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BERNARD MALAMUD Selección, traducción y nota introductoria de FEDERICO PATÁN UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL DIRECCIÓN DE LITERATURA MÉXICO 2010

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  • BERNARD MALAMUD

    Seleccin, traduccin y nota introductoria deFEDERICO PATN

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

    COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURALDIRECCIN DE LITERATURA

    MXICO 2010

  • 2NDICE

    NOTA INTRODUCTORIA 3

    NGEL LEVINE 6

    LA CUENTA 18

  • 3NOTA INTRODUCTORIA

    En los aos cincuenta aparece en la literatura nortea-mericana un grupo de narradores sobresalientes. Locomponen, entre varios otros, J. D. Salinger (1919),William Styron (1925), John Updike (1932), SalBellow (1915) y, desde luego, Bernard Malamud. Si elprimero creaba, en El cazador en el centeno (1951), unlibro clave para entender la rebelin juvenil quedesembocara en los sucesos del 68, el segundo conti-nuaba la tradicin surea, abra el tercero un examenminucioso de la clase media acomodada pero vaca, yal mismo vaco dedicaba Bellow una serie de esplndi-das novelas, de las cuales era protagonista un hombredistanciado del sistema por voluntad propia. En cuanto aMalamud, tomaba como tema una visin juda del mun-do, situndose en una lnea bastante rica de la novelsticanorteamericana: aquella que incluye a Henry Roth(1907), el ya mencionado Bellow, Norman Mailer(1923) y, posteriormente a Malamud, Philip Roth (1933).

    Malamud nace en Brooklyn el ao 1914. Educadoen el City College, de Nueva York, sigue lo que se havuelto el destino inevitable de tanto escritor: la carrerade profesor universitario, si primero en el OregonState College, de 1948 a 1961, luego en el BenningtonCollege de Vermont. De tal experiencia sacar el mate-rial para su tercera obra: Una vida nueva, de 1961, libroque de esta manera pasa a engrosar las filas de un subg-nero narrativo: la llamada novela de academia. Mala-mud muere, vctima de una crisis cardiaca, en 1986.

    Volvamos ahora a esa visin juda arriba menciona-da. Su base es algo muy sencillo: la aceptacin y lacaridad. En tal sentido, las novelas de Malamud explo-ran la capacidad de comprensin y entrega que puedenadquirir los seres humanos, y aunque la exploracinocurre en un mbito eminentemente judo, las conse-cuencias y los resultados de esa comprensin y de esaentrega son factibles de aplicar a cualquier persona.Por ello no carece de razn Malamud cuando dice quetodos los hombres son judos. Si lo escrito por nuestro

  • 4novelista perteneciera tan slo a la mentalidad juda,estaramos ante un creador ciertamente amable de leer,pero asimismo limitado a lo costumbrista. Las zonasde actividad que Malamud toca son de alcance muchomayor.

    Mediante la exposicin cuidadosa de las conductasencontradas en seres menores, pertenecientes a losestratos sociales bajos, Malamud examina la responsa-bilidad que toda persona tiene respecto a sus congne-res. En otras palabras, el novelista afirma que nuestrosactos jams nos pertenecen por completo, pues concada movimiento hecho o con cada decisin tomadaafectamos las existencias que nos rodean, unas vecespara bien, aunque generalmente para mal. De aqu sedesprende un par de condiciones vitales en la narrativade Malamud: la necesidad de buscar la excelenciamoral, y la posibilidad de purgar nuestra frgil condi-cin humana aceptando la culpa ajena, de lo cual sonbellos ejemplos los dos primeros libros: El natural(1952) y El ayudante (1957).

    Quizs en virtud de lo arriba expuesto, la literaturade Malamud es de las muy pocas que en los EstadosUnidos aprovechan un modo de narrar con patentesinflujos eslavos. Lo vemos en el cuidadoso anlisishecho de los sentimientos humanos, claramente empe-ado en sealar zonas donde el sentido de culpa y elremordimiento acompaan a los personajes. Leer aMalamud es adentrarse en novelas y cuentos henchi-dos de atmsfera, de modo que nos vemos rodeados declimas, luces y hablas cuyo propsito es meternos enlos terrenos mencionados.

    Por lo mismo, en Malamud hay un empleo abundan-te de lo que Walter Alien ha llamado con razn unairona chejoviana: cierta amargura burlona ante el modoen el cual se resuelven los conflictos, pero tambin unaespecie de sonrisa triste cuando vemos la intervencindolosa de algo que podramos llamar el azar o tal vezel destino y quizs Dios. En El hombre de Kev (TheFixer, 1966) tal sonrisa es muy palpable. Dicho sea depaso, Malamud otorga a sus personajes la capacidadde lucha, y aunque no siempre viene el triunfo como

  • 5recompensa, el mero hecho de la batalla parece retri-bucin suficiente.

    Novelista de indudable talento, Malamud probasimismo tener buena mano para el cuento. Dej tresvolmenes publicados: El barril mgico (1958), Losidiotas primero (1963) y Retratos de Fidelman (1969),en los cuales trabaja sus dos temas preferidos: el judotradicional y de clase baja, con sus muchos problemas,y el artista norteamericano, generalmente de extrac-cin juda, que en Europa busca inspiracin para suobra, lnea esta ltima aprovechada asiduamente por lanarrativa de los Estados Unidos.

    Si Malamud es autor dedicado a darnos lo que PhilipRoth llama una metfora que representa ciertas posi-bilidades humanas, no son sus cuentos ajenos a talpropsito. Aunque Malamud parte de fuentes folklri-cas, ha dado informacin respecto a otros orgenes desus textos breves. Hela aqu: Mis cuentos reconocensu deuda con, especficamente, Chjov, James Joyce,Hemingway, Sherwood Anderson, tal vez con un to-que de Sholem Aleichem y las pelculas de CharlesChaplin. Esta ltima parece una acotacin muy perti-nente porque, en efecto, hay muchos personajes deMalamud que son el hombrecito golpeado por el mun-do, pero capaz de levantarse y seguir en la pelea.

