2 relato del martirio i
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Relato del Martirio del Imam Husein (Que la paz de Allah sea con él)
De la Familia del Santo Profeta y de sus Seguidores
Por: Ibrahim Husein Anger Traducido por: Alia Solé AL-THAQALAIN Nº 25
En el Nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso
El Imam 'Ali - que la paz de Allah sea con él- ha contado: “Un día, entrando en la casa del Mensajero de Allah,
Que la paz de Allah sea con él y con su Familia, vi sus ojos empañados en lágrimas.
Le pregunté: -¿Qué es lo que te hace llorar, Oh Mensajero de Allah?
- El ángel Yibrail acaba de marcharse. Me ha informado que Husein será asesinado cerca del Eufrates...
- ¿Quieres sentir la tierra donde será asesinado? Tendió la mano, cogió un puñado de tierra y me la dio.
Entonces no pude contener el llanto..."
(Relatado por Ahmad Ibn Hanbal)
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PARTE I:
Los Mártires -¡Habitantes de Kufa! Ubaidullah, hijo de Ziyad, vuestro Gobernador, ha
ordenado el arresto de Muslim el hijo de Aqil, el enviado de Husein hijo de 'Ali,
que ha rehusado jurar obediencia al Califa. Quienquiera que ayude a Muslim
hijo de Aqil, de una manera u otra, será considerado como un rebelde al Califa.
Será ahorcado y descuartizado, toda su familia ejecutada, y todos sus bienes
confiscados.
¡Habitantes de Kufa! ¡Los que hayan ayudado a Muslim en el pasado, se
arrepientan y faciliten a la guardia indicios que permitan descubrir el escondite
del rebelde; se beneficiarán de la clemencia del Gobernador Ubaidullah!
El pregonero público se alejó, para ir a comunicar su mensaje a otro lugar de la
ciudad. El Adhan que llamaba a la oración del Magreb sucedió a la proclamación.
Muslim se puso en pie, y levantó los brazos para Takbir que precede a la oración.
Cuando terminó la oración, se volvió. La mezquita estaba vacía. Un hombre, sólo
uno, Hani hijo de Orwah, que albergaba a Muslim, había rezado detrás de él.
Todos los demás se habían eclipsado, uno tras otro...
Los dos hombres intercambiaron algunas palabras. Hani salió de la Mezquita para
llevar a un lugar seguro a los dos jóvenes hijos de Muslim, antes de intentar
abandonar Kufa para avisar lo antes posible al Imam Husein. Pero apenas había
entrado en su casa, ésta fue cercada por los hombres de Ubaidullah. Hani se
defendió con coraje, pero no tardó en caer debido a la diferencia en número. Fue
encadenado, y arrastrado hasta el palacio del Gobernador. Desde que la noticia de
su arresto se conoció, los guerreros de la tribu de los Mazij, de la cual Hani era el
jefe, rodearon el palacio, exigiendo su liberación. Ubaidullah habló con astucia y
les prometió que sería “bien tratado” y que no tenían por qué inquietarse.
Durante este tiempo Muslim había abandonado la Mezquita. Erraba al azar por las
calles de Kufa, sin saber dónde esconderse para pasar la noche. Se paró cerca de
una casa, y se sentó para descansar un poco. La puerta de la casa se abrió, y una
anciana apareció por la puerta.
-¿Qué quieres extranjero? ¿Qué buscas por aquí a estas horas?
-¡Tengo sed! ¿Puede ofrecerme un poco de agua?
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La anciana entró en la casa. Después, volvió a salir con un cuenco lleno de agua
que ofreció a Muslim. Este le dio las gracias, bebió y se quedó sentado.
-¿Por qué no te levantas? ¿Por qué no te vas? ¿Quién eres?
- No sé dónde ir. Soy extranjero... Vengo de la ciudad del Enviado de Allah.
Estoy aquí desde hace varias semanas a causa de la invitación de los habitantes
de Kufa. Eran varios millares los que me aclamaban cuando llegué. Hoy, ni uno
acepta que yo entre en su casa...
-¡Tú eres Muslim! ¡Tú eres el que buscan los guardias! ¡Entra rápido en mi casa!
-¡Qué Allah te bendiga, madre! Pero no puedo aceptar tu oferta, correrías un
riesgo demasiado grande.
-¡Entra, te digo! ¡Tú eres el enviado de Husein! ¡Tú eres el primo y el hombre de
confianza de mi Imam! ¡Cómo podría presentarme ante Fátima la
Resplandeciente, el Día del Juicio, cuando me diga: "Tawah, el enviado de mi
Husein ha venido hacia ti, perseguido por la guardia de Yazid, sin amigos, sin
defensor, y tú lo has rechazado..." ¡Entra a esconderte en mi casa, hijo mío!
Muslim entró. Se escondió en un rincón de la casa. Como si presintiera que esa
noche fuese su última noche, decidió velar en oración.
Cuando el hijo de Tawah entró en la casa, la anciana señora no supo esconder que
ella había ofrecido asilo al hombre que todos los guardias del Califa buscaban.
Apaciguando la desconfianza de su madre con una mentira, el traidor encontró un
pretexto para salir en plena noche. Se dirigió rápidamente hacia el palacio de
Ubaidullah. Cuando volvió a su casa, sesenta hombres armados hasta los dientes le
acompañaban. Muslim oyó el paso de los caballos. Comprendió lo que pasaba. Se
levantó de un salto, espada en mano, y se precipitó hacia la puerta. Tawah también
los había escuchado y comprendió que su hijo les había traicionado. Suplicó a
Muslim que no dudase de ella, y él le aseguró que estaba seguro de su sinceridad.
Muslim saltó a una callejuela. Se encontró frente a frente con los hombres de
Ubaidullah. Durante varias horas se batió contra quienes le cercaban para
arrestarlo. Estos, incapaces de vencerle, lo hirieron desde lejos con flechas, piedras
y objetos en llamas. Después le obligaron a replegarse hacia un sitio donde habían
puesto una trampa en el suelo. Así pudieron apoderarse de él.
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Muslim fue conducido al palacio del Gobernador. Ubaidullah ordenó que se le
degollase. Después el cuerpo del primer Mártir del Levantamiento del Imam
Husein fue arrojado desde lo alto de las murallas del palacio.
Hani fue conducido al mercado de las ovejas de Kufa, para ser él también
decapitado. Llamó a los miembros de su tribu:
¡A mí los Mazij! ¡Soy Hani hijo de Urwah vuestro jefe! ¿No hay ningún Mazij
para venir a defenderme hoy?
Pero el clima de terror que Ubaidullah hacía reinar desde varios días empezaba a
producir sus efectos. Corría el rumor que el ejército de Damasco estaba a las
puertas de la ciudad. Cien mil hombres llamados como refuerzo... Ni un solo Mazij
vino en auxilio de su jefe. La cabeza de Hani fue también cortada
Los cuerpos de los dos Mártires fueron atados con cadenas a unos caballos en las
calles de Kufa para provocar y para cundir el pánico entre la población. Sus
cabezas fueron enviadas a Damasco, como presente, a Yazid, el Califa Omeya.
Antes de la llegada a Kufa de Ubaidullah, el Gobernador nombrado por Yazid, y
de sus tropas, Muslim había escrito al Imam Husein para informarle del desarrollo
de la misión que se le había encomendado. Los habitantes de Kufa, y otras
ciudades de Irak, habían enviado cartas y delegaciones al Imam Husein:
"¡Te esperamos Oh hijo del Enviado de Allah!"
"¡No queremos otro Califa!”
"¡Ven, ponte a la cabeza de nuestros ejércitos! ¡Ven!"
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"¡No nos abandones!"
Pero había que ser prudente. La gente de Irak había ya traicionado al Imam 'Ali y
al Imam Hasan. Muslim debía apreciar el grado de sinceridad de sus mensajes, y
organizar la llegada a Kufa del Imam. La situación le había parecido propicia para
un levantamiento, y había informado a su primo, el Imam Husein.
Cuando recibió la carta de Muslim, el Imam Husein había decidido partir sin
esperar más. Tenía total confianza en su primo. Temía por otra parte que Yazid
hijo de Muawiyah, el Califa omeya lo asesinase en La Meca. Y no quería que la
Ciudad Santa, en donde está prohibido incluso matar un insecto, fuese profanada
con su propia sangre.
Partió del recinto Sagrado el 8 del mes de Zul-Hijja del año 60 de la Hégira, la
víspera del Día de Arafat. Si alguien se extrañaba que no esperase al término del
Peregrinaje, contestaba que se iba a ofrecer a sí mismo en Sacrificio en Irak.
En el camino, se encontró con peregrinos que le daban algunas informaciones:
-¡Los corazones de la gente están contigo, pero sus espadas más bien están al
lado de los Omeyas! ... ¡De todas maneras, es cosa del Cielo que se decida el
destino, y Dios hace lo que EL quiere!
A medida que avanzaba hacia Irak, el cortejo que acompañaba al Imam Husein
aumentaba.
Envió un mensajero a Kufa. Capturado, se le ordenó, a cambio de salvar su vida,
subir al púlpito de la Mezquita e injuriar al nieto del Profeta. Pero en lugar de esto,
el valiente compañero del Imam llamó a la gente a sublevarse contra Ubaidullah y
su jefe Yazid. Fue arrojado vivo desde lo alto de los muros del palacio.
Un segundo mensajero del Imam Husein corrió la misma suerte.
Noticias sobre la situación real llegaron por fin al Imam Husein. Ordenó hacer un
alto y se dirigió a aquellos que le acompañaban:
- Nuestros partidarios nos han abandonado. Aquellos que quieran marcharse,
pueden volver a su casa. No tienen obligación hacia nosotros.
Todos aquellos que se habían juntado al cortejo durante el camino se dispersaron.
Solamente se quedaron con el Imam Husein sus próximos y los Shias que le
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acompañaban desde La Meca, así como las mujeres y los niños de la Familia del
Profeta.
El Imam Husein y sus compañeros remprendieron la marcha. Al poco tiempo
fueron interceptados por un primer destacamento del ejército de Yazid y obligados
a cambiar de camino.
El 2 de Muharram del año 61 de la Hégira, toparon con otro cuerpo de las tropas,
de cuatro mil hombres. Fueron obligados a pararse.
-¿Cómo se llama este lugar? Preguntó el Imam Husein.
-¡Karbala!
-¡Oh Dios mío! ¡Busco Tu Protección contra la aflicción (Karb) y la desgracia
(Balâ)!
Y añadió:
-¡Descended de vuestras monturas!
Hemos llegado al término de nuestro viaje. Aquí es donde vamos a derramar
nuestra sangre y donde seremos enterrados. ¡Es lo que me dijo mi Abuelo, el
Enviado de Allah!
El 7 de Muharram, el ejército tomó posiciones para impedir el acceso a los
compañeros del Imam Husein al Eúfrates y así privarlos de agua.
El 8 de Muharram, los hombres de Yazid se aproximaron al campamento del
Imam y con el paso de las horas su agresividad aumentaba. Al paso de las horas
mostraban más y más su agresividad. Mostraban sus espadas y lanzas prestas,
como si fueran a asaltarlos. Los incidentes se multiplicaban.
El Imam Husein envió a su hermano Abbas para preguntarles qué es lo que
querían exactamente:
-¡Qué Husein se someta! ¡Qué jure fidelidad al Califa sino, le combatiremos!
La noche del 9 de Muharram, el Imam Husein encomendó a Abbas que negociara
una última demora. El Imam y sus compañeros podrían así conseguir una última
noche para prepararse para el Martirio.
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La noche se pasó en Oración. Los compañeros del Imam Husein se hacían unos a
otros sus últimas recomendaciones. El Imam reunió a todos los que le
acompañaban. Les dijo que sus enemigos sólo le querían a él y les propuso
aprovechar la oscuridad de la noche para huir. Apagó incluso las lámparas para
que cualquiera que quisiera marchase pudiera hacerlo sin ser visto por sus
compañeros. ¡Ninguno aceptó abandonar a su Imam! Todos querían morir con él y
estar con él en el Paraíso.
A media noche, uno de los comandantes del ejército de Yazid, Hurr - aquél mismo
que había forzado al Imam Husein a cambiar de camino y a dirigirse hacia
Karbala- se aproximó al campo. Su hijo y su esclavo (a quien amaba tanto como a
su hijo) le acompañaban.
