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Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente 2001-08 La crisis del sistema político mexicano: mediaciones democráticas y redes imaginarias Bartra, Roger Enlace directo al documento: http://hdl.handle.net/11117/445 Este documento obtenido del Repositorio Institucional del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente se pone a disposición general bajo los términos y condiciones de la siguiente licencia: http://quijote.biblio.iteso.mx/licencias/CC-BY-NC-ND-2.5-MX.pdf (El documento empieza en la siguiente página) Repositorio Institucional del ITESO rei.iteso.mx Publicaciones ITESO PI - Revista Renglones

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Page 1: Bartra, Roger - CORE · 2016-12-24 · Roger Bartra** * Conferencia en la Casa ITESO-Clavigero, Guadalajara, 16 de mayo de 2001. ** Doctor en sociología por la Sorbona de París

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente

2001-08

La crisis del sistema político mexicano:

mediaciones democráticas y redes

imaginarias

Bartra, Roger

Enlace directo al documento: http://hdl.handle.net/11117/445

Este documento obtenido del Repositorio Institucional del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de

Occidente se pone a disposición general bajo los términos y condiciones de la siguiente licencia:

http://quijote.biblio.iteso.mx/licencias/CC-BY-NC-ND-2.5-MX.pdf

(El documento empieza en la siguiente página)

Repositorio Institucional del ITESO rei.iteso.mx

Publicaciones ITESO PI - Revista Renglones

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En estos tiempos desencantados, cuando se des-confía tanto de los paradigmas científicos y filosó-ficos, todo intento por descubrir reglas y tenden-cias en las estructuras sociales y políticas puedeparecer una anticuada conjura romántica. Sin em-bargo, me atrevo a defender la idea de que lasciencias sociales no están irremisiblemente hundi-das en la esterilidad: creo que es posible hallarprocesos profundos, explicarlos y, hasta ciertopunto, prever algunas situaciones. Para defenderesta idea, paradójicamente, usaré una imagen queno procede del método científico sino que vienedel universo de las aventuras políticas y de lasintrigas literarias: la conspiración. De manera pa-radójica también, invocaré los avatares de algunasexperiencias personales que, directa o indirecta-mente, me han sumergido en las corrientes cons-piradoras de la vida política y social.

Hace muchos años, en 1973, tuve un ásperodebate con Fernando Henrique Cardoso, hoy pre-sidente de Brasil y en aquel entonces el más céle-bre sociólogo de América Latina. Desencantadode su propia “teoría de la dependencia”, Cardosoexplicaba que, a fin de cuentas, los horrores delatraso, la dictadura y el autoritarismo en Brasil yen México podían ser vistos como una “revolu-ción burguesa de los países dependientes”: unaapertura social que siendo falsa y controlada des-de arriba estaba, sin embargo, marcada por un di-namismo dirigido. Cardoso expuso su cautelosooptimismo en un seminario sobre clases sociales ycrisis política en América Latina reunido en la ciu-dad de Oaxaca en junio de 1973.1 En esa épocaBrasil sufría aún los efectos del golpe militar de1964 y México vivía una tímida apertura del siste-ma político autoritario.

La crisis del sistema político mexicano:

mediaciones democráticas y redes imaginarias*

Roger Bartra**

* Conferencia en la Casa ITESO-Clavigero, Guadalajara, 16 demayo de 2001.

** Doctor en sociología por la Sorbona de París. Autor de La

democracia ausente: el pasado de una ilusión (2000); La sangre

y la tinta (1999) y La jaula de la melancolía (1987), entre otrasobras.

En mi crítica a Cardoso, expliqué que donde élveía una “revolución burguesa” yo encontraba elembrión de una crisis política. Mis investigacionesen México me habían convencido de que los apa-ratos de mediación en que basaba su legitimidadel sistema político mexicano ya no funcionabanbien. “Todo esto hace pensar —fue mi conclu-sión— que los próximos años contemplarán el findel famoso ‘sistema mexicano’ tal como ha venidofuncionando desde 1940, con lo cual no estoy pro-fetizando ni la inminente revolución socialista niun próximo golpe de Estado”.2 Aunque mi “profe-cía” sobre el fin del sistema mexicano se cumplió,debo admitir que mi análisis crítico estaba teñidode propósitos conspiradores, que eran delatadospor el uso reiterativo de referencias a la lucha declases, la hegemonía burguesa y los modos de pro-ducción, expresiones en las cuales Cardoso viouna expresión del “formalismo escolástico marxis-ta” que bañaba al seminario de Oaxaca. Yo estabaconvencido de que las “fuerzas populares” de al-guna manera aprovecharían la crisis para fortale-cerse y después, algún día, alentar una revoluciónque abriría las puertas al socialismo. Pero se trata-ba del optimismo forzado y ritual que debía mani-festar en aquella época todo militante radical de laizquierda marxista. En realidad mis estudios sobrela sociedad rural me habían llenado de pesimis-mo, al hacerme comprender que el sistema mexi-

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cano tenía una sólida base en muy complejos re-sortes de mediación política. El gobierno de la“revolución institucionalizada” apoyaba su legiti-midad en una extraña gestación de formas no ca-pitalistas de organización: una serie de reformas yrefuncionalizaciones estimulaba la expansión de“terceras fuerzas”, rurales y urbanas, que forma-ban la sólida base del régimen autoritario.

