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Una revisión teórica de los valores en el estudio
de la intención emprendedora
Inmaculada Jaén
Departamento Economía Aplicada I, Universidad de Sevilla,
Sevilla, España
Av. Ramon y Cajal, 1. 41018 – Sevilla.
Tel.: +34.954557550. Fax: +34.954551636.
inmajaen@us.es Inmaculada Jaén es Profesora Asociada del Departamento de Economía Aplicada I y técnico de apoyo del Proyecto de Investigación de Excelencia “Valores e Intenciones Empresariales” (Ref. P08-SEJ-03542), financiado por la Consejería de Innovación Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía.
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Una revisión teórica de los valores en el estudio de la intención emprendedora
Este trabajo pretende realizar una revisión del estudio de los valores y su relación con la intención de ser empresario. Para ello, se comienza realizando una revisión teórica del concepto “valor” desde la perspectiva de la Psicología Social. El estudio y análisis de los valores nos permite elaborar y sobre todo ampliar el perfil del emprendedor. Las distintas aportaciones analizadas han hecho posible que en la actualidad existan teorías sobre la estructura de valores tanto a nivel individual como a nivel cultural. Específicamente, trataremos el estudio de los valores personales y la importancia que la estructura de valores ocupa en la determinación de la conducta emprendedora. Este enfoque encuentra su justificación en la cada vez mayor importancia que están adquiriendo los emprendedores en el proceso de desarrollo económico de los distintos países. Como resultado del trabajo, se propone un modelo explicativo de la intención emprendedora en el que los valores personales influyen directa e indirectamente sobre la intención. El trabajo concluye con la identificación de futuras líneas de trabajo que permitan contrastar la validez del modelo teórico propuesto.
Palabras claves: emprendedor; valores; intención; comportamiento;
Introducción
Es reconocida hoy en día, por los distintos gobiernos y la comunidad científica, la
importancia de los emprendedores en el proceso de desarrollo económico de los
distintos países (European Commission, 2003; Guzman & Santos, 2001; Santos,
2001). Por ello, es de gran interés el analizar los factores que influyen en la decisión
de ser empresario. Ya que, parece existir una estrecha relación entre actividad
empresarial y desarrollo económico de un país (Baumol, 1968; Santos, 2004;
Schumpeter, 1934; Wennekers & Thurik, 1999), queremos profundizar en aquellos
valores que predominan en los emprendedores. Desde la Ciencia Económica, existen
modelos teóricos que tratan de explicar el comportamiento emprendedor (Baumol,
1996; Douglas & Shepherd, 2000). En este trabajo se pretende abordar el estudio de
los valores que permiten elaborar el perfil del emprendedor, y la influencia de éstos
sobre la intención de crear una empresa.
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El estudio de la conducta emprendedora se desarrolla dentro de un campo de
investigación plural y multidisciplinar. Así, los distintos trabajos de investigación han
dado mayor importancia a la inclusión de variables cognitivas, junto con aspectos
económicos, de gestión y sociológicos, cuando se estudia la decisión empresarial
(Baron, 1998; Busenitz & Lau, 1996; Katz & Shepherd, 2003; Kolvereid, 1996;
Kolvereid & Isaksen, 2006; Krueger, 2000; Liñán & Santos, 2006; Liñán, Urbano, &
Guerrero, forthcoming; Mitchell et al., 2002; Shane & Venkataraman, 2000; Shaver &
Scott, 1991; Simon, Houghton, & Aquino, 2000; Zhao, Siebert, & Hills, 2005).
En cuanto al estudio de los valores humanos y en concreto los valores en los
emprendedores, son escasos los trabajos que se han realizado sobre este tema. No
obstante, cada vez es mayor la importancia que está adquiriendo su estudio. Algunas
investigaciones comienzan a analizar la relación significativa que muestran
determinados valores con la intención emprendedora y con el crecimiento y desarrollo
económicos (Jaén, Moriano, & Liñán, 2010; Kecharananta & Baker, 1999; Moriano,
Palací, & Morales, 2007; Moriano, Palací, & Trejo, 2001). Esto es importante porque
nos permitirá comprender mejor el proceso mental que lleva a las personas a la
decisión de ser empresario. Podremos así llevar a cabo programas y cursos para
emprendedores que incluyan formación en valores, rara vez tenidos en cuenta, por las
implicaciones políticas que conlleva.
Desde la perspectiva de la Psicología Social, los valores forman parte tanto de
la construcción de la identidad individual como de la formación de las normas
culturales que afectan a los comportamientos individuales y a los de grupo. Si
consideramos que los valores son elementos que guían las acciones de las personas y
de los grupos sociales (Ros & Gouveia, 2001), en este sentido, tenemos que destacar
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la importancia que está adquiriendo hoy día el estudio de los valores en el surgimiento
y persistencia de la conducta emprendedora.