Desde la primera noche del encuentro, en medio del desierto, el Imam Husein
había ofrecido a Hurr y a sus soldados sedientos el agua de la cual disponía. Había
dado incluso a beber a sus caballos extenuados. Ahora hacía ya tres días que el
campamento del Imam Husein estaba privado de agua, las mujeres y sobre todo
los niños sufrían terriblemente la sed. Al día siguiente, al alba, el asalto se
realizaría, el nieto del Profeta y sus compañeros masacrados...
Hurr no se perdonaba su papel en este asunto. El arrepentimiento había invadido
su alma, y no pensaba más que en lo que tendría que responder a la terrible
pregunta que no dejaría de ponerle su Creador el Día del Juicio. Le hacía elegir
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claramente entre el Infierno y el Paraíso. Quizá estuviese a tiempo aún de obtener
el perdón... No había tiempo para vacilar.
Cuando estuvo en presencia del Imam Husein, Hurr cayó de rodillas. Su voz
estaba entrecortada por sollozos:
-¡Hijo del Profeta, perdóname! Yo no pensaba que mi acción tuviera tales
consecuencias. ¡Permíteme unirme en defensa de tu vida y que mi hijo pueda
defender la vida de tus hijos!
El Imam Husein levantó a Hurr y estrechando sus brazos, lo abrazó:
-¡Hurr, amigo mío! No tengo la menor reprobación que dirigirte. Tu coraje y tu
desinterés por las cosas de este bajo mundo se han unido a tu valor moral. ¡Tú
eres mi invitado! ¡Perdona que no tenga nada que ofrecerte, ni de comer, ni de
beber!
La velada prosiguió en Oración. Los compañeros del Imam Husein lo rodeaban,
todos se afanaban en recordar a Su Creador. Se prometían los unos a los otros que
mientras seguían con vida, harían todo lo posible para que ningún mal afectase al
nieto del Santo Profeta.
Llegaba el alba.
'Ali Akbar, uno de los hijos del Imam Husein, recitó el Adhan. Una ráfaga de
flechas, provenientes del ejército de Yazid, le respondió.
Los compañeros del Imam Husein se separaron en dos grupos. Mientras que unos
rezaban detrás de él, los otros estaban de pie, pegados firmemente unos a otros,
haciendo con sus cuerpos una muralla para los que estaban rezando, tan densa que
ninguna flecha podía alcanzarles. Los héroes que formaban este muro viviente,
recibían en su carne, sin desfallecer, sin una queja, esta lluvia de flechas afiladas.
¡Cuando todos hubieron terminado de hacer la Oración del Alba, veintitrés de los
setenta y siete compañeros del Imam Husein estaban gravemente heridos!
El sol se elevó.
Los tambores de guerra del ejército omeya comenzaron a sonar. A la vez, cerca de
cinco mil soldados sedientos de sangre gritaban al Imam Husein que enviara sus
hombres al combate... sus setenta y siete valientes compañeros.
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El día de Ashura comenzaba...
Antes de que se entablase la batalla, el Imam Husein intentó una última vez hacer
razonar a los agresores, con la esperanza de evitar a aquellos que no se habían
dado cuenta de la gravedad de lo que iban a hacer, el participar en un crimen y un
pecado imperdonable. Les recordó la cantidad de mensajes que ellos mismos le
habían enviado para invitarle a Irak y prestarle juramento de alianza para defender
a su lado el Mensaje del Islam. Pero sus discursos fueron vanos. Sus advertencias
patéticas no fueron atendidas por esos hombres presos del dinero y sedientos de
poder. El Imam Husein no se dio por vencido. Hizo que su caballo avanzara un
poco más, cerca del ejército omeya. Alzó el Santo Qur‟an y dijo:
-¡Soldados de Yazid! ¡Tenemos en común el Libro de Allah y la Sunna de mi
Abuelo, el Mensajero de Allah!
Nadie reaccionó. Insistió:
-¿No veis que llevo la espada del Mensajero de Allah, su vestimenta de guerra, y
su propio turbante?
- Sí, lo vemos.
-¿Por qué entonces queréis combatirme?
-¡Para obedecer las órdenes de nuestro Jefe, Ubaidullah hijo de Ziyad!
Entonces el Imam Husein se dirigió al hijo de Saad, el comandante del ejército de
Yazid:
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-¡Omar! ¿Tú quieres matarme para que aquél que ha usurpado el Califato te
nombre Gobernador de la mitad de Persia? ¡Por Allah! ¡No obtendrás este placer!
Hazme lo que me tengas que hacer. ¡Pero te juro que después de mi muerte, no
conocerás la felicidad, ni en este mundo, ni en el Otro! Veo tu cabeza atada a un
palo y los niños de Kufa jugando con...
Exasperado por esta predicción. Omar hijo de Saad se volvió sobre sus talones.
Tomó su arco, puso una flecha y tiró gritando:
-¡Sed todos testigos que yo soy el primero en haber tirado!
Hurr suplicó al Imam Husein que le permita junto a su hijo y a su esclavo ser los
primeros en combatir.
Sin duda esperaba convencer a los mil hombres que estaban bajo sus órdenes de
unirse a él y defender al nieto del Enviado de Allah. Quizá entonces los soldados
restantes se unirían a ellos, o al menos quizás tendrían que combatir a un enemigo
menos numeroso que al que tenían que enfrentarse ahora. Hurr esperaba impedir
la masacre que él había contribuido a preparar.
El Imam Husein dio su aprobación, Hurr, su hijo y su esclavo tomaron sus puestos
y avanzaron hacia las líneas enemigas. Hicieron alto cuando estuvieron cerca del
ejército de Yazid. Hurr comenzó a ensalzar a sus antepasados. Les hablaba con una
gran elocuencia, apoyando su argumentación sobre numerosos versículos
Coránicos. Les explicaba por qué había elegido alinearse al lado de la Verdad y de
la Justicia, bajo la bandera del Imam Husein, y les rogaba que reflexionasen sobre
las consecuencias que resultarían para ellos el hecho de combatir y de asesinar al
nieto del Profeta, a quien tanto había amado. Les habló de la elección que debían
hacer entre el Paraíso y el Infierno... Sus palabras tenían un efecto extraordinario
en los soldados ancianos. Shímr, hijo de Jawshane, uno de los jefes del ejército
omeya, percibió el cambio que se operaba en el corazón y el espíritu de los
hombres. Pidió a Omar hijo de Saad, el comandante en jefe del ejército, atacar en
masa e inmediatamente a los tres hombres, pues la situación corría el riesgo de
ponerse a favor del Imam Husein. Una recompensa fabulosa fue prometida a
aquellos que matasen a Hurr y a sus dos compañeros.
Los tres hombres hicieron prueba de tanta valentía y destreza que para matarlos,
escogieron a dos decenas de enemigos. El hijo de Hurr fue asesinado el primero,
después le tocó el turno a su esclavo. Hurr continuaba haciendo estragos en las
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filas del ejército de Yazid. Pero sus numerosas heridas le hicieron perder mucha
sangre. Le sobrevino un aturdimiento y cayó del caballo.
A la hora de su muerte, deseaba escuchar aun una vez más de la boca del Imam
Husein la seguridad de que éste le había perdonado. Lo llamó con todas sus
fuerzas antes de perder la conciencia.
Cuando oyeron el grito de Hurr, el Imam Husein y Abbas montaron sobre sus
caballos. Como un sable, atravesaron las filas enemigas, hasta donde yacía Hurr.
El Imam Husein llegó el primero. Levantó la cabeza de Hurr y la puso sobre sus
rodillas. Después secó la sangre que cubría su cara y cerró la ancha herida abierta
en su cráneo sirviéndose de una banda que Fátima, su madre, había tejido.
Hurr abrió los ojos. Era incapaz de hablar, pero fijó sus ojos en los ojos del Imam.
Este comprendió lo que el moribundo quería saber. Puso su mano sobre la cabeza
de Hurr, rezando:
-¡Qué Allah te dé Sus Bendiciones por lo que has hecho hoy para defenderme!
Oyendo estas palabras, Hurr expiró, su cabeza todavía estaba sobre las rodillas del
Imam Husein. El y Abbas levantaron el cuerpo sin vida y lo transportaron hacia el
campamento.
Después de Hurr intervinieron cada uno de los valientes y devotos Shias del Imam
Husein.
Cada uno de ellos reivindicaba el honor de sacrificar su vida el primero. ¡Cada uno
de ellos ardía en deseo de morir defendiendo la vida del nieto del Enviado de Dios
y la de sus próximos que amaban más que a sí mismos y que a sus propios
parientes!
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Habib, hijo de Mazahir, estaba ligado al Imam Husein desde su más tierna
infancia. Un día, en Medina, cuando Habib tenía quizás ocho años, el Santo Profeta
pasó cerca de un grupo de niños que estaban jugando. Habib estaba con ellos. El
Profeta lo había atrapado, levantándolo en sus brazos, y abrazándolo con tanto
amor que los Compañeros presentes se asombraron. Ciertamente cada uno de ellos
conocía el afecto que el Enviado de Allah tenía hacia los niños. Pero, por qué tales
demostraciones de afecto hacia este niño anónimo en particular. Entonces el Santo
Profeta, con los ojos llenos de lágrimas, declaró:
"¡He visto con mis ojos a Habib seguir con devoción a Husein donde vaya! Lo he
visto abrazar el fuerte sol por Husein. ¡Y he visto el día en que este mismo niño
mostrará su amor por Husein de una manera que volverá su nombre inmortal!"
Cuando llegó a Karbala, la primera cosa que había hecho el Imam Husein había
sido escribir a Habib, que se encontraba en Kufa, para informarle de la situación en
la cual se encontraba.
Apenas había recibido la carta del Imam Husein, Habib había decidido correr en su
ayuda. Informó a su esposa de su decisión, ofreciéndole devolverle su libertad, si
ella lo quería, y darle todos los bienes que poseía. La noble señora respondió:
- Estoy orgullosa de la decisión que has tomado, sacrificar tu vida para defender
al Imam Husein. ¡Estabas orgulloso de que el nieto del Profeta te considera su
amigo de la infancia, y ha mostrado sobradamente cuánta confianza tiene en ti,
ya que sólo a ti le ha escrito para pedir socorro a la hora de la necesidad! ¡Ve
pues y qué Dios te guarde!
Habib no tenía otro pensamiento: llegar a Karbala lo antes posible, llegar a tiempo
para defender a su Imam. Le contó su secreto al esclavo a quien confió la tarea de
conducir su caballo a un cierto lugar desde donde partiría hacia Karbala esa misma
noche. Cuando llegó cerca del sitio del encuentro, oyó a su esclavo impacientarse:
-¿Cómo es que mi señor tarda tanto? ¿Habrá sido detenido? Si éste es el caso,
voy a partir yo mismo para encontrarme con el Imam Husein para asegurar que
mi señor no lo ha abandonado sino que ha sido por algún impedimento. ¡Sería la
solución de mi vida si yo pudiese combatir entonces y derramar mi sangre por el
nieto del Enviado de Allah!
Habib pidió las Bendiciones de Allah para su esclavo y atravesó el campo de
batalla. Llegó al campamento del Imam Husein la noche del 9 al 10 de Muharram.
El Imam había distribuido las armas a sus compañeros y había guardado un
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equipo completo en reserva. Alguien le preguntó por qué razón no distribuía esas
armas también. El Imam Husein respondió:
-¡Habib, el más querido de todos mis amigos, va a venir: yo lo llame! Estas armas
serán las suyas.
Habib se batió como sólo se baten aquellos a quienes la Fe anima. Y cuando recibió
el Martirio expiró con el corazón satisfecho de no haber decepcionado a aquél a
quien amaba tanto.
Muslim hijo de Awsaja era un venerable compañero del Santo Profeta. Tenía la
edad de noventa años ya pasados. El peso de los años había curvado su espalda,
pero esto no ablandó el celo con que serviría a la causa de la Verdad. Él había visto
al Santo Profeta abrazar con amor a su nieto Husein.
Había visto al Santo Profeta descender precipitadamente de su púlpito en la
Mezquita de Medina interrumpiendo su sermón para coger en sus brazos y
consolar a Husein quien se había caído después de quedársele atrapados los pies
en una alfombra de fibra de palmeras.
