antonin artaud los cenci

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ACTO I ESCENA I Una galeria profunda y en espiral. Camilo y Cenci entran con- uersando. CAMILO. - jBah! ... Un asesinato no es un drama. Para quien dis- pone de la vida de las almas, despues de todo, ,que es en ulrirna insrancia la perdida de un cuerpo? Sin embargo, existen las apa- riencias: sf, la moral publica, las costumbres, toda una fachada so- cial que el Papa vaJora especialrnenre, Es la causa de su dureza con Ud ... Yde sus exigencias... Y fue necesaria toda mi influeneia en el conclave para inducirlos a librarlo a usred de toda sospecha. Cedale sus rierras siruadas mas alla del Pincio y pasara la esponja sobre sus pecados. CENCI.- jMaidici6n l jUn tercio de mis posesiones! CAMILO.- ,Le parece demasiado? CENCI.- Es demasiado que la vida de un hombre sea tasada en rres loces de tierra con sus viriedos incluidos. CAMILO. - ,De que se queja? CENCI. - Me quejo de mi cobardfa. CAMILO. - ,Le gustarfa mas, sin duda, que su crimen fuera de- nunciado? CENCI. - ,Y enronces? iLa publicidad que se le ha dado a mi cri- men no quiere decir que tenga que expiarlo! CAMILO. - ,Y que haria Ud.? 23

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ACTO I

ESCENA I

Una galeria profunda y en espiral. Camilo y Cenci entran con­uersando.

CAMILO. - jBah!... Un asesinato no es un drama. Para quien dis­pone de la vida de las almas, despues de todo, ,que es en ulrirnainsrancia la perdida de un cuerpo? Sin embargo, existen las apa­riencias: sf, la moral publica, las costumbres, toda una fachada so­cial que el Papa vaJora especialrnenre, Es la causa de su dureza conUd ... Yde sus exigencias... Y fue necesaria toda mi influeneia enel conclave para inducirlos a librarlo a usred de toda sospecha.Cedale sus rierras siruadas mas alla del Pincio y pasara la esponjasobre sus pecados.

CENCI.- jMaidici6n l jUn tercio de mis posesiones!

CAMILO.- ,Le parece demasiado?

CENCI.- Es demasiado que la vida de un hombre sea tasada enrres loces de tierra con sus viriedos incluidos.

CAMILO. - ,De que se queja?

CENCI. - Me quejo de mi cobardfa.

CAMILO. - ,Le gustarfa mas, sin duda, que su crimen fuera de­nunciado?

CENCI. - ,Y enronces? iLa publicidad que se le ha dado a mi cri­men no quiere decir que tenga que expiarlo!

CAMILO. - ,Y que haria Ud.?

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CENCI. - La guerra. Me veo perfectamenre bien haciendole laguerra al papado, Este Papa es demasiado amigo de las riquezas, Yhoy dia es muy faci! para un poderoso terrareniente tapar sus cri­menes con sus denarios, Prefiero a la plebe antes que a todos esossoberbios, Detras de las muraHas armadas de mi castillo de Petre­lla, me sicnro capaz de desafiar las iras del papado,

CAMILO. - [Caramba! iC6mo se deja impresionar por una sim­ple cuesrion de coneieneia!

CENCI. - Lo que nos separa a nosotros, a Ud. y ami, es que yono tomo conciencia de las miserias de la misma forma que Ud.

CAMILO. - jCalma, conde Cenci, calma' No va a soliviantar to­do un pais por un crimen que se Ie ha dicho que ya esta expiado.

CENCI. - En efecro•.es 10 que me deriene. iLa guerra me desvia­ria de cierto plan!

CAMILO. - Sin duda alguna nueva ignominia con la cual su es­piritu se complace.

~EN.CI. - Puede ser, Pero es mi problema. La Iglesia no tienenmgun derecho a me terse en mi coraz6n secreto,

CAMILO. - Conde Cenci, estamos cansados de batallas, E1 mun­do es debil. ansla la paz. El gesto del Papa es un gesto de rreguaque incita a la calma.

CENCI. - Celebrarfa esra amnistia general COn una orgia d6ndev~n a estar rodos Uds. invitados: jefes de la nobleza y del saccrdo­ClO. una gran orgia de tiempos de molicie, donde los vicios delviejo Conde Cenci les mosrraran 10 que quiere decir la paz.

CAMILO. - Suficienre. Conde Cenci, suficiente. Terminaria Ud.por hacerme [amentar rni elocuencia. Ud. no es tan joven comopara tener ciernpo atin para lamentar su pasado,

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CENCI. - jPavadas! jEstas cosas de la Iglesia! Para mf no hay masni futuro ni pasado, por 10 tanto no hay ningun arrepentirnientoposible. S610 me ocupo de perfeccionar bien mis crlmencs, Unabella obra de arte negra, es la unica herencia que rodavia me im­porra dejar.

CAMILO. - Ud. seria pueril, conde Cenci. si yo no fuese pagadopor creer en SU sinceridad.

CENCI. - Al fin las palabras de un hombre que sabe compren­derme, Yo serla un nino, en efecro, si no se pudiese creer que soyun verdadero rnonstruo, porque rodos los crimenes que me irna­gino. ru sabes muy bien que soy capaz de comererlos.

CAMILO. - La que me da miedo no es la muerte de un hombre.porque final mente a esra vida humana tan preciada, la hipocresfasocial se las arregla para sacrificarla en exceso, cada vez que so pre­texto de golpe de estado, de revoluei6n, de guerra. ella se escudadetras de su habitual cornplice, el destine.

CENCI. - No me has enrendido tan mal. Porque mira. yo. elvie­jo Conde Cenci. solido todavia en su frigil esqueleto, me pasamas de una vez en suefios de identificarrne COn eI destine. Ahf es­fa la razon de mis vieios y de esta inclinaci6n natural al odio, don­de mis mas cercanos son los que mas me molesran, Yo me creo ysoy Una fuerza de la naturaleza, Para rnl, no hay ni vida, ni muer­re, ni dios, ni incesto, ni arrepentimiento, ni crimen. Obedezco ami ley que no me da vertigo, y mala suerte para quien esta atra­pado y se hunde en el abismo en que me he transformado. Buscoy hago el mal porque es mi destine y por principio. No sabrla re­sisrir a las fuerzas que arden por abalanzarse en mi.

CAMILO. - Si creyera en Dios, diria que hay aqul una prueba dela antigua hagiografia crisriana: Lucifer no habla mejor que ru.

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(Aqui se oye La voz de Andrea desde bastidores)

ANDREA. - Senor, aquf hay alguien de Salamanca que dice te­net noticias imporrantes y convenientes para comunicarre.

CENCI. - Esta bien. Que espere en mi gabinere privado.

CAMILO. - Adios, Sin embargo, voy a rezar al Senor para quetus palabras impfas y sacrllegas no obliguen a su espfriru a aban­donarte tan rapidarnente,

(Sale Camilo)

CENCI. - iUn tercio de mis bienes! Y 10 que queda para endul­zar los dfas de mis descendientes. iAy Dios! Salamanca no esta aunbastanre lejana: solo queda la muerre de la cual se sabe por expe­riencia que las almas se resisten a aparecer una vez que ya se hanido. Sin embargo. yo esperaba verme liberado de esas dos. Las ve­las del entierro es todo 10 que yo puedo todavla pagarles.Lo que diferencia los hechos de la vida de los del teatro, es que enla vida se hace mas y se dice rnenos, y que en el reatro se hablamucho para hacer muy poca cosa. Sin embargo, yo, reestablecerlael equilibrio y 10 reestableceria en perjuicio de la vida. Lo restariade mi numerosa familia.

(Sepone a contar con los dedos)

Dos hijos alia, una mujer aqui. En cuanto a mi hija rarnbien laperjudico, ipero por otros caminos! El mal despues de rodo, no es­ra desprovisto de gozo. Torturarfa el alma aprovechando el cuer­po, yen cuanro esto este hecho en la medida que un hombre vi­viente pueda hacerlo, que vengan a revelar mi farsa y mi gusto porel teatro, si pueden. Quiero decir, si se atreven.

(Aqui, il estira La mano derecha y muestra su dedo me­fiique que cuelga)

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Queda todavia una cosa pendiente: Bernardo. Les dejare a mi hi-jo menor, Bernardo, para que pueda llorar sobre ellos, .

(Exhala, al aire)

Aire, te conflo mis pensamientos.

(Vtl Y vienepor La galeria)

Y ni, eco de mis pasos, corre por el aire. Ustedes son tan silencio­sos uno como el otro, Ni los muros los escuchadan.

