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Ana Karenina Tolstoi, León Publicado: 1877 Categoría(s): Ficción, Novela Fuente: http://es.wikisource.org 1

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  • Ana KareninaTolstoi, Len

    Publicado: 1877Categora(s): Ficcin, NovelaFuente: http://es.wikisource.org

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  • Acerca Tolstoi:Lev Nikolyevich Tolsti, tambin conocido como Len Tols-

    ti fue un novelista ruso considerado como uno de los msgrandes escritores de occidente y de la literatura mundial. Susms famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karnina, que sonconsideradas como la cspide del realismo. Sus ideas sobre lano violencia activa, expresadas en libros como El reino deDios est en vosotros tuvieron un profundo impacto en grandespersonajes como Gandhi y Martin Luther King.

    Tambin disponible en Feedbooks de Tolstoi: La muerte de Ivn Ilich (1886)

    Nota: Este libro le es ofrecido por Feedbookshttp://www.feedbooks.comEstricamente para uso personal. En ningn caso puede ser uti-lizado con fines comerciales.

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  • Parte 1

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  • Captulo 1Todas las familias felices se parecen entre s; pero cada familiadesgraciada tiene un motivo especial para sentirse as.

    En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposaacababa de enterarse de que su marido mantena relacionescon la institutriz francesa y se haba apresurado a declararleque no poda seguir viviendo con l.

    Semejante situacin duraba ya tres das y era tan dolorosapara los esposos como para los dems miembros de la familia.Todos, incluso los criados, sentan la ntima impresin de queaquella vida en comn no tena ya sentido y que, incluso enuna posada, se encuentran ms unidos los huspedes de lo queahora se sentan ellos entre s.

    La mujer no sala de sus habitaciones; el marido no coma encasa desde haca tres das; los nios corran libremente de unlado a otro sin que nadie les molestara. La institutriz inglesahaba tenido una disputa con el ama de llaves y escribi a unaamiga suya pidindole que le buscase otra colocacin; el coci-nero se haba ido dos das antes, precisamente a la hora de co-mer; y el cochero y la ayudante de cocina manifestaron que noqueran continuar prestando sus servicios all y que slo espe-raban que les saldasen sus haberes para irse.

    El tercer da despus de la escena tenida con su mujer, elprncipe Esteban Arkadievich Oblonsky Stiva, como le llama-ban en sociedad, al despertar a su hora de costumbre, es de-cir, a las ocho de la maana, se hall, no en el dormitorio con-yugal, sino en su despacho, tendido sobre el divn de cuero.

    Volvi su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexiblesmuelles del divn, como si se dispusiera a dormir de nuevo, ala vez que abrazando el almohadn apoyaba en l la mejilla.

    De repente se incorpor, se sent sobre el divn y abri losojos.

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  • Cmo era, pens, recordando su sueo. A ver, a ver!Alabin daba una comida en Darmstadt

    Sonaba una msica americana El caso es que Darmstadtestaba en Amrica Eso es! Alabin daba un banquete, servidoen mesas de cristal Y las mesas cantaban: "Il mio tesoro"..: Ysi do era eso, era algo ms bonito todava.

    Haba tambin unos frascos, que luego resultaron sermujeres

    Los ojos de Esteban Arkadievich brillaron alegremente al re-cordar aquel sueo. Luego qued pensativo y sonri.

    Qu bien estaba todo! Haba an muchas otras cosasmagnficas que, una vez despierto, no saba expresar ni con pa-labras ni con pensamientos.

    Observ que un hilo de luz se filtraba por las rendijas de lapersiana, alarg los pies, alcanz sus zapatillas de tafilete bor-dado en oro, que su mujer le regalara el ao anterior con oca-sin de su cumpleaos, y, como desde haca nueve aos tenapor costumbre, extendi la mano hacia el lugar donde, en eldormitorio conyugal, acostumbraba tener colocada la bata.

    Slo entonces se acord de cmo y por qu se encontraba ensu gabinete y no en la alcoba con su mujer; la sonrisa desapa-reci de su rostro y arrug el entrecejo.

    Ay, ay, ay! se lament, acordndose de lo que habasucedido.

    Y de nuevo se presentaron a su imaginacin los detalles de laescena terrible; pens en la violenta situacin en que se encon-traba y pens, sobre todo, en su propia culpa, que ahora se leapareca con claridad.

    No, no me perdonar. Y lo malo es que yo tengo la culpa detodo. La culpa es ma, y, sin embargo, no soy culpable. Eso eslo terrible del caso! Ay, ay, ay! se repiti con desesperacin,evocando de nuevo la escena en todos sus detalles.

    Lo peor haba sido aquel primer momento, cuando al regresodel teatro, alegre y satisfecho con una manzana en las manospara su mujer, no la haba hallado en el saln; asustado, la ha-ba buscado en su gabinete, para encontrarla al fin en su dor-mitorio examinando aquella malhadada carta que lo haba des-cubierto todo.

    Dolly, aquella Dolly, eternamente ocupada, siempre llena depreocupaciones, tan poco inteligente, segn opinaba l, se

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  • hallaba sentada con el papel en la mano, mirndole con una ex-presin de horror, de desesperacin y de ira.

    Qu es esto? Qu me dices de esto? pregunt, sealandola carta.

    Y ahora, al recordarlo, lo que ms contrariaba a Esteban Ar-kadievich en aquel asunto no era el hecho en s, sino la maneracomo haba contestado entonces a su esposa.

    Le haba sucedido lo que a toda persona sorprendida en unasituacin demasiado vergonzosa: no supo adaptar su aspecto ala situacin en que se encontraba.

    As, en vez de ofenderse, negar, disculparse, pedir perdn oincluso permanecer indiferente cualquiera de aquellas actitu-des habra sido preferible, hizo una cosa ajena a su voluntad(reflejos cerebrales, juzg Esteban Arkadievich, que se inte-resaba mucho por la fisiologa): sonrer, sonrer con su sonrisahabitual, benvola y en aquel caso necia.

    Aquella necia sonrisa era imperdonable. Al verla, Dolly se ha-ba estremecido como bajo el efecto de un dolor fsico, y, segnsu costumbre, anonad a Stiva bajo un torrente de palabras du-ras y apenas hubo terminado, huy a refugiarse en suhabitacin.

    Desde aquel momento, se haba negado a ver a su marido.Todo por aquella necia sonrisa!, pensaba Esteban Arkad-

    ievich. Y se repeta, desesperado, sin hallar respuesta a su pre-gunta: Qu hacer, qu hacer?.

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  • Captulo 2Esteban Arkadievich era leal consigo mismo. No poda, pues,engaarse asegurndose que estaba arrepentido de lo que ha-ba hecho.

    No, imposible arrepentirse de lo que hiciera un hombre comol, de treinta y cuatro aos, apuesto y aficionado a las damas;ni de no estar ya enamorado de su mujer, madre de siete hijos,cinco de los cuales vivan, y que tena slo un ao menos quel.

    De lo que se arrepenta era de no haber sabido ocultar mejorel caso a su esposa. Con todo, comprenda la gravedad de la si-tuacin y compadeca a Dolly, a los nios y a s mismo.

    Tal vez habra tomado ms precauciones para ocultar el he-cho mejor si hubiese imaginado que aquello tena que causar aDolly tanto efecto.

    Aunque no sola pensar seriamente en el caso, vena supon-iendo desde tiempo atrs que su esposa sospechaba que no leera fiel, pero quitando importancia al asunto. Crea, adems,que una mujer agotada, envejecida, ya nada hermosa, sinatractivo particular alguno, buena madre de familia y nadams, deba ser indulgente con l, hasta por equidad.

    Y he aqu que resultaba todo lo contrario!Es terrible, terrible! , se repeta Esteban Arkadievich, sin

    hallar solucin. Con lo bien que iba todo, con lo a gusto quevivamos! Ella era feliz rodeada de los nios, yo no la estorbabaen nada, la dejaba en entera libertad para que se ocupase de lacasa y de los pequeos. Claro que no estaba bien que ella fueseprecisamente la institutriz de la casa. Verdaderamente, hay al-go feo, vulgar, en hacer la corte a la institutriz de nuestros pro-pios hijos! Pero, qu institutriz! (Oblonsky record con delei-te los negros y ardientes ojos de mademoiselle Roland y su en-cantadora sonrisa.) Pero mientras estuvo en casa no me tom

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  • libertad alguna! Y lo peor del caso es que Todo eso parecehecho adrede! Ay, ay! Qu har? Qu har?

    Tal pregunta no tena otra respuesta que la que la vida da atodas las preguntas irresolubles: vivir al da y procurar olvidar.Pero hasta la noche siguiente Esteban Arkadievich no podrarefugiarse en el sueo, en las alegres visiones de los frascosconvertidos en mujeres. Era preciso, pues, buscar el olvido enel sueo de la vida.

    Ya veremos, se dijo, mientras se pona la bata gris con fo-rro de seda azul celeste y se anudaba el cordn a la cintura.Luego aspir el aire a pleno pulmn, llenando su amplio pecho,y, con el habitual paso decidido de sus piernas ligeramente tor-cidas sobre las que tan hbilmente se mova su corpulenta figu-ra, se acerc a la ventana, descorri los visillos y toc eltimbre.

    El viejo Mateo, su ayuda de cmara y casi su amigo, apareciinmediatamente llevndole el traje, los zapatos y un telegrama.

    Detrs de Mateo entr el barbero, con los tiles de afeitar.Han trado unos papeles de la oficina? pregunt el Prnci-

    pe, tomando el telegrama y sentndose ante el espejo.Estn sobre la mesa contest Mateo, mirando con aire inq-

    uisitivo y lleno de simpata a su seor.Y, tras un breve silencio, aadi, con astuta sonrisa:Han venido de parte del dueo de la cocheraEsteban Arkadievich, sin contestar, mir a Mateo en el espe-

    jo. Sus miradas se cruzaron en el cristal: se notaba que se com-prendan. La mirada de Esteban pareca preguntar: Por qume lo dices? No sabes a qu vienen?.

    Mateo meti las manos en los bolsillos, abri las piernas, mi-r a su seor sonriendo de un modo casi imperceptible y aa-di con sinceridad:

    Les he dicho que pasen el domingo, y que, hasta esa fecha,no molesten al seor ni se molesten.

    Era una frase que llevaba evidentemente preparada.Esteban Arkadievich comprendi que el criado bromeaba y

    no quera sino que se le prestase atencin.Abri el telegrama, lo ley, procurando subsanar las habitua-

    les equivocaciones en las palabras, y su rostro se ilumin.

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  • Mi hermana Ana Arkadievna llega maana, Mateo dijo, de-teniendo un instante la mano del barbero, que ya trazaba uncamino rosado entre las largas y rizadas patillas.

    Loado sea Dios! exclam Mateo, dando a entender con es-ta exclamacin que, como a su dueo, no se le escapaba la im-portancia de aquella visita en el sentido de que Ana Arkadiev-na, la hermana queridsima, haba de contribuir a la reconcilia-cin de los dos esposos.

    La seora viene sola o con su marido? pregunt Mateo.Esteban Arkadievich no poda contestar, porque en aquel mo-

    mento el barbero le afeitaba el labio superior; pero hizo unademn significativo levantando un dedo. Mateo aprob con unmovimiento de cabeza ante el espejo.

    Sola, eh? Preparo la habitacin de arriba?Consulta a Daria Alejandrovna y haz lo que te diga.A Daria Alejandrovna? pregunt, indeciso, el ayuda de

    cmara.S. Y llvale el telegrama. Ya me dirs lo que te ordena.Mateo comprendi que Esteban quera hacer una prueba, y

    se limit a decir:Bien, seorYa el barbero se haba marchado y Esteban Arkadievich, afei-

    tado, peinado y lavado, empezaba a vestirse, cuando, lento so-bre sus botas crujientes y llevando el telegrama en la mano,penetr Mateo en la habitacin.

