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Mónica Durán Mañas - Apolonio de Rodas y la Épica Helenística

- 1 – © 2005, E-excellence – www.liceus.com

APOLONIO DE RODAS Y LA ÉPICA HELENÍSTICA

ISBN - 84-9822-142-0

MÓNICA DURÁN MAÑAS [email protected]

THESAURUS: Apolonio, Riano, Euforión, épica helenística, Calímaco, Argonáuticas,

poesía helenística, Biblioteca de Alejandría, Rodas, Jasón, Medea, argonautas.

OTROS ARTÍCULOS RELACIONADOS CON EL TEMA EN LICEUS: La literatura

helenística e imperial: características generales (44), Calímaco (45), Teócrito y la

poesía bucólica griega (46), El epigrama helenístico. La poesía dramática, lírica,

elegíaca y yámbica en época helenística (48).

RESUMEN O ESQUEMA DEL ARTÍCULO:

1. Apolonio y su tiempo

2. Obras perdidas

3. Las Argonáuticas

3.1. Fuentes

3.2. Argumento

3.3. Temática y personajes

3.4. Apolonio y los cánones de la poesía helenística

3.5. Espacio y tiempo de las Argonáuticas

3.6. Pervivencia

4. La restante épica helenística: Riano y Euforión

5. Bibliografía (en español)

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1. Apolonio y su tiempo Durante el periodo helenístico (323-30 a. C), caracterizado por la ampliación de

las fronteras del mundo griego tras la muerte de Alejandro, se desarrolla una intensa

actividad económica y cultural en torno a grandes capitales. En Alejandría, los

monarcas ptolemaicos se muestran especialmente sensibles al desarrollo cultural y

científico y fomentan de manera significativa el cultivo de las artes. En esta ciudad, se

concentran sabios y eruditos de todas partes del mundo atraídos por la gran Biblioteca

y el Museo que Ptolomeo I Soter ha creado con el fin de potenciar la investigación. Los

artistas se reúnen en círculos literarios cuyo refinamiento aleja su arte del alcance de

las clases más populares. Pese a las notables diferencias existentes entre los autores,

la poesía queda marcada por unas directrices comunes: gusto por el relato abreviado,

erudición, obsesión etiológica, preferencia por temas poco trillados, léxico poco

habitual, mezcla de géneros, variatio, etc. Paralelamente, emergen nuevas disciplinas

como la filología, la gramática o la crítica literaria: se someten a estudio todas las

obras de la literatura griega, al mismo tiempo que se recopilan los cánones gracias a

los cuales nos han llegado muchos textos. En este ambiente surge la figura del poeta-

erudito de la que se halla indefectiblemente imbuido Apolonio de Rodas.

Para el conocimiento de la biografía de Apolonio contamos con dos Vidas

transmitidas en los escolios, una de las cuales parece depender de la otra. El Léxico

Suda y el Papiro de Oxirrinco 1241, col. II 1, con la lista de los directores de la

Biblioteca nos ayudan a completar la información acerca de su trayectoria vital. Nació

en la Alejandría de Egipto, de la tribu ptolemaica, hijo de Síleo o, según algunos, de

Íleo en torno al año 295 a. C. Fue discípulo de Calímaco y preceptor de Ptolomeo III

Evergetes. Tomó su sobrenombre por haber pasado en la isla de Rodas una parte

importante de su existencia. En cuanto a los demás episodios de su vida debemos

mostrar cierta cautela pues, en ocasiones, las fuentes se contradicen. Fue director de

la Biblioteca entre el 260 a. C., fecha en que cesa Zenódoto, y el 246 a. C., año en que

Eratóstenes fue llamado por Ptolomeo III para sucederle. Una Vida nos informa de que

el poeta fracasó en una lectura pública de su primera redacción de las Argonáuticas y,

al no soportar la afrenta de sus conciudadanos y las burlas de los demás poetas, se

marchó a Rodas donde reelaboró su composición. Allí, tras el éxito de su segunda

versión, fue distinguido con la ciudadanía rodia y con honores. Los escolios parecen

confirmar que, en efecto, las Argonáuticas conocieron dos redacciones, una primera

en Alejandría y otra de más éxito en Rodas pues, para algunos versos del canto I (vv.

516-523, 543, 726, 727, 788, 789, 801-803), los escolios aportan variantes

procedentes de una edición preliminar o proékdosis. La segunda Vida cuenta que,

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según algunos, Apolonio regresó a Alejandría después de su estancia en Rodas y que

sólo entonces fue director de la Biblioteca. Pero este dato se debe probablemente a

una interferencia con Apolonio Eidógrafo que sucedió efectivamente a Aristófanes de

Bizancio. Así pues, podemos suponer que, en realidad, el autor de las Argonáuticas,

partió a Rodas tras haber ejercido este cargo en Alejandría y, por tanto, su actividad

poética se desarrolló en una etapa ya madura de su vida.

De la famosa disputa con Calímaco, que probablemente ha sido exagerada por

la tradición y no fue tan acerba como quisiera parecer, no conocemos ni los motivos

exactos que la originaron ni el contenido de la misma. Según la tradición, la riña se

produjo cuando Apolonio manifestó su deseo de probar fortuna con la épica, ante lo

cual se enfureció su maestro. Sin embargo, es significativo que el nombre de Apolonio

no figure entre los Telquines, adversarios de Calímaco en materia literaria. En

cualquier caso, no podemos obviar las rivalidades que sin duda surgieron entre los

investigadores alejandrinos de las cuales el poeta satírico Timón de Fliunte deja veraz

constancia: “Muchos se nutren en Egipto de muchas tribus, / Librescos atrincherados

disputando sin fin / En la jaula de las Musas” (transmitido en Ateneo, I 22d).

2. Obras perdidas Además de la obra por la que conocemos a Apolonio, sabemos que se dedicó

a otros tipos de poesía y a la elaboración de tratados científicos, especialmente en el

campo de la filología. Llevó a cabo trabajos sobre Hesíodo -defendiendo la

autenticidad del Escudo-, Arquíloco y Antímaco de Colofón, autor, éste último, de la

Lide que originó la disputa de Calímaco con los Telquines. Conservamos el título de

una obra, Contra Zenódoto, que criticaba la exégesis de Homero hecha por Zenódoto

y trataba cuestiones de léxico e interpretación.

En hexámetros épicos escribió las Fundaciones de ciudades (Ktíseis) que se

encuadran en un género muy del gusto alejandrino cultivado también por Calímaco.

Entre otras urbes se ocupó de Alejandría (frag. 4 Powell), Cauno (frag. 5 Powell),

Cnido (frag. 6 Powell), Náucratis (frags. 7-9 Powell), Rodas (frags. 10-11 Powell) y

Lesbos (frag. 12 Powell). En estos poemas debió de plasmar sus conocimientos

geográficos, arqueológicos, etc, y es verosímil que introdujera, tal vez en forma de

aitia, leyendas locales. En la Fundación de Alejandría, por ejemplo, hacía nacer a las

serpientes de la sangre derramada de la Gorgona, lo mismo que en Arg. IV 1513 y ss.

La Fundación de Náucratis narraba la historia de un marinero milesio, Pómpilo, que

fue transformado en pez por haber rescatado a una ninfa deseada por el dios Apolo.