(Saca su espada y da un gran golpe sabre un gong. An­

drea, elsirviente, aparece)

ANDREA. - Monsefior,

CENCI. _ Ve y dile a Beatriz, mi hija, que quiero verla a solas.

Esta noche, a medianoche. Desaparece.

TEL6N

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FSCENAII

ORSINO. - BEATRlZ.

A la derecha, Ia galeria delPalacio Cenci. Al centro, unJardin alum­brado por /a luna.

BEATRIZ. - ,Se acuerda usted dellugar donde ruvimos nuesrrapr~mera co~versaci6n? ]u'tamente desde aqui se ve e1lugar del ci­pres. La rrusma luna que esa noche descend fa por las laderas delPincio,

ORSINO. - Me acuerdo, entonees deda que me queria.

BEATRIZ. - Usrcd cs cura, no me hable de amor.

ORSINO. - Que importan mis votos, puesto que la he vuelto a

enc~nrrar; no hay Iglesia que pueda luchar Contra mi propio co­razon,

~EAT~Z. - No es la Iglesia ni su corazon 10 que nos separa, Or­Sino, srno el desrino.

ORSINO. - ,Que destino?

BEATRIZ. - Mi padre. Ese es mi rnaldito destine.

ORSINO. - ,Su padre?

BEATRIZ. - Por su culpa ya no esroy hecha para los amores hu­manos. Mis amorcs cuentan solo para la muerte.

ORSINO. - Abandone esc tono sibilino. Cualquiera sean los obs­taculos, me hare fuertc para vencerlos, siempre que me sienta res­paldado por usted,

BEATRlZ. - iRespaldado por mi' No cuente con eso, no cuente

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mas con eso, Orsino. Aqui hay algo mas que un hombre que va yviene entre esas rnurallas de rniseria, y me obliga a ml, a quedar­me. Y por mas que me parezca dura mi esclavitud tiene nombresqueridos. Antes de Orsino, esra Bernardo, y mi madre que sufre.EI arnor para rni no tiene mas las virtudes del sufrimienro. El de­ber es rni unico amor.

ORSINO. - Hoy sopla pot aqui, un extrafio aire de misticismo.Confiesese, hace falta un sacramento insigne, para exorcizar codasesas locuras,

BEATRIZ. - No hay sacramento para luchar contra la crueldadque me oprirne. Hay que actual. Esra noche mi padre da una fies­ta sunruosa, Orsino; ha recibido noticias felices de Salamanca, dernis hermanos que estan alia. Es por esta demosrraci6n exterior deamor que se buda de su odio secrero. Es una audaz hipocresla,pues tendrla mas alegria en festejar sus muertes, por las que 10 hevisro rogar de rodillas ... iGran Dios, que un padre sernejanre pue­da ser el mio!Se han hecho grandes preparatives y rodos mis parientes Cencivan a estar alla con toda la alta nobleza de Roma.Nos ha mandado decir a mi madre yam! que nos vistarnos connuesrras mas bellas galas de fiesta [Pobre mujer' Ella espera algunfeliz alivio a sus sombrios pensamiemos; yo, nada.En 1a cornida, volverernos a hablar de rodo coraz6n; hasta enton­ces, adios.

(Salt Beatrlz)

ORSINO. - iHasta I. ceria! No voy a esperar hasta enronces. Yonecesito tu corazon, Beatriz, y estarta muy loco si lo dejara es­capar.

(Orsino sale)

TEL6N

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ESCENA III

Cenci, Camilo, Beatriz, Lucrecia e inuitados entre las cuales estd e!Principe Colonna. Gran cantidad de maniquies. La escena recuerda

mds 0 menos las bodas de Cana, pero es mds bdrbara. Vuelan al vien­to los cortinados purpura y caen en pesados pliegues sobre las mura­llas. Repentinammre, al leuantarse e! telon, estalla la escena de unaorgia furiosa, pintada como en rrompe I'oeil.

Las campanas de Roma suenan a todo ouelo, pero en sordina, deacuerdo con el ritmo turbulento del ftstin.

Las voces suben de tono, tomando el sonido grave 0 sobreagudoy

clarificado de las campanas. Por momentos, un sonido uoluminoso seexpande y estalla como detenido por un obstdcula que 10 hace resur­gir como flechas afiladas.

CENCI (Se leuanta, ya un poco destpeinado). - Mis queridos ami­gos, la soledad es mala consejera. Por demasiado tiernpo, he vivi­do lejos de ustedes, Mas de uno, 10 se, me ha crefdo rnuerto, y ca­si diria se ha alegrada de mi rnuerre, sin arreverse, sin embargo, areemplazarme por mi propia descendencia. Yo misrno, siguiendoen eso la mala volunrad general, me he puesro a considerar a ve­ces el miro en que me he convertido,Hoy, he venido para decirles que el miro Cenci ha llegado a su fin,y que esroy lisro para realizar mi leyenda.Toquen esros huesos y diganme si estan hechos para vivir en silen­cio y recogimienro.

CAMILO. - iSe ha levamado viento? jUn extrafio aireciro frio meha subido, de repente, por la espalda!

UN INVITADO. - Esre preambulo no presagia nada bueno.

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OTRO INVITADO (con voz estrangulada). - Si l'Kuclldo'~,Conde Cenci, ni nos has reunido para fesrejar un "ccln~que te concierne. II' ..I,,."(,',('il.i·' ,/,t

CENCI. - Los he reunido, no para desrruir, pero sl pltra d:/1\8t.mar una leyenda, y ames de eso, yo les pregunro, iSoyyo elboM.bre de los crlmenes que me son impurados? T u, Principe Colo~~

na, con testa.

(El Principe Colonna se leuanta}

COLONNA. - AI verte, porque creo comprenderte, dirla que to­dos aqut, rodos nosorros, esramos muy lejos de pensar en un ase­sinato,

CENCI. - Es jusramenre 10 que querla olrte decir; nosorros no te­nemos ni los unos ni los otros aspecto de asesinos,

(Aqui cada inoitado mira a su uecino disimuladamente)

CAMILO. - Yo re entiendo, pero como enrre rinieblas. Lo que di­ces no es muy catolico: pero mi conocimienro del idioma de laIglesia me permire adivinarre. Sin embargo, me cosraria decir quenueva maldad va a resulrar de esro.

UN INVITADO. - Nosotros suponiamos que una sanra razon tehabfa impulsado a reunirnos.

CENCI. - Que orra sanra razon es la que regocija mi corazon depadre y me demuestra que Dios me ha escuchado generosamenre.

UN INVITADO. - iEscuchado en que?

BEATRIZ (muy inquieta en su sitio, simula leuantarse). - jDiosmfo! Creo comprender 10 que va a agregar.

LUCRECIA (poniendole la mano sobre el hombro). - Pero no,rranquilicese hijita.

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CENCI. - Tengo dos hijos que no han cesado de atorrnentar micorazon de padre.

Es por ese motivo que he sido escuchado.

BEATRIZ (afirmando y adivinando). - A mis hermanos les ha pa­sado una desgracia horrible.

LUCRECIA. - iPero, no! iEJ no hablarfa Con tal cinismo!

BEATRIZ. - Estoy asustada,

CENCI. - Tome, Beatriz, lea estas cartas a su madre y que se di­ga despues de esto si eI cielo no esta de mi lado.

(Beatriz duda)

Acl esta, roma y mira 10 que he hecho por tus hermanos.

(La mirada desafiante del Conde Cenci hace lentamen­te un recorridopor el salon)

iEnronces que! Ustedes se niegan a comprender: mis hijos desobe­dientes y rebeldes estan muertos. Muerros, desaparecidos, acaba­dos, (me oyen? Y que vengan a hablarme, si quieren, de amor pa­rernal: dos cuerpos rnenos para preocuparme.

(Lucrecia que tambien se habla levantado, se desplomaen los braeos de Beatriz)

BEAT~Z. - No.es verdad. Abra los ojos, madrecita. Los cieJos yase hubiesen partido en dos si esto no fuese Una menrira, No sepuede desafiar irnpunernenre la justicia divina.

CENCI. - Que un rayo de Dios caiga sobre mi cabeza si mienro.Esra justicia que invocas, ya veras que esta de mi lado. .

(Blande las cartes sobre su cabeza)

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EI primero muri6 sepultado por los escombros de lIIIlI iglcsia. eu­

ya cupula cay6 sobre el. EI otro muri6 por culpa 'de uni'mientras que el rival de los dos hada eJ arnor con 511 ~.'. ",' iganme entonces, despues de esro, si la providencia no ~, " Ii

. ' 'f~, '~PS(1

mlgo.: ",r: ~t

UN INVITADO. - iAntorchas, antorchas, anrorchas!.iAntordwpara iluminar mi camino, me voy!