    Me ha ordenado deciros que se va. Que haga lo que le pa-rezca, me ha dicho. Y el buen criado miraba a su seor, rien-do con los ojos, con las manos en los bolsillos y la cabeza lige-ramente inclinada.

    Esteban Arkadievich callaba. Despus, una bondadosa y tris-te sonrisa ilumin su hermoso semblante.

    Y bien, Mateo, qu te parece? dijo moviendo la cabeza.Todo se arreglar, seor opin optimista el ayuda de

    cmara.Lo crees as?S, seor.Por qu te lo figuras? Quin va? agreg el Prncipe al

    sentir detrs de la puerta el roce de una falda.Yo, seor repuso una voz firme y agradable.

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  • Y en la puerta apareci el rostro picado de viruelas del aya,Matrecha Filimonovna.

    Qu hay, Matrecha? pregunt Esteban Arkadievich, sal-iendo a la puerta.

    Aunque pasase por muy culpable a los ojos de su mujer y alos suyos propios, casi todos los de la casa, incluso Matrecha,la ms ntima de Daria Alejandrovna, estaban de su parte.

    Qu hay? repiti el Prncipe, con tristeza.Vaya usted a verla, seor, pdale perdn otra vez Acaso

    Dios se apiade de nosotros! Ella sufre mucho y da lstima demirar.. Y luego, toda la casa anda revuelta. Debe usted tenercompasin de los nios. Pdale perdn, seor.. Qu quiere us-ted! Al fin y al cabo no hara mas que pagar sus culpas. Vaya averla

    No me recibirPero usted habr hecho lo que debe. Dios es misericordio-

    so! Ruegue a Dios, seor, ruegue a DiosEn fin, ir dijo Esteban Arkadievich, ponindose encarna-

    do. Y, quitndose la bata, indic a Mateo: Aydame avestirme.

    Mateo, que tena ya en sus manos la camisa de su seor, so-pl en ella como limpindola de un polvo invisible y la ajust alcuerpo bien cuidado de Esteban Arkadievich con evidentesatisfaccin.

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  • Captulo 3Esteban Arkadievich, ya vestido, se perfum con un pulveriza-dor, se ajust los puos de la camisa y, con su ademn habit-ual, guard en los bolsillos los cigarros, la cartera, el reloj dedoble cadena

    Se sacudi ligeramente con el pauelo y, sintindose limpio,perfumado, sano y materialmente alegre a pesar de su disgus-to, sali con recto paso y se dirigi al comedor, donde le aguar-daban el caf y, al lado, las cartas y los expedientes de laoficina.

    Ley las cartas. Una era muy desagradable, porque procedadel comerciante que compraba la madera de las propiedadesde su mujer y, como sin reconciliarse con ella no era posiblerealizar la operacin, pareca que se mezclase un inters mate-rial con su deseo de restablecer la armona en su casa. La posi-bilidad de que se pensase que el inters de aquella venta le in-duca a buscar la reconciliacin le disgustaba.

    Ledo el correo, Esteban Arkadievich tom los documentosde la oficina, hoje con rapidez un par de expedientes, hizounas observaciones en los mrgenes con un enorme lpiz, yluego comenz a tomarse el caf, a la vez que lea el peridicode la maana, hmeda an la tinta de imprenta.

    Reciba a diario un peridico liberal no extremista, sino parti-dario de las orientaciones de la mayora.

    Aunque no le interesaban el arte, la poltica ni la ciencia, Es-teban Arkadievich profesaba firmemente las opiniones susten-tadas por la mayora y por su peridico. Slo cambiaba de ide-as cuando stos variaban o,

    dicho con ms exactitud, no las cambiaba nunca, sino que semodificaban por s solas en l sin que ni l mismo se diesecuenta.

    No escoga, pues, orientaciones ni modos de pensar, antesdejaba que las orientaciones y modos de pensar viniesen a su

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  • encuentro, del mismo modo que no elega el corte de sus som-breros o levitas, sino que se limitaba a aceptar la moda corr-iente. Como viva en sociedad y se hallaba en esa edad en queya se necesita tener opiniones, acoga las ajenas que le conve-nan. Si opt por el liberalismo y no por el conservadorismo,que tambin tena muchos partidarios entre la gente, no fuepor conviccin ntima, sino porque el liberalismo cuadraba me-jor con su gnero de vida.

    El partido liberal aseguraba que todo iba mal en Rusia y enefecto, Esteban Arkadievich tena muchas deudas y sufrasiempre de una grave penuria de dinero. Agregaban los libera-les que el matrimonio era una institucin caduca, necesitadade urgente reforma, y Esteban Arkadievich encontraba, enefecto, escaso inters en la vida familiar, por lo que tena quefingir contrariando fuertemente sus inclinaciones.

    Finalmente, el partido liberal sostena o daba a entender quela religin no es ms que un freno para la parte inculta de lapoblacin, y Esteban Arkadievich estaba de acuerdo, ya que nopoda asistir al ms breve oficio religioso sin que le dolieran laspiernas . Tampoco comprenda por qu se inquietaba a los fie-les con tantas palabras terribles y solemnes relativas al otromundo cuando en ste se poda vivir tan bien y tan a gusto.Adase a esto que Esteban Arkadievich no desaprovechabanunca la ocasin de una buena broma y se diverta con gustoescandalizando a las gentes tranquilas, sosteniendo que ya quequeran envanecerse de su origen, era preciso no detenerse enRurik y renegar del mono, que era el antepasado ms antiguo.

    De este modo, el liberalismo se convirti para Esteban Arka-dievich en una costumbre; y le gustaba el peridico, como el ci-garro despus de las comidas, por la ligera bruma con que en-volva su cerebro.

    Ley el artculo de fondo, que afirmaba que es absurdo queen nuestros tiempos se levante el grito aseverando que el radi-calismo amenaza con devorar todo lo tradicional y que urgeadoptar medidas para aplastar la hidra revolucionaria, ya que,muy al contrario, nuestra opinin es que el mal no est en es-ta supuesta hidra revolucionaria, sino en el terco tradicionalis-mo que retarda el progreso .

    Luego repas otro artculo, ste sobre finanzas, en el que secitaba a Bentham y a Mill, y se atacaba de una manera velada

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  • al Ministerio. Gracias a la claridad de su juicio comprenda enseguida todas las alusiones, de dnde partan y contra quiniban dirigidas, y el comprobarlo le produca cierta satisfaccin.

    Pero hoy estas satisfacciones estaban acibaradas por el rec-uerdo de los consejos de Matrecha Filimonovna y por la ideadel desorden que reinaba en su casa.

    Ley despus que, segn se deca, el conde Beist haba parti-do para Wiesbaden, que no habra ya nunca ms canas, que sevenda un cochecillo ligero y que una joven ofreca susservicios.

    Pero semejantes noticias no le causaban hoy la satisfaccintranquila y ligeramente irnica de otras veces.

    Terminado el peridico, la segunda taza de caf y el kalachcon mantequilla, Esteban Arkadievich se levant, se limpi lasmigas que le cayeran en el chaleco y, sacando mucho el pecho,sonri jovialmente, no como reflejo de su estado de espritu, si-no con el optimismo de una buena digestin.

    Pero aquella sonrisa alegre le record de pronto su situacin,y se puso serio y reflexion.

    Tras la puerta se oyeron dos voces infantiles, en las que reco-noci las de Gricha, su hijo menor, y la de Tania, su hija de msedad. Los nios acababan de dejar caer alguna cosa.

    Ya te dije que los pasajeros no pueden ir en el techo! gri-taba la nia en ingls. Ves? Ahora tienes que levantarlos.

    Todo anda revuelto pens Esteban Arkadievich. Los niosjuegan donde quieren, sin que nadie cuide de ellos.

    Se acerc a la puerta y les llam. Los chiquillos, dejando unacaja con la que representaban un tren, entraron en el comedor.

    Tania, la predilecta del Prncipe, corri atrevidamente hacial y se colg a su cuello, feliz de poder respirar el caractersti-co perfume de sus patillas. Despus de haber besado el rostrode su padre, que la ternura y la posicin inclinada en que esta-ba haban enrojecido, Tania se dispona a salir. Pero l laretuvo.

    Qu hace mam? pregunt, acariciando el terso y suavecuello de su hija. Hola! aadi, sonriendo, dirigindose al ni-o, que le haba saludado.

    Reconoca que quera menos a su hijo y procuraba disimular-lo y mostrarse igualmente amable con los dos, pero el pequeo

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  • se daba cuenta y no correspondi con ninguna sonrisa a la son-risa fra de su padre.

    Mam ya est levantada contest la nia.Esteban Arkadievich suspir.Eso quiere decir que ha pasado la noche en vela, pens.Y est contenta?La pequea saba que entre sus padres haba sucedido algo,

    que mam no estaba contenta y que a pap deba constarle yno haba de fingir ignorarlo preguntando con aquel tono indife-rente. Se ruboriz, pues, por la mentira de su padre. l, a suvez, adivin los sentimientos de Tania y se sonroj tambin.

    No s repuso la pequea: mam nos dijo que no estudise-mos hoy, que fusemos con miss Hull a ver a la abuelita.

    Muy bien. Ve, pues, donde te ha dicho la mam, Tania. Perono; espera un momento dijo, retenindola y acariciando la ma-nita suave y delicada de su hija.

    Tom de la chimenea una caja de bombones que dejara all elda antes y ofreci dos a Tania, eligiendo uno de chocolate yotro de azcar, que saba que eran los que ms le gustaban.

    Uno es para Gricha, no, pap? pregunt la pequea, sea-lando el de chocolate.

    S, sVolvi a acariciarla en los hombros, le bes la nuca y la dej

    marchar.El coche est listo, seor dijo Mateo. Y le est esperando

    un visitante que quiere pedirle no s quHace rato que est ah?Una media horita.Cuntas veces te he dicho que anuncies las visitas en

    seguida?Lo menos que puedo hacer es dejarle tomar tranquilo su

    caf, seor replic el criado con aquel tono entre amistoso ygrosero que no admita rplica.

    Vaya, pues que entre dijo Oblonsky, con un gesto dedesagrado.

    La solicitante, la esposa del teniente Kalinin, peda una cosaestpida a imposible. Pero Esteban Arkadievich, segn su cos-tumbre, la hizo entrar, la escuch con atencin y, sin interrum-pirla, le dijo a quin deba dirigirse para obtener lo que

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  • deseaba y hasta escribi, con su letra grande, hermosa y clara,una carta de presentacin para aquel personaje.

    Despachada la mujer del oficial, Oblonsky tom el sombreroy se detuvo un momento, haciendo memoria para recordar siolvidaba algo. Pero nada haba olvidado, sino lo que quera ol-vidar: su mujer.

    Eso es. Ah, s! , se dijo, y sus hermosas facciones se en-sombrecieron. Ir o no?

    En su interior una voz le deca que no, que nada poda resul-tar sino fingimientos, ya que era imposible volver a convertir asu esposa en una mujer atractiva, capaz de enamorarle, comoera imposible convertirle a l en un viejo incapaz de sentirseatrado por las mujeres hermosas.

    Nada, pues, poda resultar sino disimulo y mentira, dos cosasque repugnaban a su carcter.

    No obstante, algo hay que hacer. No podemos seguir as,se dijo, tratando de animarse.

    Ensanch el pecho, sac un cigarrillo, lo encendi, le dio doschupadas, lo tir en el cenicero de ncar y luego, con paso r-pido, se dirigi al saln y abri la puerta que comunicaba conel dormitorio de su mujer.

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  • Captulo 4Daria Alejandrovna, vestida con una sencilla bata y rodeada deprendas y objetos esparcidos por todas partes, estaba de pieante un armario abierto del que iba sacando algunas cosas. Sehaba anudado con prisas sus cabellos, ahora escasos, pero unda espesos y hermosos, sobre la nuca, y sus ojos, agrandadospor la delgadez de su rostro, tenan una expresin asustada.