Por todo ello, queremos orientar nuestra investigación hacia en el estudio de
los valores personales y en el papel que éstos tienen en nuestras sociedades y en
nuestro comportamiento, tanto dentro de la persona, como entre personas. En
concreto, el presente trabajo pretende realizar en primer lugar una revisión
bibliográfica de las principales aportaciones en torno al estudio de los valores, y en
segundo lugar, extender dicha revisión a la relación de los valores personales con la
intención de emprender.
Valores individuales y sociales
A continuación, vamos a mostrar las distintas aportaciones que han hecho posible el
desarrollo teórico que se ha producido a partir del los años 70 hasta finales de los 90,
sobre el estudio de los valores, deteniéndonos en aquellas que han tenido un mayor
impacto. Partimos de aquellas aportaciones que nos proporcionan las primeras
conceptualizaciones del término valor. Así, desde la tradición sociológica existen dos
visiones distintas de este concepto. La primera de ellas, considera que los valores
están ligados a actividades y metas y, por lo tanto, están motivados (Thomas &
Znaniecki, 1918-1920). Estos autores introducen el concepto actitud y establece una
conexión de la actitud con la estructura social a través de los valores.
Una segunda visión es la aportación de Talcott Parsons que concibe un
concepto de valor distinto del de Thomas y Znaniecki. El autor sitúa los valores en lo
más alto del control cultural, controlando las normas y éstas el comportamiento. Es
decir, supone la existencia de una relación causal que, sin embargo, no ha sido
contratada hasta los años 90. Parsons toma el concepto de valor de Kluchhohn (1951,
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p. 395): “Un valor es una concepción, explícita o implícita distintiva de un individuo
o característica de un grupo, sobre lo deseable, que influye en la selección de las
formas, medios y fines existentes de acción”. Para Parsons, los valores son creencias
de lo deseable, son los componentes fundamentales de cualquier sistema social y cuyo
contenido específico debía ser deducido por el experto. Este autor separa valores de
normas. Mientras que los primeros se identifican como metas deseables y, por tanto,
como conceptos abstractos, las segundas vienen a especificar el cuándo y el cómo
conseguir esas metas (Parsons, 1961).
Para Parsons, la acción se realiza cada vez que se intenta conseguir metas y se
encuentra limitada por la situación en la que ésta se realiza. Además, no se da de
forma aislada, sino formando conjuntos o sistemas de acciones que el autor ha
clasificado en tres tipos diferentes: el sistema de personalidad, el sistema social y el
sistema cultural. En el primero, el actor actúa motivado por sus necesidades y la
búsqueda de la gratificación para lo que evalúa las alternativas a su alcance. En el
social, el actor actúa motivado por la complementariedad de expectativas entre él y
los demás con los que interactúan. La interacción que se produce entre estos dos
sistema no es posible si no existe la comunicación, condición previa de dicho proceso,
que solo proporciona el sistema cultural a través de las convenciones respetadas por
ambas partes (Parsons & Shils, 1951). Para este autor, por tanto, los valores (metas)
influyen claramente en el comportamiento.
Desde la tradición psicológica, Maslow (1954) realiza una tipología de las
necesidades humanas según una organización jerarquizada, en la cual sólo
ascendemos en la escala para satisfacer nuevas necesidades cuando las básicas están
cubiertas. El propio Maslow establece excepciones a esa jerarquía desde un punto de
vista más realista. Para que surja una necesidad de orden superior la anterior no tiene
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que estar satisfecha al 100 por 100, reduciéndose dicho porcentaje en la medida en
que subimos en dicha jerarquía. Por lo que la aparición de una nueva necesidad es
gradual, a medida que la necesidad anterior va siendo satisfecha. En este sentido,
Inglehart (1991) sugiere que los valores son metas deseables tanto si están satisfechas
como si no, ya que el grado de satisfacción de las necesidades dependerá de las
aspiraciones de cada persona o de cada sociedad.
Como veremos luego en el estudio de la actividad emprendedora, los distintos
trabajos que se han realizado sobre el estudio de valores, se pueden agrupar
principalmente en dos tendencias o perspectivas, que a su vez se complementan. Por
un lado, estarían los trabajos que consideran los factores sociales, políticos o
económicos como explicativos del desarrollo de un perfil cultural de valores, por
ejemplo: Hofstede (1980, 1991), Triandis (1989), Inglehart (1991), Schwartz &
Huismans (1995), Ros & Grad (1999), entre otros. Por otro lado, una segunda
perspectiva incluiría todos aquellos trabajos que consideran los valores (tanto a nivel
individual como cultural) como antecedentes de identidades, actitudes o
comportamientos de los individuos o de los grupos, es decir, capaces de explicar los
comportamientos de las personas o de las sociedades. Entre otros trabajos, destacamos
en esta segunda orientación: Schwartz (1996), Ros, Grad, & Martínez-Sánchez
(1999), Markus & Kitayama (1991), Bond & Smith (1996).