CENCI. - Espere

OTRO INVITADO. - iPero no!, quedare, la payasada es quizasexagerada. Pero no es mas que una payasada.

CENCI (leuantando una copa de uino). - Este vino no es una pa­yasada. EI sacerdote bebe su Dios en la misa. iQuien entoncespuede impedirme creet que yo bebo la sangre de mis hijos!

EL MISMO INVITADO. - Serias un loco si.no fueras tan pate­tico. Vayamonos rodos.

CAMILO. - Cenci, no estas en tu sano juicio. Todavia quierocreer que suefias, Dejarne decirles que no estas bien.

UN INVITADO. - Si, esroy sofiando que he escuchado bien.

(Griterio. Los invitados seprecipitan hacia la salida)

CENCI. - Bebo por la condena de mi familia. Si Dios existe, quela certera maldici6n de un padre los despoje a rodos del trono deDios.

(Un gran silencio. El griterio cesa de golpe. Todo el

mundo queda clavado en su sitio)

Toma Andrea, ofrece vino a todos

(Andrea, temblando, empieza a pasar entre los in vita-

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dos. Uno de ellos hace volar la copa de un rnanotazo enel momenta en que Andrea se acerca)

UN INVITADO (con uoz exasperada), - '~esino' (No habra unhombre capaz de hacerle tragar sus palabras ignominiosas?

CENCI. - Quedense en sus sirios, 0 nadie saldra vivo de aqui.

(Los inoitados aparecen en desorden por todos lados. Sepisotean enloquecidos y auanzan como si jUeran a unabatalla, pero a una batalla de fantasmas. Salen comopara atacar fantasmas, los brazos en alto como si tuuie­ran en las manos una lanza 0 un escudo) .

BEATRIZ (Cerrdndoles la salida). - Por piedad, nos se vayan, no­bles invitados. Ustedes son padres.No nos dejen con esta bestia salvaje, 0 yo no pod ria mas ver unacabeza canosa sin sentir el deseo de blasfemar contra la paternidad.

CENCI (Dirigiindose a los inuitados, apretados todos en un rin­con). - Ella tiene razon: rodos ustedes son padres. Es por eso queles aconsejo pensar en los suyos antes de abrir la boca sobre 10que acaba de suceder aquf.

(Beatriz corre alrededor del escenario y se para delantede su padre)

BEATRIZ. - Tii, ten mucho cuidado.

(Cenci hace el gesto de pegarle)

Tened mucho cuidado, que si Dios recibe la maldicion de un malpadre, no les de armas a sus hijos.

(Todos lospresentes, como si hubieran recibido un pune­tazo en el estomago, respiran y despuis pegan un gritoestridente. Luego se precipitan hacia sodas las salidas.Beatriz retoma su movimiento girando y enfrentadoahara a Ia multitud)

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jCobardes! ,Todavla no han elegido entre el y nosotros?

CENCI. - Vayan, jjtintense todos para aplasrarrne! No seran bas­tantes todas sus fuerzas juntas. Y ahora, afuera todo el mundo,quiero quedarme solo con esta,

(La senala a Beatriz. Los inuitadossevan mdos juntos alos empujones, solo Colonna y Camilo tratan timida­mente de hacer frente y salen juntos con un aire digno.Beatriz, que se ocupa de Lucrecia, parece no haberentendtdo las Ultimas palabras de Cenci. Se preparapara salir siguiendo a los demds. Lucrecia, que se harennimado, solloza)

LUCRECIA. - jDios mlo! ,Que otra cosa mas ha dicho?

CENCI (a Lucrecia). - Usred, vaya a su cuarto,

(Beatriz acercdndose a ella)

Tu, no tan rapido, No re iris antes de haberme escuchado bien.

(Lucrecia trata de cerrarle el paso a Cenci. Beatriz lehace una setial con Iacabeza de no hacer nada. Lucreciaha comprendido, se ua lentamente, desputs de una ';Iti­ma mirada a Beatriz. Beatriz y el viejo Cenci quedanenfrentados. Se miden largamente con la mirada. Cencise dirige a la mesay sesirue otro uaso de uino. De pron­to, muchas antorchas se apagan. Se oyen, ahara, lossonidos graves de las campanas. Una Calma extraiiaflota sobre Ia escena. Algo como un sonido de violinvibra muy alto y suauemente. Beatriz se sienta en unasilla y espera. Cenci seacerca lentamente a ella. Su acti­tud se ha transformado completamente. Aparenta unasuerte de gran emocion serena. Beatriz 10 mira y pare­ceria tambien que Ia desconfiaza de ella, repentina­mente, se ha disipado)

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CENCI (en tono bumilde y muy emocionado). - Beacriz.

BEATRIZ. - Padre.

(Ella dice 10 siguiente en un tono emocionado y pro­fundo)

Apartate de rnl, hombre impio. No olvidare nunca que fuiste mipadre, pero desaparece. Can esta condicion podria quizas perdo­narre,

CENCI (sepasa la mano por la fente). - Tu padre tiene sed, Bea­triz. (No Ie darfas alga de beber a tu padre?

(Beatriz ua a la mesa y le alcanza una enorme copa deuino. Cenci toma la copa y hace ademdn de pasar lamano sobre elpelo de Beatriz. Beatriz que acercaba lacabeza, la retira violentamente)

CENCI (con un tono bajoy los dientes apretados). - jAh, vihota! Sede un hechizo que te valved mansa y entregada.

(ilnte las ultimas palabras de Cenci, Beatriz se sientedominada por una inmensa locura. De pronto seescapade un salta como si hubiese comprendido todo. Andrea,que sigue los mouimientos de su patron, hace elgesto decerrarle el pasoa Beatriz)

Deja no mas.

(Una pausa)

Deja, el hechizo se cumple. Ahara ella no se me puede escapar.

TEL6N

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ACTO II

ESCENAI

BEATRIZ - LUCRECIA. - BERNARDO.

Un dormitorio en el Palacio Cenci. En el medio del cuarto unacama grande. EI dia estd terminando.

LUCRECIA (meciendo a Bernardo). - No llores, Yo no soy tu ma­

dre, pero te quiero mas que tu madre. He sufrido y para una mu­jer digna de lIamarse mujer, Bernardo, todo gran dolor moral escomo un nuevo parto

(Beatriz irrumpe, enloquecida, en la escena)

BEATRIZ. - (Ha pasado par ad? (La ha visto Ud. madre?

(Afina el oldo)

Es el. Oigo sus pasos en la escalera, (No es su mana sabre la pu~r­

ta? Desde ayer 10 oigo par todos lados. No puedo mas, Lucrecia.Ayudanos, madre, ayudanos, Estey cansada de tanto luchar,

(Lucrecia toma en sus manos la cabeza de Beatriz.Silencio. Afuera los pajaroscbillan. Se oyen como desdearriba, ruidos de pasos)

·Ah! Ese paso que rerumba en las paredes. Su paso. La veo como

~i esruviera aqui. Su cara espantosa resplandece. Deberia odiarlo,pero no puedo, Su viva imagen esta en rnl, como un crimen quellevo dentro,

LUCRECIA. - Calma, calma, hijira, Un crimen solo existe cuan­do se ha cometido.

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(Beatriz se retuerce las manos y de repente un sollozo laahoga y va en aumento)

BEATRIZ. -Prefiero morirme antes que cederle,

LUCRECIA. - ,Cederle?

BEATRIZ. - Si. iConoces un padre que pueda tener eI coraje dedejar madurar en el, y conservar una monscruosidad semejante,sin que el coraz6n Ie falle?

LUCRECIA. - Perc, finalmente, ,a que ha podido atreverse?

BEATRIZ. - Hay alguna cosa a la que el no pueda atreverse? To­do 10 que he soportadc es nada ",1 lado de 10 que el se prepara ahacerrne, Me ha alimentado con manjares apestados, Me ha he­cho asistir dfa a dla al lento martirio de mis hermanos, y sabes queno me he quejado. Pero ahora ... ahora ...

(Se retuerce las manos, soliow cada uez mds. La puerta

se abre. Beatriz se tobresalta y se leuanta de improuiso.La mucama aparece. Beatrizuuelue a sentarse, aliviada)

iGracias, Dios mlo! No es mi padre.

MUCAMA. - El sefior Orsino manda preguntar a que hora po­drfa verla con toda discreei6n.

LUCRECIA. - Esra noche, en la iglesia.