Quizás se deba a esta obra el nombre de Naucratites con el que ocasionalmente ha

sido llamado. Conservamos asimismo doce fragmentos de un Canobo (frags. 1-2

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Powell), en escazontes, cuyo contenido no está claro: quizás versaba sobre el timonel

de Menelao o de la ciudad por él fundada en la desembocadura del Nilo, famosa por

su libertinaje. Por último, nada conservamos de sus Epigramas, a no ser un dístico

apócrifo sobre Calímaco transmitido en Ant. Pal. XI 275.

3. Las Argonáuticas 3.1. Fuentes

Las Argonáuticas es el primer poema épico extenso conservado con

posterioridad a Homero en la literatura griega y el único hasta la obra de Quinto de

Esmirna o Nono de Panópolis en época imperial. Desde un punto de vista formal,

Apolonio toma los poemas homéricos como punto de referencia a partir del cual

introduce ciertas innovaciones. En el plano del contenido, las fuentes son de lo más

variadas, pues el mito había inspirado, antes que a él, a numerosos autores de

distintos géneros: existían ya no pocas e incluso contradictorias versiones de la

leyenda. De este modo, saltan a la vista los elementos tomados de Homero: episodios

como el de Lemnos (Il. VII 467 y ss., XXI 40-1 y XXIII 745 y ss.); personajes como

Circe -que vive en Eea, doblete de Ea- y Eetes (Od. XII 69 y ss .; X 135 y ss.);

monstruos como las Sirenas, las Planctas, y Escila y Caribdis; o lugares como la

pradera de Trinacia y el país de los feacios. Pero, otras veces, el rodio introduce

alusiones que denuncian una clara intención de variatio. Por ejemplo, la invocación, al

comienzo de los cantos III y IV, a Eroto, la Musa del amor -que evoca la Musa del

proemio de la Odisea- indica ya el contenido amoroso que va a ser desarrollado.

Episodios del viaje de los argonautas se insertaban ya en el corpus hesiódico y

en la poesía arcaica. Hesíodo menciona el tema de las pruebas de Jasón y Medea en

su Teogonía (v. 992 y ss.) y alude, en los Catálogos, a personajes y asuntos de la

leyenda como Frixo, Fineo, las Harpías, el vellocino o el regreso de los argonautas.

También el poeta épico arcaico Eumelo de Corinto (s. VIII a. C.), en sus Corintíacas,

trataba el tema y, según nos informa un escolio a Apolonio, un tal Cárcino de

Naupacto, autor de las Naupactias, narraba algunos detalles de la expedición. Si

damos crédito a Diógenes Laercio, el poeta religioso Epiménides de Creta (s. VI a. C.)

también trató el mito en su obra Construcción de la Argo y navegación de Jasón a la

Cólquide.

Entre los líricos arcaicos, Mimnermo (frag. 11 Diehl), Estesícoro, Simónides

(frags. 544-548, 564, 568, 576 Page) y Píndaro insertan en sus poemas referencias a

la leyenda. En cualquier caso, no sabemos hasta qué punto influyeron en nuestro

autor, a excepción de la Pítica IV de Píndaro, de la que Apolonio tomó parte del

recorrido de los argonautas.

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Tampoco el género dramático ni la historiografía permanecieron al margen de

la leyenda. Sobre este tema Esquilo compuso un Fineo además de una tetralogía en

torno al episodio de Lemnos y Sófocles escribió un Frixo, Las Lemnias, Fineo, Las

Colquidenses, Las cortadoras de raíces, etc. De Eurípides conservamos una Medea,

fragmentos de una Hipsípila y sabemos que escribió también un Frixo y unas Pelíades.

Del mismo modo, la comedia ofreció varias versiones de Las Lemnias, así como un

Ámico de Epicarmo. Por su parte, historiadores, geógrafos, logógrafos y cronistas

explicaban, a partir de la leyenda, la historia y la fundación de algunas ciudades:

Hecateo, Ferécides, Acusilao, Helánico, Heródoto, Herodoro de Heraclea, Timeo y

Timageto son citados por los escolios como fuente de Apolonio. En el s. IV a. C. la

Lide de Antímaco también recogía algunos episodios: el abandono de Heracles, Fineo,

la Cólquide y el regreso. Los escolios mencionan, además, unas Argonáuticas de

Cleón de Curio de las que nada sabemos. En general, fue una de las leyendas

preferidas de los poetas helenísticos, quienes gustaron enormemente de introducir en

sus obras elementos de la misma: Filetas, Euforión, Nicandro, Licofrón, Teócrito y

Calímaco quien, en el libro I de los Aitia, recoge episodios del regreso coincidentes

con el canto IV de las Argonáuticas de Apolonio. En este punto, los estudiosos optan

por la prioridad de Calímaco sobre el rodio siguiendo la versión de una redacción

tardía de las Argonáuticas, lo cual no debe extrañarnos, pues es bien conocida la

moda de la imitación alusiva, tan habitual entre los poetas helenísticos.

3.2. Argumento Apolonio relata la expedición de los argonautas en busca del vellocino de oro

en un prolijo poema de cinco mil ochocientos treinta y cinco versos distribuidos en

cuatro cantos. En los dos primeros predomina el elemento mitológico, mientras que en

los dos últimos la temática amorosa. Apolodoro, Bibl. I 9, 1-28 recoge los antecedentes

del asunto: de entre los hijos de Eolo, Atamante, rey de Beocia, tuvo de Néfele dos

hijos, Frixo y Hele. De su segunda esposa, Ino, tuvo a Learco y a Melicertes. Celosa

de aquéllos, Ino tramó un plan para que el propio Atamante se viese en la necesidad

de sacrificar a su hijo pero, cuando iba a realizar tal acción, Néfele lo salvó y los dos

hijos huyeron en un carnero con vellón de oro que los transportaba por los aires. Hele

cayó durante el viaje en el estrecho que lleva su nombre, Helesponto (“mar de Hele”),

y Frixo llegó a la Cólquide, a Ea, en el extremo oriental del mundo, donde era rey

Eetes. Éste le entregó a su hija Calcíope como esposa y, agradecido, Frixo sacrificó al

carnero y se lo ofreció al rey para que lo clavara en una encina en el bosque sagrado

de Ares. En este punto comienzan las Argonáuticas. Apolonio relata cómo Jasón llega

a Yolcos, en Tesalia, para reclamar el trono usurpado a su padre Esón por su propio

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tío Pelias quien accede a devolverle el reino a cambio del vellocino de oro, peligrosa

aventura encomendada con el fin de que no regrese. Jasón acepta el reto y reúne a

cincuenta y cuatro príncipes que parten, con él a la cabeza, en la embarcación

construida por Argos con ayuda de Atenea la cual da nombre a la expedición, la nave

Argo. Llegan, en primer lugar, a la isla de Lemnos, donde la reina Hipsípila los invita a

quedarse, pues carecían de varones desde que los mataran a todos a causa de su

infidelidad con unas jóvenes tracias. Pese a la dulce tentación de quedarse en los

amantes brazos de Hipsípila, Jasón reemprende el viaje. Tras atravesar el Helesponto,

llegan a Cícico donde Heracles rechaza a los gigantes, hijos de la Tierra. A

continuación, desembarcan en las costas de Misia, pues el impetuoso Heracles ha roto

su remo, pero Hilas, que ha ido a sacar agua de la fuente, es raptado por una ninfa

que cae presa de amor por él. Allí se queda Heracles junto con Polifemo buscando a

su amado, mientras el resto de la expedición continúa la marcha, por consejo del dios

