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    EDITORIAL

    Habra que pensar que el tiempo es un espa-cio polimorfo lleno de sentido; un mundo parala reflexin de lo que somos y no somos, de loque podemos llegar a ser y de lo que, quizs,no fuimos; un inmenso paraguas bajo el cualnos cobijamos, bajo el cual nos encontramosy nos perdemos. Habra que pensar que el tiem-

    po no slo es devenir sino tambin lugar; quesus brazos nos tocan, nos abrazan y, a veces,nos separan. Habra que pensar. Como inda-gacin sobre el tiempo y sobre las identidades(sobre la forma como su interrelacin llena ydibuja la vida social) la arqueologa es un in-menso edificio en movimiento cuyos ladrillosson puestos por muchos sujetos desde muchoslugares. Arqueologa del tiempo, entonces, pero tambin el tiempo de la arqueologa. La

    revista es tambin espacio, paraguas, lugar; unconocido caf donde nos encontramos a con-versar de cosas que nos gustan y nos preocu- pan (con la preocupacin desenfadada de quienest seguro de lo que hace, aunque no tanto).La revista crece, se desenvuelve, llama. Bus-ca puertas por donde entrar, cuartos donde que-darse. Busca comunidades o quiere crearlas.Los empeos colectivos nos libran de la mala jugada de la soledad. As estamos. As vamos.

    Presentamos ahora nuestro tercer nmero(aquel mtico umbral que separa las intencio-nes de las realidades en materia de publica-ciones peridicas) y nos gustara jugar a ser pretenciosos: Arqueologa Suramericana havenido para quedarse. Pero tambin ha veni-do para llevarnos hacia donde nuestra imagi-nacin inercial y domesticada no nos habainvitado. La topografa poltica que nos in-cumbe nos presenta otras voces que, grata

    sorpresa, suenan familiares. Iniciamos en estenmero una seccin de dilogos con otrasvoces que se inaugura con un sugerente textode Alinah Segobye. Esperamos que este seaun espacio de encuentro de proyectos cerca-nos ms all de los mares. Ojal reconozca-mos imgenes conocidas, espejos que nos de-

    vuelvan aquello que miran nuestros mismosojos. Dedicamos este nmero a la memoria de James Petersen

    *

    Deveramos pensar que o tempo um espao polimorfo cheio de sentido; um mundo para a

    reflexo do que somos e no somos, do que podemos chegar a ser e do que, talvez, nofomos; um imenso guarda-chuva sob o qualnos refugiamos, sob o qual nos encontramos enos perdemos. Deveramos pensar que o tempono somente devir, mas tambm lugar; queseus braos nos tocam, nos abraam e, por vezes, nos separam. Deveramos pensar. Comoindagao sobre o tempo e sobre as identida-des (sobre a forma como sua inter-relao

    preenche e desenha a vida social), a arqueologia um imenso edifcio em movimento, cujostijolos so colocados por muitos sujeitos a par-tir de muitos lugares. Arqueologia do tempo,ento, porm tambm o tempo da arqueologia.A revista tambm espao, guarda-chuvas,lugar; um caf conhecido onde nos encontra-mos para conversar de coisas das quaisgostamos e pelas quais nos preocupamos (coma despreocupao de quem est seguro do que

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    faz, mesmo que nem tanto). A revista cresce,desenvolve-se, chama. Busca portas por ondeentrar, quartos onde ficar. Busca comunidadesou quer cria-las. Os esforos coletivos noslivram do mau juizo/mala jugada (no sentidode elegir algo que no es bueno?) da solido.Assim estamos. Assim vamos.

    Apresentamos agora nosso terceiro n-mero (aquele mtico umbral que separa asintenes das realidades quando se trata de publicaes peridicas) e gostaramos de brincar, sendo pretensiosos: Arqueologia Sul-americana veio para ficar. Porm tambmveio para levar-nos at onde nossa

    imaginao inercial e domesticada no noshavia convidado. A topografia poltica quenos incumbe apresenta-nos outras vozes que,grata surpresa, soam familiares. Iniciamosneste nmero uma seco de dilogos comoutras vozes que se inaugura com um suges-tivo texto de Alinah Segobye. Esperamos queeste seja um espao de encontro de projetossemelhantes/cercanos mais alm dos mares.Qui reconheamos imagens conhecidas,espelhos que nos devolvam aquilo que vmnossos mesmos olhos.

    Dedicamos este nmero a memria de James Petersen

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    ARQUEOLOGA, ESPACIO Y TIEMPO: UNAMIRADA DESDE LATINOAMRICA1

    Carlo Emilio Piazzini Surez Instituto de Estudios Regionales, Universidad de Antioquia

    Este artculo explora los presupuestos e implicaciones de lo que sera el desarrollo de una onto-loga del espacio y las materialidades en arqueologa empleando diversos planteamientos del pensamiento social contemporneo sobre espacio-tiempo as como el examen de formulacionestericas efectuadas desde la arqueologa sobre espacialidades y cultura material. Como unamanera de situar la reflexin desde Latinoamrica se vislumbra un anlisis de la geopoltica delconocimiento coherente con el enunciado de que la arqueologa es una prctica socialespacialmente mediada.

    Este artigo explora os pressupostos e implicaes do que seria o desenvolvimento de uma ontologiado espao e das materialidades em arqueologia, empregando diversas proposies do pensamentosocial contemporneo sobre espao-tempo, bem como examinando formulaes tericas efetuadasa partir da arqueologia sobre espacialidade e cultura material. Como uma maneira de situar areflexo a partir da Amrica Latina, busca-se uma anlise da geopoltica do conhecimento coerentecom o enunciado de que a arqueologia uma prtica social mediada espacialmente.

    This paper explores the conceptual bases and the implications towards the development of anontology of space and materiality in archaeology using diverse insights from contemporary so-cial thought about space and time; the paper also examines the theoretical formulations of archaeology on space and material culture. An analysis of a geopolitics of knowledge, coherent with the proposal that archaeology is a spatially-mediated social practice, is a way to situate thereflection from the Latin American context.

    En 2003 fue publicado en American Antiquityy Latin American Antiquity un texto delarquelogo argentino Gustavo Politis,Thetheoretical landscape and themethodological development of archaeologyin Latin America (este ttulo puede ser tra-ducido como El paisaje terico y el desarro-llo metodolgico de la arqueologa en Am-rica Latina). Me interesa esta idea de un pai-saje terico que puede referirse a una met-fora espacial que sirve al propsito de pre-sentar un cuadro, una suerte de imagen sn-tesis de la diversidad de enfoques que carac-

    terizan la arqueologa latinoamericana, o ala existencia, en sentido literal, de una espa-cialidad de los saberes arqueolgicos enLatinoamrica. En el texto se plantean algu-

    1 Este artculo se basa en una conferencia pre-sentada en el III Congreso Colombiano deArqueologa realizado en la Universidad delCauca, Popayn, en diciembre de 2004, yavanza sobre la propuesta de creacin de laMaestra en Estudios Socioespaciales del Ins-tituto de Estudios Regionales de la Universi-dad de Antioquia, INER (Piazzini 2004).

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    nas cuestiones que abren camino a esta lti-ma interpretacin. Politis reconoce diferen-cias importantes entre las trayectorias de la prctica arqueolgica en los pases que con-forman la geografa latinoamericana y asu-me una posicin crtica sobre la situacin deestas trayectorias respecto de la importacinde enfoques terico-metodolgicos y la ex- portacin de datos desde y hacia otras regio-nes del planeta. Aun cuando Politis no lo plan-te de manera explcita podra pensarse quetales enunciados no pueden descansar msque en una consideracin sobre la afectacinde las espacialidades en el pensamiento ar-queolgico.

    Las relaciones entre arqueologa y espa-cio han sido abordadas, fundamentalmente,desde una perspectiva que enfatiza el trata-miento metodolgico de este ltimo. La ela- boracin de datos sobre localizacin, distri- bucin y relacin espacial de las evidenciasarqueolgicas es condicin de posibilidad para el ejercicio de la investigacin; los an-lisis espaciales, incorporados y ajustados a partir de modelos desarrollados por la geo-grafa y la ecologa, son un acervometodolgico de la disciplina. No obstante,el planteamiento de estas relaciones en el pla-no epistemolgico y ontolgico no ha sidofrecuente; esto parece relacionarse con unaconcepcin implcita del espacio en su ver-sin cartesiana, como extensin y soportegeofsico en el cual se desarrollan las prcti-cas y procesos sociales, y de la geografa yla ecologa como saberes positivos sobre eseespacio y sus contenidos. Salvo algunos plan-

    teamientos recientes los arquelogos no sue-len interesarse por establecer conexiones en-tre el ejercicio de la disciplina y las espacia-lidades en las cuales se encuentraninvolucrados como actores sociales; tampo-co en la reconstruccin de las experienciasespaciales de las sociedades que estudian.