En suma, como lo desarrollé en un texto aúnmás pesimista, bajo determinadas condiciones po-día surgir un “poder despótico moderno” (MarioVargas Llosa lo llamó “dictadura perfecta”) que noera un régimen fascista ni un poder represivo deexcepción, sino un gobierno estable basado en unaparato mediador no democrático capaz de prote-ger al proceso económico de las peligrosas sacu-didas de una sociedad que alberga todavía contra-dicciones de naturaleza no específicamentecapitalista.3 En estas condiciones, tanto la demo-cracia como el socialismo son alternativas raramentetransitadas; en cambio, es frecuente observar unaverdadera “putrefacción de la sociedad”, para usaruna rancia metáfora de Lenin, que muestra unaprivatización del estado y una estatización de lasociedad: el estado se despolitiza convirtiéndoseen un cascarón tecnocrático y la sociedad civil semilitariza ejerciendo contra sí misma la represión.4

Creí descubrir en el poder despótico moderno,tal como funcionaba en México, algunas clavespara comprender las formas en que se legitimabael poder en las avanzadas y ricas sociedades su-puestamente “unidimensionales”, según la enga-ñosa expresión de Marcuse. Una nueva situaciónpolítica, posthegeliana, abolía los mitos del esta-do político y la sociedad civil e inauguraba unproceso de desplazamiento de los conflictos so-ciales. La nueva mitología —y aquí es donde entrala idea de conspiración— dibujaba a una cómodasociedad estatizada y burocratizada, apenas per-turbada por lejanas conjuras de guerrilleros, hippies,locos, comunistas o sectas religiosas.5

Ciertamente, el sistema mexicano, desde 1968,había iniciado un lento y desesperante proceso deputrefacción: una lenta transición que condujo, almenos, a tres momentos críticos muy tensos en1982, 1988 y 1994. Todavía estoy asombrado deque la cultura izquierdista de los años sesenta ysetenta, a pesar de la agobiante influencia deldogmatismo, haya logrado que en su seno crecie-ran las visiones críticas flexibles e imaginativasque permitieron enfrentar el difícil periodo que seinició en 1982. Ello se logró gracias a que el flore-

cimiento del marxismo fue acompañado por nue-vos movimientos inspirados por la revoluciónsexual, el rock, los viajes psicodélicos, el feminis-mo, la Primavera de Praga, la revuelta estudiantil,el existencialismo y la nueva psiquiatría. Despuésde muchos años de escudriñar las estructuras demediación política, sobre todo en zonas agrarias,me pareció entender que estaban cruzadas opermeadas por los movimientos que le imprimie-ron su carácter a los años sesenta. En las estructu-ras legitimadoras no sólo había campesinos bona-partistas y caciques populistas; al observar sufuncionamiento tanto en América Latina como enEuropa, comprobé que en ellas había también lasimágenes de una variopinta fauna marginal de in-dígenas, terroristas, enfermos, criminales y otrosdesclasados que conducían casi siempre una gue-rra más ilusoria que real contra la mayoría silen-ciosa de ciudadanos respetuosos del statu quo. Elresultado de estas observaciones fue publicado en1981 en mi libro Las redes imaginarias del poderpolítico.6

La noción de red imaginaria continúa, amplíay modifica el concepto de estructura de mediación.Yo le doy mucha importancia a estos conceptosporque me parece que permiten ubicar con preci-sión un ámbito social revelador de las condicionesen que se reproducen y legitiman los aparatospolíticos. Las peculiaridades de estos procesosmediadores —y el grado de eficiencia con quefuncionan— son como un barómetro que revelalas presiones a las que está sometido el sistemapolítico. En el México rural posrevolucionario cre-ció una compleja estructura de mediación que cons-taba esencialmente de dos partes:

• Una economía campesina refuncionalizada que,gracias a los repartos agrarios, se extendía comouna forma de controlar el desbocado crecimien-to del capitalismo moderno en el campo.

• Una serie de instituciones, organizaciones ycacicazgos de carácter populista y supuesta-mente revolucionario que controlaban las ex-presiones más crudas y directas del ejerciciodel poder político.

