lagrimas de sangre - diana sparrow
Post on 30-Jan-2016
111 Views
Preview:
DESCRIPTION
TRANSCRIPT
Lagrimas de Sangre
Diana Sparrow
SINOPSIS
¿Puede un demonio enamorarse de una simple humana?
Época Feudal, Japón.
Sesshomaru es un demonio, que no siente ningún tipo de sentimientos por los
humanos, los considera débiles y un estorbo para el mundo. Al encontrarse con el cuerpo
muerto de una pequeña niña, le devuelve la vida sin tener algún motivo aparente, sin saber
que después sería imposible deshacerse de ella y la lleva consigo a todos lados.
Al crecer la niña pasa a manos de una anciana para que la cuide y tenga más
relación con los humanos, mientras el demonio la visita constantemente. Ahora ya es toda
una mujer.
Rin es una hermosa joven de 17 años, está más segura de lo que siente por el
demonio y no va a permitir que los demás decidan a quien tiene que amar.
Una historia que muchos reconocerán y que te atrapara.
Capítulo 1: Mirando la luna
Rin estaba sentada en una roca situada en lo alto de una colina. Bajo ésta se
encontraba el Valle Verde, lugar donde se asentaba la aldea de la anciana Kaede. Vivía allí
desde que tenía unos once o doce años. No lo recordaba exactamente. Antes había viajado
de un lado para otro bajo la protección del señor Sesshomaru y su pequeño demonio Jaken
y una especie de caballo de dos cabezas que volaba llamado A-Un, pero hacía ya mucho
que esa fase de su vida había terminado.
Rin se miró los pies descalzos mientras los movía en el aire. Le gustaban las alturas
y disfrutaba enormemente del paisaje que la envolvía, pero no era del todo feliz, por mucho
que fingiera serlo.
Había nacido hacía diecisiete años en una diminuta cabaña a las afueras de un
pequeño pueblo. En el Japón antiguo, época llena de demonios y criaturas maléficas, uno
de ellos había atacado a su familia y a sus hermanos, dejándola huérfana con tan sólo cinco
años. Había permanecido en su casita, intentando cazar peces del río y reuniendo trozos de
pan y vestidos que le daban las mujeres del pueblo, pero cuando los hombres de la aldea
descubrieron que cogía peces del río, decidieron golpearla para que aprendiera la lección.
Fue uno de esos días cuando conoció al señor Sesshomaru. Todavía podía recordarlo como
si hubiera sido ayer…
La niña tendría unos nueve años cuando todo sucedió. Iba caminando por el bosque
en busca de algún alimento que llevarse a la boca cuando encontró un demonio tumbado
entre los árboles. Se acercó sigilosamente y le contempló de cerca. No era la primera vez
que estaba tan próxima a uno de ellos, pues fue testigo de la matanza de sus padres y
hermanos, así que su primera reacción al ver al individuo fue correr, pero algo en su
aspecto le dijo que no tenía por qué temerle. Ese demonio tenía la forma de un joven, un
joven de unos veintidós años. Era alto y apuesto. También algo musculoso, pero no en
exceso. Vestía unos pantalones blancos largos y una especie de armadura oscura le servía
de camisa. Pero lo que más llamó la atención de la niña fue su hermoso rostro. Tenía la
piel muy, muy pálida y brillante. Una nariz pequeña y definida y unos ojos grandes y
hermosos, aunque ahora los tenía cerrados. Su pelo era de un color blanco luna totalmente
albino y tan largo que le llegaba al final de la espalda. En la frente llevaba el dibujo de
una luna y en sus mejillas había dos zarpazos dibujados. No había ninguna duda; era un
demonio, y uno de los poderosos.
Antes de que la niña pudiera reaccionar, el joven abrió los ojos y se la vio. Unos ojos
grandes y redondos, de un color amarillo salvaje. La muchacha se lo quedó mirando,
atrapada por su mirada hipnótica. En ese momento supo que querría estar siempre a su
lado.
- ¡Rin! ¡Rin! ¿Dónde estás? - oyó que la llamaba una voz desde el valle - ¡Rin!
Era la anciana Kaede, la mujer más vieja y sabia de la aldea y también su cuidadora.
- ¡Ya voy! - gritó desde lo alto del peñasco y se abalanzó colina abajo - Hola, Kaede
- saludó llegando a la carrera - ¿Me llamabas?
- Sí. Necesito que me ayudes en una cosa.
La muchacha la miró expectante. Sentía curiosidad por saber a qué se debía tanta prisa.
- Es la señora Rumiko - explicó la anciana - se acaba de poner de parto de su tercer
hijo. ¿Vienes a ayudarme?
- Claro.
Ambas anduvieron un par de minutos hasta llegar a la cabaña de la señora Rumiko y su
marido. No es que a Rin le gustara mucho ayudar a traer bebés al mundo y hacer de
asistente en los partos, pero lo que sí tenía claro era que quería ser una buena persona y eso
requería hacer todo lo posible por ayudar a los demás. Después de unas horas intensas,
Rumiko daba a luz a una preciosa niña. Le puso de nombre Miki. "Un nombre bonito para
una niña bonita" pensó Rin con una sonrisa.
- Hoy lo has hecho muy bien - le dijo Kaede cuando volvían a la casa que
compartían. Ya se había hecho de noche - Cada vez lo haces mejor. Me tranquiliza
saber que te has convertido en una joven muy habilidosa. Así sé que podrás cuidar
de la aldea cuando yo no esté.
La chica se sonrojó un poco por los cumplidos, pero el hecho de ser la "sucesora" de la jefa
de la aldea no le hacía mucha gracia.
- En realidad, abuela - así era como la llamaba cariñosamente la chica - no estoy
muy segura de que sea una buena idea. Soy de las más jóvenes del pueblo y la que
lleva viviendo aquí menos años. Estoy segura de que Sango, que es una gran
exterminadora de demonios o Kagome, que es una sacerdotisa poderosa podrían
hacerlo mucho mejor que yo. Son jóvenes también, pero veinticinco años son más
que los diecisiete que tengo yo.
- Es cierto que son dos buenas candidatas. En realidad, en un principio pensé que la
mejor para cuidar de la aldea sería Kagome, puesto que es la reencarnación de mi
hermana y es una mujer de bastante sentido común, pero teniendo de marido al
semi-demio Inuyasha… no sé yo si podrá mantener a flote las dos cosas.
Ambas empezaron a reír. Inuysha era el hermano menor de Sesshomaru. Hermanastro en
realidad, y no se llevaban nada bien - los motivos se ven claramente en el anime - pero
desde luego Inuyasha no era mal tipo, simplemente era una persona de carácter fuerte y
algo bruto que actuaba primero y pensaba después. Era un tipo divertido.
- ¿Y Sango?
- ¡Ay, la pobre ya tiene bastante con tener que cuidar de sus niños!
- ¡Por no hablar de su marido! - dijo la joven.
Volvieron a reírse. Tenía razón. Sango era una luchadora que exterminaba demonios con su
boomerang gigante desde que era tan sólo una niña. Era una mujer hermosa, valiente,
decidida pero algo tímida. Y su marido era el monje Miroku. Todo un ligón con las chicas y
bastante pervertido, pero un buenazo al fin y al cabo, y quería mucho a Sango, aunque
siempre estuviera molestando a jovencitas guapas, cosa por la que su mujer siempre le
reñía. Era bastante divertido verlos en plena discusión después que Miroku hubiera
ahuyentado a alguna chica joven intentando ligar con ella. Todo un espectáculo.
Por fin llegaron a la casa. Después de la cena, la anciana se quedó dormida junto al fuego
casi al instante de arroparse, pero Rin permanecía despierta. Su humilde cama estaba junto
a la ventana y entraba una brisa fría, pero a ella no le importaba. Su mente la ocupaban
otros pensamientos. Miró al cielo con pesar y vio la luna en posición menguante, la misma
forma que en la frente del señor Sesshomaru.
- Señor Sesshomaru, ¿cuándo volverá a visitarme? - dijo en un susurro triste
mientras una lágrima resbalaba por su mejilla sonrosada.
Finalmente cerró los ojos y se sumió en un profundo sueño.
Capítulo 2: Una agradable visita.
Cuando Rin abrió los ojos, se encontró frente a frente con la mirada de un muchacho.
- ¡Ahh! - se levantó en el acto - ¡Me has asustado!
- ¡¡Ja, ja, ja, ja!! - se enjuagó una lágrima de la risa - Lo siento - seguía riendo - es
que no he podido resistirme.
Rin se cruzó de brazos, algo indignada.
- Pues yo no le veo la gracia. Ya sabes que no me gustan este tipo de bromas.
El muchacho la miraba divertido, pues sabía que aunque la muchacha intentara simular
enfado, en realidad estaba alegre de verlo. Shippo era un joven demonio-zorro de la edad de
la morena. Puesto que era de la estirpe de los zorros, no era un chico demasiado alto. Rin le
superaba casi de una cabeza entera, aun así, él tenía ya los dieciocho, así que la joven era
técnicamente menor que él, aunque no quería admitirlo. Ese era uno de sus muchos juegos.
- Shippo, si tú estás aquí significa que Inuyasha y Kagome han vuelto - sonrió la
pequeña.
- Sí, están fuera hablando con la abuela Kaede. ¿Vamos a verlos?
- ¡Claro!
Salieron de la cabaña corriendo.
- ¡¡Kagome!! ¡¡Inuyasha!!
- Hola, Rin, ¿Cómo te encuentras? - respondió la hermosa joven llamada Kagome.
- Muy bien. Espero que hayáis destruido a ese malvado demonio. ¿Cuál era el
problema esta vez?
- Pues verás - empezó a explicarle Kagome - este demonio se dedicaba a devorar a
los aldeanos que servían en un castillo. El monstruo había tomado la forma de la
señora del castillo y, cuando los llamaba, ninguno sabía que iban hacia una trampa.
Rin abrió la boca de admiración. Seguro que ese era un demonio poderoso y difícil de
vencer.
- Pero entonces llegué yo y con un toque de mi espada acabé fácilmente con él - dijo
Inuyasha con soberbia.
Kagome le dio un buen tirón de orejas.
- ¡¿Pero qué dices, creído?! Empezaste a luchar con él y casi te había vencido
cuando tuve que lanzarle una flecha sagrada de las mías y acabar con él.
- Bueno, bueno, si quieres verlo de esa manera… - dijo Inuyasha, viendo que su
mujer acababa de dejarlo en ridículo.
- ¿Por qué no entráis a mi casa y me lo contáis todo? - invitó la anciana Kaede - Os
serviré algo de té.
Kagome e Inuyasha accedieron enseguida, pero Rin y Shippo preferían salir a jugar un rato.
- Volveremos más tarde - anunció la niña, y salieron corriendo hacia el centro de la
aldea.
- ¿Cómo te lo pasas con la anciana Kaede? - preguntó de repente el joven Shippo,
después de mucho rato sin hablar.
- Pues bien, supongo. Es bastante interesante estar con otros humanos.
Shippo reflexionó sobre la respuesta de su amiga.
- La verdad es que la vida que llevabas con el Sesshomaru no era muy apropiada
para una niña. Él no es muy hablador, y a parte sólo estaba su sirviente el demonio
Jaken.
Rin bufó algo molesta.
- Sé que tienes razón, pero a mí nunca me molestó vivir de esa manera. Siempre era
mejor que estar en aquella aldea de mala muerte donde murió mi familia y los
aldeanos me pegaban por pescar en su río. Por ni hablar de los lobos que me
atacaron hasta dejarme moribunda. Si el señor Sesshomaru no me hubiera
encontrado esa noche, ahora estaría muerta.
Shippo sabía lo que su amiga sentía. Se conocían desde que Sesshomaru había dejado a la
morena en la aldea. "Necesitas vivir con otros humanos como tú. No es bueno para una
niña ir viajando de un lado para otro con dos demonios" le había dicho. Desde entonces la
chica había vivido bajo los cuidados de la anciana Kaede, aprendiendo de su oficio y
relacionándose con otras personas, pero ella no era feliz del todo. Shippo lo había sabido
siempre. Ella era su mejor amiga y se lo contaban todo, y comprendía más que nadie como
se sentía.
No tardaron mucho en llegar a la plaza. Había algunos niños pequeños que jugaban a la
pelota mientras sus madres hablaban sobre sus asuntos. Más allá había un grupo de tres
chicos. Eran los algunos de los jóvenes de la aldea, y eran bastante apuestos. Tendrían entre
los dieciocho y los veinte años y eran fuertes y bravos guerreros. Todas las chicas de la
aldea esperaban poder salir con ellos algún día. Cuando los dos amigos pasaron por su lado,
los tres chicos se quedaron mirando a la hermosa Rin e incluso uno le guiñó el ojo. Rin no
les hizo caso.
- ¡Pero qué bicho les ha picado! ¿Por qué me miran así? - dijo la chica indignada.
- Porque eres guapa - le dijo sinceramente su mejor amigo.
La chica se inclinó en el agua de la fuente y contempló su reflejo. Shippo tenía razón. La
muchacha no era una chica alta, pero tampoco bajita; tenía la estatura y el peso ideal. Su
cuerpo era tonificado y estaba lleno de bellas curvas que la convertían en una joven sexy.
Tenía el pelo negro y largo, hasta la mitad de la espalda, y unos ojos grandes color entre la
miel, el café y la avellana y brillaban con la luz del sol. Y cada vez que sonreía… parecía
como si el cielo se iluminara en la noche más oscura. No había muchacha más bonita que
ella en todo el pueblo, y eso podía notarlo cualquiera de los chicos que habitaran en él.
- No es verdad - se ruborizó un poco - Lo que pasa es que les gusta fastidiarme.
Shippo se rió.
- Sabes que no es por eso. ¡Vamos! ¿Aún no has escogido?
- ¡No pienso hacerlo!
Era tradición que las muchachas se casaran en aquella época entre los dieciséis y los
dieciocho años. Así pues, en ese tiempo se les presentaban todo tipo de pretendientes y
ellas debían escoger con quien quedarse al final. Por supuesto no era obligatorio hacer eso,
pero los que no lo hacían, no estaban bien vistos en la aldea. De esta manera, Rin había
recibido ya varias solicitudes de compromiso, pero por alguna extraña razón, ella los
rechazaba a todos y se negaba a decidirse.
- Shippo, no me gusta ningún chico de nuestra aldea. Eso ya lo sabes.
- Sí, pero tendrás que casarte igualmente. Más te vale enamorarte de alguno o no
serás feliz nunca.
- Enamorarse no es tan fácil - dijo la pobre chica - Nadie decide de quién se
enamora. Porque si pudiéramos elegir, te aseguro que habría querido enamorarme
de ti - le dijo al demonio-zorro guiñándole un ojo - Eres mi mejor amigo y sé que
puedo contarte cualquier cosa. Pero tampoco estoy enamorada de ti.
Shippo se sonrojó un poco ante la "especie de alago-confesión" que le había hecho la joven.
Pero él estaba en las mismas. Era su amiga, pero tampoco sentía nada romántico por ella.
- ¿Y qué me dices de Kohaku, el hermano de Sango? Es cierto que no es de la aldea,
pero aún así es joven y guapo, y muy fuerte, puesto que es uno de los
exterminadores de demonios más famosos de toda la comarca.
Rin se sonrojó del todo. Kohaku…sí, ese chico le gustaba mucho. Lo había visto tan sólo en
contadas ocasiones, pero se habían ayudado mutuamente cuando Naraku aún vivía, pero
Rin estaba segura de que ese chico no sentía nada por ella. Así que sus esperanzas en que se
le confesara habían desaparecido muy pronto.
- Ojalá me lo pidiera él - dijo la niña.
Shippo asintió satisfecho y empezó a jugar con las piedras del camino. Pero Rin no estaba
hablando de Kohaku, en realidad tenía la mente en otra parte, en un lugar muy lejano. Allá
donde estuviera, estaba pensado en un hombre de unos veintidós años, con el pelo blanco
ondeando al viento y una luna azul en la frente. Un hombre que atraía su pensamiento día
tras día… y noche tras noche…
Capítulo 3: No eres tan fuerte.
La mañana del sábado había un gran alboroto en la plaza. La gente de la aldea se preparaba
para hacer una importante celebración. Acababa de morir en el pueblo vecino un anciano
monje muy popular y famoso en toda la región. Era costumbre que, al morir ese tiempo de
eminencias, se hiciera una gran hoguera en el centro y le hicieran una especie de ritual de
despedida. Se reunían todos los aldeanos con sus familias y, después de despedir al monje,
comían, bebían y bailaban. Más bien era como una oportunidad para divertirse en
comunidad.
Rin y Shippo estaban bastante ilusionados por esa fiesta. No es que a la pequeña le
interesara mucho la gente que había allí, pero sabía que las veces que la había visitado el
señor Sesshomaru lo hacía en noches de fiesta, donde nadie notara su presencia. Por otra
parte, el zorrito no encontraba a ninguna chica zorro-demonio de su especie desde hacía
mucho, y siempre le había hecho ilusión tener una novia. En realidad, durante los viajes con
sus amigos Inuyasha, Kagome, Sango y Miroku, siempre había sido muy popular entre las
nenas pequeñas (las que tenían su edad cuando él era pequeño), pero ahora sabía que debía
hacer lo mismo que los pretendientes de Rin; pensar en una chica y presentarle su solicitud.
- Chicos, ¿podéis ayudarme? - les preguntó la hermosa Sango con un montón de leña
entre las manos. A su lado estaba la gata de dos colas que le servía de transporte;
Kirara.
- Si - corrieron en su ayuda.
Esa noche todos estaban sentados en la plaza. La hoguera era tan alta como una cabaña
y el fuego ardía con velocidad. Después de que la anciana Kaede despidiera al monje
muerto (puesto que ella era la sacerdotisa), dio comienzo la fiesta. Los hombres quemaban
carne y se la ofrecían a sus mujeres, mientras ellas daban de mamar a sus pequeños bebés.
Los niños jugaban a la pelota y los adolescentes formaban corrillos para bailar. Rin observó
cómo un muchacho de unos veinte años le ofrecía unas flores a una chica de dieciséis. La
chica era verdaderamente bonita, con los ojos verdes y el pelo castaño muy claro, casi
rubio. Aun así, no superaba la belleza de Rin.
La morena se percató de que Shippo se había tensado cuando vio que aquel chico le tendía
las flores a la pequeña. Rin sonrió.
- Guapa, ¿verdad?
El zorro se sonrojó al instante.
- Sí, bueno… no sé de quién me hablas - intentó disimilar.
Rin lo miró, comprensiva.
- Se llama Yuuki. Es muy simpática. También está en edad casadera y le rondan
muchos muchachos. Ella acepta todos los regalos, pero todavía se está decidiendo.
- Ah - dijo Shippo fingiendo desinterés, pero en realidad se había quedado
contemplando a la joven. Era realmente hermosa. Al ver su cabello castaño casi
rubio y los ojos verdes le había recordado a las chicas-zorro de su especie, aunque
Yuuki, por supuesto, era humana.
- Quizá debería decirle algo. ¿Tú qué crees, Rin?
- Mmm… conozco un lugar donde hay unas rosas preciosas. Seguro que le gustan
más que las margaritas mustias que le ha dado el otro chico.
Ambos se rieron alegres y se alejaron corriendo hacia la parte más profunda del bosque,
donde crecían esas rosas tan adorables y salvajes.
- ¿Falta mucho? - se quejó Shippo cansado - No me habías dicho que estuvieran tan
lejos. En esta zona hay muchos demonios peligrosos.
- No todos sois peligrosos - hizo notar la morena.
El chico levantó una ceja.
- Ya sabes a qué me refiero. Yo sé defenderme solo, pero tú no.
- ¿Cómo que no? - hizo una mueca molesta - Soy tan fuerte como cualquiera. No me
juzgues así sólo por ser mujer.
- No es por eso. El resto de aldeanos y aldeanas tampoco sabrían defenderse, y entre
ellos cuento a todos los hombres que tenemos.
Rin no parecía convencida. Ella sabía que no era ninguna guerrera, pero estaba convencida
de que tampoco era una debilucha como el resto de los del pueblo. Aunque si los hombres
no eran capaces de acabar con sus propias manos con los demonios, sería ella capaz de tales
cosas. No estaba segura de nada.
- Aquí es - anunció con una sonrisa - Mira, son todas rojas.
- Seguro que a Yuuki le gustarán - y empezaron a recogerlas.
De repente, Rin notó una suave corriente de aire y un sonido familiar a lo lejos. Parecía
como un gruñido. ¿Por qué le sonaba ese ruido? Miró a Shippo, pero él no parecía estar
oyendo nada. Otra vez el gruñido. Se le paró el corazón… ¿Sería, sería A-Un, el caballo
volador de dos cabezas del señor Sesshomaru?
Escrutó el cielo nocturno con la mirada, pero no pudo ver nada.
- ¿Qué haces?
- …en realidad, nada - dijo mirando el cielo por última vez y continuando con las
rosas.
- ¡Ya tenemos suficientes! - anunció el zorro - Regresemos.
Estaban tan sólo a medio camino de la aldea cuando un nuevo ruido les sobresaltó. No era
el gruñido que Rin había oído hacía un rato, sino el crujir de ramas y hojas secas.
- ¿Qué ha sido eso? - exclamó la joven, asustada.
- No estamos solos.
Al instante, aparecieron tres extrañas figuras que se acercaron con rapidez. No fue difícil
distinguirlas. Eran tres enormes bestias, similares a los osos, pero con unos ojos gigantes y
rojos, y unas zarpas que se asemejaban a cuchillas. Tenían el pelo erizado y gruñían de
forma salvaje. No eran animales; ¡eran demonios!
- ¡Corre! - le ordenó Shippo poniéndose frente a ella para defenderla.
La muchacha quería ayudarle, pero por el momento obedeció y empezó a correr. Al verla,
los tres demonio-osos embistieron contra los chicos, pero Shippo golpeó en la cabeza a uno
de ellos y consiguió distraerlo. Pronto el segundo también tenía la mirada fija en Shippo y
el zorro los alejó del lugar, guiándolos hacia las profundidades del bosque. Pero, ¿y el
tercero?
Rin estaba escondida entre unos arbustos. Había agarrado una piedra grande por si
se veía obligada a ir a ayudar a su amigo, pero sabía que de momento se las apañaría bien.
La morena no era ninguna cobarde, todo lo contrario, era una joven de gran valor y coraje,
pero debía admitir que, al verse frente a frente con esos diablos, se había sentido pequeña y
asustada en comparación con ellos. Tal vez no fuera tan fuerte como ella creía.
Estaba envuelta en esos pensamientos cuando oyó crujir una rama. Se volvió en el acto.
- ¿Shippo? ¿Eres tú?
Ninguna respuesta.
- ¡Shippo, no es momento para bromas! - gritó la morena, pero la verdad es que
estaba muy asustada.
Otro crujido.
- ¿Shippo? ¡Oh, dios mío!
El más grande y fiero de los tres demonio-osos la había seguido y ahora estaba justo delante
de ella, abriendo sus fauces mientras mostraba sus enormes dientes.
- ¡¡¡¡Ahhhh!!!!
Rin dio un ágil saltó y se colgó de la rama más baja del árbol. A duras penas consiguió
subirse a la rama y no caerse. Pero el diablo no se dejó sorprender; se acercó al tronco del
árbol y empezó a escalarlo.
- ¡Estoy perdida! ¡Sabe trepar! - pensó en ese instante la pobre joven.
Antes de que el oso le diera un zarpazo, Rin dio otro salto y se agarró a la siguiente rama
del árbol. No sabía hacia donde huir.
- ¡¡¡¡Grrrr!!!! - era el sonido de la bestia. Intentó darle otro zarpazo, pero Rin había
vuelto a trepar a la siguiente rama.
Se habían adentrado tanto en el bosque que no los oiría nadie en la aldea. Estaban solos e
indefensos. No había nada que hacer. "Ojalá Shippo vuelva pronto" pensaba la chica
viendo que su fin se acercaba. De repente, el oso se dio impulso y consiguió alcanzar con la
pata delantera la rama en la que estaba la pobre Rin. Con mucha brutalidad, le dio un
manotazo en la pierna de la joven. Ésta sintió el dolor de la herida y el correr de su sangre.
Se sintió desfallecer y casi cae de la rama. Otro zarpazo le dio en el brazo y perdió el
equilibrio. Ahora tan sólo se sujetaba de una mano. ¡¡Estaba colgada de la rama solamente
de un brazo!!
Sin poder evitarlo empezó a llorar. "¡Es el fin!" pensó "Lo siento mucho Shippo. Kaede,
Kagome, Sango, Inuyasha, Miroku, Kirara… Adiós"
Y se resbaló de la rama.
- ¡¡Señor Sesshomaru!! - dijo mientras caía del árbol sin poder remediarlo.
Capítulo 4: Llévame contigo
A la mañana siguiente, Rin abrió los ojos y se encontró tumbada en su cama de la casa de la
abuela Kaede. Tenía la pierna y el brazo vendados, pero, por lo demás, no parecía estar
herida.
Se sentó con cuidado y miró a su alrededor.
- ¡Por fin despiertas!
- Lo siento mucho, abuela. No quería preocupar a nadie.
La anciana sonrió un poco.
- Bueno, al menos no tenemos que lamentar ninguna muerte. Pero ¡no vuelvas a salir
de noche al bosque! ¿Queda claro?
Rin asintió con la cabeza. De repente recordó algo.
- ¡Kaede! ¿Dónde está Shippo? ¿Está herido?
- No te preocupes - la tranquilizó la anciana - Se encuentra bien. No tiene ningún
tipo de herida. Duerme en casa de Kagome e Inuyasha.
La morena se sintió algo más aliviada, aunque se sentía un poco culpable por haberle
estropeado la noche a su amigo. No había sido culpa suya, pero aún así lamentaba no haber
sabido defenderse sola y haberlo llevado hasta una zona demasiado profunda del bosque.
- Kaede, ¿cómo es que estoy bien? ¿Cómo me encontrasteis?
La anciana sonrió ampliamente y le guiñó un ojo.
- Él te rescató - dijo a la pequeña dando a entender que ese él no necesitaba
aclaración - Estaba por la zona cuando olió tu sangre y te oyó gritar su nombre.
Las mejillas de la joven se llenaron de rubor. Él la había oído llamándolo. No pudo dejar de
sonreír.
- ¿Dónde está ahora? - quiso saber de inmediato - ¿Puedo verlo?
- Pasó toda la noche junto a ti en la cabaña. Quería asegurarse de que estarías bien,
pero en cuanto se hizo de día se marchó al bosque. Te ha dejado unos regalos.
Rin se levantó en seguida, sin que le importara la tremenda herida de la pierna y salió
cojeando hacia el exterior, sin mirar atrás.
Kaede se la quedó mirando mientras salía por la puerta. Acababa de decirle que el
señor Sesshomaru le había traído regalos y ni siquiera los había mirado. Había junto a su
cama un precioso kimono blanco con bordados de flores color oro. Era realmente bonito.
Estaba claro que Sesshomaru sabía qué colores le sentarían bien al rostro de la chica.
También había una pequeña caja plateada con dibujos de mariposas. Era una especie de
joyero, y en su interior había un espejo. Kaede sonrió al imaginarse al frío y distante
Sesshomaru pensando en regalos delicados para una chica. Era difícil de imaginar. Pero la
anciana estaba muy segura de por qué lo hacía.
* * *
Rin cayó de bruces contra el suelo y se llenó de tierra. Otra chica cualquiera se
hubiera hecho daño o habría empezado a llorar, sin embargo, la morena se levantó sin
derramar una sola lágrima y siguió caminando a trompicones, coja de una pierna debido a
la herida, con las manos sucias debido a la caída y el vestido algo desgarrado. Pero nada le
importaba, tenía una gran fuerza de voluntad. Y ahora sólo tenía un deseo, uno que la hacía
más fuerte cada día… ver al señor Sesshomaru.
En medio del bosque había un río. Rin pudo divisar en la orilla un caballo de dos
cabezas bebiendo agua y al lado un demonio bajito y verde que dormía tranquilamente.
- ¡¡Señor Jaken!! - exclamó la niña yendo a su encuentro.
- ¡¡Ahh!! ¡¿Quién anda ahí?! - se sobresaltó.
- ¡Ja, ja, ja, ja! Soy yo, Jaken; la pequeña Rin.
El pequeño demonio abrió los ojos de par en par. Desde que habían dejado a la niña en
la aldea la habían visitado con frecuencia, pero por asuntos importantes de Sesshomaru,
hacía ya casi un año desde la última visita que le hicieron. Así que Jaken casi no podía
reconocer a la que había sido una pequeña mocosa que siempre le molestaba. Se había
convertido en una hermosa y adorable joven, la envidia de toda chica de su edad.
- ¿Rin? ¡Casi no puede reconocerte! ¡Has crecido mucho!
- Ja, ja, ja, ¡claro! Los humanos crecemos deprisa, tú en cambio, estás igual de
cascarrabias - se rió.
Jaken se cruzó de brazos molesto.
- ¡Maldita mocosa! - dijo, pero en realidad ya no estaba enfadado. Se alegraba de ver
tan bien de salud y aspecto a la chica.
- ¿Dónde está el señor Sesshomaru? ¿Anda por aquí cerca? - preguntó y Jaken pudo
notar su mirada desesperada y su sonrisa llena de esperanza.
- Sí, está cerca.
Al momento notaron una suave brisa y el demonio de cabellos blancos apareció ante los
presentes. La niña abrió los ojos; no había cambiado nada. Seguía teniendo la apariencia de
un joven de veintidós años, aunque tenía más de cien. Sus cabellos eran algo más largos,
pero siempre tan albinos como la luna. Y sus ojos amarillos, ojos casi felinos, la miraban
con detenimiento y le atravesaban el alma. Rin dio un suspiro. De repente se sentía aliviada
y… feliz. Corrió hacia su demonio y lo abrazó con fuerza.
El señor Sesshomaru se sorprendió ante la demostración de afecto de la chica, pero no
se movió. Dejó que ésta le abrazara y se sintiera feliz. Al fin y al cabo, ella siempre había
sido así, tan cálida, tan espontánea, tan diferente a como era él.
Por su parte, Rin sentía la calidez del cuerpo de Sesshomaru bajo sus brazos. Su ropa,
siempre la misma ropa, la misma armadura… desprendían su olor, el olor que a la chica
tanto le gustaba. Había sentido la necesidad de abrazarle en cuanto le vio aparecer en el
claro. Sabía que el demonio no era cariñoso, sino frío y distante, pero con ella siempre
había sido diferente, y lo estaba demostrando ahora al no apartarla de un empujón. Rin
necesitaba de la presencia del demonio. No se había dado cuenta hasta ahora de hasta qué
punto lo necesitaba. Finalmente se apartó de él y lo miró a los ojos.
- ¿Por qué has tardado tanto en visitarme? - inquirió la niña y la pregunta sorprendió
al demonio. Él se esperaba que dijera algo como "Pensé que ya no volverías" o algo
así, pero no. Ella había hecho otra pregunta porque Rin siempre confió en que
Sesshomaru volvería. Nunca tuvo la menor duda.
- ¿Qué te ha pasado? - dijo él eludiendo la pregunta y acercándose al agua del río.
Rin sonrió en silencio. Estaba acostumbrada a los cambios de tema de su señor. Era un
guerrero fuerte con muy mal carácter y acostumbrado a que nadie le quisiera, así que
cuando Rin le hacía una muestra de cariño, evitaba mirarla y se alejaba un poco.
- Me caí cuando venía. Es que estaba corriendo.
- No deberías correr con la herida que tienes. Podrías hacerte daño.
Ese era otro de los puntos del señor Sesshomaru. Puede que fuera distante, porque lo
era y mucho, pero se preocupaba por ella… sólo por ella. Al ser un demonio cruel, nunca le
había importado la vida de los humanos. Se dedicaba a ignorarlos y si era necesario, los
mataba, pero desde que la conoció a ella, había evitado matar a cualquier humano, pues no
quería disgustarla. Algo en su interior cambió cuando salvó la vida de la pequeña cuando
tenía unos nueve años. Fue la primera en no temerle, en ver más allá de lo que él dejaba
ver, en quererle como a un padre o a un hermano. Y Sesshomaru aprendió que lo más
valioso que tenía en su vida… era Rin. Por eso se preocupaba por ella. Parecía que la
abandonaba en la aldea por egoísmo, pero no era así. Lo hacía porque sabía que una vida
con demonios era peligrosa para una simple humana. Lo hacía para protegerla.
Sesshomaru se sentó junto al caballo de dos cabezas y dijo sin mirarla todavía:
- ¿Has visto ya los regalos?
- No. Quería verte a ti primero.
Se hizo un silencio algo incómodo porque el apuesto demonio sabía lo que la chica le iba a
decir y no sabía cómo evitarlo.
- Señor Sesshomaru - empezó.
- ¿Qué quieres?
- En realidad, quería pedirle algo que llevo deseando desde hace mucho tiempo -
hizo una pausa. Tenía la esperanza de que esta vez todo saldría bien. Sonrió y dejó
que ese pensamiento la envolviera y le diera fuerzas - Sesshomaru, quiero que me
lleves contigo.
Él no dijo nada. Rin se acercó un poco y se quedó observándolo, expectante. Al fin, levantó
el rostro y la taladró con la mirada.
- No, Rin, lo siento.
La morena abrió los ojos sorprendida. No lo entendía.
- ¿Por qué? - dijo alzando la voz, a punto de llorar - Siempre que te lo pido dices lo
mismo. No lo entiendo.
- Porque aún eres joven, Rin. Ya te lo he dicho muchas veces - él mantuvo su tono
sereno e impasible. Le hablaba con su melodiosa voz llena de tranquilidad.
- Sí, sí, ya lo sé - alzó la chica los brazos - Soy demasiado pequeña para esto, soy
demasiado pequeña para lo otro. Eso me lo decían hasta que cumplí quince.
Sesshomaru, ahora tengo diecisiete, y en un mes cumpliré los dieciocho. Ya nadie
puede decirme que soy demasiado pequeña para nada.
Él asintió. De repente fue consciente de lo mucho que había crecido su pequeña humana y
de lo inteligente que era. La miró fijándose por primera vez en lo hermosa que era ahora.
Suspiró tristemente.
- No vendrás.
Rin lo miró duramente. Se sostuvieron la mirada largo rato y ella sabía que tenía todas
las de perder, pues Sesshomaru no cedía nunca. Pero aun así quería demostrarle lo valiente
y decidida que era.
- De acuerdo - dijo ella, sin dejar de taladrarlo con la mirada - No iré si me das una
buena razón - le retó.
Él la ignoró por completo y se acercó al lago para limpiarse las manos. Claro que tenía
una respuesta, una buena respuesta, pero nunca había querido decírselo. Sabía que en
cuanto le contara la verdad se le partiría el corazón. Con la excusa de que era muy pequeña
había podido eludir la verdad muchos años, pero ahora…
Rin lo miró enfadada. Quería su respuesta.
- No me iré hasta que no me lo digas. Si de verdad no puedo acompañarte, quiero
saber por qué.
El señor Sesshomaru se giró y la miró con hostilidad. Era la primera vez que la miraba
así y ella se asustó un poco.
- No puedes venir porque yo no quiero que vengas.
En ese momento Rin sintió cómo su corazón se hacía pedazos de golpe. Sesshomaru, la
persona que más quería en este mundo acababa de decirle que no quería estar con ella.
- Entonces… - continuó ella con la voz quebrada y Sesshomaru supo el daño que le
había hecho con esas palabras - … ¿da igual cuanto crezca yo? ¿Nunca querrás que
vaya contigo?
- Nunca - confirmó él dándose la vuelta. No podía mirarla a la cara después de lo que
le había dicho.
Rin no dijo más. Las lágrimas empezaron a salirse silenciosas de los ojos y se sintió
desfallecer. Salió corriendo del claro y se adentró en las profundidades del bosque,
sintiendo que su mundo se desmoronaba bajo sus pies.
Capítulo 5: Prefiero que me odies.
La morena llevaba horas en el bosque. Estaba acurrucada junto a unos matorrales y no
había parado de llorar.
- Entonces… ¿da igual cuánto crezca? ¿Nunca querrás llevarme contigo?
- Nunca.
No podía olvidar la conversación que habían tenido ella y Sesshomaru. ¿Cómo podía
haberle dicho eso? ¿Cómo podía haberla tenido engañada tanto tiempo? ¿Es que en realidad
él nunca la había querido? ¿Ni siquiera un poquito? Se sintió desfallecer. Lo que Rin sentía
por Sesshomaru era algo muy profundo. No estaba segura de qué era exactamente. De
pequeña pensaba que era respeto y admiración, pero ahora… ¿qué sentía ahora por él?
Cuando le abrazó, notó la calidez de su cuerpo y se encontró a si misma respirando su olor,
pensando que le necesitaba. ¿Le necesitaba? Ya no estaba segura de nada, y menos después
de lo que él le había dicho. Se abrazó las piernas y continuó llorando amargamente.
Una hora más tarde…
- ¿Rin? ¿Dónde estás? - era la voz de Jaken - ¿Rin?
- Vete - le dijo ella sin mirarlo. No quería que la viera llorar.
El demonio verde se acercó.
- ¿Lloras por lo que el señor Sesshomaru te dijo?
Rin no contestó.
- Si Sesshomaru se entera de que te cuento esto se enfadará conmigo, pero creo que
deberías saberlo - miró a la joven, pero ella no se movió, sin embargo había dejado
de llorar; le estaba escuchando - Mira, Rin, cada vez que venimos a visitarte nos
preguntas cuanto falta para que te llevemos con nosotros y él siempre responde que
eres demasiado joven, pero ahora sabes que ese no era el motivo de su negativa.
- Él no me quiere - dijo ella amargamente.
- En realidad, un día le pregunté por qué no te dejaba venir con nosotros, pues cuanto
tenías nueve años siempre te habíamos llevado. Y el amo me dijo lo siguiente:
Flash back
- Señor, ¿es cierto que dejará a la pequeña que venga con nosotros? No creo que
sea muy adecuado.
El demonio de la luna suspiró. No era su costumbre hablar de lo que pensaba hacer o
de lo que sentía, pero Jaken era su sirviente fiel y no tenía por qué tener secretos con él.
- No, nunca vendrá con nosotros.
- Eso me temía, mi señor, pero no entiendo por qué le da usted esperanzas.
- Jaken - le dijo a su sirviente - No es cuestión de lo que yo o tú queramos. Hago lo
que es mejor para ella, lo que la hará feliz.
- No sé si le entiendo, señor. Según parece, lo que a ella le haría feliz es venir con
usted. Nos lo dice siempre.
El albino se volvió hacia el pequeño demonio verde y se decidió a serle totalmente sincero.
- Jaken. Por mucho que nos duela, Rin es una niña humana. Los humanos son
frágiles y los demonios son peligrosos para ellos; los capturan, los devoran. Estar
conmigo, incluso que yo la visite, pone su vida en peligro. Ya la han raptado
muchas veces para chantajearme. No permitiré que vuelva a ocurrir.
- ¿Por eso la aleja de usted?
Sesshomaru suspiró tristemente.
- Sé que no es lo que quiere ella, pero en la aldea aprenderá cómo viven los
humanos normales. Estará con gente de su especie y también de su edad. Esperaba
que con el tiempo algún joven se enamorara de ella y Rin lo aceptara. De esta
manera se olvidaría de viajar con nosotros. Encontrará su felicidad y estará a
salvo… sin mí - esas últimas palabras las dijo con un gran pesar en su pecho.
Jaken comprendió una cosa en ese momento. Que aunque Sesshomaru siempre diera
respuestas cortas, hirientes y hostiles, su corazón nunca había sido de piedra.
- Pero señor, si Rin se casara y se olvidara de nosotros, entonces, el que no sería
feliz sería usted.
- Para mí es más importante que lo sea ella.
Fin del flash back
Rin miró a Jaken con los ojos bien abiertos. Ahora entendía por qué su demonio le
había hecho tanto daño. Ahora lo entendía todo.
- ¿Lo comprendes ahora, Rin? ¿Entiendes por qué te ha dicho eso? Sesshomaru
prefiere que le odies si de esa manera consigues olvidarte de él. Porque con él
estarás constantemente en peligro. En cambio, en la aldea estarás totalmente
protegida. Inuyasha, Kagome, Sango, Miroku y Shippo son las personas más
poderosas de todo Japón, y todos son de tu aldea.
- Lo entiendo - dijo enjuagándose una última lágrima y levantándose - El señor
Sesshomaru no quiere que vaya con él porque si él se despista, no podrá protegerme
siempre, y yo soy una débil humana que no puede defenderse por sí misma.
- Así es - afirmó Jaken - Me alegro de que por fin lo entiendas. Ahora te pido que
regreses a la aldea y te olvides de nosotros. Pero, por favor, no le guardes rencor al
amo Sesshomaru. Todo lo que ha hecho, es por ti, aunque jamás lo reconocerá.
Prefiere que le odies si así te mantiene a salvo.
La morena se levantó. Se sacudió la tierra del vestido y regresó al pueblo a paso lento pero
decidido. No abrió la boca en todo el camino y no derramó ni una sola lágrima más.
* * *
- ¿Oye, Kaede, qué le pasa a Rin? - preguntó Kagome, que se encontraba sentada
junto al fuego de la casita.
- No lo sé - respondió la anciana - Hace días que no habla y apenas si come nada.
Está así desde que vino de ver a Sesshomaru. No sé qué le pudo ocurrir allá.
- ¡Bah! - dijo el semi-demionio Inuyasha, despreocupado - Mi hermano puede llegar
a ser muy idiota. Seguro que le dijo algo que no le gustó y por eso está así. Ya se le
pasará.
Kagome cogió la cacerola que tenía más cerca y le dio un sartenazo en la cabeza.
- ¡¡Ayyy!!
- ¡Eso te pasa por ser un insensible! ¿Acaso no ves que Rin está realmente mal?
- ¡¡Pero los niños suelen tener berrinches de este tipo!!
- ¡Abajo! - le gritó Kagome y al momento el collar mágico que Inuyasha siempre
lleva al cuello hizo que éste se estampara contra el suelo.
Kaede empezó a reír.
- Se lo merecía - dijo - Además, Rin ya no es ninguna niña. Ella nunca se comporta
de esta manera. Fuera lo que fuera lo que sucedió, debió de ser algo muy grave.
Shippo lo había estado oyendo todo muy detenidamente. Él tampoco estaba muy seguro
de lo que le estaría pasando a su mejor amiga, pero sí sabía que la quería mucho. Se acercó
a ella, que estaba metida en su cama, con la mirada perdida, como si fuera un fantasma. Se
tumbó a su lado y la abrazó por detrás. Ella no reaccionó. Probablemente ni siquiera estaba
allí, su mente volaba lejos, muy lejos de esa cabaña, pensando en un demonio albino que
anteponía la felicidad y seguridad de la chica a la suya propia.
No te preocupes, Rin - le dijo Shippo en un susurro casi inaudible - Todo se arreglará. Te lo
prometo - y la estrechó más fuerte contra sus brazos hasta que ambos se quedaron
dormidos.
Capítulo 6: Kohaku, el exterminador de demonios.
Había pasado cosa de una semana desde que Shippo y Rin se quedaron dormidos
abrazados en la cabaña de la abuela Kaede. El zorro la había convencido de que se
levantara y comiera algo, y unos días después consiguió sacarla de la casita y llevarla por el
bosque. Esos paseos le sentaban muy bien a la pequeña; había recobrado el color en sus
mejillas y estaba mucho más animada, sin embargo, sus ojos ya no eran tan risueños y
alegres como siempre, su brillo se había apagado y no había manera de volverlos a hacer
lucir.
Al regresar pasaron por la plaza y se encontraron con un gran alboroto.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó Shippo a otro muchacho de su edad. Tendría unos 18
también.
- Estamos haciendo un torneo entre los jóvenes. Solo pueden participar chicos entre
16 y 18 años. Los que ganen serán considerados los siguientes guerreros de la aldea,
después del grupo de Inuyasha, claro, pero a ellos no hay quien los gane.
Los chicos rieron un instante.
- ¡Está bien! - anunció Shippo convencido - ¡Voy a participar!
Rin le dio una palmadita en el hombro y le dijo en un susurro.
- Pues más te vale hacerlo bien, tu amiguita te está mirando.
Shippo se giró, confuso. Entonces vio a la adorable Yuuki, la chica rubia y de ojos verdes
que tanto le gustaba. Era cierto, la joven lo miraba sonrojada y después desviaba la mirada.
¿Qué significaría eso?
- Bien, los participantes son: Ryo, Lin, Daichi, Hikaru, Kaname y Shippo.
El tal Kaname era un muchacho de la aldea muy apuesto. Era el mismo que hacía un tiempo
le regaló flores a la hermosa Yuuki. Cuando Shippo supo que le tocaría combatir con él, se
alegró mucho. Le iba a demostrar a la rubita lo valiente que era y que valía más que el
engreído de Kaname.
Los primeros combates no fueron muy interesantes. Ryo ganó el primero y Hikaru el
segundo. Lo único que le llamó la atención a Rin fue que Daichi le guiñó un ojo antes de su
enfrentamiento, con la promesa de que ganaría por ella. No tardó mucho en perder.
Shippo y Kaname se pusieron uno frente al otro e hicieron el típico saludo de los combates
japoneses. Cuando el juez dio la voz de que empezaran, ambos se pusieron en guardia.
Kaname no luchaba nada mal. No sólo era guapo, sino fuerte, atlético y bastante alto. Se
había entrenado desde niño y sabía pelear a la perfección. Sin embargo, era incapaz de
superar a Shippo. El zorrito, en su condición de demonio, era más bajo que un humano
normal de su edad, aun así era también muy guapo, fuerte y desde luego, mejor luchador
que su contrincante. Probablemente podría haber acabado con todos los demás participantes
a la vez si hubiera querido, pero no lo hizo. Decidió no poner demasiado de su parte y dejar
que Kaname intentara atraparlo, de esa manera se burlaba un poco de él y le servía para
demostrarle a Yuuki lo buen guerrero que era. Al final, Shippo se cansó de jugar y en
cuestión de segundos inmovilizó al contrincante y lo dejó KO. Todos aplaudieron al
instante.
Rin se acercó a su amigo con una risilla divertida.
- Les gustas a las chicas de la aldea - dijo señalando con disimulo a las jovencitas
que cuchicheaban sobre lo mono que era Shippo y lo fuerte que era.
- Puede - se sonrojó un poco el zorrito.
- ¿Por qué no vas a hablar con Yuuki? - propuso su amiga.
- ¡¿Pero qué dices?! No sabría que decirle.
Entonces la morena se sacó una rosa de la manga del kimono y se la ofreció a su amigo.
- ¿Por qué no empiezas diciéndole: "Una flor hermosa para una joven todavía más
hermosa"?
Ambos se rieron. Estaba claro que Rin sabía todo lo que necesitaba oír una chica. Shippo
tomó la rosa y se alejó en dirección a la rubia.
* * *
Por la tarde, Rin se encontraba en el bosque, cerca del río donde habló por última vez con
su adorado Sesshomaru. Había estado paseando con una amiga de la aldea llamada
Megumi, que vivía en la cabaña de al lado de la suya.
Llevaban mucho rato en silencio cuando Megumi se decidió a preguntar.
- ¿Qué te pasa últimamente, Rin? Te noto distante.
- No es nada.
Megumi no estaba muy convencida.
- Eres la chica más alegre y sonriente de todo el pueblo, y de repente estás siempre
seria y pensando en dios sabe qué. Ya sólo sonríes cuando estás con Shippo. En
serio, ¿qué te pasa?
Las chicas estaban sentadas a la orilla del lago. Rin se aferró las rodillas.
- ¿Qué me dirías si te contara que no quiero casarme?
- Bueno, ya sabía que tenías cierto reparo en escoger chico, pero pensé que era
porque no te gustaba ninguno.
- Y no me gusta ninguno, pero no es sólo eso.
- Entonces, ¿qué es? - Megumi estaba cada vez más preocupada.
- Soy muy feliz aquí con vosotros. La abuela Kaede me acogió en su casa y ha sido
muy bondadosa, igual que todos vosotros, pero yo siempre he sentido que este no
era mi lugar. Siento como si debiera estar en otra parte… no sé explicarlo.
- ¿Es por algo que te pasó cuando eras niña?
Rin vaciló. En realidad, no estaba segura de por qué se sentía así.
- No lo sé - y se quedó mirando la corriente del río.
- Deberíamos volver - anunció su amiga, levantándose.
- Tienes razón.
Y ambas amigas se encaminaron nuevamente hacia la aldea.
Un ruido muy fuerte las sobresaltó y la tierra empezó a temblar. Rin y Megumi vieron
como varios árboles caían al suelo. Desde donde estaban ya se veían las primeras casas de
la aldea y para su sorpresa, un monstruo gigante se encontraba allí. Era una especie de rata
gigante de tres metros. Caminaba a gran velocidad y destruía a su paso todas las cabañas
que encontraba. Los aldeanos corrían asustados, y los hombres de la aldea le lanzaban
flechas, piedras y lanzas, pero el demonio no se detenía.
- Vayamos a llamar a Inuyasha - propuso Megumi, asustada.
- No está. Kagome, Shippo y él partieron por la mañana para una misión en un
castillo bastante lejano, y Sango y Miroku aceptaron ayer otra misión y aún no han
vuelto.
Corrieron hasta la aldea.
- ¡Kaede! - llamó Rin al no encontrarla - ¡Abuela Kaede!
La anciana apareció entre la multitud con un arco y una flecha.
- ¡Rin, ves a esconderte con las mujeres y los niños!
- ¡Pero te harán daño!
- Soy la sacerdotisa de la aldea, mi niña, cuando no están los guerreros, yo me hago
cargo de los problemas - y se marchó aprisa hacia el demonio.
Rin no sabía qué hacer. Siempre había sido una chica obediente, pero no podía abandonar a
Kaede a su suerte. Puede que la anciana fuera una sacerdotisa y todos los aldeanos la
ayudarían. Pero no nos engañemos, los humanos no pueden hacer nada contra un demonio
gigante. Así que siguió a Kaede. No podía permitir que le pasara nada malo.
La rata había alcanzado a algunos hombres con sus zarpas y había devorado a unos cuantos.
Los humanos le tiraban lanzas, palos, piedras, cualquier cosa que pudiera herir al animal,
pero nada lo espantaba. Parecía más enfadado por momentos. Entonces la anciana Kaede se
puso frente a él y, apuntándole con su única flecha le dijo:
- ¡Oh, demonio que has irrumpido en nuestra aldea, te pido que te marches y no
regreses nunca más!
El demonio empezó a avanzar hacia ella.
- Muy bien - exclamó y colocó la flecha en el arco - ¡Por el poder sagrado! - y
disparó.
Pero el poder de Kaede era ya muy débil. La flecha no le hizo más que cosquillas al
demonio rata y se abalanzó sobre la anciana.
Rin, viendo que no podría escapar, corrió hacia el lugar donde se encontraba la sacerdotisa
y la empujó a un lado, salvándole la vida pero quedando justo en frente del peligroso
demonio. Levantó una zarpa y arremetió contra ella.
De repente, un joven apareció por los aires y con su arma - una especie de hoz cortante
atada a una cadena de hierro - la enredó en el cuello de la bestia y empezó a asfixiarla. Ésta
se retorcía de dolor y chillaba enfurecida. El joven saltó ágilmente por el cuerpo del animal
hasta posarse en su cabeza y lo dejó ciego, cosa que enloqueció al demonio. Finalmente
cogió la hoz con la mano y le rasgó la garganta. El monstruo cayó al suelo con un gran
estrépito. El muchacho bajó del cadáver de un ágil salto y se posó ligero en tierra, frente a
los aldeanos.
- ¡Viva! ¡¡Hurra!! - vitoreaban todos, mientras ayudaban a los heridos y las mujeres
y niños salían de sus escondites.
El muchacho se acercó a la morena, que aún estaba en el suelo.
- ¿Te encuentras bien, Rin? - dijo tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.
Ésta la aceptó con gusto. No se esperaba que él se acordara de su nombre.
- Gracias, Kohaku. Me has salvado la vida.
- Siempre es un placer - y le besó la mano.
- ¡¡Kohaku!! - vinieron gritando algunas mujeres del pueblo, unas jóvenes y otras
más mayores - ¡¡Qué alegría verte de nuevo!!
- ¿Cómo estás? ¿Te quedarás mucho tiempo? Espero que sí.
- ¿Cómo te va el entrenamiento?
- ¿Ya tienes esposa?
- ¡Kohaku, ven a mi casa a comer hoy! Nos has salvado a todos.
- No, vendrá a mi casa.
- Ni hablar, se viene conmigo…
Rin se alejó de ese huracán de actividad y fue a ver como estaba la abuela Kaede. Por
suerte, estaba en perfecto estado. Gracias a la valiente intervención de Rin, ella se había
salvado. Sin embargo se dio cuenta de algo; por muy valiente que fuera, si Kohaku no
hubiera llegado en ese instante, la rata gigante la habría devorado, de la misma manera que
si Sesshomaru no la hubiera salvado al caer del árbol, ella habría muerto. Tenían razón, ella
nunca podría ir con Sesshomaru, porque era una inútil. Se llevó las manos al corazón y se
apretó el pecho, que le dolía de tristeza.
- Nunca podré defenderme - pensó con amargura - Mi destino es estar alejada de ti,
Sesshomaru.
Por la tarde estuvo observando cómo entre todos los del pueblo arreglaban las casas caídas.
También vio a Kohaku entrenar sus habilidades con algunos de los jóvenes mientras las
chicas se entretenían en mirar lo apuesto que era. Sí, Kohaku era el muchacho del que una
vez hablaron Shippo y ella. Era el hermano menor de Sango. Tenía 21 años y era todo un
hombre, un joven guapísimo, nada presumido. En realidad era muy humilde, pues el pasado
que habían vivido él y su hermana Sango era muy complicado - véase la serie anime.
Rin siempre le había tenido una especial simpatía, pero estaba segura de que él nunca se
fijaría en ella. Sobre todo, teniendo loquitas a las jovencitas de la aldea.
Entonces Kohaku levantó la vista y vio a la hermosa Rin sentada en un saliente rocoso de
una colina. Le sonrió y la joven se sonrojó en el acto y evitó su mirada.
Capítulo 7: ¡Entréname!
Al cabo de unos días, la hermosa Rin había ido al encuentro del joven Kohaku. En
realidad le daba mucha vergüenza hablar con él, entre otras cosas porque, después de
Sesshomaru por el que sentía algo muy fuerte, Kohaku era la segunda persona por la que se
sentía así.
Pero la morena había estado pensando mucho. Su mayor deseo era seguir al demonio
albino a donde quiera que fuera, y si no podía porque era demasiado débil, pues se haría
fuerte. Shippo e Inuyasha eran ambos muy fuertes, pero es que el primero era un demonio
pura raza y el segundo un semi-demonio con una espada mágica. Era completamente lógico
que fueran así de fuertes. Necesitaba encontrar a humanos que fueran fuertes, y no
guerreros cualquiera de los que se encuentran en cualquier aldea o castillo, sino fuertes de
verdad. Kagome era muy poderosa, pero ésta no era una chica normal. Era una humana con
poderes espirituales; una sacerdotisa.
- No es posible adquirir de repente poderes espirituales. O naces con ellos o sin,
aunque a veces están ocultos en el interior de la persona, pero no pareces ser el
caso - recordaba que le había dicho Kagome. Por tanto, como sacerdotisa, lo llevaba
claro.
También pensó en el monje Miroku, un humano poderoso sin duda, pero eso se debía a
que, por una maldición, tenía un terrible agujero negro en la palma de su mano derecha que
lo absorbía todo. Tampoco le servía. Y fue entonces cuando dio con la solución. Sango y su
hermano pequeño - Kohaku - eran lo que se conocía como "exterminadores de demonios",
un nombre que se les daba a los humanos que se habían entrenado desde niños en el arte de
la lucha, se habían fabricado sus propias armas especiales mata-demonios y se dedicaban a
cazarlos por todo Japón. No se requerían poderes espirituales, ni ninguna otra cosa de esas,
simplemente dedicarle mucho tiempo y demostrar habilidades para la lucha.
- Kohaku - saludó Rin decidida - te estaba buscando.
El joven exterminador sonrió divertido. ¿Para qué le buscaría?
- Tú dirás.
La morena tragó saliva y lo dijo sin rodeos.
- ¡Necesito que me entrenes! - se inclinó ante él - ¡Por favor!
Kohaku se quedó a cuadros y de repente empezó a reírse.
- Ja, ja, ja, ja. ¿Por qué? - seguía riendo - ¿Qué mosca te ha picado?
- Los motivos son personales, pero necesito que me enseñes. ¡Te lo suplico!
El chico pareció vacilar.
- Es que, no sé si darás la talla.
- ¿Lo dices porque soy mujer? ¡Puedo hacerlo tan bien como un hombre! ¡Te
aseguro que…
- ¡Vale, vale, tranquila! - volvió a reírse - No lo decía por eso. Mi hermana también
es mujer y es mejor guerrera que yo. Pero nosotros procedemos de una población
dedicada exclusivamente a exterminar demonios. Entrenan a niños y niñas desde
pequeños. Tú en cambio ya tienes 17 años y no has peleado nunca.
- Puede, pero aprendo deprisa.
El chico sonrió divertido. Ante el entusiasmo de la chica no pudo negarse, aunque la verdad
es que tampoco le apetecía hacerlo. Rin era una chica hermosa, simpática y siempre le
había atraído bastante. Tal vez pasar horas junto a ella sería la solución para averiguar si la
muchacha estaba o no enamorada de él, porque Kohaku, sin duda, lo estaba de ella.
* * *
Esa misma tarde, Rin y Kohaku se reunieron en un claro del bosque. El muchacho llevaba
ya varios minutos esperando cuando apareció la chica de entre los árboles. Él sonrió.
Realmente estaba a solas con ella.
- Llegas tarde - le dijo a modo de saludo.
- Estaba ayudando a Kaede, ha nacido otro niño - dijo con su tierna sonrisa. En sus
ojos aún podía verse el brillo de ternura que Rin sintió cuando vio la criatura en
brazos de su madre.
Kohaku tembló ligeramente al observar su dulce mirada perdida en el recuerdo del bebé y
sintió que su lugar estaba ahí, junto a ella. De repente se sintió abrumado, ¿sentiría ella lo
mismo por él?
- Bueno, ¿empezamos?
Al oír las palabras de la joven, Kohaku salió de su ensoñación.
- Por supuesto. Lo primero es… - se paró de repente. Acababa de fijarse en la ropa
de Rin. Llevaba su últimamente habitual kimono naranja y verde a cuadros y el pelo
liso le caía abundante y suelto sobre los hombros.
- ¿Qué sucede? - dijo la chica notando que el joven se la había quedado mirando.
- No llevas la ropa adecuada - dijo él tajante - Así no puedes aprender nada.
Kohaku se cruzó de brazos y cerró los ojos, pensativo. ¿Cómo iba a enseñarle a pelear con
un kimono encima? Era absurdo. ¿Qué podían hacer para conseguir ropa más adecuada?
- Kohaku - llamó la morena a su amigo.
El chico se volvió a mirarla y vio cómo se deshacía el lazo del kimono a cuadros. Las
mejillas se le enrojecieron de repente. ¿Por qué se lo desabrochaba?
- Rin, yo… - empezó muy nervioso. Pero antes de que acabara, el kimono de la
joven había caído al suelo y dejaba al descubierto un bonito traje de exterminadora -
¡Guau! - exclamó él - ¿De dónde lo has sacado?
- Me lo he ido confeccionando yo poco a poco. En realidad, iba a ser para cuando me
adentraba en el bosque, pero con unos arreglos, ha quedado como los vuestros.
El muchacho no podía apartar los ojos de Rin. Llevaba una camisa negra ceñida y unos
pantalones ajustados que marcaban perfectamente sus curvas. Llevaba un lazo blanco en la
cintura para sujetarse bien el traje y en lugar de sandalias, llevaba unas botas negras altas
que le permitían moverse con total libertad. Se preguntaba dónde las habría conseguido.
- Las botas son un regalo - le dijo a Kohaku adivinando sus pensamientos.
- ¿De quién? - preguntó él, con curiosidad. ¿Quién podría haberle hecho un regalo
tan bueno y valioso a Rin?
Ella se sonrojó ligeramente y bajó la mirada.
- El señor Sesshomaru - dijo simplemente.
Kohaku se sintió extrañamente molesto, pero no supo bien por qué. Sabía que Sesshomaru
había cuidado de Rin durante muchos años, era como un hermano mayor para ella o, al
menos, siempre lo había parecido. Pero ahora que se paraba a pensar, la diferencia de edad
ya no era tan grande. Sesshomaru seguía teniendo la apariencia de un humano de veintidós
años, puesto que los demonios envejecen con mayor lentitud, y ahora Rin tenía ya 17 años.
Sintió un punzón en su estómago y se volvió molesto hacia ella.
- ¡Empecemos!
- Sí.
Lo primero que hicieron fue dar varias vueltas alrededor del claro y estirar los músculos.
Nada que Rin no supiera hacer ya.
- ¿Por qué hacemos esto? ¿No deberías enseñarme cómo usar una espada y esas
cosas?
Kohaku se rió por lo bajo.
- Rin - dijo mirándola con ternura, era tan inocente - no puedes sostener una espada
hasta que no adquieras más fuerzas. Te harías daño si lo intentaras ahora.
- No es cierto - se cruzó de brazos y bufó - Soy bastante fuerte.
- Ja,ja,ja - volvió a reír ligeramente el muchacho - Bueno, por el momento te
enseñaré a ser rápida, a caminar con ligereza, a ser silenciosa, a volar por los
árboles, ¿te parece bien?
Rin sonrió con toda su alma. Ese era el tipo de cosas que quería aprender; a ser un pájaro, a
ser un guerrero. Y llegaría el día en el que volara con Sesshomaru, el día en que estarían
juntos para siempre.
Capítulo 8: Quiero casarme contigo.
Hacía ya tres semanas desde que Rin había empezado a entrenar. Ella y el joven Kohaku se
veían un rato cada tarde y la chica aprendía más y más cada día. Él aún no le había dejado
intentar siquiera coger un arma, pero ahora ella era rápida, ágil y ligera como una pluma,
silenciosa como un depredador acechando a su presa, como un animal salvaje que caza sin
que pueda ser cazado.
- Rin, mira allí. ¿Lo ves?
- Lo veo - dijo la joven entornando los ojos para ver mejor en la lejanía
- Pues atrápalo - le ordenó el muchacho.
Rin y Kohaku estaban escondidos tras unos arbustos. Era plena noche y el viento soplaba
frío a través de los árboles, pero Rin no tenía miedo, porque estaba con Kohaku, y tampoco
tenía frío. Después de esas semanas de entrenamiento, su sistema inmunitario se había
vuelto más resistente.
- Venga, no pierdas tiempo - continuó diciéndole el chico.
La morena trepó cautelosamente por el árbol con tanta facilidad como si fuera un gato
salvaje que pudiera trepar con sus uñas. Luego se posó en la primera rama, y fue tan ligera
que ésta ni siquiera tembló. Sus movimientos eran elegantes y cautelosos y estaba la noche
tan oscura que apenas podían verla. Cuando llegó a la rama más alta, apartó con cuidado las
hojas del árbol y contempló su objetivo. Era un pajarito. Una preciosa lechuza joven y
blanca. Sus ojos amarillentos brillaban y miraban en todas direcciones buscando a algún
ratón o conejo que comer. Tenían una vista muy aguda, y un buen oído también. Pero Rin
era mejor que el animal. Se acercó tanto como pudo sin levantar sospechas y, cuando lo
tenía tan cerca que casi podía olerlo, se abalanzó sobre él y lo agarró por las alas.
- ¡¡Gggrrr!!
El pájaro chillaba y gruñía, pero ella, lejos de soltarlo, lo apretó con fuerza a su pecho y
descendió de un ágil salto.
- Buen trabajo - la felicitó Kohaku - Excelente captura.
Ella sonrió satisfecha. Le había costado mucho ser capaz de hacer eso, pero al fin, había
podido.
- Venga, ahora regresemos a la aldea. Estarás cansada.
Ella asintió con la cabeza. Pero antes… miró al plumoso animal y le acarició las plumas
blanquecinas con ternura. La lechuza se tranquilizó. Y entonces…
- Vuela, pequeña - dijo abriendo sus manos para que ésta pudiera marcharse volando
y ser libre. Libre… - ¡Qué deliciosa palabra! - pensó Rin. Ella, que estaba atrapada
en una aldea en la que realmente no quería estar, y privada de la compañía del único
ser que despertaba algo realmente profundo y auténtico en ella.
- ¿No vienes?
- Sí, perdona - dijo la joven abandonando sus pensamientos - Vámonos.
* * *
Era de día. Rin estaba sentada en un saliente rocoso de la colina colindante a la aldea. El
lugar que más de gustaba de todo el lugar. Movía las piernas en el aire, como cuando era
niña y estaba sentada sobre A-Un. Sonrió pensando en ese recuerdo.
- Te veo muy animada - dijo una voz a su espalda - ¿Puedo sentarme?
La chica no se volvió, simplemente hizo que si con la cabeza. Kohaku tomó asiento a unos
metros de ella.
- ¿Por qué siempre vienes aquí?
- Es un buen lugar para pensar - le dijo - Y a veces es necesario aclarar ideas.
- Y también va bien para ver todo lo que ocurre en la aldea desde aquí.
La chica rió tristemente.
- Sí, Kohaku, pero hay muchas cosas más allá de la aldea. Mira en cielo, ¿no es
hermoso? Y allí, a lo lejos, se ve el horizonte. Al otro lado, el mar. Mmm… ¡cómo
me gustaría ver el mar con mis propios ojos! Debe ser precioso.
- Lo es - afirmó él.
- ¿Sí? - de repente Rin recuperó el interés en la presencia del muchacho - ¿Has
estado alguna vez allí?
- Una vez - le explicó - sólo una, pero no es gran cosa. Agua y más agua, aunque
tenía algo atrayente, un no sé qué especial - miró a la muchacha - ¡En fin! Nada del
otro mundo.
Rin lo miró algo molesta.
- No puedo creer que pienses así - dijo regañándole - No creo que el mar sea un
montón de agua y nada más. ¿No te parece fascinante su brillo cuando es de noche,
los peces, sus preciosas escamas? Yo creo que debe ser algo digno de ver. Igual que
el cielo, ¿jamás te has preguntado cómo se sostienen todas esas estrellas que vemos
cada noche?
Kohaku negó confuso con la cabeza. No se planteaba ese tipo de cosas. Él era más práctico,
menos soñador.
- Pues yo sí - dijo Rin algo mosqueada. Esa gran admiración que sentía por el joven
se veía ahora algo confusa. Ella pensaba que el chico era una persona más abierta,
que pensaba acerca de la vida, que quería ver mundo, pero no que no apreciara las
cosas de la naturaleza.
Se levantó deprisa y se dio la vuelta, dispuesta a regresar cuanto antes a la aldea.
- ¡Espera! - le dijo él intentando frenarla - Lo siento, es que, nunca nadie me había
hecho ver las cosas de ese modo.
En ese instante la chica fue consciente de la gran tontería que acababa de hacer. No había
motivos para enfadarse, más bien se había hecho ilusiones sobre Kohaku y se había
decepcionado un poco, pero no había nada por lo que portarse así, y ahora se arrepentía de
su conducta.
- Perdona - le dijo al exterminador - Me he enfadado por una tontería.
- Desde luego - le recriminó él - Pero no importa, y para que veas que no estoy
enfadado, quiero que aceptes esto - y le tendió un collar con el dibujo de una espiral.
Era muy bonito.
- Gracias - sonrió ella tímidamente y lo miró a los ojos - Pero no sé si debo
aceptarlo.
- ¡Tonterías! - el muchacho se acercó a ella decidido - Deja que te lo ponga.
Caminó hacia ella y se colocó a su espalda. Alzó el collar sobre su cabeza y se lo colocó en
el cuello desnudo. Al atarle el lazo, sus dedos rozaron su espalda suave y blanca, y ella
sintió la calidez de sus dedos, pero no dijo nada. Luego él le hizo darse la vuelta.
- Te queda muy bien - le dijo sonriendo.
- Es muy bonita.
- No tanto como tú.
Rin se ruborizó en el acto. Kohaku le estaba diciendo que era guapa, pero no acababa de
creérselo. Pero al final tendría que darse cuenta de que eran verdad. No era la primera vez
que las oía. Shippo ya le dijo una vez que si los muchachos de la aldea la miraban tanto es
porque era guapa, y en ese momento no le creyó, pero ahora, volviendo a oír esas mismas
palabras de los labios de Kohaku, empezó a creer que eran ciertas.
Kohaku la cogió por los hombros y la miró a los ojos. Los rayos de luna se reflejaban en
ellos, demostrando la pasión que había en los ojos del muchacho. La miró largamente y ella
lo miró a él.
- Rin - le dijo.
- ¿Qué? - dijo ella casi en un susurro, hipnotizada por sus ojos.
- ¡Cásate conmigo!
Capítulo 9: El verdadero amor
Rin miró al apuesto joven que tenía ante sus ojos. ¿Realmente acababa de ocurrir lo que
creía que acababa de ocurrir? ¿De verdad Kohaku acababa de proponerle matrimonio?
Abrió los ojos de par en par y lo miró, incrédula. No sabía que responder.
- ¿Y bien? - insistió él - ¿Qué me dices?
La joven abrió la boca para responder, pero no pudo. No pudo porque no sabía qué decir.
Estaba terriblemente confusa. De entre todos los chicos que conocía, y en la aldea había
bastantes, el único que alguna vez le había llamado la atención había sido precisamente
Kohaku. Le parecía apuesto, fuerte y gentil. Era todo un hombre. Y ella había sido la
primera en desear que, puesto que debía casarse ya pronto, preferiría que fuera con Kohaku
a con otro cualquiera. Pero realmente nunca había imaginado que ese momento llegaría
realmente, que esos pensamientos se convertirían en algo real y, ahora que le estaba
ocurriendo, no tenía tan claro lo que sentía por él.
- Kohaku, yo… - empezó a decir, tímida - No sé qué responderte.
- Basta que me digas que sí, y me harás el hombre más feliz del mundo.
Rin estaba asustada. No quería hacerle daño a su amigo, pero tampoco quería traicionar su
corazón. Ella sólo amaba de verdad a una persona, una persona que no la amaba a ella,
alguien que la había rechazado, pero lo amaba igualmente, y ese era su verdadero amor. Ese
y no otro. Rin estaba, sin duda, perdida y locamente enamorada del señor Sesshomaru.
- No puedo decirte eso - le respondió al fin - Pero no pienses que es por ti, Kohaku.
No eres el primero que me lo pide, pero a los demás tampoco pude…
- Espera - la interrumpió el chico - Me dan igual los demás. Ellos son aldeanos de tu
pueblo, no comprenden tus sentimientos. Yo te he conocido cuando eras niña y sé
muchas más cosas de ti que ellos. Y además, puedo protegerte. Nunca dejaría que te
lastimara nadie.
La apretó más fuerte de los hombres, mirándola fijamente, y se lo volvió a preguntar.
- Entonces, ¿te casarás conmigo?
- Kohaku, por favor, suéltame. Te he dicho que no puedo - intentó soltarse.
- Pero tienes que casarte. Debes tener marido antes de los 18.
- Lo sé - continuó ella sin que él aflojara su agarre.
- ¡¿Y estás tan tranquila?! ¡Tan sólo te queda un mes, por eso he venido, para verte,
para decirte que te quiero!
La cogió de los brazos con fuerza y, de repente, se dispuso a besarla.
- ¡Kohaku, déjame, por favor!
La chica se debatía en sus brazos, sin poderse soltar. Ya no era la chica debilucha que había
sido al principio, hacía tan sólo tres semanas, pero tampoco era lo suficientemente fuerte
como para oponerse a Kohaku, el hábil exterminador de demonios que tan valientemente
defendía su aldea. Pero a pesar de todo, ella quería ser un pájaro libre, como el aire, como
las hojas de los árboles que el viento lleva por caminos nuevos e insospechados. Y si se
casaba, quedaría atada para siempre, en esa aldea, con él y privada para siempre de
marcharse con su querido Sesshomaru. ¡No! ¡No quería casarse! Necesitaba tiempo para
pensar, y desde luego, por mucho que quisiera a Kohaku, ahora sabía que su amor por él no
era más que una gran amistad, pero nada más. Por mucho que le doliera, no podía
corresponderle.
- ¡Que me sueltes te digo! ¡¡Ahh!! - empezó a gritar ella para que alguien viniera
ayudarla.
- ¿¡Pero qué ocurre?! - se oyó una voz cercana - ¿Qué pasa aquí?
Era Shippo, que había oído los gritos de su amiga.
- No ocurre nada - dijo de pronto Kohaku, soltando a Rin de repente - Sólo
estábamos hablando.
- Pues no parecía eso. ¿Por qué gritaba Rin entonces? - inquirió el demonio-zorro,
valiente.
- Ha sido un malentendido - dijo Rin, porque en el fondo no quería causar problemas
a nadie - Gracias por venir a ayudarme, Shippo. Kohaku y yo ya hemos terminado
de hablar - e intentó que el exterminador la soltara por fin.
Los dos chicos se sostuvieron una larga e intensa mirada cargada de rivalidad, mientras Rin
se acercaba a su amigo.
- Vámonos a casa, por favor - le susurró a Shippo al oído.
Éste asintió.
* * *
- ¿Qué ha ocurrido? - quiso saber Shippo en cuanto se alejaron del lugar.
- Nada importante. Olvídalo.
- No - se increpó el zorro - ¿Te ha hecho algo malo? ¿Es eso? ¿Por qué gritabas si
no?
Rin se abrazó a sí misma y se frotó los brazos, por donde Kohaku la había agarrado hasta
hacerle daño.
- Me ha pedido que me case con él - le confesó finalmente a su amigo.
Él se paró en seco y se la quedó mirando.
- Pero eso es lo que querías, ¿no? Es el único que te gusta de verdad. Has rechazado
a cuantos chicos te lo han pedido porque querías que fuera él, ¿no es así?
Ahora fue Rin quien lo miró. El labio inferior le temblaba y sus ojos comenzaron a
enrojecerse. Una gruesa lágrima corrió por su mejilla hasta llegar a su cuello y se deslizó
suavemente por él.
- Eh, eh - dijo tiernamente Shippo, casi en un susurro - ¿Por qué lloras?
Y la abrazó, colocando la cabeza de ella en su pecho.
- Es que… - más lágrimas cayeron de sus ojos y le mojaron el rostro - …yo no
quiero casarme con él, ni con nadie - lloró - No le quiero, yo no le quiero.
Shippo la abrazó más fuerte y le acarició los cabellos negros. No sabía cómo consolar a su
amiga.
- No sé qué decirte. Pensaba que le querías.
- Eso pensaba yo también - le colocó las manos alrededor de su amigo y siguió
llorando amargamente - Quiero irme con el señor Sesshomaru - lloró - Quiero estar
con él, para siempre.
Aquí es cuando Shippo lo comprendió todo. Lo que siempre había sospechado ahora dejaba
de ser una simple sospecha para convertirse en un hecho confirmado. Lo que Rin sentía por
el hombre que la salvó de morir por los lobos, no era sólo respeto o admiración, sino que
se había convertido en amor. Rin se había enamorado del señor Sesshomaru.
Continuaron así todavía un rato más, abrazados, hasta que ella se calmó y Shippo pudo
llevarla a casa. Ahora que sabía la verdad no podía dejarla sola. Haría lo que fuera por
ayudarla. Lo que fuera…
Capítulo 10: Se puede amar a más de un corazón
Sesshomaru pasó volando sobre una aldea humana. No le gustaba pasar por ese tipo
de lugares porque jamás había simpatizado con humanos y, además, ahora le recordaban
demasiado a Rin.
En esa aldea era día de mercado, y estaban expuestas las más exquisitas telas recién
tejidas, y todo tipo de artículos hermosos y exóticos para vender. El apuesto demonio vio
en la distancia un bonito kimono azul, como el mar, y no pudo evitar pensar en su pequeña
humana. ¡Cuánto había crecido!
Flash back
- Mire, señor Sesshomaru, mire - dijo la voz de una pequeña niña.
- ¿Qué ocurre, Rin?
- Aquel señor dice que ha visto el mar. Dice que es bonito. ¿Qué es el mar?¿Usted
lo ha visto? - resonaba su voz chillona e infantil.
Sesshomaru sonrió.
- Sí lo he visto, y lo he sobrevolado.
- ¡Ohh! - exclamó la pequeña, fascinada - ¿Y es bonito?
El demonio albino se encogió de hombros.
- Supongo - dijo volviendo a su postura fría y alejándose de la niña.
De repente, una manita le tiró de la túnica y él miró hacia abajo, encontrándose con los
ojos luminosos y aquella inocente sonrisa tan típica de aquella dulce niña.
- Algún día iré, ¿verdad? - le preguntó, esperanzada - Algún día yo también volaré
por el mar.
El demonio le acarició la cabeza dulcemente.
- Sí, Rin, algún día te llevaré.
Fin del flash back
- Hola Rin - saludó Megumi, la amiga de Rin - ¿Qué haces aquí?
La morena se encontraba sentada sobre una roca, en medio del prado. Ése era el lugar
donde entrenaba cada tarde con Kohaku desde que llegó a la aldea. Ella sabía que después
de lo que había pasado la noche anterior, era probable que él no quisiera volver a verla,
pero ella no era de las que rompen sus promesas y tampoco quería perderlo como amigo.
Por eso mismo lo había esperado en el mismo sitio, fielmente, porque ella era fiel a sus
principios. Pero, después de más de una hora, él aún no había aparecido.
- En realidad, no hago nada - acabó diciéndole a su amiga - ¿Quieres que paseemos?
- Claro. Tenemos muchas cosas que contarnos, ¿sabes qué? Mañana me voy a ver a
mi hermana mayor, la que vive en la aldea de las montañas del este…
* * *
Rin y Megumi volvían del paseo cuando vieron a Shippo paseando con alguien.
- ¿Quién será? - preguntó Megumi curiosa - No veo bien de lejos, ¿es una chica?
- Sí - respondió Rin, que tenía una vista sorprendente - Es Yuuki.
