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Seguridad Internacional
La Lucha contra el Terrorismo en Medio Oriente Ampliado: Discursos, Acciones e Intereses de la Política
Exterior Norteamericana
Sofía Castro Mariel – Guillermina Gutnisky
AI 020/2011
2
Resumen
Los atentados terroristas del 11 de septiembre marcaron un antes y un
después en la configuración del tablero estratégico mundial. Las
posteriores invasiones norteamericanas a Afganistán y a Irak, se
produjeron en el marco de la guerra preventiva en la lucha contra el
terrorismo. Sin embargo, más allá de las divergencias retóricas entre las
administraciones de George W. Bush y Barack Obama, pueden
evidenciarse políticas de Estado a largo plazo que trascienden las
gestiones de turno. La lucha contra el terrorismo ha servido
funcionalmente a los intereses de Estados Unidos en la región de Medio
Oriente Ampliado, área muy codiciada por su ubicación estratégica y
por los recursos energéticos que posee. Por consiguiente, el presente
trabajo pretende analizar los discursos, las acciones y los intereses de la
Política Exterior Norteamericana en torno a la problemática de la lucha
contra el terrorismo que se lleva a cabo en el Medio Oriente Ampliado.
3
La Lucha contra el Terrorismo en Medio Oriente Ampliado1: Discursos, Acciones e Intereses de la Política Exterior Norteamericana
Sofía Castro Mariel – Guillermina Gutnisky2
Introducción
El escenario internacional post Guerra Fría se configuró a partir de la consagración de
Estados Unidos como la única superpotencia y con la creencia de que, a partir de la caída de la
Unión Soviética, el mundo ya no sería testigo de enfrentamientos violentos entre Estados por
la búsqueda de la preeminencia internacional. En este sentido, Estados Unidos intentó
desarrollar una “hegemonía benevolente” y consolidar su poderío en el “tablero euroasiático”
(Brzezinski 1998). Sin embargo, lejos de encontrarse privado de riesgos y peligros para la
seguridad internacional, el contexto internacional actual se caracteriza por lo que Andrés
Fontana denomina como “complejidad de riesgo”. Ésta nace como « […] resultado de la
heterogeneidad, el carácter disperso, el aumento constante y los múltiples entrelazamientos
de amenazas emergentes» (Fontana 1997: 2). Dichas amenazas no disputan formalmente la
soberanía del Estado ni su integridad territorial, pero afectan a las instituciones y a las
personas, poniendo en riesgo la integridad física y moral de estas últimas. Por su naturaleza
resulta difícil controlarlas, responder a ellas o neutralizarlas anticipadamente mediante el
empleo del potencial militar (Fontana 1997).
El terrorismo suele ser uno de los principales ejemplos de lo que se considera como una
amenaza emergente. En realidad, no constituye un fenómeno nuevo, pero ha adquirido un
cariz distinto a partir de su transnacionalización y su entrelazamiento con otras actividades
delictivas, tales como el narcotráfico o el lavado de dinero. Esto, a su vez, coadyuva a que
asuma una magnitud tal que se encuentre en posición de desafiar las capacidades de los
propios Estados, por más preeminencia militar o económica que posean (Fontana 1997). Los
atentados del 11 de Septiembre son la muestra fiel del poder desestabilizador que puede ser
1 Creemos oportuno realizar una aclaración metodológica y conceptual en torno a lo que en este trabajo se
denomina “Medio Oriente Ampliado”. Conceptual, en la medida en que entendemos por Medio Oriente Ampliado a la región que comprende a los siguientes países y territorios: Egipto, Israel, Palestina, Siria, Jordania, Arabia Saudita, Yemen, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin, Kuwait, Iraq, Irán, Afganistán y Pakistán. Metodológica, con el objetivo de acotar la región a los fines del análisis del presente trabajo. 2 Las autoras son estudiantes avanzadas de la Licenciatura en Relaciones Internacionales (UCC) y miembros del
equipo de investigadores del GEIC.
4
ejercido a través de las agrupaciones terroristas, como así también un hecho histórico que da
comienzo a una nueva etapa en el desarrollo de la hegemonía norteamericana.
El impacto y las acciones llevadas a cabo por Estados Unidos en respuesta a estos ataques
son harto conocidos. El presidente norteamericano George W. Bush proclamó la guerra contra
el terrorismo, junto a su famosa doctrina de la “guerra preventiva”, y se embarcó en acciones
bélicas tanto contra Afganistán como contra Irak, penetrando en lo que se conoce como la
región de Medio Oriente Ampliado, enarbolando la bandera de los Derechos Humanos y la
democracia. Como resultado, la política exterior norteamericana se caracterizó por las
actuaciones unilaterales y por su negativa a negociar o a someterse a las disposiciones de la
normativa internacional, provocando así su progresivo aislamiento y un creciente
resentimiento por parte de la Comunidad Internacional.
Con la llegada de Barack Obama al poder, existieron esperanzas de que la política exterior
norteamericana diera un giro con respecto a la fuerte presencia que ostentaba Estados Unidos
en la región de Medio Oriente. El presidente anunció numerosas iniciativas, tales como el
cierre de la prisión de Guantánamo, la retirada progresiva de las tropas norteamericanas de
Irak y Afganistán y la decisión de impulsar nuevas negociaciones entre Israel y la Autoridad
Nacional Palestina, que ciertamente hacían pensar que su objetivo era el de disminuir la
intervención en la región, la cual sólo se basaba en políticas de lucha contra el terrorismo y el
extremismo religioso. Asimismo, dio a conocer su intención de promover la concreción de
acciones multilaterales para así establecer una configuración internacional de poder más
participativa. Sin embargo, estas expectativas se vieron truncadas, en especial por el
recrudecimiento de la contienda en Afganistán, la cual se trasladó hacia la frontera con
Pakistán.
La ruptura discursiva entre las dos administraciones de gobierno es clara. No obstante, un
análisis más profundo lleva a cuestionarse si la misma se traslada a la esfera de las acciones y,
sobre todo, a la de los intereses nacionales que les subyacen. Es aquí donde encontramos que
los intereses norteamericanos en la región de Medio Oriente Ampliado van más allá de una
mera preocupación por la seguridad internacional o de un deseo por erradicar de la zona la
amenaza que supone el terrorismo. Esta región siempre ha sido, y continúa siendo, « […] una
región en la que confluyen los intereses y las diferencias interimperialistas por su importancia
geoestratégica» (Brooks Beltrán 2010: 72). En efecto, los países del Norte de África y Medio
Oriente cuentan con importantes cuencas hidrográficas, los mayores recursos petroleros del
5
mundo y un gran porcentaje de la población mundial, en su mayoría jóvenes. Garantizar el
control y acceso a dichos recursos ha sido siempre un objetivo implícito de la superpotencia.
Hoy más que nunca, y a pesar de los discursos que imparte el presidente, enalteciendo al
multilateralismo y a la hermandad de Occidente con los pueblos musulmanes, Estados Unidos
mantiene una presencia fuerte en la región. Y esto es así porque «[…] el interés en el Medio
Oriente constituye un elemento de carácter estratégico para el stablishment norteamericano;
más allá de quien ocupe la silla presidencial, con la administración de Barack Obama se han
mantenido los resortes para asegurar el acceso y control a los [recursos] energéticos del área»
(Brooks Beltrán 2010: 75). En este sentido, la retórica antiterrorista estadounidense de los
últimos 10 años ha resultado funcional a los objetivos de perpetuar la presencia en la región.
