arsenio lupin - la condesa de cagliostro

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LA CONDESA DE CAGLIOSTROMaurice Leblanc

Consulte nuestra pgina web: www.edhasa.es En ella encontrar el catlogo completo de Edhasa comentado. Ttulo original: La comtesse de Cagliostro Diseo de la cubierta: Jordi Sbat Ilustracin de la cubierta: Carlos de Miguel Traduccin de Tabita Peralta Primera edicin: noviembre de 2004 1924, Leblanc 1973, de la traduccin: Tusquets Editor 2004, de la presente edicin: Edhasa Avda. Diagonal, 519-521 824,6 Piso 08029 Barcelona Aires Espaa ISBN: 84-350-3561-1 Impreso por Romany/Valls, S.A. sobre papel offset crudo de Leizarn Depsito legal: B-40.100-2004 Impreso en Espaa Paraguay, 1057 Buenos Argentina

sta es la primera aventura de Arsenio Lupin y, sin duda, habra sido publicada antes que las dems, si l no se hubiera opuesto rotundamente.1 No deca, entre la condesa de Cagliostro y yo queda un asunto pendiente. Esperemos. La espera dur ms de lo que l mismo haba previsto. Antes del AJUSTE DE CUENTAS DEFINITIVO pas un cuarto de siglo. Hoy podemos revelar, al fin, cmo fue el espantoso duelo de amor que enfrent a un joven de veinte aos y a LA HIJA DE CAGLIOSTRO.

1 En realidad, Maurice Leblanc escribi La Condesa de Cagliostro cuando ya llevaba publicados muchos otros libros. Arsenio Lupin nace en las pginas de Je sais tout en 1905, y esta novela aparece por entregas en Le Journal entre 1923 y 1924. (N. del E.)

Maurice Leblanc Condesa de Cagliostro

La

CAPTULO I Arsenio Lupin a los veinte aos

Despus de haber apagado la linterna, Ral d'Andrsy dej la bicicleta detrs de un terrapln cubierto de maleza. En ese momento dieron las tres en el campanario de Bnouville. Se hundi en la sombra espesa de la noche y sigui el sendero que llevaba a la finca de la Haie d'Etigues, hasta llegar al cerco. Aguard. Caballos que relinchaban, ruedas que retumbaban en el pavimento de un patio, ruido de cascabeles, los dos batientes de la puerta abiertos de golpe... y un break pas. Ral tuvo apenas tiempo de or voces de hombre y de distinguir el can de una escopeta. El coche llegaba ya al camino principal y desapareca hacia Etretat. Bueno se dijo, la caza a los pjaros-bobos es apasionante y la roca donde se encuentran est lejos... voy a saber por fin qu significan esta cacera improvisada y todas estas idas y venidas. Ral camin por su izquierda, contorne la muralla y, despus de superar el segundo ngulo, dio cuarenta pasos y se detuvo. Con una de las dos llaves que llevaba en la mano abri una portezuela baja que atraves para subir por la escalera tallada en el hueco de una vieja muralla derruida que rodeaba una de las alas del castillo. Con la segunda, abri una puerta secreta, al nivel del primer piso. Encendi la linterna sin demasiadas precauciones, ya que no ignoraba que los sirvientes vivan al otro lado y que Clarisa d'Etigues, la nica hija del barn, viva en el segundo piso. Sigui un largo corredor que lo condujo hasta una amplia biblioteca. All mismo, algunas semanas antes, Ral haba pedido al barn la mano de su hija y haba sido rechazada con tal violencia que an conservaba un mal recuerdo. Un espejo le devolvi su plido rostro de adolescente, ms plido an que de costumbre. Sin embargo, habituado a las emociones, permaneci tranquilo y, framente, se puso manos a la obra. No le cost mucho. El da de su entrevista con el barn haba observado que ste miraba con preocupacin el gran escritorio de caoba que estaba mal cerrado. Ral conoca todos aquellos lugares donde puede ocultarse algo y los mecanismos que haba que usar para violarlos. Poco despus encontr en una hendidura una carta escrita en papel muy fino, sin firma ni seas, enrollada como un 4

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro cigarro. Examin la carta, cuyo texto le pareci, en principio, demasiado banal para ocultarla con tanto cuidado. As, gracias al minucioso trabajo de subrayar las palabras significativas y de omitir ciertas fiases destinadas, evidentemente, a rellenar huecos, pudo reconstruir lo siguiente: He descubierto en Ruan las huellas de nuestra enemiga e hice insertar en los diarios de la localidad la noticia de que un campesino de los alrededores de Etretat haba desenterrado de su campo un candelabro de cobre de siete brazos. Ella telegrafi inmediatamente al cochero de Etretat, a quien pidi que le enviara un carruaje el da doce, a las tres de la tarde, a la estacin de Fcamp. La maana de ese mismo da me encargar de que el cochero reciba una contraorden. Ser pues vuestro coche el que ella encontrar en la estacin y el que la traer, con buena escolta, hasta nosotros el da de la asamblea. As podremos formar un tribunal y pronunciar contra ella un veredicto implacable. En las pocas en que la grandeza del fin justificaba los medios, el castigo hubiera sido inmediato. Muerto el perro, muerta la rabia. Elija usted la solucin que prefiera, pero no olvide los trminos de nuestra ltima conversacin y recuerde que el xito de nuestras negociaciones, as como nuestra propia vida, dependen de esta criatura infernal. Sea prudente: organice una cacera que desve las sospechas. Yo llegar por Le Havre, a las cuatro exactamente, con dos de nuestros amigos. No destruya esta carta, pues deber devolvrmela. El exceso de precauciones es un defecto pens Ral. Si su corresponsal no hubiera desconfiado, el barn hubiera quemado estas lneas y yo ignorara que hay un proyecto de secuestro, de juicio ilegal y hasta, quin sabe?, de asesinato. Caramba! Mi futuro suegro, por muy devoto que sea, parece haberse metido en los poco catlicos. Llegar hasta el asesinato? Todo esto es muy grave y podra beneficiarme ante l. Ral se frot las manos. El asunto le gustaba y no le sorprenda demasiado, ya que ciertos detalles haban llamado ya su atencin unos das antes. Decidi volver a la posada y dormir. A su tiempo se enterara de lo que preparaban el barn y sus invitados y de quin era la criatura infernal a la que deseaban suprimir. Puso todo en orden, pero, en lugar de marcharse, se sent frente a un velador donde haba una fotografa de Clarisa y, ponindola delante suyo, la contempl con profunda ternura. Clarisa d'Etigues, apenas ms joven que l...! Dieciocho aos! Labios voluptuosos... Ojos llenos de ensueo... un rostro fresco de rubia, rosa y delicado; cabellos opacos como los de las nias que corren por los caminos de Caux, y esa expresin tan dulce, tan encantadora...! La mirada de Ral se endureci. Un mal pensamiento, que no 5

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro llegaba a dominar, lo invada. Clarisa estaba sola, arriba, en su aislado cuarto y ya dos veces, con las llaves que ella le haba confiado, dos veces ya, se haban reunido a la hora del t. Qu lo retena hoy? Ningn ruido podra llegar hasta los sirvientes. El barn no deba regresar hasta la tarde del da siguiente. Por qu irse? Ral no era un Don Juan. Su honradez y su delicadeza se oponan al desencadenamiento de instintos y de apetitos, cuya excesiva violencia conoca. Pero, cmo resistir a una tentacin similar? El orgullo, el deseo, el amor, la necesidad imperiosa de conquistar, lo empujaban a actuar. Sin demorarse ms en vanos escrpulos, subi rpidamente los escalones. Frente a la puerta cerrada, dud. Ya haba entrado a esa habitacin, pero en pleno da, como un amigo respetuoso. Qu distinto significado adquira el mismo acto a estas horas de la noche! La duda dur poco tiempo. Golpe suavemente y susurr: Clarisa... Clarisa... soy yo. Al no recibir respuesta alguna, pens en golpear de nuevo, y esta vez con ms fuerza, pero la puerta se entreabri y apareci la joven con una lmpara en la mano. Ral advirti su palidez y su miedo, y eso le confundi hasta el punto de hacerle retroceder dispuesto a marcharse. No te enfades, Clarisa... He venido a pesar mo... No tienes ms que decir vete y me ir... Si Clarisa hubiera odo esas palabras se habra salvado. Habra dominado cmodamente a un adversario que aceptaba su derrota. Pero no poda ver ni or. Quera mostrarse indignada y no haca ms que balbucear reproches incomprensibles. Quera echarlo y su brazo no tena fuerza para hacer un solo gesto. Su mano temblorosa debi dejar la lmpara. Clarisa gir sobre s misma y cay desvanecida. Se amaban desde haca tres meses, desde el da de su encuentro en un pueblo del sur de Francia donde Clarisa pasaba unos das en casa de una compaera de colegio. Inmediatamente se sintieron unidos por un lazo que para l fue la cosa ms deliciosa del mundo y, para ella, el signo de una esclavitud a la que se sometera siempre. Desde el principio Ral le pareci un ser incomprensible, misterioso, al que nunca comprendera. La afliga con sus accesos de ligereza, de irona mordaz y de humor inquieto. Pero, a pesar de esto, qu seduccin! Qu alegra! Qu raptos de entusiasmo y de exaltacin juvenil! Todos sus defectos tomaban la apariencia de cualidades excesivas y todos sus vicios parecan virtudes ocultas an por desarrollarse. Al volver a Normanda, Clarisa tuvo la sorpresa de ver una maana, frente a sus ventanas, la fina silueta del joven, en lo alto de un muro. Se haba instalado en una posada a pocos kilmetros de distancia y casi todos los das iba en bicicleta a encontrarla en los alrededores de la Haie d'Etigues. 6

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Hurfana de madre, Clarisa no era feliz junto a su padre, hombre duro, de carcter sombro, devoto en exceso, obsesionado por su ttulo, vido de ganancias y al que sus arrendatarios teman como a un enemigo. Cuando Ral, que ni siquiera le haba sido presentado, tuvo la audacia de pedirle la mano de su hija, el barn fue presa de una furia tal contra este pretendiente imberbe, sin situacin ni relaciones, que lo hubiera hecho azotar si el joven no lo hubiese mirado con esa cara de domador que amansa una bestia feroz. Fue despus de esta entrevista, y para borrar su recuerdo del espritu de Ral, que Clarisa cometi la falta de abrirle por dos veces la puerta de su alcoba. Imprudencia peligrosa de la que Ral se haba servido con la lgica de un enamorado. A la maana siguiente, bajo el pretexto de una indisposicin, ella se hizo llevar el desayuno, mientras Ral se esconda en un cuarto contiguo. Despus del desayuno, se abrazaron largamente frente a la ventana abierta, unidos por el recuerdo de sus besos y por toda la ternura e ingenuidad que haba en ellos a pesar de la falta cometida. Sin embargo, Clarisa lloraba. Las horas pasaban. Una fresca brisa, que suba del mar y flotaba en el aire, les acariciaba la cara. Frente a ellos, ms all de un extenso vergel rodeado de muros, y hasta el soleado llano de coles, una depresin les permita ver, a la derecha, la lnea blanca de los altos acantilados que llegaban hasta Fcamp; a la izquierda, la baha de Etretat, la puerta de Aval y la punta enorme de la Aiguille. Ral dijo suavemente: No ests triste, querida. A nuestra edad la vida es muy bella, y lo ser an ms una vez que hayamos vencido todos los obstculos; no llores. Ella sec sus lgrimas e intent sonrer, mirndolo fijamente. Era delgado como ella, pero ancho de hombros, a la vez elegante y de aspecto slido. Su rostro enrgico se abra en una boca maliciosa y en dos ojos que brillaban de alegra. Con su pantaln a media pierna y la chaqueta que se abra sobre una camiseta blanca, pareca de increble flexibilidad. Ral, Ral dijo ella con angustia, en este mismo momento, aunque me miras, no piensas en m. No piensas en m despus de lo que acaba de pasar entre nosotros! Es posible? En quin piensas, Ral? Pienso en tu padre respondi riendo. En mi padre? S, en el barn D'Etigues y en sus invitados. Cmo es que seores de su edad pueden perder el tiempo matando pjaros inocentes? Les divierte. Ests segura? Yo estoy bastante preocupado. Piensa: si no estuviramos en 1894, creera que... No te enfadars? Habla, querido. Bien, parece que estos seores juegan a conspirar. S, Clarisa, como te lo digo... El marqus de Rolleville, Mathieu de la Vaupalire, 7