En el seno de esta estructura de mediación se po-dían observar señales de endurecimiento: las ins-tancias caciquiles y populistas eran paulatinamen-te invadidas por intereses económicos y financierosque las fueron transformando en expresiones cadavez más autoritarias, represivas y corruptas. Al

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mismo tiempo, la economía campesina iba siendoestrangulada por la modernización. Estas interpre-taciones generaron muchos debates, pues desta-caban hechos incómodos. Descubrían que el cam-pesinado, lejos de ser fuente de avances y progreso,se había convertido en una pieza clave del estan-camiento y del autoritarismo. Esta idea irritó a mu-chos estudiosos empapados de concepcionespopulistas de diverso signo político, desde la orto-doxia maoísta hasta el nacionalismo revolucionario.

Mi conclusión, en el estudio publicado en 1974,fue que las estructuras agrarias de mediación eranen gran medida responsables de la famosa estabi-lidad del sistema político. Sin embargo, al estre-charse día con día su juego dialéctico interno, sepodía prever, como lo escribí, “el fin del actualsistema político mexicano”.7

Quiero destacar un aspecto que me parecesustancial: las estructuras de mediación son unámbito político legitimador que funciona indepen-

dientemente de la formalidad democrática, aun-que tienen una base “popular” sólida y estableformada por un amplio aunque marginal segmen-to social. Podemos comprender que si los meca-nismos y procesos de mediación se descompo-nen, la legitimidad de todo el sistema resultaseriamente afectada.

Sin embargo, la idea de una estructura de media-ción en crisis tenía algunas limitaciones importan-tes, entre las cuales cabe destacar que no reflejabala importancia de las formas culturales simbólicase imaginarias de la legitimación política. Por esofue necesario ampliar la perspectiva de las media-ciones, para contemplar el conjunto de las redesimaginarias del poder político. En estas redes yano sólo hallamos al campesino cada vez más ilu-sorio creado por el nacionalismo populista, sinodiversos actores, en realidad toda una compañíade teatro que escenifica una guerra en gran parteimaginaria. Los actores imaginarios del drama son

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los llamados “marginales”, una aglomeración sim-bólica que corresponde muy vaga y lejanamente alos grupos sociales reales que, más que margina-dos, viven materialmente aplastados bajo el pesode la miseria y la represión.

Quiero mencionar aquí otra discusión relacio-nada con estas ideas que resultó muy estimulante.Así como la presencia de actores campesinos enel teatro imaginario ha causado inquietudes y críti-cas, el hecho de que la cultura mediadora coloqueen un mismo escenario a indígenas o minoríassexuales junto a terroristas y criminales, tambiénha generado incomodidades. En una mesa redon-da efectuada en 1980, Luis Villoro, con sus inteli-gentes observaciones, me permitió entender nue-vos aspectos del problema.8 En la misma discusión,Carlos Monsiváis también puso objeciones a la asi-milación de “marginales” dañinos (criminales, te-rroristas) y benignos (indígenas, homosexuales).En contraste, a Octavio Paz le gustó mi distinciónentre verdaderos marginales y “la marginalidadcreada por el poder”.9

La discusión con Monsiváis, Paz y Villoro meestimuló a buscar la forma en que en el Méxicofinisecular se manifestaban las redes imaginariasdel poder político. Estaba convencido de que, alexaminar la manera en que se tejían estas redes,podría mostrar los límites del sistema político. Perodebo confesar que no me impulsaba un interésmeramente científico: había también una intenciónconspiradora para seguir usando la imagen queera alentada por un compromiso político con lasluchas democráticas. De este impulso político sa-lieron los ensayos que acabaron reunidos en unlibro que lleva un título sintomático: La democra-cia ausente.10 Pero aquí quiero destacar el procesoque motivó la mutación conceptual de las estruc-turas (de mediación) en redes (imaginarias), paraacabar finalmente en una jaula. Estructuras, redes,jaulas: conceptos emparentados cuya secuenciaexpresa metafóricamente el gran problema: ¿cómoentender primero y escapar después del ordenautoritario, de las trampas ideológicas o de las pri-siones políticas? Mi respuesta cristalizó en las inves-tigaciones cuyos resultados publiqué en el libroLa jaula de la melancolía, de 1987. El diagnósticono era optimista: las redes mediadoras, estrecha-mente ligadas a la identidad nacional, se hallabandañadas y, por lo tanto, el sistema estaba conde-nado a perecer. Trece años después tuve la enga-ñosa pero agradable ilusión de que mi pequeñaaportación conspiradora se había unido a un am-

plio coro para lograr la caída del sistema autori-tario.

