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  • HISTORIA Y LITERATURA: TEXTOS DEL OCCIDENTE MEDIEVAL

    Memorias del primer coloquio del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales

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  • FACULTAD DE FILOSOFA Y LETRASDIRECCIN GENERAL DE ASUNTOS DEL PERSONAL ACADMICO

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

    Antonio Rubial GarcaIsrael lvarez Moctezuma

    Coordinadores

    HISTORIA Y LITERATURA: TEXTOS DEL OCCIDENTE MEDIEVAL

    Memorias del primer coloquio del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales

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  • Primera edicin: 19 de mayo de 2010

    D. R. 2010 Universidad Nacional Autnoma de Mxico, Ciudad Universitaria, delegacin Coyoacn, C. P. 04510, Mxico, D. F.

    Proyectos papiit IN403806 Seminario Inter-disciplinario de Estudios Medievales y papiit IN403908 Seminario de Estudios de Historia y Literatura del Occidente Medieval.

    ISBN: 978-607-02-0976-5

    Prohibida la reproduccin total o parcial por cualquier medio sin la autorizacin escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Impreso y hecho en Mxico

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  • 7Introduccin

    Este libro es el resultado del Primer Coloquio Historia y Litera-tura: Textos del Occidente Medieval realizado en la Facultad de Filosofa y Letras los das 21 y 22 de noviembre de 2007, organi-zado por el Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales. Los artculos que se incluyen en este volumen son una seleccin de las ponencias expuestas en dicho coloquio y que, tras su rigurosa dictaminacin, son presentadas aqu como muestra del trabajo realizado dentro de nuestro Seminario.

    Desde hace seis aos un grupo de alumnos de Historia, Letras Clsicas y Letras Hispnicas, bajo la direccin de varios maestros de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, han llevado a cabo numerosos proyectos de rescate e interpretacin de tex-tos medievales. Su esfuerzo se une al de otros grupos acadmicos interesados en acercarse y estudiar diversos aspectos de la civiliza-cin me dieval, con la finalidad de crear las bases para el desarrollo del medie valismo en Mxico. La complejidad y riqueza de este campo de estudio hizo necesaria la participacin de especialistas de diversas disciplinas humansticas, con lo cual se han enriquecido las posibilidades de an lisis de las fuentes.

    A partir de esta convergencia de intereses, nuestro seminario de investigacin ha venido realizando una serie de trabajos individua-les y colectivos, cuya finalidad es crear y consolidar un proyecto edi-torial de largo alcance. En un primer momento, nuestro inters se centr en la traduccin al espaol y en la contextualizacin hist-rica de textos medievales como la Historia Hierosolymitana de Ful-cher de Chartres; la Historia Roderici; la Vita Karoli de Eghinard; la versin latina del Libro de Kalila e Dimna; Africa de Francesco Pe-trarca, entre otros. Esperamos poner todas estas fuentes al alcance

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  • 8 Introduccin

    de los estudiosos y de los lectores interesados en un futuro prxi-mo. Dado el creciente inters que ha despertado la Edad Media en nuestras comunidades acadmicas, el Seminario tambin se avoc a organizar ciclos de conferencias, cursos y coloquios con la finali-dad de difundir el trabajo y los frutos obtenidos. De esta actividad naci el presente libro, el primero de la serie de nuestro proyecto editorial.

    Este volumen es una muestra del trabajo obtenido al integrar bajo diversas pticas en especial la crtica literaria y el anlisis historio grfico un mismo objeto de estudio: las fuentes medie-vales. Por ello hemos dividido el libro en dos partes, una sobre his-toria y crtica y otra sobre literatura y crtica.

    En el primer artculo, Episodios de la historia medieval en el romancero, Aurelio Gonzlez analiza la temtica pico- histrica que se desarrolla en algunos de los textos que conforman el corpus del Romancero viejo. Este artculo ejemplifica el singular trata-miento de algunos acontecimientos histricos de la Pennsula Ib rica, haciendo especial hincapi en hechos significativos de la Re con-quista. A travs del anlisis de sus fuentes literarias, el doctor Aurelio Gon zlez muestra cmo se reelaboraron los episodios histricos dentro de la memoria colectiva.

    El segundo ensayo de Israel lvarez Moctezuma se refiere a El basileus bizantino, el papa romano y el llamamiento a la Primera Cruzada, y en l se da noticia de cmo se inici el proceso de este suceso siguiendo la Historia Hierosolymitana de Fulcher de Char-tres. La primera propuesta del autor para abordar dicho suceso fue la relacin diplomtica que estableci el emperador Alexis Com-neno con la nobleza europea occidental y, principalmente, con el papa Urbano II. Despus de la aparente divisin de la cristiandad, sta se uni, dentro del discurso pontificio, con un objetivo prin-cipal: la guerra contra el infiel, provocada por la pre sencia de los turcos en territorio bizantino.

    En el tercer artculo La coloracin simblica, un falso eclipse de luna en la Historia Hierosolymitana de Fulcher de Chartres, Daniel Sefami Paz nos narra la manera en la que, imbuida en una

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  • Introduccin 9

    mentalidad religiosa, la crnica hizo de los eventos astronmicos un signum que presagiaba el destino. As, algo que pareci ser un eclipse, un enrojecimiento de la luna, era el signum de una bata-lla o una hambruna. La Historia Hierosolymitana escrita por Ful-cher de Chartres narra el camino que emprendieron los cruzados a Tierra Santa.

    Rubn Borden-Eng, en el cuarto artculo intitulado Historia Roderici Campidocti (problemas de autora y fecha), parte de una fuente que procede de la historiografa latina medieval, a la cual no se le ha podido designar ni autor, ni fecha de composicin. Sobre la posible autora, algunos la atribuyen a un eclesis tico pero, al parecer, dada la escasa erudicin religiosa y las pocas reminiscen-cias bblicas halladas en la obra, es ms factible pensar en un clri-go (en el sentido pleno de este oficio) que saba latn. La datacin de la Historia Roderici es otro problema que no se ha resuelto, y para el cual el autor propone una nueva cronologa.

    El quinto y ltimo artculo de esta seccin lleva por ttulo Los ermitaos, un tpico literario en la Edad Media. Su autor, Anto-nio Rubial Garca, resalta la persistencia de los hombres retirados en el desierto a lo largo de la historia medieval. Su actuacin y presencia, en palabras del autor, dej una fuerte huella en las ma-nifestaciones culturales de las ms diversas directrices. Los ermi-taos fueron para la literatura medieval y renacentista una de esas figuras paradigmticas en las que se podan colocar, por similitud o por contraste, valores tan encontrados como los de la religin, la filosofa del placer o la literatura ertica.

    La segunda parte se inicia con el artculo de Graciela Cndano Fierro, La sabidura femenina como reflejo del saber clerical en la Edad Media. En l hace una exposicin sobre las opiniones ms comunes en la Edad Media acerca del tema del matrimonio. Con base en autores renombrados como Alfonso X el Sabio, Sancho IV o el infante don Juan Manuel, entre otros, evoca el recurso ret-rico conocido como repetitio (discurso en el que se presentaba de manera exhaustiva un tema determinado, con el apoyo de frecuen-tes citas de las autoridades correspondientes). A travs de las voces

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  • 10 Introduccin

    femeninas ejemplifica algunas opiniones que los autores de tra-tados morales, en su mayora eclesisticos, tenan sobre la mujer.

    En el siguiente, Morgana, Agravain, Mordred y Brehus sin Piedad, los malos de la historia artrica, Rosalba Lendo estudia estos personajes que encarnan la oposicin sistemtica a los prin-cipios, valores y costumbres que regan el universo caballeresco y corts de la novela artrica. El proceso de reescritura de este corpus literario fue configurando la imagen de cada uno de estos persona-jes y, consecuentemente, su funcin en la historia fue cambiando hasta obtener el papel definitivo de figuras antagnicas.

    El tercer artculo de esta seccin, escrito por Cristina Azuela, lle va por ttulo Variantes, reescritura y transgresin en la literatu-ra medieval (el ejemplo de Tristn como monje). En l se ejem-plifica la reutilizacin y modificaciones que puede sufrir un tema entre los vaivenes de la transmisin potica medieval. El texto se-leccionado es una narracin corta alemana del siglo xiii conocida como Tristn el monje (Tristan als Mnch, en el original). Este relato retoma varios de los motivos clsicos tradicionales de dicha historia. As, aunque el texto se construye a partir de los datos ori-ginales de la leyenda, poco a poco se va transformando el tono y casi se invierte el espritu de la misma, sin dejar de guardar la apa-riencia que permanece dentro de la tradicin.

    El cuarto artculo, obra de Axaycatl Campos Garca Rojas, in-titulado Retos y estrategias para el estudio de la narrativa caba-lleresca hispnica: un estado de la cuestin, es una revisin de los estudios sobre los libros de caballeras. A lo largo del texto se mencio-nan los trabajos y encuentros fundamentales de los ltimos quin ce aos, incluyendo los mexicanos, y sus diversas aportaciones sobre esta materia.

    El quinto y ltimo artculo, de Jos Luis Quezada Alameda, El sueo de Enio segn Francesco Petrarca, es un estudio sobre Africa, poema pico inconcluso cuyo tema central son las hazaas militares de Escipin el Africano (el mximo ejemplo de virtud en-tre los romanos) y su victoria frente a los cartagineses comandados por Anbal. En el canto noveno Escipin, de regreso a Roma,

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  • Introduccin 11

    victorioso y revestido de fama, escucha de labios de Enio la narra-cin de un sueo en el cual Homero viene a saludarlo y lo lleva por un paraje donde hay un joven que est escribiendo un poema lla-mado Africa, ese joven poeta es el propio Francesco Petrarca. De esta manera Petrarca se asume como continuador de la tradicin pica clsica.

    Adems de ser una intere sante propuesta, que se une a otras muchas, para impulsar los estudios medievales en nuestro pas; este volumen, pensamos, es un ejemplo ms de las posibilidades que tiene el dilogo entre la historia y la literatura.

    Nuestro Coloquio forma parte del proyecto Seminario Inter-disciplinario de Estudios Medievales, el cual ha sido apoyado por la Direccin General de Asuntos del Personal Acadmico en ya dos ocasiones (Proyecto Seminario Interdisciplinario de Estudios Me die vales: papiit IN403806 y proyecto Seminario de Estu-dios de Historia y Literatura del Occidente Medieval: papiit IN403908) y por la Facultad de Filosofa y Letras, ambos de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico. A nuestra Universi-dad nuestro encarecido agradecimiento.

    Finalmente, felicitamos y agradecemos a todos los colegas que de mltiples formas han contribuido con la publicacin de este vo lu-men, y nuestro reconocimiento a Enrique Hernndez, Teresa Islas y Paola Zamudio por su dedicada labor en la edicin de este nues-tro primer libro.