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro el conde Oscar de Bennetot, Roux d'Estiers, etctera, todos estos nobles seores de Caux estn tramando una conjura. Ella hizo una mueca. Dices tonteras, querido. Pero me escuchas tan bien! respondi Ral, convencido de que ella no estaba al corriente de nada. Tienes una forma tan curiosa de esperar que te diga cosas importantes! Palabras de amor, Ral. l cogi su cabeza con cario. Toda mi vida es amor para ti, Clarisa, y si tengo otros problemas y otras ambiciones es para conquistarte. Imagnate: tu padre, conspirador, es arrestado y condenado a muerte y de pronto yo lo salvo... T crees que podra negarme la mano de su hija? Ceder de todas formas, un da u otro. Nunca! Ninguna fortuna... ningn respaldo... Tienes tu nombre... Ral d'Andrsy. Ni eso siquiera. Cmo? D'Andrsy era el nombre de mi madre. Lo recuper al quedar viuda y por orden de su familia, a la que su matrimonio haba indignado. Por qu? pregunt Clarisa, un poco aturdida por estas confesiones inesperadas. Por qu? Porque mi padre no era ms que un villano, un don nadie... un simple profesor... y profesor de qu? de gimnasia, de esgrima y de boxeo. Entonces, cmo te llamas? Oh, mi pobre Clarisa, es un nombre muy vulgar. Cul? Arsenio Lupin. Arsenio Lupin? S, no es muy brillante. Ms valdra cambiarlo, no? Clarisa pareci aterrada. Que se llamara de una forma o de otra no significaba nada para ella, pero el apellido, a los ojos del barn, era la primera cualidad de un yerno... Sin embargo, balbuce: No debieras haber renegado de tu padre. No es vergonzoso ser profesor. No, no es vergonzoso dijo riendo cada vez ms, con una risa que a ella le haca dao. Y te aseguro que aprovech las lecciones de boxeo y gimnasia que me dio cuando tomaba el bibern! Pero quiz mi madre haya tenido otras razones para renegar de tan excelente hombre y eso no le importa a nadie. La abraz con sbita violencia y se puso a bailar y a hacer piruetas. Volvi a ella y exclam: Re, nia, todo esto es muy divertido, re: Arsenio Lupin o Ral d'Andrsy, qu importa? Lo esencial es triunfar y yo triunfar sin duda. Ninguna adivina dej de predecirme un gran porvenir y una reputacin universal; Ral d'Andrsy ser general o ministro o embajador... a menos que lo sea Arsenio Lupin. Es algo pactado con 8

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro el destino, convenido, firmado de una y otra parte. Estoy preparado: msculos de acero y mente privilegiada. Oye, quieres que camine sobre las manos o que te lleve en la punta de los dedos? O mejor, prefieres que te saque el reloj sin que te des cuenta? O bien que te recite de memoria Homero en griego y Milton en ingls? Oh, es tan hermosa la vida! Ral d'Andrsy... Arsenio Lupin... Las dos caras de la moneda! A cul de ellas iluminar la gloria, sol de los mortales? Se call de golpe. De pronto su alegra pareci molestarle. Mir en silencio la habitacin tranquila cuya serenidad haba turbado como haba turbado la paz y la pura conciencia de la joven y, en uno de esos cambios bruscos, inesperados, que eran el encanto de su naturaleza impulsiva, se arrodill frente a Clarisa y le dijo gravemente: Perdname. He actuado mal viniendo aqu. No es culpa ma. Me es difcil hallar el equilibrio... El bien y el mal, las dos cosas me atraen. Necesito ayuda, Clarisa, para elegir mi camino, y necesito que me perdones si me equivoco. Ella tom su cabeza entre sus manos y replic con pasin: No tengo nada que perdonarte, querido. Soy feliz. Estoy segura de que t me hars sufrir mucho y acepto con alegra esos dolores que vendrn de ti. Toma, toma mi fotografa. Y haz de forma que jams debas avergonzarte al mirarla. Yo ser siempre como hoy me ves, tu amante y tu esposa. Te quiero, Ral! Lo bes en la frente. l ya rea y dijo, incorporndose: T me has armado caballero. Heme aqu, invencible y presto a fulminar a mis enemigos. Aparezcan, navarros, yo entro en escena! El plan de Ral dejemos en la sombra el nombre de Arsenio Lupin, ya que en esta poca, ignorando su destino, hasta l lo despreciaba era muy simple. Entre los rboles del vergel, a la izquierda del castillo y apoyada en la muralla que antiguamente constitua uno de los baluartes, haba una torre truncada, muy baja, cubierta por un techo que desapareca bajo oleadas de hiedra. Ral no dudaba de que la reunin de las cuatro tendra lugar en la gran sala interior donde el barn reciba a sus arrendatarios. Y haba visto que una abertura, vieja ventana o toma de aire, daba al campo abierto. La escalada era fcil para un joven tan gil como l. Saliendo del castillo y trepando por la hiedra, subi, gracias a las enormes races, hasta la abertura practicada en la espesa muralla, hueco lo bastante profundo como para que pudiera tumbarse all de cuerpo entero. As, a cinco metros del suelo, con la cabeza cubierta por la hiedra, no podra ser visto pero en cambio l poda ver toda la sala, un gran espacio amueblado con una veintena de sillas, una mesa y un largo banco de iglesia. Cuarenta minutos ms tarde, entr el barn con uno de sus amigos. Ral no se haba equivocado en sus previsiones. El barn d'Etigues tena la musculatura de un luchador de feria y 9

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro una cara color ladrillo, enmarcada por una barba roja en la que resaltaba su mirada aguda y enrgica. El hombre que le acompaaba era un primo suyo al que Ral conoca de vista, Oscar de Bennetot, quien daba la misma impresin de pobre hidalgo normando, pero en ms pesado y vulgar. En ese momento ambos parecan agitados. Rpido dijo el barn. La Vaupalire, Rolleville y D'Auppegard estn por llegar. A las cuatro vendr Beaumagnan con el prncipe D'Arcole y De Brie por el vergel, del que he abierto la puerta grande... y despus ella... si por casualidad cae en la trampa. Cosa que dudo murmur Bennetot. Por qu? Ha pedido un coche, el coche estar esperndola y subir. D'Ormont, que conduce, la traer. Cerca de Cuatro Caminos, Roux d'Estiers saltar al estribo, abrir la puerta y dominar a la dama. Luego, entre los dos, la atarn. No puede fallar. Se haban acercado al lugar desde el que Ral escuchaba. Y despus? susurr Bennetot. Despus, explicar la situacin a nuestros amigos, el papel de esta mujer... Y crees que podrs convencerles de que la condenen...? La condenen o no, el resultado ser el mismo. Beaumagnan lo exige. Crees que podramos negarnos? Ah! exclam Bennetot. Este hombre ser nuestra perdicin. El barn D'Etigues se encogi de hombros. Hace falta un hombre como l para luchar contra una mujer como ella. Tienes todo preparado? S, las dos barcas estn en la playa, al pie de la Escalera del Cur. La ms pequea est agujereada y se hundir a los diez minutos. La has lastrado con una piedra? S, con una gran piedra agujereada que ir sujeta a un cabo. Se callaron. Ral d'Andrsy no haba perdido ni una sola de las palabras pronunciadas y todas haban aumentado su ardiente curiosidad. Caramba! pens Ral no cambiara mi palco por un imperio. Vaya tos, hablan de matar como otros de cambiar de camisa! Godefroy d'Etigues le sorprenda. Cmo poda la tierna Clarisa ser hija de tan sombro personaje? Qu objetivos persegua, qu oscuros motivos lo guiaban? Odio, codicia, deseos de venganza, instinto de crueldad? Pareca un verdugo de otros tiempos a punto de realizar un trabajo sucio. El ardor iluminaba su cara congestionada y su barba roja. Los otros tres invitados llegaron al mismo tiempo. Ral los haba visto varias veces en la Haie d'Etigues. Una vez sentados, daban la espalda a las dos ventanas que alumbraban la sala, de tal forma que sus rostros quedaban en la penumbra. A las cuatro en punto, dos nuevos personajes hicieron su aparicin. Uno de ellos, viejo, de porte militar, apretado en su levita, que luca una perilla llamada imperial bajo Napolen III, se detuvo en el umbral. 10

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Como todos los presentes se pusieron de pie para ir a su encuentro, Ral no vacil en identificarlo como el autor de la carta sin firma, aqul a quien se esperaba y a quien el barn haba aludido con el nombre de Beaumagnan. Aunque era el nico en no tener ni ttulo ni nombre compuesto, fue recibido como un jefe, con una solicitud que cuadraba con su actitud dominadora y su mirada autoritaria. La cara afeitada, las mejillas hundidas, magnficos ojos negros encendidos de pasin y algo de severo y de asctico, tanto en sus maneras como en su atuendo, le daban cierto aspecto de personaje eclesistico. Beaumagnan rog que todos volvieran a sus asientos, excus la ausencia del conde de Brie y present a su acompaante: El prncipe D'Arcole... Ustedes saben, no es cierto?, que el prncipe D'Arcole era uno de los nuestros, pero el azar quiso que estuviera ausente de nuestras reuniones y que su accin se desarrollara lejos de aqu; con mucho xito, por otra parte. Hoy, su testimonio nos es vital, ya que en dos ocasiones, en 1870, el prncipe D'Arcole, encontr a la criatura infernal que nos amenaza. Ral hizo un rpido clculo y se sinti un poco decepcionado porque, si sus encuentros con el prncipe D'Arcole haban tenido lugar veinticuatro aos antes, la criatura infernal deba de haber superado los cincuenta. Entretanto, el prncipe ocup su lugar entre los invitados, mientras que Beaumagnan llev aparte a Godefroy d'Etigues. El barn le entrego un sobre que contena, sin duda, la carta comprometedora. Luego, mantuvieron en voz baja un dilogo muy animado que Beaumagnan cort con un gesto enrgico. Vaya genio! se dijo Ral El veredicto es formal. Muerto el perro, muerta la rabia. Ahogaran a la seora. ste parece ser al menos el desenlace convenido. Beaumagnan pas a la ltima fila. Pero, antes de sentarse, dijo: Amigos mos, ustedes saben hasta qu punto es grave este momento. Todos unidos y de acuerdo sobre el objetivo magnfico que deseamos alcanzar hemos emprendido una obra comn de una considerable importancia. Creemos, con razn, que los intereses del pas, los de nuestro partido, los de nuestra religin (y no hago diferencias entre unos y otros) estn ligados al xito de nuestros proyectos. Y estos proyectos, desde hace algn tiempo, chocan contra la audacia y la hostilidad implacable de una mujer que, disponiendo de ciertas indicaciones, se ha lanzado en busca del secreto que nosotros estamos a punto de descubrir. Si ella lo consiguiera antes, sera el desmoronamiento de nuestros esfuerzos. Ella o nosotros. No hay lugar para ambos. Deseemos que la batalla emprendida se decida a nuestro favor. Beaumagnan se sent, apoy ambos brazos sobre un legajo de papeles y encogi su largo cuerpo como si no quisiera ser visto. Los minutos pasaron. Entre esos hombres, reunidos all por una causa que hubiera debido suscitar conversaciones, el silencio fue absoluto, tanta era la 11