***

Con este recorrido por mis investigaciones sobrelas estructuras políticas he querido presentar e in-troducir el problema del futuro de la democraciaen México, así como documentar mi confianza enque la reflexión antropológica y sociológica, cuandointenta develar el futuro de los procesos políticos,no es un ejercicio estéril. Me he limitado a hacerun esbozo muy apretado. Quienes estén interesa-dos en los detalles de mi recorrido deberán con-sultar las obras que he citado. La pregunta quequiero confrontar ahora es la siguiente: ¿es posi-ble prever la forma que adoptarán las mediacio-nes legitimadoras bajo las nuevas condiciones de-mocráticas que se abrieron en el año 2000?

Me gustaría iniciar la reflexión dando, en cier-ta forma, un paso atrás. A la manera en que lehubiera gustado a Niklas Luhmann, intentemos ima-ginar si el nuevo y democrático sistema políticomexicano podría funcionar y reproducirse sin de-rivar su legitimidad de la sociedad que lo rodea,salvo por el funcionamiento de sus propios meca-nismos electorales, y cimentar su cohesión sin acudira estructuras normativas externas. Se trataría de unsistema autolegitimado, autónomo y basado en laracionalidad y la formalidad de la administración,así como en su capacidad de generar las condicio-nes políticas del bienestar. Bajo estos supuestos,el sistema político ya no requeriría de mediacio-nes ni, por lo tanto, de fuentes extrasistémicas delegitimidad. Para continuar en el ámbito de la ter-modinámica de los sistemas abiertos, tendríamosuna actividad gubernamental estructurada de talforma que lograría no sólo dominar sino ademásreducir la complejidad del medio ambiente socialcircundante en la medida en que aumentase lacomplejidad de la acción política. Es decir: uniformi-dad caótica —entropía— en la sociedad y ordensistémico en el gobierno.

Éste es, sin duda, el sueño de muchos adminis-tradores y tecnócratas, que desearían tener la li-bertad de gestión suficiente para intentar, sobre labase de la calidad y la racionalidad, que la gestiónpolítica vuele por su propio impulso, sin necesi-dad de recurrir a estructuras ideológicas o media-ciones sociales. En este sueño, en caso de existirdéficit de racionalidad y eficiencia, el propio sis-tema lograría curar las heridas con medidas decarácter administrativo.

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Esta utopía sistémica nos permite determinar rá-pidamente varios puntos estratégicos. Para comen-zar, la gestión gubernamental debe operar sobrela base de una nueva cultura que sustituya al nacio-nalismo revolucionario del PRI. Se ha hablado deuna cultura gerencial, cuya estructura simbólicadebería tener la capacidad de articular la identidaddel sistema político. No cabe duda de que, a escalamundial, se han acumulado muchas experienciasque alimentan la cultura gubernamental, enrique-cida además por la transferencia de hábitos y prác-ticas procedentes del mundo empresarial. Desdeluego, no quiero detenerme en detalles técnicossino preguntar: ¿es suficiente una cultura gerencialpara dotar de legitimidad a un sistema político de-mocrático? No lo creo, ni siquiera en el dudosocaso de que una cultura semejante trajese el bien-estar económico para las amplias capas de la po-blación más desposeída. La economía, por sí sola,no produce legitimidad.

La hegemonía de una cultura gerencial presu-pone que el sistema político mexicano, desde laselecciones del año 2000 en que pierde el PRI, yano necesitaría —como he dicho— fuentes exter-nas de legitimidad: la misma eficiencia de los apara-tos de gobierno debería ser una base suficientepara garantizar su continuidad. Pero, como todossabemos y es obvio, los aparatos gubernamentalesen México están muy lejos de esa eficienciagerencial y están demasiado contaminados por for-mas corruptas, paternalistas o corporativas de ges-tión como para funcionar alimentados únicamentepor una nueva cultura gerencial y mercadotécnica.Es curioso que haya sido la oposición de izquierdala que transmitió primero la imagen de un grupode políticos, encabezados por Vicente Fox, quehabría ganado las elecciones del 2000 gracias asus habilidades mercadotécnicas y gerenciales enel manejo de la publicidad política, con lo quehabría logrado engañar a millones de electores. Elnuevo gobierno estaría ahora intentando trasladarsu destreza gerencial a la administración pública.

Ésta es una explicación simplista que no per-mite comprender que la derrota del PRI está inscri-ta en un complejo proceso de transición democrá-tica. Yo distingo dos ciclos de la transición: el ciclocorto y el ciclo largo.11 El ciclo corto se inició conla crisis política de 1988, se extendió hasta lasgrandes tensiones de 1994 y finalizó con las elec-ciones del año 2000. Durante este periodo se pro-dujo la transición política a un sistema democráti-co. Pero las causas profundas de la transición, que

