PCM, Carlos Sánchez Cárdenas (también valeroso militante desde los años mozos, con quien tuvimos en los años 60 Revueltas y otros camaradas del desapare­cido POCM graves diferencias políticas), lo mismo que la carta al escritor Octavio G. Barreda, dejan ver de qué manera se entregó siempre Revueltas, en cuerpo yalma, a las tareas de la organización revolucionaria y en qué medida el fuego de la pasión política lo consumió des­de el principio para conmover, atormentar a veces, a lo largo y a lo ancho, su vida y su obra entera de escritor.

Una iluminada furia y devoción de mártir ateo, de in­crédulo cristiano (como dijo en otras palabras -1977- su coetáneo Octavio Paz, que firmaba con él aquella carta a Barreda), lo alentaron siempre a vivir con una impla­cable fidelidad a unos principios y unas convicciones ideológicas que, como en el alma de todos los revolu­cionarios del mundo, empezaron a flaquear desde los cismas de las revueltas antiestalinistas de los años 50 y los 60 en Europa.

Al final de su vida, algo desencantado y escéptico, pero decidido a morir por la causa del socialismo "con rostro humano", me recordaba a aquel trágico persona­je de una obra de Don Miguel de Unamuno: San Ma­nuel Bueno Mártir, un santo sacerdote, líder espiritual de su comunidad provinciana que no tenía el valor de confesar a sus admiradores y devotos feligreses el se­creto ateísmo que lo devoraba.

Entre 105 libros más recientes de EDUARDO LIZALDE, nuestro director, se en· cuentran la antología de poesía amorosa, Recuerdo que el amor ero uno

blondo furia y una compilación, en dos tomos, de parte de sus ensayos y artículos literarios bajo el título de Tablero de divagaciones.

- 1976 42 Revueltas en 1975. Foto: Christa Cowrie. Archivo JR (inédita) •

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Tres cartas inéditas de José Reweltas La primera (a Lidio, cuyo apellido no se ha podido deter­

minar) sólo es un borrador, por desgracia inconcluso e in­

completo (falta la segunda hoja), que ha de datar de 1937

o 1938; su gran interés es que demuestra a las claras las

preocupaciones estéticas y antidogmáticas del joven Re­

vueltas, que se ven confirmadas y ampliadas en la magní­

fica carta que escribió a su hermano Silvestre en abril de

1938 y publicada en Los evocaciones requeridos.

La segunda estaba destinada a su camarada de las Ju­

ventudes comunistas, Carlos Sánchez Cárdenas, al princi­

pio de la estancia de Revueltas en Mérida (de mayo a agosto

de 1938) para dar clases en una secundaria federal y rea­

lizar tareas del Partido. En plena efervescencia del periodo

cardenista, Yucatán, por sus experiencias socializantes, ejer­

cía un enorme atractivo para los jóvenes intelectuales. Re­

vueltas se encaminó a esa región un año después de Octa­

vio Paz (febrero-mayo de 1937). Militante activo del partido,

Revueltas tenía problemas con éste, e irse a Yucatán repre­

sentaba una salida temporal a estos conflictos. Desde su

llegada a Yucatán se sintió renovado y con gran entusias-

mo para trabajar con los jóvenes de la JSUM; llevaba un

nombramiento para desempeñarse como maestro, pero

encuentró ciertas reticencias de la parte del SUTEY, a quien

no le gustaba que les mandaran órdenes del centro sin

consultarlos. Finalmemente, Revueltas se quedó en Méri­

da y no en Uayalceh, el pueblo al que se iba a dirigir, im­

partió clases en secundaria y, como Paz, escribió artículos

para el Diario del Sureste.

La tercera es un manifiesto firmado por la crema y nata

de las promesas literarias de los años cuarenta. La tragedia

de España, la debilidad de Francia e Inglaterra frente a Hitler

(anschluss, Checoslovaquia, Munich ... ) y el pacto germano­

soviético cegaron a más de uno, y muchos son los que de­

fendieron la neutralidad en lugar de combatir decididamen­

te la barbarie nazi. Sólo fue hasta 1941, con la entrada en

guerra de la URSS, atacada por las fuerzas del Eje, cuando

revisaron su posición para apoyar al «bando de los valores

humanos».

Andrea Revueltas

Años 40. Foto: Hermanos Mayo

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CARTA A LIDIO

Estimado Lidio: Cumpliendo una promesa -a punto de envejecer casi- he­

cha a nuestro común amigo Jesús Madueño [O], he querido escribirte una larga carta que me ha sugerido la lectura de tus poemas. Realmente no se trata sólo de opinar sobre tu poesía. Ella es el pretexto para poder formular una serie de ideas sobre las cuales todos nosotros, los jóvenes, debemos pronunciarnos. Ha sido una preocupación mía -sobre todo en los últimos tiempos-la de que contribuyamos, cada quien

en la medida de sus posibilidades, a elaborar los puntos programáticos, de principio, que deben regir nuestra activi­dad intelectual. Naturalmente que no se trata de que repita­mos simplemente los consabidos principios marxistas, sino que, basándonos en ello, meditemos sobre los anchos cam­pos que nos ofrece el materialismo dialéctico para la crea­ción artística. Esto exige ante todo, y hay que repetirlo cien mil veces, una actitud desposeída en absoluto de todo pre­juicio, de toda inclinación dogmática y de toda falsa ortodo­xia. Lo primero que nos ofrece el [ ... ]

al mismo tiempo, no superior ni inferior, sino que vive simplemente en las condiciones siempre cambiantes e im­

previstas de la vida. Para elaborar nuestra posición ante [ ... ]

CARTA A CARLOS SÁNCHEZ CÁRDENAS

Mérida, Yuc., 14 de mayo [de 1938]

Estimado Sánchez Cárdenas: Hace dos días llegué a ésta e inmediatamente me puse en

contacto tanto con los compañeros del P[artido] como con los de Juventudes. Todavía no he podido realizar ningún trabajO excepto informarme de la situación que se tiene en la organización. Los muchachos de JSUM [Juventudes So­

cialistas Unificadas de México] acaban de expropiar al ex Club Mérida, un magnífico local que tiene tanque de nata­ción, cancha para basquet, teatro, etc. Piensan poner me­sas de billar y otras cosas más. Como podrás comprender,

esto será un gran centro de atracción para la Juventud. Hernán Morales me informó de los propósitos que tienen para la realización de un Congreso de la Juventud del Su­reste (Yucatán, Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chia­pas) y que al efecto, se han puesto ya en contacto con

algunos gobernadores. Yo pienso que después de afianzar organizativamente a las JSUM en Yucatán, se puede plan­tear inmediatamente la realización del congreso mencio­nado que tendrá una gran importancia nacional. Necesita­

mos que ustedes por su parte procuren lograr todo el apoyo

del CEN [Comité Ejecutivo Nacional]; ya hemos hablado en ésta con Alvaro Pérez Alpuche quien no muestra ningu­

na objeción, pero como te digo, el problema no lo plantea­mos con carácter inmediato, sino sólo hasta después de que consolidemos efectivamente a las Juventudes aquí. Como tú conoces muy bien la situación de ésta no tengo por qué informarte del estado que guardan las Juventudes. A mí me parece un gran movimiento Juvenil, como no ha­bía podido ver todavía en ninguna otra parte del país. Her­nán Morales me parece un líder Juvenil extraordinario, Ile-

45

no de dinamismo y de iniciativa un auténtiCO dirigente de jóvenes

Presenté al Partido la credencial que se me extendiÓ como representante de la Comisión JuveniL Alvaro Pérez me presentó ante las Juventudes como delegado autonzado del CEN aquí. lo que ha hecho que los muchachos se muestren muy dispuestos para conmigo. El asunto de mi trabajO personal en Uayalceh me parece que no les agradó del todo a los compañeros del SUTEY [Sindicato Unificado de Trabajadores de la EducaCión de Yuca­tán]. Creo que no les gusta que deCidan las cosas desde MéXICO sin consultarlos previamente. Yo les expresé claramente que SI mi nombramiento da lugar a Incidentes con el Sindicato estoy pefectamente dispuesto a renunciar al Instante. Por su parte los compañeros del PC no qUieren que yo salga a Uayalcell argu­mentando que encerrado allá en la finca no podré entenderme del trabajO de las Juventudes. (Considerando las facilidades que tengo para el trabajo entre los Jóvenes por la buena acogida que me han dado, creo que tienen razón.) El compañero Gottdiener se mostró también un poco disgustado porque no le avisarorl previamente que yo venía a Mérida Yo te ruego que le escribas una cartiJ diciéndole que por uniJ pura cuestión de trámite esto no fue posible, y en esta forma sallsfacemos la demanda de los compañeros acá que siempre <-luleren que se les tome en cuen­

ta, cosa en la cual tienen perfecta razón. Para arreglar y norm<1li­zar mi situación tendremos hoy una reunión con la frac[ciónl del SUTEY y con J. de D. Rodríguez que es director de Fduc<1C1ón

Quisiera <-lue me eSClibieras diciéndome cómo está Id situación por allá. El trabajO de Icls Juventude,> y sobre todo la conf[erencla] del Plartidol ¿Es cierto <-lue se aplazó? Estoy tratando de documentarme sobre la cuestión agraria en el

estado. La situación parece muy difícil. Los ca ll1pe'> lnos han sufrido en sus salariOS y esto crea muchas ddlcultades. Voy el

estudiar el problema detenidamente para ver en qué forma pueden las Juventudes participar en la solución de los pro­

blemas. Pronto estaré en condiciones de enviarles el Plan

A mediados de los 60. Foto : Julio Pliego

de Trabajo de las JSUM, los muchachos tienen elaborado tlll

bosquejo que vamos a completar En cuanto sa lí de México me sentí renovado. La sol<1 Vl std

de las JSUM aquí me ha llenado de entusiasmo y de volun tad para trabajar Confíen en que podré rea liza r un trabdJo Intenso y constructivo, como comunista.

Sa ludos a todos, y a tu compañera, Rev.

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CARTA ·A OCTAVIO G. BARREDA (1940)

José Revueltas

Monte de Piedad 3. Desp. 406

México D.F.

Sr. Octavio G. Barreda

LETRAS DE MEXICO

Estimado Octavio:

Me permito adjuntarle el manifiesto de los escritores jóve­

nes con motivo del primer aniversari o de la guerra:

«Los escritores Jóvenes abajo firmantes, en ocasión del

primer aniversario de esta segunda guerra europea, elevan

su voz de protesta para hacer patente su indignación contra

aquellas fuerzas políti cas y económicas que han permitido

el desencadenamiento de la infame lucha . En la guerra que

actualmente contempla el mundo sólo hay un bando que

defender: el de los va lores humanos, el de la cu ltura, el del

porvenir del hombre; y este bando no está representado, ni

con mucho, por las potencias llamadas democráticas, que

traicionaron a España y propiciaron su derrota, y menos aun

46

por las potencias totalitarias de Alemania e Italia, enemigas

de todo progreso y todo anhelo profundamente humanos.

Al condenar la actual contienda, los escritores jóvenes de

México o que radican en él, manifiestan su fe en la fraterni­

dad última y definitiva de todos los pueblos de la tierra.»

Firman : Alberto Quintero Alvarez, Antonio Sánchez Bar­

budo, Arturo Echeverría Loría, Andrés Henestrosa, Antonio

Magaña Esquivel, Adolfo Sánchez Vázquez, AIf Chumacero,

César Garizurueta, César Ortiz, Clemente López Trujillo, Efraín

Huerta, Efrén Hernández, Enrique Ramírez y Ramírez, Gena­

ro Carnero Checa, Ignacio León, José Alvarado, José Revuel­

tas, José Herrera Petere, Juan de la Cabada, Juan Rejano,

Jorge González Durán, Lorenzo Varela, Marco Antonio Mi­

lIán, Manuel Lerín, Miguel Bustos Cerededo, Miguel García

Cruz, Manuel Germán Parra, Neftalí Beltrán, Octavio Paz, Oc­

tavio Nova ro, Pedro María Anaya, Rafael Solana, Ricardo Cor­

tés Tamayo, Rodolfo Dorantes, Raúl González García, Raúl Ortiz

Avila. (Rúbricas)

Esperando inserte Ud. en su magnífica publicación el re­

ferido manifiesto, me es grato sa ludarlo,

José Revueltas.