(La mucama sale y depronto, los pasos oidos antes, cru­jen con intensidad. Beatriz escucha alerta, se leuantaotra uez. Cenci acaba de entraren el dormitorio)

BEATRIZ. - iAh!

(Cenci, que se acercaba a Bernardo, ue de pronto aBeatriz)

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CENCI. - jAh!

(Despues como si se preparase a tomar una grave deci­sion, dice nueuamente)

Ah!

(Beatriz; en un rincon tiembla como una gacela, y ama­ga, pero sin resoluerse, un gesto de escaparse aftera)

CENCI (acercdndose a ella). - Puede quedarse, Beatriz, Anoche seatrevio a mirarme a la cara.

(Beatriz cada vez mds temblorosa, empieza a deslizarsepor la pared)

CENCI (tironedndola del braze), - jBueno!... ,Que esta esperando?

LUCRECIA (interponiendose). - jPOt piedad!

CENCI. - Ustedes ya me conocen demasiado bien como paraque yo aun pueda sentir vergiienza por 10 que pienso.

LUCRECIA. -Por piedad, mi querido esposo, Esta desfallecien­teo No la torture.

(Bernardo, que se ha leuantado, sepone a su uez detrdsde Lucrecia)

CENCI. - jA tu sitio, vieja!(A Bernardo)

Y ni tarnbien, ru presencia me recuerda algunos amorcs s6rdidosque han arruinado mis rnejores afios. Vete, odio los afeminados.Que se vaya. Su cara lechosa me da nauseas,

(Lucrecia hace senas a Bernardo para que se vaya. Estese dirige hacia lapuerta y de repente, precipitdndose so­breBeatriz; la toma de la mano y trata de arrastrarla)

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Derenganse. a mejor no. De usredes dos, el que me interesasiempre se donde encontrarlo.

(Beatriz y Bernardo se van. Cenci, depues de dar unavuelsa por el cuarto, se tira comodamente sabre fa cama)

LUCRECIA. - iLe duele algo?

CENCI. - SI, la familia. Es ahf donde esroy herido.

LUCRECIA (con un tono de profunda ldstima). - Desgraciada­mente cada una de sus nuevas palabras es como un golpe que nosda.

CENCI (sentada sabre el borde de fa cama). - iY que? Es la fami­lia que ha viciado rodo.

LUCRECIA. - iY que? 5610 la familia te habra permitido tener lamedida de la crueldad. Sin la familia, ique serfas tu?

CENCI. - Ninguna comunicaci6n humana es posible entre seresque no han nacido sino para eliminarse uno al otro y que ardenpor devorarse

LUCRECIA. - iDios mlo!

CENCI. - Al diablo con tu Dlos.

LUCRECIA. - Pero con palabras asi, no hay mas sociedad.

CENCI. - La familia que yo dirijo y que he creado es mi unicasociedad

LUCRECIA. - Eso es tirania.

CENCI. - La tiranfa es la unica arrna que me queda para lucharCOntra la guerra que usredes trarnan.

LUCRECIA. - No hay guerra mas que en tu cabeza, Cenci.

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CENCI. - Hay la que ustedes me hacen y que se, todavla mejor,devolverselas. Arrevete a decir que no has sido tu la que ha suge­rido a rni hija rransforrnar el banquete de anoche en un encuen­

tro de asesinos.

LUCRECIA. - Que me lleve Dios si he tenido los pensarnienrosque usted me atribuye.

CENCI. - Cuando el crimen no les basta, ustedes usan Ia calum­nia criminal. Como rni espfritu dernasiado perspicaz les molesta,han tratado de hacerme encerrar como a un loco. Tu, mi hija Bea­triz y mis hijos, de quienes, justamenre, la providencia que invo­cas me acaba de Iiberar; rodos eran parte del inmundo cornplor.

LUCRECIA. - Me ahogo.

CENCI. - No culpe mas que a usrcd misma del aire que respira,

LUCRECIA. - Dejarne buscar un lugar donde pueda ternblar en

paz.

CENCI. - En efecto, puedes prepararte a temblar, pero no de lamanera que te imaginas. Tu, Beatriz y ese aborro que mimas co­mo si 10 hubieras parido, preparense a hacer su equipaje.

LUCRECIA (con un suspiro resignado). - iPara d6nde?

CENCI. - Para Petrella. Tengo en rnis tierras un castillo rnudo,que nunca ha dejado entrever los secreros que guarda. Aila podran

cornplorar en paz.

LUCRECIA. - Yo en tu lugar esperarla un tiempo para to maraliento antes de seguir acusandonos,

CENCI. - iRespirar en este ambience infectado!

LUCRECIA. - 5610 su imaginaci6n sacrilega ha creado la atmos­

fera que a usted 10 enferma.

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CENCI. - Si esroy enfermo es s610 a rnl que me corresponde li­berarrne. Por el rnornenro a ustedes los tengo aislados,

(La noche cae sobre elgran cuarto. Cenci seacerca len­tamente a un espacio todavia iluminado. Cenci, dan­do algunos p450S bacia el !ado por donde Lucrecia hasalida}

Y ni, neche, ttl que engrandeces todo, entra aquf (se golpea en elmedio delpecho) Cart las formas desmesuradas de todos los crlme­nes que uno imagina. No puedes expulsarrne de mi mismo. EI he­cho que lIevo en mf es mas grande que tu,

:rELON

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ESCENA II

CAMILO. - GIACOMO.

Un lugar indeterminado. Pasillo, pdramo, escalera, galeria 0 fa quese quiera. Las tinieblas enuueluen todo.

CAMILO. - Vamos, eres un verdadero Cenci. Pero si tuviese quedane un consejo, es no cansar al Papa con (Us lamentos de escri­ba enloquecido,

GIACOMO. - (Que quiere decir eso, Senot Camilo?

CAMILO. - Quiere decir que tienes rodos los defectos de la fa­milia Cenci, sin tenet la fuerza. Si tu padre re ha desheredado, escon el con quien tienes que arreglarre, sin POt eso recurrir al Papaen auxilio de (Us sordidas dispuras,

GIACOMO. - Emonces, ,debo pelearme, la guerra? Tengo quetornar a mi padre del cuello.

CAMILO. - Sf, si rienes el coraje, de 10 cual dudo, De rodos losCenci, ni eres el iinico a1 que la idea de un asesinato puede hacerternblar,

GIACOMO. - Pero 10 que tu me pides hacer, no es la guerra ami padre, es la guerra a la auroridad,

CAMILO. - Pot riesgosa que sea la ptopuesta, no es como pataespantarrne. He conocido los tiempos en los que los hijos ten Iana su servicio a sus viejos padres, pero con este demonic de Cenci,son los padres cuyo despotisrno secrario provoca a los hijos a re­

belarse.

GIACOMO. - Para set un sacerdote de [csucrisro, hablas un len­guaje muy extrafio. Yo no se si la anarquia cs muy recomendable,

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Tu Papa es como el dormiJ6n de la fabula: se agira en suefios y sonesos los curas que nos empujan a mararnos entre nosotros, Tencuidado que lo que tu aconsejas hacer. no se transforme en unasuerre de guerra contra ttl propia auroridad.

(Entre cada una de lasfrases, sus pasos simulan conti­nuar caminando, pero no auanzan como normalmentedeber/an hacerfq)

CAMILO. - Una protesra general de la que desde ya Yeo los Iirni­res, no esra hecha para preocuparme.

GIACOMO. - iNo es par tUS consejos, serpiente, que e! Papa Ieha sugendo a rru padre conspirar para desheredarnos?

CAMILO. - Nuestra alta rnonarquia eclesiastica, asi como la orra,ha odiado siempre el feudalismo.

GIACOMO. - iY enronces que

CAMILO. - iNo cornprendes que la fortuna del viejo Cenci, sustesoros,. sus casrilles, sus rierras deben volver al papado, pasandopor enama de Ja fumiJial

GIACOMO. - Eres de un cinismo capaz de rebelar a los fides, sies que rodavla exisren en el catolicismo.

~ILO. - Todo 10 que digo, jamas he temido pedirlo en plenoconclave. Los Papas estan hechos de cinisrno.

(Una pausa. Se los oye volver a caminar, pero sus cuer­pos no auanzan nada)

GIACOMO. - Si no fuera par miedo a Ja rniseria, no ternerfa exi­liarme. Un pais donde los viejos son Ia ley, ha terrninado par as­quearme. No hay fortuna que no se pueda volver a hacer cuandose esra apoyado par los suyos, Yo no puedo conrar mas can los

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mlos, Es su amor que ha buscado convencer a rni padre de delpo·jarme de 10 que yo tenia.