- ¡Ohh! - exclamó Megumi - ¿De verdad? ¿Te imaginas que se casen? ¡Sería genial!
Hacen buena pareja.
- Tienes razón - admitió Rin, un tanto abatida de golpe - Creo que me voy a casa.
- ¿Eh? ¿Por qué?
Megumi estaba confundida ante el cambio tan repentino de actitud de su amiga, pero antes
de que pudiera añadir nada más, se había machado en dirección a la aldea.
* * *
Shippo estaba sentado junto al fuego de la casa de la anciana Kaede. Esa noche se quedaría
a dormir con Rin, porque la anciana Kaede había tenido que ir a curar a un enfermo y la
había dejado sola.
Rin se acercó al muchacho y se sentó a su lado.
- Oye, Shippo - dijo de repente - Te hemos vista con Yuuki. ¿Cómo van las cosas?
El muchacho se sonrojó un poco y tosió algo nervioso.
- Bien, bueno. Ejem. Al menos parece que me hace algo de caso.
- ¡Jaja! - rió Rin - ¡Claro que te hace caso! ¡Eres un encanto, y además guapo! Y ella
no es ciega.
El zorro sonrió contento. Entre ellos dos siempre había habido una confianza especial.
Podían ser completamente sinceros y abiertos el uno con el otro. Era un extraño
sentimiento, pero estaba claro que tenían algo especial.
- ¿Has entrenado hoy con Kohaku? - preguntó el demonio, cambiando de tema.
- No. No ha venido.
Shippo se sorprendió bastante.
- ¿Por lo de anoche? Mmm… - se cruzó de brazos - Estoy empezando a perderle el
respeto a ese amigo tuyo. No se deja tirada a una chica, y menos si eres tú - dijo
guiñándole un ojo para animarla.
- Bueno, a lo mejor ha tenido alguna urgencia.
El muchacho la miró con incredulidad.
- ¿De verdad te crees eso? Porque yo no. Está muy claro, querida. Está enfadado
porque anoche lo rechazaste, y encima no pudo ni besarte porque empezaste a gritar
y llegué yo.
- Probablemente sea por eso. Pero no le da derecho a faltar a su promesa. Si ya no
quiere entrenarme, que hubiera aparecido hoy y me lo hubiera dicho. Eso es lo
correcto.
- Exacto - la apoyó el demonio-zorro - Pero bueno, al menos ya sabes que hay chicos
muy idiotas. Olvídalo y ya.
- Sí - suspiró ella - Es una lástima que haya gente que valore tan poco la amistad - y
miró a su amigo - Menos mal que aún hay gente como tú - y apoyó la cabeza en su
hombro mientras miraba crepitar el fuego. Él la agarró de la cintura y apoyó su
cabeza sobre la de ella, también mirando la ardiente llama, hasta que ambos se
quedaron dormidos.
Capítulo 11: Tormenta de sentimientos
Habían pasado tres días desde que Kohaku y Rin discutieron. La chica había vuelto al
día siguiente a la misma hora a esperar a Kohaku, pensando que tal vez viniera, aunque sólo
fuera para decir que ya no quería entrenarla. Pero él no volvió, cosa que la apenó mucho.
Ella, por su parte, no quería dejar las cosas así. Conocía a Kohaku desde muy niña, y
lamentaba profundamente que las cosas hubieran de acabar así. Quería verlo y explicarle
por qué no podía amarlo. Quería hacerle entender que no es que no lo valorara, que no es
que no le quisiera. En realidad sí había sentido algo intenso por él, pero al ir más allá había
descubierto a quién amaba en realidad, y todo lo que su corazón anhelaba era estar con esa
persona.
- ¡Ojalá Kohaku pueda entenderlo! - pensó la joven ese día en el prado. Pero como
ya hemos dicho, Kohaku no apareció, ni volvería a aparecer.
* * *
- Trae esas dos cestas, Rin; una sola no bastará - le dijo Kagome, la hermosa mujer
casada con Inuyasha, el hermano menor de Sesshomaru.
- ¡En seguida! - se apresuró la joven.
Un par de metros más allá vieron a la valiente Sango, esposa del monje Miroku, que venía
también con una cesta de cuerda.
- Hola, chicas - las saludó - Esperadme un momento.
- ¿También vas a por plantas medicinales? - preguntó Rin, extrañada, cuando la vio
llegar.
- No - rió la mujer - Voy a por frutas. Pero se llega por el mismo camino, así que, os
acompañaré.
Kagome y Rin sonrieron y las tres echaron a andar.
- Ay, mi marido me vuelve loca - dijo Kagome cuando llevaban ya un rato
caminando - Últimamente no hace más que pedirme que le cocine comida de mi
época. ¡Puff! Ya no sé qué más platos hacerle, se me ha agotado la imaginación.
- ¡Jajaja! - rieron Sango y Rin. Inuyasha nunca cambiaría.
- Pues al menos tú no tienes hijos - respondió Sango, parándose un momento a
descansar. Las otras dos la imitaron - Yo cuido de tres niños, y encima tengo que
vigilar que Miroku no moleste a las jovencitas de la aldea. ¡Siempre se comporta
como un viejo verde!
Rin sonrió pensando en lo mucho que se divertía en la aldea. En realidad, vivir allí no
estaba tan mal. Esa gente la cuidaba como si fueran su verdadera familia. Tenía casa,
comida, amigos y estaba aprendiendo un oficio, pero tenía un defecto… no estaba él.
- Y dime Rin - dijo de repente Kagome, cambiando de tema - ¿Qué tal con los chicos
de la aldea? ¿Has escogido ya?
Rin bajó la mirada, incómoda y empezó a jugar con el pié con una piedra que había en el
caminito.
- Pues… - titubeó - en realidad no.
- Oh, ¿y eso? - Sango también estaba interesada.
Rin alzó la vista y las miró a las dos, sopesando si debería contarles sus verdaderos
sentimientos hacia el señor Sesshomaru.
- Pues… - seguía dudando - No he escogido porque… no quiero casarme con nadie.
Las dos mujeres la miraron incrédulas.
- ¡¿Quéee?! - exclamaron ambas - ¿De verdad no quieres casarte? - continuó
diciendo Sango - ¿Y por qué?
Finalmente Rin decidió que no era buena idea contarles lo del demonio albino. Tal vez a
Shippo se lo había contado, pero era un caso muy distinto. Él era la persona en quien más
confiaba, era su mejor amigo, en cambio, aunque Rin apreciaba sinceramente a Kagome y a
Sango, no le parecía apropiado contarles ese secreto, porque sabía que no iban a entenderla.
- ¿Y bien? - inquirió Kagome - ¿Cuál es el problema?
- Pues que ningún chico de la aldea me llama la atención. Eso es todo - se cruzó de
brazos.
- ¿Ninguno, ninguno?
- Nadie - sentenció Rin - Hay alguno que me parece guapo pero no simpático, otros
son muy creídos, otros son vagos y apenas trabajan. No hay ninguno que conecte
conmigo.
Las dos mujeres se miraron un instante con complicidad.
- ¿Y Shippo? - preguntó Kagome guiñándole un ojo - Os lleváis muy bien, ¿no es
así?
Rin se sonrojó un poco.
- Sí, nos llevamos bien, pero no hay nada más que amistad. Eso puedo asegurarlo.
- ¡Jajaja! - rieron ambas - En realidad sólo lo decíamos para picarte - dijo Sango en
broma - Se nota que a él le gusta esa chica rubia que siempre pulula por la plaza.
¿Cómo se llamaba? Mmm… Yani… Iusa… Yenna…
- ¿Yuuki?
- ¡Esa! - exclamó - Los hemos visto pasear juntos varias veces. Ella aún le falta más
de un año para los 18, así que tiene tiempo de sobra por si cambia de opinión, pero
por lo que parece, acabarán juntos - y le dio un codazo amistoso a Kagome - ¿No
crees?
- Sí, sí. Sin duda.
- Bueno - continuó diciendo Sango - al menos ahora puedes conocer otros jóvenes
como tú.
- ¿Qué quieres decir? - quiso saber Rin.
- Me refiero a que antes, cuando viajabas con el señor Sesshomaru, no tenías la
oportunidad de relacionarte con nadie más que él, A-Un y Jaken. De esa forma era
imposible que te enamoraras de nadie. ¿De quién ibas a hacerlo? ¿Del caballo?
Jajaja, pero ahora en la aldea tienes para elegir.
Al oír esas palabras, Rin apretó los puños. Sabía que Sango no lo había dicho para herir sus
sentimientos, porque no los conocía, pero le había dolido igualmente. Sesshomaru… ¿por
qué nadie se los podía imaginar a ellos dos juntos? ¿Acaso porque él era frío? ¿Tal vez
porque era distante? ¡Qué más daría todo eso! No era más que una máscara, una oscura
máscara para proteger su corazón, porque Rin siempre había sabido que Sesshomaru
también podía amar.
Rin miró a Sango e intentó no pensar en sus últimas palabras.
- Por cierto - dijo Rin cuando las tres ya casi habían llegado al lugar donde estaban
los frutos y las plantas medicinales - Sango, ¿sabes algo de tu hermano Kohaku?
Hace días que no lo veo.
- Se ha marchado de nuevo.
- ¡¿Qué?! - exclamó Rin, sorprendida - ¿De la aldea?
- Sí - asintió la mujer - ¿no te lo ha dicho? Pensaba que erais amigos.
- Y lo somos. Pero… - la joven recordó aquella noche cuando las cosas entre ellos
cambiaron y se mordió el labio. Hablarle de ello a su hermana no le parecía
apropiado. Primero porque ella, a pesar de todo, apreciaba al chico, y además, sería
injusto que ella se quejara del muchacho a sus espaldas. Así que prefirió callar - Se
le habrá olvidado - dijo al fin.
- No te preocupes - la animó Sango - Me dijo que volvería muy pronto. Tan sólo
tenía que arreglar un par de asuntos.
- ¡Ah!
Esas palabras tuvieron un doble efecto sobre la muchacha. Por un lado, se alegraba de
que al fin podría explicarle sus motivos a Kohaku, pero por otra parte, tenía miedo de que
éste no quisiera ni escucharla o peor aún, que le dijera que seguía queriendo casarse con
ella. No sabía qué hacer. No tenía ni idea. En fin, sería valiente y afrontaría los problemas
como vinieran, pero entretanto debía buscarse a un nuevo maestro, alguien que quisiera
enseñarle a usar un arma.
Capítulo 12: La fuerza del corazón.
- ¡¡Inuyasha!!¡Inuyasha! ¿Estás ahí?
Nadie respondió.
- ¿Inuyasha?
- Emm… ¿qué, qué ocurre?
- Hola, Inuyasa. Soy yo, Rin.
El semidemonio salió a la puerta de su casa al encuentro de la joven.
- ¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema en la aldea? - empezó a mirar por todos lados y
se dispuso a desenvainar su espada, pero Rin le puso la mano sobre la suya,
obligándole a dejar el arma.
- No pasa nada - le aclaró al fin - Nadie nos ataca. Sólo quería pedirte un favor.
- ¿Un favor?
El semidemonio la miró extrañado de arriba abajo. ¿Un favor, había dicho? ¿Qué clase de
favor podría querer una chica tan joven como ella? La verdad es que el hecho de que Rin le
pudiera pedir algo a él le parecía sumamente extraño, puesto que las únicas conversaciones
que había tenido con niños habían sido con Shippo, pero hacía ya mucho que Shippo no era
ningún niño, y ahora que tenía delante a la joven huérfana y se fijaba bien en ella,
obviamente tampoco era ya ninguna niña, pero Inuyasha no había reparado en eso hasta ese
justo instante. Así pues, se le hacía extraño mantener una conversación ya adulta con ella.
¿Qué podría querer?
- Tú dirás, pues - le sonrió amable.
- Me gustaría que me enseñaras a usar una espada - lo miró sonriente.
- ¡¿Quéee?! - exclamó, evidentemente sorprendido - ¡Eso no puede ser, eres muy
joven!
Rin juntó las manos y se inclinó formalmente ante él.
- ¡Por favor! - suplicó - ¡Te lo ruego!
Inuyasha seguía mirándola perplejo. ¿Una humanita jugando con una espada? Le parecía
ridículo. En realidad la única humana que había visto con espada era Sango, y sólo en
contadas ocasiones, así que se le hacía sumamente extraño la sola idea de que una humana
quisiera aprender a usar un arma como esa en lugar de un arco, un boomerang o cualquier
otro artilugio de más fácil manejo.
- Oye, Rin, ¿y para qué quieres aprender eso?
- Pues… - sopesó contarle la verdad, pero le sonaría demasiado irreal: "Quiero ser
fuerte para poder acompañar al señor Sesshomaru el resto de mi vida". Era
francamente absurdo, así que prefirió decirle lo que sonaría más lógico - Quiero
aprender a protegerme.
Inuyasha no estaba muy convencido.
- Pero, pequeña - dijo acariciándole la cabeza, como si aún tuviera nueve años - en
esta aldea no tienes por qué preocuparte por eso. Los guerreros más fuertes de todo
Japón estamos aquí. ¿De qué tienes miedo?
Rin se miró los pies, descalzos, y se sintió terriblemente humilde, pequeña. Es cierto, ¿de
qué le servía saber luchar viviendo precisamente en esa aldea? No sabía qué responderle.
Ahora mismo se sentía como una tonta humana intentando ser algo más de lo que en
realidad era; una triste huérfana. Pero entonces se fijó en que, bajo el imponente kimono
rojo de Inuyasha, sus pies también estaban desnudos, tan humildes como los de la chica, y
entonces no pudo más que sonreír. La chica se dio cuenta de que no importa el origen de
una persona, ni su aspecto, ni su edad, ni su género, ni si eres un demonio o uno semi, o una
simple humana como ella. La fuerza está en el interior de cada uno, y eso es lo que nos
hace grandes.
Rin alzó la mirada, decidida, y la posó en los despiertos ojos de Inuyasha. Ya no volvería a
mirar más al suelo cuando tuviera miedo o vergüenza. Ya no desviaría la mirada, ni se
encogería ante los problemas. Si quería aprender a ser una guerrera, lo primero que tenía
que hacer era ser una persona valiente, fuerte, decidida. No más una niña asustadiza, ni
infantil. Ahora miraba al semidemonio con fuerza en el alma. Sus ojos risueños llameaban
decididos. Acababa de convertirse en una mujer, ya no sería más una débil niña.
- Quiero aprender - dijo mirándole con mucha fuerza - porque aunque en esta aldea
esté totalmente protegida, no puedo depender de vosotros siempre. No pretendo ser
una carga para nadie, ni tampoco una humana más a quien proteger, como un
rebaño de ovejas que guarda un pastor. ¡No! Esa vida no es para mí. Hasta ahora,
Inuyasha, no he sido más que un estorbo para aquellos que me han querido. Siempre
han tenido que protegerme, y eso es por mi culpa. Porque he sido débil, porque no
me he sabido defender sola. Y quiero que las cosas cambien. Quiero ser fuerte,
quiero saber luchar y, sobretodo, no quiero que nadie más tenga que arriesgar su
vida protegerme. A partir de ahora quiero ser yo quien proteja a mis seres queridos.
¿Me entiendes?
Inuyasha estaba atónico. El discurso de la chica lo había dejado francamente impresionado.
¿Qué razones tenía ahora para rechazarla como alumna? Ninguna. Así pues, lo haría, la
aceptaría como tal, puesto que jamás había visto una fuerza de voluntad tan grande como la
de la pequeña. Tenía el corazón más poderoso de lo que jamás se habría llegado a imaginar.
* * *
- ¡Cógela así! - ordenó Inuyasha a la joven - ¡No, así no!... ¡Así! - le mostraba.
- Así la estoy cogiendo.
- ¡No!,¡¡ La coges mal!! - exclamaba una y otra vez el semidemonio - ¡Así no vas a
aprender jamás!
Rin se cruzó de brazos, atacada de los nervios.
- ¡Pfff! Pues no sé hacerlo mejor - se indignó.
Delante de ellos, sentado en una roca, estaba su amigo Shippo, contemplando la escena
divertido. Megumi estaba sentada a su lado, y Yuuki también.
- ¡Ánimo, Rin! - gritaban las dos chicas - Ya verás cómo te saldrá al final.
- Pfff, eso espero.
Después de algo más de una hora, Rin había conseguido sostener correctamente una espada
y había hecho algún que otro movimiento, pero estaba claro que no se le daba demasiado
bien. Tal vez esa no fuera su arma correcta. Miró el brillo reluciente del acero y reflexionó.
- Da igual - pensó - Aunque no se me dé bien, lo hago por una poderosa razón, y
cuando se tiene un objetivo, es imposible fallar.
* * *
Jaken caminaba de un lado a otro a la orilla del río. Estaba nervioso pues llevaban bastante
tiempo buscando un objeto especial que Sesshomaru quería, pero no habían podido
encontrarlo de ninguna manera.
- Señor Sesshomaru - dijo el pequeño demonio verde - ¿Está seguro de que hemos
mirado en el lugar correcto?
El apuesto demonio levantó la vista y le lanzó una mirada hostil a su pequeño siervo.
- ¿No crees que si hubiéramos acertado el lugar ya tendríamos la piedra?
- Em… supongo que tiene razón, señor.
Sesshomaru suspiró. Últimamente estaba de muy mal humor. Llevaba semanas buscando
una valiosa piedra y no conseguía dar con ella de ninguna forma. Conseguía una pista, esa
pista le llevaba a otra, y así continuamente, pero no lograba dar con ella, y estaba
empezando a desesperarse.
El joven se acercó a la orilla del río y contempló su hermoso rostro en él. Sus cristalinos
ojos amarillos, los dibujos de garras en las mejillas, la luna lila en la frente. Cualquier cosa
que mirara le recordaba a su pequeña amiga, que ya no les acompañaba. Esa luna de su
frente… ¡cuántas anécdotas divertidas había vivido por ella!
Flash back
- Rin, vas a caerte - recordó haberle dicho uno de las primeras noches en que
viajaron juntos - No debes acercarte al río, ¿me oyes? - le dijo, severo.
- No te preocupes - respondió ella con su habitual sonrisa - He pescado muchas
veces en los ríos, además, sé nadar.
Sesshomaru no le dijo nada más. Se quedó observando a la pequeña mientras esta
chapoteaba en el río a la luz de la luna. Jaken y A-Un dormían pacíficamente a un lado,
iluminados tan sólo por el reflejo de las estrellas en el agua.
- ¡Sesshomaru! ¡Mira! - gritó de repente la niña - ¡He pescado uno!
- Los niños humanos están durmiendo a estas horas. Más te vale hacer lo mismo. Si
no, mañana no podrás venir, y yo no pienso retrasarme.
Rin soltó el pez de inmediato y se apresuró a salir del río y a secarse los pies con el mismo
kimono. Luego se hizo un ovillo y se tumbó cerca de la orilla.
- ¿Por qué brillan las estrellas? - dijo en su inocencia.
- No lo sé - respondió el demonio, secamente.
- Son bonitas - confirmó ella, convencida - Me gustan mucho.
- A los humanos os gustan este tipo de cosas - Sesshomaru parecía divertido - Es
algo que no comprendo.
- Porque brillan mucho - sonrió - ¿Se pueden coger?
De repente, Sesshomaru rió sorprendido.
- ¡Jajajaj! ¿Las estrellas?
- Sí, las estrellas. ¿Por qué te ríes? - la niña frunció el ceño, extrañada - Tú puedes
volar, seguro que podrías cogerme una.
El demonio dejó de reír y se levantó con elegancia. Se acercó a la niña y la tomó de la
mano.
- ¡Ven! - le dijo amablemente.
- ¿Vas a llevarme a coger una estrella? - la niña se emocionó sobremanera y
empezó a saltar - ¡Qué bien!
- No vamos a volar. Pero mira…
Sesshomaru la tomó en brazos y, quitándose sus preciosos zapatos, se metió en el río con
ella. Caminó un par de metros hasta llegar a una zona del río donde las estrellas
iluminaran toda el agua y metió la mano en ella, simulando que cogía una estrella.
- Mira, Rin - le dijo, mostrándole el agua - Aquí tienes tu estrella.
Rin abrió los ojos de par en par. Nunca había visto nada parecido. El río estaba iluminado
por cientos de lucecitas amarillas que brillaban como un árbol de Navidad. El agua hacia
la función de espejo y cada rayito de luz, por minúsculo que fuera, se reflejaba en sus
rostros y brillaba, brillaba como sólo un río en la noche podía hacerlo.
- ¿Te gusta? - le preguntó el demonio a la pequeña.
Ésta se bajó de sus brazos y se metió en agua fría.
- Me gusta - sentenció - Gracias - Sus ojos también brillaban, con una pasión y una
fuerza que Sesshomaru jamás había podido ver en ningún ser humano antes.
Contempló el rostro de la niña, que se entretenía en mirar el agua, y se dio cuenta
de que un nuevo sentimiento despertaba en su pecho, un sentimiento extraño, pero
placentero. Algo totalmente desconocido para él.
- Sesshomaru - llamó la niña cuando éste se disponía a salir del agua - mira esto.
La blanquecina Luna también estaba reflejada en el agua, como una bola enorme de nieve
que brilla con elegancia.
- Sí, es la Luna, ¿qué pasa? - respondió el demonio.
- Tú también tienes una - hizo notar la pequeña, señalando su frente - ¿por qué?
- Nací así - respondió él.
- Me gustaría tener también una luna.
- Pues entonces, es tuya - dijo Sesshomaru señalando la gran bola blanca del agua -
Yo te la regalo.
La niña corrió a abrazarle y se le aferró a las piernas.
- Te quiero, señor Sesshomaru - le dijo felizmente en su inocencia de niña.
Esa fue la primera vez que Rin le dijo que le quería.
Fin del Flash back
- ¡Jaken! - le llamó Sesshomaru de repente.
- ¿Sí, amo?
- Levántate y recoge las cosas. Vamos a hacer una visita al pueblo de Rin.
Capítulo 13: Eres toda una mujer
Los sonidos del crepúsculo enfriaban el ambiente y le daban un aire siniestro y
aterrador. Rin caminaba entre los árboles, atenta al menor ruido que pudiera percibirse. Una
lechuza ululaba en una rama, y unas hojas secas crujieron bajo los pies de un ratoncillo,
pero Rin no se dejó engañar, pues sabía que esos sonidos procedían simplemente de
animales. De repente, una rama rota. Ese no era un sonido natural. Había alguien a sus
espaldas. Se dio la vuelta y escudriñó los alrededores en busca de la procedencia del
sonido. Una sombra rápida la observaba entre las hojas y, al verse descubierta, se apresuró
a desaparecer entre el ramaje. La joven sacó su espada, haciendo silbar el filo con el roce de
la vaina y la asió con fuerza por la empuñadura. Contuvo la respiración y contó hasta tres
para percibir el menor cambio en el ambiente. Uno… dos…
La sombra saltó hacia ella por la espalda y la chica se volvió de repente.
- ¡¡Txiiiisss!! - resonaron los dos aceros al encontrarse.
- Shippo, tendrás que ser más silencioso. Te he oído moverte todo el rato - dijo la
muchacha a su apuesto amigo.
- ¡Ja! - se rió él - Pues tú deberías ser más rápida, por poco no me esquivas - le
recriminó mientras se enzarzaban en un combate con las espadas.
- Casi… pero lo he logrado - sonrió ella, orgullosa de sí misma.
- Por los pelos - le concedió él - pero ahora veremos quién gana.
Los aceros sonaban y silbaban cada vez que se encontraban peligrosamente cerca del
cuerpo de sus dueños.
- He mejorado mucho durante estas semanas - afirmó Rin - Inuyasha me lo ha dicho.
- No lo niego - sonrió el zorro - pero aún no puedes superarme.
- ¿Quién lo dice? - se increpó la muchacha, jadeante y cansada - Puedo contigo con
los ojos cerrados - bromeó.
- No me hagas reír - le seguía el juego el zorro, que ni siquiera jadeaba - Todavía
eres una novata - y la golpeó con la espada de manera que esta cayó al suelo, de
espaldas.
Shippo le apuntó con la espada al cuello.
- ¿Te rindes?
Rin esperó unos instantes para recuperar el aliento.
- ¡Ni de broma! - y lo hizo caerse justo encima de ella. Las dos espadas se cayeron al
suelo y Rin aprovechó para darse la vuelta y se colocó sobre él para inmovilizarlo.
- ¡Eso es trampa! - dijo Shippo.
- No hemos puesto reglas - la joven se sentía poderosa en ese momento, y en plena
forma.
- Está bien. En ese caso… - Shippo se deshizo de su agarre y empezaron a rodar por
el suelo hasta que consiguió quedar él encima y le inmovilizó las muñecas.
- ¡Eh! - se quejó la chica - ¡No se vale!
- No hemos puesto reglas - imitó el muchacho su anterior respuesta, guiñándole un
ojo.
Rin intentó soltarse, pero no pudo. Estaba claro quién era el más fuerte de los dos. Aún así,
la joven se debatió un buen rato para intentar soltarse por sí misma, pero finalmente tuvo
que rendirse.
- Está bien - aceptó - Has ganado… otra vez. Y ahora, ¿me sueltas?
El muchacho sonreía travieso.
- Mmm.. no sé, no sé - se burló - Es muy divertido verte así.
En ese instante Rin se dio cuenta del posible sentido que se le podía dar a la situación.
Estaban peleando en el suelo, sí, y estaban uno encima del otro. De repente se sonrojó.
Cualquiera que los viera no pensaría precisamente que estaban entrenando.
- Venga, Shippo - se quejó la morena - Si nos viera alguien, la gente empezaría a
hablar.
- ¿Y qué?
Sus ojos se encontraron. El chico podía sentir el pulso de la muchacha acelerarse en sus
muñecas y su respiración entrecortada se hizo evidente. Se fijó en la reacción que ocurría
en su amiga y sonrió sospechando en que era él quien la provocaba. Rin se había sonrojado
e intentaba mirar hacia otro lado, pero los ojos de su amigo la tenían atrapada, como si
fuera una especie de hipnosis. Entonces él la soltó y se levantó para recuperar su espada,
también algo incómodo.
- Venga, en guardia - exclamó - Tienes que entrenar duro, ¿verdad? Pues no
perdamos más tiempo.
* * *
Era medio día. El fuego crepitaba en el centro de la cabaña de la anciana Kaede. Rin y la
sacerdotisa hacían sopa de verduras en una olla oxidada.
- Rin - la llamó Kaede - ¿Puedes ir a la fuente a por agua?
- Voy enseguida.
La muchacha cogió un cubo y se dirigió a la fuente de la plaza de la aldea. Había poca
gente a esas horas, pues todo el mundo se encontraba en sus casas preparando la comida.
Mientras llenaba el cubo, vio una rápida sombra reflejada en el agua, demasiado rápida para
distinguir lo que era. Se volvió con rapidez y pudo ver como lejos, en el aire, una especie
de criatura desaparecía en el bosque.
- Un enemigo - pensó. Y, dejando el cubo en el suelo, desenvainó su espada y se
perdió rápidamente entre los árboles.
* * *
- ¿Quién anda ahí? - inquirió la joven, valiente - ¡Muéstrate!
Un crujido de ramas a su espalda.
- ¡Ah! - se sobresaltó, agitando la espada.
- ¿Rin? - preguntó el personaje, apareciendo de entre los arbustos.
- ¡Señor Sesshomaru! ¡Qué alegría verle! - dejó caer la espada y se acercó a
abrazarle - Esta vez sí pensé que no regresaría.
Sesshomaru retrocedió un poco, no queriendo que ella notara su alegría al verla de nuevo.
- ¿Qué haces con una espada? ¿Se la has quitado a algún demonio?
- ¿Eh? No - dijo ella, indignada - Es mía. Ahora soy una guerrera.
Rin se sintió estúpida al oírse decir esas palabras y en ese momento supo que Sesshomaru,
sin duda, se burlaría de ella, pero lejos de hacerlo, asintió serenamente y se acercó a la
chica. Le tendió la mano para que ésta le prestara su espada. Rin se la cedió.
- Mmm… - dijo el demonio sopesándola con cuidado y agitándola en el aire - Es una
espada pesada para ti, ¿te manejas bien con ella? - dijo con su tono siempre calmado
y solemne.
- Hago lo que puedo - respondió la chica con humildad.
- Tal vez necesites una espada más ligera.
Rin frunció el ceño. Había estado entrenando y estaba segura de que no era necesario que
su espada pesara menos. Así que, se la tomó de las manos y la balanceó hábilmente en el
aire con un solo brazo. Sesshomaru se fijó en la reciente fuerza de la chica y en su principio
de músculos.
- Te dejo sola unas semanas y te conviertes en una guerrera - dijo sonriendo
ligeramente - Y en toda una mujer - esta vez ya no reía. La miraba con curiosidad,
estudiando sus rasgos, sus facciones, el nuevo carácter de la muchacha.
Rin se sorprendió. El universo se detuvo en ese instante y el viento dejó de soplar. Ya no
oía los pájaros, ni las hojas balancearse, ni el cric-cric de los grillos. Sólo estaban él y ella.
¿Toda una mujer? ¿Habían sido esas las palabras del hombre que tenía frente a frente?
Nunca antes le había oído decir al demonio albino algo así, ni sonreírle ligeramente, como
lo estaba haciendo ahora. ¿Qué había cambiado de las otras veces a esta? Estaba claro que
el joven ya no la consideraba ninguna niña, pero ¿por qué? ¿Sería todo eso fruto de la
reciente maduración de la chica? ¿Realmente se estaba convirtiendo en una mujer? Levantó
la vista y la clavó en el demonio, decidida a entender la verdad. Sus ojos ya no eran los de
una niña risueña e infantil. Ahora miraba a su demonio de una forma distinta, con un amor
distinto, casi con…pasión, y esa chispa en la mirada de ella también la notó Sesshomaru,
que no quiso apartar la vista, pues cada vez tenía más curiosidad por su pequeña humana.
- ¡¡Hola Rin!! - saludó de pronto Jaken - ¿cómo estás?
La conexión visual entre los dos se rompió en el acto y ambos miraron al pequeño demonio
verde.
- Muy bien - sonrió la chica - ¿Y tú? ¿Alguna anécdota nueva?
- En realidad, no - dijo Jaken - Estamos buscando una piedra pero…
- ¡¡Jaken!! - dijo bruscamente Sesshomaru - ¡Llévate a A-Un a beber!
- Pero, señor…
- ¡¡Ahora!! - su tono era severo, más que de costumbre.
- Sí, sí, lo siento - refunfuñó el demonito - Voy enseguida - y se marchó.
Rin, que al principio no entendió nada, se fijó en la extraña reacción de su señor cuando
Jaken había respondido a la pregunta.
- ¿Una piedra? - quiso saber, rescatando el detalle que se le había escapado al
pequeño siervo.
- No es nada - respondió esquivo Sesshomaru, regresando a su mal humor y
olvidando todo contacto visual que hubieran tenido - Tan sólo es algo que busco.
- Mmm…
Rin torció el rostro, sin estar muy convencida. Había algo que el señor Sesshomaru le
estaba ocultando, y eso no iba a dejarlo escapar.
Capítulo 14: Tradiciones que atan
- Te he traído algo - anunció el demonio de la luna cuando Jaken ya se había
marchado - Toma - y le entregó una especie de caja con adornos en cristales de
colores.
- ¡Ohh! ¡Es muy hermosa! - exclamó Rin.
- Ábrela - ordenó.
La joven abrió la caja de cristal. Dentro había un cuadrado de tela con un pequeño espejo y,
encima, dos pequeños bailarines en miniatura. La chica llevaba Kimono y el chico la
sostenía de la cintura, vestido igual que ella.
- La cuerda está abajo - anunció el demonio - ¿Puedo? - le tomó la caja de las manos
con delicadeza y dio un par de giros a la llavecita que colgaba.
Al instante, empezó a sonar una dulce melodía y los dos bailarines comenzaron a girar
sobre el espejo de la caja. Los colores de los cristales se reflejaban en todas direcciones y a
Rin le pareció que tenía en sus manos la luz de un arcoíris.
Miró primero la caja de música y luego a Sesshomaru, con ojos vacilantes, sin saber qué
decir, ni cómo agradecérselo.
- Yo… yo… - balbuceó - No tenías por qué.
- No tienes por qué agradecérmelo - dijo sin mirarla, con fingida indiferencia.
La chica aún seguía fascinada por la caja de cristal. Cerró los ojos y se concentró en la
música, tan relajante, hasta que una mano fría se posó en su hombro.
- Deberías volver a la aldea.
La chica lo miró con preocupación.
- Yo no me marcharé de aquí - le aseguró el demonio - Te lo prometo.
¿Por qué Sesshomaru era tan tierno cuando estaban a solas, juntos? ¿Por qué esas dos
caras? ¿Por qué esa fría máscara de maldad ante los demás? ¿Qué guarda tu oscuro
corazón, Sesshomaru?
Rin asintió, recordando de repente que Kaede le pidió agua hacía más de media hora. Si no
se daba prisa, iba a darle una buena reprimenda por lo ocurrido. Antes de marcharse, se
volvió una última vez hacia atrás y se despidió de Sesshomaru con la mano, luego
desapareció entre los árboles. El demonio se quedó mirando la parte por la que ella se había
marchado. Cada vez le provocaba más fascinación todo lo que tenía relación con la joven
humana. Ya de niña le había parecido todo un misterio, pero ahora que era prácticamente
adulta, la veía con nuevos ojos, y unos extraños sentimientos no hacían más que abrirse
paso en su pecho, como queriendo decirle algo que su corazón frío y oscuro no entendía.
Un sentimiento que lo acaloraba y le hacía sentirse diferente, como agobiado, como si se le
acelerara la respiración, pero siempre, por supuesto, sin perder la compostura. El problema
es que cada vez que se sentía de esa manera tan incómoda, en lugar de reaccionar
demostrando esos sentimientos, se encerraba en sí mismo y respondía todavía más
fríamente, para que nadie pudiera notarlo. Y eso se debía, simplemente, a que Sesshomaru
era una persona elegante y dura, fría y hostil, pero sobretodo, era todo un señor, o mejor
dicho, se comportaba como un noble de la edad media o como un caballero, siempre altivo
y superior a todo el resto. Y es por ese motivo que cada vez que estaba con Rin sentía que
esos ideales cambiaban, que los humanos ya no eran inferiores, o al menos, no ella.
Siempre la había considerado como su igual. Pero su madre le había educado para ser una
persona que nunca se rebaja ni muestra debilidades, y cuando estaba con ella, sin duda
alguna, Rin era su debilidad.
A la tarde, las hojas se mecían por el viento en los árboles, pero el sol calentaba los
cuerpos, no dejando que el frío les invadiera.
- Sesshomaru - anunció Rin - quiero que veas los movimientos que he aprendido con
espada. ¿O tal vez tienes que irte?
- No, todavía no. Voy a descansar aquí unos días. Supongo que tendré visita cada
tarde - le dijo, conociendo la respuesta.
- ¡Por supuesto, yo… - pero Rin se arrepintió del entusiasmo de sus palabras y
recordó la última visita del señor Sesshomaru."No puedes venir, porque yo no
quiero que vengas" Ese hombre ya la había rechazado una vez, ¿quién le aseguraba
que no volvería a alejarla de su vida de esa manera tan brusca? Ya no quería ser más
una niña inocente, ni decirle sus frases de siempre "Mire, señor Sesshomaru" "¿Y
eso por qué, señor Sesshomaru?" "Sabía que volvería" "Sesshomaru, llévame
contigo, por favor" ¡¡No!! ¡No más niñerías! ¡No más obsesión! ¿Ella le amaba? Sí,
pero si quería algo de verdad con él tenía que demostrarle que, a pesar de ser aún
joven, podía comportarse como una adulta. ¡Ya era bien hora de crecer! Así pues, se
retractó en sus palabras y decidió hablarle de otra forma - Es decir, sí, vendré a verte
siempre y cuanto a ti no te moleste.
Ese evidente cambio de actitud fascinó todavía más al demonio, que la miró extrañado unos
segundos, y luego volvió el rostro.
- Eres libre de hacer lo que prefieras - le dijo.
- Entonces es probable que venga a verte, pero también tengo otras cosas que
atender.
- ¿Tú? - la miró, indeciso - ¿Y qué se supone que haces en la aldea?
- Ayudo a la anciana Kaede a traer a los niños al mundo, y preparo hierbas
medicinales con ella y con Kagome. Esas son mis obligaciones.
En los labios se Sesshomaru pudo verse el amago de una sonrisa melancólica.
- ¡Has cambiado mucho! - dijo más para sí que para la chica - Casi no te reconozco.
- ¡Riiin! ¡Riiin! - llamó de repente la voz de Megumi - ¡Riiin! ¿Estás ahí?
- Tengo que irme - anunció. Y se acercó al apuesto demonio para darle un abrazo de
despedida. Pero en cuanto estuvo junto a él, prefirió no hacerlo. Un abrazo es lo que
le dan los niños a los adultos cuando les quieren, pero ella no era una niña. Ya no,
así que, se acercó al joven demonio y le dio un dulce beso en la mejilla, cosa que lo
cogió totalmente por sorpresa. Se quedó quieto, sorprendido ante ese acto y no supo
qué decir. Luego ella se giró, sin mencionar palabra y se dispuso a marcharse.
Pero una mano pálida le agarró la muñeca a la joven y la detuvo. Ésta se paró en seco, sin
poder creerse lo que ocurría. Se dio la vuelta y miró al demonio a los ojos, que le sostuvo la
mirada.
- ¿Ya te vas? - no era una mirada fría, ni hostil, como miraba a todo el mundo, ni
tampoco indiferente, como cuando ella le hacía preguntas infantiles al ser pequeña.
Era una mirada seria, casi melancólica. Una mirada que dolía verla, y seguro que
más dolía sentirla.
- Volveré - le dijo ella en un susurro - Siempre vuelvo - y él le soltó la mano al fin
para dejarla marcharse y volvió el rostro, serio de nuevo.
* * *
- Rin, queremos hablar contigo.
Estaba en casa de Inuyasha y Kagome. A su alrededor, sentados junto al fuego, estaban
Sango, Miroku, Kaede y Kagome. Inuyasha estaba tumbado bajo la ventana, intentando
ignorar al gentío que había en su casa.
- Tú dirás - le dijo a Kaede.
- Tu cumpleaños es dentro de dos semanas - continuó la anciana - Y ya vas a cumplir
18. Serás toda una mujer. Una joven fértil que tendrá derecho a hogar propio.
Rin sonrió. "Hogar propio" La idea sonaba muy bien.
- Pero te recuerdo que no es lo único que conlleva esta edad. En esta aldea somos
muy estrictos con estas cosas. Para las mujeres que vienen de fuera de la aldea las
reglas son diferentes, pero para las niñas que crecen aquí, lo lógico es aceptar y
cumplir las tradiciones. Si no, ya sabes que estarás mal vista, y tú no puedes dejar
que eso ocurra, porque eres una persona respetable y todo el mundo te adora.
- Lo sé, Kaede.
- Bien, entonces debes decidir. Ya lo sabes: te construiremos una casa, te regalarán
ropa y cubiertos. También te darán una cabra o una vaca. Sólo falta que escojas
esposo. ¿Tienes alguno en mente, o prefieres que te leamos los candidatos?
Rin se removió inquieta en su cojín. Había llegado la hora de la verdad.
- No me gusta nadie en especial. Ninguno me llama la atención.
- En ese caso, te leeremos los jóvenes que quieren casarse contigo - respondió
Miroku - En total son seis.
- ¡¿Tantos?! - exclamó de golpe la chica.
- ¡Claro! - respondió Miroku - No hay más que mirarte para querer casarse contigo -
dice mientras se acercaba lentamente a ella.
- ¡Miroku! ¡PLAAMM! - le dio Sango un sartenazo en la cabeza a su marido -
¡Quieto en tu sitio!
- Sí, señora - se resignó.
- Bien, como iba diciendo Miroku, tienes seis pretendientes - continuó Sango - son
los siguientes: Daichi…
En ese instante Rin recordó al chico que le guiñó un ojo cuando hicieron los jóvenes de la
aldea el combate para ver quiénes eran los más fuertes. Combate en el que Shippo, por
cierto, ganó. Rin se estremeció al recordar a Daichi, ¡blejjj!
- Otani… Zero… Satoshi…Kirito…y Ginta.
Rin reconoció todos los nombres. Algunos eran amigos suyos desde hacía años, y otros tan
sólo los conocía de vista, pero sabía quiénes eran todos, y alguno estaba francamente bien,
pero no pensaba dejarse llevar por un físico atrayente. Ella no quería ser como las demás
mujeres que se guiaban por las tradiciones para actuar. Ella seguía al corazón, a él nada
más.
- Bueno, empecemos - anunció Kaede - Las familias de Daichi y Otani i Zero no son
gran cosa, pero la de Satoshi tienen una herrería, la de Kirito, una granja de vacas, y
la madre de Ginta es curandera. ¿Vosotras, qué pensáis?
- A mí me llama la atención el joven Satoshi. Si tienen una herrería, vivirán
confortablemente, y eso es lo que queremos para la pequeña Rin, ¿no? - dijo
Miroku.
Rin lo miró asustada. ¿Satoshi?
- Pues a mí me gusta más Kirito - dijo Sango - porque tenemos que pensar que será
el esposo de Rin para toda la vida, así que lo mejor es que también sea guapo, y
Kirito lo es.
- ¿Para toda la vida? - Rin empezó a hiperventilar, sintiéndose desfallecer.
- Pues yo no sé qué deciros - dijo Kagome - En mi época no se escoge con quién
debemos casarnos, siempre se hace por amor.
- Sí, pero aquí es así. Son las tradiciones, y aquí en Japón, lo que manda la tradición
es sagrado y ley de vida.
Kagome refunfuñó. En su mundo las cosas eran muy diferentes. Sabía por los libros de
historia que en la era feudal se obligaba a las mujeres a casarse de muy niñas y a tener hijos
con esposos a los que normalmente, ni siquiera habían visto antes, pero no estaba de
acuerdo en absoluto. No, porque ella les llevaba quinientos años de ventaja y su mentalidad
no era propia de la época, así que le costaba comprender por qué Sango, Miroku y Kaede,
que eran siempre tan elocuentes y buenas personas, estaban a favor de esa costumbre. Pero
la respuesta era sencilla; ahora no estaban en la actualidad, sino en el Japón medieval, y las
cosas, por desgracia, eran así.
Kaede, que quería muchísimo a la pequeña Rin, intentó buscar alguna solución que
contentase a ambas partes.
- Si está enamorada de alguien en concreto - empezó - podemos mirar de que se
case con ese chico. Se puede intentar. Sin embargo, si no escoge a nadie, tendremos
que mirar nosotros por su futuro. En esta época no vivimos tanto como en la tuya,
Kagome, y si no se casa ya, puede que se le pase la época.
Kagome se cruzó de brazos, pensativa. No estaba nada de acuerdo con todo ese asunto,
pero sabía que la cultura japonesa antigua era muy estricta en sus tradiciones, así que por
una parte no quería entrometerse, pero por otra no quería permitir que su amiga se sintiera
infeliz el resto de su vida.
- Entonces, ¿cuál? ¿Kirito?
- Sí, estoy de acuerdo.
- Bueno, a mí también me parece.
- Pues a mí no - siguió diciendo Kagome - No está bien.
Kaede miró a Rin, que permanecía sentada a su lado, seria y pálida como la muerte.
Angustiada, asustada y temerosa de rebelarse.
- Entonces Kirito. ¡Está decidido! Podríamos casarte el mismo día de tu cumpleaños,
¿qué te parece?
Los labios de Rin temblaron y se le cerraron los puños de rabia.
- ¡¡Noooo!! - gritó al fin, levantándose - ¡¡No quiero casarme con Kirito!! ¡¡No
quiero casarme!! ¡¡No quiero!!
- Pero, Rin… - empezó Sango - Escucha, nosotros sólo…
- ¡¡No!! ¡¡No quiero escuchar nada más!!
Y, sin dar opción a réplica, se marchó corriendo hacia el bosque.
Capítulo 15: Más que amigos
- Señor Sesshomaru - llamó Rin nada más llegar al claro donde este dormía junto
con su caballo y su sirviente - ¿Puedo dormir aquí esta noche?
El demonio abrió lentamente los ojos y contempló el rostro de la joven, que jadeaba y
apoyaba las manos en las rodillas para recuperar el aliente.
- ¿Qué ocurre? - inquirió el demonio tranquilamente, levantándose y escuchando en
la distancia, pero no se oía nada fuera de lo normal - ¿Por qué no estás en tu casa?
- Es que… es complicado - Rin quería decirle por qué estaba allí, por qué había
salido corriendo de casa de Kagome, por qué no podía casarse con nadie, ni amar a
ningún chico. Pero sabía que todo sonaría absurdo en cuanto se lo explicase. Sabía
que sus deseos jamás se harían realidad, porque los demonios, por lo general, no se
casan formalmente con humanas, sabía que Sesshomaru no la amaba de la misma
manera en que ella lo amaba a él, y sabía que en cuanto le dijera lo que sentía, no
querría volver a estar con ella, por temor a que ella jamás se casara con otro ni se
olvidara de él. Por eso, y por otras tantas razones, calló y tan sólo le dio largas.
- Puedes quedarte el tiempo que quieras - le dijo el hombre al fin - pero seguro que te
estarán buscando.
- No lo creo, al menos, no esta noche - aseguró Rin - Pero tal vez mañana, si no he
vuelto, sí que empiecen a buscarme. Pero no te preocupes, no te molestaré. Será
sólo por esta noche. Lo prometo.
Sesshomaru la vio acomodarse en el regazo de A-Un y hacerse un ovillo mientras se
dormía. Miró al cielo y recordó aquella noche estrellada en el río, pero ahora ella era
mayor, era una mujer y estaba a punto de cumplir dieciocho años. ¿Por qué la veía ahora de
forma tan diferente? Se levantó cuando ésta ya dormía y le echó por encima la nube blanca
que siempre llevaba él, para que no se helara en ese frío suelo de hierba.
* * *
- ¿Fuiste a ver a Sesshomaru? - inquirió Shippo, enfadado - ¿Después de lo que te
dijo la última vez que vino a visitarte?
- Pero, Shippo, tú no lo entiendes. Él…
- ¡Desde luego que no lo entiendo! ¡Rin, soy tu mejor amigo! ¿Crees que no me
duele verte mal? ¡Sesshomaru se portó mal contigo la última vez! ¡Hirió tus
sentimientos! Y luego, ¿quién es el que te consuela siempre que te pasa algo?
¿Quién es el que está contigo? ¿El que lucha por mantenerte a flote? ¿El que te
ayuda? ¿El que te quiere?
Shippo se tapó la boca por haber dicho eso último y Rin se le quedó mirando, sorprendida.
- ¿Qué quieres decir? - inquirió.
- ¡¡Oh, diablos!! - exclamó el zorro, realmente enfadado consigo mismo - ¡Si no
hubieras ido a verle nada de esto habría pasado! - y se levantó para marcharse.
- ¡Shippo, espera! - exclamó la muchacha, yendo tras él - ¿Por qué te comportas así?
¿Qué has querido decir con eso?
El chico seguía caminando hacia delante, sin girarse.
- ¡Shippo! ¡Te estoy hablando! Al menos podrías mirarme a la cara cuando te digo
algo, ¿no?
El demonio se paró en seco, se dio la vuelta y la cogió por los hombros. Rin se quedó
rígida. Sus miradas se cruzaron un instante, y entonces, Shippo la besó.
* * *
Rin tenía un terrible enredo de sentimientos en su cabeza. Por un lado, su familia quería
casarla con alguien que ella no amaba, y eso la hacía sentirse la persona más desdichada del
mundo. Por otro lado, estaba completa y perdidamente enamorada de Sesshomaru, pero no
tenía ni idea de qué tipo de sentimientos tenía él por ella, y era demasiado vergonzosa como
para preguntárselo. Y además había que añadir el tema de Shippo. ¿Le amaba? ¿Sentía algo
intenso por él? Bueno, estaba claro que sí pero… ¿era sólo una gran amistad o algo mucho
más profundo? Lo que estaba claro es que Shippo sí la amaba a ella, ¿o tal vez se había
equivocado y el zorro había confundido también la amistad con el amor? Y en todo esto,
¿en qué lugar dejaba eso a Yuuki?
Rin se sentía repentinamente abrumada por todos esos sentimientos y no sabía qué hacer, ni
siquiera qué pensar. Y lo que más le preocupaba es que ese beso le había gustado. En lugar
de repelerle, o enfadarla, le había encantado. En realidad llevaba mucho tiempo deseándolo
también, pero se había negado a admitirlo. ¿Estaba entonces enamorada de su mejor amigo,
o era pura atracción física? Realmente no lo sabía.
* * *
Era la mañana del día siguiente. Rin se levantó temprano para visitar al señor Sesshomaru.
Necesitaba verlo y descubrir qué sentimientos despertaba él en ella. Si lo que sentía era
respeto y admiración por él o si había, como ella pensaba, algo más. Ahora todo estaba tan
confuso. Desde ese agradable beso, pero difuso, nada de lo que había en su vida le parecía
real. Quería huir de todo eso, de toda esa gente, de la boda, del lugar, de las penas, de los
amores, de los sentimientos. Pero no podía, no podía irse porque los sentimientos seguirían
siendo suyos, por muy lejos que llegara. No podía irse porque sabía que había algo en ella
que era verdadero, como un sentimiento que ni siquiera sabes cuál o qué es, pero sabes que
es cierto. De esa manera no podía irse, porque la verdad nunca puede ocultarse. La verdad
te persigue a donde quiera que vayas, pero ella lo único que quería era enfrentarse de una
vez por todas a la verdad y entender ella misma qué clase de sentimientos tenía por cada
uno. Sólo pedía eso.
Cuando llegó al claro vio una nota clavada a un árbol. Se acercó rápidamente y se apresuró
a leerla:
Rin,
Tengo que marcharme por un asunto urgente. Siento no poder despedirme, pero volveré
pronto. Te lo prometo.
Sesshomaru
Rin releyó la nota varias veces, y desde luego no entendía nada. Justo cuando más lo
necesitaba, su querido demonio albino desaparecía. ¿Por qué? ¿Se trataría otra vez de ese
objeto que Sesshomaru y Jaken llevan tanto tiempo buscando? ¿Se trataría de esa "piedra"?
Ya no estaba segura de nada.
Replegó el papel y se lo llevó al bolsillo. Está bien. Si Sesshomaru había dicho que volvería
pronto; le creía.
- ¿Buscas a Sesshomaru? - preguntó una voz a su espalda - No están. Tampoco
Jaken. Se marcharon esta mañana.
La chica se dio la vuelta.
- ¿Por qué has venido?
- He seguido tu olor - le dijo su mejor amigo, recordándole que era un demonio
zorro.
- ¿Y qué quieres?
Rin no se atrevía a mirarlo a la cara. Estaba molesta con él por haberla besado de
improviso, aún sabiendo que ella está enamorada de otra persona, pero también sabía que si
la había besado no era para hacerle daño, sino al contrario. Así que, teniendo sentimientos
tan contradictorios, no sabía qué decirle.
- Shippo, yo… - empezó.
- No, Rin. Escucha - la interrumpió - quería disculparme por lo que pasó ayer. No
debí besarte. Sé que quieres a Sesshomaru y tú y yo sólo somos amigos, así que,
siento haberte confundido.
Rin estaba perpleja. No se esperaba para nada la reacción de su amigo. ¿Se… disculpaba?
- Pero… ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué me besaste? No lo entiendo.
Shippo se acercó lentamente hacia ella, mirándola a los ojos, sin parpadear.
- Porque en ese momento sentí que quería hacerlo. No pude resistirlo. Te quiero
mucho como amiga y, no sé…
- Pero tú quieres a Yuuki. Ella te gusta mucho, ¿verdad?
- Sí. Yuuki me parece una persona guapa, inteligente y encantadora. Y además es
buena y divertida. Y sí, la quiero, pero a veces, cuando estoy contigo, siento que…
en ese momento sólo podía pensar que… te deseaba.
La morena se había quedado sin palabras. Tenía la boca entreabierta y lo miraba con
sorpresa. ¿Él… la deseaba? No podía creerlo.
- Pero no te preocupes - continuó diciendo el joven, ante el mutismo de su amiga -
Sólo es a veces, cuando te muestras como realmente eres.
Entonces Rin no pudo resistirse más y las palabras empezaron a aflorar de su boca.
- Shippo, yo amo a Sesshomaru. ¡Sé que lo amo! No es un capricho, ni un simple
enamoramiento infantil, ni nada por el estilo. Sé que es algo real. Pero no sé qué
siente él por mí, en cambio, cuando estamos juntos, a veces siento que el mundo
podría desaparecer y no me importaría, porque estoy contigo. Y no sé cómo
interpretar eso. Lo que siento por él es más fuerte que lo que me provocas tú, pero
aún así, sé que lo que tengo contigo también es algo real, pero no entiendo el qué.
- Rin - dijo el zorro, repentinamente serio - Se puede amar a más de un corazón,
aunque sea difícil reconocerlo.
- Pero al final se tiene que escoger uno sólo - se quejó Rin - No se puede querer a
dos personas eternamente.
- No, no se puede.
- ¿Entonces? - preguntó ella, cada vez más confusa - ¿A quién elegir? ¿Y cómo saber
que no te equivocas? ¿Qué decisión es la correcta?
- No lo sé - respondió Shippo, mordiéndose el labio - Pero sí tengo clara una cosa,
este es uno de esos momentos en que te deseo.
Y antes de que el muchacho pudiera añadir nada más, Rin le rodeó el cuello con los brazos
y juntó sus suaves labios afresados con los suyos dulces. Sintió sus cálidas manos
recorriéndole los hombros y la espalda, mientras ella, por su parte, le enredaba los dedos en
sus cabellos castaño rojizos. Su respiración era entrecortada y el mundo que los rodeaba
había desaparecido a sus pies. Pues sólo estaban ellos. Rin y Shippo.
Pero lo que ninguno de los dos sabía es que alguien los había estado observando, alguien
que revelaría lo que había visto a su debido momento y eso traería graves consecuencias…
Capítulo 16: El pretendiente sorpresa
Sesshomaru levantó su espada y la blandió con fuerza hacia su oponente. El gran
dragón negro se movía lentamente a un lado para intentar esquivar el ataque, pero no pudo;
el joven demonio albino que tenía delante era mucho más ágil, rápido y fuerte que él. Pero,
aun así, se negaba a rendirse.
El demonio cogió velocidad y saltó varios metros sobre la criatura con elegancia,
hasta posarse en su espalda y clavarle la estocada definitiva que acabaría con su vida. El
monstruo se retorció en el suelo, lanzando intensas llamaradas de fuego en un último
intento por derrotar al minúsculo demonio que lo atormentaba, pero no pudo; el demonio lo
esquivó las veces que fueron necesarias, hasta que el mismo dragón se dio por vencido y
cerró los ojos, desplomándose contra el suelo y levantando grandes cantidades de polvo. La
tierra tembló.
Luego, el demonio y su pequeño siervo entraron en la cueva que había estado custodiando
el dragón negro.
- ¡Buen trabajo, señor! - exclamó Jaken con felicidad - Ese dragón no tenía ninguna
oportunidad contra usted. Usted es magnífico, es el mejor, es…
- ¡¡Shhh!! - le ordenó el demonio de la luna - ¡Cállate!
- ¡Oh, sí, lo siento, señor! No hablaré más. Me callaré, sin duda me callaré.
- ¡¡Shhhh!! - le repitió Sesshomaru - Intento oír algo - se quejó.
En el interior de la cueva todo era silencio. Tan sólo se oían los chillidos de algunos
murciélagos y el ruido de patas de algún que otro roedor.
- ¿Qué se supone que buscamos? - quiso saber Jaken.
En ese instante, Sesshomaru percibió el olor de otro ser dentro de las galerías a las que
conducía la cueva.
- ¡Jaken, sígueme!
- Sí, señor.
* * *
El ambiente era alegre y risueño en casa de la anciana Kaede. Tanto Miroku como Sango,
Kagome, Inuyasha y Kaede se afanaban en decorar la vieja cabaña con telas de colores y
adornos de todo tipo.
- Eso quedará mejor aquí, Kagome - decía Miroku señalándole un rincón de la casita
para colocar un adorno.
- Y aquí un jarrón de flores, ¿no es precioso? - exclamó Sango emocionada.
Inuyasha estaba sentado en el portal del habitáculo, con las gemelas hijas de Sango y
Miroku tirándole de las orejas, y el pequeño bebé en brazos.
- ¿Te molestan mucho, Inuyasha? - preguntó el padre de las tres criaturas.
- No, tranquilo, Miroku. Se portan bien.
Era una escena adorable, y verdaderamente pintoresca.
- ¿Qué está ocurriendo? - dijo una voz de repente.
Rin acababa de llegar y se encontraba plantada en el umbral de la puerta.
- ¿Qué es todo esto? - inquirió furiosa.
Kaede, viniendo venir la tormenta, se le acercó lentamente y le posó una mano en el
hombro.
- Antes de que digas nada - le dijo - ¿podemos hablar?
Rin respiró hondo para calmarse y asintió. Ambas mujeres salieron fuera un momento.
- ¿Y bien? ¿Qué ocurre? - se cruzó Rin de brazos - No estaréis preparando mi boda
con Kirito, ¿verdad?
Kaede negó con la cabeza.
- No es eso. Estuvimos hablando un rato más cuando te fuiste y llegamos a la
conclusión de que si tú no quieres casarte con ese muchacho, no te obligaremos.
- ¿De verdad? - la cara de Rin era pura incredulidad. Miraba a su querida anciana
con repentina felicidad en los ojos, agradecida.
- Sí, sin embargo…
¡Oh, no! - pensó Rin en cuanto oyó pronunciar esas palabras.
- …sin embargo, estás a punto de cumplir los dieciocho años y te mereces tener una
fiesta, ¿o no?
La alegría de la joven no hacía más que crecer y crecer. ¿Nada de boda? ¿Nada de novios?
¿Una fiesta?
- ¡Pero aún falta más de una semana! - exclamó casi con sorpresa.
- Lo sé, pero las cosas se deben preparar con tiempo.
Kaede empezó a caminar de vuelta a la cabaña cuando, de repente, se detuvo y volvió a
mirar a la chica.
- Pero no creas que has ganado - le advirtió - La tradición del matrimonio en mujeres
antes de los dieciocho sigue viva en nuestra aldea, y también sigue siendo un hecho
para ti.
- ¿Un hecho? - quiso saber la pequeña, cada vez más confundida - ¿A qué te
refieres? ¿No acabas de decir que no habrá boda?
- He dicho - empezó Kaede - que no te casarías con Kirito - puntualizó - y que lo
que estamos haciendo es decorar la cabaña para tu fiesta de cumpleaños, pero en
ningún momento he dicho que no te fueras a casar.
- Entonces - dijo Rin con el corazón en el puño y cada vez más asustada - si no es
con Kirito, ¿con quién pretendes casarme? ¿Es otro de los pretendientes que teníais
escritos en la lista? ¿Ginta? ¿Otani? ¿Satoshi?
- Te casarás con Kohaku - sentenció.
- ¡¡¿Quéee?!! - exclamó la joven sin dar crédito a lo que acababa de oír - ¿Kohaku?
¡No entiendo nada, Kaede! - empezó a decir, enfadada y nerviosa - ¿Qué tiene que
ver él en todo esto? Ni siquiera está en la aldea.
- Eso no importa - aclaró la anciana - Pensamos que sería mejor partido para ti.
Rin retrocedió varios pasos, vacilante, contrariada, indecisa, asustada. El mundo se
desmoronaba bajo sus pies. Sus sueños, sus ilusiones, todo su esfuerzo por aprender a
manejar una espada y defenderse sola… Todo había sido en vano. Ya nada importaba. Era
como un pájaro exótico encerrado en una jaula de cristal, notando el frío viento a través de
los barrotes, pero sin poder sentirlo realmente, sin poder volar. La sociedad la atrapaba en
esa jaula de hielo sin darle la oportunidad de ser feliz, de ser libre…
- No te vayas - suplicó la anciana con voz tierna y le puso una mano en el hombro de
forma conciliadora - Kagome se sigue oponiendo al matrimonio concertado, pero es
normal, porque en su época eso no existe, no puede entender lo importantes que son
las tradiciones en nuestra cultura y en esta época. Pero tú si lo sabes, ¿no es así?
- Lo sé, Kaede, pero aun así…
- Entonces - la interrumpió la anciana - entiendes por qué debes respetarlas y
cumplirlas. Sé que no te hace mucha gracia la idea de estar con ninguno de los
jóvenes de la aldea, aunque muchos son apuestos, ricos y agradables. Pero ante tu
negativa, tampoco queremos hacerte infeliz el resto de tu vida, así que pensamos en
buscar a alguien con el que te llevaras bien, y os conocierais desde hace tiempo.
Alguien que no fuera tan nuevo para ti.
- ¿Y pensasteis en Kohaku?
- No - Kaede se aclaró la garganta - En realidad no se nos ocurrió a nadie que
pudiera ser de tu agrado, pero entonces, Sango recibió ayer una carta de su hermano
dirigida a mí. Me pide tu mano. Toma, ¡léela! - dijo sacándose un trozo de papel
arrugada del kimono y entregándoselo a la chica.
Estimada señora Kaede,
Me gustaría pedirle formalmente la mano de su hija adoptiva en matrimonio. Como manda
la tradición, debe ser la chica quien escoja al afortunado entre los pretendientes que se le
presenten, así pues, me siento complacido de poder presentarme como uno de ellos.
Para su elección, las jóvenes deben tener en cuenta qué clase de vida les podrá aportar
cada hombre. De esta forma, le explico que, estando conmigo, nunca le faltaría de comer,
ni un techo bajo el que dormir. Vivo en la aldea de las Montañas Grises, muy cerca de la
vuestra, de manera que ella podría venir a visitarles siempre que quisiera. Soy tan sólo tres
años y medio mayor que ella, y soy un gran exterminador de demonios; jamás le faltará
protección.
Como punto negativo tengo también que decir que yo viajo mucho de una aldea a otra
debido a mi trabajo como exterminador, así que ella podría escoger entre acompañarme o
bien quedarse en casa, pero sea como sea, yo dejaría que ella hiciera lo que más le
complaciera. Así pues, por favor, informen a la joven Rin de que puede escogerme como
opción si ninguna otra le complace más.
Atentamente,
Kohaku, el exterminador de demonios.
Capítulo 17: Almas separadas
Dentro de la cueva del dragón en la que se encontraban Sesshomaru y el diminuto
Jaken hacía mucho frío. El viento recorría las galerías y túneles que se encontraban bajo
tierra y hacía que los insectos y las criaturas infernales que allí vivían se estremecieran.
Sesshomaru caminaba sigiloso, a paso tranquilo. Siempre había sido un hombre muy
pausado a la hora de hacer cualquier cosa, pues actuaba como un señor. Pero en realidad
tenía todos los sentidos alerta, y la mano posada en la empuñadura de la espada, por si
surgía cualquier imprevisto, pero de momento no había ningún peligro aparente.
Una respiración entrecortada sonó muy cerca de ellos y se oyeron crujir las piedrecitas
del suelo. Sesshomaru desenvainó la espada y, rápido como el rayo, desapareció por un
túnel oscuro y tenebroso.
- ¿Señor Sesshomaru? - preguntó el pequeño demonio, asustado - ¡No me deje! - dijo
temblando y echó a correr por el mismo camino por donde había desaparecido su
maestro.
De repente, chocó con algo.
- ¿Quiénes sois?
Era la voz de un anciano. El señor Sesshomaru lo tenía agarrado por el cuello y éste gemía.
El demonio había vuelto incluso a guardar su espada, pues consideraba que no sería
necesaria. El anciano parecía ser una especie de ermitaño. Vestía una túnica marrón raída y
sus sandalias de caña estaban desgastadas. Le colgaba una larga barba blanca de la barbilla
y sus ojos oscuros se escondían tras unas pobladas cejas de nieve.
- ¿Un demonio?
- Es humano - sentenció Sesshomaru a modo de explicación.
- ¡¡Suélteme!! - se increpó el anciano, temiendo por su vida - ¡¿Quién te crees que
eres, demonio, para venir a mi casa a atacarme?!
El pequeño demonio verde se acercó al ermitaño y lo señaló con el dedo.
- ¡No le hables así a mi amo! - ordenó - Podría matarte en cualquier instante, y aun
estás con vida.
- ¡¡No os tengo ningún miedo, criaturas diabólicas!! - exclamó - Sé a qué habéis
venido.
- ¿Ah, sí? - preguntó irónico, Sesshomaru.
- Sí. Venís a ver al Sabio Shanti, pero como veis, él no está aquí. Mi amo ha salido
de viaje mientras yo le guardo la cueva.
Jaken se cruzó de brazos, decepcionado.
- Después del largo viaje que hemos hecho - empezó - al final, no sirve para nada - y
se dio la vuelta dispuesto a marcharse.
- ¡No tan rápido! - le dijo su amo con tranquilidad y miró al ermitaño con suspicacia
- ¿Desde cuándo un vulgar ermitaño necesita que un dragón custodie su casa?
- No es mi casa, es la del Sabio - dijo el anciano, enfadado.
- ¿Y cómo consigue un pobre humano como tú que el dragón le obedezca? Es más
¿un dragón negro? Sólo pueden ser doblegados con magia.
El anciano se frotó las manos, nervioso y verdaderamente asustado.
- Verás, yo… el Sabio…
- ¡No me mientas! - el demonio lo agarró más fuertemente por el cuello y lo sostuvo
en el aire. El anciano intentaba liberarse sin éxito, temiendo haber sido descubierto.
- ¿Qué ocurre, señor? - preguntó el ingenuo Jaken.
- Jaken, te presento al Sabio Shanti, el hombre que va a ayudarnos a conseguir lo que
queremos, o perderá la vida.
Shanti tragó saliva. Estaba claro que ese demonio de pelo blanco y facciones apuestas era
alguien inteligente y fuerte al que no se le podía engañar.
Entretanto, en la aldea de la anciana Kaede…
Rin daba vueltas en la casa de Megumi. Había ido a verla para contarle todas las cosas que
estaban pasándole en su vida en ese momento. La pelea con Kohaku, el beso de Shippo, su
inminente boda con el exterminador, y finalmente acabó confesándole lo que sentía por el
demonio de la luna. No podía estar más abrumada.
- Vaya - Megumi estaba sorprendida - Jamás me hubiera imaginado que lo que
sentías por ese chico misterioso fuese amor.
Rin no contestó.
- Escúchame, Rin. Lo primero de todo es calmarse - empezó Megumi - Seguro que
encontramos una solución a todos tus problemas.
- ¿Tú crees? - preguntó insegura - Yo no lo veo tan claro.
Siguió dando vueltas por la estancia con los nervios a flor de piel, hasta que su amiga se
acercó a ella y la obligó a sentarse junto al fuego.
- A ver - dijo, para aclarar las ideas - Tú quieres a Sesshomaru.
- Sí.
- Pero quieren casarte con Kohaku.
- Sí - confirmó.
- Pero también quieres a Shippo.
- Sí.
- Pero quieres más a Sesshomaru.
- Mucho más - aclaró - Es la persona a quién amo de verdad.
- Pero no sabes qué clase de sentimientos tiene él por ti, y eso te preocupa porque
piensas que él odia a los humanos y nunca se casaría con uno, y menos contigo.
- Exacto.
- ¡Pufff! - exclamó Megumi - ¡Qué lío!
- ¡Lo sé!
Rin se llevó las manos a la cabeza y empezó a desesperarse.
- ¡Calma! ¡Calma, Rin, por favor! Todo esto tiene que poder arreglarse.
- ¡No! - dijo llorando - ¡No se puede! Y lo peor es que voy a hacer daño a más
personas a parte de a mí misma. Shippo sufrirá si me ve casarme con Kokaku,
Sesshomaru no sé qué pensará e incluso el pobre Kohaku se va a casar con una
esposa que no le ama y eso no le hará feliz. Soy una mala elección para todo el
mundo.
- Venga - la abrazó su amiga de forma conciliadora e intentó calmarla - No hagas un
drama de todo esto. La optimista aquí eres tú. No quiero verte llorar, ni pasarlo mal.
Quiero ver esa sonrisa tierna que le enseñas a todo el mundo. Quiero verte feliz.
Rin sonrió ligeramente, un poco menos triste.
- ¿Ves? Así está mejor - Y le pasó una mano por los hombros - Voy a ayudarte - dijo
decidida - Lo primero es lo primero: debes averiguar qué siente Sesshomaru por ti.
Si te ama, las cosas se volverían más sencillas para ti, porque seguro que Kaede no
se atreve a enfrentarse a él si le dice que no quiere que te cases.
- Eso es cierto - reconoció Rin - Pero hay dos problemas: primero, Sesshomaru se ha
marchado, y no sé cuándo volverá. Y segundo, no creo que me quiera, al menos no
de la misma forma en que yo le amo a él.
Megumi miró a su amiga, decidida a animarla fuera como fuese.
- Rin, eso no tiene importancia. El amor es muy extraño. Cupido dispara sus flechas
al azar, sin tener en cuenta edad, linaje o si eres humano o demonio. Todo es posible
en este mundo. Así que, ¡céntrate! Averigua qué siente Sesshomaru por ti.
- ¿Y cómo haré eso? No es tan sencillo - explicó la joven - Suele ser siempre tan
frío.
- Despliega todos tus encantos. Ya me entiendes - dijo guiñándole un ojo.
Rin asintió.
- Está bien. Lo haré en cuanto él esté de regreso - prometió - ¿Y mientras?
- Mientras - dijo Megumi, excitada ante la idea de lo emocionante que iban a ser esas
intrigas amorosas - yo voy a hablar con Kaede y el resto, para saber qué opinan de
tu boda con Kohaku. Y tú vas a hablar con Shippo.
- ¿Con Shippo? - se extrañó.
- Sí - Megumi apuntó con su dedo índice el rostro de su amiga y lo mantuvo firme,
señalándola - Más te vale descubrir qué narices hay entre vosotros dos. Quiero que
averigües hasta qué punto te gusta y lo que siente exactamente él por ti, ¿me has
entendido?
Rin asintió.
- Y luego me lo cuentas todo - dijo Megumi en tono de niña pequeña, feliz ante su
nueva e interesante misión en la vida - ¡Te veo esta noche! - dijo en tono cantarín y
salió de su casa en busca de la anciana Kaede.
Capítulo 18: Entendiendo lo que siento
Rin se encontraba apoyada en el alféizar de la ventana de la casa de Kagome. La cabaña
estaba vacía, pues tanto ella como su marido estaban todavía arreglando la vivienda de
Kaede y decorándola para el cumpleaños de la joven. Pero ella no estaba allí por eso. En
aquel lugar también habitaba Shippo, su fiel y mejor amigo. Era a él a quien quería ver, por
recomendación de su amiga Megumi. Llevaba horas esperando su regreso, sin que hubiera
señales de que volvería. La chica se entretuvo contando los pétalos de las plantas que había
en la mesa, junto a la cama, u observaba el vuelo de los pájaros por la ventana, libres,
alegres, cantarines, moviéndose de forma ágil de un lado a otro en el cielo.
- ¡Quién fuera pájaro para volar libre por el cielo! Sin reglas, ni normas, ni
tradiciones, ni dolor. Ni siquiera amor, porque también duele - exclamó con la mano
apoyada en la mejilla y suspiró - ¿Qué estarás haciendo ahora, Sesshomaru?
* * *
Sesshomaru había soltado al viejo ermitaño, que había cogido un cuchillo oxidado,
intentando atacar al demonio, pero éste no se había dejado sorprender. Lo desarmó con una
sola mano, y lanzó el cuchillo lejos del alcance del humano.
- Se supone que eres un sabio - le dijo con arrogancia al anciano - Sin embargo,
actúas más bien como un pobre loco.
- Ya te he dicho que no soy el Sabio Shanti, sólo estoy aquí de paso.
- ¿De paso? - repitió Jaken, habiendo captado ahora la mentira - Antes decías que
eras su ayudante, ahora dices que sólo estas de paso. Tu historia no se sostiene.
- ¡Calla! - ordenó el apuesto demonio albino y empezó a caminar con elegancia hacia
el anciano - Voy a ser muy claro - le dijo en tono grave - Estamos aquí porque tú
puedes ayudarnos a encontrar cierta piedra.
- ¿Una piedra? - el anciano los miró nervioso - Hay muchas piedras, muchos lugares
donde encontrar piedras, yo no sé de piedras, yo… - empezó a decir
atropelladamente.
- La piedra - dijo el temible Sesshomaru, que de repente estaba a tan sólo unos
centímetros de la cara del sabio - no es una roca cualquiera.
Shanti retrocedió, apretándose contra la pared, muerto de miedo y temiendo por su vida.
- Es una piedra - continuó Sesshomaru - que te permite pedir un deseo.
- Ah, ya veo - exclamó el sabio - Hablas de la esfera de Shikon. Pues lamento decirte
que fue…
Sesshomaru se abalanzó hacia él y en menos de un instante lo tenía agarrado en el aire por
los brazos.
- ¿Cuánto tiempo vas a hacerme perder? - lo miró enfurecido - Tal vez podamos
acelerar el proceso - dijo de forma enigmática mientras deslizaba su mano hacia la
pierna del anciano.
El hombre se desesperó.
- ¡¿Qué piensas hacerme?! - su voz sonaba asustada, tanto que apenas podía pensar
con claridad. Estaba aterrado. Su corazón se aceleró de golpe y empezó a temer que
moriría antes de que el día finalizara.
- Me pregunto cuán rápido puede correr una persona con las piernas rotas - dijo
posando la mano en su rodilla.
- ¡¡No, por favor!! ¡¿Qué vas a hacerme?! ¡¡Por favor!!
Y entonces Sesshomaru apretó con fuerza la rodilla al contrario de su articulación.
- ¡¡Aaaahhhh!!
Se oyeron los huesos del humano fracturándose violentamente. Sesshomaru lo dejó caer al
suelo bruscamente.
- ¡Dios mío, mátame! - le suplicó el pobre viejo - Mátame, te lo suplico - empezó a
lloriquear.
Jaken se acercó a él y le apretó la cabeza de su bastón de madera en el pecho.
- Más te valdría contarle a mi amo lo que quiere saber. Si haces eso, te perdonará la
vida.
El anciano miró al demonio entre lágrimas y cerró los puños con fuerza.
- ¡Que me mates! ¡No voy a contarte nada! Prefiero la muerte a revelarle a alguien
como tú los secretos de la piedra.
El demonio albino lo miró suspicaz. El anciano acababa de demostrar que sabía desde el
principio de lo que estaban hablando. Se acercó a él y le colocó suavemente la mano en la
otra rodilla. El ermitaño lo miró horrorizado.
- ¡¡No!! ¡Te lo contaré todo! ¡Te lo juro! - acabó resignándose.
Sesshomaru se levantó y sonrió con suficiencia.
- Buena elección - dijo, sentándose en una roca alta - ¿Y bien?
El anciano se retorció de dolor una vez más antes de entender quién era el demonio que
estaba frente a él.
- Tú no eres un demonio cualquiera - le dijo con voz ronca - Si conoces la leyenda,
es que has sido educado en una familia demoníaca poderosa.
- Así es - confirmó el demonio - pero lo importante es, ¿cómo encuentro la esfera?
El Sabio Shanti observó el techo de la cueva con aire pensativo, mientras intentaba no
dejarse llevar por el dolor de su pierna fracturada. Conocía perfectamente la historia de esa
misteriosa roca, pero no creía conveniente revelarle la información a un demonio tan
poderoso. ¿Quién sabe lo que podría pedirle a la esfera si la encontraba?
- No sé apenas nada acerca de la piedra - empezó, casi sin poder hablar - sé que
concede deseos, y su verdadera nombre esLa esfera prohibida.
* * *
Después de dos horas y media de espera, la puerta de la cabaña de Kagome e Inuyasha se
abrió, dejando paso a una silueta joven. La sombra entró en la estancia, sin esperar
encontrarse todavía a nadie, cuando de repente vio a la hermosa Rin, que se había quedado
dormida junto a la ventana.
- Rin… Rin… - llamó la voz, suavemente - Despierta.
- ¿Eh? ¿Qué ocurre? - se sobresaltó la muchacha, asustada.
- No, tranquila. No ocurre nada.
- ¿Yuuki? ¿Pero qué haces tú aquí?
La joven rubia se sonrojó en el acto y escondió las manos en la espalda.
- Lo mismo podría preguntarte yo - dijo en un tono asustado, más que inquisidor.
- Pues yo… - Rin se daba cuenta de que se habían pillado mutuamente - He venido a
ver a Shippo - acabó confesando.
- Yo también.
Las dos muchachas se miraron un instante sin saber cómo actuar, hasta que Rin rompió el
silencio.
- Llevo mucho rato esperándolo, pero aún no ha regresado. No creo que tarden
mucho - le contó - ¿Para qué querías verle?
Los ojos de Yuuki se ensombrecieron de repente. Miró al suelo, entristecida y recordó algo
que había visto hacía tan solo unos días en el bosque. Cogió una silla y se sentó junto a la
morena.
- Rin, ¿podemos hablar?
La joven asintió, preocupada ante el semblante serio de la chica. ¿Qué sería eso que la
preocupaba hasta tal punto como para venir a ver a Shippo a su casa?
- ¿Qué ocurre, Yuuki?
La chica seguía mirando el suelo, seria. Estaba temblorosa, tal vez incluso asustada.
- El otro día… - empezó la joven, vacilante - el otro día salí al bosque para dar una
vuelta. Cuando caminaba vi a Shippo entre los árboles y quise saludarlo, pero él
camina muy rápido.
Rin asintió. Empezaba a sospechar de qué día estaban hablando.
- Empecé a seguirlo hasta darle alcance, pero entonces entró en un claro y empezó a
hablar con alguien.
Rin tragó saliva. Sabía perfectamente con quién había estado hablando.
- Me asomé para ver quién era. Sé que no estuvo bien, lo siento por eso, pero lo hice.
Shippo hablaba contigo sobre el demonio que te visita a veces. Oí que lo amas.
La morena se ruborizó. Se suponía que era un secreto, un secreto que sólo conocían
Megumi y Shippo. Sin embargo ahora…
- ¿Hasta cuándo te quedaste observando?
