Aracnofobia

A Pablo las arañas le daban muchísimo miedo. Antenoche, Cuando estaba caminando y veía que uno de esos animales peludos se anteponía en su camino, se cruzaba de vereda; incluso era capaz de volver por donde había venido, incapaz de pasar a una distancia menor de un metro de cualquiera de estos animalitos.

Una tarde, cuando regresaba de la clase de geometría, metió la mano izquierda en el bulto –aunque era ambidextro- para coger el teléfono y al sacarla sus ojos estallaron: una araña no muy grande (para él gigantesca) subía por su mano. Por mucho que intentó sacudir el brazo, no se cayó. Tiró la mochila y los auriculares. Corrió en busca de su madre y ella se encargó de coger al animalito.

— Mátala, mami, por favor. Así no me hará daño.

Su madre lo observó con los ojos asombrados y le preguntó:

— ¿A ti te gustaría que viniera una persona más grande que tú e intentara aplastarte sólo por tenerte miedo?

— Pero es que yo no soy peligroso. En la televisión he visto arañas venenosas.

— ¿Y la araña sí? ¿Te ha hecho algo? No son antropófagas.

— ¿Qué significa eso de antropófagas?

— ¡Ja, ja, ja! ¿No sabes? Quiere decir que comen carne

humana. Antropo viene del griego y significa hombre.

— No, pero casi… si llego a ver un automóvil pasar, lo paraba. Creo que si me tomaban el tiempo con un cronómetro rompía el récord mundial.

— Pero si para verla hacen falta unos binoculares o un microscopio de lo pequeña que es. Vas a tener que visitar la biblioteca para que sepas más sobre los arácnidos.

— ¡Yo la vi gigante! … Si llego a estar en la bicicleta me caigo.

— Te voy a llevar al oftalmólogo.

— A veces creo que mis hermanos te preocupan más que yo.

— No, pero sí eres egocéntrico o si tienes aracnomanía o aracnofobia.

— ¿Te parece que si hubiera querido picarte no lo habría hecho?

A la semana siguiente, camino al aeropuerto a llevar a su papá, nuevamente se encontró con uno de estos animalitos en su mochila y, no solo se dio cuenta de que ya no les tenía miedo sino que la araña no había aparecido allí de casualidad.

Al día siguiente se acercó a Raúl, el chico malo de la clase, con quien siempre tenía problemas y le dijo con una sonrisa:

— Gracias. Si no hubiera sido por ti, todavía seguiría teniéndoles mucho miedo a las arañas. Me hiciste entender que hay otras cosas que sí merecen ser temidas. No tengo que darle la vuelta al globo terráqueo huyendo.

Adaptación.http://www.cuentosbreves.org/aracnofobia/