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NOTAS EN ESTA SECCION Una voz subterránea | Fui al río, Juan L. Ortiz | Selección poética UNA VOZ SUBTERRANEA . Puerto Ruíz (Entre Ríos) es el lugar que vio nacer a Juan Laurentino Ortíz el 11 de junio de 1896. Al poco tiempo la familia se traslada a las selvas de Montiel; el paisaje de su provincia marcarán a fuego al niño que años más tarde convertirá esos elementos en protagonistas de su poesía. Estudia en la Escuela Normal Mixta de Maestros de Gualeguay. Temprano lo atrapa el ideario socialista; hace vigorosos discursos y comienza a escribir en la prensa gráfica. Tiene un breve paso por Buenos Aires, realiza estudios de Filosofía y Letras, se relaciona con el ambiente bohemio y literario de la capital, hace amigos entrañables entre escritores y poetas y regresa a su provincia en la búsqueda de su aire, de sus elementos, de su paisaje. Nunca militó en grupos literarios ni en partidos políticos. Construye así una de las obras cumbres de la literatura en lengua castellana. Este poeta no necesitó el fasto luminario de la metrópolis para concebir una obra cuya dimensión es tan vasta como profunda; su cuerpo lírico contiene una insospechada renovación que sostiene como ejes su entorno/paisaje, su indagación metafísica, junto a su capacidad para rastrear en la realidad cotidiana. Su voz extraordinaria aún continúa en secreto y confinada por el mundo oficial de la literatura por haber asumido Ortíz su derecho a ejercer su libertad sin concesiones, pagando por ello el alto precio del olvido a una poesía fiel a sí misma, auténtica, que deja fuera de ella todo lo que no es digno de su contenido. Celebró la revolución rusa del año '17 y la liberación de París; denunció el asesinato de García Lorca y los horrores del nazismo; padeció la cárcel durante el golpe del '55 y en 1957 fue invitado a visitar China y la ex Unión Soviética encabezando una delegación de intelectuales argentinos. Sus libros también fueron alcanzados por la barbarie de la última dictadura teniendo como destino trágico la hoguera.

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Poesía

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  • NOTAS EN ESTA SECCION

    Una voz subterrnea | Fui al ro, Juan L. Ortiz | Seleccin potica

    UNA VOZ SUBTERRANEA . Puerto Ruz

    (Entre Ros) es el lugar que vio nacer a Juan

    Laurentino Ortz el 11 de junio de 1896. Al

    poco tiempo la familia se traslada a las

    selvas de Montiel; el paisaje de su provincia

    marcarn a fuego al nio que aos ms tarde

    convertir esos elementos en protagonistas

    de su poesa. Estudia en la Escuela Normal

    Mixta de Maestros de Gualeguay. Temprano

    lo atrapa el ideario socialista; hace

    vigorosos discursos y comienza a escribir en

    la prensa grfica. Tiene un breve paso por

    Buenos Aires, realiza estudios de Filosofa y

    Letras, se relaciona con el ambiente

    bohemio y literario de la capital, hace

    amigos entraables entre escritores y poetas

    y regresa a su provincia en la bsqueda de

    su aire, de sus elementos, de su paisaje.

    Nunca milit en grupos literarios ni en

    partidos polticos. Construye as una de las

    obras cumbres de la literatura en lengua castellana.

    Este poeta no necesit el fasto luminario de la metrpolis para concebir una obra cuya dimensin es tan

    vasta como profunda; su cuerpo lrico contiene una insospechada renovacin que sostiene como ejes su

    entorno/paisaje, su indagacin metafsica, junto a su capacidad para rastrear en la realidad cotidiana. Su

    voz extraordinaria an contina en secreto y confinada por el mundo oficial de la literatura por haber

    asumido Ortz su derecho a ejercer su libertad sin concesiones, pagando por ello el alto precio del olvido a

    una poesa fiel a s misma, autntica, que deja fuera de ella todo lo que no es digno de su contenido.

    Celebr la revolucin rusa del ao '17 y la liberacin de Pars; denunci el asesinato de Garca Lorca y

    los horrores del nazismo; padeci la crcel durante el golpe del '55 y en 1957 fue invitado a visitar China

    y la ex Unin Sovitica encabezando una delegacin de intelectuales argentinos. Sus libros tambin

    fueron alcanzados por la barbarie de la ltima dictadura teniendo como destino trgico la hoguera.

  • Desarroll una activa labor con la poesa extranjera traduciendo a Paul Eluard, los poetas chinos,

    Guisseppe Ungaretti y Ezra Pound. La revolucin fue una idea permanente en Ortz, un motivo que

    organiza y da sentido, pero no por ello puso en lugar secundario sus inquietudes filosficas y estticas

    magistralmente transformadas en uno de los cuerpos lricos ms autnticos de las letras latinoamericanas.

    Juan L Ortiz muere un 2 de setiembre de 1978 y consolida as la leyenda que con el tiempo instalar

    definitivamente su verdadera estatura de poeta.