Factores explicativos de los valores
Desde la primera perspectiva del estudio de los valores, Ros (2001) trata de explicar
las relaciones o la interacción existente entre la cultura, la situación social y la
persona. En concreto, se interesa por cómo la definición de la situación que hacemos
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las personas condiciona la forma en que la cultura expresa parte de nuestra identidad
personal o social. Los resultados de la investigación evidencian que la interacción
entre el nivel cultural y el individual se produce a través de la estructura familiar (se
han obtenido resultados similares a través de la estructura ocupacional).
Así, en este proceso interactivo vamos a destacar el trabajo de Georgas et al.
(1997) que analiza la relación entre el tipo de cultura del que procede un conjunto de
familias, de un lado, y del otro, sus relaciones afectivas, la estructura familiar y las
funciones que ejerce el tipo de estructura familiar (intimidad emocional, interacción
y/o interdependencia). Los resultados que obtiene, muestran que existe una relación
directa entre cultura y estructura familiar.
Un segundo trabajo en relación a este proceso estudia la relación existente
entre la socialización familiar y la similitud de valores entre padres e hijos (Stewart,
Bond, Deeds, & Chung, 1999). En concreto, analiza las prioridades de valores
personales de las madres y de sus hijos aplicando el cuestionario de valores de
Schwartz (1992), y su relación con las expectativas de autonomía de los padres hacia
sus hijos. Sus resultados muestran la relación entre la cultura y su trasmisión familiar
a través de las distintas prioridades de valores y expectativas de autonomía de los
padres hacia sus hijos. Por tanto, la similitud de valores entre padres e hijos se podría
afirmar que es un producto cultural.
Kohn (1969) estableció la relación existente entre clase social y socialización
en valores familiares. Así, familias de clases sociales altas daban mayor importancia a
valores como la autodirección, sin embargo, clases sociales con menos recursos
económicos dan mayor importancia a valores como la conformidad. Posteriormente,
Kohn y Schooler (1983) se centran en analizar qué condiciones objetivas del trabajo
socializaban en valores. En concreto establecen cuatro aspectos estructurales del
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trabajo: autodirección ocupacional, presión laboral, riesgos y recompensas extrínsecas
y la posición en la estructura organizativa. Estos autores observan que, salvo la carga
laboral, cada componente del trabajo afecta a una o más dimensiones de personalidad,
y también que cada componente de la personalidad afecta a una o más dimensiones
del trabajo. Así, personas que realizan trabajos altos en autodirección, son menos
autoritarias, menos fatalistas y conformitas, y tienen mayor autoconfianza y mayor
responsabilidad.
En esta misma línea, nos encontramos otra aportación que destaca por mostrar
la relación entre estructura social y valores. Nos referimos a los trabajos de
McClelland, que establecen dicha relación respecto a un solo valor: motivación de
logro. McClelland y Atkinson (1948) trabajan sobre las correlaciones filosóficas,
cognitivas y de comportamiento que existe entre las personas según su nivel de
motivación de logro. Además McClelland tomó de Weber (1969) la relación entre
ideología religiosa y desarrollo del capitalismo analizando en este último la
motivación de logro como valor prioritario. McClelland (1961) establece una relación
entre la motivación de logro y determinadas estructuras ocupacionales. Así, aquellas
estructuras que permiten mayor iniciativa y mayor autonomía, son estructuras que
tienden a tener individuos con mayor motivación de logro. En este mismo sentido,
Koch (1965) encontró una relación entre motivación de logro y éxito empresarial
(definido como crecimiento de las empresas).
Desde los años 80, comienzan a desarrollarse las teorías transculturales sobre
la estructura de los valores, tanto a nivel individual como a nivel cultural. Es decir, se
trata de encontrar dimensiones comunes y significados equivalentes, que permitan
comparar las distintas sociedades y personas.
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A nivel cultural, las teorías que se han desarrollado tratan de abordar la
dialéctica entre autonomía personal y la adaptación a los grupos que constituyen la
sociedad. Hofstede (1980) establece que las sociedades resuelven esta problemática
dando prioridad, o bien a la autonomía personal, o bien a las normas de los grupos de
los que forman parte. De esta forma, aparecen las primeras conceptualizaciones del
individualismo versus colectivismo. Así, si las metas personales quedan subordinadas
a las del endogrupo, estaríamos hablando de colectivismo y si tienen prioridad las
metas personales, hablaríamos de individualismo (Triandis, Bontempo, Villareal,
Asai, & Lucca, 1988).
Posteriormente, Triandis (1995) profundiza y amplia los rasgos de las dos
dimensiones de Hofstede. Schwartz (1994b) critica esta concepción simple del
individualismo y el colectivismo, proponiendo dos tipos de individualismo,
competencia (tener éxito, ser capaz, ambicioso, independiente) y autonomía
intelectual y afectiva (disfrutar de la vida, tener una vida variada, ser curioso, creativo,
de mente abierta), y dos tipos de colectivismo, conservación a nivel cultural
(tradición, seguridad, obediencia) y compromiso igualitario (igualdad, justicia social,
ser honesto…).