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PHILlPPE CHERON

La vida y la obra de José Revueltas dan a veces la impresión

de no ser sino una sola, porque algunos aspectos de su

biografía se asemejan extrañamente a ciertos temas de sus

novelas. Si bien es necesario separar análisis textual y

biografía, literatura y política, y evitar la contaminación de

unos por otros, el problema ideológico-literario que se planteó

a raíz de la publicación en 1949 de Los días terreno/es I es

un ejemplo de la mezcla casi inextricable de estos aspectos.

Lo literario se vio entonces dominado a tal grado por la

ideología, que desapareció durante algún tiempo.

Con ésta, su tercera novela, Revueltas llegó a una cumbre

de su obra literaria. Pueden contarse con los dedos de la

mano los lectores lúcidos, como los poetas Salvador Novo o

AIí Chumacero, que supieron apreciar la calidad literaria de

aquella novela apenas salida de las prensas, sin inmutarse

por su carga político-ideológica, lo cual es sintomático, ya

que fue la crítica ideologizada la que rechazó aquel libro.

Años después, olvidada la polémica que su aparición

desencadenó en 1950, y transformado el contexto global,

se ha vuelto mucho más fácil celebrar una gran novela.

Con esta perspectiva que da el tiempo, ¿puede afirmarse

que su crítica está superada y lista para desaparecer

definitivamente en el "basurero de la historia", junto con el

dogma en que se basaba? ¿No sería una lección digna de

meditarl Resulta ahora claro para todos que el valor literario

de este texto domina majestuosamente las ruinas de la

ideología stalinista que combatía, y rebasa ampliamente su

aspecto anecdótico y contingente (la historia de los militantes

comunistas mexicanos durante la clandestinidad) en

I Ediciones Era, 1979. Véase también la edición crítica, Madrid, Unesco,

Col. Archivos, 1996 (2' ed).

47

provecho de la lucha eterna por la justicia y la libertad en

contra de cualquier poder y cualquier dogma. Si es cierto

que "Ia ideología es siempre una tentativa por legitimar al

poder, mientras que la utopía se esfuerza siempre en

remplazarlo por otra cosa",2 ésta es indispensable y debe

alimentar en permanencia a la primera. Hay y siempre habrá

que impugnar la ideología, considerada aquí en su relación

con la política, como cristalización de cierto número de ideas

aplicadas en una sociedad humana dada y erigidas en un

sistema incuestionable.

Llama la atención, en Los días terreno/es, la excelente

integració n entre literatura e ideología a la que Revueltas

llegó relativamente joven (tenía treinta y cinco años en

1949). Esta obra de madurez muestra que había logrado

ya, en aquel entonces, elevarse hasta un nivel respetable

de desenajenación con respecto al stalinismo. Esa lucha le

permitió sacar la cabeza, como los presos del Apando, de /0 "celda" ideológica en la que estaba encerrado. Pero en su

intento de "evasión" de la cárcel dogmática, cometió una

imprudencia al no darse cuenta de hasta qué punto estaba

aislado y de que no poseía los elementos teóricos necesarios

para hacer frente a la tempestad que iba a provocar. Para

seguir con nuestra metáfora, le "cortaron la cabeza" y sedó

con ésta en la charola como el Bautista al que describe en

su última novela.

Cuando la ideología se erige en dogma, se convierte en

una verdadera cárcel, y el siglo XX conoció una variedad

extrema de "prisión" con el stalinismo (el nazismo fue más

brutalmente militar, menos insidiosamente ideológico y de

ninguna manera universal) . Mientras más hipócrita y

2 Paul Ricoeur, L'ldéologie et /'Utopie, París, Seuil, 1997.

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totalizante es este dogma, más falaz y asfixiante es esta cárcel. El marxismo-Ieninismo fue la ideología que estructuró la cárcel stalinista, y la Internacional, una vez sometida a las órdenes de Moscú, permitió su extensión tentacular por el mundo, mientras que respondía a la voluntad de millones de hombres y mujeres de luchar con toda buena fe por una sociedad mejor. Revueltas conoció su celda en México: doblemente prisionero, de la marginación y del dogma, hizo todo para salir de ella, combatiendo el sistema opresivo e injusto de su país y rechazando la ideología esquemática de sus propios compañ eros.

Esa situación de lucha en dos frentes fue la suerte reservada a muchos comunistas críticos en el mundo/3 pero en 1950 se conocía muy mal la verdadera situación que imperaba en la URSS y sus aspectos dictatoriales se imputaban a la propaganda reaccionaria. Es preciso tener presente que era la época de la Guerra fría (y/ una década antes, del pacto germano-soviético), lo que colocaba al militante crítico ante un dilema desgarrador que lo llevaba casi fatalmente -fue el caso de Revueltas durante algún tiempo- a preferir el campo de las "fuerzas del progreso" para no caer "en manos de la reacción".

La crítica contra Revueltas no fue la primera ni la última enderezada contra un militante comunista. Puede citarse, entre muchas más, la crítica que Roger Garaudy, siendo miembro del buró político del PCF, le hizo en 1960 a Jean­Paul Sartre.4 Éste acababa de publicar su Crítica de lo rozón

dioléctico, en lo que intentaba un acercamiento entre marxismo y existencialismo, clarificando sus relaciones: el pensamiento crítico debía dialectizar y "existencializar" el marxismo considerado como el saber de aquella época. La comparación con el ataque de Enrique Ramírez y Ramírez contra Revueltas a propósito de Los días terrenoles, diez

años antes, es ilustrativa. Toda proporción guardada, ambas críticas se parecen mucho y uno se topa con la misma máquina dogmática implacable, lo cual en última instancia no es sorprendente ya que el modelo stalinista debía aplicarse en todas partes de modo idéntico. En este paralelismo entre Revueltas y Sartre, se ve al primero en su tentativa de evasión de la cárcel dogmá tica y al segundo en su esfuerzo por escapar a la viscosidad del en sí para fundar una filosofía del compromiso.

En las dos críticas, independientes una de otra pero similares por el mismo dogma que pretendía ser verdad universal y definitivo, se encuentra el mismo catecismo stalinista : se cita abundantemente a Marx y Engels; se defiende a la patria del socialismo contra todo ataque o simple duda; se acusa al autor de idealismo en cuanto menciona al "yo"/ al sujeto; se rechaza categóricamente cualquier cuestionamiento de la fe según la cual la revolución socialista pondrá un término a toda forma de explotación del hombre por el hombre.

Es cierto que un marxista ortodoxo no podía sino enfurecerse frente a lo que Revueltas se había atrevido a escribir: no era para hacer felices a los hombres que había

3 De Ciliga (la mentira desconcertante) a Soljenitsin (los círculos infernales del Gulag) pasando por Koestler (el yogi y el comisario) , entre otros mu­chos. 4 Véase Garaudy, Preguntas o Jean-Paul Sartre, Buenos Aires, Ediciones Procyon, 1964.

... EsbIncl. en Vm.hermon. '.b .• en un de su hijo Fermín. h.d. 1973

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que luchar por una sociedad sin clases, "sino para hacerlos libremente desdichados, para arrebatarles toda esperanza, para hacerlos hombres". La lectura ortodoxa de los textos sagrados lleva a una comprensión limitadísima de la realidad. En Los dí os terrenoles, Revueltas se había permitido burlarse de aquel optimismo al criticar el rousseauismo lacrimoso de los adeptos de la ideología del progreso y rebajar al mismo nivel a soviéticos y estadounidenses, stajanovismo y taylorismo. En este punto se acercaba -sin conocerla- a la crítica radical de los años 40, la de Bruno Rizzi . Ex trotskista, éste defendía la tesis según la cual la URSS, lejos de ser un Estado proletario degenerado -como quería Trotsky- estaba dominada por una nueva clase, la burocracia, fenómeno que era mundial : en los años 30, los planes quinquenales, el fascismo italiano y el New Deal de Roosevelt iban efectivamente en este sentido.5

Revueltas se creía solo, y lo estaba efectivamente en su país, pero no en el mundo. Lo acompañaban otros apestados: los encarcelados de entonces que eran en realidad los lúcidos: los heterodoxos que permanecieron fieles a su ideal, frente a los ortodoxos que acabaron en la contradicción y la incoherencia. ¿No se volvió Ramírez y Ramírez ideólogo del partido en el poder hasta hace muy poco, el PRI, después de serlo del PCM y del PP de Lombardo Toledano? Y Garaudy, después de hacer su autocrítica y abjurar del marxismo­leninismo ortodoxo a principios de los 70/ ¿no se convertió al cristianismo y luego al islam antes de defender tesis negacionistas?

Resulta difícil saber si Revueltas aceptó realmente el punto de vista de sus críticos, como los testimonios de la época tienden a indicarlo. ¿ Hubo fingimiento de su parte cuando se dio cuenta de que estaba completamente aislado y no podía defenderse, como lo dio a entender má s tarde? No importa. Al igual que Herman Melville, aunque por otras razones, sería leído sólo después de enfrentar un serio revés. "Aquel que nunca ha conocido el fracaso [ .. . ] no puede ser grande. El fracaso es la verdadera prueba de la gloria", escribió el autor de Moby Dick después de publicar Pierre,

or the Ambiguities, su libro fallido. Revueltas no tuvo una estrella tan negra como la de Melville -quien no llegó a conocer reedición alguna de Pierre- : tuvo la suerte de ver que Los días terrenales se reimprimiera y tuviera lectores, aunque con 17 años de retraso -plazo relativamente corto pero suficiente, dicho sea de paso, para desactivar en buena medida su explosiva crítica contrael stalinismo.

En todo caso, para Revueltas este revés tuvo por efecto, no tanto liberar su escritura novelística (ya lo había hecho antes, y Los días terrenales es prueba de ello), como forzarlo a sustentar su posición, filosófica, ideológica y políticamente: los datos que le faltaban en 1950 iban a aparecer a cuentagotas a partir de 1956 con el "Informe secreto" de Jruschov. Por otra parte, si es cierto que todo gran libro molesta en su momento y encierra la verdad profunda de su autor, el propio Revueltas fue quien, de alguna manera, provocó ese fracaso.

En ef~do, Los días terrenales es una novela singularmente "autobiográfica", en la medida en que, más allá de los simples

5 B. Rizzi, Lo bureaucratisation du monde, París, Champ Libre, 1976 ( 1 a. ed. 1939).

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hechos, es la radiografía de la conciencia revueltiana, de su

conflicto ideoló gico. Es la huella de una crisis en su apego a

la ideología comunista y su realización en la URSS, crisis que

no se había expresado en su discurso teórico; así, la literatura

le permitió enriquecer considerablemente este último. Si El

luto humano contenía la expresión inconsciente del callejón

sin salida en que se encontraba la vanguardia de la clase

obrera a la que el PCM supuestamente repr~sentaba , 6 añadamos que su autor tenía cierta conciencia de su derrota

en el debate que sostenía entonces, junto con su célula,

contra la dirección del partido (del que fue expulsado 1943).