El siguiente trabajo se encuentra estructurado en tres partes principales. En primer lugar,
se pretende abordar la problemática del terrorismo, el surgimiento del grupo Al Qaeda y la
política exterior norteamericana, a grandes rasgos, los cuales tuvieron lugar entre los años
1980 y 2003. En segundo lugar, se busca mostrar las diferencias discursivas entre las
administraciones de George W. Bush y Barack Obama en torno a las diferencias teóricas que
subyacen a sus discursos y en relación a la retórica del terrorismo y las invasiones a Afganistán
(2001) y a Irak (2003). Por último, el trabajo pretende justificar cómo el terrorismo ha sido y
continúa siendo funcional a los intereses políticos y económicos en la región de Medio Oriente
Ampliado, como un área geopolíticamente estratégica debido a su ubicación y a sus recursos
energéticos. Para ello, este trabajo pretende analizar la contradicción entre el discurso, por un
lado, y las actuaciones e intereses, por el otro, de la política exterior norteamericana en el
marco de la lucha contra el terrorismo en los últimos diez años en la región de Medio Oriente
Ampliado.
La política exterior norteamericana y el fenómeno del terrorismo
El terrorismo constituye un fenómeno complejo que ha adquirido gran relevancia en el
plano político internacional a lo largo de las últimas décadas. Su conceptualización ha ido
variando en función del momento histórico en el que se ha manifestado. Hacia finales de la
década de los 90’ el escenario del terrorismo se encontraba limitado a producir ataques hacia
su entorno local con objetivos concretos y delimitados, adquiriendo una configuración
diferente a raíz de los atentados a las Torres Gemelas en 2001. En primer lugar, por su
impronta trasnacional, que desdibuja las fronteras de los Estados y las traspasa, con el objetivo
de intimidar y desafiar a las autoridades gubernamentales. En segundo lugar, debido a las
6
características distintivas que asume, entre ellas su estructura descentralizada, la violencia
indiscriminada frente a víctimas civiles y el uso de los medios masivos de comunicación para
expandirse y reclutar nuevos adeptos. Fernando Reinares define al terrorismo internacional
como aquel que «se practica con la deliberada intención de afectar la estructura y distribución
del poder en regiones enteras del planeta o incluso a escala misma de la sociedad mundial
[…]» (Reinares 2005:2) caracterizado a su vez por ser impredecible, atacar blancos que sean
simbólicamente relevantes y por la instauración del miedo e inseguridad a través del impacto
psicosocial que genera en grandes masas poblacionales (Reinares 2005).
A pesar de los numerosos intentos de la Comunidad Internacional por predecir y evitar
atentados terroristas a través de los servicios de inteligencia, los grupos terroristas han
conseguido sortear los sistemas de seguridad nacionales, logrando varios de sus cometidos. Es
así como en la última década el terrorismo y la lógica del terror han aparecido como un punto
primordial en la agenda política internacional, dotando al contexto geopolítico de un nuevo
matiz en la configuración de la política exterior de los Estados, principalmente en la de los
Estados Unidos. En este sentido, es necesario pensar y analizar la configuración del actual
tablero mundial teniendo en cuenta el fenómeno del terrorismo, los factores
desestabilizadores de poder que implica, como así también los discursos y los intereses
políticos y económicos que se tejen en torno al mismo.
El terrorismo internacional tuvo sus primeras manifestaciones durante la época de la
Guerra Fría, periodo caracterizado por el enfrentamiento ideológico de las dos superpotencias
por la expansión de su modelo político, económico y social en el concierto internacional. Para
los Estados Unidos, el comunismo soviético se convirtió en el enemigo que había que contener
y disuadir en su lucha por la hegemonía. En este contexto, el apoyo norteamericano en la lucha
de las fuerzas Mujahideen contra la ocupación soviética en Afganistán constituye una pieza
clave para comprender lo que sucedió posteriormente en la pos guerra fría. La insurgencia
anticomunista que surge tras la “Revolución de abril” de 1978 en Kabul, la cual pretendía
«imponer un programa secular, colectivista, centralizador y modernizador para Afganistán»
(Forigua-Rojas 2010:195), provoca que el 25 de diciembre de 1979 tropas soviéticas ingresaran
en territorio afgano a fin de mantener la revolución comunista y no perder un aliado
estratégico en la región. La resistencia estuvo conformada por las fuerzas Mujahideen3 que,
con la colaboración de tribus iraquíes y grupos árabes, comenzaron a fortalecerse con el
3
Es decir aquel combatiente por el Islam. «Mujahideen designa a aquel que hace la Yihad» (Forigua-Rojas, 2010:
216)
7
propósito inicial de expulsar a los invasores soviéticos. Las fuerzas árabes tuvieron un rol
fundamental como soporte militar y económico de la resistencia, debido a que Osama Bin
Laden, un joven multimillonario de origen saudí, se convirtió en uno de los principales
proveedores de fondos, a la vez que se encargó de reclutar hombres para la yihad
anticomunista. Pakistán, Irán y China colaboraron con los Mujahideen, quienes a su vez se
vieron apoyados por los Estados Unidos en el marco de la “política de la contención”4
(Forigua-Rojas 2010). La llegada de Gorbachov al poder en la URSS representó un viraje en la
política exterior rusa, ya que se propuso retirar progresivamente las tropas soviéticas de
Afganistán y ponerle fin al conflicto. Para ello se reemplazó la máxima autoridad del gobierno
afgano, Babrak Kermal, quien no veía como algo positivo la retirada soviética del frente
comunista, por Mohammed Nadjibullah. Éste intentó restablecer la importancia del Islam y los
lazos con los diferentes líderes religiosos y tribales de la sociedad a fin de darle un punto final a
la inestabilidad interna, lo cual se concreta finalmente entre 1988 y 1989, cuando las tropas
soviéticas logran retirarse poniendo fin a 10 años de conflicto interno (Forigua-Rojas 2010).
En este marco se encuentran los orígenes del grupo terrorista Al Qaeda (“la base”) de
ideología fundamentalista islámica, que fue creado y liderado por Bin Laden en 1988. Este
grupo está inspirado en la doctrina neosalafista, basada en una lectura rigurosa e intemporal
de los Hadices y del Corán, siendo su objetivo último la «restauración de un califato que se
extienda desde el extremo occidental de la cuenca mediterránea hasta los confines del sudeste
asiático y facilite que su credo religioso domine sobre la tierra» (Reinares 2005:5). Al Qaeda
jugará un rol muy importante durante las décadas posteriores, convirtiéndose en el enemigo
principal de los Estados Unidos, luego del colapso de la URSS.
El fin de la Guerra Fría y el desmembramiento del coloso comunista en 1991 produjeron
cambios significativos en la configuración internacional del poder, en el cual se pasó de un
sistema bipolar a un sistema unipolar, quedando Estados Unidos como la única potencia
política, tecnológica y económica bajo el nuevo modelo neoliberal. La primera manifestación
de la supremacía militar norteamericana en el contexto inmediato de la pos guerra fría se
produjo en la Guerra del Golfo Pérsico, también llamada “Tormenta del Desierto”, en
respuesta a la invasión iraquí a Kuwait, durante el gobierno de Saddam Hussein en agosto de
1990. Las Naciones Unidas condenaron la invasión a través de las Resoluciones 660 y 6615 de
agosto de 1990, autorizando luego una coalición liderada por Estados Unidos para frenar la
4 La Política de la Contención durante la Guerra Fría tenía como objetivo frenar la expansión de la ideología soviética
en los ámbitos político, económico y social 5 Para más información ver las Resoluciones 660, 661, 665, 670 (1990) y 686 (1991) de la Asamblea General de
Naciones Unidas.