implican una gran crisis cultural, se inscriben enun ciclo largo que se inició en 1968 y todavía notermina. Este ciclo largo contempla la crisis de lasmediaciones políticas nacionalistas y el lento cre-cimiento de una nueva cultura política. Es precisa-mente en este ciclo de largo alcance en dondepodemos encontrar las señales de las nuevas for-mas de legitimidad. En los cambios y ajustes queel propio sistema en crisis propició podemos re-conocer algunas indicaciones. Por ejemplo, ante lacrisis del nacionalismo el gobierno priista optó porimpulsar el Tratado de Libre Comercio de Américadel Norte (TLCAN) y la entrada del país a la globali-zación, y después, ante los problemas de credibi-lidad, impulsó una reforma política que instauróun mecanismo electoral autónomo y confiable. Conestas medidas, el gobierno priista aceleró su fin,aunque su objetivo fuera todo lo contrario: alargarsu permanencia en el poder. La oposición de iz-quierda hizo una mala lectura de estas situaciones:creyó necesario volver al nacionalismo revolucio-nario original (cardenista e incluso zapatista) y de-sarrolló una actitud populista de desconfianza antela democracia electoral. El sector modernizante delPRI también hizo una lectura equívoca: creyó quelos sectores tecnocráticos del gobierno, empapa-dos de una nueva cultura eficientista y gerencial,habían logrado la legitimidad suficiente para ganarlas elecciones de 2000. Se equivocaron, y su can-didato perdió la contienda. Este desenlace es tam-bién una señal de advertencia a los nuevos gober-nantes foxistas: sus habilidades empresariales, sutalante tecnocrático y su inspiración gerencial—útiles sin duda en las tareas cotidianas de laadministración— no serán suficientes para garanti-zar una nueva legitimidad. El nuevo régimen de-mocrático necesitará echar raíces en los mismosprocesos de largo plazo que impulsaron la caídadel sistema autoritario. Lo que no sabemos es si elgobierno de Vicente Fox será capaz de auspiciareste profundo proceso de cambio o se contentarácon una gestión hábil y decorosa que, en el mejorde los casos, impida la quiebra del país. La historiareciente de otros países latinoamericanos (Argen-tina, Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela) nos indicaque no estamos a salvo del peligro de naufragio.Así, el ángel de la historia le agradecería al go-bierno de Fox haberse convertido en una eficien-te agencia de pompas fúnebres encargada de en-terrar el sistema autoritario, pero no lo contemplaríacomo un gran reformador que hubiese abierto laspuertas de una nueva civilidad política y de una

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cultura política avanzada. Hay algunas señales in-quietantes que indican que el gobierno de Foxpodría contraponerse al curso profundo de la tran-sición, contribuyendo con ello a frenar un cicloque de por sí es lento. En todo caso, creo que noserá posible —ni sería benéfica— una amalgamaentre los mecanismos que el gobierno de Fox pue-da usar para mantener e incluso ampliar el apoyopopular y los procesos de gestación de una nuevacultura civil y democrática. Pero una contraposi-ción entre el gobierno y la nueva cultura cívicaemergente sería dramática y desastrosa.

Independientemente de los recursos publicita-rios del nuevo gobierno, se espera que el grupogobernante comprenda que es necesaria una re-forma del estado mexicano. Tanto la llamada glo-balización como la reforma electoral democrática(y sus consecuencias, el TLCAN y la derrota del PRI)han mostrado que México avanza por un caminoque se dirige hacia la descentralización, la federa-lización y la parlamentarización. Este proceso nosenfrenta a un problema: las tendencias políticasactuales han roto los esquemas. Las fronteras y losejes que definían y clasificaban la actividad estatalse han quebrado o trastocado.12 Una de sus mani-festaciones más espectaculares puede verse en elhecho de que las funciones de los tres poderes(ejecutivo, legislativo y judicial) se ven amplia-mente trastornadas y rebasadas por las funcionesde un cuarto poder que no respeta fronteras: elpoder legitimador que garantiza la gobernabilidad.

El poder estatal se legitima no sólo por unejecutivo eficiente, un parlamento representativoy una vigilancia justa. Se legitima principalmentepor procesos culturales, educativos, morales e in-formativos que constituyen redes de vasos comu-nicantes que no respetan las fronteras tradiciona-les, ni las que dividen a los tres poderes, ni las decarácter territorial (sean electorales, estatales, na-cionales, etc.), ni las que separan los órdenes je-rárquicos. Estas redes tienden a establecer nuevasy diversas formas relativamente autónomas de po-der ciudadano.

Se trata de redes extraterritoriales, metademo-cráticas, transnacionales, globales o incluso posna-cionales. A primera vista, estas redes culturalesabarcan un conjunto extremadamente heterogéneo:medios masivos de comunicación (prensa, radio,televisión, Internet); escuelas y universidades; gru-pos étnicos, religiosos, sexuales; editoriales y hos-pitales; organizaciones no gubernamentales, igle-sias, sectas y grupos marginales con vocaciones

diversas (desde actividades paranormales hastaacciones paramilitares, desde pacifistas vegetaria-nos hasta dogmáticos terroristas).