En el mismo sentido, Los días terrenales puede ser

considerada como la comprobación de ese fracaso, de esa

expulsión, como la voluntad de objetivar el problema, de

volver público ese debate ampliándolo a toda la izquierda

mexicana mediante una representación literaria. Así, la obra

novelística de Revueltas describe fielmente sus sinsabores

de mi litante e ideólogo. La problemática de la militancia

entusiasta confrontada a la dura experiencia del penal se

plantea en 1941 con Los muros de agua; el aplastamiento

de la lucha interna en el seno del partido y la derrota del

movimiento obrero mexicano se esbozan en 1943 con El

luto humano; el encierro del debate en la conciencia

individual a causa del dogmatismo reinante es abiertamente

descrito en 1949 en Los días terrenales. En 1964, su sexta

novelo, Los erro res, ampliará esta discusión a escala

internacional, en particular a la ex URSS, de donde provenía

el mal, al denunciar el dogmatismo del PCM, que reflejaba

fielmente el del PCUS, y la tragicomedia de los equívocos

inscrita en la praxis humana. Y este dogmatismo simbolizado

par la cárcel se volverá universal y casi ontológico con El

apando en 1969.

Ahora bien, Los días terrenales es mucho más que una

novela ideoló gica. Es también una novela de la iniciación,

y si examinamos la problemática del cuerpo y la enfermedad

podemos señalar una notable coincidencia temática con la

última gran novela de Thomas Mann : Doktor Faustus. Éste

la escribió en Estados Unidos entre 1943 y 1947, casi

exactamente al mismo tiempo que Revueltas la suya, y

ambas se publican en 1949. Sin la menor influencia posible,

es revelador el hecho de que ambos escritores, en contextos

distintos, utilizan la misma relación de contagio consciente,

voluntario, de su héroe con una prostituta. Adrian Leverkühn,

el músico superdotado cuya inteligencia inquieta, y Gregorio,

el artista convertido en militante comunista, firman cada

quien su "pacto". Uno encadena, el otro libera : el primero

en la gran tradición fá ustica, con las fuerzas diabó licas,

después de poseer a Esmeralda : "este abrazo en que uno

[Adrián] sacrificó su salvación y en que la otra [Esmeralda]

encontró la suya. La pobre doncella debió de sentirse

purificada, justificada :' Durante el pacto, Adrián trueca el

amor por el genio : frigidez por "trance clarividente", "llamas

de la producción creadora". El segundo acepta el "sacrificio

de su sexo" en una ofrenda de sí m ismo -momento

esencial de su ini ciación- que desembocará en una

ó Segun la lectura sOClocritl ca que hiZO Antaine Rabadan en "El luto huma­

no" de José Revueltos o lo tragedia de un comUnista, MéxICO, Domés,

1985. Natividad está m uerto, la huelga es un fracaso total y los ultimas

habitantes del sistema de riego dan vueltas: lo que queda del partido está

condenado a la derrota histÓrica.

50

revelación durante su encierro final. Adrián paga el genio

con la soledad antes de hundirse en la locura, y simboliza

a Alemania en lo que tiene de mejor y de peor. Siguiendo

esta homología sugerida por el propio texto y adaptándola

a la novela de Revueltas, podría decirse que Gregario, al ir

al fondo de su desesperanza, hasta el fondo de su verdad,

representa la fracción consciente de un partido enfermo

que no vacila en inmolarse para tratar de salvar lo que es

posible salvar, de superar (infructuosamente) las

contradicciones del movimiento revolucionario y del México

de los años 30-40.

El tema de la iniciación mediante la enfermedad atraviesa

la obra de Mann, para quien "dos vías conducen a la vida.

La primera es la vía directa, habitual y honesta . La otra es

una vía mala que pasa par la muerte : es la vía del genio "

(Lo montaña mágica) . Esa biografía imaginaria de un

compositor genial que es Ooktor Faustus lleva este tema a

su culminación.

Esta segunda vía es la que interesa también a Revueltas y

sin constituir un tema dominante, interviene aquí y allá en

su obra, sólo que como tentativa para contrarrestar el mal : el

contagio voluntario de Soledad para salvar a Rosario en Los

muros de agua, es ejemplo de ello. En Los días terrenales

implica una clara toma de conciencia, una superación por

olvido de sí mismo. Gregario se sacrifica lú cidamente :

después de renunciar al arte en provecho del compromiso

social, observa con atención a su pueblo y la realidad

mexicana, ve y acepta las contradicciones de la praxis, rechaza

el dogma a sabiendas del precio que va a pagar. Epifanía le

había salvado la vida haciendo desaparecer al pistolero

Mendoza y atrajo así sobre él, involuntariamente, la condena

de los dirigentes del partido, que se añadió a la reprobación

de sus posiciones políticas. Ella está enferma, Gregario lo

sabe, pero se une a ella en un acto de amar y de muerte

que es un verdadero pacto con él mismo, con su conciencia

y con su pueblo, al mismo tiempo que es una ruptura con el

partido. Gregorio elige consciente, voluntariamente, ser

infectado por Epifanía. Su unió n con ella lo mancilla y lo

purifica, lo rebaja y lo eleva, lo "mata" (enfermedad) y lo

salva (toma de conciencia) .

Esta etapa en su camino iniciático es un elemento que lo

ayuda a llegar a la iluminación final. Esta elección es paralela

a su opción ideológica, la acompaña y la refuerza, la exalta :

prefiere la praxis, con todas sus contradicciones, al dogma;

defiende la vida, sin excluir la enfermedad, en contra de los

esquema s ab stra cto s. Sabe que va a sufrir aún y

probablemente morir, lo acepta y accede al conocimiento.

Gregario es iluminado y muere; Revueltas también, metafó

ricamente : logra expresar lo que tenía que decir, antes de

retractarse. Pero es algo provisional, renacerá de sus cenizas,

li sto para impulsar otra vez el debate y lanzarse a la lucha : el

partido es históricamente inexistente, la ideología en la que

Revueltas aún sigue creyendo está enferma, y hay que

regenerarlos. Él también rechaza los esquemas abstractos y

defiende el ejercicio auténtico de la dialé ctica contra la

seudodialéctica stalin ista, orientada, unívoca; aboga por la

ética y par el libre movimiento permanente de la conciencia

contra el inmovilismo de la geometría enajenada; por la

juventud y el renacimiento contra la caducidad.

Hay en Los días terrenales una voluntad de superar las

contradicciones, de alcanzar aquel punto desde el cual las

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oposiciones dejan de serlo,7 si fuera posible arraigarlo fuertemente en la realidad material y no sólo en el espíritu. Toda la novela está como marcada por un ritmo de juegos de oposición : antiguo/moderno, intuición/razón, arte/ reflexión, femenino/masculino, verdadero/falso (o verdadero/ no verdadero), así como por el gran dualismo de la vida y la muerte, presente, claro está, desde el principio hasta el final. Revueltas llega a conclusiones que se sitúan en la frontera entre praxis y mística : aceptar su verdad así como su no verdad. Más que renunciamiento, que olvido de sí, típicamente cristianos, diríase entonces que hay disolución del yo en el vacío. No obstante, este esfuerzo desesperado por hacer estallar la cárcel en que está encerrado el pensamiento occidental, del que el marxismo no fue sino un avatar, llega a una toma de conciencia limitada al individuo (Gregorio) y, por ende, insuficiente para una filosofía apuntando a la salvación colectiva en esta tierra.

Los días terrenales es una novela que va mucho más allá de una simple crítica del stalinismo: se entiende que su autor haya sentido cierto temor frente a su audacia y que haya preferido esperar mejores días para volver a dirigir sus baterías contra el dogma. La elección de su personaje principal, especie de alter ego que unifica en él la visión artística y el discurso racional, coloca a Revueltas, de una manera inesperada, en la corriente del pensamiento contemporá neo que se oponía a la razón cartesiana y aspiraba a una síntesis entre esos dos polos del espíritu humano, del que el surrealismo -aliviado de sus oropeles provocadores y de su gusto por lo estrafalario, pronto recuperados, asimilados, por la sociedad mercantil- es un digno representante. El tema "fundacional" de la obra de José Revueltas, aunado al de su militancia, es el de la cárcel, el del encierro a todos los niveles, tanto por sus enemigos como por sus amigos, lo cual no se puede desligar de sus esfuerzos por escaparse. Lo logró en buena medida en el plano ideológico, en particular desde el punto de vista ético, y plenamente en el campo de la estética. Ésta es la parte más importante de su obra y de su vida, difícilmente separables salvo para las necesidades del análisis. Lo esencial es la presencia manifiesta, voluntaria, decisiva, en esta vida y en esta obra, de una lucha permanente por la verdad como fundamento estético, filosó fico y moral. La organización carcelaria de su obra -podríamos decir resumiendo así el célebre ensayo de Sartre a propósito de Faulkner y de la organización temporal de sus novelas-B es el punto central de su puesta en escena de una desesperanza fundadora y de la lucha por la libertad. La cárcel (el encierro) y el esfuerzo por evadirse de ella constituyen, pues, su piedra angular.

Esta dimensión carcelaria puede proporcionar una explicación a la veta religiosa que atraviesa muchos de sus textos: encarcelado, aislado, quiere re-ligar a cualquier precio. Revueltas toma la palabra religió n en su sentido etimológico de religare: vincular Alienado y encerrado en sí mismo, el hombre busca salir de esta situación, co municar, vincularse a los demás. Se trata, pues, de una religión humana, social, y si Revueltas se remite al catolicismo, es sencillamente porque lo encuentra en su camino, muy vivo, arraigado en lo más hondo del pueblo

7 Un poco a la manera del punto definido por André Breton en el Segundo manifiesto del surrealismo 8 "A propos de Le bruit et la fureur: la temporalité chez Faulkner", Situotions /, París, Gallimard, 1947.

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mexicano. Revueltas asumió su vida como una especie de vía crucis materialista : si hay deseo de evasión, es en ultima instancia horizontal y no vertical, concierne al autor y a sus semejantes, a su pueblo y por extensión a toda la humanidad. Para él la "religión" es inmanente, no trascendente. Hay evasión para reencontrarse a sí mismo en los demás. ¿Nostalgia de una comunidad primitiva, ideal, proyectada en el futurol Tal vez. Pero al mismo tiempo y sobre todo lucidez frente a la vanidad de este tipo de utopí a, porque la suya - y quizá fuese la más utópica de todas en nuestras sociedades cada vez más artificiales, obsesionadas por el fantasma de un mundo sin mal y por la felicidad hueca- exige la resolución de los problemas socioeconómicos para toda la humanidad sólo con vistas a acceder al alegre sufrimiento de la conciencia de sí.

En efecto, Revueltas parece habitado por la idea mesiánica de que su deber consiste en traer la libertad a los hombres, en esta vida, en esta tierra, pero predicando que esta libertad permitirá al hombre acceder a su condición de ser humano consciente y, de ahí, llegar a ser "libremente desdichado". Revueltas logró evadirse de la cá rcel de la ideología y del dogma, pero fue para encontrar la cárcel más amplia de una sociedad enajenada, escandalosamente "encerrada" en la miseria y la injusticia o plácidamente "aprisionada" en el confort y el hedonismo vacíos.

Retomando la célebre réplica de Mefistófeles en el Fausto de Goethe: "gris es toda teoría, y verde el árbol de oro de la vida", y haciendo de ella su divisa, Revueltas no opone la sensualidad a la austeridad y a la aridez del trabajo intelectual, sino que considera el renacimiento y la Juventud como antídotos de la teoría alienada, es decir, ideologizada. Así, para volver a uno de nuestros hilos conductores, transformemos esta sentencia en una defensa e ilustració n de la literatura y en particular de la novela. En efecto, fuera de su contexto, esa frase de Goethe puede interpretarse de esta manera: la teoría es limitada, se cristaliza baJO la forma de la ideología y luego se fija definitivamente en un dogma que hay que romper y superar, mientras que la gran literatura permanece para siempre y que las hojas siempre renacientes de su árbol maravilloso terminan por sumergir este dogma. La literatura ha desempeñado y debe seguir desempeñando su papel en la lucha de la utopía contra la ideología. Mina inagotable de conocimiento, las obras maestras permanecen eternamente jóvenes.