    El tratamiento instrumental que la arqueo-loga ha hecho del espacio deriva, como enlas dems ciencias sociales, de la configura-

    cin de las experiencias del espacio-tiempoen la modernidad. En este artculo quieroabordar las consecuencias que ha tenido parala arqueologa el pensamiento del espaciocomo exterioridad subordinada al tiempo ylas claves de lo que sera una recomposicinde la jerarqua ontolgica del espacio y lasmaterialidades en el pensamiento social. Deotra parte, quiero situar el enunciado de afec-tacin espacial del pensamiento en el campode la geopoltica del conocimiento para refe-rirme a la arqueologa latinoamericana.

    Antes de proseguir debo sealar dos va-cos con los cuales tendr que contar en estareflexin. El primero tiene que ver con el esta- blecimiento de las experiencias de espacio-tiempo que se han configurado enLatinoamrica pues si bien es cierto que lamodernidad es inconcebible sin incorporar loque ha significado esta regin del planeta parael desarrollo del colonialismo (cf. Mignolo2002), tambin es cierto que las elaboracio-nes tericas sobre lo que podra denominarseuna geografa de las experiencias y concep-ciones del espacio-tiempo de la modernidad(i.e. Soja 1989; Jameson 1991; Giddens 1994;Harvey 1998) no son explcitas en lo que tie-ne que ver con trayectorias que no se reducena la geo-historia europea. Ello seala una difi-cultad que est en la base de esta reflexin pero, adems, permite vislumbrar una lneade indagacin que la arqueologa regional,conjuntamente con otros campos disciplina-rios, debera ser capaz de abordar hacia futu-ro: cmo se han constituido las experiencias yconcepciones de espacio-tiempo de las socie-

    dades latinoamericanas.El segundo vaco plantea, en primera ins-tancia, ms una limitacin personal que unadeficiencia estructural. Los argumentos quevoy a exponer no descansan sobre un anli-sis amplio de la literatura arqueolgica lati-noamericana en parte debido a la dificultadde acceder a la produccin regional. Esteartculo no puede ser ledo como una tentati-va por sistematizar la manera como el espa-

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    cio ha sido abordado por los arquelogoslatinoamericanos; ms bien debe ser aborda-do, apenas, como una invitacin para avan-zar por sendas de indagacin a propsito deelaboraciones tericas sobre el espacio, eltiempo y las materialidades. En segunda ins-tancia este vaco corresponde a la localiza-cin de un sujeto que habla desde un lugar de enunciacin precariamente situado en lared interdiscursiva de la arqueologa mun-dial; desde esta situacin es ms expeditoacceder a la produccin anglosajona que a la produccin latinoamericana. Con ello quie-ro dejar servido un asunto sintomtico de lageopoltica del conocimiento arqueolgico:la cartografa de las redes interdiscursivasde la disciplina no corresponde a la contigi-dad espacial que supone hacer arqueologaen pases vecinos, con problemticas y con-textos de investigacin muchas veces afines.De hecho, conocer la reflexin de Politis quehe utilizado como introduccin para este tex-to ha sido posible por la intermediacin de unnodo de informacin situado en Norteamrica,en lengua inglesa, y no a la existencia de redesque conecten directamente los pensamientoslatinoamericanos.

    La arqueologa en el espacio-tiempo de la modernidadLa restriccin al plano instrumental que, fre-cuentemente, han hecho los arquelogos dela cuestin espacial corresponde a las expe-riencias y concepciones del espacio-tiempoen la modernidad, particularmente en tressentidos: en primer lugar, una concepcin delespacio como teln de fondo de lo social;en segundo lugar, una hegemona del pensa-miento del tiempo sobre el pensamiento delespacio como parte de una geopoltica decontrol de la alteridad; y, en tercer lugar, unaidea de las materialidades, conjuntamente conel espacio, como exterioridades.

    En el pensamiento social moderno espa-cio y tiempo han sido tratados como catego-

    ras independientes y, hasta cierto punto,opuestas. No obstante, debe reconocerse unantima relacin entre ambas que, dependien-do de las circunstancias, ofrece diferentesmodos de articulacin o experiencias de es- pacio-tiempo; esta nocin, lejos de resultar en una simple fusin de trminos, define elcontexto de configuracin de los procesos y prcticas sociales (Wallerstein 1998; Giddens2003:384). La modernidad es una experien-cia particular del espacio y del tiempo quecombina el sentido de existencia en lugares ymomentos particulares con un sentido indi-vidual y colectivo de contemporaneidad quetrasciende las especificidades espacio-tem- porales (Soja 1989:25; Berman 1995:1); estemodo de ser implica una discontinuidad conexperiencias previas -o paralelas- de espa-cio-tiempo.

    Durante el Medioevo europeo la relacinentre espacio y tiempo era inseparable elcuando estaba casi universalmente conecta-do al donde (Giddens 1994:29), de talmanera que el ejercicio de la memoriainvolucraba, activamente, las espacialidadesy, concretamente, los lugares en donde lasinteracciones sociales se desarrollaban caraa cara, de manera presencial. A la declara-cin yo estuve all se una la afirmacineso ocurri antes, durante, despus, desde,durante tanto tiempo (Ricoeur 2003:202).Con la modernidad se operaron dos trans-formaciones: primero, el sentido de lugar sesepar del sentido del espacio alincrementarse las relaciones entre ausentes:Los aspectos locales son penetrados en pro-

    fundidad y configurados por influencias so-ciales que se generan a gran distancia deellos (Giddens 1994:30). Segundo, espacioy tiempo se separaron en la medida en quetom fuerza la regulacin de las actividadessociales conforme a un tiempo homogneoque no dependi de su localizacin: El tiem- po estuvo conectado al espacio (y al lugar)hasta que la uniformidad de la medida deltiempo con el reloj lleg a emparejarse con

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    la uniformidad en la organizacin social deltiempo (Giddens 1994:29).

    Este vaciamiento de los contenidos es- pecficos y plurales del espacio y el tiempo prepar el camino para una transformacinestructural, una compresin espacio-tempo-ral2. Mientras los mundos medievales des- plegaron lgicas espacio-temporales afinesa la rutina de las prcticas cotidianas de cadaterritorio, interconectadas slo por la poten-cia de los calendarios cristianos, las empre-sas puntuales de colonizacin y los imagina-rios sobre los espacios que constituan losconfines del mundo conocido, a partir delRenacimiento y durante la Ilustracin cadalugar se volvi vulnerable a las dinmicaseconmicas, polticas y culturales de un mun-do ms vasto, constituyndose gradualmen-te la imagen de un tiempo y un espacio ho-mogneos que tendan a la sincronizacin delos ritmos entre sociedades hasta entoncesdistantes. Adems, con el capitalismo se in-trodujo en cada una de estas sociedades unafuerte demarcacin espacial y una mayor regulacin temporal de las actividades delocio y la produccin en lugares y momentosespecficos (Harvey 1998:267).

    De forma paralela, y por contraste conlas cualidades sensibles de las representacio-nes espaciales del Medioevo, la invencin dela perspectiva como una nueva mirada delmundo permiti el desarrollo de cartografasabstractas del planeta y sus regiones comouna extensin potencialmente cognoscible:mapamundis, cartas y paisajes pictricosfueron posibles gracias a la perspectiva de

    un sujeto situado fuera de ellos (encima o al

    frente), distanciado de lo observado comocondicin para alcanzar una imagen de tota-lidad e imparcialidad (Thomas 2001); estascartografas fueron herramientas centrales para la economa y la poltica de la primeraglobalizacin (Harvey 1998:277).

    A la par de estas transformaciones seinstaur una hegemona o primado del pen-samiento del tiempo sobre el pensamiento delespacio (cf. Soja 1989:13; Pardo 1992:249;Harvey 1998:229; Koselleck 2001:96) quecorresponde, en trminos generales, a lo queFoucault denomin edad de la historia, pro-vista de una filosofa consagrada al Tiem- po, a su flujo, a sus retornos... presa en elmodo de ser de la Historia (Foucault1985:216). Desde finales del siglo XVIII lasespacialidades fueron ordenadas de confor-midad con una teleologa temporal afn a lasideas de progreso y civilizacin y, ms tarde,de evolucin y desarrollo.

    La Filosofa de la historia de Hegel(1985) es reveladora de la gnesis de este primado del tiempo. Para Hegel Europa es purahistoria mientras Asia, frica y Am-rica son purageografa; se trata de un orde-namiento del espacio por medio del tiempofundamentado en una teleologa que otorgaal devenir humano un sentido de perfectibili-dad que va desde la naturaleza hacia la his-toria. Esta teleologa permite explicar las ten-siones modernas entre tiempo y espacio ensu articulacin con viejas oposiciones entreespritu y materia y memoria y olvido me-diante el recurso a la distancia temporal.Desde las puras espacialidades sujetas al rit-

    mo cuasi-inmvil de la naturaleza se habratransitado por caminos nicos o paraleloshacia temporalidades recargadas de historia,sujetas al cambio dirigido por el espritu delos pueblos, producto de la consciencia quehan adquirido de s mismos a partir de unamemoria que otorga sentido a su devenir. Estacronopoltica actu como fundamento ideo-lgico para el despliegue de una geopoltica,de la temporalizacin del espacio y de la

    2 Segn Harvey (1998:267) la modernidad secaracteriza, por lo menos desde el siglo XIX, por una compresin espacio-temporal anen marcha en el sentido en que el espacio parece reducirse a una aldea global y loshorizontes temporales se acortan hasta el punto de convertir el presente en lo nicoque hay.