    Hemos elegido como representativos de Malamuddos cuentos donde el judo tpico y de clase baja es elprotagonista. Sin duda que en tales muestras encontra-remos las caractersticas especificadas a lo largo denuestra nota: la mano al parecer inmisericorde de ladivinidad, el necesario trnsito por un lapso de pruebay la posibilidad de redencin, cumplida en uno de loscasos y frustrada en el otro. En ambos ejemplos, unaclara demostracin de que nadie es una isla, y todoacto es de consecuencia para las vidas que nos rodean.Esto, presentado mediante tramas de una claridad ab-soluta, apoyadas en dilogos cotidianos y en modos deconducta en nada excepcionales. Es decir, la maestrade la sencillez.

    FEDERICO PATN

  • 6NGEL LEVINE

    Manischevitz, un sastre, sufri muchos reveses e indig-nidades en su ao cincuenta y uno. Anteriormentehombre de situacin acomodada, de la noche a la maa-na perdi todo lo que tena cuando su establecimientose incendi para luego, tras la explosin de un reci-piente de metal con lquido limpiador, quemarse hastalos cimientos. Aunque Manischevitz estaba aseguradocontra incendios, las demandas por daos que dosclientes heridos con las llamas hicieron lo privaron detodo centavo recibido. Casi al mismo tiempo su hijo,que mucho prometa, muri en la guerra y su hija, sinpor lo menos una palabra de advertencia, cas con unzafio y desapareci con l como si la tierra se la hubieratragado. A partir de entonces Manischevitz fue vctimade agudsimos dolores de espalda y se vio incapacitadode trabajar hasta como planchador el nico tipo detrabajo a su disposicin por ms de una o dos horasdiarias, pues transcurrido ese tiempo lo enloqueca eldolor que estar de pie le produca. Su Fanny, buenaesposa y madre, quien haba aceptado lavar y coserropa ajena, comenz a agostarse ante sus propios ojos.Al sufrir cortedad de aliento, termin por enfermarseriamente y cay en cama. El doctor, un antiguocliente de Manischevitz, que los atenda llevado por lapiedad, al principio tuvo problemas para diagnosticarla dolencia de la mujer, pero ms tarde la atribuy a unendurecimiento de las arterias en etapa avanzada.Apartando a Manischevitz, prescribi un descansoabsoluto y, en susurros, le dio a saber que haba pocasesperanzas.

    A lo largo de sus aflicciones Manischevitz habapermanecido un tanto estoico, no creyendo casi quetodo esto le hubiera cado sobre los hombros; como sile estuviera sucediendo, por as decir, a un conocido oa un pariente distante. Tan slo en cantidad de infortu-nio, era incomprensible. Tambin era ridculo, injusto y,como siempre haba sido un hombre religioso, en ciertomodo resultaba una afrenta a Dios. Manischevitz crea

  • 7esto llevado por el sufrimiento. Cuando su carga sevolvi aplastantemente pesada para soportarla, rez ensu silla con los hundidos ojos cerrados: Mi Dios que-rido, mi amado, he merecido que me suceda todoesto? Entonces, al reconocer la inutilidad de lo expre-sado, hizo de lado su queja y humildemente rogpidiendo ayuda: Devulvele a Fanny la salud y queyo no sufra dolor con cada paso. Aydanos hoy, quemaana ser muy tarde. No tengo que decrtelo. YManischevitz llor.

    El piso de Manischevitz, al que se haba mudado trasel incendio desastroso, era magro, amueblado con unascuantas sillas frgiles, una mesa, una cama y en uno delos barrios ms pobres de la ciudad. Tena tres habita-ciones: una sala de estar pequea y pobremente empa-pelada; una excusa de cocina, con heladera de madera;y el dormitorio comparativamente amplio, donde yacaFanny en una hundida cama de segunda mano, lu-chando por respirar. El dormitorio era la habitacinms caliente de la casa y en ella, tras su arranque con-tra Dios, Manischevitz, a la luz de dos pequeos focossituados arriba, sentado lea su peridico judo. Enrealidad no lea, pues sus pensamientos iban por todossitios; pero lo impreso ofreca un conveniente lugardonde reposar los ojos y una o dos palabras, cuando sepermita comprenderlas, causaban el efecto moment-neo de ayudarlo a olvidar sus problemas. Al cabo deun rato descubri, lleno de sorpresa, que estaba repa-sando activamente las noticias en busca de un artculode gran inters para l. No poda decir exactamentequ pensaba leer hasta darse cuenta, con cierto asom-bro, que esperaba descubrir algo acerca de s. Manis-chevitz baj el peridico y levant la vista con la claraimpresin de que alguien haba entrado en el departa-mento, aunque no recordaba haber escuchado el soni-do de la puerta al abrirse. Mir en rededor: la habita-cin estaba muy quieta y Fanny dorma, por una vez,tranquila. A medias temeroso, la observ hasta satisfa-cerse de que no estaba muerta; luego, an perturbado

  • 8por la idea de un visitante inesperado, camin torpe-mente hasta la sala y all tuvo el sobresalto de su vida,pues sentado a la mesa un negro lea un diario, dobla-do para que cupiera en una mano.

    Qu es lo que quiere aqu? pregunt Manische-vitz temeroso.

    El negro baj el peridico y mir con expresinamable. Buenas noches. Pareca no estar seguro des mismo, como si hubiera entrado en la casa equivo-cada. Era un hombre grande, de estructura huesosa, lacabeza pesada cubierta por un sombrero hongo, que nohizo el intento de quitarse. Sus ojos parecan tristespero sus labios, sobre los cuales llevaba un bigotitodelgado, procuraban sonrer; fuera de esto, no era impo-nente. Los puos de las mangas, not Manischevitz,estaban desgastados hasta verse el forro, y el trajeoscuro le ajustaba mal. Tena pies muy grandes. Recu-perado de su miedo, Manischevitz supuso que habadejado la puerta abierta y lo visitaba un empleado delDepartamento de Beneficencia algunos venan denoche, pues recientemente haba solicitado ayuda.Por tanto, se acomod en una silla opuesta al negro,procurando sentirse a gusto ante la incierta sonrisa deaquel hombre. El alguna vez sastre estaba sentado a lamesa rgida aunque pacientemente, esperando que elinvestigador sacara su libreta y su lpiz y comenzara ahacerle preguntas; pero bastante pronto se convencide que el hombre nada de eso intentaba.