    Antonio Rubial GarcaIsrael lvarez Moctezuma

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  • Historia y crtica

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    Episodios de la historia medieval en el romancero

    Aurelio Gonzlez PrezEl Colegio de Mxico

    En el amplio corpus del romancero tradicional hispnico nos en-contramos con textos que claramente y sin mayor problema terico clasificamos como histricos; en este sentido hay que situarlos en una amplia trayectoria en la evolucin del gnero pues, aunque no todo el romancero proviene de canciones de gesta (en las que en el caso castellano se reconoce generalmente su historici-dad), no hay que olvidar la importancia que tienen la poesa pica y las hazaas de los caballeros cristianos en el desarrollo y vitalidad del romancero durante la Edad Media.

    Los temas histrico-picos ms importantes del Romancero viejo provienen bsicamente de los ciclos sobre don Rodrigo, el ltimo rey godo y la prdida de Espaa, el Cid, Bernardo del Car-pio, el conde Fernn Gonzlez, el triste fin de los siete Infantes de Lara y las mo ceda des de Rodrigo. Sin embargo, en los textos con esta temtica pico-histrica se desarrollarn tambin motivos y tratamien tos temticos novelescos que los alejan de los poemas picos originales con su carga de historicidad y de la referencia es-tricta al hecho histrico.

    Por otra parte, al hablar de historicidad hay que tener clara la limitacin de los textos, pues en muchos casos la historicidad de estos romances se concreta a la mencin de personajes que tuvie-ron una participacin efectiva en los hechos histricos a los que se hace referencia. Otra faceta de la historicidad de estas baladas es cuando se da valor histrico a textos que efectivamente contienen una visin de un momento particular o de un acontecimiento his-trico concreto, pero en los cuales la narra cin gira en torno a un personaje que incluso puede llegar a ser el protagonista que es una construccin literaria de ficcin, como es el caso de Bernardo

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  • 16 Aurelio Gonzlez Prez

    del Carpio, cuyo contexto nos remite efectivamente a una realidad histrica: la presencia de Carlomagno en Espaa, aunque el per-sonaje de Bernardo no tenga existencia histrica.

    Pero si bien los cantares de gesta medievales exaltaban al hroe que representaba los valores colectivos o nacionales del momento, una vez que ha pasado el clima propio de las crisis provocadas por un conflicto de valores o de sistemas sociales (donde se desarrollan los textos picos), el gusto por la tradicin baladstica permanece, pero la colectividad va a preferir nuevas narraciones con temas y ha-zaas que correspondan y justifiquen su sistema de valores, sin importar que los argumentos derivados de los hechos histricos tengan un tratamiento novelesco.

    Este nuevo gusto provoca que incluso en la funcin noticiera de los romances sobre acontecimientos efectivamente sucedidos en fechas cercanas, en muchos momentos se entrevere la verdad histrica con motivos novelescos. Esto evidentemente es un ele-mento que modifica el marco en el cual se narran las historias y los hechos que tienen un valor de verdad, desplazando en la na-rracin, con el tratamiento novelesco, acciones emprendidas con senti do colectivo o valor poltico a situaciones personales. Sin em-bargo, estos textos romancsticos siguen teniendo un significa-do que podemos definir como histrico en el sentido que poseen una perspectiva diferente de aquella que plantea la ficcin de los roman ces novelescos, que puede ser ejemplar, pero que no tiene un referente en la realidad que los transmisores y receptores ubican como su historia.

    Es claro que cuando hablamos de relatos que definimos como de tipo histrico o de tema histrico nos referimos por lo general a creaciones literarias, pero no por la connotacin de ficcin que tiene la literatura debemos descartar que pueden tener un valor de verdad histrica (en cuanto interpretacin objetiva de los he-chos o contenido informativo), al tiempo que tienen una posicin ante los hechos que estn interpretados en el relato a partir de su significado profundo, recreando ficcionalmente los detalles como

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    las ubicaciones espacio-temporales o los nombres de los partici-pantes y mezclando aspectos parciales.

    A continuacin algunos ejemplos de acontecimientos histricos medievales que recoge el romancero, de su tratamiento y de su conservacin en versiones publicadas mucho tiempo despus de los sucesos, o en algunos casos en versiones recogidas de la tradi-cin oral moderna. Dos son los temas preferidos de estos textos romancsticos; batallas o sitios de ciudades y muertes trgicas de personajes con existencia histrica:

    En primer lugar tenemos textos que en realidad no narran des de una perspectiva histrica los hechos, simplemente recrean la his-toria sucedida desde la poca del transmisor. Este es el caso de los romances sobre la batalla de Guadalete sucedida entre el 19 y el 26 de julio de 711. La recoge el romance Don Rodrigo abandona la batalla. Obviamente es una versin legendarizada de la batalla compuesta siglos despus de los acontecimientos. Sin embar go, el texto mantiene un significado pues se conserva incluso en versiones recogidas modernamente por Vctor Said Armesto en 1904 en Tuiriz, Galicia. Muy posiblemente los textos no sean resultado de una autntica tradicin oral sino de una tradicin libresca oralizada.

    El hecho se refiere a lo sucedido a partir de abril o mayo del ao 711 cuando un ejrcito al mando de Tariq ibn Ziyad cruz el estrecho entre Europa y frica, en el momento en que el rey visi godo Rodrigo se encontraba en el norte de la pennsula com-batiendo a los vascones. Es poco probable que las tropas de Tariq fueran muy numerosas, posiblemente entre siete y nueve mil solda-dos, la mayora de ellos bereberes. Tariq se atrincher en el pen que posteriormente recibira su nombre (Chabal Tariq: Gibral-tar), a la espera de la llegada del grueso de sus tropas. Tariq inici su ofensiva con la toma de Carteya (Cdiz), despus de lo cual se dirigi al oeste e instal su base de operaciones en lo que hoy es Algeciras (la isla verde, al-Yazirat al-jadra). Mientras tanto, el rey Rodrigo regres apresuradamente y reuni a sus tropas en Cr -doba. Todos los datos indican que la batalla que se llev a cabo

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    en las riberas del ro Guadalete no fue de gran envergadura, ya que las fuerzas de Tariq eran escasas y Rodrigo probablemente no pudo reclutar gran nmero de guerreros ya que su centro de poder era territorialmente limitado. Es posible que slo contara con los gue-rreros de la casa real y las fuerzas venidas de la Btica de la que haba sido gobernador antes de ser rey. La fulminante victoria de las fuer-zas musulmanas se debi al desconocimiento por parte de los cristianos de las tcticas de combate de los rabes. Sin embargo, la probable muerte de Rodrigo, la destruccin de su guardia real y de la nobleza visigoda, dieron al enfrentamiento su carcter deci-sivo. Posteriormente la rpida conquista de Toledo por Tariq au-ment el caos generado por la destruccin del ejrcito real y evit la eleccin de un nuevo rey visigodo y con ella la articulacin de la resistencia; as la es cara muza que tuvo lugar en el ro Guadalete se convirti en una autntica conquista que se prolongara por siete siglos y dara lugar a al-ndalus.

    Las fuentes del romance probablemente sean de la novelesca Cr nica sarracina, compuesta por Pedro del Corral hacia 1430. El romance centra la accin en el destino del rey Rodrigo, ms que en la prdida de Espaa:

    Ayer era rey de Espaa, hoy no soy de una villa;ayer villas y castillos, oy ninguno possea;ayer tena criados y gente que me serva,oy no tengo una almena que pueda dezir que es ma.Desdichada fue la hora, desdichado fue aquel daen que nasc y hered la tan grande seora,pues lo hava de perder todo junto y en un da.1

    Otro ejemplo de este tipo de tratamiento lo tenemos en textos en torno a la batalla de Roncesvalles, cuya accin tuvo lugar el 15 de agosto de 778. La recoge el romance con el mismo nombre que

    1 Giuseppe Di Stefano, Romancero. Madrid, Taurus, 1993, romance nm. 105 [Pliego suelto].

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    empieza Mal ovistes, los franceses, la caa de Roncesvalles. Se conoce una versin recogida el siglo pasado en La Habana, Cuba, por Aurelio M. Espinosa en 1930. Posiblemente sea el mismo caso que el anterior de una tradicin libresca. La batalla es el tema del gran poema pico francs La chanson de Roland. De este texto existe una versin en castellano de la cual se conoce un fragmento del siglo xiii.

    En el contexto de la creacin de la marca hispnica carolingia, en el desfiladero de Roncesvalles, en el Pirineo de Navarra, aunque algunas investigaciones de Antonio Ubieto Arteta2 llegan a la con-clusin de que esta batalla pudo tener lugar ms bien en el Pirineo aragons, en el valle de Ans.

    En el verano de 778 Carlomagno, el famoso rey de los francos, haba entrado en tierras hispanas, acudiendo a la llamada del go-bernador de Zaragoza, Sulaymn al-Arabi, quien se haba rebelado contra Abderramn I un ao antes, para apoyarle en su sub levacin a cambio de la plaza de Zaragoza. En su avance, Carlomagno destru-y las murallas de Pamplona para asegurar su regre so en caso de fracasar en Zaragoza. La conjura fue un desastre, pues Sulaymn se neg a en tre gar Zaragoza y Carlomagno tuvo que regresar a Francia tomando el paso de Roncesvalles.

    Al paso por el desfiladero de Valcarlos (transformacin etimo-lgica de Vallis-Karoli), la retaguardia de los francos guiada por Roldn, sobrino de Carlomagno, y por el resto de los Doce Pares de Francia, fue desbaratada el 15 de agosto de 778 por unas hues-tes formadas probablemente por contingentes de tribus vasconas. El romance se cen tra en el cautiverio de Guarinos, episodio que a su vez es tratado en va rias chanson de geste francesas. El romance empieza as: Mal ovis tes, los franceses, la caa de Roncesvalles, / do Carlos perdi la honra, mu rieron dos Doze Pares, / cativaron a Guarinos, almiran te de la mar.3

    2 Antonio Ubieto Arteta, Los caminos de Santiago en Aragn. Zaragoza, Departa-mento de Cultura y Educacin, 1993.

    3 G. Di Stefano, op. cit., romance nm. 141 [Pliego suelto, Sevilla, 1511?].

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    Por otra parte tenemos otro tipo de romances que aunque toman como eje un personaje histrico concreto mantienen el sentido his-trico del texto. Es el caso del romance sobre la batalla de las Na-vas de Tolosa que se libr el 16 de julio de 1212. El romance que recoge esta accin fue publicado por Lorenzo de Seplveda en su Cancionero de romances (Sevilla, 1584).

    Esta batalla permiti extender los reinos cristianos, principal-mente el de Castilla, hacia el sur de la Pennsula Ibrica a costa de los territorios dominados por los musulmanes. La contienda tuvo lugar cerca de la poblacin Navas de Tolosa en Jan.

    Alfonso VIII, despus de haber concretado alianzas con la mayo-ra de los reinos cristianos peninsulares, con la mediacin del papa, y tras finalizar las distintas treguas establecidas con los almohades, decide enfrentar a las tropas almohades dirigidas por el propio califa Muhammad an-Nasir, llamado Miramamoln por los cristianos (versin fontica de Comendador de los Creyentes, en rabe). El rey castellano intentaba as reponerse de la grave derrota que haba sufrido algu nos aos antes en Alarcos.