Se trata de un nuevo espacio de poder másatravesado por los flujos culturales y simbólicosque por el intercambio de bienes materiales: unespacio legítimo, generador de legitimidad, peropoco y mal legislado, impulsado por una econo-mía emergente que se basa más en la produccióny circulación de ideas y menos en la de objetos,más en el software que en el hardware.

Así pues, y puesto que la descentralización,la federalización o la parlamentarización del esta-do mexicano, en el marco de la división de pode-res, dejan sin solución importantes problemas decarácter general y nacional, estrechamente ligadosa la gobernabilidad, será cada vez más necesariolegislar en el ámbito constitucional la existenciade áreas de gestión con un alto grado de autono-mía con respecto a los tres poderes, así como ensu relación con los espacios municipal, estatal yfederal.

Estas áreas autónomas de gestión podrían cons-tituirse como consejos, comisiones o institutos en-cargados de regir a escala nacional espacios talescomo la cultura, la educación superior, las autono-mías indígenas, las iglesias, los medios de comu-nicación, los procesos electorales e incluso ciertasinstancias de la recaudación fiscal. Su constituciónimplica el acercamiento de algunas instancias delpoder estatal a la sociedad civil: es, en cierta for-ma, una “estatización” de la sociedad civil, perotambién una “civilización” de la gestión estatal.

Como quiera que ocurran estas reformas en losaparatos estatales, se irán acumulando a lo largode un proceso de cambios que insertará paulatina-mente a México en una red global de países de-mocráticos dotados de economías en expansión.Como puede verse, establezco un vínculo entre,por una parte, la gestación regulada de áreas deautonomía y, por otra, la inserción profunda de Mé-xico en la llamada globalización, esa economíaneocapitalista —impulsada por una gran revolu-ción tecnológica— que se está expandiendo a es-cala mundial desde el norte de América y desde laUnión Europea. Soy perfectamente consciente deque la inserción en este proceso de países atrasa-dos y con resabios autoritarios es sumamente difí-cil. Pero no es imposible. La experiencia de paí-ses como España, Grecia o Portugal puede seriluminadora tanto de las dificultades como de lasventajas de esta entrada en la globalidad neocapita-

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lista. Si agregamos a nuestra reflexión las expe-riencias de algunos países asiáticos (como Corea oIndonesia), no cabe duda que nuestro optimismose enfriará. Y aun así, dadas las coordenadasgeopolíticas que definen a México, no veo ningu-na opción mejor en este momento. Además, meparece que se trata de un proceso previsible quese encuentra inscrito en el ciclo largo de transi-ción al que hice referencia. El problema, para lossectores más avanzados, es lograr que la acumula-ción y circulación de riqueza pague un tributo ele-vado, en dinero y en reformas, para contribuir a lageneralización del bienestar. Pero no me detendréahora en la consideración de este problema.

La expansión de áreas de gestión autónoma ydemocrática tiende a ligarse a otro fenómeno: elpaulatino surgimiento de una condición posnacio-nal. La erosión del nacionalismo y su crisis comomecanismo legitimador no es una invitación a im-pulsar, como remplazo, a un nuevo nacionalismo:es más bien una señal de que iniciamos una épo-ca en que los resortes de la gobernabilidad no seencuentran en la exaltación ideológica de valoresnacionales. Es comprensible que esta situación hayaalarmado a la izquierda democrática: en ciertamedida estamos presenciando el derrumbe de losviejos paradigmas progresistas y el surgimiento deamenazas renovadas. Pero la izquierda ha enfren-tado los nuevos procesos con una actitud conser-vadora y estrecha: sólo ve las amenazas de laprivatización y de la dependencia con respecto alas redes globales, pero no comprende que esimportante impulsar otros aspectos del proceso,como la ampliación de las autonomías democráti-cas y el combate de la corrupción (empresarial,burocrática o la ligada al narcotráfico y al crimenorganizado).

La vieja izquierda aún tiene reacciones conser-vadoras ante estos cambios y adopta actitudes“globalifóbicas” en lugar de analizar críticamenteel proceso para descubrir aquellas facetas cuyoimpulso puede auspiciar una elevación generaldel nivel y la calidad de la vida. Nos enfrentamosa una situación compleja y dramática: comproba-mos que el desarrollo capitalista no conlleva ne-cesariamente —como se creía y como todavía al-gunos creen— una pauperización material de lapoblación pero sí abre nuevos espacios que con-tribuyen al empobrecimiento cultural y espiritualde la sociedad.