    Qu es usted? pregunt finalmente Manische-vitz, intranquilo.

    Si se me permite, hasta donde esto es posible,identificarme, llevo el nombre de Alexander Levine.

    A pesar de todos sus problemas, Manichevitz sintique una sonrisa le creca en los labios. Dijo Levi-ne? inquiri cortsmente.

    El negro asinti. Totalmente correcto.Llevando la broma un poco ms lejos, Manischevitz

    pregunt: Es de casualidad judo?Lo fui toda mi vida, voluntariamente.El sastre titube. Haba odo hablar de judos negros,

    pero nunca haba conocido uno. Le provocaba una

  • 9sensacin desacostumbrada.Al precisar poco despus algo extrao en el tiempo

    verbal del comentario hecho por Levine, dijo dubitati-vo: Ya no es judo?

    En ese momento Levine se quit el sombrero, reve-lando una zona muy blanca en su cabello, pero conprontitud se lo volvi a poner. Replic: Recientemen-te fui desencarnado en ngel. Como tal, le ofrezco mihumilde asistencia, si ofrecerla est dentro de mi compe-tencia y mi habilidad en el mejor de los sentidos.Baj los ojos, disculpndose. Lo cual pide una expli-cacin adicional: soy lo que se me ha concedido ser, ypor el momento la consumacin est en el futuro.

    Qu clase de ngel es ste? pregunt Manis-chevitz gravemente.

    Un verdadero ngel de Dios, dentro de las limita-ciones prescritas respondi Levine, a quien no debeconfundirse con los miembros de secta, orden u orga-nizacin particular alguna aqu en la tierra, que fun-cione con nombre similar.

    Manischevitz estaba por completo alterado. Habaestado esperando algo, pero no aquello. Qu clase deburla era esta aceptando que Levine fuera ngel a unservidor fiel, que desde la infancia haba vivido ensinagogas, siempre atento a la palabra de Dios?

    Para probar a Levine pregunt: Entonces dndeestn sus alas?

    El negro se sonroj hasta donde le fue posible.Manischevitz lo entendi por el cambio de expresin.En ciertas circunstancias perdemos privilegios yprerrogativas al volver a tierra, no importa cul sea elpropsito, o en el esfuerzo de ayudar a quien sea.

    Dgame entonces pregunt Manischevitz triun-fante cmo lleg aqu?

    Me transmitieron.An intranquilo, el sastre dijo: Si es judo, rece la

    bendicin para el pan.Levine la recit en hebreo resonante.Aunque conmovido por las palabras familiares,

    Manischevitz segua teniendo dudas de que estuvieraen tratos con un ngel.

  • 10

    Si es un ngel exigi un tanto enojado, pru-bemelo.

    Levine se humedeci los labios: Francamente, nopuedo hacer milagros o casi milagros, debido al hechode que estoy sujeto a prueba. Cuanto tiempo persista oincluso en qu consista depende, lo admito, del resul-tado.

    Manischevitz hurgaba en su cerebro, buscando algu-nos medios de lograr que Levine revelara positivamen-te su identidad, cuando el negro volvi a hablar:

    Se me dio a entender que tanto su esposa comousted necesitan asistencia de naturaleza salutfera.

    El sastre no pudo evitar la sensacin de que erablanco de un bromista. Es sta la apariencia de unngel judo?, se pregunt. No estoy convencido.

    Hizo una ltima pregunta: Si Dios me enva unngel, por qu un negro? Por qu no un blanco,cuando hay tantos de ellos?

    Era mi turno explic Levine.Manischevitz no se convenca: Creo que usted es

    un farsante.Levine se puso de pie lentamente. Sus ojos mostra-

    ban decepcin y zozobra. Seor Manischevitz, dijosin expresin alguna, si llegara a desear que le sea deayuda en cualquier momento del futuro prximo, oposiblemente antes, puede encontrarme y ech unamirada a sus uas en Harlem.

    Y ya se haba ido.

    Al da siguiente Manischevitz sinti algn alivio en sudolor de espalda y pudo trabajar cuatro horas plan-chando. Un da despus, le dedic seis horas; el tercerda, cuatro de nuevo. Fanny se sent un rato y pidi unpoco de halvah1 para chupar. Pero el cuarto da eldolor penetrante y demoledor le afligi la espalda yFanny, una vez ms, reposaba supina, respirando condificultad entre sus labios azules.

    Manischevitz se sinti profundamente decepcionado

    1 Turrn judo

  • 11

    con la reaparicin de su dolor y sufrimientos activos.Haba confiado en un intervalo de alivio mayor, lobastante extenso para ocuparse en pensamientos queno fueran sobre s y sus problemas. Da tras da, horatras hora, minuto tras minuto viva en el dolor, siendoel dolor su nico recuerdo, cuestionando la necesidadde tenerlo, prorrumpiendo en invectivas contra l ytambin, aunque con afecto, contra Dios. Por qutanto, Gottenyu? Si Su deseo era ensearle a Su servi-dor una leccin; por alguna causa la naturaleza de Sunaturaleza ensearle, digamos, en razn de sus debi-lidades, de su orgullo, quizs, durante los aos deprosperidad, su descuido frecuente de Dios, darle unabreve leccin, entonces cualquiera de las tragedias quele haban sucedido, cualquiera habra bastado paracastigarlo. Pero todas juntas la prdida de ambosnios, sus medios de sustento, su salud y la de Fanny,era demasiado exigir que las soportara un hombre dehuesos frgiles. Despus de todo quin era Manis-chevitz para que se le diera tanto sufrimiento? Unsastre. De seguro no un hombre de talento. En l sedesperdiciaba en gran medida el sufrimiento. A ningnsitio iba, excepto a la nada: excepto a volverse mssufrimiento. Su dolor no le compraba pan, no rellenabalas fisuras de la pared, no recoga en medio de la no-che la mesa de la cocina. Simplemente yaca en l,insomne, tan agudamente opresivo que muchas vecespudo l haber gritado sin escucharse dado el espesordel infortunio.