    Obra de Juan L. Ortiz: "El agua y la noche" (1924-1932); "El alba sube..." (1933-1936); "El ngel

    inclinado" (1938); "La rama hacia el este" (1940); "El lamo y el viento" (1947); "El aire conmovido"

    (1949); "La mano infinita" (1951); "La brisa profunda" (1954); "El alma y las colinas" (1956); "De las

    races y del cielo" (1958); "En el aura del sauce" (Obras completas 1970-1971, incluye "El junco y la

    corriente", "El Gualeguay" y "La orilla que se abisma", inditos hasta el momento). El cuarto tomo de sus

    obras completas, que el vate entrerriano haba dejado listo para su impresin con la produccin de sus

    ltimos aos (su etapa ms fructfera) se perdi durante la ltima dictadura militar.

    [De IslaPoetica La imagen pertenece al artista Ricardo Ajler]

    Fu al ro...

    Introduccin

    Cuando Juan Laurentino Ortiz, nacido el 11

    de junio de 1896 en Puerto Ruiz,

    Departamento de Gualeguay, Provincia de

    Entre Ros, escribe en el poema "Deja las

    letras", de su libro "De las races y del cielo":

    "El sol ha bebido sus propias perlas

    y hay apenas de ellas una memoria por

    secarse...

    No temas, no temas, y mira, mira hasta las

    islas...

    Viste alguna vez la meloda de los brillos?

    La viste ondular, todava de gasa,

    desde tus pies al cielo, sobre el ro?"

    Tambin est bien lejos de describir un paisaje. Apenas si se apoya suavemente en l, lo hace penetrar en

    su corazn y lo transforma en poesa. Una poesa de esplendorosa espiritualidad donde convive su decir

    siempre delicado y leve con una infinita piedad hacia la condicin humana.

  • Para que su potica sea a la vez completamente localista y absolutamente universal, Juan L. Ortiz no

    necesit viajar demasiado a lo largo de su vida. El complejo recorrido por sus senderos interiores,

    poblados de "cielos que se cerraban sobre un monte lleno de largos brazos negros y miradas lvidas" que

    haba comenzado en Gualeguay, continu en Mojones Norte, enclavado en plena selva de Montiel donde

    su padre fue capataz de estancia, continu luego en Villaguay para regresar, a los diez aos, a su amada

    Gualeguay.

    Entre estos pocos kilmetros, sin embargo, se fue conformando un nio contemplativo inclinado a la

    soledad, actitud que se constituir en una de sus marcas indelebles. Tanto, que a pesar de recordar con

    afecto sus escapadas a Buenos Aires, de la que rescataba la bohemia de una pobreza enriquecida por sus

    estudios libres en Filosofa y Letras, las clases de literatura en la Universidad de La Plata, su relacin con

    algunos amigos entraables y, sobre todo, la lecturas de poetas que le fueron abriendo su propio camino,

    nunca pudo soportar el movimiento vertiginoso y agitado de la gran ciudad.

    Era dueo de una formacin literaria envidiable. Rilke, Juan Ramn Jimnez, Antonio Machado,

    Mallarm, Pound, Eliot, Maeterlinck, Tolstoi, entre una lista interminable de autores, fueron sus

    inseparables compaeros junto al sereno transcurrir del ro Gualeguay. No obstante, o precisamente por

    ello, su primer libro "El agua y la noche", seleccin de poemas manuscritos, apareci recin en 1933,

    gracias a la insistencia de Crdoba Iturburu, Csar Tiempo y, especialmente, de su gran amigo Carlos

    Mastronardi.

    En su segundo libro "El alba sube",

    publicado en 1937, no slo el paisaje

    cobra mayor protagonismo sino que va

    afirmndose con ms fuerza su

    despojamiento de las cosas materiales.

    Este desapego ser uno de los pilares

    que le permitir alcanzar el sello

    distintivo de una exquisita espiritualidad.

    En el poema "Hay entre los rboles" se

    pregunta:

    "Hay entre los rboles una dicha plida.

    final, apenas verde, que es un

    pensamiento

    ya, pensamiento fluido de los rboles,

    luz pensada por stos en el anochecer?"

    Pero ha de ser en "Fui al ro" de su tercer

    libro "El ngel inclinado" (1938), donde Juanele celebra con incontenible alegra su fus in con la

    naturaleza, la que ya nunca volvera a ser la otra parte de la ceremonia dialgica. Por fin, l era el ro y el

    ro era l.

    En la ciudad de Rosario,

    provincia de Santa Fe, los

    militares usurparon la

    Biblioteca Popular Constancio

    C. Vigil, La Vigil, una

    institucin que tena una

    biblioteca de 55.000

    volmenes en circulacin y

    15.000 en depsitos, a principios de la dcada del setenta.