Más allá del contenido ideológico, que se puede juzgar marchito y gris, más allá del hecho de que es la huella del combate librado contra el dogma, la novela clave de Revueltas, Los días terrenales, es un relato legible y disfrutable medio siglo después -como es el caso de Los errores, El apando y muchos de sus cuentos, en detrimento de sus escritos ideológicos. Esta parte de la obra revueltiana sigue viva gracias a aquel árbol frondoso de la literatura, aquel hermoso "árbol de las letras" como lo llama Juan Goytisolo. Es un buen ejemplo

de la capacidad de ésta por penetrar más hondo -a su modo, que no es el de la ciencia- en la esfera del conocimiento, por adelantarse al raciocinio. ¿No se valió Rilke, en otro contexto, de la misma imagen vegetal cuando aseveró que la poesía "es el pasado que reverdece y brota en nuestro corazón"l

Con Andrea Revueltas, PHILLlPE CHERON ha dedicado más de veinte años a la edición de la obra completa de José Revueltas, y ha escrito aSimismo una amplísima tesis dOdoral sobre su obra narrativa. El ensayo que presenta· mas es un fragmento de ella.

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José Revueltas en 1962. fotografía dedicada a Christa Cowrie

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En el principio era el caos, lo real animado por una pulsión de muerte, lo social regido por la alienación y, para clamarlo y despertar fuerzas que le fuesen contrarias, la escritura. Tal podría ser la última declaración de José Revueltas para cuya formula­ción el novelista habría recordado la obertura de Los días te­rrenales. Al soñar con semejante frase póstuma para resumir la posición de un escritor, he de explicarme. Dicha posición de Revueltas desconcertó a muchos críticos que lo tildaron, según sus propias tendencias y según el momento, de mar­xista ora dogmático ora desviacionista, de existencia lista, de último de los realistas, de humanista cuyo marxismo cobraba tintes de cristianismo. Sorteando estos discursos, Evodio Es­calante interpretó con originalidad, partiendo de los concep­tos de flujos esquizoides y paranoides del deseo tomados de Deleuze y Guattari, «el lado moridof», o sea aquel que lleva a cabo el trabajo de lo negativo en la realidad, de una literatura que redefinió como « máquina literaria» y que su autor reivin­dicaba como materialista y dialéctica.

o posición anormal de las partes)>> ; y «aquello que choca en extremo a la razón y la moraL»

En efecto, la obra de Revueltas ostenta una constancia en la elección, aunque sin duda no en el manejo, de las llama­das «situaciones límites» para los argumentos de sus nove­las y cuentos. Situaciones que, al pintar lo terrible y el horror, recurren a lo grotesco y lo monstruoso. Sin embargo, la arti­culación entre unas y otras categorías dista de ser tan obvia como parecería a primera vista.

Desde luego, el horror y lo terrible mantienen estrechos vínculos con el realismo revueltiano. Según Revueltas, ser realista consistiría en mirar de frente, sin pestañear, la reali­dad en su vertiente más insufrible para aprehenderla y ex­presarla ciñéndose a la compleja dirección de lo insufrible y/ o a la tensión de la máxima alienación. En este mismo movimiento de entrega a la expresión del horror como ras­go paroxístico de la alienación, yacería la posibilidad de re­vertir ésta, o sea, de poner al revés el fascinante velo que

DE LO GROT CO y LO MONSTRUOSO EN LA OBRA DE JOSÉ REVUELTAS

FLORENCE OUVIER

Si me refiero aquí a la posición del novelista es porque, al menos en un primer tiempo, apostaré a creer a Revueltas cuando afirma que sus deberes de escritor y miltante no son sino uno solo, apartándole así de la dicotomía entre escritor y militante o de la simple definición del «escritor com­prometido». Revueltas estaba comprometido en el sentido en que se hallaba metido en un puerta estrecha. Esa posi­ción suya que no lo ubica frente a la escritura sino dentro de ésta, posición compleja, movediza, dinámica -él hubiese

dicho dialéctica- es la que intentaré definir aquí en torno de las nociones de lo grotesco y lo monstruoso en las cuales se alían lo estético y lo ético.

Lo grotesco revueltiano no deja de asemejarse a la defi­nición que dio Víctor Hugo de esta noción : «Lo grotesco crea lo deforme y lo horrible. lo cómico y lo bufo. Lo grotesco es, según nosotros, la fuente más rica que la naturaleza pue­da brindar al arte.» En cuanto al monstruo y a lo monstruoso, propondré aquí dos acepciones que nos interesan : «Ser vivo u organismo de configuración anormal (por exceso, defecto

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oculta la única verdad de la condición humana : que el hom­bre no tiene más horizonte del bien que este mismo ejercicio del revertir, el ejercicio de su conciencia «libremente desdicha­da». Por supuesto, para ese marxista indómito, la salida colecti­va de la alienación hacia tan humilde ideal no había de separarse de la utopía de la sociedad comunista final.

Con esta definición del realismo revueltiano, intento con­ciliar mi lectura de la obra de Revueltas, la manera como éste entiende su realismo literario y la manera como lo practica,

es decir su encarnizada búsqueda de una estética propia a la vez que justa. Y es que las sucesivas formulaciones teóricas del realismo que Revueltas intenta en sus ensayos dialogan con su práctica del realismo en sus obras de ficción. 0, por decirlo mejor, aquellos funcionan respecto de éstas a modo de gramática que codifica o posteriori el uso de la lengua. Así, la perspectiva consciente de un realismo propio, instru­mento y a la vez práctica de una filosofía activa, se inicia con Los días terrenales, de 1949, y se refina en los años sesenta con el prólogo a la segunda edición (1962) de Los muros de

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agua, con las novelas Los errores (1964) y El apando (1969), los cuentos o fragmentos póstumos reunidos en Las cenizas (1981), algunos ensayos de esos mismos años reunidos en las ediciones, igualmente póstumas, de Cuestionamientos e intenciones (1978) y Dialéctica de la conciencia (1982).

¿Cúales son el valor y la función de lo grotesco y lo mons­truoso en esta estética llamada materialista y dialéctica? ¿Con qué rasgos aparecen? Como ya lo hemos visto, los más visi­bles están asociados con el carácter terrible de las situaciones límites propias de los argumentos: represión, encarcelamien­to a veces asociado con tortura, vana huida para escapar de la muerte causada por una inundación, una epidemia, un nau­fragio, unas liquidaciones políticas y otros asesinatos crimina­les, la locura, el delirio etílico, la drogadicción, el suicidio. En cuanto a los personajes, cuando no se trata de las distintas figuras de militantes comunistas dogmáticos o lúcidos (inte­lectual del partido, militante de base, dirigente, simpatizante), a menudo cayeron de su inicial condición de proletarios obre­ros o campesinos a otra más baja en ellumpenproletariado, o pertenecen al hampa o al mundo de la prostitución. Por su­puesto, los tópicos del envilecimiento, las figuras de lo grotes­co y lo monstruoso se ven vinculados con lo espacios carcelarios, presidios o prisiones, donde se desarrollan las his­torias tanto de la primera como de la última novela de Re­vueltas, respectivamente Los muros de agua y El apando. La representación de estos universos favorece la concentración de dichos tópicos y figuras aunque también se ven disemina­dos por otros espacios y ámbitos, aquellos de la pauperiza­ción material y moral, sean urbanos o rurales, en las otras novelas: El luto humano, Los días terrenales y Los errores.

Pese a esta aparente iteración temática y teniendo en cuenta las variaciones cuantitativas de su aparición en los argumen­tos, cambia -casi se invierte- la función ética o estética de estas figuras entre Los muros de agua y El apando. y es que la voluntad dialéctica central de la obra de Revueltas va des­plazándose, novela tras novela, de una simple oposición te­mática y simbólica entre el bien y el mal (lucha de los comunistas contra una sociedad capitalista y represora) al despliegue semánticamente matizado de lo negativo de la alienación cuya negación termina siendo la propia escritura, en tanto trabajo de la conciencia y acto de liberación del au­tor. Aquella puerta estrecha o pasaje angosto por donde tran­sita metafóricamente el escritor vendría a ser este pasar de un realismo socialista ingenuo a una liberación de la escritura. Liberación que el escritor, por su parte, inscribe en lo que denonima «realismo materialista y dialéctico». Se trataría, por así decirlo, de una radicalización estética, si apostamos a una coherencia de la obra novelística. Radicalización del escritor dialécticamente relacionada con el descubrimiento, por parte del militante, del dogmatismo del PCM y, más tarde, de los vicios del estalinismo, respectivos temas de Los días terrena­les y Los errores. El carácter monstruoso del dogmatismo y del estalinismo aparece con la figura de la mutilación, uno de los motivos predilectos en la obra de Revueltas, hasta en el título de su ensayo sobre el PCM: Ensayo sobre un proletaria­do sin cabeza .

Las fuerzas estéticas que recorren una obra y subyacen a ella de modo, por así decirlo, reprimido -en este caso, valdría decir: sojuzgado-pueden hallar su plena expresión al verse conscientemente manejadas en favor de una toma de con­ciencia ideológica y estética. De alguna manera, la estética de

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la alienación fundada en el expresionismo que descuella en El apando ya estaba presente en Los muros de agua. Sólo que en esta novela estaba sometida a la intención didáctica de la tesis militante, y, por ende, desvirtuada por ésta. En efec­to, en la novela de 1941, el valor moral de los comunistas encarcelados funciona como contrapunto casi absoluto de la monstruosidad moral y física de la mayor parte de los perso­najes, sean éstos presos comunes o guardias, torturadores o víctimas. El desenlace positivo no considera la alteración pre­via de la moral comunista por la lógica sadomasoquista que impera en el presidio. Sin embargo, los recursos mayores de lo grotesco y lo monstruoso labran el texto de esta novela con singular eficacia. Se multiplican en ella, tanto en el argumento principal como en los interpolados a modo de cuentos, los motivos de los cuerpos baldados, la animalización, el goce escatológico que pormenorizó Evodio Escalante, con excep­ción de la idea de goce, como los «trayectos de la degrada­ción». Aunque el grupo de los comunistas es ante todo el horrorizado testigo de esta degradación generalizada, uno de ellos intenta suicidarse y, al fracasar, sobrevive con un cuerpo desarticulado y un cráneo deforme que encierra la locura. Si bien los comunistas aparecen como personaje colectivo cuan­do se trata de que triunfen los valores morales que encarnan, como individuos, pueden verse afectados por el horror hu­mano y alienarse en cuanto se apartan de su colectividad.

Al aludir a las fuerzas estéticas de la obra de Revueltas, por supuesto no me refiero sólo a una temática sino a la expre­sión de la misma. La eficacia expresiva de lo horrible no se debe exclusivamente al obsesivo reaparecer de temas aleda­ños al horror en los argumentos de Los muros de agua sino, desde esta primera novela y más aún en las siguientes, a la escritura misma. A lo largo de la obra de Revueltas, el estilo del escritor echa mano de cuanto material encuentra para acosar lo indecible del horror. El peculiar fraseo acumulativo de Revueltas, sus aficiones retóricas, sus referencias mitológi­cas y bíblicas son una constante en su obra de ficción. A me­nudo las oraciones delatan la búsqueda de una expresión coercitiva y exhaustiva al recurrir a la acumulación de adjeti­vos, la anáfora de los substantivos, la explotación de los cam­pos semánticos con abundantes sinónimos, la corrección hasta perder el aliento por medio de aposiciones. Estos rasgos crean un efecto de hipérbole que va invadiendo la escritura. Se en­tretejen, y a veces se enmarañan, figuras de comparaciones, metáforas y oximorones con tal abundancia que parecen con­jurar el miedo a que el sentido se escape o permanezca en lo real sin acceder jamás a lo simbólico.