CAMILO. - tComo es esoi

GIACOMO. - Cornudo y estafado. Eso es 10 que soya los ojosde rni mujer que no se decide a perdonarme. Y sus hijos revelo­

rean a su alrededor como los rep roches que ella me haria.

CAMILO. - Ahara entiendo redo.

GIACOMO. - 51, el desprecio que engendra el odio, esa es la he­

rencia que Cenci me ha dejado.

CAMILO. -Escuchame, no quiero que nadie dude de 10 que voy

a tener que sugenrre.

GLACOMO. - jAb! jOilo enseguida!

(Aqul se oyen pasos preapitados. Camilo seesfuma y de­saparece. Orsino entra)

CAMILO (Cuya voz llega en un soplo). - Vaya, aqui hay alguien

que podra aclararte rnejor las cosas.

ORSINO. - iQue cornplotaban can ese cura rarado?

GIACOMO. - iYo? Nada. Usted sabe muy bien del enredo enque estoy merido. Ese cura piensa que Ud. tiene una manera que

pueda ayudarme a librarme de .01.

ORSINO. - Til, rus hermanos, tU hermana, ru padre; no cesaranhasra haber desrrozado rodo. (Hacienda un aparte) Quiero darle a

esta raza maldira los medias para que se devore.Sabes que yo iba a casarrnc con Bearriz, Su viejo padre anua demanera de echar par tierra las esperanzas que yo alimenraba. Aca­ba de caer sabre roda esta gente una exrrafia faralidad. Los hijosmueren, e1 padre extraviado, la hija surnida en insoportable mis-

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ticismo. Ud. no estaba en Roma anoche, peto es imposible que nohaya Ilegado a sus oidos el escandalo que estallo en este palacioque para Ud. esta vedado para siempre.

GIACOMO. - (Que escandalo?

ORSINO. - Todas las puertas cerradas, los invitados creyeron verlIegar su ultima hora, Yo, por otto lado, me he enterado de rodoeso por las indiscreciones de la servidumbre. Los verdaderos invi­rados tienen la boca sellada.

GIACOMO. - (A tal punto?

ORSINO. - (De d6nde sale Ud.? Se dirla que olvido de que san­gre viciada proviene usred, De rodos rnodos, el viejo Cenci ha sa­bido imponer e1 silencio a sus invitados,

GIACOMO. - En nuestros dias tal secrero ya no seria posible deocultar. Estarnos, al fin y al cabo, en el.siglo XVI. Yel rnundo haprogresado.

ORSINO. -Yen cuanto a su hermana y a Lucrecia, no necesirodecirle 10 agobiadas que estan por el terror.

GIACOMO. - Y bueno ... todo esto viene de rnaravillas, porqueyo tambien esroy destrozado,

ORSINO. - A1go me dice, sefior Cenci, que este sornerirnienrono puede durat mas. He visro al Papa para tratar de interesarlo enlos sufrimienros de esta familia arerrorizada, Su Santidad se me haretdo en la cara. "(Que me subleve, me dijo, contra la autoridadnatural de un padre; que debilite, de esa forma, eI principio de mipropia auroridad?" "No, jarnas", agreg6. Es Ud. mismo quien tie­ne que hacerse cargo. Cuando no hay justicia, es bueno que todoslos oprimidos se agrupen fuera de toda legalidad.

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GIACOMO. - Sienro que mi exasperaci6n ha superado los limi­tes y por otro lado no tengo nada mas que arriesgar.

ORSINO. - El mundo tiembla al borde del abismo. Es el rno­mente de intentarlo rodo. Te dejo, signore Giacomo. Reflexionasobre 10 que te acabo de decir. Y acuerdate que los intereses de tufamilia como los mios propios, estan desde ahora coaligados.

TEL6N

47

ACTO III

ESCENA I

BEATRIZ. - LUCRECIA.

BEATRIZ (entrando a escena enloquecida). - jUna armadura y unafortaleza! jOn ejerciro! iUna coraza secreta!Que no pueda mas acercarse a ml.;

LUCRECIA. - (Quien?

BEATRIZ. - jMi padre!

LUCRECIA. - (Que ha hecho? jTengo rniedo de enrender!

BEATRIZ. - Debes decidirre a comprender que 10 peor ,ya est.hecho,

LUCRECIA. - iLo peor? iQue ha podido agregar de peor a todo10 que nos ha hecho soportar?

BEATRIZ. - Cenci, mi padre, me ha ultrajado

(Se derrumba sollozando. Lucrecia atrauiesa la escenapersignandos« cuatro ueces)

LUCRECIA. - jDios mlo! jDios mio' pios mlo! jDios mio!

BEATRIZ (entre sollozos). - Todo esra contaminado. Todo. EIcuerpo esta sucio, pero es el alma la que ha sido profanada. Ya nohay ni un pedazo de rnf misma donde pueda refugiarme.

(Lucrecia separa cerca de ella)

LUCRECIA. - Cuentarne rodo 10 que paso.

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(Beatriz solloza cuatro ueces, suspirando)

BEATRIZ. - Mi unico crimen es haber nacido. Si bien puedo ele­gir mi rnuerte, no he podido elegir mi nacimiento. Es ahl donde

estalla la faralidad.

(Abraza las piernas de Lucrecia como 10 hizo MariaMagdalena al pie de la cruz)

Dime, madre, ni que 10 sabes, si rodas las familias son parecidas,porque entonces yo podrfa perdonarme la injusticia de haber na­cido,

LUCRECIA (separdndose suauemente), - Clllate, me obligaras a

acusar a la justicia que permite sernejanres crimenes.

BEATRIZ. - Ahora me doy cuema 10 que sufren los locos, la 10­cura es como la muerte. Yo esroy rnuerra y mi alma que se aferraa la vida, no consigue liberarse.

LUCRECIA (arrodillandose allado de ella). - Te suplico Beatriz,sufre, tratare de consolartelPero vuelve a la realidad, yo enloquezco cuando desvarias. Si no

puedes volver en ti rnisma, crceria que estamos rodos poseldos.

BEATRIZ. -Uds. las rnadres, no saben mas que quejarse. Y mien­tras tanto aqui, bajo nuestros pies, se unen las fuerzas de un mun­

do dispuesco a arrasar COn rodo.

LUCRECIA (escondiendo la cara entre las manos). - jMi Dios!Tengo mucho rniedo que 10 peor aun no haya sucedido.

BEATRIZ (entre sollozos). - Ha habido en este mundo salvaje co­sas horribles, exrraordinarias uniones, exrrafias confusiones del

bien y del mal. Pero jamas una mente ha sofiado...

(Un silencio)

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Cuando era chica, tenia un suefio que se repetia rodas las noches.Yo estoy desnuda en un gran cuarro, y un animal como solo exis­ten en los suefios no cesa de jadear.Me doy cuenta que mi cuerpo brilla. Quiero huir, pero tengo quedisirnular rni deslurnbrante desnudez,Enronces se abre una puerta.Tengo hambre y sed y, de repente, descubro que no esroy soja.

iNo!Junto con el animal que jadea a mi lado, parece que otras cosasrespiran, y entonces, yeo hervir a mis pies un rnundo de COSas as­querosas. Yese mundo esra tarnbien harnbrienro,Ernpiezo una carrera obstinada para tratar de volver a encontrar laluz. jPorque siento que s610 la Iuz me va a perrnirir saciarme! Pe­ro, la bestia que se pega a ml, me persigue de cueva en cueva, Ysintiendola sobre rnf comprendo que mi hambre no es solo un ca­pricho. Yes que cada vez, cuando sienro que mis fuerzas estan apunto de abandonarme, despierro de golpe.Lucrecia, tu que has sido como mi madre, dime que me compren­des, porque, hoy te puedo decir que mi suefio curiosarnente se haesfumado.

LUCRECIA. - No era necesario til suefio para hacerme ver queuno no escapa a su destine,

BEATRlZ . - No poder creer que haya sofiadoQue mi suerio de nina se repitaY que una puerta donde alguien va a golpearAl abrirse me did otra vezQue es el memento de despertarrne

(Alguien golpea suauemente La puerta que se abre casiinmediatamente, dejando entrar a Orsino con Giacomo,que se esconde detras de II)

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Orsino, ies enronces una ley de familia que los padres por poseera sus hijas, deban deshacerse de sus hijos?

ORSINO. - ,Que es lo que quiere decir?

BEATRIZ. - Quiero decir que Cenci, mi padre, ha llegado al col­

mo de sus aberraciones.

ORSINO. - Es previsible ... pero no 10 es.