    El 25 de febrero de 1977 fue intervenida mediante el

    decreto N 942. Ocho miembros de su Comisin Directiva

    detenidos ilegalmente, su control de prstamos

    bibliogrficos utilizado para investigar a los socios. Miles

    de libros de la entidad fueron quemados, por ejemplo

    seiscientas colecciones de la obra completa del poeta Juan

    L. Ortz.

  • "Regresaba

    --Era yo el que regresaba?--

    en la angustia vaga

    de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.

    De pronto sent el ro en m,

    corra en m

    con sus orillas trmulas de seas,

    con sus hondos reflejos apenas estrellados.

    Corra el ro en m con sus ramajes.

    Era yo un ro en el anochecer,

    y suspiraban en m los rboles,

    y el sendero y las hierbas se apagaban en m.

    Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!"

    Esta consustanciacin no exclua, ciertamente, un agudo dolor por la guerra civil que en ese

    momento padeca Espaa. Cuando Rilke deca que el da de nuestro nacimiento encamina tanto a

    morir como a vivir, estaba hablando con dulce piedad acerca de la inevitable angustia que le

    produca la finitud del ser, angustia que mitig a travs de la lectura de la Biblia y su profunda fe en Dios.

    La sensibilidad de Juanele tena el mismo tono mayor que la de su admirado Rilke, slo que fue

    depositando la esencia de su fe en un sincretismo, abarcador por definicin, que fusion lo inefable de sus

    percepciones con los elementos concretos del paisaje. Esta maravillosa fuente fenomnica le permiti

    elaborar una potica de gran belleza lrica, de hondo sentimiento de misericordia tanto hacia lo humano

    como hacia los elementos y criaturas de la naturaleza. Model cada palabra creando delicados matices de

    una sutileza incomparables, emergiendo, as, una suerte de continuidad entre inmanencia y trascendencia.

    En "La rama hacia el este" (1940) pero ms an en "El lamo y el viento" (1947), muestra el conflicto

    anidado en su alma: Viva en la natural serenidad de su entorno y, a la vez, senta una desgarrada

    impotencia por el espanto que signific la segunda guerra mundial. Los temas insisten sobre el dolor, la

    angustia y el mal, como odiosos contaminantes.

    Por otra parte, en "El lamo y el viento" se pueden leer sus primeros poemas extensos donde, a

    pesar de que el seguimiento de su decir se asemeja a

    un andar por meandros, no desdea por cierto el

    ordenamiento de la narrativa. En estos poema es

    posible internarse en su particular cosmovisin del

    universo, a travs de sus constantes percepciones y su

    permanente lirismo. Los poemas "Las colinas" de "El

    alma y las colinas" y "Gualeguay" de "La brisa

    profunda", son dos claros ejemplos de ello. Y es en

    este libro donde intenta, adems, el develamiento de la

    esencia de todo cuanto le rodea bajo la forma de

    interrogaciones. Preguntar y preguntarse. Traspasar lo

  • oscuro y ver en qu consiste el misterio, llegar hasta la despersonalizacin si fuese necesario para poder

    as informar acerca de sus hallazgos. Slo que la luz que esplende detrs de la oscuridad nos observa y

    nos retacea su grandiosidad, quiz porque nuestra capacidad de comprensin es insuficiente para

    aprehenderla.

    En sus libros posteriores "El aire conmovido" (1949), "La mano infinita" (1951), "La brisa profunda"

    (1954), "El alma y las colinas" (1956) y "De las races y del cielo" (1958), la red que va tejiendo con su

    natural compasin por todas las criaturas vivientes, la memoria recreadora de lo que am, y la captacin

    de los sutiles colores y las voces que emanan de la naturaleza, se va haciendo cada vez ms compleja y,

    paradjicamente, tambin sus visiones se despojan ms.

    En 1942 se radic en Paran hasta donde llegaban, a manera de una peregrinacin laica, amigos

    entraables, estudiosos de su potica y poetas de todas las edades pero, y sobre todo, lo visitaban lo s

    jvenes atrados no slo por la calidad de su poesa sino por la transparencia de su conducta. En Juan L.

    Ortiz, poesa y vida son por completo inseparables. Tanto que de su tica surge su esttica y su esttica

    profundizar su tica.

    En 1971, con prlogo de Hugo Gola, apareci en Rosario "En el aura del sauce" que incluye diez libros

    editados ms dos inditos: "El junco y la corriente", producto de lo vivenciado en su viaje a China y otros

    pases de Oriente y "La orilla que se abisma". En 1996, El Centro de Publicaciones, Universidad Nacional

    del Litoral, Santa Fe, edita "Obra Completa" , antologas ambas de lectura imprescindible, gracias a las

    cuales es posible sentir placer por la multiplicidad de imgenes y riqueza de smbolos en una potica casi

    despojada de metforas, profundizar en la riqueza de su poesa gracias a los valiosos estudios publicados,

    y advertir la estatura de Juan L. Ortiz, ese gran renovador de la poesa argentina.

    El 2 de setiembre de 1978 Juanele abandon definitivamente su cuerpo, el que fue llevado de regreso a su

    amado Gualeguay, quedando su espritu con nosotros, caminando para siempre entre las pginas de sus

    libros.