    Al or los pasos de su marido, interrumpi lo que estaba hac-iendo y se volvi hacia la puerta, intentando en vano ocultarbajo una expresin severa y de desprecio, la turbacin que lecausaba aquella entrevista.

    Lo menos diez veces en aquellos tres das haba comenzadola tarea de separar sus cosas y las de sus nios para llevarlas acasa de su madre, donde pensaba irse. Y nunca consegua lle-varlo a cabo.

    Como todos los das, se deca a s misma que no era posiblecontinuar as, que haba que resolver algo, castigar a su mari-do, afrentarle, devolverle, aunque slo fuese en parte, el dolorque l le haba causado.

    Pero mientras se deca que haba de marchar, reconoca ensu interior que no era posible, porque no poda dejar de consi-derarle como su esposo, no poda, sobre todo, dejar de amarle.

    Comprenda, adems, que si aqu, en su propia casa, no ha-ba podido atender a sus cinco hijos, peor lo habra de conseg-uir en otra. Ya el ms pequeo haba experimentado las conse-cuencias del desorden que reinaba en la casa y haba enferma-do por tomar el da anterior un caldo mal condimentado, y po-co falt para que los otros se quedaran el da antes sin comer.

    Saba, pues, que era imposible marcharse; pero se engaabaa s misma fingiendo que preparaba las cosas para hacerlo.

    Al ver a su marido, hundi las manos en un cajn, como sibuscara algo, y no se volvi para mirarle hasta que lo tuvo a su

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  • lado. Su cara, que quera ofrecer un aspecto severo y resuelto,denotaba slo sufrimiento e indecisin.

    Dolly! murmur l, con voz tmida.Y baj la cabeza, encogindose y procurando adoptar una ac-

    titud sumisa y dolorida, pero, a pesar de todo, se le vea rebo-sante de salud y lozana. Ella le mir de cabeza a pies con unarpida mirada.

    Es feliz y est contento se dijo. Y en cambio yo! Ah, esaodiosa bondad suya que tanto le alaban todos! Yo le aborrezcoms por ella!

    Contrajo los labios y un msculo de su mejilla derecha tem-bl ligeramente.

    Qu quiere usted? pregunt con voz rpida y profunda,que no era la suya.

    Dolly repiti l con voz insegura. Ana llega hoy.Y a m qu me importa? No pienso recibirla exclam su

    mujer.Es necesario que la recibas, Dolly.Vyase de aqu, vyase! le grit ella, como si aquellas ex-

    clamaciones le fuesen arrancadas por un dolor fsico.Oblonsky pudo haber estado tranquilo mientras pensaba en

    su mujer, imaginando que todo se arreglara, segn le dijeraMateo, en tanto que lea el peridico y tomaba el caf. Pero alcontemplar el rostro de Dolly, cansado y dolorido, al or su re-signado y desesperado acento, se le cort la respiracin, se leoprimi la garganta y las lgrimas afluyeron a sus ojos.

    Oh, Dios mo, Dolly, qu he hecho! murmur. No pudo de-cir ms, ahogada la voz por un sollozo.

    Ella cerr el armario y le mir.Qu te puedo decir, Dolly? Slo una cosa: que me perdo-

    nes No crees que los nueve aos que llevamos juntos mere-cen que olvidemos los momentos de

    Dolly baj la cabeza, y escuch lo que l iba a decirle, comosi ella misma le implorara que la convenciese.

    los momentos de ceguera? sigui l.E iba a continuar, pero al or aquella expresin, los labios de

    su mujer volvieron a contraerse, como bajo el efecto de un do-lor fsico, y de nuevo tembl el msculo de su mejilla.

    Vyase, vyase de aqu grit con voz todava ms estriden-te y no hable de sus cegueras ni de sus villanas!

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  • Y trat ella misma de salir, pero hubo de apoyarse, desfallec-iente, en el respaldo de una silla. El rostro de su marido pare-ca haberse dilatado; tena los labios hinchados y los ojos llenosde lgrimas.

    Dolly! murmuraba, dando rienda suelta a su llanto. Pien-sa en los nios Qu culpa tienen ellos?

    Yo s soy culpable y estoy dispuesto a aceptar el castigo quemerezca. No encuentro palabras con qu expresar lo mal queme he portado. Perdname, Dolly!

    Ella se sent. Oblonsky oa su respiracin, fatigosa y pesada,y se sinti invadido, por su mujer, de una infinita compasin.Dolly quiso varias veces empezar a hablar; pero no pudo. lesperaba.

    T te acuerdas de los nios slo para valerte de ellos, peroyo s bien que ya estn perdidos dijo ella, al fin, repitiendouna frase que, seguramente, se haba dicho a s misma ms deuna vez en aquellos tres das.

    Le haba tratado de t. Oblonsky la mir reconocido, y seadelant para cogerle la mano, pero ella se apart de su espo-so con repugnancia.

    Pienso en los nios, hara todo lo posible para salvarles, pe-ro no s cmo. Quitndoles a su padre o dejndoles cerca deun padre depravado, s, depravado? Ahora, despus de lo pasa-do continu, levantando la voz, dgame: cmo es posible quesigamos viviendo juntos? Cmo puedo vivir con un hombre, elpadre de mis hijos, que tiene relaciones amorosas con la insti-tutriz de sus hijos?

    Y qu quieres que hagamos ahora? Qu cabe hacer? re-puso l, casi sin saber lo que deca, humillando cada vez ms lacabeza.

    Me da usted asco, me repugna usted grit Dolly, cada vezms agitada. Sus lgrimas son agua pura! Jams me ha ama-do usted! No sabe lo que es nobleza ni sentimiento! Le veo austed como a un extrao, s, como a un extrao dijo, repitien-do con clera aquella palabra para ella tan terrible: un extrao.

    Oblonsky la mir, asustado y asombrado de la ira que se re-trataba en su rostro. No comprenda que lo que provocaba laira de su mujer era la lstima que le manifestaba. Ella slo veaen l compasin, pero no amor.

    Me aborrece, me odia y no me perdonar, pens Oblonsky.

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  • Es terrible, terrible! exclam.Se oy en aquel momento gritar a un nio, que se haba, se-

    guramente, cado en alguna de las habitaciones. Daria Alejan-drovna prest odo y su rostro se dulcific repentinamente.Permaneci un instante indecisa como si no supiera qu hacery, al fin, se dirigi con rapidez hacia la puerta.

    Quiere a mi hijo, pens el Prncipe. Basta ver cmo hacambiado de expresin al orle gritar. Y si quiere a mi hijo, c-mo no ha de quererme a m?

    Espera, Dolly: una palabra ms dijo, siguindola.Si me sigue, llamar a la gente, a mis hijos, para que todos

    sepan que es un villano. Yo me voy ahora mismo de casa. Con-tine usted viviendo aqu con su amante. Yo me voy ahora mis-mo de casa!

    Y sali, dando un portazo.Esteban Arkadievich suspir, se sec el rostro y lentamente

    se dirigi hacia la puerta.Mateo dice que todo se arreglar , reflexionaba, pero no

    s cmo. No veo la manera Y qu modo de gritar! Qu trmi-nos! Villano, amante se dijo, recordando las palabras de sumujer. Con tal que no la hayan odo las criadas! Es terri-ble! , se repiti. Permaneci en pie unos segundos, se enjuglas lgrimas, suspir, y, levantando el pecho, sali de lahabitacin.

    Era viernes. En el comedor, el relojero alemn estaba dandocuerda a los relojes. Esteban Arkadievich record su bromaacostumbrada, cuando, hablando de aquel alemn calvo, tanpuntual, deca que se le haba dado cuerda a l para toda la vi-da a fin de que l pudiera darle a su vez a los relojes, y sonri.A Esteban Arkadievich le gustaban las bromas divertidas.Acaso, volvi a pensar, se arregle todo! Qu hermosa pala-bra arreglar!, se dijo. Habr que contar tambin esechiste.

    Llam a Mateo:Mateo, prepara la habitacin para Ana Arkadievna. Di a Ma-

    ra que te ayude.Est bien, seor.Esteban Arkadievich se puso la pelliza y se encamin hacia la

    escalera.

    19

  • No come el seor en casa? pregunt Mateo, que iba a sulado.

    No s; veremos. Toma, para el gasto dijo Oblonsky, sacan-do diez rublos de la cartera. Te bastar?

    Baste o no, lo mismo nos tendremos que arreglar dijo Ma-teo, cerrando la portezuela del coche y subiendo la escalera.

    Entre tanto, calmado el nio y comprendiendo por el ruidodel carruaje que su esposo se iba, Daria Alejandrovna volvi asu dormitorio. Aqul era su nico lugar de refugio contra laspreocupaciones domsticas que la rodeaban apenas sala deall. Ya en aquel breve momento que pasara en el cuarto de losnios, la inglesa y Matrena la haban preguntado acerca de va-rias cosas urgentes que haba que hacer y a las que slo ellapoda contestar. Qu tenan que ponerse los nios para ir depaseo? Les daban leche?

    Se buscaba otro cocinero o no?Djenme en paz! haba contestado Dolly, y, volvindose a

    su dormitorio, se sent en el mismo sitio donde antes haba ha-blado con su marido, se retorci las manos cargadas de sortijasque se deslizaban de sus dedos huesudos, y comenz a recor-dar la conversacin tenida con l.

    Ya se ha ido, pensaba. Cmo acabar el asunto de la ins-titutriz? Seguir vindola? Deb habrselo preguntado.

    No, no es posible reconciliarse Aun si seguimos viviendo enla misma casa, hemos de vivir como extraos el uno para elotro. Extraos para siempre!, repiti, recalcando aquellas te-rribles palabras. Y cmo le quera! Cmo le quera, Diosmo! Cmo le he querido! Y ahora mismo: no le quiero, y aca-so ms que antes? Lo horrible es que

    No pudo concluir su pensamiento porque Matrena Filimonov-na se present en la puerta.

    Si me lo permite, mandar a buscar a mi hermano, seoradijo. Si no, tendr que preparar yo la comida, no sea que losnios se queden sin comer hasta las seis de la tarde, comoayer.

    Ahora salgo y mirar lo que se haya de hacer. Habis env-iado por leche fresca?

    Y Daria Alejandrovna, sumindose en las preocupaciones co-tidianas, ahog en ellas momentneamente su dolor.

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  • Captulo 5Aunque nada tonto, Esteban Arkadievich era perezoso y travie-so, por lo que sali del colegio figurando entre los ltimos.

    Con todo, pese a su vida de disipacin, a su modesto grado ya su poca edad, ocupaba el cargo de presidente de un Tribunalpblico de Mosc. Haba obtenido aquel empleo gracias a la in-fluencia del marido de su hermana Ana, Alexis AlejandrovichKarenin, que ocupaba un alto cargo en el Ministerio del quedependa su oficina.

    Pero aunque Karenin no le hubiera colocado en aquel puesto,Esteban Arkadievich, por mediacin de un centenar de perso-nas, hermanos o hermanas, primos o tos, habra conseguidoigualmente aquel cargo a otro parecido que le permitiese ga-nar los seis mil rublos anuales que le eran precisos, dada lamala situacin de sus negocios, aun contando con los bienesque posea su mujer.

    La mitad de la gente de posicin de Mosc y San Petersbur-go eran amigos o parientes de Esteban Arkadievich. Naci enel ambiente de los poderosos de este mundo. Una tercera partede los altos funcionarios, los antiguos, haban sido amigos desu padre y le conocan a l desde la cuna. Con otra tercera par-te se tuteaba, y la parte restante estaba compuesta de conoci-dos con los que mantena cordiales relaciones.

    De modo que los distribuidores de los bienes terrenales co-mo cargos, arrendamientos, concesiones, etctera eran ami-gos o parientes y no haban de dejar en la indigencia a uno delos suyos.

    As, para obtener un buen puesto, Oblonsky no necesit es-forzarse mucho. Le bast no contradecir, no envidiar, no dispu-tar, no enojarse, todo lo cual le era fcil gracias a la bondad in-nata de su carcter. Le habra parecido increble no encontrarun cargo con la retribucin que necesitaba, sobre todo no

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  • ambicionando apenas nada: slo lo que haban obtenido otrosamigos de su edad y que estuviera al alcance de sus aptitudes.