En un artículo sobre El apando, Evodio Escalante consi­dera que la preposteración, o inversión del orden de las co­sas, es la figura central del relato. Tan sólo recordaré que este simbolismo del mundo al revés desempeña, en la obra de Revueltas, un papel similar al que tenía en el mundo medieval para pintar el horror del mal, aquel del infierno donde impera el maligno desorden de la naturaleza, con las formas de lo monstruoso y lo grotesco. Asimismo, el papel central del oxímoron en las novelas y cuentos de Revueltas no sólo debe considerarse como la expresión privilegiada del enfrentamiento dialéctico entre el bien y el mal. Sin lugar a dudas, así es manejado conscientemente el oxímoron al principio de la obra, pero puede leérselo también como el signo de la monstruosa alianza entre los contrarios. Alianza contra natura que representa una condición humana aliena-

En su departamento de Insurgentes Sur hada 1975 ~ Foto: María García

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da, la cual oscila entre la santidad del mártir y la animaliza­

ción. A un nivel literal, el oxímoron habría de leerse como un

síntoma del conflicto entre una expresión literaria desenfre­

nada y la ley coercitiva del sentido ideológico del texto. Por

fin, el simbolismo de las referencias bíblicas o míticas pre­

hispánicas convoca en los textos las imágenes fantásmaticas

de lo monstruoso como indiferenciación entre el mal y el

bien cuando se encuentran a punto de convertirse el uno

en el otro. De este modo, en estas primeras novelas de

dirección ética aparentemente unívoca, lo que aparece a

modo de conjuro es la virtual pérdida de sentido de lo mons­

truoso puesto que resulta doblemente equívoco.

¿Cómo se cumple más adelante en la obra la conversión

de lo monstruos07 ¿Cómo este signo de lo moralmente con­

denable, este recurso tan temible que había de sojuzgarse

en el plano estético, pasa a ser un recurso asumido por la

escritura donde se confunden las funciones estéticas y éti­

cas? Esta conversión sólo se produce plenamente en El apan­do y en los textos posteriores, aun cuando su impulso

asomaba en la novela anterior, Los errores. Puede contestarse esta pregunta observando que ésta

última, novelesca entre las novelescas, aún apunta a una

denuncia explícita del estalinismo inscrito en la lógica gene­

ral de la alienación. Puede decirse que este proceso de la

dinámica de los procesos de Moscú se funda en los actos y

discursos de unos personajes que son comunistas lúcidos y

desgarrados, objetivamente alienados, o comunistas cuya

mala fe y afición al poder los mantienen en una alienación

subjetiva. Puede notarse que, por primera vez en las novelas

de Revueltas, en El apando desaparece cualquier personaje

de comunista susceptible de representar un trabajo de lo

positivo en contra de la alienación y la abyección. Pero lo

que cambia con esto es la naturaleza de lo novelesco.

Los errores se asemeja en algunos aspectos a las novelas

de folletín decimonónicas. Si damos crédito a las declaracio-

nes de Revueltas acerca de sus predilecciones literarias, esta

novela de corte expresionista debería apuntar, mediante el

recurso de lo terrible y del horror, a un trágico dostoyevskia­

no. Sin embargo, fri sa en un patetismo de tenor romántico.

y el manejo de lo grotesco y del horror no es ajeno a este

resultado. En Los errores, se despliega toda clase de varia­

ciones en torno al tema de la alienación gracias a la urdim­

bre de dos argumentos entretejidos. El primero es político y

ligado a personajes de comunistas y fascistas, el segundo es

criminal y lo viven personajes de ladrones, proxenetas, ena­

nos de circo y prostitutas. Esta novela voluminosa, típica­

mente urbana, se rige por el exceso expresivo a través de

una acumulación de personajes y anécdotas que provoca

una ca ricaturización del horror, demasiado contiguo a lo gro­

tesco. En cambio, el argumento de El apando es mínimo.

Esta novela brevísima se rige por la hipérbole a través de la

condensación de lo horrible. De lo urbano y de sus mitos de

inmoralidad sólo subsiste un lugar a la vez altamente simbóli­

co y tratado de manera realista gracias al uso de lo monstruo­

so en su afirmada anfibología la cárcel y, en su seno, su

quintaesencia, el apando. El texto se aprieta en un solo y largo

párrafo en torno de la alienación generalizada. En este conti­nuum narrativo se suceden imperceptibles cambios de pun­

tos de vista de uno a otro personaje a través de la contigüidad

de las imágenes, fantasías y actos de violencia que los persi­

guen y seducen a todos por igual. Así nace una suerte de

larga plegaria e imprecación, un magnífico oxímoron textual,

un objeto literario por fin propia y bellamente monstruoso. Así

es como se cumple la libre conversión de lo monstruoso.

FloRENcE OUVIER volvIÓ hace algunos años a Francia, después de viVIr una larguisima temporada entre nosotros. Adualmente hace Investigaciones y da clases en la Universidad de Poitiers, donde continúa estudiando y tradu­

ciendo a escri tores mexicanos

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Con Los motivos de Ca/n, novela publica­da en 1957, 1 José Revueltas se convierte en uno de los primeros autores mexicanos (si no es que en el primero) que incorpora chi­canos como personajes viables. Según Evo­dio Escalante, el interés de Revueltas en lo chicano surge, tal vez, debido a que para el autor mexicano, los chica nos, con su identi­dad amenazada y una doble dosis de pa­ciencia para experimentar los efectos de la discriminación racial, amén de la explotación económica, se convierten en tema obligado que debía tratar en sus obras.2 Pero Escalan­te también sugiere que la visión revueltiana de los chicanos, o al menos su representa­ción literaria, tiende a verlos como una po­blación en fuga -desterritorializada podría­mos decir-, una población que siempre está a punto de escapar de algo y que encuentra en la incertidumbre de tal fuga, la única

"Los hombres en el pantano" de Dormir en tierra (1960), Y aunque no abarca otros tex­tos de Revueltas, como sus crónicas de Vi­sión del Paricutín,4 sigue siendo uno de los pocos estudios relevantes sobre el tema. Lo que me interesa del anterior comentario es, primero, la insinuación de que Revueltas in­corpora la noción de desprotagonización (que, a mi modo de ver, es una forma de des-territorialización) en su novela como un punto de articulación fundamental de lo fron­terizo, y, segundo, lo incipientemente chica­no con lo mexicano en un periodo en el que todavía retumbaban los ecos reprobatorios que sobre el pachuco emitiera Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1950).

Jack Mendoza, protagonista de la obra, actúa como elemento clave para represen­tar la tensión que surge de la des-temtoriali­zación fronteriza. Desertor de la guerra de

R L

entiende lo que es ser chicano a través de "situaciones límite", es decir, situacio­nes que llevan al ser humano a mostrar sus formas más absolutas de despoja­miento, podemos decir que -jugando un poco con los términos- Jack es un "ilegal alien", un indocumentado, un personaje que carece de "papeles de identidad" en México. Y esta "ilegalidad" de Jack lo con­vierte (en otro nivel) en un ser des-histo­rizado, sin documentos ni pasado, algo que en el sentido de la ortodoxia marxis­ta revueltiana equivaldría a un ser sin his­toria, un subalterno incapaz de hablar, como diría Gayatri Spivak, y al cual Re­vueltas ofrece su discurso marxista reden­tor con el fin de salvarlo del infierno capi­talista dentro del cual, como chicano, será sólo parte integral del margen social. Tal vez por eso, al deambular perdido en el

DEAFUERA LA CHICANIDAD EN LOS MOTIVOS DE CAíN, DE JOSÉ REVUELTAS

manera de asumir su existencia. Obviamen­te, este juicio de Escalante responde a la perspectiva de una época particular.3 Su artí­culo analiza la representación de los chica­nos en tres obras de Revueltas: el drama Is­rael (1947), Los motivos de Caín, y el cuento

1 J. Revueltas, Los motivos de Caín, México, Era, 1979.

2 Evodio Escalante, "José Revueltas y la chicani­dad", Chicanos. El orgullo de ser. Memoria del

encuentro chicana 1990 (ed. Axel Ramírez), México, UNAM, 1992, p. 125.

3 Hay una marcada escasez de estudios dedica­dos a analizar la presencia de los chlcanos en la literatura mexicana. De esa producción, los de Juan Bruce-Novoa, "Chicanos in Mexican Litera­ture", Retrospace: Collected Essays on Chicana

Literature (Houston: Arte Público Press, 1990),

y de Luis Leal Leal, Aztlón y México: perfiles lite­

rarios e históricos (Binghamton, NY, Bilingual Press/Editorial Bilingue, 1985), se interesan en escritores burgueses canónicos, excluyendo tex­tos como el de Revueltas.

.. En Lecumberri. 1970. Foto: Julio Pliego

Corea, Jack escapa a Tijuana donde se con­vierte en un personaje enajenado, alien(ado). La guerra es, pues, el mecanismo regulador del accionar del texto revueltiano, y como nos informa la voz narrativa cuando Jack atis­ba la presencia de un policía militar norte­americano en la calle y trata de ocultarse a la entrada de un cabaret: "Desertor de una guerra que aún no terminaba y en la que el gran país norteamericano, ese 'hogar de los libres y los bravos', ofrecía la sangre de sus hijos para salvar al mundo democrático:'s Si, como lo ha sugerido Escalante, Revueltas

4 Se trata de 'Viaje al noroeste de México", re­portaje de 1943 recogido en Visión del Paricu­

tín (y otras crónicas y reseñas), México, Era, 1983. Véase al respecto mi artículo "José Re­vueltas y el 'México de afuera'" (primera parte de este ensayo) aparecido en La Jornada Se­

manal, 10 de abril de 2001 .

s J.Revueltas, Los motivos de Caín , op. cit., p. 35. Todas las citas vienen de esta edición.

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espacio fronterizo de Tijuana, Jack experi­menta una sensación de soledad demo­Ipriora aun a pesar del lenguaje común. Je siente enajenado e incapaz de perte­necer a ese mundo donde "yo estoy fue­ra, extraño, tal vez sin rostro, tal vez sin labios, sin voz y nada tiene que ver el he­cho de que yo hable el mismo idioma y que también sea mexicano -bien, mexi­cano por ascendencia, ya que había teni­do la maldita suerte de nacer en Carolina del Sur-, pero de cualquier modo un ser ajeno que ha roto su relación con los se­res y las cosas y ahora ya no sabe nada, nada, respecto a los demás ni respecto a sí mismo". Se observa un sentido de de­solación, semejante a lo expuesto por Paz en El laberinto y por el mismo Revueltas en sus primeras observaciones (en su re­portaJe dé 1943) del "México de afuera". Es decir, al igual que Paz, y a pesar de (o tal vez debido a) sus fuertes conviccio­nes marxistas, Revueltas es incapaz de

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sepatar la identidad chicana de México. El chicano, lejos de haber desarrollado una alteridad autónoma producida por un re­gistro histórico diferente y peculiar, es so­metido a la tutela de sus "big brothers" mexicanos, quienes se encargan de repre­sentarlo social y literariamente. Pero es ne­cesario matizar: a pesar de lo anterior y a diferencia de Paz, queda claro que Revuel­tas intenta denunciar las condiciones so­ciales de marginación que experimenta esta población.

Si Jack es un personaje en fuga, tan­to literal carpo metafóricamente, no sólo por desertar de Corea, sino tam­bién por enfrentar una cerra zÓn del mundo que ~omprime y oprime aun más al marginado, éste se convierte entonces en un sujeto transfronterizo que, en lugar de re-territo rializarse, se desterrito rializa al regresa r a la ti erra de sus ancestros, encontrándose ante un mundo enajenado y parecido a la muer­te. Esa desterri toriali zac ión de Jack se textualiza a través de un proceso de desprotagonización invocado por la voz narrativa :

Cierto, la muerte era todo esto que Jack ahora comprobaba: un creer que se vive, y Junto a esa quimera, otra : un tratar de vivir que jamás se logra ; una desprotogonizoción absoluta, sin que pueda uno aceptar, un solo instante, que ha dejado de ser el protagonista. Porque ... ¿quién osará jamás sobre la tie rra, a quién le será dada esa conciencia cósmica, la concien­cia de las conciencias, que le permita decir estoy

muerto? Huir, huir, ése es el sino de los que muelen.