    FUI AL RO...

    Fui al ro, y lo senta

    cerca de m, enfrente de m.

    Las ramas tenan voces

    que no llegaban hasta m.

    La corriente deca

    cosas que no entenda.

    Me angustiaba casi.

    Quera comprenderlo,

  • sentir qu deca el cielo vago y plido en l

    con sus primeras slabas alargadas,

    pero no poda.

    Regresaba

    -Era yo el que regresaba?-

    en la angustia vaga

    de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.

    De pronto sent el ro en m,

    corra en m

    con sus orillas trmulas de seas,

    con sus hondos reflejos apenas estrellados.

    Corra el ro en m con sus ramajes.

    Era yo un ro en el anochecer,

    y suspiraban en m los rboles,

    y el sendero y las hierbas se apagaban en m.

    Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!

    ELLA...

    Ella anuda hilos entre los hombres

    y lleva de aqu para all la mariposa profunda

    -ala del paisaje y del alma de un pas, con su polen...

    Ella hace sensible el clima de los das, con su color y su

    perfume...

    a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.

    Testimonio involuntario, ella,

    de un cierto estado de espritu, de un cierto estado de las cosas,

    en que la circunstancia da su hlito. ..

    Pero se dirige siempre a un testigo invisible,

    jugando naturalmente con la tierra y el ngel,

    el infinito a su lado y el presente en el confn...

    Mas es el don absoluto, y la ternura,

    ella que es tambin el trmino supremo y la ltima esencia

    con las melodas de los sentidos y los smbolos y las visiones y

    los latidos

  • para el encuentro en los abismos...

    Mas tiene cargo de almas, y es la comunicacin,

    el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los

    nios,

    ms all de s misma, en el olvido puro de ella misma...

    Y no busca nunca, no, ella...

    espera, espera toda desnuda, con la lmpara en la mano,

    en el centro mismo de la noche...

    AH, MIS AMIGOS, HABLIS DE RIMAS...

    Ah, mis amigos, hablis de rimas

    y hablis finamente de los crecimientos libres...

    en la seda fantstica os dan las hadas de los leos

    con sus suplicios de tsicas

    sobresaltadas

    de alas...

    Pero habis pensado

    que el otro cuerpo de la poesa est tambin all, en el Junio

    de crecida,

    desnudo casi bajo las agujas del cielo?

    Qu harais vosotros, decid, sin ese cuerpo

    del que el vuestro, si frgil y si herido, vive desde "la divisin",

    despedido del "espritu", l, que sostiene oscuramente sus

    juegos

    con el pan que l amasa y que debe recibir a veces

    en un insulto de piedra?

    Habis pensado, mis amigos,

    que es una red de sangre la que os salva del vaco,

    en el tejido de todos los das, bajo los metales del aire,

    de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,

    a no ser una escritura de vidrio?

    Oh, yo s que buscis desde el principio el secreto de la tierra,

    y que os arrojis al fuego, muchas veces, para encontrar el

  • secreto...

    Y s que a veces hallis la meloda ms difcil

    que duerme en aquellos que mueren de silencio,

    corridos por el padre ro, ahora, hacia las tiendas del viento...

    Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la

    poesa

    igual que en un capullo...

    No olvidis que la poesa,

    si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,

    es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,

    cruzada o crucificada, si queris, por los llamados sin fin

    y tendida humildemente, humildemente, para el invento del

    amor...

    DEJA LAS LETRAS...

    Deja las letras y deja la ciudad...

    Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...

    Yo s que nos espera tras de aquellas colinas

    en la azucena del azul...

    Yo quiero ser, amigo,

    uno, el ms mnimo, de sus sentimientos de cristal...

    o mejor, uno, el ms ligero, de sus latidos de perfume...

    No ests t tambin

    un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

    Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla

    de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...

    Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,

    ya hace, por aqu, flotar a la pesadilla

    en celeste de agua...

    Pero derivemos rpido, del lado de los caminos del roco,

    invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...

    Sentmonos, mi amigo, entre estas nias rubias

    que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardn,

    apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...

    El sol ha bebido sus propias perlas

    y hay apenas de ellas una memoria por secarse...

    No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...

  • Viste alguna vez la meloda de los brillos?

    La viste ondular, todava de gasa,

    desde tus pies al cielo, sobre el ro?

    Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una msica blanca

    con unos silencios amatistas...

    Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...

    Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,

    capaces, sin embargo, de atraer hacia s

    a las abejas todas del da

    y de volver de margaritas a la melancola ms flotante...

    No las sientes curvarse bajo un amor transparente

    en un hlito de alas?

    O es slo la cortesa ms misteriosa

    entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,

    ante algo que al parecer es la respiracin de un dios?

    Saluda, tambin, a sus vecinas menos subidas y ms plidas:

    qu delicadsimo sueo de amapolillas ms plidas,

    sobre un rastreo de tases, serpentino?

    Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:

    ptalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...

    Y a las apenas nveas, por bordadas, del pas de Liliput,

    pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...

    Y ah, a las ms sin nombre que se van

    con los alambres libres

    en una fuga preciosa de piedritas...

    Y al trbol de all, loco de verde, y miniado de sol,

    increblemente miniado de sol en primores casi ntimos

    pero que extenan a la brisa...

    Y a las verbenillas, por cierto, de aqu:

    oh, la ms dulce sangre labrada por los misterios

    para los misterios de las hierbas.. .

    Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos

    mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...

    Y a esos recuerdos de la luna,

    aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo

    que se busca, a su vez, en su infinito todava...

    Pero no olvidemos, mi amigo,

    a las esbeltas criaturas que arden el azul, all,

    delante no se sabe qu sacramento etreo:

    no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...

  • Ni olvidemos a aqullas que ya parecen abisales

    con su "pasin" de cielo sobre el susurro trepador:

    rveries de qu abismo hacia otro abismo las de mburucuy?

    Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..

    Cmo abrazar, mi amigo, a estas miradas del beso

    que van estrellando, se dira, todos los minutos

    con todos los ptalos y todos los fuegos del suspiro?

    Y si nos corriramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?

    All, lo veo, las redes hondas sin bautizo

    con su penumbra colgada y su casi va lctea de jazmines

    sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,

    con las navecillas de cita. ..

    Y los laberintos de los taludes, an con su sin fin

    de pequesimas miradas en los iris ms inditos,

    dando no s qu nmeros de no s qu otra noche

    o qu mareo de gemas entre unos miedos de crepsculo...

    Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?

    Qu ave de diamante, di, sobre la lnea del sueo,

    se deshace dulcemente?

    O qu llamado para el sacrificio, di

    de campanillas de humo?

    Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar

    es el mismo amor que no teme perderse

    como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de

    corolas...

    Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor ms all

    de las lianas que tejiera para vencer su abismo,

    asumiendo justamente la muerte con los modos de un espritu?

    S, en los amantes invisibles est asimismo la otra flor

    o el otro lado de esa flor,

    llama, serena llama, que vivira de su sombra...

    Dnde, entonces, aqu, nuestras debilidades hechas dioses?

    Aqu, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos

    "amenaza",

    sonriendo desde la semilla, se dira,

    o equilibrando a las mariposas, si quieres,

    con un fro que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...

    Pero aqu tambin enfrentando a lo innombrable,

  • algo como los honores de un ngel...

    Mas es en nosotros, mi amigo, que la agona es dividida,

    terriblemente dividida, y expedida a la ventura...

    Y aquella msica blanca con unos silencios de jacarandaes?

    All y aqu, a la vez, la condena "de la rueda",

    desde las madres del ro y desde las madres de las zanjas...

    Y aqu, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..

    Si el lirio da a los precipicios , qu le vamos a hacer?

    Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces

    "las letras"

    para reencontrarlas sobre el vrtigo, ms puras

    en las relaciones de los orgenes...

    O ms ligeras, si prefieres, como en ese domingo

    y en esa fantasa que sern...

    Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad

    para que el poema, deseablemente annimo,

    siga a la florecilla que no firma, no, su perfeccin

    en la armona que la excede...

    O para ser el arpa de Lungmen

    eligiendo ella sola los temas de su msica,

    lejos de los taedores que se cantan a s mismos

    o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas

    ni lo que dice el viento...

    ni menos ven lo que el viento, por ah, pone de pie. ..

    Y aqu, adems, las rimas entre los escalofros de las briznas,

    con los hilos temblando, siempre ms all de nuestra luz..

    Y el rostro de Ella no escrito,

    oh, recin nacido, con unos signos por hallar

    y que sern, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia

    como las mismas, las mismas letras de tu alma...

    Pero la viste a Ella,

    amaneciendo aqu, Ella, de la espuma de las matas,

    Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardn,

    virgen profunda sta toda an de cabellos?

    [De El ngel inclinado, 1937]

    SI, MI AMIGA...

  • S, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo

    a pesar de esas llamas dulces contra junio

    Estamos bien s

    Miro una danzarina en su martirio, es cierto,

    con los locos brazos, ay, negando la ceniza

    y el crepsculo ntimo

    Estamos bien Cummings que se va, muy plido,

    al pas que nunca ha recorrido,

    mientras Debussy enciende el suyo, submarino

    Estamos bien Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia

    que trae ms agudamente an la noche

    para las preguntas que se han tendido como ramas

    a lo largo de la pesadilla de la luz,

    con la vara que sabes y la arpillera que sabes,

    en las puertas mismas, quizs, de la poesa y de la msica

    Estamos bien, s mi amiga, pero tiemblo de un crimen

    Cundo, cundo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego,

    cundo, cundo, el amor no tendr fro?

    FUI AL RO

    Fui al ro, y lo senta

    cerca de m, enfrente de m.