8
anexión del territorio de Kuwait por parte de Irak. Finalmente, la expulsión del ejército iraquí
de Kuwait en 1991 le permitió a los Estados Unidos crear una nueva estrategia de “contención
dual” con el objetivo de «aislar simultáneamente a los dos países [Irak e Irán] que mayor
resistencia ofrecían a la presencia norteamericana en el Medio Oriente, y de mayor
enfrentamiento [...] con el principal aliado estratégico de los Estados Unidos, el Estado de
Israel» (Brieger 2005:40).
En efecto, Estados Unidos pretendió mantener una presencia más fuerte en la región,
estableciendo tropas en Arabia Saudita ante un “posible ataque iraquí” hacia el régimen saudí.
Cuando Bin Laden regresa a su país natal, encuentra a la monarquía saudí colaborando con los
Estados Unidos en la Guerra del Golfo. Este hecho, sumado al asentamiento de las tropas
norteamericanas en territorio saudí, para proteger el territorio y los lugares sagrados del
“Islam”, provocó el rechazo del líder de Al Qaeda, quien fue arrestado en su domicilio por
decisión del gobierno. Sin embargo, Bin Laden logra escapar a Sudán, donde un régimen
fundamentalista islámico acababa de tomar el poder (Klebnikov 2001). El sentimiento
antiimperialista y antisemita se iba profundizando a la luz de diferentes hechos en los que
Estados Unidos y el pueblo judío intervenían. En una entrevista6, Bin Laden expresó que «la
evidencia muestra que América e Israel matan a los hombres más débiles, a las mujeres, y a los
niños en el mundo musulmán y en todos lados [...] esto se puede ver en la reciente masacre de
Qana en el Líbano, y la muerte de más de 600 mil niños iraquíes por la falta de alimentos y
medicinas por el boicot y las sanciones contra el pueblo musulmán iraquí» (Brieger 2005:43). A
su vez, la cuestión de Palestina y el asentamiento judío en su territorio constituyó otro factor
de conflicto en la región. Muhammad Sa´id R. Al Buti, profesor de la Universidad de Damasco
escribe que «Palestina, en términos de la ley islámica, es del ámbito islámico, no importa cómo
los judíos se hayan asentado en su suelo [...] todos los musulmanes tienen que practicar la
Yihad para recuperar Palestina» (Brieger 2005:43).
De esta manera, y tras dirigirse a Afganistán para apoyar al gobierno Talibán, Bin Laden
colaboró activamente aportando fondos y experiencia militar, a la vez que estableció dos bases
de entrenamiento, Al-Badr 1 y Al-Badr 2, para instruir a sus reclutas. Los actos terroristas
realizados por Al Qaeda durante esta década estuvieron relacionados a ataques dirigidos a
soldados y a embajadas norteamericanas. En 1993 hicieron estallar una furgoneta bomba en el
estacionamiento del World Trade Center en Nueva York, antecedente del atentado de 2001, a
su vez que colaboraron en el entrenamiento de milicias islámicas que atacaron a tropas
6 Entrevista publicada en Nida´ul Islam en Octubre - Noviembre de 1996. Disponible en www.islam.org.au
9
estadounidenses que realizaban una Misión de Paz de Naciones Unidas en Somalia. En 1995,
un operativo hizo estallar un auto bomba en Arabia Saudita que terminó con la vida de 5
estadounidenses; lo mismo sucedió al año siguiente dejando un saldo de 19 víctimas. En 1998,
Osama Bin Laden conformó una nueva organización llamada “Frente Islámico Internacional” de
la yihad en contra de judíos y cruzados, que debían ser expulsados de territorio musulmán
(Klebnikov 2001). Ese mismo año, el 7 de agosto, se produjo la explosión de coches bombas
contra la embajada de EE.UU en Dar es Salaam en Tanzania, y Nairobi en Kenia (Sandell, Suárez
2004). Todo ello se produjo en un contexto de alta hostilidad por parte de Estados Unidos, que
buscaba afianzar su presencia en la región, y por parte de Al Qaeda, que utilizaba estos
atentados como una forma de contrarrestar el avance norteamericano en dicho territorio.
Atentados del 11-S y la “guerra preventiva”
El siglo XXI inicia con un evento simbólico que marcó la historia norteamericana
provocando la destrucción de uno de los centros económicos más importantes del mundo, sin
olvidar el saldo de víctimas inocentes que murieron en él. Este hecho colocó a la problemática
del terrorismo internacional y a la región del Medio Oriente Ampliado en el centro de la
agenda de la Comunidad Internacional. Si bien Samuel Huntington considera que Estados
Unidos es la potencia preeminente en el contexto internacional, el escenario planteado “es un
extraño híbrido, un sistema uni-multipolar con una superpotencia y varias potencias
importantes” (Huntington 1999:2) en el que la superpotencia no puede afrontar la resolución
de temas de relevancia internacional unilateralmente, sino que necesita de la cooperación de
otros Estados, como Alemania, Francia y Gran Bretaña. En este sentido, para asegurar y
demostrar su hegemonía la política exterior de Estados Unidos estuvo enfocada en sanciones
económicas y en intervenciones militares, que debían ser legitimadas por un organismo
internacional, como las Naciones Unidas, y debían encontrar apoyo de fuerzas aliadas, como la
OTAN, para llevar a cabo sus propósitos (Huntington 1999).
Tras los atentados, la administración Bush se encargó de iniciar una cruzada que
respondería a la lógica de “terror con más terror”, invadiendo Afganistán primero, y luego a
Irak en su lucha contra el terrorismo. A finales del año 2002, se presentó la Iniciativa para un
Nuevo Medio Oriente Ampliado y Norte de África de carácter multilateral a través de la cual la
superpotencia, la Unión Europea y varios países árabes se comprometieron a cooperar en el
desarrollo político y económico de la región (Choucair Vizoso 2006). Para ello se formularon
algunos objetivos más específicos en vista a: « Liberalizar sus estructuras económicas para
insertar las economías locales en la lógica del mercado imperialista global. Promover fórmulas
10
políticas que rompan con las estructuras centralizadas que predominan en los sistemas
políticos de la zona ampliada. Reformar el esquema socio-cultural religioso hacia un Islam
moderado a través de la educación. […]» (Brooks Beltrán 2010:79). Esta iniciativa posibilitaría a
EE.UU «el control de un extenso corredor petrolero que concentra más del 70% de las reservas
del crudo a escala global» en una región que va desde Marruecos hasta Paquistán e incluye a
22 países (Brooks Beltrán 2005).
