7 - la séptima puerta

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LA SEPTIMA PUERTA

Margaret Weis Tracy Hickman

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No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni el registro en un sistema informtico, ni la transmisin bajo cualquier forma o a travs de cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin o por otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Diseo de cubierta: Singular Ttulo original: The Seventh Gate (Volume 7 The Death Gate Cycle) Traducin: Hernn Sabat 1993 by Margaret Weis and Tracy Hickman Published by arrangement with Bantam Books, a division of Bantam Doubleday Dell Publishing Group, Inc., New York. Grupo Editorial Ceac, S.A. 1995 Para la presente versin y edicin en lengua castellana. Timun Mas es marca registrada por Grupo Edirorial Ceac, S.A. ISBN: 84-413-0275-8 (Obra completa) 84-413-0678-8 (volumen 62) Depsito legal: B. 14853-1997

Encuadernado en: Printer. Industria Grfica, S. A. Sant Vicenc deis Horts (Barcelona) Printed in Spain

Impreso en: Litografa Roses, S.A. (22-10-1997) Gav (Barcelona)

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A los doctores JAY SELDARA, de Lake Geneva, Wisconsin, y JOHN HANSON, de Milwaukee, Wisconsin, por la esperanza . Margaret Weis

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Y por esa puerta entrarn, y en esa casa habitarn, donde no habr nube ni sol, oscuridad ni deslumbramiento, sino una luz igual, ruido ni silencio, sino una msica igual, temores ni esperanzas, sino una posesin igual, amigos ni enemigos, sino una comunin e identidad iguales, finales ni comienzos, sino una eternidad igual. John Donne, Sermons, XXVI

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CAPTULO 1

ABRI EL LABERINTO

Vasu se hallaba en lo alto de la muralla, silencioso y pensativo, mientras, a sus pies, las puertas de la ciudad de Abri se cerraban con estruendo. Amaneca, lo cual, en el Laberinto, slo significaba que la negrura de la noche adquira un tono grisceo. Pero aquel amanecer era distinto de los dems. Era ms glorioso... y ms aterrador. Estaba iluminado por la esperanza y oscurecido por el miedo. Era un amanecer que descubra la ciudad de Abri, en el mismo centro del Laberinto, an en pie y victoriosa tras una batalla terrible con sus ms implacables enemigos. Era un amanecer tiznado del humo de las piras funerarias, un amanecer en el cual los vivos podan exhalar un suspiro trmulo y atreverse a esperar que la vida futura fuese mejor. Era un amanecer iluminado por un plido fulgor rojizo en el lejano horizonte, un resplandor que resultaba estimulante, tonificante. Los patryn que guardaban las murallas de la ciudad volvan los ojos hacia aquella luminosidad extraa y sobrenatural, sacudan la cabeza y hacan comentarios en tonos graves y ominosos. Eso no presagia nada bueno decan con gesto sombro. Quin poda recriminarles su actitud sombra? Vasu, no. l, que saba lo que se avecinaba, desde luego que no. Pronto tendra que revelrselo y, con ello, hacer aicos la alegra de aquel amanecer. Ese resplandor tendra que decirle a su pueblo es el fuego de la guerra. De la feroz batalla por el control de la ltima Puerta. Las serpientes dragn que nos atacaron no fueron vencidas, como cresteis. S, matamos a cuatro de ellas; pero, por las cuatro que murieron, otras ocho han nacido. Y ahora atacan la ltima Puerta con el propsito de cerrarla y de atraparnos a todos en esta espantosa prisin. Nuestros hermanos, los que viven en el Nexo y los que estn cerca de la Ultima Puerta, se enfrentan a ese mal y, por tanto, an tenemos 7roby2001@ hotmail.com

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motivos para la esperanza. Pero los nuestros son pocos en nmero y el mal es vasto y poderoso. Nosotros estamos demasiado lejos como para acudir en su ayuda. Demasiado lejos. Cuando llegramos, si logrramos hacerlo con vida, sera demasiado tarde. S, tal vez sera demasiado tarde. Y, una vez cerrada la ltima Puerta, el mal en el Laberinto se har ms fuerte. Nuestro miedo y nuestro odio se volvern ms intensos para compensarlo, y el mal se alimentar de ese miedo y de ese odio y se har an ms poderoso. Todo era intil, se dijo Vasu, y as deba decrselo al pueblo. La lgica, la razn, le deca que todo estaba perdido. Entonces, por qu, all de pie en la muralla, con la vista fija en el resplandor rojizo del cielo, senta an una esperanza? No tena sentido. Exhal un suspiro y sacudi la cabeza. Una mano lo toc en el brazo. Mira, dirigente. Han conseguido alcanzar el ro. Al lado de Vasu, uno de los patryn haba malinterpretado el suspiro, sin duda, creyendo que expresaba inquietud por la pareja que haba abandonado la ciudad en la ltima hora de oscuridad previa al alba para emprender la bsqueda arriesgada e intil, probablemente del dragn verde y dorado que haba combatido por ellos en los cielos sobre Abri. El dragn verde y dorado que era el Mago de la Serpiente y que tambin era el sartn de andares torpes con nombre de mensch, Alfred. Y Vasu, era cierto, tema por ellos, pero tambin tena esperanza. Aquella misma esperanza ilgica, irracional. Vasu no era un hombre de accin. Era un hombre de reflexiones, de imaginacin. No tena ms que contemplar su cuerpo sartn, blando y rechoncho, para constatarlo. Deba reflexionar cul haba de ser el paso siguiente de su pueblo. Deba hacer planes y decidir cmo deban prepararse todos para lo inevitable. Deba contarles la verdad, pronunciar su discurso de desesperanza. Pero no hizo nada de ello. Se qued en las murallas, siguiendo con la mirada al mensch conocido por Hugh la Mano y a Marit, la patryn. Se dijo que no volvera a verlos. Los dos se aventuraban en el Laberinto, peligroso en cualquier momento pero doblemente letal ahora que sus derrotados enemigos acechaban llenos de rabia a la espera de vengarse. El mensch y la patryn haban emprendido una misin desesperada y temeraria. No volvera a verlos ms, y tampoco a Alfred, el Mago de la Serpiente, el dragn verde y dorado en cuya busca haban partido. Vasu continu en la muralla y aguard con esperanza su regreso. El Ro de la Rabia, que flua bajo los muros de la ciudad de Abri, estaba helado. Sus enemigos haban congelado sus aguas mediante hechizos. Las repulsivas serpientes dragn haban convertido el ro en hielo para que sus tropas pudieran cruzar con ms facilidad. Mientras descenda trabajosamente la pendiente sembrada de rocas de la ribera del ro, Marit mostr una sonrisa ceuda. La tctica de sus enemigos le sera de utilidad. Slo haba un pequeo problema. 8 roby2001@ hotmail.com

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Dices que esto es obra de magia? Hugh la Mano, que descenda la pendiente detrs de ella, se desliz hasta detenerse junto a la placa de hielo negro y tante ste con la puntera de la bota. Cunto tiempo durar el hechizo? se era el problema. No lo s se vio obligada a reconocer Marit. Yarefunfu Hugh. Me lo esperaba. Podra cesar cuando estuviramos en el medio. Podra asinti Marit. La patryn se encogi de hombros. Si suceda tal cosa, estaran perdidos. Las impetuosas aguas, de un negro intenso, los aspiraran, les helaran la sangre, arrastraran sus cuerpos contra las rocas cortantes y, teidas ya con la sangre, llenaran sus pulmones. No hay ms remedio? Hugh la Mano se haba vuelto hacia ella y miraba fijamente los signos mgicos azules tatuados en su cuerpo. El mensch se refera, naturalmente, a la magia de la patryn. Yo quiz podra transportarme a la otra orilla respondi Marit. En realidad, no estaba segura de ello. La batalla del da anterior la haba debilitado; el enfrentamiento con Xar, el Seor del Nexo, haba tenido el mismo efecto en su espritu. Pero no sera capaz de llevarte conmigo. La patryn pos el pie sobre el hielo y not cmo el fro le penetraba hasta el tutano. Encaj las mandbulas para evitar que le castaetearan los dientes, contempl la lejana orilla opuesta y aadi: Slo ser una carrera corta. No nos llevar mucho tiempo. Hugh la Mano no dijo nada. Tena la vista fija... no en la orilla, sino en el hielo. Y, entonces, Marit cay en la cuenta. Aquel hombre, un asesino profesional que no tema a nada en su mundo, haba encontrado en aqul algo que s le causaba espanto: el agua. De qu tienes miedo? pregunt en tono burln, con la esperanza de picarlo en el amor propio si lo ridiculizaba. No puedes morir... S que puedo la corrigi l. Lo que no puedo es permanecer muerto. Y no me importa confesar, seora ma, que esta clase de muerte no me atrae en absoluto. A m, tampoco replic ella en tono mordaz, pero Hugh vio que haba retirado rpidamente el pie del hielo; Marit no iba a ninguna parte. Ella hizo una profunda inspiracin. Sgueme o no; es cosa tuya. En cualquier caso, no te soy de mucha utilidad dijo l con acritud, al tiempo que abra y cerraba los puos. No puedo protegerte ni defenderte... Ni siquiera puedo protegerme a m mismo. Hugh no poda morir ni poda matar. Todas las flechas que disparaba erraban el blanco, todos los golpes que lanzaba quedaban cortos, todas las estocadas de su espada salan desviadas. Yo puedo defenderme sola respondi Marit. Y puedo defenderte a ti, incluso. Pero te necesito conmigo porque conoces a Alfred mucho mejor que yo... No, no es verdad disinti l. No creo que nadie conozca a Alfred. Ni siquiera l mismo. Haplo, tal vez, pero eso no nos sirve de mucho, ahora. Marit se mordi el labio y no dijo nada. 9 roby2001@ hotmail.com

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Pero has hecho bien en recordrmelo, seora ma continu Hugh la Mano. Si no encuentro a Alfred, esta maldicin no acabar nunca. Vamos, acabemos con esto de una vez. Puso el pie en el hielo y dio unos pasos. Su movimiento, rpido e impetuoso, tom por sorpresa a Marit. Antes de que se diera perfecta cuenta de lo que estaba haciendo, la patryn ech a andar apresuradamente tras l. El fro entumecedor se adue de ella y le provoc unos temblores incontrolables. El hielo era resbaladizo y traicionero, y Hugh y Marit se agarraron mutuamente en busca de apoyo; el brazo de l la salv de ms de un resbaln y el de ella lo sostuvo en varias ocasiones. Cuando estaban a media travesa, una grieta parti el hielo casi bajo sus pies con un sonido que taladraba los tmpanos. Un brazo y una mano peluda terminada en zarpas surgieron de las borboteantes aguas como si quisieran agarrarse a Marit. La patryn se llev la mano a la empuadura de la espada, pero Hugh la detuvo. No es ms que un cadver. Marit se fij mejor y vio que el mensch tena razn. El brazo, flccido, fue aspirado por la corriente casi de inmediato. El hechizo est desvanecindose anunci, irritada consigo misma. Debemos darnos prisa. Con un suspiro, continu la travesa, pero una fina capa de agua se extenda rpidamente sobre el hielo y lo volva mucho ms resbaladizo. Patin y trat de asirse a Hugh, pero ste tambin haba perdido el equilibrio. Los dos cayeron al hielo. A gatas sobre l, Marit se encontr mirando la horrible sonrisa y los ojos saltones de un lobuno muerto. El hielo negro se rompi justo entre sus manos. El lobuno sali a la superficie, pareci levantarse directamente hacia la patryn, y sta retrocedi involuntariamente. Hugh la Mano la retuvo. El hielo se est rompiendo dijo con un chillido. Y estaban todava a media docena de pasos de la orilla. Marit se arrastr hacia ella gateando, ya que no poda ponerse en pie. Tena los brazos y las piernas doloridos de fro. Hugh se desliz a su lado. Tena la cara palidsima, la mandbula apretada con tal fuerza que recordaba el hielo, los ojos desorbitados y la mirada perdida. Para l, nacido y criado en un mundo sin agua, perecer ahogado era la peor muerte imaginable y el terror casi le haba hecho perder la razn. Pero estaban cerca de la orilla, cerca de la salvacin. El Laberinto posea una inteligencia maliciosa, una astucia malvola. Le permita a su vctima un atisbo de esperanza, le permita imaginar que alcanzara a ponerse a salvo. La mano entumecida de Marit se agarr a un gran peasco de los varios que bordeaban la ribera, pugn por mantenerse asida con sus insensibles dedos y trat de incorporarse. El hielo cedi bajo sus pies y la sumergi hasta la cintura en el agua negra y espumosa. La mano resbal de la roca. La corriente empez a arrastrarla... Un empujn tremendo de unos brazos poderosos impulsaron a Marit hacia arriba y hacia la orilla. La patryn aterriz violentamente y el golpe la dej sin 10 roby2001@ hotmail.com

