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23 razones / CinWololo.Edición digital de libre circulación.Sudestada, 2020.

Editorial SudestadaSaenz 275, (CP:1832) Lomas de Zamora,

Buenos Aires, ArgentinaTel.: (54-11) 4292-1859

www.revistasudestada.com.ar

El libro que estás leyendo es una versión digital editada y distribuida por Editorial Sudestada. 

Siendo una editorial autogestiva, nuestro trabajo subsiste a partir de la venta de ejemplares impresospor lo que te pedimos que, si está dentro de tus posibilidades, nos contactes,  compres este y otros libros físicos y ayudes así a que podamos seguir editando

1

Veintitrés razones para hacerme mar encontré en tus brazos. Veintitrés maneras de tocarme el alma, de andar con los pies descalzos sin pisar vidrios rotos en el alma. De sonreír sin pagar después

el precio de los sueños cumplidos. Veintitrés maneras de sentirte conmigo, aunque estés lejos, pero cerca. De preparar la mesa para el mate. De acomodar la almohada para escucharte cantar,

mientras me duermo. Veintitrés maneras de decir te amo,

a risas,

miradas y besos. Tres veces veintitrés días sin verte. Tres veces veintitrés noches de espera. Y en cada una de ellas, vos y yo, buscando veintitrés maneras, de volver a vernos.

2

Me despierto buscando que amanezca. Que la gente que amo esté segura y amada. Y que la que no conozco, también. Me despierto buscando que todo haya pasado de una buena vez. Me despierto buscándote al lado mío. Y aunque estés a kilómetros de distancia sea la hora que sea, me decís: acá estoy, yo te juro que vamos a estar bien. Nunca nadie estuvo tan cerca como vos, aunque ahora no pueda tocarte. Nunca nadie estuvo tan cerca como vos, que desde allá, cada vez que tengo miedo, me pintás los girasoles de Van Gogh en la espalda. Entonces cierro los ojos y otra vez, me duermo.

3

Amá la soledad, abrazala, escuchate, hacete nido. Y quizá un día de estos en un momento perfecto te cruces con otra soledad, que quiere compartir un ratito de su vida, pero sin perderse. Así como vos, que no te querés perder nunca más con nadie.

4

Seguís llenando mis rincones de razones para despertar. Seguís bailando conmigo bajo la lluvia y bajo las sábanas como si nadie nos viera, lo cual es cierto.

5

Llovés en mí, no como la lluvia que da frío

y te hace correr para llegar a casa. Llovés en mí haciendo charquitos

para salir a saltarlos juntos, para seguir jugando.

6

A veces, de noche, ocurre un Big Bang. Somos parte de él destruimos lo viejo amamos, creamos y nos despertamos en un nuevo planeta. Con un sol gigante. Sí. Aunque sea domingo.

7

Cuando tengo miedo, Él me dibuja girasoles en la espalda, y nada puede contra eso. Cuando él tiene miedo, yo voy y le digo al sol que no joda, que no puede jamás competir con su manera de iluminarme la vida.

8

A veces cerrás las ventanas y la luz queda por dentro. Otras veces, todo está oscuro y el pecho es un hormiguero recién pisado. A veces, todo es insomnio aun cuando estás durmiendo.

9

–Nos vemos en otra vida. Me dijiste. –¿Y cómo te reconozco? –Te voy a sonreír con eso basta.

10

Y cuando ella baila hasta la noche más oscura se llena de colores, y los ríos le siguen los pies como las mariposas cuando se siguen entre ellas en otoño. Cuando ella baila los pajaritos de papel que cuelgan de las ventanas de los niños vuelan y hacen guirnaldas en aire. Cuando ella baila, ríe con los pies y hace piruetas con la mirada. Cuenta la leyenda que alguien la estuvo buscando desde otras vidas y que, al verla, bastaron sólo tres segundos para reconocer la magia de todas sus canciones. Y cuando digo canciones hablo de las del alma, de esas que no escucha cualquiera, de esas que estremecen hasta a las piedras. Por ahí ella no lo sabe, o no se da cuenta, pero cuando baila

ama, sueña, vuela. Y todas las estrellas fugaces se quedan quietas para seguir mirándola.