Se puede concluir esta sección, por tanto, afirmando que los valores pueden
ser modificados, ya que son fruto del proceso de socialización de la persona, en el
ámbito familiar, socio-laboral, etc.
Valores, actitudes y comportamiento
En esta segunda perspectiva de análisis, destacan varias teorías transculturales sobre
la estructura y funcionamiento de los valores tanto individuales como culturales,
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además de la aplicación de instrumentos de medición válidos y fiables. Esta tendencia
incorpora los valores humanos como variables que influyen en todo tipo de
comportamientos, tanto personales como sociales. Entre las aportaciones que veremos
a continuación, queremos destacar los modelos de Rokeach y Schwartz, por sus
contribuciones sobre la relación entre valores personales y el comportamiento de los
individuos.
Rokeach (1973) es el primer autor que realiza un estudio analítico de los
valores susceptibles de medición. Para el autor, los valores son creencias
transituacionales que se encuentran jerárquicamente organizadas y que sirven de
criterio para nuestro comportamiento. La diferencia con las actitudes radica en que
éstas son creencias específicas sobre una situación u objeto, mientras que los valores
son creencias prescriptivas que nos dicen lo que es adecuado o no realizar, que se
encuentran organizadas según su importancia, y que en su mayoría nos orientan en
nuestras decisiones. De esta forma, los valores se articularían en torno a las actitudes,
tomando los mismos una posición central para la definición del autoconcepto y la
autoestima personal. En consecuencia, las actitudes y el comportamiento son los que
se modificarían para ser coherente con los valores.
Rokeach, distingue entre dos tipos de valores: los terminales y los
instrumentales. Los primeros responden a las necesidades de la existencia humana, y
los clasifica en personales (autorrealización, felicidad, armonía interna) y sociales
(seguridad familiar, seguridad nacional, igualdad). Los segundos, son medios para
alcanzar los fines de la existencia humana, que puede ser morales (ser honesto,
responsable) y de competencia (ser eficaz, ser imaginativo,…).
La aportación de mayor relevancia de este autor fue el desarrollo un
instrumento para medir los valores (Rokeach Value Survey) y la creación de un
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método de autoconfrontación de valores. A veces, las personas no somos conscientes
de los valores que guían nuestra conducta, por ello, autoconfrontar a las personas con
los valores relevantes puede ayudar a que se comporten de acuerdo con ellos. Los
resultados de esta técnica de autoconfrontación han resultado ser eficaces en la
modificación de actitudes y conductas diversas. Por ejemplo, fue aplicada por Ros,
Grad y Martínez-Sánchez (1999) en una intervención educativa para influir sobre las
prioridades valorativas de los estudiantes de BUP para lograr mejorar su rendimiento
académico.
Triandis y Schwartz parten de las dimensiones individualismo-colectivismo,
pero van más allá. Triandis, Leung, Villareal, & Clack (1985) denominan al
individualismo personal como ideocentrismo y al colectivismo personal como
alocentrismo. En el primer caso, las personas valoran más la independencia y la
autorrealización, mientras que los alocéntricos valoran más la seguridad, las buenas
relaciones interpersonales y la armonía endogrupal. Siendo el comportamiento de los
colectivistas más dependiente del contexto que el de los individualistas. Triandis,
Bontempo, Villareal, Asai y Lucca (1988) proponen una estructura de valores
unidimensional donde las personas se situarían hacia uno de los extremos según el
tipo de valores a los que diesen mayor importancia. Esta posición dicotómica fue
criticada por Schwartz (1992) proponiendo que algunos valores pueden servir a la vez
a intereses individuales y colectivos. Así, puede haber personas que tengan un perfil
mixto, y por lo tanto, puedan dar prioridad al mismo tiempo a valores individualistas
y colectivistas.
Schwartz (1996) proporciona un sistema integrado sobre la estructura de
valores que puede ser relacionada con todo tipo de comportamientos personales y
sociales. El autor establece una tipología de los contenidos de los valores humanos
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basándose en la meta motivacional que expresan. Así, los valores representan, en
formas de metas conscientes, las respuestas a tres tipos de necesidades humanas
universales: necesidades de los individuos como organismos biológicos; necesidades
de coordinación de la interacción social; necesidades de supervivencia y bienestar del
grupo. Como se observa en la Tabla 1, en la primera columna se muestra cada tipo de
valor con su definición en términos de meta motivacional, en la segunda columna, se
relacionan ejemplos de valores específicos, y en la tercera, las necesidades humanas
universales de los que deriva cada tipo de valor.