    Los que le conocan, no slo apreciaban su carcter jovial ybondadoso y su indiscutible honradez, sino que se sentan incli-nados hacia l incluso por su arrogante presencia, sus brillan-tes ojos, sus negras cejas y su rostro blanco y sonrosado. Cuan-do alguno le encontraba exteriorizaba en seguida su contento:Aqu esta Stiva Oblonsky!, exclamaba al verle aparecer, casisiempre sonriendo con jovialidad.

    Y, si bien despus de una conversacin con l no se producaninguna especial satisfaccin, las gentes, un da y otro, cuandole vean, volvan a acogerle con idntico regocijo.

    En los tres aos que llevaba ejerciendo su cargo en Mosc,Esteban Arkadievich haba conseguido, no slo atraerse elafecto, sino el respeto de compaeros, subordinados, jefes y decuantos le trataban. Las principales cualidades que le hacanser respetado en su oficina eran, ante todo, su indulgencia conlos dems basada en el reconocimiento de sus propios defec-tos y, despus, su sincero liberalismo. No aquel liberalismo deque hablaban los peridicos, sino un liberalismo que llevaba enla sangre, y que le haca tratar siempre del mismo modo a to-dos, sin distincin de posiciones y jerarquas, y finalmente yera sta la cualidad principal la perfecta indiferencia que leinspiraba su cargo, lo que le permita no entusiasmarse demas-iado con l ni cometer errores.

    Entrando en su oficina, Oblonsky pas a su pequeo gabineteparticular, seguido del respetuoso conserje, que le llevaba lacartera. Se visti all el uniforme y entr en el despacho.

    Los escribientes y oficiales se pusieron en pie, saludndolecon jovialidad y respeto. Como de costumbre, Esteban Arkadie-vich estrech las manos a los miembros del Tribunal y se senten su puesto. Brome y charl un rato, no ms de lo convenien-te, y comenz a trabajar.

    Nadie mejor que l saba deslindar los lmites de la llanezaoportuna y la seriedad precisa para hacer agradable y eficaz eltrabajo.

    El secretario se acerc con los documentos del da, y le hablcon el tono de familiaridad que introdujera en la oficina el pro-pio Esteban Arkadievich.

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  • Al fin hemos recibido los datos que necesitbamos de la ad-ministracin provincial de Penza. Aqu estn. Con su permiso

    Conque ya se recibieron? exclam Esteban Arkadievich,poniendo la mano sobre ellos. Ea, seores!

    Y la oficina en pleno comenz a trabajar.Si ellos supieran, pensaba, mientras, con aire grave, escu-

    chaba el informe, qu aspecto de chiquillo travieso cogido enfalta tena media hora antes su "presidente de Tribunal"!

    Y sus ojos rean mientras escuchaba la lectura delexpediente.

    El trabajo duraba hasta las dos, en que se abra una treguapara el almuerzo.

    Poco antes de aquella hora, las grandes puertas de la sala seabrieron de improviso y alguien penetr en ella. Los miembrosdel tribunal, sentados bajo el retrato del Emperador y los colo-cados bajo el zrzalo ,

    miraron hacia la puerta, satisfechos de aquella diversininesperada. Pero el ujier hizo salir en seguida al recin llegadoy cerr trs l la puerta vidriera.

    Una vez examinado el expediente, Oblonsky se levant, sedesperez y, rindiendo tributo al liberalismo de los tiemposque corran, encendi un cigarrillo en plena sala del consejo yse dirig a su despacho.

    Sus dos amigos, el veterano empleado Nikitin y el gentilhom-bre de cmara Grinevich, le siguieron.

    Despus de comer tendremos tiempo de terminar el asuntodijo Esteban Arkadievich.

    Naturalmente afirm Nikitin.Ese Fomin debe de ser un pillo redomado! dijo Grinevich

    refirindose a uno de los que estaban complicados en el exped-iente que tenan en estudio.

    Oblonsky hizo una mueca, como para dar a entender a Grine-vich que no era conveniente establecer juicios anticipados, yno contest.

    Quin era el que entr mientras trabajbamos? preguntal ujier.

    Uno que lo hizo sin permiso, Excelencia, aprovechando undescuido mo. Pregunt por usted. Le dije que hasta que no sal-ieran los miembros del Tribunal

    Dnde est?

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  • Debe de haberse ido a la antesala. No lo poda sacar deaqu. Ah, es se! dijo el ujier, sealando a un individuo debuena figura, ancho de espaldas, con la barba rizada, el cual,sin quitarse el gorro de piel de camero, suba a toda prisa ladesgastada escalinata de piedra.

    Un funcionario enjuto, que descenda con una cartera bajo elbrazo, mir con severidad las piernas de aquel hombre y diri-gi a Oblonsky una inquisitiva mirada.

    Esteban Arkadievich estaba en lo alto de la escalera. Su ros-tro, resplandeciente sobre el cuello bordado del uniforme, res-plandeci ms al reconocer al recin llegado.

    Es l, me lo figuraba. Es Levin dijo con sonrisa amistosa yalgo burlona. Cmo te dignas venir a visitarme en esta co-vachuela ? dijo abrazando a su amigo, no contento con estre-char su mano. Hace mucho que llegaste?

    Ahora mismo. Tena muchos deseos de verte contest Levincon timidez y mirando a la vez en torno suyo con inquietud ydisgusto.

    Bien: vamos a mi gabinete dijo Oblonsky, que conoca la ti-midez y el excesivo amor propio de su amigo.

    Y, sujetando su brazo, le arrastr tras de s, como si le abrie-ra camino a travs de graves peligros.

    Esteban Arkadievich tuteaba a casi todos sus conocidos: anc-ianos de sesenta aos y muchachos de veinte, artistas y minis-tros, comerciantes y generales. De modo que muchos de losque tuteaba se hallaban en extremos opuestos de la escala soc-ial y habran quedado muy sorprendidos de saber que, a travsde Oblonsky, tenan algo de comn entre s.

    Se tuteaba con todos con cuantos beba champaa una vez, ycomo lo beba con todo el mundo, cuando en presencia de sussubordinados se encontraba con uno de aquellos ts, comosola llamar en broma a tales amigos, de los que tuviera queavergonzarse, saba eludir, gracias a su tacto natural, lo queaquello pudiese tener de despreciable para sus subordinados.

    Levin no era un t del que pudiera avergonzarse, peroOblonsky comprenda que su amigo pensaba que l tendra talvez recelos en demostrarle su intimidad en presencia de sussubalternos y por eso le arrastr a su despacho.

    Levin era de la misma edad que Oblonsky. Su tuteo no se de-ba slo a haber bebido champaa juntos, sino a haber sido

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  • amigos y compaeros en su primera juventud. No obstante ladiferencia de sus inclinaciones y caracteres, se queran comosuelen quererse dos amigos de la adolescencia. Pero, como pa-sa a menudo entre personas que eligen diversas profesiones,cada uno, aprobando y comprendiendo la eleccin del otro, ladespreciaba en el fondo de su alma.

    Le pareca a cada uno de los dos que la vida que l llevabaera la nica real y la del amigo una ficcin.

    Por eso Oblonsky no haba podido reprimir una sonrisa burlo-na al ver a Levin. Varias veces le haba visto en Mosc, llegadodel pueblo, donde se ocupaba en cosas que Esteban Arkadie-vich no alcanzaba nunca a comprender bien, y que, por otraparte, no le interesaban.

    Levin llegaba siempre a Mosc precipitadamente, agitado,cohibido a irritado contra s mismo por su torpeza y expresan-do generalmente puntos de vista desconcertantes a inespera-dos respecto a todo.

    Esteban Arkadievich encontraba aquello muy divertido. Le-vin, en el fondo, despreciaba tambin la vida ciudadana deOblonsky y su trabajo, que le parecan sin valor. La diferenciaestribaba en que Oblonsky, haciendo lo que todos los dems, alrerse de su amigo, lo haca seguro de s y con buen humor,mientras que Levin careca de serenidad y a veces se irritaba.

    Hace mucho que te esperaba dijo Oblonsky, entrando enel despacho y soltando el brazo de su amigo, como para indicarque haban concluido los riesgos. Estoy muy contento de vertecontinu. Cundo has llegado?

    Levin callaba, mirando a los dos desconocidos amigos de Es-teban Arkadievich y fijndose, sobre todo, en la blanca manodel elegante Grinevich, una mano de afilados y blancos dedos yde largas uas curvadas en su extremidad. Aquellas manos sur-giendo de los puos de una camisa adornados de brillantes yenormes gemelos, atraan toda la atencin de Levin, coartabanla libertad de sus pensamientos.

    Oblonsky se dio cuenta y sonri.Permitidme presentaros dijo. Aqu, mis amigos Felipe

    Ivanovich Nikitin y Mijail Stanislavovich Grinevich. Y aquaadi volvindose a Levin: una personalidad de los estadosprovinciales, un miembro de los zemstvos, un gran deportista,que levanta con una sola mano cinco puds ; el rico ganadero,

    25

  • formidable cazador y amigo mo Constantino Dmitrievich Le-vin, hermano de Sergio Ivanovich Kosnichev.

    Mucho gusto en conocerle dijo el anciano.Tengo el honor de conocer a su hermano Sergio Ivanovich

    asegur Grinevich, tendindole su fina mano de largas uas.Levin arrug el entrecejo, le estrech la mano con frialdad y

    se volvi hacia Oblonsky. Aunque apreciaba mucho a su herma-no de madre, clebre escritor, le resultaba intolerable que nole consideraran a l como Constantino Levin, sino como herma-no del ilustre Koznichev.

    Ya no pertenezco al zemstvo dijo, dirigindose a Oblonsky.Me pele con todos. No asisto ya a sus reuniones.

    Caramba, qu pronto te has cansado! Como ha sido eso?pregunt su amigo, sonriendo.

    Es una historia larga. Otro da te la contar replic Levin.Pero a continuacin comenz a relatarla:En una palabra: tengo la certeza de que no se hace ni se po-

    dr hacer nada de provecho con los zemstvos profiri como sicontestase a una injuria. Por un lado, se juega al parlamento,y yo no soy ni bastante viejo ni bastante joven para divertirmejugando. Por otra parte Levin hizo una pausa es una mane-ra que ha hallado la coterie rural de sacar el jugo a las provinc-ias. Antes haba juicios y tutelas, y ahora zemstvos, no en for-ma de gratificaciones, sino de sueldos inmerecidos concluycon mucho calor, como si alguno de los presentes le hubieserebatido las opiniones.

    Por lo que veo, atraviesas una fase nueva, y esta vez conser-vadora dijo Oblonsky. Pero ya hablaremos de eso despus.

    S, despus Pero antes quera hablarte de cierto asuntorepuso Levin mirando con aversin la mano de Grinevich.

    Esteban Arkadievich sonri levemente.No me decas que no te pondras jams vestidos europeos?

    pregunt a Levin, mirando el traje que ste vesta, segura-mente cortado por un sastre francs. Cuando digo que atrav-iesas una nueva fase!

    Levin se sonrojo, pero no como los adultos, que se ponen en-carnados casi sin darse cuenta, sino como los nios, que al ru-borizarse comprenden lo ridculo de su timidez, lo que excitams an su rubor, casi hasta las lgrimas.

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  • Haca un efecto tan extrao ver aquella expresin pueril enel rostro varonil a inteligente de su amigo que Oblonsky desvila mirada.

    Dnde nos podemos ver? pregunt Levin. Necesitohablarte.

    Oblonsky reflexion.Vamos a almorzar al restaurante Gurin dijo y all hablare-

    mos. Estoy libre hasta las tres.No dijo Levin, despus de pensarlo un momento. Antes

    tengo que ir a otro sitio.Entonces cenaremos juntos por la noche.Pero, para qu cenar? Al fin y al cabo no tengo nada espec-

    ial que decirte. Slo preguntarte dos palabras, y despus po-dremos hablar.

