al fin comprendió

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Relato ameno y emocionante de ciencia ficción donde se contemplan las consecuencias del esfuerzo y el trabajo consecuente. Como la mayoría de los escritos del autor nos conducen a reflexiones sobre nuestro mundo y nuestra vida.

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Juan tenía una edad donde todas las proezas para un muchacho sano se creen posibles.

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En el barrio se le consideraba quizás un gran jugador de fútbol, su agilidad natural ayudaba, pues corría más que ningún otro y a menudo participaba en carreras de corta distancia con los amigos del vecindario en franca competencia a los que muy a menudo lograba vencer. Pero no era petulante o engreído, muy al contrario, sus dotes personales eran demostradas sin ostentación y de una forma natural aplaudía al contrincante que lograra vencerlo y lo estimulaba para que siguiera así. Era muy bien parecido y con una sonrisa franca siempre en los labios y en el gesto de sus bien proporcionadas facciones. Su cabello era ligeramente ondulado, de color azabache y casi siempre un mechón de cabellos le caía sobre la frente. Sus ojos pardos oscuros y la piel blanca pero ligeramente tostada daban a su figura un aire de franqueza y salud.

En el colegio logró destacarse hasta el punto de lograr la máxima puntuación en su clase. Los profesores se sentían orgullosos y mucho más los padres que a duras penas lograban reprimir su satisfacción.

No fue fácil y requirió de un gran esfuerzo de concentración. Un año más y lograría culminar la educación media. Después a trabajar y por las noches a tratar de obtener una carrera universitaria. Estaba muy adelantado en el instituto, pues sólo contaba quince años, pero sus excelentes notas le permitieron esta provechosa recompensa.

No siempre fue así, no le gustaba hablar de sus años anteriores pero en su memoria estaba grabado cada acontecimiento indeleblemente.

Juan era hijo único y a temprana edad se quedó solo con su madre. El padre fue arrancado de su hogar y obligado a enrolarse en las filas del ejército para combatir en una repugnante guerra, como todas lo son sin excepción, que de improviso enfrentó a hermanos contra hermanos sin otra justificación que los deseos de poder de un grupo de desalmados sin posible explicación convincente.

La madre luchó como pudo para lograr el sustento que era escaso y muchas veces inexistente, pero los años pasaron y de alguna manera ella logró enseñarle algunas letras hasta que por fin Juan cumplió cinco años de edad. Con alguna influencia y debido a la pobreza que sumía a la mayoría, logró que ingresara en un colegio de monjas sin pagar nada. Y así empezó su primer día de clases y quizás él era uno de los más pobres de toda la clase pues a parte de una batita blanca que su propia madre había confeccionado, no tenía ni un lápiz ni un pedazo de papel siquiera. Cuando menos estaría cuidado mientras la madre trabajaba para, a duras penas, obtener el sustento. Después, cuando las cosas mejoraran, iría a otro colegio a donde sí se le daría una educación más esmerada.

Pasaron dos años y a los siete seguía igual, el último de la clase, nunca presentó un examen en aquel colegio ni una prueba, como hacerlo si no podía estudiar. Pero ahora a los siete años de edad debía abandonar el colegio pues las monjas no admitían ningún barón mayor de esa edad que compartiera estudios con las niñas.

Ingresó en otro colegio público, pero ya la situación le permitió disponer de lápiz y papel lo cual le dio un respiro y Juan logró buenos avances en su educación aunque no admirables pues no disponía de libros. El verse relegado a los últimos puestos y no poder disponer de los medios para demostrar su capacidad de estudiante, creó en Juan un deseo casi delirante de demostrar que él sí podía y que lo haría si le daban iguales oportunidades que a los demás, de este modo, muy adentro de él, se arraigó la idea obsesiva de ser el primero en todo y para demostrarlo y seguir lográndolo, daba todo lo que tenía en su empeño por ser el primero. A los nueve años de edad regresó el padre,

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un hombre maravilloso para quien la familia lo era todo. Al principio fue muy difícil pero con decisión y trabajo, la situación empezó a mejorar. Bajo las actuales condiciones económicas, se consideró cambiarlo de colegio y con todos los libros y necesidades que un estudiante precisa, se lanzó a demostrar con fervor que sí podía… ¡y sí pudo!. Naturalmente fue así debido a que disponía de unas sobresalientes cualidades naturales heredadas, que no había podido alimentar debidamente por las circunstancias de aquellos años y esa condición se expresaba en su inteligencia sobresaliente con que la naturaleza y la herencia genética lo habían dotado.

Ya de dieciséis años de edad culminó anticipadamente su educación media y ahora dividía su tiempo entre trabajar y estudiar por las noches. Pero nunca dejó aparte el deporte y seguía corriendo y participando en carreras que ganaba con dificultad pero que las ganaba. Siempre se esforzaba y se esforzaba, exigiéndole a su cuerpo algo más y eso le valía de mucho en sus estudios y deportivas competencias.

Aquel día participaría en una carrera de doscientos metros, algunos de los corredores eran conocidos compañeros del barrio, pero había uno llamado Enrique que aunque algo conocido de Juan, nunca antes había participado en competencias similares, pues no solía compartir con el grupo. Era de la misma edad que él, pero se veía de movimientos ágiles, lo cual no pasó desapercibido por Juan.

Todos los participantes estaban en la línea de partida a la espera de la orden de empezar la competencia que por fin se dio. De inmediato y cada uno en su canal trató de colocarse a la cabeza del grupo. Pronto se distanciaron Juan y Enrique de los demás y sin mayores dificultades continuaron distanciándose del resto. Pero Juan, a pesar de sus desesperados intentos, no lograba rebasar a su competidor quien lucía fresco mientras que él, demostraba el esfuerzo en su rostro. A pocos metros de la llegada, Enrique aceleró el paso y se distanció fácilmente de Juan y mucho más del resto del grupo que estaba muy rezagado. Enrique llegó a la meta sin demostrar mayor cansancio y a escasos segundos llegó Juan verdaderamente agotado, pues el esfuerzo había sido enorme. Los demás, en pelotón, llegaron algo después.

Bien, el segundo lugar era meritorio pero para Juan significó, una enorme desilusión, estaba francamente frustrado, todos los asistentes esperaban y estaban seguros de su triunfo y había agotado sus energías sin poder superar a un sonriente y simpático Enrique.

Después de aquella famosa competencia y a solas con sus pensamientos, se dio cuenta de una gran verdad que lo ayudaría para el resto de su vida y que hizo posible lograr una duradera paz y felicidad, además de ganarse la sincera amistad de muchos. Para sí se decía: “Es verdad, hay que luchar para ser el primero aunque no se consiga, pero la infinita sabiduría de la naturaleza hace que, no haya mejores ni peores, sólo diferentes”.

Se repetía con sincera franqueza: “No hay peores ni mejores, sólo somos diferentes” ¡Sabiduría infinita universal! ¡Somos parecidos y hasta iguales pero no idénticos, nada es idéntico!

Pues si todo fuera idéntico, nunca habría cambio ni evolución.

De manera que Juan agradeció los dones temporales recibidos y dedicó su vida a una lucha sana por el éxito, a querer y compartir con sus semejantes… y fue feliz.