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resuello. Se qued tendida, jadeante, hasta que un barboteo y un grito hicieron que se volviera. En precario equilibrio sobre un tmpano de hielo, Hugh se agarraba con una mano al tronco de un rbol achaparrado que sobresala de la orilla. La Mano la haba puesto a salvo y haba conseguido asirse al rbol, pero las aguas embravecidas trataban de llevarse la placa de hielo en la que se sostena. Intent cogerse al rbol con las dos manos, pero la corriente era demasiado fuerte. La mano con que se asa empezaba a resbalar... Marit se arroj materialmente sobre Hugh en el momento en que l perda contacto. Los entumecidos dedos de la patryn lo agarraron por la espalda del chaleco de cuero y tiraron de l para sacarlo del ro. Marit estaba de rodillas y el agua suba. Si fallaba, los dos se hundiran. Con desesperacin, cerr las manos sobre el chaleco y tir hasta casi arrancrselo. Con las rodillas hundidas en el fango, arrastr el pesado cuerpo del mensch hacia la orilla. Hugh era fuerte y colabor cuanto pudo. Patale, busc puntos de apoyo con las piernas, sin dejar de sacudirlas, y por fin consigui arrastrarse hasta tierra firme. All se qued, jadeando y tiritando de fro y de terror. Marit escuch un retumbar sordo y mir ro arriba. Un muro de agua negra teida de espuma roja avanzaba, atronador, empujando a su paso enormes bloques de hielo. Hugh! El mensch levant la cabeza y vio la monumental crecida. Se puso en pie, tambalendose, y empez a gatear pendiente arriba. Marit no estaba en condiciones de ayudarlo; apenas poda consigo misma. Al llegar a un terreno ms firme y llano, se derrumb en el suelo; casi ni se dio cuenta de que Hugh la Mano se dejaba caer tambin, cerca de ella. El ro rugi de rabia al ver que se le escapaba la presa, o quiz slo era obra de su imaginacin. Marit relaj su acelerada respiracin y tranquiliz el latir desbocado de su corazn. Despus, alej que la magia rnica la calentara hasta librarla de aquel fro atroz. Pero no poda quedarse mucho rato all tendida. El enemigo caodn, lobuno u hombre tigre deba de estar oculto en el bosque, observndolos. Ech un vistazo a los signos mgicos que llevaba tatuados en la piel, cuyo resplandor la adverta de la proximidad de un peligro. Tena la piel ligeramente azulada, pero ello se deba al fro. Los signos mgicos estaban apagados. Esto debera haberla tranquilizado, pero no fue as. Resultaba ilgico. Sin duda, algunos de los que haban atacado la ciudad con tanta furia el da anterior deban de acechar todava en las cercanas de la muralla, a la espera de la oportunidad de tomar por sorpresa a algn grupo de exploracin. Pero las runas no despedan su fulgor mortecino; si acaso, muy, muy dbilmente. Si haba algn enemigo por los alrededores, andaba muy lejos y no estaba interesado en ella. Marit no acababa de entenderlo y no le gustaba. La misteriosa ausencia de enemigos la atemorizaba ms que la visin de una jaura de lobunos. Esperanza. Cuando el Laberinto ofreca esperanza a alguien, significaba que se dispona a arrebatrsela. Se incorpor hasta ponerse en cuclillas, alerta y cauta. Hugh la Mano yaca en el suelo, hecho un ovillo y presa de temblores incontenibles. 11 roby2001@ hotmail.com

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Tena el cuerpo contrado por los escalofros y los labios amoratados, y los dientes le castaeteaban con tal violencia que se haba mordido la lengua. De la comisura de sus labios manaba un reguero de sangre. Marit no saba gran cosa de los mensch. Era posible que el fro lo matara? Tal vez no, pero poda dejarlo dbil o enfermo, y obligarla a hacer ms lenta la marcha; moverse, caminar, lo ayudara a calentarse. Pero antes tena que ponerlo en pie. Record haber odo a Haplo decir que la magia rnica poda curar a un mensch. Se arrastr a gatas hasta Hugh, cerr las manos en torno a las muecas del hombre y dej que la magia fluyera desde su cuerpo al de l. Los temblores cesaron. Poco a poco, una sombra de color volvi a sus plidas facciones. Por ltimo, con un suspiro, Hugh se qued tumbado en el suelo boca arriba, cerr los ojos y dej que el bendito calor se difundiera por su cuerpo. No te duermas! lo previno Marit. Hugh acerc su sensible lengua a los dientes y lanz un gemido, seguido de un gruido. En mi mundo de Ariano soaba que, cuando fuera rico, chapoteara en agua. Tendra un gran tonel de agua delante de mi casa y me zambullira en ella, la arrojara por encima de mi cabeza. Ahora, en cambio continu con una mueca, que me lleven los antepasados si pruebo un sorbo siquiera del condenado lquido! Marit se incorpor. No podemos quedarnos aqu, en terreno abierto. Tenemos que movernos, si te sientes capaz. Hugh se puso en pie al instante. Por qu? Qu sucede? Observ los signos mgicos de los brazos y las manos de la patryn; haba estado cerca de Haplo lo suficiente como para conocer los signos mgicos. Al verlos apagados, mir a Marit con aire inquisitivo. No lo s respondi ella, con la mirada vuelta hacia el bosque. No hay nada cerca, parece, pero... Sacudi la cabeza, incapaz de explicar su inquietud. Por dnde vamos? pregunt Hugh. Marit se qued pensativa. Vasu haba sealado el lugar donde haba sido visto por ltima vez el dragn verde y dorado; es decir, Alfred. Quedaba en la direccin de la siguiente puerta, en el lado de la ciudad que daba a dicha puerta1. Ella y Vasu haban calculado que la distancia poda cubrirse en medio da de viaje a pie. La patryn se mordi el labio. Tena dos opciones. Una era entrar en la espesura, que les dara abrigo pero tambin los hara ms vulnerables a sus enemigos, los cuales si continuaban all fuera utilizaran sin duda los bosques para ocultar sus movimientos. La otra era quedarse junto a la orilla del ro, a la vista de la ciudad. Durante un trecho ms, cualquier enemigo que la atacara estara al alcance de las armas mgicas que empuaban los centinelas de las murallas de la ciudad.

1. En el Laberinto, las direcciones se basan en las puertas, los hitos que indican cunto ha progresado uno a travs de dicho Laberinto. La primera puerta es el Vrtice. La ciudad de Abri est entre la primera y la segunda. Como las innumerables puertas del Laberinto estn esparcidas por ste al azar, las direcciones dependen de dnde se encuentra uno, en un momento dado, en relacin con la puerta siguiente.

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Marit decidi quedarse cerca del ro, al menos hasta que la ciudad ya no pudiera brindarles proteccin. Para entonces, tal vez habran encontrado un camino que los condujera hasta Alfred. Prefera no pensar cmo poda ser dicho camino. Hugh y Marit avanzaron con cautela a lo largo de la ribera. Las aguas del ro, negras como la tinta, se agitaban y refunfuaban en el cauce, rumiando sobre las indignidades que haban sufrido. Los dos expedicionarios tuvieron buen cuidado de no acercarse a la resbaladiza pendiente de la orilla, por un lado, y de evitar las sombras del bosque, por el otro. La espesura estaba en silencio. En un extrao silencio. Era como si todo ser viviente hubiera desaparecido... Marit se detuvo, enferma de angustia, al comprender qu suceda. Por eso no hay nadie por aqu dijo en voz alta. Qu? Por qu? De qu estas hablando? pregunt Hugh, alarmado por su brusca detencin. La patryn seal hacia el ominoso fulgor rojizo del horizonte. Han acudido todos a la ltima Puerta. Para participar en la lucha contra mi pueblo. Buen viaje, pues dijo la Mano. Pero Marit movi la cabeza en gesto de negativa. Por qu no? Insisti Hugh. Se han marchado? Estupendo! Segn Vasu, la Ultima Puerta queda muy lejos de aqu. Ni siquiera esos hombres tigre podrn llegar all a tiempo. No lo entiendes replic Marit, abrumada de desesperacin. El Laberinto puede transportarlos. Puede llevarlos all en un abrir y cerrar de ojos, si quiere. Todos nuestros enemigos, todas las malvolas criaturas del Laberinto... agrupadas para combatir a mi pueblo. Cmo podremos sobrevivir? Estaba dispuesta a rendirse. Su misin pareca intil. Aunque encontrara a Alfred con vida, de qu servira? Al fin y al cabo, Alfred era uno solo. S, era un mago muy poderoso, pero estaba solo. Busca a Alfred, le haba dicho Haplo. Pero ste no poda saber cuan desfavorables eran las circunstancias para ellos. Y, ahora, Haplo haba desaparecido, tal vez muerto. Y el Seor Xar, tambin. Su seor, al que deba lealtad. Marit se llev la mano a la frente. El signo mgico que Xar le haba tatuado en la piel, el signo que haba sido muestra del amor y la confianza ciega que ella le profesaba, escoca a Marit con un dolor sordo y pulsante. Xar la haba traicionado. Peor an: pareca haber traicionado a su pueblo. Xar era lo bastante poderoso como para resistir la acometida de los seres malficos. Su presencia habra inspirado a su pueblo; su magia y su astucia habran proporcionado a los suyos una posibilidad de victoria. Pero Xar les haba vuelto la espalda... Nos ha abandonado a nuestra suerte. Xar... Xar no hara una cosa as! No, no puedo creerlo musit Marit para s. Se march..., se llev con l a Haplo... para curarlo! S, eso es! Mi seor curar a Haplo y, luego, los dos volvern para combatir a nuestro lado!

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Pensndolo bien, era lgico. Xar haba retirado a Haplo a un lugar seguro. Mientras tanto, a ella le corresponda la tarea de localizar a Alfred. Cuando estuvieran todos juntos all, ante la Ultima Puerta, nada podra derrotarlos! Marit se apart los cabellos mojados de la frente con gesto enrgico. Con la misma resolucin, apart de su mente todo lo que no tuviera relacin con su problema ms inmediato. Haba olvidado una leccin importante: no mirar nunca demasiado lejos. Lo que una vea poda ser un espejismo. Era preciso mantener la vista fija en la senda que se pisaba. Y all estaba. El rastro. Marit se maldijo. Haba estado tan preocupada que casi haba pasado por alto lo que estaba buscando. Hinc la rodilla, recogi un objeto del suelo con cuidado y lo sostuvo en alto para que Hugh lo viera. Era una escama, una escama lustrosa. Una de las varias, verdes y doradas, esparcidas en el camino. Junto a ellas haba grandes gotas de sangre fresca.