    En tal estado de nimo, ningn pensamiento dedical seor Alexander Levine; pero en algunos momen-tos, cuando el dolor se retiraba, disminua ligeramente,se preguntaba si no se habra equivocado al despedirlo.Un judo negro y, encima de todo, ngel; muy difcilde creer, pero y suponiendo que s lo hubieran envia-do a ayudarlo y l, Manischevitz, en su ceguera fuerademasiado ciego para comprender? Fue tal pensamien-to el que lo puso en el filo mismo de la agona.

    Por consiguiente el sastre, tras mucho cuestionarse ydudar continuamente, decidi buscar en Harlem al su-puesto ngel. Desde luego, tuvo grandes dificultades,

  • 12

    pues no haba preguntado la direccin especfica y elmovimiento le resultaba tedioso. El metro lo puso enla Calle 116, y desde all anduvo sin rumbo fijo poraquel mundo oscuro. Era vasto y sus luces nada ilumi-naban. Por todos sitios sombras, a menudo en movi-miento. Manischevitz caminaba dificultosamente conayuda de un bastn; al no saber dnde buscar en aque-llos ennegrecidos edificios de departamentos, mirabasin resultados por los escaparates. En las tiendas habagente, toda negra. Era algo sorprendente de observar.Cuando estuvo demasiado cansado, demasiado infelizpara seguir adelante, Manischevitz se detuvo frente alnegocio de un sastre. Debido a su familiaridad con laapariencia del sitio, entr con cierta tristeza. El sastre,un viejo negro flacucho con una mata de lanoso pelogris, estaba sentado sobre su mesa de trabajo con laspiernas cruzadas, cosiendo unos pantalones de etiquetacon un corte de navaja a todo lo largo del fondillo.

    Excseme por favor, caballero dijo Manische-vitz, admirando el diestro y endedalado trabajo digitaldel sastre, pero conocer de casualidad a alguienllamado Alexander Levine?

    El sastre que, pens Manischevitz, pareca un tantoantagnico hacia l, se rasc la cabeza.

    No creo haber odo ese nombre.A-le-xander Le-vine repiti Manischevitz.El hombre sacudi la cabeza: No creo haberlo odo.Ya por irse, Manischevitz record decir: Es un

    ngel, tal vez.Oh, l dijo el sastre cloqueando. Pierde el

    tiempo en ese cabaretucho de por all y tras sealarcon su dedo huesudo, volvi a los pantalones. Manis-chevitz cruz la calle con luz roja y casi lo atropellun taxi. Una manzana despus de la siguiente, el sextonegocio a partir de la esquina era un cabaret; el nom-bre, en luces chispeantes, deca Bellas. Avergonzadode tener que entrar, Manischevitz ech un vistazo atravs de la ventana iluminada por neones; cuando lasparejas danzantes se apartaron y fueron retirando, des-cubri en una mesa lateral, hacia el fondo a Levine.

    Solo, una colilla colgndole de la comisura, jugaba

  • 13

    solitario con una baraja sucia; Manischevitz sinti porl un asomo de piedad, pues la apariencia de Levine sehaba deteriorado. Su sombrero hongo estaba abolladoy tena un tiznajo gris en un lado. Su mal ajustado trajese vea ms estropeado, como si hubiera dormido conl puesto. Tena los zapatos y las valencianas lodosas yel rostro cubierto por una impenetrable barba colororozuz. Aunque profundamente decepcionado, Manis-chevitz estaba por entrar cuando una negra de pechosenormes y vestido de noche morado apareci ante lamesa de Levine y, con una risa que sala entre much-simos dientes blancos, rompi en un vigoroso bambo-leo de caderas. Levine mir directamente a Manische-vitz con una expresin de ser acosado, pero el sastreestaba demasiado paralizado para moverse o respon-der. Segn continuaban los giros de Bella, Levine selevant, llenos de excitacin los ojos. Ella lo abrazcon vigor y l asi con ambas manos las grandes nal-gas bullentes; con pasos de tango cruzaron la pista,estruendosamente aplaudidos por los ruidosos clientes.Pareca que ella hubiera levantado en el aire a Levine,cuyos enormes zapatos colgaban flcidos mientras lapareja bailaba. Se deslizaron frente a la ventana dondeManischevitz, el rostro blanco, permaneca mirndo-los. Levine gui un ojo socarronamente y el sastre sefue a casa.

    Fanny estaba a las puertas de la muerte. A travs desus labios arrugados murmuraba sobre su infancia, lastristezas del lecho matrimonial, la prdida de sus niosy, sin embargo, lloraba por vivir. Manischevitz procu-raba no escuchar, pero incluso sin orejas habra odo.No era un don. El doctor jadeaba escaleras arriba, unhombre ancho y blando, sin rasurar (era domingo) quesacudi la cabeza. Un da cuando mucho, o dos. Se fueenseguida, no sin mostrar compasin, para ahorrarse elpesar mltiple de Manischevitz, el hombre que jamsdejaba de herirse. Algn da iba a tener que llevarlo aun asilo pblico.

    Manischevitz visit una sinagoga y all habl con

  • 14

    Dios, pero Dios se haba ausentado. El sastre busc ensu corazn y no hallo esperanza. Cuando ella muriera,l vivira muerto. Medit si quitarse la vida, aunquesaba que no iba a hacerlo. Mas era algo en lo cualpensar. Pensndolo, se exista. Lanz quejas a Dios:Poda amarse una roca, una escoba, un vaco? Descu-brindose el pecho, golpe los huesos desnudos, insul-tndose por haber credo.