11

Cerrá los ojos un rato. Pensá a qué abrazo quisieras volver. Recordá lo hermoso que se sintió el mundo ahí. Sentí el olor del viento, del sol, de la piel. Sentí la magia de conectar. Cerrá los ojos un ratito más. Agradecé. Cuidate mucho, así cuando esto pase, vas a poder volver.

12

Quererme llenó los rincones de tanto sol que la primavera vino y se hizo un nido. Quererte abrió la ventana de par en par y llenó de aves mi cuarto. Los dos, en el medio de un derrumbe, nos abrazamos fuerte y salvamos a las mañanas de tanto frío.

13

Debo confesar que tu ausencia me devolvió todas esas cosas bellas que estaban escondidas por el ruido que hacían tus ganas de querer tener cerca lo que nunca supiste ni cómo acercar, ni cómo tocar sin que se rompa.

14

Vos sos el canto que acompaña mis mañanas. Sos el ave que se acurruca en mis silencios. Sos el amor que se acuesta con el mío

y hace el mar donde terminan todos los ríos. Yo ya cantaba antes por las mañanas. Yo ya aprendí a dormirme sin frío. Yo ya sé amar el silencio perfecto. Yo me sé abrazar al sol de mil abriles. Pero nene, qué hermoso es este otoño compartido. Tengo en el medio del pecho tus manos y tus besos haciendo nido.

15

Nos convertimos en jaula el día que decidimos quedarnos inmóviles frente al desamor. Cuando todo esto pase… ¿cuántos barrotes vas a romper?

16

Que miren no significa que puedan verte. El alma de las personas solo se puede ver cuando, con la mirada sincera, estremecés la puerta del otro para que se abra y así te invite a pasar. Todo lo demás, se reduce a espiar por una ventana común de vidrios sucios.

17

Qué lindo es ver el brillo de tu mirada después de ese miedo que tuve el día que me dijiste que no podías más que no te insista, que te apagabas. Amiga, hermana, compañera, qué lindo es verte volver a batir las alas, poder de nuevo, gritarle al cielo que corra las nubes que una vez más estás levantando vuelo.

18

Tengo en el pecho una silla quebrada, astillada, donde de niña me siento con la esperanza de convertirla en hamaca.

19

Sos tan hermosa flaca, que ahora entiendo bien, por qué todas las miradas antes de vos, no fueron más que pozos, de fondos negros de fondos blancos de mil resacas que ya no existen.

20

A veces hay que levantar vuelo. pero del que nadie se percata, de ese que las alas crecen para adentro. Volver. Aunque solo vos lo sepas.

21

De chiquita aprendí que cuanto más te escondés de un monstruo, más rápido te encuentra. Por eso hay que salir a su encuentro y clavarle el puñal en donde más les duele: en la carencia.

22

Ese sillón que compartimos

es una constante en el tiempo,

el ancla a lo verdadero. Como Penny, para Desmond en Lost. Y vos sos el mar en primavera. Y yo me acurruco

en todas las paradojas temporales

que siempre hablamos,

para encontrarte, una vez más. De miles.

23

A veces los párpados pesan no de sueños, no. Pesan como persianas oxidadas que se bajan y esperan que alguien las pinte quizás con una flor que susurre despacito: por favor, abrite, ya es mañana.

24

Fragilidad es una rosa sin espinas. Unos ojos que se cierran para nunca regresar. Los labios donde muere una lágrima. Fragilidad es la cuerda de una guitarra que ya tocó mil canciones. El niño que anda en bicicleta por primera vez. Fragilidad es el corazón enamorado. Y la ironía, que es tan frágil pero tan fuerte, tan dulcemente irónico como el momento exacto en el que la lluvia y el sol hacen el arcoíris.

25

Me da pena admitir que escuché las últimas palabras susurradas que mataron la última planta que ya estaba podrida intentando dar un brote que no llegaría a nada. Porque lo horrible, a veces, también germina desde la ausencia de lo que alguna vez jugó a ser flor y no pasó de ser más que puro polvo en un frasco roto.