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EL LABERINTO

Una escama de dragn? Qu significa? pregunt Hugh la Mano. Segn Vasu, la ltima vez que vio a Alfred..., al dragn Alfred, caa de los cielos herido y ensangrentado. Marit dio vueltas y mas vueltas a la escama verde en la palma de la mano. Haba muchos dragones luchando protest Hugh. Pero los dragones del Laberinto tienen las escamas rojas, no verdes. No; ste tiene que ser Alfred. Lo que t digas, pero yo no le dara crdito. Un hombre que se transforma en dragn! exclam Hugh con un bufido. El mismo hombre que te trajo de vuelta de entre los muertos le record Marit secamente. Vamos. El rastro de sangre, lamentablemente fcil de seguir, se internaba en el bosque. Encontraron gotas brillantes sobre la hierba y salpicando las hojas de los rboles. En ocasiones, una espesura de arbustos espinosos o un tupido seto los obligaba a dar un rodeo, pero siempre podan encontrar de nuevo el sendero fcilmente. Demasiado fcilmente. El dragn, Alfred, haba perdido mucha sangre. Si ese dragn es Alfred, por qu se aleja de la ciudad? _pregunt Hugh mientras salvaba un tronco cado encaramndose a l. Si est herido de tal gravedad, lo razonable sera volver a la ciudad en busca de ayuda. En el Laberinto, las madres suelen alejarse de su refugio para apartar de sus hijos al enemigo. Creo que eso mismo hace Alfred. Por eso no ha volado hacia la ciudad. Alguien lo persegua y Alfred ha desviado deliberadamente a su enemigo para que no encuentre a los mos. Cuidado! No te acerques a eso! Marit asi a Hugh y evit que se adentrara en una maraa de hojas verdes de aspecto inocuo . Es una hiedra sofocante. Si se enreda en el tobillo, corta hasta el hueso. Te quedaras sin pie izquierdo.

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En buen lugar nos hemos metido, mi seora murmur Hugh al tiempo que retroceda. Esta condenada hiedra est por todas partes. No hay manera de rodearla. Tendremos que subir. Marit se encaram a un rbol y trep de rama en rama. Hugh la Mano la sigui, ms lento y ms torpe. Sus pies casi rozaron la amenazadora planta, cuyas hojas verdes y florecillas blancas se agitaron y crujieron debajo de l. Marit seal con aire sombro los restos de sangre que manchaban el tronco. Hugh emiti un gruido y no dijo nada. La patryn regres al suelo al otro lado del macizo de enredaderas y se frot la piel. Los signos mgicos haban empezado a emitir un leve resplandor, advirtindola de algn peligro. Al parecer, no todos sus enemigos haban corrido a la ltima Puerta para librar batalla. Marit continu su avance con ms urgencia y ms cautela. Al emerger de una zona de tupida vegetacin, se encontr de pronto, inesperadamente, en un calvero del bosque. chale un vistazo a esto! Hugh emiti un silbido grave. Marit mir, asombrada. En el bosque se haba abierto un amplio surco de destruccin. El suelo estaba cubierto de arbolillos rotos cuyas ramas, quebradas y torcidas, pendan de los troncos hechos pedazos. Las hierbas y los arbustos estaban aplastados en el fango. El terreno estaba sembrado de ramitas y de hojas. Por toda la zona haba esparcidas escamas verdes y doradas que brillaban como joyas bajo el amanecer grisceo. Algn cuerpo escamoso de gran tamao haba cado del cielo y se haba estrellado entre los rboles. Alfred, sin duda. Pero dnde estaba ahora? Puede que se lo haya llevado alguna... empez a decir Marit. Chist! Hugh acompa su advertencia con un gesto enrgico; tom de la mueca a la patryn y tir de ella para que se cubriera entre los arbustos. Marit se agach, se qued completamente quieta y aguz el odo para captar el sonido que haba llamado la atencin del mensch. El silencio del bosque era interrumpido de vez en cuando por la cada de una rama, pero no escuch nada ms. Demasiado silencio. Marit mir a Hugh con expresin inquisitiva. l acerc el rostro y le cuchiche al odo: Voces! Juro que he odo algo que podra ser una voz. Ha callado cuando t has hablado. Marit asinti. Ella no haba hablado en voz muy alta; fuera lo que fuese, deba de estar cerca. Y tena un odo muy agudo. Paciencia. Se aconsej a s misma tener calma y esperar a que el desconocido peligro se concretara. Casi sin respirar, ella y Hugh esperaron los acontecimientos. Entonces oyeron la voz. Hablaba con un sonido chirriante, horrible al odo, como el rechinar de los bordes mellados de unos huesos rotos. Marit se estremeci e incluso Hugh la Mano se acobard. Su rostro se contrajo de repulsin. Qu...? Un dragn! susurr la patryn, helada de espanto. 16 roby2001@ hotmail.com

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sa era la causa de que Alfred no hubiera vuelto a la ciudad. Lo persegua y, probablemente, lo haba atacado la criatura ms temible del Laberinto. Las runas de su cuerpo resplandecan ahora con intensidad, y Marit reprimi el impulso de dar media vuelta y escapar. Una de las leyes del Laberinto deca que no se deba plantar batalla a un dragn rojo a menos que se estuviera arrinconado y no se tuviera escapatoria. En este caso, uno slo se volva contra el dragn para obligar a ste a darle muerte rpidamente. Qu dice? Pregunt Hugh. Consigues entenderlo? Marit asinti, espantada. El dragn hablaba en el idioma de los patryn. Marit tradujo sus palabras a Hugh. No s qu eres deca el dragn. Nunca haba visto nada como t. Pero me propongo descubrirlo. Y necesito un momento de tranquilidad para estudiarte. Para desmontarte. Maldita sea! Mascull Hugh. Slo de or a esa cosa me dan ganas de mearme en los pantalones! Crees que todo eso se lo dice a Alfred? Marit asinti. Sus labios se apretaron hasta convertirse en un fino trazo. Saba qu deba hacer; slo deseaba tener el valor necesario para ello. Se frot el brazo para calmar el escozor de los signos mgicos de proteccin, que despedan su fulgor azulado y rojo, y, haciendo caso omiso de sus advertencias, empez a avanzar a hurtadillas hacia la voz utilizando el sonido atronador de sta para cubrir sus propios movimientos entre la espesura. Hugh la Mano sigui sus pasos. Estaban a favor de viento con respecto al dragn, de modo que la bestia no podra captar el olor que despedan. Marit slo deseaba echar un vistazo a la criatura para comprobar si realmente haba capturado a Alfred. Si no era as y tal era la ferviente esperanza de la patryn, podra por fin obedecer al sentido comn y escapar de all. No era vergonzoso huir de un enemigo tan poderoso. El nico patryn que Marit conoca que hubiera luchado contra un dragn del Laberinto y hubiese sobrevivido era su seor, Xar, y l nunca hablaba del lance; cuando surga alguna mencin al tema, su rostro se ensombreca. Que los antepasados se apiaden...! musit Hugh. Marit le apret la mano para exigirle silencio. Desde aquel punto, podan observar claramente al dragn. Las esperanzas de Marit desaparecieron. Apoyado contra el tronco de un rbol roto, de pie, haba un hombre alto y delgaducho de cabeza calva manchada de sangre, vestido con los restos hechos jirones de lo que un da haban sido unos calzones y una levita de terciopelo. Cuando lo haban visto durante la batalla, estaba en forma de dragn. Y, a juzgar por la destruccin que haban observado en el bosque, an segua en dicha forma cuando se haba estrellado de cabeza contra el suelo. Pero ahora ya no conservaba su forma de dragn. O bien estaba demasiado dbil como para mantener su transformacin mgica o, tal vez, su enemigo haba utilizado su propia magia para poner de manifiesto la verdadera apariencia del sartn. Alfred estaba consciente, algo inslito si se tena en cuenta que su primera reaccin ante cualquier clase de peligro era caer desmayado. Incluso consegua 17 roby2001@ hotmail.com

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plantar cara a su terrible enemigo con cierta dosis de dignidad pese a tener un brazo roto y a la expresin, contrada de dolor, de su ceniciento rostro. El dragn se cerni sobre su presa. La testuz de la bestia era enorme, chata y redondeada, con hileras de dientes afilados como cuchillas que sobresalan de la mandbula inferior. Sostenida sobre un cuello que, en comparacin, pareca demasiado delgado, la cabeza se meca adelante y atrs en un movimiento oscilante y constante que a veces dejaba hipnotizada a su desdichada vctima. Dos ojillos vivos, a ambos lados de la cabeza, se movan independientemente. Los ojos podan enfocar en cualquier direccin, incluso hacia adelante o hacia atrs, lo cual permita al dragn ver todo lo que tena alrededor. El par de patas delanteras, fuertes y potentes, posea unas manos como zarpas que podan agarrar objetos y transportarlos por el aire. De los hombros brotaban unas alas enormes y las patas traseras, tambin muy musculosas, servan al dragn para tomar impulso y despegar del suelo. Sin embargo, la parte ms mortfera de la bestia era la cola. El apndice del dragn rojo se enroscaba sobre el cuerpo o se agitaba en torno a l. En el extremo tena un aguijn bulboso que inyectaba veneno en la vctima. Un veneno que poda matarla o, en pequeas dosis, dejarla paralizada. La cola se agit alrededor de Alfred. Quiz te escueza un poco tron el dragn, pero esto te mantendr dcil durante nuestro viaje de regreso a mi cueva. La punta del aguijn abri un corte superficial en la mejilla de Alfred. Con un chillido, el cuerpo de ste dio una brusca sacudida. Marit apret los puos con fuerza, hasta clavarse las uas en la carne. A su lado, alcanz a or la respiracin entrecortada de Hugh. Qu hacemos? consigui articular ste, al tiempo que se pasaba el revs de la mano por los labios. El mensch tena el rostro baado en sudor. Marit volvi la vista al dragn. Un Alfred flccido y que no ofreca resistencia colgaba de las zarpas delanteras de la bestia. El dragn transportaba a su presa descuidadamente, como un chiquillo llevara una mueca de trapo. Por desgracia, el infeliz sartn segua consciente, con los ojos muy abiertos y casi desorbitados de miedo. Esto era lo peor del veneno del dragn: que mantena a la vctima paralizada pero consciente, de modo que se diera cuenta de todo lo que le haca. Nada respondi Marit en un susurro. Pero tenemos que actuar de alguna manera! Hugh le dirigi una mirada enfurecida. No podemos permitir que escape...! Marit tap la boca a Hugh con la mano. El mensch haba cuchicheado sus palabras apenas en un susurro, pero la enorme cabeza del dragn se volvi hacia ellos rpidamente y sus ojos escrutaron el bosque. La ominosa mirada recorri la zona en la que estaban; despus, se dirigi hacia otro lado. El dragn continu la bsqueda un rato ms hasta que, quiz perdiendo inters, emprendi la marcha. Y lo hizo por tierra. Marit recobr la esperanza. El dragn avanzaba caminando, no volando. Haba empezado a desplazar su enorme mole por el bosque transportando a Alfred entre sus zarpas. Y, una vez que la bestia se haba vuelto hacia ella, Marit haba advertido que la terrible criatura estaba herida. No de mucha gravedad, pero lo suficiente como para 18 roby2001@ hotmail.com