Había visto, un día de A'id, al Santo Profeta correr por las calles de Medina
llevando sobre sus espaldas, al mismo tiempo, a Hasan y a Husein e imitando el
grito de un caballo porque los niños querían dar un paseo sobre la grupa de ese
animal.
Un Compañero del Santo Profeta exclamó entonces:
-¡Qué maravillosa montura han encontrado estos niños!
-¡No! Respondió el Profeta. Di más bien: ¡Con qué maravillosos jinetes he sido
gratificado!
Este venerable testimonio de la Revelación, este fiel Shia del Imam 'Ali, después
del Imam Hasan, después del Imam Husein, no podía imaginar un sólo instante
que pudiese abandonar a su Imam en un momento tan crítico. En cuanto al Imam
se refiere, hacía todo lo posible para intentar convencerle de que a su edad no
debería pensar en combatir.
Pero si la edad había menguado las fuerzas de Muslim, la llama del amor por la
Familia del Profeta, que consumía su alma, lo sostenía y se añadía a su inflexible
determinación de defender a aquél a quien había visto al Profeta abrazar tantas
veces.
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Con noventa años ya pasados, Muslim se lanzó a la batalla y ofreció hasta su
última gota de sangre para defender al Imam Husein.
Burair Hamadani era un guerrero intrépido. Sus proezas en los duelos eran
legendarias. Cuando supo que Omar hijo de Saad y sus soldados tenían la
intención de matar al Imam Husein, se juró a sí mismo hacerles gustar su espada.
Esta espada que había sembrado el terror en los corazones de tantos valerosos
guerreros... El Imam Husein pasó todas las penas del mundo para retenerlo y
hacerle comprender que su intención no era la de atacar al enemigo sino morir
como Mártires.
Fue Burair Hamadani quien había reunido a todos los compañeros del Imam
Husein quien los había puesto en guardia contra un posible ataque sorpresa
durante la noche:
-¡Si el nieto del Enviado de Allah es asesinado de súbito, mientras que nosotros
estemos con vida, la desgracia y el deshonor se ligarán a nosotros hasta el fin de
nuestros días! ¡Hagamos lo que hagamos en toda nuestra vida, nada podría
borrar esta infamia!
Fue también Burair Hamadani quien una noche, cuando montaba guardia, escuchó
una conversación entre el Imam Husein y su hermana Zaynab. Esta preguntaba al
Imam si estaba seguro de sus Shias, si pensaba que éstos combatirían para
defenderle, o si temía que le abandonasen. Burair despertó inmediatamente a todo
el campamento, se presentó ante Zaynab, bajando la cabeza ante la hija del Imam
'Ali y de Fátima la Resplandeciente y declaró que era para él una cuestión de honor
batirse y morir para defender al Imam Husein y a la Familia del Profeta. Burair
pidió a cada uno de los presentes dar el mismo juramento a Zaynab. Fue aún
Burair Hamadani quien, oyendo a un niño llorar tanto por la sed que tenía,
acompañado de algunos de los compañeros del Imam Husein, buscó un camino
hacia el río, a través de las filas del ejército enemigo.
Los hombres de Omar hijo de Saad les interrogaron. Burair respondió:
-¡Soy Burair Hamadani! ¡Shia de Husein! ¡Voy a buscar un camino para dar a
beber a los niños que mueren de sed!
Los soldados respondieron a Burair que él y sus compañeros podrían beber tanto
como quisiesen, pero ni una gota de agua debía llegar al campamento sitiado.
Burair insistió, hablando del sufrimiento de los niños privados de agua en ese
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desierto aplastado por el calor. Los soldados se burlaron de él y de sus
sentimientos.
Entonces Burair se encolerizó. El y el puñado de seguidores del Imam que lo
acompañaban, en un instante dispersaron el regimiento que guardaba el acceso al
río.
Con el corazón lleno de satisfacción y de orgullo de haber cumplido con su deber
de llevar al campamento un odre lleno de agua. Viéndole, los niños chillaban de
alegría. Se precipitaron para apagar su sed...
¡Desgraciadamente! Con las prisas, los desdichados se atropellaron, uno cayó sobre
el otro y se rompió. ¡Ni uno pudo beber siquiera ni una sola gota! Burair no pudo
contener las lágrimas, viendo que todos sus esfuerzos no habían servido de nada...
Burair Hamadani se adelantó hacia el campo de batalla. Numerosos fueron
aquellos, de entre los enemigos, que le precedieron en la muerte.
Después Burair recibió al fin el Martirio al cual él aspiraba.
Uno tras otro, los fieles Shias del Imam avanzaron hacia el enemigo. Uno después
del otro combatían con fiereza. Uno tras otro enviaban al Infierno un gran número
de los soportes de Yazid.
Cuando les llegaba la hora del hundimiento, agotados por las numerosas heridas
recibidas, cada uno de ellos gritaba dirigiéndose al Imam Husein:
-¡Oh mi señor! ¡Te envío mis últimos saludos!
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Entonces, cada vez, el Imam Husein, acompañado de su hermano Abbas y de su
hijo 'Ali Akbar, se precipitaban como un sable con el fin de estar al lado de su
amigo para reconfortarle en sus últimos instantes.
Desde la mañana, el Imam Husein no había cesado de asistir de varias maneras a
sus fieles, de tomar en sus brazos sus cuerpos sin vida y de llevarlos uno tras otro
al campamento.
Sobre cada uno de ellos lloraba abundantemente, se acordaba de su afecto por él,
su profunda devoción y su espíritu de sacrificio. La muerte de cada uno de sus
fieles amigos era para el Imam Husein una herida dolorosa.
Estos hombres valientes no tenían a sus familias con ellos, en Karbala, para
rendirles los últimos respetos y llorar su muerte. Pero las hermanas y las hijas del
Imam Husein así como las Señoras de la Casa lloraban como lo habrían hecho para
sus propios hermanos o sus propios hijos.
Wahab hijo de Abdallah era apenas un joven. Se casó solo hacía dos días antes.
Cuando, volviendo a su casa con su madre y su joven esposa, pasó por Karbala.
Había una gran reunión de tropas, cercando un minúsculo campamento. Fue a
buscar noticias y supo que el ejército de Yazid estaba a punto de masacrar al nieto
del Santo Profeta que rechazaba aceptar "la dirección espiritual" del Califa
libertino.
La madre de Wahab, señora valiente y fiel Shia del Imam 'Ali, vivía en Damasco
cuando Muawiyah, el padre de Yazid reinaba. Ella públicamente había denunciado
su tiranía y su desviación religiosa, lo que le valió para ser encarcelada y torturada
antes de ser finalmente expulsada de la ciudad. Ella había transmitido a su hijo el
amor sin límites que llevaba por los Santos Imames. Entonces sin titubeo alguno,
los tres viajeros habían resuelto ir al encuentro del Imam Husein y de sus
defensores.
Desde la mañana, Wahab no cesaba de suplicar al Imam Husein que le permitiese
lanzarse sobre el campo de batalla y ofrecer su vida para defenderle. Cada vez, el
Imam le mandaba de vuelta diciéndole que su madre y su esposa tenían necesidad
de él. Cuando todos los amigos del Imam Husein habían recibido el Martirio no
quedando con él más que los miembros de su familia, Wahab una vez más tentó su
suerte. El Imam le respondió que no podía autorizarle a combatir si antes no
obtenía la autorización de las dos mujeres que estaban a su cargo.
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La madre de Wahab, quien se encontraba justo al lado, respondió directamente al
Imam Husein:
-¡Lo he alimentado de mi leche en su infancia pero no lo consideraré mi hijo si
no muere defendiéndole como lo han hecho antes que él los otros Shias!
Con lágrimas en los ojos, la joven esposa de Wahab habló a su vez:
-¡Wahab, tu primer deber y el más importante de todos es el defender al nieto
del Profeta y a su Santa Familia, aunque sea al precio de tu propia vida! Espero
verte en el Paraíso. ¡Pido a Dios que nos reúna y no nos haga esperar!
Y añadió:
-¡Sé que los hombres de Yazid no dejarán con vida a ninguno de los hombres de
la Familia del Imam Husein! En cuanto a nosotras, las mujeres, seremos todas,
tomadas como esclavas...
¡Sin duda las mujeres de la Familia del Profeta serán tratadas con algún respeto
pero las demás... Tu madre y yo misma, no nos beneficiaremos de la misma
condición! No te pido más que una cosa: ruega al Imam para que nos quedemos
con las mujeres de su Familia, con el fin que seamos tratadas de la misma
manera que ellas.
El Imam Husein aseguró a Wahab que Zaynab, su hermana, la hija del Imam 'Ali y
de Fátima, velaría ella misma por las dos mujeres al igual que por todas las
mujeres de la familia.
¡Lo que la esposa de Wahab no había imaginado es que los soldados despreciables
del ejército de Yazid tratarían a las mujeres de la Familia del Santo Profeta como
cautivas corrientes y esclavas!
Wahab se lanzó al combate y murió defendiendo a su Imam tal como su corazón
deseaba ardientemente.
Todos los fieles Shias del Imam dieron igualmente su vida sin vacilar. Habían
vivido una vida noble y conocieron una muerte gloriosa.
Aún en la muerte, como si quisieran seguir velando sobre ellos - del Imam Husein
y sus hijos. Habib hijo de Mazahir, amigo fiel, reposa en la entrada del Mausoleo
del Imam, como si continuase en la muerte su noble tarea de velar por él, como
hizo en la batalla de Karbala.
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Todos los defensores de la Familia del Profeta habían derramado hasta la última
gota de su sangre. No quedaron alrededor del Imam Husein más que sus hijos, sus
hermanos y sus sobrinos.
El Imam quiso enviar a su hijo 'Ali Akbar a combatir antes que a nadie, pero los
fieles Shias se lo impidieron. El pensar que el hijo tan querido del Imam Husein
pudiese perder la vida en la batalla mientras que ellos mismos estuviesen aún con
vida en este mundo les resultaba insoportable.
Concebir solamente una idea tal, hubiese sido para ellos una blasfemia.
'Ali Akbar se presentó ante su padre y le pidió permiso para entrar en la arena
sangrienta de donde ningún miembro de su campamento había vuelto vivo.
El Imam Husein lo miró largos minutos sin responder. Contemplaba el rostro de
aquel que se confundía con el del Mensajero de Allah. Todo, sus trazos, su voz, sus
maneras evocaban a su bisabuelo.
Cuando el Imam Husein y los suyos salieron de Medina algunos meses antes para
no volver más, la población había venido para despedirlos. La desesperación se
dejaba ver en aquellos que se acordaban de la predicción del Santo Profeta, que un
día el Imam Husein y su familia se irían de su ciudad para siempre. No pudiendo
disuadir al Imam, suplicaron que dejase al menos a 'Ali Akbar que nadie podía
mirarlo sin inmediatamente pensar en el Enviado de Allah... Pero el Imam les
respondió que allí donde él iba, 'Ali Akbar tenía una misión que cumplir y que
nadie más que él la podía realizar.
- Hijo mío, ¿cómo un padre puede decirle a su hijo que se vaya allí donde él sabe
que no volverá? Ve a ver a tu madre y a tu tía Zaynab que te ha envuelto con
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amor desde tu más tierna infancia, más que a sus propios hijos y pídeles su
autorización.
'Ali Akbar penetró en la tienda donde se encontraba su madre, Um Layla, y su tía,
Zaynab. Las dos mujeres estaban sumidas en la contemplación del campo de
batalla y escuchaban los bramidos de las urdas enemigas. Sabían bien que ahora
todos los fieles Shias del Imam Husein habían dado su vida, el turno de sus hijos,
sus hermanos y sus sobrinos había llegado. No era sino una cuestión de tiempo.
Sólo era cuestión de saber cual sería el primero.
La presencia de 'Ali Akbar las sacó de sus pensamientos. Zaynab rompió el
silencio.
-¡Dios mío! ¡No es posible que Akbar haya venido para decirnos adiós! ¡Akbar,
no nos digas que estás presto para tu último viaje! ¡Mientras que mis hijos
„Aoun y Mohammad estén con vida, no te dejaré partir!
'Ali Akbar conocía el amor que le tenía su tía y que no era sobrepasado sino por el
que sentía por su hermano Husein.
Él la miró. Y miró a su madre. No sabía cómo decirle que estaba preparado para el
viaje que lo enviaría al Paraíso.