Para Jack, este cruce de fronteras le traslada de una zona de confl icto a otra . Esta segunda zona de confl icto repre­senta en la novela la segunda de las dos guerras li bradas por la población de ori ­gen mexicano. Por una pa rte, la guerra real, la de Co r~a , en la cua l Jack partici ­pa di rectamente; por la otra, una segun­da guerra, en caSé]: la guerra contra los mexicanos que llevan a cabo las autori­dades del sur de Ca li forn ia durante los años cua rent~ . El texto incorpora así un anacronismo: los disturbios de los "zoot

suiters" y pachucos de esa época en el área de Los Angeles estudiados por Re­vue ltas en Su reporta je de 1943 men­cionado más arr iba." No obstante, este mecanismo narrativo ilustra la situación del chicana y sirve de pretexto para in i­ciar el tratamien to de la temáti ca chica -

fi 'Viale al noroeste de MéXICO", op. cit. Sobre este tema véase JavIer Durán, "Border CrosSlngs' Images 01 the Pachuco in MexlCan Li terature", Studies In Twentieth Century Llteroture, 25. 1, 200 1, p. 138- 170; MauriCIO Mazón, The Zoot­Suit RlotS, Austin, Unlv. 01 Texas Press, 1984; Y Carey Mc Willlarns, North (rom Mexlco, Nueva York, Greenwood Press. 1968, entre otros.

na dentro de la narración. Al reflexionar sob re su propio estado y condi ción como desertor y como mexicano, Jack afirma: "Es que tengo el espíri tu daña­do por la guerra , pero también es mi culpable sangre mexicana que se sintió perseguida como la de todos mi her­manos, mi culpable sa ngre inferi or" (46) . Es entonces cuando Bob Masco­rro, otro personaje chica na, comunista y representante del proletariado irldus­trial en la nove la/ le cuenta a Jack el episodio de la Laguna del Sueño, expl i­cándole có mo el incidente ha sido con­verti do por las autoridades en una cam­paña ant imexicana que desembocó en una virtual guerra domésti ca: "El cónsul de México se limita a dec ir que [los pa­chucos] no son mexica nos ; que ningu­no de nosotros somos mexicanos por­que no tenemos papeles, y 105 gringos

I Revueltas relata su encuentro con Mascorro y Su relaCión con éste en el Iragmento "Yo labll­qué armas para la victoria", de la misma serie de crónicas "Vlale al noroeste .. :', en VIsión del Porrcutín

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se enva lentonq[l entonces y nos golpean por las ca lles .. . ¿No te has dado cuenta7

Casi es una verdadera guerra civi1." Esta guerra civil está pro tagonizada por esos pachucos, la Jllventud chicana y los so­brevivientes d~ la guerra exterio r. Fren­te a eso, Jack reacciona y expresa de manera filosó fica sus pensamientos en cuanto a lo que él denomina la "sensa­ción Judía", aquella sensación de senti r­se eternamente perseguido:

es Ulla manera de llamarla a causa de que los ludios han Sido siempre 105 perseguidos del mundo, los perseguidos absolu tos [ ... ] En ese sentido tú, yo, Marjorie, somos judios. Los negros son Judios. El ser ludio no es per­tenecer a una raza o a una re ligión, SinO el haber sullldo en la propia persona la aCCión, el OdiO, la tortu ra [ ... ] Eso no se olVida. Eso queda para siempre y te da una condición que antes no tenias

Por lo tanto, la condición humana de Jack, y la del chicana, están intrínsecamente ligad¿3 a la suerte de los perseguidos que viven la trage­dia de los desheredados producto de esa "sen-

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sadón judía".B Reweltas consolida, pues, el tema

de la guerra por medio del anacronismo para

convertirlo en el pre-texto narrativo que le per­

mita elaborar una crítica al doble estándar so­cial que prevalece en Estados Unidos, antici­

pándose, en mi opinión, a muchos escritores

méxico- americanos que a raíz del movimien­

to chicano le darían a este tema el lugar reque­

rido por el momento histórico9

B Revueltas comentó ampliamente este asunto en otro de sus ensayos titulado "La situación de los judíos en la Unión Soviétjca". En este caso podríamos considerar los comentarios de la no­vela Los lTlotivos ... como un intertexto novelado que antec~de el ensayístico, al menos en su pu­blicación qonólogica. Véase CLlf!stionomientos e intencione~, México, Era, 1978, pp. 207-12. 9 El perso'laje o figura del desertor chicana de la guerra aparece también en unij opra de Rolando Hinojosa, j:oreon Love Songs (Berkeley, Justa PubliCilti0'lS, 1978). Este poemqrio tiene como referente cjireáo Iq guerra de Corea y es una ex­presión de la experiencia perspnal de Hinojosq, quien participó en dicha guerra como soldado del ejército estadounidense. La deserción del soldado chicano David "Sonny" Ruiz se convierte en el asunto de algunos poemas de este texto.

Por último, llaman la atención dos as­

pectos que parecen dominar la represen­

tación de Revueltas del 'México de afue­

ra' en estos textos. Primero, el hecho de

que nuestro autor no pueda alejarse de

las nociones imperantes del "carácter de

lo mexicano" a fines de los cincuenta ; y segundo, que se deje llevar por la tenta­

ción, en el clímax de la guerra fría, de crear

a través de la ficción, una red solidaria y revolucionaria que extienda la lucha de clases, no sólo a los países que serían

conocidos después como del "tercer

mundo", sino también al centro mismo

del capitalismo mundial, Estados Unidos,

a través del chicano como representante

ideal del proletariado.

Desde luego, habría que investigar

el impacto de las crónicas de Revueltas en el público mexicano de la época,

pero lo que interesa de estos escritos

es la proyección que nuestro autor ela­

bora no sólo del problema "pachuco",

sino también de lo que, con el tiempo,

se iba a consolidar como "movimiento

chicano por los derechos civiles". Asi­

mismo, la influencia de Revueltas en la

59

De ................ s.ne.dos:

AIIfudro c.tIo, ce-~ Adela.

~OIvIII"""'José"""" ......... ..,.. ............. ....... ..... c.-,.-. ....... caa..s.. Luk

CénIabII. EInin ........ De "" ......... : X. cae. ......... x. ..... ...,. .. ..,... L E..,....., X. __ ......... X. LuIs Elutque

.,....., X. X. José Atnr.do; ............ : X.

José~.""" Ubord.,José ......... X. AnpI Oho, ...... ...-. x. x. x. (En 0CIISIón

del ...... por E/lulo '--no. 1941)

intelectualidad chicana es significativa. Un buen ejemplo sería la obra del escri­

tor californiano Alejandro Morales, quien utiliza referencias directas a nuestro au­

tor en epígrafes, personajes; incluso el título de una sus novelas, Lo verdad sin voz, alude directamente a un texto de

Revueltas. El regreso de Revueltas a Ca­

lifornia en los años setenta, para dictar cursos universitarios, se da pues en con­

diciones muy distintas a las de su viaje reporteril de los cuarenta ; pero aun así,

el sentido de "ilegalidad" surgido de su

constante disidencia política perseguía a la figura del escritor duranguense y no

lo abandonaría jamás. Y digo ilegalidad

en el contexto de la labor ideológica y política de Revueltas en el segundo clí­max de la guerra fría durante los seten­ta . En efecto, cuando el autor es invita­

do nuevamente a Berkeley en 1975, un

año antes de su fallecimiento, se en­

cuentra con que su solicitud de visa le

es negada. El imperio yanqui lo declara

poco digno de cruzar su frontera, pero para entonces Revueltas y su obra se

habían compenetrado más profunda­

mente en el corazón del "México de

afuera". Revueltas reitera en sus textos

la incómoda presencia del pachuco, in­

sinlJando su posición neocolonial y sub­

alterna . Los ejes de identidad del pachu­

co y el chicano en la escritura revueltiana

parecen ser su ambivalencia lingüística

y social, elementos que sintonizan con

los fqctores de construcción de identi­

dad que el crítico poscolonialista Homi

Bh¡¡pha identifica como en constante

cruzamiento: sustitución, desplazamien­to y proyección. 10 Este modelo anti-esen­

cialista de subjetividad contradice las ob­

servéjciones y juicios de Paz en El laberinto. y esta fue precisamente la

aportación capital de Revueltas a nues­

tro entendimiento histórico y literario del

"México de afuera", como lo han demos­

trado las luchas culturales y sociales de

los chica nos en los años siguientes.

10 Homi Bhabha, ed., Notion ond NorrotJon, Lon­don and New York, Routleqge, 1990, p. 3 13.

JAVIER DuRAN es profesor e investigador de literatu­ra I¡¡tinoamericana y estudios culturales en Mi­chigan State University en East Lansing, Michigan.

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JOHN HUDGINS

F A M

El poeta norteamericano JOHN H UDGINS ( 1948)

es autor entre otros libros, de Curious World y Waking ta the Cometo

Quién se burla realmente de la fama

cuando todo mundo la desea

en sueños me he visto mirándola de reojo

coquetear con ella acariciar sus rizos

pensando "soy un hombre casado"

pero la muchachita enloqueció con mi lectura

para mí esa es la fama

para otro será no tener deudas

manejar un porsche

disfrutar del aplauso

o encontrar en la compañía de otros

la seguridad que no tiene a solas

la fama:

mirar tu nombre en la tapa de un libro

al pie de una fotografía

tres invitaciones para participar en programas

fiestas exclusivas y cartas a raudales

alguien que te detiene en la calle y te dice

"te adoro" o Iteres un idiota"

la fama confunde tanto

como la carencia de fama

sólo que el ruido no es ya intermitente sino incesante

tú mismo contribuyes a él con tus declaraciones

por la noche zumba como un mosquito

gotea como una llave de lavabo descompuesta

compras tapones de cera

pero las sirenas ya están a tu lado

60

A

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Cualquier estudio de la obra de José Re­vueltas permanecería incompleto si no considerara su larga historia de militancia polftica. Desde su primer arresto en 1929 hasta su último que durara de 1968 a 1971, su vida se caracterizó por la rebeldía y la resistencia al poder del Estado mexicano y, en muchas ocasiones, a los órganos ofi­ciales de la oposición comunista. Desde la publicación de su primera novela, Los muros de agua (1941), su obra literaria mostró un marcado interés en conflictos políticos, y si la militancia polftica de Re­vueltas se refleja claramente en los perso­najes y en las tramas de sus obras, ésta también juega un papel crucial en la for­ma de las mismas. El aparato teórico mar­xista-leninista que guió al autor a través de su vida polftica también marca su método literario que es materialista y dialéctico. Es con esto en mente que me acerco a El apando -última novela de Revueltas, es­crita entre febrero y marzo de 1969 en el ·Palacio Negro" de Lecumberri, donde es­tuvo encarcelado por su participación en el movimiento estudiantil de 1968.

Como lo indica el título de un artículo del Centro de Investigaciones Lingüístico­Literarias (ClLL) dedicado a esta novela, El apando puede fácilmente parecerle al lec­tor una "metáfora de la opresión". Comen­zando con la forma misma, la novela es un texto opresivo y sofocante. Consiste de un solo párrafo de cuarenta y cinco pági­nas donde tiempo, espacio y movimiento se condensan violentamente. La trama es simple -un fallido intento de introducir droga a la cárcel-, pero la forma narrativa de Revueltas transforma esta simple tra­ma a una pesadilla desesperante en la cual el sistema represivo carcelario domina a toda la sociedad. Prisioneros y carceleros son víctimas de un mismo sistema. Esto es evidente desde la primera oración:

Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono, los dos, en su jaula, toda-

LUIS A. MARENTES

n O DE JOSÉ REVUELTAS: ETÁFORA DE LA OPRESióN

y LA RESISTENCIA vía sin desesperación, sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extre­mo, detenidos pero en movimiento, atra­pados por la escala zoológica como si alguien, los demás, la humanidad, im­piadosamente ya no quisiera ocuparse de su asunto, de ese asunto de ser mo­nos, del que por otra parte ellos tampo­co querían enterarse, monos al fin, o no sabían ni querían, presos en cualquier sen­tido que se los mirara, enjaulados dentro del cajón de altas rejas de dos pisos, den­tro del traje azul de paño y la escarapela brillante encima de la cabeza, dentro de su ir y venir sin amaestramiento, natural, sin embargo fijo, que no acertaba a dar el paso que pudiera hacerlos salir de la inte­respecie donde se movían, caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mona y mono dentro del Paraíso, idénticos, de la misma pelambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encarcelados, jodidos. (11 )

El tono de la obra se establece desde esta primera oración. Nos encontramos con prisioneros enajenados de su condición humana, seres jodidos sin memoria y sin aparente escapatoria. Poco después, sin embargo, descubrimos que estos monos no son los prisioneros sino sus guardianes. Paradójicamente "los presos eran ellos y no nadie más, con todo y sus madres y sus hijos y los padres de sus padres" (13). De esta manera la opresión del sistema carcelario se desborda de los muros de piedra penitenciarios para incluir en ella a la sociedad en general. A esto hace refe­rencia el propio Revueltas en una entrevis­ta con el ClLL: "La cárcel misma no es sino un símbolo porque es la ciudad cárcel, la sociedad cárcel" (ClLL 60).