    A la batalla acudieron, adems de los sbditos castellanos de Alfonso, aragoneses al mando de su rey, Pedro II el Catlico, navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, y caballeros de otros pases europeos como los que vinieron al mando del arzobis-po Arnal do de Narbona, as como de las respectivas rdenes milita-res nacionales. Con todos ellos y tras la recuperacin de los enclaves del valle del Guadiana (Calatrava, Alarcos, Benavente, etctera). Alfonso VIII alcanz la victoria sobre el califa almohade en las in-mediaciones de Santa Elena, en Jan.

    En la vanguardia de las fuerzas cristianas destacaba don Diego Lpez de Haro, el cual aparece con papel protagnico en el ro-mance, quien se cuenta escuch la advertencia de su hijo tal como nos dice el romance: Como a mi padre y seor peleis con valen-ta / y no me digan las gentes que de traidor descenda. A lo que el viejo guerrero respondi: Hijo te dirn de puta, que no traidor yo sera, la leyenda cuenta que esto lo deca porque su esposa lo ha-ba abandonado.

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    La batalla de las Navas de Tolosa marca un hito en la historia espaola pues alej el peligro de una nueva invasin musulmana de los reinos cristianos y contribuy, aunque no de modo tan deci-sivo como se pretenda, al desmembramiento y ruina del imperio al mohade. Adems, abri las puertas de Andaluca y consolid la frontera castellana en Sierra Morena facilitando las grandes con-quis tas castellanas en el siglo xiii. Tal como lo cuenta el romance: El octauo rey Alfonso con muy gran caualleria / batalla tiene apla-zada que fue de gran nombradia / con el Miramamolin que muy gran gente tenia. / En las nauas de Tolosa comenaron la porfa.4

    Otro ejemplo de tratamiento histrico lo tenemos en el roman-ce sobre la batalla de Ro Verde el 18 de marzo de 1448, el cual se recoge en el Cancionero de romances s.a. (Amberes, Martin Nucio, ca. 1547) y despus en la versin ampliada de este mismo cancio-nero de 1550. En este caso la batalla es histrica, no as el trata-miento que se da al personaje.

    Las tropas cristianas estaban encabezadas por Juan de Saavedra quien al mando de cuatrocientos jinetes y doscientos cincuenta peones parti de Jerez, se enfrentaron en al-Jazain entre Estepo-na y Mar bella. Segn la crnica de Ibn Assim, Yunnat al Rida, el combate fue el 18 de marzo. El romance no cuenta la batalla sino la muerte de Juan de Saavedra combatiendo por no renegar de su fe; sin embargo, en esto se aleja de la verdad histrica pues el Saave-dra histrico estuvo cautivo en Granada durante dos aos y pag un gran rescate al que contribuy el propio rey Juan II muriendo en realidad en 1458. Avalle- Arce5 considera que la versin que ha lle-gado a nosotros es una reelaboracin interesada auspiciada por la familia Saavedra cuando su heredad fue elevada al rango de con-dado: Ro Verde, ro Verde, ms negro vas que la tinta / entre ti y

    4 Lorenzo de Seplveda, Cancionero de romances (Sevilla, 1584). Ed. de A. Rodr-guez Moino. Madrid, Castalia, 1967, romance nm. 228.

    5 Juan Bautista Avalle-Arce, El romance Ro Verde, ro Verde, en Rafael Lapesa et al., Homenaje a lvaro Galms de Fuentes, vol. 1. Madrid, Gredos, 1985, pp. 359370.

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  • 22 Aurelio Gonzlez Prez

    Sierra Bermeja muri gran caballera: / mataron a Ordiales, Sa-yavedra huyendo iba.6

    Por otra parte la mencin de la muerte del caballero Pedro Or-diales de Sevilla es histrica, pues ste efectivamente muri en la batalla; el hecho tuvo gran repercusin y fue recogido incluso en poe-mas cancioneriles, como el de Juan de Montoro.

    El romancero tambin puede dar a los hechos un tratamiento ms amplio como en el caso de la derrota de Montejcar el 11 de mayo de 1410. En este texto ninguno de los caballeros mencionados tie-ne una participacin protagnica. La narracin romancstica de este he cho fue incluida por Joan Timoneda en su Rosa espaola. Segunda parte de los romances de Joan Timoneda, que tratan de histo-rias de Espaa (Valencia, 1573).

    La accin se llev a cabo de la siguiente manera: en 1410 sa-lieron de Jan ciento veinte caballeros y doscientos cincuenta peo-nes y se internaron en territorio musulmn para traer ganado, en La Guardia se les uni Diego Gonzlez Mexa, seor del lugar; siguieron por el ro Guadalbulln hasta Piar donde obtuvieron muchas vacas y bueyes, pero en el camino de regreso fueron de-rrotados en Montejcar por el alcaide Mofarres quedando cautivos el propio Diego Gon zlez y Fernn Ruiz de Narvez que seran liberados dos aos despus en 1412. El romance menciona entre otros caballeros a don Juan Ponce, Diego Torres y Diego Gil. La Crnica de Juan II cuenta que fueron cautivados doscientos treinta y tres cristianos y murieron sesenta. El romance nos dice que fue-ron doscientos treinta y seis los muertos y aprisionados. La ciudad fue conquistada en 1486 por los Reyes Catlicos.

    Puntos culminantes de cmo cuenta el romance la historia son la salida de Jan de los caballeros:

    Ya se salen de Jan los trecientos hijos dalgo Moos codiciosos de honra, pero mas enamorados [...]

    6 Romancero castellano (Cancionero de romances, Amberes: 1550). Ed. de Carlos Cla-vera. Madrid, Biblioteca Castro, 2004, romance nm. 63.

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    Los moos mas orgullosos son don Joan Ponce y su hermano,y tambien Pedro de Torres Diego Gil y su cuado.7

    Para concluir de esta manera: mas cargaron tantos moros que pocos han escapado: / dozientos y treynta y seys han muerto y aprisionado / por no seguir, ni creer los moos a los ancianos.

    En otros romances es el hecho histrico el que tiene trascen-dencia, como en el caso de la conquista de Alhama por las tropas cristianas en 1482, que dio lugar al popular romance de La prdida de Alhama. ste asume la perspectiva musulmana y fue publicado por Gins Prez de Hita en sus Guerras civiles de Granada (Zara-goza, Miguel Ximeno, 1595) y muy popular entre los msicos del siglo xvi.

    En el romance de La prdida de Alhama la historia se centra en la prdida de la ciudad; por tanto, el hecho se plantea desde la ptica musulmana y no como la hazaa cristiana. De este roman-ce nos han llegado tres versiones, una ms larga con la mencin de quienes iniciaron el ataque y del intento de reconquistarla, muy di-fundida en los cancioneros y romanceros del siglo xvi, y otras dos, de tono ms tradicional, recogidas tiempo despus por Prez de Hita en sus Guerras civiles de Granada, donde no aparecen las acciones de Rodrigo Ponce de Len, marqus de Cdiz ni de Martn Ga-lindo, y se limitan a narrar la prdida de la ciudad con un tono de lamento elegaco que la crtica, especialmente del siglo xix, quiso ver romnticamente como trasunto de los cantos musulmanes por la prdida de ciudades, tal como haba dicho Prez de Hita en su novela:

    Passevase el Rey Moro por la ciudad de Granada,desde las puertas de Elvira hasta las de Bivarambla.Ay de mi Alhama!

    7 Juan Timoneda, Rosa espaola, en Rosas de romances (Valencia, 1573). Ed. de Antonio Rodrguez Moino y Daniel Devoto. Valencia, Castalia, 1963, romance nm. lxx.

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    Cartas le fueron venidas que Alhama era ganada:las cartas ech en el fuego, y al mensagero matara.Ay de mi Alhama! 8

    En torno a las acciones de los Reyes Catlicos, como la con-quista de Granada en octubre de 1492, uno de los romances que narra esta conquista es el de la Entrada de los Reyes Catlicos en Granada publicado en Romances nuevamente sacados de hystorias antiguas de la crnica de Espaa de Loreno de Seplveda, (Amberes, Martn Nucio, 1551).

    Uno de los grandes objetivos polticos de los Reyes Catlicos fue la consecucin de la unidad territorial. En este contexto hay que in-sertar la guerra de Granada llevada a cabo desde 1481 hasta 1492, fecha en que las tropas castellanas tomaron definitivamente la ciu-dad. Destaca la figura de la reina castellana pues el apoyo de Isabel a la guerra fue siempre decidido: la reina estuvo presente incluso en el campo mili tar durante el asedio a la ciudad. El romancero va a reflejar esta nueva situacin; este entusiasmo se percibe en los textos de la poca, muchos de ellos empeados profundamente en ensalzar la figura real, adems de contar una historia.

    La conquista definitiva del reino de Granada durante el reina-do de Isabel I de Castilla y Fernando de Aragn da lugar a un esplndido conjunto de romances fronterizos generados, como he-mos dicho, en la propia corte para alabanza de la misma. En las ltimas dos dcadas del siglo xv los romances se caracterizan por una curiosa mezcla de informacin noticiera e idealizacin de los hechos. La razn de ello quiz haya que buscarla:

    [] en la naturaleza de la corte, sedentarizada en los mismos lugares donde se estn desarrollando los acontecimientos. La figura itinerante del rey es debida a la obligacin impuesta por los avatares de la guerra, pero la de la reina adquiere una dimensin distinta. La creacin en ltima instancia de una ciudad palatina, Santaf, da lugar al establecimiento de una serie de

    8 G. Di Stefano, op. cit., romance nm. 304.

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    convenciones cortesanas en cuyo centro estn la reina y los caballeros y mi-litares enfeudados poticamente en ella.9

    El romance narrar la conquista de Granada con versos como los siguientes: Ao de nouenta y dos por Enero desteao / en el Alhambra en Granada pendones han levantado / dellos del Rey de Castilla dellos son de Santiago / a grandes bozes dezian Gra-nada por don Fer nando.10 Para despus contar la leyenda de las lgrimas del rey moro al que se reprocha que llore como mujer lo que no supo defender como hombre.

    Otro gran tema con valor histrico que recoge el romancero hispnico es el de las muertes trgicas y violentas de personajes con signi ficacin histrica. Estos son algunos ejemplos:

    La muerte a traicin del rey don Sancho de Castilla en Zamo-ra el 7 de octubre de 1072 que varios romances recogen y publican en el Can cio nero de romances de Martn Nucio (sin ao) como en el de 1550; ms adelante lo hace Lucas Rodrguez, en su Romancero his-toriado (Alcal, 1582):

    Guarte, guarte, rey don Sancho! No digas que no te aviso!,que dentro de amora un alevoso ha salido:llmase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos vellido,cuatro traiciones ha hecho y con sta sern cinco;si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.Gritos dan en el real, a don Sancho han malherido;muerto le ha Vellido Dolfos, gran traicin ha cometido.Desque le tuviera muerto metise por un postigo;por las calles de amora va dando bozes y gritos:Tiempo era, doa Urraca, de complir lo prometido.11

    9 Pedro Correa, Los romances fronterizos, vol. i. Granada, Universidad de Granada, 1999, p. 352.

    10 L. de Seplveda, op. cit., p. 321.11 Romancero castellano (Cancionero de romances, Amberes: 1550), romance nm. 41.

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    Otras muertes tienen un indudable hlito potico; este es el caso de I ns de Castro (asesinada en Coimbra en 1355). El Romance de Isa bel de Liar, incluido en el Cancionero de romances (Amberes, Martn Nucio, 1550), recoge la triste muerte.