Glauco, hacia la tierra del feroz Ámico, el invencible rey de los bébrices, que obliga a

todos los forasteros a luchar con él (canto II). Finalmente, Pólux le derrota y los héroes

se dirigen a Bitinia, donde vive el adivino ciego Fineo, a quien las Harpías le arrebatan

siempre los alimentos y evitan con su hedor que nadie se le acerque con el fin de

socorrerlo. Pero los argonautas se conmueven y le ayudan. A cambio, él les vaticina el

futuro y les revela cómo han de atravesar las terribles Simplégades, rocas que

chocaban aplastando a cuanto se interpusiera entre ellas: debían soltar primero una

paloma y, si ésta conseguía pasar indemne, era entonces el momento que había de

aprovechar la nave Argo para cruzar. Las rocas arrancan apenas unas plumas de la

cola de la paloma y, a continuación, la nave alcanza su objetivo gracias a una pequeña

intervención de la divina Atenea. Apolonio consigue un momento de tensión narrativa

en la que el lector acompaña la angustia de los personajes. Fineo les revela también

los detalles del vellocino: dónde está, quién lo guarda y el éxito final que obtendrán

con la ayuda de Afrodita. Tras diversos avatares, llegan por fin a la Cólquide, donde el

rey Eetes tiene el vellocino de oro custodiado por un dragón. Mientras tanto, Atenea y

Hera piden a Afrodita que su hijo Eros hiera a Medea, la hija del rey, con el fin de que

ésta se enamore perdidamente de Jasón (canto III). Pero Eros es un niño y se halla

jugando con Ganimedes a los dados. Por ello, tiene su madre que ofrecerle una pelota

de Zeus como recompensa a su regreso, de manera que su inocente apariencia

contrasta con el carácter cruel y funesto que será para Medea. Muy helenístico es este

gusto por el contraste y por la exaltación de la niñez -recuérdese cómo Calímaco

introducía elementos de la infancia divina de Ártemis en su Himno III-. Eetes le impone

a Jasón una prueba como condición para entregarle el vellocino: uncir dos toros de

pies de bronce con aliento de fuego y arar un campo para sembrar los dientes del

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dragón muerto a manos de Cadmo a continuación de lo cual deberá matar a todos los

guerreros que nazcan de las semillas. Para lograr salir victorioso de esta hazaña,

Medea, totalmente poseída por los efectos del dardo de Eros, le entrega a Jasón una

pócima que lo hace invulnerable al dragón. Y, con el fin de acabar con los guerreros, le

aconseja que arroje una piedra enorme entre ellos para que, disputando por ella, se

maten los unos a los otros. Ante el éxito del héroe, el rey sospecha de la traición de su

hija y Medea huye con los argonautas tras haber dormido al dragón y haberse

apoderado del vellocino (canto IV). Eetes envía naves en su búsqueda y captura y

Apsirto, hermano de Medea, la alcanza pero muere a manos de Jasón. El viaje de

regreso se realiza por distinto itinerario: Danubio, Po, Ródano, Mediterráneo y África

del norte. En la cueva sagrada de la hija de Aristeo, en la isla de los feacios, Jasón se

casa con Medea y finalmente llegan a la patria: Yolcos.

3.3. Temática y personajes

Común a todos los poetas helenísticos es el gusto por temas poco trillados y

por motivos que hasta el momento habían sido secundarios o menos conocidos. No

faltan en las Argonáuticas los ingredientes habituales de la épica tradicional:

intervención divina, sueños, prodigios, profecías, monstruos, disputas, duelos, batallas,

etc. Pero el tema principal ya no es guerrero: las escenas bélicas se reducen a unos

pocos agones en momentos muy determinados de la acción y ningún argonauta muere

de resultas de estos enfrentamientos. Consecuentemente, la temática se asemeja más

a los motivos que tejen el entramado de la novela, en el que se entremezclan diversos

argumentos folclóricos: el del héroe que obtiene la protección de una diosa por haberle

prestado ayuda cuando ésta se hallaba disfrazada de anciana (Arg. III 66 y ss.); el del

príncipe que regresa a su país y encuentra a su padre destronado; el del rey que

encomienda una empresa irrealizable; el de la princesa que traiciona a su padre por

amor a un extranjero; etc. El protagonista ya no es un héroe a la manera convencional

y tampoco los restantes personajes se hallan exentos de pasiones y cobardías,

convirtiéndose, así, en seres humanos inmersos en el cotidiano vivir. Por ello, los

acontecimientos son presentados de un modo realista, pese a las aventuras

fantásticas que invaden la narración. Esta humanización refleja, de una forma

generalizada, la mentalidad pequeño-burguesa de la época helenística y se manifiesta

incluso en el plano divino -Afrodita se peina y Eros juega a las tabas con Ganimedes-.

Así, algunos argonautas son héroes de mucha más relevancia en otras aventuras,

como Heracles, pero aquí permanecen en un plano que dista mucho de ser el

principal. A diferencia de Jasón, Heracles sí es un héroe homérico, fuerte, de formas

rudas y un tanto insociable en el trato. Es interesante la interpretación que ofrece M.

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Valverde, según la cual el abandono de Heracles en Misia simboliza el abandono del

heroísmo al modo tradicional. Por el contrario, el verdadero protagonista, Jasón, no se

ha destacado de manera especial en ninguna saga y ni siquiera es un héroe en toda

regla. Carece de una personalidad poderosa y tampoco es un ejemplo al modo de los

héroes de la épica antigua que eran dignos de mímesis y transmitían los valores

fundamentales y las virtudes o aretai.

El tema del amor es explorado desde nuevos puntos de vista por los poetas

helenísticos que ahora no hablan de sí mismos, al estilo de la lírica o la epigramática,

sino de las pasiones de los demás. Apolonio canta el amor arrebatado de Medea como

también Teócrito canta el de Simeta en el Id. II. Pero no es éste el único amor: también

Hipsípila, en el canto I, acoge y ama al héroe en Lemnos, aunque allí no se detiene

Apolonio en los detalles de la fiesta -dejándolos a la libre imaginación del lector- y

pasa enseguida al episodio siguiente: la despedida. Recordemos, además, que las

lemnias habían perdido la atención de sus maridos a causa de un castigo de la diosa

Afrodita, luego subyace aquí el tema de las fatales consecuencias de no adorar a esta

poderosa divinidad. Emerge, asimismo, el tema amoroso en el episodio de Misia,

donde una ninfa rapta enamorada a Hilas, mientras Heracles enloquece ante la

desaparición de su amado. Por tanto, el amor constituye uno de los ejes centrales de

la obra -y el que más espacio ocupa-. Pero el amor en Apolonio presenta otras facetas

además de ese sentimiento apasionado y destructor que arrebata a Medea. También

sabe presentarnos el amor duradero, de confianza plena, en una escena íntima del

canto IV (vv. 1068 y ss.) donde Alcínoo y su mujer Arete dialogan apaciblemente en el

lecho conyugal.

Con el nombre de argonautas se engloba a un grupo homogéneo de

personajes con una meta común bajo el mando de una figura que se destaca entre

todos: Jasón. Muchos de ellos poseen ecos homéricos como Calcante, Mopso,

Tersites, etc, y algunos, como Hilas o los Dioscuros, inspiran también a Teócrito (Idd.