- Tía mía. Para todos los próximos de mi padre la hora inevitable ha llegado. Por
el amor que le tienes a tu hermano, te suplico que me dejes partir al combate
para que no puedan decir que él me ha querido guardar hasta que todos sus
hermanos y sus sobrinos fueran asesinados. Mi tío Abbas está al frente de
nuestra tropa. Todos los demás son más jóvenes que yo. ¡Cuándo la muerte está
cercana, déjame morir el primero para que pueda apagar mi sed en la fuente de
al-Kawzar, de las propias manos de mi bisabuelo, el Enviado de Allah!
Zaynab sollozó:
-¡Akbar, hijo mío! ¡Si la llamada de la muerte ha llegado hasta ti, entonces ve!
Um Layla, la madre de 'Ali Akbar, que se había quedado muda de angustia, no
pudo decir más que:
-¡Qué Dios esté contigo, hijo mío! Contigo pierdo todo lo que poseo y todo lo
que me importa en este mundo. Tu padre me ha prevenido de lo que me espera...
Después de ti, para mi, placeres y sufrimientos, no hay ninguna diferencia entre
ellos.
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Después de estas palabras cayó inconsciente en los brazos de 'Ali Akbar.
Los clamores de guerra atizados por el enemigo se hacían cada vez más fuertes.
'Ali Akbar sabía que si él no se lanzaba al combate rápidamente, los hombres de
Yazid, frustrados de su sed de sangre se abalanzarían al asalto del campamento sin
que nadie pudiese socorrer a las mujeres y a los niños. Puso delicadamente en los
brazos de Zaynab el cuerpo aún inerte de su madre.
- Tía mía, te confió a mi madre. Sé que desde tu infancia, tu madre Fátima te
preparó para los eventos de este día terrible y para lo que pasará después. Pero
mi madre no soportará una tal calamidad si tú no la alientas con tu coraje. Te
suplico que la ayudes cuando vea mi cuerpo sin vida.
'Ali Akbar volvió al lado de su padre. Sin decir una palabra, el Imam Husein se
levantó. Enrolló el turbante del Santo Profeta alrededor de la cabeza de 'Ali Akbar,
cernió la funda de su arma y puso una banda sobre su frente. Con una frase en
blanco que decía:
-¡Ve Akbar! Dios está contigo.
'Ali Akbar salió de la tienda, seguido por el Imam Husein. Quería montar en su
caballo, pero alguien tiraba de sus riendas hacia atrás. Se volvió. Era Sukaina, su
pequeña hermana, que imploraba:
-¡No te vayas, Akbar! ¡No vayas allá abajo, de donde nadie ha vuelto desde esta
mañana!
'Ali Akbar tomó en sus brazos a la pequeña, la abrazó y la dejó en el suelo. No
podía hablar. Partió.
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'Ali Akbar se paró ante las filas enemigas. Les habló con la elocuencia que había
heredado del Santo Profeta. Les explicó las razones y el sentido del combate del
Imam Husein y su fin resultante si derramaban la sangre del nieto del Enviado,
incurrirían en la Cólera de Allah y de Su Profeta que tanto amaba a Husein.
Los más ancianos se frotaban los ojos y se preguntaban con estupor si el Profeta en
persona no había descendido del Cielo para impedirles derramar la sangre de
Husein. ¡Era la misma talla, el mismo rostro, la misma actitud, y los mismos
modales, y la misma voz, y hasta la misma manera de hablar!
Omar hijo de Saad vio el efecto que las palabras de 'Ali Akbar producían en sus
hombres. Convenció a los más ávidos a afrontar en singular combate al valiente
joven hombre debilitado por tres días de hambre y de sed.
Un par se avinieron, seguros de ellos mismos. Pero encontraron la muerte, uno tras
otro.
La sangre del Imam 'Ali corría en las venas de 'Ali Akbar. El mismo coraje, la
misma destreza, la misma fogosidad, sembraba el mismo terror en los corazones
de aquellos que se le enfrentaban. Y rápidamente se desembarazó de todos
aquellos que habían tenido la osadía de atacarle. A su turno, desafiaba al enemigo,
pero nadie osaba ya venir a batirse con él.
'Ali Akbar tenía una sed terrible. La debilidad resultante de tres días de ayuno
ininterrumpido había agravado la perdida de grandes cantidades de sangre que
fluía de sus heridas.
Estaba deseoso de volver a ver una última vez a su padre, a su madre y a su tía. Ya
que los enemigos no se decidían a enfrentársele, se lanzó a toda velocidad hacia el
campamento asediado.
El Imam Husein lo abrazó con felicidad:
-¡Bravo hijo mío! ¡Estoy orgulloso de ti! ¡Tu coraje y tu destreza me recuerdan a
los combates de mi venerable padre, el Imam 'Ali! ¡Con esta diferencia, que él no
se batía más que contra los enemigos, mientras que tú debes también luchar
contra el hambre y la sed!
- Padre mío la sed me mata, ya que mis heridas han aumentado sus efectos. Pero
sé que tú no me puedes ofrecer nada, ni siquiera una gota de agua. He venido
solamente para verte, así como a los míos, una última vez.
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'Ali Akbar partió para el combate. El Imam Husein lo siguió varios pasos como un
peregrino sigue al cordero del sacrificio en Mina. Y oró:
-¡Oh Dios mío! Tú eres Testigo que hoy he sacrificado el ser más querido del
mundo por la causa de la Justicia y la Verdad.
El Imam Husein después escuchó una llamada desgarradora, el grito de agonía de
su hijo:
-¡Padre! ¡He sido tocado de muerte! ¡Padre ven junto a mí! ¡Padre, si no puedes
llegar hasta mí, te saludo, al igual que a aquellos que amo!
El Imam Husein escuchó esta llamada. Sabía que, fuese cual fuese su valentía y su
habilidad, ¡'Ali Akbar no podría tenerse en pie por mucho tiempo contra el ejército
al completo! Quería levantarse para correr cerca de 'Ali Akbar para asistirlo en los
últimos instantes pero sus piernas flaqueaban. Se hundió. Su corazón se apoderó
de una crispación que llegó a ser dolorosa, luchó contra sus pies para levantarse.
No podía ver nada, sus ojos estaban tan llenos de lágrimas.
¡Akbar, grita! ¡Llámame otra vez, para que sepa dónde estás! ¡No puedo verte!
Abbas vino a socorrer a su hermano y lo ayudó hasta que llegaron los dos junto a
este joven hombre. 'Ali Akbar reposaba en medio de un mar de su propia sangre.
Husein cayó sobre el cuerpo de su hijo, suplicándole que hablase, o al menos que
abriese los ojos, pero Akbar no hablaba. Akbar no se movía. Las últimas gotas de
sangre acababan de derramarse de una herida abierta en su pecho. El Imam
Husein puso su mejilla contra la de su pequeño. Le suplicó que abriera los ojos una
última vez. Una pálida sonrisa se dibujó en los labios de 'Ali Akbar un breve
instante, después entregó el alma. La mejilla de su padre acariciaba a la de su hijo,
en la muerte como tantas veces en la vida...
¡Con cuánta dificultad el Imam Husein llevó el cuerpo sin vida de 'Ali Akbar hasta
el campamento! Rechazaba la ayuda que le ofrecía Abbas. Lo llevaba en sus brazos
contra su corazón, titubeando por el esfuerzo. Colocó al fin su precioso fardo sobre
el suelo y llamó a las mujeres de la Casa. Zaynab y Kolthum, sus hermanas, Um
Layla y Um Rabbah, sus esposas, Sukaina y Rukayya sus hijas y todas las otras...
Um Layla, la madre de 'Ali Akbar, bajó los ojos hacia el cuerpo de su pequeño y se
dirigió al Imam Husein:
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-¡Mi Señor! Estoy orgullosa de Akbar, que ha tenido una muerte tan noble. Ha
abandonado su vida por la más sublime de las causas y este pensamiento me
mantendrá el resto de mi vida.
Después se arrodilló ante 'Ali Akbar y puso llorando su rostro sobre el suyo.
Zaynab y Kulzum, Sukaina y Rukayya también cayeron sobre el cuerpo sin vida; y
las lágrimas que ellas vertían lavaban la sangre de las heridas de 'Ali Akbar. El
Imam Husein se quedó algunos instantes al lado de este hijo que había ofrecido en
Sacrificio. Estaba sumergido en dolor.
Un joven, casi un niño, se dirigió al Imam Husein:
- ¡Tío mío, vengo a pedirte tu autorización para marchar al combate!
Era Qasim, el hijo de su hermano, del Imam Hasan.
El Imam Husein se levantó, secó las lágrimas que bañaban sus ancianos ojos y
murmuró:
-¡Ciertamente es a Dios a quien pertenecemos y es a Él a quien debemos
retornar!
La noche precedente, mientras que „Aoun y Mohammad, los dos hijos de Zaynab,
discutían la manera de obtener, de su tío, la autorización para combatir al enemigo.
Um Farwa, la madre de Qasim, llamó a su hijo a su tienda. Um Farwa, cogió a su
hijo en sus brazos y le dijo:
-¡Qasim, hijo mío! ¿Sabes por qué te he llamado? ¡Quiero recordarte tus deberes
hacia tu tío Husein! Quiero decirte algo del amor único que tu padre tenía por su
hermano Husein. Estaban tan unidos que siempre pensaban y actuaban de
acuerdo. ¡La más mínima pena que uno sintiera hacía sufrir al otro al instante!
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Estaban tan unidos, más que dos gemelos. Si Hasan estuviese todavía en este
mundo, imagino sin duda alguna que hoy estaría resentido. No cabe duda que
sería el primero en levantarse y sacrificar su vida para defender a su hermano
Husein.
Um Farwa retomó la conversación después de una pausa:
- Cuando tu padre falleció, eras muy pequeño para comprender la vida. Sus
últimas palabras, sobre su lecho de muerte fueron las siguientes: "¡Um Farwa, te
confío, al igual que a mis hijos, a la protección de Dios y de mi hermano Husein!
Cuando Qasim sea mayor, le dirás que mi última voluntad es que se mantenga al
lado de Husein contra viento y marea. Veo venir un día en el cual mi hermano
será asediado por todos lados y traicionado por todos. Ese día tendrá necesidad
del soporte sin fallo de sus próximos. ¡Quiero que tú prepares a Qasim desde su
más tierna infancia para que esté listo para ese día!"
-¡Mamá, no sé cómo agradecerte lo que acabas de decirme! Tan lejos como
alcanza mi recuerdo, no he tenido nunca conocimiento de lo que es el amor de
un padre. ¡Pero sé que si mi padre hubiese vivido, no habría podido darme más
ternura y afecto que como lo ha hecho mi tío Husein! ¡Nunca me ha dejado ni un
instante sentirme huérfano! ¿Cómo podría olvidar todo lo que le debo? ¿Cómo
podría ser ingrato hasta este punto hacia él? ¿Qué aliciente tendría para mí la
vida sin él y sin mi tío Abbas y sin 'Ali Akbar, sin „Aoun y Mohammad?
El Imam Husein miraba con ternura al jovencito que estaba frente a él. Meneaba la
cabeza con tristeza:
-¡Qasim mi querido niño! ¿Cómo podría permitirte partir, cuando sé que la
muerte está al borde del camino? Tu padre, mi querido hermano, te confió a mi
cuidado. ¡Mi corazón tiembla de pensar en mandarte al suplicio!
La respuesta del Imam Husein rompió el corazón de Qasim. Se quedó inmóvil,
cabizbajo, sin saber qué decir para arrebatar a tu tío la autorización tan anhelada.
En este momento llegó Zaynab. Se dirigió al Imam Husein:
-¡Husein, hermano mío, en toda mi vida no te he pedido nada! Hoy, por primera
y última vez, tengo un favor que pedirte. ¡Permite a mis dos hijos ir tras los
pasos de Akbar! ¡Autorízales para ir al combate!
El Imam Husein miró a su hermana, después a „Aoun y a Mohammad.
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-¡No encuentro ningún argumento, Zaynab, para denegarte lo que me pides! ¡Mi
corazón zozobra por enviar la muerte a estos dos niños! ¡Vosotros dos, mis
queridos niños, id! Satisfaced vuestro deseo de morir como héroes. Yo no tardaré
mucho en volver a encontraros...