    Sobre la vitalidad de esta historia dan testimonio dos obras de teatro del siglo xvii: La tragedia famosa de doa Ins de Castro, de Mexa de la Cerda (1612) y Reinar despus de morir de Luis Vlez de Guevara (de fecha incierta, pero publicada por primera vez en Lisboa en las Comedias de los mejores y ms insignes autores de Es-paa, 1652). Ambas obras tratan de los amores desdichados del in-fante de Portugal, don Pedro, con doa Ins de Castro. En el clmax de la o bra se sita el momento en que el prn cipe escucha cantar los versos del romance de La aparicin.

    Ins de Castro era dama de doa Constanza que contrajo ma-trimonio con don Pedro heredero de la corona portuguesa y que fa-lleci poco despus del nacimiento de su tercer hijo. Por su parte doa Ins tuvo otros tres hijos con el infante antes de ser degollada, por orden del rey Alfonso IV, por tres caballeros en 1355, en su castillo de Coimbra. Aunque en vida doa Ins no tuvo buena fama, en la literatura su figura despert gran simpata. El romance tiene un princi pio muy conocido: Yo me estando en Giromena a mi plazer y hol gar, / subirame a un mirador por ms descanso to-mar. / Por los cam pos de Monvela cavalleros vi assomar; / ellos no vienen de guerra ni menos vienen de paz: y concluye as: Tin-dela en un repostero para avella de degollare. / Ass muri esta seora sin merescer ningn mal.12

    Otra muerte a traicin es el asesinato del maestre de Santiago (Sevilla, 1358), recogida en el Cancionero de romances (Ambe-res, Martn Nucio, 1550). Se trata de un caso especialmente in-teresante de los textos que podramos definir ms que de tema histrico como de tipo histrico. Este romance de la Muerte del maestre de Santiago trata sobre la muerte de don Fadrique, maes-tre de Santiago y hermanas tro del rey don Pedro I, que era hijo

    12 Ibid., romance nm. 235.

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    de Alfonso XI y de Leonor de Guzmn, amiga del rey. Este texto pertenece al grupo de romances en torno al conflicto poltico que provocara el hecho sangriento de Montiel entre el rey don Pedro y don Enrique de Trastamara; y, probablemente se trata del ciclo de romances noticieros ms antiguos que conocemos.13 Aunque, como ha dicho Diego Cataln:

    Los orgenes del romancero, como en general los de la cancin pico-lrica europea permanecen envueltos en brumas. Carecemos de noticias para poder fijar con cierta aproximacin el momento en que nacen todos estos romances viejos cantados a finales del siglo xv y en la primera mitad del siglo xvi, que presentan seales de una larga tradicionalidad oral.14

    La trayectoria potica de este romance en la tradicin oral his-pnica llama la atencin ya que, gracias a su integracin a la fiesta folclrica de peticin de aguinaldo (en torno al Da de Reyes en el mes de enero) conocida como el Reinado, sobrevive en nuestros das con vitalidad en la zona noroccidental de la Pennsula Ibrica formada por Segovia, Zamora, Len, Galicia y Asturias.15

    El romance es claramente un texto de tipo propagandstico con-tra el partido de don Pedro I el Cruel, compuesto muy probable-mente en la poca de la lucha entre este monarca y su hermano bastardo en la segunda mitad del siglo xiv; sin embargo, tiene un tono trgico y recurre al manejo de elementos tpicos no slo de

    13 Esta antigedad ya fue discutida por Manuel Mil y Fontanals, De la poesa he-roico-popular castellana. Madrid, csic, 1959. [1a. ed. de 1874]; por Marcelino Menn-dez Pelayo, Tratado de los romances viejos, en Antologa de poetas lricos castellanos, tt. vi y vii. Santander, Nacional, 1944; y por William Entwistle, The Romancero del Rey don Pedro in Ayala and the Cuarta Crnica General, en Modern Language Review, nm. xxv. Londres, Modern Humanities Research Asociation, 1930, p. 321.

    14 Diego Cataln, Siete siglos de romancero. Madrid, Gredos, 1969, p. 15.15 El Catlogo general del romancero registra sesenta y dos versiones recogidas de

    la tradicin oral moderna: Segovia, veintiocho; Zamora, diecisis; Len, nueve; Lugo, seis; Orense, uno; Asturias, uno; Logroo, uno; e integrado a otros romances (Polonia) en Marruecos, seis; y (Los tres reyes de Oriente y El nacimiento de Cristo) Zamo-ra, ocho. (Diego Cataln et al., Catlogo general del romancero pan-hispnico. Madrid, Seminario Menndez Pidal / Gredos, 1984. 3 vols.)

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    la tradicin romancstica sino de folclor en general, as como una construccin tex tual en que estos tpicos son elementos narra-tivos indiciales del tono y sentido del romance.16 Son reales los hechos, pero quien hoy mantie ne vivo el texto y lo transmite, evi-dentemente no est haciendo una crnica del pasado sino contan-do una historia que le puede decir algo hoy en da. La crueldad del monarca y su amante se han vuelto paradigmticos, pero en un marco que suena ms a leyenda trgica que a otra cosa.

    El asesinato del rey don Pedro en Montiel en 1369 con la cual concluye la guerra fraticida tiene mayor importancia histrica. El ro mance sobre el asunto fue publicado primero en un pliego suelto hacia 1550 y recogido despus en el Romancero general (Madrid, Juan de la Cuesta, 1604).

    No hay que olvidar en la perspectiva histrica esa faceta del ro man cero que es su valor como instrumento propagandstico, y en este sentido, como ya se ha dicho muchas veces, uno de los momentos ms destacados lo encontramos en el conflicto desa-rrollado a lo largo de casi una dcada (1358-1369) entre el rey don Pedro I, llama do el Cruel, y su hermano don Enrique. En el caso de los romances sobre Pedro I es muy claro el contenido propagandstico a favor de don Enrique y en contra del rey; es muy posible que, debido al asesinato de don Pedro y al triunfo de su hermano, no hayan llegado hasta nosotros los romances de tono opuesto que indudablemente debieron de haber existido, y en cambio s sobreviven romances como el que cuenta la historia de la muerte del maestre de Santiago debida a don Pedro e instigada por su amante doa Mara.

    Otras muertes importantes de las que da noticia el roman-cero se refieren a la muerte del prncipe don Alfonso (12 de julio de 1491). Este prncipe sufri una cada del caballo mientras corra

    16 Para algunos otros aspectos sobre este romance vid. Georges Girot, Sur les ro-mances del Maestre de Calatrava , en Bulletin Hispanique, nm. xxxiv. Burdeos, Uni-versidad Michel de Montaigne Burdeos 3, 1932, pp. 126; y Louise Mirrer-Singer, The Language of Evaluation. A Sociolinguistic Approach to the Story of Pedro el Cruel in Ballad and Chronicle. Filadelfia, John Benjamin, 1986.

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    con un amigo a orillas del ro Tajo, cerca de Almeirim, el 11 de julio de 1491. Entr en coma y muri en la noche del 12 al 13 del mis-mo mes. Al morir tena solamente diecisis aos de edad y ocho meses de casado. A finales de 1491, fray Ambrosio Mon-tesino compuso un romance a peticin de la reina Isabel. Este ro-mance est compuesto por setenta octoslabos y curiosamente es ejemplo del trabajo de la tradicin, ya que conocemos una versin manuscrita con portugue sismos del mismo romance en una colec-cin francesa de 1495. Para Menndez Pidal el que la versin fran-cesa tenga un estilo ms tra dicional y que sea ms breve es prueba del trabajo de difusin tradicional que se debi iniciar en la misma llora, donde estuvo la esposa del desdichado prncipe mientras dur el sitio de Granada, probablemente con algn msico anni-mo que tomara el romance acortndolo para el canto.

    Tal vez de ms importancia romancstica sea la muerte del prn-cipe don Juan, sucedida el 6 de octubre de 1497. El prncipe don Juan, hijo de los Reyes Catlicos naci en 1478 y se haba casado apenas en marzo de 1497 con Margarita, hija de Maximiliano de Austria.

    El romance que narra la muerte de este heredero al trono es un caso de extraordinaria conservacin, pues incluso tiene la refe rencia histrica a la trgica muerte del heredero de los Reyes Cat licos en octubre de 1497, y del testamento en el cual encomienda a su esposa encinta, la princesa Margarita de Austria, a sus padres; este romance se sigue cantando en nuestros das, varios siglos despus del hecho histrico, en multitud de comunidades, como una historia que na-rra hechos y situaciones actuales. Es, por tanto, algo vivo y funcio-nal: lo cual quiere decir que efectivamente y con in dependencia de la fidelidad con que ha conservado referentes histricos hay una lectura comunitaria que permite referir el romance a la realidad circundante de los cantores. Sin embargo, a pesar de esta popula-ridad, no contamos con ninguna versin vieja impresa: esto quiere decir que o la letra impresa fue ms voltil que la memoria co-lectiva, o el olfato de los editores no percibi el aprecio comu-nitario por este texto y no le depar las glorias de la im presin

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    en pliego. Solamente contamos con una versin vieja manuscrita de poesas del maestro Len (ca. 1578), incluida en el cdice II-961, f. 97v. del Palacio Real, dada a conocer hace algunos aos.17 Tam-bin han llegado a nosotros algunos versos insertos en el primer acto de la tragedia de Luis Vlez de Guevara, La serrana de la Vera, escrita en 1613.

    El romance en cuestin es un hito en la historia de la tradicin romancstica, ya que con l Mara Goyri18 constat en Burgo de Os-ma, en 1900, la supervivencia del romancero oral con la annima lavandera de La Sequera que le dijo el romance que empezaba:

    Voces corren, voces corren, voces corren por Espaaque don Juan, el caballero, est malito en la cama.Le asisten cinco doctores, de los mejores de Espaa:uno le mira los pies, otro le mira la caray otro le coge la sangre que de su cuerpo derrama;otro le dice a don Juan: El mal que tenis no es nada.Todava ti que venir aquel doctor de la Parra.

    Desde entonces, hace ya un siglo, se han recogido varios cientos de versiones (casi cuatrocientas) mayoritariamente en el norte y oc-cidente de la Pennsula Ibrica y en la zona de la tradicin sefard (oriente y norte de frica).

    La mencin del doctor de la Parra, que efectivamente fue mdico en la corte de los Reyes Catlicos, hizo sospechar a doa Mara Goyri que ste hubiera atendido a don Juan, lo cual se comprob algunos aos despus gracias al hallazgo de un documento con los gastos de la enfermedad y exequias. La mencin del doctor que atendi al prncipe se mantuvo por ms de cuatrocientos aos

    17 Ralph Di Franco, Jos J. Labrador y ngel Zorita, eds., Poesas del maestro Len y de fr. Melchor de la Serna y otros (s. xvi). Cdice nmero 961 de la Biblioteca Real de Ma-drid. Cleveland, Cleveland State University, 1991, pp. 188189.