(Tabla 1 aquí)
Schwartz (1994a) desarrolla una teoría transcultural sobre valores personales,
basándose en el desarrollo y aplicación del SVS (Schwartz Values Survey). Sobre la
base de esas tres necesidades humanas universales, el autor propone una estructura
circular de valores formada por diez tipos motivacionales (Figura 1). Estos valores se
estructuran en dos dimensiones bipolares. La primera dimensión se compone del
autoensalsamiento (que incluye valores como el poder y el logro) y de su opuesto la
autotranscendencia (que comprende valores como benevolencia y universalismo).
Mientras que, una segunda dimensión opone la apertura al cambio (que comprende
valores como autodirección, estimulación y hedonismo) frente a la conservación
(seguridad, tradición y conformidad).
(Figura 1 aquí)
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Según el autor, las personas individualistas pueden ser de dos tipos, los que
enfatizan valores de la dimensión autoensalsamiento o de la dimensión apertura al
cambio. Mientras que los colectivistas (para los que también establece la doble
tipología) dan mayor importancia a valores como la benevolencia, la tradición y la
conformidad. Los valores universalismo y seguridad serían valores mixtos, pudiendo
servir tanto a intereses individualistas como colectivistas.
Este sistema integrado de valores que define Schwartz, representa las
relaciones dinámicas que se dan entre los valores según unos principios de
compatibilidad y contradicción lógica. De esta forma, la persecución de valores
adyacentes (poder y logro, estimulación y autodirección,…) sería compatible,
mientras que la persecución de valores opuestos (poder y universalismo,…) generaría
conflicto (ver Figura 1).
Según esta teoría, una determinada conducta estaría más relacionada con unos
tipos de valores que con otros. Así, una vez determinado el valor tipo asociado
positivamente a una conducta, el resto de valores irán descendiendo en esa estructura
circular hasta alcanzar el menor grado de asociación, y del mismo modo desde este
valor opuesto alcanzado se ascenderán en sentido inverso hasta llegar al valor tipo
inicialmente considerado.
Ros y Gómez (1997) apoyan o refuerzan la posición bidimensional planteada
por Schwartz, cuestionando la postura de Triandis respecto al carácter unipolar de la
estructura de valores. El modelo de Schwartz está teniendo una importante
repercusión en la investigación en valores, demostrando ser el más eficaz a la hora de
aportar un conocimiento sistemático sobre el estudio de valores humanos (Gómez &
Martínez-Sánchez, 2000; Moriano et al., 2001). Por tanto, en el presente trabajo nos
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centramos en este modelo para estudiar los valores personales de los individuos que
tienen intención de crear su propia empresa.
Valores e intención emprendedora
Reconocida la importancia que tiene la actividad emprendedora en el crecimiento
económico de los distintos países (Baumol, 1968, 1996; Guzman & Santos, 2001;
Santos, 2001; Schumpeter, 1934), y puesto que la decisión de ser empresario se
considera como voluntaria, parece razonable analizar cómo se toma esa decisión. No
debemos de olvidar, que la creación de una empresa es un proceso que comienza con
la decisión personal del individuo de ponerla en marcha (Liñán, 2007).
Desde un punto de vista más psicológico, nos encontramos con los modelos de
expectativa-valor, que tratan de explicar, entre otras variables, el papel de las actitudes
y normas sociales como antecedentes directos e indirectos de intenciones y
comportamiento. Son tres los modelos que pasamos a analizar: teoría de acción
razonada (Fishbein & Ajzen, 1980), la teoría de la acción planificada (Ajzen, 1988,
1991; Ajzen & Madden, 1986) y la teoría de la autorregulación (Bagozzi, 1992).
En la teoría de la acción razonada (Fishbein & Ajzen, 1980), las personas
antes de realizar comportamientos razonan y lo hacen a través del procesamiento de la
información que subyace a la actitudes y a la norma subjetiva, y de este razonamiento
emerge la intención o no de actuar. De forma que, el determinante más directo del
comportamiento es la intención de realizar o no una conducta, y esta intención
depende de la actitud favorable o desfavorable a realizar ese comportamiento y de la
norma subjetiva, es decir, la información social a su alcance y la presión social
percibida.
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La teoría de la acción planificada (Ajzen, 1988, 1991; Ajzen & Madden, 1986)
añade una nueva variable a las contempladas en la teoría anterior, el control percibido
como antecedente del comportamiento. Lo define como lo fácil o lo difícil que resulta
para una persona realizar una acción. Así, el hecho de que la persona considere que la
realización de un comportamiento está a su alcance le llevará a intentarlo con más
fuerza. El control percibido influye de forma directa tanto en la intención como en el
comportamiento. Se trata, según el propio Ajzen (1988), de un concepto similar al de
la auto-eficacia percibida de Bandura (1997).
Por último, la teoría de la autorregulación (Bagozzi, 1992) añade el aspecto
motivacional de la intención, al que denomina deseo. De forma que tiene una
influencia directa sobre la intención e indirecta a través de la norma subjetiva. Así,
cuanto más se desee hacer algo, más se hará y cuanto más se desee hacerlo en mayor
medida se sentirá presionado por el entorno social. En otro trabajo, añade que la
intención puede en parte explicarse por la frecuencia y cercanía en el tiempo con que
el comportamiento fue realizado en el pasado (Bagozzi & Kimmel, 1995). Estas tres
teorías fueron comparadas por Leone, Perugini y Ercolani (1999), que encontraron
una mejora predictiva de esta última.