    Pues dime las dos palabras ahora y hablemos por la noche.Se trata empez Levin De todos modos, no es nada de

    particular.En su rostro se retrat una viva irritacin provocada por los

    esfuerzos que haca para dominar su timidez.Qu sabes de los Scherbazky? Siguen sin novedad? pre-

    gunt, por fin.Esteban Arkadievich, a quien le constaba de tiempo atrs

    que Levin estaba enamorado de su cuada Kitty, sonri imper-ceptiblemente y sus ojos brillaron de satisfaccin.

    T lo has dicho en dos palabras, pero yo en dos palabras nolo puedo contestar, porque Perdname un instante.

    El secretario con respetuosa familiaridad y con la modestaconsciencia de la superioridad que todos los secretarios creentener sobre sus jefes en el conocimiento de todos los asuntosentr y se dirigi a Oblonsky llevando unos documentos y, enforma de pregunta, comenz a explicarle una dificultad. Este-ban Arkadievich, sin terminar de escucharle, puso la mano so-bre la manga del secretario.

    No, hgalo, de todos modos, como le he dicho indic, suavi-zando la orden con una sonrisa. Y tras explicarle la idea que ltena sobre la solucin del asunto, concluy, separando los do-cumentos: Le ruego que lo haga as, Zajar Nikitich.

    El secretario sali un poco confundido. Levin, entre tanto, sehaba recobrado completamente de su turbacin, y en aquel

    27

  • momento se hallaba con las manos apoyadas en el respaldo deuna silla, escuchando con burlona atencin.

    No lo comprendo, no dijo.El qu no comprendes? repuso Oblonsky sonriendo y sa-

    cando un cigarrillo.Esperaba alguna extravagancia de parte de Levin.Lo que hacis aqu repuso Levin, encogindose de hom-

    bros. Es posible que puedas tomarlo en serio?Por qu no?Porque aqu no hay nada que hacer.Eso te figuras t. Estamos abrumados de trabajo.S: sobre el papel Verdaderamente, tienes aptitudes para

    estas cosas aadi Levin.Qu quieres decir?Nada replic Levin. De todos modos, admiro tu grandeza y

    me siento orgulloso de tener un amigo tan importante Perono has contestado an a mi pregunta termin, mirando aOblonsky a los ojos, con un esfuerzo desesperado.

    Pues bien: espera un poco y tambin t acabars aqu, aun-que poseas tres mil hectreas de tierras en el distrito de Kara-sinsky, tengas tus msculos y la lozana y agilidad de una mu-chacha de doce aos. A pesar de todo ello acabars por pasar-te a nuestras filas! Y respecto a lo que me has preguntado, nohay novedad.

    Pero es lstima que no hayas venido por aqu en tantotiempo.

    Pues qu pasa? pregunt, con inquietud, Levin.Nada, nada dijo Oblonsky. Ya charlaremos. Y en concreto,

    qu es lo que te ha trado aqu?De eso ser mejor hablar tambin despus respondi Le-

    vin, sonrojndose hasta las orejas.Bien; ya me hago cargo dijo Esteban Arkadievich. Si quie-

    res verlas, las encontrars hoy en el Parque Zoolgico, de cua-tro a cinco. Kitty estar patinando. Ve a verlas. Yo me reunirall contigo y luego iremos a cualquier sitio.

    Muy bien. Hasta luego entonces.No te olvides de la cita! Te conozco bien: eres capaz de ol-

    vidarla o de marcharte al pueblo exclam, riendo, Oblonsky.No, no

    28

  • Y sali del despacho, sin acordarse de que no haba saludadoa los amigos de Oblonsky hasta que estuvo en la puerta.

    Parece un hombre de carcter dijo Grinevich cuando Levinhubo salido.

    S, querido asinti Esteban Arkadievich, inclinando la cabe-za. Es un mozo con suerte! Tres mil hectreas en Kara-sinsky, joven y fuerte, y con un hermoso porvenir ! No es co-mo nosotros!

    De qu se queja usted?De que todo me va mal! respondi Oblonsky, suspirando

    profundamente.

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  • Captulo 6Cuando Oblonsky pregunt a Levin a qu haba ido a Mosc,Levin se sonroj y se indign consigo mismo por haberse son-rojado y por no haber sabido decirle: He venido para pedir lamano de tu cuada, pues slo por este motivo se encontrabaen Mosc.

    Los Levin y los Scherbazky, antiguas familias nobles de Mos-c, haban mantenido siempre entre s cordiales relaciones, ysu amistad se haba afirmado ms an durante los aos en queLevin fue estudiante.

    ste se prepar a ingres en la Universidad a la vez que eljoven prncipe Scherbazky, el hermano de Dolly y Kitty. Levinfrecuentaba entonces la casa de los Scherbazky y se encaricon la familia.

    Por extrao que pueda parecer, con lo que Levin estaba en-cariado era precisamente con la casa, con la familia y, sobretodo, con la parte femenina de la familia.

    Levin no recordaba a su madre; tena slo una hermana, y s-ta mayor que l. As, pues, en casa de los Scherbazky se encon-tr por primera vez en aquel ambiente de hogar aristocrtico aintelectual del que l no haba podido gozar nunca por la muer-te de sus padres.

    Todo, en los Scherbazky, sobre todo en las mujeres, se pre-sentaba ante l envuelto como en un velo misterioso, potico; yno slo no vea en ellos defecto alguno, sino que supona quebajo aquel velo potico que envolva sus vidas se ocultaban lossentimientos ms elevados y las ms altas perfecciones.

    Que aquellas seoritas hubiesen de hablar un da en francsy otro en ingls; que tocasen por turno el piano, cuyas melod-as se oan desde el cuarto de trabajo de su hermano, donde losestudiantes preparaban sus lecciones; que tuviesen profesoresde literatura francesa, de msica, de dibujo, de baile; que lastres, acompaadas de mademoiselle Linon, fuesen por las

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  • tardes a horas fijas al boulevard Tverskoy, vestidas con susabrigos invernales de satn Dolly de largo, Natalia de mediolargo y Kitty completamente de corto, de modo que se podandistinguir bajo el abriguito sus piernas cubiertas de tersas me-dias encarnadas; que hubiesen de pasear por el boulevardTverskoy acompaadas por un lacayo con una escarapela dora-da en el sombrero; todo aquello y mucho ms que se haca enaquel mundo misterioso en el que ellos se movan, Levin no po-da comprenderlo, pero estaba seguro de que todo lo que sehaca all era hermoso y perfecto, y precisamente por el mister-io en que para l se desenvolva, se senta enamorado de ello.

    Durante su poca de estudiante, casi se enamor de la hijamayor, Dolly, pero sta se cas poco despus con Oblonsky.Entonces comenz a enamorarse de la segunda, como si le fue-ra necesario estar enamorado de una a otra de las hermanas.Pero Natalia, apenas presentada en sociedad, se cas con el di-plomtico Lvov. Kitty era todava una nia cuando Levin salide la Universidad. El joven Scherbazky, que haba ingresado enla Marina, pereci en el Bltico y desde entonces las relacionesde Levin con la familia, a pesar de su amistad con Oblonsky, sehicieron cada vez menos estrechas. Pero cuando aquel ao, aprincipios de invierno, Levin volvi a Mosc despus de un aode ausencia y visit a los Scherbazky, comprendi de quin es-taba destinado en realidad a enamorarse. Al parecer, nada mssencillo conociendo a los Scherbazky, siendo de buena familia,ms bien rico que pobre, y contando treinta y dos aos deedad, que pedir la mano de la princesita Kitty. Seguramentele habran considerado un buen partido. Pero, como Levin esta-ba enamorado, Kitty le pareca tan perfecta, un ser tan por en-cima de todo lo de la tierra, y l se consideraba un hombre tanbajo y vulgar, que casi no poda imaginarse que ni Kitty ni losdems le encontraran digno de ella.

    Pas dos meses en Mosc como en un sueo, coincidiendocasi a diario con Kitty en la alta sociedad, que comenz a frec-uentar para verla ms a menudo; y, de repente, le pareci queno tena esperanza alguna de lograr a su amada y se march alpueblo.

    La opinin de Levin se basaba en que a los ojos de los padresde Kitty l no poda ser un buen partido, y que tampoco la deli-ciosa muchacha poda amarle.

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  • Ante sus padres no poda alegar una ocupacin determinada,ninguna posicin social, siendo as que a su misma edad, trein-ta y dos aos, otros compaeros suyos eran: uno general ayu-dante, otro director de un banco y de una compaa ferroviaria,otro profesor, y el cuarto presidente de un tribunal de justicia,como Oblonsky

    l, en cambio, saba bien cmo deban de juzgarle los dems:un propietario rural, un ganadero, un hombre sin capacidad,que no haca, a ojos de las gentes, sino lo que hacen los que nosirven para nada: ocuparse del ganado, de cazar, de vigilar suscampos y sus dependencias.

    La hermosa Kitty no poda, pues, amar a un ser tan feo comoLevin se consideraba, y, sobre todo, tan intil y tan vulgar. Porotra parte, debido a su amistad con el hermano de ella ya di-funto, sus relaciones con Kitty haban sido las de un hombremaduro con una nia, lo cual le pareca un obstculo ms. Opi-naba que a un joven feo y bondadoso, cual l crea ser, se lepuede amar como a un amigo, pero no con la pasin que l pro-fesaba a Kitty. Para eso haba que ser un hombre gallardo y,ms que nada, un hombre destacado.

    Es verdad que haba odo decir que las mujeres aman a vecesa hombres feos y vulgares, pero l no lo poda creer, y juzgabaa los dems por s mismo, que slo era capaz de amar a muje-res bonitas, misteriosas y originales.

    No obstante, despus de haber pasado dos meses en la sole-dad de su pueblo, comprendi que el sentimiento que le absor-ba ahora no se pareca en nada a los entusiasmos de su prime-ra juventud, pues no le dejaba momento de reposo, y vio claroque no podra vivir sin saber si Kitty podra o no llegar a ser sumujer. Comprendi, adems, que sus temores eran hijos de suimaginacin y que no tena ningn serio motivo para pensarque hubiera de ser rechazado. Y fue as como se decidi a vol-ver a Mosc, resuelto a pedir la mano de Kitty y casarse conella, si le aceptaban Y si no Pero no quiso ni pensar en loque sucedera si era rechazada su proposicin.

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  • Captulo 7Lleg a Mosc en el tren de la maana y en seguida se dirigia casa de Koznichev, su hermano mayor por parte de madre.Despus de mudarse de ropa, entr en el despacho de su her-mano dispuesto a exponerle los motivos de su viaje y pedirleconsejo.

    Pero Koznichev no se hallaba solo. Le acompaaba un profe-sor de filosofa muy renombrado que haba venido de Jarkovcon el exclusivo objeto de discutir con l un tema filosfico so-bre el que ambos mantenan diferentes puntos de vista.

    El profesor sostena una ardiente polmica con los materia-listas, y Koznichev, que la segua con inters, despus de leerel ltimo artculo del profesor, le escribi una carta exponin-dole sus objeciones y censurndole las excesivas concesionesque haca al materialismo.

    El polemista se puso en seguida en camino para discutir lacuestin. El punto debatido estaba entonces muy en boga, y sereduca a aclarar si exista un lmite de separacin entre las fa-cultades psquicas y fisiolgicas del hombre y dnde se hallabatal lmite, de existir.

    Sergio Ivanovich acogi a su hermano con la misma sonrisafra con que acoga a todo el mundo, y despus de presentarleal profesor, reanud la charla.

    El profesor, un hombre bajito, con lentes, de frente estrecha,interrumpi un momento la conversacin para saludar y luegovolvi a continuarla, sin ocuparse de Levin.

    Este se sent, esperando que el filsofo se marchase, peroacab interesndose por la discusin.