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    historizacin de la diferencia que definieronlas representaciones de la alteridad (Fabian1983:144; Duncan 1994:46).

    Esta debilidad ontolgica del espacio res- pecto del tiempo implic una fractura en laconceptualizacin del primero: por una par-te est el espacio matemtico-fsico, objeti-vo y verdadero, dado como una exterioridaddel ser, y por otro el espacio sensible, apa-rente y subjetivo, interior al ser y supeditadoa la conciencia del tiempo. En esta fracturalas metodologas de las ciencias fsicas ynaturales devinieron como las formas de co-nocimiento autorizadas para tratar el espa-cio como una exterioridad mesurable ycuantificable mientras el espacio sensible, entanto subjetivo, aparente, accesorio yontolgicamente reductible a la cuestin tem- poral, no poda constituirse en objeto centralde estudio de las ciencias sociales (Soja1989:122; Pardo 1992).

    Las materialidades comparten con el es- pacio esta debilidad ontolgica: los sereshumanos aparecen como auto-evidentemen-te dotados de una inteligencia, una mente yun alma que existen por fuera del espacio yla materialidad (Thomas 2001:167); el pen-samiento se pretende a-espacial e in-mate-rial. En el esquema hegeliano la materia com- parte un lugar afn al espacio pues, al fin y alcabo, constituye sus contenidos. La materiay el espacio son tratados como exterioridades por oposicin al espritu y el tiempo comointerioridades. En el espritu que es pensan-te, auto contenido, libre, unificado y centra-do reside la memoria. La materia que es in-

    consciente, fuera de s, grvida, plural ydescentrada es proclive al olvido. En conso-nancia con la cronopoltica de la moderni-dad esta oposicin fue ordenada temporal-mente en una secuencia gradual que va delas tcnicas ms rudimentarias que se con-funden con la naturaleza (toscos artefactos,ideogramas y artesanas) a las manifestacio-nes materiales ms excelsas y cercanas alespritu (escritura, arquitectura y bellas ar-

    tes) (Hegel 1985). La vieja oposicin judeocristiana entre materia y espritu sufriun re-acomodamiento para alinearse en tor-no de una relacin entre espacio y tiempo;este ltimo se erigi como categorahegemnica que permiti ordenar y codifi-car las prcticas espaciales, polticas, eco-nmicas, sociales y discursivas.

    Si en las ciencias sociales el espacio hasido tratado como un teln de fondo lasmaterialidades han sido consideradas comomeros soportes o espejos de la vida social.Su abordaje se ha efectuado desde una mi-rada mecnica, interesada por las sustan-cias, las mercancas y las funciones, o des-de una mirada espiritual interesada por lamanera como lo social se refleja en los cuer- pos, los objetos, las cosas y sus relaciones,entendidos como expresiones de la socie-dad y la cultura (cf. Debray 1997:39). En-tre filsofos y cientficos sociales la mate-ria pertenece al mundo de los medios y delo abyecto (Debray 1997:159; Dagognet2000:14) y la escisin entre lo animado y loinanimado, entre lo humano y lo no huma-no, ha obstruido el pensamiento sobre ellugar que ocupan las materialidades en lavida social (Latour 1992). Los estudios dela cultura material y de la tcnica han sidoescasamente integrados a los estudios delespacio y la geografa (Santos 2000:27) pesea que las materialidades pueden ser consi-deradas como parte constituyente del espa-cio, an desde una concepcin mecnica deeste ltimo. Estas experiencias y represen-taciones del espacio-tiempo fueron definiti-

    vas para que la arqueologa se configuraraen la modernidad en medio de una dobletensin: una ciencia de la cultura materialque, en ausencia de una ontologa de lasmaterialidades, fundamenta su pertinencia para producir conocimiento en una ontolo-ga del tiempo que es, a su vez, hegemnicafrente al pensamiento del espacio.

    Pese a que la arqueologa es, prctica-mente, la nica ciencia social dirigida a dar

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    cuenta de las materialidades sociales, una delas pocas que ha incorporado de manera ru-tinaria herramientas geogrficas en su pro-cedimientos y a que se define, a menudo,como una ciencia de campo que requiere ponerse en contacto con su objeto de estudioin situ, ha encontrado su condicin de posi- bilidad en el esquema moderno de primadodel tiempo sobre el espacio y lasmaterialidades. En la modernidad la arqueo-loga emergi, sobre todo, como ciencia dela pre-historia, como ejercicio ordenador dela cultura material en torno de lastemporalidades evolutivas y los espacioscartesianos. La arqueologa aspir a forma-lizar su conocimiento a la manera de las cien-cias positivas, especialmente de la geologay la biologa, y fue pre-histrica no nica-mente por plegarse a una temporalidad ante-rior a la aparicin de la escritura (un legadode la poca clsica) sino porque orden susanlisis conforme a temporalidades que nose consideran contingentes y que, en esa me-dida, son exteriores al ser humano.

    Fabian (1983) identific el recursoantropolgico de conversin de las distan-cias espaciales en distancias temporales comouna estrategia para naturalizar la alteridad,negando el principio de contemporaneidadentre el nosotros europeo y el ellos delresto del planeta. Este tratamiento de laalteridad sign el surgimiento y desenvolvi-miento del conocimiento antropolgico comoel conocimiento de un Otro situado siempreen el pasado:

    Cuando la opinin popular identifica a

    todos los antroplogos como manipula-dores de huesos y piedras no se puedehablar de un error. Ello evidencia el rolde la antropologa como proveedora dedistancia temporal (Fabian 1983:29).

    Esta singular forma de recobrar la identidadentre antroplogos y arquelogos indica queestos ltimos tambin operan bajo la lgicade manejo del espacio como supeditado altiempo (cf. Shanks y Tilley 1994:9). En el

    caso de la arqueologa los criterios tempora-les fijaron de manera ms eficaz y duraderael mbito de estudio de la disciplina porqueni siquiera se permiti estudiar la culturamaterial del presente, e incluso, abord demanera leve, o supeditada a los registroshistoriogrficos, las evidencias de socieda-des que se situaban en la cercana del espa-cio-tiempo de la historia occidental.

    La idea de prehistoria es particularmentereveladora al respecto. En el marco de lasteleologas del progreso, de la evolucin y deldesarrollo, slo una mirada dirigida al grandistanciamiento temporal que supone unaalteridad llevada a los extremos del origen, delo remoto y de lo extico, poda permitirse eltratamiento de las materialidades para dar cuenta de lo social porque las sociedades pre-histricas, es decir, aquellas que no tienen his-toria porque no desarrollaron aparatosescritutarios (sensu De Certeau 2000), aque-llas con ritmos lentos o cuasi-estticos de cam- bio, similares a los de una naturaleza que lasdomina, eran virtualmente las nicas suscep-tibles de ser estudiadas mediante las expre-siones materiales de su existencia. La pre-historia se situ en el umbral entre el tiempode la naturaleza y el de la historia, entre lainconsciencia de la materia (el olvido) y laconsciencia del espritu (la memoria)3. Por ellolo que se conoce como arqueologa histrica(Orser 2000) e, incluso, lo que pudiera ser una arqueologa del presente slo pueden re- presentar una fractura con la cronopoltica dela modernidad en la medida en que logrenespacializar la tensin entre la escritura y otras

    materialidades de la vida social. De lo contra-rio lo que puede ocurrir es que se supediten

    3 La ubicacin de la arqueologa entre lostiempos de la naturaleza y de la historia hasufrido oscilaciones. As, por ejemplo, elacercamiento a las teoras de la historia quecaracteriza los enfoques posprocesuales seerige sobre un alejamiento previamente cul-tivado por las arqueologas procesuales(Patterson 1989).

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    sus hallazgos a las narrativas histricas quehan relegado la cultura material y las espacia-lidades al segundo plano de los soportes y losescenarios.