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro atencin de todos hacia los ruidos lejanos que podan llegar del campo. La captura de esta mujer atormentaba sus espritus. Estaban ansiosos de tener, y ver, a su adversaria. El barn D'Etigues levant un dedo. Comenzaba a orse el ritmo sordo del galope de un caballo. Es mi coche dijo. Llegara en l la enemiga? El barn se dirigi hacia la puerta. Como siempre, el vergel estaba vaco. Slo en el patio de honor, situado en la fachada principal, trabajaban los sirvientes. El ruido se aproximaba. El carruaje dej el camino y avanz campo a travs. De pronto, apareci entre los dos pilares de la entrada. El conductor hizo un gesto y el barn declar: Victoria! La tenemos! El coche se detuvo. D'Ormont, que estaba en el asiento, salt rpidamente. Roux d'Etiers se lanz fuera del carruaje. Ayudados por el barn, sacaron del interior a una mujer, cuyas piernas y manos estaban atadas y a la que una bufanda envolva la cabeza, y la transportaron hasta el banco de iglesia en medio de la sala. Ninguna dificultad inform D'Ormont. Al salir del tren se precipit dentro del coche. En Cuatro Caminos, la atamos sin que tuviera tiempo de decir ni mu. Squenle la bufanda orden el barn. Podemos incluso dejarla ya libre de movimientos. l mismo la desat. D'Ormont le quit la bufanda y descubri la cabeza. Entre los asistentes hubo una exclamacin de estupor, y Beaumagnan, en lo alto de su escondrijo, desde donde distingua a la cautiva a plena luz, tuvo la misma conmocin de sorpresa al ver aparecer a una mujer en todo el esplendor de su juventud y su belleza. Pero un grito sofoc los murmullos. El prncipe D'Arcole haba avanzado y, con la cara contrada y los ojos desgarrados, balbuceaba: Es ella... es ella... la reconozco... Ah! Es aterradora! Qu pasa? pregunt el barn Qu hay de aterrador? Explquese. Y el prncipe D'Arcole pronunci esta frase increble: Tiene la misma edad que hace veinticuatro aos! La mujer estaba sentada, erguida, los puos cerrados sobre sus rodillas. Su sombrero deba de haber cado en el curso de la agresin y su pelo se esparca en una masa espesa retenida por una peineta de oro, mientras que otros cabellos, con reflejos rojizos, le caan por la frente, un poco ondulados en las sienes. El rostro era admirable, de lneas muy puras y animado de una expresin que, aun en la impasibilidad y en el temor, pareca una sonrisa. Con un mentn ms bien delgado, los pmulos salientes, los ojos muy rasgados y los prpados pesados, recordaba a esas mujeres de Da Vinci, o ms bien de Bernardino Luini, en las que toda la gracia est en la sonrisa que no se ve pero que se adivina y que emociona e 12

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro inquieta al mismo tiempo. Su traje era simple: bajo un abrigo, que dej caer con indiferencia, un vestido de lana gris dibujaba su cintura y sus hombros. Vaya, vaya! pens Ral, sin dejar de mirarla. Parece bastante inofensiva la infernal y magnfica criatura. Y hacen falta nueve o diez hombres para enfrentarse a ella? Ella observaba atentamente a los que la rodeaban, a D'Etigues y sus amigos, tratando de distinguir en la penumbra a los dems. Finalmente dijo: Qu tienen contra m? No conozco a ninguno de los presentes. Por qu me han trado aqu? Usted es nuestra enemiga declar Godefroy d'Etigues. Ella sacudi dulcemente la cabeza: Vuestra enemiga? Debe haber una confusin. Estn seguros de no equivocarse? Yo soy madame Pellegrini. Usted no es madame Pellegrini. Yo le aseguro... No repiti el barn Godefroy, alzando la voz. Y agreg estas palabras, tan desconcertantes como las pronunciadas por el prncipe D'Arcole: Pellegrini era uno de los apellidos bajo los que se ocultaba, en el siglo XVIII, el hombre del cual usted pretende ser la hija. Ella no respondi inmediatamente, como si no hubiera entendido lo absurdo de la frase. Despus pregunt: Cmo me llamo, segn usted? Josefina Balsamo, condesa de Cagliostro.

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Maurice Leblanc Condesa de Cagliostro

La

CAPTULO II Josefina Balsamo, nacida en 1788.

Cagliostro! El extraordinario personaje que tanto intrig a Europa y que tan profundamente agit la corte de Francia bajo el reinado de Luis XVI! El collar de la reina... el cardenal de Rohan... Mara Antonieta... episodios sorprendentes para una de las existencias ms misteriosas. Un hombre extrao, enigmtico, dotado del genio de la intriga, de un fuerte poder y sobre el cual no se haba hecho an toda la luz. Un impostor? Quin podra decirlo? Tenemos, acaso, el derecho de negar que ciertos seres, con sentidos ms afinados, pueden echar sobre el mundo de los vivos y los muertos miradas que a los dems nos estn prohibidas? Debemos tildar de loco o de charlatn a quien puede evocar imgenes de sus existencias pasadas y, recordando lo que ha visto, beneficiario de adquisiciones anteriores, de secretos perdidos y de certidumbres olvidadas, explotar un poder que llamamos sobrenatural, cuando no es ms que la utilizacin dudosa y balbuceante de fuerzas que nosotros quizs estamos a punto de reducir a la nada? Si Ral d'Andrsy, al abrigo de su observatorio, permaneca escptico y rea para s no sin ciertas reticencias quiz del giro que tomaban los acontecimientos, los hombres a quienes observaba parecan aceptar por anticipado los alegatos ms extravagantes. Posean, acaso, sobre este asunto, pruebas y testimonios particulares? Haban encontrado en esa mujer, que segn ellos pretenda ser la hija de Cagliostro, los dones de clarividencia y de adivinacin que se le atribuan al clebre taumaturgo y por los cuales se la trataba a ella de maga y de bruja? Godefroy d'Etigues, que era el nico que segua de pie, se inclin hacia la dama y le dijo: Su apellido es Cagliostro, verdad? Ella reflexion. Era como si, para cuidar su defensa, buscara la mejor respuesta y quisiera antes de comprometerse a fondo, conocer las armas de que dispona el enemigo. Luego replic, tranquilamente: Nada me obliga a responderle y tampoco tiene usted derecho a interrogarme. Sin embargo, por qu negar que, aunque mi acta de nacimiento lleva el nombre de Josefina Pellegrini, yo, por capricho, me 14

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro hago llamar Josefina Balsamo, condesa de Cagliostro, debido a que los dos nombres, Cagliostro y Pellegrini, completan la personalidad, que siempre me interes, de Jos Balsamo? De quien, segn usted y en contra de algunas de sus propias declaraciones, no es descendiente directa precis el barn. Ella alz los hombros y call. Era prudencia, desdn, una actitud de protesta ante tales disparates? No quiero considerar ese silencio ni como un reconocimiento ni como una negacin continu Godefroy d'Etigues, girndose para hablar con sus amigos. Las palabras de esta mujer no tienen ninguna importancia y refutarlas sera tiempo perdido. Estamos aqu para tomar graves decisiones sobre un asunto que todos conocemos, pero del que la mayora de nosotros desconoce los detalles. Es imprescindible, por lo tanto, recordar los hechos. Estn resumidos, lo ms brevemente posible, en este informe que voy a leerles y que les ruego escuchen con atencin. Y, pausadamente, ley estas pginas que Ral no tuvo ninguna duda deban de haber sido redactadas por Beaumagnan. En los primeros das de marzo de 1870, es decir cuatro meses antes de la guerra entre Francia y Prusia, de la multitud de extranjeros que afluyeron a Pars ninguno llam ms rpidamente la atencin que la condesa de Cagliostro. Era hermosa, elegante, derrochaba el dinero a manos llenas, casi siempre sola o acompaada por un joven al que presentaba como su hermano. Por todos lados, en todos los salones donde la recibieron fue objeto de la ms viva curiosidad. Su nombre intrigaba. Su conducta misteriosa, algunas curaciones milagrosas que haba llevado a cabo, las respuestas que daba a quienes la consultaban sobre su pasado o su futuro recordaban en forma impresionante al famoso Cagliostro. La novela de Alejandro Dumas haba puesto de moda a Jos Balsamo, supuesto conde de Cagliostro. Utilizando los mismos mtodos, y algunos ms audaces an, se jactaba de ser la hija de Cagliostro, afirmaba conocer el secreto de la juventud eterna y, con una sonrisa, refera tal encuentro o tal suceso que haba vivido durante el reinado de Napolen I. Tal era su prestigio que forz las puertas de las Tulleras y apareci en las cortes de Napolen III. Hasta se hablaba de sesiones privadas en las que la emperatriz Eugenia reuna en torno a la hermosa condesa a los ms ntimos de sus sbditos. Un nmero clandestino del peridico satrico Le Charivari, cuya edicin por otra parte fue secuestrada, nos cuenta una sesin a la que asisti uno de sus colaboradores ocasionales. Yo he destacado este pasaje: Algo de Gioconda. Una expresin que no cambia mucho, pero que no se puede definir exactamente, que es tanto tierna e ingenua como cruel y perversa. Hay tanta experiencia en su 15

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro mirada y amargura en su invariable sonrisa que podramos atribuirle los ochenta aos que ella misma se adjudica. En los momentos en que parece ms vieja, saca de su bolsillo un pequeo espejo de oro y vuelca dos gotas de un frasco imperceptible, las seca y se contempla. Y, nuevamente, es la juventud adorable. Cuando la interrogamos, respondi: Este espejo perteneca a Cagliostro. Para todos los que se miran en l con confianza, el tiempo se detiene. Observen: sobre la montura tiene escrita una fecha, 1783, seguida de cuatro frases que son la enumeracin de cuatro grandes enigmas. Estos enigmas, que l se propona descifrar y que haba recibido de Mara Antonieta, haran de aquel que descubriera la clave rey de reyes. Podemos conocerlos? pregunt alguien. Por qu no? Conocerlos no es descifrarlos y el propio Cagliostro careci del tiempo suficiente. Yo no puedo transmitirles ms que los enunciados, los ttulos. He aqu la lista:2 In robore fortuna. La losa de los reyes de Bohemia. La fortuna de los reyes de Francia. El candelabro de siete brazos. Se dirigi despus a cada uno de nosotros, con revelaciones que nos dejaron mudos de asombro; Pero esto no era ms que un prlogo, y la emperatriz, aunque no quera preguntar nada que se refiriera a ella personalmente, deseaba algunas aclaraciones sobre su futuro. Que su majestad tenga la bondad de soplar ligeramente dijo la condesa alargndole el espejo. Acto seguido examin el vaho en la superficie y murmur: Veo hermosas cosas... una gran guerra para este verano... la victoria... el retorno de las tropas bajo el Arco del Triunfo... Se aclama al emperador... El prncipe imperial. ste es continu Godefroy d'Etigues el documento que nos fue entregado. Documento desconcertante, ya que fue publicado semanas antes de la anunciada guerra. Quin era esta mujer? Quin era esta aventurera cuyas peligrosas predicciones presionaron sobre el carcter dbil de la desgraciada soberana y provocaron la catstrofe de 1870? Alguien (lase el mismo nmero del Charivari) le haba preguntado un da: Hija de Cagliostro, sea, pero y su madre?, A mi madre, respondi ella, debe usted buscarla muy alto entre los contemporneos de Cagliostro... Ms alto an... S, eso2 El primer enigma fue explicado por una joven. (Vase Dorotea, la funmbula. Los dos siguientes por Arsenio Lupin. (Ver La isla de los treinta atades. y La aguja hueca) El cuarto misterio es el objeto de este libro. (N del E)

