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Pentecostés es una fiesta muy grande en la Iglesia, porque fue el día que la Iglesia comenzó a extenderse de forma espectacular por medio de la predicación de los apóstoles.

Pero esa predicación estaba movida por el Espíritu Santo que habían recibido en el cenáculo.

Significa “50 días”. Celebramos la venida solemne del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María.

A los 50 días de la Pascua los judíos celebraban una de sus grandes fiestas.

Celebraban el comienzo de las cosechas del campo y, recordando la historia, celebraban la entrega de las tablas de la ley a Moisés en el monte Sinaí.

En recuerdo de los truenos y relámpagos del monte Sinaí, se tocaban fuertemente las trompetas del templo.

Había mucha gente en Jerusalén. Dios aprovecha el ambiente de fiesta popular para comenzar la predicación, después de venir el Espíritu Santo.

Jesús ya les había dado a los apóstoles el Espíritu Santo el día de la Resurrección.

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Es como el AMOR personificado. Es la persona divina que realiza la unión infinita entre el Padre y el Hijo.

Esto quiere decir que no se le puede mostrar con figuras materiales. Le representamos por símbolos, que nos dan idea de alguna cualidad. Lo más ordinario es representarlo por una paloma, como lo vio san Juan Bautista en el bautismo de Jesús.

En la Última Cena Jesús les había dicho a los apóstoles que les iba a enviar otro consolador o abogado. Era el símbolo de cuando una persona se queda huérfana y encuentra un nuevo padre o madre, que le reciben en un nuevo hogar íntimo y bueno.

Una vez había dicho el evangelista: “Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado”.

Y nuestra esperanza está en ser también resucitados por el Espíritu. Dice san Pablo: “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8,11).

Es el autor de la resurrección de Jesús.

Es fruto porque Jesús exhala su espíritu sobre los apóstoles, indicando su aliento espiritual sobre nosotros.

Dice así el evangelio de este día.

Jn 20, 19-32

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros.” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.” Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”

Jesús les da a los apóstoles lo más grande e íntimo que tiene: el alien-to divino, que es su intimidad, su propia vida, su amor.

En ese momento en que los discípulos están como apagados, reciben el aliento de vida. Pero es al mismo tiempo el aliento del Padre que nos ama.

Es como al principio, en la creación, cuando Dios exhaló su aliento sobre la tierra. O cuando creó al primer hombre: “sopló” dando el aliento de vida.

El Espíritu Santo es el mayor don que les podía dar Jesús. Es el don que da valor a todos los dones.

No es una fuerza, sino es Dios vivo que nos penetra, que está allí dentro como amigo, como consejero, animador. Viene a dirigir nuestros pasos.

Bien podemos decir que el Espíritu Santo es el regalo de la Pascua, es el don de los dones.

Don de los dones,

Automático

Llena, Espíritu Santo,

Cumpliendo su promesa Cristo te envía,

Llena, Espíritu Santo,

Hacer CLICK

Es tan grande el Espíritu, que “nos llena” según las disposiciones que tengamos. Y los apóstoles no tenían las mejores disposiciones el día de la Resurrección. En Pentecostés era diferente pues habían estado aquellos nueve días en profunda oración juntamente con la Virgen María.

En Pentecostés reciben muy profunda-mente al Espíritu Santo.

Los efectos de haber recibido el Espíritu son principalmente internos.

Pero en Pentecostés se presentan unos signos que expresan ante los demás la presencia de Dios Espíritu Santo: el viento impetuoso, el fuego y el don de lenguas.

“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se

encontraban”.

La misma expresión se usa para viento y para espíritu. Es la expresión de Jesús después de resucitado.

Hoy con mayor razón recuerda el soplo creador de Dios.

El Espíritu Santo es viento: es brisa y huracán, es toque delicado y terremoto. Necesitamos de esta fuerza del Espíritu. Lo necesitaron los mártires para dar testimonio, los profetas y misioneros de todos los tiempos. Lo necesitamos todos para ser fieles a Jesús.

El viento es como la fuerza de Dios. No se ve, pero está ahí.

“Vieron aparecer unas lenguas.como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno”.

Era como un reflejo del fuego que ardía en sus corazones.

La luz del Espíritu es para iluminar las mentes, para poder comprender mejor los mensajes de Jesús.

El calor o la energía la da el Espíritu para poder predicar el Evangelio por todo el mundo.

No bastaba con las palabras de Jesús para comprender y palpar el amor. Era necesario cambiar el corazón. El Espíritu realiza como un bautismo de fuego. Y capacita a la persona humana a amar a la manera de Dios.

Automático

es amor, sabiduría y fortaleza;

nos da la fuerza y la vida.

Ven, Espíritu, ven.

Ilumina las sombras de nuestra oscuridad.

Ven, Espíritu, ven.

Fortalece los pasos de nuestro caminar.

Ven, Espíritu, ven.

Hacer CLICK

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empeza-ron a hablar en lenguas extran-jeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.

El Espíritu, que es Amor, tiene que ver con relación, encuentro, unidad, comunión.

Estaban todos los discípulos juntos.

En Babel fue la dispersión, porque cada uno quería hacer lo suyo. Comenzó el odio y las discordias.

Pentecostés es el triunfo del amor. El amor de los discípulos era insuficiente en intensidad y en extensión. Necesitaban la fuerza del Espíritu para darles consistencia y unión.

La Virgen María era el lazo externo de comunión.

Pero la unión de corazones lo realizaría el Espíritu Santo, que es Dios mismo presente en los corazones.

Queda mucho por hacer. A veces nosotros ponemos impedimentos al Espíritu porque queremos hablar nuestra propia lengua, que es nuestra opinión. Hablamos quizá mucho de leyes y normas y no hablamos la lengua común, la del Espíritu, que es la lengua del amor.

Hoy también quiere Jesús derramar su Espíritu sobre nosotros.

Y lo derrama en el bautismo, en la confirmación

Y lo derrama especialmente en la Eucaristía.

El Espíritu Santo es el Amor personificado de Dios. Por eso,

cuando rezamos, cuando cantamos, cuando nos

comprometemos juntos, unidos por el amor,

Cuando rezamos, cuando cantamos, cuando la fiesta es

Automático

Cuando llevamos en nuestras manos un resplandor de luz,

en nuestro pecho vive y palpita el que murió en la cruz.

Cuando el Señor alienta en nosotros

cuando el amor nos lanza a la vida,

Cuando queremos comprometernos en una misma fe,

Cuando decimos sí a la Iglesia

Que recibamos el Espíritu de Amor siempre con María.

AMÉN

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