barbaverde - aira

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EL GRAN SALMÓN I La recepción del viejo hotel Savoy de Rosario, una mañana aje- treada de un día de semana (época cercana al presente). Un jo- ven se había acercado al mostrador y esperaba el momento de poder intercalar una pregunta, con una mezcla de impaciencia e incertidumbre. El empleado del hotel, un hombre mayor, ha- blaba con una pareja de pasajeros con las valijas, que tanto po- dían estar llegando como marchándose. Una mujer más joven, que debía de ser la telefonista, charlaba en un rincón con un hombre de traje azul. El joven se preguntaba si debía interrum- pir. Lo habría hecho en otras circunstancias, pero esta vez temía que pudiera llegar a necesitar de la buena voluntad del personal del hotel, y no quería ponérselo en contra. Le molestaba que a sus espaldas hubiera más gente, otros pasajeros probablemen- te, charlando y quizá esperando turno también. La situación se complicó cuando entraron dos hombres de portafolios, se abrie- ron paso hasta el mostrador y se dirigieron a la mujer en con- fianza, como conocidos, y se pusieron a hablar con ella. Empezó a desesperar de poder hacer su pregunta, que por lo demás no tenía nada especial: sólo quería saber si estaba alojado allí el fa- moso Barbaverde, al que le habían mandado entrevistar. Claro que si la respuesta era afirmativa tendría que pedir que lo anun- ciaran, y darse a conocer y explicar su cometido. No era tan simple, y en realidad no sabía cómo se hacía. Estaba improvisan- do, o mejor dicho esperando para empezar a improvisar. Aldo Sabor era en realidad muy joven, aunque no tanto como parecía. Delgado, torpe y nervioso, tímido, con un rostro 9

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El malvado Dr. Frasca al ataque...

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  • EL GRAN SALMN

    I

    La recepcin del viejo hotel Savoy de Rosario, una maana aje-treada de un da de semana (poca cercana al presente). Un jo-ven se haba acercado al mostrador y esperaba el momento depoder intercalar una pregunta, con una mezcla de impacienciae incertidumbre. El empleado del hotel, un hombre mayor, ha-blaba con una pareja de pasajeros con las valijas, que tanto po-dan estar llegando como marchndose. Una mujer ms joven,que deba de ser la telefonista, charlaba en un rincn con unhombre de traje azul. El joven se preguntaba si deba interrum-pir. Lo habra hecho en otras circunstancias, pero esta vez temaque pudiera llegar a necesitar de la buena voluntad del personaldel hotel, y no quera ponrselo en contra. Le molestaba que asus espaldas hubiera ms gente, otros pasajeros probablemen-te, charlando y quiz esperando turno tambin. La situacin secomplic cuando entraron dos hombres de portafolios, se abrie-ron paso hasta el mostrador y se dirigieron a la mujer en con-fianza, como conocidos, y se pusieron a hablar con ella. Empeza desesperar de poder hacer su pregunta, que por lo dems notena nada especial: slo quera saber si estaba alojado all el fa-moso Barbaverde, al que le haban mandado entrevistar. Claroque si la respuesta era afirmativa tendra que pedir que lo anun-ciaran, y darse a conocer y explicar su cometido. No era tansimple, y en realidad no saba cmo se haca. Estaba improvisan-do, o mejor dicho esperando para empezar a improvisar.

    Aldo Sabor era en realidad muy joven, aunque no tantocomo pareca. Delgado, torpe y nervioso, tmido, con un rostro

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  • inexpresivo y como ausente (tena ms que una gota de sangreoriental), se lo habra tomado por un nio, o un adolescente enproceso de crecimiento. Haba pensado que este aspecto podaserle til en su nuevo empleo, si saba sacarle el debido provecho;pero sabiendo lo lento que era sospechaba que el tiempo que lellevara aprenderlo sera el mismo tiempo que lo transformara enun adulto que pareciera adulto. Aunque nunca se podan calcu-lar de antemano los trabajos del tiempo.

    Por lo pronto, la experiencia le haba enseado a no sentirseun adolescente. Pues desde que se graduara aos atrs en la Fa-cultad de Humanidades haba estado dando clases en colegios, yel contacto cotidiano y fastidioso con chicos que eran de verdadlo que l slo pareca le haba mostrado con creces cunta dife-rencia haba entre ellos y l. De hecho, la percepcin cada dams insoportable de esas diferencias era lo que a la larga lo haballevado esa maana al hotel Savoy.

    Cansado de impartir las clases de lengua y literatura a alum-nos cuyo hasto comprenda y se le contagiaba, Sabor haba es-tado atento a cualquier posibilidad laboral que se presentara.Cuando al fin se present no dud en saltar sobre ella. Sobretodo porque no era una oportunidad cualquiera sino una que lollenaba de expectativas: se abri una vacante en el plantel de re-porteros del peridico local, y la recomendacin de un amigohizo el resto. No era un puesto muy codiciado, salvo por l. Sin-ti que de pronto, mgicamente, pasaba al mundo de la realidad,y abandon las aulas como quien sale de un mal sueo.

    Claro que en su estadio de iniciacin periodstica no podapretender asignaciones muy emocionantes. Pero no haca distin-ciones por ese lado. Salir a buscar una informacin, y despus po-nerla por escrito, se le apareca como una tarea rica en s misma,una mezcla de la artesana de la observacin y la magia del azar. Laprimera maana, cuando desayunaba, su madre le advirti quelo ms probable era que lo mandaran a tomar nota del reclamo decloacas en algn barrio, o a cubrir la inauguracin de una sala enun hospital. Podra haber sido as, y seguramente sera as maanao pasado, y lo habra hecho con la misma curiosidad y buena dis-posicin del novato ingenuo. Pero su primera misin, por unainslita fortuna, lo llev a la aventura, a la felicidad, y al amor.

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  • Se haba producido un hueco frente al mostrador de la recep-cin, pero no supo aprovecharlo porque en ese momento se diocuenta de que no haba preparado la pregunta. No es que hubie-ra mucho que preparar, pues slo deba averiguar si estaba Bar-baverde y si aceptaba verlo para responder un par de interrogan-tes sobre su presencia en Rosario Aun as, se le ocurri quehaba una diferencia entre decir directamente Est el seor B.?y empezar con Soy del diario El Orden y vengo a. La mo-mentnea vacilacin bast para que se colara delante de l unamujer que con un cantarn Buenos das capt toda la atencindel empleado.