XIII y XXII). Es significativo el hecho de que, al principio de la expedición, nadie quiera

ser el jefe, pues este detalle sugiere que lo fundamental aquí no es, como en Homero,

el deseo de gloria o de mando. Se trata más bien de hombres impulsados a realizar

por necesidad una hazaña que jamás habrían emprendido de motu propio. Con todo,

ignoramos qué determina exactamente a los cincuenta y cuatro argonautas a

acompañar a Jasón, del mismo modo que tampoco sabemos qué los mantiene unidos

en el transcurso de la expedición. Cada uno de ellos adquiere un nombre y una

personalidad relevante según los distintos momentos de la narración y cada cual está

dotado de unas cualidades propias. Así, Heracles es muy fuerte, Linceo tiene una vista

muy aguda, Idmón es piadoso, Periclímeno tiene la capacidad de cambiar su forma,

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Peleo y Telamón son valerosos, Tifis o Pólux son diestros, Eufemo puede correr sobre

el mar, los Boréadas tienen alas para volar, etc. El poder del canto de Orfeo, por

ejemplo, se manifiesta cuando consigue aplacar los ánimos en medio de una discusión

(Arg. I 496 y ss.) o cuando, en el paso por las Sirenas, salva con su lira a los

argonautas. Cada personaje tiene, pues, un papel característico dentro de la acción,

preferentemente el que le otorga la tradición. En esto, Apolonio se mantiene fiel al

legado de sus antecesores. Pero los argonautas ya no son los héroes aparentemente

impasibles de la épica homérica, sino que los vemos sucumbir a la alegría, la tristeza o

la emoción. Así, por ejemplo, un sentimiento agridulce los invade al conocer el vaticinio

de Idmón (Arg. I 440 y ss.): de alegría por su éxito final; de pena por el destino del

mismo vate, quien augura su propia muerte. De igual modo los héroes se conmueven

y sus ojos se llenan de lágrimas al ver las desgracias del anciano Fineo y deciden

ayudarle. Pero, a veces, sienten también temor -como al oír la predicción del vate (Arg.

II 408 y ss.)- o incluso impotencia ante las ingentes hazañas a las que se ven

arrojados (Arg. III 502 y ss.).

Por tanto, todos los personajes tienen procesos psicológicos más o menos

definidos aunque es, sin duda, Medea la mejor perfilada en este sentido. Sólo ella se

ve imbuida de un pathos que despierta, con su fuerza poética, la simpatía y la

compasión del lector. No es la primera vez que la poesía revela el interior del corazón

de una muchacha, pues ya Safo o Eurípides habían explorado el interior del alma

femenina poseída de pasión. Pero, mientras que en los cantos I y II se respira una

voluntad consciente de evitar el sentimentalismo -quizás porque en el fondo Apolonio

no se halla tan ajeno al programa del frío Calímaco-, sin embargo, a partir del canto III,

la emoción impregna todas las escenas. El personaje de Medea evoluciona de una

forma coherente desde la tímida doncella enamorada hasta la maga asesina del canto

IV, aunque ya desde el comienzo, a modo de prolepsis, se introducían elementos

premonitorios del desenlace. La pormenorizada descripción del deseo que consume a

la maga y la comparación del amor con el fuego devorador se halla en consonancia

con la moda helenística que encuentra también en el Id. II de Teócrito una de sus más

bellas expresiones. Medea es una mujer que ama, muy a su pesar. Ella preferiría mil

veces no sentir esa pasión que la aniquila pero no es dueña de su propia razón,

poseída totalmente, como está, del pequeño dios. En efecto, diosas son quienes han

intercedido para desencadenar su pasión pero, en definitiva, es ella la que ha de

sobrevivir y resolver el conflicto interno que la atormenta. A diferencia de la Simeta de

Teócrito, la Medea de Apolonio, no es perversa ni ridícula y, en el canto IV, se gana

incluso la simpatía de la reina de los feacios. Gracias a su presencia, el poema deja de

ser épico para acercarse a las fronteras de la lírica que canta un mundo íntimo y

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personal. Pero no sólo son sus discursos, sino también sus silencios los que aportan

tensión dramática a la narración. Así, el silencio de Medea ante su hermana, en el

primer encuentro de Medea con Jasón -y el de Jasón y Medea en casa de Circe en el

canto IV- se siente pleno de elocuencia. Se ha dicho que esta mujer poderosa,

emocionalmente sometida a Jasón, es la verdadera protagonista, pues es quien logra

verdaderamente la victoria y facilita la huida al preparar la trampa con la que Jasón

mata a Apsirto. Además, los colcos reclaman, no tanto el vellocino robado como a la

traidora Medea, “objeto de la disputa” (Arg. IV 345). Esto es interesante desde un

punto de vista literario pues hace de las Argonáuticas un relato centrado en un

personaje femenino que, ya en época de Eurípides, había causado gran impacto: una

mujer, maga y extranjera, tres motivos de marginación en el mundo griego.

Jasón, por el contrario, es un personaje falto de carácter que precisa de un

considerable número de compañeros para suplir la firmeza de que carece. Es un jefe

que comparte sus preocupaciones y este detalle es sentido como debilidad, pues un

líder no ha de solicitar el consejo ni el apoyo de los demás (canto II). Apolonio

desarrolla esta dependencia hasta sus últimas consecuencias, de manera que se

produce un poderoso contraste con la fuerza de Medea. Por otra parte, los héroes no

precisan de su jefe -que llega tarde a socorrerlos- e incluso llegan a inquietarse por su

ausencia (Arg. IV 489-91). Así pues, las empresas más difíciles son llevadas a cabo

por otros argonautas: Zetes y Calais luchan contra las Harpías, Fineo presta su buen

consejo para atravesar las Simplégades, Pólux lucha contra Ámico. Además, Jasón

cuenta con la protección divina de Hera y Afrodita y ni siquiera es capaz de seducir a

Medea sino que Eros ha de hacerlo por él. Se muestra impotente y falto de decisión al

oír el reto de Eetes (cf. Arg. III 422 y ss.) pero su amechanía tiene una sólida base: en

verdad, sin la ayuda de Medea no habría podido realizar nunca tamaña empresa. Su

comportamiento egoísta se manifiesta inmediatamente después de haber conseguido

su propósito, cuando sólo piensa en la manera de desembarazarse de la muchacha.

Sin embargo, no todo son aspectos negativos en este personaje: hallamos también en

él las virtudes de la prudencia, la piedad (recuérdese el origen de la simpatía de Hera

por él), la capacidad de persuasión y la diplomacia. Debemos suponer en él, además,

una extraordinaria belleza o, al menos, un atractivo irresistible (cf. Arg. III 443-4), a

juzgar por su éxito con Hipsípila y Medea.

El aparato divino debe su presencia más a una exigencia de la tradición que a

un auténtico sentimiento de religiosidad, de tal forma que resulta un tanto decorativo.

Los dioses olímpicos se hallan en un plano diferente al humano y las interacciones

entre ambos se realizan casi siempre a través de intermediarios (Glauco, Iris, Tetis o

Tritón) o mediante signos y presagios (Arg. III 931, IV 294 y ss.). Apolo, Atenea y Hera

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favorecen a los argonautas y no hallamos en la obra divinidades que atenten contra

ellos o traten de frustrar su avance, al estilo de la Odisea homérica -si exceptuamos el

dardo cruel que Eros lanza contra Medea (Arg. III 286)-. En los cantos I y II la ayuda

de los dioses es ocasional y apenas participan de la acción, a no ser cuando Atenea

interviene en el paso por las Simplégades o cuando Glauco impide la retirada de la

nave. Pero hasta aquí ninguno de ellos cambia de una forma determinante la acción

en el plano humano ni posee verdadera trascendencia. No obstante, al comienzo del

canto III, Hera y Atenea maquinan la forma de ayudar a los argonautas y deciden, a

instancias de Hera, visitar a Afrodita para que Eros enamore a Medea de Jasón. En

este punto, los hombres ya no tienen poder de decisión y quedan subyugados a la

voluntad divina. En el canto IV, empero, los dioses vuelven a intervenir discretamente:

Hera evita el suicidio de Medea porque quiere que ésta llegue a Grecia (Arg. IV, 20 y

ss.) y Tetis guía la nave en el canto IV a través de las Planctas. De acuerdo con el

espíritu de la época, los dioses son un elemento tradicional necesario para conformar

un escenario aglutinador de antiguas leyendas renovadas con el barniz de las nuevas

tendencias helenísticas -recordemos que los autores ya no son creadores sino que su

innovación radica en la recreación-. Por eso hallaremos, en más de una ocasión,

pequeñas pinceladas, aquí y allá, a modo de íntimos guiños entre Apolonio y el lector,

que provocan en este último una sonrisa de complicidad.