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impedirle remontar el vuelo. Una de las alas tena la membrana desgarrada, con un gran agujero en el centro. Era un punto en favor de Alfred, se dijo Marit en silencio. Despus, emiti un suspiro. Aquella herida no hara sino enfurecer an ms al dragn. Seguro que mantendra vivo a Alfred mucho, muchsimo tiempo. Y seguro que a Alfred no le hara ninguna gracia. Marit se qued inmvil y en silencio hasta que el dragn estuvo a suficiente distancia como para no alcanzar a verlos o a orlos. Mientras tanto, cada vez que Hugh intentaba decir algo, ella frunca el entrecejo y mova la cabeza en gesto de negativa. Cuando la patryn ya no pudo captar el estruendo del dragn al abrirse paso a travs del bosque, se volvi hacia l. Los dragones tienen un odo excelente, recurdalo. Por poco consigues que nos mate. Y por qu no lo hemos atacado? Quiso saber Hugh. La condenada bestia est herida! Con tu magia... hizo un gesto con la mano, demasiado furioso como para terminar la frase. Con mi magia no habra conseguido nada de nada replic Marit. Esos dragones tienen su propia magia y es mucho ms poderosa que la ma... aunque, probablemente, ni siquiera se habra molestado en utilizarla. Ya viste ese aguijn. La bestia mueve la cola con una rapidez vertiginosa y pica como un rayo. Un toque de ese apndice venenoso deja a su vctima paralizada e impotente, como a Alfred. Entonces, qu? Nos rendimos? Hugh le dirigi una mirada torva. No, nada de eso respondi Marit. De inmediato, se volvi de espaldas al mensch para que ste no pudiera ver su expresin, para que no observara lo maravillosa que le sonaba la palabra rendirse. Con gesto resuelto, empez a abrirse paso entre los rboles de troncos astillados y los matorrales y hierbas aplastados. Lo seguiremos. El dragn ha dicho que se propona llevar a Alfred a su cueva. Si conseguimos descubrir el cubil de la bestia, tal vez logremos dar con la manera de rescatar al sartn. Y si mata a Alfred mientras va de camino? No lo har afirm Marit. Si de algo estaba segura, era de esto. Los dragones no matan a sus presas enseguida. Las mantienen vivas para entretenerse. El rastro del dragn era fcil de seguir. La criatura aplastaba cuanto se interpona en su camino, sin desviarse un pice de una ruta recta a travs del bosque. rboles gigantes eran arrancados de raz con un golpe de su cola poderossima. Arbustos y matorrales eran aplastados por las grandes patas traseras. La hiedra sofocante, que trataba de enredar sus zarcillos cortantes en torno al dragn, adverta demasiado tarde lo que haba atrapado. Las enredaderas quedaban en el suelo, ennegrecidas y humeantes. Hugh y Marit continuaron avanzando tras la estela de destruccin del dragn. La marcha resultaba ahora mucho ms fcil, pues el dragn les despejaba el camino con toda eficacia. Con todo, Marit insisti en mantener la mxima cautela, aunque Hugh protest. No era probable, deca, que el dragn alcanzara a orlos, con el estruendo que produca. Y, cuando la criatura cambi de direccin y empez 19 roby2001@ hotmail.com

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a viajar a favor de viento, Marit se detuvo a embadurnarse de fango pestilente en una cinaga y oblig a Hugh a imitarla. Una vez vi a un dragn destruir un asentamiento de pobladores explic Marit mientras se aplicaba el fango en los muslos y dejaba que resbalase por las pantorrillas. La bestia era muy lista. Podra haber atacado el asentamiento, haberlo quemado y haber matado a sus habitantes, pero poca diversin le habra proporcionado eso. As, en lugar de arrasarlo todo, captur vivos a dos patryn, jvenes y fuertes. A continuacin, procedi a torturarlos. Todos omos sus gritos, unos alaridos terribles que se prolongaron durante dos das. Entonces, el dirigente decidi atacar al dragn para rescatar a los suyos... o, al menos, para poner fin a sus sufrimientos. Haplo estaba conmigo continu, sin abandonar el tono susurrante. Nosotros conocamos mejor a los dragones rojos y le dijimos al dirigente que cometa una estupidez, pero no quiso hacernos caso. Provistos de armas potenciadas con la magia, los guerreros emprendieron la marcha hacia la guarida de la fiera. E1 dragn sali de la cueva llevando los cuerpos an vivos de sus vctimas, uno en cada zarpa. Los guerreros dispararon sus flechas contra el dragn. Unas flechas, dirigidas por las runas, que no podan fallar su blanco. Pero el dragn perturb las runas con su propia magia; sta no detuvo las flechas, sino que se limit a aminorar su velocidad. Luego, atrap los dardos... utilizando a los dos prisioneros como acericos. Una vez muertos, el dragn arroj los cuerpos a sus compaeros. Para entonces, algunas de las flechas haban alcanzado su objetivo. El dragn herido se incomod y lanz un latigazo con la cola, tan veloz que los guerreros no tuvieron ocasin de escapar. Pic a uno aqu, otro all, otro ms acull, movindose aqu y all entre las filas de los patryn. Cada vez que tocaba a alguien, provocaba alaridos de terrible dolor. El desgraciado empezaba a convulsionarse hasta caer al suelo, agarrotado e incapacitado. E1 dragn cogi a sus nuevas vctimas y las arroj al interior de su cueva. Ms diversin para l. Todos los escogidos eran jvenes y fuertes. El dirigente se vio obligado a retirar sus fuerzas; en su intento de salvar a los dos primeros, haba perdido ms de veinte de sus guerreros. Haplo le recomend que desmontara el asentamiento y llevara lejos a su gente, pero el dirigente casi haba perdido por completo el juicio y prometi rescatar a los que el dragn haba capturado en su anterior intento. Marit interrumpi bruscamente la narracin para ordenar: Vulvete. Te embadurnar la espalda. Hugh obedeci y permiti a Marit esparcirle el barro pestilente por la espalda y los hombros. Qu sucedi entonces? inquiri la Mano con voz spera. La patryn se encogi de hombros. Haplo y yo decidimos que era hora de irse. Ms tarde, encontramos a uno de los residentes del asentamiento, uno de los escasos supervivientes; nos cont que el dragn haba prolongado el juego durante una semana, saliendo de la cueva para luchar, capturar nuevas vctimas y pasarse las noches torturndolos hasta la muerte. Por ltimo, cuando no qued nadie salvo los demasiado enfermos o demasiado pequeos como para proporcionarle entretenimiento, la bestia haba arrasado el lugar. 20 roby2001@ hotmail.com

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Supongo que ahora lo comprendes, no? Un ejrcito entero de guerreros patryn no podra derrotar a uno solo de esos dragones. Te das cuenta de a qu nos enfrentamos? Hugh no respondi de inmediato. Continu aplicndose fango a brazos y manos y, cuando hubo terminado, pregunt: Qu plan tienes, pues? El dragn tiene que comer, lo cual significa que tendr que salir a cazar... A menos que decida zamparse a Alfred. Marit movi la cabeza enrgicamente. Los dragones rojos no se comen a sus vctimas. Sera desperdiciar una buena diversin. Adems, ste est tratando de averiguar qu es Alfred. El dragn no ha visto nunca a un sartn. No; me temo que mantendr a Alfred con vida... ms tiempo, probablemente, del que a ste le gustara. Cuando la bestia abandone la cueva para alimentarse, nos colaremos en ella y rescataremos a Alfred. Si queda algo por rescatar murmur Hugh. Marit no replic. Continuaron adelante, siguiendo el rastro del dragn, que los condujo a travs del bosque alejndolos de la ciudad en direccin a la siguiente puerta. El terreno empez a empinarse cuando llegaron alas estribaciones de las montaas. Llevaban viajando todo el da, sin detenerse ms que a comer lo imprescindible para mantener las fuerzas y a beber un poco cuando encontraban un regato de agua clara. La luz griscea del da estaba menguando. Las nubes llenaron el cielo y descargaron una lluvia que Hugh consider una bendicin, pues as podra librarse del fango. La lluvia tambin fue una bendicin en otro sentido. Haban dejado atrs el bosque tupido y en aquel momento ascendan una ladera pelada, salpicada de rocas y peascos, que no les permita ocultarse; la cortina de lluvia les proporcionaba, por tanto, la proteccin que les faltaba. Mientras hubiera suficiente luz para iluminar el terreno, no tendran problemas para seguir el rastro del dragn, cuyas patas se clavaban en la pendiente arrancando de ella grandes masas de tierra y roca. Pero estaba cayendo la noche. Qu hara el dragn? Buscar cobijo para pasar la noche, quizs en una cueva de las montaas? O continuar la marcha hasta alcanzar su cubil? Y ellos deban continuar la marcha una vez oscurecido? Discutieron el asunto. Si nos detenemos y el dragn no lo hace argument Hugh, por la maana nos llevar una ventaja tremenda. Lo s asinti Marit, dubitativa, con aire meditabundo. Hugh la Mano esper a que aadiera algo. Cuando qued claro que no iba a hacerlo, se encogi de hombros y continu hablando. Yo renuncio a seguir la pista. Ya he estado en situaciones como sta otras veces; normalmente, me baso en lo que conozco de la persona a la que sigo, intento ponerme en su lugar e imaginar qu hara. Pero estoy acostumbrado a seguir a personas, no bestias. sas te las dejo a ti, seora ma. 21 roby2001@ hotmail.com

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Continuaremos decidi ella. Seguiremos el rastro con la luz de mis runas. El resplandor mortecino de los signos mgicos de su piel ilumin levemente el suelo. Pero tenemos que avanzar despacio. Debemos andar con cuidado, no vayamos a tropezar sin querer con su guarida, en la oscuridad. Si el dragn nos oye llegar... sacudi la cabeza. Recuerdo que, una vez, Haplo y yo... No continu. Por qu mencionaba a Haplo continuamente? El dolor que le produca aquel nombre era como una zarpa de dragn en el corazn. Hugh se sent a descansar y a mascar unas tiras de carne seca. Marit mordisque las suyas sin apetito. Cuando se dio cuenta de que no podra tragar la masa pastosa e insulsa, la escupi. No deba pensar ms en Haplo; no deba pronunciar su nombre. Era como las runas: al invocar el nombre, evocaba una imagen que la distraa en un momento en que necesitaba concentrar todas sus facultades en el problema ms inmediato. Cuando Xar se lo haba llevado, Haplo agonizaba. Marit cerr los ojos y vio de nuevo la herida letal, la runa del corazn desgarrada, rota. Xar poda salvarlo. S, seguro que Xar lo salvara! Xar no lo dejara morir... Marit se llev la mano a la frente, al signo mgico desbaratado que tena en ella. La patryn saba muy bien de qu era capaz el Seor del Nexo. Era intil engaarse. Record la cara de Haplo, su perplejidad y el dolor de su expresin cuando haba sabido que ella y Xar estaban aliados. En aquel momento, Haplo se haba entregado. Sus heridas eran demasiado profundas como para permitirle sobrevivir. Y la haba dejado a ella al cuidado de todo cuanto tena: su pueblo. Una mano se cerr sobre las suyas. Haplo se pondr bien, seora ma. Hugh, poco acostumbrado a ofrecer consuelo, se esforz torpemente en hacerlo. Es un tipo duro. Marit contuvo las lgrimas con un pestaeo. La irritaba que el mensch la hubiera sorprendido en aquel momento de debilidad. Tenemos que continuar respondi framente. Se puso en pie y reanud la marcha, dando por supuesto que l la seguira. La lluvia haba cesado momentneamente, pero las nubes bajas que ocultaban a la vista las cimas de las montaas eran anuncio de nuevos chaparrones, y una lluvia fuerte poda borrar por completo las huellas del dragn. Marit se encaram a un peasco y escrut la ladera con la esperanza de distinguir al dragn antes de que cayera la noche. Sin embargo, el apagado resplandor rojizo que iluminaba el perfil del horizonte capt su atencin de nuevo, y la patryn volvi la vista hacia all con profunda fascinacin. Qu era aquel resplandor? Era un gran incendio provocado por las serpientes dragn con la intencin de que sirviese de faro para atraer a la batalla a todas las criaturas malficas? Estara en llamas la propia ciudad del Nexo? O tal vez se trataba de algn tipo de defensa mgica establecida por los patryn, algn crculo de fuego para protegerse de sus enemigos? Si la ltima Puerta caa, quedaran atrapados. Atrapados en el Laberinto con unas criaturas peores que los dragones rojos, unas criaturas cuyo malvolo poder se hara ms y ms fuerte. Haplo agonizaba creyendo que ella no lo amaba. Marit. 22 roby2001@ hotmail.com