    La molestia de sentirse burlado lo hizo volver a la realidad, y suatencin fue recompensada con la sorpresa de que la mujer, a laque segua viendo de espaldas, haca la pregunta que deba haberhecho l:

    El seor Barbaverde, por favor?El empleado la mir en blanco un largo momento:Quin?Su propia pregunta anunciaba algo as como No, aqu no

    hay nadie con un nombre tan absurdo. Esto es un hotel, no uncirco. Sabor se alegr de no haber sido l quien rompiera elhielo. La mujer mir a su alrededor, con un involuntario gestode irritacin y vergenza (en efecto, todos la estaban mirando) yentonces Sabor pudo verle el perfil y ver que era una chica jo-ven, muy linda. Con una sonrisa de perdonavidas, el empleadohaba condescendido mientras tanto a mirar el registro, una pla-nilla manuscrita, y anunci:

    Trescientos once. Barbaverde.Otra vez su pronunciacin era irnica. Resultaba extrao

    que si el nombre le pareca tan ridculo no lo hubiera registradoantes y no supiera que lo tena alojado en el hotel. Quiz el fa-moso aventurero haba llegado por la noche, lo haba atendidootro empleado, y la joven era la primera que vena a preguntarpor l.

    Puedo hablar con l, por favor? Sealando con el men-tn, ofendida, el telfono.

    De parte de quin?Karina del Mar.

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  • El hombre marc el nmero de la habitacin. Sabor seguasus movimientos con la misma atencin con que haba seguidoel intercambio anterior, y se pregunt si no sera el momento deintervenir diciendo que l tambin lo buscaba. No tuvo tiempode hacerlo porque el telfono ya volva a la horquilla:

    No contesta.Habr salidoUna mirada al gran casillero de la pared del fondo, mirada

    que siguieron todos los presentes:No. La llave no est.Una impasse. Antes de que alguien preguntara por el horario

    del desayuno, o pidiera un taxi, y el movimiento de la recepcinse reanudara como antes, la empleada al costado dijo Est, comosi hubiera sabido todo el tiempo que Barbaverde estaba en su ha-bitacin. Pero no hubo ms explicaciones.

    La joven se retir del mostrador, con el gesto y los pasos in-ciertos del que no sabe cmo siguen las cosas, y Sabor tras ella.

    Seorita Ella se dio vuelta y lo mir, con una sonrisaprometedora. Una sonrisa de sumo encanto, que Sabor admirdebidamente, junto con el resto de la persona, que por primeravez vea de frente. Venciendo la distraccin, sigui: Yo tambinhaba venido a buscarlo. Estaba esperando a preguntar por lUsted se me adelant.

    La sonrisa se desvaneci a medias. Seguramente al orlo llamar-la haba esperado alguna rectificacin al desencuentro; quizhaba esperado encontrarse cara a cara con el mismo Barbaverde.Como sea, no dijo nada, y Sabor se apresur a aclarar:

    Me mandaron del diario a hacerle una entrevista. No s siesperarlo

    Ella puso cara de no esperes que yo resuelva tus dudas, perofue evidente que la mencin del diario le haba interesado (elperiodismo era la llave que abra todas las puertas, pens Sabor)porque despus de una breve reflexin propuso:

    Podemos probar dentro de un rato.Yo no tengo nada que hacer, y al fin de cuentas si no lo veo

    da igual. No sera la primera vez que se inventa una entrevista.Ella respondi con una risita de compromiso, mientras su mi-

    rada recorra el reducido lobby del Savoy, que en realidad era

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  • poco ms que un rincn, con dos desvencijados sillones de cuero(ocupados), y la escalera que desembocaba a centmetros de lapuerta de calle. Todo estaba apretado, como si el tiempo hubieracomprimido majestuosas instalaciones antao desplegadas en unespacio ms razonable. Un arco sostenido por dos columnas sepa-raba el lobby del bar, que ocupaba toda la esquina del edificio.No haba mucho que pensar, y Sabor propuso tomar un caf.

    Instantes despus estaban sentados frente a frente, mesa de pormedio, conversando. l haba tenido la cortesa de cederle la sillaque daba de frente a la recepcin, con el resultado de que ella es-tuvo todo el tiempo mirando por encima de los hombros de l,atenta a que no se le escapara su presa. De modo que lo mirpoco, pero Sabor pudo consolarse de esa desatencin con la opor-tunidad que le daba de admirarla a sus anchas. Haba bastante queadmirar: los rasgos eran de una regularidad perfecta, el cabello cas-tao, que usaba corto, sedoso y brillante, las orejitas dos hojuelasde ncar rosa, y los ojos, que no enfocaban los suyos sino por fu-gaces instantes, dos botones de un verde dorado que tena algo delmundo submarino y algo del amanecer de las galaxias. En cuantoal gesto, tambin tena su ambigedad: combinaba desorientaciny decisin en partes desiguales y fragmentarias: hasta cierto puntoera la chica que flotaba al azar en la vida sin saber lo que quera, ya partir de ese punto era la mujer segura de sus intenciones. Saborcrey poder explicarse la duplicidad cuando la oy decir que eraartista plstica y que haca instalaciones que se haban expuestoms de una vez en museos del pas y de Europa.

    Este dato era el prlogo necesario a la explicacin de su pre-sencia all. Karina, que era unos aos mayor que Sabor pero coin-cida con l en la categora de joven, tena a sus espaldas unaesforzada carrera artstica. En la poca en que se haba manifesta-do su vocacin ya no tena ningn mrito especial ser vanguar-dista, y ella lo haba sido con la mayor naturalidad. A Sabor, quelo ignoraba todo del desarrollo reciente de las artes, la mencincasual que haca Karina de sus actividades le abra un mundo in-sospechado hasta entonces. No saba, sinceramente, que hubieragente que hiciera esas cosas. Y lo que supo entonces fue muypoco, casi nada, porque ella se limit a mencionar unos pocosantecedentes de su ltimo proyecto, que tena que ver con su-

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  • perhroes, reales o ficticios, grandiosos o risibles, buenos ymalos. Con todos ellos se propona crear una gran instalacininteractiva, en formato de feria de atracciones y juegos. De ahque, dijo, al enterarse de la presencia en la ciudad de Barbaverdehubiera tenido la idea de filmarlo o fotografiarlo o grabar suvoz No saba bien qu poda hacer con l: dependa de la me-dida en que l estuviera dispuesto a colaborar.

    Pero Barbaverde no es un superhroe dijo Sabor.En realidad nadie lo era en sentido literal, respondi ella; el

    concepto de superhroe era de por s un prisma bivalvo de fic-cin y realidad, metfora del deseo de potencia realizndose enel sueo, el sueo de la aventura despertando en la metfora.Por eso mismo le daba importancia a la f igura ambigua (elladijo border) de Barbaverde, que tena algo de parodia asumida,nietzscheano tercermundista, etctera, etctera.