Las invasiones a la región de Medio Oriente Ampliado se vieron justificadas con la nueva
estrategia militar de la administración, denominada “guerra preventiva”, como la principal
acción antiterrorista, paragonando los derechos humanos, de la libertad y de la democracia,
pretendiendo «imponer a todo el planeta, su agenda moral y política, situación que promueve
a partir de una estructura compleja de promoción de ideología a través de los medios de
comunicación, la cooptación de cerebros –brain brain-, los think tanks, su cooperación
internacional o a través de la fuerza» (Carvajal Martínez 2010:5). La primera de ellas estuvo
signada por la atribución de los atentados terroristas al grupo Al Qaeda, cuya base de
operaciones se encontraba en Afganistán, y su objetivo estuvo marcado por la búsqueda del
terrorista y enemigo máximo, Osama Bin Laden. La segunda, llevada a cabo en 2003, fue
justificada por la búsqueda de armas de destrucción masiva almacenadas “secretamente” por
el gobierno de Saddam Hussein. Sin embargo, la ocupación norteamericana de Irak es
considerada como «el peor error estratégico de la administración Bush» (Zeraoui 2009:231) ya
que no se pudo demostrar la existencia del armamento nuclear y llevó al líder iraquí ante un
tribunal de Bagdad para ser juzgado y luego condenado a muerte en 2006.
Ruptura discursiva entre las administraciones Bush y Obama
Se habla de un cambio sustancial en la política exterior estadounidense con la llegada al
poder de Barack Obama en Noviembre de 2008. Sin duda alguna, representó un giro discursivo
con respecto a la anterior administración de gobierno, en especial en lo que refiere a la lucha
contra el terrorismo y la presencia en Medio Oriente Ampliado, como así también en relación a
la cooperación con otros Estados y al papel de las instituciones internacionales. Mientras que
George W. Bush partía de concepciones idealistas wilsonianas7 en una clara continuidad con la
política del presidente Bill Clinton, combinada con posturas jacksonianas8, Obama parece
tomar una postura más hamiltoniana9, realista y pragmática (Tovar Ruiz 2010). Asimismo,
7 Las diferentes corrientes de política exterior en Estados Unidos son identificadas a partir del nombre de un
personaje histórico asociado a ellas. En este caso, se hace referencia al vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson. 8 En alusión al séptimo presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson.
9 En referencia a Alexander Hamilton, el primer Secretario de Tesoro de Estados Unidos.
11
mientras Bush llevó adelante una actuación claramente unilateral en la denominada “lucha
contra el terror”, asumiendo una retórica inflexible y poco dispuesta a la negociación, Obama
es percibido como un presidente que reconoce que el accionar solitario de Estados Unidos no
es suficiente para combatir a las agrupaciones terroristas y estabilizar la región de Medio
Oriente Ampliado. En sus discursos se muestra más abierto a la cooperación multilateral y a
permitir que las Organizaciones Internacionales tengan un rol más preponderante, instando a
actuar en el marco de las mismas.
Contrario a lo que muchos pensarían, la retórica de George W. Bush no se inscribió en una
corriente realista, vinculada a la búsqueda de los intereses nacionales por encima de otras
cuestiones en la esfera internacional, sino que más bien siguió la línea marcada por la
administración Clinton, alejándose del realismo que había prevalecido durante la Guerra Fría y
de la combinación de elementos hamiltonianos y wilsonianos asociados a Bush padre. Clinton
puede ser ubicado en la tradición idealista wilsoniana, la cual se caracteriza por su fe, en
primer lugar, en la democracia como elemento revolucionario capaz de solucionar los
problemas del mundo; y, en segundo lugar, en las instituciones y normas internacionales para
condicionar el comportamiento de los Estados hacia la paz o hacia la guerra (Tovar Ruiz 2010).
La idea central es que las democracias son confiables, en el sentido de que son pacíficas, por lo
que no se declaran la guerra entre ellas. Los idealistas wilsonianos entienden que la estrategia
norteamericana debe promover la democracia, y los valores asociados a ella, en todo el
mundo. En el análisis que hacen de la realidad internacional, no sólo importan las acciones de
los Estados y actores internacionales, sino también qué regímenes políticos guían esas
acciones.
Luego de los atentados del 11 de Septiembre, y con el terrorismo como el principal
enemigo de los Estados Unidos, Bush hijo añadió elementos jacksonianos a su postura idealista
“aún más mesiánica y exacerbada” (Tovar Ruiz 2010:4). Éstos comprenden una noción
específica de guerra: la misma debe pelearse con todas las fuerzas existentes, sin límites y con
el objetivo de vencer la voluntad del oponente y conseguir su rendición incondicional (Mead
2000). En efecto, se hizo énfasis en el uso independiente del poder y de la fuerza para
combatir a las agrupaciones terroristas. En este marco, el ex mandatario utilizó dicotomías y
expresiones categóricas, tales como “eje del mal” o «[…] perseguiremos a las naciones que
proporcionen ayuda o refugio al terrorismo. Todas las naciones en todas las regiones deben
tomar ahora una decisión: o están con nosotros o están con los terroristas» (Bush 2001).
12
La expresión más acabada de la postura de Bush puede encontrarse en la Estrategia de
Seguridad Nacional que presentó el mandatario en Septiembre de 2002, en la que claramente
expresa su famosa doctrina de la “guerra preventiva”. Este importante cambio en la política de
la superpotencia implicaba la determinación de combatir, con fuerza letal, a las amenazas que
se erigieran en contra de Estados Unidos o de su población antes de que éstas pudieran
materializarse de forma concreta. «Nuestro objetivo inmediato será atacar a las
organizaciones terroristas [...] y defender a los Estados Unidos, al pueblo estadounidense y a
nuestros intereses dentro y fuera del país, mediante la identificación y destrucción de la
amenaza antes que llegue a nuestras fronteras» (Bush 2002: 6). Lo estipulado en dicha
doctrina se concretó con la invasión a Irak en 2003, a través de la cual el mandatario
norteamericano claramente explicitaba que su país haría lo que creía que era necesario para
su seguridad y el orden mundial; y que si bien prefería actuar con la bendición de la comunidad
internacional, de ser necesario lo haría en su ausencia (Gray 2007), tal como lo demuestra su
negativa rotunda a someter su accionar al marco de la Organización de Naciones Unidas.
Lo anteriormente dicho se relaciona con otro aspecto de la retórica y de la política llevada
adelante por Bush: su marcado unilateralismo y accionar hegemónico. «Si bien Estados Unidos
tratará constantemente de obtener el apoyo de la comunidad internacional, no dudaremos en
actuar solos, en caso necesario, para ejercer nuestro legítimo derecho a la defensa propia, con
medidas preventivas contra esos terroristas, a fin de impedirles causar daños a nuestro pueblo
y a nuestro país […]» (Bush 2002: 6). Tal como lo entiende Gray (2007), Estados Unidos no
había actuado realmente como superpotencia luego de la caída de la Unión Soviética sino
hasta los sucesos del 11 de Septiembre. Como consecuencia de éstos, se apresuró a
compensar el tiempo perdido al proclamarse a sí mismo como un activo líder global en una
guerra, entendida como una especie de “cruzada”, para extirpar la violencia extremista
islámica. Para ello, Bush se valió de las herramientas del “hard power”, es decir, del poder
militar y económico con el objetivo de inducir a otros a cambiar sus comportamientos (Nye
2002; 2008).