    Haba visto en los peridicos los artculos de que se hablabay los haba ledo, tomando en ellos el inters general que unantiguo alumno de la facultad de ciencias puede tomar en eldesarrollo de las ciencias; pero, por su parte, jams asociabaestas profundas cuestiones referentes a la procedencia del

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  • hombre como animal, a la accin refleja, la biologa, la sociolo-ga, y a aquella que, entre todas, le preocupaba cada vez ms:la significacin de la vida y la muerte.

    En cambio, su hermano y el profesor, en el curso de su discu-sin, mezclaban las cuestiones cientficas con las referentes alalma, y cuando pareca que iban a tocar el tema principal, sedesviaban en seguida, y se hundan de nuevo en la esfera delas sutiles distinciones, las reservas, las citas, las alusiones, lasreferencias a opiniones autorizadas, con lo que Levin apenaspoda entender de lo que trataban.

    No me es posible admitir dijo Sergio Ivanovich, con la clari-dad y precisin, con la pureza de diccin que le eran connatu-rales la tesis sustentada por Keiss; es a saber: que toda con-cepcin del mundo exterior nos es transmitida mediante sensa-ciones. La idea de que existimos la percibimos nosotros direc-tamente, no a travs de una sensacin, puesto que no se cono-cen rganos especiales capaces de recibirla.

    Pero Wurst, Knaust y Pripasov le contestaran que la idea deque existimos brota del conjunto de todas las sensaciones y esconsecuencia de ellas. Wurst afirma incluso que sin sensacio-nes no se experimenta la idea de existir.

    Voy a demostrar lo contrario comenz Sergio Ivanovich.Levin, advirtiendo que los interlocutores, tras aproximarse al

    punto esencial del problema, iban a desviarse de nuevo de l,pregunt al profesor:

    Entonces, cuando mis sensaciones se aniquilen y mi cuerpomuera, no habr ya para m existencia posible?

    El profesor, contrariado como si aquella interrupcin le pro-dujese casi un dolor fsico, mir al que le interrogaba y quems pareca un palurdo que un filsofo, y luego volvi los ojosa Sergio Ivanovich, como preguntndole: Qu queris que lediga?

    Pero Sergio Ivanovich hablaba con menos afectacin a in-transigencia que el profesor, y comprenda tanto las objecionesde ste como el natural y simple punto de vista que acababa deser sometido a examen, sonri y dijo:

    An no estamos en condiciones de contestar adecuadamen-te a esa pregunta.

    Cierto; no poseemos bastantes datos afirm el profesor. Ycontinu exponiendo sus argumentos. No dijo. Yo sostengo

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  • que si, corno afirma Pripasov, la sensacin tiene su fundamen-to en la impresin, hemos de establecer entre estas dos nocio-nes una distincin rigurosa.

    Levin no quiso escuchar ms y esperaba con impaciencia queel profesor se marchase.

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  • Captulo 8Cuando el profesor se hubo ido, Sergio dijo a su hermano: Ce-lebro que hayas venido. Por mucho tiempo? Y cmo van lastierras?

    Levin saba que a su hermano le interesaban poco las tierras,y si le preguntaba por ellas lo haca por condescendencia. Lecontest, pues, limitndose a hablarle de la venta del trigo ydel dinero cobrado.

    Habra querido hablar a su hermano de sus proyectos de ma-trimonio, pedirle consejo. Pero, escuchando su conversacincon el profesor y oyendo luego el tono de proteccin con que lepreguntaba por las tierras (las propiedades de su madre las po-sean los dos hermanos en comn, aunque era Levin quien lasadministraba), tuvo la sensacin de que no habra ya de expli-carse bien, de que no poda empezar a hablar a su hermano desu decisin, y de que ste no habra de ver seguramente las co-sas como l deseaba que las viera.

    Bueno, y qu dices del zemstvo? pregunt Sergio, que da-ba mucha importancia a aquella institucin.

    A decir verdad, no lo s.Cmo? No perteneces a l?No. He presentado la dimisin contest Levin y no asisto a

    las reuniones.Es lstima! dijo Sergio Ivanovich arrugando el entrecejo.Levin, para disculparse, comenz a relatarle lo que suceda

    en las reuniones.Ya se sabe que siempre pasa as le interrumpi su herma-

    no. Los rusos somos de ese modo. Tal vez la facultad de verlos defectos propios sea un hermoso rasgo de nuestro carcter.Pero los exageramos y nos consolamos de ellos con la ironaque tenemos siempre en los labios. Una cosa te dir: si otropueblo cualquiera de Europa hubiese tenido una institucinanloga a la de los zemstvos por ejemplo, los alemanes o los

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  • ingleses, la habran aprovechado para conseguir su libertadpoltica. En cambio nosotros slo sabemos remos de ella.

    Qu queras que hiciera? replic Levin, excusndose. Erami ltima prueba, puse en ella toda mi alma Pero no puedo,no tengo aptitudes.

    No es que no tengas: es que no enfocas bien el asunto dijoSergio Ivanovich.

    Tal vez tengas razn concedi Levin abatido.Sabes que nuestro hermano Nicols est otra vez en

    Mosc?Nicols, hermano de Constantino y de Sergio, por parte de

    madre, y mayor que los dos, era un calavera.Haba disipado su fortuna, andaba siempre con gente de du-

    dosa reputacin y estaba reido con ambos hermanos.Es posible? pregunt Levin con inquietud. Cmo lo

    sabes?Prokofy le ha visto en la calle.En Mosc? Sabes dnde vive?Levin se levant, como disponindose a marchar en seguida.Siento habrtelo dicho dijo Sergio Ivanovich, meneando la

    cabeza al ver la emocin de su hermano.Envi a informarme de su domicilio; le remit la letra que

    acept a Trubin y que pagu yo. Y mira lo que me contestaY Sergio Ivanovich alarg a su hermano una nota que tena

    bajo el pisapapeles.Levin ley la nota, escrita con la letra irregular de Nicols,

    tan semejante a la suya:Os ruego encarecidamente que me dejis en paz. Es lo nico

    que deseo de mis queridos hermanitos. Nicols Levin.Despus de leerla, Cnstantino permaneci en pie ante su

    hermano, con la cabeza baja y el papel entre las manos.En su interior luchaba con el deseo de olvidar a su desgracia-

    do hermano y la conviccin de que obrar de aquel modo serauna mala accin.

    Al parecer, se propone ofenderme; pero no lo conseguirsegua diciendo Sergio. Yo estaba dispuesto a ayudarle contodo mi corazn; mas ya ves que es imposible.

    S, s repuso Levin. Comprendo y apruebo tu actitudPero yo quiero verle.

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  • Ve si lo deseas, mas no te lo aconsejo dijo Sergio Ivano-vich. No es que yo le tema con respecto a las relaciones entret y yo: no conseguir hacernos reir. Pero creo que es mejorque no vayas, y as te lo aconsejo. Es imposible ayudarle. Sinembargo, haz lo que te parezca mejor.

    Quiz sea imposible ayudarle, pero no quedara tranquilo,sobre todo ahora, si

    No te comprendo bien repuso Sergio Ivanovich, lo nicoque comprendo es la leccin de humildad.

    Desde que Nicols comenz a ser como es, yo comenc aconsiderar eso que llaman una bajeza, con menos severidad.Ya sabes lo que hizo!

    Es terrible, terrible! repeta Levin.Despus de obtener del lacayo de su hermano las seas de

    Nicols, Levin decidi visitarle en seguida, pero luego, reflexio-nndolo mejor, aplaz la visita hasta la tarde.

    Ante todo, para tranquilizar su espritu, necesitaba resolverel asunto que le traa a Mosc. Para ello se dirigi, pues, a laoficina de Oblonsky y, despus de haber conseguido las infor-maciones que necesitaba sobre los Scherbazky, tom un cochey se dirigi al lugar donde le haban dicho que poda encontrara Kitty.

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  • Captulo 9A las cuatro de la tarde, Levin, con el corazn palpitante, dejel coche de alquiler cerca del Parque Zoolgico y se encaminpor un sendero a la pista de patinar, seguro de encontrar aKitty, ya que haba visto a la puerta el carruaje de losScherbazky.

    El da era fro, despejado. Ante el Parque Zoolgico estabanalineados trineos, carruajes particulares y coches de alquiler.Aqu y all se vean algunos gendarmes. El pblico, con sussombreros que relucan bajo el sol, se agolpaba en la entrada yen los paseos ya limpios de nieve, entre filas de casetas de ma-dera de estilo ruso, con adornos esculpidos. Los aosos abedu-les, inclinados bajo el peso de la nieve que cubra sus ramas,parecan ostentar flamantes vestiduras de fiesta.

    Levin, mientras segua el sendero que conduca a la pista, sedeca: Hay que estar tranquilo; es preciso no emocionarse.Qu te pasa corazn? Qu quieres? Calla, estpido!. As ha-blaba a su corazn, pero cuanto ms se esforzaba en calmarse,ms emocionado se senta.

    Se encontr con un conocido que le salud, pero Levin no re-cord siquiera quin poda ser.

    Se acerc a las montaas de nieve, en las que, entre el estr-pito de las cadenas que hacan subir los trineos, sonaban vocesalegres. Unos pasos ms all se encontr ante la pista y entrelos que patinaban reconoci inmediatamente a Kitty.

    La alegra y el temor inundaron su corazn. Kitty se hallabaen la extremidad de la pista, hablando en aquel momento conuna seora. Aunque nada haba de extraordinario en su actitudni en su vestido, para Levin resaltaba entre todos, como unarosa entre las ortigas. Todo en tomo de ella pareca iluminado.Era como una sonrisa que hiciera resplandecer las cosas a sualrededor.

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  • Es posible que pueda acercarme adonde est?, se pregun-t Levin.

    Hasta el lugar donde ella se hallaba le pareca un santuarioinaccesible, y tal era su zozobra que hubo un momento en queincluso decidi marcharse. Tuvo que hacer un esfuerzo sobre smismo para decirse que al lado de Kitty haba otras muchaspersonas y que l poda muy bien haber ido all para patinar.

    Entr en la pista, procurando no mirar a Kitty sino a largosintervalos, como hacen los que temen mirar al sol de frente.Pero como el sol, la presencia de la joven se senta an sinmirarla.

    Aquel da y a aquella hora acudan a la pista personas de unamisma posicin, todas ellas conocidas entre s. All estaban losmaestros del arte de patinar, luciendo su arte; los que aprend-an sujetndose a sillones que empujaban delante de ellos, des-lizndose por el hielo con movimientos tmidos y torpes; habatambin nios, y viejos que patinaban por motivos de salud.

    Todos parecan a Levin seres dichosos porque podan estarcerca de ella. Sin embargo, los patinadores cruzaban al ladode Kitty, la alcanzaban, le hablaban, se separaban otra vez ytodo con indiferente naturalidad, divirtindose sin que ella en-trase para nada en su alegra, gozando del buen tiempo y de laexcelente pista.

    Nicols Scherbazky, primo de Kitty, vestido con una chaque-ta corta y pantalones ceidos, descansaba en un banco con lospatines puestos. Al ver a Levin, le grit:

    Hola, primer patinador de todas las Rusias! Desde cundoest usted aqu? El hielo est excelente. Ande, pngase lospatines.

    No traigo patines repuso Levin, asombrado de la libertadde maneras de Scherbazky delante de ella y sin perderla devista ni un momento, aunque tena puesta en otro sitio lamirada.

    Sinti que el sol se aproximaba a l. Deslizndose sobre elhielo con sus piececitos calzados de altas botas, Kitty, algoasustada al parecer, se acercaba a Levin. Tras ella, haciendogestos desesperados a inclinndose hacia el hielo, iba un mu-chacho vestido con el traje nacional ruso que la persegua.Kitty patinaba con poca seguridad. Sacando las manos delmanguito sujeto al cuello por un cordn, las extenda como

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  • para cogerse a algo ante el temor de una cada. Vio a Levin, aquien reconoci en seguida, y sonri tanto para l como paradisimular su temor.