- Lo suficiente - sentenció ella - También vi el beso.
La morena se quedó sin aliento. Yuuki había visto ese beso prohibido entre ella y su mejor
amigo, nada menos que Yuuki, la pequeña amiga de Shippo. ¿Cómo se habría tomado la
noticia? ¿Qué habría sentido en ese momento al verlos juntos? ¿Sabría Shippo que Yuuki
los había visto? Agachó la cabeza avergonzada, casi sin atreverse a mirar a la rubia a los
ojos, y entonces vio el papel que antes Yuuki se había escondido tras la espalda. Ahora
estaba en su mano, arrugando y manoseado por los nervios. Rin comprendió qué había en el
papel.
- Venías a decírselo a Shippo, ¿verdad? - dijo señalando la nota - Venías a decirle
que nos habías visto.
Al principio, Rin se enfureció, porque aquella chica no era nadie para meterse en asuntos
ajenos, pero luego se dio cuenta de que sí tenía derecho a meterse, pues Shippo la había
estado cortejando y, si ella había empezado a sentir algo por él, la visión de ese beso la
habría destrozado.
- En realidad, no - confesó Yuuki - No vengo a contárselo. Eso no - dijo con tristeza
- Venía a decirle que… que yo… - unas primeras lágrimas brotaron de sus ojos.
Rin no pudo soportarlo más y la abrazó con ternura, acariciándole el cabello rubio oro con
suavidad. La chica se abrazó a la morena y siguió sollozando, con el corazón dolorido.
- Ibas a decirle que le quieres - sentenció Rin.
La rubia asintió, descorazonada.
- Pero no sé cómo decírselo. Ni siquiera sé si le va a importar lo que le diga.
Rin se sintió fatal por todo lo que estaba ocurriendo, y no pudo evitar sentirse culpable del
dolor de la muchacha que lloraba entre sus brazos. Se dio cuenta, además, de lo buena chica
que era, pues ni siquiera pretendía decirle a Shippo que ella sabía la verdad, tan sólo venía a
hablarle de sus sentimientos, de su corazón.
- Yuuki, deberías saber algo - Rin habló despacio, asegurándose de que la chica la
entendiera - Shippo y yo no nos amamos.
- ¿Qué?
La chica levantó el rostro mojado, incrédula.
- Pero… - balbuceó - yo vi como te besaba. Yo… lo vi.
- Sí, bueno. Te confieso que hasta hace poco yo tampoco estaba muy segura de qué
había significado eso para ambos, pero ahora lo sé - miró a la joven comprensiva y
le sonrió dulcemente - La amistad entre dos chicos o dos chicas es muy frecuente,
pero no lo es tanto entre un chico y una chica. Es mi mejor amigo y lo ha sido
siempre desde que tengo uso de razón, y siempre lo había considerado casi como un
hermano. Tal vez es eso lo que nos ha causado toda esta confusión. Hemos
confundido una enorme amistad con amor. Tal vez si hubiéramos sido hermanos de
verdad, nada de esto habría pasado y tú y yo no estaríamos hablando aquí ahora,
pero al no serlo, bueno, estos sentimientos que tenemos el uno por el otro nos han
trastocado.
Yuuki escuchaba con interés y asentía, intentando comprender qué era lo que aquella
adorable chica le estaba diciendo acerca de su amigo.
- Yo creía que esa amistad se había vuelto amor entre nosotros, pero me equivoqué,
y ahora lo entiendo. Te miro y sé que lo que hay entre tú y Shippo es algo tan
grande que sobrepasa cualquier sentimiento. Lo que hay entre vosotros se llama
amor. Y lo sé porque es lo mismo que yo siento cuando miro al señor Sesshomaru,
lo sé porque le miro a él y entiendo que es el amor de mi vida, que lo necesito tanto
como el aire para respirar, que sin él no soy nada, no tengo ilusiones, ni fuerzas, ni
valor. Que mi fuerza surge de mi alma cuando hago algo para poder estar con él y si
no es ese mi objetivo, no tengo fuerzas, ni ganas. Por eso, y por otras muchas
razones sé que lo que hay entre Shippo y tú es verdadero. No es por lo que me has
dicho, Yuuki, es porque miro tus ojos, y lo veo.
Yuuki se quedó fascinada ante las palabras de la chica. La miró a los ojos, ahora brillantes,
esperanzada por la confesión que acababa de hacerle su amiga. Sí, su amiga. Ahora la
consideraba como tal. La miraba también intensamente, entendiendo que lo que había dicho
era cierto, que cada palabra que había salido por su boca era verdadera, y entonces, también
lo supo. Supo que Shippo y ella tenían una oportunidad.
Capítulo 19: Mi fuerza sale de tu amor
Rin y Yuki seguían abrazadas. Ahora ambas estaban felices. Yuki sabía que Shippo no
amaba a Rin, y ella tampoco a él, así pues, su destino no estaba escrito, podrían tener una
oportunidad. Por su parte, Rin por fin había comprendido lo que su corazón llevaba tanto
tiempo diciéndole, era como si se hubiera abierto una puerta y la luz hubiera bañado la
estancia, permitiéndole conocer al fin todos los sentimientos que se habían estado
mezclando en su ser. Ahora lo sabía, sabía que Shippo era su hermano, un amor fraternal,
tan intenso que puede hasta doler, hasta quemar la piel, pero sólo era eso, amor fraternal.
Sin embargo, el amor que sentía hacia Sesshomaru no se parecía en nada a lo que sentía por
su amigo el demonio zorro. Era un sentimiento poderoso que crecía desde la boca de su
estómago y le atravesaba el cuerpo, era como si su sangre fueran ríos de lava que la
derretían cada vez que tenía al joven albino cerca, era una explosión de mariposas que
giraban en bandada dentro de sus entrañas, haciéndola sentir hasta vértigo cada vez que el
joven la miraba, y más intenso era cuando este la tocaba. Lo que antes había sido respeto,
agradecimiento, admiración… ahora era amor puro, pasional, incontrolable, un amor que
supera barreras y devora mundos, un amor que la llevaba a dejar de ser una niña para
convertirse en una mujer guerrera, en una leona salvaje, fuerte, valiente, poderosa y,
sobretodo, enamorada, enamorada de un hombre al que no le quedaba más remedio que
confesarle lo que sentía. De no ser así, todo ese amor que le recorría la sangre le iba a
estallar en las venas. Tenía que verlo, ¡necesitaba verlo! Y entonces le confesaría lo que
hacía tantos años llevaba sintiendo por él y, pasara lo que pasase, lo sentiría siempre.
- ¡Ahora y siempre! - se dijo Rin mentalmente - ¡Estoy segura!
De repente, vieron una figura apoyada en el marco de la puerta que daba acceso a la sala.
Ambas se giraron.
- ¡¿Shippo?! - dijeron las dos a coro - ¿Cuándo has llegado?
El chico dio unos pasos hacia ellas.
- ¿Qué has oído? - continuó Rin, entrecerrando los ojos - Lo has oído, ¿verdad?
El demonio zorro asintió.
- Todo. Desde que Yuki sabía lo del beso hasta… bueno, hasta lo que tú y yo
sentimos.
Las dos muchachas miraron al suelo, nerviosas. Yuki estaba avergonzada porque el chico la
hubiera visto en brazos Rin, llorando por él, y Rin, aunque no se sentía incómoda porque
Shippo las hubiera visto así, sí que estaba algo asustada por cómo pudiera ahora reaccionar
él. Tal vez se había precipitado al afirmar que ninguno de los dos amaba al otro. Ella tenía
claro que por su parte no había amor y había dado por supuesto que por la de Shippo
tampoco, pero… ¿se habría equivocado?
Ninguna le miraba, esperando su reacción, pero entonces el chico se acercó a Yuki y le dio
un fuerte abrazo. La muchacha estaba totalmente desprevenida y se quedó de piedra, sin
saber qué hacer. No podía creerse que Shippo la estuviera abrazando, a ella, la joven Yuuki,
la hija pequeña del pescador.
- Siento que vieras eso - le confesó el chico en un susurro - No quería hacerte daño.
A ninguna de las dos - dijo mirando a Rin, sin deshacer el abrazo que tenía con la
rubia.
Rin le colocó una mano en el hombro a su amigo en señal de afecto y lo miró comprensiva.
- Yo también lo siento - se disculpó.
Shippo soltó a Yuki y se sentó en otra de las sillas, junto a sus amigas.
- Cuando te he oído hablar - dijo dirigiéndose a Rin - me he dado cuenta de que
tenías razón. Cada palabra acertaba con lo que realmente siento por ti, y cuando he
visto a Yuki… - hizo una pausa - he sabido a quién pertenecen mis sentimientos. No
soy de los que hablan de ellos con facilidad. Incluso estar aquí, con vosotras, y
deciros todas estas cosas me está costando más de lo que podéis imaginaros, pero
debo hacerlo. Ya no habrá más confusiones entre nosotros, nunca más - y, mirando
a la joven rubia, hincó una rodilla en el suelo y le cogió la mano - Yuki Matsumura,
¿querrías casarte conmigo?
Los ojos de la joven se abrieron como platos. ¡No podía creerse lo que acababa de ocurrir!
Era todo como un delicioso sueño del que aún no había despertado. ¿Sería de verdad real?
A su lado, Rin empezó a aplaudir, entusiasmada, y sonriendo con emoción. Al oír sus
palmadas, Yuki comprendió que no estaba soñando, que estaba en la vida real, con su mano
entre las de su demonio, mirándola como si no existiera nadie más en el mundo.
- Sí quiero - dijo en un hilo de voz y la boca del chico se ensanchó en una amplia
sonrisa. Se puso de pie, tirando también de ella y, cuando la tuvo a su altura, posó
sus labios en los de la chica.
Rin miró hacia otro lado, ruborizada por estar en medio de una tierna escena en la que no le
correspondía estar. Pero entonces, vio que alguien se acercaba a través de la ventana.
- ¡Chicos, vienen Inuyasha y Kagome!
Los dos enamorados se separaron.
- ¿Tan pronto?
Rin asintió con vehemencia.
- Debéis salir de aquí - corroboró Shippo.
- ¿Y no sería más sencillo salir por la puerta y decir que simplemente veníamos a
verte? Es la verdad.
Los amigos negaron con la cabeza.
- ¿Así de sonrojados como estáis? - preguntó Rin, con los brazos en jarra - ya sabéis
que antes de una boda la chica no puede haber besado a nadie - les recordó.
Yuki se tapó la boca.
- Tienes razón. Lo había olvidado.
La cortina de entrada se destapó y entraron dos siluetas.
- Vamos, antes de que entren en esta habitación - las apremió Shippo - Por aquí.
Las dos muchachas se encaramaron a la ventana y saltaron. Primero Rin y después Yuki.
- Espera - dijo Shippo, sosteniéndole la mano - Si ya nos hemos saltado las reglas,
otra vez da igual, ¿no? - y aproximó su rostro, dándole un último beso de despedida.
- Vamos, tortolitos. Os van a ver.
Y se marcharon las dos antes de que Kagome o Inuyasha hubieran siquiera advertido su
presencia.
* * *
El Sabio Shandi se acomodó en el suelo, intentando que le doliera la pierna lo menos
posible. Miró al demonio, que lo observaba inquisidor desde la roca en la que se había
sentado y se dispuso a contarle todo lo que sabía sobre la historia.
- Hace mucho tiempo, vivió una bella princesa en un lejano reino en las montañas
altas. Su nombre era… Kagura - hizo una pausa - La joven era muy querida y
amada por su pueblo, y se contaba que jamás había existido princesa tan bondadosa
como ella. Pero un día, se enamoró de un joven soldado que le robó el corazón. Al
principio, las cosas fueron bien, pero, un día, descubrió que el joven había robado
todo el oro de palacio y la había dejado sin nada. Kagura, al verse traicionada y
haber perdido su único amor, enloqueció y murió de pena. Sus criadas contaron que,
mientras moría, pronunció un hechizo en una extraña lengua y su cuerpo empezó a
brillar, hasta desaparecer completamente, dejando en el lecho donde ella había
estado una brillante esfera azul malva.
- ¿Nadie entendió el hechizo? - quiso saber Jaken.
El Sabio miró al demonio verde.
- Las criadas no, pero un anciano que vivía en palacio sí lo entendió: "Algún día,
dentro de muchas vidas, una joven de mi mismo nombre morirá a manos de un
descendiente del hombre que me ha traicionado, habiéndole también robado a ella
su corazón. Huirá, casi muerta, hasta encontrarse con el hombre al que
verdaderamente debería haber amado. Ella no podrá salvarse, pero el lugar donde
muera se convertirá en la salvación para la mujer al que el hombre bueno querrá
salvar, aún a costa de su vida. Sangre de mi sangre sufrirá, pero al salvar a la
pretendienta, el mal causado se revertirá"
Jaken empujó con su bastón el pecho del anciano.
- Eso no hay quien lo entienda - se quejó.
- ¡Jaken! - ordenó el demonio albino - ¡Déjalo!
El pequeño demonio se apartó del humano.
- ¿Y dónde se encuentra la esfera de Kagura?
- Pues… yo… no sé dónde…
Sesshomaru se levantó de la roca con mirada hostil.
- ¡Sí, sí, ya recuerdo! - exclamó el Sabio Shanti, asustado - Está en algún lugar del
monte Fuji, en el fondo de una cueva.
Sesshomaru empezó a caminar hacia la salida.
- Pero dicen que está protegida de los demonios con hechizos hechos por monjes y
sacerdotisas - le advirtió el sabio - No podrás entrar.
- Eso - puntualizó el apuesto demonio - es problema mío. ¡Jaken, vámonos!
- ¿Eh? ¡Sí, mi señor!
Cuando el sabio se quedó solo en la cueva, suspiró. ¡Pero qué había hecho!
* * *
Megumi daba vueltas en su habitación mientras Rin le contaba todo lo que había vivido esa
tarde.
- Mmm… interesante.
Rin la miró apremiante.
- ¿Qué es interesante? - estaba más entusiasmada que de costumbre.
Su amiga se limitó mirarla y sonrió.
- ¿Qué? - Rin estaba a punto de perder los nervios - Dime qué ocurre.
Megumi se sentó sobre su edredón y comenzó a reírse. Rin no entendía nada de lo que
estaba ocurriendo.
- ¿Pero de qué te ríes?
- Todo ha salido a pedir de boca.
La muchacha estaba cada vez más asombrada. ¿A pedir de boca? ¿Pero de qué iba todo
eso? Megumi se incorporó y cruzó las piernas, sonriente como una niña pequeña con un
globo.
- ¿Soy o no soy buena "casamentera"? - dijo divertida - Lo he hecho bien, ¿eh?
Rin seguía sin comprender.
- Has hecho bien ¿el qué?
Megumi le hizo un signo para que guardara silencio y se lo contó.
- Verás, cuando me dirigía a tu casa para hablar con Kaede, tal como te prometí, me
encontré a Yuki llorando y me acerqué a preguntarle qué le pasaba. Al principio no
me quiso decir nada, pero cuando le conté que yo iba a casa de Kaede para hablar de
tu boda con Kohaku, se quedó de piedra. Ella no sabía que te ibas a casar. Entonces
me contó lo que había visto en el bosque. La pobre no entendía por qué os habíais
besado si tú te ibas a casar, y pensó que a lo mejor os amabais en secreto o algo así,
y decidió no intervenir entre vosotros, por mucho que le doliera.
Rin se quedó muda de la impresión.
- ¡Guau! Sí que es buena chica. Sin duda me gusta para Shippo.
Megumi sonrió.
- A mí también me gusta para él. Bueno - dijo señalando a su amiga - si no me
interrumpes, sigo - y le sacó la lengua en broma - Entonces se me ocurrió que tanto
Yuki como Shippo necesitaban una sesión de sinceridad tanto como tú con Shippo,
y pensé en liar todo el asunto.
- ¿Liarlo? - la joven se rió - Nunca dejarás de sorprenderme.
Megumi asintió.
- Le dije que nada de no intervenir. Al contrario. Intervén, intervén - le dije -
Deberías ir a ver a Shippo y confesarle todo lo que sientes por él. Tal vez te
sorprendas. El caso es que siguió mi consejo y entre las dos redactamos la nota en
la que le confesaba sus sentimientos. Entonces la mandé hacia casa de Shippo
asegurándole que él estaba allí y si no, que iría pronto. Cuando se hubo marchado,
fui a tu casa y vi que la estaban decorando, entonces me encontré a Shippo fuera
transportando unas telas y le dije que Kagome había pedido que le trajera más telas
de su casa. Entonces él, fiándose de mí, vino hasta su casa y… voilà, os encuentra a
ti y a Yuki hablando de él. Y mira que bien ha acabado todo.
La morena la miraba con los ojos tan abiertos que parecía que iban a reventar.
- ¿Qué tú qué?
Su amiga la miró de repente, comprendiendo lo que había hecho. Había metido las narices
hasta el fondo forzando a tres personas a hablar de algo que se habían estado ocultando
entre ellas.
- Pero Rin, no me mires así, parece que me vas a matar - se echó para atrás, medio
divertida, medio asustada - Lo he hecho por ti.
Rin cogió un cojín y se lo lanzó.
- Menos mal que todo ha salido bien, porque esto podría haber sido un desastre.
Megumi interceptó el cojín.
- ¡Guerra de almohadas! - anunció.
- ¡Jajaja!- rió Rin - ¡Voy a ganar! - y empezaron a darse con los cojines hasta que no
pudieron más.
- Gracias - acabó diciendo la morena - No sé cómo lo habría hecho sin ti.
Megumi la abrazó.
- No hay de qué. Y mañana - miró a su amiga con los ojos entrecerrados - jejeje…
- ¿Qué estás tramando?
- Nada, nada. Pensaba en cómo arreglar lo de tu boda.
La morena se llevó las manos a la cabeza.
- ¡Ah! ¡Es cierto! ¿Hablaste con Kaede?
- Claro - asintió - Está convencida de que Kohaku y tú hacéis muy buena pareja. No
le he dicho nada de lo que sientes por Sesshomaru porque ambas sabemos que no
serviría de nada. Me ha dicho que la boda se celebrará la noche de tu cumpleaños.
- ¡Tres días! ¡No puede ser! - exclamó - ¿Tan pronto?
- Sí - afirmó su amiga, estirándose de brazos - Kohaku, si tiene tiempo, vendrá por
la mañana para desearte feliz cumpleaños y luego se irá a vestir para… bueno…
para la ceremonia. Te dejan quedarte a dormir, ¿verdad?
Rin asintió, distraída.
- No sabes cuánto odio a ese chico. Antes lo consideraba un buen amigo, y realmente
me ha ayudado muchas veces. Me ha salvado la vida en varias ocasiones y eso no se
lo podré pagar nunca, pero, al margen de eso, se ha portado como un idiota.
- ¿Lo dices por cuando te intentó forzar a besarlo?
- Sí, y por cuando se marchó de la aldea y dejó de entrenarme sólo por mi rechazo. Y
ahora, después de darse cuenta de que no le amo, envía una carta a Kaede
ofreciéndose como pretendiente.
Megumi se acurrucó junto a uno de los cojines y miró el techo, despreocupada.
- La verdad es que se ha pasado bastante. No me hubiera imaginado que podía ser
tan retorcido, sobretodo porque es obvio que iba a ganar él entre todos los que se te
presentaran.
- Por eso lo digo. Yo no quiero casarme con él. No podría mirarlo a la cara.
- Es una lástima que sea tan guapo - dijo Megumi, cerrando los ojos - si no fuera tan
idiota, hasta me gustaría.
La morena no dijo nada. Miró por la ventana oscura pensando en todas las cosas que le
habían ocurrido aquella tarde. Las lágrimas de la hermosa Yuki, la sonrisa de Shippo al
contemplarla y el tierno beso que se habían dado. Rin no tenía ninguna duda: aquello era
amor verdadero.
Siguió mirando las nubes pasar en la oscuridad hasta que se quedó dormida.
- Te quiero, señor Sesshomaru…
Capítulo 20: El cumpleaños
Habían pasado tres días desde que Shippo, Rin y Yuki arreglaron sus asuntos y pusieron
en orden sus sentimientos. Y tanto Megumi como los dos enamorados se habían esforzado
en averiguar dónde estaba el señor Sesshomaru, pero ninguno había tenido éxito. Todos
deseaban que la joven tuviera un final feliz, tanto como el de Shippo y Yuki, y que, a pesar
de todo el dolor y todos los problemas que habían tenido que superar, Sesshomaru y Rin
pudieran estar juntos para siempre. Pero las cartas del destino parecían apuntar a otro lugar,
y el reloj del tiempo se negaba a frenar y a darle unos días más a la joven para conseguir
que su vida no fuera tan odiosa el resto de su vida. Pero el tiempo, como es obvio, no se
detuvo y, sin que nadie pudiera evitarlo, llegó el día en que Rin cumplía dieciocho años.
- Buenos días - saludó una amable voz por encima de su cabeza. La morena abrió los
ojos - ¡Feliz cumpleaños!
Rin se enderezó sobresaltada y miró a la anciana con los ojos abiertos como platos.
- ¿Es hoy?
Kaede la miró, desconcertada.
- Claro, ¿cuándo sino? - y le tendió un cuenco con gachas y unos palillos de madera -
Vamos, desayuna, que hoy te espera un gran día.
* * *
Kagome estaba arreglándole el pelo a la joven Rin. Con agua caliente y algunos tubos de
madera le había ido rizando el cabello hasta conseguir unos hermosos bucles negros que le
caían en cascada melena abajo. Sango le había lavado bien la cara y la había maquillado
ligeramente, enrojeciéndole los labios como si fueran un rubí escarlata y le decoró los ojos
sombreándolos de azul. La joven contempló su rostro en un espejo y se dio cuenta de lo
hermosa que en realidad había sido siempre. Más hermosa de lo que hubiera podido llegar a
imaginar. Ahora entendía por qué lo jóvenes se volvían para verla al pasar, por qué le
guiñaban el ojo, por qué la mitad se hubieran casado con ella.
- Aquí tienes tu vestido - dijo Kaede tendiéndole un bonito kimono rosa fresa con
dibujos de hojas verdes.
Rin volvió a mirarse al espejo. Sí, era hermosa, pero nada de eso tenía importancia. Ella no
era vanidosa, ni engreída. No deseaba ser deseada. No quería que los hombres se pelearan
por ella. Simplemente quería a un hombre. El único hombre que le hacía sentir algo
verdadero, el único que había despertado sentimientos tan intensos en ella que ya apenas
podía respirar si no estaba él cerca. Pero todo eso iba a terminar esa noche. En cuanto se
casara con Kohaku, la poca libertad que aún conservaba, se habría acabado para siempre.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Kaede, sin sospechar nada - ¿No estás contenta? Mira lo
guapa que estás.
- Sí, sí, estoy contenta - dijo Rin con una sonrisa fingida - Gracias por arreglarme.
- Es lo menos que podíamos hacer - dijo Sango, abrazándola - Al fin y al cabo, hoy
es tu cumpleaños - le sonrió.
La morena también sonrió ligeramente, pero estaba claro que no era feliz. Había intentado
explicárselo a su familia tantas veces que ya ni siquiera recordaba cuántas. Y, la hubieran o
no la hubieran entendido, no pensaban siquiera cambiar de pretendiente. Todos estaban
convencidos de que casarla con Kohaku era la decisión correcta y que, con el tiempo, ella
aprendería a amarlo más que a nadie. Pero se equivocaban. Todos se equivocaban. Por más
tiempo que pasara, por más años que viviera junto a Kohaku, jamás podría amarlo, ni a él,
ni a nadie.
* * *
Jaken y Sesshomaru se encontraban frente a una pequeña gruta del volcán Fuji. Aquel era el
lugar del que les había hablado el Sabio Shanti. La cueva donde, según la leyenda, se
encontraba La esfera prohibida.
- ¿Está seguro que es esta, señor? - preguntó el pequeño demonio, agotado de tanto
caminar - Es la séptima cueva que visitamos. Tal vez el viejo nos mintió.
Sesshomaru no despegó los ojos de gruta.
- No lo hizo - aseguró - Deberías aprender a entender cómo reaccionan los humanos
ante el dolor.
Jaken se quedó callado, sin saber qué decir.
- Bueno, entonces, entremos - y echó a andar.
- ¡Jaken!
- ¿Sí, amo?
- ¡No te muevas! - ordenó y desenvainó una de sus espadas.
- ¿Qué piensa hacer, señor? ¿Hay algún peligro?
Sesshomaru ignoró a su pequeño acompañante y se acercó a paso lento hacia la cueva. Se
paró justo ante el inicio de la gruta y escudriñó el arco de entrada. Aparentemente no había
nada extraño.
Jaken se acercó corriendo hasta su amo.
- Buff, espero que hayamos acertado esta vez - y dio un paso al frente para entrar,
pero entonces, la entrada brilló y una fuerza repelió al demonio verde, lanzándolo
varios metros hacia atrás.
- Te dije que no te movieras - respondió su amo con pasividad - Me lo temía - dijo
mientras seguía contemplando las piedras de la entrada - Hay dos opciones, o bien
la fuerza sale del interior o hay un sello anti-demonios en alguna parte de la entrada.
Jaken se levantó, jadeante y regresó con su señor.
- Buscaré el sello - y se puso manos a la obra.
Entretanto, el demonio de la luna levantó la espada ante su rostro y descargó un estoque
ante el campo de fuerza. El hechizo repelió la espada, que salió volando por los aires, sin
embargo, no pudo mover a Sesshomaru ni un centímetro.
- ¿Se encuentra bien, amo?
- Ve a por la espada. Esto será más difícil de lo que creía.
En casa de Kaede habían servido pan y queso, pollo y pescado, salchichas y arroz, mucho
arroz. Habían invitado a todas las familias del pueblo, como era costumbre por cada joven
que cumplía dieciocho años, y todos se hallaban arremolinados alrededor de la casa. Cada
familia había traído algo de comer o de beber. El padre de Megumi, que era carnicero,
había traído dos corderos asados que había hecho su mujer esa misma mañana. El padre y
el hermano de Yuki, que eran pescadores, habían traído varias cestas de pescado, y así,
todos los invitados habían traído lo que habían podido; sillas, mesas,… cualquier cosa que
pudiera ayudar a la familia a celebrar el cumpleaños de la joven.
Todavía era temprano, tan sólo mediodía, y la gente parloteaba aquí y allá sin cesar.
Una mujer anciana pasó corriendo seguida de dos niñas muy pequeñas.
- Mira, Rin - le dijo la anciana - mis nietas y yo te hemos hecho un pastel para la
boda. Vamos a guardarlo dentro. Estoy ansiosa por ver al novio, ¿tú no?
Rin asintió, cortés.
- Claro, mucho.
La anciana y las niñas se perdieron entre el gentío.
- Aquí estabas. Menos mal que te encuentro - Megumi la cogió del brazo - Pero
mírate, ¿ya te has quitado los zapatos?
La morena desvió la mirada, algo avergonzada.
- Es que… eran algo incómodos.
Megumi suspiró.
- ¡Qué voy a hacer contigo! Es tu fiesta, deberías disfrutarla.
- Pero no puedo - acabó sincerándose la chica - No puedo evitar pensar que dentro de
unas horas mi vida habrá dejado de tener sentido.
Yuki y Shippo llegaron en ese preciso instante.
- Hola, chicas - saludó la amable jovencita - Rin, estás preciosa, ¿no crees, Shippo?
El joven asintió.
- No te digo hasta que punto - le guiñó un ojo.
Pero entonces se percataron de la palidez en el rostro de la morena, de la falta de expresión,
de sus ojos apagados y tristes.
- Eh, Rin, ¿qué ocurre? - Shippo la miró preocupado. La conocía mejor que nadie y
sabía que le pasaba algo grave.
- Tal vez esté enferma, o nerviosa - aventuró Yuki - La verdad es que te comprendo -
dijo dirigiéndose de nuevo a la morena - Yo también estoy nerviosa por nuestra
boda. Gracias por dejar que nos casáramos el mismo día que tú. Es muy amable de
tu parte - y le guiñó un ojo.
Rin asintió. Recordaba perfectamente cómo había ocurrido:
La morena estaba en el bosque, practicando con su pesada espada algunos movimientos
que Inuyasha acababa de enseñarle cuando, de repente, apareció la joven rubia de entre
los árboles.
- Hola, Rin. ¿Estás entrenado?
- Ajá - asintió la morena - Pero no se me da muy bien. Creo que esta no es mi arma -
y la dejó caer a un lado.
Yuki se sentó en una roca próxima e intentó recoger la espada.
- ¡Guao! ¡Sí que pesa! - y se le cayó nuevamente al suelo - Perdón - se disculpó.
- No importa - Rin se sentó a su lado y suspiró.
- ¿Qué ocurre? - quiso saber su amiga.
Rin negó con la cabeza.
- Nada importante. Sólo que a veces creo que el destino me la tiene jugada.
- ¿Por qué dices eso?
La joven se abrazó el cuerpo y miró al cielo, abatida.
- Ya sabes lo que siento por Sesshomaru - Yuki asintió - Y pensé que si le confesaba
mis sentimientos, tal vez las cosas acabaran arreglándose, pero ahora ya nunca lo
sabré.
Su amiga la miró comprensiva.
- Todavía falta un día. ¿Crees que no vendrá?
Rin se encogió de hombros, desamparada.
- No lo sé. No tengo ni idea.
- Pero él dijo que volvería pronto, ¿no lo recuerdas? - intentó animarla.
- Lo sé, pero lo que promete y la realidad han demostrado ser cosas muy diferentes.
Tal vez no ha venido porque sabe que voy a casarme y está esperando a que eso
ocurra. Tal vez quiera esperar a que ya no tengo excusa para pedirle que me lleve
con él, a que me aten a un marido para no poder acompañarle… - una triste y
solitaria lágrima le resbaló por la mejilla. Estaba destrozada.
Yuki le apretó los hombros con fuerza.
- ¡No digas esas cosas! - la regañó - Puede que sea un demonio frío, pero no es
ningún cobarde. Seguro que si no está es porque está ocupado en algo importante,
si no, seguro que estaría aquí, tal y como te prometió.
Rin negó con la cabeza, pero no dijo nada. En esos momentos de crisis y con el tiempo a
contrarreloj, no podía pensar con claridad
- Tengo una idea - anunció de pronto la rubia - ¿Y si Shippo y yo nos casamos el
mismo día que vosotros? Él ya le ha pedido mi mano a mi padre, y le ha dicho que
sí. Sólo nos falta el día. Así te ayudaré a superar todo esto, a que no estés sufriendo
sola. Además, en el caso de que tu boda se suspendiera, nadie se enfadaría contigo
por haberles hecho preparar tantas cosas, porque podrían usarlo para nosotros.
¿Qué te parece?
- Felicidades a vosotros también por la boda - recordó de repente Megumi - Vamos a
tener dos casamientos en uno. ¡Qué original!
La pareja asintió, sonrojada.
- Bueno, Rin, vamos a buscarte unos zapatos - dijo Megumi tirando de su amiga -
Aún tienes que recibir a muchos invitados más.
* * *
Jaken había encontrado cinco sellos mágicos alrededor de la entrada. Sesshomaru, con su
increíble espada, los había destruido todos, pero, aún así, no había podido entrar más que
unos metros. Una fuerza descomunal salía desde el propio corazón de la cueva, empujando
al demonio hacia fuera con intensidad. Jaken ni siquiera había podido entrar. El pobre se
encontraba mareado en una roca de la entrada, apoyado contra en suelo, a punto de
desmayarse.
Sesshomaru, por su parte, había llegado a una bifurcación. Estaba claro que era un
laberinto. Había sido colocado en forma de trampa para todo aquel que osara acercarse a la
piedra de Kagura, pero no le importó. El demonio siguió avanzando.
Capítulo 21: Por ti, lo que sea
Sesshomaru llevaba largo rato caminando sin encontrar el camino correcto. Se había
encontrado con espíritus rata que colgaban de las estalactitas del techo y los había
fulminado con solo agitar la mano. Una especie de centauro habitaba el laberinto, mitad
hombre mitad bestia, que lo había atacado osadamente para derribarlo, pero el demonio de
la luna no se dejó sorprender. El espacio era reducido y no podía permitirse destruir la
cueva con su espada, así que se llevó varias cornadas del animal, que le atravesaron el
brazo y el vientre, pero no tardó en matarlo, al igual que había hecho con los espíritus
murciélago.
Siguió caminado, sin mirar atrás, sin preocuparse por estar pisando lugar sagrado.
Cualquier demonio que se hubiera acercado al lugar se habría, por lo menos, mareado o
desmayado, como le había pasado a Jaken, pero sólo los demonios verdaderamente
poderosos podían resistir la fuerza del campo de energía y de la tierra sagrada sin morir en
el intento, aunque su fuerza se debilitara sobremanera y fueran vulnerables. Tan sólo los
humanos y los espíritus de los demonios podían entrar sin notar la fuerza del campo.
Otro espíritu salió de entre las sombras, y otro, y otro más. Un grupo de mujeres armadas
con arcos apareció ante él y le apuntaron decididas.
- ¿Quién eres? - preguntó una, dando un paso al frente.
El demonio agitó la mano, dejando que salieran látigos verdes de ella, y derribó a dos de
ellas, que desaparecieron en el acto. Las de la primera fila le dispararon, pero el demonio
fue más rápido y desvió las flechas con su látigo verdoso.
Las mujeres cargaron nuevamente los arcos y dispararon de nuevo, pero esta vez las de la
segunda fila también se le unieron. Las primeras flechas se hicieron pedazos, pero las
últimas, estando él tan débil, consiguieron alcanzarle en el brazo y en el torso. Se apoyó de
espaldas a la pared.
- He preguntado quién eres - repitió la mujer que le había hablado al principio.
Llevaba una armadura de cobre, distinta al de todas las demás. Sin duda era quien
mandaba.
- Me llamo Sesshomaru, y he venido a llevarme la esfera.
La mujer rió.
- Los demonios no pueden entrar aquí. Tu presencia no te está permitida - y le
lanzaron otra lluvia de flechas.
El demonio se levantó para esquivarlas y corrió por la pared y por el techo, hasta colocarse
detrás de ellas. Sacó el látigo y les cortó a todas la cabeza. Tan sólo quedó en pie la mujer
que siempre hablaba.
- ¡Márchate de aquí o jamás saldrás con vida! - y le disparó al corazón.
Sesshomaru encajó la flecha en un costado y le cortó luego la cabeza con fiereza.
- A mí nadie me da órdenes - dijo, cuando ella ya había desaparecido.
* * *
Los aldeanos llevaban más de cuatro horas en la fiesta, hablando y divirtiéndose, cuando
llamaron a Yuki y Shippo para prepararlos para la boda.
- Si necesitas cualquier cosa, me avisas - le dijo amablemente a Rin la madre de
Yuki - Pero creo que a ti sólo te falta cambiarte de vestido, ¿no es cierto?
La morena asintió.
- Bueno, de todas formas, si me necesitas, ya sabes dónde estoy - y le dirigió una
amable sonrisa - Es tan dulce como su hija- pensó Rin cuando se hubo marchado.
Caminó hacia una mesa y decidió sentarse. La había saludado todo el mundo, había
estrechado más de cincuenta manos y estaba realmente agotada de oír una y otra
vez: "Felicidades y enhorabuena por tu noviazgo" No podía soportarlo más. Cada
felicitación, cada deseo de felicidad le partía el corazón y le recordaba lo cerca que había
estado de confesarle todo su amor al demonio de la luna. Pero ya nada tenía sentido. ¿Qué
podía hacer? ¿Rebelarse? Le había dado muchas vueltas al asunto, y había estado tentada
varias veces de escaparse de casa y no volver, de ir a buscarlo y suplicarle que se la llevara
con él, que no volviera a dejarla en la aldea, que no volviera a abandonarla. Pero no se
había atrevido. El primer motivo era que no quería hacerle daño a nadie. Ni a Kaede, ni a
Kagome, Inuyasha, Sango, Miroku, Megumi, Yuki o Shippo. No quería herirles, ni
tampoco abandonarlos como si no significaran nada para ella. Significaban y mucho; eran
su familia. Y por otra parte estaba segura de que, si lo hacía, aparte de estropear la boda y
todo el esfuerzo que habían puesto en ella, Sesshomaru le diría lo mismo que la última vez
que le pidió que se la llevara con él: No puedes venir porque… yo no quiero que vengas.
Jamás olvidaría esas palabras. Jamás olvidaría cómo la única persona en el mundo que la
había hecho feliz de verdad, le había partido el corazón en mil pedazos. Pero no podía
culparle, no podía hacerlo. No, porque Jaken le había explicado por qué la había rechazado
esa vez. Lo había hecho para salvarla de los peligros a los que él se exponía
constantemente, para que ella pudiera tener una vida feliz en una aldea humana, con gente
como ella. Así que, nunca podría enfadarse por aquello, no con él.
* * *
Sesshomaru se sentó en el suelo húmedo de la gruta. Le faltaba el aliento y le dolían las
heridas causadas por las flechas. Si esa batalla hubiera sido fuera de la cueva, no habría
sufrido ni un solo rasguño y, en el caso de que sí hubiera sido alcanzado, sus heridas
hubieran sanado en menos de una hora. Pero en ese lugar todo era distinto. Estaba pensado
para debilitar a los demonios que se atrevían a entrar hasta la muerte. Sesshomaru lo
comprendió enseguida. Sus heridas no sanarían. Al menos, no hasta que saliera de ese
lugar.
Deslizó su mano por el kimono y se arrancó un trozo, dejando al descubierto parte de su
torso desnudo. Observó el lugar donde le había alcanzado la flecha de la última atacante. El
lugar estaba morado y le salía humo burbujeante. Había sido envenenado. Se arrancó la
flecha y la lanzó lejos, enfurecido, y se preguntó por qué hacía todo eso.
Flash back
Jaken caminaba deprisa junto al señor Sesshomaru, tirando de las riendas de A-Un, que se
distraía con facilidad.
- Señor Sesshomaru - llamó.
El demonio no respondió.
- He estado pensando en el hechizo que lanzó la princesa Kagura antes de morir.
El albino seguía sin contestar. Tan sólo caminaba, a su paso, como siempre. Sin embargo,
sí estaba escuchando a su pequeño siervo.
- Verá, señor, creo que se ha cumplido ya la profecía.
- ¿Sí? - preguntó el demonio, indiferente - Has tardado bastante en averiguarlo, ¿no
crees?
- ¿Qué? - Jaken se sorprendió - ¿No me diga que usted ya lo sabía? - se golpeó la
cabeza con su bastón de madera - ¡Claro! ¡Qué tonto soy! Perdóneme. Por
supuesto que usted ya lo sabía. Si Jaken es capaz de averiguarlo, usted seguro que
ya lo sabía.
- ¡Jaken!
- ¿Sí, amo?
- Di lo que querías decir o cállate.
- Sí, señor - asintió el diminuto demonio - la princesa dijo: "Algún día, dentro de
muchas vidas, una joven de mi mismo nombre morirá a manos de un descendiente
del hombre que me ha traicionado, habiéndole también robado a ella su corazón.
Huirá, casi muerta, hasta encontrarse con el hombre al que verdaderamente
debería haber amado. Ella no podrá salvarse, pero el lugar donde muera se
convertirá en la salvación para la mujer al que el hombre bueno querrá salvar, aún
a costa de su vida. Sangre de mi sangre sufrirá, pero al salvar a la pretendienta, el
mal causado se revertirá"
- ¿Y bien? - preguntó Sesshomaru - Eso ya lo sabíamos.
- Lo sé, señor, pero piense en Kagura. No me refiero a la princesa, sino a la
extensión de Naraku. Ella murió en unas circunstancias similares a las del relato.
Se llamaba igual que la princesa, ha pasado muchos años después que la historia
de la primera Kagura, fue traicionada por Naraku, que la dejó casi muerta. Y eso
de robarle el corazón… puede que en este caso no se refiera al amor, sino a un acto
literal. Naraku conservaba el corazón de Kagura en un tarro, hasta que se lo
devolvió para matarla. Luego ella vino a morir a un campo de flores, donde usted
la encontró… Tal vez Naraku fuera descendiente del que traicionó a la princesa, y
tal vez Kagura estuviera enamorada de usted, ¿no le parece?
Sesshomaru no contestó.
- ¿Señor, no cree que es posible? Lo único que aún falta es que usted quiera salvar a
una mujer. Una mujer por la que daría su vida. Aunque eso ya lo veo más
inverosímil, puesto que usted no daría algo tan valioso por una simple mujer, por
supuesto, eso yo ya lo sabía, pero tal vez la primera parte del relato…
- ¡Cállate! - le interrumpió el demonio, repentinamente enfadado - ¡No hables más
hasta que lleguemos!
El pequeño demonio asintió, descorazonado. ¿Por qué su amo actuaba así ahora? Tan sólo
era una hipótesis, nadie había dicho que la leyenda fuera cierta, al menos, no esa parte.
¿Por qué entonces reaccionaba así con él? Sopesó lo que su enfurecimiento pudiera
significar y llegó a una conclusión; Sesshomaru ya sabía que Kagura estaba enamorada de
él y por eso se quedó con ella haciéndole compañía hasta su muerte. Para sorpresa del
propio Jaken, Sesshomaru no era tan frío como él mismo había creído. Pero ¿y la mujer
por la que él daría su vida? Su amo jamás haría eso. No daría su vida ni por su propia
madre, que dicho sea de paso, era toda una arpía maléfica. Pero igualmente no lo haría.
En realidad, la única persona por la que Sesshomaru se esforzaría en algo sería por la
pequeña Rin. De hecho, ya había ido hasta el mismo infierno para regresar su alma al
mundo de los vivos. Pero el hechizo decía que sería por una mujer y no había ninguna
que… Entonces Jaken lo recordó; Rin estaba a punto de cumplir dieciocho años. Ya no
sería más ninguna niña.
Fin del flash back
Sesshomaru respiró profundamente, dándose cuenta de que no podía seguir avanzando en
ese estado. Necesitaba recuperarse y tomar un antídoto si no quería perecer en el intento.
Apretó los puños con rabia, y golpeó el suelo con fuerza, rompiendo las piedras y dejando
un gran agujero en la roca.
- ¡Maldita sea!
Se levantó con lentitud y anduvo un rato hasta llegar a la salida de la cueva, donde le
esperaba Jaken, algo más recuperado que cuando su amo entró en la gruta.
- Señor Sesshomaru, ¿la tiene? ¿la ha conseguido?
- Trae a A-Un - dijo, manteniéndose en pie con un esfuerzo sobrehumano -
Alejémonos de este lugar. Pronto regresaremos.
Jaken trajo el caballo y se subió detrás de su amo.
- ¿Y a dónde vamos?
Sesshomaru vaciló.
- A alguna aldea cercana donde haya mercado. Hoy es el cumpleaños de Rin.
Capítulo 22: Una vida sin ti es peor que la muerte.
Rin se encontraba en casa de Kagome. Sango y ella le habían colocado el vestido de boda
mientras Kaede iba a buscar una antigua diadema suya con flores para ponerle en el pelo.
Rin se volvió y contempló su reflejo por última vez en ese espejo grande que le habían
traído. Estaba radiante. De pies a cabeza, era toda una mujer, una hermosa mujer morena a
punto de casarse. Ya no llevaría más los pies descalzos, pues le habían regalado unas
babuchas doradas que contrastaban con el vestido. Éste era en realidad un kimono blanco
de seda con bordados de flores color oro. El kimono que Sesshomaru le había traído el día
en que se dio cuenta de que no era tan fuerte como ella había creído, el día que la atacó el
demonio-oso.
- ¡Qué ironía! - pensó entristecida - Voy a casarme con el vestido que él mismo me
regaló.
Kaede le colocó la diadema con el velo y le tapó el rostro.
- Vamos, es la hora.
Los invitados estaban dispuestos a modo que quedara un amplio pasillo entre ellos para que
las dos PAREJAS pudieran pasar. Ya se había hecho de noche, de manera que la luz
venía directamente de la luna y de las antorchas que habían colocado a ambos lados del
altar. Las flores sobre las mesas brillaban como si tuvieran cien ojos tintineantes antes las
llamaradas del fuego, los grillos chistaban en la distancia, desafiando al silencio. Lo único
que interrumpía su melodía era el murmullo de los invitados, que hablaban sin cesar
mientras esperaban la aparición de la primera novia. Y allí estaba Shippo, elegantemente
vestido, a un lado del altar, vestido con un kimono negro y con el pelo anaranjado
cubriéndole parte de un ojo. Ese bucle rebelde. Sus ojos buscaban los de su rubia, tan
nerviosa como él. El corazón le temblaba, como si fuera a salírsele por la boca en lugar de
permanecer guardado en la musculosa caja de su tórax.
Se oyeron unas palmadas. Kaede estaba en el centro del escenario ricamente ornamentado
que habían improvisado para la ocasión. Al ser la sacerdotisa de la aldea, tenía plenos
poderes para oficiar la ceremonia y unir en santo matrimonio a los aldeanos que en su aldea
residían. Entonces se oyó el resonar de unas campanas y todo el público se volvió hacia la
puerta de la casa más cercana, situada justo a unos seis o siete metros de distancia del
escenario.
La cortina se retiró. La joven rubia de dieciséis años llevaba un precioso kimono blanco con
estrellas plateadas que se ajustaba perfectamente a su figura, dejando entrever dos bonitas
sandalias tan plateadas como el vestido. Y, las uñas… las uñas brillaban como si llevara el
mismo cielo en sus manos.
Su padre le tendió el brazo y la música empezó a sonar mientras ambos caminaban por un
camino de flores blancas hacia donde les esperaba el apuesto novio, temblando de los
nervios. Yuki caminó con elegancia, sin que ningún tropiezo entorpeciera sus movimientos.
Paso a paso, se acercó al altar, con la cabeza erguida y una sonrisa deslumbrante que le
cruzaba el rostro para hacer resaltar la blancura de sus dientes. Finalmente, su padre le
cogió la mano y se la entregó al que iba a convertirse en el futuro esposo de su hija. Luego
se hizo a un lado.
Shippo cogió su velo con suavidad y le destapó el rostro, dejando así al descubierto al
maravilloso ángel del que se había enamorado. Se dieron la mano y se volvieron hacia la
anciana sacerdotisa.
- Hermanos, hermanas. Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a esta
joven pareja de enamorados. El voto del matrimonio es algo sagrado y una vez que
dos almas se unen, ya nada puede separarlas. Así pues, sin más dilación, pronunciad
los votos después de mí - miró a Shippo - Shippo el demonio, ¿deseas unirte en
santo matrimonio a esta joven para amarla y respetarla, en la riqueza y en la
pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
Shippo la miró a los ojos, con mirada seria y decidida.
- Sí, quiero - dijo con determinación.
- Y tú, Yuki Matsumura, ¿deseas a este joven como esposo para amarlo y respetarlo,
en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os
separe?
Yuki sonrió tiernamente y sus ojos brillaron como centellas.
- Sí, quiero.
- Entonces, por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer - y
se volteó hacia el chico - Puedes besar a la novia.
El demonio zorro le colocó una mano en la cintura para acercársela y la otra se la colocó en
la mejilla. La miró una última vez con ojos brillantes y la besó con pasión. El gentío se
puso en pie y comenzaron a aplaudir entusiasmados. Los gritos y los vítores recorrían todas
las calles mientras los dos jóvenes se fundían en su preciado beso. Al final, se separaron
jadeantes. Yuki se colocó de espaldas al público y lanzó su hermoso ramo hacia atrás.
- ¡Es mío!
- ¡Quita, Miku!
- ¡Casi lo tengo!
- ¡Aquí, aquí!
Pero el ramo cayó justo en las manos de alguien.
- ¿Qué? - exclamó Megumi, alterada - Yo no quiero casarme.
El resto la miró decepcionadas.
- Eh, venga, que os regalo el ramo. Yo no lo quiero.
- Has sido la primera en tocarlo, ya no sirve - se quejó otra muchacha.
- ¡Vaya faena!
- Bueno, todavía queda el de Rin - cuchicheó Miku - Ese lo cogeré yo.
- ¡Que te lo has creído!
Y se marcharon discutiendo.
Entonces, Shippo y Yuki se separaron y se miraron una última vez antes de hacerse a un
lado cogidos de la mano para que pudiera colocarse el joven Kohaku, que hacía tan solo
unas horas que había llegado a la aldea. Rin ni siquiera había podido verlo todavía.
Rin estaba dentro de la misma casa por la que había salido Yuki. Antes de que ésta se fuera,
la había abrazado y le había deseado suerte. Ambas componían un cuadro muy pintoresco.
Ambas con sus vestidos blancos de novia, pero una con bordados plateados y tan rubia
como trigo al sol, y la otra con bordados dorados y el cabello tan oscuro como la garganta
de un lobo.
- Nos vemos en el altar - le había dicho Yuki a la morena.
- Allí nos vemos - aseguró la joven Rin.
Y ahora había llegado el momento de cumplir su promesa y reunirse con su amiga, su
marido. ¡Qué palabra tan extraña! Casi no se imaginaba al apuesto Shippo como marido y
Yuki como su mujer. Y también se reuniría con… su futuro esposo.
Rin tragó saliva y se le hizo un nudo en la garganta. Esto no le podía estar pasando a ella.
Nada de eso podía ser real.
En el exterior se oyeron las palmadas de Kaede y el fuerte repicar de unas campanas.
- ¡Oh, no! - Rin se llevó una mano al pecho - Es la hora.
Las cortinas de la casa se retiraron con suavidad y la joven puso un pie fuera de la casa,
depositándolo tímidamente en el caminito de flores.
- ¡Ohhhh!
El público miró asombrado a la joven, que no hizo más que salir, levantó el rostro hacia
delante.
- ¡Qué guapa está!
- ¿Habéis visto?¿No es hermosa?
- ¡Quien fuera ella!
La música empezó a sonar y Rin caminó varios pasos, pero luego se paró al darse cuenta de
una cosa. No tenía a nadie que la llevara al altar.
- ¡Kagome! ¡Kagome! ¡Tenemos un problema! - le dijo, alterada, Sango en cuanto se
dio cuenta de que Rin no avanzaba.
- ¿Qué pasa ahora?
- Se nos ha olvidado quién la llevará al altar.
Kagome se tapó la boca.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Es cierto!
Rin dio un paso más, mirando a ambos lados, como si de repente pudiera aparecer su padre
muerto y llevarla hacia su destino.
- Haber… tiene que ser el padre - empezó Kagome - pero ella es huérfana. En ese
caso la lleva un hermano, pero no tiene. Entonces la lleva lo más parecido a un
padre, y ese sería Sesshomaru, que no está. Y lo más parecido a un hermano es
Shippo, que está ya en el altar.
- Deprisa, ya ha salido. Si no aparece ya su acompañante, quedará en ridículo.
Rin llegó lentamente justo donde empezaba el pasillo de la multitud y se paró
definitivamente. Miró de nuevo a ambos lados. Las caras de los invitados la ponían
nerviosa.
- Hay mucha gente - pensaba temblando en su fuero interno - Demasiada gente.
Alguna jovencita empezó a reírse disimuladamente al pensar en el ridículo que estaba
haciendo la pobre Rin. Los ancianos, sin embargo, la miraban apenados y mujeres y
hombres empezaron a murmurar.
Rin tenía las lágrimas a punto de brotar de sus ojos. Se sentía débil e indefensa ante aquella
aldea que se reía o se compadecía de ella. Recordó la aldea de su niñez, donde fueron
asesinados su madre, su padre y sus hermanos mayores. Recordó la gente del pueblo, que la
trataba con lástima y le tiraban comida como si fuera un pobre gato abandonado. Y también
recordó los golpes que le daban los hombres por robar los peces de su río. Levantó la vista
hacia el público y vio lo mismo: gente que no la conocía realmente, que no la comprendía,
que sólo le tenían lástima. Quería que se la tragara la tierra, que se abriera una gran grieta y
la hiciera desaparecer de la vista de todos. Quería correr y perderse en el bosque, en las
profundidades de la noche y no volver nunca.
De repente, una mano tocó el hombro de la chica. Rin se volvió en el acto.
- ¿Inuyasha?
- ¿Creías que iba a abandonarte, pequeña aprendiz? - le rodeó el brazo con una
sonrisa y empezaron a caminar.
La música continuó sonando hasta que llegaron al altar donde novio y sacerdotisa
aguardaban con tranquilidad. Inuyasha cogió la mano de la joven y la colocó en el brazo del
apuesto Kohaku, retirándose después para dejarlos solos.
Rin no había podido fijarse bien en su prometido hasta que estuvo bien delante. Llevaba
una túnica negra, elegante, y el pelo le caía despeinado y natural sobre la frente. Era guapo,
de eso no había duda. Le sonrió con altivez y le destapó el rostro. Lo que el muchacho vio,
lo dejó boquiabierto. Nunca había visto a Rin tan hermosa como esa noche. Sus ojos
castaños brillaban como el caramelo recién fundido y lo miraban, temblorosos, bajo una
fina sombra azul cielo. Sus mejillas estaban sonrosadas y sus labios eran puro carmín y
fresas. Y a rosas olía, como un hada, como una ninfa sacada de un cuento.
Siempre había querido casarse con ella, desde que la vio por primera vez cuando eran
pequeños, desde que la oyó hablarle y preguntarle mil cosas, como hacía siempre. Desde el
primer momento, había querido casarse con ella.
Rin, por su parte, había desviado la mirada hacia otra parte. Kohaku, el traidor que la había
obligado a casarse con él. El que había intentado forzarla a besarlo, el que la había
abandonado ante el rechazo de la joven, el que había escrito esa carta a Kaede, sabiendo
que lo escogerían a él como pretendiente, aún sabiendo que ella no le amaba. El que había
contribuido a que ella y Sesshomaru jamás estuvieran juntos. Miró el cielo, despejado, y
vio los cientos de estrellas que iluminaban la noche. Brillaban intensamente sobre su
cabeza, como si fueran luciérnagas sonriéndole desde alguna parte. Entonces Rin recordó
aquel día en el río, hacía ya tantos años. El día en que le dijo a Sesshomaru que quería la
luna y él se la regaló. A ella, la pequeña humana huérfana, le regaló la luna.
Su pretendiente carraspeó, impaciente. Rin bajó la mirada y se encontró con la suya, severa,
indicándole que se centrara en la boda. La morena asintió levemente.
- Adiós a las alas - se dijo a sí misma - Adiós a la libertad, al ser un pájaro fuera de
una jaula de cristal.
Miraba a Kohaku, pero no podía sentir ni un ápice de amor por él, ni uno solo. Su corazón
chillaba a gritos un nombre, un nombre que no podía ser pronunciado en ese instante, un
nombre que se le quedaría grabado en la mente y en el alma para siempre, el nombre de su
amor verdadero.
- Hermanos, hermanas. Estamos aquí reunidos para unir en santo matrimonio a esta
joven pareja de enamorados. - empezó Kaede, repitiendo el mismo discurso que
hacía tan solo unos minutos había pronunciado para Yuki y Shippo - El voto del
matrimonio es algo sagrado y una vez que dos almas se unen, ya nada puede
separarlas. Así pues, sin más dilación, pronunciad los votos después de mí.
- …ya nada puede separarlas… - se repitió Rin en su cabeza - nada…nada…nada…
- Kohaku, exterminador de demonios, ¿deseas unirte en santo matrimonio a esta
joven para amarla y respetarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad, hasta que la muerte os separe?
Kohaku sonrió con suficiencia.
- Sí, quiero.
- Y tú, Rin, ¿deseas casarte con este joven para amarlo y respetarlo, en la riqueza y
en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
Rin tragó saliva y miró a los ojos del joven. Ojos fríos como el hielo, más fríos que los de
Sesshomaru, más que un glacial helado de piedra blanquecina. Miró a Kaede, expectante,
sonriendo orgullosa de la mujer en la que Rin se había convertido, y miróa todos los
invitados que la observaban con una sonrisa, sin comprender que Rin se estaba muriendo
por dentro."Sin ti, Sesshomaru, soy un cuerpo sin vida, una caja vacía, una música sin
notas, un espejo sin reflejo, una muñeca rota, una chica muerta en vida" Se le aceleró el
pulso y el corazón empezó a latirle, desbocado. ¿Debía decir: Sí, quiero? ¿Debía
destrozarse la vida de esa manera? ¿Acabar así con sus alas? ¿Renunciar a su libertad, a su
felicidad? ¿Engañar a sus sentimientos? ¿Traicionar a su corazón? Sería la mayor mentira
que hubiera dicho jamás. El sí más falso que pudiera haber pronunciado, una condena a
muerte. Pero ¿qué razones tenía para estropear la boda? Si no era con él, sería con otro. Y si
no era hoy, lo sería mañana, pero fuera de la forma que fuese, ella estaría casada antes de
que pasaran veinticuatro horas y no sería con su querido Sesshomaru.
Cerró los ojos un instante y se permitió pensar una última vez en su amado demonio albino.
Una triste y solitaria lágrima resbaló por su mejilla y cayó al suelo. "Adiós, mi querido
Sesshomaru"
- Sí… quiero.
Kohaku respirió aliviado.
- Entonces, por el poder que me ha sido otorgado…
Rin abrió los ojos, llorosa, y levantó la vista hacia el peñasco donde solía sentarse a pensar
cuando estaba sola. Y entonces… ¡lo vio!. Sesshomaru estaba allí, con Jaken y A-Un,
contemplado la boda. Su mirada era seria y tenía los puños apretados. La estaba mirando a
ella, directamente a ella, con una severidad que jamás había visto en sus ojos. Llevaba algo
en la mano, que dejó caer al suelo, y dio media vuelta hasta desaparecer en la noche.
- yo os declaro marido y…
- ¡¡Nooo!! - chilló, empujando a Kohaku a un lado - ¡¡Sesshomaru, espera!!
- Rin, no he terminado el discurso - la riñó Kaede, en voz baja - Vuelve a tu sitio.
- Lo siento - fue lo único que alcanzó a decir, bajándose del altar.
Pero Kohaku fue más rápido y la agarró del brazo, enfadado.
- ¿A dónde crees que vas, princesa?
Rin tiró de su brazo con fuerza hasta liberarse y le plantó cara.
- Nunca seré tuya. Una vida sin Sesshomau no es vida, es muerte.
Los invitados se taparon la boca y comenzaron a murmullar. Algunas señoras se
desmayaron de la sorpresa y alguna joven chilló del asombro.
Rin tiró su ramo al suelo con desprecio, a los pies del novio.
- Esto es tuyo - y se marchó corriendo hacia el bosque, sin mirar atrás, sin pensar en
nadie más que en él, en Sesshomaru, en su demonio…
Capítulo 23: Cacería en el bosque
Rin corría con todas sus fuerzas colina arriba, entre los árboles del frondoso bosque.
Aún oía el murmullo de los invitados de la boda y las voces de Kaede y sus amigos
llamándola desesperadamente. Pero ella ya no prestaba atención. Se negaba a escuchar un
solo lamento, un solo grito, una sola súplica más de que volviera. ¡No! No podía volver
ahora, no quería volver ahora, y menos aún después de lo que había hecho. Había dejado
plantado a Kohaku en el altar, enfurecido. Le había tirado el ramo al suelo, con ira, porque
no podía perdonarlo, porque no soportaba el verlo delante suya con esa sonrisa de
suficiencia dibujada en los labios. No podía verlo más. Y Sesshonaru, su querido
Sesshomaru… lo había visto todo desde allí, desde lo alto del peñasco. Rin no podía ni
imaginarse lo que el albino habría sentido al verla así vestida, con el vestido que él mismo
le había regalado, a punto de casarse con otro joven, con un humano.
Rin levantó las enaguas de su vestido para correr más deprisa. Los pies se le enredaban
en la maleza y los bajos de su traje arrastraban las hojas secas y el polvo del suelo, pero no
le importaba. Debía llegar a la cima del peñasco antes de que el demonio se marchara…
para siempre.
- ¡Ahh!
El largo velo se le enredaba entre los arbustos y las espinas del suelo. La chica tiró con
fuerza para seguir adelante, dejando que éste se desgarrara, sin importarle. El corazón le
latía con fuerza, desesperado. Ya nada importaba más en el mundo. Ni su pasado, ni su
futuro. Para Rin sólo estaba el presente, y éste sería el único que marcara su destino. Ya no
dejaría que los demás decidieran sobre su vida, ya no era la niña pequeña que no sabía
cuidar de sí misma. No era un pájaro enjaulado ni una princesa en una torre. Era ella; Rin,
la chica huérfana, sí, pero también una aprendiz de exterminadora, una tigresa salvaje, una
guerrera. Tenía coraje, determinación, tenía valentía en cada parte de su ser, tenía fuerza en
el corazón. Corría sin detenerse, sin que ningún otro pensamiento le ofuscara su mente.
Todo giraba en torno a su amor, a sus deseos. Quería darlo todo por su futuro, por ese
demonio albino orgulloso y tozudo que tanto la había hecho sufrir. Hubiera dado su vida
por él si fuera necesario. Hubiera vendido su alma al diablo si así pudieran estar juntos.
Pero ahora se le escapaba el destino de entre las manos, los problemas se enredaban como
si una araña maligna estuviera entretejiendo con brusquedad los hilos de su tela. La noche
había caído y con ella se desvanecían sus esperanzas de ser libre. Sesshomaru había
llegado, sí, pero lo había hecho demasiado tarde…
Los murmullos finalmente desaparecieron y la muchacha llegó por fin a lo alto del peñasco,
justo donde el demonio la había visto a punto de casarse con Kohaku. Recordó su mirada
melancólica y a la vez hostil, sus puños cerrados, su fingida indiferencia. Un objeto claro
destacó en el suelo. La morena se acercó a cogerlo. Era un estuche de madera de pino, muy
hermoso con algunos tallados en forma de espirales alargadas. Giró la llave de la cerradura
y… un collar de plata la miraba desde dentro. La cadena era fina y lisa, y en su centro
colgaba una diminuta luna menguante, como la que Sesshomaru llevaba sobre su cabeza.
¿Qué significaría eso? ¿Qué había querido decirle el demonio con ese regalo? ¿Una luna
igual a la suya? ¿Un símbolo de que estarían siempre juntos? ¿Una promesa?
Rin sacó el collar del estuche y se lo llevó al corazón.
- ¡Oh, Sesshomaru! ¿Por qué tenías que ver esto?
Se ató el collar al cuello y se levantó decidida, dispuesta a seguir corriendo.
Entretanto, la boda se había vuelto un completo caos. Todo el mundo cuchicheaba sobre lo
que había pasado esa noche en la ceremonia y el por qué Rin se había marchado tan
repentinamente hacia el bosque. Las más ancianas ayudaban a Kaede y a Sango a recogerlo
todo, mientras los hombres salían a buscarla.
- Miroku - le dijo Sango a su marido - Por favor, encuentra a Rin sana y salva. El
bosque por la noche es muy peligroso y si le pasara algo, yo… - empezó a sollozar.
- Te prometo que la encontraré - le aseguró su marido - Quédate aquí. Si somos
demasiados pondremos nerviosos a los demonios que viven en el bosque y podrían
atacarla.
Sango asintió y vio alejarse a su marido junto con Inuyasha y Kohaku. Kagome también se
unió al grupo.
- Volveremos pronto, no te preocupes.
Sango se acercó a Kaede y los ojos empezaron a temblarle tristemente.
- Sango, ¿qué ocurre? - dijo la anciana, acercándose a abrazarla.
- Creo que lo hemos hecho todo mal, Kaede. Todo esto es culpa nuestra.
Kaede se quedó callada mientras la exterminada permanecía abrazada a su tórax. Cerró los
ojos un instante y se planteó muchas cosas, cosas que debería haber pensado mucho antes
de que esto ocurriera. Recordó las palabras de la morena, el comportamiento hostil que
adoptó la muchacha ante la noticia de su inminente casamiento, la primera vez que huyó al
bosque, las discusiones que mantuvo con ella y, finalmente, la triste lágrima que había
salido de su rostro en el momento de pronunciar el "sí, quiero".
- Creo que tienes razón - dijo la anciana, sin atreverse a mirar a la exterminadora a la
cara - Pero no llores más, Sango. Yo tengo la culpa.
Yuki, Shippo y Megumi se encontraban entre la multitud, preocupados e impotentes, pues
no sabían cómo ayudar a su amiga a superar todo eso, a que la pesadilla acabara.
- Deberíamos ir tras ella - empezó Megumi - Los demás quieren traerla de vuelta
para que no le pase nada, pero nosotros no queremos eso, al menos, yo no - aseguró
la muchacha - Rin necesita hablar con Sesshomaru y arreglar todo este lío. Si no lo
hace ahora, jamás se lo perdonará.
- ¿Y qué podemos hacer? - preguntó la rubia - No hay forma de impedirles que la
encuentren. ¡Son los mejores guerreros de todo Japón!
Shippo les puso una mano a cada una en el hombro.
- Yo iré a buscarla, y me aseguraré de despistarlos. Eso le dará tiempo. Vosotras os
quedáis aquí - y se marchó rápidamente entre los árboles.
Megumi miró a Yuki con suspicacia.
- ¿Era una orden?
- Yo creo que era más bien una sugerencia - Yuki se rió - ¡Démonos prisa!
Y las dos muchachas se perdieron en la espesura del ramaje, corriendo a contrarreloj por la
vida de su amiga, por su destino, por su futuro.
* * *
La muchacha tenía las piernas arañadas y algunas espinas clavadas en los pies. Se había
tropezado y caído tantas veces que ya ni llevaba la cuenta. Se paró un segundo y se arrancó
los bajos de su precioso vestido, que sólo arrastraban y la entorpecían, y se rasgó también
las mangas, que eran tan largas como un vestido de la nobleza. Se miró las manos,
menudas, y se dio cuenta de lo insignificante que era, de lo diminuta que había sido
siempre, una mera humana, una simple niña enamoradiza.
- ¿Por qué hago esto? - se preguntó, cayendo de rodillas junto a un árbol - ¿Qué
sentido tiene la vida si todo lo que hago me sale mal? - las lágrimas caían
abundantes por sus mejillas, sin poder detenerse.
Una mano se le posó en el hombro, tranquilizadora. La muchacha se sobresaltó y soltó un
chillido.
- ¡¡Shhh!! - le indicó Shippo, tapándole la boca con una mano - No vengo a llevarte
de vuelta. Voy a ayudarte.
La joven se dejó abrazar por su amigo, muerta de frío y de pena. El muchacho le acarició el
pelo, como siempre que ella estaba triste, y dejó que la chica se desahogara el tiempo que
fuera necesario.
- ¿Por qué siempre yo?
Shippo no acababa de entenderla.
- ¿Qué quieres decir?
- Mira que fácil ha sido para vosotros - dijo sin mirarlo, acurrucada junto a su pecho
- Os habéis enamorado, le has pedido la mano al padre de Yuki y ya estáis casados.
Y mira yo, la vida que llevo.
- Pero eso no es culpa tuya, Rin. Tú no has hecho nada malo. El destino es diferente
para cada uno, y no se le puede hacer nada.
La morena se apretó con más fuerza al torso del muchacho.
- Ya lo sé - gimió apenada - Ya sé que no es posible combatir con el destino. Lo he
intentado. Me he convertido en una guerrera sólo para estar con él, para no ser
ningún estorbo en sus viajes. He pensado en su vuelta cada noche desde que me
dejó con nueve años en esta aldea. Contaba las estrellas del cielo para dormirme
pensando en su rostro y en las semanas que faltaban para su próxima visita. Vivir el
día a día sin saber si habrá un día en que estemos juntos es un martirio eterno.
- ¡Shhh! Ya está - Shippo intentó calmarla.
- ¡No! ¡No está! Con cuatro años un demonio vino a la aldea en la que yo vivía y
asesinó a mis padres y a mis hermanos delante de mí, una pobre chiquilla. Viví sola
desde entonces, aprendiendo a cuidarme siendo tan pequeña. Los aldeanos me
pegaban si cogía peces de su río, y las mujeres me daban algún pedazo de pan
porque les daba pena. Nadie me acogió, ni me cuidó. Nadie me quiso. Entonces, con
siete años lo conocí a él. Lo recuerdo bien. Su belleza, su pelo albino, su media luna
en la frente y las garras lilas en sus mejillas. Estaba herido, e intentó asustarme, pero
no me dio miedo, y yo no le di pena ni quiso que me apartara de él, como todos los
aldeanos. Y en ese momento supe que algo había cambiado. Una voz me decía que
mi lugar estaba con él. Luego los demonios lobo me asesinaron, pero Sesshomaru
me devolvió la vida y me llevó con él. Pensé que las cosas serían diferentes después
de eso. Pero mira ahora, otra ola de desgracias me abate.
Shippo la abrazó con fuerza.
- Tu vida no ha sido la mejor, querida amiga, pero tú no eres de las que se rinden. Tú
eres fuerte.
- Sí, soy fuerte, ¿pero de qué me sirve si la persona a quien quiero no me ama? ¿Qué
puedo hacer?
De repente, unos arbustos crujieron muy cerca de ellos. Los dos amigos se levantaron.
- ¡Nos han encontrado! - exclamó el muchacho - Rin, corre a por él. No se ha ido
todavía.
- ¿Cómo lo sabes? Llevo todo este rato buscándole y no consigo dar con él.
Shippo se señaló el olfato y le indicó una dirección.
- Sigue por ese sendero y lo encontrarás. No se va porque está herido. Puedo olerlo.
Habrá llegado al río.
- ¿Y tú? - dijo Rin, cogiéndole de las manos.
- Yo los distraeré.
Rin partió enseguida en dirección al río.
- Lucha por lo que quieres, pequeña - dijo el muchacho en un susurro.
Y echó a correr en la dirección opuesta a la chica.
Megumi y Yuki llevaban andando un buen rato, sin ver a ninguno de los demás invitados
que habían salido a por Rin. Habían empezado siguiendo Shippo, pero en cuanto el
demonio zorro había captado el olor de la joven, empezó a correr tan rápido como cualquier
otro demonio de los que existían, veloz como una centella.
- Mira el lado bueno - le dijo Megumi a Yuki - al menos sabes que cuando lo envíes
a comprar al mercado, se dará prisa.
Yuki la miró con seriedad.
- Vale. No es momento para bromas. Lo capto - se retractó Megumi.
La rubia se paró en seco.
- ¿Qué pasa?
- ¡Shh! - le indicó con un dedo en los labios - ¿Has oído eso?
- ¿Oír el que?
Las dos amigas se callaron y se hizo el silencio.
- Yo no oigo nada. Te lo habrás…
- ¡Shhh!
El ruido de unos arbustos las sobresaltó. Algo o alguien se movía entre las sombras. Pasó
veloz por su lado, casi sin distinguirse.
- ¿Qué era eso?
- No sé. Sigámosle.
Empezaron a correr tras la sombra cuando nuevos ruidos se oyeron a sus espaldas. Las
estaban rodeando. De repente…
- ¿Megumi? ¿Yuki? ¿Pero qué hacéis vosotras aquí?
Era la voz de Miroku, que corría tras Inuyasha.
- ¿¡No dijimos que no se acercara nadie al bosque!? Además, para los jóvenes está
prohibido.
- Lo sentimos - se disculparon ambas - Es que, Rin…
El monje las miró apesadumbrado y lanzó un suspiro.
- Os comprendo - afirmó - Está bien, venid conmigo y no os separéis.
- Pero había una sombra… - empezó Yuki - iba por delante de nosotras.
- Era Inuyasha - sentenció Miroku - Estad tranquilas. Conmigo estaréis seguras - y
siguieron corriendo.
Las dos chicas se miraron un instante. Ese no era en absoluto el plan. Se suponía que
debían despistarlos, no acompañarlos. Debían separarse de Miroku de alguna forma para
poder confundirle a él y a los demás. Tal vez Shippo e Inuyasha, con su gran olfato, no
pudieran ser engañados. Pero Miroku y Kohaku sí. Era lo único que podían hacer ellas dos.
Hacer ruido y dejar rastros para alejarlos del paradero de Rin. La única forma.
Megumi hizo una señal a Yuki y, en un descuido, se alejó de los otros dos, que corrían
como alma que lleva el diablo en pos de la chica. Yuki le sonrió. Ella entretendría a
Miroku… desde la distancia.
Capítulo 24: Lucha por lo que quieres
Rin llevaba corriendo mucho rato. En algunas ocasiones le había parecido oír voces a lo
lejos, pero no se había detenido. Corría y corría porque en eso le iba la vida. No
literalmente, por supuesto, pero si no hablaba con Sesshomaru, si no le veía una última vez
antes de que él se marchara para siempre, no podría seguir viviendo. Su existencia se habría
convertido en una vida vacía y banal. ¿Podría amar a otro hombre? ¿Podría seguir adelante
como si nada de esto hubiera pasado? No. Lo había intentado. Varias veces. Pero su
corazón ya había escogido por ella y, como dice el dicho: "Cuando habla el corazón es de
mala educación que la razón lo contradiga". Así pues, ¿cómo iba a forzarse a vivir con
otro hombre, a forzarse a casarse con él, a amarlo, si no podía amar a nadie más que a él?
¿Es que Kohaku no entendía que no podía quererlo, que jamás sería suya?
Por fin, llegó al final del sendero, que daba a un pequeño claro cercano a la orilla del río. A-
Un estaba sentado bajo un árbol, echando una cabezada. En cuando oyó la presencia de la
joven, levantó ambas cabezas y se acercó a ella en actitud cariñosa.
- ¡Shh! - le dijo la chica al caballo volador de dos cabezas mientras lo acariciaba -
¿Dónde están Sesshomaru y Jaken?
El animal señaló con una de las cabezas hacia el río, y la otra señaló el mismo árbol donde
había estado tumbado hasta hacía tan solo un instante. Ahí estaba el pequeño Jaken.
- Intentad no despertarlo - suplicó la muchacha en voz baja - Yo iré a ver a
Sesshomaru.
Y se acercó a las aguas, caminando despacio por la orilla, a lo largo del río.
Megumi se había separado de Miroku y Yuki hacía varios minutos, cosa que el monje había
notado enseguida. La chica empezó a correr cerca de ellos intentando romper ramas con los
pies y moviendo arbustos. De esta forma, en varias ocasiones el monje y la joven habían
creído que Rin se encontraba próxima a ellos y habían cambiado el rumbo hacia el sonido.
Por suerte, Megumi siempre conseguía huir antes de que el hombre descubriera quién era la
verdadera causante de todo ese alboroto. Por su parte, Yuki también estaba haciendo de las
suyas para colaborar. De tanto en cuanto, aunque no hubiera oído nada, se paraba y decía:
- Monje Miroku. ¿Ha oído usted eso?
- Yo no he oído nada.
- Sí, sí. Escuche bien. Parece que hubiera alguien cerca.
El monje escudriñó la oscuridad.
- Tampoco se ve a nadie. Tal vez te lo has imaginado.
Pero entonces Megumi volvía a hacer ruido y Miroku no tenía más remedio que creerla.
- Debe ser Rin. ¡Vamos!
Y así una y otra vez.
Entretanto, en alguna otra parte del bosque, Shippo se afanaba en despistar a Inuyasha.
Como el demonio zorro había tenido abrazada a Rin durante un rato, el olor de la joven se
había quedado impregnado en su ropa, así que bien le servía para confundir el olfato de
Inuyasha, que interpretaba que Shippo y Rin debían estar juntos. Y así ambos también se
desviaban del cauce del río, dándole una oportunidad a la joven, sólo quedaba…
Kohaku saltaba de rama en rama por los árboles. Llevaba su traje de exterminador y sus
armas. En ese bosque se escondían grandes peligros y todo tipo de criaturas monstruosas,
sin embargo, habiendo tantos humanos por la zona, probablemente no se darían tanta prisa
en salir. Al menos, eso era lo que él esperaba.
Su olfato no era bueno, pero sí su agilidad, su ligereza y su identificación de rastros. No
hacía más que oír ruidos y encontrar arbustos con hojas rotas.
A diferencia del resto, Kohaku sabía que Rin se encontraría donde estuviera Sesshomaru.
Así que, si quería encontrarla, debía encontrarlo a él primero, y no sería un encuentro
agradable. El humano y el demonio ya se conocían, pues el mismo Kohaku le había
acompañado un corto tiempo en sus viajes, antes de curarse por fin y poder vivir sin
necesitar del fragmento de Shikon que había llevado tiempo atrás incrustado en la espalda.
Pero ahora las cosas eran muy diferentes. Kohaku no iba para pedirle si podía volver a ser
su compañero de viaje, iba a exigirle que no volviera a la aldea, para que su esposa no
volviera a pensar en él. Esposa, sí. Esa era la palabra que querría poder decir, pero aún no
podía. No, porque Rin había interrumpido la ceremonia antes de que Kaede los uniera
realmente en matrimonio. Así que, técnicamente, aún estaban ambos solteros. Pero eso no
duraría mucho tiempo, no si Kohaku podía impedirlo.
De repente, un ruido lo sobresaltó y vio moverse unos arbustos. Bajó de la rama y se acercó
al lugar.
- ¿Megumi? - dijo el chico sorprendido - ¿Qué estás haciendo?
- ¡Ahh! - chilló ella sobresaltada.
La chica retrocedió unos pasos y, ante la asombrada mirada del exterminador, empezó a
correr entre los árboles. Unos segundos después, llegaron Miroku y Yuki.
- ¡Ah, eras tú! - exclamó el monje, casi sin aliento - Eres muy ruidoso. Llevamos
mucho rato persiguiéndote, pensando que eras Rin.
- ¿Ruidoso? ¿Yo? - Kohaku se quedó pensativo un instante. Observó a Yuki, que
evitaba su mirada y luego volvió a mirar los arbustos que Megumi había agitado -
Creo que ya entiendo lo que pasa. Seguid sin mí, y si oís un ruido, no os preocupéis.
No será Rin - aseguró y se fue en la misma dirección por la que Megumi se había
marchado.
No tardó mucho en alcanzarla.
- Tú, ¿pero qué te crees que haces? - dijo cogiéndola por la parte de atrás del vestido
- ¿Pretendías engañarnos?
- ¡Suéltame! - se revolvió ella, intentando zafarse del agarre del muchacho.
Kohaku la soltó.
- ¡Pero qué genio!
- Así es. ¿Algún problema con eso?
El muchacho la miró totalmente sorprendido.
- Por mí no. Pero no nos causes más problemas.
- ¡Más que voy a causarte! ¡Es lo que te mereces!