Con esta respuesta, los dos jóvenes héroes se transfiguraron de felicidad. Pidieron
a su madre que les diese su bendición. Con los ojos llenos de lágrimas Zaynab los
abrazó:
-¡Hijos míos, queridos míos! ¡Qué Dios esté con vosotros hasta el final! ¡Qué
vuelva dulce vuestra muerte! ¡Es mi destino el sufrir ultrajes e ignominias sola,
sin hermanos, ni hijos, ni nietos para consolarme!
- Mamá con la ayuda de Dios, le mostraremos a Omar hijo de Saad y a todo su
ejército que somos los dignos nietos de Ja'afar Tayyar! ¡Si Dios lo permite nos
batiremos con tanto coraje que tu pena será transformada en orgullo!
Los dos valientes nietos del Imam Husein montaron y partieron a pesar de las
miradas angustiadas de los suyos. Una nube de polvo enmascaraba el furor del
combate que libraban contra los enemigos del Islam.
Pronto se escuchó el grito de adiós de „Aoun. El Imam Husein palideció, como si él
mismo hubiese sido alcanzado. Miraba a su hermana Zaynab. Abbas y Qasim se
precipitaron para consolarlo. Entonces seguidamente Mohammad, herido
mortalmente, saludó a su tío el Imam Husein. El Imam Husein corrió hacia ellos.
Ordenó a Abbas y a Qasim permanecer al lado de Zaynab.
Fue a Mohammad a quien encontró primero. El chico perdía mucha sangre y
respiraba con dificultad. Una profunda herida en la garganta hacía su voz casi
inaudible.
El Imam Husein se inclinó para tocarlo y le oyó murmurar:
- Recibe mis últimos saludos, tío mío. Di a mi madre que he hecho lo que ella
esperaba de mí, y que muero con coraje como ella misma y mi padre me lo
ordenaron. Transmítele mis saludos y consuélala como puedas.
Mohammad cerró los ojos un instante, después dijo suspirando:
-¡Antes de caer yo mismo, he oído el grito de „Aoun! No tengo más necesidad de
ayuda ahora. ¡Ve a buscar a „Aoun, tío mío, antes de que sea demasiado tarde!
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Apenas había pronunciado estas palabras que lo que quedaba de vida en él se
escapó.
El Imam Husein buscó en la dirección de donde había venido la llamada de „Aoun.
Cuando encontró su cuerpo, el último suspiro había ya partido. Lo levantó en sus
brazos y abrazó contra su pecho al chico sin vida.
Llevando el cuerpo de „Aoun en sus brazos, el Imam Husein fue hasta el
campamento. Abbas corrió a su encuentro:
-¡Déjame llevar a „Aoun hasta su última morada, mientras que tú vuelves para
buscar a Mohammad! Todavía estoy vivo, mi Señor. ¡Déjame compartir tu carga
y tu pena!
El Imam Husein tendió el cuerpo exangüe a Abbas y fue a buscar a su otro sobrino.
Cuando Zaynab vio los dos cuerpos sin vida, cayó sobre ellos llorando:
-¡Mis queridos hijos! ¿Qué madre podría enviar a la muerte a sus hijos como yo
lo he hecho hoy? Queridos míos habéis dejado este mundo sufriendo sed. Pero
vuestro abuelo 'Ali va a apagar vuestra sed con el agua de las fuentes del
Paraíso.
Como era habitual en el ejército de Yazid, los tambores redoblaban para proclamar
la muerte de los jóvenes, o más bien su masacre.
¡En cuanto cesaron, fueron remplazados por los gritos salvajes de las urdas ebrias
de odio, sedientas de mortandad reclamando aún más sangre, sangre sin cesar!
Cuando Zaynab hubo intervenido para que el Imam Husein permitiese a „Aoun y a
Mohammad ir al combate, Qasim se apresuró para ir a visitar a su madre. Le contó
con amargura lo que había sucedido. Concluyó:
-¿Si yo no tengo que morir como Mártir hoy, qué interés tendrá para mí la vida?
Un Farwa se acordó de lo que el Imam al-Hasan, su marido, le confió antes de
morir, que un día Qasim estaría desesperado por encima de toda descripción. Le
había escrito una carta sellada que debería darle entonces. La buscó y se la dio a
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Qasim. Con los dedos temblorosos de impaciencia y angustia, quitó el sello.
Desplegó la carta y leyó:
- Hijo mío. Cuando esta carta te llegue, habré dejado ya de vivir desde hace
tiempo. Cuando leas esto, estarás desgarrado por un conflicto entre tu intenso
deseo de llevar a cabo tu deber y mostrar tu amor por tu tío Husein y el amor
que él te tiene obligándole a impedirte la realización de tus obligaciones.
Previendo este día, es por lo que escribo esta carta. Adjunto otra que es para él.
Dásela a tu tío: ¡te dejará que realices lo que tu corazón desea! Qasim, cuando
leas esta carta, el tiempo de nuestra separación estará a punto de finalizar.
¡Apresúrate hijo mío! ¡Te espero!
Qasim, lleno de júbilo, dobló la carta y se despidió de su madre. Corrió a llevarle el
mensaje a su tío. Pero éste y Abbas cada uno por un lado vigilaban los sucesos del
combate de „Aoun y Mohammad.
Qasim no quería molestar a su tío en tales momentos. Decidió esperar.
Cuando los cuerpos de „Aoun y Mohammad fueron devueltos a su madre, Qasim
se acercó a su tío. No sabiendo qué decir, le entregó simplemente la carta.
El Imam Husein reconoció a primera vista la letra de su hermano. Sorprendido,
abrió la carta y leyó el mensaje que le había escrito:
- Mi querido Husein, cuando leas esta carta, estarás asediado por todas partes de
preocupaciones y desgracias. Los cuerpos sin vida de tus próximos sembrando el
suelo te rodearán. Yo no podré estar allí para dar la vida por ti, pero dejo
después de mí a Qasim que será mi representante a tu lado. Husein, te pido que
no rehúses mi ofrenda. En el nombre del amor que me tienes, deja que Qasim
combata para defenderte. Déjale conocer la Gloria del Martirio.
El Imam Husein fue invadido por el recuerdo de su hermano. No pudo contener
las lágrimas ante esta última prueba de amor. ¡Más allá de la tumba, Hasan le
dejaba a su hijo, Qasim, para defenderle este día!
El Imam Husein se recobró con esfuerzo. Levantó sus ojos hacia Qasim:
- Mi querido hijo, la voluntad de tu padre es para mí una orden. No me deja
elección. ¡Ve Qasim! Es lo que tu padre quiere. ¡El Martirio es tu destino, debo
aceptarlo!
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Qasim volvió a despedirse de su madre. Um Farwa vio la satisfacción en el rostro
de su hijo, y comprendió que la hora ya había llegado.
Lentamente se levantó:
- Hijo mío, todos estos años, he esperado el día que tuvieses la edad para casarte
y para esta ocasión he guardado la ropa que llevaba tu padre el día que me
desposó... Quería pedirte que la llevases el día de tu boda.
Um Farwa hizo una pausa. Continuó:
-¡Hijo mío! ¡Ya que el destino ha decidido otra cosa, deseo que vistas hoy este
traje de boda para emprender el viaje del cual no se retorna! ¡La costumbre dice
que el joven casado tiña sus manos con henna... Yo no tengo, ni tú la necesitas ya
que tus manos pronto estarán cubiertas por tu propia sangre!
Vestido con el traje de nupcias de su padre, Qasim era su vivo retrato. Besó a su
madre, saludó a su tía Zaynab, después fue a besar respetuosamente las manos de
su tío Husein. El Imam Husein quiso él mismo sostener las bridas del caballo
mientras Qasim montaba. Lo saludó con estas palabras:
-¡Qasim no tardaré en reunirme contigo! Qasim avanzaba hacia la bramante orda.
Cuando habló, se hizo el silencio. Su elocuencia era como la de su abuelo, el Imam
'Ali. Las palabras provenientes de su voz juvenil hacían bajar al suelo las miradas
de esos brutos sin alma. Los vestigios de algunas cualidades humanas afloraban
con el discurso del joven de apenas catorce años de edad.
Omar hijo de Saad percibió el peligro y, una vez más, se valió de los más bajos
instintos de sus hombres para hacer callar la voz que despertaba algunas
conciencias.
¡Qasim combatió, ya que había que combatir! ¡Se batió con tal ímpetu y tal
habilidad que su tío Husein, que observaba el combate desde lejos, no pudo
reprimir un grito de admiración! Ni un mercenario osaba afrontársele ahora. Con
gallardía los desafiaba uno por uno, todos rehusaban. Entonces Omar hijo de Saad
ordenó lanzarse al asalto contra el joven...
¡Todo un ejército, contra un niño que apenas tenía los catorce años!
¡Centenares, miles de puñales, de espadas, de lanzas, de flechas venidas de todas
direcciones, para alcanzar un niño!
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Qasim cubierto de heridas de la cabeza a los pies, dio su último grito de adiós a su
tío.
El Imam Husein saltó a la silla y cargó, espada en mano, hacia la llanura. Se abrió
camino en medio de la urda de cobardes y el sólo recuerdo de las cargas del Imam
'Ali en la batalla de Siffin puede dar una idea de la violencia con la cual puso en
fuga el ejercito del tirano. En su huida desesperada para salvar sus miserables
vidas, los soldados de Yazid pisotearon el cuerpo sin vida de Qasim.
Cuando el campo de batalla quedó vacío de cobardes y pudo al fin llegar hasta su
sobrino, el Imam Husein descubrió que el cuerpo del joven había sido desgarrado!
¡Dios mío! ¿Qué es lo que estos cobardes le han hecho a mi Qasim?
Tuvo que pasar un largo rato para que el Imam Husein se recobrase. Se puso a
reunir los trozos del cuerpo de Qasim en una tela. Cargó el paquete sobre su
fatigada espalda y con paso pesado, volvió al campamento:
-¡Mi pobre Qasim! ¡Tu madre te ha mandado al combate vestido como un recién
casado y yo le devuelvo tu cuerpo cortado en pedazos!
Aproximándose al campamento, exclamó:
-¡Dios mío! ¿Se ha visto alguna vez a un tío llevar el cuerpo de su sobrino en tal
estado?
Cuando desmontó, el Imam Husein llamó a su hermano Abbas. Le dijo que fuese a
buscar a las mujeres.
Encargó a Fizza, la devota sirvienta de Fátima su madre, la tarea de reconfortar
tanto como pudiese a Um Farwa y a Zaynab ya que la visión de los restos mortales
de Qasim era, sin duda, para matarlas. Fizza hizo todo cuanto pudo para
prepararlas ante la cruel visión. Seguidamente desató el macabro paquete.
Los gritos de horror y los llantos de las mujeres resonaron durante mucho tiempo
en la llanura de Karbala.
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El Imam Husein se quedó durante largo rato en silencio, la mirada impenetrable, el
corazón helado.
Abbas se acercó:
- Mi Señor, es mi turno ahora de ir al combate igual que han hecho todos los
demás antes que yo.
El Imam Husein no respondió si no al cabo de un rato, con voz dulce dijo:
-¡Sí, ciertamente a Dios pertenecemos y es a El que debemos volver!
Desde su más tierna infancia, Abbas consagraba una devoción sin igual por su
hermano Husein.
Un tórrido día de verano, en la Mezquita de Kufa, cuando él, Abbas, era un niño,
vio que Husein tenía los labios secos. Dedujo que debería tener mucha sed. Salió
corriendo de la Mezquita volviendo lo más rápido que pudo con un recipiente
lleno de agua fresca para ofrecérsela a su hermano. En su carrera, se había
salpicado la ropa que chorreaba de agua. Desde el púlpito, el Imam 'Ali, su padre,
lo había visto, tanta devoción le habían hecho saltar las lágrimas.
Tiempo después, cuando el Imam 'Ali, mortalmente herido, había reunido a su
alrededor a sus hijos, confió su custodia a su hijo mayor, Hasan. Todos menos uno,
Abbas. Este, que tenía doce años, no comprendiendo por qué era excluido de esta
medida de afecto, se deshizo en llanto. El Imam 'Ali le dijo que se acercase. Cogió
su mano y la puso en la de Husein, diciendo:
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- Husein, te confío este hijo. Él me representará el día de tu Martirio y dará su
vida por tu defensa y la de los tuyos, mejor que lo haría yo mismo si estuviera
con vida ese día.