    Arqueologa, cartografa ygeopoltica del conocimientoLa fisura entre espacio objetivo y subjetivoy el primado del tiempo sobre el espacio con-tribuyeron a estructurar dentro de la carto-grafa moderna del pensamiento social unadistribucin de los objetos de estudio en re-lacin con el grado de cercana que tuvieranrespecto del eje central de la historia y de susexpresiones espaciales por excelencia: Occi-dente, lo estatal y lo urbano. Mientras unasdisciplinas se aplicaron, esencialmente, alconocimiento de realidades situadas en lacercana del espacio-tiempo occidental (eco-noma, ciencia poltica, historia y sociologa)otras se retiraron a estudiar sus periferias(antropologa y arqueologa)4. Mientras quela geografa qued alineada del lado de lasciencias fsicas y naturales y se dedic a ladescripcin de las caractersticas y diferen-

    cias regionales de la superficie terrestre comosimple soporte fsico de los fenmenos so-ciales. Sus esfuerzos por posicionar lo espa-cial como aspecto relevante para compren-der los procesos histricos y sociales(antropogeografa de finales del XIX e ini-cios del XX) desembocaron en determinismosambientales o discursos geopolticos que so- portaron regmenes totalitarios, lo que a la

    larga acab minando su prestigio y su capa-cidad de interlocucin con otros pensamien-tos sociales (Ortega 2000:150). A esta car-tografa disciplinaria habra que sumar losefectos de la oposicin entre espritu y mate-ria en la modernidad, visible en la maneracomo los artefactos, los objetos, las tcnicase, incluso, los cuerpos recibieron una aten-cin secundaria, cuando no inexistente, de parte de las ciencias sociales. La arqueolo-ga fue, virtualmente, la nica en abocarsedirectamente a su estudio, por las razonesque seal.

    La estructuracin del espacio-tiempo dela modernidad implic que en el proceso dereordenamiento de los saberes y las positividades acaecido en el siglo XIX la ar-queologa quedara alineada en el polo de lasexterioridades dentro de un sistema jerrqui-co de oposiciones. En primer lugar, sin dejar de ser fiel a la hegemona del tiempo se situms cerca de la naturaleza que de la historia,de los tiempos geolgicos, biolgicos, ccli-cos e inmutables (estructurales, dira Braudel,y eternos Wallerstein); se encontr en la es-fera del pasado inconsciente, de las so-ciedades sin historia y, en esa medida, delolvido. En segundo lugar, qued alineada dellado de las espacialidades, cerca de la praxisgeogrfica y de los protocolos de investiga-cin de campo que, por lo dems, se refie-ren, mayoritariamente, a un distanciamientoen el espacio que corresponde a un viaje enel tiempo (Fabian 1983). En tercer lugar, pertenece al mbito de la materia y, por lotanto, se dirige, fundamentalmente, al mun-

    do de los objetos, los cuerpos y la tcnica.Lo que pudiera ser el carcter puramente fi-gurativo de esta cartografa de la arqueolo-ga en relacin con las disciplinas de pensa-miento se desvanece al tener en cuenta que laarticulacin entre tiempo y espacio en lamodernidad tambin ha definido unageopoltica del conocimiento.

    La geopoltica es claramente un indicio afavor de la manera como las espacialidades

    4 Esta distribucin epistemolgica de las cien-cias sociales en el espacio-tiempo de la mo-dernidad sigue, parcialmente, los plantea-mientos de Wallerstein (1998) sobre un sis-tema de oposiciones o fisuras entre dife-rentes ideas del espacio-tiempo (episdicoy eterno). Wallerstein no incluy la arqueo-loga en su anlisis pero es claro que com- parte una situacin similar a la que propuso para la antropologa y el orientalismo.

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    afectan el pensamiento; puede ser entendidacomo un orden hegemnico que articula prc-ticas materiales y discursivas en torno a la produccin y reproduccin de espacialida-des en el mbito de la economa polticamundial (Tuathail 1998). La produccin deconocimiento se relaciona estrechamente coneste orden porque el lugar de enunciacin delos discursos siempre se encuentra localiza-do respecto de una geografa poltica; ade-ms, las prcticas discursivas contribuyen deforma activa a reproducir o transformar di-cha geografa y, en ltimas, a fortalecer laespacializacin de los poderes.

    En consonancia con la concepcincartesiana del espacio y el primado del tiem- po la imaginacin geopoltica de la moder-nidad (Agnew 1998, citado por Tuathail1998) ha definido una divisin espacial delugares fijos y esenciales (Estados-naciones)que, en virtud de una jerarquizacin tempo-ral (barbarie-civilizacin, premoderno-mo-derno, subdesarrollado-desarrollado, primer-tercer mundo), otorga a la produccin deconocimiento efectuada en los centros me-tropolitanos (Norte Amrica y Europa occi-dental) una investidura de autoridad y uni-versalidad que no aplica para la produccin proveniente del resto del planeta. Esto es paradjico porque en la modernidad la vali-dez de las formas de conocimiento ha residi-do, en buena medida, en su a-espacialidad,esto es, en su capacidad de hallar tesis quesuperan la especificidad de las realidades lo-cales a travs de generalizaciones y leyes. No obstante, esta paradoja se disuelve al te-

    ner en cuenta que la geopoltica de la moder-nidad concede a Occidente un lugar epistmico privilegiado desde el cual orde-nar el conocimiento sobre el mundo(Maldonado 2004), siendo los enunciados a-espaciales una suerte de trampa que encubreel poder colonial.

    La arqueologa no escapa a estageopoltica del conocimiento. Al igual que laantropologa la arqueologa es una conse-

    cuencia del colonialismo (Gnecco 1999;Gosden 2001) y ha jugado un rol central enla fundamentacin de narrativas colonialis-tas de la alteridad y de los proyectos nacio-nales (Trigger 1996; Kohl 1998). La rele-vancia de la arqueologa viene dada por elinters expreso en abordar los testimoniosmateriales del pasado ligndolos aterritorialidades especficas y re-presentan-do esta articulacin entre espacio y tiempoen la puesta en escena de las materialidades;ello la hace un dispositivo sumamente eficaz para sustentar la espacializacin del poder adiferentes escalas territoriales.

    En relacin con las narrativas globales laarqueologa ha recreado, tal vez como nin-guna otra disciplina social, las teleologas del progreso y la evolucin porque aborda lasdiferentes etapas de desarrollo que confor-man la imagen moderna del tiempo lineal o porque dibuja con su inters en el pasadoremoto y la pre-historia el negativo de la ima-ginacin moderna de civilizacin y desarro-llo. En relacin con las narrativas del Esta-do-nacin ha suministrado (de maneraconciente o inconsciente) claves para funda-mentar histrica y territorialmente la idea desoberana, elemento central a la geografa poltica de consolidacin y expansin de losEstados modernos.

    Esta espacializacin del poder queterritorializa las ruinas y los artefactos anti-guos se hace particularmente visible en losmuseos que, conjuntamente con las bibliote-cas, se proponen registrar el pasado y des-cribir la geografa a la vez que romper con

    ella (Harvey 1998:300). La eficacia estti-ca y discursiva de las exposicionesmuseogrficas, las representaciones pictri-cas y los textos de los arquelogos fue capi-talizada por la geopoltica de la modernidad para re-presentar el ordenamiento de la geo-grafa del mundo mediante las llamadas ex- posiciones internacionales y para naturali-zar la jerarqua escalar de los Estados, las

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    regiones y los lugares en las exposicioneslocales.

    Existen suficientes indicios acerca de laocurrencia de una reconfiguracin en mar-cha de estas cartografas y geopolticas delconocimiento en las ltimas tres dcadas. Deuna parte puede observarse un reconocimien-to explcito o implcito de que las espaciali-dades afectan la produccin de pensamientoen un conjunto importante de pensamientos posmodernos, perifricos, epistemologasregionales, estudios poscoloniales y, para elcaso latinoamericano, teoras crticas de lageopoltica cultural de Occidente que no aca- ban de definir su nombre: estudios cultura-les, latinoamericanistas, subalternos o pos-occidentales (cf. Castro y Mendieta, eds.,1998). Ello se encuentra en consonancia conuna transformacin de los procesos y prcti-cas espaciales ligados a la globalizacin cuyogrado de discontinuidad con la geopolticade la modernidad se encuentra en debate a propsito de formulaciones sobre el debilita-miento de los Estados-nacin, ladesterritorializacin de las prcticas polti-cas, econmicas y sociales, la desaparicinde las fronteras, el re-escalamiento de las je-rarquas territoriales y la compresin del es- pacio-tiempo, por mencionar slo algunos delos temas clave de la geopoltica contempo-rnea (Tuathail 2000).

    Desde una mirada enfocada hacia el cam- po disciplinario esta activa y compleja din-mica espacial ha complicado la manera comose representa la diversidad de formas de ha-cer arqueologa. Las historias de la arqueo-

    loga, por lo menos hasta el trabajo monu-mental de Trigger (1992), eran ordenadas enuna progresin temporal de enfoques no slo porque primaba una estructura cronolgicade la narrativa sino porque se considerabaque la historia de la disciplina era una sola yacumulativa; aunque se reconocan enfoquesparalelos o tradiciones regionales ellono llegaba a comprometer la organizacinlineal de las historias. La dificultad de dar

    cuenta del pasado de la disciplina sin perder de vista desarrollos terico-metodolgicos ycontextos sociales geogrficamente diversosse pone de manifiesto en la ambigedad conla cual Trigger tuvo que definir el orden na-rrativo de su Historia del pensamiento ar-queolgico:

    ...el presente estudio no tratar las di-versas tendencias de interpretacin ar-queolgica desde una perspectivaespecficamentecronolgica, geogrfi-ca o subdisciplinaria...al contrario, in-tentar investigar una serie de orienta-ciones interpretativas en el orden ms omenos cronolgico en el que se origina-ron (Trigger 1992:23; cursivas agrega-das).