BEATRlZ. - Que sea 0 que no sea, abstengase de preguntarselo.Esro es. Eseo ha sido. Yahora aconsejerne de manera que esro, enadelanre, no vuelva a suceder Otra vez.

LUCRECIA. - Orsino, si puedes hacer algo, te suplico que inter­

vengas, tengo miedo.

ORSINO. - Hay jueces. Redacte una den uncia. Enrregue a su pa­dre a los brazos seculares.

BEATRIZ. - iD6nde esta el juez que podd devolverme el aJma?Hayen mis venas, Orsino, una sangre que no deberia estar aHI. Nopuedo creer ahora mas que en la justicia que yo misma elegire.

ORSINO. - ,Cual?

BEATRlZ. - No Jo se... pero algo hay que hacer. Un hecho cnor­me que borre hasra la sombra de este crimen.He sofiado en rnorir, pero rerno que rni rnuerre sea un refugiocontra un crimen que rodavla no ha sido expiado.

ORSINO. - iMorir? No se deje influir por las apariencias, su jus­

ricia es para los insensaros.

BEATRlZ. - Y bueno, proponga alguna cosa. piga algol Por masatroz que sea, no hay modo al que yo no pueda asociarme. Pero10 mas irnportanre es actuar sin demora

5\

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TEL6N

genre de esa calafia se encuentra f.1cilmente. pero CllOI d..-ato­bre los asesino, cornunes la venraja de no hablar.

BEATRIZ. - La prudencia no excluye la urgencia; Orsino, mafia­

na sera demasiado tarde.

(En ese momenta se escucban unospesos)

LUCRECIA. - jDios rniol Es Cenci que vuelve imprevistamenre.

BEATRIZ. - Los pasos que llegan no deben jamas pasar por elpuente que acabo de mencionar.

LUCRECIA. - iConoces esa horrible y salvaje prisi6n que se co­

noce por el castillo de Petrella?Es alia que el quiere encerrarnos.

BEATRIZ. - No riene que llegar a eso.

ORSINO. - iSera de dla rodavfa cuando ustedes lleguen alli?

LUCRECIA. - Recien se habra puesro el sol.

BEATRIZ. - Pero yo recuerdo que ados millas antes de llegar alcastillo el camino cruza una especie de precipicio, abajo un ro­rrente tenebroso hierve constantemenre denrro de las cuevas, y so­bre el abismo han rendido un puente.

GIACOMO (desapareciendo). - La familia, el oro, la justicia, ro­

do 10 pongo en la rnisma bolsa.

(Todos se van)

ORSINO. - Esroy a favor de una jusricia eficienre que resue!va 10que se ha propuesw. No descarro la violencia, ciertarnente, peroquiero que se aproveche bien la violencia. Detesto los hechos des­Iurnbrantes y que hay que repetir sin cesar.iUsted quiere vengatse, me imagino'... iQuiere sobre todo irnpe­dit a Cenci volver a empezar?

BEATRIZ. - iSl!

ORSINO. - iYbueno! No alborote la opinion publica. Acnie, Pe­ro acnie en silencio. Es e! momenro de los asesinos ocultos.

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BEATRIZ. - Ocultos, iPOt que? Ire a las plazas publicas a decirque mi padre me ha deshonrado,

(Aqui Orsino descubre a Giacomo que seadelanta)

ORSINO. - Aqul Ie traigo un nuevo oprimido. Aconsejele quevaya a gritat POt la ciudad, que Cenci, SU padre, 10 ha esquilma­do. Mi justicia es prudente y sabe e1egir los recursos que le evitanfracasar.

(Los lleua a todos a un rincon}

Tomen a Giacomo con usredes...] untense, Incluyan a Bernardoen eI secrete. Hagan frenre contra una autoridad descarriada, Re­consrruyan una familia. Es alrededor de la sangre de las familiasque se concenrran los mejores conspiradores. Con Bernardo su­man cuatro, Que queden cuarro en el secreto del hecho. Para elacto en sf tengo dos mudos ...

BEATRIZ. - iii!!!

LUCRECIA. -iii!!!

ORSINO. - Sf. Dos desalrnados idiotas y obstinados que a la vi­da de un hombre Ie dan la imporrancia de un pape! roto. Hoy dia

ESCENA II

En tinieblas. La escena recomienza sin interruption. Una tormen­ta espantosa sedesencadena. Algunos truenos estallan en cortos inter­ualos. Inmediatamente se ve entrar a Orsino, seguido por susdos ase­sinos. Lucban contra un uiento furioso. Orsino ubica a susasesinos.

ORSINO. - Han enrendido. Somos nosotros la tempestad, POteso mismo no ternan gritar.

GIACOMO. - iCrees que podran hacerlo? Pideles que maten asu hombre, no les pidas concertar sus mentes con la rempestad de­sencadenada ..

(Se oyen tres fuertes truenos. Aparecen uarios hombrescon armaduras, se mueuen con excesiua lentitud, 'COmolos pendulos delgran reloj de la Catedra] de Estrasbur­go, Truena sin cesar)

ORSINO. - Quedate tranquilo. Todo esta bien. Cada uno sabe elrol que tiene que cumplir.

GIACOMO, - Tengo miedo que por haberlo ensayado tanto, nosepan hacerlo de verdad.

(Los pasos entrecortados se oyen nuevamente,Lucrecia, Bernardo y Beatriz aparecen marcbando almismo paso de estatuas, y muy lejos atrds, cerrando lamarcha, auanza el Conde Cenci. La tormenta arreciamdsy mds. Y mezcladas con el uiento se oyen voces quepronuncian el nombre de Cenci, primero con un tonoprolongado y agudo, y despuis como el compds del pin­dulo de un reloj. Cenci, Cenci, Cenci, Cenci.

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Por mementos todas las voces se[untan en un punto delcielo como miles de pdjaros que se unen en ouelo. Des­puis, las voces exageradas se oyen como en un uuelo muycercano}

CENCI (enfrentando a las voces, grita en la tormenta), - iY bueno,que!

(En el mismo instante se uen las siluetas de los asesinosque brotan como trompos y se cruzan bajo un reldmpa­go. Al mismo tiempo se oyen dos [uertes disparos de pis­tola. Todo seoscurece. Cesan los reldmpagos y todo desa­parece)

GIACOMO. - iEntonces fall6?

ORSINO. - jFaIl6!.

TEL6N

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ACTO IV

ESCENA I

CENCI - LUCRECIA.

Cenci entra empujando a Lucrecia.

CENCI. - ,D6nde se esconde ella? ,D6nde se esconde? Deseo,furor, arnor, no se que, pero me estoy quemando. Tengo hambrede ella. Ve a buscarrnela.LUCRECIA. - jBasta!... jBasta!... jBasta! Aire. Un descanso.Quiero vivir, No hernos nacido para ser marririzadas.

CENCI. - ,Y yo, puedes decirrne por que he nacido?

LUCRECIA. - No se porque has nacido, pero s.o que rodos tuscrlmenes hacen que tu vida sea una cosa precaria, Cenci, bien pre­caria, y muy expuesra.

CENCI. - Mienrras tanto ve a traerrnela.

(Lucrecia sale. De pronto Cenci duday se pasa ia mano

por la frenre)

CENCI (con una especie de risa), - ijQue me arrepienral? ,Porque? EI arrepentirniento esra en manes de Dios. Es .01 quien debelarnenrar mi acto. ,Por que me ha hecho padre de un ser que to­

do me incira a desear? Que quienes acusen mi crimen, cuipen pri­rnero a la fatalidad. ,Ljbre? Cuando el cielo esd a PUnto de caer­nos sobre la cabeza, ,qui.on puede, to davia, atreverse a hablarnosde libenad?

(Se aleja)

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Es por eso que ahora abro las compuerras para no ahogarme. Hayen mi como un demonio destinado a vengar las ofensas de unmundo. En adelanre, no hay destine que me impida ejecurar 10que he sofiado.

(Cenci desaparece. Entra Beatriz con los asesinos. Pasaun tiempo bastante largo. Parece escucharse eI ruido depasos. Beatriz empujaa los dosasesinos a un rincon. Lu­crecia aparece)

BEATRIZ. - ,Crees que estara dormido?

LUCRECIA. - He puesto un narcotico en su bebida. Sin embar­go, hace un rnornenro todavfa 10 escuchaba gritar.

(Beatriz haceauanzar a los asesinos a primer plano)

BEATRIZ. - Espero que esta vez sean mas habib que anoche,

(Los dos asesinos rien. Beatriz les saca las manos de de­bajo de sus abrigos y ellos cierran suspunos. Sus brazosse endurecen. Beatriz gira alrededor de ellos, muoluim­dolos con eIftltMn de 10) abrigos, como sifuesen momias

con los punos afuera)

jYa esd.!