En el caso de Barack Obama no parece haber una doctrina explícita en materia de lucha
contra el terrorismo, pero hay, no obstante, un marcado alejamiento de las posturas
discursivas de su antecesor. En este sentido, y siguiendo a Tovar Ruiz (2010), el actual
presidente de los Estados Unidos parece esgrimir una retórica que hace pensar a muchos en
una vuelta a las posiciones de la administración de Bush padre. En sus discursos aparecen
13
elementos realistas tanto hamiltonianos como jeffersonianos10. Los primeros se relacionan
con la búsqueda del interés nacional y con la formación de alianzas a nivel internacional. Éstos
hacen hincapié en los elementos comerciales del interés nacional, mientras que los segundos
se enfocan más en los aspectos democráticos, al proponerse extender los valores
estadounidenses mediante el ejemplo (y no la imposición), aunque ambos coinciden en que
Estados Unidos debe erigirse como una democracia capitalista (Mead 1996). En su discurso
inicial de toma de posesión del poder, Obama sostuvo « […] que el poder estadounidense
“crece a través de su uso prudente, nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la
fuerza de nuestro ejemplo, el temple de nuestra humildad y moderación”» (Tovar Ruiz 2010:
6). Aquí se divisan los elementos antes mencionados, como así también un importante
componente hamiltoniano: la prudencia, en el sentido de evitar involucrarse en guerras o
conflictos que no atañen directamente al interés nacional. Idea que se encuentra en directa
relación con la de predicar con el ejemplo y no imponer a los demás los valores propios.
En relación a lo anteriormente mencionado, resulta pertinente destacar la diferenciación
que hace el mandatario con respecto a las dos contiendas bélicas que durante los últimos 10
años ha mantenido Estados Unidos en la región de Medio Oriente. En la gran mayoría de sus
discursos, Obama hace referencia a la guerra en Afganistán como una guerra “necesaria”,
como una respuesta proporcional a los daños causados por los atentados del 11 de
Septiembre, en línea con la noción de “guerra justa”11, es decir, como una acción necesaria
para eliminar al terrorismo. «La guerra en Afganistán demuestra los objetivos de América [...]
Fuimos allí no por elección, sino por necesidad [...] digámoslo con claridad: Al Qaeda asesinó a
casi 3.000 personas aquel día» (Obama 2009: 4). En cambio, la invasión a Irak es
conceptualizada como una “guerra por elección” y no como una acción necesaria y preventiva
para protegerse de la amenaza terrorista. «A diferencia de Afganistán, la de Irak fue una
guerra de elección que provocó fuertes divergencias en mi país y en todo el mundo [...] los
acontecimientos de Irak han recordado a los EEUU la necesidad de utilizar la diplomacia y
construir un consenso internacional para resolver nuestros problemas siempre que sea
posible» (Obama 2009: 4). Una diferenciación que sin dudas marca una ruptura discursiva
importante con su antecesor. La misma se hace explícita en los objetivos que se plantea la
nueva Estrategia de Seguridad Nacional que presentó el presidente en Mayo de 2010: «En la
actualidad, Estados Unidos está enfocado en implementar una transición responsable para dar
10
En alusión a Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos. 11
La Guerra Justa está caracterizada principalmente por ser proclamada por una autoridad legítima, cuya justificación esté basada en una causa justa y en la que los ataques sean proporcionales a los daños sufridos (Matta, 2003).
14
termino a la guerra en Irak, tener éxito en Afganistán, y derrotar a Al Qaeda y sus afiliados
terroristas» (Obama 2010: 7)12.
En lo que refiere a ésta nueva Estrategia, pueden divisarse ciertos cambios que la
administración Obama pretende imprimir en la lucha contra el terrorismo y la defensa de la
seguridad internacional. En primer lugar, se afirma que Estados Unidos debe adaptarse a la
realidad internacional, en el sentido de que ya no es capaz de configurarla. Esto marca un
alejamiento de la postura más proactiva en materia de política exterior de Bush, en la que se
entendía que el país debía “moldear” el orden mundial fomentando la democracia, el
desarrollo y la seguridad por todo el mundo. En cambio, Obama se muestra más pragmático y
más dispuesto a compartir la responsabilidad de mantener la seguridad global junto a otros
Estados y a las instituciones internacionales. En efecto, la Estrategia parece hacer énfasis en un
accionar exterior multilateral, en la que el gobierno norteamericano se compromete a
conseguir sus intereses mediante un sistema internacional en el que todas las naciones
compartan derechos y deberes. Para ello resulta necesario reforzar y promover una actuación
más eficaz de las instituciones multilaterales (Arteaga 2010).
En segundo lugar, y en relación más directa con la lucha contra el terrorismo, pueden
detectarse ciertas modificaciones en las prioridades y preocupaciones. En la Estrategia de 2010
«el concepto de seguridad desborda el limitado marco de los problemas de la lucha contra el
terrorismo y el uso de la fuerza lejos del territorio propio para establecer un continuo de
seguridad entre lo que pasa fuera y lo que pasa dentro» (Arteaga 2010: 3). Asimismo, ya no se
habla de terrorismo global o de una lucha contra éste; el término “guerra” sólo es utilizado
para referirse a los frentes de lucha que mantiene Estados Unidos en Irak, en Afganistán-
Pakistán y contra la red Al Qaeda. El terrorismo deja de ser el enemigo principal para pasar a
ser otra, aunque grave, amenaza a la seguridad internacional. La mayor preocupación de
Obama se vincula más hacia la proliferación de las armas de destrucción masiva y al peligro
que supone que ciertos Estados o agrupaciones clandestinas se hagan con la posesión de las
mismas.
En tercer lugar, la otra gran ruptura discursiva viene de la mano del pragmatismo y
ejemplarismo que ostenta la retórica del actual presidente: se entiende que la seguridad
nacional depende de la promoción de la democracia y la libertad, pero ésta debe hacerse de
forma indirecta. Para ello, se propone una alternativa a la de actuar para cambiar los
regímenes políticos no democráticos, manteniendo un diálogo abierto con éstos, a la vez que
12
Traducción del inglés y destacados de las autoras.
15
se brinda apoyo a los activistas locales e internacionales en la materia (Arteaga 2010; Obama
2010).
Éste último punto constituye un gran cambio en si mismo. Mientras que Bush se mostraba
en una postura inflexible y renuente a negociar con aquellos a quienes consideraba como
enemigos, ya sean éstos regímenes autocráticos o agrupaciones terroristas, Barack Obama ha
dejado entrever en sus discursos que se encuentra dispuesto a abrir negociaciones para llegar
a acuerdos que resulten en el fortalecimiento de la seguridad internacional. La afirmación
«extenderemos la mano, si están dispuestos a abrir el puño» (Obama en Tovar Ruiz 2010: 6) en
su discurso inaugural da la pauta de esto, y a su vez parece seguir la línea marcada por Joseph
Nye al hablar de “inteligencia contextual”, afirmando que «en la lucha contra el terrorismo,
tenemos que usar el hard power contra los terroristas del núcleo duro, pero no podemos
esperar ganar a menos que captemos los corazones y las mentes de los moderados»13 (Nye
2008: 2). En este sentido, se entiende que la configuración de poder ya no es unipolar y que
Estados Unidos necesita recurrir a prácticas del “soft power”, tales como la diplomacia o la
asistencia al desarrollo, para poder combatir las amenazas que se le presentan. Poseer
“inteligencia contextual” significa entonces poder alinear las tácticas con los objetivos para la
creación de estrategias inteligentes en situaciones diferentes. Asimismo, lo anteriormente
mencionado se relaciona con el uso del “smart power”, es decir, la capacidad de combinar el
“hard power” de la coerción con el “soft power” de la atracción y convertirla en una estrategia
exitosa (Nye 2008). La retórica del actual presidente parece indicar que se pretende seguir esta
dirección, y es posible entreverla en sus declaraciones acerca de la estrategia en el escenario
bélico de Afganistán-Pakistán: « […] sabemos que el poder militar, por si sólo, no va a resolver
los problemas en Afganistán y Pakistán. Por ese motivo tenemos previsto invertir 1.500
millones de dólares anuales a lo largo de los próximos 5 años, para ayudar a los paquistaníes
[...] vamos a aportar más de 2.800 millones para ayudar a los afganos a desarrollar su
economía y proporcionar servicios de los que depende la población» (Obama 2009: 4).