    18 Mara Goyri, Romance de la muerte del prncipe don Juan (1497), en Bulle-tin Hispanique, nm. vi. Burdeos, Universit Michel de Montaigne Bordeaux 3, 1904, pp. 2937.

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    como una muestra del poder conservador de la tradicin oral que va aparejado con la capacidad de recreacin.

    Tal vez por ello este romance ha sido objeto de dos de los es-tudios ms luminosos sobre el romancero, el de Paul Bnichou (sobre cuarenta y seis versiones) de 1968 que destaca la creacin potica de la tradicin moderna y considera que el romance es una vaga silueta potica dibujada sobre el esqueleto de las reminiscen-cias histricas,19 y el de Diego Cataln (cuya primera versin es de 1981), sobre casi trescientas sesenta versiones del romance, en que concluye que el romance contiene un sinfn de datos cuya his-toricidad se comprobaba en la documentacin contempornea del suceso.20 Estos son los dos polos entre los que se va a mover la tradi-cin y los recursos de conservacin de temas del pasado van a tener mucho que ver con la creacin potica.

    Despus del clima pico inicial, es en los ltimos aos del siglo xv que encontramos La ltima etapa creadora del romance fronteri-zo viejo coincide con el largo reinado de los Reyes Catlicos donde los procesos y caminos de transmisin se multiplican hasta el infi-nito as como los actos creadores de un romance.21 Durante esta poca, el romance sigue con una vida intensa en los sectores de la sociedad que conservan la cultura tradicional con una rica trasmi-sin oral, pero al mismo tiempo adquiere auge y reconocimiento en los ambientes cortesanos. El romance ahora lo comparten los ju-glares y los nobles compositores de la corte, y se incorpora a las vas de difusin que ofrece la recin desarrollada imprenta de tipos mviles, que muy pronto ser aprovechada por los editores para

    19 Paul Bnichou, La muerte del prncipe don Juan, en Creacin potica en el romancero tradicional. Madrid, Gredos, 1968 (Biblioteca Romnica Hispnica, ii. Estudios y Ensayos, 108), pp. 9697. (Vid. tambin P. Bnichou, Variantes moder-nas en el romancero tradicional: sobre La muerte del prncipe don Juan , en Ro-mance Philology, nm. xvii. Berkeley, University of California Press, 196364, pp. 235252.)

    20 D. Cataln, Permanencia de motivos y apertura de significados: Muerte del prncipe don Juan , en Arte potica del romancero oral, vol. ii. Madrid, Siglo xxi de Es-paa, 1998, p. 42.

    21 P. Correa, op. cit., t. i, p. 33.

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    satisfacer los gustos de una sociedad para la que el romance haba sido y segua siendo un medio noticiero importantsimo y al que, por tanto, se le atribua un valor histrico.

    Dentro de los romances de tema histrico son especficos de este periodo los romances fronterizos, que narran acciones suce-didas entre moros y cristianos en la frontera entre ambas comu-nidades en el marco de la Reconquista. Los romances con esta temtica tienen adems una clara funcin noticiera. En este tipo de romances llamados fronterizos se engloban los romances sobre la prdida de ciudades como Alhama, el cerco de Baeza, la con-quista de Antequera, batallas como la de Ro Verde o la de los Al-porchones, la muerte de caballeros como don Alonso de Aguilar o Albayaldos o las acciones del maestre de Calatrava.

    En la corte de los Reyes Catlicos el romancero se desarrolla con gran amplitud, gracias a una amplia infraestructura musical bien desarrollada con compositores como:

    El guipuzcoano Juan de Anchieta, maestro de capilla del prncipe don Juan y cantor de los reyes desde 1489, el salmantino Juan del Encina, el caste-llano Francisco de la Torre y otros [que] asonaban, para tres y cuatro voces, romances sobre sucesos varios, en especial sobre la guerra con los moros.22

    La visin histrica que se desprende de este tipo de textos est marcada por el programa poltico e ideolgico de los monarcas. En este sentido hay que recordar que una de las primeras labores de los Reyes Catlicos fue controlar a la nobleza, para lo cual se desa-rrolla e impone un modelo de noble cortesano cada vez ms aleja-do del autntico seor feudal. En este mbito de la corte:

    [] la exaltacin del caballero noble como paladn heroico resulta un tpico y al mismo tiempo un mecanismo de idealizacin que deja de lado la diplo-macia y la poltica. Las hazaas de estos caballeros se ven teidas un tanto de

    22 Ramn Menndez Pidal, Romancero hispnico. Teora e historia, t. i. Madrid, Espasa-Calpe, 1968 [1a. ed. de 1953], p. 26.

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    nostalgia, y el mbito de la guerra con los moros adquiere un tanto tintes de lejana. Es as como en la corte no slo se alabar la figura de los Reyes Catlicos, sino que se crearn romances, e incluso ciclos de ellos, en torno a la figura de personajes nobles de los que se narran, a veces de forma un tanto hiperblica, sus hazaas en la frontera.23

    Se trata de los romances en torno al marqus de Cdiz y su hermano don Manuel, de la figura de Garcilaso o del maestre de Calatrava don Rodrigo Tllez Girn, entre otros, que adquieren fama en el romancero generado en torno a la corte de los Reyes Catlicos.

    La ficcin literaria es el caamazo sobre el que se conservan hilos de una realidad histrica cuyo mensaje muchas veces se ha diluido en reinterpretaciones y refuncionalizaciones posteriores. Estos hilos, sin embargo, son evidentes para el que los quiere bus-car. A fin de cuentas el romancero no es poesa antigua conser-vada entre nosotros, mientras se canten romances, sern y tendrn que ser, por fuerza, poesa actual.24

    Para terminar hay que recordar que:

    La historiografa, a la par de la literatura, nos proporciona el relato de suce-sos que pudieron ser histricos, pero que no necesariamente lo fueron, pues mientras la historia presenta los hechos como verdades constatables, la lite-ratura los presenta esencializados a travs de la caracterizacin de los actan-tes y la develacin de sus motivaciones.25

    Es claro que el hombre en su proceso de civilizacin y en su ex-presin cultural ms elemental trata de dejar testimonio de cmo

    23 Aurelio Gonzlez, Romances del tiempo de los Reyes Catlicos, en Julio Valden Baruque, ed., Isabel la Catlica y la poltica. Valladolid, mbito / Instituto de Historia Simancas, 2001, pp. 388389.

    24 P. Bnichou, Creacin potica en el romancero tradicional, p. 8.25 Beatriz Mariscal Hay, Realidad histrica y verdad cultural, en A. Gonzlez,

    Lillian von der Walde y Concepcin Company, eds., Palabra e imagen en la Edad Me-dia. Mxico, unam, 1995, pp. 3031.

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    vivi los acontecimientos en los que le toc participar, as como de su interpretacin de esos hechos; pero los hombres que tambin viven en momentos posteriores a stos tratan de explicar cmo fue-ron los hechos y de dar su versin desde su particular punto de vista, pues explicando el pasado se comprende o se justifica el presente.

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    El basileus bizantino, el papa romano y el llamamiento a la Primera Cruzada

    Israel lvarez MoctezumaFacultad de Filosofa y Letras, unam

    El emperador Alexis no poda ms. La ferocidad del avance turco sobre la frontera oriental del imperio pareca incontrolable: las co-munidades cristianas de Alepo, Damasco, Odesa y Cesarea haban sido impelidas por el infiel. Esta situacin le pesaba al emperador. Ms an, el patriarca de Antioqua no dejaba de acosarlo con sus cartas de auxilio desesperado para el pueblo cristiano de Oriente; pero sobre todo, al emperador le dola la prdida de Tierra Santa, le consterna ba el oprobio que el turco infiel haca en las iglesias y en las gentes cristinas, en la tierra donde Jess vivi y muri como hombre.1 Para ese ao de 1094 el basileus estaba decidido: muy a su pesar, volvera a pedir ayuda al papa de Roma y a los seores francos.

    Desde tiempo atrs, Bizancio recurra a mercenarios extranje-ros, turcos, rusos, normandos. En esta ocasin, Alexis llamara a los guerreros de Occidente: anglosajones, normandos, flamencos, francos, aquitanos. Para conseguirlo, se dirigira a algunos prnci-pes, co mo Roberto de Flandes, y al papa romano. Con esa finalidad, envi una embajada, con sus respectivas cartas, al concilio que se reunira en Piacenza en la primavera de 1095.2

    1 Para una buena sntesis sobre este proceso de la prdida oriental del imperio remitimos a: Rosemary Morris, Northern Europe invades the Mediterranean 9001200, en George Holmes, ed., The Oxford Illustrated History of Medieval Europe. Oxford, Oxford University Press, 2001, pp. 175 y ss.; y Marcus Bull, Origins, en Jo-nathan Riley-Smith, ed., The Oxford Illustrated History of the Crusades. Oxford, Oxford University Press, 2001, pp. 13 y ss.

    2 Sobre el punto de las controvertidas embajadas bizantinas a los seores de Oc-cidente vid. George T. Dennis, Defenders of the Christian People: Holy War in By-zantium, en Angeliki E. Laiou, ed., The Crusades from the Perspective of Byzantium and the Muslim World. Washington, Harvard University Press, 2001, pp. 31 y ss.

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    Fue, entonces, la situacin del imperio bizantino frente a los impulsos conquistadores de los turcos selycidas lo que condujo al basileus Alexis a tomar la iniciativa de hacer un llamado a los gue-rreros de Occidente. Sin embargo, ni el basileus, ni el papa podan haber previsto las consecuencias que tendra el llamado de auxilio del emperador bizantino. Aunado a esto, el momento en Oc cidente no pudo haber sido ms propicio. El llamado de Alexis encontrara tierra frtil, corazones encendidos y una respuesta insospechada en la cristiandad occidental. Al menos, ste es el contexto que nos permite ver el discurso elaborado por el papado romano y por sus estrechos colaboradores.

    En esos aos, el papa Urbano II preparaba un proyecto para impulsar y predicar una guerra santa contra el infiel musulmn; el auxilio que peda el emperador bizantino se aun a las mltiples razones del pontfice romano para lanzar su llamamiento a la cru-zada. Se sabe que, poco antes del concilio de Clermont, el papa reuni en la ciudad de Piacenza un concilio donde, segn algunos testimonios, unos enviados del basileus bizantino Alexis Comneno, acompaados quizs de algunos cristianos orientales refugiados en Constantinopla ante el avance de los turcos, evocaron en presencia de los convocados los sufrimientos de los cristianos de Oriente y los peligros que el avance musulmn haca correr a la cristiandad. Se-gn la interpretacin del pontfice romano el emperador bizantino peda de Occidente un auxilium armado:

    Una embajada del emperador de Constantinopla lleg a este snodo a im-plorar al seor papa y a todos los fieles de Cristo que le dieran alguna ayu-da (aliquod auxilium) contra los paganos para la defensa de la santa Iglesia, que los paganos haban aniquilado casi totalmente en aquellas re-giones conquistadas hasta las murallas de Constantinopla. El seor papa anim a muchas gentes a que cumplieran ese servicio, incluso a que pro-metieran bajo juramento ir a all, segn la voluntad de Dios, y a que aporten al emperador, en los lmites de sus posibilidades, la ayuda ms fiel contra los paganos.