    Dormido en una silla aquella tarde, so con Levi-ne, quien ante un espejo borroso se acicalaba unasalitas decadentes y opalinas. Esto significa, mur-mur Manischevitz mientras emerga del sueo, quehay posibilidades de que sea un ngel. Tras rogar auna vecina que cuidara de Fanny y ocasionalmente lehumedeciera los labios con unas gotas de agua, tomsu delgado abrigo, asi un bastn, cambi unos cen-tavos por una ficha para el metro y fue a Harlem. Sabaque esta accin era la ltima y desesperada de su aflic-cin: ir sin fe ninguna en busca de un mago negro, querestaurara en su esposa la invalidez. Sin embargo,aunque no hubiera eleccin, al menos haca lo elegido.

    Renque hasta Bellas, pero el lugar haba cambiadode manos. Era en la actualidad, mientras l alentaba,una sinagoga en una tienda. Al frente, cerca de l, habavarias filas de bancas de madera vacas. Al fondo esta-ba el Arca, cubiertos sus portales de madera tosca conarcoris de lentejuelas; a sus pies, una gran mesa dondeyaca abierto el rollo sagrado, iluminado por la luztenue de un foco que de una cadena colgaba del techo.Alrededor de la mesa, como si congelados a ella y alrollo, que todos tocaban con los dedos, haba sentadoscuatro negros con solideos. Ahora, mientras lean laPalabra Sagrada, Manischevitz pudo or, a travs de laventana de vidrio laminado, el cantado sonsonete desus voces. Uno de ellos era viejo, con la barba gris.Otro, de ojos saltones. Otro, jorobado. El cuarto era unmuchacho, no mayor de trece aos. Movan las cabe-zas en un vaivn rtmico. Conmovido con esta visin,llegada de su infancia y juventud, Manischevitz entry qued silencioso en la parte trasera.

    Neshoma dijo ojos saltones, sealando la pala-

  • 15

    bra con un dedo regordete. Qu significa?Es la palabra que significa alma dijo el mucha-

    cho. Usaba lentes.Sigamos el comentario dijo el anciano.No es necesario dijo el jorobado. El alma es

    substancia inmaterial. Eso es todo. El alma deriva deesa manera. La inmaterialidad deriva de la sustancia yambas, sea causalmente o de otro modo, derivan delalma. No puede haber nada superior.

    Eso es lo ms elevado.Por encima de lo ms alto.Un momento dijo ojos saltones. No entiendo

    qu es esa sustancia inmaterial. Cmo ocurre que unase enganche a la otra? se diriga al jorobado.

    Pregntame algo difcil. Porque es inmaterialidadsin sustancia. No podran estar ms unidas, como todaslas partes del cuerpo bajo la piel... ms juntas.

    Escuchen dijo el anciano.Lo nico que hiciste fue intercambiar las pala-

    bras.Es el primer mvil, la sustancia sin sustancia de la

    que vienen todas las cosas cuya incepcin fue en laidea... t, yo, cualquiera o cualquier cosa.

    Pero cmo sucedi todo eso? Exprsalo con sen-cillez.

    Es el espritu dijo el anciano. En la superficiedel agua se movi el espritu. Y esto fue bueno. Lodice la Biblia. Del espritu surgi el hombre.

    Pero un momento, cmo se volvi sustancia sitodo el tiempo era espritu?

    Dios lo hizo.Santo, santo! Bendito sea Su Nombre!Pero este espritu tiene algn matiz o color?

    pregunt ojos saltones, el rostro impasible.Pero hombre, claro que no. El espritu es el espritu.Y entonces por qu somos de color? dijo con

    un brillo de triunfo.Eso nada tiene que ver.Sin embargo, me gustara saberlo.Dios puso al espritu en todas las cosas respondi

    el muchacho. En las hojas verdes y en las flores ama-

  • 16

    rillas. En el dorado de los peces y en el azul del cielo.As fue que vino a nosotros.

    Amn.Lee al Seor y expresa en voz alta Su nombre im-

    pronunciable.Toca la trompeta hasta atronar el cielo.Callaron, atentos a la siguiente palabra. Manische-

    vitz se les acerc.Perdnenme dijo, busco a Alexander Levine.

    Tal vez lo conozcan.Es el ngel dijo el muchacho.Oh, se resopl ojos saltones.Lo encontrar en Bellas. Es el establecimiento al

    otro lado de la calle dijo el jorobado.Manischevitz dijo sentir no poder quedarse, les dio

    las gracias y cojeando cruz la calle. Ya era de noche.La ciudad estaba oscura y apenas le fue posible encon-trar el camino.

    Pero Bellas estallaba con el blues. A travs de laventana Manischevitz reconoci a la multitud danzantey en ella busc a Levine. Con labios sueltos, estabasentado a la mesa lateral de Bella. Beba de un cuartode whisky casi vaco. Levine haba descartado su ropavieja, y vesta un recin estrenado traje a cuadros, unsombrero hongo gris perla, un puro y enormes zapatosde dos tonos y con botones. Para desnimo del sastre,una mirada de borracho se le haba fijado en el rostroalguna vez digno. Se inclinaba hacia Bella, le cosqui-lleaba el lbulo de la oreja con el meique, a la vezsusurrndole palabras que le arrancaban a la mujeroleadas de risa ronca. Ella le acarici la rodilla.

    Manischevitz, dndose fuerza, abri la puerta y nofue bien recibido.

    Este lugar es privado.Lrgate, boca blanca.Fuera, yankel, basura semtica.Pero l se movi hacia la mesa donde Levine estaba

    sentado, la multitud apartndose ante l segn avanza-ba rengueando.

    Seor Levine habl con voz temblorosa, aquManischevitz.

  • 17

    Levine, con brillo ofuscado: Di lo que tengas quedecir, hijo.

    Manischevitz tembl. La espalda lo martirizaba.Estremecimientos fros le atormentaban las piernastorcidas.