26

Tengo ganas de dormir con vos todas las siestas juntas que no me dormí en la infancia, porque las detestaba. Tengo ganas de mirarte esos ojos casi negros hasta quedarme dormida. Todas las tardes, todas las noches, Mientras te quieras quedar.

27

A veces hay que dejar de sacarse la cascarita y dejar que cicatrice de una vez por todas.

28

A veces parece que no. Que no vuelve más esa luz que se esfumó como se apaga una vela con un soplido del viento. Nos apagamos de repente, de manera inesperada cuando alguien pega un portazo y aún teníamos cosas por decir. Y entonces parece que no, que no nos encendemos nunca más. Pero nos quedamos, firmes, cerrando los ojos, con los párpados apretados, con la sutil esperanza de que una chispa se encienda. A veces parece que no, que nunca más. Pero sí, la luz vuelve cuando nos damos cuenta que la llave de esa puerta que cerró otro son dos manos. Las propias

abriéndose al mundo y encendiendo todas las velas, para siempre.

29

Las hojas secas de otoño hacen tanto ruido y crujen, porque desean que no vean que ya están muertas. Pero se hacen trizas se vuelan no pueden volver al árbol. Y lloran en el viento.

30

Odio este tiempo que me hace extrañarte. Amo este tiempo que me enseñó lo que es sentir en el medio del pecho el deseo imparable de abrazarte de nuevo. Y querer quedarme para siempre.

31

Tengo tanto para decirte sin saber cómo, que mejor te pido que me mires a los ojos y sientas la forma en que te miro mientras tiemblo como una hojita que se está por desprender del árbol para amar libre.

32

Los ojos chinos que tenés cuando sonreís, son como el vientito del sur que se levanta a la tardecita, después de un día entero de trabajo.

33

Dejame decirte que corriste la ramita que me tapaba el sol despacio, con las yemas de los dedos, sin cortarla. Porque así sos vos no sabés ser de otra manera sabés iluminar todas las cosas sin hacerle daño a nadie.

34

Amo este silencio que me habita. Hacer ruido y batir las alas no siempre es vuelo, a veces es simplemente la herida.

35

Alguien con quien hablar de la vida, de otras vidas, de por qué no nos encontramos antes, y por qué debería ser así. Exacto. A tiempo. A tiempo de vivir. Como ese segundo en que volví a cruzarte y te reconocí. Y te miré. Y te quedaste.

36

Cuando vos sonreís todas las penas se avergüenzan del intento de existir. Todos los barcos de papel se van por los arroyitos. Todos los pibes creen que ya es navidad. Cuando vos sonreís los huequitos del costado de tu boca son tréboles de cuatro hojas, vaquitas de San Antonio y todas las luciérnagas del mundo. Cuando vos sonreís el hielo de cualquier alma se hace océano y hay flores en el desierto. Cuando vos sonreís lo roto de mi alma se emparcha como las rodillas del pantalón de una piba que se ha subido a todos los árboles para irse por las ramas y ahí tocar el cielo. Justo ahí donde vos sonreís.

37

Habitaste mis rincones húmedos. Cerraste conmigo las ventanas para que nunca más entre el frío. Encendiste el sol de noche que se había apagado en el tiempo que perdí intentando encender una vela con un fósforo viejo. Y, después, me acariciaste como lluvia que moja y que, irónicamente, también enciende el fuego.

38

Una luciérnaga en el hombro una noche de verano cuando tenés once años y te dan el primer beso. Eso sos vos.

39

Si podés estar presente en este momento, cerrar los ojos, sin pensar en mañana, solo ahora, y sonreír. Ya está todo lo que necesitás. De verdad, no necesitas más nada.

40

¿Alguna vez escuchaste al corazón crujir como una rama que no resistió el viento? Como una grulla de papel de origami que se parte en dos y se vuela, pero rota. Como la sonrisa de un pibe que se retira luego de descubrir que las palabras de un amigo pueden herir hasta al dragón más temeroso. ¿Alguna vez escuchaste al corazón quebrarse como un vidrio al que le tiraron una piedra? Como una taza de té que cae al piso y que nunca se pudieron tomar. Como la respiración entrecortada de quien vio un fantasma. Un fantasma propio. Lo escuché.