    Este ms o menos cronolgico responde ala imposibilidad de mantener una perspecti-va exclusivamente temporal en medio decartografas disciplinarias y geopolticas delconocimiento que cada da son ms comple- jas. Es quiz por ello que la expresin pai-saje terico de la arqueologa (i.e. Preucel yHodder 1996a; Hegmon 2003; Politis 2003) puede resultar ms cmoda y afortunada, auncuando no descanse siempre sobre una con-sideracin explcita de las relaciones entre elconocimiento arqueolgico y las espaciali-dades. Precisamente en la perspectiva deavanzar hacia un manejo ms integral, crti-co y explcito de las consecuencias que tiene para el pensamiento arqueolgico contem- porneo la cuestin espacial desarrollo a con-tinuacin los elementos bsicos de lo que serauna ontologa del espacio y algunas de susimplicaciones.

    Ontologa del espacio (y lasmaterialidades)Buena parte de los argumentos que he em- pleado para tratar de hacer visible el lugar de las espacialidades en el pensamiento mo-derno proviene de elaboraciones crticas quehan tratado de re-configurar la cuestin es- pacial en relacin con el tiempo y el ser en

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    las ltimas dcadas (i.e. Soja 1989; Pardo1992; Castro 1997; Harvey 1998; Santos2000). Aun cuando dispares en sus alcancesy diferentes en sus contextos de provenienciaestas elaboraciones podran ser acogidas enlo que Foucault (1967) visualiz como lapoca del espacio, sucednea de la poca dela historia o en lo que Jameson (1991:154)denomin giro espacial para referirse a unacrisis de las experiencias previas de espacioy tiempo que habra desembocando en unamayor relevancia de las categoras espacia-les en el pensamiento de la posmodernidad.

    En la perspectiva de avanzar desde la crti-ca del pensamiento moderno hacia la prefiguracin de las bondades que obtendra el pensamiento social luego del giro espacial laconstitucin de una ontologa del espacio apa-rece como una tarea central: qu es el espacioy cmo es posible conocerlo?;cmo replan-tear sus articulaciones con el tiempo, lasmaterialidades y lo social? En primer lugar se-ra necesario partir de una consideracin delespacio como sujeto y del sujeto como algoespacializado (Castro 1997:396) tratando deconstituir un pensamiento del afuera, de lasformas de la exterioridad, que parta de con-siderar que nuestra existencia es forzosamenteespacial, que somos cuerpos que ocupamos unespacio, que pensamos en el espacio y a loscuales el espacio pre-ocupa. Entre la crecientemuchedumbre de cosas (objetos, tiles, m-quinas y constructos estticos) las prcticassociales y las tcnicas de espacializacin pro-ducen nuevas espacialidades, es decir, determi-nadas formas de disposicin, distribucin, dis-

    tanciamiento y relacin entre los entes en el es- pacio (paisajes, territorios, lugares, cuerpos yartefactos) (Pardo 1992). En esta medida se prefigura una transformacin de la compren-sin de las relaciones entre espacio y sociedadque supera la forma tradicional de considerar el primero como un contenedor fsico sobre elque se derraman las actuaciones sociales y dever las espacialidades como simples expresio-nes, epifenmenos o revestimientos de algo ms

    esencial como lo histrico, lo econmico, lo poltico o lo cultural. En segundo lugar se tra-tara de problematizar la oposicin entre espa-cios objetivos y subjetivos. Empleando una me-tfora visual Soja (1989:121) consider que setrata de corregir la miopa de las miradasempiristas y cartesianas que se han detenido enla superficie formal de las espacialidades, tra-tndolas como colecciones de cosas, como apa-riencias sustantivas que pueden estar vincula-das con aspectos sociales pero que slo soncognoscibles en la medida en que se las natura-liza como cosas en s mismas. Tampoco se tra-ta de alimentar la hipermetropa de las mira-das que pretenden trascender la superficie for-mal de las espacialidades para hacerlas trans- parentes, explicando su existencia como re-pre-sentaciones, mapas cognitivos en los cuales laimagen mental posee una precedenciaepistemolgica sobre lo tangible y lo material.La apuesta de Soja, retomando los planteamien-tos pioneros de Lefevbre (1991), es por unainterpretacin materialista del espacio como producto y productor de lo social en la cualambos, el espacio material de naturaleza fsi-ca y el espacio ideacional de naturaleza huma-na, deben ser vistos como socialmente produ-cidos y reproducidos. Cada uno debe ser teori-zado y comprendido entonces, ontolgica yepistemolgicamente, como parte de la espa-cialidad de la vida social (Soja 1989:120). Entercer lugar el giro espacial no debe ser to-mado por una inversin en el orden de prece-dencia epistemolgica entre espacio y tiempo.Seguir el camino sugerido por el giro espacialno implica la aniquilacin del tiempo sino el

    ejercicio de repensar las relaciones entre espa-cio y tiempo de tal forma que, no obstante las bondades heursticas que en determinado mo-mento concede el tratamiento separado de lastrayectorias de cambio histrico, bien del espa-cio o del tiempo social, no se debe perder devista que, en ltima instancia, se trata del espa-cio-tiempo social (Wallerstein 1998; May yThrift, eds., 2001). Como seal Koselleck (2001:105) la bella expresin espacio de tiem-

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    po no sera slo una metfora de la cronologao de la clasificacin por pocas sino que ofre-cera la posibilidad de estudiar la remisin rec- proca del espacio y el tiempo en sus concretasarticulaciones histricas

    En la misma medida como las geografashistricas han pensado el espacio como unaentidad sujeta a transformaciones diacrnicases necesario plantear una geografa del tiem- po que parta de considerar la multiplici-dad de historias que son el espacio (Massey2000, citado por Amin 2002:391). En otras palabras, y sin desconocer los valiosos apor-tes que hayan podido realizar las geografashistricas a partir de una diferenciacin delos espacios en virtud del tiempo, sera nece-sario avanzar en un ejercicio ms complica-do como el acercamiento a la forma comolos procesos espaciales se relacionan con los procesos temporales para producir cronopolticas y geopolticas que definen lasmemorias, los olvidos, los imaginarios defuturo o la cancelacin de los sentidos deldevenir por parte de los actores sociales.

    Pero cmo ir ms all del discurso que predica la necesidad de tratar paralelamenteel tiempo y el espacio?; cmo traducir encategoras analticas esa mezcla que hace queel espacio sea tambin el tiempo y vicever-sa? (Santos 2000:44). Buscando una sali-da prctica Santos propone emplear las ca-tegoras de espacio y tiempo segn parmetros comparables; esto puede lograsemediante una empirizacin del tiempo cuyoarraigo en el principio de sucesin, y no desimultaneidad (como ocurre con el espacio),

    lo hace ms abstracto. Tal empirizacin deltiempo sera posible al aproximarse a la ma-terialidad de las tcnicas como dato consti-tutivo del espacio y el tiempo operacional ydel espacio y el tiempo percibidos (Santos2000:48). En este argumento se hace eviden-te la ntima conexin de las materialidadescon el problema general del espacio-tiempoen una perspectiva que involucra directamen-te a la arqueologa. Soja (1989:129) consi-

    der como uno de los elementos centrales desu ontologa del espacio, que laestructuracin espacio-temporal de la vidasocial define cmo las acciones y relacionesson materialmente constituidas, concreta-das. En este sentido se puede esperar que,en principio, el estudio arqueolgico de lasmaterialidades pueda conducir, a travs dela interpretacin de las relaciones y prcti-cas sociales en las cuales intervienen los ar-tefactos, a la comprensin de experienciasespecficas de espacio-tiempo.

    La arqueologa tiene una larga carrera enla tarea de materializar y espacializar temporalidades. Desde la temprana incorpo-racin de la estratigrafa, pasando por lastcnicas de seriacin hasta el desarrollo dedataciones fsico-qumicas, los arquelogoshan considerado que los indicadores tempo-rales son fundamentales para elaborar susinterpretaciones y explicaciones. El suminis-tro de temporalidad a las expresiones espa-ciales de los datos arqueolgicos es condi-cin de posibilidad para dinamizar las pre-guntas por el cambio social y las relacionesentre las sociedades y el medio ambiente(Gonzlez y Picazo 1998). Pero estas forta-lezas no suelen ser lo suficientemente explo-radas en su potencialidad para abordar di-mensiones del espacio-tiempo que no se ago-tan en las secuencias cronolgicas y la loca-lizacin y distribucin cartesiana de las evi-dencias.