    Mir en rededor, todo mundo el odo atento:Perdneme, me gustara hablarle en privado.Habla, que soy una persona privada.Bella ri agudamente: Cllate, muchacho, que me

    matas.Manischevitz, infinitamente perturbado, pens en

    huir, pero Levine se dirigi a l:Sea tan amable de exponer el propsito de su

    comunicacin con este servidor.El sastre se humedeci los labios agrietados: Es

    usted judo. De eso estoy seguro.Levine se levant, las ventanillas de la nariz ensan-

    chadas: Alguna otra cosa que quiera decir?La lengua de Manischevitz pareca de piedra.Habla ahora o calla para siempre.Lgrimas cegaron los ojos del sastre. Fue as sujeto

    a prueba hombre alguno? Debera expresar su creen-cia de que un negro medio borracho era un ngel?

    El silencio se fue petrificando lentamente.Manischevitz recordaba escenas de su juventud

    mientras en su mente giraba una rueda: cree, no lo hagas,s, no, s, no. El apuntador apuntaba al s, quedabaentre s y no, en el no, el no era s. Suspir. Se mova ysin embargo era necesario elegir.

    Creo que es usted un ngel del Seor lo dijo envoz quebrada, pensando si lo dijiste, dicho queda. Si locreas, debes decirlo. Si crees, crees.

    El silencio se quebr. Todos hablaban, pero la msi-ca comenz y se fueron a bailar. Bella, aburrida ya,recogi las cartas y se sirvi una mano.

    Levine rompi en lgrimas: Cmo se ha humillado.Manischevitz se disculp.Aguarde a que me arregle Levine fue al bao de

    hombres y volvi con su vieja ropa.Nadie les dijo adis mientras salan.Llegaron al piso va el metro. Segn suban la esca-

  • 18

    lera, Manischevitz seal con el bastn su puerta.Ya todo est arreglado dijo Levine. Es mejor

    que entre mientras yo despego.Decepcionado de que terminara tan pronto, pero

    impulsado por la curiosidad, Manischevitz sigui alngel tres pisos hasta la azotea. Cuando lleg, la puer-ta se encontraba ya con el cerrojo echado.

    Por suerte pudo ver a travs de una ventanilla rota.Oy un ruido extrao, como batir de alas, y al esfor-zarse por tener una vista ms amplia, habra jurado quevio una figura oscura elevndose gracias a un par demagnficas alas negras.

    Una pluma fue cayendo. Manischevitz lanz unaexclamacin al verla cambiar a blanco, pero era tanslo un copo de nieve.

    Vol escaleras abajo. En el departamento Fannymanejaba el trapeador, metindolo bajo la cama y lue-go por las telaraas de la pared.

    Es algo maravilloso, Fanny dijo Manischevitz.Cremelo, hay judos en todas partes.

    LA CUENTA

    Aunque la calle se encontraba en las cercanas de unro, estaba cercada de tierra y era estrecha, una hileratorcida de viejos edificios de ladrillos para vivienda.Un nio que lanzara su pelota verticalmente, vea untrocito plido de cielo. En la esquina, opuesto al enne-grecido inmueble donde Willy Schlegel trabajabacomo portero, haba otro parecido, excepto que incluala nica tienda de la calle. Se bajaban cinco escaloneshasta el stano, a una delicatessen pequea y oscura deque eran dueos el seor y la seora F. Panessa. Enrealidad, agujero en la pared.

    Justo acababan de comprarla con el resto de su dine-ro, dijo la seora Panessa a la esposa del portero, parano tener que depender de ninguna de sus hijas, ambas,segn entendi la seora Schlegel, casadas con hom-

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    bres egostas que les haban afectado el carcter nega-tivamente. Para ser por completo independiente deellas el seor Panessa, un obrero jubilado, retir delbanco los tres mil dlares ahorrados y compr la pe-quea delicatessen. Cuando la seora Schlegel, miran-do en rededor aunque conoca muy bien la delicates-sen por los muchos aos que ella y Willy haban sidoporteros al otro lado de la calle, pregunt Por qucompraron esto?, la seora Panessa replic alegre-mente que era un lugar pequeo y no habra que traba-jar en exceso. Panessa tena 63. No estaban aqu paraamontonar dinero, sino para mantenerse sin trabajardemasiado duro. Tras discutirlo muchas noches y das,haban decidido que la tienda les dara al menos paravivir. Mir en los ojos desvados de Etta Schlegel yEtta dijo que as lo esperaba.

    Cont a Willy de la gente nueva al otro lado de lacalle, quienes haban comprado del judo, y propusocomprar all si se daba la oportunidad; quera decir conesto seguir comprando en el autoservicio, pero cuandohubiera un detallito o faltante por cubrir, algo quehubieran olvidado comprar, podan ir donde Panessa.Willy hizo lo que se le pidi. Era alto y de espaldasanchas, con un rostro lleno cubierto de rayas negras acausa del carbn y las cenizas que paleaba todo elinvierno; su cabello sola verse gris debido al polvoque el viento levantaba de los recipientes de cenizacuando los forraba para el camin de basura. Siemprede overol se quejaba de nunca estar sin trabajo,cruzaba la calle y bajaba los escalones cuando habanecesidad de algo; luego de encender su pipa, all seestaba hablando con la seora Panessa mientras el mari-do de ella, un hombrecito encorvado de sonrisa espas-mdica, parado detrs del mostrador esperaba que elportero, tras un largo intervalo de pltica pidiera, des-pus de reflexionarlo, diez centavos de esto o aquello,sin que la transaccin sobrepasara jams el mediodlar. Ocurri un da que Willy cay en hablar decmo los inquilinos lo hostigaban todo el tiempo y loque el cruel y codo casateniente ideaba para tenerloocupado en aquel maloliente calabozo de cinco pisos.