(Lespasa la mano por La carapara borrar sus gestos bur­iones. Despues de una ultima mirada sabre los asesinos)

iAh, las armas!

(Se acerca a Lucrecia que le muestra dos punalesy lospone en las manos de los asesinos. Volviendose a losasesinos)

jVayan!

57

(Los acompafia y retorna hacia Lucrecia. Cae sabre laescena un silencio de muerte. Beatriz apoya sus manos

sabre el corazon.Se dirfa que va a desmayarse. Lucrecia la sostiene, otrauez hay una pausa)

[Dios mlo! jDios mlo! Rapido, no se si podre soportarlo ...

(Se oye un gemido como de una voz que hablara entresueiios)

LUCRECIA. - Pareciera que habla

(Beatriz mueve la cabeza. Se oye una carrera enloqueci­da. Losdos asesinos aparecen, uno arrastrando al otro quetrata de resistirse. A los dos les tiembla todo el cuerpo)

BEATRIZ. - iY? ...

(Uno de los dos asesinos hace ademdn de que le 'ha fal­tado coraje y el otro que tntento hacerlo de todos modos,pero que sedejo acobardar)

iCobardes! iQue cobardes! iNo se animaron a dar el golpe!

(Ella corre hacia elfondo de la escena y uuelue)

iDonde estan sus armas?

(Beatriz desaparece corriendo. Una pausa. Uno de losdos asesinos toea el brazo del otro sefialando a Lucrecia.Lucrecia sevuelvehacia ellos y los fulmina con la mira­da. Al mismo tiempo reaparece Beatriz)

BEATRIZ. - No cnconrre las arrnas, y la ventana estaba abierrade par en par.

(A los asesinos)

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Usredes prerenden marar y rienen miedo de un viejo que suefia ylucha con sus culpas. jVayan! jSuban! Y partanle la cabeza 0 10 rna­to yo con 10 que encuentre y los acuso a usredes de su rnuerte.

(Los asesinos, sometidos, salen otra uez. El tiempopasa.Se 0ye un alarido. Los asesinos vueluen esta uez cubier­tos de sangre. Beatriz desaparece corriendo y regresa conuna bolsa y una especie de casulla resplandeciente de oroque les tira desordenadamente)

jVayan! !Lo ticnen merecido!.

(Los asesinos salen empujdndose. Se ve en la parte altadel decorado a Cenci que aparece tambaleando, elpunocerrado sabre su ojoderecbo como si sesostuuiera algunacosa. Al mismo tiempo estallan aterradoras fanfarriascuyo sonido va en aumento)

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ESCENA II

Sabre el decorado cae un fimdo de cielo que pronto es iluminado.Vuelve a oirse laftnftrria extraordinariamente cerca y amenazante.

BEATRIZ (tapdndose las orejas). - jBasra! jBasra! El ruido de esarrompera me impide respirar.

LUCRECIA. - Suena como si fuese la ultima.

BEATRIZ. - Sera ya... Pero no, no es posible. Todo duerme. To­do duerme. Es casi como si a rnf misma me cosrase darme cuenrade 10 que acaba de pasar. Es demasiado pronro. Nada pudo haberrrascendido,

BERNARDO. -Soldados, por rodas panes, Bearriz. Tengo rniedopor ti, escondete rapido,

(El llora)

BEATRIZ. - Es demasiado pronro para rener miedo, Bernardo,pero muy rarde para llorar sobre 10 que ya esta hecho.

(Beatrizy Bernardo se alejan. Lucrecia que entraba delmismo !adopor donde se ola laftnftrria, retrocede azo­rada ante una luz enceguecedora y terrible que inundapoco a poco el decorado. El telon de fOndo se leuanta sininterrupcion. Beatriz, Lucrecia y Bernardo entran aldecorado en el mismo momenta en que Camilo, seguidoporguardia:y precedido por el resplandor de un bosquede antorchas entra por el lado opuesto)

LUCRECIA. - jCamilo!

GO

CAMILO (hace con la mano izquierda un gesto tajante), - No, na­

da de Camilo, soyel Delegado de Su Sanridad. Tengo que hablarsin demoras con e1 conde Cenci. ,Duerme?

LUCRECIA. - jCreo que duerme!

BEATRIZ. - jTendria que esrar durmiendo!

CAMILO. - Lamenro mucho preocuparlas, pero el conde Cenciriene que responder a acusaciones de gran importancia, yensegui­da: es mi rnision.

LUCRECIA. - Aqu! no hay nadie que pueda hacerse cargo y res­ponsabilizarse por tratar de desperrarlo.

BEATRIZ. - Realmente nadie,

CAMILO. - Enronces tendre que despertarlo yo mismo. Vamos,rapido, rengo los minuros conrados,

(Bernardo uuelue sigilosamente y se esconde detrds deBeatriz)

LUCRECIA. - Bernardo, acompaiia al Delegado al dormiroriode ru padre.

(Camilo, Bernardo y das guardias salen. Los demds secolocan en semicirculo, comosi quisieran cercar a lasdosmujeres. Lucrecia como una sondmbula se coloca en elcentro del clrculo. Beatriz sepone a su lado can actituddesafiante)

LUCRECIA. - ;Dios mio! Un minuro antes y Cenci todavia es­rarla respirando. Si el riempo pudiera rerroceder,

BEATRlZ. - Yo no rengo nada porque llorar. He hecho 10 que de­bia haeer. Lo que va a suceder me es ajeno,

Gl

LUCRECIA (tratando desesperadamente de oir). - Ya esta. Esranrnoviendo eI cuerpo. Ya sospechan algo.

(De repente un alboroto estalla: iSocorro.' jSocorro! jUncrimen!jAsesinos... Losasesinos')

LUCRECIA. Todo esta perdido. Todo se ha consumado.

(EIalboroto cesa bruscamente. Silencio)

Nada mas. Siento que se dan cuenta. Empiezan a trazar eI drcu­10 donde nos van a encerrar.

(Una pausa. Camilo vuelve con los guardias)

CAMILO. - Revisen todo el castillo. Vigilen las puertas. Desdeeste momenta todos ustedes son prisioneros.

BEATRIZ (corriendo bacia i/). - {Que ha pasado?

BERNARDO. - Beatriz, tengo miedo ... No sc que decir. Cenci,nuestro padre, ha sido asesinado.

BEATRIZ. - {Como? Si 10 he visto hace apenas una hora. Dor­rnla, EI peso de sus crfrnenes no pareda perturbarlo.

BERNARDO. - No, Beatriz, no, asesinado. Con un c1avo hun­dido en la cabeza.

(Beatriz mueue fa cabeza)

LUCRECIA. - jAsesinado! Pero si yo tengo las llaves de su cuar­to. Nadie mas que nosotros ha entrado ahl,

(Se tapa fa boca ddndose cuenta de que ba habfado de­masiado)

CAMILO. - iAh! {Es asf?

62

(Se acerca a Bernardo y 10 toea en el bombro)

Tu, contesta. Si sabes algo, jhabla! iDe quien debo sospechar?

BERNARDO. - No se.

BEATRIZ (interuiniendo), - Yo y mi madre Lucrecia estarnos can­sadas, Ie pedimos permiso para retirarnos.

(Auanzan bacia fa puerta. Camilo, dirigiindose a eliasles haceuna seiia para que se detengan)

CAMILO. - Un momento. Todo esto es muy raro. Usredes no seiran antes de decirme ... Es cierto que vuestro padre los ha hechosufrir semejantes ultrajes...

BEATRIZ. - Monsefior, no Ie permito a nadie el derecho de me­terse en el secreto de mis pensamientos.

CAMILO. - Pero, es indudable Beatriz, que hace mucho que Us­ted deseaba esta muerte...

BEATRIZ. - Monsetior, le ruego, tenga cuidado en confundirseapresuradamente.

(Muestra sus manos blancas. Una pausa. Seiiala con facabeza bacia atrds ellugar donde Cenci sedesplomo)

La sangre de mi padre todavla esta caliente ...

CAMILO. - Hay aqul un secreto que debo penetrar.

(Hace una sefia a los guardias que rodean a las dosmujeres. Bernardo se metedentro del circulo y seestrechacontra Beatriz. Camilo se mete en medio de los soldadosy tomando a Bernardo por fa cabeza 10 saca suauementepara aftera. EI circulo de soldados vuelvea cerrarse)

63

BEATRlZ (mirando los brazos). - iPor piedad: No me lleven.