3.4. Apolonio y los cánones de la poesía helenística

Apolonio fue un gran estudioso de Homero y pretendió renovar el arte del gran

poeta según los nuevos cánones que emergían en pleno s. III a. C., anunciados en el

programa poético de Calímaco. Ciertamente, de la comparación de las obras de estos

dos autores, no se infieren diferencias tan significativas como para haber suscitado la

famosa disputa. De hecho, hallamos incluso episodios comunes en ambos, lo cual

incita más bien a pensar en una deliberada alusión, probablemente por parte del

alumno respecto de su maestro. Resulta extraño, por tanto, en una obra que pretende

rivalizar con el programa poético de Calímaco, encontrar precisamente los cánones de

la nueva poesía: gusto por el relato abreviado y el detalle, recreación de modelos

antiguos, refundición de materiales de origen diverso, erudición, etiología, cruce de

géneros, acumulación de recursos estilísticos, Ringkomposition, variedad, arte alusiva,

humanización de los personajes, reflejo de lo cotidiano, realismo, estilo delicado,

relieve de la temática amorosa, apóstrofe al lector o a la Musa, narración entrecortada,

etc.

Así pues, el gusto por el poema épico breve se manifiesta ya en la concisión de

los primeros versos del poema donde se define el asunto de toda la obra con una

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precisión de la que carecían los poemas épicos anteriores. Los antecedentes de la

expedición son narrados de manera sucinta, pues el relato quiere centrarse en la

aventura de los argonautas y no en toda la saga: unas pocas pinceladas bastan para

situar al lector en los acontecimientos que siguen y, cuando no quiere detenerse en

algún detalle, dice que eso ya lo contaron otros poetas. Así sucede con la construcción

de la nave por Argos bajo las instrucciones de Atenea en Arg. I, 18 y ss.

En términos generales, los helenísticos no pretenden ser originales, sino que

su innovación radica básicamente en la recreación y refundición de materiales ya

existentes. Apolonio aunó en las Argonáuticas los trabajos de investigación y erudición

con la actividad literaria y combinó distintos testimonios procedentes de tradiciones

diversas, según hemos visto al hablar de las fuentes. El mito de los argonautas tiene

todos los visos de haber sido elaborado a partir de dos relatos diferentes, por una

parte, el relato de los marineros y sus fantásticas aventuras y, por otro, la historia de

Jasón en busca de un tesoro. Esta hipótesis justifica por qué Jasón tiene tan paliado

protagonismo en las aventuras del viaje, mientras que los argonautas permanecen al

margen de las pruebas en la Cólquide. Para el camino de regreso, el autor reunió

también varias fuentes sin suprimir ningún detalle: tomó -como también Píndaro y

Antímaco de Colofón- de Hesíodo el regreso de la Cólquide a Grecia por el río

universal, de tal manera que hubieron de transportar por tierra la nave Argo en África

hasta el Mediterráneo; del helenístico Timageto procede el regreso a través del Istro y

de una tercera tradición su paso por los mismos lugares que Ulises. Otras veces,

Apolonio prefiere rechazar explícitamente alguna de las variantes y decantarse por

otra como, por ejemplo, al explicar el origen del ámbar arrastrado por las aguas del

Erídano (Arg. IV 597 y ss.). La erudición, por tanto, constituye un elemento

fundamental en el tejido del relato y, en consecuencia, hallamos aitia por doquier:

sobre el origen de cultos, monumentos, costumbres, topónimos, etc. Este fenómeno,

típicamente helenístico, fue cultivado con profusión por Calímaco quien lo elevó a

categoría literaria y en Apolonio sirve, en general, a modo de consolación ante un final

desdichado. Así, Hilas se casará con una ninfa, Heracles será inmortalizado, el

estrecho en el que se había caído Hele recibirá el nombre de Helesponto, Polifemo

fundará una ciudad para los misios y, a consecuencia de la muerte del adivino Idmón,

se fundará una ciudad. En el contenido de todo ello percibimos, pues, al autor de las

Fundaciones.

En consecuencia, elementos de la épica tradicional sirven de marco a las

Argonáuticas, pero un análisis más detallado pone al descubierto las innovaciones

típicamente helenísticas: es, en efecto, un poema épico al estilo homérico en cuanto al

metro, dialecto, léxico y estilo se refiere, pero más breve en su conjunto. Apolonio

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dividió su poema en cuatro cantos -notablemente más largos que los de Homero-,

aunque desde el punto de vista argumental hay tres bloques de contenido

encabezados por sendos proemios, de forma que los cantos I y II tratan el viaje de ida,

el III los acontecimientos en la Cólquide y el IV el viaje de regreso. La base rítmica de

la obra es el hexámetro dactílico que se conjuga con un jónico homerizante. Este

verso se ve, en época helenística, sujeto a más restricciones de composición que en

periodos precedentes: se reduce el número de espondeos y tanto la cesura trocaica

como la diéresis bucólica se hacen más frecuentes. Con todo, Apolonio se permite

más libertades que Calímaco.

Por otra parte, las Argonaúticas toman elementos de la épica, la novela, la

historiografía, la tragedia, etc, de acuerdo con el gusto helenístico por la innovación y

el cruce de géneros. Como en la historiografía o la novela, Apolonio va describiendo, a

modo de periplo, los lugares recorridos por la nave Argo. El lector alejandrino

desconocedor de esta geografía -e incluso el lector culto- puede ahora evadirse por

unos mundos fantásticos pero sin la trivialidad de lo intrascendente. Del género

dramático toma asimismo algunos ingredientes como los relatos del mensajero o las

escenas dialogadas y los monólogos -por ejemplo, los de la heroína trágica Medea- o

la figura de Glauco que surge como theós apó mechané para resolver el conflicto de

los argonautas. El canto de Orfeo a Apolo (Arg. II 701 y ss.) parece tomado de la

poesía hímnica y el final de las Argonáuticas concluye con una despedida al modo de

los himnos homéricos -que también vemos en Teócrito (Idd. I, XVII, XXII y XXVI) o en

los Himnos de Calímaco- y un deseo de pervivencia de la propia obra habitual en

Píndaro (Pít. VI 10-17). Los discursos caracterizan, como en el género dramático, a los

personajes y, en ocasiones, Apolonio introduce notas sobre las reacciones

psicológicas de los mismos. Forma nuevos compuestos al estilo homérico pero

enriquece también el estilo de la antigua poesía épica con vocabulario procedente de

otros géneros, especialmente la lírica y la tragedia. Del mismo modo, era ya legado

literario el tema de la contraposición entre el mundo griego civilizado y el bárbaro, tan

claro en Heródoto y Eurípides.