    Al llegar a la curva, Kitty, con un impulso de sus piececitosnerviosos, se acerc a Scherbazky, se cogi a su brazo sonrien-do y salud a Levin con la cabeza.

    Estaba ms hermosa an de lo que l la imaginara. Cuandopensaba en ella, la recordaba toda: su cabecita rubia, con suexpresin deliciosa de bondad y candor infantiles, tan admira-blemente colocada sobre sus hombros graciosos. Aquella mez-cla de gracia de nia y de belleza de mujer ofrecan un conjun-to encantador que impresionaba a Levin profundamente.

    Pero lo que ms le impresionaba de ella, como una cosasiempre nueva, eran sus ojos tmidos, serenos y francos, y susonrisa, aquella sonrisa que le transportaba a un mundo encan-tado, donde se senta satisfecho, contento, con una felicidadplena como slo recordaba haberla experimentado durante losprimeros das de su infancia.

    Cundo ha venido? le pregunt Kitty, dndole la mano.El pauelo se le cay del manguito. Levin lo recogi y ella di-

    jo: Muchas gracias.Llegu hace poco: ayer quiero decir, hoy repuso Levin,

    a quien la emocin haba impedido entender bien la pregunta.Me propona ir a su casa Y recordando de pronto el motivopor que la buscaba, se turb y se puso encarnado.

    No saba que usted patinara. Y patina muy bien aadi.Ella le mir atentamente, como tratando de adivinar la causa

    de su turbacin.Estimo en mucho su elogio, ya que se le considera a usted

    como el mejor patinador dijo al fin, sacudiendo con su maneci-ta enfundada en guantes negros la escarcha que se formabasobre su manguito.

    S; antes, cuando patinaba con pasin aspiraba a llegar aser un perfecto patinador.

    Parece que usted se apasiona por todo dijo la joven, sonr-iendo. Me gustara verle patinar. Ande, pngase los patines ydemos una vuelta juntos.

    Es posible? Patinar juntos!, pensaba Levin, mirndola.En seguida me los pongo dijo en alta voz.Y se alej a buscarlos.

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  • Hace tiempo que no vena usted por aqu, seorle dijo elempleado, cogiendo el pie de Levin para sujetarle los patines.Desde entonces no viene nadie que patine como usted. Quedabien as? concluy, ajustndole la correa.

    Bien, bien; acabe pronto, por favor replicaba Levin, conten-iendo apenas la sonrisa de dicha que pugnaba por aparecer ensu rostro. Eso es vida! Eso es felicidad! Juntos, patinaremosjuntos!, me ha dicho. Y si se lo dijera ahora? Pero tengo mie-do, porque ahora me siento feliz, feliz aunque sea slo por laesperanza Pero es preciso decidirse! Hay que acabar conesta incertidumbre! Y ahora mismo!

    Se puso en pie, se quit el abrigo y, tras recorrer el hielo de-sigual inmediato a la caseta, salv el hielo liso de la pista, des-lizndose sin esfuerzo, como si le bastase la voluntad para ani-mar su carrera. Se acerc a Kitty con timidez, sintindose cal-mado al ver la sonrisa con que le acoga.

    Ella le dio la mano y los dos se precipitaron juntos, aumen-tando cada vez ms la velocidad, y cuanto ms deprisa iban,tanto ms fuertemente oprima ella la mano de Levin.

    Con usted aprendera muy pronto, porque, no s a qu sedeber, pero me siento completamente segura cuando patinocon usted le dijo.

    Y yo tambin me siento ms seguro cuando usted se apoyaen mi brazo repuso Levin. Y en seguida enrojeci, asustado delo que acababa de decir. Y, en efecto, apenas hubo pronuncia-do estas palabras, cuando, del mismo modo como el sol se ocul-ta entre las nubes, del rostro de Kitty desapareci toda la sua-vidad, y Levin comprendi por la expresin de su semblanteque la joven se concentraba para reflexionar.

    Una leve arruguita se marc en la tersa frente de lamuchacha.

    Le sucede algo? Perdone, no tengo derecho a rectificLevin.

    Por qu no? No me pasa nada repuso ella framente. Yaadi: No ha visto an a mademoiselle Linon?

    Todava no.Vaya a saludarla. Le aprecia mucho.Oh, Dios mo, la he enojado!, pens Levin, mientras se di-

    riga hacia la vieja francesa de grises cabellos rizados sentadaen el banco.

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  • Ella le acogi como a un viejo amigo, enseando al rer sudentadura postiza.

    Cmo crecemos, eh? le dijo, indicndole a Kittyy cmonos hacemos viejos! Tinny bear es ya mayor! continu, rien-do, y recordando los apelativos que antiguamente daba Levin acada una de las tres hermanas, equiparndolas a los tres osez-nos de un cuento popular ingls. Se acuerda de que la llama-ba as?

    El no lo recordaba ya, pero la francesa llevaba diez aos rien-do de aquello.

    Vaya, vaya a patinar. Verdad que nuestra Kitty lo hace muybien ahora?

    Cuando Levin se acerc a Kitty de nuevo, la severidad habadesaparecido del semblante de la joven; sus ojos le miraban,como antes, francos y llenos de suavidad, pero a l le parecique en la serenidad de su mirada haba algo de fingido y seentristeci.

    Kitty, tras hablar de su anciana institutriz y de sus rarezas,pregunt a Levin qu era de su vida.

    No se aburre usted viviendo en el pueblo durante el invier-no? le pregunt.

    No, no me aburro. Como siempre estoy ocupado dijo l,consciente de que Kitty le arrastraba a la esfera de aquel tonotranquilo que haba resuelto mantener y de la cual, como habasucedido a principios de invierno, no poda ya escapar.

    Viene para mucho tiempo? pregunt Kitty.No s repuso Levin, casi sin darse cuenta.Pens que si se dejaba ganar por aquel tono de tranquila

    amistad, se marchara otra vez sin haber resuelto nada; y deci-di rebelarse.

    Cmo no lo sabe?No, no s Depende de usted.Y en el acto se sinti aterrado de sus palabras.Pero ella no las oy o no quiso orlas. Como si tropezara, dio

    dos o tres leves talonazos y se alej de l rpidamente. Se acer-c a la institutriz, le dijo algunas palabras y se dirigi a la case-ta para quitarse los patines.

    Oh, Dios, aydame, ilumname! Qu he hecho?, se decaLevin, orando mentalmente. Pero, como sintiera a la vez una

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  • viva necesidad de moverse, se lanz en una carrera veloz sobreel hielo, trazando con furor amplios crculos.

    En aquel momento, uno de los mejores patinadores que habaall sali del caf con un cigarrillo en los labios, descendi asaltos las escaleras con los patines puestos, creando un granestrpito y, sin ni siquiera variar la descuidada postura de losbrazos, toc el hielo y se desliz sobre l.

    Ah, un nuevo truco! exclam Levin.Y corri hacia la escalera para realizarlo.Va usted a matarse! le grit Nicols Scherbazky. Hay

    que tener mucha prctica para hacer eso!Levin subi hasta el ltimo peldao y, una vez all, se lanz

    hacia abajo con todo el impulso, procurando mantener el equi-librio con los brazos. Tropez en el ltimo peldao, pero tocan-do ligeramente el hielo con la mano hizo un esfuerzo rpido yviolento, se levant y, riendo, continu su carrera.

    Qu muchacho tan simptico!, pensaba Kitty, que sala dela caseta con mademoiselle Linon, mientras segua a Levin conmirada dulce y acariciante, como si contemplase a un hermanoquerido. Acaso soy culpable? He hecho algo que no estbien? A eso llaman coquetera. Ya s que no es a l a quien qu-iero, pero a su lado estoy contenta. Es tan simptico! Peropor qu me dira lo que me dijo?

    Viendo que Kitty iba a reunirse con su madre en la escalera,Levin, con el rostro encendido por la violencia del ejercicio, sedetuvo y qued pensativo. Luego se quit los patines y logr al-canzar a madre a hija cerca de la puerta del parque.

    Me alegro mucho de verle dijo la Princesa. Recibimos losjueves, como siempre.

    Entonces, hoy?Nos satisfar su visita repuso la Princesa, secamente.Su frialdad disgust a Kitty de tal modo que no pudo conte-

    ner el deseo de suavizar la sequedad de su madre y, volviendola cabeza, dijo sonriendo:

    Hasta luego.En aquel momento, Esteban Arkadievich, con el sombrero la-

    deado, brillantes los ojos, con aire triunfador, entraba en el jar-dn. Al acercarse, sin embargo, a su suegra adopt un aire con-trito, contestndole con voz doliente cuando le pregunt por lasalud de Dolly.

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  • Tras hablar con ella en voz baja y humildemente, Oblonskyse enderez, sacando el pecho y cogi el brazo de Levin.

    Qu? Vamos? pregunt. Me he acordado mucho de ti yestoy satisfechsimo de que hayas venido dijo, mirndole sig-nificativamente a los ojos.

    Vamos contest Levin, en cuyos odos sonaban an dulce-mente el eco de aquellas palabras: Hasta luego, y de cuyamente no se apartaba la sonrisa con que Kitty las quisoacompaar.

    Al Inglaterra o al Ermitage ?Me da lo mismo.Entonces vamos al Inglaterra dijo Esteban Arkadievich

    decidindose por este restaurante, porque deba en l ms di-nero que en el otro y consideraba que no estaba bien dejar defrecuentarlo.

    Tienes algn coche alquilado? aadi. S? MagnficoYo haba despedido el mo

    Hicieron el camino en silencio. Levin pensaba en lo que po-da significar aquel cambio de expresin en el rostro de Kitty, yya se senta animado en sus esperanzas, ya se senta hundidoen la desesperacin, y considerando que sus ilusiones eran in-sensatas. No obstante, tena la sensacin de ser otro hombre,de no parecerse en nada a aquel a quien ella haba sonredo y aquien haba dicho: Hasta luego.

    Esteban Arkadievich, entre tanto, iba componiendo el menpor el camino.

    Te gusta el rodaballo? pregunt a Levin, cuando llegaban.Qu?El rodaballo.Oh! S, s, me gusta con locura.

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  • Captulo 10Levin, al entrar en el restaurante con su amigo, no dej de ob-servar en l una expresin particular, una especie de alegraradiante y contenida que se manifestaba en el rostro y en todala figura de Esteban Arkadievich.

    Oblonsky se quit el abrigo y, con el sombrero ladeado, pasal comedor, dando rdenes a los camareros trtaros que, vesti-dos de frac y con las servilletas bajo el brazo, le rodearon, pe-gndose materialmente a sus faldones.

    Saludando alegremente a derecha a izquierda a los conoci-dos, que aqu como en todas partes le acogan alegremente,Esteban Arkadievich se dirigi al mostrador y tom un vasitode vodka acompandolo con un pescado en conserva, y dijo ala cajera francesa, toda cintas y puntillas, algunas frases que lahicieron rer a carcajadas. En cuanto a Levin, la vista de aque-lla francesa, que pareca hecha toda ella de cabellos postizos yde poudre de riz y vinaigres de toilette, le produca nuseas. Sealej de all como pudiera hacerlo de un estercolero. Su almaestaba llena del recuerdo de Kitty y en sus ojos brillaba unasonrisa de triunfo y de felicidad.

    Por aqu, Excelencia, tenga la bondad. Aqu no importunarnadie a Su Excelencia deca el camarero trtaro que con msahnco segua a Oblonsky y que era un hombre grueso, viejoya, con los faldones del frac flotantes bajo la ancha cintura.Haga el favor, Excelencia deca asimismo a Levin, honrndolotambin como invitado de Esteban Arkadievich.

    Coloc rpidamente un mantel limpio sobre la mesa redonda,ya cubierta con otro y colocada bajo una lmpara de bronce.Luego acerc dos sillas tapizadas y se par ante Oblonsky conla servilleta y la carta en la mano, aguardando rdenes.