Claro que lo escuché.

A veces pienso, que el corazón cruje para avisarnos, que se está secando de nuevo, que cuando la rama se rompe, tenemos que volar y salir a buscar la primavera aunque sea pleno invierno. Porque donde no se respira amor, se muere. Porque donde no se respira libertad, las alas se queman.

41

El corazón, ese océano embravecido lleno de “cosas” que vienen se rompen se hacen espuma y se van. Nosotros la orilla donde todo viene morir para nacer de nuevo. Los pies en la arena, el sol, la calma.

42

El amor son tus brazos en la distancia haciendo de mi cama un puñado de estrellas, y de mi cuerpo la luna.

43

Me tirás con los cascotes de tu propio derrumbe. Yo, hago más alta mi fortaleza. Y vos, te quedás sin altar.

44

Me tocás el alma con tu risa, yo no sé, te juro, no sé cómo hacés pero lo iluminás todo. Sos la canción que suena en un fogón cuando el cielo está estrellado. Yo no sé, te juro, no sé cómo hacés pero calmás al mar y lo hacés lago. y me meto, me mojo, floto. Me tocás el alma con las manos, Sos la caricia que le hacen las hojas al otoño. Sos el azul de mi cielo en primavera. Sos los acordes que aprendiste para mí. Sos el pasto recién cortado, donde me acuesto, cierro los ojos, y viajo. Sin siquiera dar un solo paso. Viajo.

45

Hoy es tan domingo y ayer y hace tres días y mañana. No le tengo miedo a los domingos, le tengo miedo al desamor, al propio. Ese que alguna vez amaga pero jamás se presenta, por vergüenza, ante tanta vida. En estos días tan domingo, tan otoño, veo caer hojas muertas que hacen ruido por la ventana. Y en mi piel, crecen las amapolas que sembraste ese domingo de enero en el último abrazo desnudo que nos dimos. Que nos dimos justo a tiempo. Y te extraño. Claro que te extraño. Como cualquier domingo de mates con mascabo.

Y, en la tele, una vez más, “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Pero, esta vez, con recuerdos. Muchos recuerdos. Pero, esta vez, sin que me quede dormida, aunque soñando. Claro que te extraño. Pero sonrío, en este miércoles tan domingo, tan lunes, tan cualquier día del futuro en el que voy a abrazarte. Abrazarte tanto. Tanto. Sonrío, en esta espera, que es esperanza. En esta esperanza que es espera. Y vos sonreís y me abrazás todas las flores porque aprendiste como yo que amar es cuidar, y cuidar, es acariciar las alas del otro para que siempre vuelen al encuentro. O para que simplemente vuelen a donde puedan amar de esta manera.

Todos los días. Todos los domingos. Todos los momentos.

46

Tu amor me da más miedo que el tren fantasma que había en mi pueblo cuando era pequeña. Tan así, de bajo presupuesto. Lamentos fingidos y caretas de cotillón.

47

No quiero que nadie me baje la luna. Qué estupidez. Es tan preciosa ahí mismo donde está. No quiero que nadie cambie por mí. Todos somos tan preciosos ahí donde somos. Qué estupidez que alguien quiera amoldarnos. Todos tenemos un lado oscuro. Y es tan hermoso. Tan, pero tan hermoso, que nadie lo ve. O casi nadie. Es tan hermoso. Que se hace luz, sin que se note de dónde viene.

48

Tu amor no espantó mis miedos, pero iluminó tanto los rincones donde se escondían que casi no los veo, y cuando aparecen charlamos sobre los efectos de la luz del sol y cosas de fantasmas abandonados.

49

Somos la ola que se rompe, y después se hace mar, se hace inmensidad y reflejo de la luna. Somos ese momento roto que avisa que después de eso viene todo lo que nos mueve la vida. Romperse para encontrarse y luego ser, para siempre.

50

Escribo para escupir la astilla que se me clavó en el alma todas las veces que intenté digerir parte de mi pasado. Escribo para abrazarme las veces que el amor se me sale del pecho y deja en el camino semillas para el futuro. Escribo para no olvidarme de todo lo que fui y de todo lo que jamás volveré a ser.

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