Éste es un problema espinoso y complicado.La pauperización cultural no es, como se creía en

los sesenta, una uniformización mundial para adap-tar a la población a un mercado único, de acuerdocon modelos gestados por las sociedades de con-sumo altamente industrializadas. Las grandes ame-nazas no provienen de la circulación global demercancías, ideas, valores y símbolos culturalessino de otro proceso que acompaña a la globaliza-ción como su sombra: el fortalecimiento de pode-res locales que en muchos casos recuperan tradi-ciones culturales parroquiales empapadas decostumbres religiosas y fanatismos étnicos, intere-ses caciquiles o corporativos. No me refiero sola-mente a los poderes regionales que surgen graciasa la descentralización o a la federalización sinotambién a aquellas fuerzas que se aprovechan dela desregulación y autonomía de lo que he llama-do el cuarto poder (o los poderes culturales, sobretodo en los medios masivos de comunicación, enla educación y en las instituciones religiosas) paraimpulsar no los símbolos globalizadores del neoli-beralismo y del mercado mundial sino una extrañamezcla de rancios valores conservadores con laagresividad soez de los nuevos ricos. Un cóctel deglobalización y parroquialismo nos lo ofrecencotidianamente muchas declaraciones de los jerarcasde la iglesia, lo mismo que numerosos programasradiofónicos y televisivos. Un ejemplo extremo perorevelador es la cultura del narcotráfico, combina-ción de catolicismo parroquial con crueles y des-enfrenados apetitos de riqueza, de cursilería ran-chera con negocios transnacionales. Otro ejemplo:cuando ciertas costumbres parroquiales se trans-forman en reglas sancionadas legalmente en mu-nicipios o estados se corre el riesgo de consagrarformas de gobierno integristas, sexistas, discrimina-torias, religiosas, corporativas o autoritarias; el ejem-plo de Guanajuato el año pasado fue dramático:los usos y costumbres referidos al tabú del aborto,fundado en creencias religiosas, al ser transforma-dos en ordenamientos legales en un estado crea-ron una espectacular confrontación a escala nacio-nal. Los problemas locales se convirtieron ennacionales, y por ello el gobernador tuvo que vetarlos preceptos legales votados por los diputadosde Guanajuato.

***

He enfatizado los problemas culturales no sóloporque mi oficio de antropólogo me lleva a ellosino, además, porque estoy convencido de que el

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◆A RENGLÓN SEGUIDO

futuro de la democracia en México está estrecha-mente vinculado a las maneras en que la culturapolítica generalizará nuevas legitimidades. He se-ñalado también algunas reformas que podrían re-gular los nuevos procesos culturales. Pero, paraterminar, quisiera enfrentar otra pregunta: ¿quéprocesos culturales se instrumentarán realmenteen los próximos años? Como no soy tan optimistacomo para creer que el nuevo gobierno impulsarádecididamente un amplio proceso de reformas, nicomo para pensar que en la sociedad mexicanano hay fuerzas poderosas que intentarán bloquearlos cambios aun antes de que puedan siquiera pro-ponerse formalmente, me veo en la necesidad desuponer que enfrentaremos un periodo de turbu-lencia política. Aunque puede haber sorpresas, hay

indicios de que la misma turbulencia proporciona-rá elementos estabilizadores que podrían fortale-cer la cohesión de las fuerzas democráticas e in-crementar la eficacia del sistema democrático.Sintomáticamente, se trata de elementos extrasisté-micos generados por las tensiones a que se en-cuentran sometidas las viejas estructuras y las anti-guas ideologías, así como por las tendencias a laacumulación salvaje de capital. Estos elementosextrasistémicos configuran lo que se podría llamaruna franja de marginalidad hiperactiva, compuestapor segmentos del PRI en descomposición, guerri-llas virtuales y guerrillas reales, crimen organiza-do y cárteles de narcotraficantes, movimientos deprotesta urbana y suburbana, y diversos gruposparamilitares o terroristas. No se trata de un fenó-

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meno desconocido: en realidad desde 1994 —conel alzamiento zapatista y los espectaculares asesi-natos políticos— la sociedad mexicana comenzó aexperimentar los típicos procesos de cohesión ycontracción que, si no rebasan umbrales críticos,proporcionan cierta legitimidad a la actividad gu-bernamental.

En mi opinión, podemos observar cierta fragi-lidad en esta peculiar dialéctica espectacular entremarginalidad hiperactiva y la correspondiente co-hesión de las fuerzas que intentan estabilizar unanormatividad democrática en torno del nuevo go-bierno. Es cierto que este proceso implica la lega-lización (o al menos la legitimación) de una granpluralidad de expresiones políticas, étnicas, sexua-les o religiosas, lo cual es un fenómeno enrique-cedor. Sin embargo, también entroniza costumbresasociadas a la violencia, la corrupción y las formasilegales de protesta, que más vale evitar que segeneralicen. Estas costumbres son como las dro-gas: su uso puede llegar a generar dependencia.Ello fortalece sólo la estabilidad de formas de con-senso aglutinador logradas más por el miedo quepor el convencimiento cívico. Al mismo tiempo,estos procesos frenan la consolidación de un siste-ma democrático y republicano de partidos políti-cos modernos, un sistema sin el cual es casi impo-sible pensar en una nueva legitimidad democráticacuya pluralidad abra las puertas de la imaginaciónsocial y de la creatividad política.