Los recursos tradicionales como los símiles, las digresiones, las ékphraseis o

descripciones y el catálogo ya no poseen su valor original y exploran nuevas

dimensiones, de forma que se convierten en un excursus de los pormenores más

irrelevantes integrados en la narración. Siguen siendo imprescindibles, pero el léxico

está ahora cuidadosamente elegido y el estilo formulario se reduce a su mínima

expresión. En ocasiones, los símiles se acumulan en el relato como cuando se

compara a Jasón con el astro Sirio por su belleza y su carácter siniestro (Arg. III 956 y

ss.). Además, Apolonio inserta digresiones, aquí y allá, de carácter mitológico,

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geográfico o etnográfico (Arg. III 200 y ss), sin duda con numerosas influencias de

Heródoto, de tal modo que son parte integrante de la narración. También las

descripciones de la geografía que van recorriendo los argonautas (Arg. II 962 y ss.)

ocupan un lugar importante dentro de la obra y descubrimos en ellas al erudito

afanado en la investigación y al autor de las Fundaciones. A menudo los elementos

ambientales acompañan el estado de ánimo de los personajes (Arg. IV 1237 y ss.) o

contrastan con él (Arg. III 744 y ss.). La naturaleza es descrita de tal modo que

recuerda a los idílicos paisajes de Teócrito y no podemos dejar de pensar en una

intencionada alusión. La ékphrasis de objetos artísticos es característica común a los

poetas alejandrinos de manera que la descripción del manto de Jasón en el canto I

725 y ss. recuerda a la los magníficos telares del palacio de la reina Arsínoe que

Teócrito introduce en su Id. XV. La pausada descripción del palacio de Eetes, rica en

detalles, retarda, además, el crucial encuentro entre Jasón y el rey. Pero las

descripciones se centran también en los pequeños detalles de la vida y, así, Apolonio

se detiene en los pormenores de los preparativos de la expedición (Arg. I 363 y ss.).

Por otra parte, el catálogo de los héroes y sus linajes, a diferencia de Homero, se

inserta al comienzo del canto I y, por tanto, no interrumpe bruscamente la acción. La

presentación de los héroes de Apolonio sigue un orden y una pulcritud que permiten

seguir su recorrido en un mapa: de norte a este y oeste para volver al norte.

Se ha tachado, en numerosas ocasiones, a las Argonáuticas de falta de unidad

porque parece que sus episodios se suman a modo de pequeñas entidades

autónomas. Sin embargo, a estas afirmaciones, un tanto gratuitas, debemos oponer

algunas objeciones, pues existen elementos que cohesionan de forma notoria la obra.

En primer lugar, el viaje de los argonautas y la solidaridad que los une durante todo el

trayecto constituye, sin lugar a dudas, un hilo conductor sólido, guía inconfundible para

el lector. A ello se suma el realismo de la continuidad cronológica y geográfica a lo

largo de todo el periplo. A su vez, el canto III posee una unidad más sólida que el resto

del poema y su plasticidad se reviste de inconfundibles reminiscencias del género

dramático mezcladas con algunos elementos propios de la novela. Apolonio cohesiona

definitivamente la obra mediante el empleo de la prolepsis, el paralelismo y la simetría,

efectos característicos de las composiciones de época helenística. Por ejemplo, el

paso por las Simplégades en el viaje de ida tiene su paralelismo en el de vuelta en el

paso de las Planctas. Un gusto por la simetría y el equilibrio narrativo se aprecia

asimismo en el proemio y en el catálogo, donde los cincuenta y cuatro héroes se

dividen en dos grupos de veintisiete encabezados por dos figuras relevantes: Orfeo y

Heracles. A modo de Ringkomposition, la obra comienza y termina en el puerto tesalio

de Págasas con la partida y el regreso, respectivamente, de los argonautas, de la

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misma manera que el vaticinio de Fineo en el canto I, según el cual regresarían por

distinto camino, se recuerda ahora en el canto IV. Sin embargo, a diferencia de la

antigua tradición oral con finales siempre abiertos, tenemos aquí un final cerrado que

ha cumplido los objetivos propuestos en el prólogo de forma que apreciamos en ello

una evolución del estilo compositivo.

Con todo, esta tendencia a buscar la simetría no está reñida en absoluto con el

esfuerzo por llevar, hasta extremos insospechados, el arte de la variatio. De este

modo, cada vez que Apolonio introduce un epíteto intenta variarlo para evitar toda

repetición formular y, por el mismo motivo, desaparece la reiteración de las escenas

típicas. El arte alusivo rezuma por doquier especialmente en referencia a Homero,

pero también a sus coetáneos Calímaco y Teócrito. Es cierto que las reminiscencias

homéricas son mucho más abundantes: precisamente en ellas se basa el arte de la

variatio y la contaminatio que explota Apolonio hasta la saciedad. Así, la visita de Hera

y Atenea a Afrodita en el canto III, 43 y ss. constituye un eco de la de Tetis a Hefesto

en Il. XVIII 368 y ss. Por otra parte, los idilios épicos de Teócrito -Id. XXIV, Heracles

niño; Id. XIII, Hilas e Id. XXII, Los Dioscuros- son pequeños episodios en el poema

épico de Apolonio. La divergencia de detalles entre uno y otro señala una evidente

intención de corregir al otro pero no sabemos de quien parte la iniciativa. Por otra

parte, Apolonio alude o imita en su obra versos de los Himnos, Aitia y Hécale

calimaqueos, lo cual parece indicar más una complicidad que el resultado de una

rivalidad. Gusta el rodio de los contrastes comunes también a otros poetas

helenísticos como Mosco en cuyos fragmentos -recogidos por Estobeo en su

Anthologium- contrapone, por ejemplo, la tranquilidad del mar sereno con el temor que

causa agitado. Así, la ira de Heracles motivada por la desaparición de Hilas contrasta

con la alegría de los argonautas al zarpar una plácida mañana (Arg. I 1276 y ss.).

Por tanto, el giro de la poesía en el plano formal se halla indisolublemente

asociado al interés por nuevos contenidos: Apolonio muestra el interior del alma

humana a través de la solemne lengua de la épica, pero ésta nos habla ahora de las

pequeñas cosas de la vida cotidiana y de los procesos internos de los hombres. Por

ejemplo, cuando la nave se dispone a partir, Apolonio refleja, pleno de sensibilidad, el

distinto sentir entre los hombres y las mujeres que ven marchar a sus seres queridos:

las mujeres piensan en el dolor de las madres de los que parten, mientras los hombres

admiran el esplendor de los héroes. En este sentido, Apolonio maneja habilidosamente

el punto de vista narrativo: a veces el narrador adopta la perspectiva de un personaje -

como el de la apasionada Medea en el canto III 453y ss.- y ofrece su visión subjetiva

de los acontecimientos o se expresa a través de él -como en el discurso de Argos en

el canto IV 257 y ss-. Llega, así, a la descripción psicológica interna, de manera que

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vemos ahora con los ojos de Medea y comprendemos su padecimiento: casi

podríamos justificar sus actos. Pese a todo ello, en no pocas ocasiones, hallamos

también pinceladas de ironía y humor que se opone al tono melodramático y serio que

caracteriza el asunto principal de la obra. Por ejemplo, en la escena de dioses al

comienzo del canto III, los doliones son llamados hospitalarios (Arg. I 1018); Jasón le

recuerda ingenuamente a Medea la historia de Teseo y Ariadna con la cual la suya

propia posee un paralelismo tan estrecho (Arg. III 998 y ss; 1096 y ss.) y Eros se retira,

volando entre risas, una vez flechado el corazón de Medea (Arg. III 285).