    De este frrago de teorizaciones mal asimiladas, cualquierotro habra concluido que la bella Karina tena una fenomenalconfusin en la cabeza; Sabor qued deslumbrado, aunque yaestaba deslumbrado de antemano, y le habra sido dif cil explicarqu lo deslumbraba exactamente. Adems, se le ocurri que aunsi no poda ver a Barbaverde, con Karina ya tena una nota. Des-pus de todo (lo descubra en ese instante) el periodismo tenauna flexibilidad temtica que le permita realizarse en cualquiernivel, en el de las causas y el de los efectos por igual. Se lo dijo yella estuvo de acuerdo, tan de acuerdo como si lo hubiera dadopor sentado desde el comienzo.

    Cuando Karina sugiri que probaran de nuevo (haba llega-do a la conclusin, y se asombraba de no haberlo pensado antes,de que Barbaverde deba de haber estado en la ducha cuando lollamaron antes), Sabor no hizo nada por prolongar el tte--tte,como habra hecho en otra ocasin, porque ya se senta asociadoa la bella artista, y estaba seguro de que seguiran operando jun-tos al menos por el resto de la maana. Pag, y cuando lo hacale pregunt al mozo si no lo haba visto desayunando a Barba-verde. Debi de formular mal la pregunta, porque el mozo seretir sin siquiera responderle.

    Volvieron al lobby, donde la actividad se haba multiplicado.Llegaban o se iban pasajeros, y el equipaje cubra el suelo, ha-

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  • ciendo dif cil desplazarse. Antes de que hubieran encontrado elcamino para acercarse al mostrador, se les acerc la empleada dela recepcin:

    Ustedes buscaban a Barbaverde?S respondieron a do. Est? Baj? Y, adelantndose a

    la respuesta barrieron con la mirada el reducido espacio atestadodel lobby.

    Les recomiendo que no pierdan el tiempo dijo la mujer.Est encerrado en su habitacin y no contesta el telfono. Ni si-quiera lo oye, porque est escuchando msica a todo volumencon auriculares.

    En serio? Todo el tiempo? Y para eso vino a Rosario?Est loco! dijo la mujer encogindose de hombros y pa-

    sando por encima de unos bolsos se puso a hablar con un grupode turistas.

    Karina y Sabor retrocedieron hacia la escalera.Ser cierto?Y ella cmo lo sabe?Seguramente por las mucamas, que se enteran de todo lo

    que pasa en el hotel.Eso me da una idea dijo Sabor mirando hacia arriba con

    los ojos entrecerrados. Podramos pedirle a una mucama quenos abra la puerta, y le hacemos seas.

    Era un plan bastante absurdo. En realidad l no tena ningninters especial en encontrarse con Barbaverde, y sospechabaque para Karina tampoco era cuestin de vida o muerte. Pero legustaba el papel que haba asumido, del reportero encarnizadoque agota todos los recursos para obtener la noticia. Por supues-to, se haba abstenido de decirle a su reciente amiga que era suprimer da en el diario, y la primera misin que le encomenda-ban. Todo su conocimiento del trabajo periodstico derivaba delcine y las historietas, y actuaba en consecuencia. Si estos hechoshubieran sucedido apenas una semana despus, la experienciaacumulada en siete das habra bastado para hacerlo procedercon ms realismo. En su ignorancia de primera vez, se portcomo un personaje novelesco, y los hechos respondieron ha-cindose tan aventureros y fantsticos como nunca habra osadoesperarlo.

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  • Una mirada al mostrador, para comprobar que nadie se fijabaen ellos, y subieron. La escalera era de mrmol blanco, los bor-des de los peldaos redondeados por el desgaste del tiempo: dostramos largos por piso, pues los techos del hotel eran altsimos.En el primer recodo, cuando quedaron fuera de la vista del lobby,Sabor se relaj y empez a gozar de la travesura. Karina iba ade-lante, sus piernas largas enfundadas en pantalones ajustadosmovindose rpido. Era liviana como una nia; Sabor no le saca-ba los ojos de encima, lo que hizo que tropezara un par de veces,aunque sin perder el equilibrio. El primer piso, el segundo

    Ya estamos.En el pasillo reinaba una oscuridad casi total. Se internaron

    por l leyendo los nmeros de las puertas, hasta ver el 311. Entodo el ascenso no se haban cruzado con nadie, y en el tercerpiso, adems de la soledad, el silencio era absoluto. Hablaban ensusurros, y se oan respirar. Ms que subir, les pareca haber baja-do a un profundo subterrneo, en el que la vida se hubiera ex-tinguido muchos siglos atrs. Se quedaron indecisos frente a lapuerta. Karina apoy la oreja contra la madera, escuchando. Losojos le brillaban en la penumbra.

    No se oye nada.Si hubiera una mucama Habr mucamas en este hotel?Llamamos?Sabor trag saliva. Asinti con la cabeza. Como un caballero,

    golpe l: toc toc toc. La madera de la puerta era slida y no re-tumbaba. Se dio nimos y volvi a golpear con ms fuerza.

    Si no oye el ruido, debera sentir la vibracin. Volvi agolpear. Nada.

    Karina mir a su alrededor, levantando el mentn. En el extre-mo del pasillo haba un florero de pie, con unas ramas secas ador-nadas con pompones tambin secos de inflorescencias amarillas.

    No sents un olor raro?Sabor olfate ruidosamente.S. Es un olor aEnvalentonado, Sabor volvi a la escalera y mir hacia arriba

    y abajo. Volvi diciendo que no vea a nadie. Karina haba saca-do un bloc de la mochila que llevaba a la espalda:

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  • Voy a dejarle una nota.Yo tambin.Sac su anotador, la Bic, y empez: Seor Barbaverde.

    Hasta ah noms lleg su primer impulso; entrecerr los ojospensando cmo formular la frase introductoria. Lo distrajo elsusurro del lpiz de Karina sobre el papel. Lanz una mirada di-simulada y vio con sorpresa que ella estaba dibujando. No podaver qu, pero supuso que adornaba su nota de presentacin conuna vieta, como para impresionarlo favorablemente y hacerlesaber que era una artista. l no dispona de tales recursos; debahacerlo todo con la palabra. Y le convena hacerlo rpido. Comola vio terminar y arrancar la hoja del bloc, se apresur a escribir,y le sali algo bastante confuso y desprolijo.

    Pasaron los dos papeles por debajo de la puerta, volvieron a es-cuchar un momento, y se retiraron. Cuando llegaban a la escalera,hubo un momentneo parpadeo de la luz, casi imperceptible,pero bast para sobresaltarlos, tan tensos estaban. Se volvieron, yno haba nada. Aunque a Sabor le pareci ver por un instante,frente a la puerta de la 311, un objeto flotando en el aire, algo va-gamente parecido a una pipa. Encima de la cazoleta, una nube-cilla rosada, transparente, y en su centro un gusanito verde. No ledijo nada a Karina, que ya estaba bajando. Pens que deba de seruno de esos fosfenos que producen en conjunto la mente y el ojo,en esta ocasin favorecido por la atmsfera encerrada, el olor, lapenumbra, el estado de nerviosidad en que se encontraba. Mstarde se le ocurri que quiz no haba sido un invento de su fan-tasa sino algo objetivo, para lo cual haba una explicacin: unacorriente de aire poda haber hecho volar desde abajo de la puer-ta el papel de Karina, y lo que l haba visto era su dibujo.

