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12. LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. En líneas generales, se puede decir que la revolución industrial española fue lenta, tardía (o al menos con retraso, al compararla ya no con Inglaterra, sino con otras zonas de Europa), e insuficiente. Además, nos ofrece dificultades como: - ¿Se puede hablar realmente de revolución industrial en España? - ¿En qué marco temporal se desarrolla el proceso? Para no perdernos en debates que no corresponden a la ocasión, partiremos de la base de aceptar que hubo una revolución industrial en España, y que el momento de despegue tiene lugar entre 1833 y 1874, coincidiendo con el asentamiento del liberalismo en el gobierno de la nación. Más allá de esta fecha, hablaríamos más bien de un fenómeno de difusión de la industria. Cualquier proceso de industrialización tiene que contemplar, necesariamente, la base demográfica y agrícola de la región de que se trate. a- Por lo que se refiere a la demografía, España se encontraba en la situación que denominamos Antiguo Régimen Demográfico, que incluso persistirá hasta entrado el siglo XX. Ello significa un crecimiento demográfico lento, persistencia de las grandes mortandades (por ejemplo, cólera en 1834, 1855, 1884-85...), escaso incremento de la población urbana, e importancia del fenómeno de la emigración (en especial a América Latina). La repercusión en economía es clara: la demografía española del siglo XIX no aportaba suficiente demanda, ni tampoco liberaba mano de obra que pudiera trasvasarse del campo a la industria. b- En cuanto a la agricultura, es cierto que a partir de los gobiernos liberales de 1835 sufre una serie de transformaciones que cambian el régimen jurídico de la propiedad agraria, pasando la tierra a formar parte de las relaciones de tipo liberal (especialmente, debido a las sucesivas desamortizaciones). Pero, al igual que en la agricultura, las transformaciones fueron insuficientes. La tierra fue a parar a manos de nuevos propietarios que no pertenecían a la clase campesina en su mayoría, y por lo tanto el más interesado en poseer la tierra seguía sin poder convertirse en propietario. Persistían estructuras de propiedad atrasadas (latifundios y minifundios, con un reparto geográfico que nos hace retroceder hasta la Reconquista), las técnicas tradicionales, y una variedad de productos anclada en la trilogía mediterránea (cereal, vid, olivo), y poco más. Así las cosas, la agricultura no proporcionaba los ingresos necesarios para hacer del campesino un factor de demanda interesante; no era tampoco un estímulo a la producción siderúrgica destinada a modernizar el campo; no atraía capitales y, en conjunto, la escasa modernización retenía a la mano de obra, que no era expulsada hacia la industria, como sucedió en otras regiones europeas. Junto a estas dos circunstancias, la industrialización española tenía que luchar contra obstáculos generales como: - Escasa capacidad de consumo de la mayoría de la población española. - Escasez de fuentes de energía. - Posición excéntrica de España con relación a los núcleos principales de la producción Europea, lo que encarecía grandemente los transportes. - Lastre de la Hacienda Pública, que devoraba buena parte de los recursos que hubieran sido necesarios para una industrialización más efectiva. El primer sector que experimentó las nuevas tendencias fue, como en otras zonas, el textil. En la Península, la mayor concentración de industria textil se localizaba en

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La conformación de la España industrial sus consecuencias y repercusiones.

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12. LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

En líneas generales, se puede decir que la revolución industrial española fue lenta, tardía (o al menos con retraso, al compararla ya no con Inglaterra, sino con otras zonas de Europa), e insuficiente. Además, nos ofrece dificultades como:

- ¿Se puede hablar realmente de revolución industrial en España?- ¿En qué marco temporal se desarrolla el proceso?

Para no perdernos en debates que no corresponden a la ocasión, partiremos de la base de aceptar que hubo una revolución industrial en España, y que el momento de despegue tiene lugar entre 1833 y 1874, coincidiendo con el asentamiento del liberalismo en el gobierno de la nación. Más allá de esta fecha, hablaríamos más bien de un fenómeno de difusión de la industria.

Cualquier proceso de industrialización tiene que contemplar, necesariamente, la base demográfica y agrícola de la región de que se trate.

a- Por lo que se refiere a la demografía, España se encontraba en la situación que denominamos Antiguo Régimen Demográfico, que incluso persistirá hasta entrado el siglo XX. Ello significa un crecimiento demográfico lento, persistencia de las grandes mortandades (por ejemplo, cólera en 1834, 1855, 1884-85...), escaso incremento de la población urbana, e importancia del fenómeno de la emigración (en especial a América Latina). La repercusión en economía es clara: la demografía española del siglo XIX no aportaba suficiente demanda, ni tampoco liberaba mano de obra que pudiera trasvasarse del campo a la industria.