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Sobresaltada, la patryn se volvi demasiado deprisa y estuvo a punto de caer del peasco. Hugh la ayud a sostenerse y seal hacia arriba: Mira! Ella obedeci, pero no observ nada. Espera. Deja que pasen las nubes. Ah est! Lo ves? Las nubes se levantaron unos instantes y Marit vio al dragn, que avanzaba por la ladera en direccin a una gran abertura oscura en un faralln rocoso de la montaa. Y al momento cay de nuevo la niebla y ocult al dragn. Cuando despej otra vez, la bestia haba desaparecido. Haban encontrado la guarida del dragn rojo.

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CAPTULO 3

EL LABERINTO

Pasaron la noche escalando la ladera, sin dejar de or los alaridos de Alfred. Los gritos no haban sido constantes. Al parecer, el dragn conceda a su vctima ratos para descansar y recuperarse. Durante estas pausas se dejaba or la voz del dragn desde la caverna, tronando palabras slo inteligibles en parte. Estaba describiendo a su vctima, con todo detalle, el tormento concreto que se propona infligirle a continuacin. Peor an, la bestia estaba destruyendo la esperanza de Alfred, lo estaba privando de su voluntad de supervivencia. Abri... escombros eran algunas de las palabras del dragn. Su gente... muerta... lobunos y nombres tigres al asalto... No musit Marit. Lo que dice es falso, Alfred. No creas a esa bestia. Resiste..., resiste. En cierto momento, el silencio de Alfred se prolong ms de lo habitual. El dragn pareca irritado, como quien intentara despertar a alguien profundamente dormido. Ha muerto... susurr Hugh. Marit no dijo nada y continu la ascensin. Y, cuando el silencio de Alfred ya se haba prolongado lo suficiente como para casi convencerla de que la Mano estaba en lo cierto, capt un gemido grave y suplicante la splica de piedad de la vctima que subi de tono hasta convertirse en un agudo chillido de tormento, un grito acompaado de la voz cruel y triunfal del dragn. Al escuchar de nuevo los alaridos de Alfred, los dos continuaron la marcha. Un estrecho sendero serpenteaba a lo largo de la ladera en direccin a la cueva, la cual, sin duda, haba sido utilizada como refugio por buena parte de la poblacin del Laberinto a lo largo de los aos... hasta que el dragn se haba instalado en ella. El sendero no era difcil, ni siquiera bajo el chaparrn, por lo que el temor de Marit de que la oscuridad le hiciese perder el rastro del dragn haba sido infundado. En su impaciencia por llegar a su cubil, el dragn herido haba 24 roby2001@ hotmail.com

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apartado de su camino peas y rboles ralos. Las gigantescas patas de la bestia abran profundos surcos en el suelo, que formaban unos toscos escalones. A Marit no le gustaba demasiado toda aquella ayuda. Tena la clara impresin de que el dragn saba que lo seguan y estaba encantado de hacer lo posible por atraer nuevas vctimas a las que dar tormento. Pero a la patryn no le quedaba ms remedio que continuar. Y, si en algn momento desesper, si pens en darse por vencida y volverse por donde haba venido, el resplandor rojizo del horizonte, siempre entrevisto por el rabillo del ojo, la impuls a seguir adelante. Hacia medianoche, hicieron un alto. Estaban todo lo cerca de la cueva que Marit estim seguro. Busc alguna depresin poco profunda del terreno que al menos les ofreciera cierto abrigo de la lluvia, gate hasta el hueco e indic por seas a Hugh que la siguiera. El mensch no lo hizo. Permaneci agachado junto al estrecho saliente que conduca montaa arriba hasta la oscura boca de la guarida del dragn. Al fulgor mortecino de las runas de su piel, Marit observ su rostro contrado por el odio y la ferocidad. Acababa de caer uno de aquellos silencios ominosos y terribles, tras una sesin de tortura especialmente larga. Hugh! No podemos seguir! susurr. Es demasiado peligroso. Tenemos que esperar a que salga el dragn! Un buen plan, si no fuera porque los gritos de Alfred se hacan cada vez ms dbiles. La Mano no la escuchaba. Alz la vista al faralln rocoso y entrecerr los ojos y en un cuchicheo apasionado, reverente, mascull: Aceptara llevar esta malhadada existencia para siempre si pudiera, slo por esta vez, tener la capacidad de matar! Odio. Marit conoca bien aquel sentimiento y saba lo peligroso que poda resultar. Alarg el brazo, asi al mensch y lo atrajo con energa al hueco donde estaba agazapada. Escchame, mensch! susurr, dirigindose tanto a ella misma como a l. Eso es precisamente lo que el dragn quiere que sientas! No recuerdas lo que te he dicho? La bestia hace esto a propsito; pretende torturarnos a nosotros tanto como a Alfred. Quiere que irrumpamos en la cueva y ataquemos de frente. Por eso no vamos a hacerlo. Vamos a esperar aqu hasta que salga o hasta que se nos ocurra otra cosa. Hugh le dirigi una mirada furiosa y, por un momento, Marit pens que iba a desafiarla. Poda detenerlo, por supuesto. Era un hombre fuerte, pero era un mensch, carente de facultades mgicas y, por lo tanto, dbil en comparacin con ella. Sin embargo, no quera llegar a la fuerza. Una demostracin de magia alertara al dragn de su presencia, si no lo estaba ya. Adems, el mensch portaba aquella maldita arma sartn... Hizo una profunda inspiracin y relaj la mano con la que asa a Hugh. ste se acurruc en el estrecho espacio a su lado. Qu? Has pensado en algo? Despus de todo, quiz te deje irrumpir abiertamente. Esa Hoja Maldita... Todava la llevas?

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S, tengo ese maldito engendro. Es como esta maldita vida ma... Parece que no puedo librarme de ninguna de las dos... Hugh call un momento; la sugerencia haba calado en su mente. El arma podra salvar a Alfred! Tal vez. Marit se mordi el labio. Es un arma poderosa, pero no estoy segura de que un objeto mgico como se pueda resistir a un dragn rojo. Al menos, la Hoja Maldita podra proporcionarnos tiempo; podra servirnos de elemento de distraccin. El arma tiene que creer que Alfred est en peligro. No, un momento... se corrigi Hugh, pensando apresuradamente. Slo tiene que creer que yo estoy en peligro. T entras ala carga. El dragn te atacar, y la Hoja Maldita atacar al dragn. Mientras, yo busco a Alfred, utilizo mi magia para curarlo, al menos lo suficiente como para que se sostenga en pie, y nos marchamos. Slo hay un problema, seora ma. El arma podra atacarte a ti, tambin. Marit se encogi de hombros. Ya has odo los gritos de Alfred. Cada vez est ms dbil. Quizs el dragn ya se est cansando del juego, o quiz no sabe mantenerlo con vida, puesto que Alfred es un sartn. En cualquier caso, Alfred est a punto de morir. Si esperamos ms, puede que sea demasiado tarde. Tal vez era ya demasiado tarde. Las palabras flotaron en el aire tcitamente. No haban odo a Alfred, ni el menor gemido, en todo el rato que llevaban agachados en la pequea cavidad. El dragn tambin guardaba un extrao silencio. Hugh la Mano llev la mano al cinto y desenvain la daga sartn, tosca y fea, que haba dado en llamar la Hoja Maldita. La contempl detenidamente y la sostuvo con disgusto. Puaj! Mascull con una mueca de desagrado. Esta cosa maldita se retuerce en mi puo como una serpiente. Acabemos de una vez. Prefiero enfrentarme al dragn que empuar esta daga mucho rato ms. Fabricada por los sartn, la Hoja Maldita tena como propsito ser utilizada por los mensch para defender a sus superiores, los propios sartn, en la batalla. Era un arma consciente; por s sola, adquira la forma necesaria para derrotar a su enemigo. Slo necesitaba a Hugh, o a cualquier mensch, como mero medio de transporte. No precisaba de las rdenes del mensch en el combate. La Hoja Maldita lo defenda por ser el brazo que la empuaba. Y defenda a cualquier sartn en peligro. Por desgracia, como haba sealado Hugh, tambin haba sido preparada para combatir al enemigo ancestral de los sartn: los patryn. Era tan posible (incluso ms) que atacara a Marit como que lo hiciera al dragn. Por lo menos, ahora conozco el modo de controlar el maldito artefacto apunt Hugh. Si se lanza sobre ti, puedo... ... rescatar a Alfred lo cort Marit. Llvalo a Abri, a los sanadores. No te detengas a ayudarme, Hugh aadi, cuando l intent protestar. Por lo menos, la Hoja me matar deprisa. l la mir fijamente, sin intencin de discutir, pero estudindola en profundidad, tratando de decidir si slo hablaba por hablar o si tena el valor de mantener tales palabras. Marit le sostuvo la mirada sin parpadear. 26 roby2001@ hotmail.com