Ahora, en el primer año del milenio, estamosinmersos de lleno en este proceso. La marcha delEjército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) fueel primer acto del gran teatro político. El espec-táculo continuó en un segundo acto, durante elcual senadores y diputados discutieron el proyec-to de reformas sobre derechos y cultura indígenay aprobaron modificaciones a la Constitución. Loslegisladores decidieron no vincular el ejercicio dela autonomía de los pueblos indígenas a un ámbitoterritorial, con lo cual evadieron la implantaciónde una variante mexicana de las reservaciones in-dias de Estados Unidos. Con ello evitaron una delas dimensiones más conservadoras de los acuer-dos de San Andrés pero provocaron la indignacióndel EZLN.13 La situación, por lo tanto, es inestable.La manera en que se desarrolle la continuacióndel proceso nos dará indicios sobre qué caminoseguirá la democracia en México. Tengo la espe-ranza de que los siguientes actos disipen tanto lastentaciones guerrilleras y provincianas de la iz-quierda como la influencia de hábitos gerenciales

y parroquiales en el gobierno foxista y permitan alos actores políticos mirar más allá de la conserva-ción de sus intereses y del aprovechamiento opor-tunista de las ventajas coyunturales. Espero quelas conspiraciones marginales y sectarias conflu-yan en la gran conjura democrática en la que mu-chísimos ciudadanos estamos comprometidos.◆

Notas

1. Cardoso, Fernando Henrique. “Las clases sociales y lacrisis política en América Latina”, en Benítez Centeno,Raúl (ed.), Clases sociales y crisis política en América Lati-na, Instituto de Investigaciones Sociales-UNAM, Siglo XXI,México, 1977.

2. Bartra, Roger. “Clases sociales y crisis política en México”,en Benítez Centeno, Raúl (ed.), op. cit.

3. Bartra, Roger. El poder despótico burgués. Las raíces campe-sinas de las estructuras políticas de mediación, Península,Barcelona, 1977, p.118.

4. Expresé algunas de estas ideas en un segundo texto quecontinuaba la discusión con Cardoso. Aunque los mate-riales de esta segunda ronda fueron publicados, el míofue extrañamente excluido por el editor y no apareció en ellibro. La contestación de Cardoso a mis críticas, en cam-bio, sí fue publicada: tuvo el mal gusto de terminar insi-nuando que mis provocaciones son de las que llevan alos compañeros a Siberia. Pero lo único que se fue a Sibe-ria fue mi texto de contestación, que quedó congelado talvez bajo la sospecha de ser parte de alguna conspira-ción.

5. Bartra, Roger. El poder despótico..., op.cit, pp.147-48.6. Véase la edición corregida revisada y aumentada. Bartra,

Roger. Las redes imaginarias del poder político, Océano,México, 1996.

7. Roger Bartra, Estructura agraria y clases sociales en Méxi-co, Era, México, 1974, p.162.

8. Villoro, Luis. “Roger Bartra: estado y sociedad civil” [1980],en México, entre libros, El Colegio Nacional/Fondo de Cul-tura Económica, México, 1995.

9. Bartra, Roger. “Una discusión con Octavio Paz” [1980], LaJornada Semanal, núm.71, México, octubre de 1990.

10. Bartra, Roger. La democracia ausente, primera edición,Grijalbo, México, 1986; edición corregida, Océano, Méxi-co, 2000.

11. Expresé por primera vez esta idea en una discusión conJorge G. Castañeda (hoy canciller del gobierno de Vicen-te Fox) y Claudio Lomnitz (profesor de la Universidad deChicago), organizada por la revista Fractal y publicadaen su número 12 de 1999 bajo el extraño título de “Latransición, esa metáfora calva”.

12. A continuación resumo los argumentos y las propuestasque presenté en la Comisión de Estudios para la Reformadel Estado, encabezada por Porfirio Muñoz Ledo y cuyasconclusiones aparentemente fueron aceptadas por VicenteFox en noviembre de 2000, cuando estaba a punto detomar posesión del cargo de presidente de la república.

13. Al respecto, véase el ensayo “Derechos indígenas: imagi-nería política e ingeniería legislativa”, en Letras Libres, núm.29, mayo de 2001, y el libro La sangre y la tinta: ensayossobre la condición postmexicana, Océano, México, 1999.