    Las ramas tenan voces

    que no llegaban hasta m.

    La corriente deca

    cosas que no entenda.

    Me angustiaba casi.

    Quera comprenderlo,

    sentir qu deca el cielo vago y plido en l

    con sus primeras slabas alargadas,

    pero no poda.

    Regresaba

    -Era yo el que regresaba?-

    en la angustia vaga

    de sentirme solo entre las cosas ltimas y secretas.

    De pronto sent el ro en m,

  • corra en m

    con sus orillas trmulas de seas,

    con sus hondos reflejos apenas estrellados.

    Corra el ro en m con sus ramajes.

    Era yo un ro en el anochecer,

    y suspiraban en m los rboles,

    y el sendero y las hierbas se apagaban en m.

    Me atravesaba un ro, me atravesaba un ro!

    ELLA

    Ella anuda hilos entre los hombres

    y lleva de aqu para all la mariposa profunda

    -ala del paisaje y del alma de un pas, con su polen...

    Ella hace sensible el clima de los das, con su color y su

    perfume...

    a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.

    Testimonio involuntario, ella,

    de un cierto estado de espritu, de un cierto estado de las cosas,

    en que la circunstancia da su hlito. ..

    Pero se dirige siempre a un testigo invisible,

    jugando naturalmente con la tierra y el ngel,

    el infinito a su lado y el presente en el confn...

    Mas es el don absoluto, y la ternura,

    ella que es tambin el trmino supremo y la ltima esencia

    con las melodas de los sentidos y los smbolos y las visiones y

    los latidos

    para el encuentro en los abismos...

    Mas tiene cargo de almas, y es la comunicacin,

    el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los

    nios,

    ms all de s misma, en el olvido puro de ella misma...

    Y no busca nunca, no, ella...

    espera, espera toda desnuda, con la lmpara en la mano,

  • en el centro mismo de la noche...

    AH, MIS AMIGOS, HABLIS DE RIMAS

    Ah, mis amigos, hablis de rimas

    y hablis finamente de los crecimientos libres...

    en la seda fantstica os dan las hadas de los leos

    con sus suplicios de tsicas

    sobresaltadas

    de alas...

    Pero habis pensado

    que el otro cuerpo de la poesa est tambin all, en el Junio

    de crecida,

    desnudo casi bajo las agujas del cielo?

    Qu harais vosotros, decid, sin ese cuerpo

    del que el vuestro, si frgil y si herido, vive desde "la divisin",

    despedido del "espritu", l, que sostiene oscuramente sus

    juegos

    con el pan que l amasa y que debe recibir a veces

    en un insulto de piedra?

    Habis pensado, mis amigos,

    que es una red de sangre la que os salva del vaco,

    en el tejido de todos los das, bajo los metales del aire,

    de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,

    a no ser una escritura de vidrio?

    Oh, yo s que buscis desde el principio el secreto de la tierra,

    y que os arrojis al fuego, muchas veces, para encontrar el

    secreto...

    Y s que a veces hallis la meloda ms difcil

    que duerme en aquellos que mueren de silencio,

    corridos por el padre ro, ahora, hacia las tiendas del viento...

    Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la

    poesa

    igual que en un capullo...

    No olvidis que la poesa,

  • si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,

    es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,

    cruzada o crucificada, si queris, por los llamados sin fin

    y tendida humildemente, humildemente, para el invento del

    amor...

    DEJA LAS LETRAS

    Deja las letras y deja la ciudad...

    Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...

    Yo s que nos espera tras de aquellas colinas

    en la azucena del azul...

    Yo quiero ser, amigo,

    uno, el ms mnimo, de sus sentimientos de cristal...

    o mejor, uno, el ms ligero, de sus latidos de perfume...

    No ests t tambin

    un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

    Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla

    de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...

    Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,

    ya hace, por aqu, flotar a la pesadilla

    en celeste de agua...

    Pero derivemos rpido, del lado de los caminos del roco,

    invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...

    Sentmonos, mi amigo, entre estas nias rubias

    que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardn,

    apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...

    El sol ha bebido sus propias perlas

    y hay apenas de ellas una memoria por secarse...

    No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...

    Viste alguna vez la meloda de los brillos?

    La viste ondular, todava de gasa,

    desde tus pies al cielo, sobre el ro?

    Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una msica blanca

    con unos silencios amatistas...

    Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...

    Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,

    capaces, sin embargo, de atraer hacia s

  • a las abejas todas del da

    y de volver de margaritas a la melancola ms flotante...

    No las sientes curvarse bajo un amor transparente

    en un hlito de alas?

    O es slo la cortesa ms misteriosa

    entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,

    ante algo que al parecer es la respiracin de un dios?

    Saluda, tambin, a sus vecinas menos subidas y ms plidas:

    qu delicadsimo sueo de amapolillas ms plidas,

    sobre un rastreo de tases, serpentino?

    Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:

    ptalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...

    Y a las apenas nveas, por bordadas, del pas de Liliput,

    pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...