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Hugh asinti una sola vez y sali a hurtadillas de la concavidad del terreno. Marit lo imit. Por voluntad de la fortuna o del Laberinto la lluvia que haba ocultado sus movimientos haba cesado. Una suave brisa agitaba las ramas y provocaba pequeos chaparrones cuando el agua caa de las hojas. Los dos se detuvieron en el resalte rocoso, casi sin atreverse a respirar. Ni un gemido, ni un quejido... y la entrada de la caverna quedaba apenas a un centenar de pasos. Los dos alcanzaban a verla claramente: un profundo agujero negro contra la plida claridad de la roca. En la distancia, el resplandor rojizo del cielo pareca ms intenso. Quizs el dragn se ha dormido! le susurr Hugh al odo. Marit acept la posibilidad con un gesto de asentimiento. La idea no le consolaba demasiado, pues el dragn despertara tan pronto como olfateara la cercana de una nueva diversin. Hugh abri la marcha. Avanz sin hacer ruido, tanteando cada paso y abrindose paso con una habilidad y facilidad que a Marit le pareci impresionante. Lo sigui en completo silencio, pero tena la inquietante sensacin de que el dragn poda orlos llegar, que acechaba su llegada. Alcanzaron la entrada de la cueva. Hugh se aplast de espaldas contra la pared de roca y avanz muy despacio con la esperanza de poder asomarse y observar el interior sin ser visto. Marit aguard a cierta distancia, oculta tras un arbusto y con la entrada de la cueva a la vista. Segua sin orse el menor ruido. Ni una respiracin, ni el sonido del roce de un gran cuerpo contra la piedra, ni el sonido de un ala daada al moverse sobre un suelo de roca. La lluvia haba limpiado de fango su cuerpo, y las runas tatuadas de la patryn irradiaban su brillo. El dragn slo tena que mirar al exterior para advertir que tena compaa. El resplandor la convertira en un objetivo tentador cuando entrara en la caverna, pero tambin le proporcionara la oportunidad de encontrar a Alfred en la oscuridad, de modo que no hizo ningn intento para disimularlo. Hugh contorsion el cuerpo, se asom tras el muro de roca e intent observar el interior de la caverna. Escrut las sombras largo rato con la cabeza ladeada, tan pendiente del odo como de la vista. Con la mano, indic a Marit que se acercara. Ella cruz el camino sin perder de vista la boca de la cueva y se aplast contra la pared junto a l. Hugh se inclin para hablarle al odo. Ah dentro est ms negro que el corazn de un elfo. No puedo ver nada, pero creo que he odo una respiracin jadeante hacia la derecha, mirando a la cueva. Podra ser Alfred. Lo cual significaba que segua con vida. Una ligera oleada de alivio reconfort a Marit; la esperanza dio aliento a su valor. Alguna seal del dragn? susurr ella. Adems de la pestilencia? Replic Hugh, arrugando la nariz con repugnancia. No, no he visto el menor rastro del dragn. El hedor a carne descompuesta, putrefacta, resultaba horrible. A Marit no le gustaba pensar en lo que iban a encontrar all. Si Vasu haba perdido a alguno de los suyos ltimamente el pastor raptado mientras guardaba su rebao, el nio que se haba alejado demasiado de su madre, el explorador que no haba regresado de su salida, lo ms probable era que sus restos estuviesen en la cueva. 27 roby2001@ hotmail.com

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Marit no haba visto salir al dragn, pero estaba segura de que habra odo a la bestia, si sta hubiera seguido dentro de la cueva. Tal vez la caverna penetraba mucho en la montaa. Tal vez el dragn tena una salida trasera. O no se haba percatado de su presencia. O su herida era ms grave de lo que Marit haba credo. Tal vez la bestia herida se haba retirado al fondo de su guarida a dormir. Pocas veces en la vida de la patryn los acontecimientos le haban sido favorables. Marit siempre tomaba la decisin equivocada, terminaba en el lugar inconveniente y haca o deca lo que no deba. Haba cometido el error de quedarse con Haplo y, despus, el de abandonarlo. Haba cometido el error de abandonar a su hija. Y de confiar en Xar. Y, tras encontrar de nuevo a Haplo, haba cometido el error de amarlo otra vez... y slo para volver a perderlo. Ahora, por una vez en su vida, lo que intentaba tena que salirle bien. S, se lo tena merecido! Que el dragn estuviera dormido... Slo peda que el dragn estuviera dormido... Ella y el mensch se colaron en la cueva, cautos y silenciosos. Las runas de Marit iluminaron la caverna. La entrada no era muy ancha ni muy alta; el dragn, sin duda, no lo tena muy cmodo para penetrar por la abertura, como evidenciaba la capa de relucientes escamas rojas que, a modo de corteza, cubra el techo y las paredes de la boca de la caverna. La angosta entrada daba paso a una sala amplia, de forma aproximadamente circular y techo alto. La luz rojoazulada de las runas de Marit se reflej en las paredes hmedas e ilumin la mayor parte de la cmara, excepto el techo que desapareca en la oscuridad y una abertura al fondo. La patryn llam la atencin de Hugh hacia dicha abertura, que era lo bastante ancha como para que el dragn pudiera emplearla. Y, al parecer, eso era lo que haba hecho, pues la cmara en la que se encontraban estaba vaca. Vaca, salvo los espantosos trofeos del dragn. Encadenados a las paredes colgaban cadveres en diversos grados de descomposicin. Hombres, mujeres y nios, todos los cuales haban muerto evidentemente en medio de atroces dolores y tormentos. Hugh la Mano, que haba convivido con la muerte y la haba visto en todas sus formas durante su vida, sinti nuseas. Doblado por la cintura, vomit sin freno. Incluso Marit se sinti abrumada ante la absoluta brutalidad, ante la perversa crueldad de la escena. El horror que le produca sta y la rabia que le despertaba contra la insensible bestia capaz de cometer actos tan odiosos se combinaron hasta casi privarla de sentido. La caverna empez a hacerse borrosa ante sus ojos. Se senta mareada, aturdida. Temiendo estar a punto de desmayarse, se lanz adelante con la esperanza de que el movimiento le avivara la sangre. Alfred! Hugh se pas el revs de la mano por los labios y seal un punto de la pared. Marit mir hacia donde indicaba, a travs de la oscuridad rota por las runas, y divis al sartn. Se concentr en l, borr de su mente todo lo dems y se sinti mejor. Estaba vivo, aunque slo apenas, a juzgar por su aspecto. Ve por l dijo Hugh con voz enronquecida tras las nuseas. Yo vigilar. Empu la Hoja Maldita, atento y preparado. El arma haba empezado a despedir un fulgor verdusco, repulsivo. 28 roby2001@ hotmail.com

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Marit corri al lado de Alfred. El sartn, como las otras vctimas incontables, colgaba de unas cadenas. Tena la cabeza hundida sobre el pecho y las muecas esposadas a la pared por encima de la cabeza. Los pies colgaban cerca del suelo; las puntas de los dedos apenas rozaban ste. Habrase dicho que estaba muerto, de no ser por el sonido de una respiracin superficial que Hugh haba odo desde la entrada de la caverna. All dentro, en cambio, sus jadeos eran mucho ms audibles. Marit lo toc con toda la suavidad posible, con la esperanza de llamar su atencin sin asustarlo. Pero, al notar el roce de sus dedos en la mejilla, Alfred emiti un sonido quejumbroso; su cuerpo se convulsion y sus talones golpearon repetidamente la pared de roca. La patryn lo amordaz con una mano, lo oblig a levantar la cabeza y lo forz a mirarla. No se atreva a decir nada en voz alta, y pens que los susurros seguramente tendran muy poco efecto en l, en tal estado. Alfred la mir con ojos desorbitados, dementes, en los que no haba un asomo de reconocimiento, sino slo miedo y dolor. En una reaccin instintiva, se resisti a la mordaza, pero estaba demasiado dbil para librarse de ella. Tena las ropas empapadas de sangre, que formaba charcos bajo sus pies, pero su carne y su piel seguan enteras e intactas, hasta donde Marit alcanzaba a ver. El dragn haba desgarrado y acuchillado su carne para, a continuacin, volver a curarlo. Lo haba hecho muchas veces, probablemente. Incluso el brazo roto estaba curado. Pero el verdadero dao lo haba sufrido en la mente. Alfred estaba completamente ausente. Hugh! tuvo que arriesgarse a exclamar Marit y, aunque no emple ms que un susurro, el nombre reson en la caverna con un eco fantasmagrico. La patryn se encogi, sin atreverse a repetirlo. Hugh se encamin hacia ella sin apartar los ojos del fondo de la cueva un solo instante. Me ha parecido or que algo se mova ah dentro. Ser mejor que te des prisa. Precisamente lo que no poda hacer! Si no lo curo replic la patryn en voz muy baja, no ser capaz de salir de la cueva con vida. Ni siquiera me reconoce. Hugh mir a Alfred y, de nuevo, a Marit. La Mano haba visto actuar a los sanadores patryn y saba qu significaba su intervencin. Marit tendra que concentrar todo su poder mgico en Alfred. Tendra que traspasarse a s misma las heridas del sartn y transmitir a ste su energa vital. Durante unos momentos, ella estara tan incapacitada como lo estaba Alfred en aquel instante. Cuando el proceso de curacin hubiera concluido, los dos estaran bastante dbiles. Hugh asinti para demostrar su comprensin; despus, volvi a su puesto. Marit alarg la mano hasta tocar las esposas que aprisionaban a Alfred y pronunci las runas en un murmullo. De su brazo salt una doble llamarada azul y los grilletes se abrieron. Alfred cay derrumbado al suelo de la caverna y all qued, en un charco de su propia sangre. Haba perdido el conocimiento. Rpidamente, Marit se arrodill junto a l, le tom las manos entre las suyas la derecha en la zurda, y viceversa y, uniendo el crculo de sus seres, invoc la magia para que lo curase. 29 roby2001@ hotmail.com

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Una serie de imgenes fantsticas, hermosas, maravillosas y temibles inund la mente de la patryn. Se encontraba sobre Abr, muy por encima de Abr; no ya en lo alto de las murallas de la ciudad, sino como si estuviera en lo alto de una montaa, contemplando la ciudad a sus pies. Y entonces salt de la montaa y cay... pero no caa. Flotaba en el cielo, deslizndose sobre corrientes invisibles como si lo hiciera en el agua. Estaba volando. La experiencia era aterradora hasta que se acostumbr a ella. Y entonces result emocionante. Tena unas alas enormes y poderosas, unas zarpas delanteras de afiladas garras, un cuello largo y elegante, unos dientes afilados... Era enorme e inspiraba temor y asombro; cuando se precipitaba sobre sus enemigos, stos huan entre alaridos de pnico. Era Alfred, el Mago de la Serpiente. Convertida en l, sobrevol Abri en actitud protectora, dispers a sus enemigos y acab con aquellos lo bastante osados como para plantar batalla. Se vio a s misma junto a Xar y a Haplo criaturas pequeas e insignificantes y experiment el temor de Alfred por sus amigos, su decisin de ayudarlos... Y entonces una sombra vista por el rabillo del ojo... un viraje desesperado en el aire... demasiado tarde. Algo la golpe en el flanco y la hizo rodar sin control. Caa girando en espiral. A punto de estrellarse, bati las alas frenticamente hasta remontar el vuelo. Por fin, alcanz a ver a su enemigo, un dragn rojo. Con los espolones de las patas extendidos, el dragn se abati desde lo alto en direccin a ella... Imgenes confusas de una cada vertiginosa hasta estrellarse contra el suelo. Marit se estremeci de dolor y se mordi el labio para reprimir un grito. Parte de ella era Alfred y otra parte flua en el interior del sartn, pero quedaba un resto de ella que an segua en la caverna del dragn, muy consciente del peligro extremo. Y vio a Hugh, tenso y alerta, vuelto hacia la oscuridad del fondo de la cueva con las facciones rgidas. El mensch la mir, hizo un gesto y movi los labios silenciosamente. Marit no poda or lo que deca, pero no lo necesitaba. El dragn se acercaba. Alfred! Suplic Marit, sujetando al sartn por las muecas con ms fuerza. Alfred, despierta! El sartn se agit y gru. Le temblaron los prpados, y sus manos se agarraron a Marit. Se agarraron a ella con fuerza. Unas imgenes horribles golpearon a Marit: una cola bulbosa que infliga un dolor entumecedor, paralizante; una oscuridad turbulenta y calurosa; un despertar a la tortura y la agona. Marit no pudo contener por ms tiempo los gritos. Y el dragn se present en la caverna.