    Es posible que el desarrollo de una onto-loga de las materialidades logre sobrepasar estas limitaciones en la medida en que pro-

    mueva el acercamiento a las evidencias ar-queolgicas al mismo nivel de complejidadque las temporalidades y las espacialidadessociales, es decir, que conceda a los artefac-tos la capacidad de intervenir activamente enla construccin de las experiencias espacio-temporales de una sociedad. En esta direc-cin pueden identificarse algunas propues-tas generales. Appadurai (1991) trat de su- perar el enfoque de las mercancas como

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    meros portadores de valor al proponer queexiste una vida social de las cosas, mien-tras que Latour (2000) consider que el es- pacio se constituye por redes entre actantes,categora que incluye tanto a entes humanoscomo no-humanos y desdibuja la lnea deruptura entre lo orgnico y lo inorgnico, elespritu y la materia. Finalmente, y como sn-toma de lo que podra ser una nueva miradade la oposicin entre materialidad y escritu-ra, en sus estudios histricos sobre la lecturaChartier (2000) redefini los textos como parte de la cultura material y plante que lascaractersticas del soporte fsico del lenguajeescrito no son un aspecto secundario en laconformacin histrica de los hbitos de lec-tura y escritura.

    En arqueologa se reconoce un desarrolloactivo hacia el abordaje expreso, crtico y re-flexivo de la cultura material y lasmaterialidades desde enfoques posprocesualeso interpretativos. La tesis pionera de Hodder (1982) sobre el desempeo activo de la cultu-ra material en las prcticas y estrategias so-ciales llam la atencin sobre el hecho de quelas evidencias arqueolgicas venan siendo tra-tadas como reflejos directos y pasivos de algoacontecido en el pasado. La idea de Shanks yTilley (1994:132) sobre la cultura materialcomo objetivacin del ser social seal unarelacin dialctica entre lo social y la culturamaterial en cuanto esta ltima es

    ...un recurso estructurado y estruc-turante... un elemento integral activa yrecursivamente involucrado en la vidasocial [que] juega un importante rol enla constitucin y transformacin de losmarcos de significado. Cada totalidadsocial es caracterizada por diferentes prc-ticas, estrategias y estructuras que sonespacial y temporalmente articuladas. Lacultura material hace parte de esa articu-lacin.

    Thomas (1999) trat de trascender la ambi-gedad que entraa la idea de cultura mate-rial (como esencia localizada en el mundo delas ideas o en el mundo de las presencias fsi-

    cas) y de su tratamiento como simple pro-ducto o reflejo de la sociedad y plante quelas materialidades hacen parte inherente delas relaciones sociales y que los artefactosestn implicados en la forma como creamos,damos sentido y transcurrimos en la vidacotidiana.

    Sobre la base de estos y otros plantea-mientos afines se han puesto en marcha, es- pecialmente en el mbito britnico, progra-mas de investigacin y proyectos acadmi-cos explcitamente centrados en el estudiointerdisciplinario de la cultura material5. Larelacin entre estas perspectivasinterpretativas de la cultura material y el abor-daje de la cuestin espacial puede verse enlas recientes arqueologas del paisaje. Por contraste con enfoques que haban adoptadola perspectiva del paisaje como medio am- biente o como sistema los enfoques crticoshan desarrollado la idea de paisaje como poder y como experiencia (Preucel y Hodder 1996b:32). En el primer sentido los paisajesson vistos como parte de relaciones de domi-nacin o resistencia porque pueden naturali-zar la espacialidad de las inequidades socia-les y contribuir con su perpetuacin o trans-formacin (i.e. Bender 1992). En el segundosentido los paisajes tienen que ver con lamanera como los sujetos, en tanto cuerpos,experimentan el mundo que los rodea y a tra-vs del cual discurren, simbolizndolo o per-cibindolo (i.e. Thomas 2001). En amboscasos la nocin tradicional de paisaje, fuer-temente anclada en las narrativas espacialesde la modernidad, es objeto de un ejercicio

    de desconstruccin como condicin de posi-5 Me refiero, por ejemplo, al Material and

    visual research group de University Collagede Londres, a la serie editorial Materialcultures. Interdisciplinary studies in mate-rial construction of social worlds y al Journal of Material Culture; en estos pro-yectos participan arquelogos como DanielMiller, Christopher Tilley, Victor Buchli yBarbara Bender.

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    bilidad para aproximarse a diferentes percep-ciones del espacio. En este sentido podradecirse que la idea de paisaje, una vez some-tida a la crtica cultural de su gnesis como parte de un discurso espacial de dominacin,ha sido re-significada por los arquelogos para acceder a los paisajes invisibles osubalternos y, con ello, a experiencias al-ternativas de espacio y tiempo.

    Aproximaciones similares al paisaje per-miten establecer la importancia de estudiar la produccin social del espacio para com- prender el cambio social en el mbito msamplio de la transformacin de las experien-cias de espacio y tiempo. Como seal Cria-do (1995:194):

    ... las transformaciones sociales impli-can un cambio en la administracin dela racionalidad espacial al interior de lassociedades involucradas. El cambio pue-de, en el mismo sentido, implicar nue-vas formas de conceptualizar tiempo yespacio como correlatos bsicos de nue-vas estrategias sociales que implican laconstruccin del paisaje.

    Muchos de los planteamientos efectuados por las nuevas arqueologas del paisaje son sub-sidiarias de los enfoques interpretativos dela cultura material ya mencionados pero debereconocerse que desbordan el escenariogeopoltico de tensin entre arqueologas procesuales (de origen norteamericano) y posprocesuales (de origen britnico), ofre-cen una mayor apertura terica y son desa-rrolladas en un mbito acadmico ms am- plio que incorpora planteamientos efectua-dos desde otros pases de Europa, Amrica yOceana (Ashmore 2004). De estas arqueo-logas del paisaje me interesa resaltar el de-sarrollo de una idea de monumento comomaterialidad vinculante de las espacialida-des y las temporalidades sociales. En lo que podra ser identificado como un argumentosimilar al efectuado en su momento por Foucault acerca de que todo documento esmonumento, es decir, que todo testimonio

    histrico es, en cierta medida, producto delas relaciones de poder de las sociedades quelo produjeron y de aquellas que permitieronsu conservacin o provocaron su deterioro(Le Goff 1991:227; Foucault 1997:10), esteacercamiento a los monumentos arqueolgi-cos se interesa por comprender la maneracomo hacan parte activa de formas deespacializacin de poder y de las relacionessociales en el pasado, procurando mediantesu visibilidad, su tangibilidad y su correla-cin espacial con otros tems un desplieguede sentidos de igualdad, pertenencia y conti-nuidad o de desigualdad, exclusin y cam- bio (cf. Criado 1999;Thomas 2001).

    Buena parte de los planteamientos men-cionados sobre materialidad y paisaje en laarqueologa contempornea descansan sobrela idea de cultura material como un cuasi tex-to que hay que decodificar y del arquelogocomo un lector que construye sentido yendoy viniendo del texto al contexto. Los alcan-ces de esta analoga no son claros. Hodder (1988:150) consider que en muchos aspec-tos la cultura material no es, en absoluto unlenguaje; es, sobre todo, accin y prctica enel mundo; en su opinin los smboloslingsticos son ms precisos, abstractos, uni-codificados, lineales y no arbitrarios porqueson realizados mediante prcticas discursivasy conscientes; en cambio los smbolos mate-riales son ms flexibles y ambiguos, multi-codificados y multidimensionales porque sonrealizados mediante prcticas que, a menu-do, son subconscientes o no-discursivas(Hodder 1988:149ss; Preucel y Hodder

    1996c:299ss). El problema de fondo puedeestar relacionado con la falta de claridad con-ceptual: ... an no estamos completamenteseguros de qu es lo que entendemos exacta-mente por texto y a qu datos podemos apli-car apropiadamente la comparacin (Buchli1995:183). De hecho, la analoga es estable-cida unas veces con el lenguaje oral y otrascon el lenguaje escrito, sin que medie ningu-na aclaracin. El empleo de metforas o ana-

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    logas entre cultura material y texto ha servi-do, ms all de su aplicacin cabal, para re-conocer que las materialidades estn simb-licamente constituidas y, sobre todo, que es-tn activamente involucradas en la dinmicasocial:

    El propsito principal de plantear queen algunos aspectos la metfora del tex-to es apropiada para la cultura materiales llevar a los arquelogos lejos de laidea que los datos son un registro pasi-vo con slo un significado (Hodder 1992:84).