Seguidamente el Imam 'Ali se volvió hacia Abbas y le dijo con ternura:
- Abbas, hijo mío. Conozco tu amor sin límites por tu hermano Husein. Aunque
seas muy joven para que se te hable de esto, el día que se produzca este evento
no consideres cualquier sacrificio demasiado grande para Husein y sus hijos.
Sukaina se acercó a su tío Abbas, un odre vacío en la mano. Detrás de él, todos los
niños se habían reunido. Lloraban, gemían, la sed los torturaba tanto...
Sukaina dio el odre a Abbas:
-¡Tío mío, yo sé que tú harás todo cuánto puedas para traernos agua! ¡Incluso si
no puedes más que llenarlo con una gota de agua, al menos podremos mojarnos
nuestras gargantas resecas!
Abbas cogió el odre vacío y solicitó al Imam Husein el permiso para ir a buscar
agua para los niños. Estos le siguieron hasta el límite del campamento, en tanto
que pudieron divisar su silueta, se quedaron allí, inmóviles.
Su espada en la mano, el estandarte del Imam Husein en la otra, y el odre atado a
la espalda, el fiel Abbas tiró de las riendas abatido.
Cuando llegó al borde del río, cargó contra los soldados que estaban allí y los hizo
huir.
Poco después se encontraba en agua hasta las rodillas, momentos después el odre
estaba lleno de agua fresca. Cogió con la mano un poco del precioso líquido para
llevarlo a su boca y apagar la sed que no le daba tregua; pero reponiéndose, tiró el
agua rápidamente. ¿Cómo podría coger una sola gota de agua mientras que
Sukaina y los niños se morían de sed?
¿Cómo podría aliviar su propio tormento olvidando que su Señor Husein no había
bebido nada en tres días?
Con el odre lleno, Abbas montó sin haber él mismo apagado su sed, sin haber
tocado ni la menor gota de agua fresca el umbral de sus labios, más secos que la
arena del desierto.
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Un sólo pensamiento lo invadía: llevar lo antes posible el agua a los niños que lo
esperaban en el polvo ardiente.
Viendo galopar a Abbas hacia el campamento, los soldados de Yazid se decían que
si el Imam Husein y su gente pudiesen beber y pudiesen apagar su sed aunque
fuese un poco, sería muy difícil vencerles.
Entonces se abalanzaron a su caza. Abbas se batió como lo hubiese hecho su noble
padre, el Imam 'Ali, el León de Dios. La terrible hambre y sed no le impedían
sembrar el pánico a los rangos enemigos.
Cuando ya no era posible que ningún enemigo se atreviese a combatirlo de frente,
los hombres de Yazid lanzaron sobre él una lluvia de flechas. Abbas no tenía otra
preocupación: proteger costase lo que costase el odre y llevarlo intacto al
campamento.
Un pérfido enemigo, surgiendo como un diablo tras una duna de arena, le dio un
golpe de espada terrible cortando de un tajo su mano derecha. Como un
relámpago Abbas cogió su espada con la mano izquierda asiendo el estandarte
contra su pecho.
El león estaba herido, los cobardes se envalentonaban. Se acercaron más, aún más.
Un golpe de espada hirió profundamente el brazo izquierdo. Abbas agarró el odre
con los dientes, sujetó el estandarte entre su pecho y la montura y atravesó la
barrera. No tenía otro pensamiento más que el de Sukaina y los niños que habían
puesto en él todas sus esperanzas. En una plegaria silenciosa, suplicó a Dios que le
diese el tiempo suficiente para llevar a cabo su misión.
Pero esto no debía ser así. Una flecha atravesó el odre que se vació en pocos
instantes. Otra flecha alcanzó el ojo del héroe desamparado por la derrota de su
empresa.
Un golpe mortal alcanzó a Abbas por la espalda con una porra de hierro. Se
tambaleó y cayó sobre la arena ardiente.
Sintiendo la muerte aproximarse a grandes pasos, Abbas llamó al Imam Husein.
Como respuesta a su grito de angustia, sintió su presencia a su lado. No veía nada
más que una mancha roja ya que un ojo había sido alcanzado por una flecha y el
otro estaba bañado en sangre. No podía ver, pero sentía a su Señor arrodillarse a su
lado, levantar su cabeza y ponerla en sus rodillas.
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Ninguno habló durante varios segundos, los dos estaban rotos por la emoción.
Finalmente, El Imam Husein rompió el silencio, hablaba con una voz interrumpida
por el llanto:
- Abbas, hermano, como te han tratado...
-¡Has venido, mi Señor! ¡Temía no poder despedirme, pero gracias a Dios has
venido!
Abbas dejó caer su cabeza sobre la arena. Dulcemente El Imam Husein la tomó de
nuevo en sus manos y la puso sobre sus rodillas preguntándole por qué la había
quitado.
-¡Mi Señor! Cuando tú fallezcas, nadie estará a tu lado para poner tu cabeza
sobre sus rodillas, ni para reconfortarte. Por eso es mejor que mi cabeza repose
sobre la arena cuando entregue mi alma, igual que ocurrirá contigo...
Y además, yo soy tu sirviente y tú eres mi Señor, no es conveniente que ponga
mi cabeza sobre tus rodillas.
El Imam Husein miraba el rostro de este hermano tan leal y no podía contener el
llanto.
- Mi Señor, quisiera formular mis últimas voluntades. Cuando llegué al mundo,
tu rostro fue la primera cosa que vi y quisiera contemplarlo a la hora de mi
muerte
Mi segundo deseo es que tú no lleves mi cuerpo al campamento. Había
prometido a Sukaina llevarle su odre lleno de agua y no he podido cumplir mi
promesa. No oso pues, presentarme ante ella, incluso después de mi muerte.
Y además, desde esta mañana has sufrido tantas pruebas, Oh mi Señor, no
quiero que consumas tus fuerzas transportando mi cuerpo. Finalmente, no
quiero que dejes a Sukaina venir hasta aquí. Sé el afecto que me tiene. Verme en
este estado la podría matar.
- Abbas, te prometo respetar tus últimas voluntades pero yo también quiero
pedirte un favor: desde tu infancia tú me llamas tu “Señor”. ¡Al menos una vez
llámame hermano!
El Imam Husein limpió la sangre que cegaba el ojo sano. Los dos hermanos se
intercambiaron una larga despedida.
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Abbas murmuró:
-¡Mi hermano! ¡Mi hermano!
Y con estas palabras, expiró.
El Imam Husein se hundió:
-¡Oh Abbas! ¡Quién nos defenderá ahora a Sukaina y a mí!
La madre examinaba el rostro de su hijo. Su piel había cogido el color ceniza. Su
delgadez era tal que se le marcaban todos los huesos. Los ojos febriles, agonizantes,
hundidos en sus órbitas, parecían buscar algo. Entreabrió sus secos y duros labios
sobre los cuales pasó una lengua que parecía un hueso seco.
La madre lo miraba impotente. Esperaba que la muerte viniese a liberar a su hijo
de esta agonía interminable.
Pero ¿qué madre puede ver a su hijo morir de hambre y sed? ¿No podía hacer
nada para darle un poco de agua que corría a caudales a algunos metros de allí?
Después de tres días todo el campamento se moría de sed. Durante un día la
madre pudo amamantar a su hijo, más tarde la leche se extinguió.
Un furtivo pensamiento atravesaba su espíritu. Coger al niño en sus brazos y
correr, correr hasta el río y zambullir al pequeño moribundo. Pero no era sino una
locura que rechazó de inmediato. ¿Qué pensaría su esposo, el Imam Husein, de tal
iniciativa? ¿No tenía ya su carga de tormentos desde la mañana perdiendo uno tras
otro a sus amigos, sus parientes, trayéndolos él mismo en sus brazos hasta el
campamento, sus restos mortales vacíos de sangre?
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Cada instante que pasaba agravaba el estado del pequeño. Cada instante
transcurrido avivaba la angustia de la madre. No sabía qué hacer. Se levantaba.
Cogía al niño en sus brazos, daba vueltas en la tienda recalentada.
Un ligero ruido tras ella la estremeció. Era el Imam Husein que entraba.
No pudiendo reprimir por más tiempo su angustia, le suplicó:
-¡Mi Señor! ¡Mi inocente hijo se está muriendo! ¡Por amor de Dios, haz algo por
él!
El Imam Husein la miró, miró al niño. Se dio cuenta hasta qué punto las quejas de
la madre estaban fundadas. Reflexionó un instante y le dijo:
- ¡Um Rabbah dame a Abdallah! ¡Voy a pedir al ejército de Yazid que le den de
beber!
Llevada por la euforia de que su bebé pudiera por fin saciar su sed, Um Rabbah se
lo dio a su padre.
-¡Hazlo rápido! ¡El tiempo apremia... Qué Dios te ayude! Cuando estés fuera, no
dejes a Abdallah expuesto al sol, cúbrele con tu ropa; en el estado en que está, se
secaría como una flor expuesta al calor del Horno.
Um Rabbah siguió al Imam Husein hasta la entrada de la tienda y se quedó allí de
pie mirándole alejarse hacia las tropas de Yazid.
Los soldados vieron al Imam Husein venir a su encuentro. ¡Cómo había cambiado
en un día! ¡Era casi irreconocible! Su espalda estaba curva, su cabello y su barba se
habían vuelto prácticamente blancos, tantos tormentos y penas había soportado
desde la mañana. Vieron que llevaba algo bajo su ropa, la mayoría pensaba que
sería el Sagrado Qur‟an y que, sin duda, quería someterse al arbitraje del Libro
para decidir entre él y Yazid.
El Imam Husein se aproximó más hasta que estuvo seguro de que todos
distinguieran lo que él quería mostrarles.
Entonces mostró a Abdallah y lo alzó. Dijo con fuerte voz:
-¡Oh soldados de Kufa y de Damasco! He venido aquí por invitación de los
vuestros para enseñaros los Principios del Islam. En lugar de tratarnos, a mí y a
los míos, como vuestros invitados, nos habéis traicionado. Nos impedís incluso
hasta una gota de agua desde hace tres días. Habéis matado a mis más fieles
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amigos, a mis sobrinos, mis hermanos, mis hijos... ¡Si a vuestro parecer, hemos
cometido un crimen imperdonable rechazando inclinarnos ante Yazid el
dictador, mi hijo que está aquí, siendo aún un bebé, él no ha cometido ninguna
falta! Desde hace tres días no ha recibido ningún alimento. Se está muriendo de
sed... El Islam es la religión que vosotros afirmáis seguir y es en el nombre del
Islam que os conjuro a dar de beber a este niño inocente. Estoy seguro que
muchos de entre vosotros tenéis hijos de esta edad. ¡Os suplico, por el amor a
vuestros hijos, no dejar a éste morir de sed!
Las palabras del Imam Husein y la visión de Abdallah muriendo de sed
contrariaban a estos hombres que no habían dudado al aniquilar niños de doce y
catorce años. Algunos no podían contener las lágrimas. Otros comenzaban a
susurrar que deberían solicitar a Omar hijo de Saad, el comandante del ejército el
permiso para apagar la sed del niño.
El Imam Husein retomó la palabra:
-¡Ejército de Yazid! Quizá alguno de vosotros tema que mi petición no sea sino
una excusa para obtener agua para mí mismo para apagar mi propia sed. ¡Os juro
que soy incapaz de esta clase de artimaña! Para demostrar mi buena fe, estoy
dispuesto a confiaros a mi hijo para que vosotros mismos le deis de beber.
Cuando vosotros mismos hayáis saciado su sed me lo devolveréis. Voy a poner a
Abdallah en el suelo. Así pues, no importa quién de vosotros venga a cogerlo.
Diciendo esto, el Imam Husein colocó un trozo de tela en el suelo y depositó a
Abdallah.
El gesto del Imam Husein hizo resurgir sentimientos humanos en el corazón de los
soldados de Yazid. Muchos se acercaron a Omar hijo de Saad diciéndole que no
podían negar un poco de agua a un niño que apenas tenía unos meses.
Omar comprendió que si rehusaba, algunos de sus hombres se rebelarían contra él.
Se volvió hacia su arquero Hamala, un tirador de élite.
- ¡Hamala, he aquí tu ocasión para ganar el reconocimiento del Califa Yazid! Pon
fin a esta situación que ya no puede prolongarse más. Muéstranos tu destreza
acertando en la garganta del niño.