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CAPTULO 4

EL LABERINTO

El dragn haba permanecido oculto en las sombras de la salida trasera de la caverna desde el primer momento, observando a los dos presuntos rescatadores a la espera del momento preciso en que estuvieran ms dbiles y fueran ms vulnerables para lanzar su ataque. Cuando los haba odo por primera vez, en el bosque, haba dado por hecho que venan en busca de su amigo. Debera haberlos atacado all mismo, pues saba por experiencia que pocos patryn intentaran un rescate tan desesperado, pero a decir verdad no se haba sentido con nimos de pelea y por eso, con pesar, se content con un solo juguete. Sin embargo, para complacencia del dragn, la pareja haba decidido seguirlo. No era frecuente que los patryn se mostraran tan estpidos, pero el dragn percibi algo raro en aquellos dos. Uno de ellos tena un olor extrao, distinto de todo lo que el dragn haba encontrado hasta entonces en el Laberinto. Al otro, lo reconoci de inmediato: era una patryn y estaba desesperada. Y los desesperados solan ser descuidados. Cuando estuvo de vuelta en su cubil, el dragn se dedic a torturar la Cosa que haba capturado, la Cosa que haba sido un dragn y luego haba vuelto a transformarse en hombre; la Cosa que posea una magia poderosa. No era un patryn, pero era como un patryn. El dragn se senta intrigado por su presa, pero no lo suficiente como para perder el tiempo en investigaciones. Aquella Cosa no haba resultado tan divertida como el dragn esperaba. Se haba dado por vencido demasiado pronto y, en realidad, pareca al borde de la muerte. Aburrido de torturar a su maltrecha vctima y algo debilitado por sus heridas, el dragn se haba retirado al fondo de la caverna para curar sus lesiones y aguardar all otras presas que le proporcionaran ms entretenimiento. Las dos que se presentaron eran mejores de lo que la bestia esperaba. La hembra patryn haba empezado a curar a la Cosa, lo cual le pareci estupendo al dragn. Aquello le ahorraba tiempo y esfuerzo, al tiempo que le proporcionaba una vctima ms fuerte, que ahora tal vez sobreviviese hasta la noche siguiente. En 31 roby2001@ hotmail.com

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cuanto a la patryn, era fuerte y desafiante. Durara bastante. Respecto al macho, el dragn no estaba muy seguro de cmo tomarlo. Este era el que ola raro y careca por completo de facultades mgicas. Recordaba ms a un animal; un ciervo, por ejemplo. No era gran cosa como diversin, pero tena buen tamao y buenas carnes. El dragn no tendra necesidad de salir a buscar comida. El dragn esper hasta que vio la magia rnica de la patryn consumida por el proceso curativo. Entonces, se puso en accin. La bestia asom lentamente de entre la oscuridad de la caverna. A Hugh, el tnel del fondo le haba parecido muy amplio, pero resultaba angosto para el dragn, que tena que bajar la cabeza para no darse contra el techo. Hugh le plant cara, pensando que el dragn aguardara a tener libre todo el cuerpo, incluida la cola y el aguijn, para atacarlo. La daga sartn se estremeca en el puo de Hugh. El mensch la blandi en alto con gesto de desafo y la inst a cambiar de forma para combatir al dragn. Si hubiera podido, Hugh habra jurado que el arma pareca incmoda, dubitativa. Hugh dese saber ms cosas de la Hoja Maldita y, frenticamente, intent recordar todo lo que Haplo o Alfred haban comentado en relacin con ella. Lo nico que le vino a la cabeza en aquel momento fue que la Hoja Maldita era creacin de los sartn y que, por lo que haba deducido, el Laberinto y las criaturas que en l existan incluido aquel dragn tambin haban sido creados por el pueblo de Alfred. Como haba intuido la Mano, el arma estaba confusa. Reconoca la misma magia de la que ella estaba dotada, pero tambin adverta la amenaza. Si el dragn hubiera tenido paciencia, o si se hubiera lanzado sobre Marit, la daga sartn no habra cambiado de forma. Pero la bestia estaba hambrienta. Quera capturar a Hugh y devorarlo; despus, con el estmago lleno, podra ir tras la otra presa, ms difcil. La mayor parte del cuerpo del dragn segua en el conducto del fondo de la caverna, lo cual le impeda utilizar la cola en el ataque, de momento. Pero la bestia no crea necesitar tal recurso. Con gesto casi perezoso, lanz un zarpazo contra Hugh con la intencin de ensartarlo y devorarlo mientras la carne estaba an caliente. El movimiento cogi por sorpresa a la Mano. Se ech hacia atrs en un intento de esquivar el golpe, pero la garra gigantesca le cruz el vientre, rasg la coraza de cuero como si fuera la ms fina seda y cort piel y msculos. Ante el ataque, el arma sartn respondi con presteza y se solt del puo de Hugh. Una cola enorme y serpenteante apart de un golpe al mensch, que rod por el suelo de la caverna hasta tropezar contra Marit y Alfred. Los dos tenan un aspecto terrible; en aquel momento, Marit estaba casi tan mal como Alfred. Los dos parecan aturdidos, apenas conscientes. La Mano se reincorpor rpidamente, dispuesto a defenderse y a proteger a sus desamparados acompaantes. Y entonces se detuvo y se qued inmvil, con los ojos como platos. En la caverna haba dos dragones. El segundo en realidad, la Hoja Maldita era una criatura esplndida. Largo y esbelto, este dragn careca de alas y sus escamas resplandecan como mil y un pequeos soles brillantes en un cielo verdeazulado. Antes de que el dragn 32 roby2001@ hotmail.com

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del Laberinto tuviera tiempo de asimilar del todo lo que estaba sucediendo, el recin aparecido se lanz sobre su presa. La cabeza del dragn verdeazulado avanz como una centella, con las mandbulas abiertas, y se cerr en torno al cuello de la bestia del Laberinto. Entre chillidos de dolor y de furia, el dragn rojo se desasi de las fauces de su agresor, a costa de dejar un pedazo de carne sanguinolenta en la boca de ste. La bestia sac el resto del cuerpo de su angosto reducto con una fuerza tremenda, que ech atrs al atacante. La cola bulbosa lanz su ataque y el aguijn pico al dragn verdeazulado una y otra vez. Hugh haba visto suficiente. Los dragones luchaban entre ellos, pero l y sus amigos estaban en peligro de ser aplastados por los cuerpos que luchaban y se revolvan. Tenan que salir de all. Marit! Sacudi a la patryn, que an segua agarrada con fuerza a las muecas de Alfred. Marit tena el rostro ceniciento y ojeroso, pero por fin estaba consciente y contemplaba con asombro a los dos dragones. Alfred tambin haba despertado, pero era evidente que no tena idea de dnde se encontraba, de quin estaba con l o de qu suceda a su alrededor. Se limitaba a mirar con perplejidad y confusin. Marit, tenemos que salir de aqu! grit Hugh. Y ese otro dragn, de dnde ha...? empez a preguntar la patryn. Es la Hoja Maldita respondi Hugh brevemente y, mientras se inclinaba hacia Alfred, indic a Marit: Cgelo por el otro brazo! No era preciso que lo dijera. La patryn ya lo tena asido. Entre los dos, incorporaron a Alfred y medio a rastras, medio en volandas lo condujeron hacia la boca de la caverna. La marcha era difcil, pues el camino estaba obstruido por los dos cuerpos reptilianos, enzarzados en su lucha. Los afilados espolones abran surcos en el suelo de tierra. Las enormes cabezas golpeaban el techo de la cueva y provocaban una lluvia de fragmentos de roca y polvo. Los ataques mgicos estallaban y llameaban a su alrededor. Medio cegados, sofocados, con el riesgo de morir aplastados o de ser alcanzados por una tormenta de fuego mgico, los tres ganaron la entrada de la caverna tambalendose. Una vez en el exterior, apresuraron el paso por el estrecho sendero y continuaron la marcha hasta que Alfred se derrumb. Detrs de ellos, los dragones rugan de dolor y de clera. Hugh y Marit hicieron una pausa, jadeantes. Ests herido! Marit puso cara de preocupacin ante el aspecto de la herida que cruzaba el vientre de Hugh. Curar respondi la Mano con aire sombro. Verdad que s, Alfred? Yo lo llevar, Marit. Hugh se dispuso a cargar con Alfred, pero el sartn lo apart de un empujn. Puedo solo dijo, esforzndose por reincorporarse. Un rugido de furia feroz lo hizo vacilar y volvi la cabeza hacia la caverna. Qu...? No hay tiempo para explicaciones. Corre! orden Marit. La patryn agarr a Alfred y, a tirones, lo levant y lo coloc delante de ella. Alfred trastabill, consigui recuperar el equilibrio y obedeci las enrgicas indicaciones. Hugh, colocado en vanguardia, se volvi hacia la patryn. 33 roby2001@ hotmail.com

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Hacia dnde? Hacia abajo! Respondi Marit. T qudate con Alfred. Yo vigilar la retaguardia. El suelo se estremeci con la ferocidad de la batalla que se libraba en el interior de la cueva. Hugh y Alfred avanzaron con rapidez por el camino, tratando de no resbalar en la roca mojada por la lluvia. Marit los sigui ms despacio, con un ojo pendiente del camino y el otro atento a la caverna. En su descenso por la pendiente, perdi pie en ms de una ocasin sobre el suelo poco seguro que pisaba. En otro momento, Alfred cay rodando, con el riesgo de precipitarse hasta el pie de la montaa, hasta que un peasco lo detuvo. Cuando terminaron el descenso, los tres estaban llenos de cortes, magulladuras y pequeas hemorragias. Marit orden una pausa. Quietos. Escuchad! Reinaba el silencio, un profundo silencio. La batalla haba terminado. Me pregunto quin habr vencido murmur Hugh. Estoy impaciente por saberlo asinti Marit. Si tenemos suerte, se habrn dado muerte mutuamente fue el comentario de Hugh. No me importara no ver nunca ms esa condenada daga. El silencio continu, cargado de presagios. Marit dese estar ms lejos, mucho ms lejos. Cmo estis? pregunt a sus acompaantes. Hugh emiti un gruido y seal la herida. sta se haba cerrado casi por completo y la nica indicacin de dnde se haba producido era el corte en la coraza. Como explicacin de aquella curacin milagrosa, se abri la camisa y dej a la vista una nica runa sartn que emita un dbil resplandor en el centro de su pecho. Al observar el signo mgico, Alfred se sonroj y desvi la mirada. De pronto, el suelo se estremeci con una explosin procedente de la direccin de la caverna. Los tres fugitivos se miraron, tensos y alarmados, preguntndose qu sera aquel portento. Despus, una vez ms, todo qued en silencio. Ser mejor que continuemos intervino Marit en voz baja. Alfred asinti con aire aturdido y ech a andar. Slo haba dado un paso cuando tropez con sus propios pies y fue a estrellarse de cabeza contra un rbol. Marit suspir y alarg la mano para asirlo por el brazo. Hugh la Mano, al otro lado de Alfred, se dispuso a hacer lo mismo. Hugh! Marit seal el cinto de cuero manchado de sangre que portaba el mensch. Colgada del cinturn, confortablemente guardada en la vaina, estaba de nuevo la Hoja Maldita.