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    Ahora sabemos que la embajada bizantina a Piacenza fue au-tntica,3 no as las supuestas epstolas del emperador bizantino en donde peda auxilio a los guerreros de Occidente. Tanto este conci-lio como las cartas bizantinas muy probablemente hechas en la cancillera pontificia, al parecer asuntos nimios, seran dos de los pilares ms slidos en donde el papa habra de sustentar su ansia-do proyecto que con tanto esmero construa.4 Empero, podemos pensar que el emperador Alexis, con su embajada, pensaba en una solicitud que slo contemplaba impulsar el reclutamiento de mer-cenarios para Bizancio. Urbano II respondi a este llamado in-crementando las perspectivas originales de manera considerable: incorpor la ayuda militar proyectada a su tema, ampliamente de-sarrollado, de la reconquista cristiana del orbe, conforme a la volun-tad de Dios, dueo de la historia. Haciendo suya la iniciativa como pontfice, cabeza de la cris tiandad, fij sino en un primer mo-mento un objetivo movilizador a la empresa: la recuperacin de Jerusaln y del santo sepulcro de Cristo.5

    Sin embargo, tanto el llamamiento de Urbano como su proyecto de cruzada deben ser contextualizados en las relaciones diplom-ticas y polticas entre la cristiandad occidental y oriental, en parti-cular con la Iglesia griega; muy tensas desde 1054, en especial, bajo el papado de Gregorio VII que, a causa de su firmeza de carcter y sus intransigencias doctrinales bien conocidas, provoc que dichas relaciones se distendieran bajo el pontificado de Urbano II, cuya flexibilidad diplomtica de alguna forma haca que las diferencias

    3 Para las embajadas y las epstolas bizantinas, la fuente occidental ms rica que hemos encontrado es la obra de Bernoldo de san Blas, Bernoldi chronicon, en Monumenta Germaniae Historica. Scriptores. Nm. 5. Annales et chronica aevi salici, t. vii. Ed. de Georg Heinrich Pertz. Hanover, Societas Aperiendis Fontibus Rerum Germanicarum Medii Aevi, 1844, pp. 385 y ss.

    4 Vid. Jonathan Shepard, Cross-Purposes: Alexius Comnenus and the First Cru-sade, en J. Philips, ed., The First Crusade: Origins and Impact. Manchester, Manchester University Press, 1997, pp. 107129.

    5 Cf. Jean Flori, Jerusaln y las Cruzadas, en Jacques Le Goff y Jean-Clau-de Schmitt, eds., Diccionario razonado del Occidente medieval. Madrid, Akal, 2003, pp. 401411.

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    doctrinales parecieran nimias pues tampoco tena gazmoeras so-bre el asunto de la primaca pontificia.

    As, en ese otoo de 1095, haba un clima de concordia entre las dos cristiandades. El papa podra esperar que aquella respuesta favoreciera la unin apenas quebrantada de las dos Iglesias, las cuales no estaban ni remotamente lejanas en el plano doctrinal, ni absolutamente separadas; de hecho, ambas partes seguan pensan-do en una cristiandad como unidad. No obstante, la afirmacin de la primaca pontificia y de la autoridad absoluta de Roma, que los pa-pas pretendan tener en exclusiva como herencia del prncipe de los apstoles, Pedro, y no de los apstoles Pedro y Pablo, como deca el patriarca de Constantinopla, impeda cualquier unin que no fuera la reunificacin, la reintegracin de la Iglesia oriental en el seno de la Iglesia universal dirigida desde Roma. Los patriarcas orientales, dirigidos por el de Constantinopla, no estaban dispues-tos a aceptarla, y es posible pensar que el papa era consciente de ello. As pues, pudo muy bien contemplar desde el principio varias posi-bilidades de la empresa armada que estaba arengando por las bos-cosas tierras del reino franco, tanto antes como despus del xito de su llamamiento. Haba superado ampliamente sus previsiones. Finalmente, en ausencia de una relacin certera del discurso de Cler-mont, disponemos de un corpus documental que nos permite en-trever que el papa apel en l a varios temas movilizadores; entre ellos, como uno de los primordiales, el auxilium feudo-vasalltico para con el emperador bizantino, y el an ms entraable de la de-fensa, espada en mano, de los hermanos cristianos de Oriente.

    De entre todas las crnicas, la obra de Fulcher de Chartres es una fuente privilegiada;6 no slo por el hecho de que Fulcher (hasta donde sabemos) fue el nico de los cronistas de la primera cruzada

    6 Fulcher de Chartres (ca. 1127), Fulcheri Carnotensis historia Hierosolymitana. Gesta Francorum Iherusalem peregrinantium (1095-1127). Ed. de Heinrich Hagenme-yer. Heidelberg, Carl Winters, 1913, lib. i, cap. iiii. Tambin existe una edicin hecha en Pars por la Acadmie Imperiale des Inscriptions et Belles-Lettres: F. de Chartres, Historia Iherosolymitana gesta Francorum Iherusalem peregrinantium, en Recueil des historiens des Croisades. Historiens occidentaux, t. iii. Pars, Imprimerie Impriale, 1866.

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    que vivi desde sus orgenes el movimiento cruzado, sino porque este clrigo era muy cercano al crculo intelectual del pontfice, lo que le permitira fijar en su prosa historiogrfica los detalles de ese proyecto papal que conocemos como la Cruzada.

    En el verano de 1095 Urbano II, obispo de Roma, tena ya sus planes bien concertados. Slo faltaba encontrar el momento id-neo, y el concilio convocado en la regin de Clermont Ferrant, en territorio francs, lo era:

    [] al ver que los lugares santos eran quemados con fuego, que ningu-no de los mortales era perdonado, que las cosas divinas y humanas eran tenidas por burla. Por otro lado, al escuchar que las partes interiores de Romania, ocupadas por los turcos, por encima de los cristianos, eran so-metidas perniciosamente con mpetu feroz, el papa, compadecindose por su piedad y conmovido por la voluntad de Dios y su amor, atravesando los montes, descendi a las Galias, y en Alvernia, hizo que se reuniera un con-cilio, convenientemente previsto por las embajadas de todas las regiones, en Clermont, ciudad que as es llamada []7

    Al final de esta reunin conciliar en donde las discusiones haban girado sobre todo alrededor de la paz de Dios y de asuntos administrativos del clero en el reino francs el papa Urbano in-nov: Por vez primera un papa se dirigi directamente a los cris-tianos de Occidente por medio de un melifluo discurso para incitarlos, en nombre de su fe y para el perdn de sus pecados, a ir, con peligro de su vida terrenal, a auxiliar a sus hermanos cristia-nos de Oriente, arrasados y humillados por los turcos infieles. De la liberacin por medio de la guerra del santo sepulcro, no encon-tramos ni una palabra. Empero, el soberano pontfice adorn su mensaje con promesas de recompensas espirituales y las llen del

    Para este breve ensayo tomaremos esta crnica como fuente privilegiada para acercar-nos a las epstolas bizantinas y al llamado de Urbano II.

    7 F. de Chartres, Historia hierosolimitana. Gestas de los francos que peregrinan a Jeru-saln. Trad. y ed. del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales [en prepa-racin]. unam, Facultad de Filosofa y Letras, lib. i, cap. i.

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    halo sacralizado de la peregrinacin a Tierra Santa.8 El papa ro-mano puso de este modo los cimientos de una verdadera institu-cin: la Cruzada, cuyos cnones, ritos, mo dalidades y privilegios fueron precisando y fijando los papas posteriores, en un proceso de al menos tres siglos.

    Las crnicas9 que nos han dejado testimonio de este hecho han tendido a rodearlo de un nimbo de milagro y euforia cristiana: Ur-bano II lanz su llamamiento a la cruzada, entre la concurrencia se encontraban algunos seores laicos de importancia; segn la ver-sin de Fulcher, unnimemente se contest con el grito de Cristo lo quiere (Christus imperat).

    Conocemos las consecuencias: numerosos predicadores pon-tificios propagaron aquel llamamiento por toda la cristiandad occidental. El mismo Urbano, orador de talento, anim nume-rosos votos de partida, jugando talentosamente con la sensibili-dad religiosa de aquel tiempo. Para motivarlos, les record que en Oriente, la tierra donde el Mesas y los apstoles haban vivido y donde se haba develado la luz del cristianismo, su herencia el patrimonium Petri, estaba expoliada por las naciones de infieles. Los turcos, enemigos de la fe cristiana, mancillaban las iglesias y profanaban los santos lugares, expulsaban a los cris-tianos de sus casas, se apoderaban de sus tierras, destrozaban y asesinaban a los peregrinos. Les recordaba que los cristianos de Oriente llamaban a sus hermanos para que los socorrieran. Para el papa, una afrenta semejante no poda quedar impune, no poda tolerarse:

    8 Cf. Jean Flori, La Primera Cruzada, el Occidente cristiano y el islam. Bruselas, Te-rrail, 1997, pp. 11 y ss.; La guerra santa. La formacin de la idea de cruzada en el Occidente cristiano. Madrid, Trotta, 2003, pp. 15 y ss.

    9 De entre las fuentes ms importantes podramos citar: Gesta Francorum et aliorum Hierosolimitanorum. Ed. de Heinrich Hagenmeyer. Heidelberg, Carl Win-ter, 1890; Petri Tudebodi, Historia de Hierosolimytano itinere, en Recueil des his-toriens des Croisades, Historiens occidentaux, t. iii. Pars, Imprimerie Impriale, 1866, pp. 1118; Raimundi de Aguilers, Historia Francorum qui ceperunt Iherusalem, en Recueil des historiens des Croisades, Historiens occidentaux, t. iii. Pars, Imprimerie Im-priale, 1866, pp. 231309.