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Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro es... Josefina de Beauharnais, futura esposa de Bonaparte, futura emperatriz... La polica de Napolen III no poda seguir inactiva. Uno de sus mejores agentes entreg, a finales de junio, un informe sucinto, establecido despus de una encuesta difcil. Le dar lectura: Los pasaportes italianos de la signorina, con las debidas reservas sobre la fecha de nacimiento escriba el agente estn a nombre de Josefina Pellegrini-Balsamo, condesa de Cagliostro, nacida en Palermo, el 29 de julio de 1788. Una vez en Palermo, logr descubrir los viejos registros de la parroquia Mortarana y en uno de ellos, con fecha del 29 de julio de 1788, hall el acta de nacimiento de Josefina Balsamo, hija de Jos Balsamo y de Josefina de la P., sbdita del rey de Francia. Era esta Josefina Tascher de la Pagerie, nombre de soltera de la esposa separada del vizconde de Beauharnais y futura mujer del general Bonaparte? He buscado en esta direccin y, despus de pacientes investigaciones, pude saber, gracias a las cartas manuscritas de un lugarteniente de la Prefectura de Pars, que en 1788 estuvieron a punto de arrestar al seor Cagliostro. ste, aunque expulsado de Francia despus del asunto del collar, viva; bajo el nombre de Pellegrini, en un palacete de Fontainebleau donde reciba diariamente a una mujer alta y delgada. Ahora bien, Josefina de Beauharnais viva en esta poca en Fontainebleau. Es alta y delgada. La vspera del da fijado para el arresto, Cagliostro desapareci. A la maana siguiente, brusca partida de Josefina de Beauharnais.3 Un mes ms tarde, en Palermo, nacimiento de la nia. Estas coincidencias no dejan de ser impresionantes. Pero toman realmente todo su valor cuando se las relaciona con estos dos hechos; Dieciocho aos ms tarde, la emperatriz Josefina introduce en la Malmaison a una joven a la que hace pasar por su ahijada y que gana de tal forma el afecto del emperador que Bonaparte juega con ella como si fuera una nia. Cul es su nombre? Josefina o, mejor dicho, Josine. Cae el Imperio. El zar Alejandro I acoge a Josine y la enva a Rusia. Cul es el ttulo que ella adopta? Condesa de Cagliostro. El barn D'Etigues dej prolongar sus ltimas palabras en el silencio. Se le haba escuchado con profunda atencin. Ral, desconcertado por esta historia increble, trat de ver en el rostro de la condesa el reflejo de la emocin o de cualquier otro sentimiento. Pero ella permaneci impasible, sus hermosos ojos siempre un poco sonrientes. Y el barn prosigui: Este informe, y probablemente tambin la peligrosa influencia3 Hasta ahora ninguno de los bigrafos de Josefina haba podido explicar los motivos de su evasin de Fontainebleau. Slo Frederich Masson, presintiendo la verdad, escribi: Puede que algn da se encuentre una carta que precise y afirme la necesidad fsica de una partida.

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Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro que adquira la condesa en las Tulleras, puso fin a su buena fortuna. Una orden de expulsin fue firmada contra ella y contra su hermano. ste parti hacia Alemania, ella a Italia. Una maana descendi en Mdano, adonde un joven oficial la haba conducido. Este oficial era el prncipe D'Arcole. Y fue l quien pudo conseguir los dos documentos, el nmero de Le Charivari y el informe secreto del que posee el original con sellos y firmas. Finalmente, fue tambin l quien hace un momento comprob ante vosotros la indudable identidad entre la joven a la que vio aquella maana y la que ve hoy. El prncipe D'Arcole se levant y articul gravemente: Yo no creo en los milagros y, sin embargo, lo que estoy diciendo es la confirmacin de un milagro. Pero la verdad me obliga a declarar por mi honor de soldado que esta mujer es la mujer que salud en la estacin de Mdano hace veinticuatro aos. Que usted slo salud? Sin ningn cumplido? insinu Josefina Balsamo. Miraba al prncipe y lo interrogaba con voz alegre, no falta de irona. Qu quiere decir? Quiero decir que un oficial francs es demasiado corts para despedirse de una mujer hermosa con un simple saludo protocolario. Qu significa eso? Significa que usted debe haber pronunciado algunas palabras. Puede ser. Ya no me acuerdo... dijo el prncipe D'Arcole, un poco turbado. Usted se inclin hacia la entonces exilada, seor. Le bes la mano ms tiempo del necesario y le dijo: Espero, seora, que los instantes que he tenido el placer de pasar a su lado no terminen aqu. En cuanto a m, jams los olvidar. Y repiti, subrayando con un particular acento su intencin galante: Jams, comprende, seora? Jams.... El prncipe D'Arcole pareca una persona bien educada. Sin embargo, la evocacin exacta de un momento pasado un cuarto de siglo antes lo confundi hasta tal punto que mascull: Vaya por Dios! Pero, rehacindose enseguida, tom la ofensiva bruscamente: Lo he olvidado. Si el recuerdo de este encuentro fue agradable, el segundo lo borr. Y la segunda vez, seor? Fue a principios del ao siguiente, en Versales, adonde yo acompaaba a los plenipotenciarios franceses encargados de negociar la paz de la denota. La vi en un caf, sentada a una mesa, bebiendo y riendo con oficiales alemanes. Uno de ellos era ayudante de campo de Bismarck. Ese da comprend cul era su papel en las Tulleras y de quin era la emisaria. Todos estos lances, todas estas peripecias de una vida con apariencias fabulosas, se desarrollaron en menos de diez minutos. Ningn argumento. Ninguna tentativa de lgica y elocuencia para imponer una tesis inconcebible. Nada ms que hechos. Slo pruebas 18

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro desnudas, violentas, asestadas como puetazos. Y lo que las haca an ms escalofriantes era que evocaban, en contra de una mujer joven, recuerdos que remontaban a ms de un siglo. Ral d'Andrsy no se recobraba. La escena le pareca sacada de una novela, o ms bien, de un melodrama fantstico y tenebroso. Los conjurados parecan tambin estar al margen de toda realidad escuchando todas esas historias como si tuvieran el valor de hechos indiscutibles. Ral no ignoraba la mediocridad intelectual de esos hidalgos, ltimos vestigios de otra poca, pero, de todos modos, podan hacer abstraccin de los datos que les haban dado sobre la edad de esta mujer? Por crdulos que fueran, acaso no tenan ojos para ver? Adems, frente a ellos, la actitud de la Cagliostro pareca an ms extraa. Por qu ese silencio que era como una aceptacin, o ms bien, una confesin? Se negaba a destruir una leyenda de juventud eterna que le agradaba y favoreca la ejecucin de sus proyectos? O bien, inconsciente del terrible peligro que pesaba sobre su cabeza, consideraba toda esta escenografa como una broma? ste es el pasado concluy el barn D'Etigues. No insistir en los hechos que lo unen al presente. Mientras permaneca entre bastidores, Josefina Balsamo, condesa de Cagliostro, se vio mezclada en la tragicomedia del boulangisme, en el drama de Panam (ya que la encontraremos en todos los acontecimientos funestos para nuestro pas). Pero de esto no tenemos ms que indicaciones sobre el rol secreto que ella desempe. No poseemos pruebas. Pero, tengo an algo que aadir. Seora, sobre todo lo que se ha dicho, no tiene nada que objetar? S dijo ella. Hable. La joven contest siempre con la misma entonacin ligeramente irnica: Ya que parecen juzgarme, a la manera de un tribunal de la Edad Media, quisiera saber si tienen en cuenta los cargos acumulados hasta el momento contra m. En ese caso, ms vale condenarme inmediatamente a ser quemada viva por bruja, espa, relapsa, todos aquellos crmenes que la Santa Inquisicin jams perdonara. No respondi Godefroy d'Etigues. Estas aventuras no han sido relatadas ms que para darle usted, en lneas generales, una imagen lo ms exacta y clara posible. Y cree realmente haber dado de m la imagen ms clara posible? S, desde el punto de vista que nos ocupa. Se contenta usted con poco. Qu relacin ve entre estas diferentes aventuras? Una relacin de tres tipos. En primer lugar, el testimonio de las personas que la han reconocido y gracias a las cuales podemos remontarnos a das siempre ms lejanos. Luego, la confesin de sus pretensiones. Qu confesin? 19

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Usted ha repetido al prncipe D'Arcole los trminos exactos de la conversacin que mantuvieron en la estacin de Mdano. En efecto, qu ms? En tercer lugar, he aqu tres retratos que la representan, no es cierto? Los mir y declar: S, los tres retratos mos. Aj! exclam Godefroy d'Etigues. Pues bien, el primero es una miniatura pintada en 1816 en Mosc y que representa a Josine, condesa de Cagliostro. El segundo, esta fotografa, es de 1870.Y esta ltima est tomada en Pars recientemente. Los tres retratos estn firmados por usted. La misma firma, la misma letra, la misma rbrica. Y eso qu prueba? Esto prueba que la misma mujer... Que la misma mujer interrumpi ella ha conservado hasta 1894 su rostro de 1816 y 1870. Y por esa razn, a la hoguera! No se burle, seora. Para nosotros la risa es una blasfemia abominable. Ella tuvo un gesto de impaciencia y golpe el brazo del banco. Bueno, ya est bien, seores. Terminemos con esta comedia. Qu pasa? Qu me reprochan ustedes? Por qu estoy aqu? Usted est aqu para darnos cuenta de los crmenes que ha cometido. Qu crmenes? Mis amigos y yo ramos doce, doce que corramos tras el mismo objetivo. Ahora slo somos nueve. Los otros estn, muertos, asesinados por usted. Ral crey ver pasar una sombra como una nube por la sonrisa de la Gioconda. Pero enseguida el hermoso rostro volvi a su expresin habitual, como si nada pudiera alterar la paz de esta mujer. Ni siquiera la espantosa acusacin de que era objeto con tanta virulencia. Podra decirse que los sentimientos normales le eran desconocidos, o al menos que no se traicionaba por los signos de indignacin, rebelin y horror que hubieran sacudido a cualquier otro ser humano. Qu extrao! Culpable o no, otro se habra sublevado, pero ella segua callada y nada permita saber si era por cinismo o inocencia. Los amigos del barn permanecan inmviles, sus rostros intranquilos y contrados. Detrs de los que se escondan casi enteramente a las miradas de Josefina Balsamo, Ral vea a Beaumagnan. Tena la cara oculta entre las manos, pero sus ojos brillaban entre los dedos separados y miraban fijamente a la enemiga. En medio del silencio, Godefroy d'Etigues enunci el acta de la acusacin, o ms bien, de las tres terribles acusaciones. Lo hizo secamente, como hasta ahora, sin detalles intiles, sin gritos, como si leyera una denuncia escrita. Hace dieciocho meses, Dnis Saint-Hbert, el ms joven de nosotros, cazaba en sus tierras en los alrededores de Le Havre. Al 20