La ruptura discursiva entre las administraciones Bush y Obama se completa con el
importante giro que el segundo le imprimió a su política hacia el mundo islámico. Mientras que
Bush parecía hacer una lectura simplista de la situación de la región, considerándola más como
un campo de batalla en donde se libraba una “lucha ideológica” (Bush 2008) e, implícitamente,
identificando al Islam con el extremismo religioso, Obama procuró buscar una conciliación con
el mundo Islámico. Entre sus declaraciones el mandatario manifestó que «América no está, ni
13
Traducción del inglés de las autoras.
16
estará jamás, en guerra con el Islam» y que «el Islam siempre ha formado parte de la historia
de América» (Obama 2009: 2). Asimismo, hizo hincapié en el conflicto Palestino-Israelí, en el
cual mostró una posición más imparcial, reconociendo que ambos pueblos tienen pretensiones
legítimas sobre la posesión del territorio en disputa, privilegiando así la solución de los dos
Estados. Además, se mostró muy crítico con la política de Bush, en especial con la guerra en
Irak, aseverando que «ninguna nación puede imponer o debe imponer a ninguna otra sistema
de gobierno alguno» (Obama 2009:7).
Continuidad del accionar norteamericano en la lucha contra el
terrorismo
No obstante la visible ruptura discursiva que se ha dado entre las administraciones de
gobierno de George W. Bush y Barack Obama en materia de política exterior, no es posible
afirmar que se haya producido un cambio en cuanto a la presencia norteamericana en la
región de Medio Oriente Ampliado. El giro retórico del actual presidente no se condice con las
acciones y, sobre todo, con los intereses que subyacen a los discursos pronunciados, los cuales
se mantienen a pesar de los cambios de administración. En este marco, la lucha contra el
terrorismo desarrollada durante los últimos diez años ha facilitado el acceso de la
superpotencia a esta área de importancia geoestratégica y geoeconómica. Los atentados del
11 de Septiembre legitimaron frente a la Comunidad Internacional la actuación de Estados
Unidos en países como Afganistán, permitiéndole imponer una presencia efectiva y
prolongada. Esto es así ya que « […] el llamar terrorista a un acto, o a una serie de actos de una
campaña terrorista, es ipso facto condenarlos como moralmente malos» (George 1997: 67). El
hecho de considerar a un Estado o a una agrupación como terrorista supone la posibilidad de
actuar mediante todos los medios necesarios para responder frente a la amenaza. La
criminalización de los actos terroristas otorga a los Estados la posibilidad de inmiscuirse en los
asuntos internos de terceros y arrogarse el poder de castigar las ofensas sin salirse del marco
de las normas internacionales, alegando a su favor el derecho de legítima defensa.
A pesar de las numerosas diferencias mencionadas, las Estrategias de Seguridad Nacional
de 2002 y 2010 poseen ciertos elementos en común, por lo que se considera a la última como
una estrategia de transición y no de cambio, permitiéndonos hablar de una cierta continuidad
en las políticas de defensa y seguridad (Arteaga 2010). El aspecto principal de la misma se ve
en la referencia que se hace al uso de las actuaciones unilaterales cuando no es posible
alcanzar los intereses actuando junto a otros Estados o instituciones internacionales, un patrón
de comportamiento que siempre ha estado presente en las distintas administraciones de
17
gobierno estadounidenses en materia de seguridad internacional. La Estrategia de Seguridad
Nacional de Obama « […] mantiene abierto el recurso unilateral de la fuerza si es necesario
para defender la nación o sus intereses. Añade cautelas de legitimación internacional,
valoración y de último recurso pero la estrategia permite emplear la fuerza en todo el ámbito
del espectro y decidir a su presidente cuándo es necesario hacerlo» (Arteaga 2010: 4).
En este sentido, la predicada vuelta al multilateralismo no constituye un fin en si misma,
sino una manera para alcanzar los fines de la superpotencia. Es en este marco en el que se
puede interpretar el objetivo principal de la Estrategia de 2010. Aunque se reconoce que
Estados Unidos ya no posee la capacidad de configurar la realidad internacional y de que ya no
dispone de todos los recursos como lo hacía en el pasado, la misma se centra « […] en renovar
el liderazgo estadounidense para avanzar de manera más efectiva nuestros intereses en el
Siglo XXI. Vamos a hacerlo basándonos en las fuentes de nuestra fortaleza en casa, a la vez que
configurando un orden internacional que pueda enfrentar los desafíos de nuestro tiempo»
(Obama 2010: 1)14.
La continuidad también se vio en la insistencia y énfasis que se hizo en buscar a Bin Laden
y “derrotar a Al Qaeda”, identificados como los principales símbolos de lo que hoy en día
constituye la amenaza del terrorismo. Si bien ya no se habló de “terrorismo global”, la
administración Obama se planteó objetivos concretos en esta lucha: «Vamos a desbaratar,
desmantelar y derrotar a Al Qaeda y sus afiliados mediante una estrategia global que les niega
refugio seguro […]» (Obama 2010: 19)15. En este sentido, se decidió aumentar la presencia en
Afganistán y trasladar la contienda bélica hacia la frontera con Pakistán, creándose así un
nuevo escenario para la lucha contra el terrorismo: Af-Pak, en el que se intentó desarrollar un
enfoque multidimensional de la guerra. El mismo incluyó el aumento de tropas presentes en la
zona, mayores recursos para fomentar el desarrollo económico, social y de gobernanza, y la
utilización de la diplomacia regional. El uso del “hard power” siguió siendo, no obstante, el
camino más transitado: además del envío de un refuerzo de 30.000 soldados norteamericanos
y de 10.000 de la OTAN, se continuó con los “ataques quirúrgicos” en la frontera de los dos
países a través del uso de aviones no tripulados (los llamados “drones”), ataques que dejaron
un gran saldo de víctimas civiles. Actualmente, “hay 101.000 tropas de EE UU en esta guerra y
se espera que 33.000 estén de regreso en un año. El plazo final para marcharse […] vence en
2014. Esa decisión no es muy popular entre las tropas. Estos hombres no lo dicen
14
Traducción del inglés de las autoras 15
Traducción del inglés de las autoras
18
abiertamente, pero consideran que el trabajo que queda por hacer aquí puede durar muchos
años más” (Alandete 2011).
Asimismo, las preocupaciones referidas al terrorismo y a la proliferación de armas de
destrucción masiva siguen apuntando hacia Irán. Aunque Obama se ha mostrado más
dispuesto a abrir canales de negociación e introducir la diplomacia en la geopolítica de la
región para hacer que el Estado persa desista de continuar con su plan de desarrollar energía
nuclear, sigue imputando a dicho país de brindar apoyo al terrorismo (Obama 2010). Las
continuidades de la política exterior hacia la lucha contra el terrorismo continúan si tenemos
en cuenta, además, la promesa fallida de cerrar la prisión de Guantánamo. Según Amnistía
Internacional (2011), a lo largo de los últimos nueve años, ha habido casi 800 detenidos en
Guantánamo, la gran mayoría sin cargos ni juicio. Se afirma que hasta el 11 de enero de
2011 había aún 172 detenidos. «Obama pretende que sus aliados europeos se hagan cargo de
albergar y vigilar a algunas decenas de ellos, sobre los que no pesan cargos; que otros sean
devueltos a sus países de origen y que la media docena contra los cuales hasta ahora se han
presentado cargos, sean juzgados en territorio estadounidense, aunque no por tribunales
federales sino por tribunales militares» (Montoya 2010: 27).