Hamala imaginó de qué clases de favores no se iba a abstener el príncipe cuando
supiese de qué manera había salvado a Omar, hijo de Saad, de una situación tan
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embarazosa. Sin perder un segundo se levantó, cogió su arco y las flechas y se
situó en el mejor lugar para avistar el blanco.
En ese mismo instante y en el lugar donde él apuntaba su flecha, el Imam Husein
se agachó y cogió a Abdallah en sus brazos. La flecha erró en su objetivo.
Hamala sacó una segunda flecha de su funda y apuntó cuidadosamente.
A lo lejos, divisó a una mujer, de pie, a la entrada de una tienda... Sin duda la
madre del niño esperaba, angustiada... Esto le perturbó y la segunda flecha se
perdió también en la arena.
Omar hijo de Saad, que había visto errar dos veces a su mejor arquero, se
impacientaba. La situación corría el riesgo de tornarse crítica para él. Algunos
soldados, indignados por lo que se estaba llevando a cabo, comenzaron a
murmurar. Había que poner fin rápidamente. Hizo a Hamala promesas delirantes.
Pero no hacía falta ya que el arquero se sentía humillado al haber fallado en dos
ocasiones. Apuntó con cuidado su tiro, contuvo la respiración y seguro de sí
mismo tiró su tercera flecha.
Un baño de sangre inundó la cara del Imam Husein. La flecha alcanzó la frágil
garganta del bebé con tal violencia que se la llevó tras sí. En los últimos momentos
en que la vida se le iba, Abdallah agitaba los brazos y las piernas convulsivamente
igual que un ave que acaba de ser sacrificada.
-¡Hijo mío! ¡A qué nivel de degradación ha llegado esta gente para que ni
siquiera exceptúen a un niño inocente como tú!
Conmocionado el Imam Husein levantó en silencio el cuerpo de Abdallah hacia el
cielo hasta que la última gota de sangre se hubo perdido en la arena.
-¡Dios mío Tú eres testigo de lo que han hecho!
Después apretó el cuerpo inerte, sin vida, contra su corazón. Lo cubrió con su ropa
y volvió lentamente hacia el campamento.
El Imam Husein se detuvo ante la madre devorada por la angustia.
Esta vio la cara conmocionada del desolado padre, sus mejillas cubiertas de
lágrimas, salpicadas de sangre. Sabía lo que iba a decirle.
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- Um Rabbah, como tu esposo y tu Señor, te pido que me prometas hacer lo que
te voy a decir.
- Mi Señor, haré exactamente lo que tú me ordenes. Pero dime lo que le han
hecho a mi niño. Todos los hombres de la familia han muerto luchando
valientemente, ¡pero mi hijo era muy pequeño para eso! ¿Le han dado al menos
de beber antes de matarlo? Incluso a los animales se les da de beber antes de
sacrificarlos...
- Um Rabbah, te pido de no invocar la Cólera de Allah sobre los que han matado
a tu hijo. Desgraciadamente, no le han ofrecido ni la menor gota de agua. ¡A la
petición que les hice, han respondido tirándole una flecha!
El Imam Husein sacó el pequeño cuerpo de entre su ropa, y se lo entregó a su
mujer. Um Rabbah lo apretó contra sí y se hundió gritando de dolor. ¡Qué madre
podría ver a su hijo, a su bebé en un estado así y permanecer calmada e impasible!
Zaynab y otras mujeres vinieron para consolar a la desgraciada madre. Después de
un largo tiempo, ésta se acercó al Imam Husein.
- Mi Señor te pido que entierres con tus propias manos a mi pobre Abdallah.
Pues sé que cuando ya no estés aquí, estos monstruos no dudaran en profanar
los restos de nuestros Mártires.
Entonces el Imam Husein, sin nadie para ayudarle, para confortarle, para
consolarle, cavó con sus propias manos una pequeña tumba en la tierra, depositó el
pequeño cuerpo sin vida. Cuando cerró la tumba y recitó el Fatiha, levantó su
rostro hacia el cielo:
-¡Dios mío! ¡Tú eres testigo de que no he faltado a mi deber y que te he ofrecido
en sacrificio todos los que yo amaba, incluso mi bebé, incluso a Abdallah!
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El Imam Husein estaba solo. Solo, sin nadie para ayudarle, sin nadie para
defenderle.
Ante él, un poderoso ejército de casi cinco mil hombres sedientos de sangre.
Estaba sentado en la tierra, cerca de la tumba de Abdallah. Escuchaba el sonido de
los tambores de guerra y los fuertes gritos de los hombres de Yazid:
-¿No hay nadie que venga a combatirnos?
El Imam Husein se preguntaba si esperaban verdaderamente si quedaba alguien
para combatirlos, o si acrecentaban sus clamores para burlarse de él. ¿Acaso no
sabían que los valientes amigos, sus fieles Shias, todos habían ya derramado su
sangre para defenderle? ¿Ignoraban acaso que habían masacrado a todos sus
próximos, sus hermanos, sus primos, sus nietos, sus hijos?
No había nadie más ahora en el campamento con el Imam Husein, que las mujeres
y los niños. Y también Zayn al-Abidin, postrado en cama desde hacia varios días a
causa de una terrible fiebre, demasiado débil hasta para levantar la cabeza...
La tarde caía sobre la llanura de Karbala. Las sombras se alargaban en el suelo. Los
gritos de las Urdas omeyas se volvieron más vociferantes, las llamadas al combate
se hacían más fuertes.
Unos soldados más impacientes que otros se acercaron:
-¡Eh Husein! ¿Dónde están tus soldados que estaban tan prestos a morir por ti?
¿Dónde están tus parientes, tus hermanos, tus primos, que habían jurado
protegerte y enfrentarse a cualquiera que levantase la voz contra ti?
El Imam Husein se levantó. Fue hacia el centro del campamento, y llamó a las
mujeres de la Familia del Profeta:
-¡Zaynab y Kulzum, hermanas mías! Um Layla, Um Rabbah, y vosotras hijas
mías, Rukayya, Sukaina! ¡Y tu también Fizza, mi nodriza! Venid todas.
¡La hora de decirnos adiós ha llegado!
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Todas acudieron a su llamada. Todas se presentaron ante él.
Zaynab tomó la palabra:
- Hermano mío, ¿es cierto que vas a partir hacia tu último viaje? ¿Que no te
veremos más vivo? ¿Te vas a ir dejándonos solas a la merced de esos brutos
salvajes?
-¡Sí Zaynab! El momento ha llegado, en vista del cual nuestra madre te preparó
desde tu más tierna infancia. ¡Estoy tan triste por dejaros, pues sé que vuestros
sufrimientos no van a tener hoy fin sino que van a comenzar!
-¡Queridísimo hermano! ¡Cuándo estés en el Paraíso, enseguida, te suplico que
hables con nuestro abuelo a nuestro favor! ¡Pídele que interceda para que
vengamos rápidamente contigo y para que no tengamos que soportar los excesos
y las ignominias que nos esperan en este mundo!
- Zaynab, si tú te fueses de este mundo tan rápidamente, ¿quién desempeñaría la
misión que tú tienes que realizar? ¿Quién llevaría a cabo la tarea que yo dejo
incompleta? Zaynab te confío mis huérfanos y mis viudas, y aquellas y aquéllos
de mis valientes compañeros. Te incumbe a ti ahora, Zaynab, guiarlos, velar por
ellos, cuidar de ellos y consolarlos. ¡Moriré en paz si me prometes, Zaynab, ser
para ellos todo lo que eran aquellos que perdieron hoy!
El Imam Husein miró durante un largo tiempo a su hermana Zaynab, y siguió:
- Zaynab, te encomiendo particularmente velar por mi hijo 'Ali Zayn al-Abidin,
a quien la enfermedad lo ha llevado a dos pasos de la muerte. Él es mi Sucesor.
Tienes, cueste lo que cueste, que protegerle. Te encomiendo también a Sukaina,
mi hija pequeña, que no se ha separado nunca de mí, ni un sólo día. Consuélala
de la mejor manera que puedas. Me acuerdo de la manera que pidió a su tío
Abbas que le trajese agua, pero después de su muerte no ha dicho ni una
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palabra. Cuando recibáis agua, después de mi muerte, dadle de beber a ella la
primera.
Cada palabra que pronunciaba el Imam Husein penetraba en el quebrantado
corazón de su hermana. Zaynab era incapaz de responderle. Lo único que podía
hacer era asentir con la cabeza para mostrar que había comprendido y que
cumpliría con su deber.
-¡Zaynab, los hombres de Yazid, os van a tomar como prisioneras! Quizá
arranquen los velos de las mujeres. Quizá os exhiban por las calles de Kufa y de
Damasco. Quizá os llenen de cadenas. ¡Quizá incluso hasta os golpeen y os
torturen, a vosotros mujeres y niños de la Gente de la Casa del Profeta!
Es un largo período de duras pruebas que comienza para todos vosotros, hoy,
Zaynab.
Te pido que no pierdas nunca la paciencia, ni jamás la esperanza. Zaynab, serás
tú, y sólo tú, quien restaurará el valor a los niños y a las mujeres y pedirles sin
cesar que rueguen a Dios que les ayude para soportarlo todo.
¡No olvides nunca, Zaynab, que nosotros, Gente de la Casa del Profeta, debemos
mantenernos siempre firmes a la hora de las pruebas sin incluso jamás maldecir
a nuestros verdugos!
Cuando el Imam Husein hubo terminado de hablar, Zaynab lo miró a través de las
lágrimas y dijo, con voz suave:
- Husein, hermano mío, te prometo hacer exactamente todo lo que tú me has
ordenado. ¡Hermano mío, reza por mí, qué Dios me dé la fuerza y la paciencia
que necesite! ¡Con la ayuda de Dios Todopoderoso, asumiré todas las
responsabilidades que me incumben desde ahora y mostraré a todos que soy
Zaynab, la hermana de Husein, la hija de 'Ali y Fátima, la nieta del Enviado de
Dios!
El Imam Husein abrazó durante largo tiempo a su hermana, después se dirigió
hacia la fiel Fizza, su nodriza, que lo amaba como a su propio hijo. Había
prometido a Fátima, la madre del Imam Husein, cuidarlo y no separarse nunca de
él. A pesar de su edad, para poder mantener su promesa, no dudó en emprender
este largo y peligroso viaje a pesar de todos sus esfuerzos por parte del Imam para
disuadirla.
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El Imam Husein entró en la tienda donde yacía, siempre inconsciente, su hijo 'Ali
Zayn Al-Abidin. Le tocó la espalda diciéndole:
- Hijo mío, vengo a despedirme. Levántate, y abrázame por última vez.
'Ali Zayn Al-Abidin se despertó del sopor. Abrió los ojos y vio a su padre
irreconocible ya que en su rostro se acusaban las pruebas de la jornada. Con un
esfuerzo sobrehumano consiguió sentarse en la cama.
-¡Dios mío! ¿Qué es lo que le han hecho los enemigos a mi padre para que esté
tan afectado? Padre, ¿dónde está mi tío Abbas, dónde está mi hermano Akbar?
¿Dónde están mis primos Qasim, „Aoun y Mohammad? ¿Cómo es posible que tú
estés en este estado si uno solo de ellos esté aun vivo para protegerte?
- Hijo mío, todos han gozado del Martirio defendiéndome así como a la causa
del Islam. No queda ningún otro hombre en el campamento, a parte de ti y de
mí. Ahora es mi turno de ir a combatir y morir con las armas en la mano. He
venido a despedirme.
Con estas palabras, 'Ali Zayn Al-Abidin se puso en pie y dijo tambaleándose:
-¡Padre! ¡Mientras que yo esté con vida no podrán matarte! ¡Te pido tu
autorización para ir al combate como han hecho todos los demás antes que yo!
Pero estaba ardiendo de fiebre. ¡No pudo seguir de pie, sus piernas no lo
sostenían...
- Hijo mío, respondió el Imam Husein, te ordeno, como tu padre y tu Imam, que
te quedes en esta cama!
Tu deber es el de acompañar a tus tías, a tu madre y a tus hermanas y las otras
mujeres en cautividad.
Tu deber es el de andar por las calles de Kufa y de Damasco con las manos y los
pies llenos de cadenas.
Tu deber es el de soportar los insultos de la Corte de Yazid, el de soportar todo
esto con firmeza de alma y paciencia.