Megumi ya no era tierna ni comprensiva, ni sonreía como una niña pequeña. Ahora se
había vuelto dura y rebelde y estaba dando a conocer todo su mal genio. Lo hacía por Rin,
por su amiga, que por culpa de ese muchacho había pasado muy malos días. Estaba
enfadada. Enfadada con él. Por ser como era. Por haber herido a su amiga sólo para
satisfacer sus sentimientos amorosos.
Kohaku se cruzó de brazos, realmente interesado en las palabras de la chica.
- ¿Y por qué se supone que merezco tener tantos problemas?
- ¡¿Es que no es obvio?! Rin te rechazó y tú, en lugar de pasar página, convences a
Kaede para que la case contigo. La has forzado indirectamente. ¡Eso es horrible,
Kohaku! - cada vez levantaba más el tono de voz - Si Rin no te quiere, ¡supéralo!
Pero no puedes obligar a la gente a hacer algo que no quiere. ¿Te queda claro,
"exterminador"? - dijo la chica con sorna.
Kohaku se la quedó mirando, severo. Megumi se esperaba que el joven empezara a gritarle
igual que había hecho ella y le dijera que no tenía derecho a meterse en sus asuntos, pero no
lo hizo. Se limitó a mirarla con sorpresa, casi con admiración. Y una media sonrisa surgió
en su cara.
- ¿De qué te ríes? - espetó ella, molesta.
- Tienes agallas - la alagó él - Y mucho genio.
La chica también se cruzó de brazos.
- ¿Y qué tienes que decir respecto a lo que te he dicho? ¿No te avergüenzas de lo que
has hecho?
El joven no contestó. Se limitó a mirar la oscuridad que los rodeaba y pensó en las palabras
de la chica, en Rin, su adorada Rin. Encantadora pero salvaje. Hermosa pero enjaulada, y
ahora quería correr libre por el bosque y vivir su propia vida, y eso implicaba lejos de él.
Volvió a mirar a la chica, pero ahora más serio.
- Te llamas Megumi, ¿verdad?
La chica asintió.
- Pues bien, Megumi, no deberías meterte en lo que no entiendes - y se dispuso a
saltar a la primera rama que viera. Pero Megumi le agarró de la manga.
- ¡No te atrevas a seguir a Rin!
- ¿Tanto te importa? El destino ya está escrito. Lo que tenga que pasar, pasará.
Intervengas tú o no intervengas.
- ¡Eso no es cierto! - Megumi seguía sin soltarlo - Nada está escrito en esta vida.
Podemos cambiar nuestro destino. Es posible luchar por lo que uno quiere, y
conseguirlo.
- En ese caso, si me sueltas, podré ir a luchar por lo que yo quiero.
Intentó seguir, pero ahora Megumi se abrazó fuertemente a todo su brazo.
- No dejaré que te vayas - le espetó - Puestos a hacer realidad lo que uno quiere, yo
no quiero que la encuentres.
Kohaku suspiró y soltó el brazo que ya tenía enganchado al árbol.
- Esto no puede seguir así, Megumi. Me estás cansando.
- Mejor - sonrió - Era lo que quería - y le sacó la lengua.
* * *
Varios metros más allá de donde dormían Jaken y A-Un, se encontraba el señor
Sesshomaru. Había dejado su parte de arriba del escudo y sus espadas junto a la orilla del
río, perfectamente a mano por si aparecía algún peligro, y se había sumergido tan sólo con
los pantalones en el agua cristalina. Su torso estaba desnudo y el agua purificaba la herida
del costado, de la que le brotaba humo ponzoñoso. Tenía los brazos extendidos, a ambos
lados de la orilla, y estaba apoyado así, intentando relajarse y curarse lo más pronto posible.
Quería irse de allí, de ese lugar, de ese bosque, de esa aldea de mala muerte que nunca le
había gustado. La única razón por la que había vuelto, una y otra vez, era para ver a Rin
crecer, para que ella supiera que no la había abandonado, que aunque tuviera sus propios
asuntos que atender, de tanto en tanto pensaba en ella.
Así había sido desde que la dejó. Iba a visitarla, normalmente con algún regalo para ella,
pues se le hacía extraño venir a ver a alguien de vacío. Prefería llevar alguna cosa, como si
fuera un encargo, en lugar de que se hiciera obvio que venía a visitar a una humana. Sí, una
humana. ¡Quién lo hubiera dicho! Su propia madre se lo dijo una vez: "Parece que has
heredado el mismo cariño por los humanos que tu padre. Jamás lo entenderé" No era
exactamente cierto que Sesshomaru apreciara a los humanos. De hecho, casi no podía
soportar a ninguno, pero ese "casi" era Rin, la niña que conoció con siete años y le trajo
comida humana cuando él estaba herido. La niña que no se asustó de él, que lo visitó cada
día. Nunca nadie había hecho nada así por él, ni siquiera su propio hermanastro. Esa
pequeña humana, desde siempre, le había parecido algo sobrenatural, fascinante. Y lo que
en un principio había sido como un juego, cuidar a un humano para ver qué ocurría, cómo
eran, se había convertido en algo mucho más importante, más fuerte, más intenso. Había
aprendido a quererla como a una hermana pequeña, como a una hija. La quería a su manera
hostil y silenciosa, pero la quería. Desde un principio había sabido que esa relación no
duraría para siempre. Él era un demonio y Rin…ella era mortal. Los demonios no viven
eternamente, por supuesto, pero pueden llegar a vivir varios miles de años. Por su parte, el
joven y apuesto Sesshomaru, que ya tenía más de cien, aparentaba el aspecto de un joven de
veintiún años. Y todavía tardaría una década más en aparentar los veintidós. Sin embargo
Rin, en esos mismos años en los que él apenas envejecía, ella había llegado a la edad de
dieciocho, y con eso, se había convertido en toda una mujer.
Sesshomaru nunca pensó que la vería de esta forma. Para él siempre había sido "la pequeña
Rin, la humana que lo acompañaba". Pero ahora no tenía nada de pequeña. Era hermosa,
todavía más de lo que había sido en su niñez, y había madurado, conservando una pizca de
su carácter curioso y hablador, pero mezclado con la sensatez y el valor que había
descubierto que poseía. Cuando la miraba, la veía ahora distinta y una extraña sensación le
invadía el estómago y el pecho. No había acertado en averiguar lo que era y tampoco sabía
cómo evitarlo. Pero al verla allí, en medio de toda esa multitud, con su precioso kimono
blanco y su velo transparente. Al verla allí, con su ramo rojo de novia y sus ojos caramelo
mirando las estrellas, a punto de casarse con… Kohaku… ¡No! No pudo evitar enfurecerse.
O tal vez entristecerse. Aún no tenía claro cómo se había sentido en ese instante. Sólo sabía
que, cuando los vio, fue como si algo se rompiera dentro de él, y en ese instante se dio
cuenta de que la idea de llevarla a la aldea para que se integrara con otros humanos,
realmente había funcionado.
Rin lo vio nada más girar una curva que trazaba el río. Estaba de espaldas, en un lugar
apartado, escondido por el ramaje. Aún así, la luz de la luna se filtraba entre las hojas y
bañaba el cuerpo del demonio, semidesnudo en el agua. Su armadura, su nube y sus espadas
estaban detrás suyo, en la tierra, y él se encontraba sumergido hasta medio torso. La luz
hacía brillar su piel pálida y sus cabellos albinos. Las gotas de su torso caían lentamente
hasta volverse a meter en el agua. De un costado salía agua violácea y algunas burbujas
humeantes del mismo color. Estaba herido.
De repente, una suave brisa le meció los cabellos a la chica y recorrió el río. Sesshomaru
aspiró el aire y la reconoció de inmediato.
- ¿Qué quieres? - dijo sin volverse.
Rin se sobresaltó. El demonio estaba de espaldas y aún así la había reconocido. Se acercó a
él con pasos vacilantes y se arrodilló junto a la orilla, pero sin acercarse demasiado a él.
- Quería verte - dijo ella en un susurro.
Capítulo 25: ¿No lo entiendes? ¡Te quiero!
Rin miraba el agua cristalina, contemplando su reflejo. Aún llevaba la diadema que Kaede
le había dado para su boda con Kohaku, su velo estaba roto y raído y su vestido… el
precioso vestido que Sesshomaru le había regalado tenía los bajos y las mangas hechas
trizas de su corrida por el bosque. Pero eso no quitaba que estuviera igual de hermosa, tanto
como siempre, o bien mirado, más que nunca.
A través del agua también pudo ver el reflejo de Sesshomaru, que permanecía a su lado,
con el torso desnudo y herido. Tenía los ojos cerrados y respiraba con serenidad. Si no
fuera porque le había hablado, casi parecía que estuviera dormido. Pero no lo estaba.
Escuchaba cada una de los movimientos de la chica; sus pasos, su respiración…
Rin metió una mano en el agua, que estaba muy fría, y la sacó enseguida, con los dedos
congelados.
- Vas a resfriarte - le dijo intentando empezar una conversación - y además, estás
herido.
El demonio seguía sin abrir los ojos.
- Me estoy curando - aseguró - Sólo necesito un par de horas más y estaré bien de
nuevo.
Rin estaba seria. Él no quería mirarla, eso estaba claro, y ella se sentía terriblemente mal,
porque sabía que era la causante de ese enfado y la frialdad de las palabras de él esa noche.
- Te lo has puesto.
Rin se miró el vestido y se avergonzó de llevarlo puesto, precisamente ese, pero cuando
volvió a mirar el agua, vio que el demonio tenía por fin los ojos abiertos y, a través de su
reflejo, supo que lo que miraba no era su vestido, era el collar de plata con la luna que había
encontrado dentro del estuche de madera. Instintivamente, Rin tocó la luna.
- Sí. Lo encontré donde lo dejaste caer. Pero si quieres que te lo devuelva, lo
comprendo.
Sesshomaru miró hacia otro lado.
- Puedes quedártelo. Yo no lo quiero.
Ambos se quedaron en un incómodo silencio.
- ¿Era… por mi cumpleaños? - quiso saber ella.
- Pensé que te gustaría.
- ¿Y qué significa la luna?
- Es un astro - dijo el demonio en tono neutro.
Rin se cruzó de brazos.
- Eso ya lo sé. Quería decir que…
- Sé lo que querías decir - la cortó él con tono hostil y se señaló la luna violácea de
su frente de marfil.
A través del reflejo del agua, Rin vio su mirada amarilla y la silueta de su hermosa luna.
- Una vez me pediste la luna, ¿recuerdas?
"¡Cómo olvidarlo!" - pensó Rin - Jamás olvidaré ese día - pero se limitó a asentir.
- Pues ahí la tienes. Ahora puedes llevártela.
La muchacha no estaba segura de si eso había sido una indirecta para que se marchara.
Contempló su reflejo, otra vez con los ojos cerrados, y vio burbujear de nuevo la ponzoña
de su costado. Se levantó, algo airada, y se adentró unos metros en dirección contraria de
por donde había venido. Unos instantes después regresó al río con algunas plantas en la
mano.
- Son hierbas medicinales - dijo arrodillándose junto a él - Kaede me dijo que
absorben el veneno y lo eliminan del cuerpo.
El demonio abrió los ojos y por fin la miró directamente a la cara.
- No necesito tu ayuda - le espetó, pero el tono no le había salido tan hostil ni frío
como él había pretendido. Se apartó un poco, para que ella no lo tocara, pero Rin,
cabezona como siempre, metió los pies en el agua y se acercó a él por el río.
- No pienso irme - le dijo con dureza la chica - al menos, hasta asegurarme de que
estás bien. Luego, si es lo que quieres, volveré a la aldea.
El demonio se quedó quieto, notando las calientes manos de la joven posarse en su herida
mientras le colocaba las hojas. Luego Rin rompió otro jirón de su propio vestido y se
dispuso a vendarle el torso al albino. Él no dijo nada en ningún momento. Le veía las
manos trabajar con cuidado para no hacerle daño, mientras su pelo se agitaba con el viento
y llevaba hasta él el olor de la joven, ese olor dulzón y afresado que siempre la
acompañaba. Cada vez que Rin le envolvía la cintura con una vuelta de la tela, el demonio
sentía sus dedos cálidos acariciándole la piel y sentía un suave hormigueo por todo su
cuerpo, como si una corriente electrizante le atravesara la piel para fundirse en su pecho.
Cuando Rin terminó de atarle al vendaje, levantó ligeramente el rostro y se descubrió a sí
misma contemplando el pecho el joven, lleno de gotas de agua, que se deslizaban
suavemente hacia abajo. Rin jamás lo había visto sin camisa, nunca en su vida. Él siempre
había sido muy cuidadoso con su vestimenta y, aparte de Jaken, nadie le había visto el
cuerpo a no ser que estuviera herido. Pero esa vez era diferente, pues lo que le veía no era
un trozo de herida, sino toda la parte superior, de cintura para arriba. Su respiración se
entrecortó, teniéndolo tan cerca y admirando ese cuerpo fuerte y tonificado, mucho más
hermoso de lo que ella hubiera llegado a imaginar. Levantó la vista y se encontró con los
ojos amarillos del joven, que la escrutaban curiosos.
Al verse descubierta, Rin se ruborizó y se apartó del demonio, temblando de frío.
Sesshomaru no tardó mucho en salir del agua, cogió su camisa y se la puso sin atársela. La
armadura, sin embargo, seguía reluciente en el suelo, junto a las espadas.
Rin notó que algo suave le caía sobre los hombros. Era la nube del demonio de la luna.
- No te resfríes. Tu marido te estará buscando.
La morena recordó entonces por qué estaba allí, en medio del bosque, con ese demonio.
Los acontecimientos de las últimas horas se agolparon de repente contra su mente y empezó
a desesperarse de nuevo.
- ¿Ya te vas? - dijo, siguiendo al demonio con la mirada, llena de angustia.
- Aquí no queda nada que tenga que ver conmigo - afirmó rotundo - No volveré.
Rin ahogó un grito en su garganta. Quería chillar, suplicar, gritarle que no se fuera, que no
había comprendido nada de lo que había visto desde el peñasco, que estaba equivocado, que
le tocara el corazón y sabría la verdad, que se parara a mirarla y decirle a la cara que de
verdad quería marcharse, pero no pudo. No pudo porque las palabras se negaban a salir de
sus labios, porque el sonido se había escondido en lo profundo de su garganta y la tenía
presa de un mutismo horripilante.
El demonio empezó a caminar, pero entonces la joven se abalanzó hacia el albino y se le
abrazó a la cintura por la espalda. Sesshomaru se paró en seco, confundido.
- Lo siento - dijo ella tan flojito que apenas se había oído - Lo siento mucho - siguió
susurrando, apretada fuertemente a su espalda. Le estaba haciendo daño en la
herida, pero ella no se daba cuenta, y él no se quejaba. Tan sólo permanecía quieto,
sin saber cómo reaccionar ante una situación así. No quería hacerle daño, pero
tampoco quería ya nada de ella.
- Rin. Debes irte - dijo en tono severo - Tu lugar está en la aldea, con otros humanos.
Los demonios no son buena compañía para ti.
Rin se separó de él bruscamente y se colocó delante suya, sin entender nada de lo que el
demonio le estaba diciendo.
- Pero ¿de qué hablas? ¡Eso no es cierto! He vivido contigo desde los siete años
hasta los nueve. Hablo con Shippo, con Jaken, con Inuyasha, con A-Un, con Kirara.
Todos ellos son demonios. Tú lo sabes.
- Las cosas cambian, Rin - dijo seco, mirando la nada - No sabes cuánto.
- No lo entiendo, Sesshomaru. ¡Te prometo que no lo entiendo! Si es por lo que ha
pasado esta noche te aseguro que yo no…
- ¡No es por lo de esta noche, Rin! ¡¡Ha sido así siempre!!
El demonio estaba muy serio y enfadado. Había gritado a Rin y ésta lo contemplaba
temerosa, sin atreverse a moverse. Por fin se mostraba con ella como se había mostrado
siempre con todo el mundo: agresivo y fiero. Las cosas estaban cambiando en cuestión de
segundos y los sentimientos que hubieran estado ocultando estaban saliendo a la luz de
diferente modo del que habían pensado.
- Es la primera vez que me gritas - dijo ella, encarándosele - Supongo que llevaba
tiempo esperándolo. No podía durar siempre.
Él la miró severo, sin saber qué responder exactamente, ni qué había querido decir la chica
con su afirmación.
- Sesshomaru, antes de que te precipites, te diré que Kohaku y yo no nos hemos
casado.
Sesshomaru volteó el rostro, sorprendido. Pero luego se dio la vuelta para no mirarla,
fingiendo indiferencia.
- No lo he preguntado - dijo secamente.
- Lo sé, pero quería que lo supieras. Y también quiero que sepas por qué.
- No es necesario que me expliques nada. Puedes hacer con tu vida lo que quieras, a
fin de cuentas, es tu vida - y empezó a caminar hacia donde Jaken dormía.
Pero Rin no consintió que se fuera. No ahora. No ahora que lo había encontrado y tenía
tanto que decirle. Dio un paso hacia delante y agarró la manga de su camisa con fuerza,
obligándolo a detenerse.
- ¡Quiero que me escuches!- le gritó.
El demonio estaba muy sorprendido. A él nadie le gritaba. Rin no le había gritado nunca.
Nunca se le había enfrentado, ni revelado. Siempre había sido una pequeña y alegre
chiquilla de cabellos oscuros y mirada cálida. Pero ahora no era esa chica a quien veía. Veía
a una Rin completamente diferente. Una Rin fuerte y decidida, segura de sí misma. Pudo
haberla dejado ahí, pudo haber sido agresivo, pudo haberla golpeado o haberle dicho a la
cara cualquier cosa para destrozar de una vez por todas su corazón, pero no lo hizo. La
escuchó. La escuchó porque ella se lo pedía. Porque esa persona era alguien diferente que
le infundía respeto. No más que el suyo propio, pero sí un gran aprecio. Por eso quería
escucharla y acabar con esto de una vez. Porque se lo debía, por haberle salvado la vida, ya
que, aunque había sido él el que la había salvado en diversas ocasiones, en realidad había
sido ella quien, con su alegre presencia, había dado color a la triste y solitaria existencia del
demonio.
- Quiero que escuches todo lo que voy a decirte y, si después de eso no quieres saber
nunca nada más de mí, lo aceptaré. Pero no pienso dejarte ir sin que oigas todo lo
que tengo que decirte. ¿Entiendes?
Él no contestó. Se giró para verle la cara y se sostuvieron la mirada intensamente, con
fuerza. Entonces ella empezó su discurso.
- Sesshomaru, me encontraste cuando tenía siete años y desde entonces me has
cuidado y me has enseñado muchas cosas. Habrá quien diga que no eres cariñoso, ni
cálido y, de hecho, no lo eres, pero eso nunca me ha impedido quererte. Siempre has
sido como un hermano mayor para mí, como el padre que nunca tuve. Y sí, es cierto
que al acompañarte he puesto mi vida en peligro en innumerables ocasiones e
incluso he perdido la vida en varias de ellas. Lo sé. ¡Todo eso lo sé! Y también
comprendo perfectamente que no quieras llevarme contigo y Jaken, porque soy un
estorbo. ¡¿Crees que no lo sé?!
Los ojos de Sesshomaru ya no eran hostiles. La miraba con un semblante serio, incluso
frustrado, porque ahora veía que le había hecho más daño del que él se había llegado a
imaginar.
- Pero también he intentado esforzarme para arreglar eso. He estado entrenando día y
noche para aprender a disparar un arco, a manejar un boomerang, una espada, pero
no se me da bien ninguno. Sin embargo, yo lo he intentado. Ahora soy más ágil,
más rápida y veloz, más sigilosa, más fuerte. ¡Lo hice para poder acompañarte!
¡Para que no tuvieras que cuidar de mí! ¿Comprendes? ¡Lo hice para poder estar
contigo!
Sesshomaru abrió la boca para responder, pero la muchacha se lo impidió.
- No, aún no - dijo, colocando una mano en el pecho del joven - Sé lo que vas a
decirme. Soy una humana, y por ello siempre seré mucho más débil que cualquier
demonio tan fuerte como tú. Pero te diré algo, Sesshomaru. Si no me quieres llevar
contigo, no me lleves. ¡Si no quieres saber nada más de mí, si no quieres volver a
verme nunca, no lo hagas! ¡Abandóname aquí con los humanos! Pero que sepas que
si yo te seguía no era porque me sintiera más segura contigo, ¡te seguía porque estoy
enamorada de ti desde el primer momento en que te vi! ¡Y si muriera por haberte
acompañado en una misión peligrosa, no me importaría! ¡Porque antes de quedarme
aquí como un triste pájaro enjaulado, añorando la libertad, preferiría morir una y mil
veces si así pudiera haber pasado un solo segundo más a tu lado! Uno solo…
Rin estaba muy cerca de su rostro, a varios centímetros de su cara. Se sostenían la mirada,
frustrada y dolorosa. El silencio invadía el ambiente. Rin le había dicho todo lo que tenía
que decirle y le había plantado cara como nunca nadie lo había hecho. Y ahora estaba frente
a él, cara a cara, mirándose a los ojos con dolor.
- Y si después de esto vas a decirme que me aleje de ti para siempre, yo…
Pero Rin no pudo acabar la frase. Unos labios se posaron sobre los suyos impidiéndole
pronunciar una sola palabra más. Unos labios finos y suculentos, tan fríos como el
témpano, pero al fin y al cabo, de una calidez mucho mayor de la que ella nunca hubiera
podido llegar a imaginar.
Capítulo 26: Demasiado tarde
Kohaku había tenido que arrastrar a Megumi por todo el bosque, ya que ésta se había
negado a soltarlo del brazo y a dejarle ir en busca de la joven Rin. Así pues, al final, él no
había podido hacer otra cosa que intentar despistarla para que le soltase, pero no había dado
resultado.
- ¿No te cansas de molestarme? - preguntó el muchacho, agotado - Sería más fácil si
fueras un demonio. Te atacaría y se acabó.
- Lástima, pero no lo soy - dijo ella, empezando a divertirse.
- ¿Seguro? Muchos demonios son muy feos.
Megumi le dio un fuerte pellizco.
- ¡Ay!
- ¿Insinúas que soy fea? - dijo ella, ofendida - Pues no hablemos de ti.
- Oye, que era broma - se rió - Te enfadas enseguida. Eres como una cría.
Megumi infló sus mofletes, cada vez más ofendida.
- Me siento ligeramente insultada - le dijo.
Kohaku volvió a reírse.
- Es que es muy divertido.
La chica le sacó la lengua. Pero entonces, despistada como iba, tropezó con una piedra y
cayó de bruces contra el suelo. El chico volvió a reír silenciosamente, contemplando la
patosidad de la joven.
- ¡No tiene gracia! - dijo ella, ya muy enfadada - Me he hecho daño.
- Tendrías que ver la cara que has puesto.
Entonces Megumi se dio cuenta de que había liberado el brazo de Kohaku y que éste podía
irse corriendo en cualquier momento. Pero, ante la mirada asombrada de la muchacha, le
tendió la mano amablemente y la ayudó a levantarse.
- Gracias - dijo ella, sacudiéndose el polvo de su vestido - ¿No vas a marcharte?
- En contra de todo lo que piensas de mí, te diré que yo no dejaría abandonada a una
chica en mitad de la noche en el centro de un bosque donde habitan demonios - le
sonrió.
Megumi le devolvió una media sonrisa.
- Gracias, supongo.
El exterminador le tendió el brazo.
- Bueno, creo que ya es hora de que encontremos a Rin y nos vayamos todos a
dormir por esta noche.
- ¡Oh, no! ¡Eso sí que no!
Pero el muchacho ignoró sus palabras, la cogió en volandas y se la colocó en la espalda.
- ¿Eh? ¿Qué haces?
- Iremos más rápido por las ramas. Tú sólo agárrate fuerte. Y, por una vez, confía en
mí - y saltó con facilidad al primer árbol que estaba junto a ellos.
* * *
Sesshomaru y Rin se encontraban fundidos en un tierno beso. Los labios del joven, suaves
y finos, se amoldaban lentamente a los carnosos labios afresados de la chica. Sus
respiraciones se entrecortaron, empezó a faltarles el aire, pero no quisieron parar. Un deseo
irrefrenable corría por las venas de Rin, y un extraño instinto de avance movía al chico a
seguir besando a su pequeña, como si más que un deseo, fuera una necesidad, algo que
debía hacer para seguir viviendo.
Finalmente se separaron.
Al apartar los labios el uno del otro, lo primero que vio Rin fue su musculoso torso, que
estaba frente a ella, a la altura de su cara. Por él, corrían diversos mechones de pelo blanco,
más albinos que la misma luna que los miraba desde lo alto del firmamento. Luego,
temblorosa y a la vez emocionada, levantó lentamente el rostro hasta encontrarse con la
mirada de él, con sus ojos felinos. Él la estaba observando también, sin saber qué decir, sin
saber qué hacer. Él nunca había besado a nadie, nunca había sentido nada verdadero por
nadie, si siquiera lástima. Y ahí estaba, frente a una persona hermosa que le hacía palpitar
el corazón como si fuera un pájaro recién nacido a punto de alzar el vuelo. Así le aleteaba
el corazón en el pecho, pero no dijo nada. No sonrió, no se rió, no comentó lo extraño y a la
vez feliz que se sentía en ese momento. Se limitó a observar a Rin, con su mirada
impertérrita, tan sereno y calmado como siempre, tan altivo y majestuoso como el príncipe
que parecía. Pero algo se escapaba a su control esa vez; se había ruborizado.
Rin enseguida notó ese detalle. Era apenas perceptible, pero lo notó. Le pareció tierno y a
la vez adorable aquel sutil color rojo que adornaba sus mejillas y permanecía allí, como si
el propio cuerpo del muchacho quisiera mandarle a ella una señal e indicarle aquello que el
joven no se atrevía a decirle.
Por su parte, Rin también sabía que sus mejillas debían de estar igualmente coloradas. Las
notaba ardiendo y el corazón tan agitado que pensó que en algún momento iba a estallarle
en el pecho, como si fueran fuegos artificiales.
Él la miró. Ella lo miró de nuevo. Y antes de que pudieran pronunciar una palabra siquiera,
sus corazones ya los habían empujado y sus bocas habían entrado de nuevo en contacto,
pero esta vez fue distinto.
La primera vez que se habían atrevido a besarse, no había sido más que un roce, una
pequeña y electrizante caricia que les envolvía el cuerpo como si de cálida luz se tratase.
Pero esta vez no. Lo que antes había sido un beso con miedo, inseguridad, ahora había
cambiado a pasión y deseo. Sesshomaru estaba descubriendo que lo que sentía por esa
humana, tal y como hacía poco había empezado a sospechar, era amor.
- ¡Qué sentimiento más extraño! - pensó mientras la besaba - Es como si toda mi
vida hubiera cambiado de repente, como si ahora fuera una persona diferente y por
mis venas corriera fuego en lugar de nieve. Y ella… Rin es lo mejor que me ha
pasado en la vida.
Por su parte, Rin no podía estar más enamorada. ¿Son de verdad las personas capaces de
contener tanto deseo, tanta necesidad, tanto amor a la vez en su pecho? Parecía que no. Las
venas de la sien le palpitaban en la cabeza, como si le taladraran la mente a punto de
reventarla. Sin que ella lo pretendiera, alzó las manos arriba y enlazó sus brazos en el cuello
del demonio, sin que él la rechazara. Metió una mano en su cabello y, mientras lo
acariciaba suavemente como si de seda se tratase, notó que él, como por instinto, también
respondía a sus caricias y le había colocado una mano en la cintura. El cuerpo de ella se
estremeció ligeramente ante el contacto de su piel fría. Notó su mano presionándole la
cadera y las uñas clavándosele ligeramente en la espalda.
- Es muy fuerte - pensó ella - Y muy apasionado.
Nada de lo que sucedía a su alrededor importaba. El beso, interminable, estaba firmando un
pacto de amor entre ellos. Un mundo nuevo se abría paso en sus vidas, un mundo de
pasión, de amor, de sentimientos, de lujuria.
Sesshomaru, enamorado y descontrolado al mismo tiempo, olvidó su parte más humana y el
animal demoníaco que llevaba dentro empezó a cobrar vida. Sin que ninguno de los dos lo
notase, los ojos le cambiaron al color rojo característico de su transformación y las uñas
empezaron a alargarse ligeramente. El "Sesshomaru humano" empezaba a enterrarse en su
ser, dejando paso al lobo blanco de su interior, al lado de las pasiones, de los sentimientos.
Pero él no lo sabía. La emoción y tensión del momento se mezclaban a la vez dentro de su
cabeza.
Sin ser ya él mismo, cogió a Rin por la cintura con las dos manos y la empujó hasta el árbol
más cercano, para apoyarla contra él. Fue un breve momento que aprovecharon para
respirar. La empujó siendo más brusco de lo que pretendía, aunque ella no se quejó. Seguía
abrazada a su cuello y le acariciaba el pelo como si no existiera nada más en el mundo.
Las manos de él le recorrieron la espalda y los muslos, arrancándole a ella pequeños gritos
de placer. Y mientras, ella pasaba las manos por su fuerte espalda y su musculoso pecho.
Quería tocar cada parte de aquel cuerpo mágico y misterioso, cada fibra de su ser. Quería
poder besarlo, abrazarlo, acariciarlo hasta el fin de sus días, y aún así, le sería insuficiente.
Quería, por encima de todo, estar con él para siempre.
Pero entonces Rin le tocó, sin pretenderlo, la herida que el demonio tenía vendada a un
costado. Al sentir el dolor, éste abrió los ojos de par en par y su consciencia racional
empezó a empujar al animal que llevaba dentro de nuevo a las profundidades de su cuerpo.
Vio a Rin, frente a él, apretada contra el árbol porque él así la sostenía. La miraba y la
miraba, y no entendía cómo podía gustarle tanto aquella humana hermosa a la que tenía
atrapada.
Ella también lo miraba, sin entender por qué había parado o en qué pensaba.
Pero él ahora sólo pensaba en una cosa. Ahora que sabía que la amaba, no podía perderla,
de ninguna forma.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó ella, preocupada, al ver que le soltaba los brazos y daba
un paso atrás, para darle aire a ella - ¿Estás bien?
Sesshomaru no contestó. La miraba seriamente, y luego al suelo, y luego entre los árboles.
Y pensaba, y las ideas y los malos pensamientos le carcomían por dentro. ¿Qué había
estado a punto de hacer? ¿Unirse físicamente a Rin, a su pequeña? No, ya no era una
pequeña. Era una mujer, una fuerte y preciosa joven que tenía valor y era capaz de tomar
sus propias decisiones. Y él, se había dejado llevar demasiado por el deseo animal que
sentía por ella. Al fin y al cabo, no quería hacerle daño.
- Sesshomaru - ella le tocó el brazo y lo sacó de su ensoñación - ¿Qué pasa?
Él se apartó bruscamente.
- Podría haberte hecho daño.
- ¿Pero qué dices? - murmuró ella, sin comprender.
El demonio cerró los ojos con fuerza e hizo un esfuerzo por devolverles el color amarillo al
que la chica estaba acostumbrada. Pero su cuerpo estaba todavía tan agitado que sus pupilas
se negaban a obedecer.
- Tú no lo entiendes, Rin. Soy peligroso. Podría haberte matado si no llego a parar.
La joven puso las manos en jarra y se acercó enfurruñada.
- No ha pasado nada, Sesshomaru. Yo sé que tú no me harías daño. Estoy bien - e
intentó acariciarle la mejilla, pero él giró la cara y no la dejó.
Rin, hastiada y decepcionada, le dio la espalda y contempló el cielo nocturno. La luna había
desaparecido bajo las espesas nubes que cubrían la zona. Oyó un búho ulular, y luego vio
un cuervo negro que se posaba en las espesas ramas de un árbol y luego desaparecía. Un
solo cuervo; señal de mal augurio.
La chica oyó pisadas y se dio de nuevo la vuelta. Sesshomaru empezaba a alejarse hacia el
río.
- ¡Espera! - le gritó ella - ¿Por qué te vas?
Lo alcanzó y le cogió la manga de su camisa desabrochada. Él paró en seco, pero no se dio
la vuelta. Tan sólo volteó un poco el rostro, para verla de reojo. La miró, con un semblante
tan extraño que Rin no supo interpretarlo. La verdad es que nunca lo había visto tan serio,
ni frustrado, ni preocupado. Tenía delante el lado oculto de Sesshomaru.
- Escúchame - le dijo el demonio, lentamente, sin moverse de su posición - Ahora
tengo que irme. Estoy buscando algo importante que puede ayudarnos. No te
interpongas - dijo bruscamente, casi enfadado.
- No lo entiendo - replicó ella - ¿Ayudarnos?
La joven le miraba sin comprender. Entonces él la cogió por ambos brazos con excesiva
fuerza y la miró a los ojos con intensidad.
- Rin, esto no está bien. Un demonio y una humana no pueden… - señaló con enfado
el árbol en el que habían estado apoyados hacía tan sólo un momento - Es peligroso.
¿Te has preguntado alguna vez por qué todas las humanas que están con demonios
completos acaban muertas? ¡¡Mira a la madre de Inuyasha!!
Rin tragó saliva ante la atenta y amenazadora mirada del chico, e hizo de tripas corazón.
- Soy más fuerte de lo que piensas - declaró ella con orgullo.
Él la miró decepcionado. Rin no entendía la gravedad de la situación. No sólo era cuestión
de amor y de sexo, se trataba de la vida de ella.
- ¡No entiendes nada, Rin! ¡Sigues siendo una niña! - y la apartó de él.
- ¡¿Qué?! - la morena estaba empezando a enfadarse - ¿Por qué dices eso? ¿No ves
que ya soy mayor? ¡He cambiado!
Sesshomaru se apartó de ella y dio unos cuantos pasos más hacia el río, luego volvió a girar
sobre sus elegantes babuchas para ponerse de nuevo mirándola de cara, pero ahora los
salvaban varios metros de distancia.
- Dime, ¿y qué crees que pasará ahora?
Ella lo miró extrañada.
- Mmm… no… no entiendo a qué te refieres.
- ¡¿Que qué crees que pasará ahora?! - rugió enfurecido, pero no estaba enfadado
con ella, sino consigo mismo. Por quererla y no poder tenerla. Por amarla y saber
que su amor era imposible. Por haberse dejado cambiar por esa humana y ser el
demonio que era ahora, porque Sesshomaru lo tenía claro: él, por amor, había
cambiado.
Rin lo miró, temblando de miedo ante el demonio furioso. No se atrevió a dar ni un paso,
porque sabía cómo podían llegar a actuar los seres sobrenaturales cuando estaban enfadados
o en descontrol. Pero había algo que le gustaba, aunque sólo fuera ligeramente: ese
descontrol lo había causado ella al besarlo tan apasionadamente como lo había hecho. Ella
había sido el primer ser en la tierra capaz de trastocar no sólo el cuerpo, sino también el
corazón del gélido demonio de la luna.
La joven habló finalmente.
- ¿Te refieres a qué pasaría si estuviéramos juntos? - su voz era calmada. Intentaba
calmarlo también a él.
Sesshomaru no contestó, se limitó a mirarla con sus ojos, amarillos de nuevo. Eso
significaba que había recuperado toda su racionalidad y que el salvaje deseo que sentía por
el cuerpo de Rin había cesado.
- Yo no soy inmortal, Rin, pero la vida de un demonio de mi categoría es de unos mil
años. Tal vez más. ¿Cuánto crees que vivirás tú?
Ella se mordió el labio. Hacía mucho que no se paraba a pensar en eso. Había puesto tanto
empeño en descubrir si Sesshomaru la amaba que había olvidado por completo qué
ocurriría si, de alguna forma inexplicable, él la correspondía.
- Yo te lo diré - prosiguió él - Con suerte vivirás unos cuarenta o cincuenta años - su
voz era calmada. Sus pasos, elegantes; y su porte, altivo. Había vuelto el demonio
que ella conocía, el que era calmado y frío - Yo no puedo darte la vida que mereces.
Mi vida son peligros, batallas y muerte constante.
- Lo sé - murmuró ella en voz queda.
- No vivo en un lugar fijo. No tengo tierra ni casa - continuó.
- Lo sé - repitió.
- No puedo tocarte apenas sin transformarme en lo que soy de verdad. Porque tú
sabes que mi verdadera forma no es esta - lo dijo con pesar, como sintiendo que no
fuera así.
- También lo sé.
- Y aún así me quieres - sentenció. Pero más que una afirmación, era un intento de
pregunta.
- Te quiero - afirmó ella con voz firme y decidida, mirándole - Te quiero más que a
mi vida. Y no me importa que no seas humano, que mi existencia corra peligro si te
acompaño, tener que viajar de un lado a otro sin descanso, luchar contra otros
demonios, no tener casa estable, tener que buscarme mi propia comida y… no me
importa que me hagas daño cuando me besas…
Dijo las últimas palabras temiendo que Sesshomaru la reprendiera o le dijera que olvidara
lo que había pasado entre ellos. Temía que después de todo lo que habían pasado esa noche,
él le dijera que había sido un error, que ese beso, la confesión de la chica… que todo había
estado mal y debían olvidarlo.
Pero él no dijo nada. Fijó la mirada en el suelo un instante y se quedó pensativo. Se tocó la
herida del costado pensando en lo difícil que le estaba siendo conseguir la esfera de Kagura
y si de verdad la quería. Entrecerró los ojos recordando la cueva, los espíritus, el campo de
fuerza, las flechas, el veneno… Si volvía a entrar, es posible que no sobreviviera.
Una mano le tocó suavemente el brazo y de nuevo abrió los ojos. Rin estaba tan cerca suyo
que casi podría haberla besado de nuevo. Pero ahora su racionalidad era quien hablaba y
había recuperado el dominio de sí mismo.
No le apartó la mano, sino que la tomó entre las suyas, con fuerza.
- Jamás te he pedido que me acompañaras - empezó - Jamás te he obligado a
seguirme ni a estar conmigo. Siempre te he dejado hacer lo que quisieras. Tú eras
quien elegías.
Ella asintió.
- Y si te dejé aquí fue porque Kagome y Kaede querían encarecidamente que
vivieras con humanos para que, llegado el momento, pudieras decidir - el demonio
hizo una breve pausa - Ha llegado ese momento.
Los ojos de la joven empezaron a brillar de entusiasmo. No podía creerse que de verdad
hubiera llegado ese momento, que tuviera en sus manos la oportunidad de decidir quién
quería ser y qué quería hacer con su vida.
Rin se puso de puntillas y posó suavemente los labios en los del muchacho. Fue un beso
breve, pero claro.
- Yo ya he elegido - le susurró.
- En ese caso - dijo Sesshomaru, luchando nuevamente para que sus ojos no se
volvieran de color rojo - Debo pedirte algo.
Ella le apretó las manos y asintió.
- Te lo prometo, sea lo que sea.
- Quédate aquí y espérame. Tengo que ir a un lugar y encontrar algo importante para
ambos. Algo que nos va a ayudar.
La joven ladeó la cabeza.
- ¿Pero qué es eso tan misterioso que estáis buscando Jaken y tú? ¿No puedes
decírmelo?
El posó un dedo en sus labios para que se callara.
- Si dentro de tres días no he vuelto, te olvidarás de mí. Para siempre.
Capítulo 27: Complicaciones
- ¡¿Queeé?! - Rin estaba totalmente alterada. Soltó las manos de Sesshomaru
bruscamente y dio un paso atrás - ¡¡No puedes pedirme esto!! ¡No después de
decirte que te quiero!
Cada vez que la joven pronunciaba esas palabras, el corazón del demonio daba un vuelco y
se calentaba un poco más, alejándose poco a poco del glacial que había sido siempre. Ahora
su corazón empezaba a derretirse.
- Confía en mí - le ordenó y se alejó corriendo entre las sombras.
- ¡¡No!! - gritó ella - ¡¡No lo hagas!! ¡Vuelve, por favor! - cayó de rodillas al suelo y
una lágrima le recorrió la mejilla - Te lo suplico… - susurró.
De repente, un crujido a su espalda la sobresaltó. Se enjugó la lágrima y se levantó con
rapidez, colocándose en posición, dispuesta a defenderse.
- ¿Quién anda ahí?
Nadie respondió. De nuevo un crujido.
- ¡Muéstrate si tienes agallas!
Dos siluetas salieron de entre las sombras. Una se movía bruscamente mientras la otra la
sostenía. Al acercarse al claro en donde estaba ella, pudo vislumbrar perfectamente sus
rostros. Eran Kohaku y Megumi. Esta última tenía la boca tapado por la fuerte mano del
chico, y se debatía por liberarse. Cuando estuvieron frente a Rin, la soltó.
- Perdona Megumi - le dijo Kohaku en tono sincero - No quería hacerte daño, pero
sabía que no te callarías.
- ¡Serás idiota! - le espetó Megumi, enfadada - ¡¿Cómo iba a callarme, si pretendías
espiar a mi amiga?!
¿Espiar? Rin se estremeció al oírlo.
- ¿Qué quieres decir? - dijo atropelladamente - ¿Qué hacíais ahí? ¿Cuándo habéis
llegado?
Kohaku esbozó una ligera y cruel sonrisa.
- Supongo que en realidad preguntas cuánto hemos visto.
La morena tragó saliva. Tenía razón. Quería saber si habían oído la conversación con el
demonio y si habían visto cómo se besaban. Sus mejillas empezaron a ruborizarse y miró al
suelo, avergonzada.
Kohaku sonrió de nuevo.
- Pues yo te lo diré - continuó - Estamos aquí desde que te ha estrellado contra el
árbol.
Rin ahogó un grito. ¡Lo habían visto prácticamente todo! No sólo su mejor amiga, que se
había visto obligada y por eso no le echaba la culpa de nada, sino también el engreído y
egocéntrico de su prometido. Kohaku era un sucio renacuajo que no valía la pena ni
dirigirle la palabra. ¡Cómo se atrevía a violar su intimidad!
- Supongo que te lo has pasado bien - le dijo con tono burlón - ¿No, cariño?
- No me llames así - le advirtió ella, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas
de que lo odiaba - ¡No tenías derecho a observarnos! Esa conversación era privada.
Kohaku dio otro paso hacia su prometida y casi esposa.
- ¿Qué te ha gustado más: cuando él te recorría la espalda con las manos, o cuando te
ha subido la mano por el muslo? - dijo divertido - En ese momento hasta has
gritado. Espero que te lo hayas pasado tan bien como parecía, porque desde ahora,
se te ha acabado el juego.
Rin le dio un guantazo.
El golpe sonó tan fuerte que hizo eco entre los árboles, y la mejilla de Kohaku estaba ahora
al rojo vivo. Rin aún sostenía la mano en el aire y respiraba de forma agitada de la rabia
contenida.
Kohaku no le devolvió el golpe. No la insultó ni le hizo el menor daño físico.
- Creo que esto habrá que arreglarlo de hombre a hombre - dijo pensando en voz alta
- Te veré a mi regreso - y empezó a correr en la misma dirección por la que había
desaparecido el demonio.
- ¡No, Kohaku! ¡Te matará! - le advirtió la chica. Kohaku no tenía idea de lo
poderoso que era el apuesto joven albino.
Un bostezo sonó a sus espaldas y las dos muchachas se volvieron para descubrir la
procedencia del sonido.
- ¡¿Jaken?! - exclamaron sorprendidas.
- ¿Eh? ¿Qué hacéis las dos aquí a estas horas de la noche? - preguntó el demonio,
aún bostezando y en un tono que daba a entender que aún seguía medio dormido.
- Pe…pero… - tartamudeó Megumi - ¿Sesshomaru no… no se ha ido contigo?
- ¿Irse? - inquirió el pequeño demonio verde, desconcertado - Sesshomaru está
sanando sus heridas en el río.
Rin se golpeó la frente con la palma de la mano, indignada.
- No. Ya no - le explicó - Sesshomaru se ha ido en busca eso que lleváis semanas
investigando.
- ¡¡No es posible!! - el demonio verde estaba alterado - ¡El señor Sesshomaru no se
iría sin mí!
Megumi le colocó una mano en el hombro.
- No te ha abandonado, Jaken. Es que tenía prisa. Han pasado cosas… complicadas.
- Entonces… entonces él… ¿se ha ido sin mí?
- Em… pues… - musitó Megumi, insegura de si su respuesta iba a hacer sentirse
mejor o peor el menudo demonio.
- Jaken - Rin se sentó a su lado y le tomó una mano con delicadeza - Necesito que
me cuentes qué es lo que busca Sesshomaru y donde se encuentra. Por favor…
* * *
Sesshomaru estaba a punto de salir del límite del bosque. No había querido ir muy deprisa
para que ni Jaken ni A-Un lo oyeran. Es posible que cuando llegara a la cueva, perdiera la
vida, así que no quería que su caballo y su siervo más fiel perecieran innecesariamente por
una reliquia que le interesaba sólo a él.
Cerró un instante los ojos y se paró. Sesshomaru, el que no tenía sentimientos, el que
odiaba a los humanos, el que era frío y distante, y hielo y nieve y desdén al mismo tiempo.
Al que temían los aldeanos, del que huían los otros demonios. Un Sesshomaru que seguía
vivo en él, pero que había cambiado. En realidad, cambió el mismo instante en que esa
chica apareció en el bosque hacía ya más de diez años. Recordó sus cálidos ojos de niña, si
pelo enmarañado, su sonrisa dulce y su vestido naranja a cuadros. Cuando la conoció no
hablaba nada, pues perdió el habla cuando asesinaron a su familia frente a ella. Ni hablaba
ni sonreía. Pero con él, el día en que se conocieron, sonrió de nuevo después de mucho
tiempo. Y al cabo de los meses, la chica empezó a hablar, como si al conocer al demonio,
su vida se separara en dos partes: un antes y un después de conocerlo.
Sesshomaru estaba enamorado.
- Ahora comprendo a mi padre - pensó - Ahora entiendo cómo fue capaz de amar a
la madre de Inuyasha.
Y no le importaba. No le importaba haber heredado uno de los rasgos más extraños de su
padre. Precisamente el rasgo que Sesshomaru más había odiado de él, pero ahora todo era
distinto. Ojalá estuviera él ahí para decirle que le comprendía.
Sesshomaru empezó a caminar lentamente. Esa noche había aprendido dos cosas. La
primera: su siervo y su caballo le importaban más de lo que él había creído. Y dos: aunque
se quisiera mucho a sí mismo, había una persona a la que todavía quería más, una persona
por la que sería capaz de dar su vida, y de hecho, puede que tuviera que hacerlo. Y lo hacía
sólo para estar con ella, para tenerla nuevamente entre sus brazos, para besarla hasta la
saciedad, para poder descontrolarse sin que ella sufriera ningún daño. Porque, aunque el
demonio no lo hubiera dicho en voz alta, él también la quería. Ya no le importaba ser o no
el demonio más poderoso de todos los tiempos, le daban igual las batallas y los
enfrentamientos. Una larga y gloriosa vida en la soledad no valía nada si Rin no estaba en
ella. Así que prefería perder la vida intentando conseguir aquello que podía darles un futuro
juntos antes que renunciar a su amor por ella y tener que abandonarla para siempre en la
aldea de Kaede. No soportaría tener que mirarla a la cara y decirle nuevamente que no
podían estar juntos, que no podían volver a verse. Se imaginaba la cara de su pequeña, de
esa joven mujer en la que se había convertido. Se la imaginaba y veía en sus ojos el dolor si
Sesshomaru volviera a decirle que era imposible, veía cómo se le partía el corazón, cómo la
mataba sin siquiera tocarla; una muerte en vida. ¡No! Definitivamente, no podía hacer eso.
No podía volver a abandonarla. Ya no volvería a hacerle daño, nunca más.
Un ruido sonó cercano y el demonio se detuvo, pero no se dio la vuelta.
- ¿Qué quieres? - dijo en su habitual tono hostil.
Cuando Rin no estaba cerca, era el mismo demonio fiero y frío de siempre.
- Sólo quiero hablar, Sesshomaru, - dijo una voz a su espalda - de mi prometida.
* * *
Rin y Megumi estaban perplejas.
- ¿Quieres decir que esa piedra puede cumplir cualquier deseo, por imposible que
sea?
Jaken asintió con solemnidad.
- Así es - aseguró - Cualquier cosa, sin límites ni engaños ni condiciones. Pero sólo
una única cosa. Y una vez cumplido el deseo, la esfera desaparecerá para siempre.
Las dos chicas se miraron un instante.
- ¿Y qué es lo que quiere pedir Sesshomaru? - inquirió Megumi, muerta de
curiosidad - ¿Para qué la busca con tanto ahínco?
El pequeño demonio hizo una pausa breve. Luego miró directamente a la morena.
- Rin, quiere pedir tu inmortalidad.
Sesshomaru y Kohaku estaban uno frente al otro, a varios metros de distancia. El
exterminador había sacado su arma gigantesca y la sostenía con una fuerza sorprendente.
- ¡Estúpido! - dijo el demonio perfectamente tranquilo - Eres un novato de
exterminador de veinte años. ¿Crees que puedes vencer a un pura sangre de ciento
cincuenta?
El humano sonrió brevemente.
- Me pareces un poco viejo para estar con Rin. Aunque, bien pensado, a ella lo que
le gusta es tu cuerpo joven. ¿Cuántos tienes físicamente? ¿Diecinueve? ¿Veinte?
- Veintiuno - sentenció Sesshomaru de forma hostil - Y ahora, apártate o no me hago
responsable de lo que te pase.
Empezó a caminar, a paso firme y tranquilo, pero entonces oyó el arma del muchacho, que
se acercaba por detrás y cortaba el viento al aproximarse.
El demonio alzó el brazo y la interceptó, sin girarse siquiera, con una elegancia
sobrehumana. Luego tiró del arma hacia delante y el chico, que tenía en la mano en la larga
cadena que iba atada a la gran cuchilla que le había lanzado, cayó al suelo.
- Tú lo has querido - rugió Sesshomaru y se lanzó hacia el humano.
Capítulo 28: Aún no está todo perdido
Sesshomaru y Kohaku llevaban enzarzados en la pelea más de veinte minutos. El
demonio podría haber acabado fácilmente con la vida del joven y, de hecho, deseaba
hacerlo. Pero luego pensó en la familia de éste. En su hermana mayor, Sango, a la cual
conoció una vez y le pareció una humana fuerte y luchadora. Pensó en que el muchacho
ahora tenía sobrinos y una vida, lejos del fragmento de Shikon del que pendía su existencia
hacía ya tantos años.
Pero no eran esos los motivos por los cuales no había querido matarlo todavía, sino
porque Inuyasha y él hicieron un pacto: Ninguno de los dos podía meterse en los asuntos
del otro ni lastimar a sus seres queridos.
En ese entonces Sesshomaru pensó que a él sólo le concernía la parte de: ninguno de
los dos podía meterse en los asuntos del otro… Y creyó pues, que lo de "…ni lastimar a sus
seres queridos" iba sólo por Inuyasha. Es decir, que Sesshomaru no podía tocarle ni un pelo
a Kohaku porque éste era un ser querido de su hermanastro. Pero ahora las cosas eran
diferentes. Ahora Sesshomaru sí tenía seres queridos. Lo que se estaban jugando en ese
momento no era un duelo, ni un combate por una reliquia. Ambos estaban peleando por el
amor de Rin. No lo habían dicho en voz alta, no lo habían admitido, ni tan siquiera habían
dicho por qué luchaban, pero ambos lo sabían. Se disputaban el amor de Rin.
Kohaku dio un ágil salto y se encaramó a la primera rama del árbol más cercano. Luego se
escondió rápido entre el ramaje y saltó sobre Sesshomaru.
El albino lo esquivó con facilidad y sacó su látigo verde que cortaba como cuchillas y lo
agitó contra el joven. Éste lo esquivó, justo en el momento en que el árbol sobre el que se
había posado quedaba hecho trizas.
Sesshomaru no hablaba cuando combatía. Se concentraba y permanecía serio, porque
siempre había sido una persona seria. Sin embargo, Kohaku disfrutaba charlando y
metiendo cizaña tras cada movimiento.
- ¿Qué quieres de ella? - le preguntó el exterminador mientras esquivaba otro golpe
mortal del airado demonio - Ya la tuviste una vez, ¿no fue suficiente?
Sesshomaru se envaró con el chico y desplegó también los látigos verdes de su otra mano.
- Hablas demasiado - le dijo en tono severo.
Kohaku lanzó su arma contra el albino, pero éste, como siempre, la esquivó con rapidez.
La pelea ya no era algo banal o casual. Se había vuelto un asunto personal. Ese chico
pretendía forzar a casarse con él a la hermosa joven que Sesshomaru amaba, a la niña a la
que había rescatado de los lobos de Koga cuando tenía tan sólo siete años, a la chica que se
había convertido en toda una mujer y le había robado el corazón. ¡No podía consentirlo! ¡A
la porra el trato!
- ¡¡Sesshomaru no sigue órdenes de nadie!! - pensó fieramente, apretando los
dientes - Además, ahora tengo un ser querido, y esa es Rin. Así que Kohaku es el
que verdaderamente está rompiendo el tratado.
Se dirigió al altivo muchacho y, antes de que éste pudiera reaccionar, el demonio le clavó la
mano en el pecho y le atravesó por la espalda.
* * *
Rin tenía las manos sobre los hombros de Jaken y lo sacudía con fuerza.
- Por favor, por favor, por favor, por favor…
La morena repetía una y otra vez las mismas palabras, como si de un juego se tratase.
Intentaba convencer al demonio verde para que le diera toda la información que necesitaba,
pero éste se negaba a revelarla.
- Me estoy mareando - dijo Jaken cuando los ojos empezaron a rodarle y sintió el
almuerzo en la boca del estómago.
Megumi le puso la mano en el hombro a su amiga para que se controlara.
- Así no te va a contar nada. Sólo conseguirás que te vomite.
El rostro del demonio se puso más verdoso todavía y Rin se apartó deprisa, evitando que
éste le echara todo el vómito encima.
- Lo siento - se disculpó la chica - No pretendía que te marearas tanto.
Jaken se echó para atrás en la hierba húmeda. Necesitaba recobrar el sentido y que los
árboles dejaran de bailar a su alrededor. Siempre se había mareado con facilidad.
- ¿Y si le hacemos cosquillas? - propuso Megumi, buscando alguna hoja que sirviera
para hacerle cosquillas en los pies al demonio.
- ¡No! - dijo éste, más recuperado - ¡No más mareos, ni más cosquillas! - declaró
enfadado - Sesshomaru se ha ido a una cueva situada al este de la cima del monte
Fuji.
- ¡¿El monte Fuji?! Eso está muy lejos - declaró Rin, asustada ante la expectativa de
que su querido señor estuviera tan lejos, en tierras hostiles y desconocidas para ella
- Y… ¿va a estar bien? ¿Cómo se hirió la primera vez?
Jaken cerró los ojos, juntó las manos y cruzó las piernas en actitud de meditación. De
repente, se puso serio.
- Rin. Nunca había visto una cueva más peligrosa que esa, ni un campo de energía
más poderoso ni más sagrado. Ni siquiera Naraku fue capaz de hacer algo tan
poderoso cuando se escondió en el Monte de las Ánimas.
La joven tragó saliva y comprendió inmediatamente hasta qué punto era peligrosa esa
misión. Se frotó las manos, nerviosa.
- Pero, ¿estará bien? ¿Crees que puede pasarle algo malo? - su frente había
empezado a perlarse de sudor. Estaba asustada por Sesshomaru.
- Rin - Jaken la miró a los ojos - Si Sesshomaru vuelve a entrar en la cueva…morirá.
Las dos chicas abrieron los ojos de par en par. Rin se tapó la boca, horrorizada y asustada al
mismo tiempo. ¿Morir? ¿Era eso posible? No podía creer que eso le fuera a ocurrir al señor
Sesshomaru. Estaba segura de que era uno de los demonios más fuertes y poderosos de todo
Japón. Pero, por la descripción de la cueva y sus características, era la peor situación a la
que el demonio nunca se hubiera enfrentado. La tierra santa está prohibida para los
demonios. Cualquiera que la pise se marea y al final, acaba muriendo. Cuanto más
poderoso, más tiempo soporta estar pisando terreno sagrado, pero si no se sale de allí
rápidamente, también acaba perdiendo la vida. Sólo los fantasmas y los humanos pueden
pisar esos terrenos. Nadie más.
- ¡Eso no puede ser! - exclamó Rin, cada vez más exaltada - ¡Sesshomaru no habría
ido a una muerte segura! ¡Eso no es cierto!
- Rin, cálmate - intentó serenarla Megumi, pero ella no se dejó.
- Jaken, ¡dime que no es cierto! Lo va a conseguir, ¿verdad?
El demonio verde la miró con seriedad, sin saber qué decir.
- ¿Por qué Sesshomaru ha hecho algo así? ¡Es una locura!
Esta vez Jaken habló con claridad, sin tartamudeos ni rodeos. La miró y se lo dijo.
- Lo hace porque te quiere.
Rin lo miró, perpleja.
- No valgo tanto como para que haga una locura de ese calibre. ¡Mi vida no vale más
que la suya! - se enfureció. Con Sesshomaru, y consigo misma. Por haber sido tan
tonta, por no haber previsto que esto podría pasar.
- Rin, Sesshomaru no me lo ha dicho, pero no soy tonto. Desde que entendí el
conjuro de la princesa Kagura, lo comprendí todo. Sesshomaru no sólo te ama,
aunque sea frío y distante, aunque no te lo diga. No sólo te ama, sino que estaría
dispuesto a dar su vida por ti, a intentar mantenerte a salvo y darte la vida que te
mereces.
- ¡¡Pero puede morir!!
- No le importa si muere intentando conseguir que estés siempre a su lado. Pero no
lo hace porque lo desee él, lo hace porque lo deseas tú.
"No le importa si muere intentando conseguir que estés siempre a su lado". Eso acababa de
decir Jaken acerca del señor Sesshomaru. Inmediatamente Rin recordó las últimas palabras
que ella misma le había dicho antes de que el demonio la besara por primera vez: "Antes de
quedarme aquí como un triste pájaro enjaulado, añorando la libertad, preferiría morir una
y mil veces si así pudiera haber pasado un solo segundo más a tu lado! Uno solo…"
La joven se llevó una mano al corazón.
- Sentimos lo mismo - dijo para sí.
- ¿Qué? - Jaken la miró extrañado, sin entender qué narices había dicho.
Rin se levantó, presurosa.
- Tengo que irme - dijo y empezó a correr.
- ¡Eh, Rin! ¡Espera! - Megumi intentaba alcanzarla.
- Megumi, te quiero mucho - dijo la morena desde la distancia - No sabes cuánto te
agradezco todo esto.
- ¡Espera! ¿A dónde vas?
Las palabras de Rin fueron casi inaudibles.
- A salvar al hombre al que amo.
* * *
Miroku y Yuki acababan de llegar al río. Oyeron voces y se acercaron corriendo hasta el
lugar. El monje estaba alerta por si alguna criatura salía de la oscuridad y les atacaba, pero
no eran demonios salvajes quienes hacían ruido, sino que eran las voces de Megumi y
Jaken.
- ¿Qué hacéis vosotros aquí? - inquirió el monje, mientras apoyaba las manos en las
rodillas, recuperándose de la carrera.
Megumi se acercó a él precipitadamente.
- ¡Miroku! - exclamó alterada en cuanto lo vio - Rin está en peligro. ¡Se ha vuelto
loca!
- ¿Qué?
El monje no entendía ni una palabra de lo que la chica decía. Respiró e inspiró unas cuantas
veces más hasta recuperar el aliento, y luego se irguió hacia ella con mirada inquisidora.
- ¿Qué ha pasado? ¿La habéis visto?
Megumi iba a abrir la boca, pero justo en ese momento, dos personajes más se unieron al
claro. Y luego, un tercero.
- Inuyasha, Kagome, Shippo, venid a oír esto.
- ¿Qué ocurre? - quiso saber Kagome, altamente preocupada - ¿La habéis
encontrado?
- Sí - afirmó Megumi - Ha estado aquí, pero acaba de irse.
Inuyasha dio media vuelta y se disponía a marcharse, pero la joven le detuvo.
- ¡Espera! Yo sé donde está. Se ha ido al monte Fuji, a buscar una esfera que
concede un deseo. Pero es muy peligroso y se ha ido sola.
La rubia Yuki se abrazó a Shippo y le susurró al oído.
- Tienes que ir tras ella. Todos deberíamos ir y traerla de vuelta. Esto se nos ha ido
de entre las manos.
Inuyasha levantó el rostro e inhaló el aire profundamente.
- ¿Qué ocurre? - quiso saber su mujer - ¿Hueles algo?
El semidemonio asintió.
- Huelo sangre. Y es de Kohaku.
* * *
Paralelamente a la charla que estaban teniendo sus amigos, Rin llegó hasta una parte del río
cercana a donde había llegado en un principio. Junto a un árbol, vio sentado a A-Un, tan
despierto y quieto como si fuera una estatua de piedra. Cuando vio a Rin, se levantó e hizo
algunos gruñidos cariñosos. Se acercó a ella y dejó que ésta le acariciara el lomo.
- A-Un, necesito que me llevéis a un sitio. Es muy urgente.
El caballo de dos cabezas se volteó para ofrecerle el lomo y se agachó ligeramente a fin de
que la chica pudiera subir.
Poniendo un pie y luego el otro, Rin montó sobre el caballo alado y, sujetándose a las
riendas con fuerza, dejó que éste se elevara en el aire y la llevara al destino que su corazón
le había dictado.
Capítulo 29: El arma perfecta
- ¿Qué está pasando aquí? - Inuyasha estaba furioso cuando llegó al claro. Los
demás se asustaron al ver la escena.
Kohaku estaba tirado en el suelo. Un charco de sangre salía de su pecho y lo manchaba
completamente. Estaba pálido y tenía muy mal aspecto. A su lado, Sesshomaru estaba de
pie, con la mano cubierta completamente de sangre. Sobre el hombro tenía clavada la
gigantesca hoz que Kohaku le había clavado sin escrúpulos.
Kagome y Megumi se abalanzaron hacia el exterminador, que yacía en el suelo.
- ¡Lo has matado! - exclamó Kagome, horrorizada al ver al hermano menor de Sango
desangrado en el suelo.
- No está muerto - declaró el albino, sin inmutarse - Sólo está inconsciente. No le he
tocado ningún órgano vital.
- ¡Eres un monstruo! ¿Por qué has hecho esto? - Kagome seguía en estado de shock
después de haber visto el cuerpo del joven.
Megumi, con lágrimas en los ojos, posó su cabeza sobre el pecho del joven y esperó a oír
sus latidos.
- Bo-bom, bo-bom, bo-bom,…
- ¡Kagome! - chilló Megumi, entusiasmada - ¡Kohaku está vivo!
- ¡¿Qué?!
La mujer se volvió y le tomó el pulso.
- Es cierto - dijo sorprendida - Y tiene buen pulso - miró al demonio de la luna con
cara de disculpa - yo… pensé que tú…
Pero al demonio le traían sin cuidado sus disculpas.
- Que no vuelva a interponerse en mi camino. Para curarle, bastan las hierbas
moradas que cultiva la sacerdotisa en su pequeño huerto. En tres o cuatro días estará
bien - entonces una idea le cruzó la mente y sonrió de forma maliciosa - Supongo
que tendrá que posponer su boda con Rin hasta que se recupere.
Justo en ese preciso momento, el menudo Jaken pasó corriendo entre los presentes y se
abalanzó hacia su apuesto amo.
- ¡Señor Sesshomaru! - venía gritando de lejos y combinándolo con jadeos - Por fin
os alcanzo. Pensé que se había marchado sin mí al monte Fuji. Pero entonces oí que
habían olido sangre y pensé que usted - hizo una pausa para respirar - bueno, que tal
vez usted aún no había salido del bosque.
El albino lo miró desconcertado. Bueno, al menos ya estaban todos reunidos.
Entonces Sesshomaru miró a su alrededor, confundido.
- ¿Y Rin?
Jaken agachó la cabeza y dirigió la mirada al suelo, avergonzado.
- Lo lamento, señor, pero tuve que contarle qué estábamos buscando exactamente y
me torturaron para que les explicara dónde se hallaba.
Sesshomaru lo miró con expresión incrédula.
- ¿Te torturaron?
- Sí - dijo el demonio verde, señalando a Megumi - Esa y Rin me amenazaron hasta
que se lo tuve que contar. Por favor, no se enfade con Jaken - le suplicó, temiendo
que su altivo señor le diera un manotazo en la cabeza, o peor, que se fuera sin él.
- ¡Eh! - se quejó Megumi - ¡Sólo te hicimos cosquillas!
El albino ni le miró. Su siervo sólo decía estupideces.
- Está bien. ¿Y dónde está Rin ahora?
- No lo sé, señor, pero A-Un tampoco está. Creo que ha ido de verdad al monte Fuji,
a buscarle antes de que usted entrara en la cueva.
Sesshomaru puso los ojos en blanco y luego adoptó un semblante más serio.
- ¡Eres estúpido! - le gritó - ¡Sal de mi vista antes de que te golpee! ¡Y no te muevas
de la aldea, o podrías salir mal parado!
Jaken tragó saliva. Su señor tenía mal carácter, mal genio, mal temperamento y todas las
formas que hubiera de expresarlo, pero la última frase demostraba que, en el fondo, el
demonio verde le importaba bastante. Fuera de la aldea había innumerables peligros que
fácilmente podrían acabar con la vida de Jaken. Sesshomaru pretendía ir a buscar a Rin,
pero quería asegurarse de que su siervo, o tal vez su amigo, estaba a salvo. Pero eso no lo
admitiría nunca en voz alta.
Y partió sin más demora.
* * *
Cuando llegó al lugar indicado, habían pasado ya tres horas de viaje. A-Un descendió del
aire y se tumbó en el suelo para que la muchacha pudiera bajar más fácilmente a tierra.
Rin miró en todas direcciones. El paisaje le parecía idéntico por todos lados. No había
árboles, ni plantas, ni agua, ni nada que indicara vida. La explanada se extendía a su
alrededor como si fuera un desierto de tierra arenosa y piedras.
No, Rin no había ido al monte Fuji. Rin había ido a ver al maestro Totosai.
Caminó varios metros hacia la derecha, o lo que ella creyó que era en dirección a la
derecha, pero no se veía absolutamente nada. Luego caminó en dirección contraria y oteó el
horizonte en busca de algún lugar, alguna casa en la que el viejo herrero pudiera vivir, pero
siguió sin ver absolutamente nada.
- ¿Estáis seguros de que es aquí? - preguntó a las dos cabezas del cabello.
El equino asintió y se puso en pie. Caminó hacia ella con paso firme y luego siguió hacia
delante.
- ¿Me estás guiando? - preguntó ella, desconcertada.
El animal bufó. Rin lo tomó como un sí.
Un rato después estaban ante un gran peñasco que Rin, desde lejos, había supuesto que no
era más que una piedra grande. Pero ahora que estaba frente a ella, veía que era tan grande
como una casa y tan profunda como un laberinto. Era la cueva de Totosai.
- ¿Hola? - la joven dio unos pasos hacia el interior - ¿Hay alguien?
Nadie contestó.
- ¿Hola? He venido a buscar al señor Totosai. ¿Está por aquí?
La cueva le devolvía la voz en forma de eco y la ignoraba por completo.
De repente, se oyó un crujido al fondo, como si alguien hubiera roto algo.
- ¡Ah! - la joven ahogó un grito sordo - Creo que deberíamos irnos - dijo temblando
de miedo y dirigiéndose a la salida. Pero A-Un se interpuso en su camino y empezó
a empujarla hacia dentro - ¡No, no! - riñó al caballo en voz baja, para que no la
oyera ningún tipo de criatura que pudiera habitar el lugar - ¡Déjame salir!
- ¡Hola!
- ¡¡¡Ahhhhhh!!!
Una mano había tocado el hombro de la chica por detrás.
- Oh, lo siento. ¿Te he asustado? ¡Jajaja! No era mi intención.
Rin se dio la vuelta. Eso era mentira. Escudriñó la oscuridad en busca del dueño de la voz
que le había hablado, pero ya no había nadie.
- ¿Dónde estás? - preguntó ella, esta vez más confiada.
- ¡Aquí! - de nuevo un dedo le tocó el hombro. Estaba helado.
- ¡¡Ahh!!
- ¡Shhh! - le dijo un hombre que apareció ante ella con un dedo en los labios - Si
chillas vendrán los snicks.
La morena lo miró estupefacta y sin comprender.
- ¿Los snicks?
- Demonios de roca - aclaró el anciano - Y ahora, ven. Quiero enseñarte mi último
trabajo. Es impresionante - y tiró del brazo de ella mientras ésta contemplaba al
caballo en tono de súplica.
El caballo también la miró. Se habían entendido: Ese hombre estaba pirado.
El anciano llevó a la joven a una mesa de trabajo que estaba al fondo de la cueva. Un candil
y varios quinqués se encontraban repartidos en diferentes partes de la estancia, de manera
que esa parte estaba mucho más iluminada que la entrada. A un lado había un grupo de
tablas con paja y una manta encima. Un plato con restos de comida estaba junto a la cama,
en el suelo. Rin lo observó todo, comprendiendo en el acto que ese hombre era tan pobre
como lo había sido ella cuando era nada más que una huérfana.
- ¿Por qué vive aquí? - preguntó ella, intentando no parecer maleducada - Quiero
decir, ¿es usted el maestro Totosai?
- Llámame Totosai a secas, muchacha. Y puedes tutearme.
La joven asintió.
- De acuerdo. Entonces, ¿por qué vives aquí? Si tus trabajos son tan buenos como se
rumorea, podrías vivir donde quisieras. Eres famoso.
El anciano negó con la cabeza.
- Me gusta vivir apartado del mundo. Sin vecinos, sin problemas y sin demonios que
me ataquen. Soy un herrero, no un guerrero. Poco sé de defenderse.
- ¿Y los demonios de las rocas?
- ¿Los snicks? ¡Bah! Me las apaño bien. Tampoco soy tan inútil.
Entonces cogió el brazo de Rin con fuerza y la estiró bien delante de la mesa de trabajo.
- Mira, jovencita. A que nunca has visto una espada tan fantástica.
Rin miró el objeto que éste le mostraba y se esforzó en fijarse en los detalles. Era un arma
fina, muy, muy fina, pero sumamente larga. De la punta a la empuñadura debía hacer, por
lo menos, un metro y medio. Y ésta última tenía incrustaciones de diamantes tanto en los
costados como en el mango.
Rin le tendió la mano.
- ¿Puedo?
El anciano asintió y se la cedió.
- Tiene una bonita hoja. Y es muy ligera. ¿No se romperá con facilidad?
- Pruébala - la invitó el hombre acercando una gran roca.
Rin agitó la espada y, sin apenas esfuerzo, la roca se partió en dos. El arma no sufrió
ningún rasguño.
- ¡Guao! ¡Es asombrosa!
- ¡Jeje! - rió Totosai - Lo sé. Y ahora dime, joven Rin, ¿qué te trae por aquí?
La morena lo escrutó con la mirada.
- ¿Cómo sabes mi nombre?
El herrero sonrió.
- Has venido con A-Un. Y que yo sepa, pertenece al señor Sesshomaru - y añadió
flojito y entre dientes - Dios me libre de volver a verlo.
Pero Rin, que tenía buen oído, lo entendió perfectamente.
- ¡Jajaja! - se rió - ¿Se enfadó contigo?
- ¡Buf! - el viejo se dejó caer en una silla como si fuera un pesado tronco - No lo
sabes tú bien. Vino a pedirme que le hiciera una espada, pero el material que me
entregó era peligroso. Trajo huesos malditos. Claro que él es capaz de controlarlos,
puesto que su fuerza y poder son inimaginables, pero era un trabajo muy duro para
un simple herrero como yo. Para él no era peligroso, pero para mí sí.
- Comprendo - dijo Rin - Y aun así, ¿lo hizo?
- ¡Qué remedio! ¿Has visto cómo mira?
- ¡Jajaja! - Rin volvió a reír - Sí, lo sé.
- Pues ya sabes por qué no me pude negar. Pero hice un gran trabajo. Mis espadas
siempre son magníficas. Bueno, pues te decía - dijo agitando una mano en el aire y
retomando el hilo de la conversación - que eres Rin porque A-Un solo deja que lo
monte Jaken y el señor Sesshomaru. Pero hace unos años oí que una niña se había
unido a su grupo - el anciano le cogió la cara y la acercó bruscamente a la luz de un
quinqué, sobresaltando a la muchacha a más no poder - No eres ninguna niña, pero
eres muy hermosa. Sí, sin duda eres Rin. Y dime - dijo soltándola - ¿qué te trae por
aquí?
La joven cogió aire y le dijo en tono solemne.
- He venido a que me construyas un arma.
- ¿Qué? ¡Jajajajaja! - el viejo empezó a reírse a carcajadas abiertamente - ¿A ti?
¿Acaso sabes manejar algún arma?
Rin se sintió francamente ofendida y se cruzó de brazos. A-Un resopló cerca de ella,
mostrando su conformidad con la chica.
- Por supuesto que sé manejar un arma.
El herrero se levantó, cogió un martillo, y empezó a golpear otra de las espadas que tenía
pendientes. Rin no se movió.
Al cabo de un minuto de silencio, excepto por los golpes del martillo, el hombre la miró.
- ¿Aún sigues ahí?
- No pienso irme - declaró - hasta que me forjes un arma.
Totosai dejó el martillo bruscamente en la mesa y la miró, hastiado.
- ¿Es que no entiendes la palabra "no"? ¡Márchate!
Rin se cruzó de brazos.
- No lo entiendo. ¿Acaso no eres un herrero? ¿No vienen cientos de personas a
pedirte que les forjes un arma? Entonces, ¿por qué no aceptas mi encargo también?
El anciano, mugriento y sucio, la miró de hito en hito con hostilidad y se acercó altivo hasta
ella.
- Eres una mujer, ¿te parece eso poca justificación para rechazar tu encargo? La
guerra y los combates son sólo para hombres. No te dejes confundir por las jóvenes
nacidas en pueblos de exterminadores. Ellas son criadas como guerreros desde que
nacen. Pero tú no has sido más que una niña débil a la que ahora le ha dado por
hacerse la heroína. Nunca supiste defenderte y no serás capaz de hacerlo nunca. Así
que, no pienso perder mi tiempo en alguien que es incapaz de defenderse a sí
misma, y mucho menos de luchar por lo que en realidad quiere.
Rin no podía creer que en verdad el anciano herrero hubiera dicho las palabras que ella
acababa de oír. ¿Una mujer? ¿El problema es que era una mujer, que era débil, que no sabía
pelear por lo que deseaba?
- ¡Eso no es cierto! - le espetó - ¡No hable como si me conociera!
El anciano se giró a mirarla.
- ¿Acaso insinúas que vales algo como guerrera?
- No sé si valgo algo o no como guerrera. Y es cierto que he tenido que practicar
mucho para saber simplemente empuñar bien una espada. Soy lenta y débil, y muy
ruidosa. Y puede que no sea más que una novata intentando ser alguien más fuerte
de lo que en realidad es capaz de ser. Tienes razón, no soy nadie. Pero no es mi vida
la que me importa en este momento, no es por mí por quién estoy aquí en realidad.
Da igual lo que tenga que hacer, da igual las cientos de horas que tenga que entrenar
y las cientos que ya lo haya hecho. Da igual los golpes, el cansancio, el sufrimiento.
Y me da igual si he nacido mujer o no, si soy débil y un estorbo. Antes me
encontraba perdida y no sabía bien quién era ni por qué estaba siquiera con vida,
pero ahora ya lo sé. Hay personas que son muy importantes para mí y podrían
perder la vida si no las ayudo. No me importa lo que me pase. No soy de las que se
rinden. Yo pienso luchar hasta que mi último aliento se desprenda de mi boca y me
quede muerta sin vida. Totosai, di si quieres que soy una mujer, di que soy débil,
que no sirvo para nada, que soy torpe e inexperta, pero no digas jamás que no lucho
por lo que quiero, porque es por él por quien estoy aquí ahora. Porque quiero luchar
a su lado, porque no pienso perderlo.
El anciano la miró, curioso, y entrecerró los ojos para estudiarla con la mirada. Se acercó a
ella, caminó a su alrededor y la observó de arriba abajo, estudiando su figura, mientras ella
le clavaba la mirada, expectante. Luego el herrero se dirigió a un rincón de la sala, en donde
tenía innumerables armas colgadas con clavos de la pared. Unas eran grandes arcos llenos
de figuras sinuosas, otros eran hoces gigantescas con cadenas de pinchos; otras, simples
espadas, pero de todas las medidas y modelos. También un gran boomerang se encontraba
apoyado en lo más alto de la pared.
El anciano recogió varias de las armas, demostrando una fuerza impresionante, y las echó a
una carreta. Luego echó a andar hacia la entrada de la cueva y salieron al exterior.
- ¿A dónde va? - preguntó la joven, acelerando el paso para darle alcance - ¡Totosai!
- ¡Cállate! - le ordenó, brusco - Coge esta - y le tendió a la joven una hoz como la de
Kohaku. El arma doblaba la estatura de la joven y tenía pinta de ser sumamente
pesada.
- ¿De… de verdad me va a dar un arma? - tartamudeó asombrada.
Totosai no contestó, la miró seriamente, sosteniendo todavía la hoz en su mano. Rin quería
darle las gracias, pero el carácter del anciano había cambiado radicalmente, demasiado
como para hacerlo en ese momento. Había pasado de la simpatía que mostraba cuando
llegaron a la cueva a una gran hostilidad que aterraba a la joven. Así que, decidió esperar.
- Em… no creo que ésta…
- ¡Cógela! - le indicó el viejo.
- Vale.
Rin se acercó a él y cogió el arma con las dos manos. En cuanto Totosai la soltó, Rin y la
hoz cayeron juntas al suelo. La primera haciéndose daño en los brazos.
- Definitivamente, esta no - dijo el hombre - Me parece que tendrías que ponerte
cuadrada para poder sostenerla como Dios manda.
La morena se levantó y se quitó el polvo de su traje de exterminadora. Pues antes de salir
de la aldea, se las había apañado para recogerlo sin que nadie la viera.
- Venga - sonrió el herrero - Sé que puedes hacerlo mejor - y le tendió un arco y dos
flechas - Dale a aquel cactus de allí. Da igual donde la claves, pero en el cactus.