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    Estaba absorto en lo que deca y antes de darse cuentala compra era ya de tres dlares, aunque consigo slotena cincuenta centavos. Willy pareca un perro recinapaleado, pero el seor Panessa, tras aclararse la gar-ganta, pi que no importaba, que pagara lo demscuando quisiera. Dijo que todo funcionaba a crdito,los negocios y el resto, porque despus de todo qusignifica el crdito? sino que la gente era seres huma-nos, y si en verdad somos seres humanos damos crdi-to a otro y l a nosotros. Esto sorprendi a Willy, puesnunca antes oy a un tendero decir esto. Un par de dasms tarde pag los 2.50, pero cuando Panessa dijo quepoda fiarle siempre que lo quisiera, Willy aplic fue-go a su pipa y comenz a ordenar todo tipo de cosas.

    Cuando lleg a casa con dos grandes bolsas de pro-ductos, Etta le grit que estaba loco. Willy Respondique todo era fiado y no haba pagado en efectivo.

    Pero alguna vez tendremos que pagar no? gritEttaY los precios son ms altos que en el autoservicioy dijo entonces lo que siempre deca. Somos pobres,Willy. No podemos permitirnos demasiado.

    Aunque Willy entenda lo justo de aquellos comen-tarios, a pesar de los regaos, segua cruzando la calley pidiendo a crdito. En una ocasin tena un arrugadobillete de diez dlares en el bolsillo del pantaln, y lasuma era inferior a cuatro, pero no ofreci pagar, de-jando que Panessa anotara la cantidad en la libreta.Etta saba del dinero, as que grit tras admitir l quehaba comprado a crdito.

    Por qu lo haces? Por qu no pagar si tienes eldinero?

    No respondi, pero al cabo de un tiempo dijo que devez en cuando tena que comprar otras cosas. Fue alcuarto de la caldera y volvi con un paquete que abri:contena un vestido negro adornado con chaquira.

    Etta llor a causa del vestido y dijo que jams se lopondra, pues la nica vez en que l le trajo algunacosa fue tras haber hecho algo malo. Desde ese momen-to lo dej encargarse de toda la compra de abarrotes ynada expres cuando l compraba fiado.

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    Willy sigui comprando con Panessa. Pareca quesiempre estuvieran esperando su llegada. Vivan entres habitaciones diminutas encima de la tienda, ycuando la seora Panessa lo vea desde su ventana,bajaba corriendo a la tienda. Willy sala de su stano,cruzaba la calle y descenda los escalones de la delica-tessen, grande de apariencia cuando abra la puerta. Encada compra la suma nunca era inferior a dos dlares ya veces incluso se elevaba a cinco. La seora Panessaempacaba todo en una profunda bolsa doble, tras deque Panessa nombraba cada artculo y escriba el pre-cio, con un grasoso lpiz negro, en su carpeta. Encuanto Willy entraba, Panessa abra su libreta, sehumedeca la punta del dedo y pasaba cierto nmerode hojas en blanco, hasta encontrar en el centro delcuaderno la cuenta de Willy. Una vez empacada lacompra, Panessa agregaba la nueva cantidad, marcan-do cada cifra con el lpiz, susurrndose mientras suma-ba; los ojos de pjaro de la seora Panessa seguan elproceso hasta que Panessa anotaba la suma y el nuevototal (tras de que Panessa haba echado una mirada aWilly y comprobado que ste lo miraba) quedabadoblemente subrayado y Panessa cerraba la libreta.Willy, la apagada pipa colgando suelta de la boca, nose mova hasta que el libro desapareca bajo el mostra-dor; entonces se ergua y embrazando el paquete parael cual le ofrecan ayuda hasta el otro lado de la calle,a lo que siempre se rehusaba, con un impulso aban-donaba la tienda.

    Un da, cuando el total llegaba a 83 dlares y algu-nos centavos, Panessa, tras levantar la cabeza y sonrer,pregunt a Willy cundo podra pagar algo a cuenta.Al da siguiente Willy dej de comprar con Panessa yluego Etta, con su bolsa de cuerda para el mandado,comenz a mercar de nuevo en el autoservicio, y nin-guno de los dos cruz la calle aunque slo fuera poruna libra de ciruelas pasas o una caja de sal que sehaban propuesto comprar pero lo haban olvidado.

    Etta, al volver de la compra en el autoservicio, roza-ba la pared en su lado de la calle para alejarse todo lo

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    posible de Panessa.Ms tarde pregunt a Willy si les haba pagado algo.Dijo que no.Cundo lo hars?Dijo que no lo saba.Pas un mes y entonces Etta se encontr con la seo-

    ra Panessa, con aire de tristeza, nada dijo de la cuenta,Etta volvi a casa y se lo record a Willy.

    Djame en paz dijo l. Ya tengo bastantesproblemas.

    Qu problemas tienes, Willy?Los malditos inquilinos y el maldito dueo grit,

    azotando la puerta. Al regresar dijo: Qu tengo quepueda yo pagar? No he sido pobre todos los das demi vida?

    Sentada a la mesa, Etta apoy los brazos, puso la ca-beza en ellos y llor.

    Con qu? grit l, la encendida cara negra yllena de rayas. Quitndole la carne a mis huesos?

    Con las cenias en mis ojos, con los orines quelimpio del piso, con el fro de mis pulmones cuandoduermo.

    Senta por Panessa y su esposa un odio raspante, yjur nunca pagar porque los odiaba tanto, en especialal jorobado tras el mostrador. Si ste volva a sonrerlecon aquellos malditos ojos, lo levantara del piso y lerompera los torcidos huesos.

    Aquella noche sali, se emborrach y qued tiradohasta el amanecer al borde de la acera. A su regreso,las ropas sucias y los ojos inyectados, Etta le puso antela mirada el retrato de su hijo de cuatro aos, que habamuerto de difteria, y Willy, con lgrimas en goterones,jur nunca ms tocar otra gota de licor.

    Cada maana sala a poner en fila los botes de ceni-za, sin jams cubrir con la mirada hasta el otro lado dela calle.