De forma más específica, una importante contribución en el ámbito de la
actividad emprendedora es la que nos ofrece Shapero y Sokol (1982) con su teoría del
suceso empresarial. Según ésta, el individuo se decide a crear una empresa,
dependiendo de que algún hecho desencadenante le haga percibir la actividad
empresarial como más deseable y más viable que otras actividades alternativas. De
esta forma, las intenciones se crean a partir de dos tipos de percepciones: la
deseabilidad percibida (grado de atracción hacia un determinado comportamiento) y
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la factibilidad percibida (percepción que tiene la persona sobre su capacidad de
realizar un determinado comportamiento).
En la práctica, no obstante, la Teoría de la Acción Planificada se ha convertido
en el marco teórico más frecuentemente utilizado en los estudios recientes sobre la
intención empresarial (Autio, Keeley, Klofsten, Parker, & Hay, 2001; Fayolle, Gailly,
& Lassas-Clerc, 2006; Kolvereid, 1996; Kolvereid & Isaksen, 2006; Peterman &
Kennedy, 2003; Zhao et al., 2005). Krueger, Reilly, y Carsrud (2000) realizan una
comparación entre esta teoría y la del suceso empresarial, encontrando que entre
ambas existe un alto grado de compatibilidad.
El factor central de esta teoría es la intención de llevar a cabo un determinado
comportamiento. Ajzen (1991) parte de la base de que existe una estrecha relación
entre intención de realizar un comportamiento y la puesta en práctica efectiva del
mismo. Así, la intención emprendedora se configura como un elemento previo y
determinante de la conducta emprendedora.
(Figura 2 aquí)
Autores como Krueger (1993) han argumentado que la intención
emprendedora constituye la clave para entender el proceso de emprender. Bird (1988)
establece que los factores personales y sociales con potencial para influir sobre la
conducta emprendedora lo harán solo a través de la formación de intenciones
emprendedoras. Otros autores han analizado la intención de crear un negocio,
entendiendo la intención como el mejor predictor del comportamiento (Davidsson,
1995; Davidsson & Honig, 2003; Krueger & Brazeal, 1994; Krueger & Carsrud,
1993; Krueger et al., 2000; entre otros; Liñán & Chen, 2009).
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No obstante, en base a la literatura analizada en el apartado anterior, cabe
pensar que la decisión de convertirse en empresario es compleja y puede estar
influenciada por la estructura de valores personales (Jaén et al., 2010). En este
sentido, investigaciones recientes están dando mayor importancia a conocer los
mecanismos cognitivos que contribuyen a configurar la intención de crear una
empresa (Baron, 1998; Busenitz & Lau, 1996; Katz & Shepherd, 2003; Kolvereid,
1996; Kolvereid & Isaksen, 2006; Krueger, 2000, 2003; Liñán et al., forthcoming;
Mitchell et al., 2002; Simon et al., 2000; Zhao et al., 2005).
Aunque aún son escasos los trabajos realizados sobre los valores de los
emprendedores, desde la Psicología Social están adquiriendo una mayor importancia
el estudio de los valores personales individualistas y colectivistas en la determinación
de la conducta emprendedora. Según el modelo de Schwartz (1990), los valores se
entienden como una concepción del individuo de los objetivos que sirven como
principios que guían su vida.
Por tanto, si una persona posee características comúnmente asociadas con los
emprendedores y tiene una actitud positiva hacia el logro y la innovación, pero no
valora, por ejemplo, la independencia, disfrutar con aquello que hace o la libertad,
puede que no dé el paso de crear su propia empresa. De hecho, en un estudio reciente
se realiza un análisis exploratorio en España sobre el perfil del emprendedor,
observando una tendencia a que los emprendedores mostraran valores de tipo
individualista, como el hedonismo (Moriano et al., 2001). Asimismo, Moriano, Palací,
y Morales (2007) encontraron que los valores individualistas (es decir, el poder, el
logro, el hedonismo, la estimulación y la autodirección) predicen positivamente la
intención emprendedora de los estudiantes universitarios españoles.
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Kecharananta y Baker (1999) encontraron diferencias significativas entre los
valores de los emprendedores y los administradores de empresas tailandesas. Los
emprendedores puntuaron más alto en individualismo, independencia y resistencia a la
autoridad. Del mismo modo, Moriano, Palací y Morales (2006) encontraron que existe
una relación entre los valores personales y la intención de desarrollar la carrera
profesional a través del autoempleo.