- ¿Ha sonreído? - pensó la muchacha, asombrada.
- ¡Venga!
- ¿Eh? ¡Ah, sí! Perdón.
Rin tensó el arco y colocó la flecha tal y como le habían enseñado. Postura erguida, bien
derecha, con un ojo cerrado y el otro observando el objetivo. Tensó los brazos, y… disparó.
La flecha rozó el cactus, rompiéndole una rama, pero luego siguió avanzando hasta
perderse.
- Tienes buena puntería - reconoció - Más que fuerza. Así que todas estas las
podemos descartar - dijo empujando prácticamente el resto de la carreta. Y luego le
tendió una espada - ¡En guardia! ¡Ahhh!
Antes de que Rin pudiera reaccionar, el viejo loco ya se había abalanzado hacia ella con
otra espada en mano. Pero el arma de Totosai era tan grande como su propio cuerpo,
mientras que la espada de Rin no era más que un palillo tan fino como el que antes le había
dejado probar.
Se apartó de un salto antes de que el herrero la cortara en pedacitos.
- ¡¿Está usted loco?! - exclamó enfadada - ¡Casi me mata!
El hombre se echó a reír y cayó el suelo sosteniéndose el vientre, llorando de la risa.
- Deberías haberte visto la cara, preciosa ¡Jajajaja! - se reía - Creías que iba a matarte
¡Jajajajaja!
- Pues si - dijo Rin sin rodeos - Lo creía. Si no me llego a apartar, yo…
El viejo apareció de repente frente a ella y le tapó la boca con una mano.
- ¡¡Shhh!! ¿Oyes eso?
Rin se quedó quieta, intentando oír algún sonido. Pero lo único que se oía eran las aves
carroñeras que sobrevolaban ese árido desierto de roca en busca de algún animal muerto.
La joven hizo que no con la cabeza.
- Es el sonido de la iluminación - y le destapó la boca.
- ¿De la qué?
- De la iluminación, mujer. Ya sé cuál es tu arma perfecta. Debe ser ligera, porque tú
eres menuda, y también ser corta, porque si no, no podrás con ella. Por otra parte,
cuanto más corta, más tendrás que acercarte al oponente, y eso tú… - la miró de pies
a cabeza - No sobrevivirías.
- Entonces, ¿qué propone?
- Necesitas un arma que requiera agilidad, porque la tienes, y también puntería,
porque no se te da mal. Y también debe ser sofisticada, y elegante. Pero sobretodo,
mortal - Alzó los brazos al cielo - ¡Lo tengo, lo tengo, lo tengo! ¡Soy un genio! - y
desapareció dentro de la cueva, dejando a Rin, A-Un y todas las armas tiradas fuera.
- Pero… - la pequeña empezaba a pensar que a ese hombre le faltaba más de un
tornillo - ¡Este hombre es bipolar!
- Ah, sí - dijo el viejo de repente, apareciendo tras ella.
- ¡¡¡Ahh!!! ¿De dónde ha salido?
Totosai la cogió de la cintura y le la acercó a la cara.
- Dime, preciosa, ¿crees que serás capaz de matar a un gran demonio y traerme sus
huesos? - y la miró con sus ojos grandes y bizcos, que parecía que estuvieran
mirando a los lados en lugar de mirarla directamente a ella.
- Pues… yo, creo que puedo intentarlo.
- Más te vale - y la dejó caer al suelo de golpe - Vuelve esta noche con los huesos y
hablaremos de los honorarios - y desapareció.
- ¿Honorarios? ¡Oh, no! - se dio un manotazo en la cabeza. Había olvidado por
completo que estos encargos suelen salir muy caros. Así que ahora tenía dos
problemas. Primero: no sabía cómo conseguir el dinero para pagar al herrero, y dos:
¿dónde iba a encontrar a un demonio poderoso, y cómo iba a poder derrotarlo? -
Vamos, A-Un, tenemos mucho que hacer.
Capítulo 30: El poder de la luna
Sesshomaru llevaba un día entero pululando por el monte Fuji. Por desgracia para él,
Inuyasha, Kagome y Shippo también estaban allí. Los cuatro, por separado, buscaban a la
joven para asegurarse de que estaba bien y llevarla de regreso a la aldea.
El albino se había sentado en lo alto de unas rocas, semioculto por unos frondosos árboles
de copas verdes. Desde esa posición podía ver perfectamente la entrada de la cueva en
donde sabía que se encontraba custodiada la esfera.
Por una parte, se moría de ganas por entrar y acabar con esto de una vez por todas, pero no
podía. No, porque Rin podía llegar en cualquier momento y él tenía que impedirlo. ¡Cómo
habían podido llegar a esta situación! Rin siempre había sido una niña un poco rebelde y
desde siempre supo que su espíritu no podía ser atado; era libre. Pero al margen de eso, era
una chiquilla obediente que hacía caso de lo que se le decía.
- ¿Cuándo cambió eso?- se preguntaba el demonio en silencio - ¿Cuándo fue que
creció y se convirtió en la mujer que es ahora?
El demonio se tocó los labios, suavemente, y cerró los ojos un instante. Recordó el
momento en que Rin se había sincerado con él, en que le había dicho que lo había amado
desde siempre, que quería estar a su lado.
No pudo creerse que realmente su pequeña amiga le hubiera dicho eso. Había sido tan
pequeña hacía tan sólo unos años, y ya nunca más lo sería. Recordó sus labios, sus mejillas,
sus caricias, su cuerpo. Recordó cómo sus cálidas manos le recorrían la espalda y lo
apretaban hacia ella. Y también pensó en sus propias manos, acariciando su cuello, su
cintura, sus muslos… cosas que él nunca había experimentado antes. Pero estaba seguro de
que no hubiera sido lo mismo con otra humana.
- Con otra no - se dijo - No me atraen nada ninguna. Excepto ella…
Se preguntó cuánto tiempo llevaba deseándola sin saberlo.
- Cuando era pequeña no. Ni se me hubiera ocurrido.
Entonces ¿cuándo había empezado a sentir algo por ella? ¿Cuándo empezó a mirarla de
forma diferente y a sentir que él mismo era luego diferente? No lo sabía. No tenía ni idea de
cómo esa muchacha había conseguido colarse entre su máscara de frialdad y su verdadero
rostro, para llegarle directo al corazón.
Y tampoco entendía cómo había sido capaz de desarmarlo de esa manera. Él, que no se deja
mandar por nadie, que no hace caso a nadie, que conserva la calma incluso en las peores
situaciones, había sucumbido ante ella. No se refería a que hubiera perdido los papeles. No
lo había hecho. En realidad, hacía literalmente siglos que no había perdido su calma y
serenidad en ningún momento. Podía enfadarse, podía gritar, pero no era nada comparado
con un enfado de verdad. No. Sesshomaru no se refería a perder los papeles, se refería a que
Rin había conseguido, involuntariamente, despertar el animal demoníaco que llevaba
dentro. ¿Cómo era eso posible? Nunca le había pasado algo así. Hay demonios que no son
capaces de controlar su verdadera forma y se convierten en bestias salvajes de un instante a
otro, pero Sesshomaru era una leyenda entre los suyos. Era todo un poderoso al que no se le
escapaba una y, desde luego, su parte demoníaca quedaba totalmente bajo su control. Pero
cuando Rin le había devuelto el beso. Cuando sus finas manos se habían posado en su
cabello albino y los había acariciado, cuando él la empujó contra el árbol y ella, en lugar de
quejarse, se dejó llevar y lo abrazó con fuerza, como si pidiera más… en ese momento sí
que perdió la autoridad sobre sí mismo, y hubiera deseado dejarse llevar del todo y
permitirle a su demonio que saliera. Pero entonces pensó en ella, y supo que no podía
permitirse ese lujo sin que ella saliera herida.
- Sesshomaru - llamó la voz de Kagome desde debajo de los árboles - Ya es muy de
noche. A lo mejor se ha perdido y no ha encontrado el camino hasta el monte.
Acamparemos por aquí cerca. ¿Quieres venir?
El albino no contestó.
- Como quieras - continuó la mujer, amablemente - Si cambias de opinión, estamos
junto a la hoguera.
El demonio no se movió del sitio. Su relación con su hermanastro nunca había sido buena,
así que no le apetecía nada compartir hoguera con él, ni con su mujer ni con el demonio-
zorro. Además, no tenía frío. Estaba preocupado por Rin, por lo que le pudiera haber
pasado. No era natural que la joven, habiendo partido antes que ellos, no hubiera llegado
aún al monte, y ya había caído la noche.
- Al menos está con A-Un - se dijo - Él sabrá defenderla.
Pero lo que le preocupaban eran tantas cosas en ese momento. Se llevó las manos a la
cabeza y respiró profundamente. Él nunca había pretendido ser controlador y, de hecho,
nunca lo había sido. Cuando viajaba junto a Rin, ella siempre podía hacer lo que quisiera, y
en diversas ocasiones se le presentó la oportunidad de marcharse a vivir en aldeas humanas,
y Sesshomaru siempre le dijo:"Puedes hacer lo que quieras" Pero ella lo había seguido
siempre, como si fuera una mascota que no abandona a su dueño. Pero Rin no era una
mascota, era una persona, la mejor persona que había conocido.
Pero sí se arrepentía de una cosa: de haberla dejado en la aldea de la anciana Kaede. No
porque la hubieran tratado mal - él sabía que no - sino porque había sido en contra de la
voluntad de ella, y él no quería forzarla a nada. Pero Kaede insistió tanto en que era
necesario.
Sesshomaru nunca sigue consejos de humanos, pero tratándose de lo que sería mejor para el
futuro de Rin… pensó que sería una buena forma de evitar que muriera por tercera vez,
porque, si ocurría, ya no habría espada ni medallón que valieran para devolverla a la vida.
Sesshomaru se levantó.
- Voy a seguir buscándola.
* * *
- ¡No me lo puedo creer! - exclamó el viejo Totosai nada más ver llegar a Rin y A-
Un con un enorme demonio muerto a rastras.
- ¿Dónde te lo dejo? - preguntó Rin con una sonrisa.
El anciano señaló un rincón, aún con la boca abierta, y luego se acercó a verlo.
- Es un demonio ogro de río - dijo la chica en tono orgulloso - Fue pura casualidad.
Se acercó a beber al río y lo atacó otro demonio más fuerte, dejándolo casi muerto.
Cuando huyó, bueno… digamos que A-Un y yo acabamos de derribarlo.
- O sea, que el mérito principal es el del otro demonio.
- Mmm… más o menos.
El viejo se frotó las manos.
- No importa. Es una gran pieza. Creo que con esto podré hacer, por lo menos, una
espada de medio metro de amplitud. Aunque luego habrá que añadirle unos de
estos, y unos de estos otros y luego… - estaba empezando a divagar.
- Emm… Totosai.
- ¿¿Qué?? - dijo tan fuerte que casi la deja sorda.
- Sólo quería decirte que, respecto al pago…
- ¡¡Uhhhh!! ¡Cómo brilla!
- ¿Eh? ¿Qué?
Rin estaba confusa. No entendía qué narices le pasaba a ese abuelo demento por la cabeza.
El hombre se abalanzó hacia ella y la joven pensó que la iba a tirar al suelo, pero no lo hizo.
Se paró justo en frente y le bajó un poco la camisa negra del traje.
- ¡Pero qué hace! - le espetó ella, alejándose unos pasos de él.
- ¡No seas tonta! - le replicó el herrero - No pretendo nada contigo. Sólo quiero ver
tu collar.
- ¿Mi collar?
Rin metió las manos en el cuello de su camisa y sacó a la luz el collar de plata del que
colgaba una brillante luna igualmente de plata. El regalo de Sesshomaru.
- ¡Dámelo! - exigió el anciano.
- ¿Qué? ¡No! - exclamó ella, repentinamente preocupada - Es un regalo de alguien
importante.
- ¿De tu novio?
- No, bueno… no es mi novio, yo…
- ¿Tal vez de un prometido?
- Tampoco exactamente… yo…
- Entonces no es un regalo tan importante. ¡Dámelo y estamos en paz!
Rin se apretó el colgante al cuello, horrorizada ante la idea de tener que desprenderse de él
para pagar su arma.
- Lo siento, Totosai, pero no puedo darle esto. Es… demasiado importante para mí.
- ¡Precisamente! Si no fuera importante, ¿para qué lo quiero?
Rin no comprendió.
- Oye, ¿quieres un arma o no? No tengo todo el día.
La joven sopesó las posibilidades. Si conservaba el colgante, no conseguiría el arma, de
manera que Sesshomaru acabaría entrando en la cueva, si es que no estaba ya allí, y moriría
sin remedio, y ella no podría hacer nada por evitarlo.
Por otra parte, si conseguía hacerse con una herramienta de combate, aunque se quedara sin
collar, podría intentar salvar la vida de su demonio, aunque luego… ¿se enfadaría si se daba
cuenta de que había vendido el collar para comprarse algo tan vulgar como un arma? ¿Lo
entendería? Esperaba que sí.
- Está bien - le dijo Rin con el corazón en un puño, y sin ninguna gana de hacerlo -
Te doy mi colgante - y se lo entregó.
- ¡¡Genial!! - chilló el herrero.
Cogió el artilugio que la muchacha le tendía y se dirigió hacia su mesa de trabajo. Sacó un
bulto negro que brillaba sobre la mesa y lo colocó sobre un yunque. Sacó luego un martillo
y colocó la luna sobre la pieza negra. Luego cogió el martillo y empezó a golpearla.
- ¡Pero qué hace! ¡Va a destrozarla! - la joven se llevó las manos a la cabeza sin
entender qué demonios sucedía. ¿Para eso le había pedido el collar? ¿Para hacerlo
migas ante sus narices?
Pero entonces el hombre se volvió y le tendió el objeto negro a la joven.
- Aquí tienes tu arma. Tu arma perfecta.
Dejó caer la cosa en las manos de Rin y la empujó para que saliera fuera de la cueva. Era de
noche, así que tuvieron que esperar unos cuantos segundos antes de que se les
acostumbraran los ojos a la oscuridad.
- El mismo cactus - señaló Totosai - Pártelo en dos, justo por la primera rama.
- Pero si antes no he sido capaz ni de clavar la flecha en el cactus.
- Tú hazlo. Este abanico está pensado para mejorar tus habilidades y potenciarlas.
Rin se colocó en posición. Echó el abanico hacia atrás, en alto, y finalmente lo lanzó, con
fuerza y precisión, hacia la zona del cactus que el anciano le había indicado.
La planta se cortó en dos exactamente como Totosai le había pedido. Luego el objeto,
trazando una perfecta circunferencia, regresó a manos de la joven, que lo interceptó sin
problemas.
- ¡Vaya! - exclamó ella, más impresionada que nunca - Es una maravilla - y se quedó
embobada mirándolo.
El abanico era de un color tan negro que se confundiría con la garganta de un lobo. Era
ligero y sencillo, y muy sofisticado. En la parte de delante del abanico estaba incrustada la
luna, justo en la pieza del centro. Y sobre cada una de las puntas del objeto, sobresalía una
cuchilla, en forma de triángulo asesino.
- Cuando quieras recoger las cuchillas dentro del abanico, pulsa en el lateral - le
explicó - así podrás meterte el arma en el bolsillo. Además, como ya has
comprobado, el abanico tiene efecto boomerang. Siempre que lo lanzas, vuelve.
Bueno - rectificó - si lo lanzas bien. Y lo has hecho.
Rin no podía estar más contenta, ni más agradecida. Miró al herrero que, aunque
ciertamente estaba loco, era todo un maestro en su trabajo.
- No sé cómo agradecérselo. Yo…
- Ya lo has hecho. Me has traído un cadáver de demonio. Con sus huesos arreglaré
algunas espadas que se me torcieron.
- ¿Para eso era el demonio? Pensé que usarías su material para hacer mi arma.
- ¡Nah! - hizo un gesto vago con la mano - Es mejor así.
- ¿Y la luna de plata? ¿No piensa quedársela?
Totosai puso los brazos en jarra.
- Y yo ¿para qué voy a quererla? - ella no respondió, así que él se acercó a
explicárselo - La mayoría de armas sólo son realmente buenas cuando tienen algún
tipo de magia. Eso significa principalmente, que se construyen con huesos de
demonios. En tu caso no he querido hacer eso, porque digamos que no eres una
humana demasiado fuerte, así que tal vez los poderes demoníacos de un arma con
huesos de demonio te trastocaran o ¡qué sé yo! Entonces te he hecho una buena
arma de materiales normales y luego le he añadido la pieza clave: la luna.
- ¿Y por qué es importante la luna?
- Es la parte especial de tu abanico. Ese collar tiene un gran poder. Digas lo que
digas, te lo ha tenido que regalar una persona muy especial para ti, el collar me lo
dice.
- ¿El collar? - la cara de Rin se llenó de escepticismo - ¿El collar se lo ha dicho?
Totosai puso los ojos en blanco y prosiguió.
- Está rodeado por un aura poderosa. Significa que esa luna está vinculada a tus
sentimientos más fuertes y, por lo que parece, no sólo los tuyos. Tu abanico será una
maravilla mientras la luna esté ahí. Si se pierde, no te servirá de mucho. Ahí
dependerá de tu habilidad para la lucha, que es poca.
La joven se estaba mosqueando un poco, pero teniendo en cuenta el gran trabajo que había
hecho el anciano, prefirió no decir nada. Se limitó a sonreír y le dio las gracias.
- Maestro Totosai, me alegro de haberle conocido. Ha sido un placer - y se inclinó
con educación.
- Lo mismo digo.
- Y ahora, A-Un y yo deberíamos irnos. Pasaremos la noche en una aldea cercana.
Totosai asintió.
- ¡Espera! - Rin se detuvo - ¿No querrías cenar algún día conmigo? Estoy soltero.
La joven le miró totalmente perpleja, pero poco a poco sus pupilas se fueron poniendo al
rojo vivo y Totosai notó que se había disgustado.
- Bueno, bueno, como quieras.
Rin se marchó caminando.
- Son tal para cual - le dijo el viejo al caballo - Ella es adorable, lo reconozco, y muy
guapa, pero si se enfada, tiene el mismo temperamento que su novio. Podrá decir lo
que quiera, pero estos dos tienen algo, te lo digo yo - y le guiñó un ojo al caballo -
El collar me lo ha dicho.
A-Un dio un soplido y empezó a trotar para alcanzar a su amiga.
- ¡Eso, corre! ¡Piensa que estoy loco! - le dijo todavía al caballo cuando éste ya había
desaparecido en la noche - ¡Pero te equivocas! ¡No estoy loco! ¡Uyy, una rata!
Mmm… la cena….
El caballo alcanzó a la joven.
- Gracias A-Un. Sin vosotros no habría encontrado a Totosai, ni tendría esta
magnífica arma - se palmeó el bolsillo, donde guardaba su nueva posesión - Y ahora
vayamos a la aldea más cercana. Es peligroso pasar la noche en medio de la nada,
sobretodo, habiendo tantos peligros cerca.
Capítulo 31: Libre soy cuando estoy contigo
Megumi estaba arrodillada en el suelo, junto a un cubo de agua y una bayeta. A sus pies, se
encontraba una colcha de seda verde con dibujos de hojas. Sobre ésta, un muchacho
descansaba con los ojos cerrados y la boca prieta.
Megumi metió la bayeta en el agua fría del cubo y se la posó en la cabeza al joven, para
retirarle el sudor y que la fiebre le bajara.
Debido al contraste de su frente con el paño húmedo, el chico se despertó.
- ¿Me….Megumi? - preguntó él, todavía medio adormilado.
- ¡Shh! - le indicó ella, colocándose un dedo en los labios - Tienes que descansar.
El chico no le prestó atención e intentó erguirse. Pero no había sido una buena idea;
enseguida notó la herida en su pecho oprimiéndole con fuerza.
- ¡Ahh! - se quejó con los dientes apretados - ¡Maldito Sesshomaru!
Megumi le ayudó a tumbarse de nuevo.
- ¡Maldito tú! - le espetó enfurecida - ¿Es que no te das cuenta de la gravedad de la
situación?
Kohaku la miró perplejo. ¡Claro que se daba cuenta! Él casi moría por culpa de ese
demonio.
- ¡Casi me mata! ¡Por supuesto que entiendo lo grave que es esto! Y en cuanto me
levante, iré a buscarle y…
Megumi le dio un guantazo. Kohaku la miró sinceramente sorprendido.
- ¿A qué viene eso? ¿Yo que te he hecho?
- ¡Eres un imbécil! - replicó ella, con los ojos enrojecidos - ¡Y un estúpido!
- Megumi… - Kohaku no sabía qué hacer. De los ojos de la chica brotaban
silenciosas lágrimas surcándole las mejillas hasta llegar a la piel blanca del cuello.
Lo miraba como si estuviera enfadada, furiosa. Y, de hecho, lo estaba. Pero su
semblante no sólo era de enfado, sino también de preocupación. ¿Megumi… estaba
preocupada por él?
- ¡¿Te paraste a pensar que Sesshomaru es mucho más fuerte que tú?! - continuó ella
- No tenías ninguna posibilidad. ¡Si sigues vivo es porque él no ha querido matarte!
- ¡Pero si me atravesó el pecho! - se quejó.
- Ya lo sé. Lo sé. Y tampoco me parece bien. Pero dime… ¿quién atacó primero al
otro? ¿Él o tú?
El chico guardó silencio, delatándose.
- Me lo temía - susurró ella, decepcionada - Sesshomaru sólo es violento si se le
provoca. Tú le provocaste y él, que tiene mucho genio y muy poca paciencia, se
hartó de ti. Lo que hizo no estuvo bien, pero tú… ¡eres lo peor!
Megumi se dispuso a golpearlo de nuevo, pero el chico le agarró la muñeca con fuerza
antes de que ésta le alcanzara y se irguió con dificultad hasta quedar sentado en la colcha, al
mismo nivel que ella, que estaba de rodillas.
- ¿Por qué lloras si tanto me odias? - le preguntó en voz suave y calmada.
Megumi miró hacia otro lado. Intentó que el joven le soltara la muñeca y, para su sorpresa,
lo hizo.
- ¿Y tú por qué insistes en que Rin sea tuya cuando ella no quiere?
El chico tampoco respondió.
Megumi miraba el suelo, incómoda. Y Kohaku la miraba a ella, con curiosidad.
- Porque la quiero - dijo él, finalmente - Bueno…la quería, o eso pensaba.
La chica lo miró un instante.
- ¿Qué quieres decir con que eso pensabas?
- Pensé que ella me gustaba… pero ahora sé que sólo lo pensaba porque nunca antes
me había enamorado de nadie.
- ¿Te has enamorado de ella? - quiso saber Megumi.
- De ella no - Kohaku volvió a tumbarse, sin mirar a la chica y le dio la espalda.
Ésta estaba sorprendida. Se quedó de piedra un instante, intentando procesar lo que el joven
exterminador había dicho: de ella no.Entonces, ¿de quién?
Una idea surcó su mente como un relámpago divino. ¿Se refería Kohaku a que él la amaba
a…?
Se levantó en el acto y salió de la cabaña, confusa.
- Voy a por más agua - dijo sin recoger el cubo ni la bayeta.
* * *
Rin y A-Un habían pasado la noche en un establo, en una pequeña aldea que daba al mar.
En cuanto salió el sol, se escabulleron del establo sin que nadie los viera y se acercaron a la
costa, donde el olor a muelle y algas se extendía por todos lados.
- ¡Guao! ¡Es precioso! - exclamó Rin totalmente asombrada - Es la primera vez que
veo el mar.
La chiquilla se acercó corriendo hasta la orilla y dejó que el agua le bañara los pies. Notaba
la arena entre sus dedos, y las algas del mar haciéndole cosquillas. El agua era trasparente y
cristalina, y el cielo, más azul que el propio mar.
Cerró los ojos un instante y notó la brisa en la cara y el olor a sal y algas que ésta
desprendía. Sus cabellos ondeaban al viento y se le enredaban los mechones negros unos
con otros, dejándose mecer por él.
Desplegó los brazos y respiró profundamente, disfrutando de la sensación de libertad que la
invadía en ese momento y empezó a reír. Rió con ilusión, con felicidad, con frenesís. Rió a
carcajadas y se dejó caer hacia atrás, quedando su espalda y cabellos llenos de arena.
- Soy libre - dijo en voz baja, como sin creérselo - ¡Soy libre! ¡Yuhuuu! - gritó a
todo pulmón, desahogándose y dejando que toda la presión que llevaba acumulada
de las últimas semanas desapareciera de su cuerpo, fugándose por la boca -
Sesshomaru, ojalá estuvieras aquí para ver esto.
Rin recordaba la vez que, siendo muy pequeña, le preguntó al demonio si algún día la
llevaría a ver el mar.
- Algún día - había dicho él.
Hubiera querido que él estuviera ahí en ese preciso instante, abrazándola, besándola.
Se llevó las manos a los labios y recordó ese primer beso que él le había dado. Recordó que
ella le estaba gritando, le decía que le había amado desde el primer instante en que lo vio. Y
él, sin dejarla terminar, la besó con sus fríos labios, como si no hubiera nada mejor en el
mundo.
- Me besó - dijo ella, temblando - Aún no puedo creerlo. Nunca pensé que él…
Se levantó del suelo y se sacudió la arena de su traje negro. Se acercó al agua y contempló
su reflejo: era alta y esbelta. Llevaba unos pantalones y una camisa de manga larga que se
ajustaban perfectamente a su figura femenina. Le cubrían los pies unas botas negras con los
bordes rosas, similares a las de Sango, y una pequeña tela rosa se apretaba a su cintura y le
llegaba hasta medio pecho, haciendo la función de una fina armadura contra los golpes que
pudieran alcanzarla. A un lado del cinto, llevaba una daga que había conservado de su
padre, cuando ella aún tenía cuatro años y él estaba vivo. Y, finalmente, en el interior de la
bota derecha, llevaba el abanico, plegado y con las cuchillas recogidas para no hacerse
daño.
Se miraba en el agua y no se reconocía. No ya por el hecho de ser una mujer, sino porque
no llevaba sus habituales kimonos, ni iba descalza. Cazadora, guerrera, luchadora… en
todas esas cosas se había convertido. Pero algo seguía sin cuadrar todavía. Se miraba y se
miraba y no llegaba a averiguar qué era.
A-Un se acercó de repente y refregó una de sus cabezas a la chica, para que ésta lo
acariciara.
- Ahora no, Un, estoy pensando.
El caballo se sintió molesto y la cabeza de Un le mordisqueó un poco el pelo.
- ¡Un, no seas malo! - entonces se dio cuenta - ¡Claro! Un, ¡eres un genio!
El caballo ladeó la cabeza, sin comprender.
Rin se arrancó un trozo de lazo de los que le sujetaban una de las botas y se lo llevó al pelo.
Se cepilló la melena abundante con los dedos y luego se subió los cabellos en alto, se ató el
lazo rosa con fuerza y dejó que la coleta le cayera larga y ligeramente ondulada por la
espalda. El color rosa del lazo hacía un fuerte contraste con la oscuridad de la melena, pero
le daba un aire elegante y femenino, tan propio de ella.
Volvió a mirarse.
- Ahora sí estoy lista.
Capítulo 32: Los sentimientos de Megumi.
Había pasado un día y medio desde que Sesshomaru y Kohaku combatieron, y desde que
Rin se escapó de casa con A-Un para salvar a su demonio.
La chica se había visto obligada a desviarse e ir primero a ver al maestro Totosai para
conseguir que éste le forjara un arma y así poder salvar la vida de su señor. ¿De qué hubiera
servido, sino, aparecer con las manos vacías, implorándole que volviera? Lo único que
habría conseguido es que los peligros la mataran a ella por el camino, y ni siquiera le habría
alcanzado.
- Probablemente Sesshomaru ya habrá entrado en la cueva - se dijo - pero sé que
puede aguantar muchas horas sin ayuda de nadie. Seguro que aún está vivo.
Pero muy lejos de acertar, Sesshomaru, igual que el resto, se encontraban lejos de la cueva,
buscándola por los alrededores del monte y las inmediaciones de los bosques y aldeas
colindantes.
Rin no sabía que Sesshomaru había tenido que pararse para enfrentarse a Kohaku y que, por
tanto, se había retrasado. Ni tampoco sabía que Jaken había llegado a alcanzarlo y le había
contado que ella había partido hacia el monte. Rin no sabía nada, así que estaba convencida
de que su amado habría llegado ya a su destino y temía que pudiera perder la vida en el
intento. Pero no iba a rendirse. No iba a dejar que él muriera en el intento de encontrar la
misteriosa esfera de Kagura. Esta vez, pasara lo que pasara, sucediera lo que sucediera,
sería ella quien lucharía por crear un futuro para ambos.
Rin tomó las riendas de su montura e instó a A-Un para que se volara más deprisa hacia el
monte Fuji. No quedaba mucho tiempo.
* * *
- ¿Cómo está? - preguntó la hermosa Yuki dándole un cubo con agua fresca a
Megumi - ¿Ha mejorado?
Megumi asintió levemente.
- Está algo mejor. La herida se le ha cerrado y respira normalmente, pero aún no
puede ponerse en pie - suspiró tristemente.
Yuki se dio cuenta de que algo grave le pasaba a su amiga y le puso una mano en el
hombro.
- Siéntate - le dijo para que ésta tomara asiento a su lado.
Megumi la obedeció
- ¿Qué ocurre, Megumi? Últimamente estás muy apagada.
La morena ladeó la cabeza y desvió la mirada, perdiéndose en el infinito.
- No es nada. Sólo estoy algo cansada.
Yuki la miró de soslayo, perspicaz.
- ¿No será que estás preocupada por Kohaku? - señaló astutamente.
- ¿Eh? Yo, bueno, es que… está grave - se justificó.
- ¡Jajaja! - la rubia se echó a reír y le señaló la nariz con el dedo índice - ¡Te pillé! -
sonrió.
Megumi volvió a ladear la vista, ligeramente sonrojada, sin saber bien qué decir.
Yuki dejó de reírse y entrelazó las manos, apoyando la barbilla sobre ellas, y la miró con
ternura.
- ¿Te gusta Kohaku?
La morena la miró sorprendida. ¿Cómo había llegado Yuki tan rápido a una conclusión a la
que ella misma aún no había llegado?
- Pues… la verdad es que no lo sé.
Yuki se levantó de la mesa y fue a llenar un vaso con algo de té verde. Luego regresó a su
asiento y se lo tendió a su amiga.
- Bébetelo; te hará bien.
- Gracias - dijo Megumi, soplando a la taza y dándole pequeños sorbos.
- ¿Sabes? - dijo de repente Yuki, recostándose en su silla - El amor es de los
sentimientos más imprevisibles que existen.
Megumi la miró asombrada. Yuki era casi dos años más joven que ella y, sin embargo,
parecía saber tanto de la vida como si fuera una adulta. Era alguien muy madura para su
edad.
- Claro - continuó Yuki - Es fácil saber cuando alguien te odia. Basta con provocarle
o hacer daño a sus seres queridos. Entonces, indudablemente, su reacción será ira u
odio. Si eres amable con alguien, incluso con las personas que son más frías, se
sentirán alegres. Hay quienes lo demuestran abiertamente y quienes se lo guardan
para sí, pero se sentirán alegres. Pero el amor… - suspiró - Puedes actuar de mil
formas distintas y nunca sabrás si con eso alguien se está enamorando de ti - Miró a
Megumi - Pero cuando llega el amor, siempre es mejor abrirle la puerta y no ponerle
obstáculos, ¿no crees?
La morena asintió.
- Supongo que sí. Pero es que estoy tan confusa.
- ¿Confusa, por qué?
- Pff - resopló Megumi - por todo. Se supone que debería odiarlo o, al menos, que no
me cayera bien. Se ha portado fatal con Rin, y ella es mi mejor amiga. Tendría que
estar apoyándola en lugar de cuidar de él. Además, ha estado a punto de casarse con
ella. Es su casi marido. ¿No se supone que debería guardarle un respeto a esas
cosas? Aunque Rin no le quiera, ¿está bien que su amiga se lance a por su ex
prometido? ¡Pff! - volvió a resoplar - ¡No sé qué hacer! - se llevó las manos a la
cabeza, desesperada.
Yuki se acercó a ella y le retiró las manos del rostro.
- ¿Por qué le quieres? - preguntó, con toda tranquilidad y una gran sonrisa serena que
apaciguaría hasta la bestia más feroz. Mirarla no sólo proporcionaba calma, sino que
ofrecía la seguridad que Megumi llevaba tanto tiempo necesitando - Quiero decir,
¿qué ves en él?
Megumi se tranquilizó un poco y respiró profundamente, escarbando en su memoria a la
espera de encontrar una respuesta sobre por qué se había enamorado de Kohaku, porque,
sin duda, se había enamorado.
- Creo que me ha gustado desde siempre - empezó - Cuando era pequeña él vivía en
la casa de Sango y yo solía verlo jugar de lejos. Siempre me había parecido muy
guapo y atlético, pero nunca fui capaz de hablar con él. Cuando se marchó de la
aldea para vivir en su propia casa y dedicarse a exterminar demonios, intenté
olvidarme de él y pensar más en mi vida y en la de mis amigos. Y lo había
conseguido pero…
- Pero hace un tiempo, regresó - sentenció la rubia.
- Así es - afirmó su amiga - Y desde entonces no me lo quito de la cabeza. Al
principio pensé que era una oportunidad que me brindaba el destino, que una fuerza
mayor estaba ayudándome para que nos conociéramos, pero él sólo tenía ojos para
Rin, para ella y nadie más - agachó la cabeza, apenada.
- ¿Estabas enfadada con ella?
- ¡No, no! - aclaró Megumi con rapidez - Yo sé que ella no tiene la culpa. Ambas
estábamos sufriendo mucho. Ella amaba a Sesshomaru, pero hasta que se dio cuenta
de eso, estuvo hecha un lío, y nadie se esforzaba en entenderla. Y yo me sentía
igual: frustrada y deprimida, pero no quise contárselo a nadie. Decidí guardar mis
penas para mí misma y sufrir yo sola en silencio. Al fin y al cabo, si Kohaku quería
casarse con Rin, estaba claro que no sentía nada por mí en absoluto.
Yuki se levantó de la silla y le dio un tierno abrazo a su amiga.
- Megumi - dijo sin soltarla de su abrazo - El destino sí te ha dado una oportunidad
para conocerle. Las personas a veces se equivocan en sus decisiones y no
comprenden bien sus propios sentimientos. Kohaku ha amado a Rin durante mucho
tiempo, pero después de lo que ha pasado es posible que se obre un cambio en su
actitud. Kohaku está madurando.
La morena abrió los ojos, sorprendida ante la evidencia de esa afirmación. Yuki tenía
razón: las personas cambian, y Kohaku es probable que estuviera reflexionando sobre su
comportamiento y sobre su futuro de ahora en adelante.
Megumi se apartó suavemente de su amiga y se puso en pie, decidida.
- Tienes razón - exclamó - Tengo que intentarlo - y miró la puerta de la habitación de
al lado, donde el apuesto joven descansaba de sus heridas profundamente dormido -
Pero eso no quita que se ha portado fatal hasta la fecha - dijo la chica bastante más
repuesta y regresando a su tono avispado y alegre - Así que, primero, que sufra un
poco - miró a su alrededor - ¿Dónde has puesto el cubo con el agua fría?
Yuki le señaló un rincón en el suelo.
- ¿Qué piensas hacer? - preguntó la rubia, frunciendo el ceño.
- ¿Está muy, muy fría?
- Em… sí, bastante. ¿Por qué?
- ¡Je je! - rió Megumi - Creo que al guapito le conviene darse un baño, ¿no crees? - y
se dirigió con paso firme hacia la cama donde descansaba el muchacho.
Capítulo 33: El Monte Fuji
Rin cabalgaba a toda velocidad por el aire, subida a lomos de A-Un.
- Más deprisa - le apremió - No sé cuánto más aguantará Sesshomaru en tierra
sagrada - y el animal aceleró el paso como pudo.
Iban a tanta velocidad que el viento enredaba los cabellos de la chica y las migajas del aire
le arañaban la cara, pero no le importaba. Rin sonreía, no porque estuviera feliz, sino
porque estaba decidida. "¿Quién soy? ¿Para qué he nacido?" Esas eran dos de las grandes
preguntas que la joven siempre se había hecho. "Si el destino me ha dejado morir varias
veces, me ha arrebatado mi casa, mi aldea, a mi padre, a mi madre y a mis hermanos, ¿por
qué sigo viva? ¿Qué misión tengo en este mundo?" Ahora lo sabía. Daba igual quien fuera
y de dónde venía. Daba igual su aspecto, su figura, su procedencia, su todo. Ella había
nacido para amar a Sesshomaru y para estar con él, para acompañarlo en cada trecho del
camino y darle felicidad y alegría siempre que pudiera. No había nada más importante para
ella en ese momento, ni en ese, ni en ninguno.
Rin quería mucho a las personas de la aldea: a Kaede, Inuyasha, Kagome, Sango, Miroku,
Shippo, Kirara, Yuki, Megumi… Kohaku. Su corazón no podía albergar odio ni rencor por
ninguno, nada más que alegría y felicidad. Shippo, Megumi y Yuki se habían internado en
el bosque sólo para conseguir alejar a los demás de ella y que pudiera hablar de una vez por
todas con su demonio. Shippo la había cuidado y protegido tantas veces y de tantas formas
posibles que había perdido la cuenta. Megumi la había acogido de noche en su casa y la
había aconsejado sobre cómo descubrir a quién amaba y poner orden por fin a sus
sentimientos. La quería como a una hermana y no podía más que estarle agradecida por
todo lo que había hecho por ella. Y Kaede y Sango… no estaba enfadada con ellas. Habían
sido las dos personas que más presión habían puesto sobre ella para forzarla a escoger
pretendiente y a casarse rápido, pero no podía odiarlas, ni culparlas de nada. Rin
comprendía perfectamente el poder y el peso que tenían las tradiciones y lo arraigadas que
podían vivir las costumbres en algunas personas, pero aún así, la chica sabía que no lo
habían hecho por su mal. Sólo querían asegurarse de que Rin tuviera un futuro agradable y
sin preocupaciones, con un buen marido, una buena casa y además, que fuera alguien que
pudiera protegerla. No habían pretendido nunca hacerle daño.
Y Kohaku… quería odiarlo, deseaba poder hacerlo con todas sus fuerzas y con todo su
corazón, pero no pudo. No pudo porque en el fondo le entendía perfectamente. Puede que
Kohaku hubiera sido demasiado protector, posesivo, y un idiota, pero a veces, cuando amas
a alguien, no se piensa racionalmente lo que uno hace.
- Si alguien quisiera quitarme a Sesshomaru, si alguien quisiera hacerle daño o
alejarlo para siempre de mi lado, yo sería posesiva - se dijo Rin a sí misma,
comprendiendo la gravedad de la situación.
Cuando se quiere tanto a alguien que hasta te duele el pecho, cuando lo miras y parece que
a través de sus ojos estás rozando un pedazo de cielo, cuando sólo con un simple contacto
te late el corazón desbocado hasta hacerte creer que no existe nada más en el mundo, sólo
esa persona y tú, entonces sientes que ya no puedes vivir sin ella y te aferras a ese
sentimiento con toda tu alma. Y si alguien se atreve a intentar arrebatártelo, es como si te
faltara el aire y tu mera existencia estuviera perdiendo sentido.
Rin no sabía hasta qué punto Kohaku la había amado a ella. No sabía si había sido un mero
encaprichamiento o si de verdad había llegado a estar profundamente enamorado de ella,
pero fuera como fuese, ahora Rin entendía que, cuando no puedes conseguir aquello que
más deseas en el mundo, tu mundo se vuelvo pequeño y hostil y todo carece de sentido. Así
que, no, no podía odiar a Kohaku. Puede que lo hubiera odiado antes, pero ya nunca más
podría volver a hacerlo. Kohaku y ella eran iguales: luchaban con una voluntad imparable
para conseguir el destino que tanto anhelaban sus corazones.
A-Un empezó a descender un par de metros y lanzó un resoplido por la nariz.
- ¿Ya llegamos?
El caballo relinchó de nuevo.
- ¡Ah! ¡Allí es! - exclamó la chica señalando una montaña enorme que se alzaba ante
ellos - Aquella montaña es el monte Fuji. Date prisa - y se llevó la mano al corazón
- Espérame, Sesshomaru. Pronto te sacaré de allí.
* * *
Inuyasha y Shippo habían estado toda la tarde caminando por las aldeas cercanas al monte
preguntando si alguien había visto a una chica joven montada a un caballo volador. Pero
siempre respondían lo mismo.
- No, lo siento. No he visto a nadie así.
- No pasa nada. Gracias de todas formas.
Y seguían caminando en busca de alguien que la hubiera visto.
- ¿Crees que estará bien? - le preguntó de repente Shippo a Inuyasha - Rin siempre
se mete en problemas y necesita que alguien vaya a salvarla.
Inuyasha lo miró con las cejas alzadas.
- Oye, que tú tienes mujer - le dijo medio en broma, sonriendo como si acabara de
hacer un chiste gracioso.
Shippo le dio un codazo amistoso.
- No es eso. Rin es como mi hermana. Es que… ha cambiado tanto estos últimos
meses.
Varias mujeres pasaron junto a los dos chicos.
- ¡Eh, señoras! ¡Esperen! - las llamó Inuyasha - No habrán visto a una mujer joven
sobre un caballo volador, ¿verdad?
- ¿Un caballo volador? - dijo la más anciana. Luego negó con la cabeza - Ni idea.
Las demás hicieron otro tanto.
- Da igual. Muchas gracias - y siguieron caminando.
- Decía - continuó Shippo - que ya no me parece la misma pequeña Rin de hace unos
meses. Ella y yo siempre nos metíamos en problemas por andar por el bosque a altas
horas de la noche, y nos colábamos en campos de demonios y volvíamos loco a
Jaken - Shippo sonrió abiertamente, recordando todos los buenos momentos que
había pasado con su mejor amiga - Pero desde que empezó todo ese rollo sobre lo
de casarse antes de los dieciocho, escoger pretendientes y eso, su mirada cambió. Se
volvió mucho más… - titubeó, buscando la palabra adecuada.
- ¿Madura? - sugirió Inuyasha.
- ¡Eso es! Madura. Ahora sabe lo que quiere y, desde que tiene una meta, saca
fuerzas de donde no las hay para conseguirlo. Creo que estar enamorada le ha hecho
mucho bien. Por fin sabe quién es en esta vida y lo que de verdad quiere - Shippo
levantó la vista al cielo y sonrió - Por fin, desde que la conozco, veo que es
completamente feliz - se paró un momento para aspirar el aire y dejó que le entrara
en los pulmones, relajándose - Y yo le debo mucho, porque gracias a ella he sabido
distinguir quiénes eran mis verdaderos amigos y quiénes no. Nunca me ha dejado
solo y me ha acompañado en todas mis trastadas, sin delatarme nunca. Y si no fuera
por ella, nunca habría sido capaz de decirle a Yuki lo que sentía por ella. Así que,
estar aquí ahora, buscándola, es lo menos que puedo hacer por ella.
Inuyasha lo miró, enarcando las cejas de nuevo.
- Desde luego, que cursis sois los jóvenes hoy en día. Os resulta muy fácil hablar del
amor, como si fuera lo más importante del mundo, y como si fuera algo sencillo - se
rascó la cabeza con las garras - Pues yo no lo entiendo. ¿Qué crees que ve ella en mi
hermano? Es la persona más fría que he conocido en mi vida - se cruzó de brazos.
Shippo lo miró, incrédulo, y se echó a reír.
- ¡Jajajajaja! Hablas de él como si no tuviera sentimientos - y le dio una fuerte
palmada al semidemonio en el hombro.
- Es que no tiene - Inuyasha arrugó el morro, como si fuera un niño pequeño
enfadado, y se cruzó nuevamente de brazos - Es muy violento y no le importan los
sentimientos de los demás.
Shippo sonrió.
- ¿Violento? ¿A quién me suena eso?
Inuyasha lo miró de reojo.
- Yo no soy violento - dijo, riendo - Él es el violento.
- Que sí, que sí - siguió riendo Shippo - Lo que tú digas.
En ese instante, una voz conocida les llamó desde lejos.
- ¡Eeehh! ¡¡Inuyasha, Shippo!!
Kagome venía corriendo a la carrera desde varios metros más allá. En cuanto llegó hasta
ellos, se paró a tomar aliento, jadeando.
- Kagome, ¿qué ocurre?
- La han visto - soltó ella, entre jadeo y jadeo - Un anciano ha visto a un caballo de
dos cabezas sobrevolando la aldea en dirección a la montaña.
Inuyasha la cogió por los hombros.
- ¿Hace cuánto tiempo de eso, Kagome?
- Quince minutos.
Sesshomaru estaba sobrevolando el profundo bosque que había a los pies del monte Fuji.
Se había esmerado en inspeccionar bajo cada árbol, cada piedra, cada tramo de río, cada
rincón. Había intentado detectar olor a sangre, por si estaba herida, por si algún demonio la
había atacado y estaba intentando devorarla, pero no olió nada fuera de lo común.
El aire era frío y la brisa le traía el olor a agua salada y algas marinas.
- El mar está cerca - pensó el demonio e inmediatamente su mente se transportó a
aquel día en que le prometió a la pequeña llevarla en un futuro a ver el mar. En
realidad, no estaba seguro si en aquel entonces se lo había dicho en serio o sólo para
que ella estuviera feliz creyéndolo, pero justo en ese instante le hubiera gustado
poder llevarla hasta la arena y dejar que la chica corriera descalza entre la espuma
de las olas del mar. A él no le gustaba mucho la playa, pero cualquier lugar era
bueno siempre que ella estuviera con él.
De repente, el viento cambió de dirección y el olor a roca de la montaña le dio de lleno en
la nariz. Sesshomaru inspiró el aire, pensativo. Un suave aroma acarició su nariz y una
sensación conocida lo envolvió por completo.
- Es el olor de Rin - dijo serio y miró hacia el monte Fuji - Proviene de la montaña -
y partió hacia el lugar a la velocidad de un rayo.
Capítulo 34: En la boca del lobo
Rin pasó una pierna sobre A-Un, quedándose sentada de lado sobre él, y luego bajó al suelo
de un salto.
- ¿Estáis seguros de que esta es la cueva? - susurró ella en voz baja - De camino aquí
hemos visto unas cuantas.
A-Un relinchó ligeramente y clavó las pezuñas en el suelo, con fuerza.
- Vale, vale, está bien - dijo Rin, acariciándole el lomo para que se calmara - Esta es
la cueva - consintió.
Rin dio un par de pasos cautelosos para acercarse a la entrada. Aunque fuera plena tarde, la
cueva se encontraba sumida en una inquietante oscuridad.
- Sesshomaru, ¿estás ahí? - dijo ella en voz baja, temerosa de lo que pudiera
encontrarse - ¿Señor Sesshomaru?
Pero nadie contestó. Sólo el eco de su propia voz le fue devuelto como respuesta. La joven
dio un par de pasos más y penetró definitivamente en el umbral de la cueva.
- ¿Sesshomaru?
Nadie contestó
- ¿Hay alguien?
Sólo silencio.
A-Un la seguía de cerca, justo detrás de la chica. Pero de repente, empezó a jadear y se
derrumbó en el suelo con un gran estrépito. Rin se volvió en el acto.
- A-Un, ¿estás bien? - lo miró horrorizada - ¿Qué te pasa?
El caballo alado se encontraba tumbado en el suelo. Respiraba con dificultad y jadeaba.
- ¡Oh, Dios mío! No sé qué hacer.
Miró al pobre animal, impotente, observando cómo relinchaba y resoplaba dolorido. La
chica se agachó junto a él y tiró de sus riendas para ponerlo en pie de nuevo.
- Vamos, pequeño, vamos a alejarte de la cueva.
* * *
Shippo, Kagome e Inuyasha corrían a toda velocidad por el bosque que subía a la Montaña
Fuji.
- ¿Creéis que llegaremos a tiempo de detenerla? - preguntó Kagome, visiblemente
preocupada - Pensad que nos lleva quince minutos de ventaja. Y ella iba volando.
- Ya habrá entrado - aseguró Shippo - La conozco. Si cree que la vida de
Sesshomaru peligra, lo va a dar todo por él, incluso su vida.
Una sombra apareció de repente e Inuyasha se chocó contra ella de forma brusca. Ambos
cayeron al suelo.
- ¡Maldita sea! - dijo el semi-demonio, levantándose - ¿Quién puñetas…
¿Sesshomaru?
El demonio de la luna lo miró con hostilidad y se levantó elegantemente del suelo.
- No me estorbes, híbrido, tengo prisa.
- ¿Cómo que híbrido? ¿Me estás insultando?
- Sesshomaru - Kagome posó una mano en el brazo de su marido para que se
calmara mientras se dirigía al demonio - Un anciano nos ha dicho que han visto a
una muchacha joven y un caballo volador llegando al monte.
- Lo sé - respondió Sesshomaru secamente - Los he olido. No perdamos tiempo.
Y siguieron corriendo desesperadamente hacia la cima. Lo que ellos no sabían es que ya
nadie podría ayudarla.
* * *
- A-Un, quedaos aquí, ¿vale? - Rin acarició el lomo del animal y abrazó una de sus
dos cabezas - Estáis cerca de la cueva, pero no lo suficiente para que os afecte como
antes. Yo voy a entrar, pero volveré pronto.
Y se apartó del animal. A-Un relinchó de forma lastimera. Rin se volvió para mirarlo.
- No te preocupes - le sonrió - Todo saldrá bien. Confía en mí - y echó a correr hacia
el lugar.
Sin perder ni un instante más, entró en la cueva y se fundió con la oscuridad que reinaba en
el interior, como si todo el lugar fuera la negra garganta de un lobo que acabara de tragarla.
¿Qué peligros aguardarían en su interior? ¿Qué clase de criaturas y monstruos la atacarían?
¿Estaría Sesshomaru aún con vida, o ya habría sido derrotado por el cansancio y el esfuerzo
de permanecer tantas horas en un lugar sagrado y hostil como ese?
Rin miraba a su alrededor, sin ver nada, pero todo el lugar emitía extrañas vibraciones que
hacían que la joven se estremeciera de miedo a cada paso que daba. Cada rincón y cada
hueco parecían tan misteriosos que Rin veía por todas partes la palabra "Peligro"Pero no
miró atrás ni una sola vez. No sintió deseos de huir, ni de volver a casa, ni de abandonar
esta peligrosa y arriesgada misión. Tenía miedo, sí, pero se tragaba el orgullo y el temor y
caminaba decidida hacia delante.
- Cuando quieres tanto a alguien como yo a Sesshomaru, no se tienen dudas - se dijo
a sí misma en voz baja - Lo encontraré y lo llevaré de vuelta a la salida. Da igual si
conseguimos la esfera o no. Lo importante es que él no muera en vano en esta
cueva, y menos por mí. No lo permitiré.
De repente, oyó un crujido y luego todo se quedó en silencio.
Rin se agazapó contra una de las paredes y se quedó quieta, intentando vislumbrar algo en
mitad de la espesa oscuridad, pero no vio nada.
- ¿Sesshomaru? - susurró, muy, muy flojo, casi de forma inaudible - ¿Eres tú?
No pudo ver nada en medio de la oscuridad que reinaba en la zona, pero el crujido se
repitió de nuevo.
La chica se levantó despacio, intentando ser lo más cautelosa que pudiera, y con suma
lentitud para no ser descubierta, descendió la mano hasta el muslo y sacó su nuevo abanico,
desenvainando luego las cuchillas. Al abrirlas, el objeto desprendió un ligero silbido. Rin
dejó de respirar, temiendo que la hubieran oído.
De repente, algo brilló en el aire y una flecha surcó la oscuridad y se le clavó en el hombro.
Rin cayó hacia atrás, viéndose totalmente sorprendida y ahora además, herida.
- ¡Ahh! - Rin lanzó un chillido de dolor y se miró el hombro: le corría algo de
sangre. Tragó saliva y se llevó una mano a la flecha, respiró hondo y se la sacó del
brazo, arrancándose un nuevo grito de dolor.
Luego se puso en pie en seguida y adoptó una actitud defensiva, blandiendo el abanico por
delante.
- ¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate si tienes valor! - dijo, muy segura de sí misma.
Otra flecha voló por el aire hacia ella, pero esta vez, Rin estaba en guardia y la desvió
simplemente con agitar el abanico.
Se oyó una voz de fondo.
- ¿Quién eres?
La pregunta era la misma, pero esta vez la persona que la había formulado era totalmente
distinta a la primera.
Una silueta surgió de entre las sombras y se abrió camino hacia la joven.
- ¡Quieta! ¡No des ni un paso más! - amenazó Rin, apuntando con el abanico.
La sombra se paró. Era una mujer joven, vestida con una armadura de cobre y armada con
un buen arco y un carcaj de flechas.
- He preguntado quién eres - repitió la mujer, con voz metálica.
- Me llamo Rin, y he venido a salvar a un demonio.
- Los demonios no pueden entrar aquí - anunció la mujer armada - Todo demonio
que entra, muere.
Rin apretó los dientes de rabia y acercó las puntas del abanico al cuello de la mujer.
- ¡Eso es mentira! - dijo enfurecida - ¿Qué le habéis hecho?
La mujer ni se inmutó. Se limitó a mirarla con sus ojos fríos y hostiles y habló de nuevo,
con un tono de voz todavía más frío y cruel.
- Nadie debe entrar aquí. Los humanos también deben morir - e hizo una señal con la
mano.
Justo en ese instante, una lluvia de flechas surgió de la oscuridad y se dirigieron hacia Rin.
La chica dio un paso atrás y se alejó de la mujer.
- ¿De dónde salen tantas flechas? - se dijo, intentando desviarlas como podía.
Y entonces las vio. Un grupo de mujeres fantasma, vestidas con armaduras de cobre iguales
a las de la primera mujer. Se encontraban dispersas por toda la estancia, disparándole
puntiagudas flechas para matarla.
Rin agitaba el abanico aquí y allá, intentado defenderse. Dio un salto y cayó al suelo,
esquivando otro montón que se dirigían a la vez hacia ella.
- No puedo hacerlo. Son demasiadas.
Pero entonces vio brillar la luna en su arma negra y recordó de inmediato todo lo que estaba
en juego.
- No puedo rendirme -se levantó - ¡Esto va por Sesshomaru!
Alzó el abanico en el aire y lo impulsó hacia delante con todas sus fuerzas, deseando
fervientemente que ese supuesto poder que el arma poseía de verdad funcionase.
El abanico surcó el aire y cortó las cabezas de un buen grupo de mujeres fantasma que se
encontraban en primera fila, rebanándoselas de un tajo. Y luego, siguiendo su efecto
boomerang, regresó a las manos de Rin, que lo interceptó sin problemas.
- Siguiente fila. ¡Adelante! - ordenó la primera mujer de la armadura de cobre.
Otro grupo de mujeres surgió de entre las sombras y se colocó en el lugar de las primeras,
que se habían desvanecido en la nada. Una nueva lluvia de flechas saltó por la bóveda de
piedra y rodeó a la muchacha, terriblemente asustada. Intentó desviarlas de nuevo, pero una
se le clavó en el brazo y otra le dio en la pierna.
- ¡Ahhh! - se lamentó, encogiéndose de dolor. Pero si se rendía ahora, moriría como
tanta gente lo había hecho hasta ahora. ¡No! ¡No podría darse por vencida!
Lanzó nuevamente el abanico, a pesar del fuerte dolor que sentía, y rebanó otras tantas
cabezas, que cayeron al suelo y desaparecieron con sus dueñas.
- Siguiente fila. ¡Avance!
Cuando Rin oyó de nuevo esas palabras, se estremeció. ¿Cuánto tiempo más iba a poder
aguantar? Y es más, ¿cuántas mujeres fantasma había en la maldita cueva? ¿Es que no se
acababan nunca?
- ¡Apunten!
La morena buscó con la mirada rápidamente una salida o, sino, cualquier hueco o grieta que
le pudiera servir de vía de escape.
- ¡Disparen!
Otra lluvia de flechas se le echó encima y Rin volvió a esquivarlas. Pero luego, en lugar de
contraatacar, empezó a correr así como pudo, cojeando, hacia el fondo de la cueva: la salida
más próxima. Las flechas volaban a un lado y otro de su persona, pero no podían
alcanzarla.
- La salida. Tengo que llegar a la salida de este tramo.
Sin embargo, no parecía que las mujeres estuvieran dispuestas a permitírselo.
- Este no es lugar para humanos - dijo la mujer de la armadura.
Rin no le hizo caso. Siguió corriendo hacia el hueco que había vislumbrado en el suelo.
Pero la mujer, que tensaba rápidamente su magnífico arco, no iba a dejar que la joven
escapara de su emboscada. Apuntó a la espalda de la joven, tensó con más fuerza
y…disparó. La había alcanzado.
La chica cayó al suelo bruscamente. La flecha se le había clavado en las costillas y la había
dejado abatida. Rin se dio la vuelta con lentitud, gimiendo, y vio que la mujer estaba
repentinamente frente a ella, con otra flecha cargada en su arco.
- Prepárate a morir.
- Creo que hoy no - y le lanzó el abanico, rebanándole la cabeza.
En cuanto la mujer de la armadura de cobre hubo muerto, todas las demás desaparecieron
en el acto.
* * *
- Mirad, aquí está A-Un - exclamó Shippo nada más verlo.
El caballo gruñó.
- Pobrecito - Kagome le abrazó - Está muy mareado.
- Mmm… creo yo también lo estoy.
Shippo empezó a tambalearse y tuvo que sentarse un momento en el suelo a descansar.
- Estamos en suelo sagrado - aclaró Sesshomaru - No es lugar para demonios - y se
dirigió a la entrada.
- Espera, Sesshomaru - lo llamó su hermano Inuyasha - Tú tampoco aguantarás ahí
mucho ¡Es una locura!
El demonio de la luna le puso una mano en el hombro y lo miró a los ojos con severidad.
- Esto tengo que hacerlo yo solo - y se adentró en las profundidades de la cueva.
- ¡Maldita sea! ¡Será idiota! - se quejó el semi-demonio, empezando a sentir también
los efectos de la tierra sagrada - A este paso morirá antes de encontrarla.
- ¿Cuánto puede aguantar ahí un demonio completo? - quiso saber Kagome, que
desconocía totalmente el tema.
- Si es un demonio débil, poco. Pero tratándose de él, puede aguantar hasta un par de
días. Eso si no le hieren. Si ese fuera el caso, moriría en cuestión de horas.
- ¿Y qué propones? - preguntó Shippo, intentando ponerse en pie sin poder hacerlo -
¿Cómo sino vamos a salvarla?
- Entraré yo - anunció Kagome, decidida y se llevó el carcaj al hombro - A mí no me
afecta la tierra sagrada. Y tú, Inuyasha, acabarás convirtiéndote en humano, así que,
ven conmigo.
El semi-demonio la miró un instante, y asintió.
- Esperad, ¿y yo? - se quejó Shippo.
- Tú te quedas. Cuida de A-Un - echaron a correr. Antes de entrar, Kagome se dio un
instante la vuelta - Volveremos pronto - y desaparecieron también en la cueva.
- ¡¡Nooo!! - Shippo le dio un puñetazo al suelo, furioso - ¡¡Rin!! ¡Maldita sea!
¡¡Rin!!
Pero ella no podía oírlo. Ninguno de ellos podía oírlo ya, pues los peligros de esa cueva no
habían hecho más que comenzar.
Capítulo 35: Más allá de la muerte
Rin se encontraba sentada en el suelo, jadeante y débil.
- Parece mentira. Sólo me han atacado una vez y ya estoy destrozada - sonrió
irónicamente e intentó calcular cuantas heridas le habían hecho.
Tenía una pequeña en el hombro, que ya no le dolía. Se le habían clavado dos flechas más:
una en el brazo con el que lanzaba el abanico, y otra en la pierna, haciendo que estuviera
ligeramente coja. Esta última le dolía bastante. Pero, sin duda alguna, el dolor más intenso
lo sentía en las costillas, allí donde la mujer de la armadura de cobre le había lanzado su
última flecha. Por alguna razón, es como si la flecha de esa mujer fuera distintas a las del
resto de las fantasmas que la habían atacado.
Se llevó una mano al costado y confirmó lo que ya se temía.
- Ponzoña - dijo apartando su mano llena de sangre con burbujas violetas - Me ha
envenenado ¡Aaahh! - gimió.
Intentó ponerse en pie y apoyó las manos en la pared, ligeramente mareada.
- Esto es lo que le debió pasar a Sesshomaru el día que volvió para curarse en el río.
Cerró los ojos y lo pensó cuidadosamente. Si Sesshomaru, que era un demonio fuerte y
poderoso, había sido incapaz de recuperarse del ataque dentro de la cueva, ella, que no era
más que una joven humana, no iba a poder superar esto. El veneno se estaba extendiendo
rápidamente por su cuerpo y ella lo sabía.
- Tengo que encontrarlo antes de que la ponzoña acabe conmigo. A lo mejor él
puede sacarnos - y siguió caminando lenta y dificultosamente.
* * *
Sesshomaru no caminaba, pero tampoco se puede decir que corriera. Prácticamente volaba
por el interior de la cueva, a la máxima velocidad que su fuerte cuerpo de demonio le
permitía. Empezaba a sentirse débil, pues a cada metro que avanzaba, el poder de la tierra
sagrada era más potente y su instinto animal le decía que diera la vuelta si quería conservar
la vida, pero no iba a hacerlo. No daría la vuelta bajo ningún concepto.
- ¿Salvar mi vida? - se dijo - ¿Para qué la quiero si no puedo salvarla a ella?
Él sabía que ella estaba ahí. Sabía que estaba cerca. Notaba su olor, oía sus pasos, incluso
podía sentir el latido acelerado y asustado de su corazón, y eso le partía el alma.
- Ella tiene miedo - pensaba una y otra vez - Está sola y yo no puedo encontrarla.
Volaba lo más deprisa que podía, pero todos los caminos dentro de la cueva eran iguales.
Había numerosos pasadizos y túneles, incluso a veces habitaciones. Sesshomaru intentaba
evitar a los enemigos, pero no lograba dar con ella. De repente, dejó de oírla respirar.
Tuvo que detenerse un momento, porque estaba frenético. Lo que más le importaba en este
mundo era la vida de ella y estaba a punto de escapársele de entre las manos. Empezó a
temblar de rabia y apretó la mandíbula hasta clavarse los colmillos en sus finos labios y
hacerse sangre.
- ¡¿Por qué no puedo encontrarla?! - dio un puñetazo en la pared, con furia, y una
roca que sobresalía de la superficie rocosa se rompió, haciéndose añicos - ¿Por qué
ya no la oigo?
Cerró los ojos y escuchó con atención. Silencio, crujidos, las pisadas de Inuyasha y
Kagome todavía cerca de la entrada, sombras acercándose, más crujidos, silencio….
- Bo-bom
Un latido.
- Bo-bom, bo-bom, bo-bom, bo-bom…
Los latidos del pecho de Rin.
Sesshomaru se dio impulso enseguida y siguió sobrevolando el interior de la cueva con
rapidez.
- No dejes de respirar, Rin. Tus latidos son mi guía.
* * *
La morena había llegado a una especie de camino cortado. No había más que muro y no
veía ninguna posible continuación.
- Creo que me he vuelto a equivocar.
Se sentó en el suelo un momento y contó sus respiraciones para calmarse. Se levantó un
poco la camisa raída y vio que el veneno se había extendido mucho. Lo que antes era sólo
un punto violeta, ahora tenía el tamaño de un puño. Las burbujas no paraban de salir de la
herida, que se negaba a cerrarse, dejando así un delicioso rastro de veneno y sangre para
cualquier enemigo que estuviera en la zona.
Se llevó una mano al pecho.
- Casi no puedo respirar.
De repente, vio algo brillar en el techo. Al momento, desapareció. Luego volvió a aparecer.
La chica fijó la mirada en ese punto del techo y pudo adivinar lo que eran: unos ojos
parpadeantes. Se puso en pie con lentitud y desenvainó el abanico. Las cuchillas hicieron
un silbido al salir.
La criatura, viéndose descubierta, se dejó caer al suelo y apareció frente a la chica. Era una
especie de lagarto gigante de color verde oscuro y marronoso. Su cuerpo estaba cubierto de
escamas y sus manos y pies eran como patas membranosas de las cuales no surgían ni
garras.
- Pero si no tiene uñas - pensó Rin, confiada - Este no supondrá ningún problema.
Pero entonces, el lagarto gigante sacó su larga lengua azulada y la pegó al abanico.
- ¡Eh! ¡Qué haces!
Rin tiró de su arma con fuerza, pero el lagarto la tenía bien sujeta y la lanzó con la lengua
por los aires, lejos de la pequeña.
- ¡Oh, no! Sin el arma… yo…no valgo nada como luchadora.
Recordó las palabras de advertencia del maestro Totosai:
- Si se pierde, no te servirá de mucho. Ahí dependerá de tu habilidad para la lucha,
que es poca.
"Que es poca", "Que es poca", "Que es poca", "Que es poca"…
Se sintió totalmente desolada. Si no hubiera sido tan confiada, ahora no estaría desarmada y
totalmente indefensa.
El lagarto se lanzó inmediatamente sobre Rin. A diferencia de las mujeres fantasma, esta
criatura demoníaca no hablaba, ni parecía inteligente. Tan sólo era un depredador gigante,
rápido y agresivo, que estaba dispuesto a matar a la humana para poder luego devorarla.
Rin se tiró al suelo y esquivó así su duro golpe. Se levantó deprisa y empezó a correr para
alejarse del lagarto, pero éste fue más rápido y le cerró el paso.
- ¿Dónde estás, abanico? ¿Dónde te ha lanzado?
El monstruo se lanzó de nuevo contra ella, pero la chica volvió a esquivarlo. El lagarto
chocó fuertemente contra la pared y ésta crujió entera, apareciendo grietas hasta en el techo.
- ¡Ahí está! - exclamó la joven en cuanto lo vio clavado en la pared de enfrente y se
movió rápida hacia él.
Pero ese descuido le costó caro. El lagarto se dio la vuelta y con la cola, le dio un fuerte
latigazo que le dio en el pecho y le golpeó la cara, partiéndole el labio. La pobre Rin fue
lanzada por los aires sin ningún escrúpulo. Las heridas de Rin se reabrieron y empezó a
salir sangre a borbotones. El veneno le nubló la vista y sintió cómo le fallaban las fuerzas.
- Después de todo lo que hemos pasado, ¿es así como voy a acabar?
El lagarto se colocó frente a ella y abrió sus fauces. Un horrible sonido gutural salió de su
garganta y se inclinó sobre la joven.
- ¡¡Me niego!!
Rin se sacó la daga del bolsillo y, sin ver absolutamente nada, se inclinó hacia delante con
rapidez, cuchillo en mano, y desgarró la garganta del monstruo que tenía enfrente. La
sangre salió atropelladamente y a presión. Era de un color tan oscuro que casi se confundía
con la oscuridad de la cueva. El lagarto se retorció de dolor, chillando y contorsionándose
hasta que cayó muerto en el suelo.
Rin se dejó caer y perdió durante varios minutos el conocimiento. Al principio aún podía
ver las grietas del techo y las gotas de sangre de la criatura, que se extendían por las
paredes y el suelo. Finalmente, se le nubló la vista y cerró los ojos.
Capítulo 36: Una luz en la oscuridad
Rin se encontraba en mitad de un claro en el bosque. Era de noche y una dulce brisa
soplaba entre los árboles, llenándola de tranquilidad y frescura.
Respiró el aire fresco y sonrió, relajada.
De pronto recordó todo lo que le había pasado en la cueva y se dio cuenta de que nada de
esto tenía sentido.
- ¿Dónde estoy? - se preguntó a sí misma, mirando alrededor sin comprender cómo
había podido salir de allí y cómo era posible que estuviera viva.
Se llevó las manos a la herida de las costillas, esperando sentir el dolor punzante que le
provocaba el veneno, pero no había nada allí. Ni rastro de la sangre, ni del veneno, ni de la
herida. Se miró el brazo, la pierna y el hombro. Se tocó el labio que supuestamente estaba
partido, pero allí no había nada más que su piel fina y delicada.
Todavía había una cosa que consideraba aún más insólita: su ropa. Vestía un traje largo de
seda blanca, como si fuera un largo camisón de algodón blanco, pero en seda. E iba
descalza. ¿A dónde habían ido a parar su traje de exterminadora y sus armas? ¿Dónde
estaban la daga y el abanico? ¿Y Sesshomaru? ¿Dónde estaba él?
Una voz se oyó en las cercanías y la muchacha la reconoció enseguida: era él, su demonio.
Corrió hacia la voz, repentinamente feliz de saber que el señor Sesshomaru estaba bien, que
el demonio de la luna había conseguido salvarse y sacarlos a los dos de allí sanos y salvos.
Corrió feliz y llena de dicha hasta salir de los arbustos y llegar donde él estaba.
- ¡Sesshomaru! ¡Sesshomaru! ¡Estoy aquí!
Se lanzó contra él para abrazarlo, pero, de alguna forma inexplicable, lo traspasó y se chocó
contra el árbol de atrás, cayendo de bruces contra el suelo.
Rin se sacudió la ropa y se levantó de nuevo.
- Señor Sesshomaru, ¿qué está pasando?
Pero él parecía como si no la viera. Estaba de pie, justo a su lado, hablando con una mujer
albina y llena de símbolos violáceos iguales a los del demonio de la luna: su madre.
La chica volvió a llamarlo, pero ninguno de los dos se dignó a mirarla, y cuando la joven
los tocó, su mano traspasó sus cuerpo, como si fuera un…
- ¿Fantasma? - aclaró una voz infantil.
- ¿Quién ha dicho eso?
Una ráfaga de viento envolvió a la joven y, de repente, apareció una niña junto a ella.
- Lo he dicho yo - le dijo - Yo soy la que vigila este mundo: la Guardiana.
Rin dio un paso atrás y la estudió con precaución. Era una niña bajita, aunque por su rostro
parecía tener unos catorce o quince años. Tenía el pelo gris brillante que le llegaba hasta
media espalda, y unos ojos totalmente blancos, muy, muy grandes. No tenía pupilas. Pero
tenía una sonrisa bonita y su tono de voz poseía un efecto tranquilizante.
- ¿Este mundo? ¿Quieres decir que… estoy muerta?
- Más o menos - la extraña niña agitó la mano en un signo de desdén y luego le
señaló el cielo - Por ahora estás simplemente en otro plano.
Rin miró a su alrededor y volvió a fijar su mirada en Sesshomaru y su madre, que seguían
hablando en mitad del bosque.
- Pero ¿dónde estoy exactamente?
- Ahí - la guardiana le señaló un rincón entre las matas y allí se vio.
Acurrucados entre las hojas, estaban ella y el señor Jaken, junto a A-Un, que mordisqueaba
las plantas. Era el único que estaba despierto. Rin y Jaken estaban completamente
dormidos.
- Pe…pero - se alteró Rin - ¿Cómo es posible? Yo estoy aquí. Yo… ahí tengo unos
¿siete años?
- Ocho - corrigió la guardiana - Tenías ocho años.
- Entonces esto es…
- Un recuerdo.
La niña de los ojos blancos la cogió de las manos y la acercó hacia su yo de cuando era más
joven.
- No se despertará, ¿verdad?
La albina negó con la cabeza.
- Hoy duermes profundamente.
- ¿Sabes? Se me hace raro verme a mí misma desde fuera. Se me ve tan tranquila y
tan sana.
- Lo estabas. En esa época eras muy feliz.
- Lo sé, porque estaba con él - dijo Rin, señalando a su querido demonio - Aunque
en ese entonces aún no sabía lo afortunada que era ni todas las barbaridades que nos
deparaba el futuro.
Rin suspiró.
- ¿Por qué estoy aquí?
La guardiana negó con la cabeza.
- No lo sé. Yo sólo soy la que abre la puerta hacia los mundos y la que vigila que
nadie vaya a donde no le pertenece. Has muerto, Rin. Moriste en la cueva. Y ahora
estás sumida en tus recuerdos, en un lugar que en realidad no es ningún sitio.
Rin se quedó pálida.
- ¿Mo…morí? - empezó a temblar - ¡Eso no es posible! Yo estoy aquí ahora mismo.
¡Puedo tocarme! Yo… - miró a la niña albina, desesperada, y su tono de voz
empezó a apagarse hasta convertirse en amargura - Yo… fracasé. No pude salvarlo.
Es eso, ¿verdad? Morimos los dos.
La Guardiana cogió a Rin del brazo y la llevó hasta donde Sesshomaru y su madre
conversaban.
- ¡Shhh! - le indicó la niña, llevándose un dedo a los labios para que Rin guardara
silencio y se limitara a escuchar.
- Deberías ser más razonable, Sesshomaru. ¿Una humana viajando contigo? No es
precisamente una de las cosas más inteligentes que hayas hecho.
Sesshomaru se cruzó de brazos y miró hacia el cielo, indiferente.
- Esto no tiene nada que ver contigo. Vete.
- ¿Así tratas a tu madre? No has cambiado nada, hijo mío.
- Al parecer, tú tampoco - le contestó en el mismo tono frío y hostil que ella siempre
tenía, aunque fuera con su propio hijo.
La mujer demonio hizo un gesto con la mano.
- Sólo intento advertirte. Los demonios son una evolución de los humanos. Las
personas son débiles y codiciosas, y es precisamente esa debilidad lo que hace que
se entreguen tan fácilmente a los placeres prohibidos y a fuerzas demoníacas que
están fuera de su alcance. Sesshomaru, eres un demonio fuerte y estás intentando
convertirte en el amo y señor de un ejército, como antaño hizo tu padre. No puedes
permitirte debilidades. ¡Mírala, es sólo una niña!
Sesshomaru bajó la vista y la dirigió hacia la pequeña de ocho años que dormía en el suelo.
- ¿Debilidad? - se burló - La veo madre, y no veo nada de lo que preocuparme en
ella.
- No es de ella de quien hablo, es de ti. ¿Por qué la llevas contigo si no es poderosa,
ni es un guerrero, ni tan siquiera es capaz de defenderse sola?
El demonio de la luna se acercó a la niña dormida y se agachó junto a ella, contemplándola.
Ella respiraba dulcemente, y su pecho subía arriba y abajo con lentitud. Sesshomaru le
acarició ligeramente la cara y la miró con ternura.
- Porque es lo más bello que he visto en mi vida - dijo en un susurro.
- ¿Qué? - preguntó su madre, que no le había llegado a oír bien.
Sesshomaru se levantó.
- Nada de esto es asunto tuyo, ni si consigo hacer un ejército ni mis ambiciones
como guerrero. No tengo debilidades, y si las tuviera, desde luego no dejaría que ni
tú ni nadie las supiera. Gracias por las advertencias, pero no me hacen falta.
La mujer demonio lo miró con frialdad y alzó el rostro en un gesto altivo.
- Como quieras, Sesshomaru. Pero he visto antes de ti muchos demonios poderosos
que han sucumbido a los encantos de una mujer humana. Tu padre fue uno de ellos.
Esa humana te hará mal, Sesshomaru, y tu presencia tampoco le hará ningún bien a
ella.
Y se transformó en un demonio zorro que desapareció elegantemente en el cielo de la
noche.
- ¿Lo has oído todo? - le preguntó la guardiana a Rin con tranquilidad.
- Sí - afirmó la morena lentamente - Lo he oído - y guardó silencio, sin saber qué
pensar.
- Este recuerdo - continuó la niña de ojos blancos - ha estado guardado en tu mente
sin que tú lo supieras. La mente humana, aunque esté dormida, puede percibir lo
que pasa a su alrededor y lo almacena en el subconsciente. No sé por qué ha
escogido precisamente este recuerdo, pero está claro que tu consciencia quiere que
aproveches este momento para que aprendas algo. ¿Qué has aprendido?
Rin guardó silencio durante un instante y respiró hondo.
- Ahora sé que Sesshomaru supo desde el principio que yo era su debilidad, y sin
embargo, se ha arriesgado todo este tiempo para poder estar conmigo y cuidarme.
También sé ahora que fue su madre la que le metió esa idea en la cabeza de que una
humana no debería estar con un demonio, porque no es bueno para nadie. Pero al
menos ahora sabemos que eso no es del todo cierto, que quien lucha por ello, puede
escribir su propio destino. Y yo quería escribir un destino para nosotros. Él ha
luchado para que estuviéramos juntos desde que yo era una niña. Sabía que me
quería, pero no hasta el punto de saber que soy su debilidad y arriesgarse.
- Todavía puedes escribir un destino para vosotros.
Rin miró a la niña, perpleja.
- ¿Qué quieres decir? Estoy muerta, ¿no?
- ¿Una muerta puede recordar? - señaló astutamente la Guardiana.
- Supongo que no, pero… tú has dicho que yo estaba muerta.
La niña de pelo gris se rió y de alguna forma y a pesar de sus ojos completamente blancos y
sin pupilas, Rin supo que la estaba mirando.
- Te mentí. Y ahora, es hora de que te abra la puerta y vuelvas al lugar al que
perteneces.
- ¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué no me has enviado de vuelta desde el principio?
La guardiana apretó la mandíbula y miró seriamente a la joven.
- En el mundo real, ¿te quedan fuerzas y energía para continuar?
- Pues… en realidad, no.
- Lo sé. Estás herida, gravemente herida. Te han envenenado, te has mareado y has
perdido la vista y la consciencia. ¿Crees que si no te hubiera dado un nuevo motivo
para luchar, no habrías acabado sucumbiendo? Este recuerdo no ha sido sólo una
lección de aprendizaje, ha sido una forma de darte coraje y valor para seguir
adelante. Y vas a necesitarlos.
Rin miró el suelo, avergonzada.
- Supongo que estoy en las últimas.
- Lo estás - confirmó la guardiana - Tu muerte es cuestión de tiempo, pero ahora
sabes que Sesshomaru no se rindió nunca. ¿Vas a rendirte tú?
Y la empujó con fuerza hacia atrás. El bosque desapareció de repente, la luna se volvió
negra y la oscuridad se comió el cielo y los árboles. De un momento a otro, todo estaba
sumido en las tinieblas. Poco a poco, una pequeña luz apareció en el horizonte y se fue
haciendo cada vez más grande. Más grande y más luminosa. Rin caminó a zancadas hacia
ella, intentando llenarse de su calidez. Y, entonces, abrió los ojos.