En definitiva, lo que se interpone en el camino de una disminución de la intervención
norteamericana en la región no es solamente el objetivo de triunfar en la lucha contra el
terrorismo. Ésta constituye una forma de legitimar y facilitar el acceso a Medio Oriente
Ampliado. Lo que subyace a los sucesos ocurridos en los últimos diez años es que Estados
Unidos posee intereses estratégicos en la región: allí se encuentra la mayor fuente de recursos
de hidrocarburos, y cualquier amenaza de inestabilidad que se asome en esa parte del mundo
afecta el comercio entre los países y aumenta el precio de los mismos. Estos intereses “vitales”
van más allá de cualquier intento conciliador o de cualquier iniciativa que se proponga
disminuir la presencia en la región.
Los intereses norteamericanos en Medio Oriente Ampliado
La región de Medio Oriente es una de las áreas más importantes en el mundo puesto que
cuenta con importantes recursos naturales, principalmente gas y petróleo, recursos que son
foco de disputa entre los Estados debido al crecimiento exponencial de su consumo a nivel
global. En cuanto a los recursos energéticos, cuenta con importantes reservas de crudo: Irak
posee el 11% de las reservas mundiales de petróleo, mientras que Arabia Saudí tiene acceso al
25% de las reservas de crudo ligeros y medios, e Irán el 10% restante de estas últimas (Álvarez
19
2003). En este sentido, el acceso al Mar Caspio es clave por sus reservas de petróleo, que
equivaldrían a 5.4 billones de barriles, (Zubelzú 2007) y desde el Medio Oriente el único país
con acceso al mismo es Irán. Además, la región es importante no solo por los recursos
naturales que contiene, sino también por su ubicación estratégica. Limita al norte con el Mar
Caspio y con los países del Asia Central que lo rodean como Turkmenistán y Azerbaiyán. Al
norte de Siria y de Irak limita con Turquía, al oeste con el continente africano y al este de Irán
con Afganistán y Pakistán. Por lo tanto Medio Oriente es el punto de convergencia del Asia
Central, Asia Meridional, África y Europa.
De esta manera, el Medio Oriente constituye la región más interesante desde un punto de
vista geopolítico, y es donde países como Estados Unidos pretenden ejercer su influencia para
desde allí garantizar su acceso a los recursos naturales y el paso asegurado a las regiones
colindantes. Un informe oficial del ex Vicepresidente de los Estados Unidos Dick Cheney
planteó el problema de los Estados Unidos para su producción insuficiente de energía y su
vulnerabilidad en el autoabastecimiento de petróleo: «Estados Unidos deberá importar en
2020 casi el 45% de la energía total que consume» (Álvarez 2003: 25-26). Esta situación fue
considerada como un asunto de seguridad nacional que debía ser solucionado con urgencia,
por lo que no se dudaría en utilizar todos los medios al alcance para lograr el suministro de
estos recursos. En este sentido, «Estados Unidos no puede incrementar en un 50% su consumo
de petróleo extranjero […] sin inmiscuirse en los asuntos políticos, económicos y militares de
los Estados de los cuales se espera que fluya ese petróleo. Esta injerencia puede adoptar
formas diplomáticas y financieras en la mayoría de los casos, pero a menudo también
requerirá acción militar» (Klare en Álvarez 2003:28).
Ahora bien, el propósito de obtener acceso a los recursos energéticos y a mantener una
presencia efectiva es lo que llevó a Estados Unidos a incursionar tanto en Afganistán como en
Irak a fin de controlar no solo políticamente la región, sino ejercer una mayor influencia
económica que garantice el suministro de dichos recursos. En miras a estos objetivos, los actos
terroristas y la retórica de la legítima defensa han resultado funcionales a la superpotencia
para llevar a cabo su estrategia económica. En función de ello, podría decirse que la política ha
estado al servicio de los intereses económicos subyacentes y de la estrategia que se propone
instaurar y, en este sentido, «no [se] aspira tanto a conquistar países como a ganar mercados.
El objetivo de este poder moderno no es la anexión de territorios, […] sino el control de
riquezas» (Ramonet 2002:140).
20
En el caso de Afganistán, «el posicionamiento de Estados Unidos [...] permite trazar un
diseño en torno a China y limitar su expansión. China es el único país reconocido por Estados
Unidos como potencial competidor para su hegemonía mundial» (Bloch 2007:23), debido a
que el país asiático considera primordial el establecimiento de relaciones con aquellos Estados
poseedores de petróleo y gas a fin de importar y suplir la situación de relativa insuficiencia
energética en la que se encuentra. A su vez, Afganistán es un país primordial por su ubicación
estratégica para la construcción de gasoductos y oleoductos que transporten el petróleo desde
el Mar Caspio, pasando por Turkmenistán, hacia la India. La presencia en este país aseguraría a
los Estados Unidos ventajas competitivas para sus empresas energéticas en la concesión de los
contratos para construir la infraestructura necesaria que permita el transporte de los
hidrocarburos (Bloch 2007). Por otro lado, Afganistán es el primer productor mundial de opio y
el segundo de cannabis, por lo que la extensión del cultivo de amapola permite obtener altos
ingresos de la comercialización de ambos productos. Durante el año 2000 el Mullah Omar
proclamó la prohibición absoluta del cultivo del opio en todas las áreas que estuvieran bajo
control del gobierno talibán, el cual controlaba la mayor parte del país a excepción de la
provincia de Badakshan, la cual posee una muy fuerte tradición cultural del opio. Si bien el
control resultó sumamente efectivo16, tras la invasión norteamericana los cultivos de amapola
recuperaron los niveles anteriores al año 2000, llegando en 2003 a 80.000 hectáreas cultivadas
con un nivel de producción de 3.600 toneladas, convirtiendo la economía afgana en una narco-
economía, correspondiendo la tercera parte del PBI a la venta de opio (Thoumi 2005).
En el caso de Irak, la invasión encontró un justificativo tras la acusación de Colin Powell
acerca de que ese país escondía armas de destrucción masiva, a pesar de que nunca fueron
encontradas. Ese motivo permitió a los Estados Unidos entrar a Irak en 2003 y afirmar su
presencia militar “hasta tanto fuese posible una transición segura del poder”. No obstante, el
ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan, ha declarado en su libro
publicado en 2007 que le «entristece que sea políticamente inoportuno reconocer lo que todo
el mundo sabe: que la guerra de Irak tiene mucho que ver con el petróleo [...] el futuro de
Oriente Próximo es un factor de primer orden en cualquier pronóstico energético a largo
plazo» (Greenspan 2008:522).
Por otra parte, Irak es visto por Estados Unidos como un mercado primordial, por lo
menos en lo que atañe a dos cuestiones: el petróleo y el mercado agrícola. En cuanto al
16
Datos del UNODC estiman que en el año 2000 Afganistán poseía 82.171 hectáreas cultivadas con amapola, las cuales produjeron 3.276 toneladas de opio. Para 2001 estas cifras se vieron reducidas a 7.606 hectáreas y 185 toneladas (Thoumi 2005).