    II

    Esa tarde, Sabor entraba a una peluquera de hombres, a cortarseel pelo. No porque lo tuviera largo, ni porque le gustara perder eltiempo escuchando el ruido de la tijera alrededor de la cabeza,sino porque fue lo nico que se le ocurri hacer, de cara a la citaque haba hecho con Karina, para verse ms apuesto y prolijo.

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  • En algn momento haba pensado que debera haberlo hecho elda anterior, para empezar renovado su nueva vida profesional.En realidad, esa vida todava no haba empezado, despus de latentativa fallida de la maana. Pero la sensacin que lo dominabaera que s haba empezado, y vertiginosamente. La bella pintorano era ajena a esta sensacin. La peluquera era un rito mgicocon el cual modificar la mirada de esos ojos verdes que se habanmetido en su vida.

    No pareca a priori un lugar muy mgico. Era una de esasviejas peluqueras de caballeros, sin decoracin, con aire de hos-pital: piso de baldosas blancas y negras, azulejos blancos en lasparedes, dos sillones a fuelle con enlozados blancos, sillas de res-paldo redondo, una mesita de tres patas con revistas ajadas. Losespejos que cubran la pared frente a los sillones parecan teneruna profundidad desmesurada, quiz efecto de la luz. Aunqueera pleno da, estaban encendidos los tubos fluorescentes del te-cho O no? Poda ser una ilusin ptica. La tarde invernalpromediaba, y un rayo del sol declinante daba al sesgo con in-tenso brillo, en las vidrieras desnudas. Todo el blanco del inte-rior concentraba esa luz. Distrado en sus pensamientos, Saborno prest mucha atencin, ni habra podido hacerlo porqueuno de los dos sillones estaba vaco y no bien entr el peluque-ro correspondiente lo invit a sentarse. Antes se sac el mont-gomery y lo colg. El perchero era de pie, de madera, de esospercheros-parageros, pero modificado: la parte inferior, quehaba servido para depositar los paraguas, haba sido transfor-mada en tiesto, y contena un haz de ramas secas cargadas deinflorescencias amarillas tambin secas. Sabor colg el abrigodel cuerno ms alto del perchero, pero aun as no pudo evitarque el ruedo rozara esa especie de ikebana polvorienta. Habrahecho algn reacomodamiento, pero el peluquero ya lo espera-ba con la tela blanca extendida, casi impaciente, y l fue a sen-tarse.

    Siempre, desde chico, le haba resultado dif cil explicarle alpeluquero cmo quera el corte. Muchas veces haba pensadoque lo ideal sera poder sealar una fotografa, o a alguien real queestuviera presente, y decir lo quiero as. Pero nunca haba te-nido la suerte de poder hacerlo; nunca haba fotos ni gente dis-

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  • ponibles. Y con palabras, por mucho que se haba esforzado, nolograba transmitir exactamente lo que quera, al menos a los pe-luqueros, que aun con la mejor voluntad hacan algo que nuncacoincida con lo que l traa como intencin. Una vez hecho eltrabajo, no se atreva a protestar, aunque en ocasiones le habanhecho algo tan opuesto a lo que haba pedido, y tan seguro esta-ba de haberlo pedido con claridad, que le daban ganas de rebe-larse y decir No, no era as, empiece de nuevo. Se culpaba a smismo, por no emplear los trminos tcnicos adecuados, y pla-nificaba la frmula de antemano, pulindola, corrigindola. Esatarde no haba preparado nada, por la distraccin en que se halla-ba, as que tuvo que improvisar. Le salieron unos balbuceos to-talmente confusos, y adems interrumpidos porque en ese mo-mento el cliente del otro silln se levantaba y pagaba y hablabacon su peluquero con un vozarrn que tapaba la vocecita tr-mula de Sabor. Le dio la impresin de que su peluquero atendams a lo que deca el vecino que a sus indicaciones, mientras leajustaba la gran tela blanca al cuello; como tenan por costum-bre, se la ajustaba en exceso, como si se propusiera estrangularlo.El otro peluquero acompa a su cliente a la puerta, siempre ha-blando, y siguieron hacindolo en el umbral, y slo entonces elque lo atenda a l volvi a concentrarse y le pidi que repitieracmo quera el corte.

    Dejamos ms bien largo, entonces?No! Corto, bien corto, pelado!Todo?No, arriba un poco ms largo, pero cortoRebajado?NoPero ya el lapso de concentracin haba pasado, porque el

    otro peluquero volva de la puerta y se ponan a charlar anima-damente. Sabor cerr la boca y se hundi en s mismo dicindo-se Que sea lo que Dios quiera.

    El corte le pareci el ms rpido de su vida. De pronto ya leestaban pasando el cepillo blando para sacarle los pelitos de la cara,y le quitaban la tela y se pona de pie y estaba pagando. As de-bera ser siempre, pens un poco aturdido. El peluquero le sos-tena el montgomery; meti los brazos en las mangas y ya estaba

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  • en la calle. Not una leve disminucin de la luz; las tardes de in-vierno eran cortas.

    Pero se preguntaba cmo haba podido pasar todo tan rpidoen la peluquera. Lo normal era que esas sesiones de corte se lehicieran eternas. Evidentemente haba estado distrado. S, re-cordaba haberlo estado. Pero por qu? Haba estado buscandouna palabra, o ms bien el recuerdo correspondiente a una pala-bra. Cul? Tena una niebla en la cabeza Al pensarlo se leocurri la solucin al enigma, o parte de la solucin: se habaquedado dormido, quiz dormido con los ojos abiertos. Erabastante obvio, o lo habra sido si alguna vez en su vida l se hu-biera dormido en una peluquera o un cine o un tren o cual-quier sitio que no fuera su cama. Pero no exista ese antecedente.Y sin embargo

    Todo le empez a volver de golpe. Y lo primero (aunque fueuna sucesin rpida y encadenada) fue lo ms extrao y msirreductible al recuerdo: un olor, un olor insidioso que habaempezado a percibir no bien se sent, y record que en ese mo-mento, cuando todava estaba tratando de explicarle al peluque-ro cmo quera el corte, un sector marginal de su conciencia sehaba dicho Ese olor me adormece, porque es el olor del sue-o. Y haba sabido, sin decrselo, que era el mismo olor que ha-ba sentido por la maana en el tercer piso del Savoy. Ahora, enla calle, recapitulando, ataba cabos y encontraba que haba unacoincidencia significativa: a la maana el olor le haba producidola fugaz alucinacin de una pipa flotando en el aire En su se-gunda aparicin lo haba dormido, efecto ms contundente quepoda deberse a la forzada inmovilidad del silln del peluquero.