Tu deber es el de demostrar a todo el mundo, tanto a Yazid como a los demás
Musulmanes, a los vivos y a las generaciones futuras, que nosotros, Gente de la
Casa del Profeta, podemos soportar todas las pruebas y todas las penas con una
Fe indefectible en Dios y en nuestra Causa.
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Tu deber, hijo mío, es testificar a todo el mundo, en todo lugar y a todas las
épocas, que el verdadero combate, el verdadero Yihad, es el de demostrar Fe
cuando llega la hora de las pruebas, cuando llega la hora de las peores
dificultades, de las situaciones más angustiosas.
Lo que tú vas a sufrir, hijo mío, es mil veces peor que la muerte, pues la muerte
trae el alivio. ¡Pero tu, hijo mío, deberás vivir años y años, con el recuerdo del
más cruel de los sufrimientos!
El Imam Husein lo estrechó contra su corazón. Padre e hijo se separaban para
siempre.
'Ali Zayn Al-Abidin, abatido por la pena así como por su enfermedad, quedó
inconsciente.
La Misericordia de Dios le absolvió de asistir a la partida de su padre.
Hecha la despedida, el Imam Husein montó a su caballo Zuljanah.
Zaynab, sobreponiéndose a su propia pena, se ocupaba de reconfortar a todo el
mundo.
El Imam Husein se calzó las espuelas pero Zuljanah se mantenía inmóvil. ¿Qué
ocurría pues?
El Imam Husein, mirando a su alrededor, descubrió a su hija pequeña, Sukaina,
que tenía agarradas las patas delanteras del caballo murmurando:
- Zuljanah, te suplico, no lleves a mi padre hacia el campo de batalla, de donde
nadie ha regresado hoy.
¡Zuljanah, 'Ali Akbar fue a batirse! ¡Ahora está muerto!
¡Zuljanah mi tío Abbas fue en busca de agua pero nunca volvió!
Zuljanah, he oído hablar a mi padre: quiere irse para siempre y no volverá
nunca...
¡Zuljanah, no lleves a mi padre, si tú no quieres verme huérfana, sin nadie para
quererme ni ocuparse de mí!
El Imam Husein saltó a tierra y cogió a Sukaina en sus brazos.
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- Sukaina, querida mía ¿por qué no te has quedado en la tienda? Tu madre
necesita que la consueles, después de la muerte de Abdallah.
Sukaina miró a su padre a los ojos.
- Papá, dime: ¿acaso no te vas, para no volver nunca más? ¿No estás a punto de
dejar a tu Sukaina para siempre? Papá, ¿Cómo tu Sukaina podrá sobrevivir sin
ti?
Cuando trajiste el cuerpo sin vida de mi hermano Akbar, creí que iba a morirme
de dolor. Pero tú estabas allí, mi Papaíto. Tú estabas allí y me consolaste.
Cuando me dijiste que mi tío Abbas había marchado hacia el Paraíso y que no le
vería más, creí volverme loca de tristeza, pero tú estabas aún allí para
reconfortarme.
Dime, Papá: cuándo te hayas ido ¿quién habrá para hablarme, para
tranquilizarme? ¿Quién compartirá mis penas, quién me dirá algunas palabras
de consuelo? ¡No dejaré que te vayas, Papá! ¡Tú no te irás!
Haciendo acopio de todo su valor, el Imam Husein respondió a su hija:
-¡Sukaina, querida mía! ¿Cómo podría explicarte que debo partir para combatir y
ser muerto?
¿De qué manera podría hacerte comprender que debo morir por la Causa de la
Justicia y de la Verdad y que para esta Causa, debo sacrificar lo que más amo en
el mundo?
Todo lo que puedo decirte, es que la vida en este mundo no dura demasiado
tiempo. Querida mía, no hago sino irme un poco antes que tú, pero vendrás
conmigo muy pronto al Paraíso.
¡Ahora Sukaina, tienes que dejarme partir! ¡No me retengas sino dame tu más
bonita sonrisa para decirme adiós!
- Papá, dices que me reuniré contigo en el Paraíso. ¡Prométeme, Papa! ¡Que será
pronto, muy pronto!
Prométeme pedir a Dios que no estemos mucho tiempo separados...
Y promete también. Mi Papaíto, que ya que no te veré más, venir en mis sueños
todas las noches.
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¡Prométemelo, Papá! ¡Por favor prométemelo!
- Te lo prometo, querida mía. Te lo prometo.
Sukaina se dejó deslizar de los brazos de su padre. Ella lo abrazó y se quedó de pie
al lado del caballo. El Imam Husein montó a Zuljanah. Miró por última vez a su
hijita, una última sonrisa bañada en lágrimas.
-¡Zuljanah! Es la última vez que te monto. ¡Llévame allá donde me espera el
destino! ¡Llévame al término de mi viaje!
Zuljanah, se lanzó hacia el campo de batalla, allá donde resonaban los tambores de
guerra y los clamores reclamaban aún sangre.
Sukaina, inmóvil, agitaba su pequeña mano para decir adiós a su padre.
-¡Soldados de Yazid! He venido para preguntaros si me conocéis.
El Imam Husein que se había vestido con la túnica y el turbante de su abuelo, el
Mensajero de Dios, hacía frente, solo, a los cinco mil hombres del ejército omeya.
-¡Soldados de Yazid! ¡Para aquellos de entre vosotros que no me conocen, soy
Husein, el nieto del Profeta Mohammad que reconocéis como el Profeta del
Islam!
Soy el hijo de Fátima, la hija del Profeta, y de 'Ali, el primo del Profeta.
Soy el último de las cinco personas a propósito de las cuales el Profeta ha
hablado muchas y muchas veces.
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Son numerosos los que de entre vosotros han visto y han oído al Profeta.
A estos, les pregunto si ¿no se acuerdan de haber visto al Profeta llevarme a sus
espaldas, igual que a mi hermano Hasan, cuando éramos niños?
¿No han escuchado al Profeta decir que era el más querido de sus hijos?
¿No han visto nunca los ojos del Profeta llenos de lágrimas cuando tenía la
menor pena o dolor?
¡El Profeta no está, pero yo estoy aquí ante vosotros!
Habéis herido mi corazón aniquilando sin piedad a mis hijos, mis hermanos,
mis sobrinos, mis fieles compañeros.
¡No absolvisteis a mi hijo Abdallah, pobre bebé inocente que no os había hecho
ningún mal!
Cada uno ha sido muerto sufriendo hambre y sed y desde hace más de tres días
habéis rehusado a toda mi Familia la menor porción de comida, la menor gota de
agua a pesar del calor asfixiante que reina en esta llanura.
En el Nombre de Dios, os pregunto ¿qué es lo que os he hecho para merecer un
trato así?
Omar hijo de Saad respondió al Imam Husein:
-¡Husein, nos cansas con tus discursos! Te hemos dado la posibilidad de
reconocer al Califa Yazid como tu Señor espiritual y Cabeza política y someterte
a sus leyes y a su voluntad en todos los asuntos. ¡Reconócelo como Caudillo de
los Creyentes y Sucesor del Profeta! ¡Salvarás tu vida y evitarás sufrimientos y
humillaciones a tu familia! ¡No tienes otra elección!
-¡Omar hijo de Saad! Tu padre era un Compañero del Profeta. Tú mismo has
sido testigo de lo que he dicho ya que frecuentemente acompañabas a tu padre
cuando visitaba a mi abuelo.
¿Crees que voy a reconocer un libertino como mi Señor espiritual y como el
Sucesor del Profeta?
¿Crees que voy a aceptar los cambios y las desviaciones que quiere introducir en
la Religión sin decir nada?
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¿Piensas que me someteré a una tal abyección para salvar mi vida y evitar
sufrimientos y humillaciones a las mujeres y a los niños de la Casa del Profeta?
¡Si el abandono de los Principios del Islam y de las Enseñanzas del Qur‟an es el
precio que tú pides por mi vida y el honor de mi Familia, que sepas que rechazo
tu oferta despreciable!
-¡Esto es suficiente Husein! Rechazas la sola y única cosa que te pedimos:
reconocer la autoridad religiosa del Califa Yazid y el derecho para decidir lo que
quiera en todas las cuestiones religiosas. No discutes con nosotros más que para
ganar tiempo. Sabemos bien que no tienes ninguna posibilidad contra nuestro
ejército. En el estado en que estás, incluso el más débil de mis soldados te
vencería sin esfuerzo...
El insulto proferido por Omar hizo hervir la sangre del Imam Husein. Él, el hijo del
León de Dios, puso la mano en su funda, sacó su espada y rugió, con una potente
voz:
-¡Omar hijo de Saad! ¡Propongo el combate a duelo no solamente al más fuerte y
al más valiente de tus hombres, sino a todos aquellos que tú quieras enviarme
para combatirme, uno tras otro!
Como una serpiente helada y repugnante, el miedo se insinuó en las venas, se
introdujo en el corazón de cinco mil hombres en masa frente al Imam Husein.
¡Todos recordaban a 'Ali, el padre de Husein, quien había provocado y derrotado
de este modo a tantos y tantos adversarios tan fuertes como ellos!
Nadie tuvo el coraje de responder al desafío lanzado por este hombre mayor de
casi sesenta años de edad, cubierto de heridas, agotado, hambriento, medio muerto
de sed.
Omar hijo de Saad ordenó a sus arqueros que lanzasen una oleada de flechas hacia
el Imam Husein, a su caballería y a su infantería maniobrar para cercarlo.
El Imam Husein dirigió su caballo contra aquellos que se preparaban para atacarle.
Su espada sesgaba a todos aquellos que estaban a su alcance. Como una flecha,
atravesó el ala izquierda del ejército omeya, describió un círculo para así ir hacia el
ala derecha y ponerla en desbandada, logró sembrar la confusión en pleno corazón
de la urda aterrorizada.
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Todos los cobardes no pensaban más que en salvar su vida despreciable. Los
demás huían en todas direcciones.
El campo de batalla había quedado limpio de cobardes. El sol acababa de ponerse.
El Imam Husein pensaba que tenía tiempo para realizar la Oración de Magreb.
Enfundó el arma y bajó del caballo.
Omar que observaba desde lejos pensó que era el momento de atacarle. Pero nadie
quería arriesgarse a acercarse al Santo Imam, Omar ordenó entonces atacarlo con
una lluvia de flechas, piedras y trozos de betún llameante.
El Imam Husein que estaba ya cubierto de heridas de la cabeza a los pies, recibió
entonces varios golpes mortales, uno tras otro. Perdía sangre en abundancia.
Decidió rezar de inmediato. No pudiendo ir hasta el río para poder hacer las
abluciones, utilizó la ardiente arena y entró en Oración.
Omar hijo de Saad llamó a sus soldados para que cortasen la cabeza del Imam
Husein mientras realizaba la oración. Pero nadie osaba aproximarse al moribundo.
Promesas desorbitadas, decidieron finalmente a Shímr, el Maldito, acompañar a
Omar, a saltar sobre la espada del Imam Husein mientras estaba orando.
Shímr levantó su espada evaluando el golpe.
El Imam Husein estaba muy débil para levantar incluso la cabeza. La giró hacia un
lado. Vio a Shímr. Con voz afable, casi inaudible, dijo:
- ¡ Shímr, tengo sed! ¡Antes de llevar a cabo lo que vas a hacer, dame de beber un
poco!
¡Por toda respuesta Shímr golpeó! Con todas sus fuerzas.
Zaynab, que estaba envuelta de la cabeza a los pies con un gran velo, había subido
a una colina cercana al campamento.
Había presenciado, llena de entusiasmo, las hazañas de su hermano, la
desbandada de todo un ejército causada por un sólo hombre. El Imam Husein, su
hermano, era el digno hijo del Imam 'Ali.
Pero el viento se había levantado, levantando una fina capa de polvo roja. Ahora
Zaynab no distinguía muy bien lo que estaba sucediendo. Abría mucho más los
ojos intentando para así ver lo que estaba sucediendo.
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En la conflagración del cielo donde el sol acababa de retirarse,
ella vio de pronto segada, como una sombra chinesca, la cabeza del Imam Husein,
que Shímr llevaba como un trofeo al extremo de una lanza.
Los tambores de guerra resonaban en la llanura de Karbala.
El ejército omeya anunciaba su victoria...
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