    Mirado en perspectiva este recurso a la ana-loga del texto se encuentra en estrecha rela-cin con el acercamiento de los arquelogos

    posprocesuales a otros pensamientos socia-les luego de la relacin casi exclusiva que lasarqueologas procesuales y funcionalistashaban establecido con las ciencias natura-les. El retorno a la historia y la hermenu-tica, paralelo al influjo de planteamientosestructuralistas y posestructuralistas que ca-racterizan a las arqueologas posprocesuales(Patterson 1989), hizo valiosas las analogastextuales pero no deja de ser paradjico que

    la arqueologa, usualmente referida al estu-dio de las sociedades sin escritura, haya aco-gido la metfora de la escritura para definir un asunto de la mayor importancia para ladisciplina: la ontologa de la cultura mate-rial. Para buena parte de los arquelogos posprocesuales la arqueologa es una disci- plina histrica en contraposicin a los plan-teamientos abiertamente anti-historicistas quedominaron el escenario anglosajn durantelas dcadas de 1960 y 1970. Por contrastecon la relevancia dada al tema del tiempo yla historia un examen de los temas o proble-mas considerados por los autores pertene-cientes al ncleo duro de la arqueologa posprocesual o interpretativa como consti-tuyentes de su pensamiento o centrales parael desarrollo de las agendas de investigacinindica que, por lo menos en los aos inicialesy hasta bien entrada la dcada de 1990, el

    asunto de las espacialidades no constituyun tpico especial (cf. Hodder 1992:86;Shanks y Tilley 1994:259; Shanks y Hodder 1995:5). El tema espacial no puede ser con-siderado como una tensin relevante entre procesualismo y posprocesualismo, comotampoco uno de los rasgos que caracterizanlas diferencias entre tendencias al interior deeste ltimo (Patterson 1990). El esfuerzo por constituir una ontologa de las materialidadesen las arqueologas posprocesuales se hizosin avanzar en una desconstruccin paralelade las relaciones entre espacio y tiempo; por eso la reflexin sigui efectundose en elmarco moderno del primado del tiempo so- bre el espacio. Si esto fue as habra que pre-guntarse si las arqueologas posprocesualesno han transitado, siguiendo la metfora deSoja, desde la miopa hacia la hipermetropadel espacio al otorgar a las materialidadesun estatuto que est fundamentado en la in-terioridad del lenguaje: la ontologa de lasmaterialidades habra estado mediada ms por un giro lingstico (sensu Rorty) que por un giro espacial. Apropiando elementosvinculados a las tesis estructuralistas sobreel lenguaje y posestructuralistas sobre el textolos arquelogos posprocesuales habran re-suelto mediante un exceso de subjetividadel problema bsico del registro arqueolgicocomo un sistema de signos incompleto (Cria-do 1995:202). No obstante, la relevancia otor-gada al paisaje como tema que desborda ladinmica de las arqueologas posprocesuales puede ser vista como el preludio hacia unabordaje integral de la triloga espacio-tiem-

    po-materialidades. Ello debera conducir ha-cia una apertura conceptual dentro de la cualel paisaje es slo una categora espacial allado de otras como el cuerpo, el lugar, el te-rritorio y la frontera; tambin sera necesa-rio abrir el panorama de las problemticascon las cuales se vinculan esas categoras enel pensamiento socioespacial contemporneocomo, por ejemplo, la geopoltica del cono-

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    cimiento y los procesos de (des) (re)-territorializacin y re-escalamiento.

    Espacio-tiempo de la arqueologalatinoamericana

    Dentro de las historias y paisajes tericos dela arqueologa latinoamericana el abordajereflexivo y crtico de la cuestin espacial noes particularmente visible. En las diferentestendencias terico-metodolgicas reconoci-das por Politis (2003) slo en el enfoque his-trico-cultural se aprecia el afn de producir sistematizaciones espacio-temporales quecorresponden a una concepcin cartesiana detiempo y espacio en la cual este ltimo es,

    fundamentalmente, una extensin sobre lacual se ubican los hallazgos y se mapeanreas culturales. Dentro de las metodologasasociadas al influjo local que tuvo la nuevaarqueologa solamente puede identificarse laintroduccin de modelos de anlisis espacial,siempre sobre la base de una concepcincartesiana del espacio.

    La idea del espacio y, por extensin, de los paisajes y monumentos arqueolgicos como

    productos sociales no es nueva en las arqueo-logas latinoamericanas; muchos de los estu-dios preocupados por las relaciones seres hu-manos-ambiente, la arquitectura ceremonial, elcambio y la complejizacin social se refieren,frecuentemente, al medio ambienteculturalmente transformado, a la socializacinde la naturaleza y al control poltico del espa-cio. No obstante, el enunciado del espacio como produccin social no constituye por s slo la base de una ontologa del espacio. Es la idea delas espacialidades y, por extensin, de lasmaterialidades como elementos que afectan lasdinmicas sociales, incluidos el pensamiento ylas temporalidades, lo que puede ser considera-do como indicativo fundamental de un giro enel pensamiento del espacio y la cultura mate-rial. Ello es lo que diferencia el abordaje delespacio y las materialidades como simples re-cursos, manifestaciones, expresiones o medios

    para el despliegue de lo social y lo cultural desu consideracin como agentes activos en laconstruccin social de la realidad.

    Los tratamientos del primer tipo puedenconducir, aun cuando no de manera expedi-ta, hacia un abordaje ms consciente del es- pacio como produccin y elementoestructurante de lo social, como puede verseen algunos anlisis espaciales asociados aestudios sobre la economa poltica de lassociedades precolombinas. Ms all del es-tablecimiento de patrones de asentamiento enlos cuales las jerarquas en el tamao, densi-dad y complejidad arquitectnica de los si-tios son tomadas como reflejo de determina-das formas de organizacin social el recono-cimiento de relaciones espaciales estableci-das de forma intencional por parte de las elites(por ejemplo, entre sitios ceremoniales y cen-tros de poder) puede desembocar en un abor-daje explcito de que la produccin social delespacio juega un rol definitivo en la configu-racin de sistemas polticos y econmicos y,an, en el tipo de trayectorias de cambio so-cial (i.e. Curet y Oliver 1998; Siegel 1999).Los anlisis espaciales de tipo instrumental pueden conducir hacia la valoracin de losmonumentos y perspectivas visuales del pai-saje en trminos de la constitucin deterritorialidades (i.e. Dever 1999; Lpez2001). Los estudios efectuados desde pers- pectivas ms simblicas, en los cuales el abor-daje del espacio no constituye el ejeinterpretativo, pueden conducir a plantea-mientos sobre las espacialidades como cons-trucciones culturales. Existe una amplia se-

    rie de estudios sobre arquitectura, estatuaria,arte rupestre y prcticas funerarias en la cual,a partir de presupuestos semiticos oestructuralistas, se proponen claves acercade la manera como las representacionesmticas y cosmolgicas inscritas en la mate-rialidad ordenan y dan sentido a los espaciosfsicos e, incluso, a las temporalidades (i.e.Velandia 1994; Llanos 1995)

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    Es necesario destacar estudios recientes enlos que puede identificarse un inters expreso por situar la cuestin de las espacialidades y lasmaterialidades como eje interpretativo del traba- jo arqueolgico. En algunos casos la reflexinterica es provocada desde planteamientos de lageografa crtica y las teoras sociales de la praxisy la estructuracin de tal forma que los aportes posprocesuales son abordados en un horizonteterico ms amplio, permitiendo cierta autono-ma crtica y capacidad de innovacin (cf. Acuto1999a, 1999b; Lazzari 1999a, 1999b, 2005).Los planteamientos sobre la cultura materialcomo agente activo en las relaciones sociales yel paisaje como parte de narrativas ideolgicashan sido aplicados al anlisis de la relacin entre prcticas de la representacin y representacinde las prcticas en la construccin de narrativassobre el paisaje (Haber 2000).

    Aun cuando estos trabajos estn, general-mente, relacionados con los planteamientos posprocesuales sobre la condicin simblica dela cultura material reconocen la necesidad deavanzar en un tratamiento crtico de la metforatextual. As, por ejemplo, Haber (2000:29) se-al que:

    El paisaje no est enteramente all paraser conocido sin ms, [si no que] el supues-to de la naturaleza natural naturalmentenaturaliza las prcticas de apropiacin. Peroel paisaje tampoco est enteramente aqusurgiendo de la pura imaginacin pues,como se ha visto, la imaginacin tambines una prctica social y, como tal, se vincu-la a realidades concretas de apropiacin.

    Lazzari (2005) considera que admitir la capa-cidad de los objetos para crear, modificar y andistorsionar prcticas y significados implica en-focarse hacia los objetos rechazando tanto eldeterminismo causal del construccionismo comodel materialismo. En este sentido propone quems que un texto para leer o decodificar elmundo es una textura para sentir y utilizar; unafabrica de ritmos y relaciones comprendidas atravs de la praxis (Lazzari 2005).

    En otros trabajos realizados recientemen-te se emplean, recurrentemente, los conceptos

    de paisaje y monumento desarrollados por Felipe Criado en Espaa que tienen la ventajade encadenar las nociones de espacio, tiempoy materialidades. Troncoso (2001, 2004) haabordado el estudio de arte rupestre chilenocomo elemento articulador de las relacionesentre espacio, cultura material y poder para proponer interpretaciones sobre territorios yfronteras. Pintos (2000) y Gianotti (2000)abordan los montculos o cerritos de Uruguaycomo monumentos que transforman la natu-raleza y, en consecuencia, las relaciones so-ciales y las concepciones de espacio y tiempo.Curtoni (2000) se interesa por diferentes for-mas de espacializacin de las identidades cul-turales en la Pampa argentina.