b- En cuanto a la agricultura, es cierto que a partir de los gobiernos liberales de 1835 sufre una serie de transformaciones que cambian el régimen jurídico de la propiedad agraria, pasando la tierra a formar parte de las relaciones de tipo liberal (especialmente, debido a las sucesivas desamortizaciones). Pero, al igual que en la agricultura, las transformaciones fueron insuficientes. La tierra fue a parar a manos de nuevos propietarios que no pertenecían a la clase campesina en su mayoría, y por lo tanto el más interesado en poseer la tierra seguía sin poder convertirse en propietario. Persistían estructuras de propiedad atrasadas (latifundios y minifundios, con un reparto geográfico que nos hace retroceder hasta la Reconquista), las técnicas tradicionales, y una variedad de productos anclada en la trilogía mediterránea (cereal, vid, olivo), y poco más. Así las cosas, la agricultura no proporcionaba los ingresos necesarios para hacer del campesino un factor de demanda interesante; no era tampoco un estímulo a la producción siderúrgica destinada a modernizar el campo; no atraía capitales y, en conjunto, la escasa modernización retenía a la mano de obra, que no era expulsada hacia la industria, como sucedió en otras regiones europeas.

Junto a estas dos circunstancias, la industrialización española tenía que luchar contra obstáculos generales como:

- Escasa capacidad de consumo de la mayoría de la población española.- Escasez de fuentes de energía.- Posición excéntrica de España con relación a los núcleos principales de la

producción Europea, lo que encarecía grandemente los transportes.- Lastre de la Hacienda Pública, que devoraba buena parte de los recursos que

hubieran sido necesarios para una industrialización más efectiva.

El primer sector que experimentó las nuevas tendencias fue, como en otras zonas, el textil. En la Península, la mayor concentración de industria textil se localizaba en

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Cataluña, gracias a las fábricas de algodón llamadas “indianas”, que destinaban su producto a las colonias. A partir de 1830, perdidas las colonias, la industria textil se centró en el mercado interior y en la mecanización del hilado. Ésta se inicia en 1833 (primera máquina de vapor aplicada al textil), y se vio favorecida por la escasez de mano de obra. La progresiva mecanización produjo finalmente una bajada de los costes de producción, que repercutió en una disminución de precios con la consiguiente alza de la demanda. Tras un bajón coincidente con la Guerra de Secesión norteamericana (alteración del mercado internacional del algodón), la industria textil remontó, e inició la fase de mecanización del tejido a partir de 1874.

Un segundo pilar de la industrialización ha sido siempre la minería y la siderurgía. España, país tradicionalmente rico en recursos mineros, poseía interesantes yacimientos de hierro en Andalucía (Ojén), que lideraron la producción hasta mediados del siglo XIX. En la segunda mitad del siglo, la producción de hulla de Asturias, y la llegada de carbón de coque procedente de Gales a Bilbao, desplazaron la localización de la siderurgia de Andalucía hacia Asturias (1860-1880) y Vizcaya (1880 en adelante). La cornisa cantábrica vio nacer empresas como San Francisco, Altos Hornos y Fábricas de Hierro y Acero, La Vizcaya, Nueva Montaña... También se observa un proceso de introducción de tecnología, adoptando las innovaciones de Bessemer, y Martin-Siemens. Hay que notar, no obstante, que el gran momento de la explotación, la diversificación industrial, y la introducción de capital extranjero en las empresas mineras será a partir de 1874, una vez dado el primer impulso a la industrialización.

Falta detenerse en uno de los puntos críticos de todo el proceso: el ferrocarril. Uno de los obstáculos graves para el despegue económico era la inexistencia de un mercado interior articulado. La orografía hacía muy difícil un tránsito eficaz por tierra, y la construcción del ferrocarril se hacía imprescindible. El primer ferrocarril peninsular se inauguró en 1848 (Barcelona-Mataró), seguido por un segundo trayecto en 1854 (Madrid-Aranjuez). La ley General de Ferrocarriles de 1855 sería el punto de salida de una intensa actividad constructora, con las siguientes características:

- Diseño radial, a partir de Madrid.- Dependencia de la protección del Estado y de las inversiones extranjeras (sobre

todo francesas, como los Hermanos Pereire). El capital extranjero llegó a controlar el 85 % de la red ferroviaria española.

- Evolución en etapas: gran despegue hasta 1865; crisis entre 1866-1876; nuevo momento de desarrollo entre 1876-1885. Se pasa de unos 2.000 kilómetros en explotación hacia 1860, a un total de casi 9.000 en 1885.

- Distinto ancho de vía al continental (solo Rusia adoptó esta misma medida), lo que terminó por desconectar la red viaria española de la europea.

- Estímulo insuficiente al mercado y la industria. Por decirlo de alguna manera, la construcción del ferrocarril absorbió tal cantidad de recursos, que descapitalizó algunos sectores, con lo que cuando el tren estaba listo para transportar mercancías, éstas eran escasas como para hacer rentable el transporte por tren.

Coincidiendo con la Restauración borbónica, y con el apaciguamiento de los ánimos tras el tumultuoso sexenio, el primer empuje industrializador empezó a dar frutos. El ferrocarril se abarató, con la lógica repercusión en el transporte de mercancías y personas, y la mejora de las comunicaciones permitió, lentamente, una mejor integración espacial de la economía y una progresiva especialización por regiones. La repercusión fue una economía más fuerte, más diversificada, más moderna, en definitiva, a pesar de todas sus deficiencias.