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    Dijo: Queridsimos hermanos, ya que es una ocasin necesaria y muy impor-tante, yo, Urbano, desde la cima del apostolado, con el permiso de Dios, prelado por el orbe de la tierra como un delegado del consejo divino, des-cend a estas partes junto a ustedes, siervos de Dios [] Al punto aadi que desde otra regin del mundo, otro [decreto], de no menor tribulacin que la ya mencionada, sino incluso mayor, o psima, estaba en contra de la cris-tiandad, y dijo: Oh, hijos de Dios! Puesto que, si han prometido a Dios sostener, de forma ms viril que lo habitual, la paz, que debe ser mantenida entre ustedes, y las leyes de la Iglesia, que deben ser conservadas fielmen-te, entonces, es evidente, y vale la pena, que adems vuelvan la salud de su probidad hacia algn otro asunto de Dios y suyo, con la enmienda, recien-temente avivada, que es obra de Dios. Pues es necesario que apresuren el camino y socorran a sus hermanos que estn viviendo en la parte oriental, necesitados de su auxilio [auxilium] pedido ya desde hace tiempo. Pues, tal como ya se le dijo a la mayora de ustedes, los turcos, raza prsica, los han invadido, hasta el mar Mediterrneo, hasta aquel sitio que se sabe llaman el Brazo de san Jorge. Quienes, hasta los lmites de Romania, ocupando ms y ms tierras de los cristianos, en una lid blica ya septuplicada, han superado a los vencidos, matando o capturando a muchos, destruyendo iglesias, devas-tando el reino de Dios [] Por esta razn, con ruego suplicante, los exhorto, no yo, sino el Seor, para que ustedes, pregoneros de Cristo, con un llamado diario, persuadan a todos de cualquier orden, tanto de la caballera, como de la infantera, tanto ricos, como pobres; para que se preocupen por ayudar oportunamente a los cristianos, para que destierren a esta raza perversa de nuestras regiones. A los presentes se lo digo, a los ausentes se lo mando, ade-ms Cristo lo ordena. Si al avanzar, o al atravesar, o bien al combatir contra los paganos, cuando reunidos se dirijan all, pusieran fin a su vida obstacu-lizada por la muerte, llegar la eficaz remisin de sus pecados. Porque in-vestido por Dios con este don, apruebo a los que habrn de ir. Oh cunta deshonra, si una raza tan despreciable, degenerada y esclava de los demonios habr de superar as a la raza provista con la fe de Dios omnipotente y fl-gida por el nombre de Cristo! Oh cuntos improperios les sern imputados por el Seor mismo, si no ayudan a quienes, como ustedes, profesan la cris-tiandad ! [] Marchen hacia una pugna digna contra los infieles, que ha de empezarse ahora y que debe terminar en victoria, quienes, en otro tiempo,

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    incluso acostumbraban desplegar abusivamente su propia lucha contra los fieles; ahora hganse soldados de Cristo quienes hace poco se pre sentaban como ladrones; ahora, con derecho, pugnen contra los brbaros, quienes en otro tiempo luchaban contra sus hermanos y consanguneos; ahora obten-gan las recompensas eternas quienes hace poco fueron mercenarios a cambio de pocas monedas []10

    En la historiografa, el llamado de Urbano no se conoce; ningn texto se aproxima siquiera a lo que el pontfice habr dicho ese 27 de noviembre. Todo lo que sabemos sobre el llamamiento de Cler-mont se conoce a travs de textos reelaborados. Por supuesto que gran cantidad de testimonios han transmitido sus palabras, destina-das a producir una maravillosa resonancia, y los historiadores de la primera cruzada, como Fulcher de Chartres, inmediatamente des-pus o un poco ms tarde, se consagraron a reconstruir el discurso del sermn, muchas veces como parte esencial del proyecto pon-tificio del que eran estrechos colaboradores. Algunos cronistas se contentan con una especie de resu men, insistiendo en la acogida entusiasta de la muchedum bre que se apretujaba en el atrio de la catedral, pero otros le dedi caron largos prrafos, llenos de gi-ros retricos y de temas apenas posibles para una tal formulacin. Nuestro cronista, Fulcher, no pretende reproducir todas las pa-labras de tan impactante predica: He aqu el discurso que pro-nunci, si no en sus mismos trminos, por lo menos en el mismo espritu [],11 pero eso s, con el objetivo muy claro de no callar nada importante y de transmitir la emotividad de ese momento.

    Esta prdica en Clermont fue a la vez un llamado a la piedad hacia esos cristianos de Oriente y peregrinos agredidos y humilla-dos; pero tambin, un llamado vehemente a las armas y un impul-so a cumplir con el servicio guerrero a Cristo: El papa expuso con

    10 F. de Chartres, Historia hierosolimitana, ed. del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales, lib. i, caps. iiiii.

    11 Idem.

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    lgrimas en los ojos su dolor al pensar en la desolacin en la que se encontraba la cristiandad en Oriente []12

    Tal formulacin del discurso era muy hbil, pues apelaba a dos fundamentos capitales de la moral feudal-cristiana: estas premisas se expresan con una sola palabra latina: fides. La fe en el sentido cris-tiano del trmino; es decir, en la creencia que une a una misma co-munidad, pero tambin a la fidelidad, la obediencia vasalltica, que gobernaba las relaciones entre los prohombres, entre los guerreros y el auxilium militar en caso de que lo necesitaran y fuera solicitado; esto es, la solidaridad del seor y sus gentes. La empresa guerrera as formu lada se presentaba pues como una guerra santa, una operacin militar eminentemente sacralizada, llevada a cabo por los cristianos en defensa de su seor Jesucristo, quien era capaz de recompensar a sus fieles vasallos mucho mejor de lo que podan hacerlo los seores y los prncipes de este mundo.13 El otro tema que Urbano arguy fue el de la peregrinacin; idea fundamental en la religiosidad de los hombres del siglo xi.

    En un momento fugaz, creado o no por nuestro cronista y des de ese momento en adelante la cruzada existira por s misma. Iba a construir su propia imagen, a estructurarse, institucionali-zarse, crear su propio vocabulario, lleno de smbolos muy signi-ficativos. Sin embargo, debemos sealar que la palabra cruzado, o marcado con el signo de la cruz (crucesignatus), existi desde la poca de la prime ra expedicin; pero la palabra cruzada es muy posterior, lo que prueba la novedad de tal fenmeno.14

    Los rasgos fundamentales de lo que iba a nacer en ese otoo del ao 1095 proceda de dos premisas fundamentales: por una parte, la guerra santa; por la otra, la peregrinacin. Sin embargo, habra que aadir otros caracteres de raigambres ms lejanas, los cuales se abrieron paso en la primera expedicin, a pesar de que, como he-mos visto, los cronistas que nos legaron el llamamiento de Urbano

    12 Ibid., p. 112.13 Cf. Franco Cardini, Guerra y cruzada, en J. Le Goff y J. Schmitt, eds., Diccio-

    nario razonado del Occidente medieval. Madrid, Akal, 2003, pp. 311318.14 Cf. J. Flori, La guerra santa..., pp. 16 y ss.

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    los minimi zan o los ocultan, en este caso, el auxilium al emperador bizantino. Despus de todo, no conocemos con certeza todos los temas del discurso de Urbano que, en un plano mayor, habran im-pulsado la empresa. Siendo as que los cronistas que nos han le gado el discurso pudieron haber tenido razones ideolgicas para callar algunos de ellos.15

    Urbano II no fue ciertamente el inventor de la cruzada, ni si-quiera el primero en incitar a los occidentales a tomar conciencia de los peligros que corran los cristianos de Oriente y a llevar-les ayuda.16 La novedad en Clermont no era el propsito, sino el manejo discursivo del mensaje y la audiencia a la que se dirigi Urbano II: con este largo y til sermn recordaba, a los gran-des del mundo (a los optimates), a los caballeros (equitibus), a los seores de la guerra, sus deberes: guardar entre ellos una paz du-rable y desplegar toda su fogosidad guerrera contra el infiel. Les peda que se pusieran la cruz de la salvacin sobre sus hombros, se-al de que hacan donacin de su persona y que los distingua como vasallos del ms poderoso seor, protegidos y protectores de la Iglesia. Les pidi ir a liberar a sus hermanos cristianos en vez de ir a guerrear por algunas tierras y un botn demasiado inmundo.17

    Esta prdica, como hemos sealado, tuvo una resonancia con-siderable. Llamaba con fuerza al pueblo cristiano a decidirse a combatir contra su enemigo. No hubo un solo predicador, un solo cronista, un solo analista, que no recordara, aunque fuera somera-mente, la predicacin de Clermont y que no viera en este discurso inspirado por Dios la fuerza de la misin mesinica de la Cruzada, la reconquista de Jerusaln.

    15 Cf. Steven Runciman, Historia de las Cruzadas I. La Primera Cruzada y la fun-dacin del reino de Jerusaln. Madrid, Alianza, 1973, pp. 229 y ss.

    16 Cf. Jean Richard, La Croisade lvolution des conceptions et des stratgies, en Alan V. Murray, ed., From Clermont to Jerusalem. The Crusades and Crusader So-cieties 1095-1500. Turnhout, Brepols, 1998, pp. 3 y ss.; J. Flori, La guerra santa..., pp. 296 y ss. Aqu se habla de los proyectos de cruzada antes del 1096, sobre todo bajo el pontificado de Gregorio VII.

    17 Cf. F. de Chartres, Historia hierosolimitana, ed. del Seminario Interdisciplina-rio de Estudios Medievales; vid. S. Runciman, op. cit., pp. 249 y ss.

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    Sin embargo, todo parece indicar que en Urbano II, y en su prede-cesor Gregorio VII, exista la idea fundamental de armar una opera-cin militar que, yendo en ayuda del Imperio Bizantino para auxiliar a los cristianos de Oriente sometidos a los turcos, llegara a reunir a las dos cristiandades bajo la tiara romana.

    En el proyecto original, la conquista de Jerusaln para liberar el Santo Sepulcro era un tema quasi utpico;18 sin embargo, este pro-yecto sera construido en el mismo camino hacia Oriente, y los principales creadores de esta empresa de tan profunda significacin fueron los predicadores pontificios, tanto los cultos, de entre ellos el ms destacado, Aymaro, obispo de Puy, y el mismo Fulcher de Chartres, como los populares (Pedro el Ermitao, Gualterio sin Haber y tantos otros). Al mismo tiempo y a su trmino, esta guerra santa transformara a los guerreros conquistadores en peregrinos.

    La cruzada, ciertamente, fue predicada como una guerra santa, pues lo fue desde los primeros combates, ya que concebida como una guerra de reconquista del reino de Cristo de manos de los brbaros que no dejaban de asolar a los cristianos orientales del imperio bizantino, lleg a ser tambin una peregrinacin cuando termin en el santo sepulcro:

    Entonces, yendo hacia el sepulcro del Seor, y a su templo glorioso, al mis-mo tiempo clrigos y laicos, recitando un cntico nuevo para el Seor, con la elevada voz de la exultacin, todos llenos de alegra, con las oblaciones que deben hacerse y con las humildes splicas, visitaron los lugares sacro-santos por tanto tiempo anhelados. Oh, qu momento tan anhelado! Oh,

    18 As nos lo permite ver el hecho de que las grandes recompensas espirituales del camino de Jerusaln se mencionen en los cnones del concilio de Clermont y no en el sermn de Urbano II: Canon 2: A todo aqul que emprenda el camino de Je-rusaln para liberar a la Iglesia de Dios, siempre que sea movido por piedad y no para ganar honra o dinero, dicho viaje le valdr para cualquier penitencia. Estas fuentes y nuestra crnica nos permiten ver de manera ntida algunos temas capitales, funda-mentales en el pensamiento pontificio. (Cf. Jean Richard, Urbain II, la prdication de la croisade et la dfinition de l indulgence, en Croisades et tats latins dOrient: points de vue et documents, vol. ii. Aldershot, Ashgate Publishing, 1992 [Variorum Collected Studies Series, 383], pp. 129135.)