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CAPTULO 5

EL LABERINTO

No puedo... continuar. Alfred se dej caer hacia adelante y se qued en el suelo, muy quieto. Marit lo contempl con frustracin. Estaban perdiendo mucho tiempo. Sin embargo, aunque no le gustaba reconocerlo, ella tampoco sera capaz de llegar mucho ms lejos sin descanso. Ya casi no se acordaba de la ltima vez que haba echado una cabezada. Muy bien se limit a responder, al tiempo que tomaba asiento en un tocn del bosque. Pero slo unos momentos, hasta que recobremos la respiracin. Alfred yaca con los ojos cerrados y el rostro semienterrado en el fango. Pareca viejo, muy viejo y encogido. A Marit le cost trabajo convencerse de que aquel sartn anciano y frgil era, no haca mucho, una criatura tan bella y poderosa como aquel dragn verde y dorado que haba visto sobre Abri... Qu le sucede ahora? pregunt la Mano al penetrar en el pequeo claro del bosque donde se haban detenido sus compaeros de fuga. Hugh los haba estado siguiendo a cierta distancia, atento al camino para cerciorarse de que nadie los segua. Marit se encogi de hombros, demasiado fatigada como para contestar. La patryn saba muy bien qu le suceda a Alfred: lo mismo que a ella. De qu serva seguir luchando? Por qu molestarse? He encontrado agua anunci Hugh. No lejos de aqu... aadi, e indic la direccin con la mano. Marit movi la cabeza en un gesto de negativa. Alfred no hizo el menor movimiento. Hugh se sent junto a ellos, nervioso e incmodo. Permaneci as unos instantes, recurriendo a toda su paciencia, pero muy pronto se puso en pie otra vez. Estaramos ms seguros en Abri... Durante cunto tiempo? Replic Marit con acritud. Mira. Observa ah arriba. 35 roby2001@ hotmail.com

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Hugh alz la vista entre la maraa de ramas. El cielo, gris hasta entonces, estaba teido ahora de un leve tono entre rosa y anaranjado. Desde haca un rato, Marit apenas notaba el hormigueo de las runas de su piel. No haba ningn enemigo en las inmediaciones. No obstante, aquel fuego rojo en el cielo daba la impresin de consumir sus ltimas esperanzas. Rendida por el cansancio, cerr los ojos. Y, de nuevo, vio el mundo a travs de los ojos del dragn. Estaba sobrevolando Abri y vio sus edificios y sus gentes, sus murallas protectoras, las armas plantadas en el terreno que se extendan para rodear a los hijos de la tierra. Los hijos. Su hija. Suya y de Haplo... Una nia, de nombre Ru. Ahora deba de tener ocho puertas, ms o menos. Marit alcanz a verla: delgada y fuerte, alta para su edad, con el cabello castao de su madre y la serena sonrisa de su padre. Marit lo vio todo con perfecta nitidez. Nosotros le enseamos a cazar pequeas piezas, a despellejar un conejo, a capturar peces con las manos... le aseguraba al dirigente Vasu, el cual haba aparecido de la nada inexplicablemente. Ya tiene edad suficiente para ser de cierta utilidad para nosotros. Me alegro de que decidiramos quedarnos con ella en lugar de dejarla con los residentes. Ru saba correr deprisa si surga la necesidad. Y era capaz de pelear si se vea acorralada. La pequea tena su propia daga cubierta de runas, regalo de su madre. Yo la adiestr en su uso le deca Marit al dirigente. No hace mucho, Ru hizo frente a un snog con esa arma. Mantuvo a raya a U criatura hasta que su padre y yo pudimos acudir en su rescate. Y asegur que no haba tenido miedo, aunque luego, en mis brazos, no dejaba de temblar. Despus, se acerc Haplo y le hizo unas carantoas hasta que Ru se ech a rer y terminamos los tres a carcajadas... Eh! Marit despert, sobresaltada, con la mano de Hugh en el hombro. El mensch la haba sujetado cuando estaba a punto de caer rodando. Al advertirlo, ella se sonroj intensamente. Lo siento. Debo de haberme quedado dormida. Se puso en pie y se frot los ojos, que le escocan. La tentacin de volver a entregarse a aquel dulce sueo era demasiado fuerte. Durante un instante se permiti creer, en un acto de supersticin, que el sueo tena algn significado. Haplo estaba vivo y volvera a ella. Y, juntos, encontraran a su hija perdida. La calidez del sueo la embarg; se sinti envuelta en amor y cario... Irritada, borr todo aquello de su cabeza. Un sueo, se dijo con frialdad y firmeza. Nada ms que eso. Nada que pudiera aspirar a alcanzar. Ya haba desperdiciado su oportunidad. Qu? Alfred se incorpor. Qu decas? Algo acerca de Haplo? Marit no crea haber pronunciado aquel nombre, pero estaba tan agotada que ya no saba lo que se haca. Ser mejor que continuemos dijo, evitando la respuesta. Alfred se puso en pie, vacilante, y continu mirando a la patryn con una fijeza extraa y apenada. Dnde est Haplo? pregunt. Lo vi con Xar. Estn en Abr? 36 roby2001@ hotmail.com

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Marit apart la mirada y contest: Se han marchado a Abarrach. Abarrach... La nigromancia... Con gestos de abatimiento, Alfred se apoy en el tronco de un rbol cado. La nigromancia... repiti con un suspiro. Entonces, Haplo est muerto. No! Exclam Marit, al tiempo que se volva hacia Alfred, furiosa. Mi Seor no lo dejara morir! Que no? Intervino Hugh. T misma intentaste acabar con l... por rdenes de ese seor tuyo! Eso era cuando Xar lo crea un traidor replic Marit, exasperada. Pero ahora mi Seor sabe que no era as. Sabe que Haplo le deca la verdad sobre las serpientes dragn. Mi Seor no lo dejara morir. No lo dejara, seguro... La patryn estaba tan cansada que rompi en sollozos como una nia asustada. Avergonzada, apurada, intent detener las lgrimas pero el dolor que senta por dentro era demasiado grande. El vaco que haba alimentado y cultivado durante tanto tiempo haba desaparecido, reemplazado por un dolor terrible, ardiente, que slo las lgrimas parecan aliviar. Capt que Alfred daba un paso hacia ella; probablemente, para intentar consolarla. A ciegas, se apart de l y dej sentado que quera que la dejaran en paz. Las pisadas del sartn se detuvieron. Cuando Marit hubo recuperado por fin el dominio de s misma, se son y enjug las lgrimas. Le dola el estmago de tanto sollozar y los msculos del cuello an se contraan espasmdicamente. Trag saliva y carraspe. Hugh la Mano tena la mirada ceuda fija en el vaco y daba puntapis a un matojo de hierbas, con aire sombro. Alfred estaba sentado, con los hombros hundidos, la espalda encorvada y los brazos huesudos colgando entre las flacas rodillas. Con la mirada abstrada, pareca sumido en profundos pensamientos. Lo siento murmur Marit, en un esfuerzo por parecer animada. No tena intencin de quedarme dormida. Estoy cansada, eso es todo. Ser mejor que volvamos a Abr... Marit interrumpi Alfred tmidamente, cmo entr Xar en el Laberinto? No lo s. No me lo dijo. Qu inters tiene eso? Tiene que haber entrado por el Vrtice reflexion Alfred. Saba que nosotros entramos por all. Supongo que se lo contaste, no? A Marit le escoca la piel. Involuntariamente, levant la mano para tocar el signo mgico del centro de su frente, el signo que Xar haba desbaratado de forma tan dolorosa y que una vez la haba unido con su Seor. Al advertir que Alfred la observaba, apart la mano. Pero el Vrtice fue destruido... No puede destruirse nunca la corrigi Alfred. La montaa cay sobre l. No debe de ser fcil, pero seguro que puede hacerse. De todos modos... Hizo una pausa, pensativo. No podra salir por ah! Exclam Marit. La Puerta slo se abre en un sentido. T mismo se lo dijiste a Haplo! Eso, si lo que dijo era cierto refunfu Hugh. Recuerda que l era el que no quera ir.

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Os dije la verdad asegur Alfred, ruborizado. Si os detenis a pensarlo, tiene sentido. Si la Puerta se abriera en ambos sentidos, todos los patryn enviados al Laberinto habran podido escapar por donde haban llegado. Marit ya no estaba cansada. Una energa renovada flua por su interior. Xar tendra que haber salido a travs de la Ultima Puerta! Es la nica va accesible. Pero, una vez all, vera nuestro apuro y oira a nuestro pueblo pedirle ayuda a gritos. No puede habernos dejado para que luchemos a solas. No; seguro que encontramos a mi Seor all, en la Ultima Puerta. Y Haplo estar con l. Tal vez respondi Alfred, y esta vez le toc a l apartar la vista de la patryn. Por supuesto que estar afirm Marit. Ahora, debemos llegar all. Y deprisa. Yo podra utilizar mi magia. Me llevara a... Estuvo a punto de decir a mi Xar, pero entonces record la herida de su frente. Se prohibi tocarla, pese a que haba empezado a escocerle dolorosamente. ... a la Ultima Puerta termin la frase, sin conviccin. Yo he estado all. Puedo verla en mi mente. S, t podras ir reconoci Alfred, pero no podras llevarnos contigo. Qu importa eso? Dijo la patryn, llena de esperanza. Para qu te necesito ahora, sartn? Mi Seor combatir a sus enemigos y saldr triunfante. Y Haplo quedar curado... Se aprest a trazar el crculo rnico, casi a punto de colocarse en su interior. Alfred se puso en pie entre balbuceos, con la visible intencin de tratar de detenerla. Marit no le hizo caso. Si se acercaba demasiado, no dudara en... Seor, seora, puedo ayudaros en algo? Un caballero imponente, vestido totalmente de negro: calzones negros, abrigo negro de terciopelo, medias de seda negra, con los cabellos canos atados a la nuca con una cinta negra sali del bosque. Lo acompaaba un anciano de luengas barbas y largos cabellos, vestido con una tnica de color pardo, rematado todo ello por un sombrero puntiagudo, lastimosamente rado. El anciano vena cantando una tonadilla. Cuando termin, esboz una sonrisa suave y tristona; de inmediato, con un suspiro, volvi a empezar. Disculpadme, seor dijo el caballero de negro en voz baja, pero no estamos solos. Eh? El viejo dio un violento respingo y el sombrero le cay de la cabeza. Contempl con profunda suspicacia a los tres seres que lo observaban con perplejidad. Qu hacis aqu? Fuera! El caballero de negro emiti un suspiro de sufrida paciencia. No creo que sea una buena decisin, seor. sta es la gente que hemos venido a buscar. Ests seguro? El anciano no pareca convencido. Marit lo observ fijamente y, por fin, exclam: Yo te conozco! Fue en Abarrach. T eres un sartn, prisionero de mi Seor. Un rpido vistazo a los signos mgicos de su piel le indic que el anciano no era peligroso; una mirada al propio viejo lo confirmaba. Marit record su conversacin inconexa y divagante en las celdas de Abarrach. Entonces lo haba tomado por un chiflado. Me pregunto si ahora lo estar yo tambin murmur para s. 38 roby2001@ hotmail.com

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Exista de veras aquel anciano, o habra cobrado existencia de su propia mente cansada? Cuando alguien pasaba demasiado tiempo sin dormir, empezaba a ver cosas que no estaban. Mir a Hugh y la alivi observar que ste tambin miraba hacia el anciano, lo mismo que Alfred. O bien todos ellos haban cado bajo un hechizo extraordinario, o el viejo estaba realmente delante de ellos. Marit desenvain su espada. El anciano contemplaba al tro con igual perplejidad. Qu me recuerda esto? Tres personajes de aspecto desesperado vagando por el bosque, perdidos. No, no me lo digis... Ya est: El espritu de la ta Em! El Espantapjaros. El anciano se abalanz sobre Alfred, le estrech la mano y la sacudi enrgicamente. Despus se volvi hacia Hugh. Y el Len. Cmo est, seor Len? Y el Hombre de Latn! Avanz hacia Marit, quien levant la punta de la espada hasta el gaznate del individuo. No te acerques, viejo chiflado. Cmo has llegado aqu? Ah! El anciano retrocedi un paso y le dirigi una mirada socarrona. Veo que todava no has estado en Oz. All, los corazones son libres, querida. Aunque, naturalmente, uno tiene que abrirse para poner dentro el corazn. Algunos, es cierto, con