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro caer la tarde, dej a su granjero y a su guarda, carg el fusil al hombro y se march diciendo que quera ver desde lo alto de los acantilados la puesta del sol sobre el mar. Por la noche no regres. A la maana siguiente, encontraron su cadver sobre las rocas que el mar descubra. Fue un suicidio? Dnis Saint-Hbert era rico, sano, feliz. Por qu razn se habra matado? Ni siquiera se pens en un crimen. Qued entonces como un accidente. El mes de junio siguiente, tuvimos otro duelo en condiciones anlogas. Georges d'Isneauval, que cazaba gaviotas muy de madrugada, al pie de los acantilados de Dieppe, resbal en las algas con tan mala fortuna que su cabeza golpe contra una piedra y cay inanimado. Dos pescadores lo encontraron algunas horas ms tarde. Estaba muerto. Dejaba una viuda y dos nias. Otro accidente, dir. S, accidente para su viuda, para las dos hurfanas, para su familia... Pero, y para nosotros? Era posible que el destino golpeara dos veces al pequeo grupo que formbamos? Doce amigos se asocian para descubrir un gran secreto y para alcanzar un objetivo de considerable importancia. Dos de ellos fallecen. No debemos suponer que una maquinacin criminal, al atacarlos a ellos, ataca tambin a nuestra empresa? Fue el prncipe D'Arcole quien nos abri los ojos y nos encamin en la buena va. El prncipe D'Arcole saba que no ramos los nicos en conocer la existencia de ese gran secreto. Saba que, en el curso de una sesin con la emperatriz Eugenia, se haba evocado una lista de cuatro enigmas transmitidos por Cagliostro a sus descendientes y que uno de estos enigmas se llamaba, precisamente, como el que nos interesa, el candelabro de siete brazos. Por lo tanto, no era preciso buscar entre aquellos a quienes la leyenda haba podido ser transmitida? Gracias a nuestros poderosos medios de informacin, la investigacin concluy en quince das. En un palacete de una calle solitaria de Pars habitaba una tal seora Pellegrini que viva muy retirada y desapareca con frecuencia meses enteros. De una belleza extraordinaria pero muy discreta y como deseosa de pasar desapercibida, frecuentaba con el nombre de condesa de Cagliostro ambientes en los que se practicaba la magia, el ocultismo y misas negras. Pudimos conseguir una fotografa suya, que es sta, y envirsela al prncipe D'Arcole, que en aquel momento viajaba por Espaa. l reconoci con estupor a la misma mujer que haba visto hace aos. Averiguamos sus desplazamientos. El da de la muerte de SaintHbert en los alrededores de Le Havre, ella estaba all de paso. Tambin estaba de paso por Dieppe cuando Georges d'Isneauval agonizaba en los acantilados. He preguntado a las familias. La viuda de Georges d'Isneauval me confi que en los ltimos tiempos su marido haba tenido una relacin con una mujer que, segn ella, lo haba hecho sufrir infinitamente. Por otra parte, una confesin manuscrita de Saint21

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Hbert, encontrada entre los papeles que guardaba su madre, nos revela que nuestro amigo haba cometido la imprudencia de anotar nuestros doce nombres y algunas indicaciones sobre el candelabro de siete brazos en un pequeo cuaderno. Este cuaderno le haba sido robado por una mujer. A partir de ah, todo se explica. En posesin de algunos de nuestros secretos y deseosa de conocer ms, la misma mujer, que haba amado a Saint-Hbert se hizo amar por Georges d'Isneauval. Despus de recibir sus confidencias, y por temor a ser denunciada por ellos a sus amigos, los mat. Y ahora esta mujer est aqu, ante nosotros. Godefroy d'Etigues hizo una nueva pausa. El silencio era abrumador, tan pesado que los jueces parecan inmovilizados por una atmsfera tan cargada de angustia. Solamente la condesa de Cagliostro segua distrada, como si ninguna palabra le hubiera llegado. Siempre extendido en su lugar, Ral d'Andrsy admiraba la belleza encantadora y voluptuosa de la mujer y, al mismo tiempo, senta la desazn de ver tantas pruebas acumularse contra ella. La acusacin la acorralaba cada vez ms. De todos lados, los hechos venan al asalto, y Ral no dudaba de que un ataque an ms directo la amenazara. Tengo que hablarle del tercer crimen? pregunt el barn. Ella respondi con cansancio: Si le place. Todo lo que me ha dicho es incomprensible. Me est hablando de personas de las cuales ni siquiera conoca el nombre. As que un crimen de ms o de menos... Usted no conoci a Saint-Hbert ni a D'Isneauval? Ella se encogi de hombros sin responder. Godefroy d'Etigues se inclin y dijo en voz baja: Y Beaumagnan? Ella levant hacia el barn Godefroy sus ojos ingenuos: Beaumagnan? S, el tercero de nuestros amigos que usted asesin, no hace mucho tiempo... algunas semanas... Muri envenenado... No lo conoci?

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Maurice Leblanc Condesa de Cagliostro

La

CAPTULO III Un tribunal de inquisicin

Qu significaba esta acusacin? Ral mir a Beaumagnan. ste se haba levantado, sin enderezarse del todo y poco a poco, ocultndose detrs de sus amigos, fue a sentarse justo al lado de Josefina Balsamo. Ella, que miraba al barn, no le prest atencin. Fue entonces cuando Ral comprendi por qu Beaumagnan se haba ocultado y qu terrible trampa tendan a la mujer. Si realmente le crea muerto, con qu horror iba a temblar frente a Beaumagnan vivo y dispuesto a acusarla. Si por el contrario, ella no temblaba y este hombre le era tan indiferente como los otros, qu prueba en su favor! Ral estaba ansioso y tanto deseaba que lograra desmontar el complot que buscaba la manera de advertirla del peligro. Pero el barn d'Etigues no dejaba su presa y continu: No se acuerda tampoco de ese crimen, no es cierto? Ella frunci las cejas, marcando por segunda vez su impaciencia, y se mantuvo callada. Quiz ni siquiera ha conocido a Beaumagnan? pregunt el barn, inclinado sobre ella como un juez de instruccin que acecha la contradiccin, Hable! No lo ha conocido? No respondi. A causa de esta insistencia obstinada, deba desconfiar, su sonrisa se mezclaba ahora con cierta inquietud. Como una bestia acosada, presenta el peligro y escudriaba con sus ojos las tinieblas. Mir a Godefroy d'Etigues, recorri con los ojos a La Vaupalire y Bennetot y de pronto dio con Beaumagnan a su lado... Inmediatamente tuvo un gesto brusco: la sorpresa de quien ve a un fantasma; sus ojos se cerraron. Retir las manos para detener la terrible visin que la asustaba y se la oy balbucear: Beaumagnan... Beaumagnan... Era una confesin? Iba a desfallecer y confesar sus crmenes? Beaumagnan esperaba. Con todas sus fuerzas, por as decirlo, visibles, desde sus puos crispados, las venas hinchadas de su frente hasta la cara convulsionada por un esfuerzo sobrehumano de voluntad, exiga la crisis de debilidad por la que toda resistencia desaparecera. Por un momento, crey tener xito. La muchacha ceda y se 23

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro abandonaba al dominador. Una alegra cruel lo transfigur. Vaya esperanza! Escapando del vrtigo, ella se repuso. Cada segundo que pasaba le devolva un poco de serenidad y anunciaba su sonrisa. Finalmente, dijo con esa lgica aplastante que pareca la expresin misma de una verdad que jams nadie se atrevera a contradecir: Me ha asustado, Beaumagnan, haba ledo en los diarios la noticia de su muerte. Por qu sus amigos han querido engaarme? Ral se dio cuenta de que lo sucedido hasta el momento no tena mayor importancia. Los dos verdaderos adversarios se encontraban ahora frente a frente. Por breve que fuera, dadas las armas de Beaumagnan y el aislamiento de la mujer, el combate no haca ms que comenzar. Y ya no era el ataque hipcrita y contenido del barn Godefroy, sino la agresin desordenada de un enemigo que desbordaba de clera y odio. Mentira! Mentira! grit. Todo es mentira en usted! Usted es la hipocresa, la bajeza, la traicin y el vicio mismos! Todo lo que hay de innoble y repugnante en el mundo se esconde tras su sonrisa. Ah, esa sonrisa! Qu mscara abominable! Quisiera arrancrsela con tenazas al rojo vivo. Su sonrisa es la muerte, la condenacin eterna para aquel que se deje coger... Ah, qu miserable es esta mujer!... Ral tena desde el principio la sensacin de estar asistiendo a una escena inquisitorial. Sensacin que se volvi ms clara an frente al furor de este hombre que lanzaba el anatema con toda la fuerza de un monje de la Edad Media. Su voz temblaba de indignacin. Sus gestos amenazaban como si en cualquier momento fuese a coger la garganta de la impa; cuya sonrisa divina haca perder la cabeza y condenaba a los suplicios del infierno. Clmese, Beaumagnan dijo ella, con una dulzura excesiva que lo irrit como si hubiera sido un ultraje. A pesar de todo, trat de contenerse y de controlar las palabras que se atropellaban en l. Pero salan de su boca aleteantes, precipitadas o apenas murmuradas, al punto de que sus amigos, a quienes se diriga ahora, apenas si pudieron comprender la extraa confesin que hizo, golpendose el pecho, como los antiguos creyentes que tomaban al pblico por testigo de sus faltas. Fui yo quien busc la batalla despus de la muerte de D'Isneauval. S, pens que la hechicera se ensaara an ms contra nosotros... y que yo sera ms fuerte que los anteriores... ms asegurado contra la tentacin... Ustedes conocen ya la decisin que tom en aquella poca. Consagrado ya al servicio de la Iglesia, quera vestir el hbito sacerdotal. Estaba al abrigo del mal, protegido por compromisos formales y, ms an, por todo el ardor de mi fe. Fui entonces a una de esas reuniones espiritistas donde saba que la encontrara. Ella, por supuesto, estaba all. No fue preciso que el amigo que me haba llevado me la sealara, y debo confesar que, en el umbral, una oscura aprensin me invadi. La vigil. Hablaba con pocas personas, mantenindose en la reserva y escuchando mientras 24

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro fumaba. Segn mis instrucciones, mi amigo se sent junto a ella y mantuvo una conversacin con personas de su grupo. Despus, me llam por mi nombre. Y yo vi la emocin de su mirada, sin contestacin posible, ya que ella conoca mi nombre por haberlo ledo en el cuaderno robado a Saint-Hbert. Beaumagnan era uno de los doce afiliados... uno de los diez sobrevivientes. Y esta mujer, que pareca vivir en una especie de sueo, despert. Un minuto despus me diriga la palabra. Durante dos horas despleg toda la gracia de su ingenio y su belleza y obtuvo de m la promesa de verla al da siguiente. Desde ese momento, en el mismo minuto en que la dej en la puerta de su casa, hubiera debido huir al fin del mundo. Pero ya era demasiado tarde. No haba en m ni coraje, ni voluntad, ni clarividencia, nada ms que un deseo loco de volver a verla. Por supuesto, yo esconda este deseo entre grandes palabras, yo cumpla un deber...; era necesario conocer el juego de la enemiga, convencerla de sus crmenes y castigarla. Todo pretextos! En realidad, slo al verla ya estaba convencido de su inocencia. Esa sonrisa slo poda ser el distintivo del alma ms pura. Ni el recuerdo sagrado de Saint-Hbert, ni el de mi pobre D'Isneauval podan iluminarme. Yo no quera ver. He vivido algunos meses en la oscuridad, gozando de las peores alegras y sin avergonzarme de ser objeto de vergenza y escndalo, de renunciar a mis votos y renegar de mi fe. Crmenes inconcebibles viniendo de un hombre como yo, os lo juro, amigos mos. Sin embargo, uno de los que he cometido excede a todos los dems. He traicionado a nuestra causa! He roto el juramento que hicimos cuando nos asociamos para esta obra en comn. Esta mujer conoce tanto como nosotros el gran secreto. Un murmullo de indignacin acogi estas palabras. Beaumagnan baj la cabeza. Ral comprendi entonces el drama que se representaba delante suyo, cuyos personajes adquiran ahora su verdadero relieve. Hidalgos campesinos, hombres rudos, de acuerdo, pero Beaumagnan estaba con ellos. Y era Beaumagnan quien, con su soplo, los animaba y les comunicaba su exaltacin. En medio de esas vidas vulgares, de esas siluetas grotescas, adquira figura de profeta y de iluminado. l les haba mostrado como un deber la necesidad de esta conjura a la que l mismo se haba dedicado en cuerpo y alma como en otros tiempos se abandonaba el torren para dedicarse a Dios y partir a las cruzadas. Este tipo de pasiones msticas transforman a quienes queman en hroes o en verdugos. Beaumagnan tena dentro de s al inquisidor. En el siglo XV hubiera perseguido y martirizado a la impa para arrancarle la palabra de fe. Tena el don del mando y la actitud del hombre para el que los obstculos no existen. Entre l y su objetivo se alzaba una mujer? Esa mujer deba morir! Y si l amaba a esta mujer, una confesin 25