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    qu momento tan memorable entre los dems! Oh, qu hecho preferible ante todos los hechos! Realmente tan deseado, pues siempre fue anhelado por todos los que cultivaban la fe catlica con el anhelo interno de su esp-ritu, para que el lugar, limpio de la influencia de los paganos que habitaban ah, desde hace tanto tiempo contaminado por su supersticin, fuera refor-mado hacia su estado de prstina dignidad por quienes creen y confan en l; [lugar] en el cual, l, creador de todas la criaturas, Dios hecho hombre, naciendo, muriendo y resucitando, llev el don de la restauracin que lle-va a la salvacin, mediante su gran piedad en favor del gnero humano.19

    Los mviles de la Cruzada, entonces, fueron mltiples, as como tambin sus objetivos que, indudablemente, fueron ms diversos de lo que dejan suponer los parcos documentos y crnicas que se refie-ren al proyecto pontificio; y resultaran de tan largo alcance, que an las guerras mediterrneas de Felipe II tendran como objetivo la reconquista de Tierra Santa.

    19 F. de Chartres, Historia hierosolimitana, ed. del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales, lib. i, cap. xxix.

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    La coloracin simblica, un falso eclipse de luna en la Historia Hierosolymitana de Fulcher de Chartres

    Daniel Sefami PazFacultad de Filosofa y Letras, unam

    En el ao 1095 del Seor, el papa Urbano II convoc un concilio en Clermont para restaurar el orden en Europa y dirigir las luchas intestinas, que asolaban al cristianismo, contra los infieles que mantenan cautivos la Ciudad Santa y el santo sepulcro. El papa exhort a los cristianos a realizar una peregrinacin guerrera con-tra los turcos musulmanes que asediaban a sus hermanos cristia-nos en Romania. Es as como da inicio la Primera Cruzada. El llamado tuvo un xito rotundo y entre los muchos hombres que respondieron a l, algunos, de estamento clerical, ofreceran para la posteridad un testimonio es cri to de los hechos. Uno de ellos fue Fulcher de Chartres, quien nos dice:

    Por lo cual, movido a veces por el impulso de algunos de mis compaeros, con un estilo humilde, pero veraz, llevndolo como algo digno de ser enco-mendado a la memoria, diligentemente he narrado, segn pude y percib con mis propios ojos en el mismo viaje las gestas muy ilustres ante el Seor, de los francos, quienes peregrinaron con sus armas a Jerusaln por orden de Dios.1

    Ms adelante agrega: Yo Fulcher de Chartres, yendo con el resto de los peregrinos, despus de que as percib con mis propios ojos,

    1 [] unde comparium meorum quorundam pulsatibus aliquotiens motus, Francorum gesta in Domino clarissima qui Dei ordinatione cum armis Iherusalem peregrinati sunt. Stilo rusticano, tamen veraci, dignum ducens memoriae commen-dandum, prout valui et oculis meis in ipso itinere perspexi, diligenter digessi. (Fulcher de Chartres, Fulcheri Carnotensis historia Hierosolymitana Gesta Francorum Iherusalem peregrinantium [1095-1127]. Ed. de Heinrich Hagenmeyer. Heidelberg, Carl Win-ters, 1913, p. 116.) [La traduccin de la crnica de Fulcher es ma.]

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    recog estas gestas diligente y solcitamente para la memoria de la posteridad.2 Fulcher fue un testigo ocular de la Primera Cruza-da empero, ms all de eso, las noticias acerca de su vida son escasas; slo pueden extraerse de la obra misma y de algunas otras pocas re-ferencias que hacen de l escritores ms o menos contemporneos. Podemos aseverar que Fulcher naci en el ao de 1058, pues, cuan do est narrando los acontecimientos del ao 1123, inserta el siguien-te verso: Ya ahora estoy cumpliendo trece lustros, segn estimo.3 Por varios motivos, tambin podemos afirmar que era un francs de Chartres.4 Fulcher comenz la Cruzada en octubre de 1096 con la comitiva del duque Roberto de Normanda, Roberto de Flandes y Esteban de Blois y Chartres; con ellos atraves Italia hasta la ciudad de Luca, en la que los lderes se entrevistaron con Urbano. Luego fueron a Roma:

    As pues, como nosotros, los francos occidentales, dejada la Galia, pasando por Italia, habamos llegado hasta Luca, urbe renombrada, encontramos cerca de aquella a Urbano el apstol, con quien hablaron Roberto el Nor-mando y Esteban, conde de Blois, y una vez que nos bendijo, el resto de nosotros, los que quisimos, tambin fuimos a Roma con gozo.5

    En Roma se dio cuenta de los conflictos internos (la querella de las investiduras), pues presenci un enfrentamiento en la baslica de san Pedro entre los hombres de Urbano (a los que l favoreca,

    2 [] quod ego Fulcherus Carnotensis cum ceteris iens peregrinis, postea, sicut oculis meis perspexi, diligenter et sollicite in memoriam posteris collegi. (Ibid., p. 153.)

    3 Iam nunc tredecium complens, prout estimo, lustrum. (Ibid., p. 687.)4 Para una descripcin detallada de estos motivos, vid. la introduccin de Harold

    S. Fink en F. de Chartres, A History of the Expedition to Jerusalem, 1095-1127. Trad. de Frances Rita Ryan. Knoxville, University of Tennessee Press, 1969.

    5 Igitur nos Franci Occidentales per Italiam excursa Gallia transeuntes, cum us-que Lucam, urbem nominatissimam, pervenissemus, invenimus prope illam Urbanum apostolicum, cum quo locuti sunt Robertus Normandus et Stephanus Blesensis co-mites, nos quoque ceteri voluimus; et ab eo benedictione suscepta, Romam gaudenter ivimus. (F. de Chartres, Fulcheri Carnotensis historia Hierosolymitana... Ed. de Hein-rich Hagenmeyer, pp. 163164.)

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  • Un falso eclipse de luna 49

    naturalmente) y los del antipapa Guidberto, el arzobispo de R-vena. La armada alcanz Bari en el verano de 1096, pero dadas las condiciones del cli ma decidieron esperar antes de hacer travesa y slo Roberto de Flandes cruz directamente a Albania, todos los dems esperaron el verano en el sur de Italia y se embarcaron en Brindis el 5 de abril de 1097. Llegaron a Durazzo, en Albania, y de ah atravesaron una zona desrtica y montaosa hasta llegar a Constantinopla. Ah no los recibieron como esperaban y no los dejaron entrar a la ciudad salvo a cinco o seis cada hora; aparen-temente Fulcher fue uno de ellos, pues describe Constantinopla, como si le hubiera dejado una profunda impresin. An en el con-tingente de Roberto y Esteban, Fulcher fue hacia Nicomedia y ah vio los restos de los peregrinos que los antecedieron y a los que los turcos haban asesinado.6 Todava con la armada de Roberto y Esteban, Fulcher acudi al sitio de Nicea y a la cruen ta batalla en el valle de Dorilea, en la que los cristianos vencieron el 1 de julio. Despus de pasar las inclemencias del calor en la zona de Anato-lia, estando al sur de Marash, el 17 de octubre de 1097 Fulcher se separ del grueso de la armada para ir con Balduino I a Tell Bashir y Edesa donde se hizo su capelln: Pero como desde ah [cerca de Marash] habamos recorrido un camino de un da y ya no est-bamos lejos de Antioquia de Siria, sino a tres das, yo Fulcher me separ del ejrcito y, junto con el seor Balduino, conde, hermano del duque Godofredo, me fui a la parte izquierda de la provincia.7 Ms adelante agrega: Yo, Fulcher de Chartres, era capelln del mismo Balduino.8 Las cone xiones anteriores que pudiera ha-ber tenido nuestro autor con Balduino I nos son desconocidas, ya que no nos da ningn indicio de ellas; lo que s parece cierto

    6 Ibid., pp. 163180.7 [] sed cum exhinc viam unius diei proculcassemus et iam non longe ab An-

    tiochia Syriae nisi triebus dietis essemus, ab exercitu ego Fulcherus discessi et cum domino Balduino comite, Godefredi ducis fratre, in sinistrae partem provinciae di-verti. (Ibid., p. 206.)

    8 [] ego vero Fulcherus Carnotensis capellanus ipsius Balduini eram. (Ibid., p. 223.)

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  • 50 Daniel Sefami Paz

    es que fungi como su capelln hasta la muerte de este personaje. Su marcha con Balduino a Tell Bashir y Edesa fue difcil por las condiciones del lugar. A pesar de haberse separado de la armada principal, Fulcher la pone como eje de su narracin. Aunque es evidente, segn su relato, que se mantuvo en Edesa con Balduino, algunos crticos lo han confundido con otro Fulcher de Chartres, que estuvo presente en la toma de Antioquia en octubre de 1097:

    Fucher [sic] no asisti entonces al sitio de Antioquia. Se contenta de ahora en adelante en resumir, segn su expresin (voto autem nunc de exercitu Dei sermonem resumere), la historia de la armada de Dios. Entre tanto, varios escritores sin tomar en cuenta esta declaracin ni el relato mismo, lo cual trai-ciona por sus incertidumbres el alejamiento del autor, confun dieron al cape-lln de Balduino con este otro Fucher de Chartres [sic] del que habla Raimundo de Agui lers, que fue el primero en subir sobre los muros de Antioquia: Primus quidam Francus, nomine Fulgerius [sic], frater scilicet Budelli Carnotensis.9

    En 1099 Fulcher regres a su condicin de testigo ocular en la narracin, pues haban informado de la toma de Jerusaln y Balduino y Bohemundo se disponan a ir para all; con ellos fue nuestro autor, que narra los padecimientos de esta peregrinacin a travs de Siria hacia Tierra Santa; se queja del hambre y el clima: Yo, Fulcher de Chartres, que estaba entre ellos, cierto da vi que muchos de uno y otro sexo, y tambin muchsimas bestias murieron a causa de esta lluvia glacial.10 As, debieron padecer muchas fati-gas en su camino, slo en Cesarea y Trpoli les vendieron alimento. Finalmente, llegaron a Jerusaln y Fulcher qued impresionado por la ciudad.11 El 1 de enero del ao 1100 Balduino co menz su

    9 H. Wallon, Prface, en Recueil des historiens des croisades. Historiens occidentaux, t. iii. Pars, Imprimerie Impriale, 1866, p. xxviii.

    10 [] ego Fulcherus Carnotensis, qui his intereram, vidi quadam die plures utriusque sexus, bestiasque quamplurimas hac pluvia mori algidissima. (F. de Char-tres, Fulcheri Carnotensis historia Hierosolymitana... Ed. de Heinrich Hagenmeyer, p. 330.)

    11 Ibid., pp. 281292.

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  • Un falso eclipse de luna 51

    camino de regreso a Edesa y Fulcher nuevamente lo acompa: Entonces, unos, de la ltima parte del ejrcito, quisieron perma-necer en Jerusaln, y los otros, de la primera parte [quisieron] re-gresar con nosotros12 y Pero como, durante seis das de oportuno descanso, nos ha