BERNARDO (en un verdadero ataque de neruios). - iNo, No, No!Adonde ella vaya, yo la seguire.

(Se abalanza uiolentamente sabre los soldadosy los golpea)

LUCRECIA. - jDios mlo! Si es igual a Cenci. Callate, Cenci.

BERNARDO. Dios mlo, matenrne. Pero devuelvanrne mi alma.

(Los soldados 10 empujan)

Es mi alma la que estan sacrificando. Es mi alma la que estan sa­crificando, Es mi alma la que esran sacrificando ...

(Aul!a desesperadamente mientras cae el telon)

TEL6N

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'ESCENA III

BEATRIZ. - BERNARDO.

En el techo del escenario una rueda gira como sobre un eje queatrauiesa su didmetro. Beatriz colgada por el peloy empujadapor un

guardia que le tira los brazos para atrds, camina arrastrada por el ejede la rueda. Cada dos 0 tres pasos que ella da, un grito se oye sabre

un ruido de torno, de rueda que gira 0 de vigas astilladas, que uienen

de un rincon diftrente del «scenario.

La prisi6n exbala un ruido de usina en mouimiento.

BERNARDO. - Los oyes... No hay un solo rincon de esta mal­dira prision don de dejen de rorrurar.

BEATRlZ. - La sorprendente es que ustedes hayan podido espe­rar de esta prision que se llama vivir, Otra cosa que no sean tor­mentas.

(Bernardo como ebriode admiracion se acerca a Beatriz.EI tambien tiene las manos atadas, pero sus pies libres.Se adelantay gira alrededor de ellay describe sin dejarde hablar, un circulo completo)

BERNARDO. -Beatriz, ignoro cual es el destino que nos esta re­servado a nosotros dos. Pero desde que re yeo vivir, puedo decir­te que de un alma como la tuya, jarnas mi alma podra olvidarse.

(Una pausa... Beatriz sigue girando)

BEATRlZ. -Adios, llora pero no te desesperes. Por el amor que redebes a ti misrno, yo te suplico, se fiel al amor que me has dedi­cado.

(La rueda gira. La prisi6n grita)

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Te dejo como un antiguo legado las palabras de una musica quecuran el mal de existir,

(Una musica muy suavey muy inquientante se oye)

Como un sofiador que se rambalea perdidoEn las rinieblas de un suefio mas horrible

Que la misma muerre,Duda si abrir los ojosPorque sabe que aceprar vivirEs renunciar a despertarse.

Es asl que con el almaMarcada por las penas que me ha deparado la vida

Rechazo al Dios que me ha hechoEsra alma como un incendio

Que 10 libere de crear.

(Et soldado sedetiente y llora. Se oye un gran barullo enlos sotanosde fa prisidn)

BERNARDO. - Ya vienen.Dejarne besar tus labios ribios,

Anres que el fuego, que rodo destruyeNo desrruya sus petalos suaves,Que rodo eso que fue BearrizNo terrnineComo una rafaga de viento,

(Beatriz to abraza. Luego 10 miray to besa derribdndo­to. Entra Camilo, conLucrecia, Giacomo y los guardias)

CAMILO (secdndose fa cara). - Es hora de que esra hisroria terrni­ne. Esroy enfermo de horror.

(A Beatriz)

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Vamos, confiesa. Tus mudos han confesado su culpabilidad,

LUCRECIA. -Bearriz, cuando el pecado esta hecho, es el rno­

menro de pensar en el casrigo, y no dejarse desgarrar el cuerpo por

una inutil obsrinaci6n.

GIACOMO. - Beatriz, el cerebro del complor se ha fugado: Or­sino ha escapado del Pincio, disfrazado de carbonero. Adernas,basra de rorturas, Los culpables no rienen mas que pagar.

BEATRIZ. - iPagar que? Acepro el crimen pero niego la culpabi­lidad.

CAMILO. - He aquila sentencia y la orden de ejecuci6n. Firma.

Pero no esperes ni un poco de perdon.

BEATRIZ. - La crueldad del Papa se junta con la del viejo Cen­ci. Sin embargo, dejarne decirre que no esta bien que los padres se

unan contra las familias que ellos mismos han creado. No he pre­sentado mi defensa ante el padre de la Crisriandad.

CAMILO. - iY a ru padre Ie has dado la oporrunidad de presen­rar la suya, cuando vinisre a degollarlo?

BERNARDO. - Ella 10 ha marado para defenderse.

LUCRECIA. - iHay entonces una ley que ordene a los padres de­

vorar aquello que han creado y a los hijos dejarse devorar?

CAMILO. - No esroy aqui para discurir una ley natural pero slpara llevarle al Papa la confesi6n firrnada de Bearriz, cuyo crimen

ya esci juzgado.

BERNARDO. - iPor quien?

CAMILO. - Por eI Papa. Sin embargo, los abogados no Ie falra­

ron. Pero pierda cuidado, aunque la opinion publica esre de su la­

do, usred no podra doblegar la auroridad.

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BEATRIZ. - EJlos han confesado su culpabilidad. ,Pero que juezcelestial ha podido asegurar la mia, sin avergonzarse de 10 que elhada?

BERNARDO. - Hay momenros en que la mas poderosa autori­dad sabe comprender que es necesario volver arras.

LUCRECIA. - Calmate. La senrencia de los jueces es temible pa­ra quien esta privado de la libertad.

CAMILO. - No es la autoridad la que re aplasra, pero sl un po­der con el que los jueces anudan extrafias complicidades.

(Hacefirmar fa sentencia a Beatriz)

Desarenla. Denies un respiro a todos, Que bajen a prepararse pa­ra 10 que les espera.

?4 Beatriz)

Bearriz, que la muerte re sea dulce. Es todo 10 que me esta permi­rido desearte. Espero que el juez de alla arriba sea para ri menosinexorable de 10 que el Papa ha sido aqui en la rierra.

BEATRIZ. - Alejare de mf, Camilo. Que nadie me hable nuncamas de Dios.

BERNARDO. - Rapido, Rapido, Den vuelta la hoja, que se pue­da creer que rodo esro no ha existido jamas,

(Todo elgruposeordena como una especie de marchaalsuplicio que estalla con un ritmo inca en siete tiempos)

BEATRIZ. - Me muero, pero no remo decir que esre mundo havivido siempre bajo el signo de Ia injusticia. Es la vida que muereen mi.

(Los soldados cabizbajos toman fa delantera del cortejo)

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CAMILO (a Bernardo). - A ri te perdonamos la vida, eres joven,trara de olvidar.

BERNARDO. - Vivir, cuando la llama que me ha hecho vivir es­t:i a punro de consumirse.

BEATRIZ. - Todo muere, porque el mundo arde, dudando enrreel bien y el mal.

(Una pausa)

Ni Dios ni el hombre, ni ninguno de los poderes que dominaneso que Ilamamos nuestro destino, han elegido enrre el bien y elmal.

(Una pausa)

Me muero y no he elegido.

(La musicase 0ye masfuerte. Una especie de voz huma­na desesperada se une a su ritmo obsesioo)

Tan joven y ya debo irmeCaer en la funebre tierraDonde gritan detras sin cesarEl mundo que se me escapa no me sobrevivira.

LUCRECIA. - No se mara el trigo cuando esca en flor. No se in­cendia la ciudad recien consrruida,

BEATRIZ. - Si me muero, es que han condenado la juvenrud.

LUCRECIA. - La juvenrud que ellos han destruido los arrastraen la muerte.BEATRIZ. - Bella y no he disfrurado de mi belleza.

LUCRECIA. -Rica, no he aprovechado de los bienes que una vi­da engaftosa pareda haber puesro a mi disposici6n.No se que hacer con la abundancia que insulta a la pobreza.

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BEATRIZ. - Mi corazon, que nada ha conreutado, se detiene an­

res de habet podido larir,

LUCRECIA. - iEs enronces, pata esta tragedia precoz que la vi­da ha sido creada? Conozeo la injusncia de vivir pem no me atre­vo a Ilamar asf, iay de rnll, a la iusticia de morir.

BEATRIZ. - Ojos mlos, sobre que horrible espectaculo rnurien­do os abtiteis. Quien es eI que podra asegurarrne, que alia, no val­vere a enconrrarme con mi padre.Este pensamiento hace que mi muerte sea mas amatga.Porque tengo miedo que la rnuerte me ensefie que he rerminadopor parecerme a el,

(Todo el cortejo desaparece al ritmo de fa musica mien­tras el telon cae lentamentr)

TEL6N

FIN

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Les Cenci