La investigación en psicología social ha demostrado que los valores pueden
provocar comportamientos (Verplanken & Holland, 2002). En este sentido, Feather
(1995) sostiene que los valores de las personas pueden inducir valencias sobre las
posibles acciones. Es decir, las acciones se vuelven más atractivas, más valoradas
subjetivamente, en la medida en que promueven la consecución de los objetivos
valorados. Por ejemplo, las personas que valoran la estimulación probablemente se
sentirán atraídos por una oferta de trabajo desafiante, mientras que aquellos que
valoran la seguridad podrían encontrar la misma oferta amenazante y poco atractiva
(Schwartz, 2006). Por lo tanto, una oportunidad de conseguir satisfacer uno de esos
valores altamente prioritarios desencadenará una reacción afectiva positiva hacia las
acciones que contribuyan a ello. Por el contrario, si se percibe una amenaza para la
consecución de un valor, se desencadenará una respuesta afectiva negativa.
Incluso en las decisiones más complejas que implican la necesidad de
desarrollar planes cuidadosos, los valores juegan un papel relevante. Los objetivos
más importantes inducen una mayor motivación para planificar minuciosamente.
Cuanto más alta es la prioridad otorgada a un valor, más posibilidades habrá de que
las personas hagan planes de acción que puedan llevar a su expresión en forma de
comportamiento (Gollwitzer, 1996). La planificación de las personas está centrada
más en las ventajas que en las limitaciones de las acciones deseadas. De esta forma, se
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refuerza su creencia en la capacidad para alcanzar el objetivo valorado y aumenta la
persistencia de cara a los obstáculos y distracciones. En la medida en que promueve la
planificación, la importancia del valor aumenta la conducta coherente con ese valor
(Schwartz, 2006).
Por consiguiente, cabe proponer como resultado de esta revisión teórica un
modelo de configuración de la intención emprendedora en el que los valores
personales jueguen un papel muy relevante. En este sentido, la Figura 3 recoge esta
visión, donde se representan las variables más relevantes a considerar en el proceso de
creación de empresas. Es ampliamente aceptado por los investigadores que el entorno
tiene una influencia importante en el emprendedor y su proyecto (Ajzen, 1991;
Gartner, 1989; Timmons, 1989). Por esta razón, Bygrave y Minniti (2000) subrayan la
necesidad de centrarse no sólo en el contexto económico, sino también en el contexto
social y cultural.
(Figura 3 aquí)
De esta forma, ese entorno contribuirá a configurar los valores individuales de
la persona. Estos, junto con el apoyo percibido, ejercerán una influencia notable sobre
las actitudes personales y, a través de ésta, sobre la intención. En la medida que ese
grado de determinación sea suficiente, se pondrán en marcha comportamientos de
preparación y planificación orientados a la creación de una empresa. Por último, el
modelo señala el hecho de que existen determinadas barreras, tanto económicas como
psicológicas, que deben ser superadas para lograr la efectiva puesta en marcha de la
nueva empresa.
pág. 20
Conclusiones
Tras la revisión de la teoría analizada, debemos tener presente que aún queda mucho
que profundizar en esta área. Por ello, sería necesario seguir ampliando el estudio de
los valores, tanto personales como culturales, y su influencia en la intención
emprendedora. Queremos subrayar este hecho debido, por un lado, a la escasez de
estudios empíricos existentes que han abordado esta cuestión y, del otro, a la creciente
importancia que están adquiriendo los emprendedores en el proceso de desarrollo
económico de los países (Guzman & Santos, 2001; Santos, 2001).
En el presente trabajo, hemos comenzado con una revisión teórica del
concepto valor, que nos permite mostrar la escasez de estudios existentes en la
literatura acerca del papel de los valores en nuestras sociedades y en nuestro
comportamiento. Hemos creído conveniente centrar nuestra atención en la aportación
de Parsons (1961) como uno de los primeros autores que identifican claramente la
influencia de los valores (metas) sobre el comportamiento.
También queremos resaltar el esfuerzo realizado por diversos autores para
relacionar los componentes de la estructura social, familiar y ocupacional, con la
transmisión de valores. Por todo ello, afirmamos que los valores pueden ser
modificados debido a que son el resultado de un proceso de socialización de la
persona en los ámbitos familiar, socio-laboral, etc. En este sentido, parece necesario
seguir profundizando en este tema al objeto de lograr una mayor comprensión de los
efectos del proceso de socialización sobre la estructura de los valores. Además,
podremos comparar los efectos estructurales que se dan entre una mayor pluralidad de
culturas.
Esta revisión teórica, nos lleva a apoyar el modelo de valores de Schwartz por
la importante repercusión que tiene en la investigación en valores, demostrando ser el
pág. 21
más eficaz a la hora de aportar un conocimiento sistemático sobre el estudio de
valores humanos (Gómez & Martínez-Sánchez, 2000; Moriano et al., 2001). Por
tanto, consideramos oportuno optar por este modelo para estudiar los valores
personales de los individuos que tienen intención de crear su propia empresa.