Las heridas del brazo, el hombro y de la pierna habían dejado de sangrarle, pero la de las
costillas estaba muy mal. Se levantó la camisa raída y sucia y posó una mano en el
manantial de ponzoñosas burbujas violetas. El veneno se había extendido tanto que ahora
tenía media espalda y todo el vientre completamente morado.
- Debo haber estado inconsciente unos veinte minutos - calculó - Por eso está tan
extendido.
Intentó levantarse, pero enseguida notó la presión en su estómago, y una oleada de calor le
sobrevino de repente. Vomitó un buen trago de sangre.
Se llenó las manos de ella y, antes de que pudiera evitarlo, otra arcada roja le manchó el
traje al completo. Respiró hondo y se limpió las manos en los pantalones.
- Me estoy muriendo - dijo en voz alta para ir haciéndose a la idea de que no iba a
salir de esta.
Hizo un esfuerzo e intentó levantarse, acordándose del sueño, pero no pudo. No tenía
fuerzas.
- Ya no hay nada que hacer - suspiró - Me rindo.
Y se recostó en la pared, esperando que el veneno acabara de extenderse del todo y la
matara de una maldita vez. Pero entonces se dio cuenta de que no estaba en el mismo lugar
que donde la había atacado el demonio lagarto y se había desmayado. Ahora estaba en una
sala pequeña, iluminada por el tenue fuego de una antorcha.
- ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Quién me ha traído? - pensó - ¿Hola? ¿Hay
alguien? - dijo esperanzada, pensando que tal vez su demonio la había encontrado
finalmente y se encontraba también por algún rincón, agonizando igual que ella de
dolor. Pero no contestó nadie - ¿Hola?
Repentinamente, apareció una extraña luz en el suelo, tras una esquina.
Rin fijó la vista en la oscuridad. No era una luz, sino una criatura, como una especie de bola
peluda con patas, y a la vez, luminosa.
El pequeño ser la miró un momento y se escondió de nuevo tras la esquina. Luego volvió a
asomarse, con timidez. La joven sonrió.
- Oye, pequeño, ven. No voy a hacerte daño.
La bolita salió lentamente de la grieta y se acercó con cautela a la joven. Rin alargó el brazo
y se dispuso a tocarla. La criatura cerró los ojos y empezó a temblar.
- Tranquilo, pequeño. Todo está bien - y acarició el pelaje del ser luminoso - Jaja - se
rió la chica - que suave eres - y le sonrió con ternura - ¿Qué cosa eres tú?
La criatura peluda la miró con ojos tiernos y ladeó el rostro, sin comprender.
- Miau - fue lo único que dijo.
- ¡Vaya! - exclamó la joven - Eres como una bola de luz con patas, y además,
maúllas. ¿Tienes nombre? Jaja, mmm… voy a llamarte Kuppuru. ¿Te gusta?
- Miau - repitió la criaturita.
- ¿Eres tú quién me ha traído aquí?
- Miau
La joven sonrió.
- No hablas mucho, ¿eh?
De pronto, las paredes y el suelo empezaron a temblar y toda la estancia se empezó a
encoger.
Rin se puso en pie, sobresaltada.
- ¿Qué está pasando?
Las paredes y el techo se estaban encogiendo. Si no salía inmediatamente de la sala, iban a
aplastarla. Miró a todos lados, desesperada, pero no era capaz de ver ninguna entrada o
salida de la estancia. ¿Por dónde habría entrado? No estaba dispuesta a dejarse asesinar por
unas paredes. Tal vez el veneno fuera algo contra lo que un humano no puede luchar, pero
no unas paredes.
- ¡Dios mío! ¿Qué hago? ¿Qué hago?
- Miau
Rin miró a la criatura luminosa, que estaba quieta en una esquina de la habitación.
- ¿Qué pasa, Kuppuru? ¿Has encontrado una salida?
- Miau - y desapareció en la oscuridad.
- ¡Espera, Kuppuru! - la joven se lanzó al suelo y gateó a través de la grieta por la
que el ser luminoso había salido justo a tiempo de evitar que el techo se le echara
encima.
Capítulo 37: La Puerta de la Desesperación
Rin salió del hueco de la pared y se puso en pie. Se encontraba en un pasillo oscuro lleno de
huesos blanquinosos a los lados. Viendo los cadáveres le entró una arcada y volvió a
vomitar sangre.
Se encorvó en el suelo y se quedó quieta un momento, tratando de recuperarse. La vista
estaba empezando a nublársele de nuevo.
Respiró.
Después de un par de exhalaciones, se puso en pie e intentó vislumbrar algo más en la
oscuridad a parte de los huesos putrefactos.
Había un par de caminos por seguir. Concretamente tres. Entrecerró los ojos para ver mejor
y puedo vislumbrar, algo más allá, una especie de cuerpo negro en el suelo del primer
camino.
- Podría ser que fuera…
No, no. Agitó la cabeza y desechó la idea en el acto. Se negaba a creer que Sesshomaru
hubiera muerto en mitad de una asquerosa pila de huesos en el interior de una cueva.
Además, la mancha negra tenía una forma pequeña y peculiar. Demasiado pequeña para
tratarse de él. Pero tal vez sí fuera una criatura esperando a que algún viajero pasara para
atacarlo. Rin dio un paso atrás y retrocedió.
Los otros dos caminos parecían despejados, pero no podía asegurar nada, pues no había ni
un solo vestigio de luz en esas entrañas rocosas.
Un crujido la sobresaltó y vio varias ratas correteando entre las rocas y los huesos. Se llevó
la mano a la boca para no volver a vomitar.
- ¿Por dónde debería seguir? Los dos caminos parecen iguales.
Entonces, en el camino del centro pudo ver una pequeña luz amarillenta que brillaba con
fuerza. La luz se acercó un poco para que la joven pudiera reconocerla.
- Miau - dijo suavemente.
- ¡Kuppuru! - exclamó la chica - Estás bien.
- Miau - la bola luminosa dio media vuelta y empezó a desaparecer con lentitud por
el oscuro pasadizo. Cuando estaba a punto de torcer hacia un lado, se paró un
instante, miró a la joven, y continuó caminando.
- Quiere que le siga - advirtió Rin - ¡Kuppuru, espera! - y empezó a correr tras él.
* * *
- ¡¡Inuyasha!!
Kagome llamaba a su marido, pidiendo ayuda a gritos.
- ¡Ya voy! ¡Maldito fantasma! ¡Suelta a mi esposa!
Y desenvainó su espada para enviar a la gigantesca criatura al mismo infierno. La mujer
cayó al suelo.
- Kagome, ¿estás bien?
- Creo que sí - y dejó que el semi-demonio la ayudara a levantarse - ¿Oyes algo?
¿Crees que están bien?
Inuyasha hizo un gesto con la cabeza.
- No estoy seguro. A Sesshomaru no le oigo, aunque le huelo lejos. Sin embargo, a
Rin si siquiera la detecto. Pero huele mucho a sangre, muchísima.
Kagome se estremeció.
- Este lugar debe ser inmenso. Desde fuera no parecía que su extensión fuera tan
grande. Es casi un suicidio.
- El lugar es toda una trampa - aseguró el semi-demonio - Acuérdate de lo que está
aquí guardado. La esfera de Kagura puede concederte cualquier deseo, por
imposible que parezca. ¿No creerás que un arma tan peligrosa quedaría sin
protección?
- Eso ya lo sé - replicó la mujer - Pero es que esto es demasiado. Incluso para tratarse
de un objeto de tanto valor, nadie se tomaría tantas molestias para salvaguardarlo.
Aquí hay algo que no encaja, y no me gusta nada.
Inuyasha frunció el ceño, pensativo.
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que aquí debe haber algo mucho más peligroso que la esfera. Algo
con tanto poder que se requieren montones de criaturas para asegurar que nadie
llegará hasta el final del laberinto.
Kagome e Inuyasha se miraron. La tensión era palpable. Podían ver el miedo en los ojos del
otro.
- ¿Y qué crees que hay ahí, al final de todo?
Kagome contuvo la respiración.
- Un monstruo.
* * *
La bola luminosa giró una última vez tras una esquina hasta que Rin la perdió de vista. Rin
miró a todos lados, buscando su luz, pero no vio nada. Entonces se dio cuenta de que había
llegado al final del camino y que no había salida.
- Kuppuru - susurró en voz tenue, temiendo que pudiera haber algún demonio allí -
Kuppuru, ¿dónde te has metido?
No hubo ninguna respuesta.
Esperó unos minutos a que los ojos se le acostumbraran a la oscuridad que producía la
ausencia de la luz del gatito.
En cuanto pudo ver un poco, divisó una puerta en la pared, completamente hecha de piedra
maciza.
La joven dio un par de pasos hacia ella y apoyó las manos con cuidado sobre la superficie.
Empujó un poco, pero nada. Estaba cerrada con llave.
Levantó la vista hacia el techo, advirtiendo las desmesuradas dimensiones de la puerta.
Estaba claro que si era tan pesada es porque detrás tenía que haber algo muy valioso. De
eso no le cabía la menor duda. O tal vez muy poderoso y por ello se requerían puertas tan
resistentes.
Se sentó en el suelo.
- La esfera debe de estar dentro - pensó en voz alta y se llevó una mano a la barbilla,
intentando urdir algún plan eficaz - Si toda la cueva está protegida con espíritus y
tierra sagrada, no es posible que la puerta se abra simplemente con la fuerza. Porque
entonces cualquiera que hubiera pasado todos los peligros y hubiera llegado hasta
aquí podría abrirla sin dificultad ninguna.
Suspiró. Tenía que haber alguna manera diferente para abrirla. Algo más "mágico",
dijéramos.
Entonces lo recordó.
Flash back
- ¿Y la luna de plata? ¿No piensa quedársela?
Totosai puso los brazos en jarra.
- Y yo ¿para qué voy a quererla? - ella no respondió, así que él se acercó a
explicárselo - La mayoría de armas sólo son realmente buenas cuando tienen algún
tipo de magia. Eso significa que principalmente se construyen con huesos de
demonios. En tu caso no he querido hacer eso, porque digamos que no eres una
humana demasiado fuerte, así que tal vez los poderes demoníacos de un arma con
huesos de demonio te trastocaran o ¡qué sé yo! Entonces te he hecho una buena
arma de materiales normales y luego le he añadido la pieza clave: la luna.
- ¿Y por qué es importante la luna?
- Es la parte especial de tu abanico. Ese collar tiene un gran poder. Digas lo que
digas, te lo ha tenido que regalar una persona muy especial para ti, el collar me lo
dice. Está rodeado por un aura poderosa. Significa que esa luna está vinculada a
tus sentimientos más fuertes y, por lo que parece, no sólo los tuyos. Tu abanico será
una maravilla mientras la luna esté ahí. Si se pierde, no te servirá de mucho. Ahí
dependerá de tu habilidad para la lucha, que es poca.
- Maestro Totosai, me alegro de haberle conocido. Ha sido un placer - y se inclinó
con educación.
- Lo mismo digo.
Fin del Flash back
Rin miró con incredulidad su arma y vio brillar un instante la plata de la luna.
- Totasi habló de magia en las armas que construía. Tal vez no esté hecha de huesos
de demonios, pero según él mi collar era un buen sustituto - respiró con dificultad y
se levantó, posando las manos en las rodillas - Habrá que intentarlo.
Volvió a colocarse frente a la imponente puerta y la miró con la cabeza altiva, haciéndole
frente.
- Muy bien - murmuró - Vamos a ver si se abre.
Cogió el abanico y lo puso con la parte de la luna mirando hacia la puerta.
- ¡Ábrete! - dijo. Pero la puerta ni se inmutó - Vamos, ábrete - repitió una segunda
vez, sin más suerte que la primera.
Se mordió el labio, impacientándose.
- A ver, ¿y si la luna toca la cerradura?
Apretó el abanico en el agujero de la cerradura y contó hasta tres, esperando a que algo
ocurriera.
- ¡Ábrete! - repitió de nuevo, pero tampoco nada.
- ¡Puff! - resopló, ligeramente nerviosa - No se me ocurre nada para hacer que se
abra - soltó el abanico a sus pies y se dejó caer de rodillas, enfadada consigo misma
- Mi vida es una porquería. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¡No puedo más! ¡Maldita
sea, no puedo más! - gritó, con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos - Maldigo
el día en que aquellos bandidos asesinaron a mis padres y a mis hermanos, y
maldigo el día en que salí del bosque y conocí a Sesshomaru. Y también en el que
me enamoré de él, y en el que nos alejaron, y el que me fui a vivir a la aldea, y el
que quisieron casarme a la fuerza, y el que dejé que se fuera sin confesarle lo que
sentía. ¡Lo maldigo todo, lo odio todo, porque ya no puedo más! Ya no tengo
fuerzas…
Y dejó que el llanto la envolviera y se le tiñeran los ojos de saladas lágrimas.
Había sido fuerte y valiente. Había conseguido lo que ningún humano o demonio había
logrado jamás. Había salvado decenas de peligros, había recorrido todo un desierto para
encontrar a un viejo loco que le construyera un arma poderosa para rescatar a su amante.
Había sobrevivido al dolor y a la impotencia de vivir en una aldea y en una época donde el
hecho de ser mujer no vale nada, donde las doncellas se casan sin que puedan decidir
cuándo ni con quién. Había aprendido a luchar, a no acobardarse ante los problemas, a
manejar una espada y embravecerse ante las adversidades en lugar de desviar la mirada y
asustarse. Había crecido y había madurado de golpe todo lo que no había sido capaz de
asimilar en los años anteriores. Había sobrevivido a dos muertes a lo largo de su vida,
resucitando de entre los muertos, y había encontrado por fin amigos de verdad, gente que la
quería y la respetaba: una familia. Y tenía un objetivo y una razón de ser en la vida.
Pero ya no podía más. Le sangraba la pierna y los brazos. El veneno se extendía con
rapidez. La vista se le nublaba a ratos y vomitaba sangre al menor esfuerzo. El corazón le
latía demasiado débil y sus respiraciones se iban tornando en agonizantes suspiros. Apenas
si estaba viva físicamente, y en lo que concernía a lo moral, lo único que le daba fuerzas era
pensar en él, y ya no podía pensar en nada.
Rin no quería ponerse melodramática, ni tampoco exagerar todo lo que le estaba pasando.
Pero es que no era ninguna exageración. La joven había tenido una vida cruel y llena de
dificultades, y cuanto más se esforzaba en ser feliz, peor le salían las cosas.
¿Acaso el destino se la tenía jurada? ¿Acaso alguien, desde el Más Allá, había decidido
trazarle las peores líneas del destino que hubieran existido? ¿Había hecho algo realmente
malo en otra vida para merecer esto?
Rin se miraba las manos, y no entendía por qué era tan desdichada. Por qué los demás
conseguían sus finales felices sin apenas esfuerzo y ella en cambio sólo iba a peor.
Tal vez si se hubiera enamorado de Kohaku, las cosas hubieran sido más fáciles. Se habrían
casado aquel día, en la aldea. O tal vez mucho antes. Habrían tenido hijos mortales, y los
habrían podido criar junto a otros niños humanos en alguna aldea cercana. No hubiera
necesitado convertirse en guerrera, porque Kohaku sólo salía a exterminar demonios veces
contadas, y si Rin no quería, no se la hubiera llevado con él. Así que ella no hubiera corrido
peligro.
- Si me hubiera casado con él, todo el mundo habría estado contento con mi
elección. Y habrían salido todos ganando.
Rin estaba seria. La desesperación, el miedo y la tristeza se estaban apoderando
rápidamente de ella. La misma desesperación e impotencia que convirtieron al ladrón
Onigumo en el monstruo de Naraku. El mismo miedo y tristeza a los que los humanos más
débiles se abandonaban, dejándose así atrapar por las almas de demonios que necesitaban
poseer desesperadamente un cuerpo para volver a la vida.
Pero Rin no era débil, aunque ahora estuviera indefensa y desesperada.
- Pero fui mi decisión - acabó por decir - Tal vez una boda con Kohaku hubiera sido
la solución a todos nuestros problemas. Habría sido lo que todos querían y yo podría
haberme acabado por acostumbrar, incluso puede que lo hubiera acabado queriendo.
Pero en ese momento no pude engañarme. Ni antes ni ahora - suspiró y se puso en
pie - Podré engañar a muchas personas, pero jamás podré engañar a mi corazón. Yo
quiero a Sesshomaru. En mi interior lo he sabido siempre. Y también sabía que la
misión era dura, y que estar con él era una empresa casi imposible. Pero aún así
decidí hacerlo, y lo hice porque vale la pena darlo todo por él. Valen la pena las
heridas, la sangre, el dolor, las lágrimas, los malos momentos, el miedo y la
soledad. Toda mi desdicha vale la pena si lo hacemos por estar juntos - cogió el
abanico del suelo y echó la mano atrás, en alto - ¡¡Todo vale la pena porque te
quiero!! - y lanzó el arma fuertemente contra la piedra, como si fuera un enemigo al
que hubiera que vencer.
Todo estaba claro ahora. No era una puerta que se abriera con la fuerza bruta, sino La
puerta de la desesperación. Aquel que mereciera llegar al final no sólo debía haber
demostrado destreza y habilidad en el combate, sino que debía demostrar también su
fortaleza psíquica y mental, y en el peor momento de su camino, en el momento en que ya
lo das todo por perdido, sacar esperanzas y fuerzas de donde ya no quedan y levantarte
como un valiente para darlo todo, sin rendirse, sin volver atrás, sin temor.
El abanico se estrelló contra la puerta y, en cuanto las puntas tocaron la superficie
pedregosa, todo se iluminó de repente. Una luz que procedía de todas partes y que lo
iluminaba todo de forma cegadora. Y entonces, la puerta se abrió.
Capítulo 38: Flores marchitas
La luz proyectada por el contacto entre la puerta y el abanico era tan intensa que cegó a Rin
unos instantes, mientras el inmenso portón de piedra se abría ante ella con un gran
estrépito.
Finalmente, la luz desapareció y la chica abrió los ojos, asombrada ante la visión que se
ofrecía frente a ella.
Necesitó unos instantes para recobrarse, pues había lanzado el abanico con tanta fuerza que
había tenido que agacharse para vomitar otra bocanada de sangre. Pero una vez expulsada,
ya estaba un poco mejor.
Tras la puerta había una pequeña cámara de piedra. Las paredes estaban cubiertas de musgo
y hojas de enredadera. Había varias antorchas clavadas a los lados, que iluminaban la
estancia, haciendo que fuera el lugar más luminoso de toda la cueva. No había ventanas, ni
ningún hueco por donde pasara el aire, sin embargo, una extraña brisa recorría la estancia y
hacía que las verdes hojas se mecieran suavemente. Por las paredes de roca también corrían
finos hilillos de agua, que salían del techo. Probablemente estuviera bajo una cascada
subterránea.
Rin dio un paso al frente y recogió su abanico. Acto seguido, penetró en la estancia.
En cuanto lo hizo, el portón de piedra se cerró rápidamente a sus espaldas, dejándola
atrapada dentro de esa sala de piedra y musgo.
- ¡No! - gritó ahogadamente y se precipitó hacia la puerta, aporreándola para que se
abriera de nuevo, pero no pude ser.
Volvió luego la vista a la habitación y la estudió detenidamente con la mirada, conteniendo
la respiración.
En el centro de la estancia había una especie mesa de roca labrada, recubierta de hojas. Pero
no era el mismo tipo de formación que las de las paredes. Las enredaderas que cubrían la
mesa parecían estar enrolladas sobre algo.
Rin dio un paso hacia ella, muerta de miedo. Había extraños símbolos y dibujos en la mesa
y en el suelo. También en las paredes. Parecía como si alguien hubiera sellado la habitación
completa con un hechizo poderoso. La cuestión era ¿por qué?
Cuando la joven se acercó, se dio cuenta de algo en lo que aún no había reparado a pesar de
ser algo sumamente visible. Sobre la enredadera que cubría el bulto de la mesa de piedra
había una flor roja. Se acercó un poco más.
Era de un color rojo brillante y llamativo. Tendría el tamaño de un puño y era tan tupida
que parecía que nunca se le podrían acabar los pétalos. De hecho, todo su alrededor estaba
lleno de pétalos rojos, tan brillantes como los que aún estaban sujetos a la flor. Y también
había en el suelo. Todo el suelo a los pies de la mesa estaba cubierto por una pequeña de
montaña de cientos de pétalos al rojo vivo.
- ¿Cómo pueden seguir frescos? - se preguntó Rin - Deberían estar marchitos.
Alargó una mano y la acercó lentamente hacia la flor del centro; la gardenia roja. Sus ojos
se centraron en ella y no pudo dejar de mirarla, como si la flor la estuviera llamando, como
si, de alguna forma, le pidiera a gritos que la tocara, que la acariciara, que la hiciera suya.
Rin no pudo vencer esa atracción magnética y, antes de que se diera cuenta, estaba
totalmente hipnotizada por el color de la bella gardenia. Acercó los dedos con cautela y
acarició los primeros pétalos, lentamente. Una corriente le recorrió el cuerpo y sintió un
escalofrío por todo el brazo, pero no se retiró. No quería. La gardenia le pedía que se
quedara con ella, que la tocara, que se acercara más todavía. Más, más, un poco más…
De repente, todas las antorchas se apagaron a la vez y la habitación quedó sumida en el
silencio.
- Ayúdame…
- ¡Ah! - la joven dio un respingo y se apartó de inmediato de la flor - ¿Quién ha
dicho eso?
El ambiente se tornó frío y una bocanada de vaho salió de su boca. Parecía como si de
repente estuviera en pleno invierno. El aire se levantó y la brisa se volvió brusca e irregular,
moviendo todas las hojas y los pétalos del suelo.
- Ayúdame… - repitió la voz.
No había sido más que un susurro, pero Rin lo había oído perfectamente. No estaba sola.
* * *
Sesshomaru paró un instante a descansar. La presión de la tierra sagrada estaba haciendo
mella en su estado de ánimo y en su salud física. Podía notar la electricidad que un lugar así
emitía contra los demonios, y su cuerpo se resentía a cada paso que daba. Llevaba horas
dentro de la cueva. Largas horas en las que su único pensamiento había sido encontrarla.
Ya no a la esfera, sino a Rin.
Se sentó en el suelo y se recostó contra la pared, recobrando el aliento y cogiendo nuevas
fuerzas. Pero parase tal vez no había sido tan buena idea, porque empezó a pensar y a darle
vueltas a todo lo que les estaba pasando.
Él nunca había sido un demonio muy feliz. Era frío y distante. Lo había sido siempre y lo
seguiría siendo. Su madre nunca le había mostrado cariño, y su padre, claramente protegía
más a su hermano Inuyasha, porque era sólo un medio demonio. Un híbrido, mitad
demonio mitad persona al que repudiarían el resto de su vida tanto en un bando como en el
otro. Pero, de alguna forma, las cosas no habían sido así. Mientras que Sesshomaru vivía
una vida como demonio frío y calculador, tal como se espera de cualquier demonio,
Inuyasha había conseguido hacerse amigo de los humanos, incluso se había enamorado y
casado. Y ahora era admirado por ellos, y querido por los aldeanos a los que salvaba.
Al principio Sesshomaru no lo entendía. ¿Cómo podía ser tan feliz sólo por tener a alguien
cerca que le quiere? El amor nunca había formado parte de la vida del albino, nunca había
sido una opción. Así que le era imposible saber por qué eran tan importante los
sentimientos para su hermano, o para los humanos en general.
Pero entonces la conoció. Rin tendría sólo siete u ocho años cuando la vio por primera vez
en el bosque. Y desde entonces, nunca había podido olvidarla.
Su vida era peligrosa. Lo sabía. Los lugares a los que viajaban él y Jaken y los demonios a
los que se enfrentaban eran todavía más peligrosos. También lo sabía. Pero aún así llevó a
Rin siempre a su lado, como si no pudiera vivir sin ella, como si la necesitara.
- Tal vez he sido demasiado egoísta - se dijo a sí mismo - Probablemente esto es mi
culpa.
Se sentía mal por todo lo que estaba pasando. Se culpaba de que la vida de Rin hubiera sido
tan desdichada. Es cierto que la salvó de la muerte cuando los lobos de Koga la asesinaron,
pero al margen de eso, siempre que ella había estado en peligro, es porque él la había
expuesto.
También es cierto que nunca la obligó a seguirlo. Nunca le dijo que viniera con él o que no
se le ocurriera irse. Al contrario, ella sabía que podía hacer lo que quisiera. Pero en el fondo
Sesshomaru siempre supo que ella no iba a marcharse. Sabía que ella le quería, fuera como
un padre o como a un hermano, pero que de alguna forma le quería y no soportaría
marcharse por las buenas. Y tampoco es que él lo deseara.
Nunca lo demostró, ni le sonrió, ni le dijo palabras reconfortantes o tiernas a ella, pero
siempre estuvo feliz de que ella lo siguiera y por eso tampoco fue capaz de decirle que tenía
que dejarla en una aldea con otros humanos. Sesshomaru sabía que en un momento u otro
tendría que hacerlo, pero había querido retrasarlo lo máximo posible para estar con ella. Y
ahora pagaba las consecuencias.
Haber estado tanto tiempo juntos era irremediablemente uno de los motivos por los que Rin
se había enamorado de él. Y el hecho de que él fuera siempre ha visitarla y a ver cuánto
había crecido desde la vez anterior también hacía que el demonio se fuera enamorando, de
ella poco a poco y sin saberlo.
Y entonces comprendió que el dolor que sentía en el pecho era sólo culpa suya. Su vida
peligrosa, los combates, la vida de Rin. Había jugado con fuego y ahora se estaban
quemando los dos. Por amar a quien no debía. Por estar luchando por un amor prohibido.
- Ya me lo dijo mi madre una vez - recordó
- "Esa chica humana te traerá problemas" - le había dicho ella. "La miro, madre, y
no veo nada peligroso en ella" había respondido él.
- No es ella quien me preocupa. Eres tú. He visto a muchos demonios sucumbir a los
encantos de una mujer humana. Su presencia no te hará ningún bien, y tú tampoco
le harás ningún bien a ella.
- Esto no tiene nada que ver contigo. Vete.
- Está bien, me iré. Pero escúchame bien, hijo. Puede que ahora pienses que eso
nunca pasará, pero ya verás como si la dejas seguir contigo, acabarás
enamorándote de ella. Y el amor entre un humano y un demonio no puede ser. Si
persistes en tu empeño, Sesshomaru, que sepas que vuestro destino será destruiros
el uno al otro. Nunca ha habido otro camino. El final siempre es el mismo.
- Entonces habrá que escribir otro final - se levantó y se llevó la mano a la espada.
- ¿Qué murmuras, demonio?
Una voz grave y profunda le habló desde detrás, esperando asustar al albino, pero el
demonio de la luna era mucho más fuerte de lo que el gigante fantasma pensaba. Y
lamentaría mucho haberse cruzado en su camino.
* * *
- ¿Quién eres? - repitió Rin, nerviosa y asustada por estar encerrada en esa extraña
estancia con la voz de un desconocido - ¿Qué es lo que quieres?
- Ayúdame…
El aire se abalanzó sobre ella y le golpeó la cara, despeinándola por completo.
- ¡Basta! - chilló la chica, con autoridad, intentando disimular su miedo y hacer de
tripas corazón.
La palabra rebotó contra las paredes y todas las antorchas se encendieron de nuevo. Rin se
volvió a toda velocidad para encontrar al extraño que había estado susurrándole, pero no
había nadie.
- No te escondas - profirió, decidida.
La morena se metió la mano en la bota y volvió a sacar su abanico, desenvainando las
cuchillas y poniéndose en guardia.
Cuatro velas colocadas en el fondo se encendieron de golpe e iluminaron un pequeño
pergamino que estaba oculto entre las espesura de las enredaderas.
- "Non mortui. Inter vitam et infernum" - leyó la joven que ponía. Y en cuanto
pronunció aquellas palabras, una mano se posó en su hombro - ¡¡Ahhhhh!!
- ¡Shh! - le indicó el espectro justo a su lado - Estás en una tumba, no deberías gritar
de esta forma.
Rin se apartó bruscamente de la aparición y se apretujó contra la pared, lo más lejos que
pudo.
- ¿Qu… qué quieres? - tartamudeó - ¿Tú también vienes a matarme?
Levantó su abanico y apuntó al espectro, decidida a lanzárselo al menor movimiento que
hiciera.
El hombre se rió.
- No podrás matarme con eso. Al menos, no si me apuntas a mí.
Rin abrió levantó las cejas, sorprendida.
- ¿Qué quieres decir?
El fantasma le hizo una señal para que se acercara y le señaló luego la mesa de piedra.
La joven lo escrutó con la mirada, sin fiarse un pelo de él, pero decidió obedecer y se
acercó con cautela otra vez a la mesa.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hay ahí debajo?
- Retira las ramas y lo verás.
- ¿Y cómo se que no me atacarás cuando me dé la vuelta para destapar lo que sea
que hay ahí debajo?
El fantasma se fue a la otra parte de la estancia e hizo una breve reverencia con la cabeza.
- ¿Mejor? - dijo en tono amable y calmado.
- Mejor - sentenció la joven, algo más tranquila.
Había algo en el tono de voz de aquel hombre que le decía que no había por qué tener
miedo.
Acercó las manos a la planta y retiró las ramas hasta llegar prácticamente a la piedra
desnuda. Y ahí estaba: una cara cadavérica reposaba bajo las hojas de las enredaderas.
- ¡¡Aaahh!! - Rin soltó bruscamente las ramas y se echó para atrás, chocando de
espaldas con la pared - ¿Qué era eso? ¿Un muerto? - dijo totalmente espantada.
- Por favor, cálmate - imploró el espectro - Te dije que estabas en una tumba. En mi
tumba, de hecho.
- ¿Tu tumba? Entonces… ¿el que está en la mesa de piedra es tu cuerpo?
- Así es - asintió el fantasma - Bueno, lo que queda de mí.
Rin volvió a mirar furtivamente la cara que ahora sobresalía entre las ramas y sintió vértigo.
Una oleada de calor la invadió y volvió a vomitar una arcada de sangre. Se llevó las manos
a la garganta y sintió cómo le escocía todo el interior de la tráquea, quemada a causa de la
abundante sangre que no hacía más que expulsar.
- No deberías forzarte tanto, pequeña. ¿Por qué no te sientas?
La joven lo miró con recelo.
- ¿Por qué me cuentas todo esto? - entrecerró los ojos - ¿No vas a matarme?
El hombre volvió a sonreír tranquilamente y se acercó a ella flotando con cautela.
- No voy a hacerte daño - aseguró- Sólo quiero que me escuches. Necesito tu ayuda.
Capítulo 39: Santuario de piedra
Yuki y Megumi estaban en casa de Sango, preparando cena para cuatro. Yuki cortaba las
verduras a un lado de la estancia que hacía de cocina mientras que Megumi hervía un poco
de agua en un fuego pequeño.
- ¿Crees que Sango tardará mucho en volver?
- No lo sé. Dijo que iba a buscar un par de herramientas para arreglar su boomerang.
Debe estar al caer.
- Supongo que tienes razón - respondió Yuki y continuó troceando las verduras para
echarlas en el cazo.
La cortina que separaba la cocina del único dormitorio que había se abrió y salió un
muchacho.
- Mmm… ¡Qué bien huele! - exclamó - ¿Qué estáis cocinando?
- Sopa de verduras - respondió Yuki mostrándole los trozos que estaba amontonando
a un lado - Y Megumi hace pastel de carne.
Megumi evitó la mirada del joven y fue a echarle un vistazo al pastel.
Kohaku se sentó junto al fuego. Tenía la camisa abierta, de manera que se le podía ver el
musculoso pecho parcialmente vendado, al igual que el brazo derecho. Llevaba el cabello
revuelto y despeinado, cosa que le daba un aire más varonil.
- ¿No deberías peinarte un poco? - le dijo Megumi sin atreverse a mirarlo - Estás
hecho un desastre - aunque en el fondo ella era la primera que pensaba que estaba
especialmente bien.
- Sí, supongo que tienes razón - y salió fuera a por un poco de agua para peinarse.
En cuanto el chico salió de la casa, Yuki se echó a reír sin disimular ni un pelo.
- ¿Y tú de qué te ríes? - le espetó Megumi, confundida.
- "¿No deberías peinarte un poco? Estás hecho un desastre" ¡Jajaja!
- ¿Y qué pasa con eso? - Megumi empezó a ponerse colorada.
- Nada, sólo te faltaba añadir: "Por favor, péinate, porque si sigues así de sexy voy a
acabar por abalanzarme sobre ti aunque Yuki nos esté mirando" ¡Jajaja!
- N… no es verdad - Megumi se puso colorada del todo - No estaba pensando eso.
- No, qué va - y continuó riendo.
Megumi cogió un trozo de pimiento y se lo tiró a Yuki.
- Pero serás, jaja - la rubia cogió un trozo de patata y se la tiró a la morena.
- Ey, ahora verás - y le lanzó un trozo de col.
- ¡Eh! ¿Qué está pasando?
Ambas dejaron de reír y se dieron la vuelta. Sango acababa de volver a casa. Unos
segundos después entró Kohaku.
- Nada. No hacíamos nada - se apresuró a decir Megumi, quitándose un trozo de
verdura del pelo - Sólo estábamos acabando de hacer la comida, ¿no, Yuki?
- Sí, sí. Claro.
Sango frunció los labios y las miró con recelo.
- Bueno, da igual. Si habéis acabado de tiraros la comida, será mejor que lo recojáis
todo y os preparéis para salir. Fuera hace algo de frío.
- ¿Fuera? ¿A dónde vamos? - preguntó Kohaku.
- A la casa de Kaede - le respondió su hermana - Miroku y Jaken ya están allí.
Quieren contarnos algo.
Yuki y Megumi entraron corriendo al dormitorio de Sango y recogieron los chales de lana
que habían traído hacía unas horas. Luego cogieron la olla de la sopa y el pastel de carne y
los metieron en una cesta para llevar a casa de Kaede. Los cuatro salieron por la puerta.
- Toma - le dijo Megumi al salir a Kohaku - Vas a resfriarte - y le tendió una
pequeña manta.
- Gracias - dijo él, algo sorprendido y siguieron avanzando.
Kaede, Jaken y Miroku estaban sentados alrededor del fuego de la casa de Kaede. La
sacerdotisa asentía gravemente mientras Miroku le exponía sus preocupaciones acerca de
sus amigos desaparecidos. Esa noche hacía dos días de la boda de Rin, de su trágica huída y
de la marcha del grupo de Inuyasha hacia el Monte Fuji para detenerla.
Sango, Kohaku y las chicas tomaron asiento a su lado y sacaron las cestas.
- Traemos comida - dijo alegremente Yuki - La hemos hecho nosotras.
- Gracias - dijo la anciana sacerdotisa en tono amable - Hay platos y cubiertos sobre
la mesa. Si queréis servirnos.
- Con mucho gusto - convino la joven rubia y fue con Megumi a por los platos.
- ¿Qué es eso tan importante que teníais que decirnos? - inquirió Sango una vez que
Yuki y Megumi regresaron con la comida en los platos - ¿Se trata de Inuyasha?
- Más o menos - concedió Miroku, mirando su plato de sopa como si a través de él
pudiera ver lo que les ocurría a sus amigos en ese preciso instante al otro lado del
país - En realidad os hemos hecho venir porque Jaken quería contarnos algo sobre la
esfera, pero yo también tengo mis sospechas de lo que les puede haber pasado.
- ¿Crees que están bien? - Yuki parecía asustada. La voz le tembló ligeramente
cuando pronunció la pregunta. Estaba claro que estaba preocupada por Shippo.
- No sabría decirte - le respondió Miroku - Por eso estamos aquí. Kaede - dijo luego
dirigiéndose a la anciana - hace ya dos días que no sabemos nada de ellos. Para
llegar de aquí al Monte Fuji se tarda alrededor de un día. Sin embargo, Rin fue
volando sobre A-Un, e Inuyasha, Shippo y Kagome fueron sobre Kirara. Incluso
Sesshomaru se transformó en su forma demoníaca para darse más prisa. Volando no
se tarda más de medio día, incluso unas horas si se dan suficiente prisa. No creo que
sea normal que tarden tanto.
- Si necesitan medio día para ir y medio para volver, eso nos deja un día entero en el
Monte Fuji - calculó Sango - Tal vez la han encontrado y han decidido entrar juntos
en la cueva para conseguir la esfera de la que nos ha hablado Jaken, ¿no creéis?
- No lo creo - dijo Kohaku, decidido - Rin ha ido para detener a Sesshomaru. Así que
cuando se entere de que aún no ha entrado y se lo encuentre en la puerta, no le
permitirá entrar. O incluso al revés. Si Rin ha llegado antes que ellos y ha intentado
entrar, Sesshomaru y los demás se lo habrán impedido. Él nunca querría que ella se
pusiera en peligro innecesariamente. La quiere demasiado.
Megumi y Yuki lo miraron perplejas. ¿Acaso Kohaku había comprendido al fin la
profundidad del amor entre la joven y el demonio de la luna?
- En todo caso, de una forma u otra, seguro que han entrado - sentenció Miroku,
resuelto - Porque no es normal que tarden tanto si no hubieran llegado a entrar.
- Tienes razón - le apoyó su esposa - No hay otra posibilidad.
Kaede había permanecido todo el rato callada, mirando el crepitar del fuego o dando
pequeños sorbos a su sopa.
- ¿En qué piensa, señora Kaede? - preguntó Megumi con curiosidad - ¿Tiene alguna
sospecha de qué les puede haber pasado?
La anciana tomó un sorbo más de la sopa y depositó el plato a su lado.
- Creo que sí.
Los demás presentes la miraron, expectantes.
- Nosotros tenemos cierta ventaja sobre ellos - continuó - porque nosotros contamos
con toda la información. Sabemos que Rin habrá sido la primera en llegar, porque
adelantó a Sesshomaru cuando éste se paró a pelear con Kohaku - miró al chico de
reojo - Los demás llegaron después y marcharon juntos.
Todos asintieron, escuchándola atentamente.
- Os voy a decir lo que habrá pasado: Rin habrá llegado al Monte Fuji y, creyendo
que Sesshomaru debía llevar ya algún rato dentro, habrá entrado a salvarlo. Como
A-Un es un demonio, habrá tenido que dejarlo en la puerta, cosa que habrá hecho
entender a los demás que ella ya estaba allí. Shippo y Kirara no habrán podido
entrar tampoco por su condición de demonios, pero Kagome e Inuyasha sí. A
medida que Inuyasha se adentre en tierra sagrada perderá por unas horas sus
poderes demoníacos y dejará de afectarle la fuerza de la cueva.
- ¿Y Sesshomaru? - preguntó Yuki con curiosidad.
- Habrá entrado - dijeron Jaken y Kohaku al unísono. Ambos se miraron un instante.
- Conozco a mi señor - comentó altivamente Jaken - Si se trata de la vida de Rin, no
hay más que hablar. Siempre ha sido así.
Kohaku le dio la razón.
- Lo suponía.
- Es usted muy sabia - le dijo Megumi a la anciana sacerdotisa - Y pensar que todo
es por pura deducción.
Kaede sonrió.
- Gracias, pero esa es la parte fácil. Lo que ninguno de nosotros puede saber es qué
se encontrarán en las profundidades de la montaña. O mejor dicho, qué se han
encontrado ya, y cuándo van a volver.
Los demás asintieron, dándole por desgracia la razón.
- En realidad - empezó a decir Jaken - Yo sí me hago una idea de qué hay allí dentro.
- ¿Cómo puedes saberlo? - quiso saber Sango - Tú no llegaste a entrar, ¿o sí?
El pequeño demonio verde hizo que no con la cabeza.
- No he entrado porque yo también me mareo, pero conozco la historia de la esfera
de la princesa Kagura. La historia completa.
- ¿Qué quieres decir con eso? Pensaba que ya nos habías explicado en qué consistía
la profecía.
- La profecía no es más que un hechizo que lanzó la princesa, esperando que en un
futuro se cumpliera para poder vengarse de quién la traicionó. Pero nunca os he
contado su historia completa. Quién la traicionó y por qué.
Los presentes se miraron unos a otros, totalmente absortos en la conversación que estaba
teniendo lugar.
- Si es tan amable, Jaken, nos gustaría mucho oír esa historia - lo invitó Kaede a que
empezara a narrar.
- Muy bien. Entonces, prestadme atención, porque sólo la contaré una vez - y
empezó a explicarles la historia.
* * *
Rin estaba sentada a los pies de la musgosa mesa de piedra. El espectro se colocó a su lado
y le sonrió calurosamente.
Rin aprovechó el momento para estudiar su aspecto y vestimenta. Era un hombre joven.
Bastante, de hecho. Probablemente tendría unos veintitrés o veinticuatro años. Tenía el pelo
negro oscuro y algo revuelto. Los ojos eran azules. Más azules que el propio mar. Y la cara
era ovalada y fina, incluso algo puntiaguda. Era alto, aunque no excesivamente. Llevaba
una camisa blanca de hilo y unos pantalones anchos parecidos a los de Inuyasha, pero de
color azul marino, casi negro, con bordados dorados. Unos ornamentados zapatos le
cubrían los pies, cosa que le indicó a Rin que debía haber sido muy rico en otra vida. O
bien que el último día de su existencia decidió robar unos zapatos de rico. Aunque era
mucho más probable la primera opción.
- Te escucho - le dijo más calmada al espectro - Explícame qué necesitas de mí y, si
puedo ayudarte, lo haré. Pero antes, dime qué eres y por qué estás aquí encerrado.
El hombre hizo un gesto de asentimiento y respondió cordialmente a sus preguntas.
- Me llamo Nibori, y supongo que soy lo que tú entiendes por fantasma.
Rin asintió, confirmando sus sospechas.
- ¿Cómo puede ser que tú flotes como un verdadero fantasma mientras que los
espectros de ahí fuera sí pueden tocarme y atacarme?
- Porque ellos han sido embrujados para salvaguardar y vigilar la cueva, mientras
que yo no. Ellos son muertos a los que les han dado un cuerpo falso no demoníaco
para que puedan pisar la tierra sagrada sin morirse. En cambio yo permanezco aquí,
separado de mi cuerpo, pero sin estar realmente muerto - señaló el pergamino que
colgaba en la pared sobre las velas - "Non mortui. Inter vitam et infernum" - leyó -
Es latín. "No muerto. Entre la vida y la muerte" - tradujo luego.
La joven sacudió la cabeza, algo confundida.
- ¿Eres un no muerto? ¿Qué quiere decir eso?
El hombre se acercó a su cuerpo enterrado por las ramas y lo miró con melancolía.
- Hay algo que me ata a este mundo y me impide morir del todo.
- Y quieres que yo averigüe qué es para que puedas morir en paz - aventuró la chica.
El fantasma sacudió la cabeza.
- Ya sé lo que me ancla a vuestro mundo: la Esfera de Kagura.
Rin abrió mucho los ojos y se precipitó hacia el espectro.
- ¿Sabes dónde está? ¿Tú la has visto?
Pero debido al esfuerzo, empezó a toser fuertemente y unas gotas de sangre le salieron por
la boca. Se dio la vuelta y se abrió ligeramente la camisa. El veneno se había extendido por
todo su pecho y empezaba a ascender por el cuello y el brazo derecho. No le quedaba
mucho tiempo.
- Por favor, Nibori, necesito encontrarla. Si sabes dónde está tienes que decírmelo.
- No te sobre esfuerces - le aconsejó el joven - La herida que tienes está muy grave y
si haces tonterías, acabarás matándote incluso antes de que el veneno se haya
extendido por completo.
- ¿Cómo puedes saber todo eso?
Nibori sonrió.
- Simplemente lo sé.
Rin bajó la mirada y observó el suelo, seria. El fantasma tenía razón. No podía hacer
ninguna tontería si quería sobrevivir. Cuanto más se esforzara, más deprisa se extendería la
ponzoña y antes acabaría muerta en el suelo. Su única posibilidad era intentar moverse lo
menos posible durante un rato para recuperar fuerzas, y luego darlo todo para salir de esa
sala. Y no iba a ser una tarea fácil.
- ¿Cuánto tiempo me queda? - acabó por preguntarle.
- No más de una hora.
Capítulo 40: Historias del pasado
- Bien. Entonces, si sólo me queda una hora, será mejor que nos demos prisa.
- Me parece bien - asintió el espectro y se sentó a su lado, flotando a un par de
centímetros del suelo - Necesito que me liberes de este lugar y me ayudes a salir de
aquí.
Rin rió sarcásticamente y le miró con absoluto asombro.
- Yo soy la primera que quiere salir de aquí, y no puedo. Primero, porque estoy
atrapada en esta tumba. Segundo, porque ya no tengo ni fuerzas. Y tercero, he
acabado en esta estancia por error. Antes tengo que encontrar a alguien, y sin él no
pienso marcharme.
- ¿Hablas del demonio albino que tiene una luna violeta en la frente?
- Sí. ¡Exacto! ¿Sabes dónde está? ¿Está bien? ¿Está vivo? - gritó atropelladamente,
repentinamente animada por si Nibori podía darle noticias sobre su demonio.
- Él está bien - aseguró - de momento.
Rin agitó la cabeza, frenética.
- ¿Qué quieres decir? No le habrá pasado algo, ¿verdad?
El espectro ladeó la cabeza.
- Más o menos. Al contrario que tú, no ha sabido encontrar el camino rápido para
llegar aquí. Pero todos los demonios fantasma con los que se ha enfrentado han
acabado destrozados antes de poder siquiera hacerle un rasguño.
Rin suspiró aliviada.
- ¡Gracias a Dios! - exclamó.
- No te confíes todavía - le advirtió el fantasma - El demonio del subsuelo sí ha
conseguido pillarlo por sorpresa y le ha dejado una dentellada venenosa en el
hombro derecho. Y ya sabes que si el veneno se extiende por completo…
La joven se llevó las manos a la garganta y pensó en su querido demonio. Y luego pensó en
ella misma. En cuestión de minutos podría extendérsele por el resto del cuerpo y entonces
todo habría acabado.
- ¿Y cómo pretendes que te saque de aquí? - continuó la morena - ¿Conoces alguna
forma de salir de la cueva? Haría lo que sea por sacarlo de aquí.
- ¿Lo que sea? - Nibori la miró sonriente.
- Lo que sea - sentenció Rin con decisión.
- En ese caso, estoy dispuesto a ofrecerte un trato.
- Te escucho.
* * *
Sango, Miroku, Yuki, Megumi y Kohaku aguardaban silenciosos a que Jaken contara la
verdadera historia de la esfera de Kagura. Si todo era como pensaban, la historia
probablemente revelara la naturaleza de la esfera y el por qué era tan difícil acceder a su
interior.
- Hace mucho, mucho tiempo, vivía en tierras de Japón una hermosa joven princesa
llamada Kagura.
- ¡Qué buen comienzo! - dijo Kohaku.
Megumi le dio un pellizco.
- ¡Shhh!
Jaken los miró a los dos severamente y continuó.
- La princesa no tendría aún dieciséis años cuando sus padres contrajeron una rara
enfermedad que los llevó a la tumba.
El demonio verde hizo una pausa y dio un sorbo a su sopa.
- La pobre princesa estaba desolada. Su única familia acababa de morir. No tenía
hermanos, ni primos, ni tíos, ni abuelos que pudieran cuidarla y hacerle compañía.
De manera que quedó completamente sola y a cargo de un enorme reino.
Al principio las cosas le fueron un tanto difíciles, pues no tenía idea de cómo
manejar todo su gran territorio, pero pudo continuar gracias a la ayuda de los
antiguos consejeros de su padre. De manera que en poco tiempo se convirtió en un
reino próspero. Pero entonces, todo cambió.
Kagura acababa de cumplir dieciocho años cuando llegaron ese año los feriantes a
la ciudad. Era día de mercado y los mejores comerciantes llegados de diferentes
países se presentaron en palacio para ofrecerle a la princesa sus más ricas
mercancías.
La princesa les dio paso y observó con atención los productos que le ofrecían, pero
entonces alguien llamó su atención. Entre los comerciantes había un joven y apuesto
mercader procedente de China.
Kagura se sintió inmediatamente atraída hacia él. Y ella, que era joven e inocente,
no supo lo peligroso que sería para ella entrañar amistad con aquel muchacho.
Hizo otra pausa para beber. Todos estaban expectantes.
- Los mercaderes estuvieron alrededor de dos semanas en la ciudad antes de
marcharse hacia otros reinos colindantes. Pero Kagura, completamente enamorada
del joven, le pidió que se quedara en su reino. A cambio, le prometió darle el dinero
que necesitara para que pudiera establecer una tienda permanente de telas y así
nunca le faltara de nada.
El apuesto joven aceptó y se hizo construir una tienda de telas y vestidos en el
centro de la ciudad.
Pasaron dos años antes de que la princesa Kagura manifestara en voz alta sus
verdaderos sentimientos hacia el hombre. Durante ese tiempo habían seguido
viéndose y con frecuencia el mercader era invitado a palacio como huésped por
unos días. Y éste le hacía constantes regalos a la princesa, aunque ella no le
encargara ningún vestido nuevo.
Pero entonces empezaron a ocurrir cosas extrañas en el pueblo. Al principio sólo
fueron ancianos, pero pronto empezaron a desaparecer toda clase de aldeanos del
reino. Incluso niños.
- ¿Desaparecer? - inquirió Miroku - ¿Qué quieres decir con eso? ¿Los estaba
secuestrando alguien?
- Al principio eso era lo que creían. Ninguno de los desaparecidos tenía motivos para
haberse marchado por su propio pie. Así que todo era muy extraño, y pronto
abarcaron la posibilidad de que un espíritu o un demonio los estuviera alejando de la
aldea para devorarlos.
La princesa, temiendo que un día su apuesto mercader desapareciera también, lo
invitó a residir permanentemente en palacio. Al menos, hasta que se resolviera el
asunto de las desapariciones.
El mercader aceptó y en cuestión de día estaba durmiendo en la habitación contigua
de la princesa.
- ¿Y qué pasaba con los aldeanos? - Megumi estaba realmente intrigada - ¿Los
encontraron?
Jaken hizo un signo de asentimiento.
- Sin duda - aseguró - Todos muertos.
- ¡¡Oh!! - las dos chicas se taparon la boca con las manos.
- Sus cuerpos fueron encontrados en un tramo del bosque. Se dice que había tantos
cadáveres que la tierra había absorbido parte de la sangre, haciendo que las flores
del tramo en el que estaban se volvieran rojas sangre.
A pesar de eso, la mayoría de los cuerpos estaban vacíos. Les habían drenado hasta
la última gota de sangre que no hubiera caído aún al suelo.
La población estaba aterrada. Había un monstruo entre ellos.
- ¿Y qué pasó con la princesa y el mercader?
El demonio verde asintió y sonrió de forma misteriosa.
- Como el mercader no podía salir de palacio por temor al demonio, la princesa le
enseñó todos los lugares del castillo y le permitió acceder a casi cualquier sala para
que no le faltara de nada. Se veían cada noche en los aposentos de la princesa y se
abandonaban a la pasión, al menos por las noches.
Un día, Kagura pensó que aunque el mercader no fuera ningún príncipe, no podía
imaginarse la vida sin ese hombre. Por ello le dijo que le gustaría casarse y él
consintió. Los ataques no cesaron en ningún momento.
El reino se estaba desmoronando y los problemas se le veían encima a la princesa.
En consecuencia, decidió desvelarle a su nuevo marido su secreto más bien
guardado. Lo cogió de la mano y lo llevó a la cámara real de los tesoros - Jaken
guardó silencio un instante para crear expectación.
- ¿Qué había allí? - Kohaku estaba igual de intrigado que el resto.
- Una esfera.
- ¡La esfera de Kagura! - exclamaron todos al unísono.
- Exacto. La leyenda cuenta que en su lecho de muerte pronunció un hechizo y
después de eso, desapareció, apareciendo en su lugar una esfera azul malva. Pero no
fue así como sucedió en realidad.
La anciana Kaede juntó las manos y se arrimó un poco más hacia el fuego.
- Creo que empiezo a entender.
- ¿De verdad? - Yuki y Megumi volvieron a asombrarse de la sabiduría de la anciana
sacerdotisa - ¿Ha adivinado qué pasó?
Kaede sonrió.
- Más o menos. Pero dejemos que el señor Jaken termine su historia, a ver si mis
sospechas se confirman. Pero os diré algo, esa muchacha murió persiguiendo la
esfera. Ya lo veréis.
Jaken hizo que guardaran silencio y continuó.
- Como iba diciendo, la princesa le mostró la cámara del tesoro real a su recién
marido. La estancia estaba llena de dinero y joyas preciosas. Pero la más valiosa de
todas era esa esfera azul malva llamada "La esfera de Kagura"
"Este es mi tesoro más preciado" - le confió la hermosa joven - "Fue un regalo de
mis padres antes de morir. Lleva varias generaciones en mi familia. De hecho, me
pusieron el nombre de Kagura por la esfera" El muchacho quedó impresionado por
la belleza de la gema y le preguntó sin comprender: "¿Por qué me cuenta todo esto,
mi señora?" "Os lo voy a decir" - empezó ella - "Temo mucho por mi reino y
empiezo a pensar que está condenado a desaparecer. Esa criatura hace ya mucho
tiempo que devora a nuestros hombres y mujeres y se lleva a los niños. Cada vez
hay menos población y temo que un día ataque el palacio" "Lo comprendo, mi
señora" - respondió el mercader - "Pero ¿qué tiene eso que ver con vuestra cámara
real y con la esfera?" Kagura asintió, apenada "Voy a usar gran parte del dinero y de
las joyas para contratar a cuantos monjes y sacerdotisas sean necesarios para acabar
con el horrible demonio. Y, respecto a la esfera, he de decirte que es un obsequio
muy especial, pues se cuenta que puede conceder cualquier deseo, por descabellado
que sea. Pero sólo uno" El mercader asintió y fijó la mirada en la esfera "¿Y para
qué quiere usarla?" "En el caso de que nadie consiga acabar con la bestia, yo misma
iré a buscarla para derrotarla, aunque me cueste la vida. Y entonces, deseo que tú
cojas esta esfera y pidas un deseo: La recuperación y prosperidad para todo mi
pueblo.
El mercader escuchó los deseos de la princesa y le prometió cumplir con sus deseos,
pero había algo que lo intrigaba, ¿cómo iba a ser capaz la frágil y delicada princesa
de enfrentarse a un demonio devorador de almas en caso de que los poderosos
monjes y sacerdotisas fracasaran? Y entonces lo comprendió todo: su mujer también
era una sacerdotisa, y tenía grandes poderes espirituales ocultos, sin estar activados.
Ella misma era consciente de ello, y por eso se veía capaz de enfrentarse a la bestia
si así salvaba a su pueblo.
- ¿Y qué pasó al final?
Jaken alzó los brazos al cielo y empezó a gesticular con las manos para acrecentar la
emoción de la historia y darle vida a su relato.
- Esa misma noche se oyeron extraños ruidos en el castillo y se oyeron gritos
desgarradores. Pero la princesa no notó nada, pues alguien había puesto
intencionadamente un fuerte somnífero en su cena.
Cuando llegó la mañana Kagura advirtió que su marido no se encontraba junto a ella
en la cama. Pensó que ya se habría levantado y fue a buscarlo. Cuando salió de la
habitación encontró el pasillo lleno de guardias muertos sin una gota de sangre.
También las cocineras y las sirvientas. No quedaba una sola persona viva en todo el
palacio.
Kagura corrió a buscar a su marido, y pensó que tal vez se hubiera escondido en la
sala del tesoro. Pero cuando llegó allí, no quedaba nada. Ni joyas ni su misteriosa y
valiosa esfera.
La princesa estaba horrorizada. ¿Cómo habían podido entrar en el castillo? ¿Tan
poderoso era el demonio? Y lo que más la intrigaba… ¿cómo sabía la bestia el
paradero de su querida esfera?
- ¡¡El mercader!! - exclamó Sango - ¡Él se lo dijo!
- No - replicó Jaken - No se lo dijo a nadie. No fue necesario. Él era el demonio.
- ¡¡Oh!!
El pequeño demonio verde asintió con gravedad.
- Kagura lo comprendió todo en ese instante. El mercader era un astuto demonio que
ejercía de comerciante para devorar las almas de los aldeanos de los reinos por los
que pasaba. Pero al haberle ofrecido la princesa la oportunidad de establecerse,
pensó que sería una buena forma de adquirir no sólo almas, sino también poder.
Vivió dos años matando tan discretamente que nadie notó apenas nada. Y cuando ya
era un ciudadano como otro cualquiera, empezó a devorar tantas almas que se hizo
evidente que había un demonio en la ciudad. Se aprovechó del amor de la princesa
para asegurarse que nadie sospecharía de él. No la amó en ningún momento, tan
sólo la utilizó para poder alimentarse y… obtener la esfera.
- ¿El demonio ya sabía que la esfera existía? - inquirió Kohaku.
- No era ningún secreto. Mucha gente conocía la leyenda. Pero nadie sabía dónde
podría encontrarse exactamente.
El demonio fue muy listo, y aprovechó todo ese tiempo para averiguar quién podría
tenerla. Hasta que la princesa le ahorró el esfuerzo de seguir buscando más. Cogió
el dinero, cogió la gema y devoró todas las almas que pudo. Y luego se marchó
antes de que la princesa despertara.
Yuki se llevó una mano al corazón.
- Pero si le perdonó la vida a ella es que en el fondo sí la amaba.
Jaken la miró con las cejas alzadas.
- Si tú fueras un demonio y supieras que tu mujer es una poderosa sacerdotisa que
podría sellarte con un simple gesto de mano, ¿decidirías arriesgarte a atacarla?
La rubia negó con la cabeza.
- Supongo que no.
- Ya sabes entonces por qué le perdonó la vida. Ella era la única que podría haberlo
detenido. Así que huyó antes del amanecer.
Kagura se armó de valor y, llevando simplemente como acompañante a un caballo,
cogió la armadura de su padre, su arco y sus flechas, y cabalgó en pos del demonio.
Pero un anciano sacerdote que vivía en una aldea cercana pasaba por el reino esa
mañana y al ver la masacre, se sumó a la cacería que la princesa iba a emprender.
- Y llegaron a la cueva, ¿cierto? - quiso saber la anciana Kaede.
- En efecto - concedió Jaken - En cuestión de horas rastrearon al demonio hasta dar
con el cerca del prado donde había dejado la mayoría de cadáveres de sus víctimas.
La princesa, despechada, lo atacó con toda su furia y todo su dolor y rabia. Y el
monje la ayudó. Pero el demonio devora almas era poderoso y la batalla estaba
verdaderamente igualada. Poco a poco fueron retrocediendo hasta llegar a la cueva
del Monte Fuji donde está escondida actualmente la esfera. La batalla que allí se
libró fue épica y duró cinco días con sus noches. Finalmente, viendo la princesa y el
monje que no había forma de matar al demonio, decidieron sellarlo en lo más
profundo de la cueva para evitar que pudiera seguir matando y arrasando las aldeas
del reino. La princesa usó toda la fuerza que le quedaba para encerrarlo en el
interior y vinculó su alma a un objeto para evitar que se pudiera romper el sello. De
esta manera ató la esfera al demonio y los arrojó juntos al final del laberinto de roca.
Finalmente bendijo la cueva como tierra sagrada y la llenó de espíritus poderosos
para que el demonio no pudiera escapar jamás.
- ¿Y qué paso con ella? ¿Sobrevivió?
- No - negó Jaken - ya os dije que no pudo. Fue a morir al prado de flores donde
habían muerto tantos aldeanos. Se dejó caer en el suelo y murió de pena. Por haber
sido traicionada, por haber sido engañada, por haber perdido al amor de su vida y no
haber sido capaz de proteger mejor a su reino, por estar sola, por haber tenido tan
mala suerte, por estar herida y abatida, y porque ya no tenía motivos para seguir
viviendo.
Por ello, se dejó morir en ese prado, que está enteramente vinculado a la sangre. Y
en el momento de fallecer lanzó el conjuro. Y luego el monje contó su historia
¿Recordáis el hechizo?
- "Algún día,- empezó a recitar Megumi - dentro de muchas vidas, una joven de mi
mismo nombre morirá a manos de un descendiente del hombre que me ha
traicionado, habiéndole también robado a ella su corazón. Huirá, casi muerta,
hasta encontrarse con el hombre al que verdaderamente debería haber amado. Ella
no podrá salvarse, pero el lugar donde muera se convertirá en la salvación para la
mujer al que el hombre bueno querrá salvar, aún a costa de su vida. Sangre de mi
sangre sufrirá, pero al salvar a la pretendiente, el mal causado se revertirá"
- Fijaos en la última frase: "al salvar a la pretendiente, el mal causado se revertirá".
Es una forma de destruir para siempre al demonio. Lo que no pudo hacer ella quería
que alguien poderoso lo hiciera en un futuro.
Yuki se mordió el labio.
- ¿Quién es la pretendiente? ¿Quién tiene que salvarla?
Miroku negó con la cabeza.
- Por fin lo entiendo todo. No se refiere a un descendiente real, sino a
reencarnaciones.
- ¿Qué quieres decir? - quiso saber su esposa Sango.
El monje se lo explicó.
- Todo se ha cumplido. Verás, la "joven de su mismo nombre" se refiere a Kagura, la
encarnación de Naraku. "Morirá a manos de un descendiente del hombre que me ha
traicionado" Ese es Naraku. No quiere decir necesariamente que sea su
descendiente, sino que también es un demonio y es un traidor. De hecho, le
devolvió su corazón a Kagura sólo para matarla después. "…habiéndole robado
también a ella su corazón" Se refiere claramente a que Naraku tenía el corazón de
Kagura en un tarro hasta que se lo dio.
"Huirá, casi muerta, hasta encontrarse con el hombre al que verdaderamente
debería haber amado" ¿De quién creéis que habla?
Los demás se miraron, sin sospechar quién podría ser.
- Sesshomaru - sentenció Sango, que estuvo allí ese día, junto a Miroku, Kagome,
Shippo e Inuyasha - El que la encontró fue Sesshomaru. Y Kagura estaba
enamorada de él.
Miroku asintió.
- Eso es. "Ella no podrá salvarse, pero el lugar donde muera se convertirá en la
salvación para la mujer al que el hombre bueno querrá salvar, aún a costa de su
vida"Kagura no se salvó, pero murió en un prado de flores blancas que se tiñeron de
rojo. El mismo prado a los pies del Monte Fuji donde murió la princesa Kagura de
la historia.
- Entonces si ese prado será la salvación para la mujer que Sesshomaru ame,
significa que Rin está en peligro y que todo va a acabar en ese prado - Megumi
estaba aterrada. Miró a Yuki y a Kohaku, y vio el miedo y la seriedad reflejados en
sus ojos.
- "Aún a costa de su vida" - repitió Sango - ¿Eso significa que Sesshomaru va a
morir?
Jaken reparó en ese detalle y se levantó sobresaltado de alrededor del fuego.
- ¡No, no, no, no! ¡Eso ni en broma! El señor Sesshomaru es muy poderoso y no
existe demonio alguno capaz de derrotarlo - la voz se le cortó de la angustia - Mi
señor no puede morir - tragó saliva y cerró los ojos. ¿De verdad iba a morir
Sesshomaru?
- ¿Y lo de "Sangre de mi sangre sufrirá, pero al salvar a la pretendiente, el mal
causado se revertirá"? ¿Eso es que todo saldrá bien? - Yuki tenía la esperanza de
que así fuera.
Kaede la puso una mano en el hombro y la miró con gravedad.
- Eso significa que, si Sesshomaru salva a Rin, no tan sólo estarán ellos a salvo, sino
que además habrán vengado a la princesa Kagura y a la Kagura de Naraku y sus
almas quedarán por fin libres.
- ¿Y si no puede salvarla?
- El final siempre es el mismo, ¿no? El prado - la anciana respiró profundamente -
De hecho, la historia ya ha empezado a repetirse.
Se miraron unos a otros, impotentes, sin saber qué decir o cómo actuar. Las cartas estaban
echadas, todo estaba en juego y no había forma de combatir al destino. Ya todo estaba
predispuesto y lo único que podían hacer era aguardar sentados, cruzando los dedos y
rezando para que nada malo les ocurriera a sus amigos. Pero bien sabían todos que contra el
destino no se puede luchar. Siempre gana él.
- ¿Puedo hacerte una pregunta? - dijo Megumi.
- Claro - asintió el pequeño demonio verde - ¿Qué quieres saber?
- ¿Cómo se llamaba el mercader?
Jaken respiró hondo y lo dijo.
- Nibori.
Capítulo 41: Me enamoré de un idiota, pero me enamoré
Rin se acercó un poco más al fantasma para que éste le explicara el trato que quería
ofrecerle. Una hora le había vaticinado que le quedaba antes de que el veneno de la herida
en el costado acabara con su vida. Por tanto, era una hora lo que tenía para encontrar la
forma de salir de ese santuario de piedra, encontrar a Sesshomaru y salir de allí.
- El veneno está ya muy extendido - le dijo el espectro viendo como unas líneas
azuladas empezaban a surcar la piel del cuello de la joven - Aunque salieras con
vida de este sitio, no sé si podrás curarte.
Rin notó un dolor punzante en el pecho y se doblegó de dolor. Permaneció acuclillada unos
instantes en el suelo, pensando que había llegado su hora, pero todavía no. Ya no vomitaba
tanta sangre, pero sentía una fuerte presión en el pecho y la respiración se le cortaba a ratos,
como si le faltara el aire y se estuviera ahogando.
- Respira hondo - le aconsejó el fantasma - No queremos que mueras todavía.
- Gracias, Nibori - le agradeció Rin, entre jadeos - Lo sé. Todavía no quiero morir.
- Bien dicho.
La joven se levantó y se acercó a él.
- ¿Cuál es tu plan?
Nibori sonrió de medio lado, de manera que los afilados dientes brillaron a la luz de las
antorchas que alumbraban la cámara.
- Es muy sencillo. Tú quieres salvar a tu demonio y, si tienes oportunidad, pues
encontrar de paso la esfera, ¿no?
Rin asintió.
- La esfera es secundaria - aclaró la joven - Lo primero es asegurarme de que él está
bien y salir con vida. Si de paso encontramos la esfera, mejor. Pero me preocupa
más su vida.
Nibori asintió con satisfacción y confirmó lo que ya sabía.
- Y yo - continuó el espectro - necesito que alguien me libere de esta prisión y me
presten un cuerpo.
- ¿Un cuerpo? ¿Pero no tienes el tuyo sobre la mesa de piedra? - quiso saber Rin,
claramente confundida - ¿O es que ese ya no te sirve?
- Es complicado - profirió el espectro - Como te he explicado, la princesa Kagura fue
poseída por un demonio que la volvió loca. Yo era un poderoso exterminador de
demonios y por eso me encerró aquí. El demonio que la poseyó fue muy astuto,
porque gracias a sus poderes de sacerdotisa pudo crear este lugar y sellarme aquí
dentro.
- Lo sé - le dijo Rin, que seguía sin comprender - Eso me lo has explicado. Lo que
no entiendo es por qué no puedes volver a introducirte en tu cuerpo y salir de aquí
por tu propio pie.
Nibori apretó la mandíbula y forzó otra más de sus amables sonrisas.
- Verás, querida Rin, mi cuerpo está muerto - empezó, dando una vuelta con lentitud
alrededor de la chica mientras la taladraba con la mirada - Murió de sed y de
hambre después de que la princesa Kagura me encerrara aquí. Como ya sabrás,
todos los cuerpos de los seres vivos tienen un alma, ¿no es así? Tú misma tienes una
ahora mismo. Cuando las personas mueren, su cuerpo se pudre y su alma se marcha
al Más Allá.
Rin asintió con lentitud. Empezaba a comprender.
- Pero mi espíritu no pudo irse cuando murió mi cuerpo porque la princesa me había
sellado aquí. Mi espíritu y mi cuerpo están ambos anclados a la esfera. Pero si tú me
ayudas y coges la esfera, dejarán de estar sellados y podré volver a la vida.
Recuperaré el tiempo que me fue arrebatado tan injustamente.
Rin agitó la cabeza.
- Todavía hay algo que no comprendo. Entiendo que si cojo la espera, te liberaré,
pero lo que yo creo que pasará entonces es que tu espíritu por fin podrá abandonar
este mundo, pero no creo que al liberarte vuelvas a la vida. No tiene sentido, ¿o sí?
La chica le daba vueltas al asunto rápidamente, intentando procesar todo lo que el espectro
le decía. Pero, o bien porque lo que le explicaba no tenía ningún sentido, o bien porque el
veneno estaba empezando a hacer estragos en su capacidad de comprensión, seguía sin
entender lo que el fantasma pretendía.
- Por eso necesito un cuerpo. Para poder seguir viviendo.
La joven empezó a temerse que Nibori no estuviera muy bien de la cabeza. Los muertos no
pueden revivir. Alterar las leyes de la naturaleza es muy peligroso, y muy arriesgado.
Cuando se altera el equilibrio de esa forma, siempre hay consecuencias. Además, cualquier
alma que vuelve a la vida después de mucho tiempo, nunca es para continuar la vida a partir
de donde la dejó, sino para saldar sus cuentas pendientes, o mejor dicho, para buscar
venganza.
- Nibori. Puedo liberarte. Es más, lo haré. Pero no entiendo cómo vas a conseguir un
cuerpo para vivir si el tuyo no te vale. Tendrás que ¿arrebatarle uno a alguien?
Cuando Rin pronunció las palabras, se dio cuenta de la gravedad de la situación. ¿Qué
pretendía ese fantasma? ¿Arrebatarle la vida a alguien para poder seguir él adelante? Eso
era algo horrible. Además, ¿de dónde pensaba sacar un cuerpo vivo? En ese antro no había
nadie.
Entonces lo comprendió. Nibori quería… ¡su cuerpo!
La chica retrocedió un par de pasos hasta notar la pared de la gruta a su espalda. Las gotas
de agua le empaparon el traje y sintió un sudor frío en la camisa, pero no era su salud lo que
le preocupaba en ese preciso instante. Era su vida.
- No - dijo Rin, sacando valor - Lo que dices no tiene ningún sentido. No voy a darte
mi cuerpo a cambio de que me des la esfera. ¡No pienso hacerlo!
El espectro empezó a desesperarse y los ojos le brillaron de enfado, pero respiró hondo e
intentó calmarse.
- No tienes de qué preocuparte - dijo fingiendo un tono de voz tranquilo y amable -
Sólo quiero tu cuerpo durante un par de días. ¿Crees que me lo quiero quedar para
siempre? - esbozó una sonrisa dulzona - Claro que no, pequeña. Además, estás en
las últimas. No podría quedarme tu cuerpo de forma permanente ni aunque quisiera.
Sólo lo necesito para salir de aquí. Y luego te liberaré. Tu cuerpo unos días a
cambio de la esfera. Es un precio justo.
- No es para nada justo - se quejó Rin de inmediato - Es a ti a quien te interesa que
coja la esfera para liberarte. Son dos favores por el precio de uno. Además, ¿quién
me garantiza que cuando poseas mi cuerpo me ayudarás luego a encontrar y salvar a
mi demonio? - la chica lo fulminó con la mirada - No creo que lo hagas. De hecho,
ni siquiera creo que me liberes con el tiempo suficiente para que pueda intentar
salvarme del veneno. Agotarás todo mi tiempo y me dejarás morir. Sé que lo harías.
Nibori empezó a reírse de forma aterradora y clavó su mirada áspera en los ojos de la joven.
Rin había dado en el clavo y, de hecho, en cuanto pudiera convencerla para que sostuviera
en sus manos la esfera, se apresuraría a poner su plan en marcha. Llevaba tantos siglos
encerrado en ese lugar que la desesperación fluía por sus venas como si de un torbellino se
tratara. La miró con desprecio y mostró sus dientes amarillos en una afilada sonrisa.
- ¿De verdad no vas a prestarme tu cuerpo?
La chica negó con vehemencia.
- ¡Nunca!
- Entonces que sepas que acabas de firmar la sentencia de muerte de tu querido
demonio.
- ¡No te burles de mí! - se quejó la chica - Conseguiré salir de aquí y encontrarlo.
Eso ni lo dudes.
- ¿Dudar? - el espectro parecía divertido - Llevo seis siglos aquí y puedo asegurarte
que la única forma de que las puertas se abran es liberándome.
- No puedes saberlo. Nunca las has visto abrirse desde dentro - apuntó Rin
inteligentemente.
- Cierto - le concedió el mercader - Pero estas puertas permanecen fuertemente
cerradas por una razón: impedir que nadie acceda a la esfera para liberarme. Si me
liberas, ya no tendrán razón de ser, y se abrirán.
La chica se mordió el labio y sopesó sus posibilidades. El fantasma parecía saber de lo que
hablaba y, de hecho, su argumento tenía bastante lógica. Pero ¿cómo podía saber que esto
no era una simple treta para engañarla? ¿Y si al liberarlo no se abrían las puertas y seguían
ambos allí encerrados? Si eso fuera lo que ocurriera, ella estaría perdida. Nibori tendría una
oportunidad para poseer su cuerpo y ella no podría escapar a ningún sitio.
Se pasó la mano por la nuca. No, no podían no abrirse. Tenía que haber sin duda una forma
de salir, y si no se les ocurría ninguna otra, la buena tenía que ser esta.
Nibori la miró y lanzó un suspiro.
- ¡Es una lástima! Si me quisieras liberar, todavía llegarías a tiempo de salvarlo. O, si
tardas un poco más, de verlo morir.
- ¿Morir? - Rin ahogó un grito, aunque su tono de voz subió varias octavas - ¿Es que
Sesshomaru está en peligro?
- ¡Shh! - Nibori se llevó un dedo a los labios - Escucha atentamente. El combate está
a punto de empezar.
* * *
Kaede y Sango recogieron la mesa y fregaron los platos mientras Miroku y Jaken hablaban
todavía del asunto de la esfera.
Yuki y Megumi charlaban también sobre lo mismo, un poco más allá.
- Espero que Shippo esté bien - dijo la rubia - No podría soportar que no volviera a
verlo - cerró los ojos y arrugó la frente en una mueca de dolor - Necesito que
vuelva. Necesito que vuelvan todos.
Megumi la abrazó y le acarició el pelo con suavidad.
- Van a volver - dijo con optimismo - Puedes estar segura.
A pesar de las palabras y la fe de Megumi, Yuki no podía sentir alivio en ese momento.
Añoraba a Shippo desde el mismo instante en que se marchó hacia el Monte. No podía para
de pensar en que le había pasado algo y esos pensamientos no le dejaban pegar ojo por la
noche. Pero el abrazo de la morena sí que le servía de consuelo. Hacía que se sintiera un
poco menos sola en aquellos momentos tan duros.
Pronto se separaron.
- Oye, ¿y Kohaku?
- Pues no lo sé - Yuki miró a su alrededor - Estaba aquí hace un momento.
Ambas miraron por toda la cabaña, pero no lo vieron en ningún sitio.
- Kaede, Sango, ¿sabéis a dónde ha ido Kohaku? - inquirió Megumi, preocupada.
- Ha dicho que iba a ir a mi casa a por unas cosas. Que ya volvería más tarde - le
contestó Sango con total tranquilidad.
- ¿A por unas cosas? - Megumi frunció el ceño, pensativa - ¡Oh, no! - exclamó y se
apresuró hacia la puerta.
- ¡Eh, espera! - Yuki la siguió hasta el umbral - ¿A dónde vas?
- A casa de Sango - le gritó Megumi alejada ya unos metros de la casa - No te
preocupes. Ya nos veremos - y se perdió en la oscuridad de la noche.
Unos minutos después, Megumi estaba a las puertas de la cabaña de Sango y Miroku. Vio
algo de luz a través de la ventana, así que supuso que Kohaku abría vuelto a avivar el
fuego.
¿Sería verdad que sólo había ido a la casa de Sango a por unas cosas? Mmm… ella no
estaba tan convencida. Puede que Sango fuera su hermana mayor y lo conociera muy bien,
pero de alguna forma Megumi era capaz de entender a Kohaku casi mejor que su propia
hermana, y estaba convencida de lo que el muchacho quería hacer. Así que se asomó a la
ventana y esperó a que éste apareciera.
No tardó mucho en oír ruidos en la casa y vio una sombra que se acercaba a la mesa y
depositaba una nota. Luego se agachó junto al fuego y volvió a apagarlo. Megumi se
acuchilló bajo la ventana y contuvo la respiración.
El muchacho salió por la puerta con un petate a la espalda. Pero en lugar de caminar en
dirección hacia la casa de Kaede, a donde había prometido que volvería, encaminó sus
pasos en dirección al bosque. Llevaba su arma en la mano e iba muy despacio, con una
mano apoyada en la herida del pecho que le había hecho Sesshomaru, que aún le dolía un
poco.
- ¿A dónde vas? - inquirió de repente la voz de Megumi.
Kohaku se dio la vuelta, sobresaltado.
- ¿Megumi? - la miró molesto - ¿Qué haces aquí?
La chica no se movió de donde estaba. Se sentía dolida. Dolida por lo que él estaba
haciendo.
- ¿Vas a abandonarnos? - le preguntó, sin responder a la pregunta que el chico le
había formulado.
El chico no respondió.
- Y lo peor es que no pensabas decirnos nada - continuó la morena - Ibas a marcharte
sin despedirte siquiera de tu hermana. Podrías habérselo dicho al menos a ella.
Kohaku miró al horizonte, dándole la espalda.
- Lo superará. Sabe que volveré a verla.
- Y tampoco vas en dirección a ninguna aldea cercana para exterminar demonios -
continuó ella, que no pensaba escucharlo - Vas hacia tu casa. A tu aldea.
- Sí - admitió el muchacho - Me voy a casa.
Megumi apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
- ¿Por qué? - inquirió, enfadada - ¿Por qué te largas de esta manera? - apretó los
dientes - No digo que tengas que quedarte, pero al menos podrías esperar un par de
días más aquí hasta tener noticias de nuestros amigos. ¡¡Podrían estar muertos!!