    Y ah, a las ms sin nombre que se van

    con los alambres libres

    en una fuga preciosa de piedritas...

    Y al trbol de all, loco de verde, y miniado de sol,

    increiblemente miniado de sol en primores casi ntimos

    pero que extenan a la brisa...

    Y a las verbenillas, por cierto, de aqu:

    oh, la ms dulce sangre labrada por los misterios

    para los misterios de las hierbas.. .

    Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos

    mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...

    Y a esos recuerdos de la luna,

    aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo

    que se busca, a su vez, en su infinito todava...

    Pero no olvidemos, mi amigo,

    a las esbeltas criaturas que arden el azul, all,

    delante no se sabe qu sacramento etreo:

    no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...

    Ni olvidemos a aqullas que ya parecen abisales

    con su "pasin" de cielo sobre el susurro trepador:

    rveries de qu abismo hacia otro abismo las de mburucuy?

    Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..

    Cmo abrazar, mi amigo, a estas miradas del beso

    que van estrellando, se dira, todos los minutos

    con todos los ptalos y todos los fuegos del suspiro?

  • Y si nos corriramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?

    All, lo veo, las redes hondas sin bautizo

    con su penumbra colgada y su casi va lctea de jazmines

    sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,

    con las navecillas de cita. ..

    Y los laberintos de los taludes, an con su sin fin

    de pequesimas miradas en los iris ms inditos,

    dando no s qu nmeros de no s qu otra noche

    o qu mareo de gemas entre unos miedos de crepsculo...

    Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?

    Qu ave de diamante, di, sobre la lnea del sueo,

    se deshace dulcemente?

    O qu llamado para el sacrificio, di

    de campanillas de humo?

    Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar

    es el mismo amor que no teme perderse

    como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de

    corolas...

    Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor ms all

    de las lianas que tejiera para vencer su abismo,

    asumiendo justamente la muerte con los modos de un espritu?

    S, en los amantes invisibles est asimismo la otra flor

    o el otro lado de esa flor,

    llama, serena llama, que vivira de su sombra...

    Dnde, entonces, aqu, nuestras debilidades hechas dioses?

    Aqu, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos

    "amenaza",

    sonriendo desde la semilla, se dira,

    o equilibrando a las mariposas, si quieres,

    con un fro que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...

    Pero aqu tambin enfrentando a lo innombrable,

    algo como los honores de un ngel...

    Mas es en nosotros, mi amigo, que la agona es dividida,

    terriblemente dividida, y expedida a la ventura...

    Y aquella msica blanca con unos silencios de jacarandaes?

    All y aqu, a la vez, la condena "de la rueda",

    desde las madres del ro y desde las madres de las zanjas...

  • Y aqu, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..

    Si el lirio da a los precipicios, qu le vamos a hacer?

    Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces

    "las letras"

    para reencontrarlas sobre el vrtigo, ms puras

    en las relaciones de los orgenes...

    O ms ligeras, si prefieres, como en ese domingo

    y en esa fantasa que sern...

    Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad

    para que el poema, deseablemente annimo,

    siga a la florecilla que no firma, no, su perfeccin

    en la armona que la excede...

    O para ser el arpa de Lungmen

    eligiendo ella sola los temas de su msica,

    lejos de los taedores que se cantan a s mismos

    o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas

    ni lo que dice el viento...

    ni menos ven lo que el viento, por ah, pone de pie. ..

    Y aqu, adems, las rimas entre los escalofros de las briznas,

    con los hilos temblando, siempre ms all de nuestra luz..

    Y el rostro de Ella no escrito,

    oh, recin nacido, con unos signos por hallar

    y que sern, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia

    como las mismas, las mismas letras de tu alma...

    Pero la viste a Ella,

    amaneciendo aqu, Ella, de la espuma de las matas,

    Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardn,

    virgen profunda sta toda an de cabellos?

    ELLA IBA DE PANA AZUL

    (msica de Claudio Alsuyet)

    Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.

    La maana pesaba ya dulcemente.

    De qu color la sombrillas contra el amor de Octubre?

    Entre las manzanillas ella iba.

    Entre la nieve ardiente ella iba.

  • En qu ligersima penumbra sus labios florecan?

    (Oh, sin la penumbra,

    toda la abeja del aire,

    toda, sobre sus labios...).

    Entre las manzanillas ella iba.

    La voz, la voz de nia, algo indecisa an,

    con pudor, con cierto pudor, de los ptalos ebrios...

    Esa edad de Jacinto, ay, y ese aire...

    Entre las manzanillas ella iba toda de pana azul,

    de un azul ms grave que el del Domingo, azul,

    porque ya era el destino

    de ojos a veces bajos o turbados... mi destino.

    Mi destino... Y yo a su lado, qu?

    Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.