Partiendo de la Teoría de la Acción Planificada como marco teórico cada vez
más utilizado en los estudios recientes sobre intención emprendedora, cabe proponer
un modelo de configuración de la intención emprendedora en el que los valores
personales tengan un papel relevante. Pensamos que el presente trabajo nos permite
comprender mejor cómo se toma la decisión de crear una empresa y cuáles son las
variables que juegan un papel relevante en la formación de esa intención.
No obstante, debe continuarse dicha investigación con la incorporación de
nuevas variables como los valores culturales, que nos ayudaran a entender mejor la
diversidad de comportamientos entre las distintas sociedades y, en concreto, en
relación con la conducta emprendedora.
Entre las futuras extensiones posibles de este trabajo, la más inmediata es la
contrastación empírica del modelo propuesto, incluyendo la influencia de los valores
culturales junto con los personales. En concreto, sería conveniente analizar los valores
culturales predominantes en las diferentes regiones españolas para estudiar en qué
medida esas diferencias afectan a la configuración de las intenciones emprendedoras
de sus habitantes. De hecho, creemos que el grado de afinidad o divergencia entre
valores culturales predominantes y valores individuales de la persona puede explicar
una parte importante de la variabilidad en la intención empresarial.
Por último, a más largo plazo, sería necesario realizar un seguimiento
longitudinal de los encuestados para, de esta forma, poder explicar el paso de la
pág. 22
intención de crear la empresa al comportamiento concreto que de lugar a su definitiva
creación.
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Tabla 1. Tipos motivacionales de valores.
Definición Ejemplos de valores Fuentes Poder: Estatus social sobre las personas y los recursos. Logro: Éxito personal mediante la demostración de competencia según criterios sociales. Hedonismo: Placer y gratificación sensual para uno mismo. Estimulación: Entusiasmo, novedad y reto en la vida. Autodirección: Pensamiento independiente y elección de la acción, creatividad, exploración. Universalismo: Comprensión, aprecio, tolerancia y protección del bienestar de todas las personas y de la naturaleza. Benevolencia: Preservación e intensificación del bienestar de las personas con las que uno está en contacto personal frecuente. Tradición: Respeto, compromiso y aceptación de las costumbres e ideas que proporciona la cultura tradicional o la religión. Conformidad: Restricción de las acciones, inclinaciones e impulsos que pudiesen molestar o herir a otros y violar expectativas o normas sociales. Seguridad: Seguridad, armonía y estabilidad de la sociedad, de las relaciones y de sí mismo.
Poder Social. Autoridad Riqueza. Exitoso. Capaz. Ambicioso. Placer. Disfrutar de la Vida. Atrevido, Vida Variada. Vida Excitante. Creatividad. Curioso. Libertad. Tolerancia. Justicia Social. Igualdad. Protección del Medio Ambiente. Ayuda. Honesto. No rencoroso. Humilde. Devoto. Aceptar mi parte en la Vida. Buenos Modales. Obediente. Honra a los Padres y Mayores. Seguridad Nacional. Orden Social. Limpio.
Interacción. Grupo. Interacción. Grupo. Organismo. Organismo. Organismo. Interacción. Grupo*. Organismo. Organismo. Interacción. Grupo. Grupo. Interacción. Grupo. Organismo. Interacción. Grupo.
Fuente: Schwartz, 2001. Psicología Social de los valores humanos. Madrid: Biblioteca Nueva. Nota: Organismo = Necesidades universales de los individuos como organismos biológicos;
Interacción = Requisitos universales para la coordinación de la interacción social; Grupo = Requisitos universales para el funcionamiento tranquilo y la supervivencia de los grupos. Grupo* = Emerge cuando las personas entran en contacto con los que están fuera del grupo primario extenso, reconocen la interdependencia intergrupal, y se dan cuenca de la escasez de los recursos naturales.
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Figura 1. Modelo teórico de las relaciones entre los tipos motivaciones, tipos de valores de orden superior, y dimensiones de valores bipolares. Fuente: Schwartz, 2001. Psicología Social de los valores humanos. Madrid: Biblioteca Nueva.
AUTO-TRASCENDENCIA
AUTO-ENSALSAMIENTO
APERTURA AL
CAMBIO
CONSERVACIÓN
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Figura 2. Teoría del comportamiento planeado Fuente: Ajzen, I. (1991): “The theory of planned bahavior”, Organizational Behavior and Human
Decision Processes, vol. 50, pp. 179-211, Figura 1, p. 182.
Actitud hacia el comportamiento
Norma subjetiva
Control percibido sobre el comportamiento
Intención Comportamiento
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Figura 3. Determinantes del Comportamiento Empresarial
Fuente: Liñán, F., Moriano, J. A., Romero, I., Rueda, S., Tejada, P., & Fernández, J. (2009). VIE
Project: Cultural values and socioeconomic factors as determinants of entrepreneurial intentions. Paper presented at the Paper presented at the ESU Conference on Entrepreneurship.
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