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro pblica lo absolva. Quienes lo oan sentan an ms el ascendiente de este maestro ntegro cuya dureza, al parecer, ejerca tambin contra s mismo. Humillado por la confesin de su degradacin, ya no quedaba en l ms clera y, con voz sorda, concluy: Por qu fall? Lo ignoro. Un hombre como yo no debe fallar. Ni siquiera tengo la excusa de decir que me pregunt. Ella haca a menudo alusin a los cuatro enigmas sealados por Cagliostro, y fue as cmo un da, casi sin saberlo, dije las palabras irreparables... relajadamente... para serle agradable... para tener a sus ojos ms valor... para que su sonrisa fuera ms tierna. Yo me deca: Ella ser nuestra aliada... con sus consejos y su clarividencia afinada por las prcticas de adivinacin nos ayudar... Estaba loco. La borrachera del pecado haca vacilar mi razn. El despertar fue terrible. Un da (hace de esto tres semanas), tena que ir en una misin a Espaa. Me haba despedido de ella por la maana. Hacia las tres de la tarde, como tena una cita en el centro de Pars, dej el pequeo alojamiento que ocupo en el Luxemburgo. Pero me haba olvidado de dar ciertas instrucciones al criado y volv a mi casa por el corredor y la escalera de servicio. El criado haba salido y haba dejado abierta la puerta de la cocina. De lejos, o un ruido. Avanc lentamente. Haba alguien en mi habitacin y el espejo me devolva la imagen de esta mujer. Qu hara ella inclinada sobre mi maleta? La observ. Estaba abriendo una cajita que contena las pldoras que suelo tomar en los viajes para combatir el insomnio. Sac una de las pastillas y puso en su lugar otra que haba sacado de su monedero. Mi sorpresa fue tan grande que no atin a lanzarme sobre ella. Cuando entr en la habitacin, ya haba salido. No pude atraparla. Corr a la farmacia e hice analizar las pastillas. Una de ellas contena veneno en cantidad suficiente para matarme. As, tuve la prueba irrefutable. Al haber cometido la imprudencia de hablar y decirle lo que saba del secreto, estaba condenado. Qu ms da deshacerse de un testigo intil y de un competidor que podra, un da u otro, tomar su parte del botn o bien descubrir la verdad y atacarla, acusarla y vencerla. La muerte facilita las cosas. La misma muerte de Denis Saint-Hbert y de Georges d'Isneauval. Una muerte estpida, sin motivos aparentes. Escrib a uno de mis amigos en Espaa y unos das despus algunos peridicos anunciaban la muerte en Madrid de un tal Beaumagnan. Desde entonces, viv en la sombra. La segu paso a paso. Ella fue primero a Ruan, despus a Le Havre, a Dieppe; es decir, a los mismos lugares que circunscriben el terreno de nuestras investigaciones. Segn mis confidentes, ella saba que nosotros estbamos a punto de registrar un viejo priorato de los alrededores de Dieppe. Fue all un da y, aprovechando que el lugar est abandonado, busc. Despus perd sus huellas. Volv a encontrarlas en Ruan. Ustedes saben el 26

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro resto por nuestro amigo D'Etigues. Cmo fue preparada la trampa, cmo cay en ella llevada por el cebo del candelabro de siete brazos que crey que un campesino haba encontrado en su campo. As es esta mujer. Ustedes se darn cuenta de los motivos que nos impiden librarla a la justicia. El escndalo de los debates repercutira sobre nosotros sacando a la luz nuestros proyectos, lo cual los hara imposibles. Nuestro deber, por terrible que sea, es juzgarla nosotros mismos, sin odio, pero con todo el rigor que ella merece. Beaumagnan call. Haba terminado su requisitoria con una gravedad que era, para la acusada, ms peligrosa que su clera. Ella apareca como culpable y hasta monstruosa con esta serie de asesinatos intiles. Ral d'Andrsy no saba qu pensar y execraba a este hombre que la haba amado y ahora recordaba, estremecindose, las alegras de ese sacrlego amor... La condesa de Cagliostro se haba levantado y miraba a su adversario a los ojos, siempre un poco burlona. Y si no me equivoco dijo, es la hoguera...? Ser lo que nosotros decidamos respondi l, sin que nada pueda impedir la ejecucin de nuestro justo veredicto. Veredicto? Con qu derecho? replic ella. Para eso estn los jueces. Ustedes no son jueces. Miedo del escndalo, dice usted? Qu me importa a m que ustedes tengan necesidad de sombra y silencio para realizar sus proyectos? Djeme libre. l exclam: Libre! Libre para continuar sus asesinatos? Somos dueos de su vida! Se someter a nuestro juicio. Su juicio sobre qu? Si hubiera entre ustedes un solo juez verdadero, un solo hombre que supiera lo que es razonable y lo que es verosmil, se reira de sus acusaciones estpidas y de sus pruebas incoherentes. Palabras! Frases! grit. Son pruebas contrarias lo que le hara falta. Algo que destruya el testimonio de mis ojos. Para qu defenderme? Ustedes han tomado ya una decisin. La hemos tomado porque es usted culpable. S, culpable de perseguir el mismo objetivo que ustedes, por supuesto, lo confieso. sa es la razn por la cual ha cometido la infamia de venir a espiarme y a jugar la comedia del amor. Si fue cogido en su propia trampa, tanto peor para usted! Si me habl del enigma del que yo ya conoca la existencia por el documento de Cagliostro... tanto peor para usted! Ahora comparto su obsesin y me he jurado llegar hasta el final pase lo que pase y a pesar suyo. ste es mi nico crimen a sus ojos. Su crimen fue el asesinato profiri Beaumagnan, que se dejaba llevar otra vez. Yo no he matado insisti ella tenazmente. 27

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Usted empuj a Saint-Hbert al abismo y golpe en la cabeza a D'Isneauval. Saint-Hbert? D'Isneauval? No s de quin me habla. Hoy es la primera vez que oigo sus nombres. Y yo! Y yo! dijo l vehementemente. A m tampoco me conoce? Acaso no ha intentado envenenarme? No. l se exasper y, tutendola en un acceso de rabia, grit: Te vi, Josefina Balsamo, te vi como te estoy viendo ahora! Mientras t guardabas el veneno, yo vi tu sonrisa feroz y el lado derecho de tu labio superior alzarse en rictus de condenado. Ella sacudi la cabeza y dijo: No era yo. l pareci sofocado. Como tena la audacia...?. Pero, tranquilamente, ella le puso la mano sobre su hombro y continu: El odio le hace perder la cabeza, Beaumagnan, su alma fantica se revuelve contra el pecado de amor; Sin embargo, a pesar de todo, permitir que me defienda, no es cierto? Es su derecho. Pero dese prisa. Ser breve. Pida a sus amigos la miniatura, hecha en Mosc en 1816, de la condesa de Cagliostro... Beaumagnan obedeci y tom la miniatura de las manos del barn. Eso es. Examnela atentamente. Es mi retrato, verdad? Adnde quiere llegar? pregunt l. Responda, es mi retrato? S dijo l claramente. Entonces, si es mi retrato, es que viva en esa poca. Por lo tanto, hace ochenta aos, yo tena veinticinco o treinta. Reflexione bien antes de responder. Ah, duda, verdad?, ante tal milagro! Y no se atreve a afirmar...? Sin embargo, hay algo ms... bralo por detrs y ver que al otro lado de la porcelana hay otro retrato, el de una mujer sonriente cuya cabeza est envuelta en un velo etreo que desciende hasta las cejas y a travs del cual se van los cabellos partidos en dos bandos ondulados. Tambin soy yo, no es cierto? Mientras Beaumagnan segua sus instrucciones, ella puso sobre su cabeza un ligero velo de tul cuyo borde tocaba las cejas y baj los prpados con una expresin encantadora. Beaumagnan balbuce comparando: Es usted... es usted... Ninguna duda, verdad? Ninguna, es usted... Bien, lea la fecha a la derecha. Beaumagnan ley: Hecho en Miln, en el ao 1498. Ella repiti: En 1498! Hace cuatrocientos aos. Ella ri francamente y su risa son cristalina. No se desconcierte dijo ella. Para empezar, yo conoca la existencia de ese doble retrato y lo buscaba desde hace tiempo. Pero 28

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro puede estar seguro de que no hay milagro alguno. No tratar de persuadirle de que serv de modelo al pintor y de que tengo cuatrocientos aos. No, ste es simplemente el retrato de la Virgen Mara, y es la copia de un fragmento de la Sagrada Familia de Bernardino Luini, pintor milans, discpulo de Da Vinci. Luego, sbitamente seria y sin dar tiempo al adversario de respirar, continu: Comprende usted ahora adnde quiero llegar, Beaumagnan? Entre la Virgen de Luini, la joven de Mosc y yo existe esta cosa inaprensible, maravillosa y sin embargo innegable que es la semejanza absoluta. Tres rostros en uno solo. Tres rostros que no son de tres mujeres diferentes sino el de la misma mujer. Entonces, por qu no reconocer que el mismo fenmeno, natural despus de todo, se reproduzca en otras circunstancias y que la mujer que usted vio en su habitacin no soy yo sino otra que se me parece lo bastante como para darle esa ilusin...? Otra que habra conocido y que habra asesinado a sus amigos Saint-Hbert y D'Isneauval? Yo he visto... he visto protest Beaumagnan que casi la tocaba, de pie contra ella, plido y tembloroso de indignacin. He visto. Mis ojos han visto. Sus ojos ven tambin el retrato de hace veinticinco aos y la miniatura de hace ochenta y el cuadro de hace cuatrocientos. Acaso soy yo? Ella ofreca a los ojos de Beaumagnan su rostro joven, su fresca belleza, sus dientes brillantes, sus mejillas tiernas y llenas como una fruta. Desfalleciente, l grit: Ah, bruja! Hay momentos en que creo en este absurdo. Puede saberse acaso contigo? Mira, la mujer de la miniatura muestra al final de su hombro desnudo, bajo la piel blanca del pecho, un signo negro. Ese signo est ah en la parte interior de tu hombro... Yo lo he visto... Mira... Mustrales a los dems para que tambin lo vean... para que sepan a qu atenerse. Estaba lvido y el sudor chorreaba de su frente. Llev la mano hacia la blusa cerrada. Pero ella lo rechaz y dijo con mucha dignidad: Ya basta, Beaumagnan! Usted no sabe lo que hace y no lo sabe desde hace meses. Yo lo escuchaba hace un momento y estaba desconcertada porque usted hablaba de m como si hubiese sido su amante. Y yo no he sido su amante. Es muy noble de su parte golpearse el pecho en pblico, pero adems hace falta que la confesin sea sincera. Usted no tuvo el coraje. El demonio del orgullo no le ha permitido confesar la humillacin de su derrota y cobardemente ha dejado creer lo que no fue. Durante meses se ha arrastrado a mis pies, implorando y amenazando, sin que jams, ni una sola vez, sus labios hayan rozado mis manos. sta es la razn de su conducta y de su odio. Al no poder doblegarme, ha querido hundirme y, ante sus amigos, elabora de m una imagen espantosa de criminal, de espa y de bruja. S, de bruja! Segn su expresin, un hombre como usted no puede fallar y, si falla, no puede ser ms que por la accin de 29