    Era rarsimo, pero no se detuvo a ponderar las probabilidadesen juego, porque ya estaba haciendo presin otro recuerdo: elde la palabra por la que se haba estado exprimiendo el cerebroen el momento de su hipottico adormecimiento. Esa palabraera Frasca, y as como entonces lo haba desorientado ahoratena perfectamente claro su significado. Ms aun, entenda (to-dos estos razonamientos se precipitaban unos sobre otros en frac-ciones de segundos) por qu no le haba encontrado sentido allen el silln: porque tena frente a sus ojos, sobre la repisa en quese apoyaba el espejo, una fila de frascos que deban de haber

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  • hecho obstruccin al recuerdo. Ahora se le apareca con todaclaridad. Frasca era el nombre del supervillano que figuraba entodas las aventuras de Barbaverde como su archienemigo, siem-pre derrotado y siempre insistente

    A partir de ese punto, la reconstruccin pas a otro nivel, y seaceler. Si realmente haba estado dormido, el aire de la calle leestaba despejando el sopor, y empezaba a revivir, todos juntos,los acontecimientos.

    Por qu le haba vuelto en la peluquera la palabra Frasca?No poda ser casualidad. Alguien la haba pronunciado. Creyorla otra vez, en la voz resonante del otro cliente, el que se habaido cuando empezaban con l, al que no haba mirado una solavez. Casi crea poder or frases de la conversacin pero no, nopoda. Lo atac una sbita certeza: ese cliente al que no habaprestado atencin haba sido Barbaverde! No supo por quse le ocurra tal cosa, pero el solo hecho de que se le ocurrieraera significativo. Y si era de veras l, si haba estado hablando alos gritos de sus aventuras (no haba sido una charla banal sobreel clima, para que mencionara a su archienemigo) cmo era po-sible que l, a medio metro de distancia, no lo registrara? Quizpor el efecto hipntico del olor, ese olor repetido que era unaprueba ms de que haba sido el mismsimo Barbaverde su veci-no de silln.

    Se concentr enrgicamente. Era cierto que no lo haba vis-to? Que no lo hubiera mirado no era decisivo en ese sentido,porque los dos haban tenido enfrente un enorme espejo. Por uninstante crey poder recuperar una imagen, pero la apart puesse dio cuenta de que la estaba trayendo de otros sitios de su me-moria, no del pasado inmediato. Volvi al audio.

    No, no le volvan palabras ni frases. Pero de la conversacinentre los dos peluqueros, una vez que el supuesto Barbaverde sehaba marchado, le volva el tema. Estaba casi seguro que ha-ban hecho comentarios sobre el que se acababa de ir, como eralgico despus de la visita de una celebridad a esa modesta pelu-quera rosariana. Y l en Babia! Era increble que el azar le sir-viera en bandeja de plata una oportunidad semejante, y la dejarapasar.

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  • No se resignaba a no poder reconstruir algo que haba pasadoapenas unos minutos atrs. La distraccin era un abismo, y comotodos los abismos, tena un invencible poder de atraccin. Quizera hilar demasiado fino, pero lo que lo haba distrado era lapreocupacin por su corte de pelo, y lo distraa de la presenciade un superhroe cuya mecnica mtica (y hasta su nombre!)provena de la pilosidad.

    De las imgenes confusas con las que combata surgi, conuna punta de esperanza, un movimiento que se haba producido asu espalda. Barbaverde yendo a descolgar su abrigo del perchero?Sera lo esperable. Trat de ver el perchero cuando l haba colga-do su propio abrigo. Haba otro colgado? No, definitivamenteno recordaba, y si segua tratando de recordarlo lo iba a inventar.

    En ese momento se le ocurri algo tan obvio que fue un mo-tivo ms para recriminarse. Deba volver a la peluquera y pre-guntar, as de simple. Se detuvo, dio media vuelta, y fue como sise despertara. No tena idea de dnde lo haban llevado sus piestrabajando en automtico, pero, preventivamente, ech a andaren direccin contraria a la que traa. Lo hizo mirando a su alre-dedor, para ubicarse, y le pareca estar en una ciudad extranjera.Pero era la vieja Rosario, y ya en la esquina la reconoci. Apre-sur el paso, pero volvi a frenar cuando se dio cuenta de que noestaba tan seguro de la calle donde se hallaba la peluquera. Porlo visto, se haba alejado ms de lo que crea, en la profunda abs-traccin de sus perplejidades. Se equivoc dos veces de calle,termin casi corriendo, tanta era su conciencia de estar perdien-do un tiempo precioso, y al fin pas frente a la peluquera sinverla. Cuando volvi atrs y la localiz al fin, no le extra nohaberla visto porque estaba cerrada, las persianas bajas, sin cartelni seal alguna. Tanto, que dud que fuera ah. Se qued con laboca abierta. Era demasiado temprano para que cerrara una pe-luquera. Pero en el fondo no lo sorprenda tanto. El ejerciciode reconstruccin al que se haba venido librando haba fortale-cido su capacidad de recuperar lo perdido, y ahora recuperabauna sensacin de apuro en los peluqueros, en la velocidad con laque le haban cobrado y lo haban despedido, en su diligenciapor traerle el montgomery del perchero Y entonces se expli-caba tambin el breve lapso que haba insumido el corte.

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  • Pero no explicaba el motivo del apuro por cerrar la peluque-ra en la mitad de la tarde, cuando ms trabajo haba. No tendraque ver con la visita de Barbaverde? La excitacin con que se ha-ban quedado comentando esa visita apuntaba en esa direccin.

    Mir el reloj. Era temprano, en eso al menos no se haba equi-vocado. Tena un rato todava antes de la hora en que lo esperabaKarina en su taller. Cruz la calle y volvi a mirar la peluqueracerrada. Ni siquiera poda prometerse volver al da siguiente,porque el da siguiente era domingo y seguira cerrada, lo mis-mo que el lunes, da de descanso de peluqueros Si bien no eracliente habitual, haba ido a cortarse all un par de veces, y hastatena el recuerdo de haber ido muchos aos atrs, de colegial.Y al pensarlo le volva el dato de que los dos peluqueros eranhermanos, y muy parecidos, tanto que la gente los confunda.Ni siquiera a eso haba prestado atencin esta vez. Sacudi la ca-beza con desaliento: su primer da como reportero, y estaba enel reino de la distraccin absoluta.

    Lo cual lo llev una vez ms a la escena perdida. Mientrasemprenda la marcha, en direccin al ro, volvi a sentir la tenta-cin de reconstruir los sucesos borrados de la peluquera, desdeel comienzo, con ms empeo, con ms sistema Pero desisti.No slo era intil, sino perjudicial. Basta de conjeturas! Porquesi segua con eso, otra vez se iba a hundir en s mismo y a aislarsedel exterior. Era un crculo vicioso. Deba concentrarse en elpresente, y slo en el presente.