    En la perspectiva de la arqueologa histricase puede observar el inters creciente por la cues-tin de la cultura material y su relacin con ladocumentacin escrita. La necesidad de conce- bir la cultura material como elemento socialmenteactivo se convierte en un imperativo porque es preciso agotar su potencial para abordar aspec-tos sociales que, de otro modo, ya estaran di-chos en la historiografa. En Brasil Funari y Orser han efectuado excavaciones en asentamientos denegros cimarrones (kilombos), resaltando el he-cho de que la arqueologa histrica puede desa-fiar narrativas oficiales de poder que son fre-cuentemente representadas en los documentos(Orser y Funari 2001:69). En Argentina una ar-queologa de las arquitecturas (Zarankin 1999a,1999b; Senatore 2004) permite vincular las premisas sobre cultura material de la arqueolo-ga histrica a la mirada de los espacios comodispositivos de control poltico y social. En Co-

    lombia Therrien (2004) ha enfatizado la cons-truccin de paisajes industriales como tctica delas elites para domesticar los espacios urbanos.

    Una mirada parcial (seguramente hay msejemplos de los citados) permite identificar queel pensamiento crtico y reflexivo sobre las espa-cialidades y las materialidades est presente, auncuando de manera dispersa, en las arqueologaslatinoamericanas. Dar un paso ms all, en la perspectiva de considerar el ejercicio arqueol-

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    gico como una prctica discursiva espacialmentemediada, podra conducir a hacer ms claro el paisaje terico de las arqueologas latinoameri-canas en la perspectiva de comprender mejor nuestra situacin y posibilidades en el mapageopoltico del conocimiento.

    ConclusionesUna inversin o, por lo menos, un aplanamien-to del esquema de precedencia entre tiempo,espacio y materialidades debe conducir, necesa-riamente, a una reconfiguracin ontolgica yepistemolgica de los objetivos de la disciplina yde sus relaciones con otros campos de conoci-miento dentro de lo que sera una nueva carto-

    grafa del pensamiento social. La arqueologa,lejos de definir su campo de accin en trminostemporales (prehistoria-historia), debera desple-gar el potencial que le permiten sus vnculos conla cuestin espacial, abordando las espacialida-des ms all del plano puramente instrumental;tambin debera ser capaz de contribuir a la cons-truccin de una ontologa de las materialidades porque son su fortaleza y campo de accin comodisciplina. Estas perspectivas abren la posibili-dad de ampliar el trabajo tradicional de registrode las evidencias arqueolgicas en el espacio-tiempo de las coordenadas y las dataciones ha-cia la reconstruccin de las experiencias y con-cepciones de espacio y tiempo y susinterrelaciones con la cultura material en los pro-cesos sociales que estudia la arqueologa. Comoseal Harvey (1998:243) la historia del cam- bio social est capturada en parte por la historiade las concepciones del espacio y el tiempo y losusos ideolgicos para los cuales se esgrimen aque-llas concepciones.

    Recurriendo a la terminologa lingstica setratara de abordar, de manera complementaria pero crtica, la produccin etic y emic del espa-cio-tiempo. As, por ejemplo, la pregunta por elcambio social no slo debera incorporar el an-lisis de los factores estrictamente ecolgicos, eco-nmicos, demogrficos o polticos que incidenen la transformacin social sino, adems, anli-

    sis encaminados a comprender la manera comoel cambio social fue producido, concebido y/omanipulado por parte de los actores sociales a partir del manejo poltico de las memorias, lasterritorialidades y la cultura material. Como su-cede con los historiadores que tratan de recons-truir las llamadas realidades del pasado sin tra-tar de reconstruir las antiguas concepciones delespacio [y del tiempo- agregado mo] (Koselleck 2001:98) los arquelogos hemos desplegado tec-nologas refinadas para elaborar espacio-tempo-ralmente nuestros datos pero poco hemos hecho para tratar de comprender las experiencias yconcepciones del espacio y el tiempo propias delas sociedades que estudiamos.

    Dado el modo reflexivo de las tendencias msrecientes en arqueologa la incorporacin deformulaciones tericas de alto nivel ha tenido eldoble efecto de definir sustantivamente lo quedebe ser materia primordial de estudio y enmar-car la comprensin del ejercicio de la disciplina.El retorno a la historia y el acercamiento a lasteoras del lenguaje han definido una preocupa-cin creciente por abordar el registro arqueol-gico en cuanto histrica y simblicamente me-diado; adems, una arqueologa que se compren-de histricamente contingente y cambiante estabocada a un ejercicio de interpretacinlingsticamente pre-definido. En ese sentido se-ra posible y deseable que el creciente inters por las espacialidades y la cultura material no slocondujera a una tentativa de acercamiento a lasexperiencias espaciales y materiales de las so-ciedades que estudia el arquelogo sino, adems,a una comprensin de la prctica arqueolgicacomo espacial y materialmente mediada.

    Indicios a favor de ello se observan en unaserie de posturas que van de lo implcito a loexplcito, desde el empleo de metforas espacia-les para referirse a la prctica disciplinaria (como paisajes tericos), pasando por el reconocimien-to de las implicaciones que han tenido latangibilidad y visibilidad de las representacionesmuseogrficas en la constitucin de percepcio-nes sobre el pasado y la espacialidad de lo pol-tico, hasta lo que parece ser un reconocimiento

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    de que la produccin de conocimiento arqueol-gico se encuentra fuertemente vinculada a lageopoltica. En cierto sentido el desarrollo de lastendencias regionales de la arqueologa latinoa-mericana parece corresponder ms a unageopoltica del conocimiento que a un procesode evolucin histrica. Transitar por ese caminode manera explcita y crtica podra conducir auna situacin menos dependiente, en trminosintelectuales, de los arquelogos latinoamerica-nos respecto de la produccin terica ymetodolgica que se realiza en Europa y NorteAmrica. Develar la trampa a-espacial del pensamiento moderno implica tomar conscien-cia de las relaciones entre lo que se dice, desdednde se dice y la autoridad de lo que se dice.Los anhelos de lo que pudiera ser una arqueolo-ga latinoamericana que, adems de producir datos y escuchar, logre dialogar con criterios propios en las redes interdiscursivas de la ar-queologa mundial debe pasar por una geopolticacrtica del pensamiento que ajuste los trminosen que han operado los intercambios.

    Pero hay an otra implicacin de lo que serauna arqueologa espacialmente mediada. La for-ma como los objetos y discursos arqueolgicos pueden ser abordados por el pblico depende, en buena medida, de la manera como ste experi-menta su devenir en el tiempo, su habitar en elespacio y su interaccin con los objetos. En estecontexto las materialidades tendran la particu-laridad de hacer visible el tiempo en relacin conlas espacialidades (Walsh 1997:133), lo que lesotorga una condicin nica y activa en la pro-duccin del espacio y el tiempo social con con-secuencias importantes en cuanto a la constitu-

    cin de nuevas memorias y territorios.En el contexto de una creciente proliferacinde teoras que pretenden explicar la pos-moder-nidad, la tardo-modernidad o la sobre-moderni-dad en trminos de compresiones y

    distanciamientos espacio-temporales (Harvey1998; Castells 1999) o de aceleraciones del tiem- po y encogimientos del espacio (Aug 1996)como nuevas teleologas de la globalizacin esnecesario avanzar hacia un mejor conocimientode las experiencias previas o paralelas de espa-cio-tiempo y sus articulaciones (May y Thrift,eds., 2001), tarea en la que puede y debe partici- par una arqueologa preocupada por las espa-cialidades y las materialidades.

    Quiero cerrar este ensayo trayendo a co-lacin una frase de Antanas Mockus (1992), por entonces vice-rector de la Universidad Nacional de Colombia, pronunciada en laapertura del seminario preparatorio para elSegundo Congreso Mundial de Arqueolo-ga, realizado en Paipa, Colombia, en 1990:Ustedes los arquelogos devuelven met-dicamente al tiempo lo que encuentran en elespacio. Es cierto; los arquelogos han sa- bido, quiz como ningn otro estudioso delo social, cmo producir tiempo a partir delespacio y las materialidades. Esta invitacines a hacer posible un manejo ms integralde estas tres categoras, devolviendo met-dicamente al espacio lo que hemos ordena-do fundamentalmente en el tiempo. La invi-tacin es a perder un poco de tiempo re-considerando el lugar del espacio y lasmaterialidades en arqueologa.

    AgradecimientosAl grupo de investigadores del INER que ha participado, activamente, en la formulacindel proyecto de Maestra en EstudiosSocioespaciales, as como a los editores yevaluadores annimos de la revista, quienesconsideraron pertinente la temtica y contri- buyeron con recomendaciones para mejorar su estructura y presentacin.

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