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro diablicos sortilegios. No, Beaumagnan, usted no sabe lo que hace ni lo que dice. Usted me ha visto en su dormitorio preparando el polvo que deba envenenarlo? Por favor! Con qu derecho invoca el testimonio de sus ojos? Sus ojos? Estn obsesionados por mi imagen, y si otra mujer le ofreca un rostro que no era el suyo sino el mo es porque usted no puede dejar de verme! S, Beaumagnan, lo repito, otra mujer... Hay otra mujer en el camino que nosotros seguimos. Otra mujer que ha heredado ciertos documentos procedentes de Cagliostro y que se engalana, tambin ella, con nombres que l adoptaba. Marquesa de Belmonte, condesa de Fnix... bsquela Beaumagnan. Porque es ella la que usted vio, y es realmente sobre la ms soez alucinacin de una mente desequilibrada que eleva usted contra m tantas acusaciones falsas. Vamos, esto no es ms que una comedia pueril! Acert al quedarme tranquila entre ustedes al principio como una mujer inocente, como una mujer que no corre ningn riesgo. Con sus maneras de jueces y torturadores, y a pesar del inters que cada uno de ustedes pueda tener en el xito de la empresa comn, son en el fondo buenas gentes que no osaran jams matarme. Usted, tal vez s, Beaumagnan, porque es un fantico y tiene miedo de m, pero le harn falta verdugos capaces de obedecerle y aqu no los hay. Qu hacer...? Encerrarme...? Tirarme en algn rincn oscuro? Si eso lo complace, bien. Pero sepa que no hay escondite del que yo no pueda salir tan cmodamente como usted de esta sala. As que juzgue, condene. No dir una sola palabra ms. Se sent, se quit el velo y nuevamente se acod. Su papel haba terminado. Haba hablado sin arrebatos, pero con profunda conviccin y con una lgica verdaderamente irrefutable, asociando los cargos levantados en su contra con esa leyenda de inexplicable longevidad que presidi la aventura. Todo est claro concluy ella y usted mismo ha tenido que apoyar su acusacin sobre el relato de mis aventuras pasadas. Debi comenzar su acusacin por la narracin de hechos que se remontan a cien aos para llegar a los sucesos criminales de hoy. Si estoy mezclada en unos, es que fui la protagonista de los otros. Si soy la mujer que usted vio, soy tambin la que muestran los diferentes retratos. Qu responder? Beaumagnan se call. El duelo acababa con su derrota y ni siquiera trat de disimularla. Por otra parte, sus amigos ya no tenan esas caras implacables y desencajadas de gentes que se ven obligadas a decidir una muerte. Ral vea claramente que la duda anidaba en ellos. Y hubiera alimentado alguna esperanza si el recuerdo de los preparativos realizados por Godefroy d'Etigues y Bennetot no hubiera atenuado su alegra. Beaumagnan y el barn D'Etigues mantuvieron una conversacin en voz baja, y luego Beaumagnan continu como si ya no hubiera lugar a ninguna discusin: Tienen todas las piezas del proceso ante ustedes, amigos. La acusacin y la defensa han dicho su ltima palabra. Han visto con qu 30

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro sutileza ella se ha defendido, escudndose tras un parecido inadmisible, dando as, en ltima instancia, un ejemplo contundente de su destreza y astucia infernales. La situacin es bien simple: un adversario de esta fuerza no nos dar jams un respiro. Nuestra obra est comprometida. Su existencia entraa fatal e irremediablemente nuestra ruina y nuestra perdicin. Quiere decir que no hay otra solucin que la muerte y que ese castigo es el nico que debamos considerar? No, de ninguna manera. Que desaparezca, que no pueda intentar nada ms. No tenemos derecho a pedir ms y, si nuestra conciencia se rebela frente a una solucin tan indulgente, debemos moderarnos, pues al fin de cuentas no estamos aqu para castigarla sino para defendernos. Hemos tomado algunas disposiciones, que, como siempre, someteremos a la aprobacin de todos. Esta noche un barco ingls pasar a cierta distancia de nuestra costa. Una barca ser botada al mar. Iremos all y nos reuniremos otra vez a las diez al pie de la Aiguille de Belval. Esta mujer ser entregada y enviada a Londres, donde desembarcar por la noche y ser encerrada en un manicomio hasta que nuestra obra concluya. No creo que ninguno de ustedes se oponga a nuestra forma de actuar humana y generosa que salvaguarda nuestra obra y nos pone al abrigo de peligros inevitables. Ral se dio cuenta enseguida del juego de Beaumagnan: Es la muerte pens. No hay ningn barco ingls. Slo hay dos barcas, una de ellas agujereada y que al cabo de unos minutos se hundir. La condesa de Cagliostro desaparecer sin que nadie sepa jams qu ha sucedido. La duplicidad del plan y la forma insidiosa en que haba sido expuesto lo horrorizaron. Cmo los amigos de Beaumagnan no iban a apoyarlo, si ni siquiera se les peda una respuesta afirmativa? El silencio bastaba. Que ninguno de ellos protestara, y Beaumagnan sera libre de actuar por intermedio de Godefroy d'Etigues. Ninguno de ellos protest. Sin saberlo, la haban condenado a muerte. Se levantaron para partir, evidentemente felices de haberse librado tan fcilmente. Nadie hizo ninguna observacin. Parecan retirarse de una reunin de ntimos amigos en la que no se haba hablado ms que de cosas insignificantes. Algunos deban de ir a la estacin vecina a tomar el tren. Poco despus, se habran marchado todos menos Beaumagnan y los dos primos. Y as, de una forma que desconcertaba a Ral, habran llegado a que, despus de una sesin dramtica en que la vida de una mujer haba sido expuesta de manera tan arbitraria y su muerte obtenida por un subterfugio tan odioso, bruscamente todo terminaba como en una obra de teatro en la que el desenlace se produjera antes de la hora lgica o como en un proceso en el que el juicio se proclamara en medio de los debates. El carcter insidioso y torturador de Beaumagnan apareca, en esta especie de escamoteo, ms claro a los ojos de Ral d'Andrsy. Implacable y fantico, rodo por el amor y el orgullo, haba decidido la 31

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro muerte. Sin embargo haba en l escrpulos, bajeza, hipocresa, miedos confusos que lo obligaban, por as decirlo, a cubrirse frente a su conciencia, o quiz frente a la justicia. Y slo por ello, esta solucin tenebrosa y la autorizacin obtenida gracias a esa abominable jugarreta. Ahora, de pie en el umbral, miraba a la mujer que deba morir. Lvido, las cejas fruncidas, los msculos y la mandbula agitados por un tic nervioso, tena, como de costumbre, la actitud un poco teatral de un personaje romntico. Por su mente deban de dar vueltas pensamientos tumultuosos y confusos. Dudaba acaso en el ltimo momento? De todos modos, su meditacin no fue larga. Cogi a Godefroy d'Etigues por el hombro y se retir, escupiendo esta orden: Cudenla! Nada de tonteras, eh? De lo contrario... Durante todas estas idas y venidas, la condesa de Cagliostro no se haba movido y su rostro conservaba esa expresin pensativa y llena de quietud que poco tena que ver con las circunstancias. Seguro se dijo Ral que ni sospecha el peligro. El encierro en un manicomio es todo lo que imagina, y esta perspectiva no parece atormentarla demasiado. Pas una hora. Las sombras de la noche comenzaban a invadir la sala. La mujer consult dos veces el reloj que llevaba en el pecho. Luego, trat de entablar conversacin con Bennetot e inmediatamente su figura se impregn de un increble halo de seduccin y su voz tom inflexiones que enternecan como una caricia. Bennetot gru toscamente y no respondi. Media hora ms... Ella miraba a derecha e izquierda y vio que la puerta estaba entreabierta. En ese momento tuvo sin duda la idea de una posible fuga, y todo su ser se repleg sobre s mismo dispuesto a saltar. Por su lado, Ral buscaba la forma de ayudarla en su proyecto. Si hubiera tenido un revlver hubiera abatido a Bennetot. Pens tambin en saltar a la sala, pero el orificio no era lo bastante grande. Por otra parte, Bennetot, que s estaba armado, sinti el peligro y puso el revlver sobre la mesa, gruendo: Un gesto, uno solo, y disparo. Lo juro por Dios! Era un hombre que mantendra su promesa. Ella ya no volvi a moverse. Ral, con la garganta oprimida por la angustia, la contemplaba sin descanso. Hacia las siete, volvi Godefroy d'Etigues. Encendi una lmpara y dijo a Oscar de Bennetot: Preparemos todo. Ve a buscar la camilla debajo del cobertizo. Despus, vete a cenar. Cuando qued solo con la mujer, el barn pareci dudar. Ral vio que sus ojos estaban extraviados y que tena la intencin de hablar o hacer algo. Pero las palabras y los actos deban de ser de aquellos que uno trata de evitar. El ataque fue brutal. Ruegue a Dios, seora dijo de pronto. 32

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Ella repiti con tono de no comprender lo que le decan: Rogar a Dios? Por qu ese consejo? l respondi en voz muy baja: Haga como quiera... no vaya a decir que no la he avisado... Avisarme de qu? pregunt ella, ms y ms ansiosa. Hay momentos murmur l en los que hace falta rogar a Dios como si se estuviera a punto de morir esa misma noche... Ella se estremeci por un terror repentino. De pronto comprendi toda la situacin. Sus brazos se agitaron en una especie de convulsin febril. Morir? Morir?... Pero no se trata de eso, verdad? Beaumagnan no ha dicho eso... habl de un manicomio... l no respondi. Y se oy a la desgraciada balbucear: Ah, Dios mo, me ha engaado! El manicomio, no es cierto... Es otra cosa..., van a echarme al agua... en plena noche... Oh, qu horror! Pero, no es posible!... Yo, morir?... Socorro! Godefroy haba trado, doblada bajo el brazo, una manta. Con una brutalidad rabiosa, cubri la cabeza de la joven y le puso una mano sobre la boca para acallar sus gritos. Bennetot regres. Entre los dos la acostaron sobre la camilla y la ataron firmemente, de forma que entre las planchas caladas pasara la argolla a la que se sujetara una pesada piedra...