La cara de Megumi se contrajo en una mueca de dolor y se llevó las manos a la cara,
sintiendo que las lágrimas le quemaban en los ojos, dispuestas a salir.
- Kagome, Shippo, Rin, Inuyasha, A-Un, Kirara... incluso Sesshomaru. Puede que
estén muertos y a ti no te importa. ¡Eres un idiota! - levantó las manos y le golpeó
repetidas veces el pecho con los puños - ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!
Kohaku soltó el arma y le cogió las muñecas.
- Megumi, ¡Cálmate!
- ¡No quiero! - se quejó, llorando con todo su corazón - ¿Por qué quieres irte? ¿Es
por Rin? Ahora que no vas a casarte con ella ya te da igual todo, ¿no? Ya no tienes
nada que hacer en esta aldea, ¿verdad? Pues ¿sabes qué te digo? Que si quieres irte,
¡que te vayas! - la chica dejó salir toda su ira y le habló a Kohaku de la forma más
hostil que le hubiera hablado nunca a nadie - ¡Vete y no vuelvas! ¡Abandónanos
como haces siempre!
Kohaku no pudo soportar más el enfado y los desvaríos de Megumi y le dio una bofetada.
La chica se quedó de piedra un instante y dejó de proferir insultos. Se llevó una mano a la
cara y se notó la mejilla caliente.
Se sostuvieron la mirada un instante que pareció eterno, y Megumi dejó que más lágrimas
cayeran por sus mejillas.
- ¡Eres un idiota! - y empezó a correr hacia el bosque.
Kohaku dejó la mochila y el arma en el suelo y corrió tras ella, alcanzándola casi al
instante.
- ¡Megumi, espera! ¡ No seas boba! ¡Es peligroso!
La atrapó por detrás de la cintura y le hizo darse la vuelta.
- ¡Suéltame! ¡Quiero que me dejes! - se debatió ella, enfadada y rabiosa por todo lo
que estaba pasando - ¡No quiero que me toques! - y lo empujó.
Pero Kohaku no podía dejarla irse en ese estado. Estaba moralmente afectada por todas las
cosas que le habían ocurrido estos días. Tenía los sentimientos confundidos y había tenido
que soportar muchas cosas a lo largo de este tiempo. Además, el bosque era peligroso y
Kohaku no se perdonaría nunca si le pasaba algo a ella.
- ¡Megumi! - dijo con severidad tomándola por los hombros para conseguir que se
tranquilizara de una vez - ¡Ya basta! ¡Es suficiente! ¡No te comportes como una
niña pequeña!
Cuando Kohaku la miró a los ojos, dejó de forcejear y se dio cuenta de lo borde y agresiva
que había sido con él. Pero es que no había podido evitarlo. Al ver que Kohaku se
marchaba sin despedirse, lejos de la aldea, lejos de todos, se sintió derrotada, como si en
ese lugar no hubiera nada que le importara lo suficiente para quedarse, como si ella no le
importara. Sí, en el fondo todo se resumía eso. A que Megumi no podía competir por los
sentimientos de Kohaku, que no estaba a la altura, que no había manera de conseguir
expresarle sus sentimientos, pero tampoco de olvidarlo. Ese era el problema.
- Podrías haberte despedido de mí - acabó recriminándole, ahora más tranquila - No
te habría juzgado - le dijo. Agachó el rostro y miró al suelo - Comprendo que
quieras alejarte de aquí y olvidar. Siento mucho lo que te he dicho. Y siento haberte
golpeado en el pecho - se disculpó.
Kohaku negó con la cabeza.
- No pasa nada. Comprendo que estés enfadada.
- No… Bueno, sí, lo estoy. Pero en el fondo te entiendo. Tú también lo has pasado
muy mal. Nunca has tenido una vida fácil y las cosas tampoco te están saliendo bien
ahora. Tal vez necesitas empezar de cero o algo así. Y yo no soy nadie para
juzgarte. Ni tampoco puedo retenerte - la última frase la dijo con pesar,
convenciéndose a sí misma de que eso era cierto.
Al joven se le crispó la expresión al oírla menospreciarse a sí misma. Ella no tenía ni idea
de por qué se iba, y eso implicaba que estuviera sufriendo tanto como él.
- Megumi, no es que quiera irme, es que… - no sabía cómo explicárselo - Siempre
que estoy con las personas a las que quiero acabo por hacerles daño.
- Eso no es verdad - le replicó la chica, agitando la cabeza - Tu hermana está muy
feliz de que vengas a verla. Siempre que vas a llegar está días emocionada y
contándoselo a todo el mundo.
Kohaku suspiró.
- No lo entiendes. A ella también le hago daño. Mira como acabaron mis padres, y
todo lo que sufrió mi hermana para devolverme a la vida y salvarme de las garras de
Naraku. Y los demás también lo pasaron mal viendo cómo ella sufría. Y ahora lo de
la boda con Rin - la miró directamente a los ojos - Ya no quiero hacerle daño a
nadie más. Es hora de que me vaya y deje que cada uno viva su vida sin estorbarles.
Kohaku había cambiado mucho. Tanto que Megumi casi ni le reconocía. Siempre había
sido un chico sincero y directo, pero sólo pensaba en sí mismo y en lo que él deseara. Sin
embargo, por primera vez desde que le conocía, no sólo se limitaba a luchar por lo que él
quería, sino que se esforzaba en proteger a los demás a su manera. Irse también era
doloroso para él, aunque no quisiera admitirlo. Quería a su hermana Sango con locura y
esta aldea era su familia. Pero era capaz de renunciar a todo para no hacerle más daño a
nadie. Sin duda, Kohaku había madurado mucho.
Megumi ladeó el rostro y dirigió su vista hacia los árboles más cercanos, avergonzada.
- Kohaku, aunque es verdad que a veces eres un poco molesto - rió ligeramente - no
es cierto que vayamos a estar mejor sin ti. Eso no lo pienses nunca - lo miró
directamente a los ojos - No te vayas - le pidió.
El chico guardó silencio y se quedó contemplando sus ojos oscuros y penetrantes. El pelo
de la chica, de un castaño oscuro, casi negro, le ondeaba al viento y hacía que se le
enredasen los cabellos entre ellos. Pero Megumi ni se inmutó. Le sostenía la mirada,
esperando a que el chico respondiera. Esperando que, de alguna forma, pudiera comprender
sus sentimientos.
- Tengo que irme. Creo que es lo mejor - vaciló.
Sus ojos no se separaron.
- Ahora piensas que hay personas que están mejor sin ti. Pero deberías plantearte que
tal vez otras son más felices cuando tú estás con ellas - Megumi apretó los labios y
lo miró con seriedad - Hazlo por mí - suplicó - Quédate por mí.
Kohaku entendió perfectamente a lo que Megumi se refería y se quedó de piedra. Casi no
podía creerse que fuera ella quien le estuviera pidiendo que se quedara. Ella había sido la
primera chica que lo había insultado en su vida, y varias veces. Lo había agarrado del brazo
durante horas para que no pudiera dar alcance a Rin en el bosque. Lo había cuidado
mientras estaba enfermo y era la única capaz de hacerle reír y enfadarlo a la vez. Y también
era la única que había tenido el valor suficiente para pegarle.
La miró a la cara y estudió sus facciones. Era una chica hermosa, con el pelo castaño
oscuro hasta media espalda, ondulado y brillante. Los ojos eran también castaños caramelo,
pero profundos, como si la noche se escondiera tras ellos. Y los labios… tan finos y
delicados como una flor.
Al igual que en un principio fueron la fuerza de voluntad y la delicadeza y femineidad de
Rin lo que tanto le gustaron, ahora eran la determinación y la sinceridad de Megumi lo que
lo encandilaban sin remedio. Pero lo que sentía por esta chica era mucho más intenso que lo
que llegó a sentir jamás por su querida Rin.
Incluso el descaro y el mal genio de Megumi le parecían encantadores. Todas las veces que
le había pegado o insultado, al final habían acabado haciendo que, una vez pasado el
enfado, todavía le gustara más y más como era. La veía como una chica frágil y pequeña,
pero que se crecía ante las dificultades y era fiel a los que quería.
Sin darse ni cuenta, había olvidado su encaprichamiento por Rin y se había enamorado
secretamente de su mejor amiga.
La miraba y la miraba, y cuanto más lo hacía, más difícil se le hacía el decirle de nuevo que
tenía que irse. La mirada de ella le hacía perder su propia resolución. Estaba luchando en
contra de sus propios sentimientos y estaba cansado ya de reprimirse.
Le miró la mejilla donde él la había golpeado cuando ella se había puesto histérica. Aún
estaba roja por el golpe y Kohaku se sintió bastante mal.
Levantó la mano y la posó en su mejilla, acariciándosela suavemente.
- ¿Te duele mucho?
El corazón de Megumi se aceleró y las mejillas empezaron a enrojecérsele.
- Sólo un poco - respondió con un hilo de voz.
Él la miró de nuevo a los ojos y le sonrió.
- Lo siento. No quería pegarte.
- No pasa nada. Eso ya da igual.
Kohaku retiró la mano lentamente de su mejilla hasta dejarla caer. Miró un instante el suelo
y empezó a darse la vuelta.
Megumi le cogió el brazo antes de que se fuera.
- Kohaku, vas a hacérmelo decir en voz alta, ¿no? - dijo medio enfadada.
- ¿Decir el qué?
Se quedaron mirándose. Y Megumi todavía sintió más rabia de que él se hiciera el
despistado, pero a la vez le parecía tan sexy su forma de ser que no sabía ni qué sentía
exactamente, si ira o embobamiento.
- Kohaku, me gust…
Antes de que acabara la frase, los labios del chico se habían posado en los de Megumi,
atrapándola en un cálido beso que la dejó sin respiración y la pilló totalmente por sorpresa.
Kohaku le envolvió la cintura con un brazo y la atrajo hacia él, pegándola a su pecho.
Megumi podía sentir el calor corporal del joven a través de su camisa y de las vendas. Era
cálido, como un refugio en medio de ese frío invernal. Le colocó las manos en la nuca del
chico y dejó que sus labios se amoldaran poco a poco, en un beso lento, pero intenso.
Al final, acabaron separándose, pero sin llegar a soltarse.
Megumi jadeó de la emoción y sintió como si le faltara el aire. No lo soltó, pero no se
atrevió a mirarlo otra vez a la cara.
- Que difícil me lo pones - le recriminó Kohaku - Así me va a costar mucho más
irme.
- Pues no lo hagas.
Megumi le puso las manos en la cara y se puso de puntillas para volver a besarlo. Él le
correspondió el beso, pero esta vez con más pasión y más fuerza.
La chica enredó las manos en su cabello mientras él apretaba su cintura contra la suya.
Colocó las manos en los omoplatos de la chica y los acarició, junto con su espalda. Le besó
el golpe de la sacara con suavidad, y siguió besándola con desespero. Y ella respondió
gustosa a todos sus besos y caricias, ciñéndose más a él como si necesitara todavía más,
como si no lo tuviera la suficiente cerca.
Kohaku la empujó contra el árbol más cercano y le acarició la cintura y las caderas. Ella le
recorrió la espalda, notando a trazos su piel y a otras las vendas que todavía llevaba puestas.
- ¿Te duele… la herida? - dijo entre jadeos mientras él le besaba el cuello.
- No demasiado - aseguró y posó los labios en los de ella - Puedo soportarlo.
Megumi sonrió y le marcó una línea de besos por todo el cuello y el nacimiento del pecho.
Los brazos fuertes del muchacho la acorralaban contra el árbol y la hacían sentir protegida
del frío y de los demonios que habitaban el bosque.
- ¿Entonces, te quedas en la aldea?
Kohaku la inclinó hacia atrás para que la luz les diera en la cara.
- Me quedaré. Pero si veo que las cosas con los demás no funcionan y prefieren que
yo…
Ella le cayó con un beso.
- Nadie quiere que te vayas. Y yo tampoco.
- En ese caso me quedaré un poco más de tiempo. Hasta que todo se solucione.
La joven le sonrió y se apartó un poco de él, cogiéndole la mano.
- Ven, vamos a un sitio.
- ¿A dónde? - inquirió Kohaku, sorprendido.
- Aquí podrían vernos - susurró ella en voz baja - Vamos a la casa de Inuyasha y
Kagome. Allí nadie nos encontrará.
Y fueron corriendo entre las casas de la aldea hasta llegar a la cabaña del medio demonio y
su esposa. Allí pasaron toda la noche sin que nadie supiera donde se habrían metido.
Capítulo 42: Cuando pierdes al amor de tu vida
Cuando Nibori se lo indicó, Rin guardó silencio. El fantasma pululaba arriba y debajo de la
estancia, produciendo un extraño sonido similar al de un vestido al arrastrarse. La
muchacha lo miró de reojo mientras trataba de oír cualquier cosa que sucediera fuera de esa
estancia de musgo y piedra.
Nibori sonreía con frialdad mientras reía para sus adentros. Llevaba mucho tiempo sin
ninguna compañía y esta situación le estaba divirtiendo. Su liberación estaba cerca y la
emoción que sentía en ese instante no hacía más que aumentar mientras el dolor y la
desesperación de Rin crecían.
- Yo no oigo nada - acabó por decirle la chica - Sesshomaru no está en medio de
ningún combate. Me estás mintiendo.
El espectro se volvió hacia ella y sonrió de forma maliciosa.
- No puedes oírles porque te niegas a creer que sea cierto. Pero su muerte, al igual
que la tuya, es inminente.
- ¡Maldito idiota!
Rin desenvainó el abanico y, sin siquiera sacar las cuchillas, se lo lanzó al fantasma. Pero,
como era obvio, el arma lo traspasó y chocó contra la pared, cayendo luego al suelo.
Nibori la miró con odio y se abalanzó contra la joven.
Rin pensaba que él la atravesaría de la misma forma en que el abanico lo había traspasado a
él, pero no fue así. Cuando el espectro estuvo frente a ella, Rin notó como una especie de
energía que la empujaba y la empotró contra la pared.
El fantasma abrió los brazos y la sujetó así, frente a la gran puerta de piedra que les barraba
el paso.
- ¡Suéltame!
- ¡¡Shh!!
Nibori cerró los ojos y Rin empezó a notar que se le helaba el cuerpo. La temperatura del
fantasma estaba a tantos grados menos que ella que la chica apenas podía sentir los brazos y
el pecho. Pronto notó todo su cuerpo entumecido por el frío y no pudo moverse.
- Ahora que no estás en condiciones de pelear, escucha con atención.
La muchacha intentó debatirse, pero no hubo forma. Estaba atrapada por el incómodo
abrazo sobrenatural del espectro. Sus palabras, sumadas al frío y el cansancio, tuvieron un
efecto electrizante en la joven y decidió obedecer.
Al principio no se escuchaban más que crujidos y algún ligero temblor, pero pronto las
voces se hicieron más audibles y Rin pudo reconocer perfectamente los sonidos de un
combate.
- ¡¡¡Agrrrrrrr!!!
Los gruñidos de un animal retumbaban por toda la cueva, dándole un toque especialmente
terrorífico.
- ¿Qué es eso? - inquirió Rin, asustada.
Nibori sonrió.
- El guardián del cruce.
- ¿El guardián del cruce?
Rin no entendía nada de lo que estaba sucediendo. Ruidos, crujidos, sonidos guturales…
¿qué estaba ocurriendo?
- Antes de llegar a la puerta de esta estancia, tuviste que escoger entre tres caminos,
¿no es así?
La chica intentó hacer memoria. Había salido de la sala que se encogía y…. ¡sí! Había un
cruce con tres caminos. El primero tenía una especie de sombra extraña en el suelo. Pero
entre los otros dos había escogido el de en medio porque el gatito de luz la había guiado por
allí.
¡Es cierto! ¿Qué habría pasado con el gato?
Nibori continuó sin esperar respuesta.
- Llegaste sana y salva por el camino correcto gracias a mí.
- ¿Qué? - la joven estaba confusa - No fue precisamente gracias a ti que esté aquí
ahora.
- Te equivocas.
El espectro se apartó un poco de la muchacha, pero ésta siguió sin poder moverse debido a
la rigidez que aún conservaban cada uno de sus músculos.
Nibori se acercó a las cuatro velas del fondo de la estancia y posó las manos sobre ellas, sin
quemarse, sin notar su calor. Cerró los ojos y respiró hondamente. Al instante, una bola de
luz apareció a los pies de la mesa de piedra y se acercó lentamente hacia la chica.
- ¡Kuppuru! - exclamó al reconocer al gato luminoso - Eres… ¿tú eras…?
- ¿Eso a lo que llamas Kuppuru? Sin duda. Puedo controlar algunos espíritus desde
aquí, pero sólo algunos - retiró la mano de las velas y el gato desapareció - Un
nombre ridículo, por cierto. No podrías haber encontrado otro peor.
Rin no le dio importancia al comentario. Era ya más que evidente que se encontraba con el
ser más peligroso de todo el laberinto, aunque todavía no sabía hasta qué punto.
- Llevo seis siglos aquí atrapado. Comprenderás que, teniendo tanto tiempo libre,
haya aprendido algunos trucos para relacionarme con el exterior sin tener que salir
de mi tumba.
Rin estaba aterrorizada. Sin duda había confiado en quien no debía y, desde luego, también
lo había subestimado.
- ¿Por qué me guiaste hasta aquí?
- ¿Acaso no está bastante claro? - rió el espectro - Necesito que me liberes y me
prestes tu cuerpo.
- Sabías perfectamente que me negaría a darte mi cuerpo. Cualquiera hubiera hecho
lo mismo. Y aunque me lo quitaras por la fuerza, si no decido liberarte yo antes, no
podrás hacer nada más que resignarte. ¿De qué te sirve toda esta actuación si sabes
tanto como yo que nadie puede ayudarte?
El espectro la miró con suspicacia y decidió responderle con sinceridad.
- Obviamente no eres la primera que pisa esta cueva. Tanto humanos como
demonios han venido a este lugar a lo largo de los siglos para encontrar la fabulosa
esfera. Todos ellos eran mucho más poderoso que tú, e incluso alguno era tan fuerte
que no consiguieron herirle ni envenenarle. Grandes candidatos para prestarme un
cuerpo, ¿no te parece? - alzó las cejas para mirarla y continuó - A los que llegaron a
más de la mitad del laberinto, decidí ayudarles. A través de seres similares al que te
ha guiado a ti, los traje hasta mí y entraron en mi tumba.
Nibori se dio la vuelta y miró las protuberancias de las rocas de la pared.
- ¿Por qué no los poseíste a ellos? - quiso saber la chica - ¿Qué hiciste mal?
- Algunos estaban demasiado heridos, y murieron a los pocos minutos. Otros no se
fiaron de mí y no fueron capaces de encontrar la esfera por temor a que esto fuero
otra trampa más. Sólo uno, de esos pocos que a lo largo del tiempo han logrado
llegar hasta aquí, llegó a tocar la esfera con sus propias manos. No la cogió, pero la
tocó.
- ¿Y?
- No pude poseerle. Al comprender mis intenciones soltó la esfera antes de sacarla
por completo de su escondrijo y, como no podía salir de aquí, decidió quitarse la
vida él mismo.
La joven se miró las palmas de las manos y se las limpió en su pantalón desgarrado.
- Eso significa que soy la que más tiempo ha aguantado aquí con vida.
- Y no sólo eso - dijo el espectro en tono solemne - Tú tienes algo que ellos no
tenían: un amor esperando al otro lado de la puerta.
A la mención de Sesshomaru las manos de Rin se cerraron en un puño y levantó el rostro
para mirar al fantasma directamente a la cara.
- ¡Qué tendrá que ver él en todo esto!
Pero no hubo necesidad de que el espectro respondiera. Rin ya lo sabía.
- ¡No! - espetó enfurecida - ¡No permitiré que le hagas daño!
Una vez que la conversación había tomado ese curso, no le fue difícil a la chica entender
hasta qué punto era el retorcido cerebro del espectro que la acompañaba. Nibori la había
estado utilizando desde el principio. Él ya sabía que Sesshomaru estaba en la cueva. Lo
sabía desde el principio, pero en lugar de guiarlo a él hasta su tumba la había guiado a ella.
¿Por qué? Eso era lo que antes inquietaba a la chica y ahora ya no. Ahora sabía la verdad.
- Eres un mentiroso - le dijo con rabia en los ojos - Ahora lo entiendo todo. Nunca
has podido salir porque todos los que han llegado estaban tan graves que han muerto
al poco tiempo, y eso es lo que me va a pasar a mí. Y la única persona lo
suficientemente fuerte como para llegar casi ileso decidió suicidarse antes de que
alguien como tú le arrebatara el cuerpo para siempre - Rin apretó los dientes - Si
hubieras guiado hasta aquí a Sesshomaru, él tampoco hubiera accedido jamás a
liberarte. Antes morir que perder su cuerpo para siempre. Por eso me has traído a
mí. Piensas utilizarme para llegar hasta él. No es mi vida la que te interesa, yo soy
sólo un cuerpo provisional, desechable. Te interesa la suya.
Ahora Nibori estaba francamente sorprendido. Todos esos siglos de cautiverio le habían
servido para urdir millares de planes y hacerse cada vez más astuto e inteligente, sin
embargo, aquella chiquilla acababa de adivinar todos sus planes sin hacer el mínimo
esfuerzo, usando tan sólo la deducción y la lógica.
- No sabía que fuera tan transparente - dijo el espectro en un intento de broma.
- ¡Déjate de sobradas! - Rin estaba al rojo vivo - ¡Nunca le conseguirás! Es
demasiado fuerte para ti. Nunca has amado a nadie y por eso no puedes
entendernos. No pienso permitir que te acerques a él, aunque me cueste la vida.
Nibori se enfureció.
- ¡Eres una niña tonta que no entiende nada de la vida!
- ¿Qué? - la respuesta había cogido a Rin totalmente por sorpresa.
- ¡Lo que oyes! - continuó el espectro, acercándose lentamente hacia ella - Vienes
aquí, derrochando valor y coraje para impedir que tu demonio perezca en el intento
de obtener una esfera que te permitiría tener una vida demoníaca larga y próspera
junto a él. Es lo que tú también deseas, pero si corre el riesgo de que él muera en el
intento, te niegas, aunque eso suponga que al ser tú humana y él demonio, no
podréis estar nunca juntos.
- ¿Cómo sabes eso?
- ¡Vienes aquí, pensando en el amor que le profesas y en realidad lo que has estado
haciendo es interponerte en vuestro propio futuro juntos!
- ¡¡Basta!! - chilló Rin - ¡¡Eso no es cierto!!
- Y para colmo - dijo el fantasma, apareciendo justo delante de la cara de la joven.
Los ojos le brillaban de forma diabólica y los dientes de los lados empezaron a
alargársele - Ahora que el destino te ha dado la oportunidad de arreglar tu error y
obtener la esfera que tu novio buscaba a la vez que salvarle a él la vida, rehusas mi
ayuda. Pequeña niña, ¿cuándo crecerás?
Rin no podía pensar con claridad. Todo lo que el espectro había dicho era cierto y a la vez
mentira. Sesshomaru quería ofrecerle una vida demoníaca a través de la esfera. Una vida
como demonio de la luna, de cabellos blancos y poderes descomunales, como los que él
tenía. Un milenio o dos que aunque no eran comparables a la eternidad, era una vida larga y
próspera que pasarían juntos. ¡Juntos! Y ella, sin duda alguna, quería esa vida. Sabía
perfectamente que la esfera era la única que les podría dar la oportunidad de estar juntos.
Sin su poder, Rin moriría de vejez en unos cuarenta o cincuenta años mientras que
Sesshomaru pasaría el resto de su larga vida echándola de menos. Una condena eterna, un
amor de desdicha.
Pero, por otro lado, si Sesshomaru intentaba obtener la esfera ¿sobreviviría? Rin confiaba
en él, pero era todo tan difícil…
- Quiero la esfera - pensó - ambos la queremos, pero no a costa de su vida. Si yo le
hubiera esperado en la aldea y él hubiera perdido aquí la vida, ¿qué sentido habría
tenido todo esto?
Se le secó la garganta y los ojos se le humedecieron de rabia e impotencia. ¡Era cierto!
¡Todo lo que Nibori había dicho era cierto! Rin quería esa vida demoníaca junto al albino, y
sin embargo, había luchado desde el principio para impedirlo.
- ¡Lo hice por él! - le respondió al fantasma - Prefiero que él viva mucho sin mí a
saber que ha muerto intentando alargar nuestro tiempo juntos. No valía la pena.
- Y además, eres una egoísta - le respondió el espectro, cada vez con el rostro más
deformado y diabólico - Él no debe arriesgarse para conseguir tiempo contigo, pero
tú si puedes arriesgar tu insignificante vida de humana para impedir que muera. ¿Te
has planteado cómo será su vida después de que tú, débil humana, mueras de vejez
dentro de un tiempo? Estará condenado a estar solo. Lo dejarás solo… Yo creo que
eso es peor que la muerte.
Rin abrió mucho los ojos, sorprendida. Tenía razón. ¡El maldito espectro tenía razón! Había
estado actuando como una niña egoísta que sólo pensaba en sus propios deseos. Aunque la
idea de una vida larga la atrajera sobremanera, si eso no podía ser, se conformaba con una
vida como humana junto a él. Pero y después, ¿qué? ¿Qué sería de su querido señor
Sesshomaru? Había estado intentando salvarle la vida y alejarlo de los peligros de la cueva
sin darse cuenta de que eso significaría que, un día no muy lejano, él se quedaría solo de
nuevo.
Miró a Nibori con odio y escupió:
- No creas que me engañas - empezó a decir, e intentó ganar tiempo para que los
brazos y las piernas volvieran a su anterior temperatura corporal - Tú tampoco me
estás ofreciendo ninguna solución. Dices que soy egoísta porque he venido a por
Sesshomaru pero no a por la esfera. Dices que el destino me ha dado una
oportunidad de encontrar las dos cosas y por eso estoy aquí, en el mismo lugar
donde tu tumba y la esfera se encuentran vinculados. Pero en cuanto toque la esfera
con las manos, ya sé lo que va a pasar. En cuanto la coja, poseerás mi cuerpo y lo
usarás para salir de aquí - la joven sacudió la cabeza - Y luego cuando esté
moribunda me dejarás y lo poseerás a él. Tampoco así acabaremos juntos, porque
yo seré tú, y luego tú serás él. Y también te quedarás con la esfera.
Nibori empezó a reírse maliciosamente y sus carcajadas sonaron estridentes y horripilantes
al oído de Rin.
- Eres más inteligente de lo que había creído - su sonrisa era de suficiencia - Está
bien. Tienes razón. No hay forma de que esto salga bien para vosotros. Si no coges
la esfera, morirás aquí atrapada. Y él también. Si la coges, te poseeré un rato hasta
que el veneno acabe con tu vida y luego me quedaré con la suya - cruzó las piernas
y quedó suspendido en el aire, sobre su tumba - Siempre puedes suicidarte - sugirió
- A mí no me importa esperar un par de siglos más.
Rin apretó los puños de rabia.
- ¡Eres un monstruo! - le espetó, con enfado.
Nibori volvió a reír de esa forma tan terrorífica y molesta. Estaba jugando con los
sentimientos de ella. La estaba confundiendo y manipulando de una forma tan dolorosa que
la joven ya no sabía ni qué era lo correcto ni qué un error.
Rin estiró los brazos e hizo esfuerzos también por caminar. Se llevó una mano a la garganta
y notó el calor interior que su piel desprendía. Los brazos y las muñecas también estaban
violetas. Tan sólo la cara y las piernas seguían aún libres del potente veneno. Pero de
alguna forma, la chica seguía en pie. Seguía viva a pesar de todos.
- Sobreviví al asesinato de mis padres y hermanos, resucité cuando los lobos de
Koga me atacaron, resistí a la caída por el precipicio cuando nos atacaron los
Sishinintai, conseguí regresar después de ir a por la planta medicinal que curaría a
Jaken, entré en el inframundo y mi alma volvió a la vida cuando la madre de
Sesshomaru me colocó el medallón. Y ahora estoy aquí, y de alguna forma
inexplicable, todavía no he muerto. Si no es esto una señal, que venga Dios y lo
vea.
De repente, la estancia entera empezó a temblar de una forma tan violenta que varias de las
rocas que sobresalían de las paredes se rompieron y cayeron al suelo con gran estrépito.
- ¿Qué está pasando? - Rin se tambaleó y cayó al suelo.
- Han llegado.
Rin no sabía a qué se refería Nibori exactamente. ¿Quiénes habían llegado? ¿Más
monstruos? ¿Los de la pelea?
Algo grande se estampó en ese instante contra la puerta de la entrada. El choque fue tan
brutal que las plantas que colgaban del techo empezaron a caer y el agua que corría hacia
abajo salpicó algunas de las antorchas, apagándolas.
Rin se levantó del suelo y fue a buscar su abanico, que continuaba clavado en la pared en la
otra parte de la cámara.
Un gruñido desgarrador sonó en la distancia y oyó el silbido del filo de una espada.
- ¿Una espada?- pensó Rin, asombrada - ¡Sesshomaru! - gritó a pleno pulmón -
¡¡Sesshomaru!!
Una voz respondió desde el otro lado de la enorme puerta de piedra.
- ¡Rin! ¿eres tú?
- ¡Sí! ¡Sesshomaru, soy yo! ¡Estoy encerrada!
Rin se abalanzó hacia la puerta y colocó las palmas sobre la roca, como si así pudiera tocar
las frías y pálidas manos de su demonio. Jadeó de la emoción y se apretó contra la piedra.
- ¿Estás bien? ¿Estás herido?
El demonio no contestó. Su descuido le había costado una fuerte dentellada del animal
salvaje que le estaba atacando. Gruñó de rabia ante el ataque y se lanzó contra el monstruo
para arrancarle un brazo.
Sacó las garras venenosas y el animal retrocedió, temiéndose el peligro.
La bestia estaba herida, y Sesshomaru también. Llevaba varias dentelladas graves en el
hombro y en un brazo, de forma que se estaba debilitando más y más a cada golpe que le
asestaba a su contrincante. Y además, ahora su mente estaba parcialmente distraída: Rin
estaba en la cueva, atrapada tan cerca que sólo sentía deseos de arrancarle de inmediato la
cabeza al monstruo para poder ir corriendo a liberarla.
El animal saltó sobre el albino y cayó encima suyo. Sesshomaru le atravesó el pecho con la
espada y la bestia se retorció de dolor. Volvió a chocar contra la pared y la cueva volvió a
estremecerse de nuevo.
- Si siguen así se va a venir el techo abajo - se quejó Rin, desesperada - Tengo que
ayudarle.
Su determinación no tenía límites. Se apartó de la puerta un par de pasos y lanzó su abanico
con fuerza, usando la misma estrategia que cuando consiguió que se abriera la puerta, pero
no funcionó. Esta vez la roca no se había movido.
- No puede ser.
Recuperó su arma, sacó las cuchillas y volvió a lanzar, esta vez con más fuerza.
- ¡Vamos!¡Tienes que abrirte! - gruñó mientras el abanico impactaba contra la roca y
luego regresaba a la manera de un boomerang. Rin lo interceptó al vuelo - ¿Por qué
no funciona? - tenía la voz ronca y sus ojos eran pura desesperación.
Fuera seguían los golpes y los gruñidos. Sesshomaru lanzó una maldición y Rin supo que el
monstruo lo había alcanzado.
- ¡Sesshomaru! - volvió a gritar a la puerta, sin saber qué hacer - ¿Cómo puedo
ayudarlo?¡Maldita sea! ¿Qué puedo hacer?
- Podrías coger la esfera - sugirió de repente Nibori, como si le hubiera leído el
pensamiento. Estaba flotando tranquilamente en el aire, a ras de suelo, en el mismo
sitio que antes de que empezara el combate.
- ¡Que no! - le espetó la muchacha, nerviosa - ¡No me distraigas! - y continuó
lanzando el abanico una y otra vez contra la roca mientras los golpes y temblores
persistían.
El espectro se acercó a Rin por la espalda y le susurró suavemente al oído.
- Ya sabes lo que hay que hacer… es la única forma de salvarle, la única forma de
que se abra esta cámara.
Rin se dio la vuelta y lo miró a los ojos. Por desgracia, tenía razón. La única forma de que
las puertas se abrieran desde dentro es que alguien tomara en sus manos la Esfera de
Kagura. Pero en cuanto lo hiciera, Nibori le robaría el cuerpo.
La morena miró a los lados, a punto de perder los nervios, y agitó la cabeza con
vehemencia.
- ¿Qué debo hacer? - se mordió el labio, nerviosa y dejó que los pensamientos
fluyeran en su cabeza - Si no salgo, moriremos los dos. Si la cojo, mi existencia
está condenada, pero tal vez la suya no - cerró los ojos un breve instante y volvió a
abrirlos con rapidez - Seguro que este espectro es en realidad un demonio. ¿Por qué
si no le asusta tanto la tierra sagrada? ¿Por qué sino prefiere poseerme a mí
primero cuando tendrá a Sesshomaru a un par de metros? Si consigo salir de esta
habitación antes de que me posea, la tierra sagrada le frenará y estaremos a salvo.
Y en el caso de que no lo consiga… me suicidaré. Me mataré en cuanto Nibori me
toque -cerró los ojos y varias lágrimas rodaron por sus mejillas - Puede que sea una
decisión egoísta, pero si puedo ayudarlo, prefiero que Sesshomaru viva una larga
vida, aunque yo no esté en ella. Tal vez algún día pueda enamorarse otra vez de
alguien.
Nuevos golpes de batalla se oyeron en el exterior y Rin pudo oír la fuerte respiración de su
demonio. El terreno sagrado le tenía agotado. Se oyó un chillido animal y luego el
chasquido de un latigazo. La joven se temía lo peor.
- ¡Lo haré! - acabó anunciando con resolución - Pero no pienso dejar que me atrapes,
Nibori. No renunciaré sin luchar.
Rin acababa de tomar la decisión más dura y difícil de su vida. No era de extrañar que
pretendiera rescatar al demonio de la luna, pero era plenamente consciente de que si el
fantasma poseía su cuerpo, ya no volvería a ser ella nunca más. Nunca volvería a sentir
amor ni odio por nadie. No volvería a ver a sus amigos, ni a su familia, pues los de la aldea,
eran su familia. Nunca más volvería a ver a Shippo ni dormirían abrazados junto a las
cenizas de la candela. Nunca volvería a escaparse a los prados de flores con Megumi ni a
dormir en su casa. No volvería a ver a la joven y alegre Yuki sonriéndole con esos bonitos
labios y esos ojos dulces. No estaría para el nacimiento de los hijos de Sango y Miroku, ni
volvería a entrenar con Inuyasha o a observar a Kagome mientras ella practicaba con el
arco. Kaede y ella no volverían a cocinar juntas ni la ayudaría a que las madres de la aldea
trajeran sus bebés al mundo. Y tampoco volvería a encontrarse con Kohaku para arreglar
las cosas, como cuando eran sólo amigos.
Ya no volvería a tener nada de lo que había tenido en su vida anterior. El espectro le robaría
el cuerpo y lo explotaría, agotando todas sus fuerzas, para salir al exterior de la cueva.
¿Intentaría Nibori aguantar hasta el último instante de su vida, o por el contrario
abandonaría su cuerpo a su suerte para dejarla sufrir esos últimos instantes de vida en pleno
dolor y agonía?
Fuera como fuese, tenía que salir de allí, y darle una oportunidad a su demonio para
salvarse. Él estaba menos herido que ella, de eso no había duda alguna. Él era fuerte y
valiente: un guerrero. Podría superar esto. Rin sabía que podía. Y algún día encontraría a
alguien especial y volvería a enamorarse.
El corazón de la joven tiritaba y tenía frío y tenía miedo. Se sentía sola y desamparada, y
hubiera deseado tener a alguien a su lado que la abrazara y le diera consuelo.
Su decisión implicaba renunciar al amor de su vida, porque Rin había comprendido que, a
veces, aunque luches con todas tus fuerzas y con todo tu corazón, hay veces que las cosas
no pueden ser, y personas que jamás estarán juntas.
- ¿Dónde está la esfera? - inquirió, con voz temblorosa.
Nibori enseñó los dientes en una sonrisa diabólica y le señaló la tupida flor roja que
descansaba sobre la tumba de piedra. La que estaba en el centro del montón de pétalos rojos
como la sangre que brota fresca de una víctima.
Rin tragó saliva y se acercó lentamente a la flor. A cada paso notaba los crujidos y el fragor
de la batalla que su novio y su enemigo estaban librando fuera.
Un golpe. Un paso.
Un gran temblor. Otro paso.
Un gruñido, un grito, más golpes. Otro paso.
Alargó la mano con lentitud hacia la flor, conteniendo la respiración. Sus dedos rozaron los
primeros pétalos y enseguida notó la misma sensación de ensoñación que la primera vez
que la vio.
Una lágrima triste y solitaria salió de sus ojos caramelo y rodó por su mejilla hasta caer
sobre los pétalos del suelo.
- Renuncio a mi vida contigo - se dijo - porque te quiero.
Y metió la mano hasta el fondo.
Capítulo 43: Persecución en las tinieblas
La mano de Rin se encontraba sumergida entre los tupidos pétalos rojos de la flor. Las
yemas de sus dedos no tardaron en rozar el centro y allí, tal y como el espectro le había
indicado, había una esfera. La joven la tomó en su mano y la sacó de la flor.
Era suave, como si hubiera sido pulida a consciencia, y de un color azul malva tan brillante
que pensó que había atrapado una estrella del cielo. Pero en cuanto la esfera se hubo
separado de la flor, ésta perdió su color rojizo.
La gardenia se consumió en el acto y todos sus pétalos se pudrieron y pusieron negros.
Rin dio un paso hacia atrás, asustada.
Los pétalos del suelo que había esparcidos por toda la sala se fueron arrugando también
desde los más cercanos a la flor hasta los que estaban más alejados. Su color rojo fuego fue
sustituido por el negro de la muerte y las plantas de enredadera que colgaban de las paredes
y el techo se ennegrecieron también.
- ¡¡Sí!! - Nibori saltó de alegría y alzó los puños al aire, emocionado y excitado por
que todo le estuviera saliendo a pedir de boca.
La joven chocó con la espalda en la pared y se vio atrapada. Miró la gigantesca puerta de
piedra y vio que no pasaba absolutamente nada. No había indicios de que fuera a abrirse. Se
volvió hacia el espectro y lo contempló con rabia.
- ¡Me mentiste! ¡Seguimos aquí atrapados!
Rin desenvainó su abanico y apuntó hacia Nibori.
- No podrás tocarme.
El fantasma sonrió desquiciado y la miró con sorna.
- Tu patética arma no es capaz de herirme, tan sólo me atraviesa.
Pero ahora era Rin la que sonreía.
- A ti no, pero a él sí - dijo señalando el cadáver de Nibori que yacía en la mesa de
piedra. Gracias a la descomposición de las enredaderas, ahora permanecía
perfectamente visible y al alcance del arma de Rin.
- ¡No! - exclamó Nibori, pero en lugar de dirigirse hacia su cuerpo, se abalanzó hacia
las velas del fondo de la estancia.
Rin levantó su abanico y la luna brilló.
- ¡Ahí va! - y lo lanzó con todas sus fuerzas.
Pero justo delante del pecho cadavérico, apareció el pequeño gatito de luz que había guiado
a la chica hasta la cámara. El abanico se le clavó en el pecho y el animal cayó muerto en el
suelo mientras su luz se apagaba.
- ¡Oh, no! - exclamó la chica visiblemente abatida - ¡¿Cómo has podido?!
A Rin se le encogió el corazón en el pecho. Puede que aquel ser luminoso no fuera más que
una invocación que hacía el espectro para poder engañar a viajeros como Rin y conseguir
sus propósitos, pero Kuppuru tampoco se merecía morir así. ¡Nadie se merece morir de esta
manera!
Rin corrió hacia el cadáver del pobre gato, ya apagado, para recuperar su arma antes de que
Nibori hiciera algo más para que ella no pudiera destruir su cuerpo físico.
- ¿Por qué te importa tanto tu cadáver? No es más que un montón de huesos y polvo.
Nibori sacudió la cabeza.
- Si destruyes mi cuerpo ahora, mi alma también desaparecerá. Y eso no te lo
consiento.
Y entonces pasó lo que la chica temía desde hacía rato: Nibori intentó poseerla.
El espectro se abalanzó hacia ella por el aire con todas sus fuerzas, pero la chica se agachó
y dejó que Nibori chocara contra la pared.
Rin se dio la vuelta y echó a correr hacia el lado opuesto de la estancia. Pero no importaba
cuanto corriera; no tenía a dónde ir.
- Estás acabada - le dijo el espectro con sorna mientras volvía a lanzarse hacia ella
con violencia.
La morena no sabía qué hacer. No podía huir, no podía correr. Las armas no servían contra
esa cosa e intentar destruir su cuerpo real tampoco le serviría. Ya había visto lo que ese
monstruo era capaz de hacer con los pobres espíritus en el caso de que su vida peligrara.
Rin dio un traspié y cayó al suelo. Se levantó con rapidez y se ocultó tras la mesa de piedra.
El espectro se lanzó de nuevo hacia ella y esta vez consiguió alcanzarla.
- ¡Noo!
El pecho y los brazos de Rin se pusieron rígidos en el acto y notó cómo el frío del fantasma
le penetraba a través de la piel y se le colaba en los huesos. Nibori estaba sobre ella,
introduciéndose con rapidez en su interior mientras ella, impotente, yacía en el suelo sin
poder evitarlo.
Intentó levantar su mano derecha y clavarse su abanico en el pecho, pero no pudo mover ni
un músculo. Notaba la dureza de su arma, notaba la superficie lisa de la luna de plata que
ésta llevaba incrustada, y se repetía una y otra vez que tenía que ser fuerte y resistir, pero no
podía.
- Lo siento - fueron los últimos pensamientos que ocuparon su mente antes de que
Nibori se introdujera de lleno en su cuerpo.
Pero entonces sucedió lo impensable. La luna de plata empezó a brillar con intensidad y
fuerza y su fulgor fue tan impresionante que llenó la habitación de luz durante un instante e
hizo que tanto el cuerpo de Rin como la consciencia de Nibori quedaran cegadas por un
momento.
Rin notó en su interior una sacudida. El frío que Nibori proyectaba en su ser empezó a
calentarse y fue como si una sábana blanca le fuera arrancada desde sus entrañas y
expulsada al exterior.
Cuando la luz se apagó, Nibori estaba tirado en el suelo al otro lado de la estancia, lejos del
cuerpo de Rin.
- Me has salvado - dijo la chica, agradecida, mientras acariciaba el precioso adorno
de su abanico.
Se puso en pie enseguida y señaló al fantasma con la mano.
- No puedes poseerme - anunció con orgullo - A mí no. Aquí acaba todo para ti.
Pero el espectro no estaba dispuesto a renunciar a la vida tan fácilmente.
Se miró las manos blancas y pálidas y vio cómo se le empezaban a desvanecer en el aire.
Sus pies también dejaron de existir y su rostro, casi cetrino, comenzó a disolverse en el aire.
- ¡No, no, no! - gritó con desesperación - Un cuerpo, ¡necesito un cuerpo!
Miró a su alrededor, pero sólo estaba Rin con él. La puerta no se había abierto al coger ella
la esfera, de manera que el cuerpo del demonio de la luna quedaba todavía fuera de su
alcance.
- ¡Maldita sea! ¡Un cuerpo! ¡Un cuerpo!
Estaba aterrorizado. Era su última oportunidad de salir de aquel antro y volver al mundo
exterior, sin embargo, todo estaba a punto de acabar para él. Pero entonces lo vio.
Su cuerpo, esquelético y casi momificado, estaba sobre la mesa de piedra. Había intentado
acceder a él centenares de veces, miles si me apuras, pero nunca había podido. ¿Sería capaz
de moverlo ahora que la esfera ya no estaba en la flor roja?
Nibori se abalanzó contra su cuerpo y se colocó entre los huesos de su figura.
- Pe... ¿pero qué haces? - Rin se llevó las manos a la cabeza y dio un traspié. No
creía que aquello que sus ojos estaban viendo fuera real. ¿Acaso Nibori pretendía
mover su cuerpo después de tantos siglos? ¿Era eso posible?
El espectro de Nibori desapareció en unos segundos y de repente, su cadáver abrió los ojos.
Rin retrocedió.
El cuerpo del joven mercader empezó a moverse con lentitud y su forma esquelética y
repulsiva fue transformándose en un demonio de grandes dimensiones. Su caja torácica
aumentó varios metros y se convirtió en un pecho fuerte y musculoso, cubierto por una piel
escamosa de color violáceo. Las piernas y los brazos le crecieron a la par que el cuerpo, y
eran tan largos los brazos que casi rozaban el suelo. Los ojos se le encendieron en dos
esferas de fuego y un cuerno color arena le surgió del nacimiento de la frente. Las garras se
le agrandaron y sus colmillos eran tan grandes y puntiagudos que se le desbordaban por la
boca.
Lanzó un sonido horrible mientras acababa de transformarse.
- ¡¡Sesshomaru!! - gritó la chica, muerta de miedo junto a la puerta - ¡¡Por favor!!
¡¡Ayuda!!
El demonio era tan grande que apenas si cabía en la estancia. Si seguía aumentando a esa
velocidad, reventaría la cueva.
- Ja ja ja ja - rió con su voz grave y profunda. No quedaba ni un solo vestigio de
humanidad en él, ni en su voz, ni en su mirada.
- No podrás salir de aquí con tu cuerpo, ¡monstruo! Si tocas la tierra sagrada,
¡morirás!
Rin no estaba segura de que Nibori pereciera si entraba en contacto con el suelo del resto
del laberinto. Sesshomaru había podido llegar hasta tan lejos porque se había ido
acostumbrando a la tierra sagrada progresivamente, desde la entrada, donde la influencia
era menor, hasta el propio corazón de la cueva. Pero Nibori, en cuanto saliera de allí, el
poder sagrado le daría de lleno y lo destruiría. Por eso necesitaba un cuerpo humano. Pero
ahora que ambos sabían que no podría poseer a Rin, se lanzaría directo a por Sesshomaru.
Rin se fijó en la nueva piel de Nibori. No hacía ni un minuto que se le había formado y ya
se le estaba cayendo a tiras.
- ¡Aparta! - gritó el gigante y le dio un manotazo a Rin para que se quitara de en
medio.
La chica salió despedida por el aire y chocó contra una de las paredes.
Nibori posó sus enormes manos en las puertas de piedra de la entrada y empezó a ejercer
presión sobre ellas. El techo empezó a temblar y se formaron grietas por el suelo y las
paredes.
Rin estaba algo aturdida por el golpe, pero entendía a la perfección lo que el demonio
pretendía. Rió ligeramente al pensar en su estupidez. ¿De verdad creía que podría abrir las
puertas sólo con la fuerza bruta? Ella ya lo había intentado tanto para entrar como para
salir. Y al final sólo se abrió por su determinación y no por su habilidad con el abanico. Y
no había vuelto a abrirse.
El monstruo continuó forcejeando con la roca. Empleaba tanta fuerza que todas las paredes
crujían y en el techo se formaban más grietas.
- ¡¡Nos caerá el techo encima!! - se quejó Rin, viendo que las rocas sobre sus
cabezas los iban a aplastar.
- ¡¡Cállate!!
El gigantesco Nibori siguió empujando mientras la piel se le caía a tiras por momentos.
- Tus esfuerzos no te servirán de nada- le respondió Rin, haciéndose la valiente
cuando en realidad le temblaban las rodillas - La princesa Kagura hizo un buen
trabajo. Lo tenía todo muy bien pensado.
El demonio paró un instante y empezó a agacharse para acercar su monstruoso rostro al de
la joven. Rin se estremeció.
- Kagura no previó una cosa.
- ¿El qué? - Rin levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos, sin dejar que el
temor la delatara.
- Que habría otro demonio intentando abrir la puerta a la vez desde el otro lado.
- ¿Qué?
La joven pegó el oído a la pared y pudo oír los golpes y una espada contra la puerta. Había
estado tan asustada por la transformación de Nibori que no se había dado cuenta de que el
combate en el pasillo contiguo había terminado y que ahora Sesshomaru estaba intentando
abrir las puertas para sacarla.
- ¡Rin, no te preocupes! ¡Voy a sacarte de aquí! - oyó que decía, con valor.
- ¡No, Sesshomaru! ¡No lo hagas!
El demonio de la luna no le hizo caso y siguió golpeando la puerta.
- ¡Para, por favor! ¡Si abres la puerta te estarás condenando!
La joven ya no tenía duda alguna de lo que iba a pasar. Sesshomaru no pensaba escucharla.
Haría lo que fuera por ella de la misma forma en que Rin había estado a punto de suicidarse
para acabar así con Nibori. Puede que las cosas hubieran tomado un sentido diferente y que
ella aún siguiera en pie, pero para Sesshomaru, ¿sería todo tan sencillo?
- ¡¡No lo hagas!! ¡¡Por favor, vete!! ¡Sal de aquí! ¡Huye!
Rin chillaba una y otra vez, pero su querido albino no pensaba hacerle caso. Luchaba con
todas sus fuerzas por liberarla, sin entender que eso los condenaría a ambos.
Entonces oyó las palabras de Sesshomaru y vio en ellas la misma fuerza y determinación
que habían hecho que las puertas se abrieran para Rin hacía tan sólo un rato. Estaban
perdidos.
- ¡Rin, no pienso abandonarte! - y asestó con su espada el golpe más fuerte de todos
cuanto había propinado jamás.
Una luz cegadora lo envolvió todo en ese instante y las puertas de piedra se abrieron.
Rin, que estaba apoyada en la roca de las puertas, cayó hacia adelante cuando éstas se
abrieron, pero en lugar de darse de bruces contra el suelo, notó que unos brazos la sujetaban
con fuerza.
La chica levantó la mirada.
- Sesshomaru.
La morena levantó el rostro y sus ojos se encontraron. La mirada de él era puro miedo y
desesperación. Claramente había temido que le hubiera pasado algo a la chica. Pero al ver
la mirada de Rin, al ver sus ojos castaños brillar de alegría, al contemplar su sonrisa dulce e
inocente, no pudo soportarlo ni un momento más y la abrazó con fuerza contra su pecho.
- Lo siento - se dijeron a la vez, lamentando el dolor que había pasado el otro hasta
encontrarse.
Sesshomaru le pasó la mano por los cabellos y se los acarició. Dejó que su olor lo
embriagara y que el calor de su cuerpo humano lo llenara de valor y consuelo.
- Temía que hubieras muerto - le dijo la chica en un susurro, sin deshacer el abrazo.
- Yo también - afirmó él.
Pero no tuvieron tiempo de decirse nada más. Nibori estaba totalmente recuperado de la luz
cegadora y se disponía a salir de su cuerpo para alcanzar el de Sesshomaru.
Sesshomaru y Rin se soltaron y se dieron la vuelta.
El cuerpo de Nibori se estaba deshaciendo con rapidez y las garras y los colmillos estaban
cayendo en el suelo.
- ¡Corre! - Rin apremió a Sesshomaru, que no era aún consciente del peligro que
corrían junto a ese despiadado monstruo.
El demonio albino la tomó de la mano y empezaron a correr hacia la salida.
- ¡¡No!!
Nibori no había acabado de salir de su cuerpo, pero no podía permitir que el demonio y la
humana se le escaparan de aquella forma. Dio un paso y salió de la que había sido su
prisión durante todos aquellos siglos.
En cuanto puso un pie en terreno sagrado, la piel le empezó a arder y los músculos se le
chamuscaban.
- ¡¡¡Aaaahhhh!!!
Su voz era puro dolor y su chillido fue tan fuerte y vivo que retumbó por las inmediaciones
de toda la cueva y empezaron a aparecer más grietas en las paredes. El techo se
derrumbaba, los demás demonio fantasmas se escondían o peleaban entre ellos,
aterrorizados, mientras Rin y Sesshomaru intentaban encontrar el camino de vuelta.
- Mi olfato no funciona bien aquí - anunció el demonio a su pequeña - No pudo
rastrear por donde vine.
El suelo se estremeció y una gran roca se desprendió de la pared.
- ¡Cuidado!
Sesshomaru cogió a Rin por la cintura y la apartó hacia un lado. La piedra cayó al suelo y
se hizo añicos.
La joven lo miró a los ojos, conmovida.
- Gracias - le dijo con un hilo de voz, como si estuviera a punto de echarse a llorar.
Las emociones fuertes, los problemas, las dificultades… ahora todo le pasaba factura y el
hecho de que Sesshomaru estuviera en ese momento con ella la hacía sentir como si ya no
llevara tanto peso sobre sus hombros, como si pudiera dejar de hacerse la dura y confiar en
alguien más. Con Sesshomaru podía permitirse ser débil, porque él la protegía. La
protegería siempre.
Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas y sintió que las piernas le fallaban.
- Eh, Rin - Sesshomaru se agachó junto a ella y le colocó una mano en la mejilla,
enjugándole las lágrimas - Voy a sacarte de aquí, ¿me oyes? Te lo prometo - y le dio
un breve beso en la frente.
Pero al contacto con la piel de la chica se dio cuenta de que algo no iba bien. La mejilla le
ardía de una forma antinatural. Sesshomaru estaba seguro de que no era por el cansancio ni
por el esfuerzo. Rin estaba enferma.
- Rin, ¿qué te pasa? - la escrutó con la mirada y la estudió con precaución,
intentando sopesar por qué estaba tan caliente, pero a la vez tan pálida.
La chica estaba jadeando.
- No puedo… respirar…
Rin se llevó las manos a la garganta mientras boqueaba asustada, intentando que el poco
aire que había en el subsuelo le llegara a los pulmones.
Sesshomaru le apartó las manos y le rasgó la parte de arriba del vestido con brusquedad. Su
cuello y sus hombros quedaron inmediatamente al descubierto y el demonio pudo ver
aquello que hacía que su querida Rin estuviera tan exhausta.
- Te han envenenado - dijo más para sí mismo - Con una flecha - adivinó.
Rin lo miró desde el suelo. El aire no le llegaba porque el veneno no sólo había cubierto la
piel de su cuello y pecho, sino que, además, había penetrado en los órganos internos y la
estaba destruyendo.
- Es un veneno lento - le explicó el chico - Te mata lo más lentamente que puede
mientras uno se contamina por dentro. Empieza tan sólo por la piel, y cuando ya se
ha extendido por una superficie suficientemente grande, se introduce en los órganos.
Eso explicaba por qué Rin había podido sobrevivir tanto rato a pesar de que la marca no
hacía más que crecer sin descanso. Hasta el momento tan sólo su piel estaba infectada, pero
se le había sumado el estómago, lo que le había provocado arcadas de sangre al menor
esfuerzo, y ahora eran los pulmones.
Sesshomaru le miró el cuerpo y se dio cuenta de que la perdía sin remedio. Las rocas caían
a los lados y sólo podía pensar en eso: Rin estaba muriendo.
Sacó las garras y las acercó a la pequeña.
- Esto va a dolerte un poco, pero no te muevas.
La joven asintió y el chico clavó lentamente las garras en la piel de Rin. Ella se estremeció
de dolor e intentó retorcerse, pero el demonio se lo impidió.
- No te muevas. Todavía no - y le arañó la piel del cuello y el pecho.
Rin sintió cómo un líquido brotaba de su persona y la iba empapando, pero cuando se miró,
no era sangre lo que salía de su piel, sino veneno.
- ¿Qué me has hecho? - inquirió, intentando ponerse en pie, pero estaba demasiado
mareada para soportar su propio peso.
Sesshomaru volvió a agarrarla de la cintura.
- Te he abierto la piel. Es una forma de expulsar el veneno que está en la superficie.
El interno no se puede, pero al menos evitaremos que se siga introduciendo en tus
pulmones.
- Gracias, Sesshomaru. Me has salvado.
En circunstancias normales, el demonio nunca hubiera mostrado ningún tipo de afecto, pero
tratándose de la situación en la que estaba, no podía permitirse ser frío. Ella se le moría. Ya
le daba igual todo, absolutamente todo.
- Te quiero - le dijo, mientras le besaba la frente con ternura y la tomó en brazos para
que no tuviera que caminar. No creía que pudiera.
Sesshomaru dio un salto y continuó volando en busca de la salida. Cada cierto tiempo se
encontraban fantasmas que estaban desorientados o perdidos o bien depredadores que se
devoraban unos a otros aprovechando la confusión.
De repente, un fuerte crujido sonó a sus espaldas y al volverse, pudieron ver de lejos un
increíble cuerpo esquelético de enormes dimensiones.
- ¡Oh, Dios mío! - exclamó la chica, apretándose contra el pecho de su demonio.
Nibori se arrastraba como podía por el suelo, sin piel, sin cuerno, sin garras y sin dientes,
pero tan grande y terrorífico como al principio.
Sesshomaru dejó a la chica en el suelo y desenvainó la espada. Si lo mataba rápidamente,
podrían salir antes.
- ¡No lo hagas! - Rin tiró de su manga y suplicó - Por favor, salgamos de aquí antes
de que nos alcance.
- Ese demonio acabará saliendo - explicó el albino - Cerca de aquí hay un río donde
podrás curarte. Si nos ataca entonces y no le oigo llegar, podría matarnos. Es mejor
acabar con esto aquí y ahora.
Rin estaba desesperada. Sesshomaru no entendía nada de lo que estaba pasando. ¿Es que no
se daba cuenta de que ese demonio de huesos era capaz de liberar su alma y poseer la de
otras personas? La mayoría de demonios pueden percibir esas cosas. A no ser que los
sentidos de Sesshomaru estuvieran mucho más débiles en tierra sagrada de lo que él quería
hacer ver. Estaba siendo fuerte por ella.
Una flecha atravesó el aire como un susurró y se clavó en uno de los brazos del monstruoso
Nibori.
- ¡Vamos! - anunció Kagome desde la distancia - ¡Hay que salir de aquí!
Sesshomaru tomó a Rin en brazos y voló hacia donde estaban Inuyasha y Kagome. La
mujer estaba ligeramente herida, pero por lo demás parecía sana y en perfectas condiciones.
Inuyasha, por su parte, había perdido sus garras, sus colmillos y su color albino de pelo.
Ahora tenía el pelo negro: era humano. Tenía varios golpes en la mandíbula y el kimono
algo desgarrado, pero también estaba bien.
- ¡Inuyasha! ¡Kagome! - exclamó la chica, aliviada de ver que no estaban solos.
- Shippo, Kirara y A-Un están fuera - aclaró Kagome - salid y alcanzadlos.
- Yo me encargaré de este monstruo - anunció Inuyasha con ganas de probar sus
fuerzas como humano.
- No, ¡esperad! - Rin apretó los brazos de Sesshomaru y éste se detuvo para dejarla
hablar - Ese demonio puede poseer los cuerpos de los demás, tanto humanos como
demonios.
- ¿Qué? - los otros tres fruncieron el ceño, confusos - ¿De verdad?
- De verdad. Quería un cuerpo humano para no sufrir el dolor de la tierra sagrada,
pero no ha podido poseerme. Sin embargo, sigue necesitando un cuerpo con
urgencia antes de que el suyo se deshaga del todo. No dejéis que os toque.
Los demás comprendieron en el acto la gravedad de la situación y cuando Nibori estaba ya
a unos metros de ellos, salieron todos corriendo hacia la salida.
- ¡¡No podréis huir de mí!! - exclamó el monstruo entre jadeos y chillidos de dolor -
¡¡Os acabaré atrapando!!
En pocos minutos consiguieron llegar a la salida y la luz del amanecer les dio de lleno en la
cara.
Al volverse, la cueva entera se derrumbó con un gran estrépito y piedras grandes como
puños taponaron la entrada.
- ¡¡Estáis vivos!!
Shippo se levantó del suelo y corrió al encuentro de sus amigos. Abrazó a Kagome y a
Inuyasha y se rió en broma del deplorable aspecto de éste último como humano. Pero
entonces dirigió la mirada hacia donde estaban Rin y Sesshomaru y se dio cuenta de la
gravedad de la situación.
- ¡Rin! - corrió hacia ella y se agachó. Sesshomaru acababa de ponerla en el suelo -
¿Qué te pasa? ¿Estás herida?
- Shippo… - le contestó ella en un hilo de voz mientras se le nublaba de nuevo la
vista y volvía a vomitar sangre.
Sesshomaru le desgarró un trozo más de su traje de exterminadora y volvió a clavarle las
garras, repitiendo la misma operación que antes. Arañó la suave piel de su vientre y al
instante empezó a brotar parte del veneno que había encerrado en su piel.
Rin dejó de vomitar sangre, pero seguía sin poder moverse.
- Hay que llevarla a la aldea más cercana - anunció Kagome viéndola en ese estado -
Conseguiremos medicinas y luego…
- Iremos al río - replicó Sesshomaru, tajante - No le servirá nada más.
Le acarició los cabellos negros y llenos de polvo. Le colocó un mechón detrás de la oreja y
la miró con seriedad.
- Vas a estar bien - prometió, aunque en realidad estaba intentando convencerse a sí
mismo de que no iba a perderla.
- Sesshomaru… - Rin lo miraba a los ojos y solo podía ver dolor y angustia en ellos.
Nunca había visto al demonio tan preocupado por nada. De hecho, nunca había
visto al demonio preocupado, excepto ahora.
Intentó levantar el brazo y tocarle la mejilla, pero él no quería que hiciera sobreesfuerzos.
- Siento mucho que las cosas hayan salido así - le confesó el demonio de la luna -
Nunca hubiera querido que te pasara esto, y lo que más rabia me da es que ni
siquiera he podido encontrar la esfera. Ni siquiera eso…
Ahora Rin sí consiguió que su mano llegara a la cara de él y le acarició las marcas violetas
que tenía en las mejillas.
- Pero estamos vivos - dijo sonriente - Y estamos juntos.
Sesshomaru sacudió la cabeza.
- No por mucho tiempo.
Rin no supo si su demonio se refería a que ella podía morir o a que en un par de décadas la
chica habría perecido debido a la vejez. Pero fuera por lo que fuera, no tenía importancia.
Se inclinó ligeramente de lado y miró a su demonio.
- Sesshomaru… mete la mano en mi bolsillo.
El demonio obedeció y deslizó la mano por el pantalón rasgado de la chica. Metió la mano
en el bolsillo, a la altura del muslo, y sus dedos tocaron algo suave. Sesshomaru retiró la
mano.
- La esfera - se quedó sin habla cuando la tuvo entre sus manos.
Kagome, Inuyasha y Shippo se acercaron en cuanto oyeron la palabra "esfera".
En efecto, el demonio albino tenía entre sus manos una gema de un azul malva
verdaderamente brillante.
Miró a Rin y a la esfera intermitentemente y esbozó una pequeña sonrisa. Sesshomaru no
solía sonreír, y aunque sus labios apenas se habían curvado, su chica percibió el gesto y
sonrió también, pero más ampliamente.
- Recuerda - le dijo ella poniendo una mano sobre la de él - Sólo un deseo. Piénsalo
bien.
- Ya lo tengo pensado.
Pero justo en ese instante las rocas de la cueva temblaron y el suelo se estremeció. Una gran
mano de huesos salió de entre ellas. Pronto el cuerpo entero del gigantesco Nibori apareció
justo delante de sus narices.
Capítulo 44: Puñalada de amor
Los chicos retrocedieron. De alguna forma casi imposible el monstruoso y gigantesco
Nibori había conseguido sobrevivir al hundimiento de la cueva y había resurgido de entre
los escombros. Echó las piedras a los lados con las manos y apareció en mitad de aquel
montón de rocas y polvo. No se vio a ningún fantasma demonio ni a ninguna otra criatura
demoníaca más. La misión de todos aquellos espíritus era preservar la cueva e impedir que
nadie liberara al malvado monstruo. Pero ahora que habían fracasado, ya no tenían por qué
permanecer más en el plano terrenal. En cierta forma, era un alivio. Por fin podían ser
libres.
Pero ahora no era ese el problema de los chicos. Nibori estaba a unos metros de ellos. Su
tamaño era tan grande que hubiera podido confundirse con el de un castillo. Tan sólo le
quedaban huesos y algún que otro jirón de piel, pero todavía podía mantenerse en pie. Y
ahora que estaba fuera del alcance de la tierra sagrada, no se descompondría con tanta
rapidez. Al contrario, su fuerza iría en aumento hasta que su verdadero cuerpo no pudiera
más y se deshiciera en pedazos.
Sesshomaru alzó a Rin en volandas y llamó a su caballo.
- ¡A-Un! ¡Ven aquí! ¡Ya!
El caballo de dos cabezas se acercó de inmediato y el albino depositó sobre su lomo a la
joven convaleciente.
- Llévala al río - le ordenó - y no la dejes sola.
- No, Sesshomaru - Rin apretaba con fuerza la mano de su demonio - Es a ti a quien
quiere.
Sesshomaru negó con la cabeza.
- Yo estaré bien. Luego iré a buscarte - y le dio una palmada al caballo para que se
marchara.
A-Un obedeció y empezó a volar en dirección a las aguas del río más cercano.
Kagome sacó una flecha de su carcaj y la colocó en el arco. Inuyasha desenvainó a
Colmillo de acero y Sesshomaru sacó sus garras venenosas mientras con la otra mano
sostenía a Bakusaiga.
Shippo se acercó a Kirara y le dio una palmada en el lomo.
- Ves con Rin y A-Un. No sabemos si hay demonios rondando por la zona.
La gata demoníaca hizo un ligero signo de asentimiento y aumentó su tamaño para darse
más prisa en alcanzar a la joven y a su montura.
Shippo se puso en posición.
Nibori avanzó un paso, acercándose más a sus oponentes. Aunque no tuviera rostro, los
huesos de la mandíbula se le tensaron en lo que parecía ser una sonrisa. Una horrible
sonrisa.
- No te acerques más o disparo - amenazó Kagome desde su posición.
El monstruo pareció aturdido al principio, pero pronto posó su atención en cada uno de sus
oponentes y los estudió con la mirada.
- Con que una sacerdotisa, ¿eh? - inquirió, casi divertido, aunque en realidad era
quien más miedo le infundía, pues fue precisamente la princesa Kagura quien,
siendo también sacerdotisa, fue capaz de encerrarlo en esa cueva durante más de
seis siglos.
- Así es - confirmó Kagome - Y no dudaré en disparar.
Los ojos de Nibori saltaron de los de la mujer a los de Shippo.
- Sólo es un demonio zorro joven. Son bastante débiles.
Luego posó la vista en Inuyasha.
- Mmm… - pensó - es tan sólo un medio demonio, no creo que valga mucho. Pero
esa espada que lleva… puedo sentir sus poderes desde aquí. Es un buen ejemplar.
Finalmente miró a Sesshomaru, que apretaba los dientes de rabia pensando en el deplorable
estado en que había quedado Rin después de superar todas las pruebas para conseguir llegar
hasta ese ser. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma y deseaba matarlo él mismo con sus
garras. Pero Nibori permanecía ajeno a los pensamientos del demonio albino mientras lo
escrutaba con curiosidad.
- Es un demonio completo - pensó con satisfacción - y sumamente poderoso.
También su espada lo es. Y ha conseguido llegar hasta el final del laberinto
pisando tierra sagrada. Es un cuerpo perfecto para mí.
Pero antes de que Nibori pudiera hacer ningún movimiento, Sesshomaru ya sabía que iba a
ir a por él. Dio un ágil salto, espada en mano, y le atravesó los huesos del brazo,
arrancándoselo de la misma forma en que una vez Inuyasha le arrancó el suyo. Por suerte,
volvió a recuperarlo. Pero Nibori no sería tan afortunado.
La criatura lanzó un aullido y fijó su mirada felina en el albino.
- Muy bien. Como quieras - y levantó su gran mano para golpear al señor
Sesshomaru.
El apuesto demonio lo esquivó por los pelos e intentó clavarle las garras venenosas en los
huesos, pero no pudo. Era como si esas cosa tuviera los huesos hechos de metal.
Shippo se abalanzó hacia él por el otro lado, pero Nibori le dio un manotazo y lo lanzó con
fuerza por los aires.
- ¡¡Shippo!! - Kagome tensó su arco y disparó la flecha que tenía cargada - ¡Vamos!
La flecha voló hacia Nibori, pero le atravesó el estómago sin rozarle ningún hueso y se
clavó en la tierra de más allá.
El monstruo suspiró aliviado. Las flechas sagradas de una sacerdotisa poderosa pueden
acabar con cualquiera de un solo golpe. No quería ser el caso.
Inuyasha blandió su espada contra Nibori, pero éste interpuso su mano y lo echó hacia
atrás.
Sesshomaru también le impidió seguir.
- No te metas, Inuyasha. Esto es cosa mía.
Sesshomaru creía que no necesitaría ayuda. Era plenamente consciente de sus grandes
capacidades de aguante y sus impresionantes habilidades como luchador. Y además, era
muy orgulloso. Quería ser él quien derrotara a Nibori por varias razones: 1. Porque era su
cuerpo el que ambicionaba, no el de los demás. 2. Porque Inuyasha y él siempre se había
llevado bastante mal y no se consideraban hermanos, así que no quería deberle nada. Y 3.
Nibori había atacado a su chica.
Los dos primeros motivos casi podía pasarlos por alto, pero el tercero no. "A Rin ni tocarla"
le habría dicho. Este asunto ya era algo personal.
Sesshomaru alzó a Bakusaiga y le propinó una fuerte estocada en la cabeza, donde se le
formó un crujido en el cráneo que casi le hace rodar.
- No pienses que con esos ataques acabarás conmigo - se burló el engendro - Este
cuerpo apenas puede ya sentir dolor. No tengo problema en llevarlo a su límite. Y lo
mismo hubiera hecho con tu amiguita - añadió.
A la mención de Rin, los ojos de Sesshomaru se encendieron de rabia y se abalanzó con
toda su ira sobre Nibori. Le clavo las garras en la caja torácica y usó el veneno que ésta
producían para fundirle algunas costillas.
Nibori hizo un pequeño gesto de dolor, pero no más que eso.
- Sólo siento molestias - volvió a reírse - Parece ser que no eres tan fuerte.
Kagome lanzó otra flecha, y esta vez sí acertó. Le dio de lleno en una de las piernas, que se
le desintegró al instante y el monstruo cayó al suelo.
- ¡No os metáis! - se increpó Sesshomaru, cada vez más furioso.
Nibori había herido su orgullo al considerarlo un demonio más débil de lo que en realidad
era. De hecho, si no fuera por todo lo que su cuerpo había tenido que soportar al estar
sometido a la tierra sagrada, ya habría acabado con él hacía mucho rato. Sesshomaru era
uno de los demonios más fuertes y poderosos que existían en todo Japón y, más
ampliamente, uno de los más poderosos y conocidos del mundo. Pero en ese estado de
cansancio no podía desplegar todas sus habilidades como luchador y asesino.
Nibori se puso en pie como pudo y arrugó las pocas garras que le quedaban en la otra mano
para lanzarle un zarpazo a Kagome. Por desgracia, la alcanzó y la dejó herida.
- ¡Kagome! - gritó Inuyasha yendo a su encuentro - ¿Estás bien?
La espalda de Kagome estaba llena de sangre y no fue muy difícil adivinar que le había roto
el brazo por el golpe, pero los cortes sólo eran superficiales.
- Vamos - dijo su marido, cogiéndola en brazos - Te sacaré de aquí - Luego se dio la
vuelta y se dirigió hacia el albino - Sesshomaru, está bien. Encárgate de él. Y
asegúrate de matarle o volveré y lo haré yo mismo.
Sesshomaru esbozó una sonrisa irónica.
- Eso tenía pensado.
Y volvió a lanzarse contra el demonio gigante de huesos.
Entretanto, Kirara, Rin y A-Un habían llegado al río más próximo en cuestión de minutos y
ahora la chica se encontraba sumergida casi por completo en las aguas cercanas a la orilla.
- ¡Iiiiii!
El caballo estaba tumbado junto al río, con la cabeza junto a la de Rin, asegurándose de que
ésta no se ahogara. Kirara, por su parte, estaba un par de metros más allá. La gata tenía los
ojos bien abiertos y las orejas tiesas, atenta a cualquier ruido extraño que se aproximara.
Las heridas de Rin eran muy extensas. La peor parte era el punto en las costillas donde la
mujer de la armadura de cobre le había lanzado la flecha contaminada. Esa zona soltaba
burbujas de color lila y blanco, pero gracias al contacto con el agua, se estaba
desinfectando.
Por otra parte, gracias también a los arañazos que le había hecho Sesshomaru en la piel, el
veneno pudo huir más fácilmente de la piel de Rin. Si no le hubiera hecho esas heridas,
habría tenido que esperar a que todo el veneno se le fuera marchando poco a poco por la
herida del costado. Y eso hubiera sido mucho más lento. De todas formas aún estaba muy
herida y envenenada, y la ponzoña de los órganos internos iba a tardar días en desaparecer
por completo. Pero al menos se sentía un poco mejor.
Kirara gruñó y desapareció un instante. Pronto regresó con un pequeño demonio entre los
dientes y lo hizo pedazos.
- Gracias, Kirara - le respondió Rin a la gata.
Ésta maulló y siguió vigilando.
- Chicos, espero que estéis bien - dijo pensando en todos sus amigos que luchaban
contra Nibori.
Shesshomaru sacó el látigo de sus garras y lo dirigió hacia el gigante. Pero Nibori se hizo a
un lado y lo esquivó por poco. El monstruo no era ágil, pero sí muy fuerte e inteligente. ¿Su
problema? El demonio albino también lo era.
- ¿Qué puedo hacer para derrotarlo?- se preguntó el malvado engendro.
Nibora sabía que no podría poseer fácilmente el cuerpo de Sesshomaru. Ya lo había
intentado otras veces tanto con humanos como con demonios. Y en todos estos años había
aprendido una cosa: si el cuerpo del oponente es fuerte, es difícil someterlo, pero si además
es fuerte psicológicamente, es imposible poseerlo.
Así pues eso era un problema añadido para el cadavérico Nibori. Sabía que su oponente era
fuerte en su físico, pero estaba también convencido de que mentalmente era igual de
poderoso.
- Un hombre que hace un camino tan largo y se arriesga a morir en una cueva
sagrada para salvar a la mujer a la que ama, sin duda es alguien fuerte de mente.
Nibori dejó caer su cuerpo sobre el demonio albino y éste tubo que esquivarlo, atravesando
sus huesos y apareciendo en el otro lado.
Pero entonces los dedos de la mano de Nibori empezaron a deshacerse y fueron cayendo al
suelo con un gran estrépito.
- Parece que se te ha agotado el tiempo - le dijo Sesshomaru levantando una ceja -
Deja que te ayude a morir - y levantó por última vez su espada para acabar de una
vez por todas con ese temible enemigo.
Pero Nibori fue muy astuto esta vez. En lugar de intentar frenar el golpe o devolverlo,
simplemente cambió de dirección y empezó a adentrarse en el bosque tan rápido como su
única pierna se lo permitía. Redujo un poco su tamaño físico y empezó a volar, tal y como
Sesshomaru era capaz de hacer.
- ¡Eh! ¿Dónde crees que vas? - Sesshomaru apretó los dientes y lo siguió.
Pero Nibori ya le llevaba un par de metros de ventaja, y ahora que su tamaño era menor, era
mucho más veloz que antes. Prácticamente tanto como Sesshomaru.
- Se dirige al río - adivinó el albino - ¡Oh, no! ¡Rin! - y apretó el paso.
Exactamente. Nibori era demasiado inteligente para que nadie hubiera podido prever lo que
iba a hacer.
- Si Sesshomaru tiene una mente demasiado fuerte para que yo lo posea, debilitemos
esa mente privilegiada. Y la mejor forma es… matar a su prometida.
Kagome, Inuyasha y Shippo estaban a punto de llegar a las aguas del río. Kagome no estaba
demasiado grave. Era un alivio para todos. Sin embargo, los tres estaban preocupados tanto
por su querida Rin como por el altivo Sesshomaru. ¿De verdad sería capaz de derrotar a ese
traidor en las condiciones en que estaba? No sabían qué pensar.
De repente, dos sombras pasaron rápidas sobre sus cabezas y desaparecieron en la
distancia.
- ¿Qué era eso? - quiso saber Kagome.
Inuyasha y Shippo olisquearon el aire.
- Sesshomaru y el monstruo - aclaró Inuyasha, a quien le habían regresado sus
poderes demoníacos - ¡Démonos prisa!
Se llevó a Kagome a la espalda y corrieron con rapidez hacia el río.
Rin estaba completamente aturdida. Su respiración mejoraba por momentos, y su dolor de
estómago casi había desaparecido, pero sabía que sólo era por el contacto con el agua fría,
que la aliviaba sobremanera. Pero todavía se encontraba malherida y el cansancio hacía
mella en todos los músculos de su cuerpo.
De pronto, notó que la tierra temblaba y alzó la cabeza del agua. Nibori.
- ¿Qué haces aquí? - Rin retrocedió en el agua, asustada, y buscó a tientas su abanico
entre sus ropas, que ni siquiera se las había quitado al introducirse en las aguas -
¿Qué les has hecho a mis amigos?
Nibori sonrió, divertido. Pero ahora no tenía tiempo de escucharla. Sesshomaru le pisaba
los talones y seguro que ya había adivinado sus intenciones.
- ¿Dónde está tu abanico ahora, querida? - le dijo en un tono entre felino y mordaz.
Rin seguía trasteando en su vestimenta, pero no lo encontraba. Entonces se fijo en la orilla
y vio algo brillar. Su abanico.
Nibori sonrió.
- Supongo que ya es hora de que te posea.
Kirara y A-Un se le interpusieron en frente, pero Nibori los lanzó a ambos por los aires de
un solo ataque.
- ¡Kirara, A-Un! ¡No! - Rin temía por sus amigos y por su propia vida.
Se mordió el labio y empezó a temblar. ¿Por qué narices quería ahora su cuerpo? ¿No era el
de Sesshomaru el que quería? ¿O es que Sesshomaru estaba…?
- ¡No! ¡No puede ser! - exclamó Rin abatida, alejándose en las aguas, pero sin
quitarle los ojos de encima - ¡No puedes haberlo matado!
- ¡Claro que no! - exclamó una voz de repente entre los árboles y la chica sonrió.
- ¡¡Sesshomaru!!
Nibori se dio la vuelta y se rió.
- Ya es muy tarde - le dijo.