3.5. Espacio y tiempo de las Argonáuticas Según hemos visto, el espacio de las Argonáuticas se ajusta a la realidad

geográfica del Mediterráneo y parece haber, además, cierta coherencia entre el

espacio recorrido y el tiempo empleado en ello. Si en la épica homérica la geografía

era fantástica e imprecisa, ahora se inserta perfectamente en los límites del mundo

conocido. Para el viaje de regreso narrado en el canto IV, sin duda más complejo,

Apolonio ha amalgamado varias versiones, de manera que sigue un itinerario diferente

del tomado a la ida en una deliberada intención de variatio.

En general, el tiempo y el espacio son ingredientes que otorgan un gran

realismo a la narración y, tal vez por ello, los antiguos -como Heródoto y Estrabón-

creían en la historicidad de los hechos narrados. En cualquier caso, la leyenda de los

argonautas debe situarse en época micénica: los personajes pertenecen a una

generación anterior a los héroes homéricos y la acción principal se relaciona

precisamente con dos lugares de la cultura micénica, Yolco en Tesalia y Orcómeno en

Beocia. Además, el usurpador Pelias estaba emparentado con Néstor, el soberano de

Pilos, pues el padre de éste, Neleo, era a su vez hermano de Pelias.

Por ello Apolonio pone especial cuidado en no introducir elementos

anacrónicos, por ejemplo, cuando afirma que Teseo no se hallaba entre los

argonautas porque estaba ya en el Hades con Pirítoo en Arg. I, 101 y ss. El tiempo

narrativo, a su vez, varía: discurre lento en las escenas y rápido en las transiciones,

donde la narración alusiva acelera el ritmo del relato. Apolonio domina la técnica

narrativa y sabe desarrollar acciones paralelas en el tiempo, sobre todo al comienzo

del canto III donde, mientras los héroes deliberan acerca de cómo conseguir el

vellocino, en el plano divino también Hera y Atenea maquinan sobre la misma cuestión

y visitan a Afrodita.

En cuanto al tiempo global, sabemos que los sucesos del canto I duran un mes,

sin contar el tiempo transcurrido en Lemnos. El canto II se desarrolla en,

aproximadamente, otro mes, además de otros cuarenta días que los argonautas pasan

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en casa de Fineo retenidos a causa de los vientos (Arg. II 525 y ss.). Así, el viaje de

ida dura algo más de cien días, diecinueve de ellos dedicados a la navegación. El

canto III abarca cuatro días: aquí podemos apreciar cómo decelera el tiempo de la

narración. La cronología del viaje de regreso se presenta más desdibujada y en ella se

insertan elementos de corte homérico como la tempestad de nueve días y nueve

noches (cf. Od., IV 1232-1235). En total, dura algo más de cincuenta días -menos que

a la ida pese a ser más largo el recorrido-. El tiempo apremia en el canto IV porque los

argonautas están huyendo en una acuciante persecución. La sucesión cronológica de

los acontecimientos convierte la narración en algo más insípido. El tiempo y la acción

del canto IV van decreciendo a la vez que se acumulan los motivos etiológicos. Los

cantos I y II son más lineales, con una acción que transcurre, a excepción del episodio

de las Simplégades, en los límites de la normalidad. El canto III supone el punto álgido

de tensión dramática y ahora en el IV se desarrollan sucesos extraordinarios que los

sitúan al borde de la muerte.

El tiempo narrativo es a menudo el presente y la voz de Apolonio se alza no

pocas veces en primera persona, lo cual le da un carácter de actualidad y un marcado

acento personal, especialmente en las invocaciones a divinidades (Arg. I 2, 20 y ss.; III

1; IV 2 y ss., 985 y 1381). Otras veces su aparición tiene por objeto el introducir un

tema (Arg. I 18 y ss.); silenciarlo (Arg. I 919 y ss.; IV 248 y ss.); cortar digresiones (Arg.

I 648, 1220; IV 1764); preferir una variante del mito (IV 984-992); etc.

3.6. Pervivencia

La abundancia de papiros y citas indirectas de Apolonio dan testimonio del

interés que despertó su obra ya en la Antigüedad. Pionero en sistematizar los

elementos tradicionales de la épica fue quien, a su vez, los transmitió de forma más

directa a Virgilio, de donde pasaron a la cultura occidental.

En el mundo griego, influyó en la Europa de Mosco y en la épica de Quinto de

Esmirna, Nono de Panópolis, Trifiodoro, Coluto y Museo. Apolodoro (s. II a. C.) debió

de tener también presente la obra de Apolonio en el resumen del mito para su

Biblioteca, del mismo modo que Filóstrato el Joven se inspiró en él para algunos de

sus Cuadros (Descripciones de Cuadros 7, 11). Ya en el s. IV d. C. las Argonáuticas

inspiraron las Argonáuticas Órficas y, en época bizantina, Mariano (s. V-VI d. C.)

compuso una paráfrasis de la misma obra en yambos.

En el mundo romano, Varrón Atacino elaboró una traducción al latín en el s. I a.

C. de la cual conservamos algunos fragmentos. En éste se inspiraron autores de

Argonáuticas posteriores como Valerio Flaco a fines del s. I d. C. La repercusión de

Apolonio en la Eneida de Virgilio es evidente: su apasionada Medea fue, sin duda,

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fuente de la Dido virgiliana. Del mismo modo, influyó en Catulo según puede

apreciarse en el poema LXIV sobre las bodas de Tetis y Peleo, así como en otros

muchos autores: Estacio en su Tebaida; Lucano en su Farsalia; Ovidio en Met. VII 1-

403, Heroidas VI de Hipsípila a Jasón y XII de Medea a Jasón; Séneca en su tragedia

Medea; Propercio I, 20 quien retoma el episodio de Hilas, etc.

A la Florencia del Quattrocento llegaron desde Constantinopla dos manuscritos

gracias a los cuales se introdujo la obra de Apolonio en la cultura occidental. A fines

del s. XV el humanista Bartolomeo della Fonte tradujo la obra al latín a partir de una

versión escolar de su maestro Andronico Callisto. Éste había introducido la lectura y el

comentario de las Argonáuticas junto a los textos homéricos. En 1496 se imprimió la

editio princeps, obra de J. Láscaris, de Apolonio en el taller de L. F. de Alopa. A partir

de aquí, la influencia de Apolonio en el mundo occidental se aprecia por doquier: en la

obra de Draconcio y Dante; en El vellocino de oro (1623) de Lope de Vega; en el auto

sacramental El divino Jasón de Calderón; en la Medea (1935) de Corneille; en

diversos lugares de la obra de Goethe; en el poema de William Morris, The Life and

Death of Jason (1867); en la novela de Robert Graves, The Golden Fleece (1945); en

la Lunga notte di Medea (1949) de Corrado Alvaro o en la Medea de Alfonso Sastre

(1963). E incluso puede disfrutarse la maravillosa aventura de Jasón en forma de

dibujos animados como los de O Iásonas kai to Chrysómallo Déras de la compañía

Silver Media Group. Con todo, lo que verdaderamente ha pervivido es el mito más que

la obra de Apolonio.