    Obediente a esta consigna, se oblig a mirar las fachadas, aleer los carteles, a mirar las caras de la gente con la que se cruzaba,los autos, los perros. Todo lo vea transfigurado por la atencin,y se dio cuenta de que haba empezado a vivir otra vida, unavida de aventura y descubrimientos; slo dependa de l. Insen-siblemente se dej llevar a una ensoacin, sin palabras ni for-mas definidas, una pura impresin, pero lo bastante fuerte comopara no dudar de su realidad. Y eso era lo que defina su estadoen ltima instancia: un sueo que sin dejar de ser un sueo, tam-bin era realidad. A qu poda deberse esta conjuncin? A lapresencia de Barbaverde en la ciudad? A Karina? La aventura yel amor siempre haban sido sueos para l, y se dio cuenta deque aun cuando se hicieran realidad seguiran siendo sueos.

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  • Antes de que pudiera responderse, la calle por la que bajabase haba terminado, y estaba frente al ro, que se desplazaba lentoy silencioso hacia el mar. Los rboles gigantescos de la costa esta-ban inmviles, las islas a lo lejos se apoyaban en un horizontetrmulo. Cruz la explanada desierta y se asom al agua. Un res-to de entontecimiento lo confunda. No habra podido decir siestaba triste o contento. Debera estar triste, y lo estaba, por elfracaso que vena de experimentar. Pero tambin estaba feliz porla perspectiva de ver a la bella pintora dentro de unos minutos.

    El paisaje reflejaba, en sus propios trminos, esa duplicidad.El da y la noche se tocaban. Se esbozaba un crepsculo rosa,hecho de transparencias y de instantes extensos. El ruido de laciudad mora a sus espaldas, y adelante creca el silencio. En elcielo limpio flotaba una difusa niebla rosada inmaterial, que sehaca blanca fosforescente al acercarse al borde de una manchaelptica color borravino, opaca, que ocupaba la mitad izquierdadel espacio.

    III

    A diferencia de l, Karina haba pasado la tarde encerrada, traba-jando. Le dijo que el incidente de la maana la haba inspirado,lo que tena algo de intrigante porque a la maana, en resumidascuentas, no haba pasado nada. Salvo que ellos dos se haban co-nocido, y habra sido muy halagador para el joven reporteropensar, si se hubiera atrevido a pensarlo, que l era el motivo deinspiracin.

    As cualquiera dijo con un suspiro, mirando a su alrededor.Ella lo miraba enarcando las cejas. Se apresur a explicarse: Yotambin me inspirara si tuviera un lugar de trabajo como ste.

    Est todo desordenado. Nunca me hago tiempo para limpiar.Sabor neg con la cabeza descartando esos escrpulos feme-

    ninos. El lugar era envidiable, al menos para l que nunca habatenido un cuarto propio (dorma en un sof-cama, en el livingdel pequeo departamento que comparta con su madre). Eraamplio y a la vez privado, casi secreto, metido en el fondo delpiso alto de lo que habra sido una gran casa seorial subdividida

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  • en departamentos. No tena ventanas. La luz provena de unagran claraboya en cpula en el centro del techo, de membranasde plstico amarillento. El techo era muy alto, y en un ngulohaba un entrepiso, con una baranda a travs de la cual se podaver una cama deshecha. Abajo, mesas, estanteras, cajas apiladas,una modernsima computadora con dos monitores, un televisorgrande conectado a un equipo de DVD, y por todas partes cua-dros, papeles, cartones, maquetas. Igual que en la conversacinde la maana, y por las mismas causas, Sabor se sinti frente a unmundo nuevo. Su idea del pintor se haba quedado en las repre-sentaciones tradicionales del caballete, la modelo, y el olor a tre-mentina. Esta visin tecnolgica de la fbrica de imgenes lodeslumbraba, en la lnea del deslumbramiento que haban pues-to en marcha los ojos de la bella artista.

    Se sentaron y se pusieron a conversar.Ya escribiste el artculo? le pregunt Karina.Sabor estuvo a un tris de responder Qu artculo?, y aun

    esa pregunta no habra expresado la magnitud completa de superplejidad. No slo no haba escrito nada sino que no se le ha-ba cruzado por la mente la idea de hacerlo. Y sin embargo, alorla, caa en la cuenta de que era lo que deba hacer, lo nicoque lo justificaba. No era periodista de un diario? No escribenartculos los periodistas? No deben escribirlos todos los das, amedida que se enteran de los hechos, a medida que los hechos sevan sucediendo? No hay, todos los das, una hora de cierre enque los artculos deben estar escritos? Y esa hora (que no sabacul era, porque no haba preguntado) poda estar acercndose,o ya poda estar encima Dirigi una rpida mirada a la clara-boya, en la que la suave luz crema pareca amenazada por unamedia luna oscura que creca desde uno de los lados.

    Record que al separarse unas horas antes, haban acordadoque l escribira un artculo sobre la visita de Barbaverde a Rosa-rio, empezando con los antecedentes de la carrera del aventure-ro y luego saltando, para disimular el hecho de que no hubieralogrado entrevistarlo, al trabajo artstico que preparaba con su fi-gura la joven instalacionista rosariana, etctera, etctera. El trucolo haban pergeado entre los dos; ella participaba con el osten-sible motivo de ayudarlo a quedar bien parado ante su jefe de re-

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  • daccin, pero era evidente que la mova algn inters propio, depublicitar su nombre y su trabajo. Esto ltimo se revelaba en lapremura con que le preguntaba por el artculo. Y l se haba pa-sado la tarde pensando en cualquier cosa (en cortarse el pelo)menos en el artculo.

    Lo tengo esbozado minti, pero esperaba a reunirnospara redondearlo. Quera ver algo tuyo

    Yo crea que los periodistas lo inventaban todo, sin necesi-dad de comprobar los hechos.

    Qu irnica.No puedo evitarlo. Es un rasgo de mi personalidad que me

    ha trado problemas.S?A partir de ah la charla tom un rumbo personal, del que no

    sali en un buen rato. Descubrieron que tenan mucho en co-mn: virtudes y defectos, gustos, y hasta ascendentes astrolgi-cos, aunque Sabor tuvo que inventar el suyo, pues nunca se lehaba ocurrido preguntar la hora de su nacimiento.