    Si Su Excelencia desea el reservado, podr disponer de ldentro de poco. Ahora lo ocupa el prncipe Galitzin con una da-ma Hemos recibido ostras francesas.

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  • Caramba, ostras!Esteban Arkadievich reflexion.Cambiamos el plan, Levin? pregunt, poniendo el dedo so-

    bre la carta.Y su rostro expresaba verdadera perplejidad.Sabes si son buenas las ostras? interrog.De Flensburg, Excelencia. De Ostende no tenemos hoy.Pasemos porque sean de Flensburg, pero son frescas?Las hemos recibido ayer.Entonces empezamos por las ostras y cambiamos el plan?Me es indiferente. A m lo que ms me gustara sera el schi

    y la kacha , pero aqu no deben de tener de eso.El seor desea kacha la russe? pregunt el trtaro, incli-

    nndose hacia Levin como un aya hacia un nio.Bromas aparte, estoy conforme con lo que escojas dijo Le-

    vin a Oblonsky. He patinado mucho y tengo apetito. Y aadi,observando una expresin de descontento en el rostro de Este-ban Arkadievich: No creas que no sepa apreciar tu eleccin.Estoy seguro de que comer muy a gusto.

    No faltaba ms! Digas lo que quieras, el comer bien es unode los placeres de la vida repuso Esteban Arkadievich. Ea,amigo: trenos primero las ostras. Dos no, eso sera poco,tres docenas Luego, sopa juliana

    Printanire, no? corrigi el trtaro.Pero Oblonsky no quera darle la satisfaccin de mencionar

    los platos en francs.Sopa juliana, juliana, entiendes? Luego rodaballo, con la

    salsa muy espesa; luego rosbif, pero que sea bueno, eh?Despus, pollo y algo de conservas.

    El trtaro, recordando la costumbre de Oblonsky de no nom-brar los manjares con los nombres de la cocina francesa, noquiso insistir, pero se tom el desquite, repitiendo todo lo en-cargado tal como estaba escrito en la carta.

    Soupe printanire, turbot la Beaumarchais, poularde l'estragon, macedoine de fruits

    Y en seguida despus, como movido por un resorte, cambila carta que tena en las manos por la de los vinos y la presenta Oblonsky.

    Qu bebemos?Lo que quieras; acaso un poco de champaa indic Levin.

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  • Champaa para empezar? Pero bueno, como t quieras.Cmo te gusta? Carta blanca?

    Cachet blanc dijo el trtaro.S: esto con las ostras. Luego, ya veremos.Bien, Excelencia. De vinos de mesa?Tal vez Nuit Pero no: vale ms el clsico Chablis.Bien. Tomar Su Excelencia su queso?S: de Parma. O prefieres otro?A m me da lo mismo dijo Levin, sin poder reprimir una

    sonrisa.El trtaro se alej corriendo, con los faldones de su frac flo-

    tndole hacia atrs, y cinco minutos ms tarde volvi con unabandeja llena de ostras ya abiertas en sus conchas de ncar ycon una botella entre los dedos.

    Esteban Arkadievich arrug la servilleta almidonada, colocla punta en la abertura del chaleco y, apoyando los brazos so-bre la mesa, comenz a comer las ostras.

    No estn mal dijo, mientras separaba lasostras de las con-chas con un tenedorcito de plata y las engulla una tras otra.No estn mal repiti, mirando con sus brillantes ojos, ora aLevin, ora al trtaro.

    Levin comi ostras tambin, aunque habra preferido queso ypan blanco, pero no poda menos de admirar a Oblonsky.

    Hasta el mismo trtaro, despus de haber descorchado la bo-tella y escanciado el vino espumoso en las finas copas de cris-tal, contempl con visible placer a Esteban Arkadievich, mien-tras se arreglaba su corbata blanca.

    No te gustan las ostras? pregunt ste a Levin. O es queests preocupado por algo?

    Deseaba que Levin se sintiese alegre. Levin no estaba triste,se senta slo a disgusto en el ambiente del restaurante, quecontrastaba tanto con su estado de nimo de aquel momento.No, no se encontraba bien en aquel establecimiento con sus re-servados donde se llevaba a comer a las damas; con sus bron-ces, sus espejos y sus trtaros. Senta la impresin de que aq-uello haba de mancillar los delicados sentimientos que alber-gaba su corazn.

    Yo?. S, estoy preocupado Adems, a un pueblerino co-mo yo, no puedes figurarte la impresin que le causan estas

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  • cosas. Es, por ejemplo, como las uas de aquel seor que mepresentaste en tu oficina.

    Ya vi que las uas del pobre Grinevich te impresionaron mu-cho dijo Oblonsky, riendo.

    Son cosas insoportables para m! repuso Levin. Ponte enmi lugar, en el de un hombre que vive en el campo. All procu-ramos tener las manos de modo que nos permitan trabajar mscmodamente; por eso nos cortamos las uas y a veces nos re-mangamos el brazo En cambio, aqu la gente se deja crecerlas uas todo lo que pueden dar de s y se pone unos gemeloscomo platos para acabar de dejar las manos en estado de nopoder servir para nada.

    Esteban Arkadievich sonri jovialmente.Seal de que no es preciso un trabajo rudo, que se labora

    con el cerebro aleg.Quiz. Pero de todos modos a m eso me causa una extraa

    impresin; como me la causa el que nosotros los del puebloprocuremos comer deprisa para ponernos en seguida a traba-jar otra vez, mientras que aqu procuris no saciaros demasia-do aprisa y por eso empezis por comer ostras.

    Naturalmente repuso su amigo. El fin de la civilizacinconsiste en convertir todas las cosas en un placer.

    Pues si se es el fin de la civilizacin, prefiero ser unsalvaje.

    Eres un salvaje sin necesidad de eso. Todos los Levin lo sois.Levin suspir. Record a su hermano Nicols y se sinti aver-

    gonzado y dolorido. Arrug el entrecejo.Pero ya Oblonsky le hablaba de otra cosa que distrajo su

    atencin.Visitars esta noche a los Scherbazky? Quiero decir a ?

    agreg, separando las conchas vacas y acercando el queso,mientras sus ojos brillaban de manera significativa.

    No dejar de ir repuso Levin, aunque creo que la Princesame invit de mala gana.

    No digas tonteras! Es su modo de ser. Srvanos la sopa,amigo dijo Oblonsky al camarero. Es su manera de grandedame. Yo tambin pasar por all, pero antes he de estar en ca-sa de la condesa Bonina. Hay all un coro, que Como te deca,eres un salvaje Cmo se explica tu desaparicin repentinade Mosc? Los Scherbazky no hacan ms que preguntarme

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  • por ti, como si yo pudiera saber Y slo s una cosa: que ha-ces siempre lo contrario que los dems.

    Tienes razn: soy un salvaje concedi Levin, hablando len-tamente, pero con agitacin, pero si lo soy, no es por habermeido entonces, sino por haber vuelto ahora.

    Qu feliz eres! interrumpi su amigo, mirndole a los ojos.Por qu?Conozco los buenos caballos por el pelo y a los jvenes ena-

    morados por los ojos declar Esteban Arkadievich. El mundoes tuyo El porvenir se abre ante ti

    Acaso t no tienes ya nada ante ti?S, pero el porvenir es tuyo. Yo tengo slo el presente, y este

    presente no es precisamente de color de rosa.Y eso?No marchan bien las cosas Pero no quiero hablar de m, y

    adems no todo se puede explicar dijo Esteban Arkadievich.Cambia los platos dijo al camarero. Y prosigui: Ea, a quhas venido a Mosc?

    No lo adivinas? contest Levin, mirando fijamente a suamigo, sin apartar de l un instante sus ojos profundos.

    Lo adivino, pero no soy el llamado a iniciar la conversacinsobre ello Juzga por mis palabras si lo adivino o no dijo Es-teban Arkadievich con leve sonrisa.

    Y entonces, qu me dices? pregunt Levin con voz trmu-la, sintiendo que todos los msculos de su rostro se estremec-an. Qu te parece el asunto?

    Oblonsky vaci lentamente su copa de Chablis sin quitar losojos de Levin.

    Por mi parte dijo no deseara otra cosa. Creo que es lo me-jor que podra suceder.

    No te equivocas? Sabes a lo que te refieres? repuso suamigo, clavando los ojos en l. Lo crees posible?

    Lo creo. Por qu no?Supones sinceramente que es posible? Dime todo lo que

    piensas. No me espera una negativa? Casi estoy seguroPor qu piensas as? dijo Esteban Arkadievich, observando

    la emocin de Levin.A veces lo creo, y esto fuera terrible para m y para ella.No creo que para ella haya nada terrible en esto. Toda mu-

    chacha se enorgullece cuando piden su mano.

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  • Todas s; pero ella no es como todas.Esteban Arkadievich sonri. Conoca los sentimientos de su

    amigo y saba que para l todas las jvenes del mundo estabandivididas en dos clases: una compuesta por la generalidad delas mujeres, sujetas a todas las flaquezas, y otra compuesta s-lo por ella , que no tena defecto alguno y estaba muy por en-cima del gnero humano.

    Qu haces? Toma un poco de salsa! dijo, deteniendo lamano de Levin, que separaba la fuente.

    Levin, obediente, se sirvi salsa; pero impeda, con sus pre-guntas, que Esteban Arkadievich comiera tranquilo.

    Espera, espera dijo. Comprende que esto para m es cues-tin de vida o muerte. A nadie he hablado de ello. Con nadiepuedo hablar, excepto contigo. Aunque seamos diferentes entodo, s que me aprecias y yo te aprecio mucho tambin. Pero,por Dios!, s sincero conmigo.

    Yo te digo lo que pienso respondi Oblonsky con una sonri-sa. Te dir ms an: mi esposa, que es una mujer extraordina-ria Suspir, recordando el estado de sus relaciones con ellay, tras un breve silencio, continu:Tiene el don de prever lossucesos. Adivina el carcter de la gente y profetiza los aconte-cimientos sobre todo si se trata de matrimonios Por ejem-plo: predijo que la Schajovskaya se casara con Brenteln.

    Nadie quera creerlo. Pero result. Pues bien: est de tuparte.

    Es decir, que ?Que no slo simpatiza contigo, sino que asegura que Kitty

    ser indudablemente tu esposa.Al or aquellas palabras, el rostro de Levin se ilumin con

    una de esas sonrisas tras de las que parecen prximas a brotarlgrimas de ternura.

    Conque dice eso! exclam. Siempre he opinado que tu es-posa era una mujer admirable. Bien; basta.

    No hablemos ms de eso aadi, levantndose.Bueno, pero sintate.Levin no poda sentarse. Dio un par de vueltas con sus firmes

    pasos por la pequea habitacin, pestaeando con fuerza paradominar sus lgrimas, y slo entonces volvi a instalarse en susilla.

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  • Comprende dijo que esto no es un amor vulgar. Yo he es-tado enamorado, pero no como ahora. No es ya un sentimiento,sino una fuerza superior a m que me lleva a Kitty. Me fui deMosc porque pens que eso no podra ser, como no puede serque exista felicidad en la tierra. Luego he luchado conmigomismo y he comprendido que sin ella la vida me ser imposi-ble. Es preciso que tome una decisin.

    Por qu te fuiste?Ah, espera, espera! Se me ocurren tantas cosas para pre-

    guntarte! No sabes el efecto que me han causado tus palabras.La felicidad me ha convertido casi en un ser indigno. Hoy mehe enterado de que mi hermano Nicols est aqu, y hasta del me haba olvidado, como si creyera que tambin l era feliz!Es una especie de locura! Pero hay una cosa terrible. A ti pue-do decrtela, eres casado y conoces estos sentimientos Lo te-rrible es que nosotros, hombres ya viejos y con un pasado yno un pasado de amor, sino de pecado nos acercamos a unser puro, a un ser inocente. No me digas que no es repugnan-te! Por eso uno no puede dejar de sentirse indigno.

    Y no obstante a ti de pocos pecado