21
primero, las grandes reservas de petróleo iraquíes correspondientes a un 11% de las reservas
mundiales se han convertido en un atractivo para el gobierno estadounidense. De esta
manera, se ha logrado el control de una de las mayores reservas de hidrocarburos, lo cual
impide a otros Estados fuertes, como China e India, acceder a esas reservas libremente. A su
vez, Irak se ha transformado en un mercado importante en donde colocar los productos
agrícolas estadounidenses, por ejemplo, convirtiéndose en uno de los destinos principales de
las exportaciones de trigo duro de invierno (Grain 2009). Es importante destacar que uno de
los objetivos de la Iniciativa para un Nuevo Medio Oriente Ampliado y Norte de África
elaborada durante la administración de Bush hijo consistió en «buscar una fórmula política
para Irak que resulte atractiva para el resto de la región y de ese modo se constituya como
modelo viable para las futuras transformaciones» (Brooks Beltrán 2010:79) no sólo a nivel
económico, sino político, en cuanto se buscaba la transición hacia un modelo democrático
ejemplar a imitar por los demás Estados de la región.
La lucha contra el terrorismo ha contribuido y ha resultado funcional a los intereses
políticos y económicos norteamericanos para lograr una presencia efectiva en una región tan
codiciada como lo es el Medio Oriente Ampliado. A pesar de que los discursos de Obama se
han tornado más propensos a negociaciones con los países de la región y han moderado las
acusaciones en torno al terrorismo, no debe olvidarse la constante búsqueda de Osama Bin
Laden y su posterior ejecución. Simbólicamente ese hecho puntual demuestra que la lucha
contra el terrorismo, y en especial contra Al Qaeda, sigue en pie. Podría afirmarse que además
del objetivo de instaurar un califato sunnita mundial y establecer la Sharia como ley suprema,
Al Qaeda estaría operando a través de sus actos terroristas para frenar la expansión
hegemónica de los Estados Unidos en la región y su pretencioso control de los recursos
energéticos más importantes del mundo. En este sentido, la situación en Medio Oriente sigue
siendo inestable y la seguridad internacional sigue amenazada no solo por la red Al Qaeda, que
cada vez extiende más su poderío, sino también por la presencia de la potencia hegemónica
que amenaza continuamente la soberanía nacional de los Estados en la región.
Consideraciones Finales
Los atentados del 11 de septiembre simbolizaron no solo una nueva forma de entender al
terrorismo como amenaza emergente, sino también el inicio de una etapa de mayor actuación
hegemónica y unilateral por parte de Estados Unidos en el marco del concierto internacional.
Como resultado, el “terrorismo global” pasó a ser el principal enemigo de la superpotencia, en
reemplazo de la URSS durante la Guerra Fría, y Al Qaeda, junto a su líder Bin Laden, su
22
emblema más reconocido. Combatir esta amenaza significó para la administración de George
W. Bush el embarcarse en contiendas bélicas en países de gran importancia estratégica del
Medio Oriente Ampliado, tales como Afganistán e Irak, en el marco de lo que se conoció como
la estrategia de la “guerra preventiva”. Con la llegada de Barack Obama al poder, el discurso
norteamericano se suavizó, se planificó la retirada de los escenarios de guerra antes
mencionados y se predicó la necesidad de crear una estructura internacional de poder más
multilateral.
A pesar de esto, el objetivo de derrotar a Al Qaeda en Afganistán y capturar a Osama Bin
Laden siguió en pie. Esto hizo que se recrudeciera el panorama en dicho país y se pasara a
librar una guerra en un nuevo escenario, como lo es actualmente Af-Pak. Los recientes sucesos
que dan cuenta de la muerte de Bin Laden y de otros importantes líderes de la organización
terrorista que lideraba hacen pensar que la política exterior norteamericana en relación a la
lucha contra el terrorismo y su fuerte presencia en el Medio Oriente Ampliado puede estar
llegando a su fin.
No obstante, la contradicción entre los discursos y las acciones de la actual presidencia
muestran que la lucha contra el terrorismo va a continuar. Esto es así no solo porque Al Qaeda
aún sigue operando, sino porque los intereses que posee Estados Unidos en la región de
Medio Oriente van mucho más allá de las intenciones o propósitos que tenga una
administración de gobierno particular. El acceso a los recursos energéticos, como así también
la apertura de los mercados de los países de la región para el comercio, son de importancia
fundamental para la continuidad de la hegemonía de la superpotencia, cada vez más
amenazada por el surgimiento de otras potencias importantes. La lucha contra el terrorismo, y
su retórica, son en este contexto las principales herramientas que le permiten mantener una
presencia fuerte y prolongada en la región para hacerse de dichos recursos.
Lo que cambia, tal como lo demuestran las maniobras de Obama en Af-Pak, es la forma.
En otras palabras, la contienda utiliza ahora medios distintos para alcanzar los mismos
intereses, relacionados con los instrumentos del “soft power”. Esto es así porque, además de
buscar reactivar una imagen internacional que se fue erosionando durante la administración
de gobierno anterior, el actual presidente se ve en la necesidad de reactivar una economía que
se encuentra en plena crisis. La actual situación económica interna dificulta el continuar
efectuando grandes gastos en materia de defensa, sobre todo en enfrentamientos bélicos que
pueden contar con la desaprobación de la opinión pública.
23
La presencia norteamericana en la región, por lo tanto, carece de fecha de caducidad. Sin
embargo, se pueden erigir numerosos obstáculos. Uno de los más factibles está relacionado
con la emergencia de Turquía como una potencia regional, que en muchos casos es contraria a
los intereses occidentales, y que se encuentra extendiendo su esfera de influencia hacia los
países de Medio Oriente. Por otro lado, la República Islámica de Irán también mantiene una
presencia fuerte en la región y critica la permanencia de Estados Unidos, ya que lo considera
un actor hostil a sus propios intereses. Durante el último tiempo la administración Obama ha
denunciado el plan nuclear iraní, debido a la presunción de que intentan conseguir armas de
destrucción masiva. Esto último, podría llegar a ser un factor de desestabilización regional, por
un lado, porque podría atentar contra la seguridad del principal aliado estadounidense en la
región, Israel y, por otro lado, sea cierto o no la posesión de armas nucleares, Irán posee la
ventaja de que, ante la incertidumbre, las potencias occidentales no se involucrarían en una
intervención militar o una acción de otro tipo como la que se estuvo llevando a cabo en Libia
durante los últimos meses. Irán siempre ha constituido un objetivo primordial para la política
exterior norteamericana, y es por ello que podría considerarse un posible rodeo de la
superpotencia a este país. Esto es así ya que, teniendo en cuenta la ubicación de Irán, es
posible observar que limita, en primer lugar, con Afganistán, Irak y Pakistán, países en cuyos
territorios Estados Unidos posee importantes bases militares o, como en el caso de los dos
primeros, cuya esfera política se ve directamente influenciada por Norteamérica. En segundo
lugar la República Islámica de Irán también comparte fronteras con Kuwait, Arabia Saudita,
Armenia y Azerbaiján, países que cooperan activamente con la OTAN. Finalmente, se observa
que el escenario geopolítico actual es muy inestable no solo en relación al grupo terrorista Al
Qaeda sino también en relación a estas potencias que disputan la hegemonía norteamericana
en la región, cualquier actuación hostil en contra de Estados Unidos podría sacudir el tablero
de Medio Oriente Ampliado y cambiar las reglas de juego para la superpotencia.
24
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