4. La restante épica helenística: Riano y Euforión Pese a no haber llegado hasta nosotros, el género épico fue cultivado en todas

sus facetas: épica didáctica, al modo de los Fenómenos de Arato; epilio, como la

Hécale de Calímaco, etc. La épica histórica se hallaba generalmente vinculada a las

casas reales ya desde que Quérilo de Yaso escribiera para Alejandro. De este modo,

Simónides de Magnesia celebró a Antíoco Soter; Lésquides y Museo de Éfeso

cantaron las gestas de los Atálidas y un tal Teodoro se dedicó a Cleopatra. Otros

prefirieron la épica de asunto mitológico retomando, en algunos casos, la temática de

las Argonáuticas como Cleón de Curio, o bien de otras leyendas como Teólito -de

quien Ateneo menciona unas Báquicas- o Menelao de Egas -quien, según el Léxico

Suda, fue autor de una Tebaida-. Antágoras y Demóstenes emplearon, por su parte, la

saga tebana. La leyenda de Heracles fue uno de los temas favoritos para la

propaganda política de los monarcas, pues muchos de ellos se decían descendientes

del héroe. Se escribieron, además, innumerables historias locales en poemas épicos

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perdidos como las Bitiníacas de Demóstenes de Bitinia. De todas ellas debemos

descacar a Riano, quien se dedicó tanto a la épica mitológica como a la histórica.

Riano de Bene o de Cerea nació esclavo en Creta en torno al año 275 a. C.

aunque probablemente se trasladó a Alejandría. No sólo se dedicó a la épica sino

también al género dramático y elaboró una edición de Homero. Conocemos algunos

títulos de sus poemas épicos como Heraclía, en catorce libros, Acaicas, en cuatro

libros, Tesálicas, en dieciséis libros o la Meseniacas, en seis libros. Pausanias empleó

esta última en el libro IV 6, 3 de su Descripción, donde vemos al héroe de la segunda

guerra mesenia, Aristómenes, al mismo nivel que el Aquiles homérico. No sabemos

qué trataba exactamente la Fama. De todas estas obras conservamos una treintena

de fragmentos además de citas muy breves, casi todas de Esteban de Bizancio, en las

que destaca la abundancia de nombres geográficos. Estobeo transmite un fragmento (I

Powell) con veintiún hexámetros épicos que abordan, con cierta sentenciosidad, el

tema de la ofuscación y la soberbia humana. Conocemos de él también once

epigramas (66-76 Powell, fasc. 6, 64 D y uno de dudosa autoría en AP XII 38) con los

motivos eróticos propios del género y, gracias a los escolios homéricos, conservamos

cuarenta y cinco lecturas de su edición de la Iliada y Odisea.

Euforión nació en Calcis, Eubea, en torno al 276 a. C. y poco sabemos de él a

no ser que tuvo una vida llena de peripecias. Estudió en Atenas y gozó de la

protección y los favores de la ex reina de Eubea y Corinto, Nicea, viuda de Alejandro y

algo mayor que él. Cuando Corinto fue tomada por Antígono, Euforión se trasladó a

Tracia donde se acogió a la protección de Hipomedonte, gobernador de Ptolomeo III

Evergetes. Cuando Hipomedonte cayó, Euforión fue llamado a la corte de Antíoco III el

Grande, rey de Siria, a la Biblioteca de Antioquía del Orontes. Allí se dedicó a la

propaganda palaciega, donde murió alrededor del 200 a. C. Escribió tratados en prosa

como Sobre los Alevades, dinastía de reyes de Tesalia, o Sobre los juegos Ístmicos,

además de un Hypomnemata que estudiaba las costumbres e instituciones de

Occidente, y un léxico de la lengua de Hipócrates. Tenemos testimonio, en forma de

pullas sobre su fealdad o su conducta, de las envidias que suscitó.

En total, apenas conservamos doscientos brevísimos fragmentos de su obra

poética. Conocemos algunos títulos como Alejandro, poema tal vez en honor del rey

de Eubea; Anio, sobre el hijo de Apolo; Apolodoro, historia narrada también por

Apolonio y Partenio; Maldiciones; Respuesta a Teodórida y Artemidoro, ambos de

argumento desconocido; Géranos, probablemente la historia de Gerana transformada

en grulla; Demóstenes; Dioniso; Epicedio a Protágoras; Hesíodo; Tracia, una colección

de mitos de la región de Tracia; a éste le seguía Hipomedonte, cuyo contenido

desconocemos, pero nada sugiere una vinculación entre ambos; Ínaco; Histia, de

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dudosa atribución; Clétor; Mopsopia o Poemas fuera de orden; Xenios y Polychares,

ambos de argumento desconocido; Jacinto; Filoctetes; Quilíadas. De todas ellas, el

Léxico Sudas tan sólo recogía Mopsopia, Hesíodo y Quilíadas, a las que debemos

agregar Tracia. No sabemos si el resto de títulos formaban parte de estas obras o si,

por el contrario, eran poemas independientes. La Mopsopia era una colección de

leyendas áticas y debía su título a una de las hijas de Posidón. Según el Léxico Sudas,

el argumento de las Quilíadas era un ataque a quienes le habían despojado de las

riquezas, castigados tardíamente, y le seguía una colección de oráculos que se

cumplieron a lo largo de mil años. Tal vez las Maldiciones formaban parte de esta

obra. Gracias a un papiro conocemos los sesenta versos finales de la Tracia que

trataba el tema de un asesinato y concluía con una invectiva contra el homicida y un

lamento por la víctima, todo ello salpicado de historias pasionales y sangrientas como

la de Climeno y Harpalice o la de Apriate que se lanzó al mar desde una alta roca para

huir de la violencia de Trambelo. En un manuscrito de pergamino del s. V d. C.

aparecieron dos fragmentos. En uno se narra la aventura de Heracles quien tuvo que

llevar el can Cerbero a Tirinto. En el otro, procedente de Imprecaciones o El ladrón de

copas, maldice entre ejemplos de erudición mitológica a uno que le ha robado.

Fragmentos papiráceos nos legan una veintena de versos de un poema titulado Tracio

con temas algo extraños como la huida de Apriate, acosada por Trambelo y el

posterior asesinato de éste por Aquiles. Se trataba, tal vez, de una invectiva con

ejemplos mitológicos. Se dedicó también a la prosa: Sobre los Alévadas o Sobre los

juegos Ístmicos indican un contenido histórico.

El estilo de la narración se revela contra las formas clasicistas y se torna

intencionadamente oscuro con dislocaciones del acento, se detiene en asuntos

marginales y rebuscados y se centra en la forma de expresión, tremendamente

imbuido, en todo ello, de los postulados calimaqueos.

Transmitió, a su vez, los principios estéticos helenísticos a los jóvenes romanos

y es significativa la crítica de Cicerón a los neoteroi en Tusc. III 45 quien los llama

cantores Euphorionis. Sin duda, Euforión se inspira a menudo en Calímaco, en su

carácter erudito y su inquietud por innovar haciendo hincapié en las facetas menos

conocidas de las leyendas, en la construcción del hexámetro para sus composiciones

y en la brevedad de las mismas. Parece que también imitó a Filetas y a Alejandro

Etolo y tomó motivos de Estesícoro, al igual que los demás poetas helenísticos.

Hay quienes han tratado de ver en su obra, más que en la de otros poetas,

alusiones a hechos históricos y a elementos tomados de la vida de su época aunque

sin gran éxito. Gracias a los papiros sabemos que fue leído hasta el s. V d. C., es

decir, muchísimo más que cualquier otro de los poetas helenísticos, a excepción de

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Calímaco. Con él termina propiamente la poesía helenística que sólo pervive de

manera ininterrumpida en el género epigramático.

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