    PARA QUE LOS HOMBRES

    Para que los hombres no tengan vergenza

    de la belleza de las flores,

    para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles

    o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo

    por penetrar el mundo,

    con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueos,

    o la armona de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,

    para que podamos mirar y tocar sin pudor

    las flores, s, todas las flores

    y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,

    para que las cosas no sean mercancas,

    y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:

    iremos todos hasta nuestro extremo lmite,

    nos perderemos en la hora del don con la sonrisa

    annima y segura de una simiente en la noche de la tierra.

    TODOS AQUI

    Todos aqu para mirar arder y consumirse ese fuego.

  • Fuego slo?

    No es un corazn apasionado que se ilumina en los cielos?

    La pasin de la luz antigua abrindose en flores encendidas

    para mirarse en el espejo humano.

    El corazn dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa,

    alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre

    del xtasis para que todos seis como simientes ardiendo

    para las cosechas sucesivas de la luz comn que encender hasta la sombra

    y la estrellar como un jardn.

    OH, ALLA MIRARIAS

    Oh, all miraras

    con un noviembre de jacarandaes s, s.

    Pero, amigo,

    si no habr, del otro lado, domingos

    de nias

    ni menos en lo ido

    lilas

    de prometidas

    O miraras

    con un infinito de islas y otra vez moriras, sin morir

    en unas como ultra-islas?

    Mas amigo, qu otro infinito, all, podra repetirme

    y aun desdecirme

    en el juego con un confn

    que no sera

    confn?

    O entonces con lo que restase

    de ro

    en el estuario que dicen?

    Qu tiempo, amigo,

    qu tiempo, por Dios, para los tiempos

    en lo que a ellos los ahogara todava?

    Ni con un junco, as?

  • Dnde los juncos, nio mo, en un inconcebible

    de orillas?

    Un sentimiento, pues,

    soado por el no, el no, sin lmites?

    O un crecimiento, all, en un modo de existencia y no de vida?

    O donde nada, por tanto, sera,

    de la negacin misma, una manera de fermentacin hacia el s

    de unas espumas de jardn

    o hacia se que las ramas y las hojas, pstumamente, habran

    perdido

    pero en un ir

    sin fin :

    espritus, entonces, por momentos, de unas

    azucenas a la deriva

    Mas, qu all

    qu de los ojos de violeta, y de los ojos de verdn,

    y de los ojos de los narcisos,

    y de esos ojos que les transfiguran,

    en iris

    de la eternidad, sus minutos,

    mas desde las arenillas

    de aqu?

    EL JACARANDA

    Est por florecer el jacarand amigo

    Es cierto que est por florecer lo has acaso sentido?

    Pero dnde ese anhelo de morado, dnde, podras

    decrmelo?

    En realidad se le insina en no se sabe qu de las ramillas

    Cmo, si no, esa sobre-presencia, o casi, que an de lo invisible,

    obsede, se asegurara,

    el centro de la media tarde misma,

    sobre qu olvido?

    llamando desde el sueo o poco menos, todava,

    cuando un rosa en aparecido,

    lo cala, indiferentemente, y lo libra, lo libra

  • a su limbo.

    POESIA EROTICA DE LA GRECIA ANTIGUA

    Qu pie y pierna y muslos, por los que con toda justicia me he perdido,

    qu nalgas, qu concha del sexo, qu caderas,

    qu hombros, qu pechos, qu cuello tan esbelto,

    qu brazos y qu ojos que me vuelven loco,

    qu pcaro meneo, qu lengua en los besos cual ninguna,

    qu susurros que me excitan hasta el punto de matarme!

    Y si es de Italia y se llama Flora y no conoce las canciones de Safo,

    tambin Perseo se enamor de Andrmeda, que era de la India.

    Yo, que en tiempos echaba cinco y hasta nueve, Afrodita, ahora

    slo uno, y se trabajosamente desde que anochece hasta que sale

    el sol. Ay de mi!, esta cosa poco a poco se me muere y muchas veces

    ya est medio difunta: qu catstrofe! Vejez, vejez!, qu hars despus un da, si me llegas,

    cuando ahora hasta tal punto estoy languideciendo?

    A la danzarina de Asia, la que con posturas picaronas se menea

    desde la punta de sus delicadas uas,

    la aplaudo y no porque despierte el entusiasmo ni porque sus brazos

    delicados mueva delicadamente de este o aquel modo,

    sino porque sabe bailar en torno al clavo ms deteriorado

    y no huye de las arrugas de los viejos.

    Te da besos lamedores, te hace cosquillas y te abraza, y, si alza

    la pierna, te levanta del reino de los muertos la garrota.

    Si algo, Cleobulo, me sucede (casi slo soy, arrojado al fuego

    de los mozos, un despojo entre cenizas), te lo ruego,

    antes de depositarla bajo tierra haz que mi urna funeraria se embriague

    de vino fuerte y escribe sobre ella: "Regalo de Amor para la Muerte".

    FUENTE: Antologa de la poesa ertica de la Grecia antigua, Mximo Brioso Snchez, Ed. El carro de la

    nieve, Sevilla, 1991, I.S.B.N.: 84-86697-08-5