61

Visto desde esta perspectiva, El apan­do nos presenta un mundo totalmente opresivo sin escapatoria aparente. Es por esto que abundan interpretaciones del tex­to como la del ClLL que opina que "en el sistema narrativo empleado por Revueltas comienzan a operar diversos procedimien­tos tendientes a un último efecto ... mos­trar la realidad y el hombre en su proceso y estadio definitivo de degradación" (43). Encontramos una interpretación similar en Jorge Ruffinelli quien escribe que "El apan­do es de algún modo una suerte de testa­mento literario, la clausura de un ciclo pro­ductivo que después de casi cuarenta años de escritura depositaba al autor en la sole­dad y el fracaso" (133). Por su parte Sam L. Slick, biógrafo del autor, considera que de Los muros de agua a El apando Revueltas transforma su perspectiva de un idealismo marxista a un existencialismo realista (92).

Como las citas anteriores indican, la opresión y degeneración llevadas al límite en la última novela de Revueltas pueden ser interpretadas como producto de la to­tal desesperación y crisis existencial del autor. El apando ha sido leído como el testamento de un hombre quebrado quien ve en la condición humana una prisión sin posibilidad de escape o trascendencia. Tal apreciación de la obra de Revueltas es ina­decuada y peligrosa. El problema con este tipo de interpretación ha sido claramente identificado por Evodio Escalante, quien abre su polémico libro sobre el autor ad­virtiendo a sus lectores sobre las connota­ciones ideológicas de ciertos acercamien­tos críticos a la obra revueltiana:

Colocada a mitad de camino entre los textos literarios y el lector, la crítica ... no fun-

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ciona nada m~s como un puente y una vía de acceso, es también ... una operación ideo­lógica que acota el campo de lo lerble y determina los usos (y los sentidos) posi­bles de una obra. La de Revueltas, m~s que ninguna en nuestro medio, ha tenido el pri­vilegio de conocer casi exclusivamente los aspectos policiacos de esta función ... Bajo el manto - todavía m~s peligroso, por invi­sible - ~ un su~uesto, "recon9(imiento", la crítica no ha hecho sino alimentar los pre­juicios corrientes que neutralizan (y vuelven cómoda) la fuerza de sus textos. (11)

Esta critica de Escalante parece referi~se a interpretaciones de la obra de Revueltas como aquella de Ruffinelli, quien conclLlye su evaluación de la trayectoria del autor afirmando que:

Del pesimismo esperanzado de sus comienzos (pesimismo por su presen·te, esperanza por el futuro), Revueltas llegó al escepticismo radical que pone en entredi­cho, si no niega, el propio futuro, la propia esencia del hombre, las conquistas m~s altas del pensamiento, y ve en el hombre un error . No hay m~s all~ en el pensa­miento de Revueltas, por lo menos en su obra publicada ... (138)

Este tipo de interpretación enajena ei espíritu combativo de Revueltas. Tal acer­camiento caracterizaría la vida entera de Revueltas como un fracaso. Tales interp~e­

taciones roban a la obra su contenido ideo­lógico, aunque le reconocen el "valor lite­rario", y se alejan mucho del espíritu de la vida y obra de Revueltas. El mundo de El apando no puede verse como una simple representación de una realidad opresiva sin posible escapatoria. Esto iría en contra de las principales premisas literarias del autor que se enfocan en el movimiento dialécti­co de esta realidad. En la introducciór1 a Los_muros de agua Revueltas escribe So­bre su acercamiento literario al reillismo de su obra. Este no es "un realismo espor1t~­

neo, sin dirección (el simple ser un espejo de la realidad) ... La realidad necesariamen­te debe ser ordenada, discriminada, armo­nizada dentro de una composición someti­da a determinados requisitos". Este ordenamiento responde a una interpreta­ción dialéctica del mundo:

Tenemos entonces que saber cu~1 es la dirección fundamental, a qué punto se dirige, y tal dirección ser~, así, el verdadero movimiento de la realidad, aquél con que debe coincidir la obra literaria. Dicho mo­vimiento interno de la realidad tiene su modo , tiene su método ... (Su "lado mari­dar", como dice el pueblo.) Este lado ma­ridar de la realidad, en el que se la apre­hende, en el que se la somete, no es otro que su lado dialéctico : donde la realidad obedece a un devenir sujeto a leyes, en que los elementos contrarios se interpe­netran y la acumulación cuantitativa se transforma cualitativamente. (18-9)

En el marco teórico de Revueltas, todo movimiento histórico responde a un deve-

nir dialéctico en el que las contradicciones existentes aumentan cuantitativamente hasta que la tensión llega a su Irmite, crean­do un cambio cualitativo que destruye la contradicción y crea una síntesis superior (Dialéctica de la conciencia). El "lado ma­ridar" es el momento en que la contradic­ción es superada. Con esto en mente, Evo­dio Escalante nos advierte que en la obra de Revueltas, "la enajenación. la degrAda­ción, la animalización crecientes no pue­den entenderse desde una perspectiva humanista, o piadosa ... lo que el narrador se propone es captar el movimiento ocul­to de lo real, sus contradicciones y la for­ma en que estas contradicciones se exa­cerban y tienden a agudizarse hasta llegar a lo insoportable, a lo insufrible" (24). Así, Escalante cuestiona las interpretaciones pesimistas o existencia listas de la obra re­vueltiana, proponiendo en vez una inter­pretación dialéctica en la que, "cada des­censo, cada grado que se suma en la tabla de la degradación, es al mismo tiempo una manifestación de fuerza, y no puede en­tenderse sólo como decadencia o empo­zamlento en el infierno: es también ... un paso adelante hacia el rebasamiento de este infierno" (25).

Aunque muchas de las interpretaciones pesimistas de la obra de Revueltas apun­tan a elementos importantes de ésta, ellas eliminan su potencial de liberación al en­fatizar la supuesta resignación del autor. Contra esta corriente, prefiero buscar cier­tas salidas que aparecen dentro de un tex­to aparentemente hermético. Como Re­vueltas señala y Escalante enfatiza, su estética se basa en una dialéctica que crea puntos de escape conflictivos donde una aparente opresión totalizante es retada y subvertida. En su estudio de la institución carcelaria, Michel Foucault señala que los mecanismos de poder no son monolíticos. Estos son m~s bien puntos de inestabili­dad y confrontación; puntos de conflicto y lucha donde las relaciones de poder pue­den ser subvertidas, por lo menos de ma­nera temporal (Discipline and Punish 27). Son precisamente estos puntos de conflic­to y confrontación los que proporcionan una apertura en el texto sofocante de El apando.

Foucault insiste en la íntima relación entre el poder y el conocimiento. Esta es una relación particularmente marcada por los mecanismos de vigilancia del sistema carcelario. En este sentido, se puede ob­servar que una de las principales fuentes del poder en El apando es la observación. Así, la labor principal de los carceleros es precisamente la observación : "Se sabían hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pudiera salir de sus manos ... cubiertos de ojos de la cabeza a los pies, una malla de ojos por todo el cuerpo, un río de pupilas recorrién­doles cada parte, la nuca, el cuello, los bra­zos, el tórax, los güevos" (13-4). La arqui-

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tectura carcelaria esM también pensada con la observación como una de sus principa­les metas. Así, la prisión tenía una "torre de vigilancia - un elevado polígono de hie­rro, construido para dominar desde la altu­ra cada uno de los ~ngulos de la prisión entera" (31). Sin embargo, la dominación por parte de las autoridades carcelarias no es total. Existen fisuras usadas por los pri­sioneros para invertir las relaciones de per­der, de tal manera que en las primeras p~ginas los monos aparecen transforma­dos. A pesar de sus múltiples ojos, no son ellos los observadores sino los observados. Los primeros "prisioneros" de la novela son precisamente estos monos, observados por Polonio, uno de los apandados quien, "los mandaba a chingar a su madre cada vez que uno y otro incidía dentro del plano vi­sual" (12). Aunque sólo temporalmente, la dominación no pertenece a las autori­dades sino al recluso. Definitivamente, la fuerza de sus insultos no equivale al poder de la institución carcelaria, pero éstos mues­tran fisuras en ei sistema. La debilidad de Polonia aparece representada por su incó­moda posición que le permite ver sólo con un ojo, pero cuando observa "aquel espa­cio virgen, adimensional, se convertía en el territorio soberano, inalienable, del ojo derecho, terco, que vigilaba milímetro a milrmetro todo cuanto pudiera acontecer en esta parte de la Crujía" (13). Esta posi­bilidad de obseNar jugar~ un papel crucial en el plan para Introducir la dtoga. La na­rración del difídl proceso de posicionar la cabeza para observar a los monos revela las brutales contradicciones del mundo revueltiano:

Introducir - o sacar -la cabeza en este rect~ngulo de hierro, en esta guillotina, tras­ladarse, trasladar el cr~neo con todas sus partes, la nuca, le frente, la nariz, las orejas, al mundo exterior de la celda, colocarlo ahí del mismo modb que la cabeza de un ajus­ticiado, irreal e fuerza de ser viva, requería un empeño tuldadoso, minucioso, de la misma manere que se extrae el feto de las entrañas materhas, un tenaz y deliberado autoparirse con forceps que arrancaban mechones de tabello y que arañaban la piel. (34-5)

Nacimiento y muerte - arnpos extre­mos de la experiencia humana - se fusio­nan en este momento. En esta narrativa, ambos extremos son grotescos y mutila­dores. Procesos violentos que crean y des­truyen la vida !e emparejan. Es mediante esta violencia que el prisionero apandado logra un breve momento de libertad.

Otros ejemplos de resistencia y libe­ración aparecen en las expresiones de la sexualidad de los protagonistas. El ya men­cionado artículo del ClLL identifica las fan­tasIas eróticas de estos personajes como ejemplos de su enajenación : "No es ca­suaL .. que todas las alusiones eróticas es­tén dadas por escenas o pensamientos o im~genes de elementos sustitutivos" (57).

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Sin embargo, propongo que en momen­tos como éstos es importante regresar a Foucault, quien nos recuerda que toda ex­presión de poder implica expresiones de resistencia. Por lo tanto, a pesar de la natu­raleza enajenada de las faNtasías eróticas, podemos encontrar momehtos en los que los personajes subvierterl el poder. Un ejemplo de esta resistenciél es evidente en la "danza del vientre". Alblho, uno de los apandados:

tenía tatuada en el bajd vientre una fi­gura hindú ... que representaba la graciosa pareja de un joven y una joven en los mo­mentos de hacer el amor. .. dispuestos de tal modo y con tal sabiduría quinética, que bastaba darle impulso con las adecuadas contracciones y espasmo de los músculos .. . para que aquellos miembros dispersos .. . adquiriesen una unidad m~gica donde se repetía el milagro de la Creélción y el copu­lar humano se daba por entero en toda su magnífica y portentosa esplendidez. (25-6)

Este espectáculo gozabcl "de gran pres­tigio en el penal" (24). Sin hecesariamen­te estar en desacuerdo coh la afirmación del ClLL que este espectáculo es una fan­tasía sustitutiva, Albino, víctima de una de las peores humillaciones pOr su condición de prisionero, goza de prestigio en el pe­nal. El degradado recluso se convierte en un respetable artista quien "siempre ponía enorme celo respecto a la composición de su público, como buen juglar que se res­peta, y desechaba a los espectadores in­convenientes desde su punto de vista, frí­volos, poco serios, incapaces de apreciar las difíciles cualidades de un auténtico vir­tuoso" (25) . Esta habilidad le brinda digni­dad y le permite controlar su propia vida.