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Maurice Leblanc Condesa de Cagliostro

La

CAPTULO IV La barca que se hunde

Las tinieblas se hacan espesas. Godefroy d'Etigues encendi una lmpara, y los dos primos se instalaron para la fnebre velada. Bajo el resplandor tenan unas caras siniestras en las que la idea del crimen estampaba una mueca. Debieras haber trado una botella de ron refunfu Oscar de Bennetot. Hay momentos en los que es preciso no saber lo que se hace. No estamos en uno de esos momentos replic el barn. Todo lo contrario! Necesitamos de toda nuestra atencin. Muy alegre. Hubieras debido discutir con Beaumagnan y negarle tu ayuda. No era posible. Entonces, obedece. Pas an ms tiempo. Ningn ruido llegaba del castillo ni del campo adormecido. Bennetot se acerc a la cautiva, escuch y dijo: Ni siquiera gime. Es una mujer valiente. Despus agreg con una voz que revelaba cierto temor: T crees todo lo que ha dicho sobre ella? Qu? Su edad... todas esas historias de otros tiempos? Tonteras! Beaumagnan lo cree realmente. Es que acaso se puede saber lo que piensa Beaumagnan? Reconcelo, de todas maneras, Godefroy, hay cosas curiosas... y todo hace suponer que no naci ayer. Godefroy d'Etigues murmur: S, evidentemente... Yo mismo, al leer, era a ella a quien me diriga, como si hubiera vivido realmente en esa poca. Entonces, t lo crees? Basta, no hablemos ms, que ya es bastante estar mezclados en este asunto. Ah!, te juro por Dios dijo levantando el tono que si hubiese podido negarme, y sin obrar con miramientos... Si slo... Godefroy no estaba de humor para conversar, y no agreg nada ms sobre este asunto que pareca serle infinitamente desagradable. 34

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro Sin embargo, Bennetot continuaba: Yo tambin, te juro por Dios que huira. Y fjate, tengo la idea de que hemos sido engaados en toda la lnea. S, ya te lo he dicho: Beaumagnan sabe mucho ms que nosotros y nosotros no somos ms que tteres en sus manos. Cuando un da u otro no nos necesite ms, nos saludar y nos daremos cuenta de que ha escamoteado el negocio en su provecho. Eso, nunca. Sin embargo... objet Bennetot. Godefroy le puso la mano sobre la boca y cuchiche: Cllate, ella nos escucha. Y qu importa? dijo el otro. Dentro de un rato... No osaron volver a romper el silencio. Cada tanto el reloj de la iglesia sonaba y ellos contaban los golpes con los labios, mirndose. Cuando contaron diez, Godefroy d'Etigues dio un formidable puetazo sobre la mesa que hizo saltar la lmpara. Diablos! Debemos irnos. Ah! exclam Bennetot Qu horror! Vamos solos? Los dems quieren acompaarnos, pero los detendr en lo alto del acantilado. No olvides que ellos creen en lo del barco ingls. Yo preferira que furamos todos. Cllate, la orden es de que vayamos slo los dos. Los dems podran hablar. Estara bueno! Mira, aqu llegan. Eran los que no haban tomado el tren, es decir? D'Ormont, Rolleville y Roux d'Etiers. Llegaron con un farolillo que el barn les hizo apagar. Nada de luz dijo. Podran ver la luz paseando por el acantilado y hablaran despus. Todos los sirvientes estn acostados? S. Y Clarisa? No ha salido de su habitacin. Efectivamente dijo el barn, hoy ha estado un poco enferma. En marcha! D'Ormont y Rolleville levantaron la camilla. Atravesaron el vergel y avanzaron por un terreno de tierra para llegar al sendero que conduca a la Escalera del Cur. El cielo estaba negro, sin estrellas, y el cortejo, a tientas, tropezaba y chocaba en los bordes y declives. Las maldiciones fueron ahogadas por la clera de Godefroy. No hagan ruido, por Dios. Podran reconocer nuestras voces. Quin, Godefroy? No hay absolutamente nadie y t debes haber tomado tus precauciones con los aduaneros. S, estn en la taberna, invitados por un hombre que merece toda mi confianza. Pero, de todas formas, podra haber una ronda. La meseta se ahondaba en una depresin que segua el camino. Mal que bien, llegaron al lugar donde comenzaba la escalera. sta haba sido tallada en el acantilado por iniciativa de un cura de Bnouville para que la gente pudiera descender hasta la playa. Durante el da los orificios hechos en la piedra se iluminan y abren al 35

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro mar vistas magnficas, desde donde las olas vienen a golpear las rocas y hacia el que parece que uno vaya a precipitarse. Esto va a ser difcil dijo Rolleville. Podramos ayudarlos. Los iluminaremos. No replic el barn, es ms prudente separarnos. Los dems obedecieron y se alejaron. Los dos primos, sin prdida de tiempo, comenzaron la difcil operacin de descender. Tom su tiempo. Los escalones eran muy altos y las vueltas a veces tan bruscas que faltaba lugar para la camilla y haba que levantarla. La luz de la linterna no los iluminaba ms que a rfagas. Oscar de Bennetot no abandonaba su malhumor hasta el punto de que, en su instinto de hidalgo un poco rudo, propona echar simplemente todo eso por la borda: es decir, por uno de los orificios. Finalmente llegaron a una playa de arena fina donde pudieron recobrar el aliento. A cierta distancia descansaban las dos barcas, una al lado de la otra. El mar, muy sereno, sin olas, mojaba las quillas. Bennetot mostr el agujero que haba hecho en la ms pequea de las barcas y que, provisoriamente, quedaba cerrado por un tapn de paja. Depositaron la camilla sobre tres maderos que adornaban la barca. Atmoslo todo junto orden enrgicamente Godefroy d'Etigues. Y si alguna vez intervino Bennetot hay una investigacin y se descubre la cosa en el fondo del mar, esa camilla sera una prueba contra nosotros. Tenemos que ir lo bastante lejos como para que nunca se descubra nada. Adems, es una vieja camilla fuera de uso desde hace veinte aos. La he sacado de una granja abandonada. No hay ningn peligro. Hablaba temblando, con una voz despavorida que Bennetot no le conoca. Qu tienes, Godefroy? Yo? Qu quieres que tenga? Entonces? Empujemos la barca... Pero, segn las instrucciones de Beaumagnan, se le debe sacar la mordaza y se le debe preguntar si tiene alguna voluntad que pedir. Quieres hacerlo t? Tocarla? balbuce Bennetot verla? Preferira reventar... y t? Yo tampoco podra... no podra... Sin embargo, es culpable... Ha asesinado... S, s... al menos, parece probable... Pero tiene un aspecto tan dulce... S dijo Bennetot, es tan bella... tan bella como la Virgen... Al mismo tiempo, ambos cayeron de rodillas sobre la arena y se pusieron a rezar en voz alta por aquella que iba a morir y sobre la que imploraba la intervencin de la Virgen Mara. Godefroy entremezclaba versculos y splicas, que Bennetot 36

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro acompasaba al azar con fervientes amenes. Esto pareci devolverles un poco de valor, pues se levantaron bruscamente, vidos de terminar. Bennetot trajo la enorme piedra que haba preparado, la enlaz fuertemente a la argolla de hierro y empuj la barca, que flot enseguida sobre el mar tranquilo. Despus, de comn esfuerzo, hicieron deslizar la otra barca y saltaron dentro. Godefroy cogi los dos remos, mientras que Bennetot, con ayuda de una cuerda, remolcaba la barca de la condenada. As fueron alejndose, a pequeos golpes de remo que hacan un fresco rumor de gotas. Sombras ms negras que la noche les permitan guiarse ms o menos entre las rocas y deslizarse hacia alta mar. Pero al cabo de veinte minutos, la marcha se desaceler y la embarcacin se detuvo. No puedo ms... murmur el barn, desfalleciente, mis brazos se niegan. Te toca a ti... No tendr fuerzas... reconoci Bennetot. Godefroy hizo una nueva tentativa y dijo, renunciando: De todas formas, para qu?. Seguramente ya hemos pasado el canal. Piensa lo mismo? El otro aprob. Adems, esta brisa llevar el barco an ms all del canal. Entonces, quita el tapn de paja. Deberas hacerlo t protest Bennetot, para quien ese gesto era el gesto del asesinato. Basta de tonteras! Terminemos. Bennetot tir de la cuerda. La quilla de la otra barca se acerc y se balance contra l. No tena ms que estirarse y hundir la mano. Tengo miedo, GODEFROY tartamude. Por mi salvacin eterna, no soy yo quien acta, sino t me escuchas? Godefroy se abalanz, lo empuj, se inclin por encima de la borda y, hundiendo su mano, de un solo tirn arranc el tapn. Hubo un glugl de agua que burbujea. Este ruido le afect tanto que intent tapar el agujero. Demasiado tarde. Bennetot haba tomado los remos y, recuperada toda su energa, espantado l tambin del ruido que haba odo, pona con un esfuerzo violento gran distancia entre las dos embarcaciones. Alto! orden Godefroy. Alto! Quiero salvarla. Para, por Dios! Ah, t, t la has matado, has sido t...! Asesino...! Asesino...! Yo, en tu lugar, la habra salvado... Sin embargo, Bennetot, loco de terror, sin comprender nada, remaba hasta casi romper los remos. El cadver qued solo, pues, era posible llamar de otra manera al ser inerte, impotente y condenado a muerte que la barca herida llevaba? Fatalmente, el agua alcanzara el interior del barco en algunos minutos. La endeble embarcacin sera engullida. Godefroy d'Etigues lo saba. Por eso, viendo l tambin lo irreparable, cogi un remo y, sin preocuparse de ser odos, los dos cmplices se curvaron en esfuerzos desesperados para huir lo ms rpido posible del lugar del crimen. Tenan miedo de or algn grito de 37

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro angustia o el murmullo aterrador de alguien que se hunde y sobre quien el agua se cierra para siempre. La canoa se balanceaba al ras del agua casi inmvil, sobre la que el aire, cargado de nubes muy bajas, pareca pesar ms que nunca. D'Etigues y Bennetot deban de estar a mitad del camino de vuelta. Todo ruido haba cesado. En ese momento, la barca se inclin a estribor y, en esa especie de torpeza horrible en la que agonizaba, la mujer tuvo la sensacin de que el desenlace se producira. No tuvo ningn sobresalto, ninguna rebelin. La aceptacin de la muerte provoca un estado de espritu por el que parece que uno ya se encuentra al otro lado de la vida. Sin embargo, se sorprenda de no temblar al contacto con el agua helada, que era lo ms temido por su piel de mujer. No, la barca no se hunda. Pareca ms bien a punto de volcar, como si alguien intentara subir por uno de sus lados. Alguien? El barn? Su cmplice? Pens que no deban de ser ni uno ni otro, pues una voz que no conoca murmur: Tranquilcese, soy un amigo que viene a salvarla... El amigo se inclin sobre ella y, sin saber si lo oa, explic: Usted no me ha visto nunca... Me llamo Ral... Ral d'Andrsy... Todo est bien... He tapado el agujero con un trozo de madera envuelto en un trapo. Arreglo momentneo, pero que ser suficiente... De entrada, deshagmonos de esta enorme piedra. Con ayuda de un cuchillo, cort las sogas que ataban a la mujer cogi la piedra y la tir al agua. Despus, separando la manta que la cubra, se inclin y le dijo: Me alegro! Las cosas me han salido mejor de lo que esperaba y usted est a salvo. El agua no lleg a alcanzarla verdad? Qu suerte? No le duele nada? Ella murmur casi imperceptiblemente: S... el tobillo... las ataduras me torcan el pie. No ser nada dijo l. Lo esencial ahora es llegar a la orilla. Sus dos verdugos deben de haber tomado tierra y subir ahora la escalera a toda velocidad. No tenemos nada que temer, pues. Hizo los preparativos. Recogi un remo que haba escondido en el fondo, lo coloc en la popa y se puso a cinglar. Continu sus explicaciones en tono alegre, como si estuviera en una excursin de placer. Tengo que presentarme un poco mejor, aunque no estoy muy presentable. Por todo traje, algo as como un calzn de bao que yo mismo hice y al que at un cuchillo... Bueno, Ral d'Andrsy para servirle, ya que el azar me lo permite. Oh, un azar muy simple!... Sorprend una conversacin... Supe que se maquinaba un complot contra cierta dama... Entonces tom la delantera. Descend a la playa, y cuando los dos primos abandonaron el tnel en las rocas, me met en el agua. No tuve ms que colgarme de su barca desde que comenzaron a remolcarla. Eso fue lo que hice. Ninguno de los dos advirti que su vctima llevaba un campen de natacin dispuesto a salvarla. Eso es todo, ya se lo contar en detalle ms tarde cuando 38

Maurice Leblanc La Condesa de Cagliostro usted pueda entenderme. Por el momento, tengo la sensacin de hablar en el vaco. Se call un minuto. Me duele todo dijo ella, estoy agotada... Un consejo contest Ral: pierda el conocimiento. Nada descansa ms que perder el conocimiento. Ella debi obedecer ya que, despus de algunos gemidos, respiraba calma y regularmente. Ral le cubri la cara y termin: Es mejor as. Puedo hacer lo que me da la gana sin tener que dar cuentas a nadie. Lo cual, por otra parte, no le impidi monologar con toda la satisfaccin de alguien que est orgulloso de s mismo y hasta de sus menores actos. La barca avanzaba veloz