    Al fin fue Karina la que volvi al asunto entre manos, y Sa-bor volvi a sentirse culpable. Ella le mostr los dibujos que ha-ba hecho, todos ellos variaciones del mismo tema. La mayoraestaban coloreados con lo que pareca acuarela, pero eran tintasvegetales. Puesto en el papel de crtico de arte, el joven repor-tero no tena ms opcin que enmudecer. De hecho, tuvo quecontemplar media docena de dibujos antes de empezar a ver dequ se trataba. Pero cuando lo vio tuvo un sobresalto, porque eltema no era otro que la pipa y la nubecita rosa con el gusanitoverde en el centro. Las variaciones deformaban tanto estos tresobjetos que slo cuando uno ya saba de qu se trataba poda in-terpretar los dibujos. Y aun sabindolo, como era su caso, no re-sultaba fcil. No se atrevi a preguntar para qu servan. Nofue necesario porque Karina le inform que eran bocetos parauna especie de escultura inflable (con helio coloreado).

    Ah, me olvidaba! exclam Sabor. Me enter de que Fras-ca est en la ciudad.

    Frasca?El profesor Frasca, el famoso Genio del Mal, archienemigo

    de Barbaverde.

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  • Ah, sPareca dudosa. No deba de estar muy al tanto de las aventu-

    ras de Barbaverde. Como Sabor no se consideraba tampoco unamina de erudicin al respecto, y no quera que le preguntaracmo se haba enterado (haba decidido ocultarle su bochorno-sa distraccin en la peluquera), encontr ms prudente volver alos dibujos. Tom uno y lo mir de cerca. La artista haba usadoun papel de psima calidad, en el que la tinta se corra en todasdirecciones.

    Qu buenas deben de ser estas tintas. Has logrado un rosatan transparente como el que toma el cielo al atardecer.

    La ech directamente del frasco, as que no es mrito mo.Adems, yo nunca he visto ese famoso rosa del cielo, y no creoque exista.

    Pero s! A cierta hora de la tarde, cuando se pone el sol, sevuelve todo rosa.

    Debe de ser que yo a esa hora siempre estoy metida aqutrabajando dijo ella, y agreg contradicindose: He vistoamarillo, anaranjado, rojo, violeta, pero nunca rosa.

    Bueno Es un matiz. Seguramente un pintor es ms rigu-roso con los nombres de los colores. Yo lo llamo rosa.

    Sin hacerle caso, ella segua:Y lo he visto siempre en las nubes, no en el aire.Por supuesto, por supuesto: en las nubes, en los cmulos.Las nubes no son transparentes.Pero a veces el aire mismo se colorea, quiz por una niebla

    muy fina, invisible.Eso s que no me lo creo.Es que lo vi hace un rato, cuando vena para aqu! No te

    miento. Era un color rosa, que flotaba sobre el ro, sobre todoRosario, en el aire

    Pens que nada lo hara ms feliz en la vida que mostrarle aKarina esa impalpable maravilla de la naturaleza, que ella por al-gn motivo segua desconociendo; para ello deberan caminar,los dos solos, por la costa del ro, sin apuro, murmurando pala-bras tontas, compartiendo los pensamientos Como si ellahubiera adivinado estos anhelos secretos, le pregunt, con undesagradable chirrido de sorna:

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  • Y todos los das ves eso, vos?No, no todos. Yo tambin a esa hora casi siempre estoy

    adentro, en la redaccin del diario. Le daba vergenza mentircon tanto descaro. Es la hora de cierre. Pero hoy lo vi, te lojuro.

    Quiz fue la primera vez, y la ltima.Deberas verlo. Me pregunto Alz la vista hacia la clara-

    boya. No. Hoy ya no sera posible. Ya pas. Siempre es muyfugaz, el rosa.

    Las membranas de la claraboya haban tomado un color dora-do oscuro, y la sombra negra que antes asomaba por un costadohaba avanzado hacia el centro separndose del borde y dibujan-do en la concavidad la silueta ntida de un pez.

    Karina sigui su mirada, y se dibuj en su bello rostro de mu-eca una mueca de extraeza, reemplazada de inmediato poruna sonrisita: tom el fajo de dibujos y lo acomod golpeandolos cantos contra las piernas. Lo hizo correr bajo el pulgar.

    Conocs le pregunt, esos acertijos no s cmo sellaman cuando se forma una palabra con dibujos?

    Sabor neg con la cabeza. Ella tom un lpiz del escritoriocercano, dio vuelta uno de los papeles y dibuj muy rpido unpescadito y al lado una taza de t humeante. Se lo mostr; noera necesario por que l no le haba sacado los ojos de encima.

    Precioso! Qu bien dibujs! Cmo te envidio ese don!Ella hizo a un lado los elogios con un gesto encantador de la

    mano.No, no lo hice para que los admiraras. No pods leerlo?Cmo leerlo?Fijate bien. Pens en los nombres de las figuras. Qu es

    esto?Un pescado.Muy bien, un pez. PezAj.Y esto?Taza?T.Debe de estar pensando que soy un idiota, pens l, pero

    realmente no entenda adnde quera llegar. Con cierta impa-

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  • ciencia ya indisimulable ella puso la punta de su bien torneadondice sobre un dibujo y luego sobre el otro:

    Pes te. Peste. Sabor segua sin caer. No me digas queno sabs lo que es una peste!

    S, la peste, la plaga, la epidemia.Exacto.Pero, Karina, pez va con zeta, y peste con ese. Le sala

    de adentro el profesor de lengua, que despus de todo era lo quehaba sido hasta unos pocos das atrs. Por suerte reaccion antesde que ella llegara a la conclusin de que era definitivamenteimbcil. Ya entend, ya entend. Por supuesto. Yo mismo he ju-gado a ese juego, aunque con dibujos muy malos. No caa por-que lo conoca con un sol y un dado, es decir soldado.

    Soldado es un ejemplo, lo mismo que esto es un ejemplo.Pero puede formarse cualquier palabra, o frases enteras.

    S? De veras? Cualquier palabra? Todas?Casi todas. Algunas deben de ser ms difciles. Depende

    del ingenio del que lo haga. Pero yo iba a otra cosa. Dio vueltael papel donde haba dibujado el malhadado ejemplo, y volvi ahacer correr el fajo con el pulgar. Lo que se me ocurri fueque estas imgenes, la pipa, la nube rosa, el gusano, sean una se-rie que forme una palabra o una frase.

    Sabor qued con la boca abierta como fulminado por unrayo. Le llev un momento asimilar las consecuencias de esaidea.

    Entonces, podra ser que Barbaverde nos est enviando unaespecie de mensaje en clave?

    No, no tanto.Por qu iba a hacerlo?Lo nico que digo es que cuando hay una serie de imgenes

    que no tienen ninguna conexin visible, una posibilidad es queformen palabras con sus nombres.

    Qu palabras? exclam Sabor tomando los dibujos paravolver a mirarlos.

    Ella se ri de la brusquedad infantil con que lo haba hecho.Qu nio sos.Halagado, l se olvid de los dibujos y los mensajes cifrados.Todos llevamos un nio adentro.