Otra fantasía erótica discútida por el ClLL se refiere a las revisidnes vaginales hechas a Meche (amante de Albino) Célda vez que ésta entraba a la prisión. En un principio los pri­sioneros y sus amigas muestran su indigna­ción, considerando las revisiones como una gran humillación. Sin embatgo, al progresar la novela, éstas torri~H uh nUevo matiz:

Desvestida ya de su ropa interior Me­che presentra los pró~iii105 movimientos de la mano de la celadora, y la agitaban entonces, cosa que antes no ocurriera, ex­trañas e indiscernibles disposiciones de ánimo y una imprecisa prevención, pero en la cual se trarisparehtaba la presencia misma de Albino ... (27)

Por su parte, para Albino, las revisiones de su amante se convierten en un elemen­to "de aproximación". Pensar en ellas "lo excitaba con un deseo renovado ... y un re­lato minucioso y ver/dico de Meche lo harta esperar, en lo sucesivo, una nueva forma de enlace entre ellos dos, más intensa y completa, a la que no faltar/a, sin duda, un cierto toque de alegre y desenvuelta depra­vación" (39). La humillación lleva a la me­moria, el deseo y la esperanza que una vez más transforman a los personajes de de­gradados animales oprimidos a seres hu-

manos con deseos y pasiones: "y ahora Meche imaginaba ser ella misma la que en estos momentos hacía bailar su vientre ... como instrumento de seducción dirigido a la mono y a sus ojos cercanos" (29). Una vez más, las relaciones de poder se invier­ten. Ahora la mona es un objeto para la pasión de Meche y no es Meche el simple objeto de la revisión de aquella.

Otra instancia de rebelión y resist~ncia que temporalmente altera las relaciones de poder sucede cuando las mujeres se en-

lidaridad y de contento, del que a nadie podr/an culpar los monos" (48). Confor­me los eventos progresari, los visitantes se involucran más activamente, "cada vez se oía con más frecuencia, distinta y aislada, alguna voz que coreaba el grito de las mu­jeres. Sáquen-Iós, sáquen-Iós", mientras que los guardias comieniah a preocuparse, "atentos más que nada a no aislarse del grupo, de la tribu, y nb qLiedar an medio de la multitud procelosa, impersonal, im­pune" (49-50). Las relaciones de poder se

Dibujo de José Revueltas hecho en una servlll .... 5/'.

cuentran ante la celda de sus compañe­ros. De acuerdo con el plan, la madre del Caraja introduciría la droga dentro de su vagina. Los prisioneros asumen que ella no será revisada debido a su edad y apro­vechan así los prejuicios del sistema. Una vez dentro de la penitenciaría, las mujeres planean crear un escándalo y, en medio de la confusión, entregar la droga a sus compañeros. El plan fracasa pero su des­enlace abre un espacio carnavalesco que, una vez más, muestra fisuras dentro del sistema de opresión. Antes de este inci­dente, al entrar a la prisión, todos los visi­tantes aparecen resignados y deprimidos: "la mirada baja ... Nadie ponía en tela de juicio la culpabilidad o la inocencia del hijo, del marido, del hermano: estaban ah!, eso era todo" (42). Al desarrollarse la "huelga" de las compañeras, el ambiente en el pe­nal cambia. Los presentes comienzan a congregarse cerca de las mujeres. "Nadie osaba lanzar un grito o una voz, pero de toda aquella masa salía un avispeo sordo, entre dientes, un zumbar unánime de so-

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invierten al ser los ~uardias los que ahora temen por su segurldad. Los carceleros se lanzan en contra de las mujetes mientras que "de la ronca val, allá abajo, de la mul­titud, brotaba toda clase de las más diver­sas exclamaciones, gritos, denuestos, car­cajadas, ya de protesta o compasión, o de salvaje gozo que exi~ía mayor descaro, bru­talidad y desvergüenza al espectáculo fa­buloso y único de los senos, las nalgas, los vientres al aire" (50) . Aunque en la novela los carceleros acaban capturando a los pri­sioneros y sus compañeras, es dificil leer estas escenas y no pensar en las nociones bajtinianas del carnaval donde se suspen­den las estructuras jerárquicas y las formas de terror, reverencia, etiqueta y devoción relacionadas a ellas.

Los ejemplos discutidos hasta ahora muestran momentos en los cuales el am­biente opresivo de El apando es roto, aun­que sea brevemente. Sin embargo, antes de terminar nuestra discusión es indispen­sable mencionar las instancias de liberación en El Caraja, protagonista de la obra que

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aparece como un ser humano llevado al límite de la degradación. Lleva este nombre "ya que valía un verdadero caraja para todo, no servía para un caraja, con su ojo tuerto, la pierna tullida y los temblores con que se arrastraba de aquí para allá, sin dignidad, famoso en toda la Preventiva por la cos­tumbre que tenIa de cortarse las venas cada vez que estaba en el apando" (15). Sin nombre o dignidad, mutilado, insultado por sus compañeros, El Caraja parece carecer de cualquier posibilidad de emancipación.

des carcelarias y se convierte en suyo una vez más. Los supuestos intentos de suici­dio corresponden a un plan perfecto:

A propósito se arrimaba a la puerta de la celda ... para que el arroyo de la sangre que le brotaba de la vena saliera cuanto antes· del estrecho andén, en el piso su­perior · de la Crujía, y de ahí resbalara al patio, con lo que se formaba entonces un charco sobre la superficie de cemento, y calculado el tiempo en que esto habría ocurrido, El Caraja ya se sentía con la en-

Descansando durante un viaje a Belice. marzo de 1948. Archivo JR (inédita)

Sin embargo, en el mundo revueltiano de contradicciones dialécticas, éste es el per­sonaje con mayor autoconciencia y, por lo tanto, con más posibilidades de escape. En el mundo de Revueltas, como apunta Evo­dio Escalante, "paradójicamente, la mutila­ción ... proporciona al cuerpo una concien­cia potenciada de sí" (74-5). Por su parte, el propio Revueltas escribe que "la lucha por la desenajenación seguirá siendo ella misma una lucha enajenada importante considerar la relación de El Caraja con su propio cuerpo. Una lectura superficial nos puede llevar a pensar que los momentos en que éste se corta las venas son momen­tos de absoluta desesperación. Sin embar­go, éste no es el caso. El narrador insiste en el control que El Caraja ejerce sobre su pro­pio cuerpo. Este nunca se suicida: "aban­donado hasta lo último, hundido, siempre en el límite, sin importarle nada de su per­sona, de ese cuerpo que parecía no perte­necerle, pero del que disfrutaba, se resguar­daba, se escondía, apropiándoselo encarnizada mente, con el más apremiante y ansioso de los fervores, cuando lograba poseerlo, meterse en él" (15-6). El cortarse las venas no es un acto para perder la vida, sino para ganar control sobre ella. A través de estos actos el mutilado cuerpo del pri­sionero deja de pertenecer a las autorida-

contra mas una mente plenamente cons­ciente de su lugar en el mundo.

Con la misma frialdad, El Caraja recluta a su madre en el complot para introducir la droga. Una vez que fracasa el plan, El Caraja traiciona a su madre al anunciar a las autoridades que ella tiene la droga es­condida. Esto parece convertirlo en un per­sonaje aun más ruin. El final de El apando con el virtual descuartizamiento de los pro­tagonistas y la traición de El Caraja pare­cen confirmar una lectura pesimista de la obra. Con los protagonistas derrotados y envilecidos, ¿dónde se puede encontrar la esperanza en la obra? Propongo que pre­cisamente esta traición de la madre apun­ta hacia cierta salida de las contradiccio­nes. Al acusar a su madre y, por ende, a sí mismo como conspirador, El Caraja con­dena y niega sus circunstancias. Su madre, silenciosa y resignada, lo acompaña regu­larmente durante las horas de visita. Ella le da dinero para la droga, pero rara vez le habla. Cuando lo hace es para decirle "La culpa no es de nadien, más que mía, por haberte tenido". Esta aseveración es ambi­gua. No está claro si es una culpa hacia el hijo por traerlo a un horripilante mundo o hacia la sociedad por haber creado un dro­gadicto criminal. La saña que expresa El Caraja hacia madre, sus múltiples actos de

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autodestrucción pueden integrarse a una visión ortodoxa del marxismo como el últi­mo paso de la conciencia de sí. Es la con­tradicción a la que apunta Georg Lukacs en su Historio y conciencio de clase al es­cribir sobre la manera en que el proletaria­do adquiere conciencia de clase al darse plena cuenta de sus paupérrimas condi­ciones, y una vez adquirida esta concien­cia la meta es destruirse a sí mismo como clase para destruir las condiciones que lo han formado como tal.

Es en casos como éstos - personajes como El Caraja; el carnaval creado por la protesta de las mujeres; la reapropiación del deseo sexual; el puesto de observa­ción - que el aparente hermetismo de El apando se abre y nos presenta con opcio­nes emancipadoras, difíciles de encontrar, pero de todas maneras presentes. Con esto en mente, parece adecuado compartir la conclusión del libro de Escalante para de­cir que: por encima de las lecturas existen­cialistas, pesimistas, freudianas o de cual­quier otra ortodoxia - [la obra de Revueltas tiene) un sentido, pero sobre todo un efecto eminentemente revolucionario, capaz de resistir y sobrepujar cualquier intento de interpretación, cualquier intento de recu­peración, lo mismo burocrática que mercan­tilista. (112-3)

Desde esta perspectiva, El apando deja de ser una mera metáfora de la opre­sión para convertirse en una metáfora de la opresión y la resistencia.

Obras citadas

Bakhtin, Mikhail. Problems of Dostoevsky's Poe­

tics. Minneapolis: U of Minnesota P, 1984.

Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias

(C1LL). "El apando: Metáfora de la opresión:' Tex­

to Crítico, Xalapa, Universidad Veracruzana, año 1,

n° 2 (1975) : 40-66.

Escalante, Evodio. José Revueltos: Uno literatu­

ra del "Iodo moridor': México: Era, 1979.

Foucault, Michel. Discipline and Punish: The Birth

of the Prison. Nueva York: Vintage, 1979 (en

español: Vigilar y castigar, México, Siglo XXI).

Revueltas, José. El apando. México: Era, 1985.

-. Dialéctico de lo conciencio. México: Era,

1982.

- . "Literatura Y liberación en América Lati­

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Era, 1978. 287-3 18.

- . Los muros de aguo. México: Era, 1986.

Ruffinelli, Jorge. José Revueltos: Ficción, polftico y

verdad. Xalapa: Universidad Veracruzana, 1977.

Slick, Sam Uosé Revueltos. Boston : Taylor, 1983.

LUIS A. MARENTEs es profesor en el departamento de español y portugués de la Universidad de Massachusetts Amherst Este artículo es una adaptación del ensayo «José Revuelta s El apando: Metaphor of Oppression and Resistan­ce» publicado en Monographic Review/Revista Monográfico, vol. XI, 1995.

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Exposición de primeras ediciones, papeles, fotografías, dibujos y memorabilia .

• 9 de mayo. 8 de julio de 2001 • • Sala de exposiciones 3 de la Biblioteca de México.

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