    Dar crdito remedaba con burla, dar crdito.Llegaron tiempos difciles. El dueo orden reduc-

    ciones en el aire acondicionado, reducciones en elagua caliente. Redujo el dinero para gastos y el salariode Willy. Los inquilinos estaban enojados. Todo el da

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    importunaban a Willy como nubes de moscas, y l lesdeca lo ordenado por el casero. Entonces maldecan aWilly y Willy los maldeca. Telefonearon al Departa-mento de Salubridad, pero cuando los inspectores llega-ron dijeron que la temperatura estaba dentro del mni-mo legal, aunque en la casa hubiera corrientes de aire.Sin embargo los inquilinos seguan quejndose de tenerfro y por ello hostigaban a Willy todo el da, pero ldeca que tambin pasaba fro. Deca estarse helando,pero nadie le crea.

    Un da levant la vista de los cuatro tambos de ceni-za que alineaba para que el camin se los llevara, y vioal seor y a la seora Panessa mirndolo fijamentedesde la tienda. Miraban a travs del vidrio de la puer-ta frontal, y cuando los vio de principio su visin fueborrosa y le parecieron dos pjaros entecos de plumasmaltratadas.

    Fue calle abajo a pedir de otro portero una llave detuercas; al volver, le recordaron dos flacuchos arbustossin hojas, que brotaran a travs del piso de madera. Atravs de los arbustos poda ver los anaqueles vacos.

    En la primavera, cuando las hojas de hierba se ele-vaban en las rajaduras de la acera, dijo a Etta: Estoyesperando a poder pagarles todo.

    Cmo, Willy?Podemos ahorrar.Cmo?Cunto ahorramos al mes?Nada.Cunto tienes escondido?Ya nada.Les pagar poco a poco. Por Dios que lo har.El problema estaba en que en ningn lugar podan

    obtener el dinero. A veces, cuando intentaba pensar enlas diferentes maneras de conseguir dinero, los pensa-mientos se le escapaban hacia el futuro y vea cmoiba a ser todo cuando pagara. Sujetara el fajo de bille-tes con una gruesa liga de goma, subira las escaleras,cruzara la calle y descendiendo los cinco escalonesllegara a la tienda. Dira a Panessa: Aqu est, vieji-to, y apuesto que no pensaba que lo hara, y supongo

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    que nadie lo crea y a veces ni yo mismo. Pero aquest, en billetes de a dlar sujetos por una gorda liga.Tras sopesar el fajo un instante lo colocaba, como simoviera una pieza en el tablero de ajedrez, justo en elcentro del mostrador; y el hombrecillo y su mujer loiban deshojando, con grititos chillantes y chasqueantesante cada dlar ennegrecido, admirados de que tantoshubieran sido atados en un paquete tan pequeo.

    Tal era el sueo que Willy soaba, pero nunca pudohacerlo realidad.

    Trabaj duro. Se levantaba temprano y fregaba lasescaleras del stano a la azotea con jabn y un cepillorgido, y luego repasaba con un trapeador hmedo.Tambin limpiaba las partes de madera y aceitaba elpasamanos hasta que el zigzag brillaba de arriba a aba-jo, y en el vestbulo frotaba los buzones con pulimentopara metal y un trapo suave hasta que pudiera verse elrostro en ellos. Vea su propio rostro lleno con un sor-prendente bigote amarillo que haca poco se dejara y lagorra de fieltro color canela que al mudarse un inquili-no dejara en un clset lleno de basura. Etta lo ayudabay juntos limpiaron el stano y el patio oscuro bajo loscruzados tendederos, y eran prontos en responder acualquier solicitud, incluso de inquilinos que les dis-gustaban, para reparaciones en fregaderos y retretes.Cada da trabajaban hasta el agotamiento pero, comolo supusieron desde el principio, ningn dinero extralleg.

    Una maana que Willy abrillantaba los buzones, enel suyo encontr una carta para l. Tras quitarse lagorra, abri el sobre, coloc la hoja a la luz y ley latemblorosa escritura. Era de la seora Panessa escri-bindole que tena al marido enfermo al otro lado de lacalle, que estaba sin dinero en casa y tal vez l pudierapagarle slo 10 dlares y dejar el resto para ms tarde.

    Rompi la carta en pedacitos y se ocult en el sta-no todo el da. Aquella noche Etta, que lo haba estadobuscando por las calles, lo encontr tras la caldera,entre los tubos, y le pregunt qu haca all.

    Explic lo de la carta.

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    Esconderte de nada va a servirte dijo ella deses-peranzada.

    Y entonces qu hago?Irte a dormir, supongo.Fue a dormir, pero a la maana siguiente brot de

    entre sus mantas, se puso el overol y sali corriendo decasa con un abrigo sobre los hombros. A la vuelta dela esquina hall una casa de empeos, donde obtuvodiez dlares por el abrigo y se puso gozoso.

    Pero al regresar corriendo haba en la calle una ca-rroza fnebre o algo parecido, y dos hombres de negrosacaban de la casa aquella caja de pino pequea y es-trecha.

    Quin muri, un nio? pregunt a uno de losinquilinos.

    No, un hombre llamado Panessa.Willy no pudo hablar. La garganta se le haba con-

    vertido en hueso.Tras de salir la caja de pino rozando las puertas del

    vestbulo, la seora Panessa, toda ella afligida y tam-baleante, apareci sola. Willy volvi la cabeza, aunquepensando que ella no lo reconocera debido al bigotenuevo y a la gorra canela.

    De qu muri? pregunt al inquilino.En verdad que no lo s.Pero la seora Panessa, que caminaba tras la caja,

    haba escuchado.De vejez respondi con voz aguda.El trat de decir algo dulce, pero su lengua colgaba

    en la boca como la fruta muerta de algn rbol y sucorazn era una ventana pintada de negro.

    La seora Panessa se mud, primero a vivir con unahija de rostro imposible y luego con la otra. Y nuncase pag la deuda.

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    Portada:Dibujo de George Grosz

    Cuid la edicin Ana Cecilia Lazcano R.