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  • Algunos lo llevan afuera.Yo haba pensado tambin que vos tenas algo de nia. En

    un artista es comprensible.Bueno, yo todo lo que hago tiene por objetivo recuperar la

    creatividad de los nios.Cmo te envidio.As siguieron un rato, descubrindose y revelndose, y habran

    seguido indefinidamente si una sbita asociacin de ideas no lehubiera hecho exclamar a Karina:

    Ya s de dnde me sonaba ese nombre que me dijiste!Qu nombre?Frasca.Es el enemigo de BarbaverdeS, ya lo s. Lo que me desorient fue que me sonaba de

    otra parte, y ahora me acord. Hace una semana se mud aquun profesor Frasca.

    Aqu, a este edificio?S, al departamento de al lado.Ser el mismo? No es un nombre comn.No s. No lo he visto, pero recibe cajas y paquetes, y vi el

    nombre escrito en las etiquetas. Me llam la atencin por loraro: Profesor Hilario Frasca y Frasca.

    Qu coincidencia extraordinaria! Apuesto a que es el fa-moso Frasca, y est montando un laboratorio secreto

    No delires.Pero enriquecera la historia.Se dio cuenta de la imprudencia de haber dicho esto ltimo,

    porque los llevaba de vuelta al tema de su artculo, con el queno haba avanzado nada a pesar de toda la charla. Se senta culpa-ble por haberle hecho creer a Karina que era un periodista expe-rimentado; era una ficcin que no podra sostener mucho tiem-po ms, y temblaba de slo pensar en la posibilidad de quedarcomo un mentiroso.

    Por suerte Karina se distrajo mirando el reloj.Ya tendran que haber vuelto mis abuelos dijo.Nueva sorpresa para Sabor. Ella le explic que sus abuelos,

    residentes en Venado Tuerto, estaban de visita en Rosario porunos das, y ella les daba alojamiento en su taller. Slo para dor-

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  • mir, aclar, porque coman en las casas de sus hijos, los padres ylos numerosos tos de Karina. De hecho, sus visitas a la ciudadduraban tantos das como hijos haban tenido (ocho), porque sehacan un deber de aceptar todas las invitaciones. Una hija habamuerto, y ese da lo dedicaban a la correspondiente visita al ce-menterio.

    Pero si fueran a almorzar con unos y a cenar con otros dijoSabor, podran reducir la visita a la mitad de das.

    Es que no cenan. A esta hora vienen, se hacen un t, miranla televisin y se acuestan.

    Una costumbre muy sana, para gente de edad.Si los vieras almorzar no diras lo mismo. Comen como bes-

    tias, pura grasa y frituras. Pero ya nadie en la familia se preocupa.Los dejan hacer lo que quieren, hasta que revienten. Son unoscabezaduras. Volvi a mirar el reloj. Por suerte son muy cami-nadores. Pero nos tienen con el Jess en la boca por miedo a quese pierdan. Es la ltima vez que los alojo aqu. Dnde se habrnmetido?

    Sabor se levant y se puso el montgomery. Empez a despe-dirse, con frases incoherentes porque mientras las deca estabaocupado pensando una buena excusa para volver a verse al da si-guiente. Ella lo acompaaba hacia la puerta. En uno de sus mo-vimientos nerviosos, Sabor meti la mano en el bolsillo del abri-go, y encontr un objeto que no deba estar ah. Lo sac. Erauna llave de hierro. Se detuvo en seco y la mostr en la palma dela mano.

    Alguien me meti esta llave en el bolsilloHizo un rpido recuento mental de sus actividades de la jor-

    nada. Desde que haba salido de la redaccin del diario a la ma-ana no se haba sacado el abrigo O s? Recordaba que no lohaba hecho en el bar del Savoy, cuando estuvo charlando conKarina: el hotel era parejamente decadente en todas sus instala-ciones, y el bar no slo careca de calefaccin sino que ademstena unas temibles corrientes de aire helado circulando entre lasmesas. El resto de sus andanzas haba sucedido al aire libre; niloco se habra sacado su clido montgomery en esta poca delao. Claro que alguien poda habrsele acercado y deslizado lallave en el bolsillo sin que lo notara; haba gente con mucha ha-

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  • bilidad para esas cosas, tanta que no necesitaban vctimas tan dis-tradas como l. Pero de pronto record una ocasin en que s sehaba despojado de la prenda: lo haba hecho en la peluquera.Con el recuerdo le volvieron las sospechas que le haba dejado elepisodio. El desconocido que quiz era Barbaverde haba ido alperchero Habra metido entonces la llave en el bolsillo? Y enese caso, era un accidente, o algo deliberado? Quiz un modo decomunicarse con l, como haba estado suponiendo Karina de losdibujos Era improbable, pero acorde con los hbitos misterio-sos del personaje. Adems, le gustaba porque le permita extenderla conversacin con Karina; vacil antes de empezar con las expli-caciones porque se dio cuenta de que tendra que hacerle el relatode su visita a la peluquera, con sus ensoaciones y ausencias.

    No tuvo que hacerlo porque en ese momento ella parecahaber odo algo, y dio el paso que la separaba de la puerta y laabri. Una pareja de viejecitos apareci en el marco.

    Querida! Salas?No! Los estaba esperando, y ya empezaba a preocuparme.Los viejos miraban a Sabor, por lo que ella lo present:Un periodista que me estaba haciendo una nota.Se dieron la mano. Seguan en el umbral.Estbamos charlando con el muchacho de al lado dijo la

    vieja, y oyeron cerrarse la puerta del departamento vecino.Nos explicaba que es un salmn

    Y el tamao! exclam el viejo. Directamente no se pue-de medir.

    Cunto dijo?Karina los interrumpi con el tono impaciente que pareca

    usar siempre con ellos:De qu estn hablando?Del pescado, querida!Qu pescado?El pescado gigante que hay en el cielo. No lo viste?No lo viste? repiti el viejo, incrdulo.No lo vieron? insisti la abuela, esta vez incluyendo a Sa-

    bor. No te lo dijo el periodista?Es que yo tampocoEstuve toda la tarde adentro.

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  • Pero lo estn pasando por la televisin, querida!Entonces, vamos a verlo dijo Karina tomando a su abuela

    por el brazo para poner fin a la escena, que a todas luces la irritaba.Bueno, yo me voyS, and a ver el pescado dijo Karina con una sonrisa. Era

    evidente que no se lo crea. Maana la seguimos agreg solu-cionando mgicamente los problemas de Sabor, que le dio unbeso en la mejilla y dijo mostrndole la llave:

    Despus te llamo para contarte de esto. Y a los abuelos:Adis.

    Adis, seor. El viejo le volvi a dar la mano. Encantado.Nosotros nos acostamos temprano. Pero hoy vamos a ver el no-ticiero!