Sesshomaru blandió la espada y se lanzó contra él.
- ¡Nunca le pongas una mano encima a Rin!
Y le arrancó la cabeza de un solo tajo.
Los huesos de Nibori empezaron a descoyuntarse y pronto la gran montaña que formaba su
esqueleto quedó reducida a un simple montón de escombros.
- ¡Lo has logrado! - exclamó Rin con alegría - Por fin todo ha acabado.
¡Qué equivocados que estaban! Ya lo adivinó Rin una vez: a veces hay personas que no
están destinadas a estar juntas.
Una especie de figura blanquecina y fantasmagórica surgió de entre los huesos de Nibori y,
antes de que Sesshomaru o alguien pudiera impedirlo, penetró en el cuerpo de Rin.
Fueron unos instantes desagradables. Rin sentía vértigo y a la vez frío, mucho frío, mientras
el espectro de Nibori intentaba entrar en su cuerpo.
- ¡Rin no! ¡Maldita sea! ¡Rin!
Sesshomaru se lanzó al agua y nadó hasta ella, pero ya era demasiado tarde. El fantasma se
había introducido por completo en el cuerpo de Rin y ahora era toda suya.
La conciencia de Rin fue arrojada a una parte profunda de su cuerpo. Ella era consciente de
estar viva y también veía a través de sus ojos, pero no podía controlar su cuerpo, porque ya
no era su cuerpo, ahora le pertenecía a Nibori.
La otra vez había podido librarse de su ataque gracias al increíble poder de la luna de plata
que Sesshomaru le regaló por su cumpleaños y que Totosai habría incrustado en su arma
como elemente mágico. Pero ahora que estaba lejos de su alcance, estaba condenada a
permanecer así hasta que Nibori la liberase, o en su defecto, para siempre.
- ¡Rin!
Sesshomaru llegó a su altura justo cuando Kagome, Inuyasha y Shippo entraban en el claro
y comprendían de golpe lo que había ocurrido. Bastaba con mirar la columna de huesos
caídos y luego darse cuenta del comportamiento de Rin y la nota de temor en la voz de
Sesshomaru.
El demonio le tocó los hombros y la sacudió ligeramente, como si quisiera despertarla de
un sueño, pero Rin le dio una manotazo en la mano y se apartó de él.
- ¡No me toques, demonio! ¡No quiero volver a saber nada de ti!
Sesshomaru se quedó de piedra. Esas palabras no las había dicho Rin, las había dicho
Nibori, pero era su cuerpo el que las había pronunciado, y eso hacía que fuera igualmente
doloroso escuchárselo decir.
- ¡No creas que me engañas, demonio traidor! - profirió Sesshomaru con rabia -
Pienso liberarla de tus garras. Cueste lo que cueste.
Rin esbozó una sonrisa irónica y sus ojos se volvieron oscuros, casi negros. Los ojos de un
demonio.
- ¿De verdad crees que esto lo está diciendo el demonio que me ha poseído? -
continuó diciendo Nibori desde el cuerpo de la joven - Estos son mis verdaderos
sentimientos. Lo han sido siempre. Pero tú no eras capaz de aceptarlos.
Sesshomaru apretó los dientes y agarró a Rin de la camisa, alzándola en el aire. Pero luego
la miró sin poder atacarla, sin poder golpearla.
- ¡No es ella quién habla! - le gritó Shippo desde la orilla - ¡Sesshomaru, no es ella!
- ¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! - pensaba el albino - Pero ¿qué puedo hacer?
Rin esbozó una sonrisa diabólica y le propinó un guantazo a Sesshomaru. Éste la soltó en el
acto y ella cayó al agua.
- Ya te dije que no me tocaras. Me das asco.
Todas aquellas palabras no eran más que un producto del plan de Nibori para que
Sesshomaru sufriera. Cuanto más sufriera, cuanto más le doliera ver a Rin así y escuchar
esas dolorosas y falsas palabras, más débil estaría su mente y su autoestima, y así Nibori
podría por fin poseer el cuerpo de ese fuerte demonio albino que tenía delante. El cuerpo
perfecto para su retorno al mundo de los vivos.
- ¡Ojalá nunca te hubiera conocido! - continuó diciendo el cuerpo de Rin - Me
arrepiento de todo. De haberte querido, de haberte besado. Nunca he odiado tanto a
una persona como te odio a ti ahora mismo. ¡Ojalá estuvieras muerto!
Los ojos de Sesshomaru se enrojecieron de rabia y enfado, pero también de dolor.
"No es ella" "No es ella" tenía que repetirse una y otra vez, pero al mirarla y ver que era su
cara la que estaba allí, en frente de él, le partía el corazón. Era como si de verdad lo
estuviera diciendo ella.
Sesshomaru la cogió por los brazos y se los apretó con fuerza. Tanta que Nibori soltó un
pequeño gemido de dolor.
- Sí, eso es - exclamó - Párteme los brazos. Ya es lo único que te queda para hacerme
más daño.
El demonio de la luna agarró a Rin del cuello y le dio un guantazo.
- ¡Maldita sea, despierta! - le dijo, desesperado - ¡Yo sé que sigues ahí! - le dio otra
bofetada - ¡Sé que es verdad!
A cada golpe que le daba se le hacía trizas el corazón. No podía soportar más verla en ese
estado. Simplemente, no podía.
- Estoy aquí, Sesshomaru - gritaba la conciencia de Rin desde algún rincón de su ser
- Todo lo que he dicho es mentira. Esa no soy yo, es Nibori. Sesshomaru, yo te
quiero. Te quiero mucho.
Pero era inútil cuanto gritara desde dentro. La única voz que salía al exterior eran las
terribles e hirientes palabras del maldito espectro. Y Rin no sabía cómo expulsarlo.
- ¡Basta! Ya me he cansado.
Rin le dio un fuerte empujón a Sesshomaru para deshacerse de su agarre y empezó a nadar
a toda velocidad hacia la orilla.
El demonio la seguía de cerca, sin entender qué era lo que Nibori se proponía. Inuyasha y el
resto tampoco entendían nada.
Kagome cargó una flecha y la puso en el arco. Tal vez si le acertaba a Rin su poder
espiritual expulsaría al demonio. Había que intentarlo. Pero la chica cambió de dirección y
se dirigió hacia su arma.
- ¡Eso es! Cógelo, Nibori, cógelo - exclamaba la conciencia de Rin.
- No soy idiota - le respondió Nibori interiormente - Ahora verás qué bien nos lo
pasamos con tus amigos.
Cogió una piedra del suelo y, rápido como el rayo, la estrelló contra la luna que descansaba
en el negro abanico. La luna se partió en dos al instante y las dos mitades cayeron sobre la
hierba haciendo un ligero tintineo.
- ¡¡No!! - Rin estaba aterrorizada. La luna era la única forma de que ella pudiera
deshacerse de ese demonio devora almas. Sin ella…no…no… no era nada.
Nibori cogió el abanico del suelo y abrió las cuchillas, que silbaron en el aire.
- ¿Y bien? ¿Quién quiere jugar?
Kagome no se lo pensó ni un instante más. Tensó el arco y disparó su flecha sagrada contra
Rin. Pero ésta fue rápida y la desvió con el abanico.
- ¿Esto es todo lo que tienes? - y le lanzó al arma a Kagome, haciéndole un corte
profundo en el brazo.
Kagome cayó al suelo y se llevó la mano a la herida, que le sangraba abundantemente.
Shippo e Inuyasha se pusieron delante suya para protegerla.
- Rin, tienes que despertar - le dijo Shippo mirándola a los ojos - Piensa en todas las
cosas que hemos hecho juntos. Piensa en tus días en la aldea, en Megumi, en Yuki,
en mí. Tienes que acordarte. Eres mucho más fuerte que esto. ¡No dejes que te
venza!
- No puede oírte - le dijo Nibori, sonriente - Rin ya no está - y juntó los labios para
pronunciar las palabras sílaba a sílaba - Rin ya no existe.
- ¡Eso nunca!
Sesshomaru saltó hasta donde se encontraba Rin y volvió a cogerla de los brazos. La agarró
con tanta fuerza que le clavó las garras y le hizo brotar varios hilos de sangre.
La sacudió con fuerza, le dijo que despertara. Apretaba los dientes de impotencia mientras
la zarandeaba una y otra vez, descontrolado, sin saber qué hacer, sin saber cómo
despertarla.
Nunca antes le había pasado nada parecido. Rin había muerto una vez, pero era cuestión de
aceptar esa muerte o que se obrara un milagro, que se obró. Pero esta vez era distinto. Rin
no estaba muerta, estaba atrapada en algún lugar ahí dentro. La cuestión era cómo sacar a
esa cosa que estaba dentro.
Cuando la soltó, Rin cayó al suelo, mareada, pero enseguida se repuso.
- Sesshomaru, ¿eres tú? - dijo con voz suave.
Los ojos del demonio de la luna se abrieron como platos y brillaron de alivia.
- Sí, pequeña, soy yo - y la abrazó con fuerza.
Pero entonces Rin le clavó las púas del abanico en la espalda y el hizo un fuerte tajo en el
hombro.
Sesshomaru la apartó de él de inmediato y profirió un insulto.
- ¡Qué patéticos sois todo! - dijo la chica sacudiendo el abanico para que se le fuera
la sangre del demonio albino y se colocó en posición de ataque - ¿De verdad te lo
habías creído? ¡Patético!
Sesshomaru sacó las garras y también se preparó.
- Eres un ingenuo si crees que voy a atacarla a ella - le dijo, dirigiéndose a Nibori -
Yo jamás le haría daño.
- Oh, pues vas a tener que hacerlo - le respondió el cuerpo de Rin - O de lo contrario,
te matará ella a ti - y se abalanzó contra Sesshomaru.
Ahora Rin era mucho más fuerte. Un adversario al que más valía no subestimar.
Puede que para un demonio tan fuerte como Sesshomaru, matar a un humano no fuera
ningún esfuerzo, pero ahora Rin tenía un cuerpo atlético y fuerte y, a pesar de los estragos
causados por el veneno, tenía la fuerza, la velocidad, el ingenio y las habilidades en el
combate de Nibori. No estaba luchando contra un cualquiera. Luchaba contra una especie
de demonio.
Rin lanzó el abanico hacia la cara de Sesshomaru, pero lo esquivó sin esfuerzo y saltó
frente a la chica. Ésta retrocedió y recuperó su arma, que volvía por el aire. Volvió a
lanzársela al demonio y éste la desvió de un zarpazo.
Se movían a la par. Rin atacaba una y otra vez, con fuerza, con rapidez y velocidad, sin
descanso. Mientras que Sesshomaru se limitaba a esquivar los golpes. Obviamente no se
atrevía a responder a los ataques. ¿Y si la hería? ¿Y si le hacía daño a ella? No podría
perdonárselo.
- ¿Qué deberíamos hacer? - quiso saber Shippo - ¿No deberíamos ayudarle?
- No - Inuyasha habló con firmeza - Nosotros no podemos hacer nada. Él es el único
que puede hacer que Rin reaccione. El único.
Rin volvió a lanzarle el arma y, aprovechando que el demonio la esquivaba, corrió hacia él
e intentó golpearlo en el pecho, pero él paró el puñetazo y la echó hacia atrás.
- ¿No estás ya cansado de jugar? - le dijo Nibori con voz divertida - ¿Por qué no la
matas de una vez y ya? Seguro que es más fácil para ti vivir sabiendo que ella murió
que no saber que su cuerpo anda por ahí poseído por un demonio.
Sesshomaru apretó los dientes.
- ¡Cállate! - y le propinó un puñetazo en la mejilla.
Nibori cayó al suelo, pero se repuso pronto. Se frotó el labio partido con la manga y lo miró
con suspicacia.
- ¿Quieres que sigamos con las frases? - le dijo - Sesshomaru, te detesto tanto que
preferiría estar muerta antes que verte a ti vivir.
El rostro del albino se crispó en una mueca que Rin no supo interpretar. La verdadera
conciencia de la chica lo miraba una y otra vez y gritaba desde su interior que pararan, que
ya era suficiente. No más dolor. No más violencia. No más sufrimiento. Pero Nibori le
contestaba desde sus pensamientos y se burlaba de ella.
- Eres débil - le decía el demonio, mofándose de sus intentos por tomar el control del
cuerpo - Tú misma lo has dicho. Sin la luna no vales nada.
Pero entonces Rin se dio cuenta de una cosa en la que aún no había reparado. No era la luna
la que le hacía ser fuerte, y no era tampoco la luna la que en realidad le daba a su arma esos
extraordinarios poderes. Bueno, puede que sí, pero habían sido sus sentimientos por
Sesshomaru los que le habían dado fuerzas desde el principio para seguir adelante. Fuerzas
para esperarlo en la aldea durante años, fuerzas para soportar el tiempo entre cada una de
sus visitas y poder volver a estar juntos. Fuerzas para enfrentarse a la sociedad en la que
vivía y a sus costumbres para decir: "No, yo no me caso". Fuerzas para haberse escapado,
para haber hecho un largo viaje y haber conseguido un arma. Fuerzas para amarle y
soportar todos los obstáculos que la vida les ha puesto de por medio. El monstruo estaba
equivocado.
- No, Nibori - le dijo desde lo más hondo de su corazón - Tú eres el débil.
Y empezó a empujar desde dentro con todas sus fuerzas. Empujó para que Nibori se quitara
de encima, para dejar de oír su horrible y profunda voz y poder volverse a oír a sí misma.
Empujó y empujó para que éste la liberara y se marchara de una vez por todas de su cuerpo.
Puede que estuviera débil, y herida y envenenada. Pero no era ninguna cobarde. Y por amor
se puede hacer cualquier cosa.
La conciencia de Nibori empezó a desplazarse.
- ¡¡Basta!! - le ordenó a la chica mientras en el exterior seguía combatiendo con
Sesshomaru - ¡Estate quieta o heriré a tu demonio!
- No podrás herirle - le contestó - Estoy yo aquí para impedírtelo.
Tantos años de madurez y crecimiento. Tanto esfuerzo por dejar de ser una niña débil y
consentida para convertirse en una joven bella y fuerte, de gran valor y nobleza. Ahora
todos sus esfuerzos daban frutos y su fuerza interior y su determinación atacaban a ese
maldito demonio, empujándolo hacia el exterior con toda la fuerza de su alma.
- ¡Rin, vamos! ¡Reacciona!
La voz de Sesshomaru sonaba cada vez más cercana cuanto más desplazado estaba Nibori
dentro del cuerpo de Rin.
- ¡Maldita niña! ¡¡Para!! ¡Te digo que pares!
- Un poco más. Sólo un poco más.
Fuerza. Valor. Coraje. Determinación. Bondad. Amor. Amistad. Verdad. Cariño. Fuerza
interior.
Todo estaba en el corazón de Rin. Todas esas cualidades habían estado siempre en su
interior esperando a ser potenciadas y sacadas a la luz con todo su esplendor. Sólo
necesitaba un estímulo. Un estímulo más para que su cuerpo reaccionara con la misma
eficiencia que lo estaba haciendo su conciencia.
- ¡Rin, por favor! ¡Vuelve conmigo!
- ¡Está muerta, demonio! ¡Tu amiga está muerta!
Sesshomaru no pudo soportarlo más. Rin no estaba muerta, no lo está.
La agarró por los hombros con rapidez y juntó los labios con los suyos. La besó con pasión,
con sinceridad, con amor. Y Rin, en lugar de pegarlo o apartarlo, se quedó quieta, como si
hubiera recibido una descarga eléctrica. Los ojos negros propios del demonio se le fueron
aclarando hasta que se tornaron castaños. Los ojos castaños de Rin.
El beso era dulce y sabía a ansiedad, a necesidad de más. Rin estaba completamente
hipnotizada por el beso de su demonio y, cuando él dejó de besarla y a miró a los ojos, supo
que era ella.
- Rin - la abrazó - Has vuelto.
La chica esbozó una sonrisa sincera y se apretó contra sus brazos, dejando que la invadiera
una oleada de calor. Lo había conseguido. Estaba con él. Estaba fuera con él, abrazados,
libres, vivos.
Los demás se aproximaron corriendo a la pareja.
Shippo abrazó a su amiga fuertemente.
- Pero, ¿y Nibori? - Kagome no estaba muy convencida de que esto hubiera acabado
con tanta facilidad.
Rin dio un respingo y entonces notó al demonio, dentro, todavía dentro.
- Sigue aquí - dijo llevándose una mano al pecho y estremeciéndose - ¡Ay! Quiere
salir - anunció, doblegándose de dolor - No parará hasta que tenga lo que quiere.
Sesshomaru, quiere que tú me matas y que te sientas luego tan culpable que estés lo
suficientemente débil para que él te posea.
- Muy lista. Ahora ¡Vuelve dentro!
- No podrá hacer que yo te mate - le aseguró Sesshomaru - Yo nunca te haría daño -
dijo con su habitual tono solemne y tranquilo, tan propio de cuando luchaba con
altivez y elegancia ante cualquier enemigo que se le interpusiera, y eso relajó un
poco a Rin. Él era el de siempre.
Pero relajarse en ese momento fue el mayor error que jamás había cometido.
- Pues yo sí te lo haré - los ojos de Rin volvían a ser negros y su voz grave de nuevo.
Se apartó del demonio y comenzó una nueva oleada de ataques. Le lanzó el abanico, una y
otra vez. Le clavó un puñetazo en el vientre, aunque al demonio no le dolió. Le clavó las
puntas de su arma en uno de los brazos y sonrió ante cada mirada de impotencia que le
divisaba al demonio.
Los demás retrocedieron. Kagome intentó poner otra flecha en su arco, pero el corte que le
había hecho antes Rin le impedía moverlo. Ella no podía ayudarla.
- Sesshomaru, acéptalo de una vez. Ni te quiero, ni te he querido nunca. Lo más
bonito que puedes hacer por mí es darme muerte. Así acabarán todos tus problemas.
Así terminará todo.
- ¡Bastardo! - Sesshomaru empujó a Rin con fuerza y ésta cayó al río, cerca de una
cascada.
El demonio de la luna saltó dentro del río y sacó cogida por el kimono a la chica,
estampándola de espaldas contra el árbol más cercano.
Sesshomaru no la soltaba. La tenía bien asida y la miraba con intensidad.
- Óyeme bien, Nibori - dijo con los dientes apretados - Te juro que si no la sueltas
ahora mismo te mataré. Todavía no sé cómo, pero te juro que te perseguiré hasta el
fin del mundo y te daré muerte.
Rin sonrió.
- Me gusta bastante la idea. Estaré esperándote en este cuerpo - y volvió a clavarle el
abanico a Sesshomaru, que la dejó caer de nuevo al agua.
- Sólo hay una manera de hacer que salgas de mi cuerpo - le dijo la verdadera
conciencia de Rin al espectro - Si no sales por tu propia voluntad, tendré que
sacarte yo a la fuerza.
- Eso no es posible - le respondió el odioso espectro, burlándose de la joven - No
eres lo suficientemente poderosa como para expulsarme.
- No me conoces bien - profirió la chica - No saldrás hasta que yo muera, ¿cierto?
Pues que sepas que no dejaré que Sesshomaru cargue con la culpa.
- ¿Qué? ¡No, no, no, no, no! - dijo atropelladamente - ¿Qué piensas hacer? ¿Estás
loca?
Pero Rin ya no le escuchaba. Cogió fuerza de donde no las tenía y empezó a empujar y a
empujar a Nibori para hacerlo a un lado de su mente. Si conseguía recuperar la consciencia
por un minuto, aunque sólo fuera por un minuto, podría para todo esto. Podría salvar a
Sesshomaru aunque no pudiera salvarse a sí misma.
- Se…sho..maru - empezó a decir el cuerpo de Rin - Se…sho…maru.
El demonio albino la miró a los ojos. El negro volvía a desvanecerse para dejarle paso al
castaño oscuro de los ojos de la chica.
- ¡Maldita niña! ¡Vuelve a entrar! ¡Vuelve! - estiraba Nibori desde su interior.
Rin se doblegó de dolor y cayó de rodillas, sujetándose el vientre.
- Quiero…decirte… que nada…. de lo que Nibori ha dicho… es cierto - tragó saliva.
- ¡No pasa nada! ¿Me oyes? ¡No pasa nada!
Sesshomaru se arrodilló junto a ella. Tenía que mantenerla con él como fuera. ¡Como fuera!
- No… escucha - le ordenó Rin, que no había terminado - Todo lo que he hecho… ha
sido por ti… Siento haber sido tan inmadura…. Todo ha sido por mi culpa.
Sesshomaru le acarició la mejilla y le levantó el rostro para mirarla a la cara.
- Eso no es cierto - la miró con ternura - Tú no tienes la culpa de nada.
La chica sonrió, pero una nueva oleada de dolor le sobrevino y volvió a agarrarse el
estómago.
- No tengo mucho tiempo… Es demasiado fuerte… Pero no quiero que cargues con
la culpa de algo que no la tienes.
- ¿Cargar con la culpa? ¿Qué quieres decir?
Kagome, Shippo e Inuyasha estaban igual de asombrados. ¿Qué era lo que pretendía decir
Rin con eso?
Pero ella ya no escuchaba. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas le resbalaran por las
mejillas.
- En cuanto Nibori salga de mi cuerpo - pidió al demonio - ¡Mátalo! Tendrás poco
tiempo. No lo desperdicies.
- ¿Qué quieres decir? ¿Cómo vas a expulsarlo?
Rin ignoró sus preguntas y se llevó la mano a la bota, alcanzando el puñal que siempre
llevaba consigo, el que antaño había sido de su padre. Lo acercó a su pecho y lo vio brillar
por un instante.
- Te quiero mucho, Sesshomaru - y hundió el puñal en su corazón.
Capítulo 45: Lágrimas de sangre
- ¡No, Rin, No!
Shippo, Kagome e Inuyasha se acercaron corriendo hacia escena. No podían creerse que
hubiera ocurrido lo que habían visto con sus propios ojos. No podía ser. Simplemente no
podía.
Rin acababa de apuñalarse delante de sus narices. Había levantado el puñal y se lo había
clavado en el corazón. Rin… se había suicidado.
Shippo llegó a su altura y zarandeó a su amiga de lado a lado, pero ésta no se movía.
- ¡Vamos, Rin, vamos! ¡Abre los ojos, maldita sea! ¡Tienes que despertar!
La chica no respondió. Ya no podía. La mano que sostenía el puñal cayó inerte al suelo y el
su cuerpo cayó muerto hacia atrás, mientras Shippo la sostenía en sus brazos con manos
temblorosas. Un reguero de sangre le cubrió el pecho a la joven y empezó a expandirse bajo
su cuerpo.
Sesshomaru, por su parte, se había quedado bloqueado. No podía pensar. No podía
moverse. Ni siquiera era capaz de procesar lo que acababa de ver.
- En cuanto Nibori salga de mi cuerpo - había pedido Rin al demonio - ¡Mátalo!
Tendrás poco tiempo. No lo desperdicies. Te quiero mucho, Sesshomaru.
Esas habían sido las últimas palabras de la muchacha. Lo último que había sido capaz de
decir antes de hundirse el puñal en el pecho y rasgarse el corazón. Y precisamente la última
de todas las palabras que había dicho en vida había sido su
nombre. Su nombre:Sesshomaru.
- No - dijo el albino simplemente, negando con la cabeza, como si pudiera sacudirse
la visión de su querida Rin muriendo, como si nada de eso fuera real, como si
estuviera dormido y fuera a despertar en cualquier momento.
¡No podía entenderlo! ¡Rin no podía estar muerta!
- ¡Estúpida chica! - gritó de repente una voz nueva.
El alma de Nibori se había visto lanzada al exterior ahora que Rin ya no estaba viva. Surgía
con rapidez de sus entrañas mientas buscaba con la mirada el cuerpo más cercano en el que
meterse. Entonces sus ojos se encontraron con los de Sesshomaru.
El albino se alzó en el acto, como si acabara de despertar de un extraño letargo, y
desenvainó a Colmillo Sagrado en lugar de a Bakusaiga, la única espada incapaz de cortar
nada del mundo real, pero preparada para destruir cualquier ser sobrenatural. Y Nibori se
dio cuenta en el acto.
Los ojos de Sesshomaru llameaban. Pero ya no de rabia o de dolor. Su mirada era puro
odio. La más despiadada y cruel de cuantas formas de mirar existían en ese mundo. Sus
ojos amarillos se tornaron rojo fuego y los colmillos y las garras le crecieron, iniciando su
transformación en el demonio lobo gigante que era, pero sin llegar a completarla. Apretó la
espada con tanta fuerza que casi la parte en dos y asesinó con la mirada al espectro.
- Nunca te perdonaré por lo que has hecho - le dijo con voz calmada, pero temible -
¡Nunca!
Y asestó un poderoso golpe contra el espectro. Nibori empezó a volar hacia los árboles,
intentando alejarse de su enemigo, pero Sesshomaru fue mucho más rápido. Le movía el
odio. Nibori no podría salvarse de eso.
La espada lo atravesó, pasando entre su fantasmagórica nebulosa, como si no le hubiera
hecho absolutamente nada. Sin embargo, cuando Nibori ya pensaba que la espada del
albino no habría hecho efecto, el cuerpo blanquecino del espectro se partió en dos mitades y
cayó al suelo entre chillidos. Unos segundos después ya no quedaba nada de él.
Sesshomaru dejó caer la espada en el suelo y se quedó allí, de pie, sin moverse. Giró
lentamente el rostro y volvió la mirada hacia Rin, hacia su cuerpo inerte. Ya no podía oír
los latidos de su corazón, esos que lo habían guiado dentro de la cueva para encontrarla. Y
tampoco podía oírla respirar. No se movía, no sonreía, ni abría los ojos… cualquier vestigio
de vida que hubiera existido jamás en ella había abandonado su cuerpo para siempre.
Los ojos del demonio se volvieron vidriosos y su mirada quedó perdida en el infinito. Esta
vez, la había perdido de verdad.
Kagome y Shippo lloraban junto a su cuerpo, abrazándola y retirándole el pelo de la cara,
como si aún pudiera molestarle.
- Ya no eres Rin - se dijo Sesshomaru a sí mismo - Rin ya no existe.
El corazón se le paró un instante. Nunca había sentido tanto dolor como en ese preciso
momento. Con que eso era querer tanto a alguien que hasta te duele.
Sesshomaru nunca había querido a nadie. Nunca había estado enamorado ni había deseado
proteger a nadie con todas sus fuerzas, hasta que la conoció a ella. De cuantas mujeres,
humanas o demonios, hubiera conocido, ella siempre fue, es y sería la persona a la que más
había querido en su vida.
- Escúchame bien, hijo - recordaba que su madre le había advertido una vez - Puede
que ahora pienses que eso nunca pasará, pero ya verás como si la dejas seguir
contigo, acabarás enamorándote de ella. Y el amor entre un humano y un demonio
no puede ser. Si persistes en tu empeño, Sesshomaru, que sepas que vuestro destino
será destruiros el uno al otro. Nunca ha habido otro camino. El final siempre es el
mismo.
Cuánta razón había tenido y qué poco caso le había hecho él. "Eso no va a pasarme a mí"
había creído "Yo no voy a enamorarme de mi pequeña, y jamás le haría daño" Pero el
destino nunca juega limpio. Humanos y demonios no pueden estar juntos porque siempre
ha sido así. Da igual cuanto lo desees, da igual cuanto luches por ello. "El final siempre es
el mismo" Y ahora él lo sabía. Pero para Rin ya era demasiado tarde.
Sesshomaru empezó a caminar para alejarse de allí. Quería irse de ese lugar, olvidarse de
todo lo que habían vivido, de todo su pasado, de los problemas, de las dificultades, de
ella…
No podía seguir viviendo en un mundo donde ella no existiera. ¿No era precisamente por
eso por lo que había empezado todo? ¿Por qué Rin le había dicho que le quería, con todas
las consecuencias, y él no podía aceptar que ella muriera en cuestión de tiempo?
Ahora se lamentaba de todo. De haberla visitado en la aldea, de no haberla rechazado
cuando le confesó que lo amaba, de haberla besado aquella noche junto al lago y haberle
pedido que le esperara durante tres días. Tal vez si no le hubiera dicho que la quería, tal vez
si hubiera evitado enamorarse de ella, Rin ahora estaría viva.
El demonio sentía que dentro de él ya no había nada. Su corazón sonaba como si fuera un
tambor, pero él no lo notaba. Sentía el frío del aire mientras caminaba hacia A-Un para
marcharse de allí, para irse y no volver. Para no mirar atrás.
Cuando se acercó, vio algo brillar en el suelo y se agachó a cogerlo. Era una de las mitades
de la luna de plata que le había regalado a Rin por su cumpleaños. El día en que la vio a
punto de casarse con Kohaku. ¡Qué guapa estaba aquel día frente al altar, con su kimono
blanco y su pelo negro brillante bajo el velo transparente! Y qué guapa seguía estando
después de muerta. Una belleza propia de una diosa.
Apretó la luna contra su mano y subió al caballo.
- A-Un, vámonos de aquí.
El caballo resopló y señaló con las cabezas a Rin. A-Un no quería alejarse de ella. También
era su amiga.
- Vamos - lo increpó el demonio - Llévame a donde sea.
Pero entonces una idea cruzó por su mente como un rayo y se metió la mano en el bolsillo
de sus pantalones. ¡La esfera!
Bajó del lomo del caballo apresuradamente y voló hacia el lugar donde yacía el cuerpo de
la joven.
- ¡Apartaos! - dijo retirando a Shippo con una mano y se acuchilló junto a su querida
chica.
Colocó la hermosa gema azulada en las manos de Rin y luego se las tomó, quedando así sus
dedos entrelazados. Luego cerró los ojos.
- Kagura - dijo en voz baja, sin saber muy bien cómo seguir - Princesa Kagura…
Frunció el entrecejo y se concentró. ¿Qué era lo que debería decir? Si no decía las palabras
precisas puede que su deseo no se cumpliera al pie de la letra. Es más, ¿de verdad
funcionaría la esfera? Tampoco había pensado mucho en eso. Se habían tirado de cabeza a
una aventura sin estar seguros de los resultados. Se había basado en leyendas y en
supersticiones, en las historias de un viejo sabio loco llamado Shanti que sabía ciertas cosas
de la historia. ¿Y si no era real? ¿Y si la esfera simplemente servía para mantener atrapado
a Nibori pero en realidad no concedía ningún deseo?
Apretó las manos de Rin y deseó que así fuera, que pudiera concederle un deseo.
Volvió a abrir los ojos y le contempló el rostro pálido y mortecino. Sus finos labios, sus
párpados cerrados, sus mechones de pelo oscuro. ¿Cómo podía seguir siendo tan hermosa?
- Sólo un deseo - le había dicho ella al salir de la cueva - Piensa bien qué vas a
pedir. No lo desperdicies.
Es como si todavía pudiera oírla susurrando eso junto a su oído. Su dulce voz, su cálido
aliento.
- Ya lo tengo pensando.
Sí, en ese instante sabía lo que quería pedir, pero ahora las circunstancias habían cambiado.
Antes sólo había una cosa que ambos desearan: que Rin se convirtiera en un demonio
como Sesshomaru, de cabellos blancos y símbolos violetas en el rostro y los brazos, con
una luna en la frente. Eso habría significado no tener que temer más por la vida de ella, ni
por su protección. Poder estar juntos todo el tiempo que quisieran, durante siglos, durante
milenios.
Pero ahora que ella ya no vivía, ¿de qué serviría pedir que se convirtiera en uno de los de su
especie? No. Ahora la respuesta era muy distinta.
- … deseo que Rin vuelva a estar viva.
Pronunció las palabras y aguardó en silencio. Los demás también observaban, expectantes.
Sesshomaru sabía todo lo que su deseo conllevaba. En el caso de que de verdad funcionase
y Rin volviera a la vida, sería como hasta ahora. Ella tendría una vida humana y en cuarenta
o cincuenta años moriría de vejez, y no volverían a verse nunca.
Y no sólo eso. En cuanto Rin despertara, si despertaba, no podrían volver a verse nunca. Él
la ponía en peligro. Cualquier amistad con un demonio guerrero la pondría en peligro. Ya
no podrían volver a verse, ni a besarse. No volvería a visitarla ni a llevarle regalos. No
volverían a abrazarse, verse ni estar juntos. Si quería que la vida de ella fuera larga y
próspera como humana, debía alejarse de ella para siempre. Pero todo eso, si despertaba.
Pasaban los segundos y nada sucedía. Sesshomaru apretó con más fuerza la esfera y las
manos de la chica y volvió a repetir su deseo. Una vez. Y otra. Varias veces.
Inuyasha agachó la cabeza miró a su mujer. Hizo que no con la cabeza.
- Lo siento mucho - dijo, poniéndole una mano en el hombro a su hermano.
Pero este se zafó de su contacto y miró a Rin con más intensidad.
- Vamos. Por favor.
Sesshomaru se agarraba a un clavo ardiendo. Es que ella no podía haber muerto. Era tan
joven. ¡Tenía que vivir!
Kagome alzó las manos y las posó sobre las de Sesshomaru, que seguía agarrando las de la
chica.
- Princesa Kagura, que Rin vuelva a vivir - repitió Kagome, mirando a los ojos del
albino.
Éste no dijo nada. Consintió que la mujer lo tocara e hizo un pequeño signo de asentimiento
con la cabeza.
Shippo también adelantó las manos y las posó sobre las de Kagome. Inuyasha las colocó
sobre las de él.
A-Un y Kirara aparecieron a su lado y ambos se tumbaron junto a la cabeza de la chica y le
colocaron los hocicos rozando su pelo.
¡Ojalá hubiera abierto los ojos! Pero Rin no despertaba.
Estuvieron así varios minutos. Al final, muchos minutos. Pero ella no despertó.
Kagome, Shippo e Inuyasha se apartaron de ellos y empezaron a alejarse.
- Te dejaremos a solas con ella - anunció Inuyasha a su hermano mayor - De verdad
que lo siento.
Cuando se hubieron alejado, Sesshomaru se inclinó sobre el rostro de la chica y besó sus
labios, fríos, que ya no sabían a nada. Tan sólo conservaban un toque de su antiguo olor a
fresas y hojas secas que tanto le gustaba.
La miró de arriba abajo, saboreando cada parte de su cuerpo con la mirada. Le acarició la
cara y el pelo y la levantó para abrazarla. Le sacó el puñal del pecho y lo hizo a un lado,
arrojándolo con desprecio.
Posó su cabeza sobre la de ella y quedaron así, abrazados, él vivo y ella muerta.
- Desearía tanto que esto no hubiera acabado así - Sesshomaru la sostenía
fuertemente, pero ni siquiera eso le servía de consuelo - Ojalá pudiera haberlo
evitado. Yo… te quiero tanto.
Cerró los párpados y una lágrima pequeña y solitaria corrió por su mejilla y cayó en la cara
de Rin. Nadie nunca había visto llorar al señor Sesshomaru. Y eso es porque Sesshomaru
no había llorado nunca, en ningún momento de su larga vida. Ni cuando era bebé, ni
cuando era niño. Sesshomaru no lloraba porque nunca había habido nada que le importara
tanto como para hacerlo. Hasta ahora.
La lágrima se deslizó por el cuello de Rin y cayó sobre las manos que tenían entrelazadas.
Se filtró entre sus dedos y dio de lleno sobre la esfera. La esfera de Kagura. En cuanto la
lágrima tocó la piedra, la gota se volvió de color sangre, en perfecto contraste con el azul de
la gema. La lágrima era de dolor y de pérdida, y la esfera tenía el poder de revelar los
sentimientos de quien la tocara.
En el acto, la azulada gema empezó a brillar y una luz blanca y pura les inundó las manos.
Sesshomaru apartó los dedos de la chica y contempló cómo la gema se elevaba en el aire y
quedaba allí suspendida.
Inuyasha y los otros vieron la luz desde su posición, entre los árboles del camino, y
decidieron dar marcha atrás y regresar corriendo hacia el lugar de la muerte.
En cuanto llegaron, lo que vieron les dejó asombrados.
Una hermosa dama, joven y ricamente vestida, flotaba en el cielo, sobre la esfera. Llevaba
un largo vestido azul turquesa con bordados en hilo de oro y plata. Un pequeño velo le
cubría parcialmente la sonrisa, aunque no impedía ver sus ojos verdes como las copas de
los árboles en verano. Tenía la piel blanca, más blanca que la leche, y unos rasgos tan
delicados que no cabía duda de que era una princesa.
El pelo estaba recogido con un broche de oro con dibujos de flores y lo llevaba tan largo
que casi le rozaba la cintura.
La mujer sonrió.
- Mi nombre es Kagura. Y he venido a cumplir mi promesa.
El asombro de todos creció cuando la mujer, iluminada por un halo de luz, se posó en el
suelo y se acercó a los chicos.
- Habéis sido todos muy valientes - pronunció con voz tranquila y solemne - Y
habéis obrado con vuestras mejores intenciones - Miró a Shippo y sonrió - Joven
demonio, una vida llena de felicidad te espera a la vuelta de la esquina. Sólo
necesitas volver a casa y decirle a tu mujer cuánto la quieres.
- Lo… lo haré - tartamudeó Shippo, tan asombrado como el resto.
- Tú, poderosa sacerdotisa, serás una gran arquera algún día - se acercó a la mujer y
le tocó el brazo herido - Confía en ti misma y acertarás - el profundo corte del brazo
se cerró de repente y la piel volvió a estar tan fina y perfecta como antes de la
herida.
- Y en cuanto a ti - acabó por decirle a Inuyasha - Tu padre estaría muy orgulloso.
Inuyasha y el resto asintieron y la contemplaron en silencio. Su figura era majestuosa, y su
actitud, la de una reina.
Se aproximó con elegancia hacia la pareja que permanecía en el suelo y se arrodilló junto a
ellos.
- Pero el deseo es para ti - le dijo al demonio, mirándolo con altivez - Tú eres quien
más se lo merece. Por no decir ella.
Sesshomaru la miró a la cara, directamente a los ojos, y formuló de nuevo el deseo.
- Sólo quiero que ella viva y sea feliz.
La princesa hizo un gesto de asentimiento y colocó su delicada mano sobre los párpados de
la chica. Una sensación de vida y calidez envolvió el ambiente y un viento extraño los
rodeó. Luego Kagura retiró la mano y se acercó al oído de la joven.
- Rin - dijo en un dulce susurro - Ya puedes abrir los ojos. Despierta.
Al principio no ocurrió nada. Pero entonces, los párpados de la chica temblaron y Rin…
abrió los ojos.
- ¿Se… señor Sesshomaru? - preguntó nada más despertar.
- Estoy aquí - le dijo, abrazándola con fuerza mientras le acariciaba el cabello con la
otra mano - Estoy aquí contigo.
Los demás aplaudieron y chillaron de alegría. Rin estaba bien. ¡Estaba viva!
Shippo se tiró a los brazos de su amiga y la levantó en el aire. Luego Kagome e Inyasha
también se abalanzaron hacia ella y la abrazaron contentos.
- No apretéis tan fuerte - se quejó ella, que se sentía agobiada - Vais a matarme.
- ¡Eso ni en broma! - le dijo Shippo señalándola con el dedo - Algo así no tiene que
volver a pasar nunca, ¿me oyes?
Rin esbozó una tierna sonrisa.
- Entendido.
Y rió con satisfacción. ¡Estaba viva! ¡Estaba viva!
Se dio la vuelta y miró a su demonio.
- Pero las cosas no han salido tan bien para nosotros, ¿verdad? - le dijo, mirándolo
con melancolía, porque ella sabía tanto como él lo que esta aventura conllevaba. Y
sabía cómo actuaría él a continuación. Aunque le doliera, se alejaría de ella.
- No. No han salido bien - le respondió él en su habitual tono serio y distante - Pero
tú estás viva.
Lo dijo de una forma tan tierna y tan intensa que el corazón de Rin se derritió. Le miró a los
ojos y supo que, pasara el tiempo que pasara, ella nunca podría olvidarle, ni amar a otro, ni
ser feliz si no estaba con él. Ya había llegado a esa conclusión una vez: "Una vida sin ti es
peor que la muerte" se dijo a sí misma el día de su casi boda con Kohaku. Y seguía
pensando lo mismo.
Le apretó la mano y se lo quedó mirando, enamorada y al mismo tiempo desdichada.
Pero entonces la princesa habló de nuevo.
- Hay alguien más que quiere hablaros y agradeceros lo que habéis hecho por
nosotras.
Se hizo a un lado y una figura conocida apareció ante ellos.
- ¡Kagura!
Frente a sus narices estaba Kagura, la de los vientos. La encarnación de Naraku a la que
éste último había robado su corazón y lo había guardado en un tarro para luego
devolvérselo y matarla.
- Kagura, ¿cómo es que estás aquí? - quiso saber Kagome - Pensábamos que habías
muerto feliz. Sesshomaru dijo que moriste sonriendo.
Kagura curvó los labios en una amplia sonrisa que resaltó su belleza femenina.
- Y así fue. Morí feliz, porque por fin era libre, libre como el viento. Y porque había
podido ver una última vez a Sesshomaru antes de morir - dijo, dirigiendo la mirada
hacia el apuesto demonio - Pero ya sabéis que Naraku y yo, por alguna razón,
formamos parte de la profecía de la princesa. Por eso no podía descansar hasta que
todo esto acabara. Hasta que acabarais con la vida de Nibori.
- Y ahora, ¿ya estás liberada? - inquirió Inuyasha, también intrigado.
- Casi. Todavía me queda una cosa pendiente - y señaló el suelo - ¿Os habéis fijado
que estáis en un campo de flores blancas y rojas?
Los demás miraron al suelo, desde el río hasta los árboles más cercanos.
- ¡Es cierto! - exclamó Kagome - Es el campo donde tú moriste.
- Y donde morí yo - la apoyó la princesa - Y también donde murió la joven Rin. Tres
muertes para un solo pecador. Pero ahora todo ha terminado - miró de soslayo a la
otra Kagura - Bueno, casi.
- ¿Casi? - quiso saber Rin, que andaba algo perdida - ¿Qué queréis decir?
Entonces Kagura se acercó a Sesshomaru y extendió su mano.
- ¿Me permites? - dijo con la palma hacia arriba, como si esperara que el demonio le
diera algo.
- ¿La luna? - quiso saber él, que comprendió enseguida.
Kagura asintió y Sesshomaru le dio la media luna de plata que había recogido del suelo. La
princesa levantó la mano y mostró la otra mitad.
- Jaja - rió Kagura - Yo también voy a hacerte un regalo, Rin. Os lo debemos.
Kagura alargó la mano con la media luna y la princesa Kagura alargó también su mano, de
manera que las dos mitades se tocaran. Un aura dorada surgió de las dos figuras
fantasmagóricas y les recorrió el cuerpo entero hasta llegar a los brazos y a la luna. Cuando
la luz las envolvió por completo, las dos mitades se unieron y formaron una sola figura de
nuevo.
Sin que la luz se apagara, Kagura se acercó a Rin y le colocó una mano en la barbilla,
haciendo que se levantara.
- Rin, por tu coraje y determinación te mereces lo que andabas buscando - y sopló
hacia su rostro.
La luz envolvió mágicamente también a Rin y apareció un humo blanco que lo cubría todo,
como si fuera niebla.
Sesshomaru se puso en pie y abrió mucho los ojos. ¿Qué estaba pasando?
Rin se elevó varios centímetros en el aire y notó como le colgaban los pies, sin poder pisar
el suelo. La piel se le volvió blanca, mucho más de lo que ya la tenía. Las heridas y
arañazos que tenía se le fueron cerrando uno a uno, hasta que no quedó ninguna marca
sobre su piel. La herida del costado desapareció y los signos de veneno que surcaban su
cuerpo dejaron de perforarla por dentro y de hacerle daño. Los brazos se le llenaron de
líneas violetas y las uñas de las manos se le alargaron ligeramente. Sintió cómo le surgían
varios colmillos dentro de la boca y supo que cuatro marcas púrpuras, dos a cada lado,
habían decorado sus mejillas. El pelo se le alargó y cogió volumen, dándole un aspecto
todavía más hermoso si cabía. Y se le puso blanco, de un color tan brillante y atractivo
como el de Sesshomaru. Un color demoníaco. Peros sus ojos, esos enormes y preciosos
ojos entre la canela, el café y la avellana no cambiaron. Seguían siendo sus ojos.
Una enorme cola le apareció en el reverlo y, como por instinto, se le envolvió en el brazo,
de la misma forma en que su querido demonio llevaba envuelta la suya.
La neblina se desvaneció y la nueva Rin quedó frente a ellos, con los pies de nuevo en la
tierra.
- ¡¡Oh!! - exclamaron los demás, al verla tan cambiada - ¡No puede ser! - exclamó
Shippo - ¿Esa es Rin? Huele a ella, pero ahora percibo su aura demoníaca.
Rin no podía creer lo que acababa de pasarle, y parece que Sesshomaru tampoco. Se la
quedó mirando, embelesado, sin pronunciar una sola palabra, como si estuviera en mitad de
un sueño y en cualquier momento fuera a despertar.
Rin se dio la vuelta y se aproximó a la orilla del río. Tragó saliva y se asomó para ver su
reflejo. En efecto, estaba cambiada.
Se llevó una mano al rostro y acarició las marcas demoníacas de su mejilla. ¿De verdad esa
era ella? Su pelo blanco abultaba por los lados y brillaba con elegancia. Incluso su ropa rota
de exterminadora había cambiado. Ahora llevaba una especie de kimono blanco, similar al
de Sesshomaru, pero más ajustado a su cuerpo y con un bonito lazo azul atado a su cintura.
Era tan elegante y hermosa como lo había sido siempre Sesshomaru.
Pero al margen de todos los grandes cambios, seguían siendo sus ojos y su sonrisa. Era ella.
¡Sin duda lo era!
Sesshomaru apareció tras ella y Rin pudo verlo reflejado en el río. La misma clase de
belleza, la misma clase de amor.
Se dio la vuelta y se puso en pie. Lo miró a los ojos y se le llenaron las mejillas de rubor.
- Yo, em… - dudó, colocándose el nuevo cabello tras sus orejas puntiagudas - ¿Te
gusto? Quiero decir, estoy muy cambiada. Ya no soy… bueno, yo. Y ahora mi
aspecto es diferente y…
Sesshomaru le puso un dedo en los labios.
- Tú me gustas siempre - sentenció, acercándose para besarle la frente
completamente blanca - pero ahora debo decir que estás más guapa que nunca -
susurró.
La joven se ruborizó y se apartó un poco de él, nerviosa y avergonzada porque todos les
estuvieran mirando.
- Pero aún falta algo - anunció la princesa, esbozando una pequeña sonrisa.
- Sin duda - coreó Kagura, visiblemente contenta. Entonces tomó la luna reparada en
su mano y sopló - Esto te pertenece.
La luna de plata voló hasta la frente de Rin y se le incrustó en la frente. Justo cuando el
metal tocó su piel fría, se fundió en su interior y se tornó una luna morada, exactamente
igual a la de Sesshomaru.
- "Yo también quiero una" - dijo Rin, señalándose la luna que ahora tenía en la frente
y recordando aquel día cuando ella tan pequeña en que le pidió cerca de un lado la
luna a Sesshomaru.
- "Pues yo te la regalo" - le respondió nuevamente él.
Y se sonrieron.
- ¿Estamos juntos? - inquirió la chica - ¿Sin más obstáculos ni pruebas?
- Juntos - aseguró el demonio, mirándola fijamente a sus ojos color café, mientras
ella le devolvía la mirada y fijaba su atención en los exóticos ojos amarillos de su
demonio.
Lo habían logrado. Por fin todo por lo que habían luchado se había hecho realidad. Los
problemas, las dificultades, el dolor y el sufrimiento… todo había valido la pena, porque
habían luchado hasta el final y lo habían conseguido.
- Sólo quien se rinde lo tiene todo perdido - pensó Rin con alegría - Pero nosotros
no nos rendimos nunca. Siempre supimos que estábamos destinados a estar juntos,
aunque tuviéramos que crear nosotros mismos nuestro futuro.
Y se volvieron a tiempo de ver como las dos Kaguras desaparecían con la esfera junto al
viento. Ambas sonrientes.
- Gracias.
Epílogo: 10 años después
- Papá, papá - llamó el joven Akira de ocho años a su padre - Ya he acabado de
comer. ¿Puedo irme ya?
Kohaku lo miró con extrañeza.
- ¿Por qué tienes tanta prisa?
- Yo… es que… quería ir…
- No pasa nada, Kohaku - dijo Megumi poniéndole una mano en el hombro a su
marido - deja que el niño se vaya. Sólo quiere jugar un poco, ¿verdad? - y le guiñó
un ojo a su hijo.
Akira asintió.
- Está bien - consintió Kohaku y Akira se levantó con velocidad - ¡Pero no vuelvas
tarde! - le gritó cuando el chico ya había salido por la puerta rápido como un rayo -
¿A dónde irá tan deprisa? - inquirió, cruzándose de brazos.
Megumi se rió.
- Va a ver a Suzu, la hija de Shippo y Yuki. No hay más que verlo para saber que le
encanta esa niña - la mujer volvió a sonreír - Aunque creo que va a tener
competencia.
- ¿Qué quieres decir? - Kohaku frunció el ceño - Nuestro hijo es muy resuelto. Si
quiere estar con esa niña, lo conseguirá. Además, ¿quién más va detrás de ella?
Megumi se sentó a su lado y le puso una mano sobre la pierna, conciliadora.
- Cariño, tú nunca cambias, ¿eh? Jaja - se rió dulcemente - Suzu es preciosa, y como
comprenderás, cuando sea mayor tendrá muchos pretendientes. Pero el mayor rival
de Akira va a ser precisamente Hayato.
- ¿Eh? - Kohaku ladeó la cabeza en un gesto de incomprensión - ¿Quién es ese?
Megumi le dio una colleja y se levantó de la silla.
- ¡Serás tonto! Es el hijo de Sesshomaru y Rin. El mayor.
Kohaku frunció los labios en una mueca de desagrado.
- Sí, es igual que su padre… - comentó Kohaku mirando el horizonte a través de la
ventana - Parece que la historia vuelve a repetirse.
- Sí, eso parece. Y en el fondo tu hijo también es clavado a ti ¡Pero venga, no te
distraigas! - Megumi le tendió un paquete con bolas de arroz recién hechas - Por si
tienes hambre. Y ahora, venga, exterminador, que si te retrasas más ese demonio
arrasará la aldea del otro lado del valle.
Akira llegó corriendo a casa de Suzu y llamó a la puerta.
- Suzu, soy yo, Akira. ¿Vienes a jugar?
Suzu tenía sólo siete años; un año menos que Akira. Era menuda y delgada, pero tenía unos
cabellos de una tonalidad tan extraña que la hacían sumamente atractiva. Su melena era un
claro efecto de la mezcla entre el pelirrojo de Shippo y el rubio dorado de su madre. Y era
tan dulce que casi parecía un pajarito. Muy callada y tímida, y siempre alegre.
Suzu estaba sentada a la mesa, comiendo con sus padres. Yuki la tenía sentada sobre su
regazo mientras Shippo le hacía tonterías desde el otro lado de la mesa para que la pequeña
se riera.
Cuando Akira llegó, los tres se dieron la vuelta.
- Hola, Akira - saludó Shippo alegremente - ¿Quieres quedarte a comer? - lo invitó.
- Gracias, pero acabo de comer en mi casa - respondió el chico educadamente - Sólo
venía a ver a Suzu.
- Papi, ¿puedo? ¿puedo? - respondió la dulce niña con voz alegre y chillona - Quiero
ir con él a jugar un ratito.
Yuki le pasó una mano por el cabello para arreglarle la coleta que le pendía por la espalda y
posó a la niña en el suelo.
- Venga, iros a jugar.
- ¡Siií!
Y se marcharon corriendo por la puerta.
- Tan juguetona como tú con Rin - le dijo la hermosa y joven Yuki recogiendo la
mesa.
- Pero igual de guapa que tú - la agarró por la cintura y la besó.
- Vamos a por las gemelas - pidió Suzu a Akira - Y luego a casa de Kagome.
- Vale.
La casa de Sango y Miroku estaba cada vez más abarrotada. Habían tenido dos gemelas que
ahora tenían nueve años llamadas Hanako y Yukiko. Las dos tenían el pelo castaño y corto,
por los hombros. Eran traviesas y divertidas. Les gustaba meterse en líos y hacerles bromas
a los adultos de la aldea. Aunque no todos se lo tomaban igual de bien.
A parte de ellas, Sango había dado a luz a un pequeño niño llamado Chiharu, que significa
"mil primaveras". Tenía sólo un año y medio y era un gran dormilón, por no hablar de lo
que comía.
Sin duda había una gran diferencia entre la casa de Akira o Suzu, pues ambos eran hijos
únicos y probablemente lo fueran siempre.
- Hola - saludaron los chicos - ¿venís a jugar?
- ¡Hanako, Yukiko! ¡Dejad de jugar con la comida! - Sango les quitó las cucharas de
las manos y las volvió a meter dentro de los platos de sopa - ¡Comeos lo guisantes o
se lo diré a vuestro padre! - se enfadó la mujer.
La pobre Sango estaba muy estresada. Las niñas eran muy desobedientes y además, ella
tenía entre los brazos al pequeño bebé e intentaba dormirlo. ¿Cómo iba a dormirlo con esas
dos gamberras pululando por la casa?
- Papá está en casa de la vecina - respondió una de las gemelas.
- ¡Shh! - le respondió la otra - Dijo que no dijéramos nada.
Sango puso un brazo en jarra mientras sujetaba al bebé con el otro.
- ¿Qué vuestro padre qué? - su voz se elevó varias octavas - ¡Ya está otra vez
ligando con la jovencita de enfrente! Cuando vuelva le voy a dar un sartenazo.
- Vamos, vamos - se acercó la anciana Kaede, que ahora era bastante más mayor y
caminaba apoyada en un bastón tallado - No te enfades tanto. Ya sabes cómo ha
sido siempre Miroku. Venga, dame al niño, que yo lo duermo.
- Gracias, Kaede - respiró Sango con alivio - ¡Qué haría yo sin ti!
Y se dio la vuelta hacia la mesa.
- ¿Dónde están las niñas? - miró a su alrededor - ¡Maldita sea! Esas dos ya se han
vuelto a escapar. ¡En fin! ¿Comemos algo, Kaede?
Akira, Suzu y las gemelas estaban ante la puerta de casa de Kagome e Inuyasha. Estos dos
habían tenido una niña de ocho años llamada Haru ("Primavera") y un hermoso niño de
siete llamado Hotaru ("Luciérnaga")
Ambos se encontraban plantando flores con su madre en la parte de atrás de la casa.
- Hola Haru. Hola Hotaru. Hola señora Kagome - saludaron las gemelas con su voz
cantarina y se acercaron a ver las flores más de cerca - ¿Qué hacéis?
- Plantamos flores - le respondió Hotaru a las gemelas y Hanako (una de las
gemelas) se ruborizó.
- ¿Sí? ¡Qué bien! - exclamó la chica - ¿Puedo ayudarte?
Hotaru la miró con sorpresa, pero luego sonrió.
- ¡Claro! Cuando quieras.
Y ambos se pusieron a cavar un hoyo con las manos para introducir la flor.
Yukiko, la gemela de Hanako, bufó.
- Venga - dijo tocándole el hombro a su hermana - No te entretengas con Hotaru.
Tenemos que irnos.
- Estás celosa - le respondió su hermana.
- ¡Eso es mentira! - y volvió la cara, cruzándose de brazos, evidentemente molesta.
- ¿Y a dónde vais? - quiso saber Kagome, que había estado siguiendo toca la
conversación.
- Vamos al río que hay en el bosque. Cerca hemos descubierto una especie de
madriguera y queremos ir a investigar - respondió Akira, el hijo de Kohaku y
Megumi.
Kagome echó una rápida mirada a la tropa de niños que tenía delante. Suzu y su propia hija,
Haru, eran menudas y muy monas. Las miraba y no podía pensar otra cosa que no fuera que
eran dos pequeñas niñas indefensas. Pero luego vio a Akira, a su hijo Hotaru y a las dos
traviesas gemelas y pensó que no habría ningún problema.
- Está bien - les dijo a sus hijos - Pero tened cuidado.
- Claro - prometieron.
Haru se limpió las manos de tierra en el vestido y le dio un beso en la mejilla a su madre.
- Adiós, mami. Volveremos pronto. Díselo a papá.
- Sí, sí, claro - los despidió la mujer con la mano. Luego siguió plantando mientras
sonreía - Estos niños - exclamó - cómo me recuerdan a nosotros.
Rin se encontraba sentada sobre una roca en mitad del tupido bosque que rodeaba la aldea
de la anciana Kaede, la aldea donde se había criado la mitad de su infancia y su
adolescencia al completo. Era el lugar donde estaba toda la gente a la que quería y amaba,
excepto su familia. A veces mezclar una cosa con la otra era tan difícil. Sobre todo porque
el poco afecto que tenía Sesshomaru por los humanos no había cambiado demasiado.
Excepto con ella, por supuesto. No obstante, Rin ya no era ninguna humana. Puede que lo
hubiera sido antaño, y su vida fue, sin duda alguna, muy desdichada. Pero desde hacía diez
años, el amor y la suerte le habían sonreído por fin y no sólo había ganado un amor largo y
dichoso, sino que además se había convertido en una joven y hermosa demonio de la luna,
como Sesshomaru. Igual de menuda y delgada que cuando era humana, pero ahora
visiblemente más bella y más elegante de lo que lo había sido nunca, y eso que en vida
humana era terriblemente hermosa.
- Señorita Naomi, no corra tanto - oyó Rin la voz de Jaken - Vamos a enseñarle el
ramo a su madre. Pero pórtese bien.
De entre los arbustos apareció una pequeña niña de cinco años con los ojos color ámbar; los
ojos de su padre. Tenía el cabello corto, recogido en dos graciosas coletas a los lados.
Vestía un kimono rosa con flores de almendro blancas y en las manos llevaba un ramo lleno
de margaritas.
Jaken iba a su lado. Ambos eran del mismo tamaño, cosa que hizo que Rin sonriera
divertida. El pequeño demonio verde le daba la mano a la niña para que fuera a su paso y
no se perdiera sola por el bosque.
- ¡Mamá!
En cuanto la pequeña Naomi vio a su madre, se soltó de la mano del señor Jaken y corrió
hacia ella.
Rin soltó una risotada dulce y la cogió en brazos.
- Hola, mi niña. ¿Te has portado bien?
- Sí, mami - dijo con su voz infantil y dulce, esbozando una sonrisa - He cogido estas
flores para ti. ¿Te gustan?
- Claro, cariño. Son muy bonitas - dijo tomando el ramo.
Jaken llegó hasta ellas y se sentó en el suelo, sudando.
- ¡Buff! - se quejó el demonio - ¡Qué terremoto!
Rin volvió a reír, divertida.
- ¿De verdad es tan movida? Conmigo se porta muy bien.
- Es exactamente igual que tú cuando eras pequeña - señaló el pequeño demonio
verde - Exacta, exacta. Sólo que ella tiene el pelo blanco.
La pequeña Naomi ("Belleza") se cruzó de brazos y miró al demonio.
- No seas malo, Jaken - se quejó con su linda vocecita - Pero si yo soy muy buena.
Además, yo te quiero mucho - y se abrazó a la cintura del demonio verde.
- ¡Ah! - levantó él los brazos - ¡Rin, quítamela! ¡Por favor, haz algo!
Rin empezó a reír tanto que se tuvo sujetar el vientre. Aquella escena era de lo más
pintoresca y feliz. Y, de hecho, Jaken tenía razón. El carácter de la pequeña Naomi era muy
parecido al de ella cuando era joven. Esa misma reacción la había tenido Jaken cuando Rin
le trajo la planta medicinal para salvarlo de un envenenamiento y luego ella lo abrazó
diciendo: "Señor Jaken, ¡estás vivo!"
Pero aunque Jaken lo negara, se veía a la legua que quería mucho a la niña.
En ese preciso instante Rin oyó un ruido y escuchó con atención. Jaken también guardó
silencio.
A-Un apareció entre los árboles cargando con un gran demonio muerto sobre su lomo. Un
niño sumamente apuesto de unos nueve años lo tenía asido por las riendas y caminaba a su
lado. Sesshomaru apareció algunos metros más atrás.
- Madre, mira. Lo he cazado yo - dijo con orgullo.
El niño se llamaba Hayato, que significa "valor". Era alto y delgado, e incluso más hermoso
que su hermana Naomi. Tenía el pelo completamente blanco que le llegaba hasta media
espalda, completamente liso. Pero sus ojos… sin duda eran los de su madre. Estaban en una
tonalidad entre el caramelo, el café y la avellana, y eran profundos. Se le veía un chico
inteligente. Pero tan serio, callado y frío como su padre.
- ¿De verdad has cazado eso tú sólo? - quiso saber la joven Rin - ¿No te ha ayudado
tu padre?
Hayato negó con la cabeza.
- Esta vez lo he hecho yo solo - dijo en tono neutro y elegante, sin moverse de al
lado del caballo.
- Me alegro entonces - sonrió Rin.
Sesshomaru llegó al claro en ese instante. El hombre no dijo nada, pero cruzó su mirada
con los ojos de su prometida y Rin pudo ver la simpatía y la dulzura en ellos que sólo
guardaba para ella. Para ella y tal vez para sus hijos, pero mucho más para ella.
- ¡Onee-san! - llamó la pequeña Naomi y fue corriendo hasta él para abrazarlo.
- ¡Mimi, quita!¡No seas tan pegajosa! - se quejó Hayato, pero usó el apelativo
cariñoso de su hermana, cosa que le quitó importancia a la rudeza de sus palabras.
- ¡No quiero! - se quejó ella, apretándolo más fuerte mientras él permanecía inmóvil
e incómodo.
- Venga, niños, basta - les riñó Rin con paciencia.
Pero entonces Naomi soltó a su hermano y ambos olisquearon el ambiente.
- Los primos están aquí - dijo Naomi esbozando una sonrisa.
- No los llames así - dijo Sesshomaru algo enfadado - No les llames primos - y se
alejó un poco con el semblante serio.
Rin suspiró. En esa década no había cambiado nada.
Naomi siguió olisqueando.
- Están todos - dijo - También Akira y las gemelas.
Hayato no le hizo ni caso.
- Y Suzu… - continuó su hermana astutamente.
Los ojos de Hayato brillaron.
- ¿Suzu? - y olisqueó el aire una vez más, comprobando que su hermana tenía razón
- Em… ¿podemos ir, madre? - preguntó Hayato intentando adoptar un tono de
indiferencia.
Rin lo miró, sonriente, y asintió.
- ¡A Onee-san le gusta Suzu! ¡A Onee-san le gusta Suzu! - empezó a cantar su
hermana.
- ¡No es verdad!
Por primera vez en todo el día, el apuesto niño abandonó su tono neutro e indiferente y se
envaró, poniéndose rojo.
- Venga, Mimi. Vámonos - y le dio la mano para llevársela.
- ¿Te parece bien que les deje ir? - le preguntó Rin a Sesshomaru, que se había
apoyado en un árbol.
A modo de respuesta, el albino llamó al demonio verde.
- Jaken.
- ¿Sí, señor Sesshomaru?
- Vigila que no se hagan daño - dijo con voz seria - Y llévate a A-Un también.
- Em… sí, claro - y echó a andar hacia el sendero por donde habían desaparecido los
niños - Claro, que el viejo Jaken se encargue de los niños. ¡Siempre igual! -
exclamó enfurruñado mientras se perdía en la distancia.
Rin levantó la vista y miró al cielo. La tarde había pasado rápidamente y el sol crepuscular
comenzaba a descender hacia el suelo para esconderse pronto tras la línea del horizonte.
La joven se acercó a su demonio y se acuchilló delante de donde él estaba recostado.
- Tenemos un rato para nosotros - le dijo mientras acariciaba la parte de arriba de la
túnica del joven - ¿Quieres que hagamos algo?
Su tono era seductor y su mirada, traviesa.
Sesshomaru se apartó de ella y se levantó.
- Hoy Hayato ha cazado por primera vez solo. Yo no le he ayudado - dijo con su
habitual tono neutro, ignorando a la joven - Será un buen demonio - afirmó.
Rin suspiró y se levantó del suelo. Se dio la vuelta para dirigirse a la aldea. Pero entonces
una mano rodeó su cintura y le obligó a darse la vuelta.
- Había pensado - dijo Sesshomaru, sosteniéndola con una sola mano y mirándola
directamente a los ojos - que tal vez te gustaría ir a un sitio especial.
Rin esbozó una sonrisa.
- ¿Qué sitio?
Sesshomaru la miró de forma misteriosa.
- Es una sorpresa.
No hizo falta decir más. Sin dejar de mirarse el uno al otro, sus ojos se tornaron rojos fuego
y empezaron a transformarse. Se les alargaron los brazos y las piernas, así como las garras
y los colmillos. Dos orejas completamente blancas les salieron de la cabeza y se les cubrió
el cuerpo de pelo blanco y, en el caso de Rin, de color caoba. La pequeña cola que siempre
llevaban enredada al hombro se les deshizo y se convirtió en una tupida y larga cola de
demonios lobo.
Posaron las grandes patas en el suelo y se dieron impulso para empezar a volar.
Una hora más tarde, Sesshomaru y Rin habían sobrevolado gran parte de la isla de Japón y
se encontraban cerca de la costa.
El demonio de la luna se cruzó por delante de la chica y le indicó que descendiera.
Nada más poner los pies en tierra, Rin comprendió lo que Sesshomaru había pretendido.
- Es una playa - sonrió, habiendo vuelto a su forma humana.
- Sí - afirmó él - Te lo había prometido, ¿no?
La chica se quitó las babuchas y empezó a correr hacia el agua. Cuando llegó, introdujo los
pies en ella y dejó que las olas la bañasen. La arena y las algas le cosquilleaban entre los
dedos y el agua salada la salpicaba en su vaivén, haciendo que se le mojaran los bajos del
kimono. Las aguas oceánicas se extendían ante ella como si quisieran saludarla con su
imponente belleza. Rin recordó inmediatamente aquel día en la playa, diez años atrás,
cuando había ido a pedirle a Totosai que le forjara un arma para salvar a su demonio y, de
regreso, se había encontrado en una playa como esa, brillante y cristalina. Recordó la
felicidad que sintió en aquel entonces, pues era la misma que sentía ahora. La sensación de
libertad la invadió y se sintió como si pudiera comerse el mundo, como si no hubiera
límites, ni barreras. Pero en aquel entonces le faltó algo que no le faltaba ahora: el señor
Sesshomaru.
Rin cerró los ojos y respiró la brisa, dejando que el aroma del mar le acariciara la nariz y le
recorriera todo su ser. Por fin, estaba completa.
Sesshomaru se acercó con lentitud y elegancia hacia ella.
- ¿Era esto lo que querías? - preguntó, mirando cómo el sol anaranjado se comía las
aguas del horizonte.
- Sin duda - le sonrió la chica y salió del agua - Sesshomaru, te quiero - y lo abrazó
tiernamente, apoyando la cabeza en su robusto pecho.
El demonio no se movió. Su mirada continuaba perdida en el sol crepuscular, como si
estuviera recordando algo del pasado. O tal vez todo lo contrario. Quizá estaba pensando en
su presente, junto a su querida Rin, o en el futuro que tenían por delante.
Habían cambiado tanto las cosas desde que se habían conocido. El destino había querido
que se encontraran aquel día en el bosque, hacía ya veintiún años. Todavía recordaba la
comida que Rin le había traído con siete años cuando él estaba herido en el suelo del
bosque, y sin un brazo. Cerró los ojos y pudo ver de nuevo su cara, llena de moratones
porque los hombres de su aldea le habían pegado por robar peces de su río para traérselos a
él, el apuesto demonio del bosque que no le daba miedo.
Y luego pensó en unos días después, cuando los lobos de Koga atacaron la aldea de la
pequeña y Sesshomaru percibió su sangre en el aire. El día en que la resucitó de entre los
muertos gracias a su espada Colmillo Sagrado y la llevó consigo en sus viajes.
¡Había pasado tanto tiempo!
- Vas a coger frío - le dijo el demonio, refiriéndose a los pies mojados de su
pequeña. Para él siempre sería su pequeña.
- Ya no soy una humana - respondió ella con una sonrisa cálida - Y los demonios no
se resfrían.
Sesshomaru sonrió ligeramente, sin mirarla.
- Además - le dijo la chica, acariciándole el musculoso pecho lentamente con una
mano - se me ocurre una idea para calentarme. ¿Quieres ayudarme?
El demonio desvió la vista del horizonte y clavó los ojos dorados en ella, levantando una
ceja.
Rin se rió por su expresión y se dio la vuelta, algo ruborizada.
- No pasa nada - dijo avergonzada - Lo comprendo si no quieres.
De repente se sentía algo tonta. Puede que Sesshomaru la quisiera mucho, pero su carácter
no había cambiado. Seguía siendo frío y distante, y cualquier cosa que tuviera que ver con
los placeres carnales y el afecto le daban algo de aversión.
Pero al fin y al cabo, era un hombre. Un hombre enamorado.
Cuando Rin empezaba a alejarse, la mano de Sesshomaru se le posó en el hombro y ella se
detuvo.
- Como quieras - empezó el demonio - Yo hago… lo que tú quieras.
Su tono de voz había sido serio y directo, pero Rin había percibido una nota de
nerviosismo, cosa que le hizo sonreír. Estaba frente a uno de los demonios más fieros y
poderosos de todo el mundo, serio, frío, calculador. Y sin embargo, el descubrir que había
algo que lo pusiera nervioso, le pareció sumamente tierno. Aunque prefería no decírselo,
pues eso podría enojarle mucho.
Rin se volvió lentamente y lo miró a los ojos con determinación.
- ¿Lo que yo quiera? - inquirió, traviesa.
- Lo que quieras - afirmó él.
Rin le rodeó el cuello y acercó sus labios a los de él. Sesshomaru le rodeó la cintura y la
acercó a su cuerpo. Sus labios se amoldaron el uno al otro a la perfección, como dos piezas
de un puzle que estaban esperando a ser encajadas juntas. Los besos de ella sabían a cosas
dulces: a miel, a fresas, a días de verano. Y los de él a cosas frías, como el otoño o los días
de lluvia. Pero era maravilloso.
- Estás tan joven como hace diez años - dijo de repente la chica, aprovechando que
sus bocas se habían separado un instante - Es como si jamás hubiera pasado el
tiempo.
Sesshomaru la tumbó en el suelo y se recostó a su lado, con la cabeza apoyada en una
mano. Rin lo miró con deseo y pensó que era la postura más sexy que jamás hubiera visto.
- Eso es lo que significa ser un demonio completo. Y además, de mi especie -
Sesshomaru le acarició la mejilla mientras se lo explicaba y le colocó un mechón
blanco detrás de la oreja - Tú también pareces mucho más joven de lo que eres. Han
pasado diez años, pero para tu físico es como si sólo hubiera pasado uno.
La chica esbozó una sonrisa jovial.
- Entonces técnicamente sólo tengo diecinueve, y tú veintidós.
- Así es.
- Más que padres, parecemos dos eternos adolescentes - apuntó Rin, mordiéndose el
labio - Si siguen creciendo así de rápido llegarán a ser de nuestra misma edad física.
Pareceremos cuatro jovencitos - se rió.
Sesshomaru se quitó la armadura y se posó sobre Rin.
- Sólo crecen rápido los primeros años. Pronto se les ralentizará el crecimiento,
como a nosotros. Y vivirán unas vidas largas como las nuestras.
Rin alargó los brazos y atrajo a Sesshomaru hacia sí. Ya no podía esperar más. Necesitaba
besarlo, abrazarlo, tocarlo y acariciarlo. Quería sentir su piel contra la suya, fuego con
fuego.
Le colocó las manos en el fuerte pecho y le descorrió un lado de su kimono.
Los ojos de Sesshomaru la escrutaron, y Rin pudo ver un ápice de diversión en ellos. Él
también estaba excitado.
El demonio le desató la cinta del kimono con lentitud mientras la miraba a los ojos, y echó
sus ropas a un lado. Luego dejó que ella hiciera lo mismo y le descorriera lentamente la
parte de arriba del kimono. Finalmente se quitó los pantalones.
Sus largas colas de demonio les cubrían ligeramente y los protegían de la brisa y el frío. Era
casi de noche y el cielo comenzaba a poblarse lentamente de estrellas.
- ¿Crees que los niños estarán bien? - preguntó ella entre jadeos.
- Están con Jaken - respondió él con total tranquilidad - Y seguro que le han
suplicado a mi hermano que les deje quedarse a dormir, como siempre.
- Has dicho mi hermano - apuntó ella, completamente asombrada - ¿Ya no le
consideras un estorb…?
- ¡Calla! - le dijo él mientras la silenciaba con un beso.
Las manos de ella se entrelazaron con los cabellos albinos y largos de su prometido,
mientras que él tenía las manos posadas en la espalda de ella. Rin sintió un cosquilleo,
como una corriente eléctrica surcándole todo el cuerpo cuando las manos de Sesshomaru
empezaron a deslizarse por la piel desnuda de su cintura hasta llegarle a las caderas.
Sus caricias eran como un suspiro. Tan placenteras que tan sólo sentir las yemas de sus
dedos rozándole la piel le ardía todo el cuerpo y se le encendían las mejillas de rubor.
Rin se colocó encima suya y le marcó una línea de besos por todo el cuerpo. En el cuello,
cosa que hizo suspirar de placer al chico; en el pecho, en el abdomen, en el estómago…
La arena les surcaba el cuerpo y les llenaba el pelo y las colas, pero no les importaba. En
ese momento no existían más que ellos. Ellos dos y nada más. No había mar, ni cielo, ni
nubes, ni estrellas que les rodearan. En ese preciso instante existían dos cosas en el
universo: Rin y Sesshomaru.
El albino pasó su fuerte brazo tras la cintura de la chica y rodaron, quedando él encima. Rin
se ruborizó al instante y él alzó ligeramente las comisuras de sus labios.
- ¿Estás preparada? - inquirió con un leve atisbo de emoción.
- Siempre lo estoy, pero siempre duele.
Sesshomaru le cogió una mano y se la besó.
- Ya sabes que yo nunca te haría daño.
El corazón de ella se aceleró y sus latidos se hicieron tan audibles que Sesshomaru empezó
a percibirlos como un fuerte martilleo, pero le gustó.
Se inclinó hacia ella y le besó la mejilla.
- Tranquila -susurró - No te haré daño. Te lo prometo.
Rin asintió y se quedó quieta, esperando a que Sesshomaru se introdujera dentro de ella.
El chico colocó las manos a los costados de la chica y se aproximó con lentitud.
- ¿Te duele? - dijo mientras penetraba lentamente, con cuidado de no hacerle
demasiado daño.
Rin lanzó un gemido ahogado y empezó a respirar de forma entrecortada.
- Un poco - admitió, completamente ruborizada - Pero sigue - sonrió.
El demonio obedeció y empezó a darse más rapidez en las entradas y las salidas.
Las manos de Rin se contrajeron y arañó la arena bajo sus dedos.
- Shh - le susurró él con cariño - Intenta disfrutarlo.
Los ojos de la chica se pusieron progresivamente rojos a la par que los del demonio. Sus
garras se alargaron y le salieron los colmillos. Rin cerró los ojos y se concentró para no
transformarse del todo. Ahora entendía qué difícil le había sido a Sesshomaru controlarse
aquella noche en el bosque, cuando se besaron por primera vez. Los ojos de él se habían
vuelto de fuego y el demonio temía que pudiera dañar a su humana, pero ella, en aquel
entonces, no le había entendido. Pero ahora sí. La diferencia es que ella ya no sería más una
humana, y ahora podía soportar el peso del bello cuerpo de su demonio y su fuerza
demoníaca sobre ella.
Rin se irguió para abrazarle y le acarició la espalda, volviendo a juntar los labios con los de
su demonio. Le cogió una mano y se la colocó en su propio pecho, para que él se dejara
llevar de verdad. Fuera como fuese, al principio él siempre tenía miedo de dañarla. Pero
ella necesitaba que se soltara. Necesitaba sentirse no sólo como su chica, sino una parte
importante de él.
Los colmillos de Sesshomaru también le salieron y sus ojos perdieron por completo su
color amarillo dorado. Ahora eran tan granates como los de ella. Y con eso se iba casi
cualquier vestigio de racionalidad que hubiera podido residir en ellos aquella tarde.
Acababan de dejarse llevar y habían escondido su consciencia en lo más profundo de su ser
para dejar que el placer les invadiera por completo.
Sesshomaru volvió a ponerse encima de ella, pero esta vez con más brutalidad, y volvió a
introducirse, ahora con agilidad, con dureza, con avidez y deseo. Y la chica no se quejó.
Deseaba tanto como él que tocara cada fibra de su cuerpo e hiciera vibrar cada músculo.
Necesitaba de sus caricias, de sus besos, de su cuerpo y de sus brazos. Necesitaba
contemplar esos ojos de demonio que tanto le atraían y aspirar su olor a otoño mientras le
acariciaba el cabello. Y él también necesitaba hacerle lo mismo a ella.
Con los años, en lugar de aburrirse o cansarse el uno del otro, se querían cada vez más. Más
deseo, más amor, más pasión. Ya no había forma de que visualizasen un mundo sin el otro.
Por fuera eran los mismos: el demonio frío y hostil y la niña dulce y encantadora. Pero
entre ellos había mucho más que un físico y una apariencia. Había amor. Y eso es algo
contra lo que uno no puede luchar, ni siquiera el poderoso destino.
- Te quiero, Sesshomaru - dijo mientras apoyaba la cabeza en su pecho y se
acurrucaba junto a él.
- Y yo a ti, mi pequeña.
Y así, en aquella playa de Japón, en mitad de un crepúsculo de noviembre, Sesshomaru y
Rin continuaron besándose entre la arena y la sal de las olas, hasta que ambos se quedaron
profundamente dormidos. Una noche en que no había nadie para juzgarles o separarlos, una
noche en que no había peligros acechándolos, ni más obstáculos aguardándoles para el día
de mañana. Era simplemente una noche en la playa en que dos jóvenes podían amarse
libremente sin que nadie intentara separarles. Una noche estrellada en la que Rin se dio
cuenta de que sus sueños se habían hecho realidad.
Fin
top related